BIS.azul-255 Adam Surray (1975) Trio de Farsantes
BIS.azul-255 Adam Surray (1975) Trio de Farsantes
BIS.azul-255 Adam Surray (1975) Trio de Farsantes
TRIO DE FARSANTES
Colección
BISONTE SERIE AZUL n.° 255 Publicación semanal
EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - CARACAS - MEXICO
ISBN 84-02-02514-5 Depósito legal: B. 35.366 - 1975
Impreso en España - Printed in Spain
1.a edición: noviembre, 1975
© Adam Surray - 1975
texto
© Miguel García - 1975
cubierta
Concedidos derechos exclusivos a favor de EDITORIAL
BRUGUERA, S. A. Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)
***
La carreta avanzaba con lentitud.
Las riendas que controlaban a los cuatro caballos de tiro eran
sostenidas mansamente por las huesudas manos de Geoffrey
Wilson. Blake iba a su lado. En el pescante. Joanne permanecía
oculta en el interior del carromato.
Jeff Stevens cabalgaba delante del vehículo.
Montando el caballo del difunto Jack Fraker.
El viejo Wilson ladeó la cabeza para escupir el tabaco de mascar.
Se pasó el dorso de la mano por los labios.
—Alcánzame esa damajuana, Clint. Puedes echar un trago con
toda confianza. Es mezcal. Lo fabrico yo mismo.
Blake atrapó el recipiente, aplicando el gollete a los labios. Un
líquido infernal pareció abrasar su garganta.
—Bueno, ¿eh, hijo?
—¡Dinamita!
—Me temo que tú eres también un tipo refinado. Acostumbrado a
la buena vida. Al igual que Joanne y Jeff.
—Oye, abuelo... ¿Es cierto lo del Dos Estrellas?
Wilson dirigió una mirada a la cerrada lona de la carreta. Como si
temiera la aparición de la muchacha.
—Sí, Clint... Puedes preguntar a cualquiera de Pitts City. El Dos
Estrellas fue construido por Andrew Stevens. Hace ya muchos años.
Después de que participara en el ejército vengador de El Alamo. Yo
fui su primer capataz. Andrew era demasiado joven: Permanecí a su
lado. Vi nacer a Jeff y a Joanne... Ultimamente, por mi avanzada
edad, yo era una figura decorativa.
—¿Qué ocurrió con el rancho?
—A eso iba, hijo. El Dos Estrellas, como todos los ranchos
tejanos, sufrió las consecuencias de la guerra civil. Texas
confederada se sometió a los triunfadores. El Dos Estrellas, con gran
esfuerzo, logró sobrevivir. Superar su perdido esplendor hasta
convertirse en uno de los más importantes de Texas. Cierto día...
Geoffrey Wilson volvió a dirigir la mirada atrás.
Comprobando que la lona continuaba cerrada.
Tras la breve pausa, prosiguió:
—Se cometió un robo en el banco de Pitts City. La banda de
Máscara Roja cometía una fechoría más. Cuatro individuos.
Capitaneados por el mismísimo Máscara Roja. Liquidaron a sangre
fría al cajero y a otro empleado del banco, ¡levándose un botín
cercano a los cien mil dólares. De los cuatro asaltantes, sólo el jefe,
Máscara Roja, se cubría el rostro. Lograron escapar. Aquel mismo
día, en la noche, se celebró la habitual partida de póquer en el
saloon Diamond. Los jugadores eran Andrew Stevens, el banquero
Arthur Hunter, un ranchero llamado John Murphy y un forastero que
respondía al nombre de Burt Conway,
—¿Burt Conway? ¿Un fulano con un profundo corte en el labio
superior?
—El mismo. ¿Le conoces?
Blake asintió con fría sonrisa.
—Seguro. Es un asesino a sueldo. Un loco sanguinario. Le di caza
en Gravy City. Se le buscaba por la violación y muerte de una niña
de catorce años. El jurado, atemorizado por unos compañeros de
Conway, le declaró inocente. Por falta de pruebas.
—Pues el tal Burt Conway es ahora sheriff de Pitts City, Se le dio
el cargo después de su brillante servicio. El descubrió la identidad
del misterioso Máscara Roja. Fue durante la partida de póquer.
Conway acusó a Andrew Stevens de hacer trampas. Asegurando
verle sacar naipes del bolsillo interior de la levita. Andrew Stevens
protestó furioso, infinidad de curiosos presenciaban la partida.
Stevens, para demostrar su inocencia, sólo tenía que vaciar el
bolsillo. Se resistía a ello. Sus propios amigos, Arthur Hunter y John
Murphy, le forzaron. En el bolsillo de la levita se encontró...
—Una máscara roja.
—Sí, Clint. Así fue. De poco sirvieron las protestas de Andrew.
Minutos más tarde era linchado por la multitud. Le colgaron allí
mismo. En una de las vigas del saloon .
—Jeff y Joanne eran los herederos del Dos Estrellas. Legalmente
no...
—Con la muerte de Andrew se descubrieron cosas sorprendentes
—interrumpió el anciano—. El rancho estaba hipotecado en un
préstamo concedido por el banquero Hunter, También se debía una
importante suma al rancho colindante, propiedad de John Murphy.
Ellos son ahora los dueños del Dos Estrellas.
—Una historia muy interesante.
—Sabía que...
Geoffrey Wilson guardó silencio al oír cómo manipulaban en la
lona del carromato.
Se abrió ésta para dejar paso a Joanne Stevens.
—¿Has dormido bien, hija? Ya estamos cerca de Flynnsville.
—Vamos a cambiar de ruta, abuelo.
—¿Cómo?
—He oído cómo contabas la historia de nuestro rancho. ¿Qué te
ha parecido, Clint?
—Interesante —fue la lacónica respuesta de Blake.
Los ojos de la muchacha adquirieron un enigmático brillo.
Quedaron fijos en Blake. En intensa mirada.
—Puedo hacerla aún más interesante, Clint. La mejor zona del
Dos Estrellas es la denominada Llano Bajo.
Una extensa tierra de pastos surcada por el Pitts River. Será tuya,
Clint. Como recompensa por tu trabajo.
Blake arqueó las cejas.
—¿Mi trabajo?... No comprendo.
—Creo que está claro. Quiero recuperar mi rancho —replicó
Joanne con firme voz—. Eres un pistolero a sueldo, ¿no? Pues bien,
Clint. Acabo de contratar tus servicios.
CAPITULO VIII
Clint Blake terminó de liar el cigarrillo.
Con parsimonia.
Sin importarle que Joanne, con la mirada fija en él, esperaba
impaciente una respuesta.
—No acepto, Joanne.
—¿Por qué?
—No te has equivocado al catalogarme como pistolero a sueldo,
pero tengo mi propio código. Soy yo quien selecciona el trabajo y al
cliente. He rechazado ofertas de mil dólares para aceptar cien de un
oprimido granjero.
—Conmovedor.
—Puedes burlarte, nena. No me gusta el trabajo que me ofreces.
Y tampoco me agradas como dienta.
Joanne sonrió despectiva.
—Sé lo que te ocurre. Temes arriesgar el pellejo... Ahora estás
con los bolsillos repletos. Con los tres mil dólares sacados a Fraker.
Cuando te encuentres sin un centavo, volverás a alquilar tu revólver
al mejor postor. ¡Por un puñado de dólares! ¡Sin mirar nada más!
