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Novia de Vacaciones - Hugo Wast

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IUrUHIÜ

UST OCT
B1ND1NG
/

NOVIA DE VACACIONES
HUGO WAST

NOVIA

DE

VACACIONES

26° MILLAR

BUENOS AIRES
19 2 2
I

Junto ai, arroyo

Vibraba el aire puro con el estridente chirrido


de las cigarras pegadas a los árboles, gorjeaban los
pájaros y del fondo del sauzal venía como un la-
mento el arrullo de las palomitas.
Angelina, sentada sobre una de las piedras que
el arroyo teñía de verde, escuchaba las frases apa-
sionadas de Julio, que espiaba con ansiedad los
pensamientos de ella, en sus ojos esquivos.
— ¿Por qué mira tanto el arroyo? El es más fe-
liz que yo, él se quedará siempre aquí y yo me
tengo que ir; ¿por qué no deja para mí algunas 'de
esas miradas que el arroyo no necesita?
Angelina sonrió y sus ojos apacibles, llenos de
luz, endulzaron los celos de su amigo..
— El se quedará siempre aquí — repitió distraí-
damente volvió
y a mirar el arroyo.
¡Qué penetrante poesía tiene el agua que corre
en la montaña!
6 HUGO WAST

La miramos entristecidos, como si viéramos huir


la vida; como si cada una de las floree-tas silves-
tres que pasan en ella, fuera una de las propias
alegrías y como si los berros de la orilla fuesen la
imagen de los pesares que quedan en el alma, adhe-
ridos con tenaces y amargas raíces.
Esta mañana Angelina sentíase triste, y las pala-
bras cariñosas del amigo no encendían en su co-
razón las ilusiones que habían sido la luz de su
alma durante los tres meses de aquellas vacaciones
inolvidables.
— Esta es 'la última vez que podré hablarla —
decíale él — y apenas me oye. ¿En qué piensa?
— ¡En tantas cosas!
— ¿Se podría saber. . . ?
— ; Son tantas !
— ¿Tristes quizas?
— vSÍ.
— Entonces cuéntemelas; ¿por qué vive tan lejos
de mí?
Aquellas palabras entraban como un fulgor en
el alma de la niña.
¿Pero por qué le preguntaba eso? ¿No sabía,
acaso, adivinar sus secretos?
Aqualla desconocida alegría de sentirse vivir;
aquel fuego que subía en su sangre a su rostro
cuando alguien nombraba a su compañero; aquel
conjunto indefinible de sensaciones profundas, no
podía explicarlo a nadie, mas quería que él lo adi-
vinara.
NOVIA PE VACACIONES 7

Tres meses antes, ella, que desde hacía cinco año$


no salía del rincón de la sierra donde su padre,
un inglés, administraba las propiedades de un rico
compatriota, tres meses antes, ella no sabía nada
del mundo misterioso en donde ahora vivía su
espíritu.
Había heredado de su madre, una porteña muer-
ta hacía muchois años, toda la gracia del tipo crio-
llo, los cabellos castaños y los ojos de un obscuro
transparente; y de su padre la seriedad altiva y
aristocrática que la hacía aparecer indiferente o
desdeñosa.
Amiga de la soledad adoraba los largos paseos
a caballo por todos los caminos de la sierra.
Siempre iba sola; pero era tan digno su porte,
que nunca oyó una palabra ni vió un gesto que no
estuvieran impregnados del respetuoso cariño con
que la trataban los paisanos, antiguos amigos que
la miraban como a la princesa de algún cuento.
Tanto, que si alguna vez la musa del hogar se
despertaba para hacer dormir a los niños, y había
en el cuento reyes y princesas, era de cajón^ comen-
zar así: "Este era un rey que tenía una hija, linda
como la niña Angelina del gringo Smith"...
Su padre, ocupado en perseguir una fortuna que
no alcanzó nunca, no coartaba aquella libertad de
golondrina que era toda la felicidad de la joven ;
y la segunda esposa de su padre, no se preocupaba
de ella.
Jhon Smith, en un viaje que hiciera a Buenos
8 HUGO WAST

res tres años antes, hospedóse en casa de su prin*


cipal. Por una singular casualidad, llamábanse am-
bos de idéntico modo, sin que jamás lograran com-
probar que una sola gota de sangre de los antepasa-
dos del uno corriera por las venas del otro ; y las gen-
tes les designaban así; John Smith, rico, y John
Smith, pobre.
Sucedió, pues, que John Smith, pobre, hospedado
en casa de su homónimo, le refirió las dificultades
con que tropezaba en su hogar por la falta de una
mujer de la casa, ya que no se podían considerar
tales ni a las campesinas que le servían ni a las sel-
vática Angelina, de doce años en aquel tiempo.
Hr. John Smith, rico, le hallaba razón.
— ¿Por qué no se casa usted?
¡ Hum !, ¡ casarse ! Lo había hecho una vez a título
de ensayo; no le había ido mal del tocto ; no podía
quejarse; pero una vez libre por obra y gracia de
la Parca, no sentía el más leve deseo de repetir.
Sin embargo, la propuesta comenzó a estudiarse,
y surgieron las candidatas al empedernido corazón
de Mr. Johnn Smith, pobre.
Esta era la parte ardua del problema, y se es-
tudió con mayor empeño del que habitualmente po-
nía el presunto novio en cosas como ésa, y con
gran desinterés por parte de Mr. John Smith, ri-
co, que tenía a mano un par de cuñadas solte-
ronas.
Pero, a pesar de todo ese desinterés, gracias a
la omnipotente influenciá de mísia Tere, Ja mujer
NOVIA DE VACACIONES 9

del rico Smith, que había logrado, sin saber cómo,


imponerse a su voluntad, se resolvió que en el mun-
do no había más mujeres que una de las cuñadas,
"la más joven", decía misia Tere; "la menos vie-
ja", pensaba su marido ; y el pobre Smith, que nun-
ca tuvo suerte , concluyó por casarse con Bernardi-
ta González, que se trocó después de la boda en
una mujerona dominante, egoísta y celosa.
Felizmente, Smith, el pobre, incapaz de pensar
mucho tiempo en cosas que no fueran de negocios,
a las arremetidas de su consorte poco confortable,
como solía decir contemplando su figura acarto-
nada y seca, contestaba con un encogimiento de
hombros.
Había acabado por no hacer caso. ¿A él qué se
le daba de todas sus historias? Y las oía como
quien oye llover.
Angelina aguantaba más de cerca los chaparro-
nes. Pero ella, que tenía algo de la serenidad de
alma de su padre, también sabía encogerse de hom-
bros.
Sólo que a veces, harta de reproches, ensillaba
su cabalgadura, una hermosa jaca alazana, y se
iba a galopar por los caminos de la sierra.
Un año después, Bernarda presentó a Mr. John
un chiquillo.
El inglés sonrió fríamente, satisfecho de que su
mujer tuviera con eso algo de que ocuparse.
Angelina alegróse al principio del hermanito, pe-
10 HUGO WAST

ro pronto comprendió que aquel muñeco no era


para ella, y se alejó con displicencia.
La jaquita alazana seguía siendo toda su fa-
milia.
Por su parte la madre, con toda la fuerza de su
egoísmo, adoró al hijo tardío como a un reflejo de
sí misma, y el abismo abierto entre ella y su de-
samorada hijastra se hizo más hondo. En realidad
sentíase feliz de ser la única en querer a su hijo;
pero aquel despego la hería y escupía al rostro
de la niña estas rencorosas palabras:
— ¡Egoísta como tu padre! ¡Alma pequeña!
Rechazada por su madrastra, ignorada por su
padre, Angelina seguía encogiéndose de hombros:
"¿A mí qué?" Cuando le llegara la hora sabría
amar también ella; pero libremente, a 'sus anchas,
con todo su corazón que entonces era como un ár-
bol que presiente la primavera.
La vida era triste y monótona en la sierra, mien-
tras el verano no venía a romper esa monotonía
poblándola de huéspedes distinguidos y rumbosos,
que en los meses de moda hacían olvidar con sus
fiestas la aburrida paz del invierno.
Bernarda aguardaba con ansia esa resurrección
de vida social. Hambrienta de bailes, de tertulias,
de chismes, de todo aquello que durante tantos
años formara la levadura de su vida estéril, con
anticipación preparaba sus galas, dispuesta a pres-
tar el encanto de su presencia a cuanta fiesta se
celebrara en diez leguas a la redonda, en cualquie-
NOVIA DE VACACIONES 11

ra de los bullangueros pueblecitos escalonados en


la línea del ferrocarril de Co'squín a Capilla dú
Monte.
Su hijastra era la compañera obligada de sus pe-
reginacoes.
Tenía por entonces quince años, y en sus ojos y
en su frente y en su silueta armoniosa esplendía la
juventud.
Una noche, en un baile, conoció a Julio Ocampo,
joven porteño, distinguido y rico.
Su corazón latía con violencia como si le anun-
ciara un peligro.
¿Era acaso la primavera? Con un vago presen-
timiento de cosas que ignoraba, tembló por la fría
tranquilidad de que gozara hasta entonces. Tuvo
miedo cuando al salir del baile sintió que abando-
naba con pena el brillante salón donde lo había
conocido y donde él se quedaba. Tuvo miedo, 'se-
guido de una loca alegría, porque le oyó decir
"¡ Hasta el domingo !". . .
Sentíase arrebatada en un torrente de vida nue-
va.
Era jueves; volvería, pues, dentro de tres días.
Pero cuando se aproximó la hora, comprendió
la vanidad de sus fantasías; ¿quién se iba a fijar
en ella? ¿Pero no era eso mismo una fortuna? Asi
sería libre y seguiría viviendo su vida solitaria,
egoísta, cuya dulzura había gustado, a punto de
perderla.
Y mientras arreglaba su yestido, pensaba en que
12 HUGO WAST

todas o casi todas irían mejor puestas que ella; y


se le llenaba el corazón de pena, que no quería con-
fesare.
Por eso sintió una inmensa gratitud hacia él,
cuando al veria llegar se le acercó y sentándose a
su lado la habló sencillamente, como si su amistad
viniera de tiempo atrás.
- Después se encontraron en otras reuniones; y
una noche él le declaró su amor, y ella, inexperta
en esas campañas, le dejó adivinar el suyo. ¿Para
qué ocultarlo?
No le pesó, porque desde ese día vivió en la
gloria.
Cuando el sol enrojecía los cristales de su ven-
tana que daba al Oriente, ella, que había dormido
con la mente acariciada por visiones muy dulces, se
levantaba gozosa como los pájaros, porque sabía
que ese mismo sol iría a despertar un alma
amiga.
Sentíase otra; pero ante las gentes refrenaba su
alegría y guardaba su secreto.
Una mañana en que había ido a llevar su jaquita
para que bebiera en el arroyo que cruzaba por la
huerta de su casa, sintióse sorprendida por un jo-
ven cazador. Era Julio, que perseguía las torca-
ces de sauzal.
La niña, que no tenía madre que le enseñara las
almidonadas prácticas sociales, no halló nada de
malo en conversar a solas con aquel joven respe-
13
NOVIA DE VACACIONES

tuoso que le decía cosas tan gratas que hacían la-


tir de gozo su' corazón recién respierto.
Allí fué donde Julio un día le anunció su regre-
so a Buenos Aires. Ella escuchó en silencio y se
puso a temblar, mas nada dijo.
Allí, junto al arroyo, fué la cita de la despe-
dida. La mañana anterior él le preguntó si ven-
dría.
— Sí, vendré, — le contestó, — y después que
usted se vaya, seguiré viniendo ¡ todos los días !
El guardó silencio. Sabíase dueño de aquella al-
ma y no se sentía digno. Pensaba que si volvía
por allí diez años más tarde, había de encontrarla
fiel, en el lugar de la cita, y empezaba a creer que
no volvería.
¿Adivinó. Angelina los pensamientos de su ami-
go?
Ella también callaba.
A la mañana siguiente — esa mañana — ensilló
su jaquita y se fué al arroyo
Julio, que la esperaba, la ayudó a apearse. Era
la última vez que ella podría hablar con él, y, sin
embargo, callaba, escuchando en silencio los re-
proches de su amigo, celoso del arroyo, porque ella
seguía mirando correr el agua.
Todo el cuadro de su vida cruzó por la memoria
de Angelina.
Una ramita en flor, que huía en la corriente,
tropezó con su látigo hundido en el agua, y se de-
14 HUGO WAST

tuvo dando vueltas, como sorprendida de aquel en-


treacto en el drama de su pequeña vida.
Angelina quiso salvarla robándola al arroyo; pe-
ro ese era su destino, y la flor se escapó de entre
sus dedos.
Cuando la perdió de vista, pensó que era la ima-
gen de su vida, que el tiempo se llevaba sin que pu-
diera saber adonde.
Los ojos se le llenaron de lágrimas; sintió la ne-
cesidad de confiar al amigo sus tristezas, y sin vol-
verse, porque ternía vergüenza de que la viera llo-
rar, le contó la historia de aquella flor que el arro-
yo se llevaba; y al concluir se artevió a mirar a
Julio, y viendo su emoción en sus ojos húmedos,
en aquellos hermosos ojos leales que la envolvían
en cariño, se atrevió a preguntarle:
— ¿Me olvidará?
— ; No, nunca ! — contestó él con vehemencia. —
¡Nunca, nunca; aunque pasaran cien años!
— ¡Ay, si me olvidara! — añadió ella sonriente,
queriendo disimular la protesta de su alma ante
aquel pensamiento.
II

Elv RETRATO

Oyó el silbido del tren que partía, dio un peque-


ño rodeo, y por una escalenta oculta subió a la
azotea, para dilatar un momento el radio de acción
de sus miradas, demasiado corto en aquellos veri-
cuetos de la sierra.
No lo vería a él, pero vería al monstruo que se
lo llevaba.
Cuando llegó a lo alto, aun se divisaba el tren
que huía a lo lejos.
Pero nada más; ni un pañuelo blanco agitado
que dijera adiós a aquellos lugares, abandonados
con pena.
Era un reproche para su amigo, y Angelina lo
desechó; ¿cómo iba a imaginarse que ella espiaba
su partida?
Siguió con la mirada al tren hasta que se perdió
tras una loma, y aún se quedó con los ojos fijos
en el punto obscuro donde desapareciera,
16 HUGO WAST

Kra la oración. La sombra se espesaba en el fon-


do de los valles, y en la cumbre de los montes se
agrisaban los últimos tonos del dia.
Angelina permaneció largo rato mirando las es-
trellas como lejanas lamparitas que temblaran al
viento.
Pensaba en él; pensaba si allá arriba se encon-
traría su mirada con la de él y si él miraría el pai-
saje triste, como ella, con el alma en los ojos y con
el llanto pronto a brotar, y sentía que un presen-
timiento la ahogaba.
¡Ay, si la olvidara! Era el grito de su alma,
donde él mandaba como un rey; la queja de su vi-
da oscura y solitaria, que un momento había ilu-
minado elamor y que ahora volvía al misterio.
La campana que anunciaba las horas de comer
la tornó a la realidad con un seco tañido. No que-
riendo que la echaran de menos, bajó atropellada-
mente. A pesar de eso, llegó al comedor cuando ya
su padre y Bernarda estaban sentados a la mesa.
~ -; Siempre tarde!
Agachóse sobre su plato y empezó a comer sin
apetito, temblorosa de que adivinaran su pena.
¡Vano temor! Allí no había quién la compren-
diera ni quién pudiera traducir el pliegue de su
frente.
Terminada la cena pretextó un dolor de cabeza
y se fué a su cuarto. Y allí, junto a su cama, con
la cabeza en la almohada, dejó correr *su angustia.
— ¡Dios mío! — decía mojando con sus lágri*
17
NOVIA DE VACACIONES

mas el trapo insensible; — ¿no es pecado querer


tanto ?
Sentíase grande, capaz de todas las cosas gran-
de^ pero sólo por él, y el mundo y la vida y el
tiempo y todo lo demás le parecía mezquino.
— ¡Qué nunca, que nunca lo olvide! — suplicó
desde lo más íntimo de su corazón, creyendo que
la suprema infelicidad de su vida sería perder aquel
afecto ; — ¡ que nunca lo olvide, aunque él se ol-
vide de mí !
Sintió frío en el alma, pero repitió la frase cruel
"aunque él se olvide de mí'', como si en ella estu-
viera la verdad.
El cuarto de Angelina, en un ángulo de la casa,
tenía una ventana que daba sobre la huerta. L,a
noche muy avanzada ya, habíase puesto fresca. Los
grillos chirriaban en el campo, donde todo dormía
bajo la indiferente mirada de la luna.
¿Era acaso la luna, en la serenidad de aquel
mar azul, la imagen de su amor?
— No — pensó ella, — porque si fuera así, la lu-
na llenaría el cielo, y el cielo no estaría tan sereno.
Sonrió ante aquella ocurrencia y envidió al astro
amigo, que desde lo alto podía verlo a él.
Un vientecito triste, como un huérfano extra-
viado, erraba en el monte.
¿Pensaría Julio en las cosas en que ella pensaba?
¡Oh no! El viaje lo distraería. Es sin duda más
fácil irse que quedarse. El que se va encuentra mil
cosas nuevas que considerar; el que se queda sólo
18 HUGO WAST

ve lo que siempre ha visto, lleno de recuerdos.


Cerró la ventana y se acostó. Había lágrimas en
sus ojos, pero sonreía porque a la certidumbre de
que él no se acordaría de ella como ella de él,
uníase el pensamiento de que ella sabía amar mejor,
y esto le hacía feliz.
Y se durmió repitiendo su súplica: "¡Dios mío,
que nunca lo olvide, aunque él me olvide a mí!"
— <¡ Injusta, injusta! — se dijo al siguiente día.
— Injusta, que he temido que pudiera olvidar...
Lo decía mirando una tarjeta postal en que un
manojito de "no me olvides" y unas cuantas pala-
bras le hablaban más al corazón que todos los li-
bros que había leído en su vida.
Julio le había prometido que al llagar a Córdoba
se la mandaría ; y ella, esa siesta, a la hora en que
venía el correo, se fué al arroyo, que corría cerca
del camino real.
Previamente, con algunas sonrisas, había conquis-
tado al muchacho que traía la correspondencia para
que se la dejara ver antes que nadie.
Cuando lo vió aparecer sobre la loma, tembló de
ansiedad, y cuando oyó que desde lejos le decía :
"Niña Angelina, aquí hay una cosa para usted", su
pobre corazón se puso a latir como loco.
— Gracias, Ambrosio — contestó ella sonriedo
al chico y apoderándose de la tarjeta; — ¡toma! —
agregó dándole un cartucho de caramelos robados
a Bernarda con el fin de granjearse la voluntad del
rústico Mercurio; y sin perder un segundo se fué
NOVIA DE VACACIONES _ 1$

a lo más tupido del sauzal, a esconderse con su


tesoro .
— "¡Remember me!" — había escrito él en un
ángulo de la tarjeta y más abajo una estrofa:

Con sed de tu mirar busco sus huellas


en las estrellas dulces y calladas;
pero dice mi amor: "¿Dónde hay estrellas
que brillen como brillan tus miradas V*

Repitiendo esos versos, pasó todo aquel día. Al


siguiente no le trajeron nada; al otro tampoco;
corrió una semana y . . . lo mismo .
— ¡Dios mío! — pensaba la inocente — ¿costa-
rán tan caras las tarjetas potsales?
Algunos días después llegó la segunda. Angelina,
echando sus cuentas, vió que los siglos que había
aguardado su impaciencia no fueron tantos, en rea-
lidad, yperdonó el olvido. Pero una voz decíale
en el fondo del corazón que ella siempre habría en-
contrado un minuto para borronear la tarjeta y
otro para echarla al correo: ¡el día tiene tantos
minutos! } ¡1 \
La tercera se hizo esperar mucho más. La cuar-
ta no llegó; ¿se perdió acaso?
¡Y cuánto la necesitaba!. ¡Cuánto soñaba con
aquella tarjeta extraviada!
Había entrado el invierno un poco prematura-
mente y ya no padjía ir sino de tarde en tarde a
esperar el correo. Era el mes de los vientos y hacía
20 HUGO WAST

mucho frío. Las más de las tardes se quedaba en


su cuarto.
Desde allí veía venir a Ambrosio con su cartera
a la espalda. ¿Habría algo para ella?
Al pasar por su ventana abierta, el muchacho le
decía que no, siempre que no. . .
Fueron tantas las veces que hizo su triste pre-
gunta ytantos fueron sus desengaños, que al fin
tuvo vergüenza . Pasaba el muchacho con su cartera
llena de cartas para otros más felices que ella, y
eran sólo sus ojos los que se atrevían a hablar:
— ¿Ambrosio? ¿Hay algo para mí?
Y Ambrosio sonreía, sacudiendo la cabeza.
— Nada, niña Angelina.
También él lamentaba que no hubiera, por la re-
compensa perdida.
¡Qué fuente de sentimientos y de consuelos no
hubiera hallado la pobrecita en una sola palabra,
en una sola letra !. . . Ahora sabía lo que vale una
carta que no llega.
Las tres primeras tarjetas habían sido leídas tan-
tas veces que tenía miedo de releerlas. La sensa-
ción de que las frases cariñosas del amigo habían
caído en el pasado, le nacía punzante y a cada pa-
labra que le venía a la memoria surgía en su alma
una humilde protesta : ¡ Mentira, ahora no !
Las primeras lecturas no habían dejado huellas;
mas después que tuvo la certidumbre del olvido,
lloró sobre sus pobres tarjetas gruesas lágrimas que
caían sobre la tinta y la borraban.
NOVIA DE VACACIONES 21

A los días ventosos y ásperos del otoño, habían


sucedido días serenos y crudísimos. El monte, des-
pojado, daba pena. ¡ Qué lúgubre gemía el cierzo
de la montaña arañando las ramas desnudas y ne-
gras de los espinillos ! El arroyo, como una cadena
de plata, aparecía tendido, inmóvil casi, a lo largo
de la ribera ¡escarchada. No había pájaros; alguna
vez vibró entre los sauces silvestres, color de aza-
frán, el lamento de alguna tortolita extraviada; pe-
ro después calló y nadie habría podido decir si se
había muerto o había emigrado. El pensamiento,
como aterido de frío, se refugiaba en sí mismo bus-
cando un poquito de calor.
Angelina volvía a sus paseos, pero de tarde en tar-
de. Su espíritu realista no se impregnaba de la tris-
teza de bosque talado ; pero llevaba tanta en sí mis-
ma, que más bien parecía que de la suya nacían las
tristezas de las cosas.
Ya no aguardaba más al correo ; le era tan duro
ver morir una a una 'sus ilusiones, que un día las
mató a todas y Ambrosio no volvió a ver por la
ventana, cerrada ya, del cuarto de Angelina, su
mirada interrogadora, casi suplicante: "¿Hay algo
para mí, Ambrosio?".
Por íeso una tarde en que hubo algo para ella,
el muchacho tuvo que correr por toda la casa bus-
cándola. Hallóla por fin a orillas del arroyo, sen-
tada sobre las lajas adonde tantas veces había ido
a dar de beber a la jaquita. Estaba sola, mirando
el agua escarchada, y aunque hacía un frío cruel.
22 HUGO WAST

en aquel sitio reparado ella no lo sentía; por otra


parte, tenía un grueso abrigo y luego no se ocupaba
mucho del frío que hiela las manos, pensando en
el frío que hiela los corazones.
— ¡ Niña Angelina ! — gritó triunf almente el chi-
co; — aquí hay una cosa para usted.
— ¿Para mí? ¿De quién será? — preguntóse ella,
porque no se atrevía a pensar que pudiera ser del
antiguo compañero.
Habían corrido cuatro meses; ¿cómo podía ya
creer en él?
Tomó la carta y no quiso ni mirar la letra de
miedo a traicionar su secreto delante del muchacho ;
y cuando estuvo sola, con una ramita de sauce
abrió aquel sobre que había esperado tanto tiem-
po y que ahora llegaba, tarde quizás.
Adentro no venía ni carta ni tarjeta postal; era
un retrato con una dedicatoria: "A la amiga esti-
mada", etcétera.
Volvió la tarjeta y miró el retrato. . . ¡Dios san-
to, qué tarde y qué mal llegaba aquéllo! Su ins-
tinto le decía que no era una ofrenda de amor, sino
un capricho; habíase encontrado buen mozo en el
retrato, y allá se lo mandaba a la amiga de vaca-
ciones para que en las horas de recuerdos sus ojos
volvieran a ver al amigo . . . ; Cómo ! ¿ No se acor-
daba ya de nada? ¿No se acordaba de que jamás
habían sido amigos, simplemente amigos? Habían
sido algo mejor, y él lo había olvidado todo, todo...
¡Qué mala memoria tienen los hombres!
NOVIA DE VACACIONES 23

No, aquel rétrato no era para ella; no era para


la novia; era para la amiga, y ella no había sido
ni sería nunca su amiga. No podía guardarlo con
su dedicatoria fría como el agua del arroyyo. . .
Estaba llorando a su pesar y algunas lágrimas ca-
yeron en la tarjeta, sobre la tinta, esparciéndola.
Inconcientemente comenzó a borrar, frotándolas
con los dedos, las palabras que le hacían daño, como
si barándolas de allí pudiera borrarlas de su me-
moria.
I Imposible ! No podía ella guardarlo ni borran-
do aquello. Le dolía como un insulto el pensar en
la frivola causa que lo había determinado a man-
dárseloPara
.¿ qué quería ella el retrato de él cuan-
do tenía su imagen bien grabada en el fondo de
su corazón, donde jamás cabría otra? Le bastaba
con ésa.
Al ir a romperla con enojo, se detuvo ; fué débil ;
un minuto, un minuto no más para mirarlo intensa-
mente como si no lo fuera a ver en la eternidad y no
quisiera olvidarlo nunca., Una nube de lágrimas
le enturbiaba la vista ; lo acercó a sus ojos moján-
dolo con su llanto, y toda avergonzada se dejó arras-
trar por su ternura y lo oprimió contra sus labios,
besándolo honda y! silenciosamente, y después lo
rompió en pedazos chiquitos y lo arrojó al arroyo,
que se lo llevó.
Se acordó de la flor, imag;en de su vida, y cuan-
do sobre el agua, entre los cristales de la escarcha
rota que más abajo se quebraban saltando entre las
24 HUGO WAST

peñas, el último pedacito se perdió de vista, escon-


dió la cara y lloró; lloró como en su vida había
llora/do. . .
Había arrojado al agua la última de sus ilusiones,
y el agua, como a la ramita florida, 'se la había
llevado .
III

Tre;s a&os después

Era la hora del almuerzo, y en el lujoso come-


dor del palacete que Mr. John Smith, rico, se ha-
bía hecho construir en una esquina de la avenida
Alvear, la familia se hallaba congregada.
Presidía Mr. John desde la cabecera de la mesa,
ajeno a todo lo que pasaba a dos cuartas de su
plato, y descansando en la voluntad de misia Tere,
que se había acaparado la suma del poder domés-
tico.
Su noble fisonomía británica adquiría <en los so-
lemnes momentos en que su cuchillo buscaba la
conyuntura de alguna presa apetitosa, un aire de
preocupación semejante ai de Alejandro ante el
nudo gordiano.
Cuando Mr. John Smith, rico, comía, lo hacía
metódica y sabiamente, sin pensar en nada.
En cambio, el resto de la familia traía a ventilar
26 HUGO WAST

en la mesa todas las cuestiones de la vida pública


y privada.
Misia Tere, la dueña de casa, tenía motivos para
no comer, era gruesa en demasía, gordura fofa,
adquirida en las largas horas de inacción que se
pasaba sentada en su silla hamaca, tan perezosa,
que parecía identificada con la humanidad remolo-
na de su dueña. Debido a esa falta de ejercicio, ja-
más tenía apetito, como no fuera para algunas go-
losinas ysobre todo para las frutas de pleno ve-
rano cuando estaban en invierno, y de lo más crudo
del invierno cuando estaban en verano, porque le
halagaba lo caro y lo difícil.
Javierita, cuñada de Mr. John, la última de las
solteras por lo mismo que en el orden de edades
era la primera de las tres hermanas, también te-
nía motivos para no comer; era muchacha y no
le convenía engrosar; decíanle que le sentaba el
ser delgada y ella se había tomado tan a pecho la
tarea de conseguir lo que le sentara, que había aca-
bado por asemejarse a una espingarda árabe.
Lidia, la hija mayor de misia Tere, también se
disculpaba de no tener apetito ; esa mañana, al vol-
ver de las tiendas, entraron con Javierita en el Gas
y comió sandwiches con oporto, y ya se ve, dejar
de comer por haber comido... También a ella le
sentaba el ser delgada; y como, por otra parte, to-
maba yemas de huevo con jerez, era innecesario
estómago. "*
La que elno tenía disculpa era María Esther, que
cargarse
27
NOVIA DE VACACIONES

en la otra punta de la mesa se batía briosamente


con todos los platos; también ella tomaba yemas
de huevo con Lidia, pero comía de todo, sin po-
ner reparos.
Sus nueve años lucían en sus mejillas rosadas, en
sus ojos azules e inteligentes, en su cabellera ru-
bia, siempre volando en rizos alborotados alrede-
dor de su frente.
Sin embargo, cuando por haber despachado ya
su parte se quedaba con las armas en pabellón, sal-
taba misia Tere:
— ¡Niña! ¿por qué no comes?; te va j-Y.enir Ia
calandria.
La calandria era la tisis.
— ¡Pero mamá, si ya he acabado!
Servíanle de nuevo, y ella, sin hacerse rogar, vol-
vía a la carga.
Aquel día la inapetencia general tenía un motivo
más.
A cada coche que pasaba, Lidia corra al balcón
para espiar si se detenía frente a su casa, mientras
misia Tere y Javierita aguzaban el oído.
— i Pero niña ! si aun no sol las doce — observaba
la señora. — El tren llega a las doce.
— Podría llegar adelantado, mamá.
— Como no se desencuentre con tu padrino, que
fué a buscarla . . .
— ¿Viene sola? — preguntó Mr. John sin mayor
curiosidad.
— Sí, viene sola; ¿quién la va a comer? A los
28 HUGO WAST

veinte años una muchacha puede ya viajar sola. . .


— Como que más vale ir sola que mal acompa-
ñada — agregaba Mr. John.
— Mamá — preguntó Lidia — ¿no tiene diez y
ocho como yo?
—Así dice ella, pero . . .
— Esto es — añadía Javierita, cuyas respuestas
iban siempre a continuación de las de su hermana,
precedidas de un "esto es", aun cuando fuera pa-
ra replicarle; — esto es, asi dice, pero no hay que
creérselo.
A Javierita le quemaba la sangre al oir hablar
de esa edad florida, que ella había perdido de vis-
ta hacía tanto tiempo.
— ¿Es bonita, mamá?
— Hija, no sé; puede ser, su madre era una lin-
da mujer; ¿te acuerdas, Javierita, de Camila?
— Era muy chica entonces — contestó secamen-
te la aludida.
— ¡Mujer! — fué a exclamar escandalizada su
hermana; pero se contentó con decir: — Es ver-
dad ;y a más Mr. John no es feo.
— Esto es, pero no siempre las hijas salen a los
padres — insinuó Javierita, que tampoco gustaba
de hablar de Mr. John, pobre, por quien ella había
puesto los ojos blancos más de una vez.
— Dicen que es un poco romántica — prosiguió
Lidia.
— ¿ Ella ? ; qué ha de ser ! Lo que dicen es que es
una. . . vamos, en confianza/ no lo repitan — dijo
29
NOVIA DE VACACIONES

la solterona bajando mucho la voz para que Mr.


John no la oyera, — dicen que es una gaucha, una
gauchita, imagínense, a caballo el día entero, por
esos montes de Dios, en relación con todo el pai-
sanje. .
— i Jesús, Javierita! — exclamó a media voz mi-
sia Tere, indicando con un gesto a su marido.
— Lo sé por Bernardita — continuó la otra im-
perturbable—; dice también que es una despreocu-
pada, egoísta . . .
— ¡Oh! — protestó misia Tere, horrorizada an-
te el pecado más grande que para ella existía. —
Ha de ser mentira.
— ¡Esto es, mentira! Imagínate que el nene, en
cinco años, no ha tenido corazón parad arle un
beso .
— i Seca como su padre ! — indicó misia Tere,
que no tenía valor para colaborar en aquella car-
nicería.
— ¡No, no! ¡Egoísmo! ¡Egoísmo! A tí que eres
puro corazón, ya verás como te choca esa mujer; ya
ves tú, una gauchita; yo no sé cómo se te ocurrió
llamarla. .
En realidad no había sido misia ,Tere la de esa
idea, sino Mr. John que bastante tuvo que luchar;
pero una vez hecha la cosa, la dama quería quedar-
se con el honor de la jornada, más por el atractivo de
la novedad que por # el deseo de hacer una obra
buena.
— ¡Ay, Javierita! — contestó con un suspiro. —
20 HUGO WAST

Así soy yo, puro corazón; veía que la muchacha


se pasaría la vida entera en los motes, "echándo-
se a perder, y he querido hacer esta buena obra;
a nuestro lado se desbastará . . .
— ¡Eisto es ! Ya berás cómo se desbastará —
replicó la implacable Javierita; — la cabra tira al
monte; a los veinte años no se cambia tan fácil-
mente de carácter. No sé cómo se te ocurrió. . .
— Yo soy así; es una caridad. Ama a tu próji-
mo como a tí mismo.
Pasaba otro coche, y mientras Lidia corría al
balcón Javierita murmuraba al oído de su herma-
na:
— Lo que siento es por Lidia.
— Lidia es un ángel.
— Esto es, un ángel; pero la compañía de esa
muchacha criada con tanta libertad . . .
— ¡Bueno, bueno! Yo soy la madre y velaré por
ella.
— Esto es, velaremos.
El carruaje se detuvo ante la portada del pa-
lacete.
— ¡Allí viene! — gritó radiante Lidia y corrió.
— ¡ Lidia, Lidia ! ; no conviene que esa muchacha
crea que la aguardamos como al Mesías ; basta que
la esperemos aquí.
Estas palabras, dichas en un tonito gangoso e
impertinente, helaron el entusiasmo con que Lidia
se aprestaba a recibir a su nueva compañera.
Hacia días que sólo pensaba en ella; criada en-
NOVIA DE VACACIONES
SI

tre mujeres grandes, sin amigas casi, sentía nece-


sidad de una que tuviera sus años, a quien deslum-
hrar con sus trajes, a quien hablar de sus novios
y a quien confiar los pequeños secretos de su co-
razón, también pequeño.
— Tienes razón, Javierita — murmuró, volvién-
dose a sentar, pero de espaldas a la mesa, vuelto
el rostro a la puerta, influenciada también por la
general hostilidad ; — sería darle demasiada impor-
tancia.
Se oyó la voz del padrino de Lidia, don Víctor
Blay, coronel retirado, que daba órdenes a los sir-
vientes luego
y el ruido de pasos.
— ¡Ahí está la pobre! — exclamó misia Tere.
La noble presencia de Angelina, más alta, más
linda y ligeramente más triste que cuando la co-
nocimos, rompió la artificiosa reserva impuesta a
Lidia, que corrió a abrazarla y a cubrirla de besos :
que ella devolvió contagiada por el entusiasmo de
su nueva amiga, de su prima, como le decían ya
que la llamara.
Ella también había pasado días enteros pensando
en eso. ¿Cómo sería Lidia? ¿Fea, linda, buena?
¿Sería sobre todo buena y leal? ¿Hallaría por fin
alguien que la comprendiera, que la tratara con la
dulzura que ella pedía en cambio de toda su dul-
zura, que le diera un poquito de cariño en cambio
de todo su cariño?
Miró a Lidia buscando todo esto y la encontró
bonita, con sus ojos azules, que ella movía para ha-
32 HUGO WAST

cerlos lucir; con sus cabellos rubios y su palidez


aristocrática, frágil, fina, elegante, pero aniñada y
nerviosa.
También su tía parecióle afectuosa, aunque ex-
pansiva hasta el exceso.
Mr. John Smith habíase contentado con decirle
tres palabras de bienvenida; pero su fisonomía se-
ria yafable le inspiraba confianza.
Sólo aquella mujer que apenas la saludó, esti-
bándole lamano pegajosa y fría, le infundió una
rara repulsión; ¡qué falsa debía de ser con todo
su aire candoroso !
En sus ojos penetrantes, que se entornaban con
una dulzua estudiada; en su boca achicada como
por una jareta, en su nariz fuerte, un tanto des-
viada; en sus arrugas desesperantes, inocultables,
que eran como un mapa de su corazón, porque
mostraban su malignidad en los ángulos plegados de
los ojos, su tenacidad en las tres rayas verticales de
la frente y su causticidad y desdén en los rasgos
que prolongaban hacia abajo la comisura de sus
labios; en toda ella se veía el esfuerzo y la ficción.
Le dió miedo. Contestó su saludó y se volvió.
Don Víctor, detrás de ella, se retorcía el bigote,
muy satisfecho.
Era todo un buen mozo; sus cuarenta y cinco
años se portaban admirablemente. Alto, bien plan-
tado, presumido como un alférez, el ex-coronel, que
por revoltoso habíase visto dos o tres veces en el
NOVIA DE VACACIONES

trance de ser fusilado, era la esperanza y la deses-


peración de Javierita.
Por él desplegaba la solterona los recursos de
su táctica; contra las murallas de hielo que defen-
dían aquel corazón de veterano, hacía estallar co-
mo óbuses sus inadvertidos encantos; para él eran
sus actitudes Cándidas y su aire primaveral, y no
perdía ocasión de ofrecerle humeante su corazón
de virgen . . .
Y el buen hombre ni se daba cuenta; él, que
presumía delante de todas las muchachas, por la
dulce Javierita, que lo envolvía con sus miradas de
torcaz nunca se torció ni un pelo del bigote.
¿Qué ilusión podía sentir, amante de las frescas
bellezas, por aquella prima, compañera de los jue-
gos de su infancia, que más de una vez, cuando iban
a la escuela, una modesta escuela de provincia, ha-
bíale corregido sus temas, como hermana mayor,
y que ahora, empeñada en no pasar de los treinta
años, lo dejaba adelantarse por el camino de la vi-
da que habían comenzado juntos y que parecía des-
tinado aseguir él solo? ¡Ahí es nada; la primita
se le había rezagado en quince años!
Angelina, volviéndose hacia él, le pagó con una
sonrisa la amabilidad que había mostrado lleván-
dole hasta entonces su valijita de mano.
— Gracias, señor ■— díjole; — sin usted no me
habría entendido en el tumulto de la estación.
— No vale la pena, señorita, digo, mi sobrina;
¿verdad, Tere, que Angelina es sobrina mía?
34 HUGO "WAST

— ¡ Sí, sí ! ¡ Sobrina de un coronel ! — exclamó mi-


sia Tere queriendo deslumhrar a la muchacha, —
i y sobrina de los Smith!
— ¡ Hija de un Smith ! — respondió Angelina re-
cordando ala 'señora el apellido de su padre.
— ¡Ah, pero esos son otros Smith! — saltó Ja-
vierita .
— Sí, los Smith pobres; — contestó sencillamen-
te la joven.
La había entristecido, no el recuerdo de la hu-
milde posición de su padre, sino el presentimiento
de que el acercar ambas familias no sería fácil em-
presa.
Por todos los suyos habíase propuesto ser dulce
y mostrarse agradecida para con sus protectores,
ya que ni su padre, ni ella ni nadie podría recom-
pensar de otro modo el bien que le hacían. Ya no
era su padre el antiguo administrador de sus pro-
piedades en la sierra; ahora, gracias al desinterés
de su rico compatriota, era el dueño de una buena
parte de ellas. Pero empeñado en una tarea gigan-
tesca de explotación de minas de mármol que de-
cían muy abundantes en aquellas montañas, cada
día necesitaba más el firme apoyo del millonario
inglés, que había venido a ser el principal accionis-
ta de la empresa.
Pero con el pensamiento evocado por las palabras
hostiles de la solterona se fundió el calor del entu-
siasmo de Ividia, y aun de misia Tere, porque los
sentimientos de la majestuosa señora nacían así,
NOVIA DE VACACIONES 35

por impresiones momentáneas, sinceras y ruidosas,


aunque más tarde se los llevara la trampa, con la
mayor facilidad, como decía su marido.
La única que aun no había saludado a la re-
cién llegada era Marjía Esther. Sin moverse de su
sitio, impasible en medio del alboroto, habíase con-
tentado con mirarla, para ver si le gustaba o no le
gustaba la prima, porque no comprometía así no
más su amistad.
Cuando hubo formado su juicio se arrimó.
— ¿Cómo te va? — le dijo sentándose en sus fal-
das ¡ytestándola; y fué tan cariñoso el saludo y
hubo tanta lealtad en sus ojos profundos, y tal dis-
creta seriedad en su gesto, que Angelina se quedó
mirándola.
— Si alguna vez — pensó — bajo el techo hos-
pitalario de los Smith ricos, la desbordaba alguna
pena, su confidente no sería la acre Javierita, ni
la impresionable tía Tere, ni la nerviosa Lidia, que
no la comprenderían.
A aquel corazón de nueve años, que ella, con
ésa intuición rápida de las personas que han vivido
mucho recluidas en sí mismas, había adivinado tal
cómo era, confiaría su secreto.
— Si alguna vez ... — repitió mentalmente, por-
que aquello le parecía muy remoto, tan segura es-
taba de que en aquella casa hallaría la amable cal-
ma que ansiaba.
IV

Eiy señor Paganini

El primer día fué muy ocupado para ella. Tu-


vo que arreglar su cuarto, una piecita que daba so-
bre el jardín interior y en que antes se guardaban
esa cantidad de cosas que se guardan cuando no se
sabe adonde tirarlas.
El palacete de los Smith estaba edificado en una
esquina, rodeado por un vasto jardín, con verja de
hierro que llegaba sobre la calle transversal has-
ta donde comenzaba la muralla de la huerta.
Separado del cuerpo grande y lujoso del edifi-
cio,, hacia la parte de adentro, había un pabellon-
cito donde estaban las dependencias humildes de
la casa y el cuartito que habían destinado a An-
gelina.
No era muy grande, y a ella le pareció delicioso.
Su puerta quedaba sobre la galería del pabe-
llón; pero la ventana, sombreada por una cortina
de madreselvas, caía sobre el jardín, junto a los
37
NOVIA DE VACACIONES

rosales que la sahumaban con el perfume de las


rosas y de los naranjos que el año entero alfom-
braban la escalinata con sus azahares.
Aquella parte del jardín era más modesta que
la del frente de la casa, pero tenía, en lugar del la-
guito con los cisnes de la otra, una glorieta entol-
dada de jazmines del país, efímeros y fragantes.
Llena de ilusión se dedicó Angelina a arreglar
su cuarto. Si a ella le hubieran dado a elegir, ha-
bría elegido aquel rincón lleno de luz y de paz, en-
tre los árboles tranquilos.
Para los caracteres como el de ella, amigos de la
soledad y de los pensamientos que los llevan lejos
del mundo, aquel cuartito independiente, fragan-
te como un ramo de flores, que hasta tenía su bal-
concito hacia la calle, era una maravilla.
Por cierto que Lidia había mostrado inútilmen-
te la hilacha.
Misia Tere quiso dar a la recién venida una ha-
bitación junto a la de su hija, ya que no le parecía
del todo bien — ¡cosas de Javierita! — alojarla
en la misma de ella. Pero era el cuarto de pintura,
donde la muchacha guardaba arrumbados y cubier-
tos de polvo los abigarrados mamarrachos que ha-
bían dado en llamar "los cuadros de Lidia", ma-
jestuosamente asentados en sus caballetes.
— Pero mamá, ese cuarto lo necesito — clamó
la artista afiligida; — ¿dónde voy a poner mis cua-
dros ?
— ¡Jesús, niña! ¿Qué cuadros? Irán al desván.
38 HUGO WAST

má.— i Qué esperanza! De allí no pueden salir, ma"


