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BIS.azul-255 Adam Surray (1975) Trio de Farsantes

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ADAM SURRAY

TRIO DE FARSANTES

Colección
BISONTE SERIE AZUL n.° 255 Publicación semanal

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - CARACAS - MEXICO
ISBN 84-02-02514-5 Depósito legal: B. 35.366 - 1975
Impreso en España - Printed in Spain
1.a edición: noviembre, 1975
© Adam Surray - 1975
texto
© Miguel García - 1975
cubierta
Concedidos derechos exclusivos a favor de EDITORIAL
BRUGUERA, S. A. Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)

Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S.A. Mora la


Nueva, 2 - Barcelona – 1975
CAPITULO PRIMERO
El jinete cruzó como una exhalación la calle Principal de Bond
Pass. Detuvo el caballo frente a la oficina del sheriff.
Desmontó de un salto.
La falta de agilidad, o tal vez su nerviosismo, le hizo tropezar con
los escalones del porche y caer de bruces.
Sam Dillman, el sheriff de aquel perdido pueblo tejano, rió
divertido. Se encontraba bajo el porche. Cómodamente sentado en
una mecedora. Acariciando con ambas manos una botella de tequila.
No hizo ademán de ayudar al caído.
—¿Qué le ocurre, compañero? ¿Ya está borracho de buena
mañana?
El individuo se incorporó con soez maldición.
Frisaba en los treinta años de edad. Desmesuradamente alto.
Rostro alargado. Algo caballuno. Bajo el sombrero asomaba
abundante pelo rojizo. Vestía levita y pantalones oscuros. No llevaba
armas.
—¿Ya ha pasado la diligencia, sheriff ?
Dillman volvió a reír.
Ahora en estridente carcajada.
—¿La diligencia?... ¡Infiernos! Es usted un tipo gracioso...
Sospecho que se refiere a la Overland Mail procedente de El Paso,
¿verdad? Por aquí no pasa ninguna otra. Cada dos meses se deja
ver. Y muy poco. Jamás se detiene. Los forasteros que visitan Bond
Pass no utilizan la diligencia. Tienen demasiada prisa por alcanzar la
frontera mexicana, ¿comprende? Son tipos con la cabeza puesta a
precio.
—¿Toda esa parrafada quiere decir que no ha llegado la
diligencia?
El sheriff arrugó la nariz.
Ya no le hacía gracia el individuo pelirrojo.
—Oiga, hermano... ¿por qué ese interés? Ya le he dicho que la
diligencia no se detiene en Bond Pass. Pasa por esta misma calle,
me cubre de polvo y sigue viaje.
—Hoy se detendrá.
—¿De veras? ¡Qué bien! Avisaré a los niños. Nunca han visto de
cerca a una diligencia.
—Haría mejor en dar aviso al alcalde y demás autoridades de
este villorrio. Hoy se define el futuro de Bond Pass. Puede
convertirse en un pueblo importante... o ser borrado del mapa.
—¿De qué diablos está hablando?
El individuo llevó su diestra al bolsillo superior de la levita.
Extrajo una cartulina que tendió al representante de la ley.
Sam Dillman la atrapó. Extendió la mano a la vez que echaba la
cabeza hacia atrás entornando los ojos.
—Ja...James... Curtis... Se...secre...secreto...
—¡Secretario!
—¡Oh, sí!... Secretario privado... del senador... Sellars... ¡Del
senador Sellars! ¡Hubert Sellars!
El sheriff se incorporó como impulsado por un resorte.
Instintivamente se cuadró ante el individuo. Luego, al percatarse de
lo improcedente del saludo, enrojeció.
—¿Qué se le ofrece, señor Curtis? ¿Puedo servirle en algo? Estoy
a su total disposición.
El llamado James Curtis movió la cabeza de un lado a otro. Con
apesadumbrado gesto.
—Creo que. no se percata del problema, sheriff. La diligencia
procedente de El Paso, con dirección a San Antonio, hará una
excepcional parada en Bond Pass. El senador Sellars pernoctará
aquí.
Dillman bizqueó.
—¿Dónde?
—¡Maldita sea! ¡Aquí, en el hotel de Bond Pass!
El sheriff quedó con la boca entreabierta. Representando su
rostro la viva imagen de la idiotez.
Aquella falta de reflejos irritó a Curtis.
—Oiga, sheriff... ¿Qué otra autoridad tenemos en Bond Pass? ¿A
quién puedo dirigirme para que organice al senador Sellars el
recibimiento que merece?
—Pues... En Bond Pass no existe alcalde, ni juez... Está Jack
Fraker.
—¿Quién es? ¿Algún importante caballero del Sur?
Sam Dillman rió otra vez en sonora carcajada. Casi al instante
ensombreció su rostro. Recordando la personalidad de su
interlocutor,
—Jack Fraker es el dueño de todo Bond Pass. El saloon, el hotel,
el almacén, el Fraker Ranch... Se puede decir que todos los
habitantes del pueblo dependemos de él.
—Entiendo. Quiero hablar con ese tal Fraker.
—Supongo que estará en el saloon... Sígame.
Caminaron bajo los porches.
El sol, aunque ya empezaba a declinar, seguía mostrando su
virulencia.
El saloon se hallaba a poca distancia de la oficina del sheriff. Al
igual que el hotel. Bond Pass se podía considerar como un pequeño
grupo de casas desordenadamente emplazadas.
Penetraron en el local.
James Curtis se tambaleó al recibir el poco suave aroma. Allí
reinaba un pestilente hedor a bestia humana. Tabaco, sudor, licor
fuerte, estiércol, perfume barato... Todo mezclado.
Una mujer bailaba encima del largo mostrador.
Una bella mexicana de bronceada piel. Joven. Luciendo larga
falda de indiana y blusa de semicircular escote que dejaba al
descubierto los torneados hombros; permitiendo también admirar así
el inicio de los opulentos senos. La sensual y frenética danza
formaba remolinos en su falda. Mostrando a ráfagas los bronceados
muslos femeninos.
Todo un espectáculo.
La concurrencia masculina del saloon, acodada sobre el mismo
mostrador, no perdía detalle. Ojos vidriosos por el deseo, bocas
entreabiertas y babeantes...
Un mestizo rascaba la guitarra con entusiasmo.
El baile de la muchacha, tocando a su fin, se hizo más trepidante.
También el griterío resultó ensordecedor. La actuación fue
recompensada con prolongados aplausos.
La mexicana descendió del mostrador acudiendo a una de las
mesas. Con sensual sonrisa. Con turbador palpitar en su agitado
busto.
El hombre a quien iba dirigida la sonrisa se incorporó para recibir
a la mexicana con un beso en la boca.
—Eres una endiablada potranca, Rosita...
—Tú siempre tan galante, Jack...
Jack Fraker era un individuo de cuadrado rostro. Pelo muy
recortado. Ojos de sapo y nariz afilada. De edad próxima a los
cuarenta años. Vestía con discreta elegancia. Contrastada por el
descomunal «Colt» del 45 que pendía del cinturón canana.
Se percató de la presencia del sheriff y del individuo pelirrojo.
—¿Ocurre algo, Sam?
El de la placa asintió.
Con nerviosismo.
—Me temo que sí, Fraker. Le presento a James Curtis, secretario
privado del senador Hubert Sellars.
Jack Fraker rió, haciendo una profunda reverencia.
—Es un placer... Yo soy el general George Armstrong Custer. A
última hora logré escapar de los sioux.
Curtis volvió a mostrar la cartulina.
Chasqueó la lengua.
—La desgracia se cierne sobre Bond Pass. Lamento no haber
encontrado una persona inteligente en todo el pueblo. Ya sufrirá las
consecuencias. Buenas tardes.
Jack Fraker contemplaba la cartulina con incrédulos ojos.
Reaccionó de inmediato.
—Eh, un momento... ¿No es una broma?
—El senador Sellars llegará en la diligencia procedente de El Paso
—respondió James Curtis con fría voz—. Por causas rigurosamente
privadas, pernoctará en Bond Pass. Mañana acudirá su escolta para
recogerle y reemprender viaje con destino a Abilene.
—¡Infiernos!... ¿Por qué precisamente Bond Pass?
—Lo ignoro, Fraker. El senador jamás da explicaciones. Puede
que haya oído hablar de las... características de Bond Pass.
Jack Fraker tragó saliva.
—El senador Sellars ya no pertenece a los rurales de Texas,
¿verdad?
—Por supuesto. Se retiró siendo el máximo dirigente de los
rurales, pero su voz sigue siendo ley. En todo Texas, y con
resultados... —Curtis dirigió una mirada a izquierda y derecha. Tras
la breve pausa, añadió—: ¿Podemos hablar en privado?
—Sí, claro...
Los dos hombres se encaminaron hacia una de las más apartadas
mesas del saloon.
—¿Qué desea tomar, Curtis? Nuestro tequila es el mejor de...
—Estoy en acto de servicio, Fraker.
—Disculpe...
—Voy a serle sincero, Fraker. Bond Pass goza de muy mala
reputación. Su situación, próxima al Río Grande, es plataforma para
todos los forajidos, pistoleros y asesinos que desean escapar a
México. Aquí encuentran refugio, se les suministran armas,
provisiones, caballos... todo a cambio de un buen puñado de
dólares. También en Bond Pass se entregan armas y municiones a
los revolucionarios mexicanos. Y, para terminar, Bond Pass es el
centro de placer para los outlaws de uno y otro lado de la frontera.
Mujeres, juego, licor... Todo ello controlado por un solo hombre.
Dueño y señor de Bond Pass. Por Jack Fraker.
—Soy un simple comerciante que...
—No es a mí a quien ha de convencer, Fraker —interrumpió
James Curtis—. Me tienen sin cuidado sus actividades, aunque sé
que está fuera de la ley. Encubre a los forajidos tejanos, explota a
los habitantes de Bond Pass, vende armas a bandidos mexicanos
que luego realizan sangrientas incursiones en nuestro territorio... Es
usted un mal bicho, Fraker.
—Todo eso son habladurías.
—¿De veras? En Nuevo México se busca a un tal Jack Fraker por
doble asesinato.
—Estamos en Texas.
—Oh, sí... Ya le he dicho que sus actividades no me importan. Es
el senador Sellars quien quiere conocerle personalmente para luego
informar a los Rurales de Texas. Supongo que ya conocerá la fama
del senador.
Unas diminutas gotas de sudor empezaron a perlar la frente de
Fraker.
—¿Qué puedo hacer?
—El senador Sellars ya es un viejo fácil de engañar; pero, para
desgracia de Bond Pass, no llegará solo. Su hija viaja con él.
—¡Ursula Sellars! ¡Virtudes Ursula!
James Curtis asintió con leve movimiento de cabeza.
—Veo que también por aquí se la conoce. Bien, Fraker.
Comprenderá que la situación es difícil. Virtudes Ursula hizo cerrar
ocho locales de diversión en Abilene; en Dallas clausuró tres saloons
y dos salas de juego; en Ross Creek decretó la expulsión de varias
mujeres de vida alegre... Todo ello acompañado de fuertes
sanciones económicas para los propietarios de los locales. Sanciones
que Ursula Sellars considera ayuda para su Asociación de Damas
Defensoras de las Buenas Costumbres.
—Sí... he oído de las andanzas de esa mujer...
—Ursula influye poderosamente en su padre. Ella es la única en
verdad peligrosa. Yo puedo ayudarle a salir de esto, Fraker.
Jack Fraker se inclinó sobre la mesa. Con un brillo de esperanza
en sus ojos.
—¿Cómo?
—Soy un tipo sincero. Siempre con las cartas boca arriba. El
senador es un tacaño. Mi sueldo es bajo y...
—Empiezo a comprender. ¿Cuánto quiere para que el senador
Sellars y su maldita hija no bajen de esa diligencia?
—Eso es imposible de conseguir, Fraker. Ya está previsto el
pernoctar en Bond Pass. Sólo puedo hacer que el senador y su hija
se lleven una impresión favorable del pueblo. No se dará aviso a los
rurales y usted podrá seguir con sus sucios negocios. Todo ello a
cambio de unos... mil dólares.
—¡Infiernos!
—¿Le parece mucho?
—'¡Me parece un robo!
—Como guste —respondió James Curtis haciendo ademán de
incorporarse—. Cuando los Rurales de Texas se dejen caer por aquí
y designen un nuevo sheriff, dudo que pueda continuar con sus
lucrativas actividades.
—Quinientos dólares.
—Ochocientos.
—Seiscientos cincuenta.
—Hecho —sonrió Curtis tendiendo su diestra para cerrar el trato
—. No se arrepentirá, Fraker. Nadie ha quedado descontento de mis
consejos. He salvado a muchos pueblos de la devastadora ira de
Hubert y Ursula Sellars. ¿A qué hora tiene la llegada la diligencia?
Una cadena de oro cruzaba de bolsillo a bolsillo el chaleco de
Fraker. Consultó el reloj.
—Dentro de unos treinta minutos.
—No tenemos mucho tiempo —dijo Curtis levantándose de la silla
—. Empecemos por el saloon. La clientela no es muy... selecta.
Jack Fraker sonrió.
—Algunos de esos hombres trabajan para mí. Son pistoleros sin
escrúpulos, pero necesarios para mantener la disciplina. Otros son
individuos que se han detenido para recuperar fuerzas antes de
cruzar el Río Grande. Forajidos, asesinos, tahúres... Ahí tenemos a
Manos Negras Carson, Johnny el Mestizo, Tom Cooper...
—El senador no debe ver a toda esta basura. En cuanto a esas
mujeres... demasiado llamativas.
—Tengo un rancho a pocas millas de aquí. Haré que todos se
refugien en él mientras dure la estancia del senador.
—Perfecto. Bond Pass debe aparentar una balsa de aceite. Sin
pistoleros ni mujerzuelas.
—Daré las órdenes oportunas.
Jack Fraker acudió al mostrador para intercambiar unas palabras
con uno de los individuos. A los pocos minutos se produjo una
auténtica desbandada. El local quedó casi desierto.
—¿Qué le parece, Curtis? —sonrió Fraker extendiendo los brazos
—. También he ordenado abandonar el hotel. Las dos mejores
habitaciones están siendo preparadas para el senador y su hija.
James Curtis no respondió.
Estaba contemplando con severo rostro los cuadros que
adornaban el saloon.
Nada bucólicos.
Con expresivos títulos.
Ninfas en el Pecos, Baño de Venus en Río Seco, Kitty Mil
Curvas...
—Esos cuadros...
—¿No le gustan?
—¡Ya lo creo! —se le escapó a Curtis desorbitando los ojos al
contemplar el cuadro que representaba a una bella india cuya
vestimenta se limitaba a un arco y una flecha—. Pero deben ser
retirados. Cualquiera de ellos sería suficiente para que Virtudes
Ursula ordenara incendiar el saloon. Para que el senador y su hija
queden satisfechos de su estancia en Bond Pass es preciso que...
Oiga, Fraker... ¿Qué hay de mis seiscientos cincuenta dólares?
Jack Fraker acudió tras el mostrador retornando con un fajo de
billetes.
—Aquí tiene. Si todo sale mal le haré escupir hasta el último
centavo.
James Curtis se embolsó el dinero.
—Tranquilo. Conozco bien al senador Sellars y sé cómo
complacerle. Para la cena prepare un buen asado de pato
acompañado de abundante aguardiente.
—¿Aguardiente? ¿No sería mejor whisky escocés? Tengo una
remesa de la mejor calidad.
—Siga mis consejos, Fraker. Conozco los pequeños Vicios del
senador.
—No las tengo todas conmigo... El senador Sellars tiene fama de
implacable. Su sentido de la ley y el orden es extremadamente
riguroso. A una simple palabra suya, los Rurales de Texas actúan
con... ¡Maldita sea! ¿Por qué diablos eligió Bond Pass? ¿Por qué yo?
¡La visita del senador puede hundirme!
—Yo soy su hombre de confianza, Fraker. Le hablaré bien de
usted. Haré que todo...
El sheriff Dillman penetró precipitadamente en el local.
Con el rostro alterado.
—¡Fraker...! ¡Ya está aquí la diligencia!
CAPITULO II
Jack Fraker temblaba como un flan. A su rostro habían vuelto a
asomar diminutas gotas de sudor.
—¡Condenación...! La diligencia siempre ha pasado por aquí con
horas de retraso. ¡Siempre fue así! ¡Durante años! Y hoy,
precisamente hoy, se le ocurre llegar puntual.
—Tranquilo, Fraker —recomendó Curtis por enésima vez.
Jack Fraker introdujo el dedo índice bajo el cuello de la camisa
tratando de aflojar la corbata de plastrón.
Le faltaba respiración.
—Es mi negocio el que corre peligro, Curtis. Si usted está al
corriente de mis sucias actividades, también lo estará el senador. Y
para completarlo viaja con Virtudes Ursula. Eso significa el fin para
mí. Enviarán a los rurales. Todos mis negocios se irán al inferno y
yo...
