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Egipto 2

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EGIPTO (2ª parte)

Tras sus victorias sobre los hicsos, el rey Ahmés (primero de la XVIII dinastía) logró
consolidar su autoridad sobre lo que será un Nuevo Imperio Egipcio. Parece que las
tensiones entre el rey y la nobleza quedaron atrás. Ahora Egipto tenía carros y caballos,
así como un nuevo orgullo nacional. El rey ya no sólo era sacerdote y dios, sino también
un gran general. Su autoridad era indiscutible. Una muestra de la nueva reverencia que
se le reservaba es que los egipcios ya no se referían a él como "el rey", sino con el
circunloquio más pomposo de "la gran casa" o "el palacio", voz que ha derivado en la
expresión Faraón. Aunque anacrónicamen-
te se llama faraones a todos los reyes
egipcios, lo cierto es que este título surgió
con el Imperio Nuevo.
En 1545 a.C. el faraón Ahmés fue sucedido
por su hijo Amenofis I, quien retomó
Nubia, el Sinaí y todo Canaán hasta
Fenicia, como en los tiempos del Imperio
Medio. Al oeste, los pastores libios
protagonizaban frecuentes incursiones en
territorio egipcio desde tiempos de los
hicsos. El nuevo faraón puso fin a esta
situación ocupando una buena franja del
desierto libio.
En 1525 a.C., tras la muerte de Amenofis I
ocupó el trono Tutmosis I, quien extendió
el control egipcio sobre el Nilo hasta la
cuarta catarata, mucho más allá que en
cualquier época anterior. En Canaán llegó
hasta la ciudad de Karkemish, en plena
Siria, a orillas del Éufrates. Los soldados
egipcios quedaron fascinados por la
abundante lluvia: "un Nilo que cae del
cielo". El propio Éufrates fue también
causa de sorpresa, pues los egipcios usaban
la misma expresión para referirse al Norte
que para decir "río arriba". Así, el Éufrates
era un río que, "fluyendo hacia el norte,
fluye hacia el sur".
La ciudad de Tebas gozaba ahora de más
prestigio que nunca. Tutmosis I construyó
grandes templos, y cada uno de los reyes Mapa del Imperio egipcio (1500 AC)
posteriores trató de superar a los
precedentes. La construcción de pirámides se abandonó definitivamente (todas habían
sido saqueadas por los ladrones de tumbas). En su lugar, Tutmosis I optó por ocultar su
mausoleo tras una compleja red de túneles excavados en la roca de una colina cercana a
Tebas. Durante los últimos años de su reinado gobernó junto a su hijo y
sucesor, Tutmosis II.
En 1490 a.C. murió el faraón Tutmosis II. Siguiendo
una costumbre egipcia, éste se había casado con su
hermana Hatshepsut (probablemente, los orgullosos
reyes egipcios consideraban que ninguna mujer era
digna de ellos salvo que fuera de su propia familia).
Fue ella quien realmente gobernó el Imperio desde la
muerte de Tutmosis I. Por su parte, Tutmosis II había
tenido un hijo con una concubina, Tutmosis III, a
quien teóricamente le correspondía el trono, pero era
menor de edad y su tía y madrastra quedó como
regente. Hatshepsut es la primera mujer gobernante
conocida en la historia. En los monumentos que
construyó se representa a sí misma con vestimentas
masculinas, sin pechos y con una barba postiza. Bajo
su mandato dejó de lado la expansión militar y, en su
lugar, fomentó el comercio, las minas y la industria.
En aquella época estaba de moda la construcción
de obeliscos gigantes: finas columnas de piedra de
tal altura que todavía no está claro cómo conseguían erigirlas sin que se rompieran.
Originalmente fueron erigidos en honor al dios Ra, en tiempos del Imperio Antiguo,
pero entonces no eran especialmente altos: unos tres metros y medio. En el Imperio
Medio se construyeron obeliscos de más de 20 metros de altura, Tutmosis I construyó
uno de 24 metros y Hatshepsut llegó a los 30 metros (ver foto).
Hatshepsut murió en 1469 a.C., cuando Tutmosis III tenía unos veinticinco años.
Indudablemente, debió de vivir oprimido por su madrastra, pues tras su muerte ordenó
eliminar su nombre de todos los monumentos en los que aparecía, sustituyéndolo por el