— ¿ Y Angelina ? ¿ Dónde ? . . .
Angelina estaba presente.
— Tía — dijo usando por primera vez aquella
palabra, — tiene razón Lidia; ¿por qué se han de
esconder estos cuadros tan bonitos?
Tampoco le agradaba mucho la habitación.
— ¿No ves, mamá?, y luego hay tantos cuartos;
por ejemplo, el del jardín.
Fueron "al cuarto del jardín", como lo llamaban.
Felizmente poco antes lo habían pintado, y como
estaba casi libre de cachivaches, tenía un aspecto
bonito.
¡ Qué bien se podía soñar allí, lejos de las tur-
bulencias de Lidia, la soberana de la casa, según
iba pareciendo!
Esa noche tuvo Angelina un encuentro.
Se había despedido para acostarse temprano,
pretextando el cansancio del viaje, pero en reali-
dad porque deseaba quedarse sola un momento an-
tes de dormir, cuando al llegar a su puerta sintió
la música de un despertador que ella tenía.
Tocaba "Tütte le feste al tempio", de "Rigo-
letto".
¡ Cuántas veces había escuchado enternecida la
música sencilla e intensa, la historia de amor de
Gilda, en que las notas salen como empapadas en
ingenuidad, en dolor, en arrepentimiento, en ter-
nura, todo junto, porque el gran arte,de Verdi con-
NOVIA DE VACACIONES 39

siste en unir y amasar en una sola frase los sen-


timientos más complejos !
Detúvose en el umbral: era noche de luna, y la
primavera que comenzaba había llenado de flores
los jazmines y los rosales y los naranjos del jardín;
el aire era dulce, y sobre el fondo azul del cielo
se recortaban las copas regulares de las palmeras
con tanta suavidad en el silencio, que Angelina sin-
tió las nostalgias de los días felices y en un minu-
to evocó toda su vida.
A lo lejos bullía la inmensa capital, pero el cla-
moroso rumor de la gran resaca no llegaba hasta
ella, que sólo oía la confesión de Gilda.
Aquel despertador tenía una historia; había si-
do de Julio, y en una rifa que hicieron en Capilla
del Monte a beneficio de los pobres, para la que
cada uno de los veraneantes ofreció algún objeto,
le había tocado a ella,
¡Cómo bendijo la buena suerte que se lo dio !
Julio le contó el argumento de la ópera, y tan bien
se la grabó en el alma la historia de la hija de Ri-
goletto, que cuando ella le confesó que lo amaba,
entre el rumor del arroyo que corría a sus pies y
el lamento de las tortolillas del sauzal, sonaba en
su oído aquella música.
Habían pasado tres años durante cuyo tiempo el
reloj calló, porque desde el día en que ella estuvo
cierta de que todo había sido menos que un sueño,
no quiso volverlo a oir.
40 HUGO WAST

¿Por qué tocaba a esa hora? En su corazón aque-


lla música tenía un poder evocador terrible.
¡ Cómo volaron, oyéndola, las cenizas de tres años
que cubrían el fuego que ella creyó apagado!
¿Por qué había sonado? ¿Por qué?
Y, sin embargo, a la luz de la luna, en el silencio
de la noche tranquila, la escuchaba con arrobamien-
to, porque le traía la dulzura de los tiempos idos.
Sintió que las lágrimas temblaban en sus párpa-
dos; hizo un esfuerzo para arrancarse a la influen-
cia de aquella música que la enervaba, y entró de
golpe en su cuarto.
Se detuvo llena de sorpresa; sobre su mesita ha-
bía una luz, allí sonaba el despertador y un vie-
jo escuchaba sentado, con la cabeza de blancos ca-
bellos entre las manos.
El ruido de la puerta lo sacó de su abstracción;
levantóse sobresaltado.
— ; Ah, perdón señorita ! — tartamudeó todo con-
fuso. — La gente se acuesta tan tarde aquí, que
de veras no creí que viniera usted tan pronto; ni
sabía que fuera este su cuarto; creí que era el del
jardinero. . . Me gusta la música, sobre todo la de
Verdi, y como la oí desde el jardín me permití. . .
¡ Perdón, señorita !
Estaba el pobre tan afligido con sus disculpas y
su azoramiento, que Angelina sonrió.
■ — No es nada, señor ; no vale la pena.
Cuando penosamente se puso de pie para irse,
advirtió que también él tenía los ojos empañados (Je
NOVIA DE VACACIONES 41

emoción, y aquella comunión de sentimientos hizo


nacer en ella una honda simpatía. .
El viejo salió después de darle las buenas noches,
y a través del jardín se encaminó hacia el fondo de
la huerta, apoyado en una muleta.
Pequeño, humilde, flacucho, vestía traje talar y
parecía baldado.
Al verlo alejarse, Angelina se dió cuenta de que
era el señor Paganini, viejo sacerdote inválido, tío
lejano de misia Tere, que lo había tomado bajo
su protección, dándole alojamiento en su casa.
La primera vez que el pobre viejo llegó como
huésped a la fastuosa mansión, todos protestaron,
excepto Mr. John, que no se ocupaba de los asun-
tos de su mujer; pero ella los dejó protestar. Era
una obra de caridad, una gran obra; no podía de-
jarlo morir de miseria y lo recogía y lo amparaba,
sin pensar en las recompensas del mundo y sólo por-
que así era ella, ¡ puro corazón !
Lo que no impidió que pronto el inofensivo ancia-
no sirviera de blanco a los chistes de Javierita y de
Lidia y de la misma misia Tere.
¡Era tan ridículo el pobre con su muleta y sus
! manías musicales !
No entendía nada de música, pero buena parte
del día se la pasaba ensayando en un violín viejo
cuantas tonadas popularizaban los organitos calle-
jeros, lo que le valió el sobrenombre de "señor Pa-
ganini".
Había que verlo al pobre viejo en las noches de
42 HUGO WAST

baile, cuando la orquesta llenaba de armonía la re-


gia mansión de los Smith.
Como un fantasma, receloso y audaz al mismo
tiempo, escurríase hasta el "hall", y desde un rin-
cón se pasaba horas escuchando la orquesta.
No gustaba mucho de las piezas de baile, pero se
estaba allí con. la esperanza de pescar algún trozo
de música seria, sobre todo de las viejas óperas ita-
lianas, cuyos aires habían arrullado su niñez, por-
que él había nacido en la tierra de Verdi. ¡ Cómo tem-
blaba al decirlo, y cómo se conmovía hasta las lá-
grimas, él,cuyo llanto de viejo era difícil, oyendo
la música del gran maestro!
El episodio sacó a Angelina de sus pensamientos.
Hizo callar al despertador, rezó mucho, arrodillada
en un reclinatorio que misia Tere había hecho po-
ner en su cuarto y se aqostó cerrando los ojos y
sacudiendo la cabeza, como si de ese modo pudiera
ahuyentar las ideas que con la ternura del rezo vol-
vían a anegarla.
Se durmió después de un rato de lucha; pero su
espíritu, libertadlo de su voluntad, huyó lejos, hacia
el rincón de las sierras que ella había abandonado
con pena, como si en cada árbol dejase un confidente.
Era invierno, y ella, envuelta en su abrigo, seguía
el sendero más solitario que llevaba al monte.
Aun no había salido el sol, y a la luz del alba la
escarcha brillaba en los árboles negros. Los veía
con afecto, como a compañeros de soledad, y los co-
nocía uno por uno.
NOVIA DE VACACIONES • 43
Junto al viejo molle que más sabía de las cosas
de su alma, halló una palomita de la Virgen, dura
de f;rfc>, mirando con sus ojitos redondos y tristes
el mundo que iba a dejar. Tuvo lástima, bajóse de
la jaquita y la recogió. Al calor de su pecho la torto-
lita se reanimó y cuando el sol, un sol de invierno
lujoso, que aparecía en medio de la naturaleza muer-
ta como un mago evocando la vida, se levantó sobre
el perfil de la sierra, sus alitas tenían ya suficiente
fuerza y ella la vió remontarse indecisa y atontada
primero, y después de haber subido muy alto, diri-
girse recta como una flecha hacia un puntoi del
horizonte.
Vió en aquello un símbolo. Parecióle que era su
corazón aterido que había vuelto a vivir y que vola-
ba hacia el ideal.
¿Pero quién iba a recoger aquel oorazón humil-
de, como ella había recogido la palomita que se mo-
ría de frío, al pie del viejo molle que más sabía de
las cosas de su alma?
V

La obra de tres años

Angelina tenía el sueño ligero de los pájaros, y


en la sierra solía levantarse cuando ellos soltaban
sus primeros gorjeos.
Pero la primera mañana de Buenos Aires, por-
que se había dormido tarde, pensando en sus cosas
o porque los aristocráticos canarios de misia Tere
no tenían en sus doradas jaulas el loco despertar
de las golondrinas y de los chingólos serranos, fué
infiel a su costumbre.
Arrancóla de su sueño una oleada de luz y de
olor a jazmines y azahares que entró en su cuarto
junto con María Esther.
■— ¡ Buenos días, dormilona !
— Buenos días — contestó Angelina un poquito
avergonzada. — Ha sido una casualidad que me
durmiera. ¿ Siempre te levantas temprano til ?
María Esther era también como los pájaros, y
al verla aparecer en las mañanas de primavera en
45
NOVIA DE VACACIONES
el jerdín, junto con el sol y con la brisa y con las
mariposas, no se sabía decir si ella estaba en la
primavera o la primavera estaba en ella.
Era habitualmente alegre, pero esa mañana ha-
bía cierta seriedad en su expresión.
Tenía que hablar con su prima de un asunto
grave ; eran sus primeras confidencias ; después, si
le sabía guardar el secreto, le contaría muchas cosas.
Angelina la escuchaba llena de curiosidad.
— Anoche me peleé con Lidia.
— ¿Por qué?
— Ella había comenzado; hablábamos de tí; de-
cía que te quería mucho, que tú serías su secreta-
ria, como dice ella; que te hablaría de sus novios...
— ¡Ah! ¿Tiene novios?
— Sí, dos o tres.
— ¿Pero todos son suyos?
— Ahora sí ; pero antes uno no era de ella, era. . .
Dime, Angelina, no se lo dirás a mamá, ¿verdad?
— ¡No, no!
— Yo sé que eres buena, y por eso te voy a coi^
tar todos mis secretos.
— ¿ Tienes secretos ? ¿ Ejs posible ?
— Sí — respondió la chiquilla muy seria; — y
después me contarás los tuyos, si tienes. . .
— ¿ Yo?. . . Yo no — contestó Angelina sonriendo.
-— ¡Qué lástima!
— Pero si alguna vez los tengo, todos mis secre-
tos serán tuyos.
Tomó la cabecita de María Esther entre sus
46 HUGO WAST

manos, acercóla a su corazón y la besó en la frente.


— Ahora cuéntame los tuyos ; ¿ de quién era antes
ese novio de Lidia?
——N¿Pero
o.
no adivinas?

— Yo tengo vergüenza de decírtelo; ¿de veras no


adivinas ?
— Supongo que no serfia tuyo.
— Sí, sí, era mío.
Angelina se echó a reir; pero al ver la expresión
entre ofendida y avergonzada de la niña, se quedó
seria; ¿a qué llamaría ella novio?
• — Ya comprendo — dijo, curiosa por saber lo de-
más ;— era tuyo y ella. . .
— Ella me lo quitó ; por éso nos peleamos anoche ;
hizo mal, ¿no es cierto?
— «iQuién sabe ! Si ella te lo quitó fué porque él
quiso.
— ; Ah, no conoces a Lidia ni a Javierita ! El no
quiso, quisieron ellas, y cuando a Lidia se le pone
una cosa y la ayuda Javierita. . .
— Se sale con la suya, ¿no?
— Sí, ya irás conociéndolas. Pero también él hi-
zo mal. Aquí en Buenos Aires todas las chicas
tienen novio, y coquetean con ellos y los cambian;
pero yo no, yo no cambiaba. Una noche, en el jar-
dín, mirando a la luna, le pedí a Dios que no me
dejara olvidar por él, que me hiciera bonita y bue-
na, ygrande para. . . ¿tú adivinas, verdad?
47
NOVIA DE VACACIONES

— S)í — contestó Angelina sorprendida y encan-


tada.
¿Qué clase de alma era aquella que la casuali-
dad ponía en sus manos, cerrada y misteriosa como
un capullo? Curiosa por ahondar en el pequeño gran
misterio, le dijo:
— El te olvidó a tí, ¿pero tú no olvidaste a él?
María Esther quedóse un momento callada. Des-
pués 'sentándose en el iborde de la cama, murmuró
al oído de su prima:
— ;Vístete ! Vamos a arreglar la sala ... — y agre-
gó, cambiando de tono : — El me olvidó y yo tam-
bién; pero a veces me acuerdo y me pongo triste,
y no quiero estar triste por él. Antes no tenía ver-
güenza de quererlo; pero ahora que él ya no me
quiere, tengo vergüenza de que vea que no lo he
olvidado. No digas nada; todo esto es mentira; lo
he olvidado; yo no lo quiero más. Vístete, vamos
a arreglar la sala; hoy es día de recibo; si viene,
te lo mostraré . . . ¿ Pero tú no dirás nada de todo
esto?
— No, mi vida, no — contestó Angelina acari-
ciando con ternura el lindo rostro de su primita .
; Cómo se parecía al suyo aquel corazón infantil
con arranques de grande !
Volvióse a ofrecer a la mente el pensamiento del
día anterior; si alguna vez sentía una de esas penas
que no se puedan guardar, a ése corazón de nueve
años confiaría su secreto, segura de ser comprendi-
da.. . Si alguna vez . . ,
HUGO WAál1
Esa mañana la idea no le pareció tan remota.
Una misteriosa sensación del futuro habíasele en-
trado en el alma con las palabras de María Esther.
¿ Era el pensamiento vago de que en el nuevo es-
cenario la casualidad o el destino iban a continuar
el drama de su vida, o era simplemente que su es-
píritu flotaba aún en los nebulosos pliegues del
sueño de esa noche?
Al arreglar la lujosa sala de los Smith, ayudan-
do humildemente a María Esther, que en eso en-
tendía más que ella, conoció al novio de Lidia.
Fué por un retrato de tres años antes, según in-
dicaba la fecha de la dedicatoria.
— ; Adivina quién es éste ! — le había dicho María
Esther mostrándoselo.
Y la vista de aquella tarjeta fué como un relám-
pago que la cegara, porque era él; era el mismo
retrato que tres años antes rompiera a orillas del
arroyo, y que arrojó al agua, y que el agua se llevó
como la última de sus ilusiones.
Había creído no volverse a encontrar con Julio
nunca más, y cuando descansaba en su certeza co-
mo en un refugio, he aquí que lo hallaba viviendo
en el pequeño mundo en. que iba a vivir y amando
a quien ella debía amar. ,
No le causó, sin embargo, ninguna sorpresa; fué
más bien un desencanto. Había trabajado durante
largo tiempo en la obra silenciosa de indiferencia
en que había de esconder su corazón; había reedu-
cado su antiguo carácter frío y casi egoísta; había
49
NOVIA DE VACACIONES

templado su voluntad en el dolor y en la costum-


bre de saberse olvidada, y cuando comenzaba a ol-
vidar también ella, gozando en su olvido como en
un triunfo, venía la traición del destino a aniqui-
larle su obra.
Sola, más 'sola que antes, porque no tenía ya los
antiguos amigos del monte y del arroyo, que le pres-
taran su impasibilidad de cosas, se sintió más des-
amparada más
y débil, y más cobarde para comen-
zar de nuevo la lucha.
Fué un dolor extraño, al sentirse envuelta en un
huracán ardiente que fundía el hielo que había
caído sobre su corazón; fué un desengaño viendo
su obra destruida, su gran obra de resignación y
de olvido, y fué también una alegría insensata, que
no pudo impedir, que la venció, porque lo volviera
a ver.
Era el destino que se le ponía delante. ¿Qué iba
a hacer ella contra el destino?
No quería delatarse delante de María Esther, que
se había quedado mirándola, y se mordió los labios
fuerte, fuerte; pero como lá mirada de la niña sCt
guía interrogándola y ella no podía más, tomó la
linda cabecita y la estrechó contra su corazón, y
soltando la rienda a su ternura la envolvió en una
explosión de caricias, besándola en los rubios cabe-
llos, en la frente, en las mejillas, en los ojos, sobre
todo en los ojos, para cerrárselos para que no la mi-
raran más y no adivinaran lo que en ella pasaba,
pues aun no había llegado la hora de que descu-
brieran su secreto.
VI

L6S VIEJOS RECUERDOS

Aunque era cerca de la media noche cuando sa-


lió del recibo de los Smith, al ver la amplia ave-
nida, desierta en aquella hora, sintió ansias de pe-
dir un poco de tranquilidad a la naturaleza impasi-
ble yechó a andar hacia Palermo .
Ivos tibios perfumes de los árboles en flor, la
calma del paisaje, la indiferencia de la luna en el
cielo sin nubes y casi sin estrellas, el cric-cric de los
grillos y hasta el crujir de su paso en la calleja
arenosa que tomó, todo evocaba en Julio las no-
ches de la sierra cordobesa, cuando al salir de los
bailes acompañaba a la hija de Mr. John Smith,
pobre .
Porque era la misma serenidad del ambiente, la
misma pureza de la luna que pintaba en el suelo
las copas enmarañadas de los árboles.
Pero ¡qué lejos estaba aquéllo! Habían pasado
tres años, y lo que no es más que un plazo en los
NOVIA DE VACACIONES 51

acontecimientos humanos, había sido una época en


la vida de Julio.
Una sonrisa amarga le apretaba los labios. Y ex- .
perimentaba de nuevo la deliciosa tortura del viejo
amor que renacía ante la fresca hermosura de An-
gelina, lomismo que en sus primeros encuentros en
los bailes, cuando tímido y avergonzado le hacía sus
primeras confidencias.
Era la misma dulzura de quererla a ella, que era
toda dulzura con sus ojos grandes y tristes, con su
boca sonriente, con sus mejillas frescas, con su mo-
do sencillo, casi humilde. Pero ¡en aquella época,
siempre que había pasado algunas horas con ella,
sentía ímpetus de alegría, anhelo de cantar su amor
y su felicidad para que lo supieran todos, y ahora
sufría una indescriptible ansiedad, como cuando era
niño y cometían con él una gran injusticia.
A su espíritu se ofrecía una vana queja contra el
destino; ¿por qué cambiaban las cosas si él no ha-
bía cambiado?
Efra el despertar del que ha dormido profunda-
mente largas horas, y cree que el tiempo no ha co-
rrido porque él no lo ha sentido correr.
En su memoria se borraban los tres años que se-
paraban las dos épocas; se borraba la historia de
los primeros días en Buenos Aires, llenos de amar-
gas nostalgias, hasta que, solicitado por el mundo
donde triunfaba su juventud, comenzó a olvidarse
de la humilde novia de vacaciones, para quien se-
52 HUGO WAST

rían tristes y lentos los días que para él corrieran


alegres y ruidosos.
Pero repasando su vida, «volvía a su memoria la
catástrofe que le arrancó a su fácil existencia de
joven rico, el crack de la Bolsa, los tres millones que
se tragó en la jugada fatal en que su padre quiso
enfrentar la rueda por no perder las primeras pues-
tas, yechó toda su fortuna en aquellas malditas ac-
ciones del ferrocarril del Nteuquén.
Después vino la muerte de su padre.
Sobre él, lejos todavía de ser un hombre, cur-
sando el tercer año de Derecho, había caído todo el
peso de la f(amilia .
Recordaba sus primeros ensayos de hombre de lu-
cha; el puesto. que le ofreciera en su escritorio Mr.
John, viejo amigo de su padre; la alegría de perci-
bir los primeros frutos de su trabajo personal, su
aplicación, su puntualidad, la brusca adaptación al
medio estrecho en que había de vivir, que se produjo
en su carácter noble y fácil para seguir los buenos
impulsos .
Recordaba su primera entrada en casa de los
Smith, la vez primera que vió a Lidia a quien nun-
ca habría soñado festejar. Poco a poco había ido
conquistando la voluntad de Mr. John Smith, que lo
tomó bajo su protección, viendo en él un muchacho
de porvenir, lo recibió en su casa, lo hizo convidar
a sus comidas y a sus fiestas .
Allí conoció a Macario Sandes, sobrino de misia
Tere, que gozaba de gran privanza en la casa, en-
53
NOVIA DE VACACIONES

tre el elemento criollo. Mr. John no lo podía pasar


por su temperamento flácido de calavera de menor
cuantía, sin más ideales que el hipódromo o el po-
ker, ni más habilidades que el ser maniático dibu-
jante de tarjetas postales, con que había llenado el
álbum de su prima.
El modo cariñoso de Julio le había granjeado la
amistad de María Esther.
Era un dulce recuerdo que le arrancó una son-
risa, el de las noches de recibo, en gran parte pasa-
das en el rincón menos visible de la sala, ocupado
en contarle historias que inventaba, en querer a su
linda amiguita y en dejarse querer por ella, "la pla-
ta labrada de la casa", como la llamaba Mr. John.
Después vino su noviazgo con Lidia. No podía
decir cómo ni quién empezó. Jamás habría pensado
en la hija del millonario si alguien no le hubiera he-
cho el tren; recordaba, sí, que se vió de pronto en-
vuelto en un torbellino de festejos y se dejó llevar
por la corriente que le formaban en su casa y en la
de ella, y aprendió también a sufrir los caprichos y
aguantar los chubascos de la rubia muñeca.
Dos días antes, conversando en el escritorio de
Mr. John con Macario Sandes, empleado por obra
y gracia de misia Tere, cuya influencia llegaba hasta
allí, supo la llegada de Angelina .
— ¿Angelina Smith? — murmuró como indagan-
do en su memoria, no porque se hubiese olvidado del
nombre de la que fué su novia de vacaciones, sino
porque al oírlo evocado de golpe por un extraño,
54 HUGO WAST

sintió la necesidad de disimular lo que le turbaba


aquella noticia inesperada.
— ¿ La conoces ?
— Sí; me parece. . . ¿Ha venido?
—Está en lo de tía Tere ; venimos a ser algo pri-
mos, ysi te he de ser franco, te diré que me gusta
la prima, me gusta. . .
Caminando hacia Palermo por la desierta avenida,
hundido en sus pensamientos, Julio volvía a oir con
indignación la insistente risita con que el pintor de
postales sazonaba sus ponderaciones de la hermosu-
ra de la prima.
Aquel día no le hizo tanta impresión ; pero ahora,
después de haberla visto, noble, altiva, llena de dig-
nidad yde dulzura, inaccesible al lodo mundanal,
como una flor nacida en la montaña, sentía honda
repulsión al recordar las palabras de Macario.
Como todos los martes, fué esa noche a casa de
los Smith, sabiendo que iba a hallarla, y, aunque
temía la impresión del primer encuentro, sentía un
agudo deseo de verla.
Pero cuando entró en el comedor, donde aun es-
taba la familia; cuando saludó a todos, cuando al
lado de María Esther, sentada en un extremo de la
mesa y como siempre haciendo gala de indiferencia
para con el amigo de antes, la vió ella, impasible
como una extraña ; cuando oyó la voz melosa de mi-
sia Tere que decía : <(]n\io} usted debe de conocer a
Angelina, ¿no se acuerda?; ¿te acuerdas tú, Angeli-
na?", yla voz de ella, que contestaba con voz cía-
NOVIA DE VACACIONES 55

ra: "No recuerdo ... todos sus sentimientos cam-


biaron de golpe.
— Angelina Smith, Julio Ocampo — ' prosiguió la
dueña de casa haciendo la presentación.
Sintió en su mano la de ella, aquella mano que
una vez él había besado y que ahora se le tendía
indiferente y firme como a un desconocido, mien-
tras la suya temblaba . . .
Durante la sobremesa conversó con Lidia . Estuvo
ingenioso, decidor, chispeante, ansioso de vengarse
de algo o de alguien que lo había herido, aunque no
pudiera decir en qué forma.
Más tarde, en la ¡sala, llena de visitas, siguió al
lado de Lidia que le hablaba entusiasmada de Pa-
lermo y de Florida y de los sandwiches del Gas que
había comido esa mañana, y de que la amiguita tal o
cual iba todavía de sombrero de invierno', cuando
ella hacía semanas que lo llevaba de paja.
Y en medio de aquella charla insípida, que ape-
nas atendía porque su pensamiento comenzaba ya
a írsele detrás de los viejos recuerdos, escuchaba la
argentina Carcajada de María Etether, que en el
otro extremo del salón conversaba con ella, en el
mismo lugar en que antes él se pasaba las horas in-
ventado cuentos para "la plata labrada de la casa".
Conocía ya esa risa ; sabía que se reía así por él, pa-
ra mortificarlo un poquito y hacerle palpable su in-
diferencia.
Siempre le hacía daño la risa inocente y cruel de
la amiguita que tanto había querido y que aún que-
5G HUGO WAST

ría tanto, quizás ahora más que nunca, ahora que


estaba con ella.
En el salón, entre las ruidosas conversaciones de
las visitas, cortadas de vez en cuando por algún
chisme punzante de Javierita que crepitaba como un
rayo, nadie, ni Lidia, embriagada en 'su propia char-
la; ni María Esther, que jamás lo miraba; ni Ange-
lina, que parecía no haber advertido su presencia,
nadie se dió cuenta de la ola que iba inundando su
alma.
No volvían los viejos recuerdos lenta y dulcemen-
te; volvían impetuosos, como la marejada, y amar-
gos como ella. . .
Despidióse temprano, y abstraído en sus pensa-
mientos, apenas supo qué contestar a los encargos de
misia Tere para su mamá y a las reconvenciones de
Lidia, que se quedaba enfurruñada por vagas his-
torias.
Salió de prisa, ansioso de respirar al aire fresco
de la calle, y caminando sintió que se dulcificaba la
áspera amargura de que iba lleno.
"¿Por qué había cambiado su destino, si él no
había cambiado?", volvió a pensar.
Sin embargo, dentro de sí mismo, en el fondo
de su conciencia, surgía la 'sensación de su propia
responsabilidad; y no quiso ahondarla.
VII

Ely CORAZÓN de; misia T^rd

La luna, por la ventana abierta, dibujaba un gran


cuadro en el suelo. La madreselva que trepaba por
la pared había aprovechado la jornada para meter
sus guías floridas en aquel nido, todo suyo, porque
ella lo embalsamaba con el mordiente perfume de
sus campanillas blancas.
Angelina, al entrar, la saludó como a una amiga ;
esa mañana la había podado, despuntándole las guías
deviadas y las ramitas muertas; suerte fué para
ella que no se le ocurriera cortar aquel amable ra-
millete que ahora le hacía su visita.
La noche era fresca ; iba a cerrar la ventana, pero
el temor de herir a la planta cariñosa la contuvo.
Sentóse al lado de la cama ; recostó la cabeza en la
almohada y se puso a mirar la luna.
¡Qué dulce, qué tranquila, qué discreta era su
vieja amiga! Cruzaba el cielo sin nubes como una
góndola de plata en un lago azul.
58 HUGO WAST

Una estrellita, la única que brillaba en la noche,


seguíala de cerca.
— Es mi estrella — pensó Angelina.
No estaba tan sola. Había creído dejar en la sie-
rra todos sus amigos: el arroyo, el camino, su ja-
quita, el monte, algunos árboles que ella conocía
bien; el viejo molle a cuya sombra había pensado
tanto, y tanto- había llorado, cuando ella lloraba . . .
Se había despedido de ellos creyendo no volverlos a
ver, y he aquí que la luna y su estrella la habían
seguido en su destierro.
Y luego tenía otros amigos: el jazmín nevado de
flores, el rosal lleno de pimpollos, el naranjo que
regaba con sus azahares la escalinata de su cuarto,
aquella madreselva. . . ¡ah!, y la mejor de todas, la
que ella quería más, la que era por sí sola toda una
felicidad, María Esther.
Acostumbrada a la soledad de su antigua vida,
sentíase llena de ternura hacia la chicuela, cuya risa
resonaba aún en sus oídos con el eco simpático del
trino de las golondrinas de nuestro alero.
¡ Cómo se había reído la locuela ! Al darle las bue-
nas noches, la besó y le dijo:
— ¿Lo viste? Ni una vez me habló; cada día es
más malo. . . ; pero es buen mozo, ¿verdad?
Y después, cuando ya se iba, volvióse para de-
cirle el secreto con que la había estado intrigando
toda la noche.
— ¡Te miraba mucho! ¿Por qué no se lo quitas
59
NOVIA DE VACACIONES

a Lidia para que aprenda que no sólo ella es lin-


da?. . ¡Cómo te miraba!
¡Loca chiquita que la llenaba el corazón de an-
gustia ¡! Pero estaba contenta, contenta, contenta !
La prueba terrible había pasado. La Virgen, a
quien había rezado mucho, le dió fuerzas. Asom-
brábase ella misma del dominio que tuvo sobre sus
nervios en el momento en que misia Tere le había
preguntado si lo conocía. . . "No, no recordaba. .
Cuando él le dió la mano, la sintió temblar en la
suya... ¿Era que todavía no se habían borrado
ciertos recuerdos? Apenas lo miró, porque le daba
miedo encontrar sus ojos. Y él. . ., las palabras de
María Esther le hacían daño; él la miraba. . . ¿pero
era cierto ?
En el fondo de su alma había sentido germinar
la humilde semilla de una de esas alegrías ocultas
que ni se atrevía a confesarse a sí misma : ; él
la había mirado ! La olvidada aventura tenía que
haberle venido a la memoria un momento a lo me-
nos, ysu pensamiento se había acercado al de ella. . .
Esa mañana tuvo lástima de podar las guías re-
beldes de la enredadera, y, en cambio, esa noche no
la tuvo para arrancar de raíz aquella pobre alegría
rebelde, así que la sintió nacer.
Con la conciencia de que era fuerte, orgullosa de
su fortaleza, pensó que el destino no podría obligar-
la a lo que ella no quisiera ; se puso de pie y contem-
pló el horizonte lejano, como si pudiera adivinar el
futuro y desafiarlo.
60 HTUGO WAST

Al acostarse rezó un poco, con el pensamiento


distraído, y se durmió.
Tenía que levantarse muy temprano porque misia
Tere, empeñada en inbuirle el espíritu de caridad
que en ella ardía, habíale dicho que al día siguiente,
de madrugada, comenzarían a visitar juntas a sus
socorridos.
Era la gran señora, presidenta de la "Sociedad
de Socorros al Pobre", y en ese carácter desvivíase
por conocer las miserias humanas, para aliviarlas,
lo que hacía con tanto gusto, que en el tristísimo,
pero felizmente improbable caso de no haberlas ha-
bido, las habría inventado.
Porque así era de noble aquel gran corazón que
Dios le rabia dado . En él había encontrado la bon-
dadosa dama un famoso argumento en pro de la
desigualdad de las clases .
— ¿Qué haría yo — solía decir en sus arranques
apostólicos — si todos fuéramos ricos y felices y no
hubiera desgraciados a quienes socorrer?
Y Javierita, bordando como siempre alrededor de
los temas de su hermana, calculaba el porvenir de
las sociedades de beneficiencia en aquella hipotética
feliz edad.
— Esto es, j imagínate !, unas asociaciones tan úti-
les, tan nobles . . . ¿ Qué sería de ellas si no hubiera
pobres, si no hubiera enfermos, si no hubiera des-
venturados ?
Y don Víctor, sonriendo socarronamente, hacíale
esta reflexión :
NOVIA DE VACACIONES
61
— «Podrían dedicarse a proveer de novios a las
niñas casaderas.
Javierita suspiraba, resbalaba el globo de sus ojos
debajo de sus párpados entornados y los posaba con
infinita dulzura sobre el coronel, murmurando:
— Esto es.
Pero el coronel no se daba por aludido.
Dos horas largas tuvo que aguardar Angelina an-
tes de que su tía estuviera lista para la matinal cru-
zada. Misia Tere llamaba madrugar el levantarse a
las ocho o nueve de la mañana.
Sentíase feliz de acompañarla a hacer caridades;
y como buscara en su pobreza qué llevarles de su
parte a los socorridos de su tía, y no encontrara
nada, pensó que las flores eran sus únicas riquezas,
porque el jardinero esa mañana le había dicho que
cortara cuantas quisiera.
Se dedicó a la agradable tarea, eligiendo las que
se apiñaban como amigas junto a la ventana de su
cuarto, porque le parecía que eran más suyas. Hi-
zo un gran ramo, que era toda una primavera, pa-
ra sus pobres, y para sí hizo otro más pequeño de
violetas. ¡Cómo le gustaban las tímidas florecitas!
Juntando sus violetas, temerosa de no encontrar
las suficientes, oyó la voz del señor Paganini, a
quien no había visto en varios días .
— Buenos días, señorita... ¿Juntaba flores?
— Si, señor, violetas — contestó ella ; — pero casi
no hay .
02 HUGO WAST

— ¡ Oh, perdón ! Las he cortado yo esta mañana,


para mis santos. . ., si usted me permite. . .
Y penosamente, apoyado en su muleta, f uése a su
cuartujo del fondo de la huerta y volvió con un
mazo de violetas.
— Son las flores del pobre — dijo ofreciéndoselas.
— i Oh, gracias ! No quisiera privarlo . . .
— Tómelas, hija mía; mis santos le ceden la mitad.
— No, la mitad es mucho, señor Pa. . ., señor. . .
Angelina no sabía el nombre del anciano y se pu-
so encendida de vergüenza.
— Anselmo, Anselmo — indicó dulcemente ; — le
voy a confesar la verdad; no todas los violetas eran
para mis santos; éstas las juntaba para usted; esta-
ba seguro de que le gustarían. . .
— Son las flores que prefiero. . .
— ¿Las acepta?
— ¿Y bien? Yo soy pobre... y las acepto; pero
no todas, la mitad solamente; déselas también éstas
a sus santos en mi nombre, don Anselmo .
— Bueno, bueno, hijita; aquí están las suyas.
Y entre el viejo que era el invierno y la niña que
era la primavera, se repartieron las flores de la es-
tación.
— ¡ Angelina ! — chilló desde la galería misia Te-
re, un poquito sofocada por la correría que acababa
de dar en su busca por todo el jardín. — ¿Estás
pronta ?
El caso de uno de los socorridos de la gran seño-
NOVIA DE VACACIONES
63

ra, era grave; no había tiempo que perder; desgra-


ciadamente tuvo tarde noticias de él.
Tratábase de un vigilante herido de un balazo en
la última huelga de los obreros del Central Argén-
ttino.
— ¡Qué infamia! — decía misia Tere, indignada,
dejándose llevar muellemente por su automóvil, so-
bre el asfalto de la avenida. — ¡Asesinar a un
guardián del orden público, que cumple con su de-
ber !Estos gringos son el demonio ; debrían fusilar-
los a todos. Y, según me dicen, es un pobre hombre
cargado de familia, con tres o cuatro hijos chiquitos ;
I criaturas de Dios !, si una no estuviera en todo, no
sé cómo lo pasarían ; aquí les llevo vestidos, los ves-
tiditos de invierno de María Esther.
— ¡ Pero tía ! — estuvo a punto de decir Angelina,
— vamos a entrar en el verano.
— Están casi nuevos — prosiguió la excelente se-
ñora; — les llevo también zapatos y provisiones y
algo de dinero, no mucho, porque esto hay que dár-
selo bien tasado, no sea que sirva más para fomen-
tar sus vicios que para aliviar su miseria. No soy yo
la que tendría que ver con este desgraciado, porque
no es de mi sección ; pero como si una no lo hace no
habrá quien lo haga, y como dice el padre Jordán
que la caridad no tiene patria... y luego que yo no
puedo saber de una desgracia sin que me afecte y
quiera conocerla, aunque no me corresponda, porque
así soy yo, puro corazón, siempre me lo dice Smith...
Y la émula de San Juan de Dios se abanicaba re-
64 HUGO WAST

soplando, porque el día se presentaba caluroso, y


la indignación, y el sol que picaba bastante, y el
amor propio que picaba más, hacían que en el lu-
joso automóvil descubierto se asara la caritativa
presidenta de la Sociedad de Socorros al Pobre.
Misia Tere llevaba en su cartera la dirección del
vigilante herido.
— Lavalle, cuatro mil y tantos. . . — había dicho
al "chauffeur".
En media cuadra de frente, una serie de habita-
ciones iguales constituían uno de esos tristes con-
ventillos donde se hacinan los obreros y los pobres
de las grandes ciudades.
El automóvil paró, y mientras el lacayo mantenía
abierta la portezuela del vehículo, que había desper-
tado la curiosidad de los chicuelos del barrio, misia
Tere descendió majestuosamente con un gran pa-
quete debajo del brazo, seguida por Angelina, que
llevaba otro y su ramo de flores.
Sin llamar, porque la caridad no se anuncia, aun
a riesgo de pecar de indiscreta, entró la gran señora
de sopetón en la pesada penumbra del cuarto.
En el fondo, sobre un catre a cuya cabecera, en
la pared, pendían las insignias de su institución, un
casco y un machete, estaba el enfermo.
— '¡Buenos días! — dijo misia Tere parándose en
mitad de la pieza sin ver más que los bultos de las
cosas, — soy la presidenta de la Sociedad de So-
corros al Pobre.
— Adelante, señora — contestó la voz de una mu-
NOVIA DE VACACIONES

jer, desde un cuartujo anexo a la habitación, donde


parecía estar la cocina.
Cuatro chiquitos desharrapados y sucios rodea-
ban a las insólitas visitantes; pero como notaran la
presencia del automóvil, salieron en tropel a gozar
del espectáculo.
— Sí, señora, — decía entretanto la mujer, que
había entrado enjugándose las manos y ofreciendo
sillas a las visitas, — esos huelguistas lo han herido
a mi hombre; dice el médico que hay para rato y
que a lo menos tres meses de cama tendrá que ha-
cer; nosotros no tenemos más que lo que él gana,
que es bien poco, y ahora parece que ni eso nos que-
dará, porque ya en otra ocasión han puesto dificul-
tades para pagar los días que se falta a la parada,
aunque sea por enfermedad. Y usted sabe, señora,
cómo están de altos los alquileres y cómo está de
cara la vida.
No, misia Tere no sabía cómo estaba aquello;
pero escuchaba condolida la eterna y lamentable
historia, mientras iba deshaciendo los paquetes.
— Bueno, la Sociedad de que soy presidenta no
los abandonará; tendrán médico^ y botica gratis y
dos bonos de carne diarios ; por de pronto aquí tie-
ne usted este dinerito para los apuros del momento,
y para sus niños estos vestiditos y estos zapatos.
Y la gran señora deslumhraba a la pobre mujer
con el espectáculo de los trajecitos que María Es-
ther había abandonado casi nuevos, porque la niña
crecía rápidamente y los trajes no crecían.
66 HUGO WAST

— Han sido de mi hija menor — explicó misia


Tere saboreando la admiración de su protegida; —
le vendrán bien para sus niños.
— ¡ Ay, señora, buena falta me hacen !, pero . . .
—¿Qué?
— Mis niños. . . son todos varoncitos. . .
—¿Todos?
— ¡ Todos !
i Qué desolación para la Presidenta de los So-
corros al Pobre! ¿Pero cómo llevarse aquellos pre-
goneros de su caridad frustrada?
— En fin, usted hará de esto lo que le parezca —
dijo salvando la dificultad ; — puede venderlos.
— Gracias, señora — murmuró la pobre mujer,
echando mentalmente sus cuentas; para sus chicos
aquello no servía... ¿venderlos? ¿a quién? Los
ricos no los querrían ; y los pobres ... ¿ cómo se
iban a atrever los pobres a vestir aquellos lujosos
trajes de invierno, aquellos zapatitos de charol con
hebillas de acero?. . .
Suspiró palpando las inútiles riquezas.
— Gracias, señora — dijo de nuevo.
El enfermo no parecía tan mal, por el momento
al menos, y descansaba observándolo todo en si-
lencio.
Angelina, seguida por su mirada curiosa y es-
quiva, había mullido su cama y arreglado sus al-
mohadas; después arrimó una mesita a la cabecera
del catre y alejando los frascos de remedio llenó de
67
NOVIA DE VACACIONES

flores una jarrita y esparció las que quedaban so-


bre todos los muebles.
El perfume de las rosas, de los jazmines, de las
madreselvas, llenó la habitación, aligerando la pe-
sada atmósfera de miseria.
El enfermo sonreía, j Cuánto bien le hacía con eso !
— ¿ Qué tal se siente ? — preguntóle Angelina vién-
dole 'sonreír.
— Mejor, mucho mejor; gracias, señorita.
— Bueno, me alegro; tome — y le dió una rosa
que tenía en sus pétalos algunas gotas de rocío de
la mañana ; — pero antes de dormir haga sacar to-
das las flores, porque si no le harán daño.
Tranquila ya, con la tranquilidad del austero de-
ber cumplido, rehacía misia Tere su tocado deshe-
cho en algunos detalles por el ejercicio de la ca-
ridad, aprontándose para irse, cuando la sorpren-
dió un quejido que venía de la pieza vecina, sepa-
rada sólo por un tabique.
Su corazón caritativo latió con fuerza, casi con
alegría, adivinando que allí había alguna otra des-
gracia que socorrer.
— i Es un herido ! — explicaba entretanto la due-
ña de la casa, con un poquito de indiferencia egoís-
ta, — lo trajeron junto con mi hombre; parece que
no está bien . . .
Misia Tere recogía de prisa su abanico, sus guan-
tes, su cartera, para volar en socorro de aquella
otra desventura, aunque tampoco le correspondía,
HUGO WAST

porque no era de su sección; pero como la caridad


no tiene patria . . .
— ¿Es un hijo del país? — preguntó, sin embar-
go, porque a pesar de las palabras del padre Jordán
no podía evitar su mayor simpatía hacia los criollos.
— No, señora; parece que es un extranjero que
trabajaba en el Central Argentino. Lo hirieron en la
huelga, porque era de los huelguistas . . .
— ¡ Ah! ¿de los huelguistas?. . .
— Sí, señora.
— ¿Entonces es un huelguista?
— Sí, señora.
— ¿Un huelguista extranjero?
— Sí, señora.
Los gemidos eran cada vez más penosos ; de pron-
to cesaron.
Misia Tere se había detenido abrochándose un
aguante, sin prisa ya.
— ¡Un huelguista! ¿Sería acaso de los que hicie-
ron fuego sobre los vigilantes?
— Sí, señora; hasta creen que él fué quien hirió
a mi marido — respondió la mujer inventando aque-
llo, porque adivinó el lado flaco de la gran señora,
con ese egoísmo de los pobres que quieren monopo-
lizar la caridad de los ricos. — Sí, señora ; tiene una
bala no sé dónde ; el médico dice que es inútil cuan-
to se haga, porque se muere.
— ¿Qué médico?
— El de la Federación Obrera.
Aquello fué el golpe de gracia.
NOVIA DE VACACIONES G9

