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Clase 5

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Lengua y Literatura

7º Básico

DR. JEKYLL Y MR.


HYDE

Unidad 3
Clase 5
Páginas 15 a la 20
Objetivo de la clase:

Leer y analizar el primer capítulo


de El extraño caso del doctor
Jekyll y Mr. Hyde.
Actividad 1: Lee con atención el primer capítulo de la novela de Robert Página
Louis Stevenson.
15
El Dr. Jekyll y Mr. Hyde
Capítulo 1: La historia de la puerta
Mr. Utterson, el abogado, era hombre de apariencia hosca, jamás iluminada por
una sonrisa, frío, parco y reservado en la conversación, torpe en la expresión
del sentimiento, delgado, largo, seco y melancólico, y, sin embargo, despertaba
afecto. En las reuniones de amigos y cuando el vino era de su agrado, sus ojos
irradiaban un algo predominantemente humano que no llegaba a reflejarse en
sus palabras, pero que hablaba, no solo a través de la expresión de su rostro en
la sobremesa, sino también, más alto y con mayor frecuencia, a través de sus
acciones de cada día.
Consigo mismo era austero. Cuando estaba solo bebía ginebra para Página

15
ahuyentar su gusto por los buenos vinos, y, aunque le gustaba el teatro,
en veinte años no había traspasado el umbral de un solo local de
aquella especie.
Sin embargo, era extraordinariamente tolerante con los demás; unas veces sentía
profunda admiración, casi envidia, por el impulso pasional que los arrastraba a
sus malas acciones; y en los casos más extremos demostraba más tendencia a
ayudarlos que a censurarlos.
La explicación que daba era bastante curiosa.
—Comprendo el pecado de Caín solía decir con agudeza—. Dejé que mi
hermano se fuera al diablo a su manera.
Dado su carácter, su destino era ser siempre la última amistad honorable, la
buena influencia al final de las vidas de los que avanzaban hacia su perdición y,
mientras continuaran buscando su compañía, la actitud de Mr. Utterson jamás
variaba un ápice con respecto a los que se hallaban en dicha situación.
Indudablemente, tal comportamiento no debía resultar difícil a Mr. Utterson por
ser hombre, en el mejor de los casos, poco demostrativa y que basaba su
amistad en una tolerancia solo comparable a su bondad. Es característico de las
personas modestas aceptar el círculo de amistades que le ofrece el destino, y esa
era la actitud de nuestro abogado.
Sus amigos eran, o bien familiares suyos, o aquellos a quienes conocía Página
hacía largos años. Su afecto, como la hiedra, crecía con el tiempo y no
respondía 16
necesariamente al carácter de la persona a quien lo otorgaba.
Así eran los lazos que le unían a Mr. Richard Enfield, pariente lejano suyo y
hombre muy conocido en toda la ciudad. Eran muchos los que se preguntaban qué
verían el uno en el otro y qué podrían tener en común. Todo el que se tropezara con
ellos durante sus habituales paseos dominicales afirmaba que no intercambiaban
una sola palabra, que parecían notablemente aburridos y que recibían con evidente
agrado la presencia de cualquier amigo. Y, sin embargo, ambos apreciaban al
máximo estas excursiones, las consideraban el mejor momento de toda la semana y,
para poder disfrutar de ellas sin interrupciones, no solo rechazaban oportunidades
de diversión, sino que resistían incluso a la llamada del trabajo.
Ocurrió que, en el curso de uno de dichos paseos, los dos amigos desembocaron en
una de las callejuelas de uno de los barrios comerciales de Londres. Se trataba de
una calle angosta que aparentaba ser tranquila, pero que durante los días laborables
era escenario de un comercio floreciente. Sus habitantes eran comerciantes
prósperos que esperaban serlo aún más, a juzgar por el gasto que hacían en
adornos y vanidades, de modo que las vitrinas que se distribuían a ambos lados de
la calle ofrecían un aspecto realmente tentador, como dos filas de vendedoras
sonrientes.
Aun los domingos, días en que mostraba sus más granados encantos y Página
se mostraba relativamente poco frecuentada, la calle brillaba en
comparación con el deslucido barrio en que se hallaba. Relucía como 16
brilla una hoguera en la oscuridad del bosque acaparando y alegrando
la mirada de los transeúntes con sus contraventanas recién pintadas,
sus bronces bien pulidos y la limpieza y alegría que la caracterizaban.