suyo o por el de su padre o su abuelo. Incluso dejó su tumba incompleta, que es la
mayor venganza que podía tomarse, de acuerdo con la mentalidad egipcia.
En 1438 a.C. murió Tutmosis III y fue sucedido por su hijo Amenofis II, que continuó
la política de expansión de su padre y reprimió dos levantamientos en Asia. Amenofis II
reinó hasta 1412 a.C., cuando fue sucedido por su hijo Tutmosis IV. Éste promovió una
política de paz con Mitanni, y llegó incluso a tomar por esposa a una de sus princesas
(algo completamente inusitado hasta entonces). Con Tutmosis IV empezó a cobrar
importancia un dios que hasta entonces sólo había desempeñado un papel secundario en
el panteón egipcio, el dios Atón. Es probable que en ello influyera la reina. La religión
hitita era mucho más simple que la egipcia, por lo que tal vez a la reina le resultó más
fácil identificar sus creencias con el culto a un dios modesto como Atón frente al
sofisticado culto a Amón-Ra. En cualquier caso, lo cierto es que Tutmosis IV le rindió
un ostensible homenaje.
En 1387 a.C. ocupó el trono de Egipto Amenofis III, hijo de Tutmosis IV y de la
princesa de Mitanni con la que se casó. Bajo su reinado Egipto disfrutó de un largo
periodo de paz. El nuevo faraón se casó también con una princesa de Mitanni,
llamada Tiy, de la que estaba profundamente enamorado, como se deduce de diversas
inscripciones. Construyó para ella un monumental lago de recreo de más de un
kilómetro de largo en la orilla occidental del Nilo. Durante su reinado el dios Atón
siguió ganando protagonismo. Es posible que Amenofis III, influido por sus padres y su
esposa, llegara a considerarlo como a su dios principal, si bien oficialmente mantuvo los
ritos tradicionales. Sin embargo, parece ser que su hijo no recibió una educación
religiosa "tradicional", sino que nunca llegó a
identificarse con las antiguas creencias egipcias.
En 1370 a.C. murió Amenofis III. En su honor se
construyó un magnífico templo, cuya entrada estaba
flanqueada por dos enormes estatuas suyas
(conocidos hoy como Los colosos de Memnón). Una
de ellas tenía la propiedad de emitir una nota al
amanecer. Sin duda los sacerdotes habían preparado
algún dispositivo mecánico que dio lugar a muchas
leyendas. El trono fue ocupado por el que en un
principio se llamó Amenofis IV, pero que en 1366
a.C., cuatro años después, cambió por el
de Akenatón. Su antiguo nombre significaba "Amón está complacido", mientras que el
nuevo era "Agradable a Atón". Con ello el nuevo faraón declaraba su apostasía respecto
del dios principal de los egipcios, Amón-Ra, y su intento de sustituirlo por el dios Atón.
El nuevo faraón tenía ideas revolucionarias en materia religiosa. Al principio
representaba a Atón con cuerpo humano y cabeza de halcón, pero pronto abandonó esta
imagen y la sustituyó por una representación del Sol, como un disco del que partían
rayos que terminaban en manos. Al igual que Ra, el dios Atón era para Akenatón el dios
del sol, pero el faraón negaba todos los mitos que los egipcios habían reunido en torno a
Amón-Ra. Para Akenatón, su dios era el mismo Sol, no un dios antropomorfo que
dominaba el Sol, sino el mismo Sol, un ente celeste que proporcionaba la luz, el calor y
la vida a la Tierra y velaba por todas las criaturas. Más aún, Akenatón no se conformó
con elevar el rango de Atón entre los dioses egipcios, sino que lo convirtió en sumo
hacedor y afirmó que era el único dios verdadero. Se trata del primer caso de
monoteísmo en la historia (la tradición judía remonta su monoteísmo al principio de los
tiempos, pero es muy improbable que Abraham tuviera a su dios por único).
Akenatón trató de abolir la religión egipcia, objetivo que, naturalmente, era imposible
incluso para el monarca más poderoso del mundo. Se encontró con la incomprensión del
pueblo y con la oposición implacable de los poderosos sacerdotes. Decidió construir una
nueva capital dedicada íntegramente al culto a Atón. La llamó Aketatón (el horizonte