—Ya está ahí la diligencia, Fraker. Compórtese con naturalidad. Si
deja de temblar todo saldrá bien.
La diligencia, arrastrada por seis caballos de tiro, hizo su
aparición semienvuelta por una enorme polvareda rojiza. Se adentró
por la calle principal de Bond Pass hasta detenerse con gran
estruendo frente al hotel.
El conductor y su ayudante saltaron del pescante porfiando por
abrir la portezuela.
Ambos se hicieron a un lado con profunda reverencia.
Descendió una mujer.
Aunque para Jack Fraker, que contemplaba la escena con
marcada palidez, aquella mujer era la mismísima Muerte.
Sólo le faltaba la siniestra guadaña.
Su vestido era totalmente negro. Incluso el sombrero y el velo
que cubría su rostro. Guantes también negros. Enlutada de pies a
cabeza.
Sí.
Le faltaba la guadaña.
A continuación descendió un anciano de edad imposible de
definir. Lo mismo podía tener sesenta años que haber sobrepasado
los noventa. Sus movimientos sí eran ágiles.
Vestía con desorbitada elegancia. Levita de excelente corte,
chaleco de seda sobre camisa de popelín inglés, pantalones rayados
y botas de fina piel de becerro. Se cubría con sombrero de copa. Su
diestra empuñaba un bastón con pomo dorado.
—Dentro quedan los guardapolvos, Charles.
Charles, el conductor de la diligencia, siguió encorvado en su
servil reverencia.
—Ha sido un honor contar con usted, senador Sellars. Y, por
supuesto, con su encantadora hija.
La mujer enlutada giró con rapidez.
Como si hubiera sido una serpiente de cascabel.
—¿Quién le ha dicho que soy encantadora?
—Yo... yo... sólo...
—¡Guarde sus estúpidos comentarios!
—Sí... sí, señora... sí, señorita... —tartamudeó el desconcertado
Charles.
El senador Hubert Sellars extrajo varios billetes que ofreció al
turbado Charles. Había alrededor de los cien dólares.
—Aquí tiene. Charles. Para usted y su ayudante. Por todas las
molestias que les hemos ocasionado. Ya sé que la diligencia no tiene
parada oficial en Bond Pass. Siga viaje de inmediato. Los demás
pasajeros no deben verse perjudicados por esta demora.
—Muchas gracias, senador... muchas gracias...
Conductor y ayudante retornaron al pescante. Instantes después
la diligencia se alejaba del pueblo. Sin haber bajado equipaje alguno.
Sam Dillman, como representante de la ley en Bond Pass, se
adelantó nerviosamente.
—Yo... senador... el pueblo de Bond Pass...
—No quiero discursos, sheriff —interrumpió Hubert Sellars con
cascada voz—. Es más, desearía que mi corta visita a Bond Pass
permaneciera ignorada. Estoy aquí por motivos privados, aunque
siempre aprovecho para sacar conclusiones y subsanar defectos. Son
muchos los que he descubierto en las ciudades tejanas.
Sam Dillman tragó saliva.
Incapaz de pronunciar ninguna otra palabra.
Jack Fraker también se había adelantado. En compañía de Curtis.
Este saludó con abierta sonrisa.
—¿Ha disfrutado de un buen viaje, senador?
—Magnífico, Curtis. ¿Desde cuándo nos espera?
—Se puede decir que acabo de llegar. Sólo el tiempo necesario
para que Jack Fraker haya ordenado preparar las mejores
habitaciones del hotel. El señor Fraker, aquí presente, me ha sido de
valiosa ayuda. Es el propietario del hotel y de algunos otros negocios
de Bond Pass. También se le puede considerar como alcalde. Es el
encargado de velar por el bienestar de los honrados habitantes del
pueblo.
El senador tendió su diestra.
—Apelo también a su discreción, Fraker. Mi visita es de riguroso
incógnito. Espero la llegada de cierta personalidad del Gobierno
mexicano. Nos hemos citado aquí, ya que Bond Pass está cerca de la
frontera y parece un pueblo tranquilo. Nuestra estancia será corta.
Ni tan siquiera hemos traído equipaje. Mañana llegará una escolta
formada por un grupo de rurales para recogerme.
Jack Fraker, pese a sentirse desfallecer, mantuvo la sonrisa eh los
labios. Con gran esfuerzo.
—Será un placer tenerle entre nosotros, senador. Le garantizo la
máxima reserva.
—Gracias, Fraker. Esta es mi hija Ursula.
Fraker realizó una leve inclinación de cabeza que fue
correspondida por la mujer.
—¿También es usted propietario del saloon?
—En efecto, señorita Sellars.
—Me agradaría verlo.
Hubert Sellars intervino con alegre carcajada.
—Mi hija gusta de inspeccionar los lugares de diversión. Es
presidenta de la Asociación de Damas Defensoras de las Buenas
Costumbres. En algunos lugares el vicio y corrupción alcanza cotas
verdaderamente inadmisibles. Mi hija corta de raíz todo aquello que
atenta a la moral. Es de suponer que Bond Pass, por su proximidad
con la frontera mexicana, sea un pueblo turbulento. Frecuentado por
forajidos de uno y otro lado del Río Grande.
—No podemos evitar a ciertos visitantes muy molestos, senador;
pero sí mantenemos la ley y el orden. El sheriff se encarga de ello.
En cuanto a mi saloon... no tengo reparo alguno en que su
distinguida hija lo pise. Con ello ya digo bastante.
—De resultar ciertas sus palabras me llevaría una agradable
sorpresa, señor Fraker —dijo Ursula aceptando el brazo de Jack
Fraker—. No sospecha lo vergonzoso que es para mí inspeccionar
ciertos lugares donde las mujeres carecen de pudor y los hombres
son víctimas de depravados vicios.
—Lo comprendo, señorita Sellars.
—Puede llamarme Ursula. Así se me conoce en todo Texas.
Fraker sonrió a la vez que interiormente maldecía a la mujer.
Mantenía el negro velo ocultando su rostro. Aquel detalle también
era conocido en Texas. Se comentaba que, en cierta ocasión, Ursula
levantó su característico velo. Fue para aceptar el beso de un astuto
cazador de dotes. El pobre hombre, al ver el rostro de Ursula,
profirió un alarido de terror y escapó como alma que lleva el diablo.
Malas lenguas aseguran que Virtudes Ursula ya no se quita el velo
ni para dormir.
Llegaron al saloon.
El senador y su hija entraron en primer lugar.
Seguidos de Fraker, Curtis y el sheriff.
Las órdenes de Jack Fraker se habían cumplido a la perfección.
Los obscenos cuadros habían sido retirados y reemplazados por
espejos o paisajes. Un individuo tocaba al piano una romántica y
dulce melodía sureña.
Tres clientes en el local.
El herrero, el encargado de los establos y el barbero. Los únicos
habitantes de Bond Pass que, seleccionados por Fraker, tenían
aspecto de honrados.
El barbero hacía extrañas muecas. Como si quisiera vomitar. El,
acostumbrado al tequila, estaba ahora bebiendo una nauseabunda
zarzaparrilla.
—¿Desea tomar algo, senador?
—Pues sí. Tengo la garganta algo reseca por el viaje. ¿Qué me
recomienda, amigo Fraker?
Jack Fraker intercambió una rápida mirada con Curtis. Este le
hizo un imperceptible guiño.
—Nuestra especialidad es el aguardiente, aunque dudo que sea
bebida apropiada para su exquisito paladar, senador.
—¡Nada de eso! —exclamó Hubert Sellars con entusiasmo—.
Cuando era un simple capitán de rurales me acostumbré a ese
maravilloso licor. ¡Lo acepto!
—¿Señorita...?
La mujer, que contemplaba el local con manifiesto interés, se
volvió hacia Fraker.
—No, gracias... No deseo tomar nada. Estoy en verdad admirada,
Fraker. Su saloon, aunque con inevitables defectos, es digno de
alabanza. Incluso me parece algo demasiado... sorprendente. ¿No
tiene chicas para animar a los clientes?
Jack Fraker desorbitó los ojos como si hubiera oído una
blasfemia.
—Oh, no... Está Rosita, mi mujer. Apenas sale de la cocina. Iré a
buscarla para que…
En ese momento se abrió la puerta situada al final del mostrador.
Apareció Rosita.
Muy distinta a la que horas antes hacía rugir de entusiasmo con
su sensual baile. Ahora lucía un vestido azul pálido de escote cerrado
al cuello y largas mangas. La mexicana, aun dentro de aquel poco
favorecedor vestido, resultaba provocativa. Un vestido prestado que
le quedaba demasiado ceñido. Resaltando en demasía sus senos y
caderas.
Rosita hizo una graciosa reverencia.
El senador ya había vaciado la copa de aguardiente.
—Magnífico, Fraker... Un licor magnífico. ¿Qué le parece si
echamos una partida de póquer hasta la hora de la cena?
Aquella proposición sorprendió a Fraker.
James Curtis acudió de inmediato en su ayuda.
—Fraker no es muy buen jugador, senador; pero ya le he
anticipado Sus deseos. Quedó complacido con la proyectada partida.
¿No es cierto, Fraker?
—Oh, sí... desde luego... Será un placer...
—Entonces empecemos. El póquer es uno de mis pequeños
vicios. ¿Te quedas, hija?
—No papá. Me retiraré a las habitaciones. Señor Fraker... Me
llevo una muy grata impresión de usted y de su saloon. No dudo
que, siendo un defensor de la moral, deseará colaborar con un
donativo para la causa.
—¿Para quién?
—Me refiero a la Asociación de Damas Defensoras de las Buenas
Costumbres. Los fondos son destinados para rehabilitar a mujeres y
hombres que han caído en las garras del vicio. Todos los donativos
son bien recibidos.
Jack Fraker sonrió sacando una pequeña cartera de su levita.
Apartó cien dólares, pero la mujer no hizo ademán de cogerlos.
—Es usted propietario del hotel, del saloon, he visto su nombre
en el almacén... Debe ser más generoso con sus semejantes, Fraker.
Jack Fraker enrojeció.
Hubiera dado aquellos cien dólares por ver el rostro de Ursula,
pero aquel maldito velo desdibujaba sus facciones.
—Yo... no sé...
—La cuota mínima, para hombres de su elevada posición, es de
quinientos dólares.
—Comprendo... yo... disculpe...
Jack Fraker fue tras el mostrador manipulando en uno de los
cajones. Al volver hacia la mujer, se le cruzó James Curtis.
—Ochocientos, Fraker.
La voz de Curtis, aunque apenas un susurro, resultó audible para
Jack Fraker.
Tendió ochocientos dólares a la mujer.
—Gracias, Fraker. Nuestra agrupación le quedará eternamente
reconocida. Si se encuentra alguna vez en dificultades, acuda a mí.
Ahora, si me disculpan, me retiraré a mis habitaciones.
—La acompañaré...
—No se moleste. Mi padre le espera para la partida de póquer. El
sheriff me acompañará.
La mujer se alejó en compañía del representante de la ley.
El senador ya se había acomodado en una de las mesas del
saloon.
—¡Eh, Fraker...! Me gustaría repetir ese aguardiente para
amenizar la velada.
—¡Al momento, senador!
El rostro de Jack reflejaba honda satisfacción.
Seleccionó una caja de los mejores cigarros mientras daba
órdenes a Rosita para que llevara la botella de aguardiente y cuatro
vasos a la mesa.
James Curtis simuló olfatear uno de los cigarros.
—Fraker...
—Acaba de salvar la prueba más difícil. Airosamente.
—¿Ursula?
—Correcto.
—Me ha costado ochocientos dólares, pero los doy por bien
empleados. Todo marcha bien. Incluso es posible que obtenga algún
beneficio de la visita del senador. El pasar armas a la frontera
mexicana se pone cada día más difícil. No me vendría mal una
autorización del todopoderoso Hubert Sellars permitiéndome cruzar
con toda tranquilidad el Río Grande.
—De usted depende, Fraker.
—¿Qué quiere decir?
James Curtis se inclinó confidencial.
—Al senador no le gusta perder. Ni tan siquiera al póquer. De ahí
que comentara que es usted mal jugador.
—Eso me hizo gracia —sonrió Fraker—, Soy capaz de desplumar
al más experto tahúr del Mississippi.
—Pues olvide sus conocimientos, Fraker. Juegue torpemente. Yo
haré otro tanto. El senador debe ganar todas las bazas. Eso le pone
eufórico. Perder es algo inadmisible para Hubert Sellars. Jugó en
cierta ocasión con el alcalde de Dams City. El senador perdió cinco
dólares. Y por esos cochinos cinco dólares, el alcalde de Dams City
pasó dos años en prisión. Acusado de tramposo.
—¡Infiernos!
—Tranquilo, Fraker. Usted ya está alertado. Jugaremos a perder.
¿Quién será el cuarto hombre?
—Pues... Logan, el barbero. ¿Qué le parece?
—Eso poco importa, siempre que bailemos todos al compás
marcado por el senador.
Jack Fraker sonrió feliz.
—Así será, Curtis. Tal como se desarrollan las cosas, empieza a
entusiasmarme la visita del temible Sellars. Le sacaré jugo.
Súbitamente se escuchó un leve grito femenino.
Rosita, que había llevado la botella y los vasos a la mesa del
senador, retornaba al mostrador con cara de asombro y
acariciándose el trasero.
—¡Maldita sea! —murmuró Fraker fulminando a la mexicana con
la mirada—. ¿Qué diablos te ocurre? ¿Por qué has gritado?
—Ese... ese fulano me ha pellizcado...
Jack Fraker bizqueó.
—¿Te refieres al senador?
—¡No había otro en la mesa!
Fraker apretó las mandíbulas conteniendo los deseos de
abofetear a la mujer.
—Estúpida... Eso son los nervios. Imaginaciones tuyas.
Rosita volvió a acariciarse el trasero.
—Yo juraría que...
—¡Eh, amigo Fraker! —llamó Hubert Sellars desde la mesa—.
¿Ocurre algo? Estoy impaciente por comenzar el juego.
—Seleccionaba unos cigarros, senador. Al momento estamos con
usted.
Así fue.
Minutos más tarde se iniciaba el juego.
Una partida de póquer que iba a ser recordada durante muchos
años en Bond Pass. Aunque no por todos sus protagonistas.
Uno de ellos tenía las horas contadas.
CAPITULO III
El jinete llegó cuando las sombras de la noche empezaban a
adueñarse de Bond Pass.
El pueblo aparecía en silencio. Con una tranquilidad y paz
desacostumbrada. Aquella calma resultaba incluso algo sospechosa.
El jinete entornó los ojos.
Intrigado por el silencio reinante.
Desmontó frente al porche del hotel.
Era un individuo joven. De unos treinta años de edad. Rostro de
correctas facciones donde destacaban unos ojos azules de
sempiterno brillo burlón. Vestía chaquetilla de piel cubriendo la negra
camisa de botones plateados y pantalón oscuro. El pañuelo que
anudaba su cuello era blanco. El sombrero, negro y de copa
aplastada, estaba adornado por una estrecha cinta de plata.
Las facciones del individuo, y en especial el azul de sus ojos,
podían resultar algo aniñadas. Esa era la primero impresión que,
brutalmente, quedaba desmentida por el revólver que pendía del
cinturón-canana.
Un bien cuidado «Colt» del 44 modelo militar. Colocado muy
bajo. Con el punto de mira limado y culata muy gastada. La funda
sujeta por una cinta de cuero.
Detalles muy significativos de la peligrosidad del individuo.
El empleado del hotel estaba bajo el porche. Contemplando con
curiosidad al recién llegado. Este se aproximó con una sonrisa.
—¿Qué ocurre en el pueblo? ¿Se ha muerto alguien importante?
—No ocurre nada, forastero.
—¿De veras? Pues esto parece un cementerio... Quiero
habitación y forraje para el caballo.
—Está todo completo.
El individuo volvió a entornar los ojos.
—¿Es una broma?
—Nada de eso —replicó el empleado del hotel—. Esta noche no
hay vacantes, aunque puede pernoctar en el Fraker Ranch. Un par
de millas al sur del pueblo. Si piensa prolongar su estancia, mañana
se traslada al hotel.
El hombre ahogó un suspiro.
—Seguiré camino... Voy a tomar un trago y comer algo. ¿No se
podría cuidar a mi caballo mientras tanto?
—De acuerdo.
El individuo de los ojos azules cruzó la calle en dirección al
saloon. Allí también le sorprendió lo escaso de la clientela. Tres
hombres en el mostrador y cuatro más disputando una partida de
póquer.
—¿Qué va a tomar?
—Whisky. Oiga, amigo... No veo por aquí a Betsy. ¿Quiere
avisarla? Le dice que Clint Blake, su amigo de la infancia, está en
Bond Pass.
