Este documento presenta un capítulo de un libro que describe el proceso de despertar espiritual de la autora. En este capítulo, la autora reconoce su fracaso al intentar encontrar la felicidad y la plenitud a través de sus propios esfuerzos. Se rinde ante su Ser Superior y le entrega el control de su vida. Explica que muchos humanos cargan con una herida interna de sentirse separados de Dios y pecadores, a pesar de los intentos por merecer su perdón.
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Gracias a Jorge, mi amado esposo, por su continuo
Amor y apoyo a mi camino espiritual.
Camino que no siempre ha comprendido, pero se ha
esforzado en respetar.
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INDICE
INTRODUCCION
La Voz de tu Ser Superior
CAPITULO 1: Reconociendo el fracaso
Rendida (Hablándole a mi Ser Superior)
CAPITULO 2: Comienza el Despertar
Despertar
CAPITULO 3: Nuestro querido y asustado ego
El Príncipe y su leal sirviente
CAPITULO 4: La Felicidad
La Felicidad
CAPITULO 5: El otro y las relaciones
Hoy por primera vez te vi y comprendí.
CAPITULO 6: La Verdad
Metáforas
CAPITULO 7: Nuestro Ser Superior (Espíritu Santo)
Ser Espiritual
CAPITULO 8: Conversando con nuestro Ser Superior
A ti que tienes dudas
¿Cómo comunicarnos con nuestro Ser Superior?
¿Qué podemos preguntarle?
¿Cómo distinguir las respuestas que vienen de mi mente con
las que provienen de mi Ser Superior?
¿Qué desea nuestro Ser Superior para nosotros?
¿Qué peticiones podemos hacerle?
¿Podemos ponerlo a prueba?
¿Mantener estas conversaciones me ayudará a cambiar y
superar muchas cosas en mi vida?
El Ser Superior y nuestras relaciones
El Ser Superior y nuestra salud
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CAPITULO 9: Comunicaciones con mi Ser Superior
Así como eres, así eres perfecto
Actitud de Paz y Alegría ante la vida
Estar al Servicio
La Vida Cotidiana
Creatividad
Lo que Hago, Lo que Pienso, Lo que Siento
A ti que estás confundido
A mí no puedes engañarme
Son sólo creencias, creencias y más creencias.
Sanación
¿Cómo conectarte con tu Ser Superior?
Tu Vida es tu Creación
Aquí y Ahora
Son sólo distractores
¿Qué Hacer para Escucharte?
SER v/s ser
Resistencia al cambio
La Importancia de Reunirse
Cuando un Grupo de Humanos Despiertos se Reúne
Responsabilidad v/s Culpabilidad
El Amor en la Nueva Tierra
A ti humano
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La Voz de tu Ser Superior
A ti que comienzas a leer este libro, te reconozco como parte
del grupo de humanos valientes que se atreven a reconocer
su propia divinidad, a ti que sostienes estas páginas en tus
manos, a ti te hablo. Si estás aquí leyendo, es porque sabes
que no has sido capaz de encontrar las respuestas que
buscas e intuyes que esas respuestas están en tu interior.
Yo Soy quien eres, Yo Soy tu sabiduría interna siempre
dispuesta a ayudarte y a complacerte, Yo Soy el Amor
genuino del Creador hacia su creación.
Soy tu Ser Superior, Yo Soy quien has olvidado Ser, en mí
puedes encontrar todo lo que buscas, tus penurias han
terminado, tu soledad se ha acabado.
Hoy recuerdas mi Presencia, hoy comprendes que la Gloria
ya habita en ti y no tienes que hacer nada para recuperarla.
Ha llegado el momento en que tu viaje se transforme en
placer, regálame tus espinas que yo las transformaré en
flores, regálame tus temores que yo los transformaré en
confianza, regálame tu baja autoestima que yo la
transformaré en certeza sobre quién eres, regálame tu olvido
que yo lo transformaré en recuerdo.
Siempre he estado a tu lado y siempre lo estaré pues Soy
quien eres y en ti me manifiesto.
Toma mi mano y apóyate en mí, no hay necesidad de que
sigas luchando, entrégate a mí y descansa en mi regazo, una
a una lavaré tus heridas, iluminaré cada rincón de tu vida y
sonreiré a través de tu alma.
Yo Soy la Luz que habita en ti, Yo Soy quien has olvidado
Ser, Yo Soy el poder Creador que te ha sido regalado, Yo
Soy el manto que protege a quienes lo solicitan.
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Reconoce mi presencia en tu interior, que yo te ayudaré a
reconocerla en quienes te rodean y de ese divino
reconocimiento, la magia de la creación te será develada.
Para comunicarte conmigo no necesitas forma ni modo, sólo
necesitas hacerlo. Es tan simple como vivir, si quieres
complicarlo y retrasarlo hazlo, esperaré hasta el día en que
te decidas a hablarme y mientras, seguiré a tu lado
sosteniendo tu mano.
Pero, si ya has decidido oírme, entonces escúchame y recibe
mi abrazo, que es el abrazo que te das a ti mismo,
reconociendo, por fin, que tú también eres Dios……
Al escribir este libro, me doy a mi misma el regalo de
compartir lo que ha sido, para mí, un maravilloso proceso de
toma de conciencia. Proceso que se inició hace algunos años
atrás transformando por completo mi vida, mis relaciones y mi
forma de ver el mundo.
Esta transformación ha sido de tal magnitud, que me ha
colmado de bendiciones y alegrías; y ha traído confianza y
plenitud donde antes hubo inseguridad y desosiego. Compartir
esta experiencia es una forma de agradecer al Universo, por
todas las bellas experiencias que me ha brindado para llegar a
comprender, que la vida es un maravilloso regalo y que vale la
pena disfrutarlo al máximo.
No ha sido fácil sentarme a redactar este libro, no tanto
porque se me haga difícil compartir mis vivencias, sino por mi
absoluta falta de experiencia literaria. Mi interés por compartir mis
experiencias comenzó cuando me decidí a publicar en internet
unos pequeños escritos de mi autoría, que bauticé como
Conversaciones con mi Ser Superior. Estos textos son pequeños
mensajes que provienen desde mi interior, desde mi esencia,
desde mi divinidad, desde esa parte llena de sabiduría a la cual
todos tenemos acceso y que hemos olvidado, estos mensajes
provienen de un lugar profundo donde no hay miedo, ni deberes,
donde las amarras y límites desaparecen.
La primera vez que escribí una de estas conversaciones
quedé muy sorprendida, no sólo por la fluidez con que surgió el
mensaje de mi interior, sino por la solidez de su contenido.
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Hacía ya un tiempo que había estado realizando
meditaciones, en las cuales entablaba un dialogo íntimo y
personal conmigo misma. Un día decidí intentar escribir estas
reflexiones, me senté frente al PC, prendí un incienso, puse una
música suave y relajante y, luego de dar unas profundas
inspiraciones, pedí a mi Ser Superior que me diera algún
mensaje. El resultado de este experimento fue un vibrante texto,
que una vez terminado pude leer sintiéndome profundamente
conmovida, en ese momento sentí que esas palabras eran una
especie de suspiro espiritual que salió desde mi interior y que se
materializó en la pantalla del PC a través de mis manos.