— Ah ! ¿ Lo atiende la Federación ? Entonces yo


estoy de más . . .
Y misia Tere dejó apagar la Uamita de su cari-
dad por la ola de la indignación, que brotó al saber
que se trataba de un extranjero, de un huelguista
afiliado a la Federación Obrera, enemigo del orden,
asesino del pobre vigilante que ella honraba con su
protección, y de quien, por uno de esos juegos de
la casualidad, lo separaba apenas un tabique.
¡ No merecía sus socorros ! ; ¡ que lo atendieran los
suyos !
Y la dama subió a su automóvil 'sofocada por la
ira.
Pero Angelina no la esperaba allí, porque al sa-
ber que en el cuarto vecino había otro enfermo, sin
averiguar más corrió a él creyendo que misia Tere
la seguiría.
Era casi el mismo aspecto de desolación y de po-
breza; sólo que allí se notaba la presencia de una
persona de otra clase; pues los escasos muebles es-
taban limpios, el piso bien barrido, las ropas bien
acomodadas, los frascos de remedios alineados so-
bre una repisita.
— Buenos días — dijo tímidamente desde la puer-
ta ;y como la invitaran a entrar, pasó adelante.
El herido estaba echado de espaldas en la cama.
Era un hombre de cuarenta a cincuenta años; tenía
los ojos muy abiertos; la mirada fija en las vigas
del techo, los dedos crispados en las sábanas ; mor-
díase los labios con fuerza, como si quisiera ahogar
70 HUGO WAST

los ayes, que, a su pesar, le arrancaba la intensidad


del dolor.
— ¡Pobre! ¡Cómo debe sufrir! — dijo dulcemen-
te Angelina acercándose a la cama a cuya cabecera
estaba una joven que prodigaba sus cuidados al en-
fermo. ,!;<i^]f^9|
— ¡ Ah, señorita, mucho, mucho ... mi padre se
muere ! — respondió ésta.
Era más o menos de la edad de Angelina ; hermo-
sa, con esa hermosura magnífica que muchas veces
se encuentra en los barrios bajos, entre la población
cosmopolita; pero su aire era distinguido y parecía
fuera de lugar en el ambiente aquel; su tez era blan-
ca ysonrosada, su modo discreto y simpático, en ese
momento desolado, y sus ojos,, azules espléndidos,
llenos de lágrimas, se fijaban en Angelina con una
expresión de súplica.
— Somos de la Sociedad de Socorros al Pobre — -
explicó Angelina. — Mi tía, que está aquí al lado,
va a venir. . . ¿No lo ha visto ningún médico?
— Sí, el médico de la Federación... — contestó
la joven; — pero una sola vez; la sociedad es así;
dice que no puede, que hay muchos enfermos, algu-
nos heridos de la huelga del Central Argentino. Mi
padre... era de los huelguistas. Lo trajeron hace
tres días; tiene una bala en el vientre; yo creí que
se moriría esa noche; ya ve usted, estoy tan sola;
se murió mi madre hará como un mes; yo no po-
día separarme de su lado, y no había quien llamara
un médico. Esperaba que la Federación nos soco-
NOVIA DE VACACIONES
71
rrería, pero parece que no se ocupa mucho; el mé-
dico vino una vez, ayer, cinco minutos solamente;
una vecina se comidió a traer de la botica los reme-
dios, pero no mejora; sufre, sufre... y el médico
no ha vuelto, quizás no volverá. . .
Hablaba dulcemente, sin rencor, y Angelina la
escuchaba con interés, llena de cariño.
— Nosotras le mandaremos un médico ; si usted
me permite vendré yo a ayudarla; voy a llamar a
mi tía, que está aquí al lado, con otro herido. . .
Salió en busca de su tía, y se quedó helada ante
la acogida de la dama, que la esperaba en el automó-
vil, con el gesto airado de una divinidad ofendida.
— ¿Has concluido? — le dijo con sequedad.
— Tía, es un herido, está muy grave . . .
— ¿Sabes quién es?
— Sí, un pobre hombre . . .
— No, ¡un extranjero!, ¡un huelguista!, ¡un ase-
sino !¡ Sube !
— ¡Está muy mal!
— ¡ Sube!
— ¡ Un momento ! — suplicó ella, y corrió al cuar-
to del herido. — Mi tía se va; no podemos demo-
rarnos; vendrá el médico; perdone que no me que-
de ;después volveré . . .
Y tímida, atropellada, no sabiendo qué ofrecer a
aquelos pobres como muestra de simpatía, porque
era tan pobre como ellos, se desprendió del pecho el
ramito de violetas, lo puso sobre Ja almohada, al la"
72 HUGO WAST

do de la cabeza del herido, y salió repitiendo des-


consolada su disculpa:
— Yo volveré. . .
Y corrió al automóvil, donde al rojo blanco de la
indignación, la esperaba la Presidenta de la Socie-
dad de Socorros al Pobre,
VIII

La ORDEN DEX JAZMIN

Misia Tere había vuelto furiosa y Angelina de-


solada.
— ¿ Crees que yo no sé hacer caridad ? ¿ Crees que
no tengo corazón tan bueno como el tuyo y aun
más ? — interpelaba la airada señora. — ¡ No lo me-
recen! Ahí está. Dios con ser Dios se quejó de la
ingratitud de los hombres, ¿y no nos hemos de que-
jar nosotros de la ingratitud de esos picaros, que
vienen a comerse el pan que generosamente les da-
mos ytodavía pretenden asesinarnos?
Misia Tere era fuerte en teología, tan fuerte que
más de una vez se las había tenido tiesas con el pa-
dre Jordán, su consejero, cuyo nombre a todas ho-
ras le llenaba la boca, aunque su santa palabra no
siempre le llenara el corazón. Aquella teología "pro
domo 'sua"como
ocasiones servíale
esa. para aligerar la conciencia en
Angelina no contestaba. Sufría en 1q íntimo de
74 HUGO WAST

su ser, porque veía aún el terrible cuadro de aque-


lla inmensa desventura, y se sentía arrastrada a
querer a la pobre huérfana, cual si presintiera que
iba a jugar en su vida un gran papel.
— ¡ Si se muriera por falta de médico ! — pensaba.
En su atropellamiento, en la vergüenza dolorosa
que se apoderó de ella, ante la impasibilidad de la
presidenta de los Socorros al Pobre, a la puerta mis-
ma de la pobreza desamparada, no supo lo que de-
cía yprometió mandar un médico y volver. . . Pero
¿cómo podía cumplir su promesa ella que no cono-
cía a nadie y que era tan pobre como aquellos en
cuyo corazón había dejado una esperanza?
La apenaba la injusticia. . . ¿ A quién recurrir pa-
ra pedir ayuda sin que se enterase su tía, que segu-
ramente había de ofenderse?
Ofireciósele la idea de que don Víctor podía sa-
carla del apuro.
El coronel visitaba todos los días la casa de los
Smith. Con sus pequeñas atenciones, con sus mane-
ras cariñosas, había conquistado la amistad de An-
gelina, adespecho de Javierita, que presintió el rum-
bo peligroso que tomaba el escurridizo corazón del
gran hombre.
Angelina dábase cuenta de las simpatías que ins-
piraba, sin sospechar los celos de la solterona. Sin
embargo, porque desconfiaba de ella instintivamen-
te, no se artevió a preguntarle si vendría don Victor.
Preguntóselo a Lidia.
— Vendrá a la hora del almuerzo, como siempre
NOVIA DE VACACIONES
75
— respondióle la muchacha con displicencia, im-
puesta ya de la aventura de esa mañana.
Pero a las doce, cuando se sentaron a la mesa,
aun no había llegado.
Angelina, que ardía de impaciencia, arriesgó de
nuevo su pregunta en voz muy baja.
— i Mama ! — exclamó Lidia, — ¿a qué hora Ven-
drá tío?
— No sé, hija; ¿por qué?
— Angelina quiere saberlo.
La resquemada señora se encogió de hombros y no
respondió.
Angelina se ruborizó, como de una falta.
Volvióse a María Esther, que cerca de ella bata-
llaba con su plato y se quedó mirándola con ter-
nura.
Le hacía bien, la consolaba ver aquella criatura
tan equilibrada, tan parecida a Mr. John, sana de
cuerpo y de alma.
Quiso imitarla; desechó todos sus pensamientos
inútiles, y se puso a comer tranquilamente.
Su corazón, como un globo que hubiera arrojado
el lastre, se elevó por encima de aquellas miserias
que comenzaban a acosarla.
Don Víctor llegaría a la tarde; y si no llegaba,
¡paciencia! Dios haría que al siguiente día aun
fuera tiempo de ir en socorro de sus pobres, como
los llamaba ya.
A la siesta llegó el coronel, disculpándose de no
7G HUGO WAST

haber venido al almuerzo. Pero Javierita, astuta y


prevenida, se lo acaparó.
Otra vez la incertidumbre asaltó a la pobre Ange-
lina. Tenía que hablarle en secreto y quizás no le
dejarían ocasión.
Con su inquietud, intrigó jnás a Javierita, que la
estudiaba, interpretando Dios sabía cómo aquella
impaciencia.
Felizmente, cuando ya desesperaba de conseguir
su empeño y daba tormento a su imaginación para
que le sugiriera algún ardid para el día siguiente,
llegaron unas visitas de Javierita, exclusivamente
de Javierita, de modo que no pudo eximirse de re-
cibirlas.
Gozosa, como un preso libre del centinela de vis-
ta corrió al jardín.
— María Esther, ¿quieres hacerme un favor?
— Todo lo que quieras.
— Don Víctor está en el "fumoir", díle que yo lo
llamo, pero a él solo, que no te oiga nadie; es uno
de mis secretos. , .
Don Víctor sonrió al mensaje, más que a la men-
sajera, echó una fugitiva mirada a sus bigotes al
pasar frente a un espejo, y acudió a la cita.
— ¿Soy importuna? — preguntóle Angelina.
■— ¡ Qué esperanza !
— Bueno, me alegro; ¿quiere usted un jazmín
para el ojal? Tengo que pedirle un servicio, y ya
ve, comienzo adulándolo.
— ¡Zalamera! Concedido todo lo que me pidas.
NOVIA DE VACACIONES 71

— Gracias, coronel.
— ¡Oh! no, no, no..., coronel no, ¡tío!
— Bueno; gracias, tío. ¿Tiene usted buen cora-
zón?
— ¡ Magnífico !
— Vamos, no sé si me entiende, corazón así co-
mo el de San Vicente de PauL ¿ No es ese el santo
de la caridad?
— -Sí, sí, justamente como el de San Vicente de
Paul; y hasta creo que un poquito mejor. . .
— Entonces vamos a andar bien, porque es una
obra de caridad lo que voy a pedirle.
— ¡Oh! Y la Presidenta... ¿no se resentirá?
— ¿Se niega?
— No, sobrina; ¡qué desconfiada eres!
— ¿Me guardará el secreto?, por eso mismo de la
Presidenta.... Se trata de socorrer a un herido
muy grave ; vive en Lavalle al cuatro mil. Esta
mañana fuimos con tía a visitar a uno de sus po-
bres; por casualidad entré yo en el cuarto vecino,
donde está el que yo le recomiendo; lo atiende su
hija; no tiene médico y es cosa grave; vaya a ver-
lo hoy mismo. ¡Ah!, es huelgista; pero, ¿verdad
que esto no importa nada? Sin embargo, tía. . . ¿no
se lo dirá usted?, tía por eso no quiso auxiliarlo.
¿No es cierto que eso no importa nada?
— No importa, no — respondió secamente el co-
ronel. — ¡ Qué caridad ! — refunfuñó entre dientes ;
— ¡y eso que es puro corazón! Bueno, no te preocu-
78 HUGO WAST

pés más ; iré esta misma tarde, y todo lo haré a


tu gusto, por tí
— ; Gracias, gracias ! — murmuró Angelina, rego-
cijada conmovida.
y
— Lo haré con alegría, para que mi corazón en
alga se parezca al tuyo... Me voy, pues, a eso.
¿Lavalle al cuatro mil?
— Sí, apúntelo.
— No es necesario. ¿Me das el jazmín?
— Sí; y si usted me lo permite, se lo colocaré yo
misma, señor coronel
Llena de contento, cortó Angelina el más her-
moso de los jazmines.
—¡Así!
—¡Así!
— Es como una condecoración, ¿no es cierto?
— Sí, tienes razón; "la orden del jazmín", la me-
jor de mis condecoraciones — respondió galante-
mente don Víctor.
— ¿Una orden nueva? — inquirió una voz desde
la galería.
— ¡Oh! — exclamó el coronel con desagrado,
viendo aparecer la impertinente figura de Javierita.
— Esta se ha convertido hoy en mi sombra. . . .
1 Se te fueron ya las visitas ?
— No; quiero presentarles a la nueva prima.
— ¿De veras?
— Pero veo que están ustedes muy entretenidos,
inventando condecoraciones . . . ¿ Quiere usted venir,
Angelina ?
NOVIA DE VACACIONES
79
Javierita no la tuteaba.
— Con mucho gusto. ¿Pero no le parece que no
estoy bien arreglada.
— i Oh, está usted perfectamente ! Ya mis amigas
saben qué situación es la suya . . . , que usted no
gasta lujo.
Angelina arreglóse un poco el peinado y altiva
y hermosa en la sencillez de su traje, se presentó
en la sala.
Esa noche misia Tere le hizo una advertencia.
— Te has criado en el campo y no conoces los
buenos modales de sociedad. Esta tarde has proce-
dido muy mal. Cuando llegaron las visitas, en vez
de irte al jardín, sola, con un hombre, a inventar
condecoraciones.... ¡uf! ¡qué feo es eso!, debiste
presentarte ten la sala. . . ¿Lo sabes para otra vez?
— Sí, señora — contestó Angelina temblorosa y
a punto de llorar, contenida sólo por la indignación
que se apoderaba de ella cuando la hería la in-
justicia.
IX

En un mar ds dolor y de; vida

Hacía veinticuatro horas que llovía.


Era una de esas lluviecitas de primavera, des-
menuzadas yperezosas, que la brisa agita como un
cendal y que dulcemente llegan hasta el corazón
de la tierra.
Angelina, que miraba llover apoyada en el al-
féizar de su ventana, pensó que a la mañana si-
guiente, sitornaba el buen tiempo y si don Ansel-
mo no había andado aún por allí, a lo largo de las
callejuelas enarenadas, bajo las anchas hojas, en-
contraría muchas violetas.
Las cortaría todas, haría un gran ramo y después
lo repartiría con su viejo amigo.
Probablemente él pensaba en lo mismo, en su
casucha adonde lo enclaustraba la lluvia. Durante
el invierno, en la época mala, pasada sitiado hasta
una semana. Misia Tere proveíalo de víveres, y el
NOVIA DE VACACIONES
81

pobre viejo, que hacía su cocina, no tenía para qué


salir.
La evocación de su amigo hizo pensar en sus
cosas; hacia una semana que su espíritu huía de
los viejos recuerdos enternecedores, porque de día
no tenía tiempo, ya que misia Tere halló cómodo
el convertirla en mucama, y de noche caía rendida,
sin ganas de pensar, harta de pequeñas miserias
En todo ese día apenas salió de su habitacón;
tuvo que trabajar mucho, limpiando una cantidad de
objetos de la sala, tarea que misia Tere le solía enco-
mendar "porque ella era la única hábil de la casa".
Decíale siempre así, cuando echaba sobre ella el
peso de alguna labor difícil, mientras la dama y Ja-
vierita y Lidia se pasaban las horas muertas hil-
vanando chismes.
Cansada de su tarea, y como María Esther no
viniera a visitarla, porque hasta ella parecía aban-
donarla, dejólo todo y abrió la ventana.
Viendo las rosas y los jazmines que se doblaban
al peso de la lluvia, como si estuvieran tristes; y
los azahares que nadaban en los charquitos del jar-
dín, dando vueltas hasta llegar al canal que se los
llevaba a la calle, y la congoja del día opaco, volvió
a su alma la dulzura de las horas melancólicas.
Siempre le pasaba así; cuando estaba en contac-
to con el mundo, con ese mundo que la rodeaiba,
que la acosaba, que la empequeñecía, sentíase ma-
la; pero cuando el mundo se desprendía de ella y
la dejaba entrar en su alma, y encerrarse con sus
82 HUGO WAST

pensamientos, y sondear el mar de dolor y de vida


que había en su corazón, se sentía buena, buena.
En los días claros y lujosos, su ser se disolvía en
la atmósfera; en los días grises, se anegaba en los
recuerdos.
Hacía justamente una semana que él, su novio
de vacaciones, una noche de recibo se le acercó y,
tímido como un niño, dejó caer en su corazón estas
palabras :
— Angelina, ¿de veras se ha olvidado usted de
todo?
Después de tres años fué esa la primera alusión
al pasado, que oyó de él.
La indignación amargó la enervante dulzura de
la frase.
¿Por ventura había sido ella la de flaca memo-
ria, había sido ella la olvidadiza, la inconstante, la
ingrata ?
No contestó pero lo miró de frente en los ojos,
para que él pudiera leer en los suyos lo que pen-
saba.
Y fué una sola mirada necesaria para volver las
cosas a su punto. Si la hablaba otra vez de aquel
pasado muerto y enterrado bajo tres años de indi-
ferencia, levolvería la espalda.
¡Estaba loco, loco! ¿Creía acaso que sus pala-
bras iban a resucitar lo que él mismo había muerto ?
¿Creía que ella, la protegida de los Smith, la con-
fidente de Lidia, iba a dejarse festejar por el no-
vio de su amiga, de su prima?
NOVIA DE VACACIONES
83

Todo lo que le quiso decir con la mirada, debió-


lo comprender él, porque no habló más, ni aun se
despidió de ella.
Pero tras el primer impulso, viéndolo irse aver-
gonzado, afligido quizás, sintió haberlo herido tan
cruelmente.
¡Oh! i Que sufriera, que sufriera un minuto en
su orgullo, si acaso, por todo lo que ella sufrió en
su amor! '! j
Desde esa noche Julio no había vuelto.
Mísia Tere estaba escandalizada de aquel novio
tan poco afectuoso y Lidia a ratos se enfurecía
y armaba un tiberio y a ratos se encogía de hom-
bros :"¡ Qué me importa ! ; Que no vuelva !"
Caía ya la tarde cuando Angelina, que seguía en
la ventana,, oyó unos golpecitos discretos en su
puerta.
Era María Esther, que venía de puntillas, para
no embarrarse, con sus pequeños pies dentro de
unos zapatos de goma de Mr. John, con los cabe-
llos cuajados de perlitas, toda mojada, temblorosa
de frío y de alegría.
— ¡No me dejaban venir! — dijo acurrucándose
contra el pecho de su gran amiga, — y eso que
he estado toda la tarde pidiéndole permiso a ma-
má; decía que no, porque me iba a mojar; pero
como yo quería verte hoy, me he escapado y he te-
nido que atravesar al jardín para que no me vieran.
Angelina la dejaba hablar mirándola, y aunque
84 HUGO WAST

en su cuarto la noche había entrado ya, sentía co


mo si hubiera abierto el sol en su alma.
— ¡ Pobrecita ! — exclamó, acariciándola, como pa-
ra indemnizarla del mal juicio que un momento for-
mó de ella.
— ¿Sabes, Angelina, que vino tío?
——Sí¿El
. coronel?
— ¿A qué hora?
— A las doce; tenía que hablarte. ¿Por qué no
fuiste a almozar?
— Por no vestirme; estaba cansada de bruñir la
araña de la salita.
— ¡Ah! ¿Y tú lo haces? Mamá quiso dársela a
la mucama y ella dijo que no, porque era un trabajo
muy largo y fastidioso.
— Sí, muy fastidioso . . . sobre todo estando so-
la. . sólita. ¡ Si hubieras venido a acompañarme!
— ¡Pero si no he podido! ¡Si no me dejaban! —
exclamó aflijida María Esther, mirando a su amiga,
que tenía los ojos brillantes, iluminados por su
reproche. — ¿Te resientes? ¡Si no me han dejado!
— No, me resiento, mi vida.
•— Bueno; ¿sabes que tío preguntó por tí? Y co-
mo no te hallaba me dió un papelito.
— ¿Lo has traído?
— Por eso quería verte hoy sin falta... por eso
y porque cuando no te veo me pongo triste. . .
— ¡ Zalamera !
Bien oculto, como si se tratara de la clave de
NOVIA DE VACACIONES

85
una conspiración, traía María Esther el billete del
coronel.
Era muy inocente, sin embargo; pero había que
proceder con aquel misterio, porque en la atmós-
fero de suspicacias y de celos de que Javierita los
rodeaba, otra conferencia como la del jardín ha-
bría hecho estallar la tormenta y el pararrayos hu-
biera sido Angelina.
"Mi linda sobrina: Perdóname que te dé una
mala noticia, que no será la última, si, como pa-
rece, tienes tanta vocación para ser una Vicenta de
Paul de veras y no de engañas, como tu tía.
"He visitado a tus pobres, a nuestros pobres, —
l me permites que les llame así ? ; no sé por qué me
halaga ese plural. Ayer dejé al herido mucho
mejor, pero hoy de mañana me lo he encontrado
muerto. Parece que la peritonitis es muy traidora.
Su hija, la hermosa Magdalena, andaba hecha una
verdadera Magdalena; y como no estaba para ta-
fetanes, me encargué yo del entierro. Queda sola
en el mundo; pero no te aflijas, porque yo la pro-
tegeré; ya le he encontrado una buena colocación
como ama de llaves.
"El vecino, mucho mejor; parece que tu tía tiene
buena sombra; le ha hecho varias visitas y sé
que se ha informado del huelguista; pero como
en el barrio* a mí nadie me conoce, habré pasado
seguramente por ser el .médico de la Federación.
"Un detalle final: nuestro pobre se llamaba
Dante Leoni. Ha muerto como un santo. Por cier-
86 HUGO WAST

to que esto último lo sé porque me lo han con-


tado".
Firmaba "tu tío Víctor", y más abajo, en letra
pequeñita, cariñosa, porque el estado del alma in-
fluye muchas veces en el carácter de la escritura,
venían dos líneas que hicieron pensar un rato a An-
gelina :
"Tu jazmín lo llevo en la cartera como un talis-
mán. Se ha marchitado muy pronto . . . ¿Me traerá
suerte?"
¿Qué quería decir? No era el tono habitualmen-
te chacotón del coronel; había ternura y algo de
tristeza en la frase.
— -¡Se ha marchitado muy pronto ! — repitió men-
talmente Angelina.
María Esther la sacó de su pequeña distracción.
— Me voy, Angelina. Si mamá supiera que he
estado aquí, se pondría furiosa.
•— ¿ Pero por qué ? Ya la lluvia ha cesado.
— No, no es por la lluvia.
— ¿Y por qué es, entonces?
— Yo no sé. . . — y añadió después de un rato de
silencio, vacilando en revelar a la amiga los secre-
tos de familia, — la culpa la tienes tú.
—¿Yo?
— Sí tonta. ¿Por qué no fuiste a almorzar?
— Por no vestirme; ¡estaba tan cansada!; ¿no
te lo dije ya?
— No sabes lo que has perdido, y luego Lidia y
mamá han quedado resentidas.
NOVIA DE VACACIONES 87

■— ¿Pero por qué?


— Porque era el día de Lidia.
— ¡Ay, Dios! ¡Yo no lo sabía!
— ¿No te lo dijo Micaela, la mucama, el otro día?
— No, no me lo dijo; lo que me dijo fué que
tenía que limpiar los bronces de la sala, porque
había en esta semana un gran baile.
— ¿Y nada más?
— Nada más.
— Sin embargo, mamá la encargó que te avisara.
— ¿Por qué no me lo dijo ella?
— No sé.
— ¿Y tú?
— Yo . . . , por olvido ; perdóname.
— ¿Pero de veras están resentidas?
— Más que resentidas; están furiosas; dicen que
eres... yo no lo digo, Angelina, lo dicen ellas...
— Bueno : dime qué dicen ellas.
— ¿No te enojarás?
—No.
— Es un . . . insulto . . .
— Ya estoy acostumbrada . . . ¿ Qué decían ?
— Que eres una malcriada . . .
— I Dios mío !
— Y una egoísta . . .
— ¡Qué injusticia! — exclamó Angelina herida
en lo hondo-; y repitió como una queja su humilde
disculpa: — ¡si yo no lo sabía!
— Ya sé, ya sé; tú no lo sabías, pero así hablaban
ellas.
88 HUGO WAST

— ¡Qué injusticia!
— Toda la tarde hablaron de tí . . .
—¿Mal?
— Por supuesto . . .
— ¡ No llores !
— ; Si no lloro!
— Tienes los ojos llenos de lágrimas.
— Es que se me saltan sin que yo quiera... Si
tú no crees lo malo que digan de mí. . .
— ¡ No, Angelina, yo no lo creo !
— Bueno ; entonces, ¿ qué me importa de los otros ?
De tí no más me importa. . ., ¡de tí! Dame un be-
so. .
María Esther la besó en silencio, sintiendo que
la quería más, y salió corriendo a través de los
charcos del jardín con los grandes zapatos de Mr.
Jonh, que hacían más graciosa su amable figurita.
Angelina, en la penumbra de su cuarto, se quedó
saboreando la amarga injuria, que siempre, por su
instinto de reacción contra la injusticia, en lugar
de abatirla, la levantaba.
— ¡ No lloro, no lloro ! — exclamó secándose los
ojos.
No llovía ya, y la madreselva hacía entrar por
la ventana sus guías mojadas; una ramita en flor
cayó dulcemente sobre los cabellos de Angelina,
que, sintiéndola fresca y llorosa como ella, la apo-
yó en sus ojos ardorosos y la besó con efusión.
¿ Y una infinita dulzura le llegó al alma con el per-
fume de la íjor amiga.
X

LA REINA DE IvA FIESTA

En el escritorio desde donde Mr. John Smith,


dirigía como un general el grueso de sus negocios,
no había aquella tarde más que dos empleados:
Macario y Julio.
Macario, como de costumbre, "hacía sebo", lo
que en la jerga oficinesca significa no hacer nada,
y Julio, que habitualmente trabajaba con empeño,
aquel día estaba poco menos haragán que su com-
pañero, yenervado y taciturno,
A cada instante encontrábase con que su pensa-
miento vagaba alrededor de sus cosas lejanas, que
ningún objeto exterior había evocado.
Volvía con tenacidad a la tarea, pero la rebelde
imaginación tornaba a descarrilársele.
De tiempo atrás sus relaciones con Macario es-
taban algo frías, exasperado por los modales del
joven, que cuando abandonaba sus temas de hipó-
dromo ode club era para hablar de Angelina, cuya
90 HUGO WAST

conquista perseguía, habiendo tenido el pésimo gus-


to de tomarle por confidente.
Estaba Julio harto de confidencias ; pero en aquel
momento, precisamente porque sabía que le iba a
hablar de ella y quería oir su nombre aunque fue-
ra en aquel tono, habría aceptado con gusto una
conversación.
Como si Macario hubiera adivinado los pensa-
mientos de Julio, le dijo:
— ¿Vas esta noche a lo de tía Tere?
— ¿ Por qué esta noche ? — contestó Julio sin vol-
ver la cabeza.
— ; Hombre !, por lo de siempre.
—i No!
— Yo estuve ayer y me preguntaron por tí.
— ¿ Quién te preguntó ?
— Lidia. . . está furiosa. . .
— Yo no le he hecho nada.
— Hace ocho días que no asomas por allí; ¿te
parece poco?
— Antes me pasaba hasta veinte, y a nadie le pa-
recía mal, y na/die creía que fuera ése motivo sufi-
ciente para ponerse furioso conmigo.
— ¡ Oh !, j antes, antes ! Antes no era igual.
— No se por qué.
— i Vaya! Hace una semana que estás descono-
cido. ¿Vas o no vas esta noche?
— Pero, ¿por qué esta noche?
— ¡ Como si no lo supieras !. . . Porque hoy es el
día de Lidia.
NOVIA DE VACACIONES 91

— ¡Ah! ¡Es verdad! — exclamó Julio recordan-


do la olvidada fecha y que otros año's en ese mis-
mo día había obsequiado a la niña con algún ramo
de flores. — ¡ Es verdad ! ¡ No me acordaba !
— ¿Vas a ir?
— Sí, pero antes tengo que mandar algún obse-
quio; son las cinco. ¿Quieres acompañarme? Pen-
saremos en qué pueda ser.
— De todas maneras — contestó Macario toman-
do su sombrero y mirando el gran reloj que mar-
caba las horas en el escritorio — tío John no ven-
drá; podemos robarle la hora que falta.
Y salieron juntos; pero Macario no habló de
Angelina, lo cual no alivió la preocupación de Ju-
lio, que en medio de las más diversas tareas se sen-
tía perseguido por pensamientos que a nadie podía
confiar.
; Cómo le había pesado durante aquellos ocho
días haber sido débil y haberse dejado arrastrar
por la curiosidad y por el ansia de aclarar el mis-
terio !
Por un momento, viéndola dulce y triste, trató
de sondear el corazón de la antigua amiga.
No creía que pudiera retornar el pasado, pero
un incomprensible afán de hacerse mal a sí mis-
mo, le llevó a averiguar el secreto que encubría la
indiferencia de Angelina, seguro de sufrir en cual-
quier caso, de sufrir si ella lo había arrojado ya
de su corazón, y de sufrir más si ella aun lo amaba,
92 HUGO WAST

porque demasiado comprendía que ese amor no po-


día ser nunca suyo.
Era inexperto y era sincero, y al hablarla puso
toda su inexperiencia y su sinceridad en sus pa-
labras.
Le hacía mal, y una llamarada de vergüenza
le abrasaba el rostro cuando recordaba la mirada
con que Angelina contestó su pregunta, aquella mi-
rada que le dijo tantas cosas, y que, sin embargo,
no descifró el enigma, porque lo dejó más impe-
netrable que antes.
Acobardado por la aventura, prometióse no repe-
tirla más.
Angelina, con mucha dulzura, había convencido
a los Smith de su inocencia en el crimen de no haber
ido al comedor esa mañana, y reconcilióse con ellos.
Primero misia Tere y después Lidia, aceptaron las
excusas y firmaron la paz ; era tan humilde la acti-
tud con que pedía disculpa del pretendido desaire,
que habría sido crueldad no olvidarlo todo.
Esta consideración hecha por misia Tere en pleno
consejo de familia y ampliamente comentada por Jar
vierita, pudo más que todos los argumentos y con-
cluyó con las vacilaciones.
Era tradicional el gran baile de los Smith en el
día de Lidia. Cuando pequeña, el baile era de niños;
cuando grande, la cosa se hizo en serio y de tal mo-
do que los diarios no pudieran dedicarle menos de
un cuarto de columna.
Como no era correcto que Angelina se presenta-
NOVIA DE VACACIONES
93
ra en el salón vestida humildemente, misia Tere, en
uno de sus buenos momentos, habíale mandado ha-
cer un hermoso traje de baile, aunque no tanto que
pudiera competir con el que Lidia luciría esa noche.
Todo se había hecho con gran sigilo, para que la
sorpresa fuera mayor, y estuvo en grave riesgo de
quedarse en el misterio eternamente, porqire la da"
ma, herida por el desaire de la niña, anduvo tenta-
da el día entero de prender fuego al traje, para
ver cómo ardían las gasas y los encajes recién sa-
lidos de los talleres de Mme. Carrau.
Pero sellada la reconciliación, rebosando alegría,
fué en persona a llevarle el regio- presente.
— Mira, ingratona — di jóle depositando sobre la
cama el delicioso montón de trapos, — es para el
baile de esta noche ; puedes dar gracias a Dios de que
no lo haya echado' al fuego; tan fastidiada estaba,
que si no fuera porque no me dejo llevar así no
más de los malos impulsos, que son inspiraciones del
diablo, como dice el padre Jordán, a esta hora te
hallarías sin traje y no podrías asistir al baile. Pero
qué quieres, así soy yo...
La pobre Angelina, que al fin era mujer, estaba
deslumbrada con el regalo, y hasta conmovida por
tanta bondad.
— ¡ Jesús hija! — exclamó de pronto misia Tere,
— en este cuarto no te puedes vestir; no tienes más
que un espejito de un jeme de alto.
Como no había tiempo que perder, trasladaron las
94 HUGO WAST

galas a la pieza, de Lidia, por ese día no más


lo que no dejó de advertir le señora.
Esa noche, en el espléndido salón todavía desier-
to, adonde había ido para prender las luces, viendo
su figura en los grandes espejos, toda vestida de
blanco, adornada de flores, porque no tenía joyas, li-
geramente escotada con los ojos brillantes de entu-
siasmo yla tez levemente encendida, supo lo que
era sentirse hermosa.
Y la coquetería innata, la fina y amable coquetería
de todas las mujeres, esa conciencia de su persona-
lidad yde su valer que dormía en ella, se despertó
de golpe ante la revelación y comprendió que en
aquel marco de lujo desacostumbrado, su figura se
movía con naturalidad, con elegancia, como si toda
la vida la hubiera pasado en ese ambiente.
Con una sonrisa recordó el comienzo de los cuen-
tos de los paisanos en la sierra: "Este que era un
rey, que tenía una hija, como la niña Angelina. .
— i Qué lejos estaban aquellos cuadros sencillos y
tranquilos, que habían servido de marco a su feli-
cidad de antaño!
Lidia, con un traje incomparablemente mejor que
el de su prima, estaba linda, lindísima con su ojos
azules, sus cabellos rubios, su expresión triunfante,
su figurita moderna y fina.
El primero el llegar fué Julio ; y Angelina, al sa-
lir del salón, se encontró con él, sola en el "hall", y
se dió la satisfacción de adivinar que lo había des-
lumhrado..
NOVIA DE VACACIONES 95

¡Mejor, mejor! Era la venganza que sin darse


cuenta había estado preparando desde que comenzó
a vestirse.
Después fueron llegando los invitados, los hom-
bres calzándose los guantes, las señoras renegando
de la lluviecita que retornaba implacable y sutil,
poniendo en peligro las faldas de sus vestidos al
descender del carruaje.
En medio de aquella concurrncia desconocida pa-
ra ella, Angelina comprendió lo hummilante que era
"planchar", quedarse sentada, sin bailar y sin ami-
gas con quienes conversar, y apurada como un náu-
frago que se ase a una tabla, entregóse a Macario,
que le ofrecía el brazo.
El dibujante de postales no acababa de creer en
su triunfo, y escuchaba embelesado la charla de
aquella Angelina desconocida, que hablaba y reía
y cruzaba los salones como una reina, admirada por
todos y triunfante sobre todas.
— ¿Has visto a mi prima? — preguntó a Julio, en
un momento en que ambos se encontraron en la
galefía, buscando afuera un poco de frescura.
Julio, que en ese instante encendía un cigarrillo,
lo tiró al jardín, miró cómo su lucecita chisporrotea"
ba apagándose en un charco, y después, haciéndose
el que no había oído, volvió la espalda y entró de
nuevo en el salón.
Habíase reconciliado con Lidia. Por un instante,
viéndola tan bonita, olvidó la impresión que al en-
trar le había causado Angelina; pero luego no más
OG HUGO WAST

su misma novia se encargó de volver a ella su pen-


samiento, porque en la abrumadora relación de sus
pequeñas aventuras con la modista, a propósito del
traje que llevaba, se enredó la mísera aventura de
Angelina, el desaire perdonado magnánimamente,
porque la pobre, como había vivido en el campo, no
estaba aún al tanto de los usos sociales; la senten-
cia, casi ejecutada, de misia Tere, condenando a las
llamas el traje nuevo, para que aprendiera a no ser
egoísta. . .
— Pero, ¿es egoísta? — interrumpió Julio fingien-
do indiferencia.
— Yo creo que no, aunque Javierita dice que sí —
contestó sinceramente Lidia; — sin embargo, hoy
debió ir a la mesa, porque era mi día, ¿no es cierto?
Después de dar vueltas un momento alrededor de
ese tema salióse de él y volvió a charlar de sus
trapos, de sus pinturas, de los chismes de fami-
lia, de los elogios que todo el mundo hacía de sus
ojos y de su cutis de su "chic" y de. . . en fin, de
lo que hablaba aquella eterna Lidia, mientras el pen-
samiento de Julio se había quedado muy lejos.
— Estoy cansada de tanto caminar — dijo ella al
cabo.
Fueron a buscar asiento, y como sólo encontraran
para uno, dejóla allí y salió afuera a resf;rescarse la
frente, que le ardía.
Pero estaba escrito que no lo habían de dejar en
paz, a solas con sus pensamientos, y tuvo que volver
al salón.
NOVIA DE VACACIONES 97

Indiferente a las significativas sonrisas de las que


"planchaban", desde el rincón más solitario, medio
oculto por un cortinaje, comenzó a buscar a Ange-
lina, para contemplarla a sus anchas.
No tardó en verla, del brazo de uno de sus nue-
vos amigos, alegre como él no la había visto nunca.
Era sin disputa la reina de la fiesta; Lidia, a pe-
sar de toda su vanidad, debía comprenderlo y sentir-
se humillada. Sin querer analizaba despiadadamente
la hermosura de su novia, frágil y artificiosa, con
mucha colaboración de la modista, del joyero, de la
peinadora, y la comparaba con la triunfante hermo-
sura de Angelina.
¡Qué distinta era ella; todo naturalidad en sus
maneras, en sus palabras, en su rostro, en su figura
exquisita, de todas aquellas muñecas de salón estu-
diadas ypresuntuosas !
Aun herido por su indiferencia, pensó en sacarla,
una vez siquiera. ¿Quién sabía su historia? Sólo
ella, y ella parecía haberla olvidado.
Luchó largo rato con su timidez y con su áspero
deseo de arrancarla a aquella turba de frases que la
acosaban, y de llevarla triunfante también el, que
tenía más derecho que todos ellos, para murmararle
al oído, aunque no fuese más que como una broma
del baile, las dulces palabras que en otro tiempo ha-
bían hecho latir con fuerza el corazón de su novia
de vacaciones»
¿Volvería a tener una ocasión de hablar confi-
ÍÍUGO WAST

dencialmente y sin que nadie pudiera sospechar na-


da?
Este pensamiento triunfó de su indecisión. Espe-
ró el momento oportuno; y como llegara la hora del
ambigú, dirigióse a ella, poniendo un gran empeño
en simular aplomo.
¡ Ah ! j Por qué no se quedó en su rincón solitario !
Mientras él, cortés y frío, solicitaba de ella el ho-
nor de acompañarla, y ella, turbada, miraba en su
"carnet" si tenía el ambigú comprometido, acercóse
don Víctor, que acababa de llegar, muy marcial, muy
elegante y muy conquistador.
— ; Ah ! — exclamó Angelina con no poca alegría.
— Gracias caballero, tengo el ambigú comprome-
tido con el coronel.... ¿Recuerda, tío?
Y sin que don Víctor se lo hubiera soñado, la ma-
no de ella se apoyó en su brazo, y él, orgulloso de la
inesperada fortuna, repitió las palabras de César:
■— ¡ Vine, vi, vencí !
A lo que ella contestaba envolviéndole en la más
insinuante sonrisa.
— ¡Coquetón! ¡Pero qué feo viene usted hoy, tío!
XI

La faz m i<os humildes

El día siguiente era 12 de octubre.


Desde por la mañana las bombas con que saluda-
ban el aniversario glorioso, llenaron de rumores la
gran ciudad.
Eran como las siete, pero en casa de los Smith
todo el mundo dormía, con ese sueño profundo que
sigue al cansancio de una noche de agitación y de
emociones.
Sólo Angelina se despertó al estampido de las pri-
meras bombas, y, envuelta en el sopor del sueño aun
no disipado, dejaba mecer su pensamiento en los re-
cuerdos de la velada.
Aunque sus ideas eran vagas y dispersas, sentía
la impresión de un gran disgusto; tanto, que se le
hizo intolerable como una pesadilla y acabó por des-
pertarla del todo.
Saltó de la cama y abrió los postigos. Un rayo de
sol primaveral fué a dar sobre la silla donde estaba
su traje de baile.
100 HUGO WAST

Fastidiada, con la imaginación perezosa, recos-


tóse de nuevo; pero la vista de un pedazo de cielo
azul y de las copas de los naranjos nevados de aza-
hares, que el viento balanceaba dulcemente, le in-
fundió deseos de gozar de aquella mañana admira-
ble, yarrojando lejos de sí los pensamientos muelles,
abrió de par en par la ventana y comenzó a vestirse.
Entró una ola de luz, de alegría, de perfumes, en
que el olfato ávido percibía el aroma de los azaha-
res, de las rosas, de los jazmines, de las madresel-
vas, sin que pudiera distinguir donde terminaba uno
para principiar otro.
No eran así las mañanas que seguían a sus no-
ches de baile ellá en la sierra, tres años antes, aun-
que fueran reuniones más humildes y ella no soñara
en ser la reina de la fiesta.
Un momento, aquella noche, en medio del desier-
to salón, al ver cómo resplandecía su juvenil hermo-
sura, tuvo la conciencia de que estaba en su elemen-
to, de que había nacido para eso.
Y, sin embargo, ahora sentía la vanidad de un
triunfp que la dejaba indiferente y cansada.
No, ella no habia nacido para eso. Más le llenaba
el alma la humilde alegría de hacer un bien por pe-
queño que fuera, a alguno más pobre que ella, de
consolar en la calle a algún niño que llorara, que el
placer de verse acosada por aquella turba de fracs
correctos y empalagosos que llenaban de nombres su
pobre carnet todo borroneado.
NOVIA DE VACACIONES 101

¡Y qué caros le cobraban aquellos triunfos ino-


centes !
Todos los crueles e injustos reproches que podian
caber en una mirada se los había hecho misia Té-
re, cuando, terminado el baile, fué a darle las bue-
nas noches. Y era tanto el rencor de la dama, que se
desbordó envolviendo en su ola venenosa al pobre
don Anselmo.
El buen viejo, como de costumbre, estaba acurru-
cado en el rincón de un pasillo escuchado la or-
questa, ycuando ellas salieron, al ver a su joven
amiga tan hermosa, no pudo resistir la tentación
de cumplimentarla y al hacerle su humilde elogio
cometió el pecado de olvidarse de Lidia, la dueña
del santo, que se lo echó en cara con su guarangue"
ría de niña mimada.
Misia Tere lo alcanzó a oir y fulminó al anciano
con una mirada cargada de desprecio.
- — ¿Qué hace usted aquí? ¿Cree usted que este es
un lugar apropósito para un ministro de Dios, aun-
que retirado del servicio divino como usted ? — tro-
nó la gran señora.
Tartamudeó el inocente una excusa y se hundió
en las sombras del jardín embarrado.
Javierita era la autora de la tormenta, porque era
ella la del mal humor y había contagiado a misia
Tere y a Lidia, haciéndoles ver visiones. Olvidada
en un rincón, porque don Víctor que en su amable
humorismo solía atenderla, no se acordó de ella en
102 HUGO WAST

toda la noche, acaparado por Angelina, la agria sol-


terona pasóse las horas juntando bilis.
Por entre las anchas hojas, cargadas de rocío,
asomaban las tímidas violetas.
Angelina acordóse de que se había propuesto lle-
var un ramo a don Anselmo, y salió al jardín y jun-
tó muchas, de las más frescas y fragantes para el
pobre señor Paganini, caído en desgracia por su cul-
pa.Después se encaminó a la huerta, sorteando los
charcos de que estaba inundada.
La puerta de la casucha de don Anselmo se ha-
llaba entornada, como si dentro no hubiera nadie.
Sin embargo, allí tenía que estar, porque sólo salía
para oir la misa de las cinco en una capillita cer-
cana.
Llamó suavemente con un poco de recelo.
— ¡Adelante! — contestó su voz desde el fondo
del cuarto, completamente a oscuras.
— Buenos días, don Anselmo.
— ¡ Oh hija mía ! ¿Es usted? ¡ Dios me la envía. . .
— ¿Está enfermo — preguntó Angelina viéndo-
lo tendido en la cama, tapado hasta los jos y en-
casquetado su gorro de lustrina.
— Muy enfermo, muy enfermo ; si esta vez no me
muero
— ¡ Y yo que venía a alegrarlo con sus flores, con
nuestras flores!
— Gracias, gracias, hija mía.
Con la mojadura de esa noche, el pobre viejo ha-
103

NOVIA DE VA JACIONES

bía pescado un resfrío térr ble, que lo tenía tiritando


bajo las cobijas y bajo la pila de sotanas y ropas que
buscando el abrigo había amontonado en su camilla *
de hierro.
— ¡Oh, señor, usted tiene fiebre! — exclamó afli-
gida la muchacha- que sintió arder bajo su mano
la frente del enfermo.
Abrió los postigos- arregló las ropas del lecho, lle-
nó de violetas los floreros que adornaban una re-
pisita donde, muy rodeada de estampas y velas, esta-
ba una imagen de la Virgen, único lujo de aquel al-
bergue mezquino, y corrió a traer leche y canela
para remediar al desamparado,
—Yo lo voy a curar — díjale mientras calentaba
la leche en el braserito en que don Anselmo hacía
su cocina; — este remedio lo he aprendido en la
sierra.
Y el bueno del señor Paganini, dócil como un ni-
ño, bebió al poco rato un enorme tazón de leche
hirviendo con canela, que le abrasaba el paladar, pe-
ro que lo libraría de una pulmonía.
— ¡ Dios se lo pague, hija ! — exclamó con un sus-
piro de alivio saboreando el último trago. — Si no
fuera por usted me habría muerto. . .
Y añadió como una recompensa:
— i Qué hermosa estaba anoche!
— ] Gracias ! — contestó Angelina arropándolo ca-
riñosamente. — Ahora me lo puede decir, aunque
yo no lo crea, pero anoche no . . .
— ¡ Oh Dios ! ¿ Por qué ?
104 HUGO WAST