El del mostrador lanzó una atemorizada mirada hacia la mesa de
póquer. Bajó la voz.
—Betsy no está...
El brillo burlón se acentuó en los azules ojos de Blake.
—¿No? Bueno... Avise a cualquier otra. Mientras no tenga las
piernas torcidas... No me gusta cenar solo, ¿sabe? Hice amistad con
Betsy la última vez que pasé por aquí. Hace un par de meses.
—No hay ninguna chica en el saloon.
Clint Blake interrumpió el iniciado ademán de llevarse el vaso de
whisky a los labios. Se inclinó sobre el mostrador.
—Escucha, compañero... Llevo varias semanas sin más compañía
que lagartos y coyotes. Si me he detenido en este maldito pueblo ha
sido para platicar con una cara bonita.
—Entonces lárguese al Fraker Ranch —musitó el empleado del
saloon —. Allí encontrará diversión. Y no haga más preguntas o me
veré obligado a avisar al sheriff.
El del mostrador se alejó sin cesar de dirigir nerviosas miradas a
la mesa de juego.
Aquello no pasó desapercibido para Clint Blake. Con el vaso en la
diestra se aproximó a los cuatro hombres que disputaban la partida
de póquer.
Pudo ver el juego de dos de ellos.
El anciano de poblado bigote y elegante levita, con una simple
pareja, fanfarroneaba para hacer creer que disfrutaba de mejor
juego. Resultaba ridículo. Ninguno de sus contrarios, por poco
hábiles que fueran, le daría crédito.
Ese era el pensamiento de Blake.
Pero se equivocó.
Todos cedieron. Incluso Jack Fraker, con su flamante póquer de
damas, se dio por vencido arrojando las cartas.
—¡No consigo ligar juego...!
El senador Sellars rió divertido.
—¿Qué tenía, Fraker?
—Pues... un trío.
El anciano acentuó su risa hasta convertirla en carcajada. Mostró
su juego. Una insignificante pareja formada por el seis de picas y el
seis de diamantes.
—¡Les he engañado!... ¡Lo mío era un «farol»!
—¡Oh, no!... —exclamó Fraker fingiendo un asombro que más
bien era irritación.
Tenía motivos para estar furioso.
El senador Sellars llevaba ganados alrededor de los dos mil
dólares. De esa cantidad, sólo unos doscientos dólares habían sido
cedidos por James Curtis. El resto pertenecían al bolsillo de Fraker.
Sí.
Jack Fraker empezaba a cansarse de aquella ridícula partida.
Se volvieron a repartir los naipes.
Hubert Sellars se percató de la proximidad de Blake. Tras atizarse
el enésimo vaso de aguardiente, chasqueó la lengua.
—Me molestan los mirones, hijo. ¿Serías tan amable de retirarte?
—Por supuesto, abuelo —sonrió Clint Blake—. Disculpe.
Se alejó hacia el mostrador.
Jack Fraker hizo ademán de incorporarse, pero el senador le
retuvo por el brazo.
—Quieto, amigo Fraker. Ese joven ignora que ha hablado con el
senador Sellars. Olvidemos su grosería.
La partida se prolongó treinta minutos más.
Y el dinero se iba acumulando, invariablemente, en el lado de
Hubert Sellars.
Fue James Curtis quien sugirió finalizarla.
—Su hija debe estar intranquila, senador. Es ya muy tarde.
—Sí... Tienes razón, Curtis. Y mañana nos espera una dura
jornada. Amigo Fraker..., ha sido un verdadero placer conocerle.
Jamás olvidaré su hospitalidad ni su magnífico aguardiente. ¿Es
silencioso el hotel?
—Nada turbará su sueño, senador. Personalmente he dado las
órdenes oportunas. ¿Desea ser despertado a una hora determinada?
Los cuatro hombres se incorporaron.
—Oh, no... todo lo contrario. Que nadie nos moleste. Unicamente
cuando llegue mi escolta de rurales. El teniente Mac Clure subirá a
mi habitación. Buenas noches, caballeros.
—Iré con usted...
—No quiero causarle más molestias, Fraker. Mi fiel Curtis me
acompañará. Hasta mañana, amigos.
—Buenas noches, senador —respondieron a dúo Fraker y el
barbero de Bond Pass.
Cuando el senador y su secretario hubieron abandonado el local,
Jack Fraker dio rienda suelta a su irritación maldiciendo como un
poseso.
—¡Mal rayo lo parta! ¡Ese maldito hijo de perra me ha limpiado
alrededor de los dos mil dólares!
—Yo he perdido unos ochocientos... —murmuró el barbero Logan
—, Supongo que me serán reembolsados, ¿verdad, Jack? Me he
limitado a seguir tus instrucciones dejándome ganar y...
—¡Sí...! ¡Sí, maldita sea!... ¡Y ahora déjame en paz!
Jack Fraker quedó solo en la mesa. Mordisqueando furioso el
cigarro. De un violento manotazo arrojó al suelo la ya vacía botella
de aguardiente.
—¡Rosita...! ¡Rosa...! ¿Dónde estás, maldita sea!
Fraker subió la escalera que conducía a la planta superior.
El individuo del mostrador suspiró aliviado.
—Diablos... Espero que Rosita logre calmarle.
El barbero movió la cabeza de un lado a otro. Con escepticismo.
—Lo dudo. Lo de hoy será difícil de olvidar. En mi puerca vida he
tenido ocasión de presenciar infinidad de partidas de póquer.
Recuerdo la del Star en Nueva Orleáns. Un destripaterrones jugaba
contra Manos Finas Sammy.
—¿El tahúr de San Luis?
—El mismo. Manos Finas Sammy se enfrentó a un patán que
apenas conocía las reglas del juego. Y Sammy Dickinson, el tahúr
más famoso de todo el Mississippi, perdió cuarenta mil dólares.
El tipo del mostrador rió divertido.
—El destripaterrones no resultó tal, ¿eh?
—¡Sí...! Era en verdad un granjero de Louisiana. Un tipo vulgar y
torpe, pero con una pasmosa suerte. El mismísimo Satanás parecía
entregarle los naipes para que ligara asombrosas jugadas. Fue algo
fabuloso... Al final, como era de esperar, resultó ganador Manos
Finas Sammy. Cansado de la suerte del patán, sacó su «Derringer»
y le metió un balazo entre los ojos.
—La partida de aquí no fue nada especial.
El barbero agrandó los ojos.
—¿No? ¡Tenías que ver de cerca la cara de Fraker! Sus muecas
para dejarse ganar... En una de las jugadas, cuando había
seiscientos dólares en disputa, Jack renunció. ¡Y tenía cuatro ases y
el comodín! ¡Un repóquer! ¡Tenías que verle! Parecía sudar sangre.
No, diablos... Jack no olvidará fácilmente. Y el bastardo del senador
reía como un condenado. Creyendo que ganaba con...
—Silencio, Logan.
La indicación del empleado, motivada por la proximidad de Clint
Blake, fue obedecida por el barbero.
Los dos hombres quedaron en silencio.
—¿Puedo comer algo? —interrogó Blake con ironía—. No me diga
que el cocinero también se ha largado al Fraker Ranch.
—¿Por qué no cena en el hotel?
—Esa era mi intención, pero el hotel está a rebosar. Ni una sola
plaza. Curioso, ¿eh?
—Está bien... Huevos, jamón, queso y tortas de maíz. Eso es
todo lo que puedo ofrecerle.
—Perfecto. Media docena de huevos fritos, con ese jamón y
terminaré con una buena dosis de queso. Mientras lo preparan
tomaré otro whisky.
La botella quedó sobre el mostrador.
El empleado desapareció tras la puerta que conducía a la cocina.
—¿Un trago, amigo? —invitó Blake al barbero.
—¡Seguro! —exclamó Logan para, casi al instante, rectificar. Sin
duda temiendo posibles preguntas—. No... ahora recuerdo que debo
irme... es muy tarde...
Clint Blake quedó solo en el saloon.
Era el único cliente.
Se despojó del sombrero para mesar su rebelde cabello rubio.
Con la botella de whisky se acomodó en una de las mesas.
Ahogó un bostezo.
Ocurrían cosas muy extrañas en Bond Pass.
Un hotel vacío que no disponía de plazas, un saloon sin chicas ni
clientes, calles solitarias y silenciosas...
Sí.
Bond Pass, uno de los pueblos fronterizos sin ley y centro de
toda clase de vicios, resultaba sospechosamente aburrido.
Clint Blake culminó la cena con una taza de negro y humeante
café. También le fue proporcionado un aromático veguero. A falta de
otra diversión, se dedicó a contemplar más detenidamente los
cuadros que adornaban el local.
Fabulosos.
Merienda campestre, Niños jugando a la gallinita ciega,
Puesta de sol, Pajaritos en el nido...
Blake sacudió la cabeza.
Como si temiera ser víctima de una pesadilla.
Unas pisadas le hicieron desviar la mirada.
Jack Fraker descendía la escalera con expresión ya más calmada.
Incluso sus labios esbozaban una leve sonrisa. Había cambiado de
vestimenta rechazando la incómoda corbata de plastrón.
Súbitamente el crepitar de unos disparos, acompañado de
estridentes gritos y galope de caballos, rompió el silencio de la
noche.
Se hicieron más audibles.
Jack Fraker corrió hacia uno de los ventanales.
A tiempo de ver a los tres jinetes que disparaban al aire sus
revólveres y proferían alaridos de júbilo. Desmontaron frente al
porche del saloon.
Fraker, con el rostro congestionado por la ira, les salió al
encuentro cuando ya empujaban los batientes del local.
Tres individuos cortados por un mismo patrón.
Los tres de negro. Como cuervos. Rostros semicubiertos por
barba de varios días. Sucios. Apestando a sudor.
Eran los Brothers Casey.
Donald, Billy y Peter.
Tres hermanos con la cabeza puesta a precio en Kansas, Nuevo
México y en el mismísimo Texas. Reclamados por incontables
asesinatos y robos.
—¡Malditos idiotas! —gritó Fraker— ¡Enfundad esas armas!
Donald, el mayor de los Casey, bizqueó perplejo.
—¿Qué ocurre, Jack?
—¡Guardad silencio! ¡Nada de gritos ni disparos!
Los Brothers Casey contemplaron estupefactos el desierto saloon.
Se miraron entre sí. Sin comprender.
Billy, que por saber leer y escribir se consideraba el más
inteligente, se adelantó despojándose del descolorido sombrero.
—¿Quién se ha muerto, Jack?
Fraker enrojeció.
—¡No se ha muerto nadie, maldita sea! ¿Sabéis quién está aquí?
¿En Bond Pass? ¡Él senador Hubert Sellars en persona! Acompañado
de su hija. De esa bruja llamada Ursula.
El estupor se acentuó en los Casey.
—¿Quieres repetir eso, Jack?
Clint Blake se encaminaba en ese momento hacia la salida.
Fraker esperó a que abandonara el saloon para responder a Donald
Casey.
—Ya lo habéis oído. El senador Sellars y su hija están en el hotel.
Quiero que Bond Pass parezca un pueblo tranquilo. La palabra de
Sellars es ley. Una simple orden suya, y los Rurales de Texas...
—Conocemos la fama del senador Sellars. Y la de Virtudes
Ursula. No se habla de otra cosa en todo Texas.
—Entonces comprenderéis que mi posición es muy delicada y...
—Déjame seguir, Jack —interrumpió Donald Casey—. En todo
Texas no se habla de otra cosa que de la reciente muerte del
senador Sellars.
Fraker quedó con la boca abierta.
Reaccionó con leve tartamudear.
—¿Es... es... una broma, Donald?
—Hubert Sellars murió ayer. En su domicilio de Abilene. Junto a
él se encontraba su hija Ursula.
—¡Eso no puede ser cierto! ¡Están aquí! ¡Los dos!
—En El Paso no se habla de otra cosa, Jack. El Tribuna lo destaca
en sus titulares. Ayer fue día de luto. Las noticias llegan aquí con
mucho retraso.
Fraker se pasó una mano por la frente.
Aturdido.
—Están aquí... en el hotel... Llegaron en la diligencia..., jugué
con él...
Billy Casey rió en desaforada carcajada.
—Creo qué empiezo a comprender... Te has dejado engañar por
unos farsantes. ¿Cuánto te han sacado, Jack?
—Pues... alrededor de los tres mil dólares. Dos mil en la partida
de póquer y ochocientos de donativo para la Asociación de Damas
Defensoras de las Buenas Costumbres. Sin contar los seiscientos
cincuenta dólares que solté al secretario del senador.
—¿Asociación de qué...? —repitió Billy Casey sin contener las
lágrimas que acudían a sus ojos motivadas por la risa. Sus dos
hermanos le coreaban con ruidosas carcajadas.
El rostro de Fraker palideció. A sus ojos asomó un siniestro brillo
que no presagiaba nada bueno.
—Acompañadme al hotel... Si son unos farsantes les espera la
más horrible de las muertes. Nadie se burla de Jack Fraker. Si todo
es un embuste vuestro, también sufriréis las consecuencias.
—Te acompañamos gustosos, Jack. Será un placer saludar al
poderoso Sellars y a su diabólica hija.
Los cuatro hombres abandonaron el saloon.
Al entrar en el hotel, el recepcionista se incorporó de un salto
forzando una sonrisa que paliara su somnolencia.
—Buenas noches, señor Fraker. Todo sin novedad. En el hotel
reina un total silencio.
Jack Fraker no le hizo el menor caso.
—Vamos. Están en la segunda planta. Ocupando las habitaciones
de...
—Disculpe, señor Fraker —interrumpió el empleado del hotel—.
La señorita Sellars prefería que las habitaciones no dieran a la
fachada principal y que estuvieran en la primera planta. Eligió la
cinco, seis y siete.
—¡Seguro! —volvió a reír Billy Casey—. Así pueden saltar sin ser
vistos. Apuesto a que ya están camino de Río Grande. Hacia México.
En Chihuahua se pueden hacer muchas cosas con tres mil dólares.
Jack Fraker se precipitó hacia la escalera.
Con el «Colt» en su mano derecha.
Ya sin ningún temor a sufrir un error. Consciente de que había
sido burlado por un trío de farsantes.
Recorrió el pasillo a grandes zancadas.
De violento patadón abrió la puerta señalizada con el número
cinco.
Vacía.
Igual ocurrió en las habitaciones números seis y siete.
Jack Fraker retornó a la sala de recepción donde le esperaban los
sonrientes Brothers Casey.
—Voy tras ellos, Donald —silabeó Fraker con ronca voz—. Quiero
que me acompañéis tú y tus hermanos.
—¿Por qué nosotros? ¿Dónde están tus pistoleros?
—En mi rancho. Perdería mucho tiempo enviándoles aviso.
Además... quiero que seáis vosotros mis acompañantes. Los tres
pistoleros más crueles y sanguinarios de Texas. Es un trabajo para
vosotros.
—¿Un trabajo?
Jack Fraker asintió.
A sus ojos volvió el satánico brillo.
—Sí... Esos tres mil dólares que me han timado serán vuestros.
Con una sola condición. Quiero que esos farsantes tengan una
muerte lenta... muy lenta. Quiero ver cómo se retuercen implorando
piedad... y cuando estén convertidos en guiñapos, yo,
personalmente, les meteré un balazo entre ceja y ceja.
CAPITULO V
El anciano lucía una grasienta buckskin (1), camisa de dril y
descoloridos pantalones embutidos en botas de altas cañas. Estaba
apoyado en una de las ruedas de la carreta. Saboreando una pastilla
de tabaco de mascar.
(1) Chaquetilla de piel.

A poca distancia, junto a la fogata donde humeaba el café, se


encontraba la muchacha.
Joven.
De unos veintidós años de edad. De negro y sedoso pelo que
caía despreocupadamente sobre sus hombros. Rostro de atractivas
facciones. Vestía una camisa de franela a cuadros que no ocultaba
su feminidad. Los senos, breves y erguidos, se delineaban bajo la
tosca tela. Un pantalón se ajustaba a su cintura y caderas
acentuando las mórbidas curvas. Calzaba botas de montar.
—Ya puedes avisar a Jeff, abuelo. El café está preparado.
El anciano no pareció oír a la muchacha. Algo reclamaba su
atención. Un lejano punto móvil que parecía nacer tras el horizonte.
—Alguien nos va a estropear el desayuno, Joanne.
—¿Qué quieres decir?
El anciano extendió el brazo derecho señalando hacia aquel
indefinido punto. Entornó los ojos marcando aún más las arrugas de
su rostro,
—Allí... Vamos a tener visitas Un jinete.
Joanne siguió la mirada del anciano.
Sonrió.
—Crees ver jinetes en todas partes, abuelo. Aquello es una
simple nube de polvo que pronto desaparecerá borrada por el
viento.