Con el tiempo, y luego de repetir varias veces la
experiencia, poco a poco me fui atreviendo a hacer preguntas y a
escribir sus respuestas, posteriormente comencé a escribir
mensajes menos personales que pudiesen servir a otras
personas. Luego de varios intentos, me decidí a compartir estos
escritos que bauticé Conversaciones con mi Ser Superior, a
través de una lista de correos en internet.
Desde mi primer envío recibí decenas de cometarios en
los cuales algunas personas me agradecían por las palabras
contenidas en mis escritos, me contaban que sentían que esos
mensajes habían sido escritos para ellos y me estimulaban a
continuar escribiendo y compartiendo. Meses después, pude
comprobar que mis escritos circulaban por otras listas y que eran
publicados en otros sitios web de carácter espiritual, para mi
sorpresa éstos tuvieron muy buena recepción y rápidamente
comenzó a gestarse en mí la idea de publicar un libro que
recopilara esos mensajes.
A lo largo de mi proceso de despertar, he leído una
enorme cantidad de libros de crecimiento personal y espiritual.
Muchos han sido verdaderos maestros, que llegaron a mi vida
justo en el momento apropiado. A veces he sentido que todo está
escrito, que ya no hay nada nuevo que decir y que los libros nos
repiten una y otra vez las mismas cosas y llegan a la misma
conclusión: todo lo que buscamos se encuentra en nuestro
interior.
Pareciera que podemos leer una y otra vez esta misma
sempiterna verdad expresada de muchas formas, sin que en
realidad lleguemos a comprender lo que significa. Sin embargo,
llega un momento, en que por necesidad o porque la vida nos
empuja a hacerlo, todo lo leído se hace carne en nuestra vida y
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pasa del plano mental al plano concreto. Ese es el momento en
que dejamos de buscar afuera y nos replegamos a nuestro
interior a buscar nuestras propias respuestas.
Aún consciente de la enorme cantidad de libros que se
han escrito sobre este tema, he sentido el llamado interior a
compartir mis propias experiencias. Sé que obedezco más a una
necesidad personal que a la necesidad de colaborar con el
despertar de la humanidad. Estoy convencida que el despertar
espiritual es un proceso personal, que sólo se precipita cuando el
alma clama por expresarse.
Cuando iniciamos nuestra búsqueda de sentido de vida
la ley de atracción y sincronía, prepara el terreno para que
lleguen a nuestras manos los libros, las personas, los cursos y
los sucesos que favorecerán nuestro proceso de comprender
quiénes somos y nos recordarán que nunca estamos solos. Si
estás leyendo este libro, entonces, probablemente, significa que
estamos en el mismo proceso y si algo de su contenido te sirve o
estimula, entonces la escritura de este libro está más que
justificada.
Siempre me definí a mí misma como una persona con
aptitudes e inclinaciones literarias poco desarrolladas, soy
ingeniera de profesión, por lo cual los números son para mí un
campo más familiar que las letras. No sé de filosofía, ni de
religiones, ni de psicología, no puedo citar autores, ni hilvanar
ideas de los cientos de libros que he leído, no tengo consejos
que dar ni verdades que defender. Sin embargo, en mi interior
siento un fuerte llamado a compartir mis experiencias, así que en
un acto de osadía me atrevo y animo a darle forma a este libro.
Te invito a repasar junto a mí el camino que he recorrido
en estos últimos años, para descubrir lo divino que hay en mí.
Este camino puede ser el mío, pero en realidad es el de todos,
pues seguramente podrás identificarte con algunas de las etapas
que yo viví y, si lo deseas, podrás hacer tuyas alguna de las
conclusiones que aquí transmito.
Tal vez no aparezca aquí nada nuevo, pero confío en
que el Universo se encargue de hacer llegar este libro a quien lo
necesite en el momento preciso y que su contenido le sirva para
descubrir que lo que busca ya habita en su interior.
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Dejo la escritura de este libro en manos del Espíritu
Santo, que Él use mi mente y mis recuerdos para trasmitir Su
sabiduría.
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Rendida
(Hablándole a mi Ser Superior)
Aquí me tienes rendida ante ti, te entrego mi vida, te regalo mis
deseos, te cedo mis decisiones, ya no tengo voluntad propia.
¿Cómo podría tenerla? Si todo lo que intenté hasta ahora
fracasó, si en todo lo que porfié, perdí.
Sólo tu aliento me reconforta, sólo tu Luz graciosa ilumina la
oscuridad de mi corazón.
Ensánchame el pecho sin demora y por piedad recuérdame
cómo amar.
Despierta mi mente dormida y déjala volar ansiosa al encuentro
de mi alma olvidada. Para que en un abrazo furioso me funda
definitivamente a tu Luz y por fin comprenda que tu Mente es la
mía.
Nos pasamos la vida intentando ser felices y sentirnos
plenos, creemos tener la fórmula exacta para conseguirlo,
pretendemos saber a la perfección qué tiene que pasar o dejar
de pasar en nuestras vidas para conseguirlo. Sólo cuando
comprendemos que todos nuestros esfuerzos han fracasado, nos
abrimos a la posibilidad de comenzar a encontrar esa esquiva
felicidad que tanto ansiamos.
Al hablar de fracaso, no me refiero a fracaso material, ni
profesional, ni de pareja. Hablo del fracaso profundo que
sentimos cuando nuestra alma no ha podido aún expresarse,
pues no hemos podido darle a nuestras vidas un sentido que nos
permita sentirnos plenos.
Una buena parte de los seres humanos, algunos más
dispuestos a reconocerlo que otros, tenemos una profunda herida
interna, que nos hace sentir como seres imperfectos, separados
de Dios, que debemos hacer méritos para volver al “paraíso
perdido”. Nos enseñaron que somos pecadores, nos contaron
que fuimos expulsados del Paraíso por haber desobedecido a
Dios y llevamos milenios intentando infructuosamente que Él nos
perdone.
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Jesús, el gran maestro espiritual de occidente, fue
torturado y asesinado en la cruz para expiar los pecados de la
humanidad y a pesar que han pasado más de 2000 años, aún
continuamos cargando la pesada cruz de la culpa. Nos pasamos
la vida sintiéndonos en falta, por no conseguir ser lo todo lo
perfectos que se debe ser para alcanzar la gracia de Dios. Cada
vez que asistimos a un servicio religioso, nos recuerdan lo
pecadores que somos y lo poco que hacemos para conseguir
que Dios perdone nuestra pequeñez.
No importa cuán liberado te sientas de esta ignominia, no
importa que no profeses una religión judeocristiana, aún cuando
te definas como ateo, esta idea está tan instalada en el
inconsciente colectivo que, quieras o no, influye en la forma como
enfrentas tu vida y en como te limitas a ti mismo creyendo que
eres un ser inferior ante los ojos de tu Creador.
