Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Borges - dos cuentos

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 3

EL ALEPH 569

LA CASA DE ASTERIÓN

Y la reina dio a luz un hijo que se lla-


mó Asterión.
APOLODORO: Biblioteca, ni, I.

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal


vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido
tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero
también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) 1
están abiertas día y noche a los hombres y también a los ani-
males. Que entré el que quiera. No hallará pompas mujeriles
aquí ni el bizarro aparato de los palacios pero sí la quietud y la
soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz
de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una
parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo
mueble en la casa. Otra especie ridicula es que yo, Asterión, soy
un prisionero. ¿Repetiré-que no hay una puerta cerrada, añadiré
que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he
pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor
que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y
aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero
el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey
dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se pros-
ternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las
Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el
mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme
con el vulgo,- aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre
pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada
es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales
minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado
para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra
y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo
aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los
días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero
que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar
al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la
vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas
desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier
1
El original dice catorce, pero sobran motivos para inferir que, en boca
de Asterión, ese adjetivo numeral vale por infinitos.
570 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la


respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces
ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero
de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo
que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes
reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior
o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te
gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de
arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco
y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre
la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier
lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero,
un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos;
patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho,
es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un
aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle
y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí
hasta que una visión de la noche me reveló que también son
catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas
veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen
estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá
yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no
me acuerdo.
. Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que
yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo
de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La
ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo
me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadá-
veres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes
son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte,
que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele
la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará
sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo,
yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos
galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto.
¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de
hombre? ¿O será como yo?

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no


quedaba ni un vestigio de sangre.
—¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El minotauro apenas
se defendió.
A Marta Mosquera Eastman.
788 JORGE LUIS BORGES—OBRAS COMPLETAS

EL CAUTIVO

En Junín o en Tapalquén refieren la historia. Un chico desapare-


ció después de un malón; se dijo que lo habían robado los indios.
Sus padres lo buscaron inútilmente; al cabo de los años, un
soldado que venía de tierra adentro les habló de un indio de
ojos celestes que bien podía ser su hijo. Dieron al fin con él
(la crónica ha perdido las circunstancias y no quiero inventar
lo que no sé) y creyeron reconocerlo. El hombre, trabajado por
el desierto y por la vida bárbara, ya no sabía oír las palabras
de la lengua natal, pero se dejó conducir, indiferente y dócil,
hasta la casa. Ahí se detuvo, tal vez porque los otros se detuvie-
ron. Miró la puerta, como sin entenderla. De pronto bajó la
cabeza, gritó, atravesó corriendo el zaguán y los dos largos patios
y se metió en la cocina. Sin vacilar, hundió el brazo en la enne-
grecida campana y sacó el cuchillito de mango de asta que ha-
bía escondido ahí, cuando chico. Los ojos le brillaron de alegría
y los padres lloraron porque habían encontrado al hijo.
Acaso a este recuerdo siguieron otros, pero el indio no podía
vivir entre paredes y un día fue a buscar su desierto. Yo querría
saber qué sintió en aquel instante de vértigo en que el pasado
y el presente se confundieron; yo querría saber si el hijo perdido
renació y murió en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera
como una criatura o un perro, los padres y la casa.

También podría gustarte