de Atón) y fue emplazada a mitad de camino entre Menfis y Tebas. Allí construyó
templos y palacios para sí mismo y para la nobleza que le era leal. El templo de Atón
era un edificio singular, pues carecía de techo, para que el Sol pudiera lucir siempre en
su interior. Akenatón terminó aislándose en su nueva capital desatendiendo los asuntos
exteriores. Se dedicó casi exclusivamente a perseguir al antiguo clero, a rectificar
inscripciones eliminando las referencias a los dioses y a difundir sus creencias en el
entorno reducido de su familia y la corte.
La mujer de Akenatón se llamaba Nefertiti, y es muy
conocida porque se conserva un hermoso busto de piedra con
su imagen (foto). Probablemente era una princesa asiática,
como su madre. La familia real (el matrimonio y sus seis hijas)
ocupaba un lugar central en el nuevo culto que ideó el faraón.
Sus himnos hablan de amor universal y revelan un pensamiento
místico y humanista. Akenatón propició también un arte natural
y verista. Hasta entonces, los egipcios representaban siempre
las cabezas de perfil, el tronco de frente y las piernas de nuevo
de perfil, de modo que las poses resultaban artificiales y las
expresiones faciales eran siempre similares. En cambio,
Akenatón y Nefertiti se retrataron en poses informales, en
escenas cotidianas, jugando con sus hijas, en momentos de
afecto, etc. El propio Akenatón es representado como un
hombre feo, barrigudo y de muslos gruesos, un realismo
inusitado en Egipto (foto).
En 1362 a.C. murió Akenatón, dejando seis hijas, pero ningún
hijo que pudiera sucederle. El trono fue ocupado por uno de sus
yernos, Smenkere, que teóricamente profesaba el culto a Atón,
pero no hizo nada para impedir que todas las innovaciones
religiosas promovidas por Akenatón quedaran en el olvido. Los
conversos a la nueva religión la abandonaron rápidamente, y los
sacerdotes recuperaron todo su poder. En 1352 a.C. ocupó el
trono un segundo yerno de Akenatón, que en principio se
llamaba Tutankatón, pero que cambió su nombre por el
de Tutankamón, confirmando así el retorno a la religión
tradicional. Tebas pasó a ser de nuevo la capital del imperio. La
ciudad de Aketatón fue abandonada y se convirtió en una
especie de "ciudad fantasma". Como faraón, Tutankamón no
tuvo gran importancia: tenía unos doce años cuando inició su
reinado y murió sobre los veinte. No obstante ha pasado a la
historia por ser el único faraón cuya tumba no fue saqueada por
los ladrones. Ello se debió a que en la construcción de una
tumba para un faraón posterior la entrada de la tumba de Aketatón
Tutankamón fue cubierta por unas piedras de forma accidental, y así pasó desapercibida.
A la muerte de Tutankamón, en 1338 a.C., el trono egipcio no tenía heredero. Final-
mente se hizo con el poder un devoto de la religión de Akenatón, llamado Ay, que al
parecer no era de sangre real, pero se casó con la viuda de Tutankamón para legitimar
su título. Ay intentó reconstruir la obra de Akenatón, pero se trataba de un intento
desesperado. Los sacerdotes buscaron el apoyo de un general competen-
te, Horemheb, al que lograron convertir en faraón en 1333 a.C. casándolo con una
princesa. Horemheb erradicó definitivamente el culto a Atón y reorganizó el país. Envió
expediciones para restablecer el control egipcio sobre Nubia, pero prefirió no
enfrentarse a los hititas en Siria.
Horemheb murió en 1306 a.C. y es reemplazado por uno de sus generales, Ramsés
I, con el que comienza la XIX dinastía. En realidad sus dos antecesores no pertenecían a
la familia de la XVIII dinastía salvo por matrimonios de conveniencia, pero los egipcios
los incluyeron en ella. Ramsés I era ya mayor, por lo que reinó poco más de un año.
En 1304 a.C. fue sucedido por su hijo Seti I. El nuevo faraón restableció todo el poderío
del Nuevo Imperio egipcio. Recuperó las posiciones de Siria, si bien no pudo aplastar a
los hititas, con los que tuvo que firmar una paz de compromiso.