A esta ingrata creencia establecida como paradigma para
la humanidad, debemos sumarle el stress inherente a la vida
moderna, basada más en el tener y en el hacer, que en el Ser.
En el mundo actual, no sólo las cosas son desechables, sino
también lo son las personas, los trabajos y las relaciones. El
último artículo de moda es reemplazado por otro nuevo y más
deseable, incluso antes que terminemos de pagar el anterior.
Modelos anoréxicas fijan pautas de belleza, poniéndonos
patrones imposibles de seguir. Vivimos en una sociedad que nos
inunda de publicidad, en la cual el valor del ser humano está
centrado en el auto que posee, la cerveza que bebe, los viajes
que realiza. Ser para siempre joven pareciera ser la meta, como
si la vejez fuese un castigo y la muerte una condena.
De esta forma, al no ser lo suficientemente perfectos
para merecer el amor de Dios, se le suma el no serlo como para
conseguir destacarnos y sentirnos valiosos en una sociedad que
fija estándares inalcanzables. Nos pasamos la vida intentando
brillar ante los ojos de Dios, ante los ojos de quienes nos rodean
y lo que es peor, ante nuestros propios ojos. No importa lo que
hagamos, pareciera que no conseguimos sentirnos satisfechos
con nosotros mismos.
Puede que seas un profesional exitoso, padre o madre
de una hermosa familia, un deportista renombrado, da igual,
puede que a los ojos de los demás hayas conseguido el éxito,
pero muy dentro de ti, en el fondo de tu alma, tu sabes que ese
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éxito sólo ha conseguido poner en manifiesto el profundo vacío
que sientes en tu interior.
Es posible que en algún momento de tu vida hayas
sucumbido al engaño y por un tiempo hayas sentido que tuviste
la clave de la felicidad. Sentiste que habías diseñado tu vida de
una forma tal, que tus logros te hicieron sentir satisfecho, exitoso
y te paseaste triunfante por el mundo, hasta que en algún
momento, una crisis, una pérdida o una enfermedad te llevaron a
cuestionarte la real profundidad y trascendencia de tus logros.
No importa cuánto éxito mundano hayas tenido, tarde o
temprano terminarás por comprender que mientras no sacies tu
sed interna, nada de lo que hagas logrará darte la ansiada paz
que tu alma anhela.
No estoy desmereciendo los éxitos de este mundo, por el
contrario creo que el camino espiritual nos lleva a una vida
material, física y emocionalmente plena, expresión de la plenitud
interna que experimentamos. El fracaso del que hablo, está
relacionado con el engaño de creer que alcanzaremos la plenitud
interna a través de los éxitos materiales.
Si el dinero, una vida sana o una profesión exitosa
aseguraran la plenitud, entonces podríamos estar tranquilos,
bastaría con trabajar con ahínco por una sociedad próspera y
tendríamos asegurada la paz interna para todos quienes
disfrutaran de bienestar material. Pero la vida nos enseña que no
necesariamente quienes más tienen, se sienten más felices o
más satisfechos con sus vidas. No siempre las personas más
afortunadas a los ojos del mundo son las más plenas. Personas
que tienen todo lo que este mundo material pueda ofrecerles:
fama, dinero, belleza física, admiración, lujos; son a veces
quienes más abusan de las drogas y del alcohol, como una forma
de escapar del vacío interno que las persigue y que nada parece
llenar.
Por el contrario, en ocasiones personas carentes de toda
importancia para los ojos de este mundo, que han tenido que
afrontar una vida llena de carencias, se pasean por la vida con la
cara llena de risa y optimismo, regalando a su paso ganas de
vivir. Ellos son, en definitiva, más ricos que quienes más tienen,
pues no necesitan “tener” para ser felices. Es que la riqueza
interna no se mide en términos de cosas acumuladas, títulos
obtenidos, viajes realizados o cuentas bancarias. La riqueza
interna está más relacionada con el grado de satisfacción que
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sentimos por lo conseguido, que con nuestra capacidad de
conseguir.
Aún cuando la riqueza interior nada tiene que ver con la
riqueza exterior, paradójicamente tiene todo que ver con ella,
pues de la riqueza interior aflora la capacidad de disfrutar, de
transformar nuestra realidad y de convertir cada día en una
aventura. La prosperidad en nuestras vidas es proporcional a la
capacidad que tenemos de disfrutar quienes somos, lo que
poseemos y lo que hemos logrado.
Durante gran parte de mi vida sentí que había una
discrepancia entre lo que proyectaba y lo que sentía en lo más
profundo de mi ser, a los ojos de cualquier persona mi vida se
acercaba mucho al modelo de lo que me habían inculcado como
deseable. Yo era una mujer joven, profesional universitaria, con
un empleo a medio tiempo que me permitía atender la crianza de
mis 4 hijos, casada con un hombre también profesional,
responsable y querendón con su familia. Tanto mi esposo como
yo provenimos de familias de clase media, tradicionales, con
matrimonios sólidos y padres amorosos y presentes, en la forma
que ellos podían y sabían serlo. Sin embargo, bajo esa
apariencia de orden y perfección se escondía una buena capa
de frustración y enojo, que de tanto en tanto se manifestaba en
forma de discusiones, dolores de espalda y otras sofisticadas y
no siempre directas maneras.
Tengo sentimientos encontrados respecto a los
recuerdos de mi niñez: por un lado recuerdo haber sido muy feliz
en mi más tierna infancia, tengo reminiscencias de mi madre
sonriendo y compartiendo con amigas, recuerdo carcajadas en el
hogar y mucho amor familiar. Aproximadamente en la época en
que cumplí ocho años, tengo la percepción de que el ambiente
de mi casa cambió o al menos así lo sentí yo. Mi madre dejó de
sonreír, dejó de juntarse con amigas y parecía estar siempre
enojada, sus amorosas atenciones hacia mí, cesaron de golpe
transformándose en secas comunicaciones y constantes críticas.
Casi cuarenta años después, me enteré que para ese entonces,
mis padres enfrentaron una crisis matrimonial de la cual yo
siendo una niña no llegué a enterarme. Crecí con la sensación de
que algo había hecho mal y que debido a ello había perdido el
cariño de mi madre. Durante mi pre adolescencia y adolescencia
tuve con ella una relación muy tensa, fui una hija difícil de
complacer y muy rebelde.
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En mi etapa escolar me costó mucho hacerme de
amigas, lo cual se agudizó cuando me expulsaron por mala
conducta del colegio de monjas al cual asistía y no conseguí
adaptarme al nuevo colegio, también de monjas, aún más
estrictas que las anteriores. Fui no sólo una alumna muy inquieta,
indiferente a la autoridad e indisciplinada, sino también muy
irresponsable y con rendimiento académico mediocre. Solía
pasar más tiempo castigada que en la sala de clases, de seguro
que si hubiese nacido un par de décadas después habría sido
una candidata segura al Ritalín.