—Soy zorro viejo, Joanne. No sopla la menor brisa. El rocío aún
baña la pradera. Ese polvo rojizo sólo puede ser ocasionado por los
cascos de un caballo.
La joven le dedicó más atención.
Sí.
El anciano tenía razón. Se aproximaba un jinete. Sin prisas. Muy
lentamente. Sin forzar su montura.
—¿Crees que...?
—No, hija. Tranquilízate. Es un solo hombre. Dejemos dormir a
Jeff. Así no levantaremos sospechas. Sigue preparando el café corno
si nada ocurriera.
Las facciones del jinete ya eran visibles.
Un individuo de ojos azules y burlona sonrisa.
—Buenos días, amigos... ¿Llego a tiempo para el café?
—¡Por supuesta! —exclamó el anciano acercándose al recién
llegado—. Siempre resulta agradable compartir los alimentos con el
prójimo. Mi nombre es Geoffrey Wilson. Esta es mi nieta Joanne.
El jinete desmontó.
Fijando su mirada en la muchacha.
Más de lo correcto y con deliberada insolencia. Recorriendo con
los ojos el escultural cuerpo femenino.
—¡Infiernos...! Jamás lo hubiera imaginado.
Geoffrey Wilson arqueó las cejas.
—¿A qué te refieres, muchacho?
—Puedes llamarme Clint. Ese es mi nombre. Clint Blake. Decía
que es una gran sorpresa descubrir que tras la siniestra Virtudes
Ursula se esconde tan encantadora belleza. ¿Es su hija o su nieta...,
senador?
El anciano palideció.
También el rostro de Joanne rivalizó con la azucena.
—Creo que te equivocas, muchacho —rió el anciano
cascadamente—. Yo soy Geoffrey Wilson, y ella es mi nieta Joanne.
Soy un humilde buhonero, tal como puedes leer en la lona de mi
carromato.
—¿De veras? Es curioso... Me recuerdas a un tipo muy elegante
que jugó una partida de póquer en Bond Pass. El fulano lucía un
blanco bigote.
—Yo no lo llevo, Y en cuanto a vestir con elegancia...
Clint Blake sonrió palmeando la espalda del anciano.
—Sí, ya veo...; aunque para un buhonero resulta fácil adquirir un
buen disfraz. Apuesto a que en la carreta dispones de un gran
surtido de ropa.
—Es mi oficio. Vendo de todo. Desde una regadera hasta el
maravilloso elixir contra el reuma. Y, por supuesto, ropa de toda
clase. Chaquetillas de piel, camisas, pantalones de fuerte tela para
los vaqueros...
—Echaré un vistazo. A mi me interesa adquirir una levita, un
chaleco de seda, unos pantalones rayados y un bastón con pomo
dorado.
—De eso no tengo nada. Mis clientes no suelen ser gente fina.
—Yo sí lo soy, Geoffrey. Encontraré esa ropa.
—No permito que nadie meta las narices en mi carreta.
Blake chasqueó la lengua.
Con falso pesar.
—No trates de impedirlo, abuelo. Tu situación ya es bastante
complicada. No la empeores.
Clint Blake se encaminó hacia el carromato.
No llegó a él.
Por el pescante asomó un individuo de pelo rojizo. Con un
«Winchester» en las manos Encañonando a Blake.
—¡Un paso más y le vuelo la cabeza!
—¡Bien hecho, Jeff! —aplaudió el anciano—. ¡No dejes de
encañonarle! Engancharé los caballos y nos largaremos de aquí.
La muchacha intervino.
Furiosa.
—¡Lo has estropeado todo, Jeff!
El individuo de pelo rojizo parpadeó.
—¿Yo? ¿Por qué? Este fulano hubiera descubierto...
—De nada nos habría acusado. Eran simples sospechas que
ahora, con tu aparición, hemos confirmado.
—Te equivocas, nena... —dijo Blake, sin abandonar la cínica
sonrisa—. Lo sé todo. Ayer os vi casualmente cuando deteníais la
diligencia de El Paso para conversar con el conductor. Me sorprendió
tan pintorescos personajes. Una dama enlutada de pies a cabeza y
un anciano con elegante vestimenta. En plena llanura y sin caballos
ni vehículo alguno. A poca distancia descubrí a Jeff camuflando la
carreta para luego montar en uno de los caballos y emprender
camino hacia Bond Pass.
—¿Y qué?
—Yo estuve ayer en Bond Pass. Llegué a ver algo de esa partida
de póquer. Muy interesante.
—De acuerdo, tipo listo —replicó Joanne con firme voz—. Vas a
recibir tu premio. Jeff...
—¿Sí, Joanne?
—Dale un culatazo en la nuca. No muy fuerte, pero sí suficiente
para que duerma un par de horas.
—Eso sería un lamentable error, Joanne. Me habéis caído
simpáticos por el simple hecho de timar a Jack Fraker. No pensaba
informar a mis superiores. Unicamente recuperar el dinero y
entregárselo a Fraker. Así se evitarían represalias. Ese era mi
propósito, pero si soy atacado se os perseguirá con todo el rigor de
la ley.
—¿Quién es usted?
Clint Blake abrió su chaquetilla de negra piel.
Sobre la camisa brilló una placa. Una estrella de cinco puntas
grabada en un círculo. El distintivo de los Rurales de Texas.
—Es... es... un rural... —balbuceó Wilson casi sin voz.
—Correcto, abuelo. Clint Blake, teniente de los Rurales de Texas.
CAPITULO VI
El pelirrojo dejó caer el rifle.
El viejo Geoffrey Wilson, sintiendo flaquear sus piernas, se apoyó
en uno de los árboles. Joanne, pese a la marcada palidez de sus
facciones, parecía la más serena.
Clint Blake rompió el tenso silencio.
—Es una pena recalentar más ese aromático café... ¿Por qué no
lo tomamos? Me agradaría aclarar ciertos puntos.
El pelirrojo descendió de la carreta.
Joanne repartió sendas tazas de café junto con tortas de maíz y
pan untado en mantequilla
—Quiero conocer con detalle todo el plan.
—Ya lo sabe, maldita sea...
Blake sonrió.
—No, abuelo. Tan sólo una parte. Empecemos por vuestros
verdaderos nombres.
—Se lo hemos dicho. Yo soy Geoffrey Wilson. Ellos son los
hermanos Stevens. Jeff y Joanne. No son mis nietos, aunque he
convivido con ellos desde que nacieron.
—Al teniente Blake no le interesan esos detalles —intervino
Joanne—. Desea conocer únicamente nuestro plan en Bond Pass.
Bien. Ya nos vio al abuelo y a mi subir a la diligencia. Haciéndonos
pasar por el senador Sellars y su temible hija Ursula. Me hermano
Jeff quedó a poca distancia camuflando la carreta con arbustos.
Luego nos adelantó para preparar el terreno en Bond Pass.
Sabíamos que Jack Fraker, cacique del lugar, era un individuo sin
escrúpulos y con la conciencia poco limpia. Temblaría por la visita
del... senador Sellars.
—¿Cómo se consiguió engañar al conductor de la diligencia?
Jamás se detiene en Bond Pass.
—No engañamos al conductor. Cien dólares fue suficiente para
convencerle. Colaboró con nosotros creyendo que todo se trataba de
una inocente broma.
—¿Cuánto le han sacado a Fraker?
Joanne desvió la mirada hacia su hermano para que respondiera
a la pregunta.
—Poco más de los tres mil dólares.
Clint Blake echó hacia atrás el ala de su sombrero acentuando la
sonrisa. Silbó con admiración.
—No está mal... Máxime en un fulano como Fraker, que se
considera astuto e incapaz de soltar un centavo sin recibir beneficio.
¿Cuándo abandonasteis Bond Pass?
—Apenas el abuelo hubo terminado la partida de póquer. Jeff ya
había dejado los caballos a la salida del pueblo. Nos deslizamos por
la ventana del hotel y, amparados por las sombras de la noche,
emprendimos camino hacia el sur.
—En dirección al fronterizo Río Grande.
—¡Seguro! —exclamó Geoffrey Wilson, reemplazando a la
muchacha—. Cuando Fraker descubriera el engaño saldría en
nuestra persecución. Sospechando que intentaríamos cruzar la
frontera mexicana. Y nosotros, después de dejar visibles huellas,
dimos un rodeo cabalgando en dirección opuesta a Río Grande. En
busca de la carreta. De no ser por ti, todo hubiera Salido bien.
Blake chasqueó la lengua.
—No, abuelo. No se despista fácilmente a un individuo como
Fraker. Tarde o temprano hubiera dado con vosotros.
—Lo dudo. Estamos muy lejos de Bond Pass. Jack Fraker, cuando
cansado de esperar decidiera subir a las habitaciones del hotel, ya
sería muy entrada la mañana y...
—Fraker descubrió el truco ayer. Y apuesto a que salió en vuestra
persecución camino de Río Grande. Puede que la noche haya
dificultado el seguir la pista; pero terminaría por daros caza.
—¿Cómo nos descubrió? —interrogó Jeff Stevens—. Parecía muy
confiado...
—Poco después de terminada la partida, llegaron unos amigos de
Fraker. Procedían de El Paso. Anunciaron la muerte del senador
Hubert Sellars.
—¡No!
—Sí, abuelo.
—¡Maldita sea!... También es casualidad. Todo Texas comentaba
la salud de hierro que gozaba el senador Sellars. ¡Y tenía que
morirse ahora!
—Qué importa eso —dijo Joanne, introduciendo las tazas en un
recipiente lleno de agua—. Todo ha terminado para nosotros.
—¿Por qué dices eso, hija? Blake no piensa detenernos, ¿verdad,
muchacho? Le entregamos el dinero y aquí no ha pasado nada.
Puede enviar también nuestras sinceras disculpas al señor Fraker.
Clint Blake se rascó la patilla izquierda.
Pensativo.
—Pues... no sé... Mi deber es detenerles.
—Antes habías dicho que...
—Impongo una condición.
—¡Aceptada de antemano!
—¿Hablas en nombre de los tres, abuelo?
—Seguro. ¿No es cierto, hijos? —inquirió el anciano, lanzando
alternativas miradas a Jeff y Joanne—. Somos un grupo muy unido.
—De acuerdo. Vamos a por ese dinero.
Joanne acudió a la carreta.
Por su parte trasera.
Apartó la lona, penetrando en el carromato.
—Vosotros dos quedáis aquí —ordenó Blake—. Voy a echar un
vistazo. No acabo de fiarme y temo una sucia jugada.
Geoffrey Wilson agrandó los ojos.
—¿Contra un teniente de rurales? ¡No estamos locos!
Clint Blake subió también a la carreta.
Descubrió a Joanne arrodillada frente a un descomunal baúl.
Rodeada de los más dispares objetos. Aquello era un verdadero
almacén rodante.
—¿No podía esperar fuera? ¿Teme que me quede con algún
dólar?
Blake no contestó.
Sus ojos hablaron por él. Recorriendo de nuevo ávidamente el
cuerpo femenino.
—Aquí lo tiene... No falta un centavo.
Clint Blake atrapó la bolsa de cuero. Sin molestarse en abrirla
para comprobar su contenido. La ajustó al cinturón, quedando oculta
por la chaquetilla de piel.
Sonrió con marcado cinismo,
—Unicamente falta la condición impuesta por mí, Joanne. Soy un
tipo muy especial. Me conformo con cualquier cosa.
—¿Qué quiere?
—Un beso.
La muchacha enrojeció.
—Está loco.
—Sé que debería pedir algo más, pero no me gusta abusar. Un
beso, Joanne. Esa es mi condición.
—¡Váyase al diablo!
Clint Blake se encogió de hombros.
—De acuerdo..., pero nos iremos juntos. Tú, Jeff y el abuelo.
Cumpliré con mi deber y os presentaré a las autoridades.
Cuando Blake hizo ademán de bajar de la carreta, la joven se
precipitó para retenerle por el brazo.
—¿Habla en serio? ¿Es ésa su... su condición?
—Sí, nena. Ya te he dicho que me conformo con cualquier cosa.
Joanne se arreboló hasta la raíz de los cabellos.
Furiosa por la impertinencia de Blake.
—Tenía entendido que los rurales de Texas eran unos caballeros.
—Algunos sí lo son.
—Bien. Adelante, Blake. Estoy dispuesta,
Clint Blake sonrió burlón.
Atenazó los hombros de la muchacha inclinándola hacia atrás,
para acto seguido sellar sus labios con un beso,
Joanne permaneció inmóvil todo el tiempo.
Rígida e insensible.
Al igual que una muñeca de cera.
—Hubieras podido colaborar un poco, Joanne...
La joven se pasó el dorso de la mano por los gordezuelos labios.
Una y otra vez. Como si así lograra borrar el beso recibido. Iba a
replicar airadamente a Blake, pero éste ya había abandonado la
carreta.
Jeff Stevens y el abuelo acudieron a su encuentro.
—¿Todo en orden?
—Sí, abuelo. Cabalgaré hacia Bond Pass. Quiero evitar que Fraker
tome represalias contra vosotros.
—¿Cuál es tu condición?
Clint Blake, ya con un pie en el estribo, giró la cabeza fijando la
mirada en la carreta.
Joanne se hallaba en el pescante.
Roja como la grana.
—Olvídelo, abuelo. Era algo sin importancia.
Cuando Clint Blake se disponía a montar en el caballo, sonó el
disparo. La bala se incrustó a unas dos yardas del grupo formado
por Blake, Stevens y Wilson.
Era sin duda un disparo de aviso.
Los cuatro jinetes se aproximaban a gran velocidad. Enarbolando
sus rifles.
Blake los reconoció.
Eran los Brothers Casey y Jack Fraker.
***
Fue Jack Fraker el primero en desmontar. Con el rostro crispado.
Deformado en cruel mueca. Comenzó a reír histérico.
—¡Ah, infiernos!.. Nos encontramos de nuevo, ¿eh, «senador»?
¿Qué ha sido de su hermoso bigote?
—Tranquilo, Fraker —dijo Geoffrey Wilson cansinamente—. Todo
fue una inocente broma.
Fraker rió como un poseso.
Con los ojos inyectados.
—¡Oh, sí!... ¡Ahora vamos a divertirnos todos! Donald... ese
pelirrojo fue el que se hacía pasar por el secretario del senador. ¡Los
muy bastardos me la jugaron bien! ¿Dónde está la mujer? La que...
Fraker quedó con la boca entreabierta.
Al igual que los tres Casey.
Joanne había descendido de la carreta. Desafiante. Avanzó con
despectiva mirada. Sin temor alguno.
—¡Rayos!... ¿Esta potranca se hizo pasar por Virtudes Ursula? —
interrogó Donald Casey, mientras devoraba con la mirada a Joanne
—. ¿Cómo diablos te pudo engañar, Jack?
—La muy víbora se cubrió de pies a cabeza. Con un velo y un
vestido de solterona.
Peter, el menor de los Casey, babeó con lujurioso brillo en los
ojos:
—No tienes disculpa, Jack... Es imposible ocultar tantas curvas...
—De lo que no hay duda es de que somos unos tipos con suerte
—dijo Donald Casey—. Vamos a tocar a unos mil dólares por cabeza,
y por si fuera poco, esta belleza nos va a deleitar con sus artes de
transformista. Puede disfrazarse de...
—¡De serpiente!
—No digas tonterías, Peter. Las serpientes van desnudas. Sólo
con la piel.
—¡Precisamente por eso! —rió Peter, siendo coreado por su otro
hermano.
Geoffrey Wilson se adelantó hacia los cuatro individuos.
—¡Basta ya de groserías! Todo está solucionado. Va a recuperar
su dinero, Fraker.
Jack Fraker bizqueó.
Asombrado por aquella desfachatez.
—¿Cómo?... ¿Mi dinero?...
—Correcto, Fraker —asintió el anciano—. Le entregamos el
dinero junto con nuestras sinceras disculpas.
—A ver si lo entiendo... Tomo mi dinero, os doy las gracias y me
vuelvo a Bond Pass, ¿no?
—No es necesario que nos dé las gracias.
—¡Malditos piojosos! ¡No voy a tolerar más burlas! Ese dinero ya
no me importa. ¡Es vuestra piel lo que quiero!
El anciano sonrió, fijando su mirada en Clint Blake. Este
permanecía algo distanciado. Ajeno a todo aquello.
—Diles quién eres, hijo... Tu placa tranquilizará al señor Fraker.
Los cuatro individuos contemplaron suspicazmente a Blake.
—¿Qué nuevo truco estás inventando, maldito viejo?
—Se equivoca, Fraker. Este hombre es...
—¡No más embustes! —cortó Fraker secamente—. ¡Forma parte
del grupo! De seguro se quedó custodiando la carreta. Morirá con
vosotros. Estáis sentenciados. ¡Nadie se burla de Jack Fraker! Con la
chica haremos un trabajo especial, ¿verdad, muchachos?