— Debió haberle hecho ese elogio a Lidia, que se


lo merecía más.
- — ; Ah! Quizás por eso Teresa. . .
— Sí, sí: por eso se resintió. . .
— Pero no tuvo razón. . . ¿No le parece, hija?
— No, ciertamente — contestó Angelina disolvien-
do en sus palabras un granito de amable doctrina ;—
fué un momento de vanidad, de esa picara vanidad
que tenemos todos.
— Las mujeres sobre todo — indicó él inocente-
mente. — "Vanitas vanitatum et omnia vanitas"
¡qué antiguo es esto, pero qué nuevo siempre! Así
pensaba yo anoche viendo tanto lujo inútil, tan-
to dinero echado por la ventana; si diéramos a los
pobres la mitad de lo que nos sobra, ellos tendrían
más y nosotros no por eso tendríamos menos. . .
Don Anselmo hablaba en plural, lo que hizo son-
reír a Angelina.
— Pero, don Anselmo — di jóle deseosa de dis-
traerlo un poco, — si usted diera a los pobres la mi-
tad de lo que le sobra ... no se remediarían mucho,
¿no le parece?
El viejo sonrió.
— Elspí'ritu mundano, niña; el otro día, yo, que
soy tan pobre como usted, le di la mitad de mis flo-
res yusted me las agradeció, y todavía tuve para lle-
nar los floreros de mis santos. Ahora viene a traer-
me la mitad de las que ha juntado, usted que es tan
pobre como yo, y con sus flores me da la mitad de su
alegría.
NOVIA DE VACACIONES 105

— ¿ De mi alegría ? — preguntó Angelina con una


suave ironía de que ella misma no se dió cuenta.
Don Anselmo fijó en la niña sus ojillos cariño-
sos, ojos Cándidos, hechos más a mirar las almas que
las cosas del mundo, y como si a pesar de su inex-
periencia hubiera advinado que también había tris-
tezas en el fondo de aquella alma joven, golpeó pa-
ternalmente con su mano de viejo, metida en la man-
ga del saco, la mano que Angelina había dejado so-
bre el brazo del sillón puesto a la cabecera de la
cama.
Y con aquella ciencia, aprendida más en la ora-
ción que en los libros, le dijo la santa palabra:
— Bienaventurados los sencillos, porque ellos ten-
drán mucha paz, ha dicho el Señor. Asegura San
Francisco de Sales que cuando Dios nos prueba con
la adversidad, es porque nos destina a cosas grandes
en este mundo o en el otro. Pero hemos de aceptar
la adversidad sin averiguar qué cosas sean. Las co-
sas del mundo no son ni tristes ni alegres; son los
corazones los alegres o tristes. Por eso son vanos los
consuelos, cuando la verdadera paz no está en el al-
ma. ¿Y cómo hemos de hallarla en las cosas exte-
riores cuando no la tenemos en nosotros? ¿Qué va-
le una palabra de paz si en nuestro espíritu está la
guerra? Mi paz está con los humildes y mansos de
corazón, ha dicho el Señor; tu paz consiste en mu-
cha paciencia. Paciencia, hija mía; paciencia para
soportar las adversidades, las caídas, las injusticias,
los juicios de los hombres. . . ¿Qué son las palabras
106 HUGO WAST

de los hombres, las palabras dolorosas que nos las-


timan cuando estamos llenos de los afanes del mun-
do, pero que se rompen como pajas cuando mora en
nosotros el verbo de Dio? Si nos hieren es porque
aun somos carnales y hacemos de los hombres más
caso del que conviene. Buenas son las tribulaciones,
buenos son los dolores, buenas son las amarguras de
la vida, porque nos recuerdan que vivimos desterra-
dos y nos enseñan que no debemos poner nuestra es-
peranza en cosas de la tierra. Cuando el hombre de
buena voluntad se ve aaribulado, conoce la necesi-
dad que tiene de Dios, sin el cual nada puede. Hija
mía, edifica tu alegría en tu conciencia, y cuando
el mundo te hiera, cuando tu espíritu se abata o se
o se rebele, en vez de buscar el consuelo en los otros,
búscalo en tí, en el secreto de tu corazón, donde es-
tará tu alegría. Bienaventurados los sencillos, bien-
aventurados los que aman, porque mucho hace el
que mucho ama.
Angelina escuchaba en silencio, y recibía aquellas
palabras de vida como la tierra seca recibe el agua
del cielo.
Entró en su alma la verdad y trocó su espíritu
rebelde a las injusticias del mundo, con el espíritu
manso que animaba las palabras del anciano-, y co-
menzó aedificar su alegría en sí misma.
Y una profunda paz, la paz de los humildes, llenó
stj corazón pomo una, 0I3. de verdad y de amor.
XII

Magdai^na Lsoni

< En 'su vida de rentista desocupado, don Víctor


conservaba algunos de los rígidos hábitos del cuar-
tel. Por ejemplo, invierno y verano, se levantaba al
toque de diana; pero como en el barrio en que es-
taba su lujoso hotelito de la calle Maipú, tres cua-
dras antes de la Avenida de Mayo, no había clari-
nes que la tocasen, encontró la solución del proble-
ma en un grafófono despertador, que lo arrancaba a
la molicie del lecho soltándole en la oreja una copio-
sa sinfonía.
Pero no era la eterna diana de la banda lisa en
los cuarteles, lo que habría ¡sido terriblemente abu~
rridor y. sin grande eficacia. Don Víctor tenía una
buena colección de discos, y, al acostarse, elegía la
música que a la mañana ¡siguiente quería oir; #fem-
pre alguna marcha gloriosa. Unas veces era la de
Aída, otras la de Fausto ; los 14 de Julio le ardía en
las orejas la Marsellesa, y, naturalmente, en los días
108 HUGO WAST

patrios sonaba la marcha de Ituzaingó o el Himno


Nacional .
Aquel domingo de enero, lo despertaron los acor-
des de la marcha de Tannhauser.
El sistema tenía esta ventaja: al rayar el sol, el
humor del coronel estaba afinado para todo el día.
Ciertas marchas sonaban los días que el gran hom-
bre destinaba a sus conquistas ; y esa mañana la mú-
sica solemne y triunfal de la ópera armonizaba per-
fectamente con las circunstancias, porque para don
Víctor amanecía un día de triunfo.
Saltó de la cama, animado por los clarines de
Wagner, y metióse en el baño para quitar la pereza
del sueño.
Don Víctor en su tocador era una dama; tal es-
mero ponía en higienizarse, en perfumarse, en ali-
sarse aquellos bigotes homicidas, en. sacarse de en-
cima, con algunos floretazos dados en la pared, o al-
gunos ejercicios gimnásticos, la tercera parte de sus
cuarenta y cinco inviernos.
Pero hádalo todo con tan buena mano, que nun-
ca advirtióse en él un detalle que desdijera de su
apostura varonil.
Concluido su tocado, esa mañana, después de mi-
rarse un rato al espejo, se dirigió a sí mismo una es-
timulante sonrisa.
¡ Estaba buen mozo ! ¡ Ya habría querido para un
día de fiesta su estampa, cualquiera de esos mozal-
betes de Florida, gastados por la vida regalona y
ociosa !
109
NOVIA DE VACACIONES

En las tardes, a la hora del corso, cuando paseaba


a pie por Florida, ¡ con qué aire majestuoso los lle-
vaba por delante cuando le cerraban el paso, apiña-
dos en las esquinas, en las entradas de las oficinas o
junto a las grandes vidrieras, donde quiera que hu-
biese luz, para mirar a las muchachas y para que
las muchachas los mirasen a ellos !
¡Qué habían de mirarlos, cuando había por allí
hombres que no buscaban la luz de las vidrieras,
poro que en todas partes se destacaban!
Don Víctor se creía irresistible.
En el fondo de su conciencia de conquistador ha-
bía, sin embargo, una espinita que le arañaba la
vanidad .
Desde el baile de Lidia, don Víctor había desple-
gado toda su estrategia contra Angelina, halagado
con la ilusión de anotar una victoria más en la cró-
nica de sus campañas.
Pero esa vez su corazón anhelaba el triunf o con
una fuerza desacostumbra/da ; estaba cansado de sen-
tir pasar la corriente de impresiones fugitivas a que
su dueño lo condenaba. Estaba cansado y deseaba
adormir sus ondas en la paz de los lagos. Una ilu-
sión había nacido en él con la simpatía que sintió
desde el principio hacia la dulce y enigmática joven,
y un momento se dejó mecer por ella y la simpatía
se transformó en cariño, y el cariño fué creciendo y
transformándose también. . .
Pero ¿por qué Angelina, que era sutil para enten-
der las cosas, no comprendió aquello?
110 HUGO WAST

La vanidad de don Víctor, que habría sufrido ho-


rriblemente con un desaire, y cierta instintiva des-
confianza, lodetuvieron en la pendiente.
Un día, empero, casi se resbaló, porque Angeli-
na, abandonando su habitual reserva, le tiró un an-
zuelo que el gran hombre merdió con una inocen-
cia de colegial.
Le descerrajó una declaración en regla, que ella
escuchó un poquito conmovida, dejando con cierta
malicia comprender algo... Pero ¡qué desencanto
el suyo al día siguiente ! Angelina, por toda respuesta
a una grave pregunta que él le hizo, le alargó, rién-
dose, una hojita de almanaque, que acababa de
arrancar porque era del día antes.
— ;28 de diciembre! — leyó estupefacto don
Víctor.
— ¿Me quiso hacer inocente, tío?
Triste y desconcertado para disimular su turba-
ción, se echó a reir.
■— No, 'sobrina; eres tú la que me has hecho ino-
cent .
Había pasado dos semanas y aun sentía la co-
mezón de la aventura.
Muy pronto comprendió la causa de la esquivez
de Angelina. La sociedad entera estaba al tanto
del noviazgo de la muchacha con Macario. Don
Víctor al principio se resistió a creerlo; no podía
ser: ¿iba a rechazarlo a él, para aceptar el otro,
cuyos vicios conocidos, el hipódromo y el poker,
eran virtudes al lado de los desconocidos? No, no
NOVIA Í)E VACACIONES 111

podía ser; su sobrina tenía demasiado buen gusto.


Pero poco a poco fué dando crédito a la historia,
al ver la asiduidad con que Macario asistía a los
recibos , a los almuerzos, a las comidas de los
Smith, siempre alrededor de ella; y al adquirir la
triste certidumbre, todo su cariño se enfrió de
golpe .
— ¡Oh, las mujeres, las mujeres! — pensó — no
se casan con las víboras porque no saben cuál es
el macho.
Para consolarse, dedicóse a una conquista que
involuntariamente le había proporcionado la mis-
ma Angelina.
¡ Si ella supiera ! Si ella supiera que quien hacía
retorcerse el bigote a aquel tío presumido era Mag-
dalena Leoni, su linda protegida, habría fruncido
el ceño y quizás el tío hubiera perdido la poca amis-
tad que entre ellos quedaba, porque a la niña se le
habría ocurrido indudablemente que aquellos "flirts"
por los barrios bajos llevaban mala intención.
Y, sin embargo, no era del todo así. Tan no lo
era, que el gran hombre había dado palabra de ca-
samiento ala muchacha, y la palabra de don Víctor
era palabra de rey.
¿Estaba él verdaderamente enamorado de ella,
con ese amor que lleva al pie de los altares ? Don
Víctor se mordía el bigote y respondía que sí, con
toda sinceridad , porque así lo sentía.
Desde la primera vez que la vió, aun en tiempo
en que Angelina ocupaba más su corazón, bendijo
112 HUGO WAST

los dichosos resquemores que a misia Tere le im-


pedan auxiliar al huelguista, dejándolo de ése modo
en situación de ser él solo su providencia.
Desde ese día, don Víctor, abnegado como una
hermana de caridad, en nombre de su sobrina iba
mañana y tarde a buscar noticias de su enfermo.
Todas eran buenas para él, porque las oía de boca
de Magdalena .Por eso, buen trabajo le costó com-
poner a tiempo el semblante cuando la muchacha
le dijo llorando que su padre había muerto,
Dante Leoni era florentino. Tres años hacía que
había llegado a América con su mujer y su hija,
que entonces tendría quince.
Vino, como tantos otros, a probar fortuna. Los
principios fueron duros; Leoni trabajaba en todo,
aunque era mecánico de oficio. Al año mejoró de
suerte y entró en los talleres del Ferrocarril Cen-
tral Argentino.
Con su sueldo fijo y con lo que daba el trabajo
de las dos mujeres, que no era poco, porque la ma-
dre, a más de atender los quehaceres domésticos,
planchaba, y la hija cosía para afuera, pudieron
vivir y aun hacer economías para los tiempos ma-
los si venían.
Daba gusto ver el modesto hogar del florentino.
La mujer de Leoni era de noble familia. Había
en su matrimonio con aquel obrero mecánico toda
una novela de amor, que para siempre le cerró las
puertas de su casa. La triste historia, pública ei>
la patria lejana, quedó desconocida en América y
NOVIA DE VACACIONES

casi olvidada de sus protagonistas.


En su hogar honrado, rodeada del cariño de sus
padres, un cariño idolátrico y celoso, había creci-
do Magdalena hecha una señorita y aislada de la
misma sociedad en que vivía, para la que ni por
sus costumbres ni por sus gustos estaba hecha.
Los malos tiempos no tardaron.
Fué la madre la que cayó primero. Largos me-
ses estuvo enferma, condenada por el implacable
diagnóstico médico que había constatado la existen-
cia de un cáncer en el pecho. La enfermedad, las
operaciones que se le hicieron, los cuidados que se
le prodigaron, los días que Leoni por atenderla fal-
tó al taller, todo fué un engranaje que se llevó los
ahorros de los buenos tiempos y algo más, porqué
empezaron las deudas .
La enferma murió, pero la mala suerte no paró
allí
Eran épocas de esf ervescencias . Leoni, hombre
de hogar y de trabajo, exclusivamente dedicado a
su hija, después de las horas del taller, nunca tuvo
tiempo para escuchar las proclamas de los comités
obreros que calentaban la cabeza a todos sus cama-
radas .
Flotaba en el ambiente un polen revolucionario.
Una tras otra se producían las huelgas; hoy eran
los estibadores del puerto, mañana los cocheros, más
tarde los obreros de la Compañía General de Fós-
foros.
Un día le tocó al Central Argentino, y Leoni se
114 HUGO WAST

vió envuelto en la huelga bajo la presión del nú-


mero.
Se hizo uan manifestación pacífica, que se trans-
formó en hostil, y él, que había ido por compañe-
rismo, volvió a su casa con una bala en el vientre.
Era la eterna historia de justos por pecadores.
Cuando lo pusieron en el cama, dijo a su hija:
— De aquí no me levanto. . . Lo siento por tí,
Magdalena, que te quedarás sola.
¿Qué habría sico de ellos sin la ayuda que les
vino de pronto ce ao llovida del cielo?
Leoni había temido por su hija; pero cuando mu-
rió, dejó el mundo con el consuelo de saber que no
se quedaba abandonada, porque aquel generoso ca-
ballero, que los había auxiliado, sería en adelante el
tutor de la joven
Y en ef ec :o, desde el primer día don Víctor se dedi-
có a su protegida. Unas veces en nombre de su so-
brina, otras en su nombre propio, llenábale de aten-
ciones yde regalos, y hasta adelantóle dinero para
los primeros gastos, mientras ella encontrase có-
mo ganarse la vida, con una hábil política para no
herir la delicadeza de la niña. Después consiguióle
un modesto empleo en una escuela de bordado, hl-
zola cambiar de casa, de aquella horrible casa adon-
de la pobreza de los últimos tiempos los había arro-
jado, ylogró que la acompañara una pariente le-
jana de ella, para que su casita no le pareciera
tan sola.
A la tarde, cuando la joven volvía del taller, es-
NOVIA DE VACACIONES 115

taba segura de hallar en la salita, tomando mate,


al coronel, que la hacía una corta y respetuosa
visita.
A él se le pasaban los minutos sin sentirlos, oyen-
do a la linda muchacha que hablaba con esa poesía
característica de los florentinos . Era una charla ar-
moniosa, llena de imágenes imprevistas.
El acento extranjero de Magdalena imprimía un
encanto indecible al castellano imperfecto en que
narraba su historia de niña, un poco triste .
Don Víctor la escuchaba retorciéndose el bigote.
La verdad era que él, embelesado y todo por la ar-
moniosa conversación de Magdalena, no se encon-
traba bien allí.
Había ido previendo una conquista de las que es*
taba llena de foja de servicios; pero jamás soñó si-
quiera hallar tanta inocencia y distinción en la hija
del obrero Leoni.
El gran hombre tenía bien puesto su corazón y
pronto abandonó su primer propósito.
Pero el mismo entusiasmo que la joven había en-
cendido en él, vino a salvar la situación.
Creyóse enamorado, sobre todo después de su pe-
queña aventura con Angelina, y dispuesto a quemar
heroicamente sus naves, en la primera ocasión pro-
picia se lo dijo a Magdalena.
Su declaración entusiasta despertó el corazón de
la muchacha, que se enamoró con una de esas pasio-
nes avasalladoras, desconocidas para ella, que no
116 HUGO WAST

pudo ponerse en guardia contra sus mismos senti-


mientos.
No obstante, por recato natural, guardóse de res-
ponder en seguida al impetuoso coronel, que un día
se despertó juzgándose el más enamorado de los
novios.
Aquella hermosa mañana de enero, su coquete-
ría tenía una disculpa: necesitaba estar buen mozo.
El sí de Magdalena tardó un poco, pero al fin
vino, y ese día iban a solemnizarlo con un paseo
que los dos solos harían al Tigre, en un automóvil
flamante y lujoso en el que don Víctor y Mag-
dalena iban a correr la más peligrosa de las carreras.
XIII

La misma m antss

En las torrecitas del palacete de los Smith ha-


bían hallado dónde anidar las golondrinas, y co-
mo si para aquel domingo de enero se hubiera da-
do cita en el jardín toda la bandada, desde que el
sol salió fué una vibrante algarabía.
Era que aquel día estrenaban sus alitas las pe-
queñas golondrinas nacidas bajo el alero de los
Smith.
Los padres, con sus trémulos pichones sobre su
espaldita, remontábanse alto, alto, y desde el cielo,
abandonándolos en el aire, dejábanse caer como un
hondazo, para llegar a tiempo de recogerlos antes
de que tocaran la tierra. No había peligro, porque
los locas parábolas y los audaces círculos que en
el aire trazaba su vuelo, estaban calculados por
un matemático infalible, y su instinto era ciego y
seguro. i
María Esther contemplaba entusiasmada aquel
118 HUGO WAST

juego de volatines, que la divertía muchísimo más


que el aterrorizador 'looping the loop" que había
visto en el Buckingham Palace. Aquellas alegres
avecitas eran suyas, 'sobre todo las nacidas en la
azotea de su casa, porque cuando las primeras go-
londrinas de esa primavera hicieron sus nidos en
los huecos de las chimeneas, misia Tere mandó un
día que limpiaran los techos para arrojar de la ca*
'sa aquellos huéspedes ruidosos que poblaban de al-
gazara yde trotecitos los cielos rasos de yeso, y
ella, la chiquita que los amaba, consiguió de Mr.
John, a fuerza de súplicas y lágrimas, la revocación
de la sentencia .
Desde la glorieta, ella y Angelina habían visto
salir el sol esa mañana y se entretenían en mirar
las golondrinas. Aunque para Angelina no era nue-
vo el espectáculo, como tenía cariño a las alegres
mensajeras del buen tiempo, contemplábalo con tan-
to interés como María Esther y con un poquito de
tristeza por que suscitábale nostalgias de la sierra.
Recordaba aún que tres años antes, algunos días
después de la partida de Julio, vió irse a las go-
londrinas que ese verano habían sido testigos de
su dicha.
Aun sus ilusiones no habían muerto, y se enter-
necía envidiando a las avecitas dichosas, para quie-
nes no existían distancias.
Fué una gran pesadumbre para ella, cuando en
el sauzal amarillento, donde se habían dado cita
para la partida, vió formarse la inquieta caravana
NOVIA DE VACACIONES 119

de las golondrinas amigas. Y fué un gran dolor,


cuando al caer la tarde, aquella tarde cruda y se-
rena de otoño, que había quedado impresa en su
memoria, las vio. partir hacia el Oriente. En el
cielo azul borróse pronto la fugitiva línea d< las
alegres viajeras, y elk, en su gran soledad, sinfió
una inmensa tristeza, como si con las golondrinas
se fuera su esperanza.
Después, en los años que siguieron, amólas mu-
cho, pero nunca quiso contemplar su partida desde
el sauzal, en los primeros días del otoño. Tales
eran las impresiones que le despertaban las golon-
drinas del alero de los Smith.
Llenos de novedad, llenos de pesares y más que
todo llenos de miseria, en su vida mundana, co-
rrieron los últimos dos meses, y, sin embargo, a la
distancia parecíale que habían ido a hundirle va-
cíos en el pasado.
Había cambiado completamente su modo de ser;
había aniquilado cuanto en ella era incompatible
con los gustos de misia Tere; había echado tierra
sobre sus viejos recuerdos y no pensaba más.
Seguía siempre en su cuartito perfumado pe la
madreselva, pero sus flores estaban olvidadas.
Visitaba de cuando en cuando a don Anselmo,
pero hablaba de cosas lejanas, nunca de sí misma,
temerosa de que el buen sacerdote, con una de sus
máximas apacibles, despertara su dormina ternura.
Se había iniciado en la vida porteña. Cuando
la invitaban iba en automóvil a Palermo o a Fio-
120 HUGO WAST

rida, y reía y coqueteaba como todas. Iba tam-


bién a misa con Lidia, a la Recoleta, donde las es-
peraban siempre a la salida Macario y Julio.
Sin saber cómo, dejándose llevar, buscando la
paz en los otros, aquella paz que debió haber bus-
cado en sí misma, se encontraba envuelta en los
festejos de Macario.
Misia Tere, de puro comedida y por hacer un
bien a la muchacha; Javierita por lo que le intere-
saba que Angelina estuviera colocada, y Lidia por
seguir a las otras, concluyeron el negocio.
Las acciones de Macario se cotizaban muy alto.
Aunque él no tenía nada, había allá en el Azul un
tío muy rico y muy viejo, sin descendencia ni más
heredero* probable que el joven pintor de postales,
quien a la larga o la corta, vendría a ver el dueño
y señor de las estancias de don Macario Sandes
que un año con otro daban sus cien mil pesos de
renta.
— No seas tonta — decíale Misia Tere a Angeli-
na, — échale el anzuelo. Novios como Macario son
pimientos de a libra; hoy la suerte de las mucha-
chas pobres es muy triste, y hay que aprovechar
las ocasoiones.
— Esto es — añadía Javierita; — por algo a la
ocasión la pintan calva.
Angelina no contestaba; pero qué ganas tenía de
decirles lo que le chocaba aquel mozalbete insig-
nificante.
Pero por cansancio moral, por temor al escán-
NOVIA DE VACACIONES 121

dalo, por horror al chisme, se dejaba llevar por la


ola sin saber adonde, ni si más tarde sería tiempo de
echarse atrás.
Cuando el festejante era importuno y la quema-
ba con frases amorosas, lo que rara vez sucedía,
porque Macario no entendía de eso, ella lo hacía
callar con un gesto que le helaba las palabras, pero
que el otro no acababa de descifrar.
Julio había adoptado la conducta que le corres-
pondía; sialguna vez se acordaba de ella, conten-
tábase con mirarla de lejos. Angelina había com-
prendido que él, como todos, la creía novia de Ma-
cario, y aunque le daba vergüenza y asco, como
no era ella quien debía explicar las cosas, ni había
para qué, dejaba rodar el mundo.
El destino le marcaba allí una senda y tenía que
seguirla. Y la seguía, porque lo único bueno que le
quedaba aún del antiguo carácter era la entereza
para aceptar la carga y sufrirla.
Pero un día, después de dos meses de letargo,
sintió que su corazón no había muerto aún.
Mr. John, que era su gran amigo, aunque la
quería a su modo, fríamente, británicamente, rega-
lóle una vez algunos libros. Eran novelas y poesías.
Desde la primera mañana, despertándose casi al
rayar el sol, con María Esther que se adaptaba
'siempre a las costumbres de su amiga, hicieron de
la fresca y florida glorieta del jardín una sala ideal
de lectura.
Las dos leían; ella los libros de Mr. John, la
122 HUGO WAST

chiquilla unos muy grandes con muchos grabados.


Leyó primero novelas, sin que la fábula influ-
yera en su ánimo. Pero cuando tocó el turno a los
versos, cuando halló en las Rimas de Bécquer, que
venían entre ellos, el mismo mar de vida y de
amargura que dormía en el fondo de su carácter,
comprendió el vacío de su vida actual y sintió la
nostalgia de sus redimidos pesares.
Quiso volver a su antigua existencia. ¡Antigua!
Parecióle que hacía un siglo que no miraba la lu-
na, que no sentía caer sobre su frente pensativa
las ramitas f loridas de la madreselva de su venta-
na, que no pensaba, que no lloraba, que vivía la
vida de las piedras, inerte y fría. Quiso volver a
buscar en sí su paz, su pobre paz en medio de sus
amores, de sus recuerdos, aun 'de sus tristezas, que
le ¡eran tan caras. . . ¡ Qué era sufrir, si así vivía !
¡ Tanto que había despreciado la vida frivola de
la sociedad en que iba penetrando, para acabar al
fin por cambiar su tesoro de amor, de dolor y de
vida, por una insegura y cobarde tranquilidad!
Se rebeló. Sintió como si en su alma se encendiera
la misma llama de antes, y volvió al amor, y al do-
lor y a la vida.
Habíase quedado mirando las golondrinas que
en la lámina azul trazaban las líneas curvas de su
vuelo.
María Esther, viéndola contemplar lo mismo que
a ella la encantaba, acercósele y le dijo con vehe-
mencia, apretándole la cara entre sus manitas:
NOVIA DE VACACIONES 123

—¡Qué lindas! ¿Verdad que son lindas las go-


londrinas ?
Angelina, que seguía en su pensamiento el vuelo
de otras golondrinas, la miró sin contestar.
— I Celosa! — j murmuró la chiquilla. — ¡Si tú
eres mejor que las golondrinas!
— ¡Ah! — exclamó Angelina acariciándola. —
¡ Yo no, yo no ! Tú eres como ellas, como las flores,
como la primavera, tú sí que eres linda, linda. . .
Ella, la dulce criatura, era la única que nunca
había amargado un segundo de su vida; al contra-
rio1, ella le había dado el encanto de su fresca amis-
tad. La besó con delirio, con gratitud mientras
la pequeña se quedaba mirándola. Siempre sus
ojos azules buscaban así en los ojos negros de su
amiga la explicación de ciertas desigualdades de su
carácter.
Después le dijo tímidamente, sin mirarla:
—i Mala !
— ¿Yo mala?
— Si, si ; no eres ya como antes.
— ¿Yo? ¡ Pero si ahora soy más buena !
— No; con los otros sí; con mamá, con Lidia,
con Javierita, sí; pero conmigo yo eres la de antes...
— ¿Por qué lo dices?
— Esos cosas se conocen ... y yo sé por qué te
has olvidado de mí.
— ¡ Si no me he olvidado !
— Sí, te has olvidado. No te digo que del todo,
pero algo sí; y yo sé po>r qué.
124 HUGO WAST

— ¡Bah! ¿Por qué?


— Porque. . . jno te vayas a enojar!
— No, no... ¿por qué?
— Porque ahora lo necesitas todo para quererlo
a él.
— ¿A quién?, ¿quién es él?
— ¿No lo sabes?
— No lo sé; ¿quién es él?
— Macario.
■— ;Oh, Dios! ¿por qué lo dices?
•— Porque es la verdad.
Angelina quedóse silenciosa y disgustada; des-
pués acercó a sí la rubia cabecita de la niña y le
habló en secreto, mientras los ojos azules, grandes,
grandes, expresaban su asombro.
— Si te digo una cosa, ¿me vas a creer?
— Si me dices la verdad, sí.
—Sí¡La

.
verdad, la verdad! ¿Me vas a creer?

— Bueno ; yo no lo quiero.
—¿No?
■— Lo aborrezco . . .

¿Y por qué es tu novio?

¿ Quién dice ? . . .

¡Todo el mundo!

No es mi novio, no es mi novio; es mi pesa-
dilla, es mi vergüenza; puedes decírselo a todo el
mundo, puedes decírselo a tu mamá, a Lidia, a
Javierita, a todo el que crea que ese hombre es mi
novio. . .
NOVIA DE VACACIONES 125

—¿A Julio?
— ¿Por qué a Julio?
— Porque él lo cree... y él te mira... ¿Sabes
que siempre te mira?
— ¡ Oh !. . . Bueno, a Julio también, ¡ a todo el
mundo! diles que ese Macario no es mi novio, que
yo no lo puedo ver. . . ¿Me crees?
— ¡ Sí, te creo !
— ¿Quieres que vuelva a ser la de antes?
—Sí.

— Dile entonces a tu mamá o a Javierita, o a


cualquiera, que lo detesto, que si se me vuelve a
-acercar le voy a hacer un desaire. . . que estoy en-
ferma de callar, y cansada, cansada . . .
Y Angelina, que arrojó de sí aquella declara-
ción que le oprimía el alma como una losa de plo-
mo, estrechó contra su pecho a su amiguita, fuerte,
fuerte, con su antigua ternura, y le murmuró al
oído:
— ¡ La de antes, la de antes ! para tí y para todo
el mundo . . .
XIV

I,A AMARGA PALABRA D3 VAI<OR

Desde el baile de Lidia, Julio no había vuelto


a aproximarse a Angelina.
Pasó el dolor del desaire y dulcemente fué vol-
viéndole elcariño,
Pero su amor de ahora no era como el de an-
tes, un amor orgulloso de existir a la luz del sol.
Era un amor tímido y vergonzoso, que vivía a es-
condidas de la amada misma.
La amaba más que nunca y de una manera ex-
traña; la amaba con todos sus defectos si los te-
nía; la amaba con sus desdenes, con su despego,
con su coquetería cruel; el mundo entero la habría
despreciado, y él hubiera seguido amándola de le-
jos, orgulloso de amarla así, sin ilusión y sin es-
peranza.
No buscaba ya su felicidad en ella; parecíale
mejor su cariño amándola porque sí, porque era
ella; para mirarla espiaba los momentos en que
127
NOVIA DE VACACIONES

ella no podía verlo, y la miraba intensamente como


si su alma, muriendo de sed, encontrara el agua y
bebiera sin saciarse.
¡Cómo- le dolía el corazón! A veces, en las no-
ches de recibo, la sentía pasar cerca de él; cono-
cía el perfume que usaba, y aunque habría sido la
gloria mirarla de frente, no se volvía sino cuando
ella había pasado.
Una noche soñó que la felicidad de Angelina es-
taba en sus manos y que podía hacerla dichosa,
pero sólo a costa de su propia dicha. Y él consin-
tió en ser desgraciado la vida entera, para que
ella fuera feliz, y trémulo de gozo firmó el ex-
traño documento que el destino le presentaba. Ella
no sabría nunca a quién ni a costa de qué debía su
felicidad, ¿pero qué importaba?, bastábale saber
que en la vida ella no tendría amarguras, para que
se endulzara el mar de pesares en que él volunta-
riamente sehundía. ¡Qué dicha, qué dicha!
Cuando despertó, quedóse pesaroso de la vani-
da de su sueño; ¿por qué no eran ya los tiem-
pos de las hadas, que manejaban los destinos de los
hombres ?
Creíala dichosa, deslumbrada por la nueva exis-
tencia que llevaba. Tenía una loca envidia a Ma-
ría Esther que estaba el día entero a su lado; ha-
bría querido oir sus palabras, mirar sus ojos, sen-
tirla cerca, adivinar en qué pensaba; pero nunca se
acercó; ¿para qué?; parecía tan feliz, que el verle
a él, su antiguo amigo, le sería ingrato.
128 HUGO WAST

Era una alegría poder hacerle esos reproches, y


descargarse un tanto del peso de su propia culpa.
Cuando supo su noviazgo con Macario, no tuvo
celos, sino una gran tristeza de verla cada vez más
lejos, y aunque le parecía imposible que aquello
fuera cierto, lo creyó.
Pero un día estalló como una bomba la noticia
que desparramaba María Esther. A todo el mun-
do quería contarle la niña que Macario no era el
novio de Angelina, y comenzó naturalmente por
contárselo a su mamá.
Misia Tere devoró en silencio su ira, pero Javie-
rita saltó:
— ¿Sí? ¿eso dice?, ¡la presuntuosa! honor le ha-
ce el pobre muchacho en fijarse en ella; lo que es
yo, si fuera hombre, ni caería en cuenta de que
existe; francamente no sé qué ha podido hallar
Macario de especial en esa gaucha insignificante,
habiendo tantas mil veces mejores.
María Esther fué obligada a callarse. No había
que decir nada a nadie, ni a Macario.
Que Angelina se arreglara con él como pudiera :
no iban ellas a intervenir; bastante habían hecho
en su favor.
Pero Lidia en el recibo del día siguiente, a que
por casualidad no fué Macario, refirióselo todo a
Julio, contándolo al estilo de Javierita.
— No sé qué ha encontrado el pobre muchacho
de especial en ella — decíale indignada por cuen-
ta ajena.
NOVIA DE VACACIONES 129

— ¡ Ciegos, — pensaba Julio, — los que no veían


'que en
tinto ! ella todo era especial, porque todo era dis-
En Julio no había esperanzas que pudieran flo-
recer con tal nueva; hacía tiempo que las había
tronchado él mismo, porque sabía que su camino
no se encontraría nunca con el de ella.
Mas se alegró con la noticia que le daba Lidia,
y como si una fuerza superior a su voluntad y a
sus propósitos le llevara a ella, fingiendo una gran
indiferencia, acercóse y le preguntó si aquello era
cierto.
Sólo un minuto estuvo cerca de ella; pero en
ese minuto leyó en los ojos de Angelina tantas tris-
tezas, tantos reproches, que comprendió el misterio
que Macario no pudo comprender nunca, y no ne-
cesitó oir su respuesta.
Para disimular la turbación que eso le produ-
cía, como estuviese allí María Esther, levantóle la
nublada carita y le dió un beso en la frente.
— Tú, siempre enojada conmigo, ¿no es cierto?
— No — respondió la niña con sequedad, — yo
nunca he estado enojada; eres tú.
La conversación terminó allí, porque Lidia, que
había salido a buscar un diario para mostrar a
Julio una crónica en que la mencionaban, entró en
la sala con toda una papelería. No era sólo el dia-
rio lo que quería mostrarle, sino también "La ilus
tración", donde salía como de gran moda el mismo
láo 1ÍUÓO WAST

sombrero que ella había estrenado el domingo, la


primera en Buenos Aires. ¡Qué triunfo! ¿No?
A don Víctor la noticia del fracaso de Macario
ante los muros en que él se había estrellado, no
lo sorprendió mucho, aunque no se la esperaba,
porque aquello era lo que hacía ,tiempo debía ha-
berse aclarado. 9
— Me alegro por ella — tüvo el valor de contes-
tar a misia Tere, que roja de indignación se lo
comunicaba hamacándose con fuerza en su sillón.
— ¿ Te alegras ? ¡ Ya me parecía a mí que eso iba
a suceder! — clamó sulfurada la dama, deteniendo
el vaivén de la silla, e irguiéndose. — Pero confie-
sa que no es por ella sino por tí. ¿Qué te estabas
creyendo, que aquí nos dormimos? A ver, a ver,
¿cuántas condecoraciones nuevas han inventado?
Tú le llenarás más el gusto, seguramente, y ha de
andar tu mano en la ruptura ; pero como las cosas
salgan a tu deseo, no le arriendo a ¡ella la ganan-
cia. . ¡viejo verde!
Don Víctor escuchó en silencio y por primera
vez con ira la filípica de su prima. ¡ Uf ! Aquellas
mujeres no podían hablar sin morder.
Cuando la dama hubo dicho eso y mucho más,
el coronel contestó sencillamente:
— Me alegro por ella; sí, por ella, porque al fin
y al cabo era ella la que perdía con un novio co-
mo ése, que no pasa de ser un truhán. Y me ale-
gro por mí también, no por lo que tú te figuras,
en tu afán de figurarte siempre lo malo, sino por*
NOVIA DE VACACIONES
131
que la quiero y estimo su modo de ser humilde,
serio, paciente, bondadoso, porque en ella todo es
estimable . . . ¿ Crees tú que hay muchas como ella
en el mundo?
La causa se empeoró con la defensa. Javierita no
podía perdonar a Angelina que tuviera simpatías
donde no las tenía ella.
Volvieron a aislarla: se acabaron los corsos de
Palermo y de Florida, las insignificantes confiden-
cias de Lidia y los consejos de misia Tere.
¡ Cómo respiró la pobre en su soledad ! El cariño
de María Esther no se había acabado, y eso le
bastaba.
Tampoco se agotó la fuente de vida que volvió
a brotar en su alma.
Macario aun no estaba al tanto de la tempes-
tad, porque por asuntos de Mr. John andaba en
Bahía Blanca.
Un domingo a la tarde, el automóvil de los
Smith se fué a Palermo con misia Tere, Lidia y
Javierita. Quedaba otro asiento, pero como ya no
se trataba de Angelina, buscaron a María Esther;
mas la niña no aceptó.
El corso la aburría; prefería quedarse en casa,
mirando las golondrinas; en realidad, lo prefería
por estar con su amiga; pero ese motivo, vislum-
brado no más por la implacable misia Tere, que
tenía sitiada a Angelina, habría bastado para que
la obligasen a salir.
132 HUGO WAST

Felizmente no estaba vestida, y como se hacía


tarde la dejaron.
En la glorieta la esperaba Angelina, y fué en
su busca con un gran Robinson Crusoe que Julio,
viéndola tan amante de la lectura, le había rega-
lado. La paz estaba a punto de sellarse entre los
dos; la verdad es que ya no valía la pena el per-
sistir en el enojo.
— ¿No es cierto, Angelina, que debo amigarme
con Julio ?
— Sí; él es bueno.
■— ¿Te parece?
—Sí.

■— Entonces, ¿por qué tú no eres así con él,


■— ¿Soy mala acaso?
— No, pero con él tienes un modo distinto del
que tienes conmigo; ¿no sabes que eso le apena?
— ¿Quién dice?. . .
— Yo, que lo he visto. La noche del baile de Li-
dia, cuando él te fué a sacar y tú saliste con tío,
¿recuerdas? ¡Vieras cómo se quedó!
— ¿Enojado?
— No, triste. Después cuando él te habla y tú le
contestas seria, se pone así, triste.
— ¡ Cómo lo conoces y cómo lo observas ! — ex-
clamó Angelina riéndose.
— ¡ Oh, 'sí lo conozco ! Ya sabes que fué mi no-
vio.
Angelina seguía riéndose; la pequeña se ofendió
NOVIA DE VACACIONES 133

— De veras, de veras; a tí yo nunca te he enga-


ñado, ¿no me crees?
— ¡ Loca, loquita ! Te creo, sí ; pero, ¿ no sabes ?
El no se pone triste por mí; son otras sus triste-
zas; yo no sé, ni tú tampoco, cuáles serán, pero
puedes estar segura de que él no se entristece por
mí . . .
Todo el Buenos Aires aristocrático desfilaba por
la Avenida.
Cruzaban los carruajes y los automóviles a cen-
tenares, como exhalaciones, llenando el ambiente
con su vaho de nafta y de pesebre; de pronto se
detenían apiñados, como las hormigas cuando en-
cuentran un obstáculo, y después de un rato de
espera, en que los caballos, enardecidos por la ca~
rrera, cubrían los arneses de inútil espuma, arran-
caba de nuevo la interminable procesión.
¡ Cómo contrastaba aquella algazara sofocante
con la calma de la glorieta en la perfumada quie-
tud del jardín !
Volvía ya la gente de Palermo, cuando sonó el
timbre de la puerta. No podían ser las de casa,
porque siempre regresaban tarde, después de dar
vuelta por Florida.
Impaciente y curiosa, corrió María Esther a la
puerta.
Era Julio. Hizo' una caricia a la niña, contán-
dole que una descompostura en su automóvil lo
había obligado a bajarse en los portones de Pa-
lermo yque desde allí venía a pie.
134 HUGO WAST

— Ni mamá, ni Lidia, ni Javierita están — dijo


la chicuela, reconciliada ya.
— ¿Y Angelina?
— Está en la glorieta..
Como amigo de confianza, entró sin vacilar. Re-
pitió aAngelina, explicando su visita intempestiva,
la historia del automóvil descompuesto, y después,
lentamente, como si le costara un gran esfuerzo
cada palabra que pronunciaba, con la voz velada
por la emoción y la mirada cobarde que huía del
rostro de la antigua amiga fué acercando la con-
versación alasunto que en realidad lo traía.
Venía por ella ; sabía que iba a hallarla sola ; ha-
cía tiempo que quería hablarle de 'sus cosas ínti-
mas; que lo disculpara si volvía sobre el viejo te-
ma, pero no podía más, le quemaba el triste secre-
to escondido en su alma.
Angelina lo escuchaba callada, mirando hacia la
Avenida. María Esther se había sumergido inten-
cionalmente en la lectura de su Robinsón.
Julio continuó:
— Perdóneme, Angelina; yo no sé si le disgus-
to hablándole de esto ; quizás sí, pero no puedo vi-
vir; necesito aligerar la carga de pensamientos que
me aplasta, y no tengo confidentes; sólo usted
puede oirme, porque sólo contándoselo a usted no
profano el secreto; yo no busco ni pido ya nada;
no quiero resucitar la historia, nuestra pobre his-
toria, que ha sido como un sueño; usted la recuer-
NOVIA DE VACACIONES 135

da, ¿verdad? No me diga que no la recuerda, por-


que no le voy a creer ; esas cosas no se olvidan.
— Sin embargo, usted las olvidó ... — murmuró
Angelina sin volver la cabeza, porque a su pesar
se sentía arrastrada por el torrente.
— No, Angelina, no ; yo no las olvidé, creí que
las había olvidado.
— Es lo mismo.
— Sí, tiene razón; es lo mismo.
Las golondrinas se agrupaban silenciosas en las
cornisas o ganaban sus nidos porqué era ya la
hora. El viento callaba y el jardín, bajo la caricia
del crepúsculo, empezaba a despertar del letargo
en que lo sumieran las horas pesadas de sol.
— ¡Qué calma! — murmuró Angelina, por rom-
per el silencio lleno de pensamientos que había caí-
do sobre ellos,
— Usted no me va a creer — siguió diciendo Ju-
lio, — y, sin embargo es la verdad; yo no pido
ya nada; ya no tengo esperanzas; hace tiempo las
maté yo mismo . . .
— Hizo bien — contestó ella dulcemente, com-
prendiendo que en esas palabras había una pre-
gunta.
— Bueno, usted me lo dice y sabe por qué; no
podría ser de otro modo. Si yo tuviera la menor
intención de resucitar el pasado, no entraría en es-
ta Gasa como entro. Pero quiero hablarle; quiero
contarle un poco mis tristezas; quiero mostrarle
que si fui culpable, estoy pagando mi culpa; que
136 HUGO WAST

no he sido nunca malo, porque cuando las cosas


suceden así, no es uno el que las arregla; es el des-
tino. Me hubiera callado; viéndola, creyéndola fe-
liz, no habría tenido valor para turbar su felici-
dad; pero ahora que he comprendido el enigma;
ahora que sé que su felicidad es la resignación;
que sigue usted la corriente de un río que no sabe
adonde la llevará; que heroica y humilde, por no
turbar la calma de los otros, lucha en silencio con
las mismas penas y los mismos pensamientos que
a mí me han vencido-, no he tenido fuerzas para
callarme.
— -¡Qué flojo había sido ! — exclamó Angelina
sonriendo y sin protestar de aquellas palabras.
El comprendió.
— Sí, soy flojo; usted es fuerte y me enseña...
El crepúsculo moría. A lo largo de las calles ha-
bíanse encendido los focos eléctricos. Misia Tere
no tardaría en volver.
— j Sea fuerte ! — murmuró Angelina parándose ;
y lo miró de frente, para que él viera que ella tam-
bién estaba triste, que ella también tenía sus pe-
sares, que ella también amaba, pero que era fuerte
y se sometía; ¿no era el destino?; ¿a qué luchar
contra el destino?
Julio recogió en su corazón, abierto como una
flor sedienta, aquella amarga palabra de valor.
Ella y él eran los mismos de antes; pero la co-
rriente de las cosas había cambiado, y era inútil ir
gontra ella.
137
NOVIA DE VACACIONES

Como si se hubieran convenido, aquella conver-


sación había principiado íntima porque los dos cru-
zaban un momento psicológico en que se hacían
necesarias las confidencias, y terminó también ín-
tima.
Después se volverían a ver en los salones, con
la mirada tranquila e indiferente que engañaba al
mundo.
Sin agregar una palabra más, Julio salió.
Se envolvió' como en una ola en el bullicio fa-
tigoso de la Avenida, y deseoso de cansar sus ner-
vios yde pensar un poco, emprendió a pié el lar-
go camino* de su casa.
Angelina desde el jardín lo vió cruzar la calle.
— No digas que ha estado — suplicó a María Es-
ther ; y la pequeña, que empezaba a comprender,
prometió guardar el secreto.
En la glorieta invadida por las sombras quedá-
ronse las dos; María Esther forrando casi al tan-
teo las tapas de su Bobinson, y Angelina pensan-
do en el pobre joven que entre tantas almas con
que se cruzaba en el mundo, no volvería a hallar
la que comprendiera el secreto de su corazón tí-
mido ydébil.
Pero había depositado en él la semilla del valor
resignado y silencioso que a ella la animaba, y
esa caridad se le ofreció como una alegría.
XV

El, 18 NO HA SAI4D0

Macario estaba ausente. Habíalo enviado Mr.