Al terminar la enseñanza media era una jovencita muy
inquieta e inmadura que no tenía la menor idea sobre qué es lo
que quería hacer con su vida, cuando llegó el momento de rendir
la prueba de ingreso a la Universidad, me sorprendí y sorprendí a
los demás con un excelente puntaje, que me permitió entrar a
estudiar Ingeniería en una muy buena universidad del país, en
gran medida escogí esa carrera para agradar a mi padre, sin
prestar ninguna atención a cual podría ser mi verdadera
vocación.
Finalmente, luego de algunos traspiés terminé por
titularme. Convertida en una flamante ingeniero (en esa época no
existían el femenino de la palabra ingeniero en el diccionario) me
enfrenté al mundo y a mi absoluta falta de vocación. Ya en el
mercado laboral, pude comprobar en forma fehaciente que había
escogido una profesión que no me satisfacía en lo absoluto.
En los últimos años de mi carrera conocí a mi esposo,
con quien luego de un par de años de noviazgo decidimos formar
una familia. Me casé muy enamorada, pero a la vez asustada,
pues nuestras peleas por cosas sin importancia me hacían dudar
respecto a nuestra real capacidad de formar una pareja. Al poco
tiempo, se cumplió mi mayor deseo y quedé embarazada, en ese
momento sentí que tocaba el cielo, el nacimiento de nuestra hija
mayor, junto al nacimiento de nuestros otros tres hijos, han sido
los regalos más maravillosos que la vida me ha dado.
Feliz me lancé de lleno a mi labor de madre, dejando
cada vez más relegada mi profesión. Al año y medio nació
nuestro segundo hijo, al año y medio siguiente, nuestra tercera
hija y a los dos siguientes la cuarta. Cuando nació mi cuarta hija
abandoné totalmente mi profesión, para dedicarme de lleno a la
crianza de mis niños. Más que ser madre jugaba a serlo y me
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paseaba orgullosa por la vida, como una gallina con sus
polluelos.
Mi vida parecía perfecta. Pero en vez de llenarme de
orgullo, muy en lo profundo sentía un poco de vergüenza, pues
muchas veces me pregunté cómo era posible que yo, siendo
para muchos una mujer bendecida por la vida, no lograse ser en
forma auténtica feliz. En mi mente palpitaba un constante temor a
que la vida me castigara con alguna experiencia dolorosa, para
que así yo por fin aprendiese a valorar todo lo que tenía.
En mi interior yo sabía que algo no andaba bien. Mi
relación matrimonial se había convertido en una sucesión de
acercamientos y alejamientos, las discusiones se alternaban con
períodos de reconciliación y habíamos llegado a pensar que esa
era la única forma en que podíamos relacionarnos. Todo
matrimonio tiene problemas, nos decíamos y, luego de un
distanciamiento, retomábamos la relación con la promesa de
cambiar y ser por fin la persona que el otro esperaba que
fuéramos. Todas estas promesas iban directo al olvido, pues una
y otra vez volvíamos a discutir por las mismas y absurdas cosas,
hiriéndonos con reclamos y ofensas veladas.
Cuando nuestra cuarta hija entró al colegio a horario
completo, se cerró una primera etapa en la crianza de los niños,
luego de un período de mucha intensidad de pronto me encontré
con mucho más tiempo libre y me sentí con un montón de
energía libre que no sabía en qué emplear. Entonces comencé a
buscar “algo” que llenara mis días y me diera la satisfacción
interna que no lograba encontrar en mi interior. Luego de mucho
pensarlo, en parte movida por la culpa de no lograr encontrar paz
interior, decidí dedicarme a actividades solidarias.
Por un tiempo trabajé de voluntaria en una casa de
acogida de niños enfermos de cáncer, fue una experiencia muy
intensa de la cual aprendí mucho y quedé profundamente
conmovida por esos pequeños seres de ojos profundos que
ansiosos de ser amados, morían como mariposas nocturnas
estrelladas contra el vidrio de la vida. Luego de esa conmovedora
experiencia, decidí dedicarme en forma más profesional al tema
de la solidaridad y encontré un trabajo en una corporación de
beneficencia, dedicada al tratamiento de niños trasplantados. A
pesar del enorme cariño y ternura que los niños y sus dedicadas
y humildes familias despertaban en mí, tampoco allí conseguí
encontrar lo que buscaba, pues nunca llegué a sentirme cómoda
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en el ambiente “socialité” que suele rodear al mundo de la
beneficencia, sin duda necesario al momento de conseguir
recursos.
Entonces, di un giro en 180 grados y me volqué hacia el
mundo empresarial y me embarqué en un proyecto de
importación de muebles. Puse todas mis energías en ello,
trabajaba más de diez horas diarias, seis días a la semana. Se
trataba de un negocio complejo y cansador, sobre el cual influían
muchas variables que no dependían directamente de mi gestión.
Al principio, mis esfuerzos parecieron dar resultados económicos,
pero luego, el precio del dólar comenzó a subir y subir más allá
de cualquier expectativa, con lo cual todos mis cálculos de
rentabilidad fallaron.
Me sentía muy exigida y comencé a dejar de disfrutar las
actividades que antes me satisfacían, el cuidado de mi casa se
transformó en una pesada carga, el simple hecho de ir al
supermercado se me hacía una tarea agobiante, la vida social
me parecía una tortura. Dejé de ir al gimnasio y perdí el interés
por la mayor parte de las actividades que antes me atraían. Lo
único que me importaba era sacar adelante mi proyecto y estar
con mis hijos. Luché por casi cuatro años por impulsar este
demandante negocio, sin llegar a conseguirlo.
Cuando estaba en el ojo del huracán, decidí tomar un
curso de Programación Neurolingüística (PNL), principalmente
motivada por mi deseo de aprender a dominar mis reacciones
frente a los diarios conflictos que tenía con los clientes, con los
empleados de mi empresa y con los proveedores. En paralelo a
ese curso, una amiga me invitó a integrar un grupo de mujeres
que se autodenominaban “Las Soñadoras”, quienes se reunían
una vez a la semana a interpretar sueños y conversar. Aún no lo
sabía, pero esos serían mis primeros pasos concretos hacia el
despertar espiritual y comencé por primera vez a mirarme y a
cuestionar la forma en que estaba viviendo mi vida.
Debido a las dificultades en el trabajo mi enojo crecía día
a día, pues nada parecía resultar a pesar de mi frenesí por sacar
adelante mi empresa. Los trabajadores me parecían
irresponsables, los proveedores incumplidores, los clientes
demasiados exigentes, en fin, todo y todos parecían estar en mi
contra.
Sincrónicamente, una cadena de sucesos
desafortunados comenzaron a ocurrir en mi vida: robos,
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enfermedades, accidentes, problemas laborales parecían
afectarme a mí o a queridos y cercanos parientes, en ese
entonces parecía que todo a mi alrededor era tensión. Más tarde
comprendería que atraemos a nuestra vida justo aquello en lo
cual está puesta nuestra energía y en ese entonces yo me sentía
muy miserable, por ello el Universo entero se organizó para que
yo me pudiese sentir de esa forma a mis anchas.