—Joanne...
—Aún no he terminado, abuelo. Clint quiere humillarnos
haciéndonos creer que es un ángel con revólver. Se considera mejor
que nosotros, pero se ha embolsado los tres mil dólares que...
La muchacha enmudeció bruscamente al ver cómo Wilson sacaba
de su chaquetilla un fajo de billetes.
—Aquí está parte del dinero, hija. Me lo entregó Clint. Hizo cuatro
partes. Dos mil quinientos dólares para nosotros. El se quedó con
ochocientos cincuenta.
Joanne inclinó la cabeza.
Sin saber qué responder.
Recorrieron unas doscientas yardas en silencio. Con el solo
sonido del chirriar de la carreta.
El sol ya acudía a ocultarse tras el horizonte, dejando tras de sí
un rojizo resplandor.
—Perdóname, Clint.
Las palabras de Joanne, súbitas e inesperadas, sorprendieron a
Wilson y Blake. Este sonrió tendiendo su diestra, para que la
muchacha se acomodara también en el pescante.
Se sentó entre los dos hombres.
—Todos nos hemos juzgado mal —dijo Blake, mientras que su
brazo derecho rodeaba la cintura de la joven. Con fingida
indiferencia—. Debemos conocernos mejor y...
—Quita el brazo, Clint. Empiezo a conocerte demasiado bien.
Blake obedeció con una carcajada que fue coreada por el viejo
Wilson.
—Oye, Joanne... He estado pensando en esas tierras del Dos
Estrellas. En Llano Bajo, Siempre soñé con ser propietario de una
buena tierra de pastos. Claro que... una tierra sin ganado...
El rostro de Joanne se iluminó.
—Te prometo Llano Bajo y quinientas reses.
—Todo esto es absurdo —protestó el anciano—. ¿No lo
comprendes, hija? El Dos Estrellas ya no te pertenece. Es ridículo
soñar con recuperarlo. Y menos utilizando la violencia.
—No vamos a emplear la violencia. Quiero que Clint demuestre la
inocencia de mi padre, que todo fue un diabólico plan ideado por
Arthur Hunter y John Murphy para apoderarse del Dos Estrellas. A
nosotros nos arrojaron de Pitts City. Como a leprosos. Jeff es
demasiado pacífico... Nuestro padre nos inculcó el odio a la violencia
y a las armas. Ahora, si regresamos con Clint Blake, nadie se
atreverá a expulsarnos de la ciudad.
—¿Y qué más esperas conseguir, hija?
—¡El Dos Estrellas! ¡Nuestro rancho! ¿Qué te ocurre, abuelo? ¡Tú
también has luchado por el Dos Estrellas! ¡Durante años! Tú y mi
padre...
—Olvídalo, Joanne. Debes resignarte.
La joven denegó con enérgico movimiento de cabeza.
—Jamás me resignaré, abuelo. ¡Nunca! En estos meses de cruel
deambular de ciudad en ciudad, no he cesado de pensar un solo
instante en el Dos Estrellas. En rehabilitar el nombre de mi padre.
Con la ayuda de Clint Blake lo conseguiremos.
—Es imposible...
—Lo intentaremos, abuelo —dijo Joanne—, Ya está decidido. Lo
he consultado con Jeff. Se muestra conforme.
—Jeff es incapaz de decidir por sí solo. Todo cuanto tú le dices
está bien para él. No cometas locuras, hija. Olvida el Dos Estrellas.
En Pitts City no nos recibirán con los brazos abiertos. John Murphy y
Arthur Hunter son ahora los más poderosos. Y cuentan con la
colaboración de Burt Conway, convertido en sheriff. ¿Qué podemos
hacer nosotros?
Joanne dio la espalda al anciano, para fijar sus ojos en el
silencioso Blake.
—¿Qué dices tú, Clint?
Blake dudó unos instantes.
Era una misión difícil y peligrosa.
Con nulas posibilidades de éxito.
Una leve sonrisa asomó al rostro del pistolero.
—Se puede intentar, Joanne.
***
Habían acampado al refugio de unos árboles que poblaban la
orilla de un tranquilo riachuelo.
Ya envueltos por las sombras de la noche.
Se encontraban a poca distancia de Flynnsville, pero aquel lugar
ya había quedado descartado.
Los cuatro caballos de tiro, junto con el de Blake y el que
perteneciera a Jack Fraker, pastaban a poca distancia.
Ya habían cenado.
Permanecían reunidos en torno a la hoguera.
Geoffrey Wilson, cuyo rostro había perdido todo signo de
jovialidad, se encaró con Jeff Stevens.
—¿Estás seguro de que quieres secundar a tu hermana, Jeff? ¿Te
das perfecta cuenta del riesgo y de la imposibilidad de recuperar el
Dos Estrellas?
Jeff Stevens se encogió de hombros.
—No lo he pensado detenidamente, pero sí acepto el plan de
Joanne. Lincharon a nuestro padre y nos arrebataron el rancho. No
tenemos nada y nada podemos perder.
—La vida, Jeff. ¿Te parece poco?
Joanne intervino para responder al anciano.
—Llevamos cerca de un año vagando por Texas. En muchas
ciudades ni tan siquiera nos han permitido la entrada. Todos los
buhoneros tienen fama de farsantes. Hemos pasado calamidades,
frío e incluso hambre. ¿Sabes qué me decidió a preparar el truco
contra Jack Fraker? ¡Conseguir dinero para poder regresar a Pitts
City! ¡Investigar de nuevo para descubrir...!
—Nada se puede hacer, hija. Murphy y Hunter presentaron
documentos que fueron minuciosamente estudiados por el juez
Butler. No estaban falsificados. El Dos Estrellas hipotecado y con
fuertes deudas a favor de Hunter y Murphy.
—¡Le obligaron a firmar esos papeles o tal vez los consiguieron
con engaños! El Dos Estrellas era uno de los más poderosos del
Pecos. Mi padre no tenía motivos para hipotecarlo ni contraer deudas
de semejante calibre. Todo marchaba a la perfección. ¡Con dinero en
abundancia!
—No hay ninguna posibilidad de éxito, Joanne. Es suicida el
intentar recuperar algo que se ha perdido para siempre.
—¡Ya basta! —exclamó Joanne con una dureza que sorprendió al
anciano—. Lo hemos decidido. No te obligo a seguirnos,. Geoffrey.
¡Puedes seguir con la carreta de buhonero!
Las arrugas se acentuaron en el rostro de Wilson. Dibujando una
amarga mueca. Se incorporó para alejarse lentamente hacia el
carromato.
Clint Blake, que había permanecido al margen de la discusión,
succionó el cigarrillo moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Has sido muy dura con el abuelo, Joanne. El sólo quiere
protegeros. Teme por vuestra vida. Y con sobrada razón. En Pitts
City no os recibirán con buenos ojos.
—Ya le pediré perdón. Estoy muy nerviosa. Ahora vamos al
asunto, Clint. ¿Se te ocurre algún plan?
—¿De quién fue la idea del senador Sellars y su hija?
—Mía.
Blake sonrió.
—Te felicito. Muy inteligente. ¿No se te ocurre nada para Pitts
City?
—¿Qué quieres? ¿Que me presente disfrazada de Billy the Kid,
disparando a diestro y siniestro?
—No lograrías engañarles, Joanne. Tienes demasiadas curvas
que ocultar.