En 1290 a.C. murió el faraón Seti I, y fue sustituido por su joven hijo Ramsés II, que
reinó durante sesenta y siete años, marca sólo superada en la historia de Egipto por el
antiguo rey Pepi II. Ramsés II resulto ser el ególatra más poderoso del mundo. Cubrió
Egipto de monumentos en su honor, con inscripciones que relataban jactanciosamente
sus victorias y su grandeza. Incluso puso su nombre en monumentos más antiguos para
atribuirse méritos ajenos. Amplió el ya enorme templo de Tebas, de modo que se
convirtió en el templo más grande y fastuoso construido jamás en la historia. La mayor
sala del templo, la sala hipóstila, medía unos
5.000 metros cuadrados y su techo se
sustentaba mediante 134 columnas de 21
metros de altura.

En 1286 a.C. se enfrentó al rey hitita


Muwatalli cerca de la ciudad de Qadesh. Es la
primera batalla de la que se conservan
registros históricos detallados de las
formaciones y de las tácticas. Se cree que fue
la mayor batalla de carros jamás librada,
habiendo participado entre 5000 y 6000
carros. Los hititas atacaron primero y
estuvieron a punto de derrotar a los egipcios,
aunque gracias al mando de Ramsés II los
egipcios lograron contrarrestar el ataque y la
batalla acabó en un empate. La única
información que tenemos sobre ella es la
versión oficial del faraón, según la cual el
ejército egipcio fue pillado por sorpresa y se
tuvo que retirar precipitadamente, pero
Ramsés decidió vencer o morir, se lanzó él Sala hipóstila del templo de Karnak
solo contra todo el ejército enemigo y lo
mantuvo a raya hasta que sus hombres se reorganizaron y recibieron refuerzos. No hay
motivos para creer nada de todo esto. Pasara lo que pasara en la batalla, la realidad es
que el poder hitita no disminuyó lo más mínimo, sino que la guerra se mantuvo durante
tres años, hasta que ambos reyes firmaron una paz de compromiso en 1283 a.C. Fue el
último gran acontecimiento militar de la Edad del Bronce.

Mientras tanto, el Imperio Egipcio disfrutaba de un periodo de paz y prosperidad. La


corte era ostentosa y magnificente como nunca lo había sido, Ramsés II tenía muchas
esposas que le dieron una multitud de hijos, pero a medida que se iba haciendo mayor
fue dejando de lado los asuntos del gobierno, y como consecuencia la nobleza fue
ganando poder. La mejora del nivel de vida hizo difícil encontrar hombres con vocación
militar, por lo que el ejército se nutría cada vez más de mercenarios extranjeros, de los
que no se podía esperar el arrojo de los soldados movidos por un fervor patriótico, e
incluso podían volverse peligrosos en épocas difíciles. Así, aunque aparentemente todo
estaba en orden, lo cierto es que las bases del poder egipcio estaban siendo minadas
poco a poco.