John a presidir la entrega de algunos miles de
quintales de trigo en Bahía Blanca, y. a recibir su
precio, unos treinta mil pesos. La comisión era
delicada y por primera vez se le confiaba una así
al joven sobrino de misia Tere.
— Mala cabeza — solía decir Mr. John cuando
hablaba de él; y la verdad es que si ocupaba un
puesto tan importante en la casa, lo debía ante
todo a la influencia omnipotente de la dama, y
después a que siendo Mr. John personalísimo en
sus negocios, controlaba muy de cerca sus opera-
ciones.
Mala era la cabeza, pero no malo del todo en
fondo, sino inconsciente y flojo.
Los vicios arraigaban en él por contagio, por
imitación. En un ambiente menos corrompido que
el que lo rodeaba, el pobre muchacho que según
NOVIA DE VACACIONES 139

Mr. John "no tenía aggallas ni para ser malo",


podría haber sido algo de provecho.
Huérfano de padre y madre, fué recogido muy
niño por su tío Macario Sandes el rico hacenda-
do de Azul, que un tiempo quiso hacer de su so-
brino un doctor para que le atendiera los innume-
rables pleitos en que su carácter y sus negocios lo
metían, y lo envió a Buenos Aires para que estu-
diara yde paso se hiciera pintor, porque el mucha-
cho tenía disposiciones para copiar monigotes.
Pero lanzando solo y sin experiencia en la vida
porteña, uno tras otro fué perdiendo los años en
el Colegio Nacional y en la Academia de pintura,
hasta que el viejo, cansado del eterno cuento del
tío en que lo tenía envuelto, acabó por olvidarse
de aquel sobrino que sólo se acordaba de él para
algunas fuertes "pechadas" trimestrales.
Dos años al menos hacía que ni el tío, dedicado
en cuerpo y alma a la mestización de sus hacien-
das, sabía nada de Macario, ni Macario sabía nada
de su tío. Habían cortado la relación a cuasa de
un famoso sablazo que el muchacho dirigió al
viejo para pagar una deuda en que se encontró me-
tido tras una noche de ruleta.
Eran cuatro mil pesos.
— ¡Pues está fresco! — decía don Macario San-
des, leyendo la carta en que el sobrino le partici-
paba su desgracia. — ¡Cuatro mil pesos gastados
en una noche, cuando en toda su vida no ha sido
capaz de ganar ni cuatro pesos !
140 HUGO WAST

"Si su amor paternal — decíale en la carta que


le escribió — amor de que me ha dado tantas prue-
bas hasta ahora, no me saca del trágico trance de
perder mi honor, dejando impaga esta deuda sa-
grada, nada me resta que hacer en el mundo".
Y más abajo, una línea enigmática de puntos sus-
pensivos.
El viejo montó en cólera.
— ¡ No faltaría más ! ¡ Chantage, chantage se lla-
ma esto ! ¡Ah, pillo !
Y cogiendo la pluma, con aquellos gruesos ca-
racteres a que en los Bancos rendían pleito home-
naje, le contestó :
"Si tu amor fiilial, de que tan lindas pruebas me
has dado hasta la fecha, no te recuerda a tu tío
sino cuando las trampas te abruman, y si des-
pués de menospreciar las cuentas del sastre y de
la pensión, y de la matrícula y del librero, como
cuentas sin importancia que uno puede trampear,
ganándose de paso fama de mozo vivo, llamas sa-
grada a una deuda contraída en la ruleta con al-
gún perdulario, quizás peor que tú, indudablemen-
te nada malo te resta por hacer en el mundo.
"Acuérdate de que por el Código no son exi-
gibles las deudas de esa naturaleza, y acuérdate de
hoy para siempre que no es el hijo de tu abuelo
el que va a pagar los vicios del nieto,\
Y firmaba. Debajo venía una posdata.
"Acaban de entregarme setenta mil pesos, y no
sé qué hacer de ellos. Es la diferencia del precio
NOVIA DE VACACIONES 141

que este año ha obtenido la lana sobre lo que yo


había calculado. Si quieres ser hombre de prove-
cho vente y trabaja con ellos a mi lado, y por tu
cuenta. Así veremos qué es lo que has aprendido
en ocho años de Buenos Aires. Desde hoy cesa
la pensión que te pasaba. Si te quedas, olvídate
de tu tío, como tu tío se olvidará de tí".
Macario no chistó ; tragóse toda aquella digna
cólera de un hombre honrado, sintiendo* la justicia
que respiraba ; pero demasiado hecho a la vida re-
galona de la ciudad, no quiso soterrarse en el cam-
po y recurrió a su tía misia Tere, de quien, con
sus melosidades tenía robado el corazón.
Consiguióle la dama el puesto que desempeñaba
actualmente en el escritorio de su marido; pero los
cuatro mil pesos quedaron perdidos para el ga-
nador, ydurante dos años Macario no aportó por
las ruletas elegantes.
A sus ojos y a los de todos aquellos escrupulo-
sos tahúres, estaba deshonrado.
Cuando Macario, concluido el negocio que lo lle-
vara a Bahía Blanca, hallóse con 30 billestes de a
mil pesos en bolsillo y algún pico propio, y con
cinco o seis días libres, porque la cosa había ter-
minado más pronto de lo que Mr. John calculaba,
sintió la fiebre de exhibirse con dinero, aunque no
fuera suyo ni tuviera intención de gastar un cen-
tavo, y no pudiendo resistirla se largó a Mar del
Plata, el balneario de moda, que le quedaba al
142 HUGO WAST

paso, de vuelta a Buenos Aires, y que era en esa


época lugar de cita de la gente rumbosa.
Paseábase por la rambla la primera tarde de su
llegada, saludando a los conocidos que lo mira-
ban con 'sorpresa, y al verse solo, como siempre,
porque a pesar de sus esfuerzos nunca había po-
dido ponerse en línea con la muchachada aristocrá-
tica, sintiendo en el bolsillo el amable peso de su
cartera repleta, asaltóle el deseo de deslumhrar a
todos con la fortuna que llevaba.
Hervía en él aquella tentación, cuando se en-
contró con Paco Recales, uno de esos ejemplares
curiosos de la humana especie, eternos, parásitos
que viven la gran vida a costillas de las personali-
dades más heterogéneas, de los políticos nuevos, de
los viejos enamorados, de los que la noche antes
se acostaron al raso y despiertan hoy a la sombra
de la fortuna y que faltos de costumbre echan en
el primer momento la casa por la ventana.
Paco se tuteaba con todos los ministros con la
mitad de los diputados con una docena de 'sena-
dores, con los literatos de moda, con los reyes del
periodismo, con el lucero del alba, porque al que
no lo había conocido de chiquito en el colegio, ha-
bíalo acompañado en sus farras por todos los "ca-
barets" de Buenos Aires, "y más de una vez —
eran sus palabras — habían caído borrachos jun-
tos".
Como a pesar de una siniestra fama de sablista
era tipo de moda, por su verba y por sus habilida-
NOVIA DÉ VACACIONES Í43

des inútiles y curiosas, cuando Macario lo vió


acercársele, llenóse de una alegría que desbordó,
cuando el otro lo palmeó, dándole familiarmente
el apodo que le daban en el colegio por su color
rubicundo jaspeado :
— ; Hola, Jamón del Diablo ! ¿ Qué hacés oor
aqui?
Ese sobrenombre siempre le había chocado; pe-
ro aquella vez le halagó.
— ¡Adiós, Morajú! — contestóle devolviendo ale-
gremente sobrenombre por sobrenombre y estrechan-
do la mano fina que le tendía el otro.
Interrogado por Recales, contóle Macario que ha-
bía ido a pasar una temporadita pero que no pen-
saba estar más de quince días porque sus asun-
tos lo reclamaban en Buenos Aires, y que aun era
probable que se viera obligado a partir de un mo-
mento aotro.
— Es lástima, muchacho. Este año anda esto mag-
nífico. Sivieras, en el Bristol...
—¿Qué hay?
— Una ruletita que da vértigo.
Macario hizo un gesto de indiferencia.
— ¿No piensas tantear la suerte?
— No ; no tengo tiempo, ni tengo . . .
Deseos, iba a decir Macario ; pero el gran pillo lo
interrumpió silbando, como quien no quiere la co-
sa, un aire de La Verbena de la Paloma.
"Pundonor y lo que hay que tener. . ."
144 HUGO WAST

La cara del joven se encendió en el necio pudor


de que no lo creyeran un Creso.
— No hombre, no. Precisamente acabo de ven-
der unas tierras, parte de mi herencia, y no ando
tan fundido . . .
— »¡Ah ! ¡ Quinientos o seiscientos pesos !, — insis-
tió el otro, esbozando una sonrisita compasiva.
— Puedes decir cincuenta o sesenta mil — con-
testó Macario doblando la suma que en realidad lle-
vaba, en su afán de mentir por darse tono.
Recales lo palmeó.
— ¿Quieres acompañarme al aperital?
— Bueno, vamos.
Cuando se levantaron de las mesitas, después de
pagar una vuelta cada uno Macario tenía más aplo-
mo y el otro más respeto.
— Hay que tentar la suerte esta noche — mur-
muróle misteriosamente cuando* se iban a separar.
— Yo sé lo que te digo. El 18 no ha salido en
cuatro noches.
— No sé, no sé — contestó vacilando Macario ; —
puede ser. . .
— Si es por la historia aquella. . . — insinuó con-
fidencialmente Recales, que sabía la vida y mila-
gros de cada individuo, — no tienes por qué afli-
girte; tu acreedor no hace un mes que se levantó
la tapa de los sesos en Montevideo, y acá, pocos
son los que recuerdan ese episodio, y para esos po-
cos la cosa no pasa de ser una muchachada. ¿Qué
edad tenías cuando eso?
NOVIA DE VACACIONES
145

— Diez y nueve años — respondió Macario, agra-


decido yadmirado de tanta indulgencia y de tanta
perspicacia.
— ¡Cómo quien, dice una criatura! — prosiguió
el otro. — Bueno; si es por eso, no dejes de ir;
yo sé lo que te digo ; el 18 no ha salido en cuatro
noches.
— ¡Hombre! — exclamó el joven vencido ya, • —
Si quieres venir a buscarme...
— ¡No, yo no puedo!
— ¿Por qué? ¿Estás de baile?
— | No ; qué baile ! Por éso dejaría yo cualquier
cosa ; es una razón de más peso la que me ataja.
— ¿Será...? — y Macario, desquitándose, tara-
reó el aire de la Verbena.
— ¡ Justo ! Hace quince días que me vine, y en
el apuro del viaje, decidido en una hora, no tuve
tiempo de "parar rodeo" de mis pesos, y aquí me
tienes aguardando de un día para otro una remesa
de cinco mil. Los esperaba hoy, pero no han lle-
gado.
— ¡ Hombre ! Si es por eso. . ♦
— Por eso no más; que si no, no era el hijo de
mi madre el que contaba a otro la historia del 18.
Te lo he dicho porque es imposible que no salga
esta noche, porque tú eres mi amigo, más que todos
esos del Bristol. . .
Profundo era el agradecimiento que experimen-
taba Macario hacia aquel buen muchacho, que no
sólo le levantaba la lápida de su deshonra, con una
HUGO WAST

consideración muy natural, que nunca se le ocurrió,


si o <ue ¡e daba pruebas de apreciarlo más que a
nadie, r< índole un secreto que era como darle
la llave o «>ro de la fortuña.
— Si ni( ío permites — insinuó protectoramente,
-— yo te puedo habilitar. . .
— ¡Oh, no, ni pensarlo! Con aguardar hasta ma-
ñana.
— Pero para qué aguardar, si...
—-No, no, no; absolutamente — exclamó el pi-
llo con un gran aire de delicadeza herida.
— Si te ofendes, no hay nada de lo dicho. . .
— Tanto como ofenderme no, porque eres tú, un
amigo íntimo, quien me lo ofrece; pero...
— Pero pareces ofendido cuando debiera estarlo
yo de que desaires mi ofrecimiento.
•— ¡ Hombre !
— Vamos, hagamos un trato; yo te habilito has-
ta mañana, y tú te comprometes a no apuntarte al
18 esta noche. . .
— Si te empeñas . . .
■— Me empeño.
— Entonces no me queda más remedio que acep-
tar.
■— ¡ Vaya !. . . ¿ Cuánto ? ^
— Con . . . mil me basta por ahora.
— 'Caracoles! — pensó Macario. — Este nene
muerde fuerte". Pero estaba tan agradecido, y lue-
go el préstamo era por un día no más, que hizo
callar una débil voz cüe protestó en su interior;
NOVIA DE VACACIONES 147

sacó la cartera, y hojeando rápida y visiblemente


los papeles de a mil, alargó uno rumbosamente al
amigo.
— Gracias — dijo éste tomándolo con aire indi-
ferente; ysin insistir mucho en mostrar su agra-
decimiento, porque el caso no era para tanto, citó-
lo para la noche a la hora de la comida.
Macario se quedó en la rambla entre satisfecho
y aturdido. En su atolondramiento, por ser grato
a aquel tipo de moda habíase enredado en su pro-
pia mentira, disponiendo del dinero de Mr. John
como habría dispuesto del suyo.
No era pequeño el tarascón que acababa de dar-
le ;pero tanta fe habíale inf undido la cábula de Re-
cales, que procuró no pensar más en eso. Esa misma
noche contaba con dominar a la ciega fortuna de
tal modo, que podría pasarse sin Mr. John el resto
de vsu vida... Estaba harto, harto de escritorio y
de estrecheces.
Tarareando el aire de la Verbena, siguió a lo lar-
go de la rambla, acariciándose en mentón con el
puño de plata de su junco y pensando en la infa-
lible combinación de su bienaventurado amigo.
XVI

La racha

Lo que Recales había dicho, era cierto ; en cuatro


noches el 18 no había salido ni una vez.
Pero como si el ciego azar hubiera querido de-
mostrar laimparcialidad con que reparte sus favores
entre los números, esa noche el 18 se desquitaba.
Macario, frente a la ruleta del centro, con un
montón de fichas y de billetes, perseguía con la
mirada vidriosa y el corazón palpitante el giro ver-
tiginoso de la bolita de marfil.
— ¡Colorado, diez y ocho! — exclamó y un pu-
ñado de fichas cayó bajo su mano.
Todas las fracciones del mundo político, todas las
escuelas del mundo literario, todas las capas del
gran mundo social, tenían sus representantes entre
aquellos tahúres de frac, que con una trágica aten-
ción, ávidos de la fácil ganancia o de la emoción in-
tensa, seguían las alternativas del juego; no tan
absortos que no se fijaran luego no más en aquel
149
NOVIA DE VACACIONES

afortunado mozalbete que jugaba con gestos de mi-


llonario.
Cuando cesaba el embriagador sumbido de la bo-
lita de marfil, rompía el emocionante silencio una
voz que cantaba : - — ¡ Colorado, diez y ocho !
— ¡ Colorado, diez y ocho !
— ; Colorado, diez y ocho !
Tres veces seguidas salió el 18, y f/ueron tres ple-
nos para Macario, que no tenía ya dónde apilar sus
billetes.
En otra mesa jugaba Recales, también, con suerte.
La novedad de aquella martingala infernal atra-
jo multitud de curiosos.
En cada silencio, mientras- los jugadores renova-
ban sus puestas y los ganadores convertían las fi-
chas ganadas, oíase un nuevo saludo de alguien a
quien la loca fortuna de Macario refescaba la me-
moria, recordándole lo íntimo de su amistad.
— ¡Hola, Sandes! Te felicito, hombre; ves a ha-
cer saltar la banca.
Pero Sandes, temeroso de romper el encanto de
su número contestaba apenas con una sonrisa atur-
dida de hombre que no sabe donde poner ni cómo
digerir su felicidad, y volvía a escuchar la música
deliciosa de la fortuna, que no tenía más voz que
el áspero zumbido de aquel pedazo de marfil.
— ¡ Veintisiete !
— ¡Catorce!
— Diez y ocho !
Tras cortos eclipses volvía el 18, y el montón de
150 HUGO WAST

papeles azules crecía. En un instante de tregua con-


tó ciento treinta billetes de a mil, y algunas doce-
nas de amarillos insignificantes, como llamaba a los
de a cien.
¡Más de cien mil pesos de ganancia!
Después, cuando recordaba el deleite supremo de
manosear aquel libro de hojas azules, maldecía su
loco empeño de seguir jugando.
¡vSeguir jugando! Es la obsesión del jugador...
Seguir jugando para hacer saltar la banca.
Pero Macario, que no tenía aún la sangre fría del
jugador de profesión ni experimentaba la atrac-
ción irresistible de aquel seguir jugando, un momen-
to f,ué asediado por la tentación de levantarse y
echar a correr con sus billetes a través del campo,
porqué sintió pasar por sus venas, como un presen-
timiento, laimpresión aguda y fría del que lo ha
perdido todo.
Pero esa extraña delicadeza de los tahúres, que
los obliga a concluir el juego cuando ganan y más
que todo un nuevo pleno en que acertó y una mal-
dición que oyó a uno de sus vecinos que murmuraba
con ira: "esto tiene trazas de no parar en toda la
noche", lo clavaron en su sitio.
Pero el 18 no salió más, y Macario no abandonaba
su número.
Recales que se le había acercado, viéndolo cam-
biar el primero de los ciento cincuenta azules que
había apilado ya, porque las fichas y los amarillos
NOVIA DE VACACIONES 151

destinados a las puestas 'se habían concluido, di jóle


al oído :
— ¡No te obstines, muchacho! Déjalo por esta
noche.
Pero lo arrebató en su oleaje la fiebre del verda-
dero jugador; estaba como embriagado por la vo-
luble bolita de marfil, que empezaba a traicionarle.
Perdió la sangre fría y se empeñó en vencer a la
mala fortuna, triplicando las puestas.
Aquello fué espantoso. Cuando el tirador de la
bola, con un gesto elegante y limpio, desencadenaba
el torbellino de la rueda, Macario sentía que su co-
razón se hinchaba con una emoción enloquecedora
y asfixiante.
Y la bolita infiel avanzaba a través de los núme-
ros, se acercaba al 18, saltaba en él, lo volvía a pa-
sar, tornaba a acercarse, y alguna vez, después de
vacilar a su borde se echaba atrás como si le Hubie-
ran faltado fuerzas. *
— ] Negro, veintidós !
— Negro, veintinueve!
— I Colorado, catorce !
¡Nunca, nunca aquel maldito 18! *
— No te obstines; la fortuna es caprichosa y no
ama la violencia — murmurábale al oído tironeán-
dolo de la manga Recales.
Pero Macario, con la endeble voluntad envene-
i?ada por la borrachera del juego, segu ¿ clavado en
la silla.
152 HUGO WAST

— ¡Negro, diez y nueve!


—i Negro, veintiséis !
Todos iban saliendo menos el 18.
Su ganancia había disminuido en la mitad. Aun
era tiempo de levantarse.
Despertando como de un sueño, al dar las doce
en el reloj del salón, sintió Macario otra vez el de-
seo punzante de echar a correr con aquel resto, que
todavía era una fortuna ; pero otra vez la coinciden-
cia de cantarse el 18 cuando él se levantaba ya, la
clavó en la silla.
— ; Oh, el ingrato vuelve ! — - exclamó recogiendo
sus fichas.
Pero fué una sola vez, y la pila continuó bajando,
convertida en fichas que devoraba el rastrillo del
"croupier", y Macario, en el vértigo del desquite,
un desquite que nunca llegaba, vió poco a poco ir
desapareciendo sus billetes. A las dos de la mañana
no quedaba ninguno sobre el tapete.
Con los ojos saltados de las órbitas, la sonrisa
petrificada en los labios, una sonrisa espantosa que
había conseguido fijar en su rostro como una más-
cara, para hacer creer que la derrota lo dejaba im-
pasible, buscó su cartera.
— ¡Oh, aun hay para rato! — dijo soñando en
los billetes de Mr. John. Pero al abrirla tuvo que
hacer un esfuerzo doloroso con la vista para com-
prender que allí no había nada, nada . . .
— ¡ Me han robado ! — iba a decir ; pero recordó
vagamente que al ocupar su sitio ante la ruleta ha"
NOVIA DE VACACIONES 153

bía comenzado por apilar ostentosamente sobre la


mesa los veintinueve billetes de Mr. John, con aquel
necio afán de mistificación que le roía, como si fue-
ra a deslumhrar a los jugadores, acostumbrados a
ver pasar millones sobre el tapete verde, con la
pobre exhibición de sus veintinueve mil pesos.
— ; Nada, nada ! — repitió mirando estúpidamen-
date a sus camaradas de un momento, con una mira-
da que era como una súplica y quería decirles "de-
volvedme el dinero que me habéis ganado, porque
no era mío ..."
Tambaleándose, con las piernas flojas y la cabeza
horriblemente pesada, salió, y sólo, porque Recales
lo había abandonado junto con la suerte, se diri-
gió a su cuarto a través de los desiertos pasillos del
hotel. I
— ¡ Oh, el miserable ! — pensaba.
Entró en el bar. Pidió un whisky, después pidió
otro, y cuando a la borrachera fría y dolorosa de la
pérdida se mezcló la ardiente y aturdidora borrache-
ro del alcohol, se fué a acostar, deseando vagamente
que viniera el día para que lo despertara de aquella
brutal pesadilla.
Pero la luz del día no le trajo ningún alivio.
Despertóse a las once, embotado, el corazón es-
pantosamente oprimido por algo que no se le presen-
taba de golpe, pero que le iba viniendo a oleadas,
inundándolo en una inmensa congoja.
Vestíase lentamente, con el descuido y displicen-
154 HUGO WAST

cia de un hombre para quien el mundo se ha acaba-


do, cuando entró Recales.
Era él el causante de todo, porque él lo arrastró
a la sala de juego, adonde no pensó ir, y, sin em-
bargo, no tuvo fuerzas para dejar de sonreirle con
una sonrisa que quiso ser amable y resultó penosa.
— ¿Lo perdiste todo?
—¡Todo!
— Yo también.
Mentía; había jugado con suerte esa noche, pero
dijo aquello para salvarse del compromiso de ayu-
dar a su camarada con el dinero que él le había
prestado. Más tarde se lo devolvería, cuando hubie-
ra ganado más.
Pero Macario no pensaba en pedírselo; ni si-
quiera se acordaba del préstamo.
— ¿ No te queda nada ? — preguntó Recales.
Macario se registró los bolsillos.
— Cuarenta y ocho pesos — dijo sarcásticamente.
— Anoche llegué a ciento cincuenta y dos mil. . .
— i Es lástima! ¿Qué piensas hacer?
El joven lo miró sin responder ; dióse vuelta, pei-
nóse un rato ante el espejo, y después, con una
gran indiferencia, como si fuera otro el que hablaba,
dijo :
— Pegarme un tiro.
— Para eso hay tiempo siempre. Si tuvieras di-
nero... digo, algo como para volver a tentar la
suerte. . .
El otro hizo un amargo gesto.
NOVIA DE VACACIONES 155

— El 13 no ha salido anoche — siguió diciendo


Recales.
— ¡Bah! El 13 y el 18, todos son lo mismo.
— No; si hubieras seguido mis consejos, esta es
la hora en que tendrías tus ciento veinte mil pesos
ganados en una noche. Pero quisiste dominar a la
suerte, y la suerte es así, se aleja hostil del que la
violenta y se rinde al que la halaga.
Después de todo era verdad. Recales le enseñó
la martingala afortunada; Recales le avisó a tiem-
po, justamente cuando había llegado a la cumbre
de su fortuna, y si él hubiera seguido el segundo
consejo como siguió el primero...
— ¿Dices que el 13. . . ?
— Sí; tengo el hábito de fijarme en los números
que se empeñan en no salir; porque mientras más
se demoran, más persisten después.
Macario no le escuchaba ya ; en su cerebro golpea-
ba hasta aturdido la idea de otra martingala que
le devolviera la perdida fortuna para aprovecharla
mejor esta vez.
El desquite, la obsesión de todos los jugadores
arruinados, contra la que nada puede la eterna ex-
periencia, flotaba ante la imaginación de Macario
con un doble hechizo, porque le ofrecía la riqueza y
el honor, inevitablemente perdido, si no podía res-
tituir los treinta mil pesos de Mr. John.
Pero no tenía nada para comenzar.
— I Si tuvieras algo ! — • repetía con convicción Re-
cales, deseoso de infiltrarle bien la idea de que por
156 HUGO WAST

su parte no podía ayudarle porque lo había perdi-


do todo..
— ¿ Y la remesa de los cinco mil ? — preguntó de
pronto Macario.
— ¡Ah, justamente! — exclamó Recales con una
admirable sangre fría. — Acabo de recibir una car-
ta de mi administrador ; te la voy a mostrar. . .
Y el gran pillo sacó su cartera y se tanteó los
bolsillos inútilmente, porque la carta no estaba allí,
y probablemente ni- había sido escrita, ni había tal
administrador ni tales pesos.
Lo que no le impidió fingir una gran sorpresa.
— ¡Me la he dejado!; seguramente la tengo en el
otro saco; pero es igual; dice que el treinta de este
mes lo mandará sin falta; ha tropezado con cier-
tas dificultades. . .
— i El treinta ! — pensaba Macario. — ¡ Faltan
diez días !
La salvación no estaba por ese lado; ni estaba
tampoco en resignarse a comenzar con los míseros
pesos que le quedaban, porque ese día tenía que pa-
gar el hotel, según se lo advertía la pequeña factura
que el mozo le había traído junto con el desayuno.
Pero lanzado en esa corriente, siempre con la
idea de la revancha que le salvaría el honor y lo ha-
ría rico1, la imaginación comenzó a trabajar
Uno por uno fuéronsele ofreciendo todos los me-
dios que conocía de conseguir dinero, y uno por uno
fuélo's rechazando por impracticables, hasta llegar
NOVIA DE VACACIONES 157

al más desesperado, que acabó por incrustársele co-


mo un clavo ardiendo en la sien.
Temió que aquel pensamiento 'salvador y funes-
to se le pintara en el rostro, y se miró al espejo y
miró a Recales.
No, nada; su rostro pálido, con máculas rojizas
y profundas ojeras negras, no denunciaba más que
la noche de emociones brutales que había pasado, y
Recales, sentado en un silloncito, se ocupaba distraí -
damente en seguir con la contera del bastón los di-
bujos de la alfombra, mientras en su imaginación
se combinaban seguramente algunas otras infalibles
martingalas.
¡Bar! Nadie como él se reía de todo eso; si esta-
ba uno de suerte, el número elegido saldrá cien ve-
ces, ysi no lo estaba, no saldría aunque no hubiera
sido cantado en un mes entero. El mismo se admira-
ba de la casualidad de su descubrimiento de la vís-
pera, de aquel 18 destinado a hacer época en los ana-
les del elegante garito.
Pensando en que había encontrado la salida del
tenebroso callejón en que se había metido, y edifi-
cando castillo^ sobre la base de la nueva cábala que
le llevaba Recales, la tétrica faz de Macario se vol-
vió radiante.
— Ya encontré el filón — - dijo a su compañero,
que no pudo menos de nota.r el cambio.
— ¿Una martingala?
— No, dinero.
158 HUGO WAST

Y como temeroso de traicionar su proyecto, se


calló.
— ¿ Quiéres almorzar conmigo ? — preguntó luego
a Recales.
— No, gracias ; estoy invitado ya. Te dejo, mu-
chacho; hasta la noche y buena suerte. Iré a verte
jugar, aunque yo. . . hasta el treinta esté inhibido. ..
La verdad era que Recales se despedía con una
vaga inquietud. Su instinto de hombre vivo, aguzado
por la experiencia de aquel mundo de escaso senti-
do moral en que vivía, hacíale recelar de los que en-
contraban dinero de pronto y de un modo tan mis-
terioso, almenos mientras se aclarase el enigma*
■— ¡Veremos qué sale de ese filón! — pensó y se
fué a dar una vuelta por la rambla.
Macario lo dejó salir, con una gran sensación de
alivio.
El medio que había encontrado era de difícil pre-
paración yno tenía tiempo que perder.
XVII

Hacia gran misterio

— El fin justifica los medios — se dijo para ani-


marse; sacó
y de su valija una libreta de pagarés.
Cerró la puerta de la habitación, ensayó la tinta
y la pluma que había sobre la mesa y se puso a la
obra.
Sabía que lo que iba a hacer estaba previsto y cas-
tigado por el Códico penal ; pero era tan endeble ese
argumento para contener la pasión del desquite, que
es su espíritu ni siquiera se libró la gran lucha entre
el bien y el mal, sugestionado como estaba por el
zumbido de la ruleta.
Además se trataba de salvar el honor, cuestión
de vida o muerte, dominando aquella fortuna vo-
luble como una coqueta.
Iba a sacarle provecho a aquellas disposiciones de
\ dibujante, en que su tío cifrara la esperanza de
verlo convertirse en un Cao que ilustrara con el
tiempo lá nota política de "Caras y Caretas" y que
160 HUGO WAST

al fiin de cuentas se reducía a una prodigiosa facili-


dad de reproducir exactamente lo que copiaba.
En los cursos inferiores de la Academia, mien-
tras sólo se trató de copiar modelos, fué el primero ;
pero cuando llegó al dibujo del natural y a la com-
posición, fué de los últimos, porque en él no había
un artista sino una cámara obscura, como le dijo
una vez el profesor.
Y bien; ahora no se trataba de dibujás compli-
cadosnada
; era tan sencillo como reproducir al pie
de uno de los formularios de pagarés la firma co-
rrecta de Mr. John, tan conocida de él.
Buscó una carta del inglés que tenía en el bolsi-
llo, yla desplegó obre la mesa. Limpió la pluma, la
ensayó varias veces en otros papeles, escribió len-
tamente primero, después con rapidez, graduando la
velocidad, la inclinación, de la letra y de la mano, la
tinta, todo, pero aquello no salía. Era una burda imi-
tación sin los elegantes perfiles de la hermosa cali-
grafía de Mr. John.
Comenzó a ponerse nervioso y a llenar de firmas
y de rúbricas pliegos y más pliegos, y cada vez peor ;
no salía. ^
— ¡ Bah ! ¡ Cámara obscura ! — se dijo con rabia,
enjugándose el sudor de la frente.
Parecía inútil insistir ; el pulso se le había puesto
trémulo y la vista turbia, y lo que comenzó por ima-
ginarse un juguete, se transformaba en un arte in-
accesible.
Y, sin embargo, mil veces, por broma, había imi-
ÑOVIÁ DE VACACÍONÉS

tado aquella maldita firma, siempre con asombroso


parecido. Recordaba que un. día escribió de un tirón
toda una carta a Julio, con la letra de Mr. John,
participándole que sus relaciones con Lidia debía
darlas por concluidas, por tales y cuales razones, y
el pobre muchacho se estuvo toda una tarde pre-
ocupado con la esquela y esperando al padre de su
novia, que no vino, como de antemano lo sabía Ma-
cario.
Todo había estado admirablemente fingido, hasta
el estilo y el castellano incorrecto y acriollado de
Mr. John. Y aquella vez que la cosa era seria, en va-
no buscaba su antigua habilidad ; sólo le resultaban
groseras imitaciones.
Lleno de desesperación, viendo más clara su sal-
vación en aquel medio que intentaba, por lo mismo
que se hacía más difícil, echóse sobre el canapé mor-
diendo con rabia el cabo de la lapicera.
— ¡ Si cambiara la pluma ! — pensó.
Y sólo entonces se acordó de aquel detalle; Mr.
John no usaba más que plumas "Perry", siempre
muy nuevas, y la que él tenía en la lapicera era
"Leonard", de punta redonda.
En su alegría por el descubrimiento, dió un sal-
to hacia la campanilla y llamó largamente al mozo
para pedirle las plumas que necesitaba.
El pulso se le había tranquilizado ante la seguri-
dad de acertar esta vez. Cuando volvió el mozo con
la caja de plumas pedidas, ni siquiera aguardó que
162 HUGO WAST

él se fuera, y casi en su presencia escribió su nom-


bre con la letra de Mr. John.
i Oh, aquello era distinto ! ; y sin ensayar una vez
vez, sin mirar el modelo, con una soltura de
mano admirable y de un solo rasgo, trazó al pie del
pagaré la firma de Mr. John Smith.
No había más que pedir; la imitación era per-
fecta.
Venía entonces la otra cuestión, la cantidad, el pla-
zo y la casa en donde había de descontar el pagaré.
Tenía que ser en Bahía Blanca y con el menor
plazo posible, porque ^e prometía retirarlo en cuan-
to la suerte le devolviera* su dinero.
Escribió a ocho días vista, ante una de las casas
más conocidas de Mr. John, y al fijar la cantidad
vaciló un poco. Estaba tan seguro de que el 13 sería
tan infalible como el 18, que casi hizo la bravata
de poner una suma insignificante, apenas lo justo
para comenzar; pero pensó que de hacer las cosas
había que hacerlas bien, y con el pulso seguro estam-
pó seis mil pesos.
Almorzó, pagó el hotel y después de tomado el
pasaje para Bahía Blanca, miró sonriendo el esta-
do de su portamonedas ; sólo le quedaba un peso,
lo justo para el coche, cuando la noche anterior ha-
bía tenido ciento cincuenta mil... y pronto tendría
doscientos mil, por lo menos, ¡ oh, estaba seguro !
Completo honor hicieron en Bahía Blanca a la
firma del millonario inglés. . .
A las nueve de la noche Macario se paseaba por
NOVIA DE VACACIONES 163

la rambla de Mar del Plata con sus seis mil pesos


en el bolsillo y una sonrisa de triunfal seguridad
en los labios.
Quería tomar un poco de fresco antes de ir al
Bristol, que poco a poco se iba llenando con su
clientela habitual.
Cuando a su vez entró él, chocóle un poco la
indiferencia con que le devolvían el saludo.
Pero no hizo caso, pensando con cierta alegre
ironía que muchos no tardarían en ir a palmearle
las espaldas. Recales no estaba aún.
Tomó asiento, y temblando un poquito hizo su
primera puesta al 13.
Silbó la bolita de marfil y comenzaron a vivir
su vida febril los jugadores.
Macario sonreía; la fortuna se hacía rogar, pe-
ro vendría, ¡oh, sí vendría!, todo consistía en no
alterarse; qué bien había hecho en sacar sus seis
mil pesos; podía con ellos aguantar un buen rato
la mala racha.
Pero partía trepidando la caprichosa bolita y co-
rría, corría desbocada a través de los números co-
mo si no quisiera detenerse en ninguno-, y cuando su
velocidad disminuía y latían con fuerza los cora-
zones, y se detenía, no era el 13 el número que
cantaban, era ¡el 18, que volvió a estar de vena.
La sonrisa había desaparecido del rostro de Ma-
cario ycomenzaba a desaparecer también su cal-
ma. Desconfiando de su número, lo cambió, y como
si eso hubiera bastado, el maldito 13 salió dos ve-
164 HUGO WAST

ees seguidas. Aquello le hizo perder el aplomo


y volvió a jugar a la desesperada, sin pensar más
que en dominar con la audacia de sus puestas a
aquella loca fortuna, que Te parecía ver corriendo,
indiferente y coqueta, sin detenerse nunca en su
número, nunca, nunca. . .
El zumbido funesto de la ruleta llegó a marearlo.
Como en un sueño lejano veía la sala de juego
turbia de humo, la mesas verdes, las grandes ara-
ñas luminosas, las caras ansiosas, las manos febri-
les que se abalanzaban como garras sobre las fi-
chas u hojeaban los billetes, y oía la voz monótona
del tirador de la bola y las palabras roncas de despe-
cho, que rompiendo todas las fórmulas urbanas se
escapaban de cuando en cuando a los desengaña-
dos.
Todo se f,undía en una nube ; Macario no sabía si
era el humo de los cigarros o era su locura.
Sólo la vertiginosa rueda con sus casillas nume-
radas se le aparecía con una terrible nitidez, y su
pequeño montón de dinero que se iba, se iba con
sus esperanzas, con su honor, con su vida. ¡Oh, sí,
con su vida!
Cuando llegó al último de sus billetes de cien,
sin haber ganado ni una vez siquiera, soltó una
carcajada, y estrujándolo se levantó de su asiento.
— .¡No estoy loco todavía! — • murmuró riendo
cón una risa macabra, — éste es para el pasaje.
Pero antes de irse, quiso ver el resultado de
aquella jugada en que él no tenía ninguna puesta.
NOVIA DE VACACIONES 165

; Maldición ! ; Su número por primera vez !


Se sentó de nuevo, y como no tenía fichas arro-
jó su último billete todo arrugado y cuando la bo-
lilla se plantó, lo miró estúpidamente dasaparecer,
barrido por el inexorable rastrillo.
Era temprano todavía, y saliendo de la sala de
juego se fué a tomar aire sobre la playa, donde
se agitaba rugiendo el mar.
En la arena húmeda, lamida por las olas, se de-
tuvo.
La noche era profundamente obscura. A lo le-
jos veíanse las luces de las casas, y desde allí venía,
en oleadas, traída por la brisa, la batahola de aquel
mundo febril que corría tras el oro, tras el placer,
tras la vida . . .
¡La vida! ¿Qué valía? Viendo el mar que llega-
ba rumoroso, desarrollándose como una inmensa
tela flexible, hasta donde él estaba, y volvía a en-
cogerse, llevándose sus olas, sus rumores, sus fos-
forscencias, su extraña vida misteriosa, comenzó
a sentir el vértigo de vivir la vida del monstruo, de
buscar la quietud de sus cavernas, con todos los
seres que él guardaba en sus entrañas, entre los
que había muchos como él habían ansiado la negra
paz para reposar el cuerpo azotado por la fiebre
y el alma rendida por la pasión insaciada.
Pero las voces de unos paseantes nocturnos que
recorrían la playa, lo hicieron huir de allí con asco
del mundo y de la alegría, y hambriento de soledad.
Refugióse en su cuarto, llamó al mozo para que
166 HUGO WAST

le trajera whisky, y cuando el alcohol lo envolvió


en su nube cálida, se metió en cama y riéndose de
su estupidez, que le hacía considerar las cosas peo-
res de lo que eran en realidad, se durmió profunda-
mente.
— ¡ Cincuenta pesos para irme ! — decíale a Re-
cales al otro día, — a cuenta de los mil que me de-
volverás cuando puedas.
Aunque Recales aseguraba que estaba absolu-
tamente fundido, sacó un billete y se lo entregó a
Macario, que ese mismo día se volvió a Buenos
Aires.
— Para matarse hay tiempo, — pensó; y como su
calaverada podía ocultarse aún ocho días, aferróse
a la vida con la esperanza de encontrarle alguna
salida *al abismo.
No era sólo la cuestión del pagaré falsificado;
era algo más urgente, los treinta mil pesos que de-
bía entregar a Mr. John en cuanto llegara.
Pero puesto en el tren de falsificaciones, inme-
diatamente encontró la solución haciendo otro pa-
garé con la firma de los compradores de cereales.
Demasiado sabía que no tardaría en descubrirse
todo; pero al borde del suicidio, adonde su des-
ventura y su inconciencia lo arrastraban, se asía
con desesperación a cualquier subterfugio.
Tenía que inventar también una historia para ex-
plicar ese pagaré aceptado en lugar del dinero con-
tante, que le debieron entregar, pero su imagina-
ción estaba extraordinariamente fecunda y la in-
167
NOVIA DE VACACIONES

ventó, y Mr. John cayó en la trampa o aparentó


caer.
Esa misma noche fué a lo de Smith.
Entre aspavientos y comentarios diéronle la no-
ticia de que no tenía que pensar más en Angelina,
porque ella así lo había determinado.
— ¡La presuntuosa!, ; cuánto honor le hacías! —
dijo misia Tere.
— Esto es — agregó Javierita;, — pero como la
señorita es hija de príncipes, se guarda sin duda
para el gran duque Cirilo, que dicen que nos visita-
rá el año que viene.
— O para el zarewitz — insinuó Lidia, que tam-
bién despellejaba a la prima.
Ni la nueva, ni sus comentarios, después de sus
recientes emociones, pudieron producirle gran im-
presión; al fin, él no estaba enamorado ni poco
ni mucho de Angelina, y si había emprendido
su conquista era sólo por el entusiasmo que despier-
tan las campañas de ¡esa índole.
Pero como se volvía terriblemente difícil disfra-
zar el verdadero estado de su ánimo delante de to-
dos, fingió afectarse mucho con la noticia que le
daban, y así el aplastamiento moral en que ya ve-
nía sumido, apareció a los ojos de todos como el
resultado de la ruptura.
— ¡ Pobre muchacho ! — suspiraba misia Tere, ob-
servando que las frivolas historias mundanas que a
ella la hacían temblar de indignación, a él, que lle-
vaba en el alma una montaña de remordimientos, le
168 HUGO WAST

dejaban indiferente y abstraído. — ¡Pobre mucha-


cho !¡ Quiera Dios que no sea esto para mal !
A la mañana siguiente, persistiendo en su empe-
ño de disimular hasta el fin, fué a la oficina, y mien-
tras abría la correspondencia para que Mr. John la
leyera así que llegara, quedóse yerto, viendo en uno
de los sobres el membrete de la casa en donde ha-
bía descontado el primer pagaré.
La sorpresa y el miedo de la avalancha que vió
venírsele encima lo dejaron un momento inmóvil;
pero después, pensando que aquella carta muy bien
podía referirse a otra cosa y deseoso de tranquilizar-
se, la abrió y la leyó.
El pliego tembló en sus manos a la primera li-
nea. Esa vez iba de veras ; la falsificación había si-
do descubierta, porque no estando en los hábitos
comerciales de un potentado como Mr. John
Smith el descontar pagarés por pequeñas cantidades
en plazas distantes, después de hecha la operación,
se despertaron las sospechas del gerente de la casa,
y el cotejo de letras las confirmó.
En aquella carta fría y lacónica, en su formulis-
mo comercial, que el desgraciado leía trémulo de
horror, hacían la denuncia.
Era el comienzo del fin; quizás el otro correo no
más, aclararía la historia del documento de los trein-
ta mil.
Mejor era acabar de una vez con aquella into-
lerable angustia que le estrujaba el corazón como un
torniquete.
NOVIA DE VACACIONES 169

Metióse la carta en el bolsillo, y acercándose a Ju-


lio, lo palmeó en el hombro, con un enorme esfuer-
zo para fingir amabilidad.
— Estoy algo enfermo — le dijo, — me voy; dí-
selo a tío cuando venga.
Julio, con quien las relaciones andaban algo des-
templadas, lo miró con indiferencia; pero al ver
aquellos labios blancos, apretados, que dejaban es-
capar las palabras como un soplo, aquella sonrisa
mecánica, aquella faz lívida, se asustó.
— ¿Qué tienes? .
— No estoy bien. . . el estómago. . . — murmuró
Macario, y salió antes que Julio le hiciera otras pre-
guntas.
Hacíale daño la mirada noble, tranquila y algo
triste de su amigo, que podía tener hondos pesares,
pero que no conoció, lals horrendas angustias que a
él lo estrangulaban.
A la media cuadra sacó la carta y volvió a leer-
la: "Tenemos el honor de comunicar a usted que
en un pagaré de fecha por la suma de seis
mil pesos, a ocho días, descontado en nuestra casa,
personalmente por el señor Macario Sandes, ha sido
falsificada su firma.
"Deseando resolver este asunto a la brevedad po-
sible, enviárnosle el dato para que usted obre en con-
secuencia".
No era una pesadilla; allí estaba terminante la
denuncia, en aquella hoja de papel, escrita a má-
quina, como para que fuera más cruel e implacable.
170 HUGO WAST

Iba por Florida, y la vista de las gentes afanadas


y presurosas, que desfilaban por la acera, como un
reguero de hormigas, que se atropellaban para pasar
pronto, que se absorbían en los negocios del mundo
que para él nada significaba ya, tan abstaídas en
sus cosas que habrían leído en su rostro la historia
de aquella borrasca y habrían pasado indiferentes,
hízole sonreír con amargura.
¿ Cómo podían vivir, cómo podían luchar, sin caer en
cuenta de que su vida y su lucha y su carrera febril
en pos de las riquezas no eran más que locura y ri-
diculeces vistas desde el borde del gran misterio ?
Todos ellos, buscando esa tarde en los diarios la
noticia comercial, el chisme político, la nota social,
tropezarían con la mancha trágica de su retrato, en
la sección policial, encabezando un suelto que lee-
rían con curiosidad, pero sin mayor emoción.
Después de caminar algunas cuadras se calmó un
poco su nerviosidad, pero su insensato propósito se
aferró más a su espíritu como una cosa inevita-
ble yfatal.
Entró en una armería y se compró un revólver
que le había gustado viéndolo en la vidriera. Era pe-
queño, muy elegante, todo niquelado, parecía una
joya.
Al pagarlo tuvo ganas de bromear.
— ¿Es cierto que afirmando bien el cañón contra
el cráneo, la bala no penetra? — preguntó al armero,
— No he hecho la prueba, — contestó el otro con
una sonrisa, atendiendo a Jos clientes.
NOVIA DE VACACIONES 171

< Macario salió. Tenía su habitación no lejos de


allí; pero la idea de encontrarse con objetos fami-
liares, que le evocarían tantos recuerdos, enfrián-
dolé quizás su tremenda resolución, le quitó el áni-
mo de ir a ella.
Tomó un coche.
— Al "Metropole" — ordenó.
Mientras el coche rodaba por el asfalto lustroso,
pensaba Macario en que aquella era la última vez
que recorría la hermosa avenida, y miraba los edifi-
cios, la gente, el movimiento, con curiosidad, como lo
miró todo la primera vez que llegó a Buenos Aires.
¡ Qué niño era entonces y qué provinciano ! Todo
le admiraba, todo era nuevo; deteníase largas ho-
ras ante las grandes virieras, y se pasaba el día re-
corriendo las calles, sin rumbo, perdido muchas ve-
ces, pero encantado de aquella extraña independen-
cia de verse solo, en medio de tanta gente desconoci-
da. Con una sonrisa escéptica, pero bien amarga, re-
cordaba que entonces un peso en sus bolsillos le daba
aplomo de capitalista-
Hablaba tímidamente a los mozos del hotel, a los
cocheros, a todo el que lo servía. Después había
aprendido a tutearlos, y fué una de sus grandes
conquistas el adquirir el lenguaje presuntuoso y des-
cortés de la juventud elegante.
Todas las visiones de su vida porteña. iban des-
filando en su memoria con una claridad y una pre-
cisión dolorosas para él, que las evocaba casi desde
el otro lado del mundo.
172 HUGO WAST

¡ Qué lejos quedaba todo eso ! Apenas podía creer


que fueran sus propios recuerdos los que así pasaban
ante su vista, como los árboles de la avenida en la
carrera del coche, aquella carrera que por momentos
le parecía fantástica, como una caída en el Vicio, co-
mo si le cubriera ya los ojos el manto negro de la
muerte.
En el cuarto del hotel, uno de esos cuartos 'sin fi-
sonomía propia, igual a todos los cuartos de todos
los hoteles, se encontró más a su gusto. Estaba allí
como un viajero de paso para comarcas lejanas; no
sentiría dejar nada, porque nada era suyo ni había
despertado en él ese apego que engendran las cosas
familiares.
Pidió papel y tinta, y borroneó una larga carta pa-
ra su tío, exponiéndole su resolución y echándosela
en cara como a uno de los causantes de ella.
Pero cuando hubo concluido y la leyó, encontró el
lenguaje tan falso, tan hueco, con la afectación de
sentimientos que siempre habían estado a mil leguas
de él, que le disgustó. ¡Qué diablos!, el viejo ha-
bía tenido razón siempre. ■
La rompió y escribió otra con gran epígrafe : "A
mis amigos", que era como una proclama en que se
despedía del mundo, ya que el mundo lo rechazaba,
negándole la felicidad y el amor, que tanto había
anhelado y que sin duda merecía.
Pero ésa resultó aún más falsa y la rompió tam-
bién.
Santóse un rato en un sillón para combinar una
173
NOVIA DE VACACIONES

tercera carta; pero como las ideas se le ofrecían me-


nos claras a medida que corría el tiempo y se apode-
raba de él la sensación de su muerte próxima, no
pudo hilvanar ni una frase.
Acordóse de Angelina que lo había rechazado
también, y pensó que en los primeros momentos su
muerte caería sobre la inocente, como si hubiera si-
do la causa, y a pesar de la enorme injusticia que
entrañaba la idea, no le disgustó del todo. ¡Bah!
¡Qué le importaba a él que ella soportara los re-
proches con que la agobiaría la indignación de mi-
sia Tere ! Una vez del otro lado, vería las cosas del
mundo distintas y muy lejanas o no las vería abso-
lutamente, loque quizás era mejor.
Pero era necesario dejar algo escrito, porque eso
es lo tradicional en aquella clase de viajes. Como no
podía pensar por su cuenta, recordó unos versos de
Lamberti, se levantó y borroneó esta estrota :

"No maldigas el alma que se ausenta


Dejando la memoria del suicida;
Nadie sabe qué fuerza, qué tormenta
La arroja de las playas de la vida".