Los Brothers Casey no contestaron.
Sus lascivas miradas eran harto elocuentes.
—¡Maldita sea, Clint! —exclamó el anciano—. ¡Habla de una
condenada vez! ¡Quieren nuestro pellejo! Muéstrales tu placa. ¿No lo
saben? Este hombre es Clint Blake, teniente de los Rurales de Texas.
Los tres Casey y Fraker rompieron en estridentes carcajadas.
—¡Muy bueno, abuelo!... —aplaudió Donald Casey—. ¡Ha estado
muy bueno!... ¡Nada menos que teniente de rurales!
Billy Casey cesó bruscamente de reír.
Entornó los ojos, fijándolos en Blake.
—Eh, hermanos... ¿No os resulta familiar el nombre de Clint
Blake? También su cara me es conocida... A este fulano le hemos
visto en otra parte.
Donald se rascó tras la oreja izquierda.
Pensativo.
—Sí..., es cierto... No recuerdo ahora...
—¡Ya está! —gritó Billy Casey—. ¡En Bessell City, Kansas! ¡Este
fue el hombre que mató a Bloody Barry! Ahora lo recuerdo... Clint
Blake, el pistolero más famoso de Kansas. Allí ofrecen cinco mil
dólares por su cabeza. Acusado de asesinato.
CAPITULO VII
Geoffrey Wilson balbució unos instantes, incapaz de articular
palabra. En su sarmentoso rostro afloró una mueca de estupor.
Contemplando con incrédulos ojos a Blake.
—Oye, hijo... Eso no puede ser cierto, ¿verdad? Tú... esa placa...
Clint Blake sonrió
—Lo lamento, abuelo. También yo soy un farsante. Esta placa de
los Rurales de Texas la encontré hace un par de meses en Llano
Estacado. Su propietario había sido pasto de los buitres. Sólo le
dejaron la dentadura y la placa.
—Ya no se puede uno fiar de nadie...
—¡Ya basta, maldita sea! —gritó. Fraker—. ¡Ninguno de vosotros
va a quedar con vida! Donald...
—¿Sí, Jack?
—A ese Blake y al pelirrojo, colgadlos de un árbol. Al viejo lo
quiero atado a la cola de mi caballo. Le arrastraré hasta Bond Pass.
—¿Y la chica? —preguntó Billy Casey, sin evitar que un hilillo de
baba asomara por la comisura de sus labios.
En los ojos de Jack Fraker se reflejó crueldad y deseo.
—Yo me encargaré de ella... Vamos a platicar un poco
en el carromato. Quiero que me hable de la Asociación de Damas
Defensoras de las Buenas Costumbres.
—A mis hermanos y a mí también nos interesan esas cosas, Jack.
—Os llegará el turno —replicó Fraker mientras avanzaba hacia la
muchacha—. Ahora cumplid mis órdenes.
Joanne retrocedió.
—¿Que te ocurre?... ¿Acaso no eres la temible Virtudes Ursula?
Yo te voy a...
—Eh, Fraker...
Jack Fraker ladeó levemente la cabeza.
Lo suficiente para que Clint Blake, que se había aproximado en
dos zancadas, le estrellara el puno derecho en la boca.
Con brutal violencia.
Jack Fraker se desplomó con los ojos en blanco, a la vez que
escupía un par de dientes por los ensangrentados labios.
Los Brothers Casey quedaron sorprendidos por aquella súbita
reacción.
—¿Te has vuelto loco, Blake? —reprobó el mayor de los Casey—.
Sólo te queríamos colgar de un árbol. Ahora Fraker te arrancará la
piel a tiras.
Clint Blake entreabrió las piernas, colocando los pulgares sobre la
plateada hebilla de su cinturón canana.
Sonrió fríamente.
—Mi revólver siempre tiene la última palabra.
—¡Eh, hermanos! ¿Habéis oído eso? ¡Nos quiere hacer frente!
¡No hay duda de que está completamente loco!
—No, Donald. Yo le comprendo —dijo Peter con suficiencia—.
Blake prefiere el plomo a la cuerda. Siempre es más honroso.
—De acuerdo, hermano. ¡Vamos a darle el gusto!
Donald era el único que aún mantenía el rifle en sus manos. Billy
y Peter lo habían depositado en la silla antes de desmontar.
De ahí que Donald fuera el primero en recibir el balazo. Cuando
ya el cañón del «Winchester» apuntaba a Blake.
No consiguió apretar el gatillo.
Clint Blake se le había adelantado. De ágil salto se ladeó
arrojándose al suelo, a la vez que desenfundaba el «Colt» con
pasmosa rapidez. Accionó el disparador.
Sí.
La primera bala para Donald Casey.
Peter y Billy, auténticos profesionales del «Colt», se apoderaron
de sus armas vomitando fuego contra Clint Blake; pero éste,
después de su primer disparo, rodó por el suelo esquivando el
mortífero plomo por escasas pulgadas.
Quedó de bruces.
Con el brazo derecho extendido.
Y de nuevo funcionó su «Colt».
Dos veces.
Billy y Peter cayeron al unísono. Ambos con un negro orificio en
la frente.
Los Brothers Casey, siempre inseparables, emprendieron juntos
el largo viaje al Más Allá.
—¡Cuidado, hijo!
La exclamación de Wilson no llegó a tiempo.
Jack Fraker, de rodillas, disparó su «Remington». El nerviosismo,
o puede que por estar aún semiaturdido, le hizo errar.
El proyectil sólo chamuscó el rubio pelo de Blake.
Jack Fraker ya no pudo rectificar.
No se lo permitió Blake que, instintivamente, respondió al fuego.
Con más fortuna que su contrario.
Jack Fraker volvió a caer. Ahora para no levantarse más. Una bala
en el corazón se lo impedía.
—Cielos... ¡Qué carnicería!
El comentario fue del pálido y asombrado Jeff Stevens.
Blake le dirigió una dura mirada.
—Gracias por tu ayuda, Jeff.
—No llevo armas. Soy muy torpe y...
—Yo sí sé disparar —dijo súbitamente Joanne, que se había
apoderado del rifle depositado al pie de la carreta— Y con muy
buena puntería. ¿Quieres comprobarlo, Clint?
—¿Qué haces, Joanne?
—Ese hombre nos engañó, abuelo. ¡Se iba a largar con nuestro
dinero!
—Y también nos salvó la vida. ¿Olvidas lo que esos hombres iban
a hacer con nosotros? Baja el rifle. Estamos entre... compañeros.
¿No es cierto, Clint?
Blake sonrió burlón.
—Por supuesto, abuelo.
—No somos compañeros, Clint. Nosotros jamás utilizamos las
armas. Tú eres un pistolero —dijo Joanne, sin abandonar el
«Winchester».
Blake estaba liando un cigarrillo. Alzó la mirada. De sus azules
ojos desapareció el característico brillo burlón.
—Correcto, nena. No somos compañeros., Yo soy un pistolero.
Me contratan para «pacificar» ciudades donde no impera más ley
que la del más rápido. Alquilo mi «Colt» en defensa de causas que
considero justas. Así me gano la vida.
—No opinan así en Kansas. Se te acusa de asesinato, ¿no es
cierto?
—Jason Warner, uno de los más importantes rancheros de
Kansas, pobló el territorio de pasquines. Ofreciendo cinco mil dólares
por mi cabeza. Fui contratado por los granjeros, que eran vilmente
acosados por Jason Warner, Una de las clásicas guerras entre
granjeros y ganaderos. Liquidé al hijo de Warner. En un duelo. No
me busca la justicia de Kansas, sino los deseos de venganza de
Jason Warner. ¿Satisfecha?
—Todo eso pueden ser embustes.
Clint Blake encendió un fósforo.
Exhaló luego una bocanada de humo en dirección al bello rostro
de Joanne.
—Eso debes saberlo tú, nena. Yo soy un profesional del «Colt».
Tú eres experta en mentiras.
—¡Nosotros no...!
Joanne se interrumpió.
De pronto ocultó el rostro entre sus manos, comenzando a
sollozar. Corrió a refugiarse en el interior de la carreta.
Los tres hombres quedaron perplejos.
—Jamás entenderé a las mujeres, abuelo.
—Yo tampoco, Clint; pero sé lo que le ocurre a Joanne.
Presenciar esas muertes...
—Fraker y los Brothers Casey eran carne de horca. Sobre sus
conciencias albergaban infinidad de crímenes. Texas queda libre de
cuatro alimañas. En Bond Pass respirarán tranquilos.
—Vamos a enterrarles...
—Lo haremos tú y yo, abuelo —dijo Blake—. Jeff puede
enganchar los caballos al carromato. Jack Fraker contaba con un
elevado número de pistoleros. No es prudente permanecer por aquí.
Geoffrey Wilson atrapó dos palas de la carreta.
Comenzaron a cavar a poca distancia del lugar.
En silencio.
Clint Blake solicitó la momentánea ayuda de Jeff, para proceder
al traslado de los cuatro cadáveres.
—¿Sabes lo que le ocurre a Joanne, hijo? —murmuró el anciano,
pasando un sucio pañuelo por la frente—. Te has equivocado con
ella. No es experta en embustes. Lo de Bond Pass era nuestro
primer trabajo. Jamás hemos engañado a nadie. Llevamos cerca de
un año deambulando por Texas en esa carreta. Apenas ganamos
para comer y, desesperados, decidimos timar a Jack Fraker.
—¿Por qué precisamente a él? Era un tipo peligroso.
—Sí. Y también el más granuja. Eso nos animó. Ya conoces el
dicho.
—El que roba a un ladrón...
—Eso es. Joanne ya estaba algo arrepentida. Ahora, con esos
cuatro muertos... Sí, Clint. La has juzgado mal. Ha sido muy duro
para ella. Joanne y Jeff no están acostumbrados a esta clase de
vida. ¿Conoces el Dos Estrellas?
—¿Te refieres al rancho próximo a Pitts City?
—El mismo. Uno de los más importantes del Pecos. Infinidad de
acres, miles de cabezas de ganado, más de un centenar de
vaqueros... Pues bien, Clint. Hace apenas un año, Joanne y Jeff eran
los propietarios del Dos Estrellas.

***
La carreta avanzaba con lentitud.
Las riendas que controlaban a los cuatro caballos de tiro eran
sostenidas mansamente por las huesudas manos de Geoffrey
Wilson. Blake iba a su lado. En el pescante. Joanne permanecía
oculta en el interior del carromato.
Jeff Stevens cabalgaba delante del vehículo.
Montando el caballo del difunto Jack Fraker.
El viejo Wilson ladeó la cabeza para escupir el tabaco de mascar.
Se pasó el dorso de la mano por los labios.
—Alcánzame esa damajuana, Clint. Puedes echar un trago con
toda confianza. Es mezcal. Lo fabrico yo mismo.
Blake atrapó el recipiente, aplicando el gollete a los labios. Un
líquido infernal pareció abrasar su garganta.
—Bueno, ¿eh, hijo?
—¡Dinamita!
—Me temo que tú eres también un tipo refinado. Acostumbrado a
la buena vida. Al igual que Joanne y Jeff.
—Oye, abuelo... ¿Es cierto lo del Dos Estrellas?
Wilson dirigió una mirada a la cerrada lona de la carreta. Como si
temiera la aparición de la muchacha.
—Sí, Clint... Puedes preguntar a cualquiera de Pitts City. El Dos
Estrellas fue construido por Andrew Stevens. Hace ya muchos años.
Después de que participara en el ejército vengador de El Alamo. Yo
fui su primer capataz. Andrew era demasiado joven: Permanecí a su
lado. Vi nacer a Jeff y a Joanne... Ultimamente, por mi avanzada
edad, yo era una figura decorativa.
—¿Qué ocurrió con el rancho?
—A eso iba, hijo. El Dos Estrellas, como todos los ranchos
tejanos, sufrió las consecuencias de la guerra civil. Texas
confederada se sometió a los triunfadores. El Dos Estrellas, con gran
esfuerzo, logró sobrevivir. Superar su perdido esplendor hasta
convertirse en uno de los más importantes de Texas. Cierto día...
Geoffrey Wilson volvió a dirigir la mirada atrás.
Comprobando que la lona continuaba cerrada.
Tras la breve pausa, prosiguió:
—Se cometió un robo en el banco de Pitts City. La banda de
Máscara Roja cometía una fechoría más. Cuatro individuos.
Capitaneados por el mismísimo Máscara Roja. Liquidaron a sangre
fría al cajero y a otro empleado del banco, ¡levándose un botín
cercano a los cien mil dólares. De los cuatro asaltantes, sólo el jefe,
Máscara Roja, se cubría el rostro. Lograron escapar. Aquel mismo
día, en la noche, se celebró la habitual partida de póquer en el
saloon Diamond. Los jugadores eran Andrew Stevens, el banquero
Arthur Hunter, un ranchero llamado John Murphy y un forastero que
respondía al nombre de Burt Conway,
—¿Burt Conway? ¿Un fulano con un profundo corte en el labio
superior?
—El mismo. ¿Le conoces?
Blake asintió con fría sonrisa.
—Seguro. Es un asesino a sueldo. Un loco sanguinario. Le di caza
en Gravy City. Se le buscaba por la violación y muerte de una niña
de catorce años. El jurado, atemorizado por unos compañeros de
Conway, le declaró inocente. Por falta de pruebas.
—Pues el tal Burt Conway es ahora sheriff de Pitts City, Se le dio
el cargo después de su brillante servicio. El descubrió la identidad
del misterioso Máscara Roja. Fue durante la partida de póquer.
Conway acusó a Andrew Stevens de hacer trampas. Asegurando
verle sacar naipes del bolsillo interior de la levita. Andrew Stevens
protestó furioso, infinidad de curiosos presenciaban la partida.
Stevens, para demostrar su inocencia, sólo tenía que vaciar el
bolsillo. Se resistía a ello. Sus propios amigos, Arthur Hunter y John
Murphy, le forzaron. En el bolsillo de la levita se encontró...
—Una máscara roja.
—Sí, Clint. Así fue. De poco sirvieron las protestas de Andrew.
Minutos más tarde era linchado por la multitud. Le colgaron allí
mismo. En una de las vigas del saloon .
—Jeff y Joanne eran los herederos del Dos Estrellas. Legalmente
no...
—Con la muerte de Andrew se descubrieron cosas sorprendentes
—interrumpió el anciano—. El rancho estaba hipotecado en un
préstamo concedido por el banquero Hunter, También se debía una
importante suma al rancho colindante, propiedad de John Murphy.
Ellos son ahora los dueños del Dos Estrellas.
—Una historia muy interesante.
—Sabía que...
Geoffrey Wilson guardó silencio al oír cómo manipulaban en la
lona del carromato.
Se abrió ésta para dejar paso a Joanne Stevens.
—¿Has dormido bien, hija? Ya estamos cerca de Flynnsville.
—Vamos a cambiar de ruta, abuelo.
—¿Cómo?
—He oído cómo contabas la historia de nuestro rancho. ¿Qué te
ha parecido, Clint?
—Interesante —fue la lacónica respuesta de Blake.
Los ojos de la muchacha adquirieron un enigmático brillo.
Quedaron fijos en Blake. En intensa mirada.
—Puedo hacerla aún más interesante, Clint. La mejor zona del
Dos Estrellas es la denominada Llano Bajo.
Una extensa tierra de pastos surcada por el Pitts River. Será tuya,
Clint. Como recompensa por tu trabajo.
Blake arqueó las cejas.
—¿Mi trabajo?... No comprendo.
—Creo que está claro. Quiero recuperar mi rancho —replicó
Joanne con firme voz—. Eres un pistolero a sueldo, ¿no? Pues bien,
Clint. Acabo de contratar tus servicios.
CAPITULO VIII
Clint Blake terminó de liar el cigarrillo.
Con parsimonia.
Sin importarle que Joanne, con la mirada fija en él, esperaba
impaciente una respuesta.
—No acepto, Joanne.
—¿Por qué?
—No te has equivocado al catalogarme como pistolero a sueldo,
pero tengo mi propio código. Soy yo quien selecciona el trabajo y al
cliente. He rechazado ofertas de mil dólares para aceptar cien de un
oprimido granjero.
—Conmovedor.
—Puedes burlarte, nena. No me gusta el trabajo que me ofreces.
Y tampoco me agradas como dienta.
Joanne sonrió despectiva.
—Sé lo que te ocurre. Temes arriesgar el pellejo... Ahora estás
con los bolsillos repletos. Con los tres mil dólares sacados a Fraker.
Cuando te encuentres sin un centavo, volverás a alquilar tu revólver
al mejor postor. ¡Por un puñado de dólares! ¡Sin mirar nada más!
—Joanne...
—Aún no he terminado, abuelo. Clint quiere humillarnos
haciéndonos creer que es un ángel con revólver. Se considera mejor
que nosotros, pero se ha embolsado los tres mil dólares que...