Los problemas me fueron agotando cada día más, pero
lo que realmente terminó por hundirme fue cuando se enfermó
mi padre. Él fue para mí un fuerte apoyo en los momentos en que
necesité sostén, desde niña fui muy apegada a él y a pesar que
tenía un carácter complicado, con el cual me era muy difícil
relacionarme, entre él y yo existía una complicidad y
comunicación no verbal, que incluso a la distancia nos mantenía
unidos. En esos tiempos que yo sentía tan complicados él se
había convertido en mi alero y parecía siempre tener la palabra
precisa para reconfortarme.
A la semana siguiente de cumplir 80 años le detectaron
un cáncer a la pleura en estado terminal, el doctor nos dijo que le
quedaba un mes de vida, que luego se prolongó en más de dos
angustiosos años. Eso terminó con mis fuerzas. Mi empresa
quedó en segundo lugar y al no contar con mi continua
presencia, las ventas comenzaron a decaer, pero no me importó
pues yo no tenía ya ganas de seguir luchando.
El tiempo pasaba y yo corría entre mi hogar, el hospital y
el negocio, comencé a sentir como el stress crecía dentro de mí,
por primera y única vez en mi vida supe lo que es pasar un noche
en vela, en ocasiones mi corazón parecía salirse de mi pecho.
Aún así no paraba de correr, hasta que llegó un día en que no fui
capaz de estar en pie, mis piernas literalmente se doblaban
incapaces de sostenerme y tuve que quedarme en cama por más
de dos semanas y no pude trabajar por más de un mes.
Luego de ese episodio le tomé fobia a mi trabajo y a todo
lo relacionado con él, decidí asumir el fracaso y cerrarlo. Con las
pocas fuerzas recuperadas con el forzado reposo que mi cuerpo
me impuso, tuve que finiquitar mis últimas obligaciones, despedir
empleados, pagar a los proveedores, hacer las últimas
cobranzas, vender en liquidación todo lo que se pudiera; y asumir
la pérdida monetaria y el dolor de no haber conseguido salir
adelante con lo que me había propuesto.
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Sin embargo, este proceso en apariencia tan negativo,
me trajo una enorme bendición pues durante mi tiempo de
obligado reposo, comprendí que la forma en que había conducido
mi vida hasta entonces no estaba dando los resultados que tanto
ansiaba. Una voz desde mi interior, comenzó a susurrarme que
había otra forma de vivir que yo hasta ahora no había entendido.
Mi alma comenzó a clamar por manifestarse y justo
cuando mi mundo parecía estar desmoronándose, comencé a
recibir información espiritual de todas partes, los sucesos se
fueron encadenando, los sueños revelándose, las sincronías
presentándose, llegaron a mi vida las personas precisas y de
pronto sentí que todo lo que había sucedido tenía un sentido, que
todo había conspirado para que llegara el momento en que yo
me detuviese y me permitiese conectarme conmigo misma.
Había estado buscando fuera de mí: ¡era el momento de buscar
en mi interior!
Con tiempo libre y con el apoyo de mi esposo, me lancé
a un intenso proceso de búsqueda espiritual y sentido de vida,
tomé muchos cursos y talleres, leí una enorme cantidad de libros,
navegué cientos de horas en Internet, buscando información y
contacto con personas que estuvieran en el mismo proceso.
Lentamente comencé a sentir algo desconocido para mí: empecé
a sentir que en realidad no tenía que hacer nada para encontrar
la felicidad que tanto había buscado, pues la plenitud es el
estado natural del alma y sólo tenemos que permitir que ocurra.
De a poco comencé a percibir que no estoy sola en este
camino espiritual, hay muchos seres que nos ayudan a avanzar
hacia donde nos proponemos llegar, pude sentir que dentro de
todos nosotros habita una chispa divina que con paciencia
espera que le permitamos manifestarse. Comprendí que cuando
nos ponemos en sintonía con nuestras más altas intenciones, los
milagros comienzan a ocurrir en la cotidianidad. Los problemas
que antes nos parecían tan complicados no sólo se hacen más
llevaderos, sino que también muchos de ellos se tornan irreales y
se desvanecen. Aprendí que quizás no tengo la opción de
escoger qué sucede en mi vida, pero siempre tengo la libertad de
escoger la forma de enfrentar los desafíos que se me presenten y
que cada instante es una oportunidad para sentir la grandiosidad
de Dios en continua manifestación.
De seguro cada quien tiene su propia y maravillosa
historia que lo llevó a iniciar su búsqueda espiritual y si cuento
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algo de la mía es sólo para compartir el hecho de que al igual
que muchos, viví gran parte mi vida centrada en lo externo,
buscando miles de formas para completarme y, finalmente, el
gran regalo que recibí fue comprobar que mis búsquedas
fracasaron. A partir del momento personal en que comprendemos
que todos nuestros intentos de encontrarle sentido a nuestras
vidas en lo externo nos han llevado al fracaso, comenzamos a
encontrar lo que ansiamos en nuestro interior.
Cuando decidí que me iba a rendir ante la existencia
descubrí la presencia de mi Ser Superior y me entregué a Él,
permitiendo que esa fuerza invisible que escapa a nuestra
comprensión se hiciera cargo de mi vida.
Si bien más adelante explicaré mi concepto de Ser
Superior, por ahora simplemente digamos que es esa parte
divina que reposa en nuestro interior, esperando ser descubierta,
es esa parte que todos poseemos y que nos hace iguales en
estirpe, hijos del mismo Padre, esculpidos desde el mismo
material. Es nuestra esencia, nuestra genuina y verdadera
naturaleza.
Supongo que habrá muchas formas de conectarse con
nuestra divinidad, pero he podido observar que es más fácil
hacerlo cuando nos damos cuenta que con nuestros
pensamientos y emociones no hemos sido capaces de darle
sentido a nuestra vida. Eso es a lo que yo lo llamo “fracaso” y sé
que esta palabra puede provocar resquemor en muchas
personas que aún sienten que pueden conseguir lo que buscan
en su interior, con esfuerzo y trabajo en el exterior.
¿Estás lo suficientemente cansado de ser infeliz, cómo
para comenzar, por fin, a ser feliz?
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Despertar
El despertar de conciencia es mucho más que una fecha,
mucho más que un extraordinario evento anunciado con
pompa. El despertar de conciencia es la mayor revolución
que enfrentará el Ser Humano en su historia y la cambiará
para siempre.
El despertar de conciencia es un proceso íntimo y personal,
pero de tal magnitud que afecta todo el entorno de quienes
lo transitan. Se cuela en las mentes de los seres humanos,
sin que éstos incluso lo noten y va sutilmente derribando
viejos paradigmas y cambiando las estructuras que
gobiernan a la sociedad.
El despertar de conciencia no “ocurre”, sino que se hace
ocurrir.
No requiere de preparación, ni pide requisitos, pero sí exige
voluntad.