Y firmó: "Macario Sandes".


Ahora sólo le quedaba apurar el mal trago. Sacó
el revolver, lo contempló un rato, lo tanteó, jugó con
él, buscando en todo eso una dilatoria, porque, al
acercarse el momento trágico, sentíase invadido por
un pavor inmenso.
174 HUGO WAST

Pensó quizás que con un poco de dignidad, de va-


lor moral y de perseverancia, podría rehabilitarse
ante la sociedad ; pero calculando cuánto tiempo tar-
daría ycuánta fuerza de voluntad importaba la re-
generación desu carácter viciado, se sintió más co-
barde ante la vida que le imponía deberes y respon-
sabilidades, que ante la muerte que se le presentaba
como uno de esos abismos de donde no se vuelve
más y alrededor de los cuales se han urdido mil le-
yendas.
Para conjurar el miedo, llamó y pidió al cama-
rero su bebida favorita, whisky; quería emborra-
charse.
Pero pensando, con su perpetua frivolidad, en el
espanto que se apoderaría del mozo, si al volver lo
encontraba muerto, se paró, montó el revólver y se
puso frente al espejo.
Estaba lívido y temblaba; la mano no conseguía
agarrar bien la culata del arma. Cerró los ojos y se
asomó con el pensamiento al gran misterio adonde
iba a hundirse ; recordó que cuando pequeño, en los
tiempos tan lejanos en que su madre vivía, la pobre
mujer le había enseñado a rezar... ¿Pero habría
Dios ? ¿ Habría otra vida ? ¿ Habría quizás ?
¡Bah! ¡A buena hora le entraban esos escrúpulos!
Abrió los ojos sintiendo los pasos del mozo que
volvía.
Tenía un luna.r en la sien; pensó que allí era un
buen sitio para meter la bala y acabar con aquel
pequeño punto negro con que alguna vez había pre-
NOVIA DE VACACIONES 175

sumido; ya las vanidades del mundo le importa-


ban tan poco. . .
Como sintiera otra vez que su pensamiento, como
un náufrago, se asía a cualquer cosa para huir de
la idea fatal y dilatar el momento, se resovió. Acer-
có el arma a la sien, sobre el lunar ; y como el pulso
tembloroso le impedía apuntar, ya que temía frus-
trar su intento si afirmaba sobre la carne, con aque-
lla duda que el armero no le había resuelto, apun-
tó bien y para que la bala no se desviara, sostuvo
el cañón con la otra mano . . .
XVIII

¡ Hasta cuándo, señor !

Leía en su cuarto Angelina una de las novelas


que Mr. John le había regalado, cuando entró Ma-
ría Esther toda espantada.
— Hay una cosa triste — le dijo sentándosele en
la falda y abrazándola, como si comprendiera que
en todas las cosas tristes había una parte para
su amiga,
— ¿ Para mí ? — preguntó Angelina.
■— No sé, para todos. . . Macario. . .
-¿Qué?
— Macario se ha suicidado..., lo dice "El Dia-
rio", y en la sala todas están llorando, y te echan
la culpa . . .
Angelina se puso de pie, como si le faltara el
aire, adivinando todos los rencores y todas las in-
justicias que iban a caer sobre ella.
— ¡Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo! — mur-
muró desde lo íntimo de su corazón angustiado.
NOVIA DE VACACIONES 177

Vaciló un instante y después dijo :


— Voy a la sala, quiero saber . . .
— No, no vayas.
— Quiero oír. . .
— No vayas, Angelina.
— Voy, tengo que ir.
— No vayas, te harán llorar — suplicó la pueque-
ña cerrándole el paso, — no vayas.
Angelina se desprendió de ella dulcemente y fué.
Las tres mujeres estaban en la sala, juntas, so-
bre un sofá; coreando con gemidos la narración
del suicidio que Javierita leía por quinta vez en
"El Diario". Misia Tere era la más conmovida ;
llevaba ya tres pañuelos puestos a la miseria con
su inacabable dolor.
Pero como si la fuente de sus lágrimas se hu-
biera secado de golpe y como si toda su pena se
trocara en indignación, irguióse, y con el brazo ex-
tendido lanzó una imprecación contra Angelina, que
muy triste y muy conmovida entraba en ese ins-
tante.
—¡Afuera! ¡Tú eres! ¡Tú!
En el gesto, en la palabra, en el cuadro, vió la
la niña el implacable rencor de todos contra ella,
¡y sintió que la ahogaba un impulso de pasión.
Pero acostumbrada a dominarse, ni un músculo
de su rostro reveló el tremendo combate que se li-
braba en su espíritu.
Se dió vuelta, y murmurando para sí la queja
178 HUGO WAST

"¡hasta cuándo, Señor!", entró en su cuarto, don-


de la esperaba María Esther llena de miedo.
¡ Oh, allí estaba el refugio, allí la paz, allí el con-
suelo !
Estrechó a la niña contra su corazón, fuerte,
fuerte, como para fundirla consigo, y la retuvo un
largo rato, bebiendo en su inmenso cariño la ener-
gía que necesitaba.
La pequeña lloraba devolviéndole sus caricias,
buscando sentir en su espíritu infantil lo que debía
sentir su amiga, aquel dolor complejo que ella no
comprendía, pero que adivinaba grande y amargo.
Cuando Angelina pudo hablar, la palabra brotó
mansa y dolorida.
— ¿ Pero crees que se haya muerto por mí ? ¡Si
no me quería! ¿Has creído nunca que me que-
ría? No soy yo la causa; no puedo decir cómo lo
sé, ni por qué se habrá muerto, pero estoy segura
de que yo no soy la causa de esta desgracia...
¿Lo crees así, mi vida? ¡Si no me quería, si no
podía quererme tanto como para matarse por mí!
— y buscaba la respuesta en los ojos, en la palabra
de su amiguita.
-—Yo también creo que no te quería tanto, tan-
to. . Julio sí, Julio te quiere, ¿verdad?
— No hables ahora de Julio — dijo Angelina re-
chazando eltriste y dulce recuerdo, porque en ese
momento en que estaba de su parte toda la razón
no debía buscar un consuelo donde hubiera una
sombra siquiera de injusticia.
NOVIA DE VACACIONES 179

Tenía en el espíritu la convicción profunda de


que Macario no se había suicidado por ella.
¿ Qué males, qué tristezas, qué amarguras en su
vida fácil no habría podido templar en el amor si
hubiera amado ?
Acostumbrada a ahondar en su propia concien-
cia, si algo hubiera habido escrito en aquella al-
ma desgraciada que así se hundía en la eternidad,
lo habría leído,
¡ No ; no se había muerto por ella !
En todo el día no salió de su cuarto. Al anoche-
cer trajeron el cuerpo para velarlo.
Las tres mujeres, vestidas de negro, pasáronse
buena parte de la noche al lado del cajón.
Misia Tere, contemplando a la luz de los Man-
dones, convertido en capilla ardiente el gran salón
donde Macario había estado la noche antes, no po-
día menos de recordar a sus compañeras, en medio
de sus sollozos, aquel rostro desbordante de salud
y alegría, que ella misma, al darle la cruel noticia,
cubrió de tristeza.
i Oh! j Malhaya la hora en que por su buen co-
razón hizo entrar en su casa a aquella mujer!
Como si lo trágico de la muerte hubiera tripli-
cado el cariño que la dama profesaba al sobrino,
lloraba todas las lágrimas de sus ojos, jurando que
no se iba a olvidar nunca de aquel pobrecito a quien
Dios habría perdonado seguramente, en gracia de
su desesperación, como no perdonaría jamás a la
que causó su desgracia.
180 HUGO WAST

— í Esto es, nunca, nunca ! — sollozaba Javierita.


— ; Mire cómo se troncha en flor una existencia
tan preciosa, por un capricho de coqueta !
Lidia, en un rincón de la sala, después de llorar
un rato por el pobre primito a quien tanto quería
y otro rato por el veraneo en Mar del Plata que
se les frustraba consolóse bastante pensando que
a su fisonomía de rubia le sentaría admirablemen-
te el luto.
Don Víctor y Julio, que habían corrido con las
primeras diligencias, entraron juntos en la sala y
se arrimaron al cajón. El coronel, con una extra-
ña nervosidad, se martirizaba el bigote.
— ¡ Qué locura, hombre, qué locura ! ¡ Cómo si no
hubiera más mujeres en el mundo !
— ¿Pero cree usted?.-. — insinuó Julio por se-
gunda vez en voz muy baja.
— No sé, no sé; bien puede ser que haya otras
causas, pero no aparecen; ni una palabra ha de-
jado escrita, sino ese versito que nada dice; vamos,
si es por ella. . .
Julio no insistió. Dolíale en el alma que ella an-
duviera mezclada en aquel asunto, porque sabía
cuántas tristezas le iban a causar.
Corrían otros tiempos para él ; ya su pensamien-
to no huía de ella; lejos o cerca, la recordaba tal
como la vió en la glorieta, dejándole adivinar su
corazón en sus palabras y en sus silencios. Ella le
había dado valor; por ella, que todo lo soportaba
con dulzura, sufría también él, y callaba por He-
NOVIA DE VACACIONES 181
v 4 »• -- ^ •
■- • *\ 'SOv*^' '/
'var la mitad de la carga que hasta entonces ella
había llevado sola. "¡ Sea fuerte !" ■— le dijo.
i Oh, qué fuerte sería en sus propias tribula-
ciones Pero
! era débil ante las cosas que iban a he-
rirla aella, y en aquel episodio adivinaba una gran
injusticia contra la inocente.
Mr. John, que hacía media hora se paseaba in-
quieto por la galería, asomóse al salón, y con un
gesto los llamó a los dos.
Antes que nadie él tuvo noticias del suicidio, por
un comisario de policía que fué a comunicárselo'.
Cuando llegó al hotel encontróse con el cádá-
ver del pobre muchacho tendido en la cama. Entre-
gáronle elpapel con los versos de Lamberti y una
carta comercial dirigida a él, hallada en los bolsi-
llos del joven. Era la misma que determinó el sui-
cidio y que en su apuro por abandonar el mundo
se olvidó de destruir.
Mr. John sintió al leerla una piedad infinita ha-
cia el desgraciado a quien la vergüenza había
muerto.
— ¡ Oh, el pobre muchacho ! — pensó ; — no te-
nía agallas ni para ser malo.
Dejó a don Víctor y a Julio el encargo de correr
con el entierro y se fué a arreglar el feo asunto.
Cuando por la tarde se vió libre y pudo volver a
su casa, ideando la frase con que había de comen-
zar la relación del suceso, encontróse con que todo
se sabía ya por "El Diario".
Hacía mucho tiempo que misia Tere, advertid»
182 HUGO WAST

por Javierita, mucho más suspicaz que ella, había-


se dado cuenta de que su marido protegía tímida-
mente a Angelina; por eso cuando lo vió entrar,,
por nada del mundo hubiera perdido la ocasión
de darle una embestida, clamando con un acento
plañidero, cortado por los sollozos que estallaban
en el pañuelo.
— Ven acá, Smith — exclamó desplegando el pe-
riódico, — ven a ver nuestra desgracia.
— Sí, ya sé — murmuró el inglés, satisfecho de
no tener que dar él la noticia.
— ¡Ah! ¿Lo sabes ya? ¿Pero sabes por qué ha
sido? ¿No sabes que es ella la que lo ha matado?
— ¿Ella? ¿Quién es ella?
— ¡Esa mujer! — clamó la dama agitando el pa-
pel como una bandera de combate y clavando la
primera banderilla a su marido. — ¡Esa mujer a
quien en mala hora trajiste a mi casa! ¡Mira lo
que nos cuesta ! ¡ Mira cómo con sus coqueterías
nos está matando a los de la familia ! ¡ Oh Dios,
para cuándo, para cuándo tu justicia!
Y Javierita coreaba:
- — ¡ Esto es, para cuando !
Mr. John frunció el ceño.
— ¡Ah! ¿Ustedes lo interpretan así? ¿Con esa
ligereza juzgan, las cosas para echarle el perro
muerto a una inocente?
— ¡ Sí, es ella, es ella la causa !
— No ; es otra la madre del cordero.
NOVIA DE VACACIONES 183

— ¡Atrévete a defenderla y creemos que eres


su cómplice!
— ¿Sí? Pues crean lo que se les dé la gana; yo
no me cansaré de repetírselo ; no se ha muerto por
ella.
Dió media vuelta y salió, vacilando en si volvía
y les leía la carta que su mano estrujaba en el bol-
sillo o las dejaba en su error. Pero había venido
resuelto a no revelar el triste secreto del muerto
mientras pudiera callar ; y para poder guardarlo
y consolar al mismo tiempo a la que sufría con su
silencio, se fué al cuarto de Angelina. Estaba to-
davía María Esther.
— Hijita — dijo a la pequeña, — ¿quierés ir a
jugar al jardín?
La niña salió y Mr. John se acercó a Angelina.
— ¿Cómo va sobrina? — dijo tomándola una ma-
no. — ¿Sabe ya lo que hay?
Angelina hizo señas de que sí.
— Bueno; me alegro de no tener que comunicád-
selo; ¿se lo dijo Tere?
— No. María Esther. Tía está disgustada con-
migo.
— ; Ah ! ¿ Por qué?. . . Bueno; ya sé por qué. . .
— ¿ Y usted cree ? . . .
-¿Qué?
— Que se ha matado por. . .
■— ¿Por usted?
— Sí, por mí . . . ¿Lo cree ?
—i No!
184 HUGO WAST

Fué tan sincero el no, que Angelina suspiró ali-


viada como si le quitaran un gran peso de
encima, y poniendo en los hombros de Mr. John
sus dos manos, apoyó la frente en aquel pecho pa-
ternal.
— Sin embargo..., ellas lo creen y lo dicen
— murmuró.
— No te aflijas, hija mía — contestó él volvien-
do al tú que abandonaba en ciertas ocasiones y aca-
riciando los cabellos de la niña; — ya sabes cómo
es mi mujer de extremosa; hoy te crucificará y ma-
ñana se dejará arrancar el corazón por tí. Esto pa-
sará.
— No, no pasará porque él ha muerto de-
jando así las cosas; él no era mi novio ni lo fué
nunca; vea, tío, ni siquiera me quería, estoy segu-
ra.Oh
¡ ! Nadie me lo ha 'dicho, pero yo estoy cier-
ta de que no se ha suicidado por mí; ¿no cree que
tengo razón?
— Sí ; creo que es otra la causa.
— Entonces cuénteselo a todos los que digan que
he sido yo.
— ¡Bueno, bueno!
— Dígaselo, a tía, dígaselo a Javierita, a Lidia,
al coronel, a Julio, a todo el mundo. Esta sospe-
cha me pesa como una montaña. Yo no soy capaz,
usted sabe que yo no soy capaz de hacer a nadie
un gran daño.
— Bueno, hija, no llore — dijo Mr. John conmo-
vido por a quella inalterable bondad; — yo les diré
NOVIA DE VACACIONES 185

a todos que usted no tiene nada que ver en ésto;


no se aflija, no llore, no piense más; déjelo todo en
mis manos.
Y salió del cuarto y fué a pasearse al vestíbulo
adonde llegaba de cuando en cuando el rumor de
algunos exasperantes sollozos de la impresionable
tía del muerto.
— ¡Bah! — murmuraba disgustado. — Nunca lo
ha querido tanto como para que lo llore así.
A ratos, cuando su mujer y Javierita decían al-
go, siempre algunas recriminación para la que creían
causante de aquello, veníanle ímpetus de entrar a
leerles aquella carta que lo explicaba todo, i Diablo,
lo primero era ser justo ! Pero conteníale el respeto
que inspira el dolor.
Don Víctor y Julio, que acababan de llegar, acer
cáronsele; pero como Mr. John no hablara una
palabra, volvieron a la capilla ardiente.
— ¡Qué locura! — iba diciendo don Víctor. —
¡Cómo si no hubiera mujeres en el mundo!
Mr. John lo oyó; ¿también él lo interpretaba
así? Vaciló un rato, y por fin se decidió.
Y los llamó a ambos.
— Oiga, coronel, y oiga usted, Julio: ¿creen uste-
des que es por Angelina?
— Yo no sé — respondió don Víctor, — pero
eso es lo que aparece; y si así fuera, ¡qué locura!...
— No, no es así ; háganme el favor de leer esta car-
ta; después juzguen.
Entrególes Mr. John el papel que era la clave
186 HUGO WAST

del misterio, y con las manos atrás comenzó a pa-


searse, haciendo resonar el mosaico bajo sus tran-
cos firmes.
— Lo primero es ser justo... ¡Qué diablos! —
murmuró disculpándose.
Cuando le devolvieron la carta la dobló cuidado-
samente la
y guardó.
— ¡Mala cabeza, ¿no es cierto? ¡Ahí tiene usted
lo que son los muchachos metidos a hombres! Un
poco de franqueza para contármelo todo, y otro po-
co de viril resolución para enmendarse, habrían sal-
vado la situación. Un hombre que se mata por un
puñado de pesos comete una cobardía. Una cobar-
día para confesar y regenerarse con una vida nueva,
honrada y laboriosa. . . Nunca es demasiado tarde
para ser hombre bien ; pero no tienen el valor de to-
mar la vida como es, con sus deberes y sus respon-
sabilidades, ycreen arreglarlo todo con una bala.
¡ Cómo si con matarse arreglaran nada ! Se borran
ellos, pero la mancha no se borra ; esa queda para
siempre . ¡ Malas cabezas ! ¡ Pobre muchacho !
Y una inmensa compasión se difundía por el ros-
tro noble y sereno de Mr. John, que recomenzó sus
paseos a lo largo de la galería, hundido en sus pen-
samientosmurmurando
y las palabras del Salvador.
— El que esté libre de culpa tire conara ellos la
primera piedra, ¡qué diablos!
XIX

El dique: Y IvA ola

Era tan feliz Angelina con su pobre amor escon-


dido ,que en sus visitas a don Anselmo ya no le dejó
penetrar como antes su secreto, con miedo de que el
buen, sacerdote destruyera la humilde ilusión en que
ella había encontrado su paz .
Corrían llenas sus horas de un encanto indecible,
y su corazón vivía satisfecho con lo que otro hubie-
ra muerto de hambre.
Bastábale mirarlo de lejos, en las noches de visi-
ta, cuando cruzaba el vestíbulo iluminado, cuando
se asomaba a alguna de las ventanas que daban al
jardín, cuando al irse trasponía la puerta de crista-
les buscándola a ella con la triste mirada.
Adivinaba que su pensamiento vivía lleno de su
imagen, que se iba pensando en ella a quien pasaba
días enteros sin ver; y la misma tristeza que estaba
segura de causarle, era como una extraña alegría de
sentirse amada.
188 HUGO WAST

Un día María Esther le llevó una hoja toda es-


crita, arrancada a un cuaderno y que venía doblada
para formar un pequeñísimo paquetito.
— Me lo dió Julio para tí — le dijo.
La desplegó temblando: llevaba un número de
compaginación; una fecha, 13 de enero, y una hora,
12 de la noche.
Recordó Angelina que, en la sierra habíale conta-
do Julio que llevaba siempre un diario donde ano-
taba sus impresiones, y comprendió que aquella era
la hoja escrita la tarde en que los dos estuvieron en
la glorieta.
Al darse cuenta de ello, sintió un impulso de cu-
riosidad tan grande, que aun segura de turbar su
paz leyéndola, tembló ante la idea de pedir consejo a
don Anselmo.
"Hoy he estado con ella — decía el diario de Ju-
lio . — Por un momento volví a verla como era an-
tes, yhe sido feliz . Tenía la inmensa ilusión de ha-
blarla asolas, porque de ese modo la hallaría tal co-
mo es ; y todos mis sueños dormidos se han desper-
tado. He comprendido que el tiempo no ha pasado
para ella, y en medio de la felicidad de sentirla fiel,
he sufrido la mortal angustia de mi soledad.
"Su palabra, su gesto, su mirada, como antes, me
han dado valor. "¡Sea fuerte !" me ha dicho al sa-
lir yhe sentido caer en mi corazón esa palabra como
una orden. Seré fuerte; seré fuerte y resignado co-
mo ella.
"Mi pobre, mi dulcísima Angelina, \ qué bien sa-
NOVIA DE VACACIONES 189

bes querer tú ! Tú que triunfas de la ausencia y del


olvido y de los celos. Me mandas ser fuerte, y yo
sé que tu palabra quiere decirme: Ama, pero no a
mí. Y yo, que era débil y egoísta, ahora, que voy
leyendo claro en tu espíritu, seré fuerte por pare-
cerme a tí . . .
"Pero ¿podré serlo ?"
Angelina comprendió que el envío de aquella ho-
ja de diario días después de haberla escrito, quería
decirle : ¡ Soy débil !
¡ Pero cómo llegaron a su corazón aquellas frases
intensas y resignadas! ^
Como si un viento de marzo barriera sus buenos
propósitos, pensó en la injusta tristeza de su vida.
¿No tenía también ella derecho a su parte de ale-
gría en este mundo?
Miraba hacia atrás sus años y sumaba sus instan-
tes de dicha; ¡cuán pocos! Recordaba su juventud,
solitaria y fría. Un día llegó la primavera para su
alma, que floreció como los naranjos . Después vino
el invierno y cayó sobre ella la escarcha del olvido .
Habían pasado tres años, y ahora, cuando volvía a
brillar el sol, un sentimiento delicado que allí no
adivinaba nadie, ni nadie le agradecía, hacíale cerrar
sus puertas para que no llegara ni el amor ni la vida.
Y no sufría ella sola ; él también. Tenía ella de-
recho de seguir la senda austera que se había traza-
do, cuando al pasar hería el destino de otra alma?
Volvió a leer la página del diario, y las palabras
190 HUGO WAST

del amado hirvieron como lava : "Todos mis sueños


dormidos se han despertado".
¿Por qué habían de dormir siempre aquellos po-
bres sueños ? ¿ Podía condenar a la soledad a aquella
alma hermana cuando estaba en su mano hacerla
feliz, recibiendo también ella su parte de felicidad,
porque su deber, lo que creía que .era su deber, así
se lo marcaba? ¿Pero era ese verdaderamente su
deber? ¿Lo que creía bondad no era por ventura,
soberbia?
Moría la tarde; era la hora tranquila en que más
la asaltaban sus pensamientos. Maquinalmente ha-
bíase ido arrimando a la ventana abierta.
Sin saber de dónde, en la ola de perfumes en que
la envolvía el jardín, venía algo como el olor cam-
pestre de la sierra .
Por ese extraño poder que tienen los aromas de
despertar antiguas sensaciones, evocó de golpe el
paisaje del arroyo.
Era de mañana y cantaban las cigarras y gorjea-
ban los pájaros y del fondo del sauzal venía el arru-
llo tierno de las palomitas.
Se vio de nuevo sentada sobre las piedras, bajo los
sauces, cerca de la jaquita y al lado de su amigo
que le decía palabras que ella en vano había querido
olvidar.
El arroyo corría a sus pies con rumor cariñoso,
besando la punta de su látigo, y ella, vergonzosa y
triste, no atreviéndose a mirar a su amigo, seguía
NOVIA DE VACACIONES
191
con la mirada húmeda una flor que huía en la co-
rient .
Comparó entonces su dicha con la pequeña flor;
y había acertado.
¡Qué sueño, qué sueño! ¡Hubiera durado siem-
;
pre hubiera dormido ella la vida entera soñando el
cuadro de aquella inolvidable mañana, sola con. él,
oyéndolo hablar de amor y sintiendo llegar con sus
palabras la voz quejumbrosa del sauzal !
Cerró los ojos y vió el mismo cuadro algo cam-
biado: ella no era ya la novia, era la esposa; y él
murmuraba en su oído las eternas palabras, y en su
corazón, que era una flor abierta, caía el amor co-
mo un rocío . . .
La entrada de una sirvienta la arrancó a sus pen-
samientos.
Era Micaela, la mucana de Lidia, que hacía tiem-
po la segu¡ía como una sombra.
— Dice la niña Lidia que si quiere ir al corso la
espera; ella está vestida.
Angelina, disgustada de que la hubiera sorpren-
dido en aquella actitud meditativa, estuvo tentada
de dar las gracias y quedarse, aduciendo cualquier
razón ; pero, acostumbrada a vencerse, contestó sim-
plem nte :
— Dígale que no estoy vestida ; pero que si quiere
aguardarme un cuarto le hora, la acompañaré con
mucho gusto.
Y se vistió rápidamente.
Los primeros días de la muerte de Macario ha"
192 HUGO WAST

bían sido para ella bien amargos, porque en las oca-


siones en que se encontraba con misia Tere o Javie-
rita, tenía que dominar su dignidad herida por los
reproches que leía en sus miradas .
Misia Tere había tomado a pecho como una ma-
dre el trabajo de llorar al muerto, y era de ver, en
las innumerables visitas de pésame que recibía, 'sus-
pirando restregándose
y la nariz con el pañuelo, el
rosario del elogios que hacía del pobre muchacho.
De cuando en cuando escapábasela una frase in-
discreta otorpemente velada que iba a herir como
un latigazo a la causante de todo aquello, que no
aparecía nunca en la sala.
Todos creían en la novela que había urdido misia
Tere, y suspiraban con ella cuando llegaba el desen-
lace trágico.
— ¡ El pobre ! ¡ Cómo si no hubiera mujeres en el
mundo ! — solía añadir por vía de epílogo Javierita,
que había aprendido de don Víctor aquella frase y
la repetía con fruición.
Pero un d,ía las visitas no oyeron más la trágica
exclamación de misia Tere : "¡ Ay de la causante de
todo esto!", porque Mr. John, que había luchado
en vano por convencerla de que era otra la causa
del suicidio , acabó por mandar a paseo la memoria
del muerto, para cuidar la honra de los vivos, y sacó
la famosa carta y la leyó a las dos mujeres.
Misia Tere había quedado lívida; Javierita indig-
nada. ¡Aquello era una calumnia!
i Cómo calumnia ! El había retirado y tenía en su
NOVIA DE VACACIONES 193

poder los dos pagarés falsificados. Lo primero de


lo primero era ser justo; si ellas le hubiesen hecho
caso y se hubieran callado la boca, se habrían aho-
rrado aquella mala noticia; y aun había algo más,
sólo que con eso bastaba por entonces ; pero si vol-
vían alas andadas . . .
Si misia Tere no salía porque no tenía espíritu pa-
ra paseos, Lidia, en cambio, deseosa de lucir su luto
que le quedaba muy bien y que al fin y al cabo era
bien ligero salía más que antes acompañada de Ja-
vierita, que no amaba el encierro.
Pero una tarde Javierita no pudo ir con ella, y
Angelina fué invitada.
Lidia se alegró mucho de la nueva compañera,
hablóle como nunca, de sus ilusiones, de sus amores,
de sus penas, porque en su cabecita de muñeca, más
que en su corazón, también había penas; y cuando
volvieron a casa los pensamientos de Angelina ha-
bían cambiado de dirección.
¡ No ! EUa no tenía derecho de turbar la dicha de
su linda prima, tan alegre con su traje de luto, tan
feliz con su automóvil y su novio.
¡ Oh ! ¡ Las penas que Lidia le contaba con tanta
seriedad, cómo cabían .en el hueco de su mano !
Bendito paseo que había venido a tiempo de con-
tener la ola que amenazaba romper el dique de su
voluntad fatigada.
Esa noche, al cerrar la ventana de su cuarto, sin-
tiendo en el aliento del jardín el mismo perfume que
esa tarde la había hecho soñar despierta, pasó por
194 HUGO WASÍ

su imaginación el cuadro del arroyo, el dulce sueño...


— ¡No, no, no! — dijo llena de lágrimas la voz,
sacudiendo la cabeza para echar lejos, aquel pen-
samiento que la turbaba.
Dormir eternamente, vivir sin pensar, vivir como
los niños amando siempre, pero sin pensar porque
con sus pensamientos llegaba la ola que combatía su
dique.
¿Qué iba a ser de ella si cedía? ¡No, no no!
XX

LA CAIvMA EN £1, MAR INQUIETO

Micaela, a quien Javierita había convertido en


centinela de Angelina, llevó a aquella la noticia de
que don Víctor había conversado largamente con
ella en la glorieta, y que ella habíalo condecorado
con una rosa, sin duda porque no había jazmines.
Y era que el coronel, perdido con el tiempo un
poco del entusiasmo que en él había despertad^
su conquista de la huérfana de Leoni, volvió a tor-
cerse los bigotes en honor le Angelina .
"\ Cómo si no hubiera mujeres en el mundo !" pen-
saba Javierita viéndolo descarrilado de nuevo.
Parecía que a don Víctor le hubiera llegado en-
tonces la época de la cordura, pues sorprendíase a
sí mismo cavilando .
¿Qué se hacía él en su soledad? ¿De qué servían
el lujo y las comodidades amontonadas en su hote-
lito de la calle Maipú ?
Desde algún tiempo atrás, quizás desde que vió a
196 HUGO WAST

Angelina, sentía cierto despego hacia la vida de cé-


libe, de la que teórica y prácticamente había hecho
brillantes apologías delante de la desesperada Ja-
vierita.
A sus ojos la existencia tomaba otro color. Sus
teorías iban aflojándose como un barril puesto al sol,
y más de una vez, tendido en una hamaca paraguaya
donde darmía la siesta, consideró que al matrimonio
quizás le pasa lo que al león ; que no es tan malo co-
mo lo pintan.
Algunos de esos pensamientos debió dejar traslu-
cir en casa de los Smith, porque las esperanzas de
Javierita retoñaron un d|ía, aunque para perder muy
pronto sus brotes ; don Víctor declaraba categórica-
mente que le gustaban las mujeres de veinte para
abajo.
— Sí, sí; al burro viejo le gusta el pasto tierno —
dijo socarronamente Mr. John.
Y como don Víctor aceptara aquello riéndose, Ja-
vierita insinuaba melancólicamente que el pasto en-
fardado es quizás menos florido, pero también me-
nos indigesto.
Cuando el coronel, antes de la muerte de Macario,
perdió las esperanzas le conquistar a Angelina, de-
dicóse aMagdalena Leoni, y acabó por preguntarse
cómo quedaría ella dueña de casa, en su hotelito.
Allí estaba el marco natural de la gentil florentina,
que tenía en sus venas sangre de nobles.
Pero de la noche a la mañana, aquel tenorio im-
penitente que había logrado despertar en Magdale-
NOVIA DE VACACIONES 197

na todo lo que puede haber de amor y de confianza


en el corazón de una mujer que se entrega, orientó
sus velas hacia otro rumbo.
¿Comprendió él qué drama se desenvolvía en
aquella alma que él había ganado y que ahora aban-
donaba ?
Angelina, ignorante de los asuntos de Magdale-
na, sintióse halagada viendo tornar a ella la amistad
de don, Víctor, que un momento pudo creer compro-
metida por quella absurda historia del suicidio.
Y aceptó con agrado sus atenciones que hacían
consumirse de celos a Javierita.
Una tarde encontróla don Víctor en la glorieta
leyendo las Rimas de Bécquer
Tomóle el libro y comenzó a hojearlo.
— 1¡Versos, versos ! Mira sobrina, yo no conozco
más versos que lo leí himno nacional y me parecen
bastante malos.
— Si conociera los de este libro no hablaría mal
de los versos.
El coronel leía saltando las páginas. De pronto
miró a Angelina que llevaba una rosa en el pecho
|y sonriendo le leyó una ¡estrofa que era una deli-
cia:

— ¿Como vive esa rosa que has prendido


Junto a tu corazón?
Nunca hasta ahora contemplé en la tierra
Sobre el volcán la flor.
198 HUGO WAST

Angelina soltó una alegre carcajada.


— Se la regalo, tío; — dijo desprendiéndose la
rosa, que él se apresuró a poner en el ojal — así es-
tará tranquilo por la suerte de esta pobre flor, y
ella vivirá sobre el hielo.
Fué esa la rosa de que Micaela hizo el cuento
a Javierita.
A punto estuvo don Víctor de quemar sus naves ;
vínole como un vértigo y un torbellino le palabras
llegó hasta su garganta. . . pero no pasó de allí.
Angelina adivinó el combate que 'se libraba en
el espíritu de su amigo, y temerosa de la declara-
ción que veía inminente, como si fuera ya la hora
en que ella regaba sus flores, dejóle aHí plantado
y volvió al rato con una manguera que arrojaba
una ducha de agua pulverizada; pero no vino sola
sino con María Esther.
Don Víctor miraba encantado el cuadro de la ni-
ña que bañaba sus plantas, con un amable placer
de hacer bien.
— Angelina — díjole acercándose, — no es sólo
el himno nacional; también sé otros versos.
Y el coronel, que tenía una hermosa voz, tara-
reó la música de una zarzuela viejísima y cantó
bajito:
Antofíuelo se me acerca
Cuando riego mi rosal,
Y echarle agua me es preciso
i Para hacerlo retirar.
NOVIA DE VACACIONES 109

Angelina sonrió amenazándolo con la manguera.