La joven enrojeció.
—No es momento para bromas, Clint.
—Está bien... Tú no tienes ningún plan y yo desconozco el
terreno donde se va a desarrollar la acción. Debo tantearlo antes de
obrar. Ya se nos ocurrirá algo sobre la marcha. Una cosa es
importante. Presentarse en Pitts City con una carreta de buhonero
no es prudente. Las simpatías jamás están del lado de los
fracasados. Vuestro regreso a Pitts City debe ser por todo lo alto.
Nadando en la abundancia y soltando dólares con generosidad.
—Eso se puede hacer los primeros días, Clint. Sólo disponemos
del dinero conseguido en Bond Pass.
—Yo os entregaré mil dólares más. En Flynnsville vended la
carreta con todo lo que lleva en su interior. Y los caballos.
—¿Cómo llegaremos a Pitts City?
—En la diligencia que sale de Flynnsville. Adquirid ropa elegante
y llegad con un voluminoso equipaje.
—¿Y tú?
—Saldré hacia Pitts City antes de que amanezca. Llegaré mucho
antes que vosotros. ¿Cuál es el mejor hotel?
—El Center.
—Allí os esperaré.
Quedaron en silencio.
Dando por terminada la conversación.
Jeff Stevens fue el primero en incorporarse. No había intervenido
en nada. Aceptando todo de antemano.
Geoffrey Wilson ya había improvisado tres lechos al amparo de la
carreta. Con mantas y sillas de montar como cabezales.
La fogata quedó encendida,
—¿Todo ultimado? —preguntó Wilson, con voz carente de
inflexión.
—Sí, abuelo. Quiero pedirte perdón por...
—Olvídalo, hija. Iré con vosotros. Pitts City es un buen lugar para
morir.
Geoffrey Wilson giró para tumbarse bajó las mantas. Jeff Stevens
le imitó, mientras que Blake se alejaba en dirección a los caballos.
Joanne se introdujo en el carromato.
Ella dormía allí. Al menos lo intentó, pero al cabo de cierto
tiempo se levantó, irritada. Incapaz de conciliar el sueño. Se echó
sobre los hombros una negra capa, descendiendo de la carreta.
Jeff y el anciano roncaban a dúo.
El lecho destinado a Blake continuaba vacío.
La muchacha se alejó hacia la orilla del riachuelo. Allí descubrió a
Blake. Fumando un cigarrillo.
De espaldas a Joanne.
—¿No puedes dormir, Joanne?
La joven se sobresaltó.
Estaba segura de no haber hecho el menor ruido.
—¿Cómo has descubierto mi presencia?
—Los tipos como yo tenemos un sexto sentido. Tampoco puedo
dormir. Una pareja de grillos se está haciendo el amor bajo la
carreta. Así es imposible pegar ojo.
Joanne alzó la mirada al cielo.
—Es una bonita noche...
—No hay luna —replicó Blake—. Tuvo miedo de salir y quedar
eclipsada por el brillo de tus ojos.
—No te hacía tan galante... ¿Has oído al abuelo? —dijo la joven,
deseando cambiar la conversación—. Nos acompaña.
—Era lógico.
—Comentó que Pitts City era un buen lugar para morir. Tiene
razón... Las tierras del Dos Estrellas son maravillosas..., bañadas por
las caudalosas aguas del Pitts River...
Joanne mantenía la mirada fija en aquel placentero remanso. El
riachuelo, de cristalina transparencia, producía destellos en la
oscuridad de la noche.
Las manos de Blake atenazaron los hombros de la muchacha,
obligándola a girar y enfrentar sus miradas.
Se reflejó en los ojos femeninos.
—Ningún sitio es bueno para morir, Joanne... Ni tan siquiera el
Dos Estrellas, La vida es lo más hermoso. No debemos pensar en la
muerte, sino disfrutar cada instante de nuestra existencia. Ahora
mismo... tú y yo...
Blake unió sus labios a los de la joven, a la vez que rodeaba su
cintura atrayéndola contra sí. Joanne le echó los brazos al cuello.
—Clint...
—¿Sí?
—Has resultado más convincente que en tu papel de teniente de
rurales.
Los dos rieron divertidos.
Por muy poco tiempo.
Nuevamente habían unido sus Sabios en un apasionado beso.
CAPITULO IX
Clint Blake llegó a Pitts City bajo un implacable sol que hacía
hervir los guijarros. El astro rey había alcanzado su punto más alto
proyectando con virulencia agostadores rayos.
Las calles de la ciudad aparecían semidesiertas.
Muy pocos se atrevían a desafiar los rigores del sol.
Blake había abandonado el campamento antes del amanecer.
Cabalgó durante toda la mañana sin apenas concederse descanso.
Quería que su llegada a Pitts City fuera desapercibida.
Así ocurrió.
Los escasos viandantes apenas le prestaron atención.
Pitts era una ciudad próspera. Su privilegiado emplazamiento,
entre el Pecos y el Colorado, le permitía abastecer a los mercados de
Nuevo México y Oklahoma. Ciudad ganadera y, por lo tanto,
turbulenta. Sus violentos habitantes cedían siempre la palabra al
revólver. El dinero circulaba en abundancia. De ahí la continua
presencia de vividores, tahúres y pistoleros.
Pitts City era un paraíso para los sin ley.
Clint Blake detuvo su montura frente al Center Hotel.
Un edificio de tres plantas sólidamente construido. De bien
cuidada fachada y amplio porche adornado con profusión de
artísticos quinqués.
Blake penetró en el establecimiento acudiendo a la sala de
recepción.
El empleado del mostrador, un individuo de tez blanquecina, le
dedicó una servil sonrisa.
—Buenos días, señor...
Clint Blake se despojó del sombrero, sacudiéndolo sobre el
mostrador. La polvareda hizo retroceder al recepcionista.
—Hola, amigo... Quiero tres habitaciones. En la misma planta. De
lo mejorcito de la casa. Una de las habitaciones con dos camas.
—¿Tres habitaciones?
—Eso es. Los demás llegarán esta noche. Gente importante.
El hombre arrugó la nariz mientras dirigía una inquisitiva mirada
a Clint Blake.
Cubierto de polvo, pistolera baja, punto de mira limado...
—Temo no poder complacerle, señor. Sólo disponemos de...
El recepcionista no siguió.
Enmudeció al ver cómo Blake le deslizaba un billete de cinco
dólares.
—Ahí fuera queda mi caballo. Hazte cargo de él. Con mucho
cariño. ¿Qué habitaciones has dicho?
La expresión del individuo había cambiado por completo.
Acentuando la hipócrita sonrisa.
—Segunda planta, señor. Habitaciones números 201, 202 y 203.
Esta última es de dos camas.
—Perfecto. Voy a comer algo. Mientras, que me preparen un
baño en la habitación 201.
—Muy bien, señor.
Todo se desarrolló conforme a los deseos de Blake. Después de
una suculenta comida en el saloon del hotel, subió a la habitación.
El baño, seguido de un par de horas de reposo en confortable lecho,
le quitó todo signo de cansancio. También ordenó cepillar sus ropas
y se sometió a los cuidados del experto barbero del hotel.
El Clint Blake que reapareció bajo el porche era muy distinto al
de horas antes.
Incluso olía bien.
Las dos calles más importantes de Pitts City se cruzaban allí.