Querer despertar, es el único requisito que una mente
dormida ha de cumplir para conseguirlo.
El despertar de conciencia te recuerda quien eres y te libera
de ser la marioneta que has sido hasta ahora: un ser reactivo
y temeroso, incapaz de escoger hasta lo que piensa.
Darte cuenta es el primer paso, la libertad el segundo, la
creatividad manifiesta el tercero y la plenitud el cuarto y
último.
Después de eso no hay pasos que dar, pues cuando te
conviertes en un Ser Libre y Creador, entonces sólo te queda
vivir en plenitud esa maravillosa creación, que eres tú
mismo.
Las situaciones que en una etapa de mi vida percibí de
manera tan negativa, finalmente, se convirtieron en una
oportunidad espiritual que trajo a mi vida muchas bendiciones. A
partir del momento en que comprendí que requería con urgencia
darle un nuevo sentido a mi vida, diversas señales se
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comenzaron a presentar y me impulsaron a recorrer este
hermoso camino sin retorno.
Mucha información de carácter espiritual llegó a mis
manos y conmovedoras revelaciones se manifestaron en mis
sueños, comencé a encontrar alimento espiritual en lecturas de
libros, en personas que aparecieron en mi vida, en experiencias
en talleres, navegando por Internet. Fueron años muy intensos y
entretenidos, llenos de descubrimientos, con progresos y
retrocesos, pero siempre con la alegría de sentirme avanzando
hacia la libertad de reconocer que mi vida es mi creación.
Los problemas y conflictos, se transformaron para mí en
una oportunidad, que me permitió entender que si seguía
viviendo en la forma que hasta ese entonces lo había hecho, no
obtendría lo que tanto ansiaba. Había comprendido que no podía
responsabilizar a las circunstancias ni a los demás, por mis
frustraciones y que había llegado la hora, no sólo de sanarme,
sino que también de hacer cambios concretos en mi forma de
enfrentar y sobre todo de valorizar los distintos aspectos de mi
vida.
Ciertamente, somos nosotros y nuestras circunstancias,
en apariencia estamos “condicionados” por la vida, por nuestra
historia, por las personas que nos educaron. No es poco habitual
que expliquemos nuestras reacciones en base a situaciones del
pasado, yo soy así porque cuando era niña me pasó tal o cual
cosa, yo reacciono de esta forma pues tuve esta experiencia,
siempre parecemos tener justificaciones y explicaciones respecto
a cómo somos. A veces anquilosamos nuestro pasado y
experiencias, permitiéndoles que nos condicionen durante toda
nuestra existencia, olvidándonos que somos seres libres en
continua evolución y que detrás de esa máscara que hemos
adoptado como personalidad, se encuentra nuestro yo auténtico
que observa este proceso y que puede, cuando lo desee,
cambiar las características del personaje que está interpretando.
Recuerdo una ocasión en que conversé con una mujer
de más de 70 años, ella estaba muy cansada y deprimida, sentía
que su vida llegaba a su fin y que nunca había sido feliz, me
contó tristes episodios de su niñez que la habían marcado
profundamente, ella responsabilizaba a su madre por el
sufrimiento que había acarreado durante tantos años. No pude
contenerme y le dije: ¡Han pasado casi 70 años desde que
sucedieron los hechos que me estás contando!, ¿No crees que
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llegó la hora de soltar y ser dueña de ti misma y de tus
emociones?, ella me devolvió la mirada sin comprender. Quizás,
ya era tarde para que ella se liberara de las ataduras que durante
toda su vida la limitaron y dañaron, pero no era tarde para que yo
pudiese comprender la lección que ella de manera inconsciente
me estaba enseñando.
Muchos terapeutas nos impulsan a revisar nuestra
historia para comprender quienes somos. Nuestros padres o sus
sustitutos, aparecen como figuras de gran relevancia en el diseño
de nuestra personalidad, así como también lo son las situaciones
que nos tocó experimentar a lo largo de nuestra niñez, sobre todo
en nuestra más tierna infancia. Si bien, todos podemos estar de
acuerdo que en gran medida nuestra historia nos define, también
es cierto que no todos hacemos la misma interpretación ni
reaccionamos de igual forma ante hechos similares. Esto es fácil
de comprender para aquellas personas que provienen de
hogares con varios hermanos, quienes de seguro tienen
diferentes recuerdos e interpretaciones de una misma anécdota
familiar.
Conversando en una ocasión con una de mis hermanas,
luego de pasar un buen rato recordando momentos de nuestra
infancia y reviviendo la relación que habíamos tenido con
nuestros padres, concluimos entre risas que habíamos vivido en
distintos hogares, pues no sólo recordábamos algunos sucesos
en forma diferente, sino que además percibíamos a nuestros
padres de maneras muy opuestas, siendo para ella mi madre la
representante de la dulzura y alero en la familia, mientas que
para mí lo fue mi padre. Los hechos y los personajes fueron los
mismos, pero la forma en que los vivimos cada una de nosotras
fue diferente, como diferente también fue la forma en cada una
de nosotras integró esas experiencias a su personalidad.
Creo que es muy necesario revisar nuestra historia para
comprendernos, episodios de nuestra niñez nos pueden ayudar a
entender muchos de los rasgos de nuestra personalidad. Cuando
estamos en crisis, enojados con nosotros mismos, en ocasiones
es muy aliviador sacarnos el peso de la responsabilidad y
adjudicárselo a otro. La sicología moderna nos ayuda en este
proceso a identificar las personas y hechos del pasado que más
nos marcaron, luego para reconciliarnos con nuestro pasado y de
esa forma con nosotros mismos, intentamos perdonar a los
involucrados para conseguir paz interior.
32. 32
Pero invariablemente una vez que revisamos nuestro
pasado, perdonamos a los involucrados y a nosotros mismos, la
quietud que sentimos parece pasajera, culpabilizar a nuestros
padres o a las circunstancias termina siendo un bálsamo
bastante pasajero. Es aquí cuando muchas personas en este
camino de reconocerse, comienzan a intentar buscar
explicaciones en vidas pasadas, terapias regresivas, lectura de
registros akáshicos, alejar aún más en la línea del tiempo el
suceso que nos marcó, parece traer nuevo alivio. He conocido a
personas que pueden justificar muchos aspectos de su vida,
narrando supuestas vidas pasadas. Para mí, si no estamos muy
atentos, esto puede transformarse en una nueva forma de
evasión, en un nuevo artilugio para justificar que no somos
capaces de asumir el diseño de nuestra vida y les aseguro que
en ese caso, el alivio que sentirán será sin duda pasajero.
Podemos entender mejor esta idea con un ejemplo,
tomemos el hipotético caso de una persona con problemas en su
trabajo para expresarse en forma fluida y asertiva ante sus
superiores, por este motivo se siente menoscaba y limitada en
sus horizontes profesionales, además este hecho le influye en las
relaciones con sus compañeros, pues presiente que ellos se
burlan de sus tartamudeos.