La muchacha enmudeció bruscamente al ver cómo Wilson sacaba
de su chaquetilla un fajo de billetes.
—Aquí está parte del dinero, hija. Me lo entregó Clint. Hizo cuatro
partes. Dos mil quinientos dólares para nosotros. El se quedó con
ochocientos cincuenta.
Joanne inclinó la cabeza.
Sin saber qué responder.
Recorrieron unas doscientas yardas en silencio. Con el solo
sonido del chirriar de la carreta.
El sol ya acudía a ocultarse tras el horizonte, dejando tras de sí
un rojizo resplandor.
—Perdóname, Clint.
Las palabras de Joanne, súbitas e inesperadas, sorprendieron a
Wilson y Blake. Este sonrió tendiendo su diestra, para que la
muchacha se acomodara también en el pescante.
Se sentó entre los dos hombres.
—Todos nos hemos juzgado mal —dijo Blake, mientras que su
brazo derecho rodeaba la cintura de la joven. Con fingida
indiferencia—. Debemos conocernos mejor y...
—Quita el brazo, Clint. Empiezo a conocerte demasiado bien.
Blake obedeció con una carcajada que fue coreada por el viejo
Wilson.
—Oye, Joanne... He estado pensando en esas tierras del Dos
Estrellas. En Llano Bajo, Siempre soñé con ser propietario de una
buena tierra de pastos. Claro que... una tierra sin ganado...
El rostro de Joanne se iluminó.
—Te prometo Llano Bajo y quinientas reses.
—Todo esto es absurdo —protestó el anciano—. ¿No lo
comprendes, hija? El Dos Estrellas ya no te pertenece. Es ridículo
soñar con recuperarlo. Y menos utilizando la violencia.
—No vamos a emplear la violencia. Quiero que Clint demuestre la
inocencia de mi padre, que todo fue un diabólico plan ideado por
Arthur Hunter y John Murphy para apoderarse del Dos Estrellas. A
nosotros nos arrojaron de Pitts City. Como a leprosos. Jeff es
demasiado pacífico... Nuestro padre nos inculcó el odio a la violencia
y a las armas. Ahora, si regresamos con Clint Blake, nadie se
atreverá a expulsarnos de la ciudad.
—¿Y qué más esperas conseguir, hija?
—¡El Dos Estrellas! ¡Nuestro rancho! ¿Qué te ocurre, abuelo? ¡Tú
también has luchado por el Dos Estrellas! ¡Durante años! Tú y mi
padre...
—Olvídalo, Joanne. Debes resignarte.
La joven denegó con enérgico movimiento de cabeza.
—Jamás me resignaré, abuelo. ¡Nunca! En estos meses de cruel
deambular de ciudad en ciudad, no he cesado de pensar un solo
instante en el Dos Estrellas. En rehabilitar el nombre de mi padre.
Con la ayuda de Clint Blake lo conseguiremos.
—Es imposible...
—Lo intentaremos, abuelo —dijo Joanne—, Ya está decidido. Lo
he consultado con Jeff. Se muestra conforme.
—Jeff es incapaz de decidir por sí solo. Todo cuanto tú le dices
está bien para él. No cometas locuras, hija. Olvida el Dos Estrellas.
En Pitts City no nos recibirán con los brazos abiertos. John Murphy y
Arthur Hunter son ahora los más poderosos. Y cuentan con la
colaboración de Burt Conway, convertido en sheriff. ¿Qué podemos
hacer nosotros?
Joanne dio la espalda al anciano, para fijar sus ojos en el
silencioso Blake.
—¿Qué dices tú, Clint?
Blake dudó unos instantes.
Era una misión difícil y peligrosa.
Con nulas posibilidades de éxito.
Una leve sonrisa asomó al rostro del pistolero.
—Se puede intentar, Joanne.

***
Habían acampado al refugio de unos árboles que poblaban la
orilla de un tranquilo riachuelo.
Ya envueltos por las sombras de la noche.
Se encontraban a poca distancia de Flynnsville, pero aquel lugar
ya había quedado descartado.
Los cuatro caballos de tiro, junto con el de Blake y el que
perteneciera a Jack Fraker, pastaban a poca distancia.
Ya habían cenado.
Permanecían reunidos en torno a la hoguera.
Geoffrey Wilson, cuyo rostro había perdido todo signo de
jovialidad, se encaró con Jeff Stevens.
—¿Estás seguro de que quieres secundar a tu hermana, Jeff? ¿Te
das perfecta cuenta del riesgo y de la imposibilidad de recuperar el
Dos Estrellas?
Jeff Stevens se encogió de hombros.
—No lo he pensado detenidamente, pero sí acepto el plan de
Joanne. Lincharon a nuestro padre y nos arrebataron el rancho. No
tenemos nada y nada podemos perder.
—La vida, Jeff. ¿Te parece poco?
Joanne intervino para responder al anciano.
—Llevamos cerca de un año vagando por Texas. En muchas
ciudades ni tan siquiera nos han permitido la entrada. Todos los
buhoneros tienen fama de farsantes. Hemos pasado calamidades,
frío e incluso hambre. ¿Sabes qué me decidió a preparar el truco
contra Jack Fraker? ¡Conseguir dinero para poder regresar a Pitts
City! ¡Investigar de nuevo para descubrir...!
—Nada se puede hacer, hija. Murphy y Hunter presentaron
documentos que fueron minuciosamente estudiados por el juez
Butler. No estaban falsificados. El Dos Estrellas hipotecado y con
fuertes deudas a favor de Hunter y Murphy.
—¡Le obligaron a firmar esos papeles o tal vez los consiguieron
con engaños! El Dos Estrellas era uno de los más poderosos del
Pecos. Mi padre no tenía motivos para hipotecarlo ni contraer deudas
de semejante calibre. Todo marchaba a la perfección. ¡Con dinero en
abundancia!
—No hay ninguna posibilidad de éxito, Joanne. Es suicida el
intentar recuperar algo que se ha perdido para siempre.
—¡Ya basta! —exclamó Joanne con una dureza que sorprendió al
anciano—. Lo hemos decidido. No te obligo a seguirnos,. Geoffrey.
¡Puedes seguir con la carreta de buhonero!
Las arrugas se acentuaron en el rostro de Wilson. Dibujando una
amarga mueca. Se incorporó para alejarse lentamente hacia el
carromato.
Clint Blake, que había permanecido al margen de la discusión,
succionó el cigarrillo moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Has sido muy dura con el abuelo, Joanne. El sólo quiere
protegeros. Teme por vuestra vida. Y con sobrada razón. En Pitts
City no os recibirán con buenos ojos.
—Ya le pediré perdón. Estoy muy nerviosa. Ahora vamos al
asunto, Clint. ¿Se te ocurre algún plan?
—¿De quién fue la idea del senador Sellars y su hija?
—Mía.
Blake sonrió.
—Te felicito. Muy inteligente. ¿No se te ocurre nada para Pitts
City?
—¿Qué quieres? ¿Que me presente disfrazada de Billy the Kid,
disparando a diestro y siniestro?
—No lograrías engañarles, Joanne. Tienes demasiadas curvas
que ocultar.
La joven enrojeció.
—No es momento para bromas, Clint.
—Está bien... Tú no tienes ningún plan y yo desconozco el
terreno donde se va a desarrollar la acción. Debo tantearlo antes de
obrar. Ya se nos ocurrirá algo sobre la marcha. Una cosa es
importante. Presentarse en Pitts City con una carreta de buhonero
no es prudente. Las simpatías jamás están del lado de los
fracasados. Vuestro regreso a Pitts City debe ser por todo lo alto.
Nadando en la abundancia y soltando dólares con generosidad.
—Eso se puede hacer los primeros días, Clint. Sólo disponemos
del dinero conseguido en Bond Pass.
—Yo os entregaré mil dólares más. En Flynnsville vended la
carreta con todo lo que lleva en su interior. Y los caballos.
—¿Cómo llegaremos a Pitts City?
—En la diligencia que sale de Flynnsville. Adquirid ropa elegante
y llegad con un voluminoso equipaje.
—¿Y tú?
—Saldré hacia Pitts City antes de que amanezca. Llegaré mucho
antes que vosotros. ¿Cuál es el mejor hotel?
—El Center.
—Allí os esperaré.
Quedaron en silencio.
Dando por terminada la conversación.
Jeff Stevens fue el primero en incorporarse. No había intervenido
en nada. Aceptando todo de antemano.
Geoffrey Wilson ya había improvisado tres lechos al amparo de la
carreta. Con mantas y sillas de montar como cabezales.
La fogata quedó encendida,
—¿Todo ultimado? —preguntó Wilson, con voz carente de
inflexión.
—Sí, abuelo. Quiero pedirte perdón por...
—Olvídalo, hija. Iré con vosotros. Pitts City es un buen lugar para
morir.
Geoffrey Wilson giró para tumbarse bajó las mantas. Jeff Stevens
le imitó, mientras que Blake se alejaba en dirección a los caballos.
Joanne se introdujo en el carromato.
Ella dormía allí. Al menos lo intentó, pero al cabo de cierto
tiempo se levantó, irritada. Incapaz de conciliar el sueño. Se echó
sobre los hombros una negra capa, descendiendo de la carreta.
Jeff y el anciano roncaban a dúo.
El lecho destinado a Blake continuaba vacío.
La muchacha se alejó hacia la orilla del riachuelo. Allí descubrió a
Blake. Fumando un cigarrillo.
De espaldas a Joanne.
—¿No puedes dormir, Joanne?
La joven se sobresaltó.
Estaba segura de no haber hecho el menor ruido.
—¿Cómo has descubierto mi presencia?
—Los tipos como yo tenemos un sexto sentido. Tampoco puedo
dormir. Una pareja de grillos se está haciendo el amor bajo la
carreta. Así es imposible pegar ojo.
Joanne alzó la mirada al cielo.
—Es una bonita noche...
—No hay luna —replicó Blake—. Tuvo miedo de salir y quedar
eclipsada por el brillo de tus ojos.
—No te hacía tan galante... ¿Has oído al abuelo? —dijo la joven,
deseando cambiar la conversación—. Nos acompaña.
—Era lógico.
—Comentó que Pitts City era un buen lugar para morir. Tiene
razón... Las tierras del Dos Estrellas son maravillosas..., bañadas por
las caudalosas aguas del Pitts River...
Joanne mantenía la mirada fija en aquel placentero remanso. El
riachuelo, de cristalina transparencia, producía destellos en la
oscuridad de la noche.
Las manos de Blake atenazaron los hombros de la muchacha,
obligándola a girar y enfrentar sus miradas.
Se reflejó en los ojos femeninos.
—Ningún sitio es bueno para morir, Joanne... Ni tan siquiera el
Dos Estrellas, La vida es lo más hermoso. No debemos pensar en la
muerte, sino disfrutar cada instante de nuestra existencia. Ahora
mismo... tú y yo...
Blake unió sus labios a los de la joven, a la vez que rodeaba su
cintura atrayéndola contra sí. Joanne le echó los brazos al cuello.
—Clint...
—¿Sí?
—Has resultado más convincente que en tu papel de teniente de
rurales.
Los dos rieron divertidos.
Por muy poco tiempo.
Nuevamente habían unido sus Sabios en un apasionado beso.
CAPITULO IX
Clint Blake llegó a Pitts City bajo un implacable sol que hacía
hervir los guijarros. El astro rey había alcanzado su punto más alto
proyectando con virulencia agostadores rayos.
Las calles de la ciudad aparecían semidesiertas.
Muy pocos se atrevían a desafiar los rigores del sol.
Blake había abandonado el campamento antes del amanecer.
Cabalgó durante toda la mañana sin apenas concederse descanso.
Quería que su llegada a Pitts City fuera desapercibida.
Así ocurrió.
Los escasos viandantes apenas le prestaron atención.
Pitts era una ciudad próspera. Su privilegiado emplazamiento,
entre el Pecos y el Colorado, le permitía abastecer a los mercados de
Nuevo México y Oklahoma. Ciudad ganadera y, por lo tanto,
turbulenta. Sus violentos habitantes cedían siempre la palabra al
revólver. El dinero circulaba en abundancia. De ahí la continua
presencia de vividores, tahúres y pistoleros.
Pitts City era un paraíso para los sin ley.
Clint Blake detuvo su montura frente al Center Hotel.
Un edificio de tres plantas sólidamente construido. De bien
cuidada fachada y amplio porche adornado con profusión de
artísticos quinqués.
Blake penetró en el establecimiento acudiendo a la sala de
recepción.
El empleado del mostrador, un individuo de tez blanquecina, le
dedicó una servil sonrisa.
—Buenos días, señor...
Clint Blake se despojó del sombrero, sacudiéndolo sobre el
mostrador. La polvareda hizo retroceder al recepcionista.
—Hola, amigo... Quiero tres habitaciones. En la misma planta. De
lo mejorcito de la casa. Una de las habitaciones con dos camas.
—¿Tres habitaciones?
—Eso es. Los demás llegarán esta noche. Gente importante.
El hombre arrugó la nariz mientras dirigía una inquisitiva mirada
a Clint Blake.
Cubierto de polvo, pistolera baja, punto de mira limado...
—Temo no poder complacerle, señor. Sólo disponemos de...
El recepcionista no siguió.
Enmudeció al ver cómo Blake le deslizaba un billete de cinco
dólares.
—Ahí fuera queda mi caballo. Hazte cargo de él. Con mucho
cariño. ¿Qué habitaciones has dicho?
La expresión del individuo había cambiado por completo.
Acentuando la hipócrita sonrisa.
—Segunda planta, señor. Habitaciones números 201, 202 y 203.
Esta última es de dos camas.
—Perfecto. Voy a comer algo. Mientras, que me preparen un
baño en la habitación 201.
—Muy bien, señor.
Todo se desarrolló conforme a los deseos de Blake. Después de
una suculenta comida en el saloon del hotel, subió a la habitación.
El baño, seguido de un par de horas de reposo en confortable lecho,
le quitó todo signo de cansancio. También ordenó cepillar sus ropas
y se sometió a los cuidados del experto barbero del hotel.
El Clint Blake que reapareció bajo el porche era muy distinto al
de horas antes.
Incluso olía bien.
Las dos calles más importantes de Pitts City se cruzaban allí.
Aquel punto podía considerarse el centro de la ciudad. Frente al
Center Hotel se alzaba el Banco. A poca distancia el almacén y un
lujoso saloon con el pomposo nombre de Diamond.
Los azules ojos de Blake se posaron en una casa de una sola
planta. De modesto aspecto, aunque sólidamente construida en
piedra y con ventanas enrejadas.
Era la Marshal's Office,
Clint Blake se llevó a los labios uno de los cigarros adquiridos en
el saloon del hotel.
Caminó bajo los porches.
Ya iniciada la tarde, y el sol hacia el ocaso, renació la actividad en
Pitts City. Hombres y mujeres deambulaban por las calles, poblando
los distintos establecimientos.
Blake llegó ante la oficina del sheriff.
Empujó la puerta de entrada.
El individuo que estaba tras la mesa escritorio, cómodamente
sentado y con los pies sobre una de las esquinas de la tabla, dirigió
una indiferente mirada al recién llegado,
Y acto seguido, al instante, dio un respingo incorporándose y
llevando su diestra en busca del «Colt» que pendía del cinturón
canana.
—¡Blake!
Clint Blake se adentró en la estancia con los brazos en alto.
Sonriendo burlón.
—¡Eh, Burt!... ¿Qué infiernos te ocurre?
Burt Conway quedó semiencorvado. Con la mano derecha
aferrando la culata del revólver. En tensión.
—¿Qué haces aquí, Clint? ¿Qué quieres de mí?
—Ah... ¡Ya comprendo! Nada debes temer, Burt, Aquello fue en
Gravy City. Asesinaste cobardemente a una niña y yo te presenté a
las autoridades.
—Me declararon inocente
—Seguro. Inocente del todo. Un jurado formado por cobardes lo
determinó. Nada tienes que temer.
—Tú... juraste darme muerte...
Blake fingió asombro.
—¿De veras? Sin duda se lo prometí al padre de la niña. Sí, ahora
lo recuerdo... Eran momentos difíciles, Burt. Yo estaba como
«pacificador» en Gravy City. Olvidemos todo aquello. No soy
rencoroso. Además... ¿cómo voy a enfrentarme a la máxima
autoridad de Pitts City?
Burt Conway rió nerviosamente.
Como si se percatara por primera vez de la estrella que lucía al
pecho.
—Diablos... Me has asustado, Clint. Lo reconozco. Fue un error
demostrar miedo. Soy el sheriff de Pitts City. Llevo casi un año
desempeñando el cargo.
—Eso honra a la ciudad de Pitts.
—¿Qué quieres decir, Clint? —inquirió Conway, recuperando
aplomo y dejándose caer de nuevo en la silla—. Aquí no necesitamos
«pacificadores». Yo me basto para imponer la ley.