En 1223 a.C. murió Ramsés II y fue sucedido por Meneptah, su decimotercer hijo, que
ya tenía entonces sesenta años. Un grupo numeroso de piratas formados por mezclas
heterogéneas de dorios, griegos micénicos y habitantes de poblaciones variadas
desembarcó en las costas de Libia y se unió a los nativos en un ataque contra Egipto.
Los sorprendidos egipcios, que nunca habían sufrido un ataque por mar,
llamaron "Pueblos del Mar" a los invasores, y así se les conoce en la historia.
Meneptah consiguió expulsarlos a duras penas, pero el poder egipcio se vio seriamente
dañado. De Egipto, los pueblos del mar pasaron a Chipre, desde donde amenazaron las
costas de Canaán y de Anatolia. Egipto había rechazado a los pueblos del mar, pero tras
la muerte de Meneptah cayó casi en la anarquía.
En 1211 a.C. un nuevo faraón, Seti II, se hizo con el trono de Egipto, destronando para
ello a Amenmeses, quizás otro hijo de Merenptah y hermanastro del propio Seti (o tal
vez hijo de Seti) y casándose con su viuda. Se inicia así una rápida sucesión de faraones
débiles que reinan durante breves periodos de tiempo (Seti II reinó cinco años).

En 1186 a.C., un gobernante tebano llamado Setnajt, que afirma ser descendiente de
Ramsés II, logra unificar todo Egipto y se convierte en el primer faraón de la XX
dinastía. En 1184 a.C. le sucede su hijo con el nombre de Ramsés III.

En 1177 a.C. Ramsés III logró rechazar a los pueblos del mar en la que se considera la
primera batalla naval de la historia, pero ésta sería su última campaña. Egipto perdió sus
posesiones imperiales. A partir de entonces sus fronteras se redujeron al valle del Nilo.
El Nuevo Imperio había terminado.

En 1158 a.C. murió Ramsés III, que fue sucedido por una larga serie de reyes llamados
todos Ramsés, conocidos como ramésidas. Se abría así un periodo en el que el poder
del faraón fue decayendo en favor del poder sacerdotal. Todas las tumbas de Tebas
(excepto la de Tutankamón) fueron saqueadas.

En 1075 a.C. Egipto seguía bajo el reinado oficial de los ramésidas y bajo el dominio
real de los sacerdotes. Ese año murió Ramsés XI y fue sucedido por el sacerdote de
Amón, pese a no guardar ningún parentesco con el antiguo rey. Por otro lado, en la
región del delta se proclamó rey simultáneamente otro sacerdote que inauguró la XXI
dinastía. Egipto volvía a estar dividido.

En 940 a.C. murió Psusennes II, con lo que terminó la dinastía XXI. El primer rey de
la dinastía XXII fue Sheshonk I, quien estableció su capital en Bubastis y poco después
logró hacerse con el control de Tebas, con lo que Egipto volvió a estar
unido. En 919 a.C. murió el rey de Egipto Sheshonk I y fue sucedido por Osorkon
I, que heredó un Egipto relativamente próspero, si bien el nuevo rey no supo o no pudo
hacer más que mantenerlo a duras penas.

En el siglo VIII a.C. Egipto seguía sumido en el caos, con un ejército incontrolable
sobre el que el faraón no tenía ninguna autoridad. Si el oriente próximo no hubiera
estado tan convulsionado por esta época, sin duda Egipto habría sido una presa fácil
para el saqueo.
En 761 a.C. Egipto se fragmentó una vez más. En Tebas se instauró la XXIII
dinastía, mientras en el Bajo Egipto continuaba reinando (formalmente) la XXII. En
realidad había un tercer centro de poder. Desde el desmoronamiento del Imperio Nuevo,
Egipto había perdido el control de Nubia, que pasó a ser gobernada por nativos, con
capital en Napata. Sin embargo, Nubia había asimilado completamente la cultura
egipcia. Cuando Sheshonk ocupó Tebas, algunos sacerdotes de Amón se refugiaron en
Napata, donde fueron bien recibidos y formaron una especie de gobierno en el exilio,
que en estos momentos era tan fuerte o más que las dos partes en que se había dividido
Egipto.
En 750 a.C. el rey nubio Kashta avanzó hacia el norte y conquistó Tebas, tras lo cual
los sacerdotes nubios descendientes de los sacerdotes de Amón exiliados tiempo atrás
recuperaron el poder de sus antepasados. En 730 a.C. el rey nubio Pianji, sucesor de
Kashta, conquistó el delta del Nilo, con lo que se convirtió en rey de un Egipto unido de
nuevo. Se le considera el primer rey de la XXV dinastía. En realidad pequeñas zonas del
Bajo Egipto quedaron bajo el control de reyes nativos, englobados en una XXIV
dinastía.
En 710 a.C., el rey egipcio Pianji fue sucedido por su hermano Shabaka, que trasladó la
capital de la lejana Napata hasta Tebas. En 675 a.C. el rey asirio Asarhaddón envió una
expedición a Egipto que, contra todo pronóstico, Taharka, sobrino de Shabaka, supo
rechazar. En 671 a.C. Asarhaddón pudo enviar de nuevo a Egipto un ejército mayor y
mejor equipado que el anterior. Tomó Menfis y el Delta, mientras Taharka se vio
obligado a retroceder hacia el sur.