Supongamos que acude a un sicólogo quien le ayuda a
descubrir que su limitación se originó en su niñez producto que
su madre continuamente lo hacía callar y bajar el tono de voz
ante su padre, quien era visto como una temida autoridad, a
quien no podía contradecirse ni hacer enojar bajo ninguna
circunstancia. Esta parece ser una razonable explicación de la
limitación que este hombre tiene para expresarse, incluso es
posible que sienta un momentáneo alivio, al responsabilizar a sus
padres de su limitación, el culpable no es él, sino que las
circunstancias de su vida. Durante un tiempo, andará enojado
con sus progenitores por haberlo marcado en forma tan negativa.
Sin embargo, pronto comprenderá que ellos también actuaban
impulsados por sus propios límites, fijados también por su
historia, su amor hacia sus padres no le permitirá sostener por
mucho tiempo el alivio de culpabilizarlos, ¿será el abuelo
entonces el responsable?
Una terapia regresiva lo puede llevar a ¨descubrir¨ que en
una vida pasada, su madre era su esposa, sufrió horrores cuando
a él lo mataron de forma brutal por expresar su opinión
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públicamente, por eso ella lo hacía callar cuando era pequeño,
pues en realidad intentaba proteger su vida. Bien, otra vez este
buen hombre al liberar a la madre siente un poco de alivio, que
también será pasajero.
No importa cuántas explicaciones busque, llegará el día
en que parado frente a sus jefes, tendrá que escoger si seguir
siendo esclavo de sus miedos o hacer algo para vencerlos.
Entonces podrá optar por superar sus límites, tomando algún
curso de dicción o buscar un nuevo trabajo que se adapte más a
las habilidades que sí tiene. No importa lo que escoja, en el
momento en que acepte que la decisión es sólo suya, será libre.
Puede que este ejemplo suene algo absurdo, pero
créanme que contantemente converso con personas que en
distintos aspectos de su vida, están recorriendo el mismo camino
que nuestro ficticio personaje. Todos ellos han despertado, pues
al contrario que la querida señora que dejó que la vida se le fuera
sin conseguir ser feliz, quienes intentan buscar soluciones, al
menos han comprendido que no tienen que conformarse con ser
marionetas de su pasado.
La personalidad que nos define y que tanto solemos
defender y proteger, está formada de un largo listados de yo soy
así, yo soy asá. Yo soy sensible, yo soy malo para los deportes,
yo soy responsable, yo soy alegre, yo soy flojo, yo soy enojón, yo
soy generoso, yo soy esto, yo soy aquello. Este listado lo hemos
construido a partir de un largo proceso interpretativo que se inició
incluso antes que naciéramos, lo hicimos en forma automática,
involuntaria e inconsciente, pero aún así su influencia es de tal
envergadura e importancia, que orienta la mayor parte de
nuestras elecciones y reacciones a lo largo de toda nuestras
vidas.
Nuestra visión de la vida es sólo una interpretación de una
realidad mayor, de la cual escogemos algunos elementos en
donde poner nuestra atención y los observamos a través de un
filtro personal constituido por nuestras emociones y juicios
mentales. Pero esa misma realidad, otros la podrán interpretar de
distinta manera usando su propio filtro construido a lo largo de su
existencia, basado en las experiencias que les tocó enfrentar, en
las interpretaciones que realizaron y en las conclusiones que
sacaron de ellas.
En este mundo nada es verdad ni mentira, todo depende
del cristal con que se mira.
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Cuando comenzamos a comprender que nuestra realidad
es en gran medida sólo una versión de una realidad mayor,
entonces ha llegado el bendito momento de plantearnos la
posibilidad de reinterpretar nuestra historia y redefinir la forma en
que percibimos esa realidad. Proceso que esta vez tenemos la
oportunidad de hacerlo de forma premeditada, voluntaria y
consciente, no como una manera de negar o renegar de nuestro
pasado, sino como un legítimo acto de libertad que nos permite
recrearnos y escoger quienes queremos ser.
La ciencia moderna demuestra que nuestra mente es una
estructura neuronas que forman verdaderas “carreteras” de
pensamientos. Carreteras que hemos diseñado y construido
desde nuestra infancia y que nos permiten observar e interpretar
el mundo. La gran maravilla de este complejo sistema neuronal,
es que permite ser rediseñado, simplemente cambiando nuestra
forma de pensar. Al contrario que nuestros hermanos menores,
los animales, los seres humanos tenemos la posibilidad de
reinventarnos cada vez que lo deseemos.
Cuando te escuches a ti mismo justificando tus miedos,
tus frustraciones o tus elecciones con frases del tipo: “así soy yo,
pues cuando era un niño….” Detente y pregúntate: ¿quiero seguir
reaccionando de esa forma culpando a otros de mis elecciones o
escojo de una vez por todas ser un adulto responsable y creador
de mi vida?
La mente nos suele jugar malas pasadas, pensamientos
automáticos se despliegan ajenos a nuestros deseos y más altas
opciones, afectando nuestro cuerpo físico y emocional y
gobernando muchas de nuestras reacciones. Estos
pensamientos se encadenan formando círculos repetitivos y se
van transformando en verdaderas letanías, que nos acompañan
a lo largo del día. Muchas veces son quejas y reclamos, a través
de los cuales nos decimos que las cosas en nuestra vida no son
como quisiéramos, responsabilizamos a algo o a alguien por esta
situación y nos prometemos tomar acciones al respecto, cosa
que pocas veces hacemos.
De esta forma, lo que hacemos es proyectar hacia afuera
ese malestar interno que no sabemos solucionar, nos
lamentamos de las circunstancias como una forma de liberarnos
de la responsabilidad que tenemos sobre las creaciones que
hacemos y que luego las rechazamos pensando que no se
ajustan a nuestros deseos.
35. 35
Si en algún momento de nuestras vidas logramos
vislumbrar esta dinámica, entonces podemos empezar de a poco
a desarticular estas cadenas de pensamientos y aprender a
enfocarlos en lo que verdaderamente deseamos crear. Detrás de
esas quejas silenciosas, comenzamos a identificar nuestras
carencias y aprendemos a satisfacerlas, sin responsabilizar a
nada y a nadie de ellas. Poco a poco nos vamos convirtiendo en
el observador del pensador, pasamos de ser el que piensa a
observar al que piensa, quitándole así mucha energía a nuestros
pensamientos.
Antes de iniciar este camino, muchas veces pensé que
algunas personas me agredían, me faltaban el respeto o no me
daban el valor que yo creía merecer, un día descubrí que el
origen de esos sentimientos estaba en mi baja autoestima.
Hecho este descubrimiento, pude comenzar a buscar formas de
subir la valorización de mi misma, realizando actividades que me
satisfacen y me otorgan seguridad en mis habilidades. De esta
forma, poco a poco, he podido dejar de ser reactiva ante esas
actitudes que antes yo interpretaba como agresivas o al menos,
hoy siento la libertad de alejarme cuando siento que no puedo
ser indiferente ante los supuestos o reales ataques de alguien.