Aquel punto podía considerarse el centro de la ciudad. Frente al
Center Hotel se alzaba el Banco. A poca distancia el almacén y un
lujoso saloon con el pomposo nombre de Diamond.
Los azules ojos de Blake se posaron en una casa de una sola
planta. De modesto aspecto, aunque sólidamente construida en
piedra y con ventanas enrejadas.
Era la Marshal's Office,
Clint Blake se llevó a los labios uno de los cigarros adquiridos en
el saloon del hotel.
Caminó bajo los porches.
Ya iniciada la tarde, y el sol hacia el ocaso, renació la actividad en
Pitts City. Hombres y mujeres deambulaban por las calles, poblando
los distintos establecimientos.
Blake llegó ante la oficina del sheriff.
Empujó la puerta de entrada.
El individuo que estaba tras la mesa escritorio, cómodamente
sentado y con los pies sobre una de las esquinas de la tabla, dirigió
una indiferente mirada al recién llegado,
Y acto seguido, al instante, dio un respingo incorporándose y
llevando su diestra en busca del «Colt» que pendía del cinturón
canana.
—¡Blake!
Clint Blake se adentró en la estancia con los brazos en alto.
Sonriendo burlón.
—¡Eh, Burt!... ¿Qué infiernos te ocurre?
Burt Conway quedó semiencorvado. Con la mano derecha
aferrando la culata del revólver. En tensión.
—¿Qué haces aquí, Clint? ¿Qué quieres de mí?
—Ah... ¡Ya comprendo! Nada debes temer, Burt, Aquello fue en
Gravy City. Asesinaste cobardemente a una niña y yo te presenté a
las autoridades.
—Me declararon inocente
—Seguro. Inocente del todo. Un jurado formado por cobardes lo
determinó. Nada tienes que temer.
—Tú... juraste darme muerte...
Blake fingió asombro.
—¿De veras? Sin duda se lo prometí al padre de la niña. Sí, ahora
lo recuerdo... Eran momentos difíciles, Burt. Yo estaba como
«pacificador» en Gravy City. Olvidemos todo aquello. No soy
rencoroso. Además... ¿cómo voy a enfrentarme a la máxima
autoridad de Pitts City?
Burt Conway rió nerviosamente.
Como si se percatara por primera vez de la estrella que lucía al
pecho.
—Diablos... Me has asustado, Clint. Lo reconozco. Fue un error
demostrar miedo. Soy el sheriff de Pitts City. Llevo casi un año
desempeñando el cargo.
—Eso honra a la ciudad de Pitts.
—¿Qué quieres decir, Clint? —inquirió Conway, recuperando
aplomo y dejándose caer de nuevo en la silla—. Aquí no necesitamos
«pacificadores». Yo me basto para imponer la ley.
—¿La ley? No me hagas reír, Burt. Pitts City es un nido de
pistoleros, asesinos y tahúres. Toda la basura de Texas es recibida
con los brazos abiertos. Todo ello desde que tú llevas la placa.
—Es posible. Así lo quieren los comerciantes. Es negocio para
ellos la continua llegada de forasteros. ¿Sabes una cosa, Clint? Aquí
no se cometen robos ni asesinatos. Cada cual puede defender su
pellejo siempre que lo haga limpiamente. Esos pistoleros y asesinos
son los primeros en evitar cometer atropellos. Pitts dejaría de ser
una ciudad abierta para ellos.
—Te felicito, Burt... ¿Qué me dices de la banda de Máscara Roja?
¿También ha dejado de cometer robos y asesinatos?
Burt Conway frisaba en los treinta años de edad. De enteca
figura. Aspecto enfermizo, acentuado por unos ojos amarillentos. En
su ya repulsivo rostro destacaba aquel corte en el labio superior.
Cada vez que reía, asomaban sus nicotizados dientes. Como si
careciera de labios.
Sí.
Burt Conway, en conjunto, era nauseabundo.
Por dentro y por fuera.
Su conciencia también era sumamente viscosa.
—¿Máscara Roja? —repitió Conway, dominando con torpeza su
sorpresa por la pregunta formulada—. Sí... Creo recordar algo... Esa
banda desapareció a la muerte de su jefe. Yo personalmente le
descubrí... De ahí me llegó el nombramiento de sheriff. Fue algo
que causó sensación. Un tal Andrew Stevens, propietario del Dos
Estrellas, estaba haciendo trampas en el juego. Le acusé y, al
registrar su levita, se descubrió una máscara roja. Aquel mismo día
se había cometido un robo en el banco de la ciudad... ¡Infiernos!
Una de las personas más honorables de Pitts City resultó ser...
—Conozco la historia, Burt.
—¿Sí?
—Por eso estoy aquí. Soy un pistolero a sueldo, ya lo sabes. Han
contratado mis servicios. Los hijos de Andrew Stevens. Quieren que
descubra al verdadero Máscara Roja y recuperar el Dos Estrellas.
¿Qué te parece?
Conway quedó con la boca abierta.
Incapaz de reaccionar.
Clint Blake sonrió, inclinándose sobre la mesa. Exhaló una
bocanada de azulado humo en dirección al estupefacto rostro del
sheriff.
—¡Eh, Burt!... ¡Despierta!
—Escucha, Clint... Quedó demostrado que Andrew Stevens era el
misterioso Máscara Roja. En cuanto al Dos Estrellas, pasó legalmente
a propiedad de Arthur Hunter y de John Murphy, Apuesto a que te
has dejado engatusar por Joanne Stevens. No te culpo... ¡Infiernos!
Es una verdadera tentación, pero lo cierto es que has aceptado una
misión imposible de realizar.
—¿Me tomas por un patán? No me dejo convencer tan
fácilmente. ¿Sabes qué me decidió? Tu intervención. Sí, Burt. Tu
presencia en aquella partida de póquer. Si tú estás de por medio,
hay juego sucio. Voy a descubrir a los verdaderos culpables, Burt. Y
quiero que me ayudes a conseguirlo.
Conway rió en gutural carcajada.
Emitiendo un siniestro silbido por el hueco de su labio.
—¿Yo? ¡Estás loco!... Si crees que voy a...
Burt Conway se incorporó bruscamente, profiriendo un
desgarrador alarido de dolor. Con desorbitados ojos contempló el
cigarro que Blake había aplastado sobre su mano derecha. Se
percibió un olor a piel quemada.
Dejó de gritar al recibir el puño de Clint Blake en brutal impacto
contra su boca.
Burt Conway se desplomó sobre la silla escupiendo un
ensangrentado diente. Trató de desenfundar su revólver, pero un
súbito y lacerante dolor le paralizó por completo. De sus ojos
desapareció toda visión. Quedó reemplazada por infinitas luces
multicolores.
Blake, cuyo Colt pareció brotarle de la mano, le había golpeado
con el cañón del arma en el tabique nasal. Con la mano izquierda
aferró los cabellos del representante de la ley, impulsándole la
cabeza hacia atrás.
—¿Puedes oírme, Burt?... ¡Responde!
—Sí...
—Perfecto, muchacho. Abre los ojos.
Burt Conway obedeció trabajosamente.
El dolor había hecho brotar lágrimas en sus ojos. Aunque
borroso, vio el cañón del «Colt» apuntando a su cabeza.
—No, Clint..., no me mates...
—Lo prometí’ en Gravy City —silabeó Blake con dura voz—. Se lo
juré al padre de aquella niña... Fue un crimen monstruoso. Digno de
un hijo de perra como tú. Será un placer enviarte al infierno.