En 661 a.C. Asurbanipal, sucesor de Asarhaddón, dirigió una nueva campaña contra
Egipto. Esta vez llegó hasta Tebas y la saqueó, con lo que puso fin a la dinastía de reyes
nubios. Éstos continuaron reinando en Nubia mil años más, pero su civilización declinó
pronto. Asurbanipal nombró virrey de Egipto a Necao, un príncipe del Bajo Egipto que
había sido prisionero de guerra durante algunos años, con lo que conocía bien a Asiria y
sabía lo peligroso que era rebelarse contra ella.

Por 655 a.C. murió Necao, el gobernador de Egipto nombrado por los asirios, y su
hijo Psamético ocupó su lugar. Compró mercenarios lidios y con su ayuda plantó cara a
las guarniciones asirias destacadas en Egipto. En el año 652 a.C. Psamético había
expulsado definitivamente a los asirios de Egipto y fue convertido en Psamético I, el
primer rey de la XXVI dinastía. Estableció la capital en Sais, al oeste del Delta. Por ello
su dinastía es también conocida como saítica.

Entonces comienza el período tardío de Egipto también conocido como Baja época,
que se extenderá hasta la derrota del Imperio aqueménida por Alejandro Magno en
332 a. C. quien aceptó la rendición del gobernante sátrapa persa de Egipto en ese
momento, Mazaces, y marcó el inicio del Periodo helenístico de Egipto, que se
estabilizaría después de la muerte de Alejandro con el Reino ptolemaico.

Psamético tuvo una idea atrevida. Instó a los griegos de Mileto a fundar una colonia en
el Delta del Nilo. Los griegos aceptaron encantados y construyeron Naucratis, que en
griego significa "soberana del mar". La idea de Psamético era usar a los griegos para
distribuir por el Mediterráneo los excedentes egipcios, y funcionó bien. Ésta fue la
principal toma de contacto de Grecia con Egipto desde hacía muchos años. La mayoría
de las palabras con que nos referimos a muchos aspectos de la cultura egipcia son de
origen griego y datan de esta época (pirámide, jeroglífico, esfinge, obelisco, etc.), así
como muchos nombres de ciudades y de reyes egipcios. Por ejemplo, los egipcios
llamaban No a la ciudad que, por algún motivo, los griegos decidieron
llamar Tebas, que era también el nombre de una polis al oeste del Ática.

El año 610 a.C. murió Psamético, cuyo reinado fue el más largo desde los tiempos de
Ramsés II. Fue sucedido por su hijo, Necao I, que murió en 595, y fue sucedido por su
hijo Psamético II, quien dirigió una campaña militar contra Nubia, como prevención
contra un posible intento de recuperar el dominio de Egipto que había tenido poco antes.
No obstante Psamético II no trató de mantener un dominio permanente sobre Nubia,
pues Egipto no era entonces lo suficientemente fuerte para lograrlo. Se limitó a reforzar
la isla de Elefantina, junto a la primera catarata del Nilo, que se convirtió así en el límite
meridional de Egipto.
En 525 a.C. murió el faraón Ahmés II y fue sucedido por su hijo Psamético III, quien
ese mismo año tuvo que enfrentarse al desastre para el que su padre había ido
preparando a Egipto: el rey persa Cambises II había terminado de ordenar la parte
oriental de su imperio y ahora se dirigía hacia Egipto. Hubo un encuentro en Pelusio, al
este del delta, pero las tropas persas arrollaron a las egipcias sin dificultad.
Seguidamente Cambises II tomó Menfis, aceptó la rendición sin resistencia de los
libios, marchó hacia el sur, saqueó Tebas y penetró en Nubia, puso bajo su control la
parte norte del país y retornó a Menfis para aprovisionarse.