—¿La ley? No me hagas reír, Burt. Pitts City es un nido de
pistoleros, asesinos y tahúres. Toda la basura de Texas es recibida
con los brazos abiertos. Todo ello desde que tú llevas la placa.
—Es posible. Así lo quieren los comerciantes. Es negocio para
ellos la continua llegada de forasteros. ¿Sabes una cosa, Clint? Aquí
no se cometen robos ni asesinatos. Cada cual puede defender su
pellejo siempre que lo haga limpiamente. Esos pistoleros y asesinos
son los primeros en evitar cometer atropellos. Pitts dejaría de ser
una ciudad abierta para ellos.
—Te felicito, Burt... ¿Qué me dices de la banda de Máscara Roja?
¿También ha dejado de cometer robos y asesinatos?
Burt Conway frisaba en los treinta años de edad. De enteca
figura. Aspecto enfermizo, acentuado por unos ojos amarillentos. En
su ya repulsivo rostro destacaba aquel corte en el labio superior.
Cada vez que reía, asomaban sus nicotizados dientes. Como si
careciera de labios.
Sí.
Burt Conway, en conjunto, era nauseabundo.
Por dentro y por fuera.
Su conciencia también era sumamente viscosa.
—¿Máscara Roja? —repitió Conway, dominando con torpeza su
sorpresa por la pregunta formulada—. Sí... Creo recordar algo... Esa
banda desapareció a la muerte de su jefe. Yo personalmente le
descubrí... De ahí me llegó el nombramiento de sheriff. Fue algo
que causó sensación. Un tal Andrew Stevens, propietario del Dos
Estrellas, estaba haciendo trampas en el juego. Le acusé y, al
registrar su levita, se descubrió una máscara roja. Aquel mismo día
se había cometido un robo en el banco de la ciudad... ¡Infiernos!
Una de las personas más honorables de Pitts City resultó ser...
—Conozco la historia, Burt.
—¿Sí?
—Por eso estoy aquí. Soy un pistolero a sueldo, ya lo sabes. Han
contratado mis servicios. Los hijos de Andrew Stevens. Quieren que
descubra al verdadero Máscara Roja y recuperar el Dos Estrellas.
¿Qué te parece?
Conway quedó con la boca abierta.
Incapaz de reaccionar.
Clint Blake sonrió, inclinándose sobre la mesa. Exhaló una
bocanada de azulado humo en dirección al estupefacto rostro del
sheriff.
—¡Eh, Burt!... ¡Despierta!
—Escucha, Clint... Quedó demostrado que Andrew Stevens era el
misterioso Máscara Roja. En cuanto al Dos Estrellas, pasó legalmente
a propiedad de Arthur Hunter y de John Murphy, Apuesto a que te
has dejado engatusar por Joanne Stevens. No te culpo... ¡Infiernos!
Es una verdadera tentación, pero lo cierto es que has aceptado una
misión imposible de realizar.
—¿Me tomas por un patán? No me dejo convencer tan
fácilmente. ¿Sabes qué me decidió? Tu intervención. Sí, Burt. Tu
presencia en aquella partida de póquer. Si tú estás de por medio,
hay juego sucio. Voy a descubrir a los verdaderos culpables, Burt. Y
quiero que me ayudes a conseguirlo.
Conway rió en gutural carcajada.
Emitiendo un siniestro silbido por el hueco de su labio.
—¿Yo? ¡Estás loco!... Si crees que voy a...
Burt Conway se incorporó bruscamente, profiriendo un
desgarrador alarido de dolor. Con desorbitados ojos contempló el
cigarro que Blake había aplastado sobre su mano derecha. Se
percibió un olor a piel quemada.
Dejó de gritar al recibir el puño de Clint Blake en brutal impacto
contra su boca.
Burt Conway se desplomó sobre la silla escupiendo un
ensangrentado diente. Trató de desenfundar su revólver, pero un
súbito y lacerante dolor le paralizó por completo. De sus ojos
desapareció toda visión. Quedó reemplazada por infinitas luces
multicolores.
Blake, cuyo Colt pareció brotarle de la mano, le había golpeado
con el cañón del arma en el tabique nasal. Con la mano izquierda
aferró los cabellos del representante de la ley, impulsándole la
cabeza hacia atrás.
—¿Puedes oírme, Burt?... ¡Responde!
—Sí...
—Perfecto, muchacho. Abre los ojos.
Burt Conway obedeció trabajosamente.
El dolor había hecho brotar lágrimas en sus ojos. Aunque
borroso, vio el cañón del «Colt» apuntando a su cabeza.
—No, Clint..., no me mates...
—Lo prometí’ en Gravy City —silabeó Blake con dura voz—. Se lo
juré al padre de aquella niña... Fue un crimen monstruoso. Digno de
un hijo de perra como tú. Será un placer enviarte al infierno.
—¡No.., no dispares, Clint!... Te diré toda la verdad... Todo cuanto
desees saber relacionado con Andrew Stevens...
—Ya empiezo a imaginarlo, Burt. Resulta muy sospechoso que tú,
un asesino profesional, forme parte de una partida de póquer con
tres importantes caballeros. ¡Empieza a hablar! Sólo así conservarás,
el pellejo.
Blake le soltó.
La sangre manaba ahora por la nariz y labios de Conway.
—Fui... fui contratado por Hunter y Murphy. Me pagaron
quinientos dólares y se me prometió ocupar la plaza de sheriff. Sólo
tenía que acusar a Andrew Stevens de tramposo.
—¿Quién colocó la máscara roja en su levita?
—No lo sé. Lo cierto es que Hunter y Murphy conocían ese
detalle. Cualquiera de ellos pudo hacerlo. Eras íntimos amigos de
Stevens. Yo debía también arengar a los reunidos en el Diamond
para que se linchara a Andrew Stevens. No tenía que salir del saloon
con vida.
—Arthur Hunter y John Murphy presentaron documentos
reclamando importantes sumas de dinero a Stevens. ¿Cómo los
consiguieron?
—Lo ignoro...
—¿Quieres escupir otro diente, Burt?
—¡No lo sé, Clint! ¡Lo juro!... Los tres eran muy amigos. Puede
que le engañaran haciéndole firmar esas falsas deudas. ¡No lo sé! Mi
único trabajo era acusar a Andrew Stevens y hacer que fuera
linchado.
Clint Blake enfundó el «Colt».
Dirigió una fría mirada a Conway.
—¿A qué hora llega la diligencia de Flynnsville?
—Alrededor de las ocho... Dentro de un par de horas,
—Ese es el plazo que te concedo para abandonar la ciudad. Ni un
minuto más, Burt.
Clint Blake giró sobre sus talones, dando despectivamente la
espalda al sheriff.
Conway no aprovechó aquella oportunidad.
Incluso dando la espalda, los hombres como Blake resultaban
endiabladamente peligrosos. Y Burt Conway no quería correr riesgos.
No eran necesarios. Sólo tenía que dar aviso a Arthur Hunter.
Eso sería suficiente para que Clint Blake pasara a ocupar una
plaza en el cementerio de Pitts City.
CAPITULO X
El Diamond era el mejor saloon de Pitts City.
Excelente whisky y mujeres bonitas.
Clint Blake estaba disfrutando de ambas cosas.
Compartía la mesa con una muchacha de cabellos dorados como
el fuego. Rostro sensual aderezado con un gracioso lunar muy
próximo a la comisura de los carnosos labios. Vestía un traje de
terciopelo rojo y negro, con pronunciado escote que mostraba con
amplitud los erguidos senos.
El tirante izquierdo se deslizaba una y otra vez por el torneado
hombro femenino.
Inexplicablemente.
Por más que Blake lo colocaba con extremado cuidado y lentitud.
Acariciando el desnudo hombro de la mujer.
—Mejor que lo dejes, Clint. No te molestes.
—No es molestia, Raquel. Ese es tu nombre ¿no? Tengo muy
mala memoria. Aunque a ti dudo que pueda olvidarte con facilidad.
Almacenas en tu pelo todos los rayos del sol.
—Tienes mucha labia, Clint.
—Soy sincero. Oye, Raquel... ¿cuándo se anima esto? —inquirió
Blake, trazando una mirada por el amplio local—. Me refiero a las
mesas de juego.
—Puedo presentarte a unos amigos que...
—Quiero una partida de póquer sin límites, Raquel.
Apostando fuerte. Con contrincantes de la categoría de Hunter o
Murphy.
Raquel hizo un delicioso mohín.
Como si algo le oliera mal.
—No es prudente jugar contra los poderosos.
—¿Quién te dice que yo no lo sea?
—¿Prudente o poderoso?
Blake rió alegremente.
—Eres una chica lista, Raquel. ¿Qué me dices de Murhpy y
Hunter? ¿Siguen celebrando sus partidas aquí?
—Todos los días. A últimas horas de la noche se dejan ver por el
Diamond, pero dudo que te admitan a la mesa. Son muy...
escrupulosos.
—Yo también selecciono a mis amistades. ¿No te habías dado
cuenta? De todas las chicas del saloon he elegido la más bonita.
—Eres muy...
Raquel no concluyó la frase.
Enmudeció ante la entrada en el saloon de un individuo de
elegante vestimenta. el hombre acudió al mostrador. Sin apartar la
mirada de la mesa ocupada por Blake y la mujer.
Clint Blake se percató de ello.
Atrapó la botella de whisky para servirse un nuevo vaso. Con
fingida indiferencia.
—¿Quién es, Raquel? ¿Hunter o Murphy?
—Arthur Hunter... Yo me largo, Clint. No quiero problemas. Y
Hunter, por la forma de mirar hacia aquí, parece tenerlos contigo.
La mujer se incorporó alejándose prudentemente hacia el fondo
del loca!.
Los batientes del saloon se abrieron de nuevo dando paso a tres
individuos. Iban directos al mostrador, pero uno de ellos se detuvo
bruscamente señalando hacia Blake.
—¡Cuernos de búfalo!... ¡Mirad quién está ahí! ¡Es el fulano que
nos robó los caballos en Abilene!
—Sí, tienes razón. Es él —aseguró otro de los individuos—. ¿Tú
qué dices, William?
El llamado William entornó sus saltones ojos.
—¡Seguro...! Y vamos a darle su merecido. Se llevó tres caballos,
pero ahora también se llevará tres onzas de plomo. ¡En pie,
bastardo!
Clint Blake miró a derecha e izquierda.
—¿Es a mí?
—¡Demasiado lo sabes, hijo de perra!
Blake ahogó un suspiro.
—Sí..., lo sé... Aunque no os esperaba tan pronto. ¿No os
acompaña el bueno de Burt?
Los tres individuos parecían deseosos de terminar cuanto antes.
Por toda respuesta desenfundaron sus armas.
Clint Blake tampoco permaneció inmóvil. Realizó tres
movimientos casi simultáneos. El primero de ellos fue volcar la mesa,
luego arrojarse al suelo y por último sacar su «Colt».
Todo ello en fracción de segundos.
Tres fueron también sus disparos. Tres secas detonaciones que
parecieron confundirse en una sola.
Sólo William, él de los ojos saltones, llegó a apretar el gatillo;
pero con nula precisión. Ya con la mirada nublada por la fría mano
de la muerte. Se desplomó junto a sus dos compañeros que,
instantes antes, habían emprendido camino hacia el infierno.
Blake no llegó a incorporarse.
Se lo impidió la súbita aparición de Burt Conway. Con un rifle en
sus manos. Una vez más fue torpe en reflejos. No esperaba ver tres
cadáveres, sino el de Blake.
Cuando quiso disparar ya era demasiado tarde.
Clint Blake se le anticipó enviándole una bala al pecho. A la altura
del corazón. Muy cerca de la estrella de sheriff.
Conway se aferró a uno de los batientes, pero fue incapaz de
sostenerse. Lentamente resbaló para caer con los brazos en cruz.
Blake se aproximó.
Fijó su fría mirada en el inmóvil Conway.
—Gracias, Burt... Siempre me gustó cumplir mis promesas. En
Gravy City brindarán por tu muerte.
Clint Blake fue ahora hacia el mostrador. Aún no había enfundado
el humeante revólver. Mientras introducía cuatro balas en el cilindro,
desvió la mirada hacia el pálido Arthur Hunter.
Le dedicó una irónica sonrisa.
—¿Hunter?
—Sí...
—Creo que ya ha sido informado de mi trabajo en Pitts City. Le
aconsejo que no vuelva a cometer el error de enviarme pistoleros.
No me gusta derramar sangre... si es que puedo evitarlo. Podemos
llegar a un acuerdo más pacífico. Les espero a usted y a Murphy en
el Center Hotel. No olvide mi advertencia. La próxima vez que me
vea obligado a utilizar el «Colt», será para llenarle las tripas de
plomo.
Clint Blake arrojó unas monedas sobre el mostrador.
Ninguno de los asombrados clientes le cortó el paso.
Su salida al porche del Diamond coincidió con la llegada de la
diligencia procedente de Flynnsville.

***
El regreso de los hermanos Stevens fue muy comentado en Pitts
City.
Con suposiciones para todos los gustos.
La intervención de Clint Blake, cuatro muertos en una sola tarde,
ya era del dominio público. Ya se le conocía por el pistolero
contratado por los Stevens.
Sí.
La noticia había corrido como reguero de pólvora.
De ahí que todas las miradas se centraran en el hotel. Esperando
acontecimientos y la posible reacción de Murphy y Hunter.
Joanne Stevens lucía un elegante vestido que acentuaba aún más
su belleza. También Jeff había cambiado a una levita de excelente
corte e impecables pantalones rayados. El viejo Wilson algo más
discreto que en su farsa de «senador Sellars».
Se hallaban reunidos en una de las habitaciones.
El equipaje aún no había sido desempacado.
Seguían con atención y asombro las palabras de Clint Blake.
—¿Has... has liquidado al sheriff?
—Sí, abuelo. Experimenté la misma sensación que cuando se
dispara contra una babosa.
El anciano chasqueó la lengua.
—Eso te traerá complicaciones. Era un representante de la ley
que...
—No digas tonterías, abuelo. Todo Pitts City conocía la clase de
bicho que tenían por sheriff. Conway era un asesino. Con o sin
estrella. Acabé con él en defensa propia.
Los ojos de Joanne no pudieron ocultar un brillo de profunda
admiración. Fijos en Blake.
—Cielos... No... no puedo creerlo... Apenas llevas un día en Pitts
City y ya has descubierto el complot de que fue víctima mi padre...
—Un momento, Joanne —interrumpió Geoffrey Wilson con grave
voz—. Sufres un error.
—¡Conway confesó! Acusó de tramposo a mi padre siguiendo
instrucciones de Hunter y Murphy. Ellos habían escondido una
máscara roja en su levita. Conscientes de que, al ser descubiertos,
mi padre sería linchado.
—Hunter y Murphy jamás confesarán eso. Y Burt Conway ha
cerrado su boca para siempre.
Blake palmeó la espalda del anciano.
—Tranquilo, Geoffrey. Ya tengo un plan que esta misma noche
llevaré a la práctica. Todo marcha a la perfección. Mejor de lo
esperado.
—¿De qué se trata?
—Hablaremos de él más tarde. Ahora vamos a cenar y hacemos
ver en público. Vuestra llegada ha despertado mucha expectación.
—Debo cambiarme de vestido y asearme un poco...
—Tienes tiempo suficiente, Joanne... Pasaré a recogerte. Jeff,
abuelo..., venid conmigo. Os enseñaré vuestra habitación.
Los tres hombres abandonaron la estancia destinada a Joanne.
Recorrieron el pasillo para detenerse frente a la puerta rotulada
con el número 203.
—Yo no necesito cambiar de ropa ni lavarme —gruñó Wilson—,
Bajo al saloon a tomar un whisky doble.
Jeff Stevens sí penetró en la habitación.
Blake y el anciano quedaron en el corredor.
—Clint...
—¿Sí, abuelo?
Geoffrey Wilson carraspeó.
Como si no encontrara las palabras adecuadas.
—Pues... temo desilusionarte, muchacho; pero no has hecho
ningún progreso. Todo saldrá mal. ¿Por qué no olvidas ese plan y
nos largamos? ¿Has visto ese grupo de curiosos merodeando en
torno al hotel? Están esperando la llegada de John Murphy y sus
pistoleros. Quieren presenciar nuestra muerte. Como cuervos. No
saldrá bien. Lo sé.
—Eres un pesimista, abuelo. Vete a tomar ese whisky doble. Te
levantará la moral.
—¿No me acompañas?
—Debo ultimar unos detalles.
Geoffrey Wilson se alejó hacia la escalera. Semiencorvado.
Arrastrando cansinamente los pies.
Blake le contempló durante unos instantes.
Pensativo.
Giró para introducirse en su habitación. Fue hacia la mesa de
noche para apoderarse de unos cigarros. Luego, con burlona sonrisa,
acudió hacia una puerta situada junto al lavamanos.