—¡No.., no dispares, Clint!... Te diré toda la verdad... Todo cuanto
desees saber relacionado con Andrew Stevens...
—Ya empiezo a imaginarlo, Burt. Resulta muy sospechoso que tú,
un asesino profesional, forme parte de una partida de póquer con
tres importantes caballeros. ¡Empieza a hablar! Sólo así conservarás,
el pellejo.
Blake le soltó.
La sangre manaba ahora por la nariz y labios de Conway.
—Fui... fui contratado por Hunter y Murphy. Me pagaron
quinientos dólares y se me prometió ocupar la plaza de sheriff. Sólo
tenía que acusar a Andrew Stevens de tramposo.
—¿Quién colocó la máscara roja en su levita?
—No lo sé. Lo cierto es que Hunter y Murphy conocían ese
detalle. Cualquiera de ellos pudo hacerlo. Eras íntimos amigos de
Stevens. Yo debía también arengar a los reunidos en el Diamond
para que se linchara a Andrew Stevens. No tenía que salir del saloon
con vida.
—Arthur Hunter y John Murphy presentaron documentos
reclamando importantes sumas de dinero a Stevens. ¿Cómo los
consiguieron?
—Lo ignoro...
—¿Quieres escupir otro diente, Burt?
—¡No lo sé, Clint! ¡Lo juro!... Los tres eran muy amigos. Puede
que le engañaran haciéndole firmar esas falsas deudas. ¡No lo sé! Mi
único trabajo era acusar a Andrew Stevens y hacer que fuera
linchado.
Clint Blake enfundó el «Colt».
Dirigió una fría mirada a Conway.
—¿A qué hora llega la diligencia de Flynnsville?
—Alrededor de las ocho... Dentro de un par de horas,
—Ese es el plazo que te concedo para abandonar la ciudad. Ni un
minuto más, Burt.
Clint Blake giró sobre sus talones, dando despectivamente la
espalda al sheriff.
Conway no aprovechó aquella oportunidad.
Incluso dando la espalda, los hombres como Blake resultaban
endiabladamente peligrosos. Y Burt Conway no quería correr riesgos.
No eran necesarios. Sólo tenía que dar aviso a Arthur Hunter.
Eso sería suficiente para que Clint Blake pasara a ocupar una
plaza en el cementerio de Pitts City.
CAPITULO X
El Diamond era el mejor saloon de Pitts City.
Excelente whisky y mujeres bonitas.
Clint Blake estaba disfrutando de ambas cosas.
Compartía la mesa con una muchacha de cabellos dorados como
el fuego. Rostro sensual aderezado con un gracioso lunar muy
próximo a la comisura de los carnosos labios. Vestía un traje de
terciopelo rojo y negro, con pronunciado escote que mostraba con
amplitud los erguidos senos.
El tirante izquierdo se deslizaba una y otra vez por el torneado
hombro femenino.
Inexplicablemente.
Por más que Blake lo colocaba con extremado cuidado y lentitud.
Acariciando el desnudo hombro de la mujer.
—Mejor que lo dejes, Clint. No te molestes.
—No es molestia, Raquel. Ese es tu nombre ¿no? Tengo muy
mala memoria. Aunque a ti dudo que pueda olvidarte con facilidad.
Almacenas en tu pelo todos los rayos del sol.
—Tienes mucha labia, Clint.
—Soy sincero. Oye, Raquel... ¿cuándo se anima esto? —inquirió
Blake, trazando una mirada por el amplio local—. Me refiero a las
mesas de juego.
—Puedo presentarte a unos amigos que...
—Quiero una partida de póquer sin límites, Raquel.
Apostando fuerte. Con contrincantes de la categoría de Hunter o
Murphy.
Raquel hizo un delicioso mohín.
Como si algo le oliera mal.
—No es prudente jugar contra los poderosos.
—¿Quién te dice que yo no lo sea?
—¿Prudente o poderoso?
Blake rió alegremente.
—Eres una chica lista, Raquel. ¿Qué me dices de Murhpy y
Hunter? ¿Siguen celebrando sus partidas aquí?
—Todos los días. A últimas horas de la noche se dejan ver por el
Diamond, pero dudo que te admitan a la mesa. Son muy...
escrupulosos.
—Yo también selecciono a mis amistades. ¿No te habías dado
cuenta? De todas las chicas del saloon he elegido la más bonita.
—Eres muy...
Raquel no concluyó la frase.
Enmudeció ante la entrada en el saloon de un individuo de
elegante vestimenta. el hombre acudió al mostrador. Sin apartar la
mirada de la mesa ocupada por Blake y la mujer.
Clint Blake se percató de ello.
Atrapó la botella de whisky para servirse un nuevo vaso. Con
fingida indiferencia.
—¿Quién es, Raquel? ¿Hunter o Murphy?
—Arthur Hunter... Yo me largo, Clint. No quiero problemas. Y
Hunter, por la forma de mirar hacia aquí, parece tenerlos contigo.
La mujer se incorporó alejándose prudentemente hacia el fondo
del loca!.
Los batientes del saloon se abrieron de nuevo dando paso a tres
individuos. Iban directos al mostrador, pero uno de ellos se detuvo
bruscamente señalando hacia Blake.
—¡Cuernos de búfalo!... ¡Mirad quién está ahí! ¡Es el fulano que
nos robó los caballos en Abilene!
—Sí, tienes razón. Es él —aseguró otro de los individuos—. ¿Tú
qué dices, William?
El llamado William entornó sus saltones ojos.
—¡Seguro...! Y vamos a darle su merecido. Se llevó tres caballos,
pero ahora también se llevará tres onzas de plomo. ¡En pie,
bastardo!
Clint Blake miró a derecha e izquierda.
—¿Es a mí?
—¡Demasiado lo sabes, hijo de perra!
Blake ahogó un suspiro.
—Sí..., lo sé... Aunque no os esperaba tan pronto. ¿No os
acompaña el bueno de Burt?
Los tres individuos parecían deseosos de terminar cuanto antes.
Por toda respuesta desenfundaron sus armas.
Clint Blake tampoco permaneció inmóvil. Realizó tres
movimientos casi simultáneos. El primero de ellos fue volcar la mesa,
luego arrojarse al suelo y por último sacar su «Colt».
Todo ello en fracción de segundos.
Tres fueron también sus disparos. Tres secas detonaciones que
parecieron confundirse en una sola.
Sólo William, él de los ojos saltones, llegó a apretar el gatillo;
pero con nula precisión. Ya con la mirada nublada por la fría mano
de la muerte. Se desplomó junto a sus dos compañeros que,
instantes antes, habían emprendido camino hacia el infierno.
Blake no llegó a incorporarse.
Se lo impidió la súbita aparición de Burt Conway. Con un rifle en
sus manos. Una vez más fue torpe en reflejos. No esperaba ver tres
cadáveres, sino el de Blake.
Cuando quiso disparar ya era demasiado tarde.
Clint Blake se le anticipó enviándole una bala al pecho. A la altura
del corazón. Muy cerca de la estrella de sheriff.
Conway se aferró a uno de los batientes, pero fue incapaz de
sostenerse. Lentamente resbaló para caer con los brazos en cruz.
Blake se aproximó.
Fijó su fría mirada en el inmóvil Conway.