A dos casas de una esquina, en la acera de la izquierda yendo en dirección al este,


la entrada a un patio interrumpía la línea de vitrinas y, exactamente en ese mismo
lugar, un siniestro edificio proyectaba su alero sobre la calle. Tenía dos pisos y
solo tenía una puerta en la planta baja y en el segundo piso, un muro deslavado y
sin ventanas. En todos los detalles mostraba evidencia de un descuido sórdido y
prolongado. La puerta, que carecía de campanilla y de llamador, tenía la pintura
saltada y descolorida.
Los vagabundos se refugiaban ahí debido al abrigo que ofrecía y encendían sus
fósforos en la superficie de sus hojas. Los niños jugaban a la tienda en sus
peldaños, un escolar había probado el filo de su navaja en sus molduras y al
parecer nadie, en casi una generación, se había preocupado de alejar a esos
visitantes inoportunos ni de arreglar la destrucción que habían hecho en ella.
Mr. Enfield y el abogado caminaban por la vereda opuesta, pero cuando llegaron
a dicha entrada, el primero levantó el bastón y señaló hacia ella.
—¿Te has fijado alguna vez en esa puerta?—preguntó. Página
Y una vez que su compañero respondiera afirmativamente, continuó.
—Siempre la asocio mentalmente con un extraño acontecimiento. 16
—¿De veras? —dijo Mr. Utterson con una ligera alteración en la voz
—, ¿de qué se trata?
—Verás, ocurrió lo siguiente —continuó Mr. Enfield—.
Hacia las tres de la mañana de una oscura madrugada de invierno, volvía yo a
casa quién sabe de qué lugar remoto. Mi camino me llevó a atravesar un barrio de
la ciudad en que, literalmente, lo único que distinguía eran las farolas encendidas.
Recorrí calle tras calle donde todos dormían, calle tras calle que se mostraban
iluminadas como para un desfile, pero vacías como la nave de una iglesia, hasta
que finalmente me encontré en ese estado en que un hombre escucha y escucha y
comienza a desear que aparezca un policía. De pronto vi dos figuras, una la de un
hombre pequeño que avanzaba a buen paso en dirección al este, y la otra la de
una niña de unos ocho o diez años que corría por una bocacalle a la mayor
velocidad que le permitían sus piernas. Pues señor, como era de esperar, al llega r
a la esquina hombre y niña chocaron, y aquí viene lo horrible de la historia: el
hombre atropelló con toda tranquilidad el cuerpo de la niña y siguió adelante, a
pesar de sus gritos, dejándola tendida en el suelo.
Supongo que tal como lo cuento no parecerá gran cosa, pero la visión Página
fue horrible. Aquel hombre no parecía un ser humano, sino un maldito
Juggernaut1. 17
Le llamé, eché a correr hacia él, le sujeté por el cuello y le obligué a regresar al
lugar donde unas cuantas personas se habían reunido ya en torno a la niña. El
hombre estaba muy tranquilo y no opuso resistencia, pero me dirigió una mirada
tan siniestra que el sudor volvió a inundarme la frente como cuando corriera. Los
reunidos eran familiares de la víctima y pronto hizo su aparición el médico, que
había sido llamado para socorrer a la niña. Pero fue la actitud del médico lo que
me dejó inquieto. Era el típico farmacéutico seco y cuadrado, sin una edad
detectable ni color que destacara.
Tenía el fuerte acento de Edimburgo, y las emociones de un banco de madera.
Bueno, señor, era como el resto de nosotros; miraba al personaje que yo tenía
inmovilizado con ganas de estrangularlo. Sabía lo que estaba pensando, así como
él sabía lo que pasaba por mi mente. Y como asesinar al individuo no era opción,
hicimos la siguiente mejor acción. Informamos al hombre que podríamos —y
haríamos— un escándalo de esto y que daríamos mala reputación a su nombre de
lado a lado de Londres. Agregamos que, si tenía amigos o créditos, nos
encargaríamos de que los perdiese. Todo esto lo dijimos resaltando enfáticamente,
ero al mismo tiempo tratando de alejar a las mujeres que lo acechaban como
arpías.
En mi vida he visto círculo semejante de rostros encendidos por el odio Página
y, en el centro, estaba aquel hombre que irradiaba una especie de
frialdad negra y despectiva. Se le veía asustado también, pero 17
sorteando el temporal como un verdadero Satán. “Si desean sacar
partido del accidente
—nos dijo—, naturalmente me tienen en sus manos. Un caballero siempre trata
de evitar el escándalo. Díganme cuánto quieren. Pues bien, los estrujamos lo más
posible y le exigimos nada menos que cien libras para la familia de la niña. Era
evidente que habría querido escapar, pero nuestra actitud le inspiró miedo y al
final accedió.
Solo faltaba ir a retirar el dinero, y, ¿adónde crees que nos condujo sino a ese
edificio de la puerta? Abrió con una llave, entró, y al poco rato volvió a salir con
diez libras en oro y un cheque del Banco Coutts por valor de la cantidad restante
y firmado con un nombre que no puedo mencionar a pesar de ser ese uno de los
detalles más interesantes de mi historia. Lo que sí te diré es que era un nombre
muy conocido y que se ve muy a menudo en los periódicos. La cifra era alta, pero
el que había estampado su firma en el cheque, si es que era auténtica, era hombre
de una gran fortuna.
Me tomé la libertad de decirle al caballero en cuestión que todo aquel asunto me
parecía sospechoso y que en la vida real un hombre no entra a las cuatro de la
mañana en semejante antro para salir al rato con un cheque por valor de casi cien
libras firmado por otra persona. Pero él se mostró frío y despectivo.
“No tema —me dijo—, me quedaré con ustedes hasta que abran los Página
bancos y pueda cobrar yo mismo ese dinero.” Así pues, nos pusimos
todos en camino, el padre de la niña, el médico, nuestro amigo y yo. 18
Pasamos el resto de la noche en mi casa y a la mañana siguiente, una vez
desayunados, nos dirigimos al banco como un solo hombre. Yo mismo entregué el
cheque al empleado haciéndole notar que tenía razones de peso para sospechar
que se trataba de una falsificación. Pues nada de eso. La firma era legítima.
— ¡Qué barbaridad! —dijo Mr. Utterson.
—Ya veo que piensas lo mismo que yo —dijo Mr. Enfield—. Sí, es una historia
desagradable porque el hombre en cuestión era un personaje detestable, un
auténtico infame, mientras que la persona que firmó ese cheque es un modelo de
virtudes, un hombre muy conocido y, lo que es peor, famoso por sus buenas
obras. Un caso de chantaje, supongo.