Pero fué todo lo que don Víctor dijo aquella tarde.
No se explicaba cómo aquella muchacha lo volvía
tímido, y ante ella las frases de amor se anudaban
en su garganta.
Hada algún tiempo que misia Tere había despe-
dido al jardinero, y como aun no hubiera encontrado
otro, substituyóle Angelina, que había hallado en el
cuidado de sus flores una ocupación más en que en-
tretener suactividad y su espíritu .
Regándolas, podándolas, cuidándolas cuando esta-
ban enfermas, como a criaturas humanas, vínole
un vez la idea ele un proyecto que entonces acogió
con una sonrisa pero que no tardaría en desarrollar
hasta el heroísmo su corazón fiácil para el bien .
Todos los días visitaba a don Anselmo y escucha-
ba los consejos de que antes había querido huir, con
un gusto indecible, como si la caridad que respira-
ban las palabras del buen viejo, fueran un bálsamo
para su corazón y la voluntad de Dios estuviera en-
trando en él.
!Qué hermosa paz había logrado edificar sobre
el inquieto mar de su pasión !
Julio, aquel tímido Julio con quien se encontraba
algunas noches en la sala o en el comedor, porque
misia Tere había extremado su cariño hacia él y
lo obligaba a concurrir más a menudo, mirábala con
una muda súplica.
— i Soy débil! — quería decirle, — no puedo
mas, ¿Me manda aún ser fuerte?
200 HUGO WAST

Pero ella, que no quería leer esa mirada, porque


agitaba su mar, pasaba indiferente y tranquila, di-
ciéndole con su modo :
— h¡ Sea fuerte! Ya ve, yo lo soy.
Sí, era fuerte, pero a costa de cuánto trabajo.
Y aún no estaba segura.
Temía oir su palabra suplicante; temía leer en
sus ojos la queja de su corazón; temía verlo llegarse
a ella vencido y cobarde, a pedirle una tregua.
¿Cómo hubiera podido rechazarle sin herirlo? ¿Y
cómo hubiera podido herirlo si en su existencia so-
litaria era aquel grande y puro amor una bendición
de Dios que caía sobre su alma afligida?
Alguna vez pensó en que aquella fuerza fecunda
era el alma de su madre que desde el cielo descen-
día hasta ella. Porque si era buena, si era humilde,
si era fuerte, a su amor, a su gran amor lo debía.
¿Qué habría hecho ella sin lo que era el resorte
de su vida?
¡ Pero cuántas veces al dormirse, cuando recosta"
ba su pobre cabecita cansada de no pensar, porque
más le costaba huir de sus pensamientos que dejarse
llevar por ellos, sucedióle ver en sueños el cuadro
de su felicidad truncada!
Y al otro día, cuando en medio de sus tareas la
asaltaban las dulces vanidades del sueño, en el que
no había tenido culpa, pero en el que su corazón
había vivido un momento de vida dichosa, era la
lucha tremenda para arrancar de raiz aquel senti-
miento prohibido .
NOVIA DE VACACIONES 201

¡ Cómo enervaba su voluntad la extraña dicha que


había quedado en su alma como el dejo de un filtro
mágico ! 1
Pero luchaba y triunfaba, y su amor a Julio, in-
menso ytranquilo como un mar amansado por su
constancia y por el nuevo espíritu que le infundían
la spalabras del viejo sacerdote amigo, iba transfor-
mándose en amor a la humanidad .
¡ Qué profunda, qué dulce paz !
XXI

La inutii, victoria

Era la víspera de Carnaval. La familia de los


Smith, tentada por don Víctor, que les escribía des-
de Montevideo, adonde lo habían desterrado mo-
mentáneamente algunos chismes políticos relaciona-
dos con la revolución del 4 de febrero de 1905, ^e
marchaba a la capital uruguaya por toda la semana.
La más entusiasmada era Javierita, y a ella se de-
bía que misia Tere hubiera consentido en renun-
ciar por un tiempo a su aparatoso dolor. La verdad
era que aunque la dama se obstinaba en seguir llo-
rando al sobrino, estaba interiormente aburrida de
su manía.
Tras larga lucha venció por fin Javierita, que
más que la muerte de todos los sobrinos del mun-
do había llorado la ausencia de su gran hombre, y
ansiaba rendirlo a fuerza de fjlores en los cor-
sos.
Molestábalej sin embargo, la idea de que Ange-
NOVIA DE VACACIONES 203

lina estaría allí para estorbarle su triunfo, porque


ya para ella no era un misterio que el codiciado sol-
terón estaba a punto de perderse por la muchacha.
Por eso fué inexpresable su gozo, cuando la vís-
pera del viaje la oyó decir:
— Lo que siento es por mis flores, que van a su-
frir; no hay jardinero todavía... Y también por
don Anselmo, que está enfermo y los sirvientes no
lo sabrán cuidar.
J avienta volvió hacia ella los ojos suplicantes. Por
primera vez la miraba así.
— 1¡Quédese ! — decíale aquella mirada, mientras
hablaba con voz meliflua:
— Esto es ; el pobre está bastante mal ; hoy lo fui
a ver, y si no hay quien lo cuide. . .
— Si les parece, podría quedarme yo — insinuó
Angelina.
A misia Tere, que en todo veía complots y que
no había hecho los sutiles razonamientos de Javie-
rita, no le agradó la idea ; pero arrastrada por ésta,
dijo al cabo:
— Bueno, quédate ; estarás sola y podrás regar las
plantas a tu gusto.
María Esther, que había seguido ansiosa el deba-
te, suplicó a su vez.
— Yo también me quedo. . . para acompañarla...
— No, nadie la va a comer.
— Déjame que me quede, mamá ; a mí me aburre
el corso. . .
— He dicho que no, y no.
204 HUGO WAST

Y bastó que le entrara la convicción de que sus


resoluciones eran irrevocables, y de que era ne-
cesario cortar aquella amistad, para que las súplicas
de la pequeña, decidida a dormirse en los corsos, se
estrellaran en la inflexibilidad de la madre.
Sintiólo en el alma Angelina porque cada día iba
queriendo más a su cariñosa amiguita, pero había
en ella, que maduraba en su espíritu cierta idea, un
gran deseo de soledad y de retiro, y se consoló
viendo la tranquilidad en que quedó sumida la casa
desde que todos partieron.
Javierita se iba radiante ; Lidia loca de gusto por-
que- Julio las esperaba en el vapor y misia Tere sus-
pirando porque aquel viaje recordábale otro hecho
en épocas más felices, en que iban todos, todos...
y aquel todos se refería a los muertos . . .
Bajo el grupo de naranjos que sombreaban su
rincón encontró Angelina a don Anselmo, sentado
en su viejo sillón de cuero, dando pez al arco de su
violín, dormido desde hacía tiempo por orden de
misia Tere.
— ; La pobre ha sufrido tanto con esta desgracia !
— díjole el viejo que continuó frotando las blandas
cerdas contra la gastada pez, — que la música lejas-
tima el ánimo. . . ; todo lo contrario me pasa a mí
pues me lo endulza. Cuando estoy encolerizado, co-
mo al rey Saúl el arpa de David, mi violín me
calma.
Viendo la dulzura de aquel semblante evangélico
por el que parecía correr la serenidad de la concien-
NOVIA DE VACACIONES 205

cía como un río tranquilo, Angelina sonreía pen-


sando en las cóleras del anciano.
— Ahora que no está la pobre, voy a ver si no
he perdido del todo el pulso.
La música de don Anselmo tenía una expresión
singular; a pesar de su ignorancia completa de la
técnica del arte, al tocar ponía en las notas su in-
genuidad dolorida, llena de eterna esperanza...
Angelina, desde que lo oyó tocar "Tutte le feste",
sentía miedo por el violín del señor Paganini, un
miedo infantil de «dejarse envolver por un he-
chizo.
— Vamos, me alegro de que esté tan' animoso ; se-
ría bueno, sin embargo, que se acostara temprano
— dijo apresuradamente, viendo que don Anselmo
había concluido de dar pez y comenzaba a afinar
precisamente con la frase de Rigoletto que ella te-
mía. — Tengo que hacer algunas cositas y regar mis
plantas; volveré más tarde y le traeré flores para
sus santos . . .
Y se alejó huyendo del espíritu del pasado, te-
merosa jdeque se Idestruyeíra, la' obra de ,¡transfor-
mación que se operaba en ella.
Pero como si el corazón le anunciara un gran pe*
ligro, tembló entera cuando al llegar a la galería
oyó sonar la campanilla.
Corrió a refugiarse en su cuarto, con un presen-
timiento de lo que iba a suceder.
No se había equivocado.
Era Julio que venía a hablarla humildoso y tris-
206 HUGO WAST

te y que temblaba casi más que ella, que apenas pu-


do responder a su saludo.
Angelina entró en la salita cuyo balcón daba so-
bre el jardín interior, y él la siguió.
Comprendía que se iba a librar la gran batalla, y
firme en sus propósitos, cerró; su corazón a la ter-
nura yhabló la primera.
-— Yo lo creía en viaje.
— No, no he ido; me he quedado con el pasaje
en la cartera . . . ¿ Para qué ir ? ¡ Van tantos que a
mí no me necesitan !
— No diga eso; usted sabe yquq /Iridia iba conten-
ta porque estaba segura de que usted iría.
— ¿Sí?. . . No creo. . .
— Ahora estará disgustada; usted conoce lo im-
presionable que es . . . ¿ Por qué la da ese disgusto ?
— ¡Bah! ¡Lidia, Lidia! Se consuela fácilmente.
Si el traje que mañana va a estrenar, ya sabe usted,
el traje de fantasía de Mme. Carraud, produce efec-
to y la miran mucho, estará contenta. Si no, ¿qué
quiere usted, ique la consuele yo, que no puedo con
mis propios pesares?
— Usted es cruel; está herido, no sé por qué ni
por quién; ella es buena y cariñosa y bonita, ¿no
es cierto que es bonita?; ¿por qué, pues, piensa así
de ella, usted que la conoce todavía mejor que yo?
¡ Es gusto de hacerse daño ! Yo no sé por qué siem-
pre ha de haber en nosotros mismo's otro ser ma-
ligno que se empeña en hacernos sufrir; cuando no
tenemos la felicidad, somos modestos, suspiramos
207
NOVIA DE VACACIONES

por ella y con cualquier cosa nos contentamos;


cuando la tenemos, somos soberbios y la desdeña-
mos, yla arriesgamos, y la perdemos muchas ve-
ces. . ¡Raro modo de ser!, ¿verdad?. . .
Hablaba lentamente, casi sin conciencia de lo que
decía, como si fueran sus propios pensamientos que
se asomaran a sus labios.
Se calló, porque le chocó el tono confidencial en
que se había expresado. ¿Por qué había dicho eso?
¿ qué tenía que ver con el asunto ?
El le contestó:
— Sí, tiene razón; somos así; buscamos la dicha
donde no está . . .
Su palabra era vaga, su frase tímida; por último
se decidió a entrar en la cuestión, y, sin mirarla, si-
guiendo con los ojos el dibujo de la alfombra, dijo:
— Angelina, ya lo habrá adivinado ; he venido por
usted.
—Ha hecho mal — contestó ella con firmeza.
— Bueno, sí, he hecho mal; ¿pero qué iba a ha*
cer? No tengo ánimo para otra cosa; hacía ocho
días que no la veía y tenía sed de verla; viéndola
sufro; es como si su visión me quemara el alma,
pero no viéndola me muero... En vano cada vez
que venía miraba hacia el jardín por si alcanza-
ba a ver siquiera su silueta; usted nunca está allí,
y, sin embargo, las flores eran antes sus amigas . . .
— Ha hecho mal, ha hecho mal ; muy mal — repi-
tió ella con vehemencia, más para sí que para Ju-
lio, porque desde el fondo de su sacrificio, nacía
208 HUGO WAST

una voz que ahogaba sus palabras duras . . . ¡ Dios !


¿Qué acabara pronto aquel martirio; que se fue-
ra!...
— Sí, lo sé, he hecho mal, pero no me lo diga
más; me duele, me extravía oiría hablar así; soy dé-
bil perdóneme, pero no puedo más. Quise ser fuer-
te, pero me ha vencido el recuerdo, ese recuerdo
c¡ue yo no puedo1 matar, de los días en que era
feliz. . . ¡en que éramos!, ¡usted y yo!, y he queri-
do hablarla, porque tengo una infinidad de cosas
que decirle ... de cosas tristes.
— «No, usted no tiene nada que decirme a mí;
sus confidencias son de Lidia. . ., a mí nada, nada.
— Sí, sí, bueno; pero no hable dé Lidia; déjeme
pensar sólo en usted, un momentito, sólo un . . .
— No, ni un momento . . . Usted se debe . . .
Se levantó ofendida, queriendo terminar la esce-
na; pero él se quedó sentado suplicándole con la
mirada que lo escuchara un momento.
— No me arroje de aquí — murmuró dulcemente —
como me ha arrojado de su corazón. . . ¡ Soy débil!
— Una vez meló dijo; yo le contesté: "j Sea fuer-
te!" ¿Lo ha olvidado ya? — preguntó ella de pie, so-
berbia, inaccesible, dura. . .
— ¡Ay! Le tengo envidia a usted que sabe ser
fuerte, o que ha sabido olvidar... Quizás es más
fácil olvidar que ser fuerte. * .
La miró por si hallaba en su expresión una res-
puesta, pero Angelina era una estatua. . . Bebió un
NOVIA DE VACACIONES 209

momento la amargura de aquel silencio desdeñoso


y continuó:
— También jyo querría ser ^fuerte, pero no puedo.
Antes vine en busca de un poquito de su fortale-
za, pero ahora no; ahora vengo en busca de un
consuelo. Ya no tengo derecho a pedírselos; pero
la he querido tanto, he sufrido tanto, he llorado en
silencio tanto, tanto, que si fui culpable estoy re-
dimido... Usted no sabe lo que es amar así, us-
ted no sabe lo que es sufrir así, usted no sabe lo
que es estar a cada hora, a cada minuto, temblando
por un secreto que querríamos ver a la luz del sol
y que debemos guardar, que nos tortura y que,
sin embargo, no cambiaríamos por nada del mundo,
porque es lo único nuestro que hay en nosotros,
porque en medio del cansancio es un aliento, en
medio de la lucha es una esperanza, en medio de
la noche es la luz, la luz del camino que hemos de
seguir... Angelina, usted no sabe lo que es amar
así, ¡no sabe, no sabe!
Ella lo miró; estaba palidísima; tenía los labios
apretados fuertemente para no traicionar el suyo;
i su pobre secreto de amor ignorado!, porque su
dique iba cediendo ante la ola... Sin saber qué
fuerza la obligaba a hacer lo que no quería, se vol-
vió a sentar.
El continuó sin mirarla :
— He visto morir todas mis ilusiones, como esas
luces del altar que se apagan una por una ; pero en
medio de la noche me quedaba esa luz. Es más fá-
210 HUGO WAST

cil olvidar, pero yo no quiero, tengo miedo a esa


calma fría; sufro mucho amándola, sufro tanto que
a veces creo volverme loco, pero ni aun así quiero
olvidar; a veces le pido a Dios que se acuerde de
mí, pero np le pido nunca descanso ni olvido, le pi-
do amor, amor ¡ y fuerzas !
Se puso de pie; ella creyó que se iba y lo miró
compasivamente para no dejarle la amarga impre¿-
sión. Pero no se fué; al contrario, acercósele más,
sentándose a su lado en una butaquita baja y conti-
nuó abriéndole su corazón.
— Yo no puedo amarla ; yo no debo amarla. . .
¿Con qué cara, a usted que es la justicia misma, voy
a pedirle perdón y olvido de mi culpa, cuando mi
perdón sería una injusticia?
—No, no lo sería, pero no\tengo nada que perdo-
narle .♦ .
—No hable así, Angelina; no sea cruel; dígame
que sí tiene qué perdonarme ; dígame al menos que
si tuviera me perdonaría. . .
•— Bueno..., si tuviera lo perdonaría...
— ¡ Qué frías son sus palabras! No importa, es-
cácheme; quiero contarle todo. Usted no sabe lo
que es el desamparo en que me encuentro ; usted no
sabe cómo está mi corazón de acongojado; sólo en
usted pienso, sólo con usted sueño. . . ; Benditos sue-
ños !En ellos soy feliz, porque en ellos vuelvo a los
días pasados, porque en ellos vuelve usted a ser
mía, como era antes. . ¿se acuerda, Angelina?
-^No hable así — suplicóle ella con dulzura, con-
NOVIA DE VACACIONES 211

movida por la tristeza de su voz y sintiendo un


placer infinito en no herirlo con palabras hostiles
— i No sabe que eso está muerto y enterrado ? ; ¿ a
qué volver sobre esas cosas? No hablemos de eso.
— Bueno, sí, usted es como una reina y manda;
pero ahora prométame escucharme ; sea buena y dé-
jeme leer su pensamiento; será la última vez que
hable de estas tristezas, ¡lo juro!; después volveré
a ser fuerte, como me lo ha ordenado; pero nece-
sito saber qué piensa, qué siente; saber si me ha
perdonado, saber si me odia...
— ¡ No, no, no !
— Saber si me ama. . . un poquito. . .
— No hable así, por favor; eso pertenece al pa-
sado. .
— Eso será en adelante toda mi fuerza — inte-
rrumpió él,acercando más la butaca — Contésteme;
vea, si me contesta, no diré nada más, y me iré, di-
choso con su palabra; pero la necesito, será como
una luz en medio de mi noche, de mi eterna noche ;
será mi fuerza en medio de mi cansancio y de mi
desesperación... ¿Qué diría si mañana me cupiera
la suerte de Macario?
— Oh, por Dios, no hable así! Usted no haría
eso. ¿Verdad que nunca, nunca haría eso? — pre-
guntó ella mirándolo a su pesar con ternura in-
mensa, yañadió con voz muy baja y muy dulce,
como un suspiro que él casi no oyó : — • Yo me mo-
riría de pena. . .
— No; nunca; la amo tatito ^Angelina, y es tan
212 HUGO WAST

abnegado y tan puro ese amor, que aunque en mi


vida no hubiera más fuerza quepjesa para1 alejarme
del abismo, bastaría . . .
Quiso volver ella a su f rialidad, pero volvió él a
sus palabras ardientes ; y como la ola del amor y del
dolor iba creciendo, creciendo, en el alma de Ange-
lina, y sus labios no podían contener el torrente
de amargos reproches que en ellos se agolpaban y
en su ojos temblaban las lágrimas, para que él no
comprendiera lo que le pasaba, levantóse y salió al
balconcito que daba al jardín.
¿Por qué siempre sus dolores o sus alegrías ele-
gían la hora del crepúsculo para nacer o para mo-
rir? i.
Por entre la fronda estival de la arboleda, pasa-
ba el alma del jardín con un pequeño rumor do-
liente yera un vientecito manso, que se impregnaba
en perfumes, estremeciendo las hojas, y subiendo en
oleadas hasta el balcón.
Iba cayendo la noche silenciosamente, como si la
naturaleza contemplara absorta el nacimiento de las
estrellas que, una a una, se encendían en el cielo
cada vez más azul.
Angelina miraba el firmamento buscando sus co-
nocidas, como si quisiera adivinar por ellas el se-
creto de su destino.
Julio, palpitando de esperanza, de una loca espe-
ranza, acercóse al balcón y murmuró bien cerca de
ella :
NOVIA DE VACACIONES 213

— i Qué calma! ¡Qué dulzura! ¿No parece una


tarde de la sierra?
Ella no contestó, pero en su memoria se encen-
dieron los viejos recuerdos.
De pronto se estremeció, porque al fondo de la
huerta, en las alas del viento, llegó como la voz
del pasado, indecisa, impregnada en nostalgias la
música de Rigoletto, que don Anselmo tocaba en
su violín, con su rara expresión, mezcla de pena y
de alegría.
¡ Cómo tembló por su paz ! Julio le habló, adivi-
nando su emoción.
Sintió así derrumbarse toda su fortaleza. ¿Qué
culpa tenía ella ? ¿ Por qué Dios la sometió a aquella
prueba, y por qué la abandonó en el instante en
que el pasado se juntó con el presente y con el por-
venir, evocados por las palabras de Julio, para ven-
cerla anegándola en una enervante dulzura?
— ¡ Mí música ! — le dijo él— , ¿se acuerda? i Hace
tres años! No sé cómo los he contado, porque me
parecen siglos. El domingo pasado sentí como nun-
ca todo el poder de esa música. Iba a misa, a la
misa a que iría usted, y en la calle oí que la toca-
ba un organito. No 'sé si estaba bien o mal tocada;
sé que fué una evocación, y que entré en la iglesia
con el espíritu lleno del pasado. Usted estaba allí;
la miré largo tiempo, saturándome en esa aureola
que la rodea: jes tan distinta de cuantas mujeres
he visto en mi vida! Después salí antes que nadie. . .
¡ Cómo me dolía el corazón ! Me fui, me encerré en
214 HUGO WAST

mi cuarto y lloré a solas. Las mujeres creen que los


hombres no sabemos llorar. . .
Ella se había recostado contra la celosía del bal-
cón. . No tenía fuerzas; el torrente de vida, de
amor, de dicha . . , ¡ jorque era dichosa !, íse la lle-
vaba consigo. Su corazón olvidado, a cada palabra
suya,' latía1 como unía palomita asustada. Era débil,
era mujer, era amante. Cuando él la nombraba con
la triunfante pasión de otros tiempos, sentía la tur-
bia corriente que la arrastraba hacia él, a amarlo,
a sentirse toda suya, a confesarle su amor, como
antes, a la margen del arroyo en la mañana inolvi-
dable de la despedida.
No quería pensar; habría querido morir allí, ane-
gada en su efímera dicha.
El volvió a hablar :
— Angelina, ¿no me dice nada? Yo querría, ya
que nada puedo pedir, querría ver un instante lo
que hay en: su pensamiento, ¡sume ha olvidado, si...
Ella no contestó ; pero como él se quedara en si-
lencio aguardando la respuesta, volvió la cara para
que él no viera cómo sus labios figuraban la dulce
palabra que nadie oyó :
— ¡ Te amo !
El no comprendió, mas su invencible esperanza
lo ofuscó, y habló con vehemencia.
— Angelina, yo he visto en sueños el cuadro de
nuestra felicidad en un porvenir que no vendrá
nunca: mía, en un rincón ignorado del mundo de-
215
NOVIA DE VACACIONES

jando correr el tiempo como un río de amor y de


vida, sereno y cubierto de flores.
— ¡Oh, no! — protestó ella, mansamente.
Pero él prosiguió:
— Yo sé que es una mentira, pero sería tan fácil
transformarlo en verdad. . . Yo trabajaría a su la-
do con más valor y confianza; seríamos felices/
Hubo un momento de silencio en que los dos
pensamientos persiguieron la misma visión.
— Si se viene conmigo, ¿quién llorará su ausen-
cia?. Qué
.¿ hay en el mundo que tenga derecho a
separar las almas?
— El tíebetr — . murmuró ella con pena, por decir
algo, no porque en ese instante creyera que el de-
ber podía hacerla desgraciada.
— ¡El deber! ¿Quién lo ha hecho a ese deber?
¡Usted, Angelina! ¿Y quién cae en cuenta de lo
que hace por cumplir con ese deber que aquí nadie
adivina, ni nadie agradece ? . . . No piense en él . . .
sea egoísta por primera vez. Nadie la extrañará
cuando haya partido. No faltará algún buen cura
que nos case y después huiremos ; a nadie hace falta
aquí, donde nadie la quiere . . . ¿ Quién llorará su
ausencia?
El recuerdo de María Esther invadió de pronto
el indeciso espíritu de Angelina y f¡ué el pretexto que
necesitaba su voluntad para hacerse firme en la te-
rrible pendiente... ¡Ella!, la amable chiquita, la
lloraría; y pensaría que no la había querido nun-
ca.Oh,
¡ no le causaría esa pena !
216 HUGO WAST

Alejóse del balcón y habló con dureza para que


sus palabras fueran irreparables.
— (¡No, no! Eso está mal; no me hable<así; usted
no tiene derecho; me ofende; déjeme, vayase.
— ¡ Angelina! '¡ )
— Sí, váyase; yo no puedo oírle hablar de ese
modo; piense lo que diría la gente de mí, si su-
piera que está usted aquí; no me comprometa, sea
caballero conmigo y con Lidia.
Y no dijo más, porque él, en un arranque de do-
lor y cólera, ante aquel inesperado cambio de ex-
presión de
y frase, se fué sin despedirse. . .
— ¡ Lo he herido ! — pensó asustada de su propia
obra, viéndolo salir.
Y| le entró una desesperante angustia; se olvi-
daría de ella, la odiaría, la despreciaría, tendría
derecho de creerla coqueta. . . ¡ Oh ! ¿ Por qué le ha-
bló^ así ¡¿ Por qué| no mezcló un poco de cariño en
sus palabras crueles? Nadie en el mundo, mien-
tras ella ¿cumpliera con su deber (podía exigir-
le que lo hiciera sufrir. ¿Por qué lo había hecho?
¿Quién le iba a agradecer el sacrificio desconocido
y estéril de sus ilusiones y de su amor?
Corrió al balcón de la calle para verlo, tal vez
para llamarlo si tenía fuerzas, pero se había per-
dido ya entro los árboles sombríos de la avenida.
Comprendió el inmenso desamparo en que iba
a quedar para siempre, y se arrojó llorando sobre
el sofá.
Después, ansiosa de desahogar su corazón hin-
217
NOVIA DE VACACIONES

chado de lágrimas que no hallaban salida, se encerró


en su cuarto y trazó, mojando el papel con lágri-
mas, que caían en gruesas gotas, una página del
diario que había comenzado el día en que Julio le
mandó la hoja del suyo.
"Febrero. . .
Lo he dejado irse con el pensamiento lleno de
amarguras para mí? He estado loca. Su corazón
se me ha cerrado para siempre, y ahora que lo pier-
do siento que lo amo más que antes. ¿Por qué,
Dios mío, por qué he hecho esto? ¿Qué necio orgu-
llo me hizo creer que el deber me mandaba ser
cruel ¡y facerme dañó' a Irní (misma yjl daño a él?
j Ay, si volviera, cómo cambiaría mi suerte ! ¡ La no-
vela que él soñaba quizás no 'sería sólo un sueño !
¡ Pero no volverá ! ; ; se ha ido para siempre \"
Se levantó y se asomó a la ventana abstraída en
su dolor. '
Pero poco a poco la paz de las cosas fué entran-
do en su espíritu, y ese dolor tumultuoso que la ha-
bía vencido ¡dejó lugar a su habitual resignación.
Era Dios que todo lo arreglaba bien, a pesar de
los obstáculos que su flaqueza le oponía. ¿No ha-
bía renunciado hacía tiempo al amor? ¿Por que,
pues, afligirse por su pérdida, cuando, para ella,
eso mismo debía ser una dicha?
Acercóse a la mesita donde estaba, abierto aún
el cuadernito, y leyó lo que acababa de escribir.
¡Mentira, mentira! Aquello no estaba bien.
Arrancó la hoja y la hizo pedazos. Fechó una
218 HUGO WAST

nueva página y, tranquila ante los recuerdos que


iba evocando, escribió:
"i He triunfiado! ¡Bendito sea Dios! Tenía mie-
do; lo amaba con todas las fuerzas de mi alma,
y por un momento, ante su desesperada suplica,
me 'sentí débil. Ahora, después de la lucha, segu-
ra de que se ha ido para siempre, la alegría del
deber cumplido va inundando mi pecho. Siento
que este amor que creí inmutable, va transformán-
dose. Dios no quiere que se pierda; hay muchos
solos en el mundo a quienes acompañar; hay mu-
chos hambrientos de justicia a quienes comprender;
hay muchos sedientos de amor a quiene amar. En-
tre mi corazón y en mundo, todo lo viejo ha con-
cluido ycomienza el nuevo amor. ¡Bendito sea
Dios!"
Salió al jardín.
Desde el fondo de la huerta el vientecito de la
noche traía la frase de Rigoleto, que don Anselmo
no se cansaba de tocar.
Angelina la oyó, y en vano habría buscado en
ella el misterioso poder de antes. Nada la evoca-
ba, como si se hubieran borrado para siempre los
viejos recuerdos, y no la alcanzara el espíritu del
mundo.
XXII

Et^gida £NTR£ Mil,

Díaz de paz como una tregua en la batalla, gozó


Angelina después del triunfo.
Don Anselmo habíale prestado un librito pe-
queño que ella leyó en la semana de silencio, que
duró la ausencia de los Smith.
Como una lluvia mansa cayeron en su corazón
los serenos versículos, y su espíritu 'se llenó de ellos
como el cáliz de una flor, ¡Qué dulzura, qué dul-
zura había en las santas palabras ! — "¿ Qué miras
aquí no siendo éste el lugar de tu reposo?" — decía
el Señor.
"Conviene dejar un amor por otro amor. . . El
amor de las criaturas es engañoso y voluble. El
amor de Jesús es fiel y constante".
"Todas las cosas pasan y tú pasas con ellas. ¿De
qué te quejas? Cristo tuvo enemigos y detractores,
¿y tú quieres tener a todos por bienhechores y ami-

gos?"
220 HUGO WAST

Fué una resurrección en ella, de los cristianos


principios que como una santa semilla había depo-
sitado en ella su madre.
Habían caído en él las heladas de la indiferen-
cia de muchos años; pero como sin duda la pobre
mujer velaba desde el cielo por su dulce criatura
abandonada en el mundo, no murió la semilla, si-
no que germinó al calor de la adversidad y del con-
sejo.
Hacía meses que bajo la influencia de don An-
selmo se operaba en Anglina una transformación.
Comenzó por las prácticas devotas, ejercitadas
por misia Tere con tal pobreza de espíritu que ella
empezó a huir de las misas aristocráticas, en las
iglesias de moda, para asistir a otras más modes-
tas y solitarias, en donde hallaba el atractivo de
las cosas que despiertan recuerdos de la in-
fancia.
Era como si en su memoria se rasgara el Velo
que ocultaba la niñez ; ella había visto todo aquello,
ella había oído misa en aquellos mismos templos,
ella había rezado las mismas oraciones al lado de
su madre. . . ¡Qué lejos estaba eso y qué triste era;
per aun así, cuánta ilusión había en despertar el
pasado !
Pero estaba escrito que sus días en el mundo iban
a ser días de lucha.
Como un antiguo sueño se había borrado de su
memoria la escena con Julio, que él también pare-
cía haber olvidado.
NOVIA DE VACACIONES 221

Poco tiempo después de la vuelta de los Smith


regresó don Víctor, a quien la ausencia le reveló
que estaba enamorado de Angelina como un cole-
gial. Debía confesarle su amor, pero sentíase más
tímido que antes.
De noche, en el silencio de su alcoba, pensaba en
'su declaración, componía sus diálogos y combina-
ba preguntas intencionadas para atraerla a la te-
mible cuestión y le parecía tan llano todo, que se
dormía decidido a no pasar del dfia siguiente sin
hablarla de ello.
Pero la mañana traíale nuevas incertidumbres.
Llegábase a ella, entablaba una conversación indi-
ferente, lehacía un elogio que la niña premiaba con
una sonrisa, buscaba sus preguntas; pero parecíale
todo tan fuera de propósito, que enmudecía o se ale-
jaba del tema. Después era Javierita, o misia Tere,
con alguna impertinencia, o la misma Angelina con
alguna tarea, los que se encargaban de dar fin a la
infructuosa conferencia.
Iba siempre a la casita de la calle Ayacucho, don-
de vivía Magdalena; pero con una inocencia las-
timosa en él, que se preciaba de gran conocedor
del carácter de las mujeres, aunque en realidad na-
da era menos cierto, hacía a la hermosa florentina
confidente casi de sus entusiasmos por Angelina.
— "Ex abundantia cordis, os loquitur" — habría di-
cho don Anselmo.
El enamorado coronel no podía callarse y ha-
blaba de lo que le llenaba su pensamiento, sin dar-
222 HUGO WAST

se cuenta de que hacía dos meses iba envenenando


la vida de la huérfana, que se entregara a él llena
de amor y de confianza.
Fué una lucha continua la que ella sostuvo con
su temperamento de mujer enamorada para vencer
los arrebatos de celos que la asaltaban algunas ve-
ces, y no desmintió su sangre, porque fué el sen-
timiento de su dignidad lo que la contuvo.
Una vez don Víctor llegó a la casa de los Smith
en ocasión de que sólo estaban en ella Angelina y
María Esther, regando sus plantas. Las otras muje-
res andaban de paseo.
Las circunstancias, propicias como nunca, o el
gesto amable con que la niña le tendió la mano, lo
impulsaron a hablar, y en cuanto hubo pronuncia-
do las primeras palabras, su declaración brotó ar-
diente yespontánea.
Angelina lo escuchó conmovida, deshojando con
gran cuidado una rosa marchita que había en un
rosal.
— Eso no es para mí — contestóle dulcemente.
-— ¿Por qué?
— Usted dice que sueña con una mujercita ca-
riñosa para llenar ese vacío que dice que hay en. . .
¿en su corazón, no?
— Sí, en mi corazón y en mi casa — respondió él,
encantando con sus palabras suaves.
— ¿Y bien? — preguntó después de un momento
de silencio.
223
NOVIA DE VACACIONES

Ella alzó los ojos y lo miró, deshojando siempre


su rosa.
— Y bien — repitió ; eso no es para mí ; yo no sa-
bría vivir en ese gran mundo adonde usted querría
llevarme,- sería como una golondrina aturdida que
se ha entrado en una habitación ; ¿ no le parece ?
— i No, no, no! Es que me rechazas, me recha-
zas — murmuró con un sentimiento tan grande que
ella se sintió apenada.
— No yo no lo rechazo — respondió ; — es que las
cosas son así; ¿qué dirán mañana de mí?
— i Cómo ! ¡ Qué dirán ! ¿ Quiénes ?
— Esas otras señoritas que lo querrían a usted.
— ¿Qué señoritas?
— Usted sabe. . .
— Por ejemplo. . .
— Javierita.
— ¡Ah! ¿Te importa acaso algo de lo que pue-
da decir Javierita?
— Por .ella no, pero por mí sí, y por Lidia, que
repetirá lo que ella diga...
Tomóle él la mano y se la estrechó entre las suyas
como un viejo amigo.
— ¡Pobrecita, pobrecita! Por eso, porque nece-
sitas quien te ampare, quien te consuele, quien te
defienda, quien te quiera, te he ofrecido mi amparo
y mi cariño; y porque eres dulce y humilde y bue-
na, te he elegido entre mil. . .
— No, no ; eso no ¡es para mí ; es en el gran mun*
224 HUGO WAST

do donde debe buscar usted su mujer; eso no es pa-


ra mí, que estoy tan lejos del mundo.
¿Sintió él la verdad de la última frase? No, pe-
ro no insistió.
— Quiero que no contestes ahora; quiero que lo
pienses, Angelina, para que otra vez me digas qué
debo hacer de mis ilusiones; tu respuesta será mi
sentencia, y quiero que no la dicte ni tu humildad
ni tu coquetería... ¿Sabes, Angelina, que estás
aprendiendo a ser coqueta?... Quiero que la dicte tu
corazón. . . ¿Me das una rosa?
Ella cortó una rosa y se la dio sonrojándose.
El comprendió el significado de ese rubor, y como
si en ello hubiera ido envuelta una esperanza
se despidió alegremente y salió a la calle tara-
reando la marcha nupcial de Mendelsshon.
XXIII

"Porque; eres dui^ce y humilde y buena. .

La mucama de Javierita no había perdido un


gesto de la conversación de don Víctor con ella.
Tampoco se le había pasado por alto la extraña
conferencia de Julio en aquella tarde en que debió
salir para Montevideo, y ambas noticias se las dió
juntas a la solterona, que se puso verde de ira.
. — ¡Habráse visto mayor escándalo!
Media hora después misia Tere conocía el suce-
so. Mas era necesario avergonzar a la delincuente
delante de todo el mundo, y este "todo el mundo"
se refería a Mr. John, el defensor de Angelina,
que había ido a Bahía Blanca con María Esther,
y tuvo que contener su indignación hasta que él
volviera.
Esa noche, en el comedor, Angelina se dió cuen-
ta de que la habitual hostilidad contra ella había
crecido.
Pero estaba su espíritu tan empapado en manse-
226 HUGO WAST

dumbre y humildad, que cuando se retiró a su


cuarto no llevaba en su corazón ni una sombra de
pena, sino una gran dulzura triste y un gran so-
metimiento atodas las cosas que pudieran venir.
Sin embargo, el día siguiente, sola en su cuar-
to, sintiéndose más aislada y solitaria que nunca,
desde que faltaba Mr. John, que era su protector,
y María Esther, que era su cariño, se echó a llorar.
Las palabras de don Víctor cruzaron por su me-
moria. . f
"Porque tú necesitas quien te ampare y quien
te quiera, te he ofrecido mi amparo y mi cariño; y
porque eres dulce y humilde y buena, te he elegido
entre mil ..."
¿Pero era verdad? ¿Era verdad que había en e]
mundo alguien que la comprendiera, alguien que le
dijera eso, allí donde la creían soberbia y egoís-
ta? ¿Era verdad que alguien le ofrecía su amor, un
noble amor que podía aceptar, allí donde para ella
no había más que frialdad y despego y quizás odio?
Sintió una gran simpatía y un inmenso reco-
cimiento hacia quien así sabía quererla. Recordó
la simpática figura de don Víctor y algo como el
calor de una ilusión se derramó en su alma, una
ilusión de vida tranquila y libre, sin amarguras, sin
humillaciones, sin combate.
¡Qué sueño tan hermoso vivir al lado del exce-
lente amigo, llenando su corazón y su casa! ¡Qué
descanso apoyarse en aquel brazo fuerte que sa_
227
NOVIA DE VACACIONES

bría defenderla, vivir al amparo de aquel gran ca-


riño !
¿Por qué rechazarlo? ¿Por qué empeñarse en ser
sola siempre?
No estaba ya de por medio- ese tremendo deber
que tronchaba siempre sus alegrías. ¿Por qué,
pues, no aceptar la dicha, cuando la dicha venía
a ella?
Cerró los ojos y su alma se sumergió en el re-
cuerdo de las pequeñas, y delicadas atenciones con
que don Víctor había ganado su simpatía.
"Porque eres dulce y humilde y buena, te he
querido "
Sacóla de su ensueño el sonido de la campanilla.
Salió al vestíbulo, con la esperanza de que fuese
Mr. John cuya vuelta se aguardaba para ese día.
Su sorpresa fué* grande por lo desacostumbrado
de la visita.
Era Magdalena. Hacía mucho tiempo que Ange-
lina no iba a la casa de la huérfana,, porque evi-
taba cunto podía el andar sola, y ya María Esther
no se la cedían fácilmente para que la acompañara.
Por eso notó mejor el cambio operado en las
facciones de la hermosa muchacha. Estaba pálida
y sus magníficos ojos azules llenos de una gran tris-
teza, por lo que Angelina adivinó que venía a hacer-
la confidente de sus penas, y se llenó de indulgencia
y de simpatía.
Quería de veras a Magdalena por la semejanza
228 HUGO WAST

entre su propia vida y la vida desamparada y po-


bre de la huérfana.
— ¡Ah, por usted venía! — dijo ella al verla, con
un suspiro de alivio. — Temía no encontrarla o no
poderla hablar.
Estaba trémula, como poseída de un gran espanto.
Angelina la besó cariñosamente y la hizo pasar.
— ¿Qué hay? — le dijo afligida también ella con
la aflicción de la otra.
— Escúcheme y perdóneme; usted no me conoce
casi, pero yo la conozco a usted bien, ¡oh, muy
bien! Así he aprendido a quererla... ¡Sí no estu-
viera segura de usted, no habría venido! — dijo esto
anhelante, y añadió 'sonriendo con una sonrisa tris-
te: — ¿ Sabe cómo he aprendido a conocerla y a
quererla ?
—¿Cómo? — preguntó Angelina ingenuamente.
■— Oyéndolo a don Víctor. . .
Cerró los ojos, como si aquel pensamiento la ape-
nara, ydespués, serenando su rostro y su expre-
sión, habló con más confianza.
¡Qué la perdonara! Le pedía que la perdonara
porque necesitaba toda su indulgencia para dis-
culpar el pedido que iba a hacerle. No podía ima-
ginarse las noches que había pasado, sin dormir,
pensando en ir a verla, y dudando. . . Sólo ella po-
día salvarla; no sospecharía nunca las angustias
que tuvo que vencer cuando por fin se decidió...
¡ Sólo Dios sabía lo que le costaba hacer lo que
hacía !
229
NOVIA DE VACACIONES

Llorando le contó su triste historia.


Llena de confianza en un mundo ignorado de
ella, oyó que le hablaban de amor, y amó con to-
das las* fuerzas de su corazón virgen, que no tenía
ya en el mundo a quien amar. Inocente, crédula,
enamorada, fué débil ¡ oh que la perdonara de nue-
vo si hería sus oídos santos con aquella triste con-
fesión! Amaba 'siempre, sin rencor y sin celos, a
quien la engañó, porqué sabía que el primer enga-
ñado había sido él.
Lo conocía muy bien, quizás como él mismo no
se conocía: era,! /noble [y bueno, pero era capricho-
so como un niño grande que se enamora de un ju-
guete ydespués lo olvida. Tan niño era, que no
había caído en cuenta de que él mismo se delataba
sin querer, hablando de ella.
— El viernes — le dijo — fué a casa. Iba alegre ; Vd.
sabe que siempre lo está, pero era otra la alegría que
entonces llevaba ; se traiciona él mismo ; cuando ese
hombre tiene algo adentro, necesita hablar porque
el secreto lo quema. Tal vez quiso callarse, pero no
pudo y habló de usted con un modo que delataba
su nueva pasión.... ¡ Mehacía sufrir ! Comprendí... us-
ted sabe que las mujeres, cuando queremos: bien, lo
advinamos todo, comprendí que se la había decla-
rado ¿no es verdad?
Angelina contestó que sí con la cabeza.
— ; Ya ve!. . . También comprendí otra/cosa. . .
he venido a decírselo todo, discúlpeme; comprendí
que usted no lo quería . . . , mejor dicho, que no lo
230 HUGO WAST

quería como se quiere a un novio... pero advine


que lo iba a querer.
Lo dijo con una especie de exaltación, como si
llevara el corazón en la mano y quisiera mostrarlo
a todo el mundo,
Angelina no alzaba los ojos y pensaba mucho.
— ¿No ha vuelto?, — preguntó Magdalena.
— No — hizo ella, con la cabeza.
Magdalena respiró y, más tranquila, siguió ha-
blando con su voz suplicante, llena de pasión y de
esperanza.
Era duro para una mujer pedir lo que había ve-
nido apedirle ; pero es que no lo pedía sólo por ella ;
no era ya sola en el mundo, aunque ahora el desam-
paro habría sido más cruel ; por eso y porque cono-
cía lo grande que /era su (alma, venía a suplicarle
que no la dejara pasar esa vergüenza
— Don Víctor — dijo humildemente — se iba a casar
conmigo; ya estaba todo preparado; entraba en mi
casa como mi novio; creo que había comprado ya
mi ajuar, usted sabe que yo soy pobre: era tan fe-
liz yo, y parecía él tan feliz, que entonces no me di
cuenta de por qué se fué enfriando poco a poco. . .
Después pensé que otro amor le desviaba de mí y
así fué. . .
Angelina alzó por fin la cabeza, y echando los
brazos al cuello de la joven murmuróle al oído:
— ¿ Pero usted creyó alguna vez . . . que yo, un
minuto siquiera, con el pensamiento o con la volun-
tad, fui culpable de esto y quise robarle su amor?
NOVIA DE VACACIONES 231

— ¡ No, no, nunca lo creí ! — protestó Magdalena


con un acento ien que palpitó la verdad. — A usted
se la ama por usted misma, sin que quiera ser
amada. . . .
— ¡Gracias, gracias! Y ahora ¿qué quiere que
haga?
Magdalena se acercó más a ella, y sin mirarla, le
hizo el gran pedido.
¡Que no la dejara olvidar! ¡que lo hiciera volver
al ingrato ! ¡ Lo amaba tanto, que sabría hacerse
amar! Y lo haría feliz. . .
Tenia los ojos llenos de lágrimas, de un llanto
alegre como una lluvia de primavera, y estaba tan
linda con el semblante animado por la esperanza,
que Angelina comprendió que no era tan ardua la
empresa que le confiaba.
Ni por un momento lamentó que el destino tron-
chara de nuevo la ilusión que había estado acari-
ciando con el pensamiento puesto en las palabras de
don Víctor, "porque eres dulce y humilde y buena
te he elegido entre mil. .
Porque en el fondo de su alma había sentido na-
cer una ilusión más grande que todas, la ilusión de
hacer el bien, de derramar la alegría y la felicidad
alrededor de ella.
XXIV

En casa dex coroné

No podía decirse que era el corazón lo que le


anunciaba a Javierita que sus ilusiones corrían un
gran peligro. La solterona, sentimentalmente hai-
blando, no tenía corazón; suplíalo haciendo funcio-
nar su vanidad y un deseo rabioso de cambiar de
estado: eso era todo.
Pero justamente por eso, los presentimientos va-
gos de otras en ella eran sutiles adivinaciones.
Ese domingo sentía Javierita una verdadera an-
siedad por saber qué hacía don Víctor, mientras
ella con su hermana y sobrina empleaban el tiempo
en vanas visitas. Muy bien a esa hora podía estar
el gran diablo haciendo la corte a Angelina.
Como a las cuatro, en casa de las amigas adonde
ellas se habían quedado, anunciaron que su auto-
móvil acababa de llegar.
Javierita experimentó una sensación de alivio.
Y, sin embargo, cuando despedidas ya, iban a su-
NOVIA DE VACACIONES 233

bir para regresar, sintió un antojo de pasar por ca_


sa de don Víctor, antes de volver a la suya, pero sin
su hermana, por si acaso estaba allí el ex coronel a
quien deseaba darle una noticia. ;A ver qué cara
pondría cuando le (contara, como 'quien no quiere
la cosa, lo de la entrevista de Angelina con Julio !
— Tere — dije quedándose de pie en la acera
cuando su hermana se arrellenaba en el automóvil,
— déjamela a Lidia, vamos a irnos a pie; hace días
que no hacemos ejercicio.
Misia Tere accedió, porqué era imposible que no
accediera a las cosas de Javierita.
Cuando el automóvil hubo partido, la solterona
se orientó mentalmente.
— ¿Sabes, Lidia, que estamos a siete cuadras de
lo de Víctor? ¿Vamos a hacerle una visita, a ver
en qué gasta los domingos el muy bribón? Hace
tres días que no va por casa.
Y como la niña asintiera, echáronse las dos a tro-
tar por la amplia acera, la falda recogida con una
artificiosa exageración Javierita, y Lidia con una
gracia coqueta.
¿ Pero qué era lo que a Javierita le daba esa sen-
sación de maligno placer al hacer una visita que
tantas veces había hecho?
Cuando Magdalena salió de casa de los Smith,
era temprano todavía. En el gran reloj del comedor
sonaron las tres.
Con una rápida imaginación, hostigada por el de-
234 HUGO WAST

seo de aprovecharse de la ausencia de misia Tere,


Angelina ideó su plan,
Hádasele un poco cuesta arriba el primer paso
que había de dar.
Tenía que ir a casa de don Víctor, sabía dónde
era, porque una vez con María Esther entraron, in-
vitadas por el tío, a comer bombones, de que el co-
ronel tenía siempre un buen surtido.
Pero entonces era distinto, iba acompañada y,
más que todo, don Víctor no aguardaba como aho-
su respuesta.
Mas estaba decidida a hacer las cosas bien, y no
vaciló. Vistióse rápidamente; miróse al espejo y
viéndose tan hermosa acarició su imagen con una
sonrisa y salió.
i Cómo le latía el corazón cuando llegó a la puer-
ta del hotelito!
Sentía que la sangre le encendía el rostro, porque
tenía muchísima vergüenza de ir a esa casa en tales
circunstancias. Parecíale que si hubiera visto pasar
a algún conocido mientras ella aguardaba que abrie-
ran, se habría caído redonda, como un pajarito in-
solado.
Don Víctor en persona salió a recibirla a la
puerta.
— ¡ Oh ! — exclamó enormemente admirado. —
¿Tu, mi sobrina, tú,
Aquella justísima sorpresa la avergonzó más y
apenas pudo darle la mano, sin articular palabra.
NOVIA DE VACACIONES 235

— ¿Pero qué tienes? — preguntó él notando su


gran turbación.
— Nada tío, ya verá. . .
Rizóla pasar, mas no a la sala, sino al comedor,
dejándose abierta la puerta cancel, con una distrac-
ción muy natural en el coronel, transportado al quin-
to cielo por aquella dicha inesperada.
Había decidido ir esa noche a lo de los Smith,
por la respuesta de Angelina. No estaba seguro
de poder hablarla; pero con aquella naturaleza sin
artificios ni coqueterías, no eran necesarias las con-
ferencias largas; con la primera mirada le diría a
Angelina si lo aceptaba o no. ¡ Pero allí estaba lo
tremendo del caso ! Con una mirada iba a dictarle
una sentencia de vida o muerte, y el corazón le decía
que las sentencias de Angelina eran irrevocables.
Tenía un gran miedo. Había hecho tantos cas-
tillos's en el aire, que temblaba por ellos. -
Pensando que ella venía a eso, y naturalmente a
darle el sí, porque sino no hubiera venido, remordió-
le la conciencia su desconfianza y lo apesadumbró
su cobardía.
i Qué dicha, qué inmensa dicha!
Al pasar por el vestíbulo echó una furtiva mira-
da al ancho espejo de la bastonera y se torció el
bigote. ¡ Diablo !, tenía que estar buen mozo para no
desilusionarla.
En el comedor don Víctor sacó una bombonera.
■— ¿ Quieres ?
236 HUGO WAST

— No, gracias; después, cuando hayamos habla-


do. .
El sonrió y quedóse callado aguardando que co-
menzara pero
; estaba la pobre tan emocionada que
no acertaba a hacerlo, y como quisiera ayudarla,
atrevióse a insinuarla suavemente, admirado él
mismo de su audacia:
— ¿ Pensaste ya ?
—¿En qué, tio? -— preguntó ella sin caer en la
cuenta.
— En lo que te dije el jueves, ¿recuerdas? Que-
damos en que me contestarías. ¿Me traes esa res-
puesta? ¿Es alegre, es triste?
Aquello le dió ánimo.
— ¡ Oh, no !, no se trata de eso, tío. Usted com-
prende que si fuera así, no habría venido.
El coronel se puso rojo hasta la raíz de los ca-
bellos, pero disimuló su sobresalto.
- — Bueno, habla, dime lo que sea.
— Se trata de Magdalena — comenzó resuelta-
mente Angelina ; y siguió sin hacer caso de la cara
estupefacta de don Víctor; — he estado con ella,
¡oh, la pobre!, hemos hablado largo, largo; yo no
sé cómo se animó a contármelo todo; ¡es tan tris-
te su historia ! ; pero bendigo esa valentía que tuvo.
Tío . . . , con el corazón en la mano me va a hablar
usted, como ella me habló a mí como yo le estoy ha-
blando. Usted la ha querido, usted le prometió ca-
sarse con ella, ¿no es verdad? Bueno, ¿por qué,
pues, usted que es caballero y hombre de palabra,
237
NOVIA DE VACACIONES

por qué la deja? Usted no la conoce bien; creyó


que era una pobre muchacha frivola como muchas
de la clase en que ella ha vivido siempre, porque no
sabe qué delicadeza de sentimientos hay ¡en ella ; no
sabe cuánto lo ama. Ella a venido a mi, ¡ ya ve usted,
a mí, a quien cree su rival, porque usted mismo se
lo ha hecho comprender! Si la hubiera visto cómo
llegó, pálida, miedosa, avergonzada ; y cómo se fué,
consolada, llena de alegría y de confianza porque
esperaba en mí. Usted no la ha visto nunca así, por-
que si la hubiera visto no la habría abandonado . . .
¿por qué la dejó?
— Yo no la he dejado — murmuró don Víctor,
que no sabía dónde meterse con su confusión y
con su plancha.
— Bueno; ya veo que todo tengo que decirlo yo,
porque a usted no le voy a sacar la verdad. La de-
-jó porque es así, perdóneme la franqueza: tantas
veo, tantas quiero.
El sonrió animado por la sonrisa de ella.
— Yo no diría nada de eso, mientras eso no cau-
sara daño a nadie..., ¿pero sabe usted todos los
corazones que puede llenar de tristeza con un ca-
rácter así? Mire, tío, usted no conoce bien a las mu-
jeres; las juzga por tres o cuatro que habrá conocido
un poquito; usted no sabe que cuando nosotras ama-
mos sin ser comprendidas, o cuando nos engañan,
tenemos el orgullo del silencio y sufrimos sin que-
jarnos, aunque las penas nos maten..., pero eso,
i cuando amamos!
238 HUGO WAST

— Entonces — insinuó desventuradamente don


Víctor, por decir algo, — Magdalena que se que-
ja, no. . .
— No, no diga eso; no hable así, porque no pa-
rece un hombre serio, tío. Magdalena lo quiere con
toda su alma, ¿no se ha dado cuenta usted?, y
habría muerto con 'su secreto y con su pena si hu-
biera sido sólo por ella. Cuando ha venido a hablar-
me, a contarme su historia en sus detalles más ín-
timos, esa pobre historia de huérfana abandonada
que ha confiado en el primer hombre que la habló
de amor, y a quien amó con toda su alma, no ha
sido sólo por ella. Toda mujer que se estima tiene
orgullo, y basta verla a ella, altiva como una reina,
para saber que lo tiene y más arraigado y más le-
gítimo que nadie... ¿Calcula usted, tío, lo que le
habría costado vencerlo, para venir a mí, que era
su rival, a confesarme su amor y su vergüenza?. . .
¿Cree usted que por ella sola habría hecho eso?
• ngelina se quedó silenciosa mirando a don Víc-
tor en los ojos. A los dos segundos, don Víctor
tenía toda la sangre en la cara; a los cinco segun-
dos, había bajado la vista y murmuraba compun-
gido :
■— Ya comprendo..., yo no sabía..., ¡ la pobre
Magdalena !
— ¿Verdad, tío?... Vamos a hablar como vie-
jos confidentes, ¿la cree usted buena?
—Sí.
—¿La cree hermosa?
NOVIA DE VACACIONES 239

— ¡Diablo!, ¡hermosísima! ¿No te parece?