—Gracias, Burt... Siempre me gustó cumplir mis promesas. En
Gravy City brindarán por tu muerte.
Clint Blake fue ahora hacia el mostrador. Aún no había enfundado
el humeante revólver. Mientras introducía cuatro balas en el cilindro,
desvió la mirada hacia el pálido Arthur Hunter.
Le dedicó una irónica sonrisa.
—¿Hunter?
—Sí...
—Creo que ya ha sido informado de mi trabajo en Pitts City. Le
aconsejo que no vuelva a cometer el error de enviarme pistoleros.
No me gusta derramar sangre... si es que puedo evitarlo. Podemos
llegar a un acuerdo más pacífico. Les espero a usted y a Murphy en
el Center Hotel. No olvide mi advertencia. La próxima vez que me
vea obligado a utilizar el «Colt», será para llenarle las tripas de
plomo.
Clint Blake arrojó unas monedas sobre el mostrador.
Ninguno de los asombrados clientes le cortó el paso.
Su salida al porche del Diamond coincidió con la llegada de la
diligencia procedente de Flynnsville.
***
El regreso de los hermanos Stevens fue muy comentado en Pitts
City.
Con suposiciones para todos los gustos.
La intervención de Clint Blake, cuatro muertos en una sola tarde,
ya era del dominio público. Ya se le conocía por el pistolero
contratado por los Stevens.
Sí.
La noticia había corrido como reguero de pólvora.
De ahí que todas las miradas se centraran en el hotel. Esperando
acontecimientos y la posible reacción de Murphy y Hunter.
Joanne Stevens lucía un elegante vestido que acentuaba aún más
su belleza. También Jeff había cambiado a una levita de excelente
corte e impecables pantalones rayados. El viejo Wilson algo más
discreto que en su farsa de «senador Sellars».
Se hallaban reunidos en una de las habitaciones.
El equipaje aún no había sido desempacado.
Seguían con atención y asombro las palabras de Clint Blake.
—¿Has... has liquidado al sheriff?
—Sí, abuelo. Experimenté la misma sensación que cuando se
dispara contra una babosa.
El anciano chasqueó la lengua.
—Eso te traerá complicaciones. Era un representante de la ley
que...
—No digas tonterías, abuelo. Todo Pitts City conocía la clase de
bicho que tenían por sheriff. Conway era un asesino. Con o sin
estrella. Acabé con él en defensa propia.
Los ojos de Joanne no pudieron ocultar un brillo de profunda
admiración. Fijos en Blake.
—Cielos... No... no puedo creerlo... Apenas llevas un día en Pitts
City y ya has descubierto el complot de que fue víctima mi padre...
—Un momento, Joanne —interrumpió Geoffrey Wilson con grave
voz—. Sufres un error.
—¡Conway confesó! Acusó de tramposo a mi padre siguiendo
instrucciones de Hunter y Murphy. Ellos habían escondido una
máscara roja en su levita. Conscientes de que, al ser descubiertos,
mi padre sería linchado.
—Hunter y Murphy jamás confesarán eso. Y Burt Conway ha
cerrado su boca para siempre.
Blake palmeó la espalda del anciano.
—Tranquilo, Geoffrey. Ya tengo un plan que esta misma noche
llevaré a la práctica. Todo marcha a la perfección. Mejor de lo
esperado.
—¿De qué se trata?
—Hablaremos de él más tarde. Ahora vamos a cenar y hacemos
ver en público. Vuestra llegada ha despertado mucha expectación.
—Debo cambiarme de vestido y asearme un poco...
—Tienes tiempo suficiente, Joanne... Pasaré a recogerte. Jeff,
abuelo..., venid conmigo. Os enseñaré vuestra habitación.
Los tres hombres abandonaron la estancia destinada a Joanne.
Recorrieron el pasillo para detenerse frente a la puerta rotulada
con el número 203.
—Yo no necesito cambiar de ropa ni lavarme —gruñó Wilson—,
Bajo al saloon a tomar un whisky doble.
Jeff Stevens sí penetró en la habitación.
Blake y el anciano quedaron en el corredor.
—Clint...
—¿Sí, abuelo?
Geoffrey Wilson carraspeó.
Como si no encontrara las palabras adecuadas.
—Pues... temo desilusionarte, muchacho; pero no has hecho
ningún progreso. Todo saldrá mal. ¿Por qué no olvidas ese plan y
nos largamos? ¿Has visto ese grupo de curiosos merodeando en
torno al hotel? Están esperando la llegada de John Murphy y sus
pistoleros. Quieren presenciar nuestra muerte. Como cuervos. No
saldrá bien. Lo sé.
—Eres un pesimista, abuelo. Vete a tomar ese whisky doble. Te
levantará la moral.
—¿No me acompañas?
—Debo ultimar unos detalles.
Geoffrey Wilson se alejó hacia la escalera. Semiencorvado.
Arrastrando cansinamente los pies.
Blake le contempló durante unos instantes.
Pensativo.
Giró para introducirse en su habitación. Fue hacia la mesa de
noche para apoderarse de unos cigarros. Luego, con burlona sonrisa,
acudió hacia una puerta situada junto al lavamanos.
Empujó la hoja de madera.
—¿Ya estás preparada, Joanne?
La muchacha, que estaba sentada frente al espejo de un
rudimentario tocador, no pudo evitar un grito de sorpresa. Se había
despojado del vestido. Ahora lucia enaguas de audaz escote que
dejaban al descubierto el nacimiento de sus firmes senos.
—¡Clint...! ¿Qué... qué haces aquí? —balbuceó Joanne atrapando
precipitadamente uno de los vestidos que se amontonaban sobre el
lecho—. ¿Por dónde has entrado?
Blake avanzó sonriente.
—Olvidé mencionarte que nuestras habitaciones se comunican.
La muchacha se cubrió el pecho con el vestido. Con el rostro
bañado en rubor. Instintivamente retrocedió ante el avance de Blake.
—Eres un redomado sinvergüenza... Te ordeno que salgas, Clint.
De inmediato.
—¿Qué ocurrirá si no obedezco?
—Gritaré con todas mis fuerzas. Mi hermano no maneja las
armas, pero es muy bruto con los puños.
—Correré el riesgo. Por un beso tuyo soy capaz de soportar el
más duro de los castigos.
—¡Gritaré, Clint! ¡No des un paso más!
Las manos de Blake se posaron con suavidad en la cimbreante
cintura femenina.
Joanne entreabrió los labios.
Y no precisamente para gritar.
CAPITULO XI
El saloon del hotel estaba muy concurrido. En especial la sala
destinada a comedor. Todas las mesas ocupadas.
Clint Blake y Joanne hicieron su entrada acaparando las miradas
de todos los comensales. El rostro de la muchacha encendido. Con
los ojos llameantes de felicidad. Del brazo de Blake.
Fueron hacia la mesa ocupada por Jeff y el anciano.
—¡Maldita sea! Un poco más y llegáis a los postres.
—Siempre estás renegando, abuelo —dijo Blake ayudando
galantemente a que la joven tomara asiento—. Como senador
Sellars eras un tipo más cordial.
—Tengo mis motivos. En Pitts City vamos a dejar la piel. Es una
locura lo que...
Joanne intervino.
Apretando con sus manos el brazo izquierdo de Wilson.
—Por favor, abuelo... No más discusiones. Ya no podemos
retroceder. Ahora vamos a olvidar nuestros problemas por un
momento. Al menos mientras dure la cena. ¿De acuerdo?