Empujó la hoja de madera.
—¿Ya estás preparada, Joanne?
La muchacha, que estaba sentada frente al espejo de un
rudimentario tocador, no pudo evitar un grito de sorpresa. Se había
despojado del vestido. Ahora lucia enaguas de audaz escote que
dejaban al descubierto el nacimiento de sus firmes senos.
—¡Clint...! ¿Qué... qué haces aquí? —balbuceó Joanne atrapando
precipitadamente uno de los vestidos que se amontonaban sobre el
lecho—. ¿Por dónde has entrado?
Blake avanzó sonriente.
—Olvidé mencionarte que nuestras habitaciones se comunican.
La muchacha se cubrió el pecho con el vestido. Con el rostro
bañado en rubor. Instintivamente retrocedió ante el avance de Blake.
—Eres un redomado sinvergüenza... Te ordeno que salgas, Clint.
De inmediato.
—¿Qué ocurrirá si no obedezco?
—Gritaré con todas mis fuerzas. Mi hermano no maneja las
armas, pero es muy bruto con los puños.
—Correré el riesgo. Por un beso tuyo soy capaz de soportar el
más duro de los castigos.
—¡Gritaré, Clint! ¡No des un paso más!
Las manos de Blake se posaron con suavidad en la cimbreante
cintura femenina.
Joanne entreabrió los labios.
Y no precisamente para gritar.
CAPITULO XI
El saloon del hotel estaba muy concurrido. En especial la sala
destinada a comedor. Todas las mesas ocupadas.
Clint Blake y Joanne hicieron su entrada acaparando las miradas
de todos los comensales. El rostro de la muchacha encendido. Con
los ojos llameantes de felicidad. Del brazo de Blake.
Fueron hacia la mesa ocupada por Jeff y el anciano.
—¡Maldita sea! Un poco más y llegáis a los postres.
—Siempre estás renegando, abuelo —dijo Blake ayudando
galantemente a que la joven tomara asiento—. Como senador
Sellars eras un tipo más cordial.
—Tengo mis motivos. En Pitts City vamos a dejar la piel. Es una
locura lo que...
Joanne intervino.
Apretando con sus manos el brazo izquierdo de Wilson.
—Por favor, abuelo... No más discusiones. Ya no podemos
retroceder. Ahora vamos a olvidar nuestros problemas por un
momento. Al menos mientras dure la cena. ¿De acuerdo?
Wilson asintió con un gruñido.
Pese a los buenos deseos, algo vino a turbar la tranquila velada.
Fue a los quince minutos de iniciada la cena.
El recepcionista del hotel cruzó la sala aproximándose a la mesa.
Se inclinó sobre Blake susurrando unas palabras.
—Gracias... Voy al momento —dijo Clint Blake incorporándose de
la silla y sonriendo a sus compañeros—. Disculpadme. Será cuestión
de minutos.
—¿Qué ocurre? ¿Adónde vas?
La pregunta de Joanne quedó sin respuesta.
Clint Blake ya abandonaba el comedor a grandes zancadas.
Dirigió sus pasos hacia la sala de recepción.
Allí le esperaban dos individuos.
Uno de ellos ya le era conocido.
Arthur Hunter.
El otro, sin lugar a dudas, se trataba de John Murphy.
—Buenas noches, caballeros... Señor Hunter... señor Murphy... es
un verdadero placer.
—No es momento de ironías, Blake. ¿Dónde podemos hablar?
—¿Qué les parece mi habitación? Es un lugar discreto y a salvo
de molestas miradas.
Clint Blake, sin esperar respuesta, se hizo a un lado para que los
dos hombres subieran la escalera.
Pudo observarles detenidamente.
Ambos frisaban en los cuarenta o cuarenta y cinco años de edad.
Lustrosos. Con algunas grasas. Acostumbrados a la buena vida y los
placeres. Vestían elegantes. Los dos llevaban cinturón-canana.
Al llegar al pasillo se detuvieron.
—Síganme, por favor —indicó Blake—. Hacia el final. Habitación
201. No está cerrada con llave.
Fue John Murphy quien empujó la hoja de madera.
Los tres hombres penetraron en la habitación.
Blake volvió a cerrar la puerta.
—Bien, caballeros... Celebro que hayan aceptado conversar
conmigo. Me entristece dejar siempre hablar a mi revólver; aunque
debo reconocer que resulta muy convincente.
—No le tenemos miedo, Blake.
—¡Cierra la boca, Arthur! —ordenó John Murphy secamente—. Ya
has cometido bastantes estupideces. Sí, Blake... fue un error enviarle
esos pistoleros. Mi amigo Arthur es muy nervioso. Cuando Conway le
informó de lo ocurrido en su oficina, intentó solucionarlo con tres
pistoleros a sueldo. Le catalogó mal... Yo sí conozco a los tipos
inteligentes. Aquí tiene, Blake. Son suyos.
John Murphy extrajo, con sumo cuidado para evitar
malentendidos, un pequeño envoltorio que arrojó sobre el lecho.
Blake ni tan siquiera desvió la mirada.
—¿Qué es, Murphy?
—Diez mil dólares.
—¡Infiernos...! No esperaba tanto. Muy generoso.
—Sé valorar a mis enemigos. Y usted es peligroso. Lo que Burt
Conway le confesó, en nada nos perjudica. Ni a mí ni a Hunter. Por
otra parte, el bastardo de Conway, está muerto. Sería su palabra
contra la nuestra. Nadie le creería, Blake.
—¿Esos diez mil dólares no son por mi silencio?
Murphy sonrió.
Un fino bigote adornaba su labio superior. Se lo atusó una y otra
vez. Con suficiencia.
—Queremos que desaparezca de Pitts City. Con los hermanos
Stevens. Y que ninguno de ellos pueda volver jamás a interesarse
por el Dos Estrellas. ¿Comprende?
—¿Debo liquidarles?
—Eso es. ¿Qué responde, Blake? Son diez mil dólares. Apuesto a
que nadie le pagó semejante cantidad por un trabajo.
—Cierto,.., aunque he rechazado ofertas superiores. Son muchos
los que se equivocan conmigo. Soy un pistolero a sueldo, pero no un
asesino. No acepto trabajos sucios. Mi revólver siempre está del lado
de la verdad.
Murphy y Hunter intercambiaron una sonrisa.
—¿A quién trata de engañar, Blake? Somos lobos de una misma
camada. Los hermanos Stevens le contaron la historia y consideró
fácil arrebatarnos el Dos Estrellas. Se unió a ellos, ¿no es cierto?
Entonces no defiende una causa justa.
—El rancho les pertenece. Andrew Stevens fue víctima de una
sucia encerrona. El mismo día del robo al Banco ocultaron una
máscara roja en la levita de Stevens. Luego contrataron a Conway
para que le acusara de tramposo e incitara a los presentes a un
linchamiento.
—Todo correcto a excepción de un pequeño detalle.
—¿De veras? ¿Cuál, Murphy?
—No fue necesario ocultar una máscara roja en los bolsillos de
Andrew Stevens. La llevaba siempre consigo. Era una especie de
talismán. Nunca se separaba de ella.
Blake arqueó las cejas.
—No comprendo...
John Murphy volvió a reír con suficiencia.
—¿No? Muy sencillo. Hunter y yo formábamos parte de la banda
de Máscara Roja. Y Andrew Stevens era nuestro jefe.
***
Clint Blake se esforzó en mostrarse impasible. Simulando el
efecto que le habían causado las palabras de Murphy.
—Está mintiendo.
—¿Por qué iba a hacerlo? Andrew Stevens era nuestro jefe. De él
partió la idea de formar una banda de forajidos que asolara la
región. Fue poco después de la guerra civil. Años difíciles. Incluso
para el Dos Estrellas. Andrew era astuto. Nadie sospecharía de tan
honorable hacendado. Mi rancho, insignificante al lado del Dos
Estrellas, también atravesaba serias dificultades, Acepté enrolarme
con Andrew Stevens. Arthur Hunter planeaba los robos más
productivos. Por su condición de banquero estaba al corriente de
traslados de oro y de dinero en las diligencias y otros Bancos
cercanos a Pitts City. Fue una temporada muy fructífera. Máxime
para Andrew Stevens. El se quedaba con la mejor parte.
—Si era vuestro jefe..., ¿por qué traicionarle?
Hunter respondió por su compañero.
—Stevens ya se consideraba satisfecho. Había amasado una
verdadera fortuna y quería retirarse dando por terminadas las
actividades de Máscara Roja. Murphy y yo apenas habíamos
conseguido un puñado de dólares. Decidimos acabar con Stevens.
Sólo nosotros dos conocíamos su doble identidad. Fue fácil hacerle
firmar unos documentos donde reconocía haber hipotecado el
rancho y deber importantes sumas de dinero. Yo era su banquero de
confianza. Creyó firmar unos simples cuestionarios. El robo al Banco
de Pitts City era el último proyectado por Stevens. Y también
nosotros decidimos terminar con él.
—Buscando la ayuda de Burt Conway.
—Correcto, Blake. El pobre Stevens ni tan siquiera llegó a
sospechar de nosotros. Fue linchado en cuestión de segundos. En
Pitts City se odiaba a Máscara Roja.
—Un plan perfecto. Arthur Hunter y John Murphy, convertidos en
propietarios del Dos Estrellas, también decidieron disolver a la
peligrosa banda de forajidos.
—Por supuesto, Blake. ¿Para qué correr más riesgos? Nos
apoderamos de todo lo amasado por Andrew Stevens. Máscara Roja,
una vez muerto, no podía seguir.
—Basta ya de palabras —dijo John Murphy—. Usted ya estaba al
corriente de todo, Blake. Sabía que Andrew Stevens y Máscara Roja
eran una misma persona.
—No... Lo ignoraba.
—¿Acaso no se lo contó el viejo Wilson? El sí lo sabía. Andrew
nos lo comentó el mismo día de su muerte. Geoffrey Wilson le
descubrió en las caballerizas del Dos Estrellas. Supo que el
misterioso Máscara Roja era su admirado amigo Andrew Stevens.
Blake tragó saliva.
Con un nudo en la garganta.
Ahora comprendía las persistentes negativas del anciano a acudir
a Pitts City. Su temor a investigar y que Jeff y Joanne llegaran a
conocer la verdad. Una cruel y amarga verdad.
—Bien, Blake. ¿Qué responde? Aún estamos esperando.
—Diez mil dólares es una tentadora oferta, pero no puedo
aceptar. Va contra mis principios. Tomar ese dinero significaría que
debo acabar con los hermanos Stevens. No disfrutaría de los diez mil
dólares. El juez Douglas Butler pondría precio a mi cabeza.
—¿El juez Butler? ¿Qué diablos tiene que ver en el asunto?
Blake sonrió.
—Ah, es cierto... Disculpen. Olvidé advertirles. El juez Butler,
hombre de reconocida honradez y amante de la justicia, ha
escuchado toda nuestra conversación desde la habitación contigua.
No fue difícil convencerle para que aceptara mi invitación. Siempre
sospechó algo turbio en el linchamiento de Andrew Stevens.
¡Adelante, juez!
La puerta que comunicaba con la habitación contigua se abrió
dando paso a un individuo de plateadas sienes. De unos cincuenta
años de edad. Rostro de duras facciones y una enérgica mirada.
Arthur Hunter palideció.
También su compañero Murphy quedó lívido, pero fue el primero
en reaccionar. Con sorda rabia.
—¡Maldito tramposo...!
Desenfundó su revólver.
Torpemente.
Dominado por la ira.
Fue superado con facilidad por Clint Blake. No disparó a matar.
Se limitó hacer saltar el arma de la mano de John Murphy.
Arthur Hunter también se había apoderado de su «Colt»; pero al
verse encañonado por Blake lo soltó como si quemara.
—Son suyos, juez.
—Ha realizado un buen trabajo, Blake. He telegrafiado a Abilene.
Me envían un agente federal que ocupará interinamente la plaza de
sheriff. Se hará cargo de estos bastardos. Si soy yo el designado
para juzgarles, espero contar con un jurado sin piedad.
Clint Blake iba a hacer un comentario, pero quedó con la palabra
en la boca.
Sorprendido por la presencia de Joanne.
La muchacha, pálida y con los ojos nublados, apareció
procedente de la habitación contigua.
El juez Butler carraspeó.
—No pude impedirlo, Blake... Se cruzó en mi camino cuando me
disponía a subir. Me vi obligado a contarle su plan y se empeñó en
acompañarme. También ella ha escuchado toda la conversación.
Tarde o temprano hubiera conocido la verdad, aunque no tan
duramente. Lo lamento.
Jeff Stevens y el anciano, alertados por el disparo, negaron en
ese momento.
La muchacha corrió a refugiarse en los brazos de Wilson.
Sollozando.
—Perdóname, abuelo... Perdóname...
EPILOGO
Jeff Stevens cabalgaba en cabeza. Canturreando con pastosa voz
una popular balada tejana.
Tras él avanzaba la pesada carreta.
Wilson y Blake en el pescante.
—¡Mal rayo me parta...!
—¿Otra vez renegando, abuelo?
—Fue una estupidez, Clint. ¿Por qué diablos no seguir el consejo
del juez Butler? Aseguró que los Stevens podían recuperar sus
tierras. ¡Tenían derecho a ello!
Blake se atizó un trago de la damajuana.
Se estremeció.
Aún no se había acostumbrado a aquel infernal líquido.
—Ya conoces la respuesta de Joanne. Su padre amasó una
fortuna con malas artes. Y ella renuncia a todo.
—¡Pero las tierras no fueron robadas por Andrew! ¡Eran suyas!
¡Desde hace mucho tiempo!! ¡Luchó por ellas!
—Y temió perderlas.
—¡Sí, maldita sea! Por eso robó. El amor a sus tierras, el miedo a
perderlas, le impulsó por el mal camino.
—De no haber actuado como Máscara Roja... ¿hubiera
conservado el Dos Estrellas? Pregunta sin respuesta, ¿verdad,
abuelo? Tal vez sí o tal vez no. De ahí que Joanne no quiera nada.
—¡Una estupidez! ¿Y ahora? ¡Tenemos una carreta peor que la
anterior! ¡Y vacía! ¿Qué hacemos? ¿Me hago pasar por presidente de
los Estados Unidos? ¿A quién timamos?
—Tranquilo, abuelo. Ya lo hemos decidido. Vamos a juntar
nuestros capitales y adquirir unas tierras en Valle Dorado. Conozco
aquella zona. Magnífica tierra donde construir un hogar. De
momento, el único ganado será el que consigamos capturar. Hay
muchos longhorns vagando por las praderas sin dueño.
—¿Lo tuyo no era pacificar ciudades?
—Lo era hasta que encontré en mi camino a tres farsantes. Todo
cambia, ¿no es cierto?
—Oye, hijo,.. —Geoffrey Wilson desvió la mirada hacia el interior
de la carreta. Joanne parecía dormir plácidamente—. ¿Qué te parece
esto?
El anciano abrió su sucia chaquetilla para mostrar un pequeño
envoltorio.
Le resultó familiar a Blake.
—¡Los diez mil dólares!
—¡Maldita sea...! Baja la voz. Los tomé de la habitación del hotel.
Nadie parecía quererlos. No será necesario dedicarse a la caza de
longhorns, Clint. Compraremos los mejores sementales tejanos.
Blake contempló con admiración al anciano.
Le palmeó la espalda.
—Abuelo..., tú eres de los que jamás cambian.
Wilson sonrió con falsa modestia.
—Gracias, muchacho. Ahora despierta a Joanne. Acamparemos
antes de cruzar los desfiladeros.
Clint Blake pasó al interior de la carreta.
Juntó el cierre de la lona para evitar las posibles miradas de
Geoffrey Wilson.
Al inclinarse sobre Joanne, la muchacha le echó súbitamente los
brazos al cuello.
—Creí que dormías...
—Acabo de despertar. A tiempo de oír al abuelo. Has hecho bien
en no decir nada, Clint —susurró Joanne con dulce sonrisa—.
Hubiera sido un duro golpe para su vanidad el saber que esos diez
mil dólares te los dio el juez como recompensa. Gracias a ti se ha
recuperado gran parte de lo robado en el Banco de Pitts City y otras
localidades. Lingotes de oro de la Milland Company, del Banco de
Russ Creek... Toda una fortuna almacenada en el Dos Estrellas. Dios
mío... aún no puedo creer que mi padre...
Clint Blake cerró la boca de la muchacha con un beso.
La abrazó con fuerza.
Protectoramente,
Sus labios se deslizaron por el frágil cuello femenino.
—Todo eso pertenece ya al pasado, Joanne. Pronto lo olvidarás.
Yo te ayudaré.
Joanne asintió con lágrimas en los ojos.
—Sí, Clint...
FIN

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