Los egipcios describieron a Cambises II en su historia como un gobernador cruel, pero,


como en otras ocasiones, "cruel" puede significar simplemente "extranjero". Contaban
que Cambises II fue derrotado en Nubia (lo cual no es probable), y que al volver a
Menfis se encontró a los egipcios en una celebración. Se imaginó que estaban
celebrando su derrota y montó en cólera. Los egipcios le explicaron que la fiesta se
debía a que habían encontrado un toro que satisfacía unos exigentes requisitos que
demostraban que era el dios Apis, lo cual prometía buenas cosechas. Cambises II, aún
enfadado, desenvainó su espada e hirió al toro, lo que para los egipcios era un
abominable sacrilegio, pero pruebas egipcias lo refutan.

Luego de la crisis del 520 a. C., Egipto pasó unos 35 años de paz estable bajo la
dominación persa, tras lo cual sobrevino una etapa de disturbios. Las causas de las
rebeliones egipcias no están muy claras, no obstante algunas de ellas pueden ser el peso
de los tributos, la concentración de tierras en manos persas, la búsqueda de ascenso
político-social de ciertos líderes, y de nuevas alternativas económicas. La próxima
rebelión egipcia aprovechó una crisis dinástica en los primeros años del rey persa
Artajerjes II. El líder egipcio Amirteo, único faraón de la dinastía XXVIII reinó por
unos seis años, tras los cuales fue depuesto por otro egipcio, Neferites I,
(primer faraón de la dinastía XXIX), que fue un faraón valorado porque consiguió
pacificar el país, que había estado asediado al comienzo de su reinado.
Las tres dinastías del período de independencia tuvieron su capital en el delta
del Nilo (la XXVIII en Sais, la XXIX en Mendes y la XXX en Sebennitos), y todas ellas
tuvieron que enfrentarse, no solo al Imperio persa, sino a conflictos internos. Aun así,
Egipto logró mantener su independencia durante sesenta años. Los reyes de este periodo
buscaban exaltar el nacionalismo (si se puede aplicar este término) mediante la
construcción y reparación de templos (a la vez ganándose el favor del clero), los que se
acercaban a los estilos de la dinastía saíta, última antes de la primera conquista persa.
La última tentativa contra el Imperio persa fue dirigida
por Nectanebo II, no obstante la gran rebelión fue
finalmente sofocada por el emperador persa Artajerjes III.
Los persas conquistaron nuevamente Egipto en 343 a.C. La
reconquista persa no duró mucho, ya que Egipto fue
conquistado por Alejandro Magno en el 332 a.C. (ver
imagen).
Alejandro llegó a Egipto casi sin luchar. Parece ser que los
egipcios habían contactado con Alejandro pidiéndole que
liberara su país del dominio persa. Fuera como fuere, el
caso es que fue recibido como un libertador. Alejandro tuvo
el cuidado de fomentar esta imagen favorable que tenía
entre los egipcios y logró que éstos lo coronaran como
faraón, para lo cual siguió pacientemente todos los rituales oportunos. Fue a un templo
de Amón muy venerado en el oasis de Siwa (Libia), donde se declaró hijo de Amón (al
que identificó con Zeus, con lo que siguió la corriente a su madre). Algunos ven en esto
una actitud megalómana, pero también hay que objetar que los egipcios nunca hubieran
aceptado de buen grado ser gobernados por un extranjero que no fuera hijo de Amón.
Puede verse:
https://www.youtube.com/watch?v=6a_gIpv_XD4 (El Antiguo Egipto)

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