Wilson asintió con un gruñido.
Pese a los buenos deseos, algo vino a turbar la tranquila velada.
Fue a los quince minutos de iniciada la cena.
El recepcionista del hotel cruzó la sala aproximándose a la mesa.
Se inclinó sobre Blake susurrando unas palabras.
—Gracias... Voy al momento —dijo Clint Blake incorporándose de
la silla y sonriendo a sus compañeros—. Disculpadme. Será cuestión
de minutos.
—¿Qué ocurre? ¿Adónde vas?
La pregunta de Joanne quedó sin respuesta.
Clint Blake ya abandonaba el comedor a grandes zancadas.
Dirigió sus pasos hacia la sala de recepción.
Allí le esperaban dos individuos.
Uno de ellos ya le era conocido.
Arthur Hunter.
El otro, sin lugar a dudas, se trataba de John Murphy.
—Buenas noches, caballeros... Señor Hunter... señor Murphy... es
un verdadero placer.
—No es momento de ironías, Blake. ¿Dónde podemos hablar?
—¿Qué les parece mi habitación? Es un lugar discreto y a salvo
de molestas miradas.
Clint Blake, sin esperar respuesta, se hizo a un lado para que los
dos hombres subieran la escalera.
Pudo observarles detenidamente.
Ambos frisaban en los cuarenta o cuarenta y cinco años de edad.
Lustrosos. Con algunas grasas. Acostumbrados a la buena vida y los
placeres. Vestían elegantes. Los dos llevaban cinturón-canana.
Al llegar al pasillo se detuvieron.
—Síganme, por favor —indicó Blake—. Hacia el final. Habitación
201. No está cerrada con llave.
Fue John Murphy quien empujó la hoja de madera.
Los tres hombres penetraron en la habitación.
Blake volvió a cerrar la puerta.
—Bien, caballeros... Celebro que hayan aceptado conversar
conmigo. Me entristece dejar siempre hablar a mi revólver; aunque
debo reconocer que resulta muy convincente.
—No le tenemos miedo, Blake.
—¡Cierra la boca, Arthur! —ordenó John Murphy secamente—. Ya
has cometido bastantes estupideces. Sí, Blake... fue un error enviarle
esos pistoleros. Mi amigo Arthur es muy nervioso. Cuando Conway le
informó de lo ocurrido en su oficina, intentó solucionarlo con tres
pistoleros a sueldo. Le catalogó mal... Yo sí conozco a los tipos
inteligentes. Aquí tiene, Blake. Son suyos.
John Murphy extrajo, con sumo cuidado para evitar
malentendidos, un pequeño envoltorio que arrojó sobre el lecho.
Blake ni tan siquiera desvió la mirada.
—¿Qué es, Murphy?
—Diez mil dólares.
—¡Infiernos...! No esperaba tanto. Muy generoso.
—Sé valorar a mis enemigos. Y usted es peligroso. Lo que Burt
Conway le confesó, en nada nos perjudica. Ni a mí ni a Hunter. Por
otra parte, el bastardo de Conway, está muerto. Sería su palabra
contra la nuestra. Nadie le creería, Blake.
—¿Esos diez mil dólares no son por mi silencio?
Murphy sonrió.
Un fino bigote adornaba su labio superior. Se lo atusó una y otra
vez. Con suficiencia.
—Queremos que desaparezca de Pitts City. Con los hermanos
Stevens. Y que ninguno de ellos pueda volver jamás a interesarse
por el Dos Estrellas. ¿Comprende?
—¿Debo liquidarles?
—Eso es. ¿Qué responde, Blake? Son diez mil dólares. Apuesto a
que nadie le pagó semejante cantidad por un trabajo.
—Cierto,.., aunque he rechazado ofertas superiores. Son muchos
los que se equivocan conmigo. Soy un pistolero a sueldo, pero no un
asesino. No acepto trabajos sucios. Mi revólver siempre está del lado
de la verdad.
Murphy y Hunter intercambiaron una sonrisa.
—¿A quién trata de engañar, Blake? Somos lobos de una misma
camada. Los hermanos Stevens le contaron la historia y consideró
fácil arrebatarnos el Dos Estrellas. Se unió a ellos, ¿no es cierto?
Entonces no defiende una causa justa.
—El rancho les pertenece. Andrew Stevens fue víctima de una
sucia encerrona. El mismo día del robo al Banco ocultaron una
máscara roja en la levita de Stevens. Luego contrataron a Conway
para que le acusara de tramposo e incitara a los presentes a un
linchamiento.
—Todo correcto a excepción de un pequeño detalle.
—¿De veras? ¿Cuál, Murphy?
—No fue necesario ocultar una máscara roja en los bolsillos de
Andrew Stevens. La llevaba siempre consigo. Era una especie de
talismán. Nunca se separaba de ella.
Blake arqueó las cejas.
—No comprendo...
John Murphy volvió a reír con suficiencia.
—¿No? Muy sencillo. Hunter y yo formábamos parte de la banda
de Máscara Roja. Y Andrew Stevens era nuestro jefe.
***
Clint Blake se esforzó en mostrarse impasible. Simulando el
efecto que le habían causado las palabras de Murphy.
—Está mintiendo.
—¿Por qué iba a hacerlo? Andrew Stevens era nuestro jefe. De él
partió la idea de formar una banda de forajidos que asolara la
región. Fue poco después de la guerra civil. Años difíciles. Incluso
para el Dos Estrellas. Andrew era astuto. Nadie sospecharía de tan
honorable hacendado. Mi rancho, insignificante al lado del Dos
Estrellas, también atravesaba serias dificultades, Acepté enrolarme
con Andrew Stevens. Arthur Hunter planeaba los robos más
productivos. Por su condición de banquero estaba al corriente de
traslados de oro y de dinero en las diligencias y otros Bancos
cercanos a Pitts City. Fue una temporada muy fructífera. Máxime
para Andrew Stevens. El se quedaba con la mejor parte.
—Si era vuestro jefe..., ¿por qué traicionarle?
Hunter respondió por su compañero.
—Stevens ya se consideraba satisfecho. Había amasado una
verdadera fortuna y quería retirarse dando por terminadas las
actividades de Máscara Roja. Murphy y yo apenas habíamos
conseguido un puñado de dólares. Decidimos acabar con Stevens.
Sólo nosotros dos conocíamos su doble identidad. Fue fácil hacerle
firmar unos documentos donde reconocía haber hipotecado el
rancho y deber importantes sumas de dinero. Yo era su banquero de
confianza. Creyó firmar unos simples cuestionarios. El robo al Banco
de Pitts City era el último proyectado por Stevens. Y también
nosotros decidimos terminar con él.
—Buscando la ayuda de Burt Conway.
—Correcto, Blake. El pobre Stevens ni tan siquiera llegó a
sospechar de nosotros. Fue linchado en cuestión de segundos. En
Pitts City se odiaba a Máscara Roja.
—Un plan perfecto. Arthur Hunter y John Murphy, convertidos en
propietarios del Dos Estrellas, también decidieron disolver a la
peligrosa banda de forajidos.
—Por supuesto, Blake. ¿Para qué correr más riesgos? Nos
apoderamos de todo lo amasado por Andrew Stevens. Máscara Roja,
una vez muerto, no podía seguir.