El del caballero honorable que se ve obligado a pagar una fortuna por un error de
juventud. Por eso doy a este edificio el nombre de «la casa del chantaje». Aunque
aún eso estaría muy lejos de explicarlo todo —añadió. Y dicho esto se sumió en
sus pensamientos. De ellos vino a sacarle Mr. Utterson con una pregunta
repentina.
—¿Y sabes si el que extendió el cheque vive ahí? Página
18
—Sería un lugar muy apropiado, ¿verdad? —respondió Mr. Enfield—,
pero se da el caso de que recuerdo su dirección y vive en no sé qué
plaza.
—¿Y nunca has preguntado a nadie acerca de la casa de la puerta? —preguntó
Mr. Utterson.
—Pues no señor, he tenido esa delicadeza —fue la respuesta—. Estoy
decididamente en contra de toda clase de preguntas. Me recuerdan demasiado el
día del juicio final. Hacer una pregunta es como arrojar una piedra. Uno se queda
sentado tranquilamente en la cima de una colina y allá va la piedra arrastrando
otras cuantas a su paso hasta que al final van a dar todas a la cabeza de un pobre
infeliz (aquel en quien menos habías pensado) que no se ha movido de su jardín,
y resulta que la familia tiene que cambiar de nombre. No señor. Yo siempre me he
atenido a una norma: cuanto más raro me parece el caso, menos preguntas hago.
—Sabio proceder, sin duda —dijo el abogado. —Pero sí he examinado el
edificio por mi cuenta —continuó Mr. Enfield—, y no parece una casa habitada.
Es la única puerta y nadie sale ni entra por ella, a excepción del protagonista de
la aventura que acabo de relatarte. Y eso muy de tarde en tarde. En la planta alta
hay tres ventanas que dan al patio. En el piso de abajo, ninguna. Esas tres
ventanas están siempre cerradas, aunque los cristales están limpios.
Por otra parte, de la chimenea sale generalmente humo, así que la casa Página
debe de estar habitada, aunque es difícil asegurarlo dado que los
edificios que dan a ese patio están tan apiñados que es imposible saber 18
dónde termina uno y dónde empieza el siguiente. Los dos amigos
caminaron un
rato más
—Es buenaennorma
silencio
la hasta
tuya, que habló
Enfield Mr. Utterson.
dijo.
—Sí, creo que sí respondió el otro.
—Pero, a pesar de todo continuó el abogado—, hay una cosa que quiero
preguntarte. Me gustaría que me dijeras cómo se llamaba el hombre que atropelló a
la niña.
—Bueno —dijo Mr. Enfield—, no veo qué mal puede haber en decírtelo. Se
llamaba Hyde.
—Mmm
—No es —dijo Mr. Utterson—.
fácil describirle. En su¿Yaspecto
cómo eshay
físicamente?,
algo que no calza, desagradable,
decididamente detestable. Nunca he visto a nadie que produzca tanta repugnancia
y, sin embargo, no sabría decirte la razón. Debe de tener alguna deformidad. Ésa
es la impresión que produce, pero no podría mencionar un solo detalle fuera de lo
normal. No, me es imposible. No puedo describirle. Y no es que no le recuerde,
porque te aseguro que es como si le tuviera ante mi vista en este mismo momento.
Mr. Utterson anduvo otro trecho en silencio, evidentemente abrumado Página
por sus pensamientos.
—¿Estás seguro de que abrió con una llave? preguntó al fin. 19
—Mi querido Utterson —comenzó a decir Enfield, que no cabía en sí de
asombro.
—Lo sé —dijo su interlocutor—, comprendo tu extrañeza. El hecho es que si no
te pregunto cómo se llamaba el otro hombre es porque ya lo sé. Verás, Richard,
has ido a dar en el clavo con esa historia. Si no has sido fiel en algún punto, sería
prudente que lo arreglaras.
—Deberías haberme avisado respondió el otro con un toque de pesadumbre—.
Pero te aseguro que he sido exacto hasta el extremo, como tú sueles decir. Ese
hombre tenía una llave y, lo que es más, sigue teniéndola. Le vi servirse de ella no
hará ni una semana. Mr. Utterson exhaló un profundo suspiro, pero no dijo una
sola palabra. Al poco, el joven continuaba:
He aquí otra lección de cerrar la boca dijo—.
Me avergüenzo de haber hablado más de la cuenta.
Hagamos un trato. Nunca más volveremos a hablar de este asunto.
—Accedo de todo corazón —dijo el abogado—.
Te lo prometo, Richard.
Página
19