— Ya lo creo que me parece... ¿La quiere?
Don Víctor, tosió.
— No me engañe, ni se engañe usted mismo; diga
la verad . . . ¡ Ah ! Ya veo que no se atreve a decir
que sí porque estoy yo . . . ¡Si supiera que ya no
soy del mundo !. Escuche un secreto tío.
Acercóse más y le dijo algo al oído, y luego
añadió :
— Ahora, contésteme: ¿la quiere?
— Sí — respondió don Víctor con el tono de un
acusado que confiesa su crimen y está orgulloso de
él — sí, la quiero; la había olvidado por tí, ingra-
tona ; tú tienes la culpa de todo ; pero ya que no
perteneces al mundo, y quieres . . .
— ¡ Chist ! Es mi secreto ; que ni las paredes lo
oigan.
— Bueno, ya que te empeñas... ¿Crees que la
rubia me hará feliz?
Don Víctor, en los primeros tiempos, llamaba
la rubia a Magdalena, sobrenombre cariñoso que
más tarde olvidó.
— <\Que si lo hará feliz ! ¡ Dios santo ! ¡ Pero us-
ted no sabe el tesoro que es esa muchacha!
— Entonces no tengo inconveniente en. . .
Don Víctor se mordió la punta del bigote, vaci-
lando en decir la palabra delante de aquella su no-
via de un día.
— En casarse — añadió Angelina. — ¡Oh, sí!
¡Qué felices serán ustedes! ¿Cree que haya en el
240 HUGO WAST

mundo otra mujer que lo merezca como Magda-


lena? ¡No! Ahora vamos a fijar la fecha. . . ¿Será
pronto.
— Lo más pronto posible; lo que se ha de empe-
ñar, que se funda, — respondió el coronel entusias-
mado ya.
— i Oh ! ¡ Cuánto me alegro ! Ahora, sí, tío, traiga
sus bombones.
-— Bombones, no; ¡Champagne!
Y f¡ué un hermoso espectáculo el ver a Angelina
y a don Víctor, cuyos destinos estuvieron a punto
de unirse para siempre, brindando alegremente por
su separación, para siempre también.
La niña no hizo más que mojar sus labios. No
quería demorarse : apenas si tendría tiempo de vol-
ver a su casa antes que misia Tere.
Pero hecho el bien a los otros, pensó un momen-
to en ella, y más conmovida de lo que creyó, dijo a
don Víctor:
— Y aunque yo no sea casi del mundo ya, no me
olvide . . . — y agregó esbozando una de esas son-
risas que disimulan las quejas del alma: — me
gusta que me quiera a mí también... como a una
hija.
— ¡ Oh, sí !, — exclamó el coronel conmovido por
la desconocida emoción que vibraba en la voz de
Angelina: — ¡como a un hija! — y le tomó la
mano, acariciándosela dulcemente.
Quedáronse los dos en silencio. Don Víctor mi-
raba a Angelina que tenía los ojos bajos. En me-
NOVIA DE VACACIONES ' 241

dio de la alegría del bien, que respiraba siempre su


semblante, adivinábase una interna tristeza que se
derramaba en su rostro como la luz de un lámpara
en el globo esmerilado que la cubre.
Era el eterno pesar de aquella gran alma conde-
nada ala obscuridad y ai olvido; ella que era pura
luz.
Por una rápida intuición, don Víctor, que no era
fuerte en psicología femenina, comprendió el do-
lor silencioso de Angelina, y con la voz trémula de
un amor santo como el amor de un padre, la atrajo
hacia sí:
— ¡ Oh, mi Angelina, qué gran alma tienes ! — y
sin que ella opusiera la menor resistencia, la besó
en la frente.
Y a tiempo que ella exclamaba alegremente para
deshacer la niebla de melancolía que había caído
sobre ellos : "¡ El casamiento para el quince del mes
que viene, ¿verdad?", entraban Li'dia y Javierita en
el comedor,
— ¡Vaya! — exclamó ésta. — ¿No nos convidan
al champagne?
Don Víctor la miró indignado, comprendió en
la expresión diabólicamente triunfante de la solte-
rona que había sorprendido la escena.
— ¿ Quién les abrió la puerta ? — preguntó con to-
no seco.
— Estaba abierta — contestó Lidia.
— Esto es ; y no creíamos hacer nada inconvenien-
te entrando en casa de un tío viejo, sin llamar —
É42 HUGO WAST

contestó Javierita con un tonito más seco y más


agrio que decía a gritos : "\ A mí no me importa na-
da de tí, vejestorio, puesto que te casas !"
Angelina no había dicho una palabra. Por un ins-
tante sintió que el rubor le subía a la cara, pero
logró dominarse. Ni un músculo crispado en su ros-
tro, reveló su disgusto ; sólo la mirada, la tierna mi-
rada endurecida como un reproche, envolvió la im-
pertinente figura de la solterona.
— Se me hace tarde; me voy, tío.
— ¿No quieres irte con nosotras — preguntó Li-
dia.
— No, gracias; — respondió ella con su habitual
dulzura.
Y salió acompañada hasta la puerta por don
Víctor.
XXV

Bajo ws naranjos

Terrible fué el alboroto que se armó en lo de


misia Tere cuando llegó Javierita con el cuento.
La solterona se había largado detrás de Ange-
lina, consiguiendo llegar antes, porque tomó un co-
che, mientras que la otra, con menos recursos, su-
bió modestamente a un tranvía que la llevaba dando
un largo rodeo.
Cuando Javierita llegó a su casa con Lidia, vien-
do el automóvil a la puerta y hallando ante un es-
pejo a misia Tere que se ponía el sombrero para
salir al corso, hizo un gesto enigmático.
— Hoy no vamos.
— ¿No? — preguntó la cara asombrada de mi-
sia Tere.
— ¡No! j Verás lo que te traemos! Mira, despi-
de el automóvil y siéntate — y aplastándose en la
primera silla con que tropezó, comenzó a abani-
carse furiosamente, como si iel aire le faltara —
244 HUGO WAST

¡ Qué escándalo !, ¡ qué escándalo ! i Y tenga una


confianza en los hombres !, ¡ y atrévase una a visitar
a estos solterones!
Misia Tere, que primero había fruncido el ce-
ño, abrió enormemente los ojos y la boca para no
ahogarse con la estupefacción que le producía se-
mejante alharaca.
— Serénate, hija, — pudo decir al fin, y tocó el
timbre. — Dile a Gervasio que se vaya — ordenó
al criado que acudió.
Gervasio era el chauffeur.
Quitóse el sombrero, y serenada ella misma por
la curiosidad de averiguar el enigma, se hundió en
un sillón,
' — ¿ Qué ha sucedido ?, ¿ es algo de Angelina ?
— Verás — contestó la otra, tirando los guantes
y el abanico y el sombrero, porque todo le estor-
baba para ilustrar en el aire a manotones la reía"
ción de aquel escándalo mayúsculo.
— ¡ Lidia, vete ! — ordenó a su sobrina.
La niña quiso protestar, porque le habría gusta-
do colaborar en las descripciones de Javierita; pero
su madre, que había comprendido, acentuó mejor:
— ¡Vete! ¡Estas cosas no son para tí!
Lidia se retiró, pero quedóse escondida detrás
de una cortina para escuchar la interesante narra-
ción, aun a riesgo de que arañara su pudor de sen-
sitiva.
Solas ya, con una elocuencia que para sí hu-
biera querido el padre Jordán, Javierita contó la
NOVIA DE VACACIONES 245

escena oscureciendo sus tonos para que resultara


horrenda.
— ; Figúrate ! ¡ Ha ido a buscarlo, a buscarlo ! Es
claro; como hacía tres días que no aportaba por
aquí, la señorita estaba afligida, y lo más natural
era eso; y el otro, que es un viejo verde, qué iba
a hacer sino recibirla de mil amores, en el comedor
¡figúrate!, y servirle champagne, para entusiasmar-
la o marearla, ¡Dios sabe qué!, y al fin, como pos-
tre, besuquearla ; eso sí, dándole palabra de casa-
miento que ella le pedía. . . Para el 15 del mes que
viene, te lo participo, porque seguramente ellos no
lo harán, tendremos bodas. ¡Ja, ja, ja! ¡Los aza-
hares ésos que me los claven en la frente ! ¡ Si co-
noceré yo las mañas de ese picaro !, ¡ si sabré yo
los bueyes con que aro, como diría tu marido!
— ¡Pero mujer!, eso es grave; ¿lo has visto bien?
— inquirió misia Tere, anhelosa de que la historia
fuera bien cierta, porque su conciencia rechazaba
los juicios temerarios.
— ¡Vaya si lo he visto!, ¡lo hemos visto] La puer-
ta cancel estaba abierta, y como no se veía a nadie,
nos entramos así de sopetón, ¡ cualquier día vuelvo
a meterme yo en casa de estos solterones ! ; entra-
mos como te digo, y despacito, despacito, porque
nos decía el corazón que allí había gato encerrado,
llegamos al comedor, justo en el momento en que
él la besaba, ni más ni menos, la besaba, ¡ qué ho-
rror! No sería la primera vez seguramente, y no
te sabré decir si era el prólogo o el epílogo de algo
246 HUGO WAST

peor; yo cuento lo que vi y nada más. Y luego la


mosca muerta , zalamera como un gato, le decía;
sin ponerse colorada siquiera: "el casamiento para
el 15 del mes que viene, ¿verdad? "
— ¿Y cuando ustedes entraron ?
— ¡Ah! ¿Crees que se asustaron mucho? ¡Bah!
Mentiría 3¡ dijera que les salieron colores a la ca-
ra a ninguno de los dos; ella tan fresca, y él, por
supuesto, de estas cosas tendrá a montones en 'su
vida . . .
Oyóse en ese momento el ruido de la puer-
ta que se abría porque alguien llegaba de la ca-
lle. Era Angelina, que pasó sin inmutarse.
— ¡Esa mujer es cínica! — dijo la solterona con
un gesto de repugnancia.
— Ya la voy a arreglar; ¡esto es intolerable! —
exclamó la señora. — No aguardo ni un minuto
más; las cosas hay que hacerlas sobre caliente;
cuando venga Smith, se enterará, si quere, de quién
és su protegida.
Y la mandó llamar.
Angelina había entrado en su cuarto con el co-
razón acongojado, pero con el espíritu firme, por-
que su conciencia estaba tranquila.
Preveía la escena que iba a tener lugar, y esta-
ba preparada a sufrirlo todo, porque tenía pues-
to su pensamiento en el juicio de lo alto, más que
en el juicio de los hombres.
Pero cuando entró la mucama, y con ese tono
altanero que afectan los criados al tratar con per-
247
NOVIA DE VACACIONES

sonas humilladas por sus señores, le dijo que mi-


sia Tere la aguardaba en la salita, todo su valor
se deshizo como una espuma, y 'sintió que se le
helaba la sangre en las venas.
Esperaba aquello, pero no tan pronto. ¡Le ha-
bría gustado tanto que estuviera Mr. John para
que la defendiera, o al menos María Esther para
que la consolara!
Pero estaba sola en medio de la hostilidad.
Estremecida y pálida fué a la salita, el lugar de
las grandes deliberaciones de misia Tere, donde se
reunía el consejo de familia en los momentos gra-
ves, donde se amasaban las cóleras y se condensa-
ban los rayos. Misia Tere, sentada en su hamaca
habitual, aguardaba a la niña, revestida de la gra-
vedad de un magistrado.
Cerca de ella, en un escritorio de laca, escribía Ja-
vierita.
Cuando entró Angelina, misia Tere, cargado el
gesto de desdén le indicó que cerrara la puerta
y se acercara.
Tales preparativos no eran a propósito para in-
fundirle ánimo, pero por su exageración misma le
devolvieron un poco de calma, y sin observar a Ja-
vierita, a quien adivinaba con los ojos clavados
en ella, posó su mirada serena — ¡oh, qué esfuer-
zos le costaba esa serenidad ! — en misia Tere, y
aguardó de pie el chubasco.
— Escúcheme — comenzó la señora tratándola
de usted, porque el tú, en esos momentos, habría
248 HUGO WAST

tenido un dejo cariñoso: — hasta Nuestro Señor,


con ser quien era, se quejó de la ingratitud de los
hombres.
Angelina conocía aquello: era el exordio de los
grandes discursos de misia Tere. A continuación
venía infaliblemente lo de su magno corazón y lo de
"¡porque así era ella!"
No pensó, sin embargo, en el aspecto cómico de
aquel comienzo, porque estaba azorada como una
palomita en presencia del gavilán.
— Un día — prosiguió la señora, satisfecha de
la entonación de su voz y halagada por un "esto
es" que Javierita no pudo tragarse — Sabiendo
que tú vivías en la sierra a la de Dios que es Pa-
dre, con grave peligro de perderte por tu carácter
indómito y egoísta, sin que nadie me lo insinuara
¡y sólo porque yo soy así, puro corazón, te quise
hacer un gran beneficio y te traje a mi casa. Te
traje para servirte yo de madre, para darte a Lidia
por hermana; para enseñarte, para educarte, para
civilizarte. No me dejaron de advertir los inconve-
nientes que había en traer a mi casa y poner al lado
de mi hija, que es pura inocencia y candor, a una
muchacha que había vivido desperdigada en los
montes ¡sí, desperdigada, no protestes! — cla-
mó alzando más la voz, porque Angelina abría los
labios, aunque su protesta no salió, ahogada por el
dolor: — pero fui sorda, porque cuando me entra
un cariño soy así. Y te traje a pesar de todo, y mi
casa fué tuya, y yo fui tu madre, y Lidia fué tu
NOVIA DE VACACIONES 249

hermana, f. . . . yo no sé si me lo has agradecido.


— Sí, señora — alcanzó a murmurar Angelina.
— Lo que sé es que no lo parece, y que tuvieron
razón los que me dijeron que era absurdo mi em-
peño en querer modificar un carácter como el tuyo,
porque la cabra tira al monte.
— Esto es, la cabra tira al monte — dijo Javieri-
ta colaborando en el agravio.
Angelina no oía, no quería oir, sentía que todos
sus propósitos de resignación se sublevaban ante
aquellos insultos que restallaban con furia en bo-
ca de la dama, a quien su silencio daba alas y bríos
y elocuencia para seguir hiriendo sin piedad.
— Todo eso hemos hecho por tí, y ahora quiero
saber con qué me has retribuido a mí el amor de
madre, a Lidia el afecto de hermana, a Javierita
la solicitud de amiga de que te hicieron objeto.
¿Para qué te sirvió la confianza que depositamos
en tí, dejándote sola, cuando nos fuimos a Mon-
tevideo, sino para burlarnos y afrentarnos y trai-
cionar s?. . ¡Cállese usted, no hable, estoy ha-
blando yo! ¿Creías acaso que porque nosotros no
te veíamos, el ojo de Dios no te espiaba. . . ?
Toda la timidez de la niña huía de su corazón,
porque siempre la injusticia- obraba en ella como un
resorte para levantarle el espíritu. Comenzaba a
ser dueña de 'su voluntad y escuchaba las torpes in-
jurias sin dolor, porque ya no la herían, y callaba
esperando que misia Tere la dejara hablar, a ella.
Pero la señora no estaba dispuesta a terminar,
250 HUGO WAST

porque la misma humildad de Angelina, en Vez de


desarmarla, la enardecía. Salió del terreno vago de
las alusiones y entró en los cargos 'concretos.
— ¿Por qué no quisiste acompañarnos a Monte-
video?, ¿por regar tus plantas?, ¿por cuidar a ese
viejo chocho de Anselmo, que muy bien se cuida
solo hace sesenta años? ¡Valiente hermana de ca-
ridad !¡ No, no fué por eso ! ; Fué por tener una
cita ! ¡ con un hombre ! ¡ en mi casa !
— ¡ Señora — exclamó Angelina en una llamara-
da de rebeldía.
Pero misia Tere no quiso oiría y siguió en el mis-
mo tono.
— ¿ Crees tú que es papel decente el que hace una
joven que se precia de honrada, dando hora a un
hombre, — ¡ya qué hombre!, ¡al novio de la hija
de la casa donde la han recogido y donde la col-
man de atenciones! — , para estarse con él en una
sala escondida, en medio de las sombras del ano-
checer, 'sin luz, ni nada ? ¿ Crees tú que es muy mo-
ral eso de ir sola a casa de otro hombre, cuyas cos-
tumbres debes conocer muy bien, a dejarse besu-
quear por él, y no quiero pensar nada más, a costa
de sacarle una promesa de matrimonio a él, que
sabes muy bien está comprometido con la que es
como tu hermana mayor, con Javierita?
— ¡ Señora ! — volvió a clamar la voz doliente de
Angelina, que no pudo seguir más de pie y se aba-
tió sollozando en un sofá.
— ¿Cuándo se había visto en mi casa nada pa-
NOVIA DE VACACIONES

recido? — prosiguió implacable la dama. — ¿Es


esa tu educación, es esa tu moral, es esa la reli-
gión que te enseña el padre Anselmo, eso lo que
aprendes en la Imitación de Cristo ? Hoy mismo es-
cribiré atu padre . . . Puedes irte a arreglar tus co-
sas, porque ni un día más quiero tener en mi casa
la piedra del escándalo ... \ Santo Dios, qué diría
el padre Jordán si supiera esto!
— í Sí, sí, ni un día más ! — gimió Angelina y co-
rrió a su cuarto y se echó sobre la cama y se puso
a llorar con la cara en las almohadas.
Pero se ahogaba. Necesitaba hablar, desahogar-
se, llorar a sus anchas, pero llorar con otro que lio"
rara con ella . . .
Corrió a la huerta a confiar al pecho noble de don
Anselmo todas sus congojas.
El buen viejo, sentado en su sillón, bajo los fres-
cos naranjos, rezaba su oficio.
Cuando vió "a su niña", como la llamaba con
afecto, llegar azorada y descompuesta, comprendió
que había allí algún gran dolor que consolar, y
con su voz apacible de pastor de las almas que aco-
ge con más amor las penas que las alegrías, di-
jole :
— ¿ Qué es eso, mi niña, qué es ? ; Por Dios !
¿Lloramos? ¿Quién la ha hecho llorar, hija? ¿Qué
le pasa? Cuente, cuente a su viejo amigo. . .
El tono mimoso del anciano le infundió ánimo,
y arrodillándose junto al sillón, como una penitente,
la joven exhaló su queja:
252 HUGO WAST

— Muchas penas, don Anselmo, y muchas inj


ticias. . . He sido humilde y me han humillado, he
sido justa y me han calumniado, he sido buena y
me han maltratado. He amado, he perdonado, he
olvidado las ofensas de los otros, y mis ofensas
no han sido ni olvidadas ni perdonadas. He acom-
pañado alos 'solos, y a mí nadie me ha acompaña-
do; he consolado a los tristes, y a mí nadie me
ha consolado. Me he cansado de buscar la justicia
y la paz y la alegría en el mundo, y vengo a bus-
carlas en Dios. He sufrido mucho, y estoy cansada
de tanta guerra, cansada del mundo y de la vida.
Padre Anselmo, ¿puede ser pecado estar cansada
de la vida?
— No, hija, no ; Job tenía tedio de su vida y pe-
día a Dios la muerte, pero Job fué más probado
que tú... ¿No has oído las palabras del Señor?
"¿Por qué te turbas cuando las cosas no suceden
a medida de tu gusto? ¿Quién es el que en el mun-
do logra todos sus deseos? Ni tú, ni yo, ni hom-
bre alguno sobre la tierra. . ."
Calló el viejo y prosiguió la joven:
— He vivido en guerra continua, yo que amaba
la paz ; no ha habido un gesto mío ni una palabra
mía que no fueran interpretados y cargados de mal-
da . . .
— Hija, la vida del hombre es un combate, dice
Job: militia est vita hominis. ¿Por qué te amarga,
pues, la lucha?, ¿por qué tu corazón siente la ala-
banza o el vituperio, sino porque aun el mundo
253
NOVIA DE VACACIONES

está en él y amas la estimación de los hombres? La


gloria del bueno está en el testimonio de su pro-
pia conciencia y no en la boca de los demás. Si
tu corazón no te reprende, descansa en él. Oye las
palabras de Dios y no cuidarás de cuantas te digan
los hombres. Míralas como pajas que lleva el viento.
¿Qué son?, ¿qué valen? ¿Podrán por ventura arran-
carte un solo cabello?
— Sí, don Anselmo, ¿pero dónde está la justi-
cia? He consolado a los tristes, y yo era triste y
a mí nadie me ha consolado — exhaló Angelina
como una íntima queja.
— Vano es y breve todo consuelo humano — con-
testó la voz grave de don Anselmo, repitiendo las
palabras de la Imitación que vivía hecha carne en
su memoria. — Disponte para la paciencia más que
para el consuelo. Consolatores onerosi vos estis,
dice Job a sus amigos: consoladores pesados sois.
Los hombres pasarán delante de tí sin mirarte.
¿Qué le importan al mundo tus penas, hija? ¿qué
les importan a los felices que no las comprenden?,
¿qué les importa a los desgraciados que apenas pue-
den con las suyas? No quieras el consuelo de los
hombres, busca el de Dios, y verás cómo' no es
gran cosa despreciar el humano cuando tenemos el
divino.
Angelina lloraba con la cara entre las manos,
apoyadas sobre el brazo del sillón de don Anselmo.
— ; Llora! — díjole el buen viejo golpeándole
dulcemente la cabeza con su mano paternal. —
254 HUGO WAST

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán


consolados ; llora por tí, que estás en la edad de las
lágrimas; llora por los viejos que no podemos llo-
rar; llora por los felices que hoy ríen, para que
algún día no lloren; llora por los desgraciados que
no lloran porque tienen el corazón endurecido, y
da gracias a Dios que con las penas te manda lá-
grimas.
Ella alzó la cara mojada y triste.
— Don Anselmo — le dijo, — ¿sabe usted por
qué me quejo y por qué lloro? Escúcheme; tengo
necesidad de arrojar de mí esta congoja; es mi
historia.
Y allí arrodillada, junto a don Anselmo que la
escuchaba como un confesor, le contó la historia
de aquella tenaz persecución de todos los minutos,
con hambre de dañarla i a ella, que nunca había he-
cho daño a nadie!
Y mientras la queja brotaba como una dulce fon-
tarta, el viejo pensaba que hay almas que no son
para el mundo.
Cuando ella terminó, con su palabra inspirada que
parecía seguir el dictado de lo alto, tan empapada
estaba en el espíritu de Dios, le dijo:
— Es tu cruz, hija mía, abrázate con ella. ¿Por
qué temes? ¿por qué vacilas?, ¿por qué buscas el
descanso habiendo nacido para el trabajo? Jesús
llevó también su cruz y era más pesada que la tuya.
En el mundo y fuera del mundo, en tí y fuera de
tí, huyendo o buscándola,encontrarás tu cruz. Acép.
NOVIA DE VACACIONES 255

tala con alegría de corazón y hallarás en ella la sa-


lud yla vida, el valor en las adversidades, la hu-
mildad, lapaz, la fortaleza y la alegría del espíritu,
la suma virtud, la perfección, la santidad...
Habló largo rato-, y cuando descendió la noche
apacible y perfumada sobre la naturaleza que se
dormía, en medio del sosiego de la huerta, adonde
llegaban los ruidos del mundo con una acongojada
algazara como la voz de las cosas perecederas, mien-
tras en el cielo se iban despertando las estrellas, en
el corazón de Angelina, templado en el aceite de la
caridad, moría para siempre el amor al hombre y se
encendía el amor a la humanidad.
Hacía tiempo que acariciaba un gran pensamien-
to, pero nunca la idea se le ofreció con tan irresis-
tible encanto como entonces . .
Quería ser una de las humildes hijas de San Vi-
cente de Paul, Hermana de Caridad.
— i Qué dulce — pensaba — será cuidar a los
enfermos, amar a los desgraciados, alegrar a los
tristes !
Se levantó consolada y resuelta.
En su cuarto encontró a María Esther que acaba-
ba de llegar con su padre.
Le tomó la cabecita entre las manos, la besó y
le dijo :
— ¿Qué harías tú, chiquita, si me fuera yo para
siempre, para siempre?
" — Me iría contigo — contestó la niña muy deci-
dida.
256 HUGO WAST

— ¿Aunque me fuera lejos, aunque no volviera


más ?
— Sí. ¿No me crees?
—No.
— Entonces no sabes cómo te quiero — murmuró
ofendida.
Angelina vió en aquellas serenas pupilas azules
una pregunta que no pudo contestar, y adivinó
por la carita nublada de la chiquilla que sus pala-
bras la habían entristecido como- un presentimiento .
Con el corazón dolorido, la vió irse, y al perder-
se su figurita graciosa en el fondo de la galería,
parecióle que se desataba el último lazo que la unía
al mundo.
XXVI

SU ÚNICA AI^GRÍA

Con la carta de su padre en la mano probó An-


gelina un nuevo dolor.
Habíale escrito ella una cartita llena de amor y
de humildad ,en que después de pedirle perdón a
ti y a su esposa del mal que les hubiera hecho en
la vida, solicitaba su permiso para seguir la voca-
ción que Dios le enviaba.
Contestáronle con otra carta escrita por Bernarda
y firmada por los dos .
¿Qué? ¿Acaso su padre no sabía escribir para
que la única carta que había de escribirle en la vida
íuera redactada por otra persona, que seguramen-
te se< inspiraba en las calumnias de la solterona al
llenarla de reproches por su ingratitud para con la
gran familia que la había acogido?
Por disculparle y endulzar un poco la amargura
que le causaba aquel injusto despego, pensó que esa
Tez, como todas las veces que se trataba de asuntos
258 HUGO WAST

domésticos, su padre lo había dejado todo en manos


de su mujer.
Después firmaría sin leer o sin sospechar, en su
ignorancia de las cosas del corazón, que aquel es-
tilo seco y desdeñoso, en el solemne momento en
que daba permiso a su hija para que dispusiera de
su libertad huyendo del mundo para siempre, había
de herirla dándole a gustar una hiél nunca gustada .
Venía el permiso amplio y eso la consoló.
Todo lo tenía ya arreglado. Iría a París con al-
gunas otras Hermanas de Caridad que partían en
esos días, y haría su noviciado en los hospitales de
la gran ciudad.
Despidióse de don Anselmo confiándole los hu-
mildes objetos con que había adornado su cuarto,
su imagencita de la Virgen, sus floreros, la pobre Ir
bretita ¡en que escribía su diario. No había tenido va-
lor para romperla, y aunque eso la hizo pensar que
quizás el mundo no había huido del todo de su
corazón, se la entregó diciéndole que era su confe-
sión general.
De don Víctor se despidió también; el coronel
estaba bien conmovido.
— Mi Angelina, llévate esto como recuerdo — dijo
sacando de la cartera un papelito.
Angelina lo miró sin comprender: era un certr
ficado de confesión.
— ¿No sabes lo que significa? Que mañana me
caso. Supe que no estarías tú si demoraba, y por
259
NOVIA DE VACACIONES

esto y por hacer callar muchas bocas adelanté la


fecha.
— ¡ Ah, — exclamó Angelina, — qué alegría ! ¡ Ha-
bría deseado tanto verla! Pero... no importa; yo
rogaré a Dios por ustedes. . .
Don Víctor se fué; había ido únicamente a des-
pedirse de la joven, porque con los demás apenas
habló, resentido profundamente por el chisme y por
el gesto hosco que aún se atrevían a ponerle misia
Tere y Javierita.
A las siete de la noche debía estar Angelina en
casa de las Hermanas de Caridad.
Cuando llegó la hora de la despedida, haciendo
un esfuerzo para romper el hielo, abrazó a misia
Tere, que se dejó abrazar como una estatua, y dió
la mano, una mano tímida que pedía perdón y ol-
vido de ofensas que no había cometido a Javierita
que le estiró la suya como una limosna.
Habló un momentito, dulcemente, en voz baja, co-
mo si fuera ya una monja, haciendo tiempo para
que volviera Lidia, que había corrido hasta el hall
porque alguien venía.
Pero Lidia no volvió.
Desde donde estaba la vió cruzar del brazo de
Julio, que acababa de llegar, reconciliados nueva-
mente.
¿Fué sueño, fué realilad? Parecióle que la mira-
da de Julio, tan noble antes, llegó hasta ella cargada
de los mismos rencores y de los mismos agravios
que se leían en las miradas de las tres mujeres, has-
260 HUGO WAST

ta en ese momento en que ella, con su dulce actitud


•sometida, aceptaba todas las humillaciones.
Viólos pasar y perderse en la galería que circun-
daba la casa, y comprendiedo que huían de ¡ella, se
levantó huyendo también ella de las almas mezqui-
nas yde los corazones débiles.
Mr. John la esperaba con el automóvil a la puerta.
Cuando llegó a la verja, encontró a María Esther
que lloraba con la carita oculta, detrás de una co-
lumna, iM!
Llorando se le colgó del cuello y le susurró al
oado con su vocecita adorada llena de una amable
seriedad :
— Díle a papá que me deje ir contigo; díle que
quiero ser Hermana yo también; díselo, porque si
no, me voy a morir. . . !
Aquel dolor tan infantil, pero tan sincero, le lle-
gó al alma.
Consiguió que Mr. John la dejara ir con ellos,
iasí como estaba, sin sombrero, robada al egoísmo
de la madre.
El automóvil partió.
Angelina cerró los ojos.
Al alejarse de aquella casa donde tanto había su-
ífrido, parecióle que se alejaba de sus penas, y
sintiendo junto a sí a María Esther y en sus manos
las manitas de ella y en su hombro apoyada su ca-
becita, entró en su alma una gran dulzura, como si
al dejar sus muchas tristezas se llevara su única ale-
garía.
NOVIA DE VACACIONES 261

— ; Qué lindo si no llegáramos nunca ! — oyó que


deda la niña.
— j Nunca, nunca! — contestó ella como un eco
de su corazón.
En el último instante, en el último aliós, mientras
Mr. John conversaba con la Madre, se apartó un
momentito con María Esther.
Con una ternura inmensa la miró* ¡en los ojos —
en aquellos sus ojos grandes, límpidos, en que se
veía el alma de la niña — ansiosa de impregnare en
su imagen querida, para que su recuerdo le durara
siempre y fuera como su luz en el eterno crepúsctr
lo adonde se iba a hundir.
Abandonaba el mundo con la alegría del pájaro
que huye de la jaula;, pero en su embriaguez de san-
ta libertad sentía el sólo dolor le dejar a su ami-
guita.
La halló arrasada en lágrimas, y para no prolon-
gar más aquella inútil pena, dióle el último beso en
la boquita, que ella le ofreció, sedienta de un cariño
que perdía.
Un minuto después la puerta se cerró tras ella,
y al lado de la Madre se hundió en la serenidad de
un claustro.
XXVII

Tu I,A COMPRENDIAS

Seis meses después, en una cruda noche de agosto,


estaba de sobremesa en el comedor, la familia de
Mr. John. Eran los mismos de antes, en los mis-
mos sitios alrededor de la mesa ovalada. Sólo en el
de Angelina se notaba un cambio, porque en lugar
de la ausente sentábase don Anselmo, arrojado de
la huerta por la crudeza del invierno y alojado en
el mismo cuarto donde viviera su joven amiga, por
la caprichosa caridad de misia Tere.
Ni un minuto durante el día había cesado la llu-
via, que caía despiadada sobre la inmensa ciudad
entristecida.
Por los vidrios de las ventanas, cubiertos de go-
titas, divisábanse apenas, a la luz de los focos, las
brumosas copas de los árboles de la avenida, inmó*
viles y friolentos alineados a lo largo le las aceras.
Como si la tristeza de la noche hubiérase infiltra-
do en los espíritus, todos estaban silenciosos: Mr.
NOVIA DE VACACIONES 263

John, fumando un puro, cuya ceniza dejaba caer


por rodajitas en el platillo del café; las tres mujeres
mayores mirando un figurín y María Esther, con el
codo sobre la mesa, la cabeza en la mano y los ojos
en el techo, pensando. . . ¿en qué pensaba?
Don Anselmo parecía muy ocupado en hacer una
balancita con la cucharita del te, no sabiendo si re-
tirarse o no, ardua cuestión que se le ofrecía todas
Jas noches a la misma hora, temeroso de desagradar
a Tere si se iba, y aburrido de estarse allí sin hacer
nada, cuando muy bien podía aguardar el sueño re-
zando su Oficio. Oyóse de pronto el ruido de unos
pasos muy marciales que resonaron en el mosaico
del hall.
— Es Víctor — murmuró Mr. John.
El coronel entró frotándose las manos, y como
hombre de confianza que era, saludó apenas y se
fué a sentar al lado de María Esther, en el extremo
de la mesa.
Las relaciones de don Víctor con misia Tere y
Javierita estaban un poco frías, por su casamiento de
sopetón y también por una ruda explicación que
un día tuvo con la solterona en defensa de Ange-
lina.
Pero no era el coronel hombre de resentirse por
frialdades de más o menos, y de vuelta de un largo
viaje de bodas con Magdalena, que entró con to-
dos los honores en su hotelito de la calle Maipú,
volvió a visitar a sus parientes. Casi siempre iba
solo, porque no quería exponer de cuerpo presente
264 HUGO WAST

a su mujer a desaires que si a él no le hacían mella


a ella tenían que lastimarla.
Poco a poco la relación se fué caldeando, aun-
que las mujeres nunca le perdonaron aquel matri-
monio morganático, como decía Javierita, que ha-
bía pescado la frase en la portada de una novela
de Max Nordau.
María Esther quería mucho a su tío y al acercár-
sele, acogiólo con una linda sonrisa. Pero esa noche
el viejo amigo tenía un aire tristón y serio.
— Nena — dijo a la niña besándola en la frente
— ¿por qué no se va a dormir?
— Es muy temprano todavía; ¿crees que soy tan
dormilona? — contestó ella pasando su mejilla se-
dosa por la ruda barba del coronel, que en ciertas
ocasiones le imponía aquella caricia como un castigo.
— <\Bah ! — masculló entre dientes don Víctor de-
jando ala niña. — ¡ Mejor ! Que lo oiga ; de todos
modos, será la única a quien interese "el irelato — y
añadió en voz alta: — ¿No saben la noticia?
— ¿Qué noticia? — preguntó misia Tere — ¿la
del casamiento de. . . ?
— No, nada de casamientos — interrumpió él, con
gesto duro ; — otra cosa : es de Angelina . . .
— ¡ Ay ! — exclamó con un alegre suspiro María
Esther al oir aquel nombre querido.
Don Víctor la miró con tristeza, los ojos húme-
dos; después sacó una carta.
— ¿Sabían dónde estaba?
NOVIA DE VACACIONES 265

— ¡Está en París! — contestó María Esther. —


De allí me mandó una postal.
— No; en Porth Arthur, en la guerra... ¡esta-
ba...!
Hubo un momento de silencio.
— He recibido una carta, no es de ella; es de la
Generala de las Hermanas ; me cuenta que le han es-
crito de Porth Arthur. La habían mandado
allí, porque la Cruz Roja necesitaba muchas en-
ferm as. .
Don Víctor hablaba lentamente, como si no qui-
siera llegar al fin. María Esther se le había acer-
cado, ylo miraba en la cara como para entenderle
mejor.
— Es una historia triste — continuó, — pero es
una gran historia . . . Yo siempre había dicho que
Angelina era una gran alma, y ya van a ver cómo
no me equivocaba: ¡era una gran alma!
— ¿Era?... — murmuró cerrando los ojos Ma-
ría Esther sin comprender bien.
— ¿No saben? Ha muerto. . .
La palabra cayó sobre el salón como un inmenso
velo negro. Don Víctor desplegó la carta y leyó:
— "Ha sido la víspera de uno de los últimos com-
bates; los japoneses estaban cerca, invisibles en sus
trincheras. Al caer la noche, el jefe ruso ordenó
el reconocimiento de una posición enemiga y salió
un hombre para cumplir la orden. Pero fué senti-
do, y a corta distancia de los bastiones cayó envuel-
to por una granizada de balas. No había muerto;
266 HUGO WAST

desde las posiciones rusas, en el silencio de la noche,


se oían los gemidos del desgraciado, y aunque esta-
ba a pocos pasos, era imposible auxiliarlo sin correr
a una muerte segura. No valía la pena — como con-
testó el jefe a una de nuestras Hermanas. — Pero
Sor Angelina, su compatriota y pariente, según
creo, que desde que llegó se había hecho notar de
todo el mundo por una valentía singular en medio
de tantas valientes, consiguió permiso para ir ella a
recoger al herido. Y así lo hizo; pero sentida tam-
bién por los nipones, que en la obscuridad no pu-
dieron darse cuenta de que era una mujer, una
Hermana de Caridad, fué recibida a tiros. Cuando
llegó con su carga se asombraron todos de la ener-
gía sobrehumana que había tenido que desplegar,
porque venía herida, con dos balazos graves. La
acostaron en una camilla; era caso perdido, según
los cirujanos, y debía sufrir atrozmente, aunque ni
en su rostro plácido ni en su palabra serena se le
tonocía. Preguntó por su herido y como le dijeran
que lo atendían ya, se quedó tranquila. Al rato ha-
bló; llamó a una Hermana y le dijo que cuanlo
muriera, porque veía que se estaba muriendo, escri-
biera a su patria, y dió sus señas, señor coronel.
No habló más porque empleó en rezar las pocas
fuerzas que le quedaban. Murió al anochecer; no
necesito decirle que murió como mueren lo santos/'
Don Víctor terminó la lectura de la carta con la
voz llena de lágrimas. El silencio en el gran come*
dor pesaba como una lápida. Mr. John había in-
267
NOVIA DE VACACIONES

clinado la cabeza murmurando: "¡Era una gran


alma!"
Don Anselmo rezaba, y en sus ojos claros tem-
blaba el árido llanto del viejo.
Pero ni una lágrima de las tres mujeres silen-
ciosas había caído sobre la dulce memoria de la
muerta.
Sólo María Esther, en el extremo más alejado
de la mesa, con la cabecita entre los brazos, ahogan-
lo sus sollozos con un pañuelo, lloraba en silencio.
Don Víctor se acercó a ella y la besó en los ca-
bellos.
— ¡Llora, chiquita, llora — le dijo amargamen-
te. — ¡ Tú la comprendías !

Santa Fe, enero de 1907.


INDICE

Capítulo I— Junto al arroyo . • . . Pág. 5


II— El retrato f.t " 15
III — Tres años después . . . . " 25
IV — El señor Paganini ..." 36
V — La obra de tres años . . " 44
VI — Los viejos recuerdos . . " 50
VII — El corazón de Misia Tere " 57
99 VIII — La orden del jazmín . . . " 73
IX — En un mar de dolor y
de vida 99 80
X — La reina de la fiesta . . " 89
XI — La paz de los rumildes 99 99
XII — Magdalena Leoni . . . " 107
XIII — La misma de antes . . " 117
Capítulo XIV — La amarga palabra de
valor " 126
XV— ¡El 18 no ha salido! . . " 138
" XVI— La racha " 148
" XVII— Hacia el gran Misterio . " 159
" XVIII— ¡Hasta cuándo, Señor! . " 176
" XIX— El dique y la ola ... . " 187
XX — La calma en el mar in-

quieto " 195


" XXI— La inútil victoria ..." 202
" XXII— Elegida entre mil . . . " 219
" XXIII— "Porque eres dulce, hu-
milde ybuena .... " 225
" XXIV— En casa del coronel . . " 232
" XXV— Bajo los naranjos ..." 243
" XXVI— Su única alegría ..." 257
" XXVII— Tú la comprendías ..." 262
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