—Basta ya de palabras —dijo John Murphy—. Usted ya estaba al
corriente de todo, Blake. Sabía que Andrew Stevens y Máscara Roja
eran una misma persona.
—No... Lo ignoraba.
—¿Acaso no se lo contó el viejo Wilson? El sí lo sabía. Andrew
nos lo comentó el mismo día de su muerte. Geoffrey Wilson le
descubrió en las caballerizas del Dos Estrellas. Supo que el
misterioso Máscara Roja era su admirado amigo Andrew Stevens.
Blake tragó saliva.
Con un nudo en la garganta.
Ahora comprendía las persistentes negativas del anciano a acudir
a Pitts City. Su temor a investigar y que Jeff y Joanne llegaran a
conocer la verdad. Una cruel y amarga verdad.
—Bien, Blake. ¿Qué responde? Aún estamos esperando.
—Diez mil dólares es una tentadora oferta, pero no puedo
aceptar. Va contra mis principios. Tomar ese dinero significaría que
debo acabar con los hermanos Stevens. No disfrutaría de los diez mil
dólares. El juez Douglas Butler pondría precio a mi cabeza.
—¿El juez Butler? ¿Qué diablos tiene que ver en el asunto?
Blake sonrió.
—Ah, es cierto... Disculpen. Olvidé advertirles. El juez Butler,
hombre de reconocida honradez y amante de la justicia, ha
escuchado toda nuestra conversación desde la habitación contigua.
No fue difícil convencerle para que aceptara mi invitación. Siempre
sospechó algo turbio en el linchamiento de Andrew Stevens.
¡Adelante, juez!
La puerta que comunicaba con la habitación contigua se abrió
dando paso a un individuo de plateadas sienes. De unos cincuenta
años de edad. Rostro de duras facciones y una enérgica mirada.
Arthur Hunter palideció.
También su compañero Murphy quedó lívido, pero fue el primero
en reaccionar. Con sorda rabia.
—¡Maldito tramposo...!
Desenfundó su revólver.
Torpemente.
Dominado por la ira.
Fue superado con facilidad por Clint Blake. No disparó a matar.
Se limitó hacer saltar el arma de la mano de John Murphy.
Arthur Hunter también se había apoderado de su «Colt»; pero al
verse encañonado por Blake lo soltó como si quemara.
—Son suyos, juez.
—Ha realizado un buen trabajo, Blake. He telegrafiado a Abilene.
Me envían un agente federal que ocupará interinamente la plaza de
sheriff. Se hará cargo de estos bastardos. Si soy yo el designado
para juzgarles, espero contar con un jurado sin piedad.
Clint Blake iba a hacer un comentario, pero quedó con la palabra
en la boca.
Sorprendido por la presencia de Joanne.
La muchacha, pálida y con los ojos nublados, apareció
procedente de la habitación contigua.
El juez Butler carraspeó.
—No pude impedirlo, Blake... Se cruzó en mi camino cuando me
disponía a subir. Me vi obligado a contarle su plan y se empeñó en
acompañarme. También ella ha escuchado toda la conversación.
Tarde o temprano hubiera conocido la verdad, aunque no tan
duramente. Lo lamento.
Jeff Stevens y el anciano, alertados por el disparo, negaron en
ese momento.
La muchacha corrió a refugiarse en los brazos de Wilson.
Sollozando.
—Perdóname, abuelo... Perdóname...
EPILOGO
Jeff Stevens cabalgaba en cabeza. Canturreando con pastosa voz
una popular balada tejana.
Tras él avanzaba la pesada carreta.
Wilson y Blake en el pescante.
—¡Mal rayo me parta...!
—¿Otra vez renegando, abuelo?
—Fue una estupidez, Clint. ¿Por qué diablos no seguir el consejo
del juez Butler? Aseguró que los Stevens podían recuperar sus
tierras. ¡Tenían derecho a ello!
Blake se atizó un trago de la damajuana.
Se estremeció.
Aún no se había acostumbrado a aquel infernal líquido.
—Ya conoces la respuesta de Joanne. Su padre amasó una
fortuna con malas artes. Y ella renuncia a todo.
—¡Pero las tierras no fueron robadas por Andrew! ¡Eran suyas!
¡Desde hace mucho tiempo!! ¡Luchó por ellas!
—Y temió perderlas.
—¡Sí, maldita sea! Por eso robó. El amor a sus tierras, el miedo a
perderlas, le impulsó por el mal camino.
—De no haber actuado como Máscara Roja... ¿hubiera
conservado el Dos Estrellas? Pregunta sin respuesta, ¿verdad,
abuelo? Tal vez sí o tal vez no. De ahí que Joanne no quiera nada.
—¡Una estupidez! ¿Y ahora? ¡Tenemos una carreta peor que la
anterior! ¡Y vacía! ¿Qué hacemos? ¿Me hago pasar por presidente de
los Estados Unidos? ¿A quién timamos?
—Tranquilo, abuelo. Ya lo hemos decidido. Vamos a juntar
nuestros capitales y adquirir unas tierras en Valle Dorado. Conozco
aquella zona. Magnífica tierra donde construir un hogar. De
momento, el único ganado será el que consigamos capturar. Hay
muchos longhorns vagando por las praderas sin dueño.
—¿Lo tuyo no era pacificar ciudades?
—Lo era hasta que encontré en mi camino a tres farsantes. Todo
cambia, ¿no es cierto?
—Oye, hijo,.. —Geoffrey Wilson desvió la mirada hacia el interior
de la carreta. Joanne parecía dormir plácidamente—. ¿Qué te parece
esto?
El anciano abrió su sucia chaquetilla para mostrar un pequeño
envoltorio.
Le resultó familiar a Blake.
—¡Los diez mil dólares!
—¡Maldita sea...! Baja la voz. Los tomé de la habitación del hotel.
Nadie parecía quererlos. No será necesario dedicarse a la caza de
longhorns, Clint. Compraremos los mejores sementales tejanos.
Blake contempló con admiración al anciano.
Le palmeó la espalda.
—Abuelo..., tú eres de los que jamás cambian.
Wilson sonrió con falsa modestia.
—Gracias, muchacho. Ahora despierta a Joanne. Acamparemos
antes de cruzar los desfiladeros.
Clint Blake pasó al interior de la carreta.
Juntó el cierre de la lona para evitar las posibles miradas de
Geoffrey Wilson.
Al inclinarse sobre Joanne, la muchacha le echó súbitamente los
brazos al cuello.
—Creí que dormías...
—Acabo de despertar. A tiempo de oír al abuelo. Has hecho bien
en no decir nada, Clint —susurró Joanne con dulce sonrisa—.
Hubiera sido un duro golpe para su vanidad el saber que esos diez
mil dólares te los dio el juez como recompensa. Gracias a ti se ha
recuperado gran parte de lo robado en el Banco de Pitts City y otras
localidades. Lingotes de oro de la Milland Company, del Banco de
Russ Creek... Toda una fortuna almacenada en el Dos Estrellas. Dios
mío... aún no puedo creer que mi padre...
Clint Blake cerró la boca de la muchacha con un beso.
La abrazó con fuerza.
Protectoramente,
Sus labios se deslizaron por el frágil cuello femenino.
—Todo eso pertenece ya al pasado, Joanne. Pronto lo olvidarás.
Yo te ayudaré.
Joanne asintió con lágrimas en los ojos.
—Sí, Clint...
FIN