La descripción que se hace de la casa es la de una casa extraña


que esconde algo. Las ventanas y puertas siempre están
cerradas. La chimenea constantemente tenía humo. Por lo que
se puede deducir que alguien vivía en esa casa.
Página
El Sr. Utterson tenía mal humor, era frío, reservado, jamás
tenía una sonrisa. Físicamente era delgado, seco y 20
melancólico. A pesar de esto, despertaba afecto en
reuniones de amigos.

Lo que llama la atención de este texto es la contradicción


entre estar completamente seguro que es un ser repugnante,
y por otro lado no es capaz de dar una razón porque es así.
Página
20

Podríamos inferir que Mr. Hyde es una persona fea, es


horrible, malvado, que no tiene corazón. A lo mejor le
molestan los ruidos y gruñón.
Página
Consolidación del aprendizaje:

¿Cómo podríamos resumir el


Capítulo 1 de Dr. Jekyll y Mr.
Hyde?
Página
Ticket de salida:

Explica en qué parte de lo que


leíste se presenta un indicio de
que algo horroroso sucederá.
Ticket de salida

1. Lee atentamente y responde el ticket de salida.


2. Recuerda ver tu puntuación una vez finalizado el ticket.
3. Revisa la nota que tendrás según la puntuación obtenida.
4. Puedes ir a tu recreo. Nos juntamos a las 15:30
Durante la clase Después de la clase
Puntaje Nota Puntaje Nota
0 4.0 0 2.0
1 7.0 1 5.5

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