Mucho se dice que somos lo que pensamos y con
nuestros pensamientos creamos nuestra realidad. Si esto fuese
así de simple y directo, la mayor parte de las personas debería
que tener la vida que desean. Parece ilógico que escojamos
crear a través de nuestras palabras y pensamientos
circunstancias que no deseamos y que luego lamentamos. Pero
es lo que en realidad hacemos sin darnos cuenta de ello,
decimos desear algo, pero a través de nuestros pensamientos
creamos lo contrario.
Muchas personas enfermas ansían sentirse sanas, pero
se pasan el día hablando de sus dolencias y enfermedades, hay
quienes desean una relación amorosa satisfactoria, pero
constantemente critican a su pareja, otros desean sentirse
cercanos a sus hijos, pero viven hablando de lo difícil que es ser
padres hoy en día. De esta forma, a través de nuestro
pensamientos ponemos energía justo en lo contrario que
decimos desear, pareciera que somos expertos en enfatizar lo
que nos hace falta sin darnos cuenta que estamos
desmereciendo lo que tenemos y con ello creando más y más de
lo que no deseamos.
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Si deseas sentirte sano, comienza a tener una actitud
saludable, si deseas una buena relación con tu pareja comienza
a valorizar sus cualidades, si deseas llevarte bien con tus hijos,
comienza a acercarte a ellos.
Si te sorprendes a ti mismo sumergido en pensamientos
alejados de tu deseos, no te molestes ni preocupes, simplemente
sonríe y asómbrate, luego pon tu mente a trabajar con intención,
sin fuerza, sino alegrándote por lo que tienes. El Universo se
alineará y te regalará cada vez más y más situaciones que te
llenen de alegría. Es por esto, que la palabra gracias es tan
poderosa, pues nos sintoniza con la corriente de prosperidad que
la existencia está dispuesta a ofrecernos.
Para mí, el despertar espiritual de conciencia, es el
proceso de comenzar a recordar quienes somos: hijos de un
mismo Dios, experimentando la magia de Ser. Despertar es
también abandonar la sobre identificación que tenemos con
nuestros pensamientos y emociones, para comenzar a reconocer
nuestra parte divina y permitir que ésta se manifieste en nuestra
vida.
Despertar, significa comenzar a comprender que somos
responsables de la forma en que hemos vivido hasta ahora, aun
cuando la mayor parte de las elecciones que hicimos pudieron
ser inconscientes y alejadas de nuestros aparentes deseos. Es
posible que en la vida se nos hayan presentado situaciones y
personas que creímos no haber deseado ni buscado, pero, aún
sin saberlo, tuvimos la libertad de escoger cómo actuar e
interpretar esas situaciones y encuentros.
En este maravilloso camino de toma conciencia, poco a
poco comprendemos que hay personas que salen fortalecidas y
renovadas de situaciones difíciles, usando para su crecimiento
los hechos poco afortunados que le hayan tocado enfrentar, sin
perder tiempo ni energía en lamentaciones que a nada conducen.
Por el contrario, hay personas que ante pequeñas circunstancias
adversas se sienten derrotados y reaccionan atacando,
defendiéndose o bien se repliegan huyendo. Todos tenemos la
capacidad y libertad de escoger en cual grupo queremos estar a
contar de hoy.
Mientras estamos “dormidos” sentimos que quienes
somos, e incluso quienes seremos en el futuro, está
condicionado por las circunstancias de nuestra vida y justificamos
nuestras reacciones y elecciones aduciendo a hechos del
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pasado. Cuando comenzamos a despertar, comprendemos que
el pasado sin duda nos ha influido, pero siempre tenemos la
posibilidad de empezar de nuevo y comenzar a crear según
nuestras propias y conscientes elecciones. Este simple
descubrimiento, expuesto en la mayor parte de los libros y cursos
de crecimiento personal, un día se hace carne en nuestra vida y
comenzamos a hacernos conscientes de nuestras elecciones.
Para mí, el primer chispazo de comprensión de las
dinámicas que habían gobernado mi vida, me llenó por un
instante de profunda vergüenza, pues advertí hasta qué punto
había estado responsabilizando a otros de mis temores,
frustraciones no asumidas y enojos no resueltos. La vergüenza
dio paso a un proceso de perdonar y perdonarme por cada
circunstancia de mi vida en la cual había reaccionado de forma
inconsciente. Desde el perdón pasé al agradecimiento y reconocí
que cada una de estas circunstancias se habían entretejido hasta
llegar a la perfección del ahora.
Una vez que logramos comprender que podemos elegir
cómo reaccionar ante cualquier situación o al menos aspirar a
ello, comenzamos a atraer a nuestras vidas justo lo que
deseamos. Nos damos cuenta que no estamos solos y que la
existencia presurosa atiende nuestras solicitudes. No creo, como
muchos afirman, que todas las circunstancias de mi vida sean
escogidas por mí, creo que la vida viene llena de sorpresas y
creaciones colectivas que no necesariamente obedecen a mis
deseos conscientes o inconscientes, sino que algunas de ellas
son parte de la mágica y sorprendente manifestación de ser.
En cierta forma se puede decir que mi proceso de
búsqueda comenzó cuando nací. Estoy convencida que esto es
así para todos, creo que todas las personas vivimos intentando
completarnos y cada paso en nuestra vida tiene la intención de
encontrar “eso” que sentimos que nos falta. Estudios, deportes,
carreras profesionales, cultivo del físico, proyectos, viajes,
meditaciones, libros espirituales, amistades, todo ello y mucho
más son actos de búsqueda que realiza el ser externo en
infructuosos intentos por reencontrarse con el Ser interno. No hay
caminos mejores ni peores, todos llevan a la misma conclusión:
¡la felicidad no está en eso en que tanto te afanas!
Soy la menor de una familia de seis hermanos, provengo
de un hogar tradicional de clase media, de formación católica.
Nuestros padres nos educaron con un alto sentido del deber y de
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la responsabilidad. En apariencia mi familia no estaba en lo
absoluto ligada a los temas esotéricos o espirituales “no
tradicionales”. Sin embargo, siendo una adolescente, mi madre
me llevaba a visitar a una tarotista que ella solía consultar, no
hace mucho supe que mi abuela materna leía el tarot en una
época en que ello era absolutamente extraño. En mi infancia y
juventud en nuestras reuniones familiares, teníamos el hobby de
hacer espiritismos con un tablero de Ouija como quien juega
naipes después de almuerzo. Libros del tipo: La Tierra es Hueca,
Yo Visité Ganimedes, Vida después de la Vida, El Retorno de los
Brujos, El Tercero Ojo y muchos otros, estuvieron a mi alcance
desde que tengo memoria y los leí con total naturalidad, sin
preguntarme si otras personas tenían acceso a ese tipo de
literatura.
Años más tarde comprendería que hablar de espiritismo,
tarot, ovnis, vida después de la vida y otros temas, no eran
conversaciones habituales. Por ese motivo, en mi incesante
deseo de “encajar” en un mundo que funciona con códigos
sociales que, desde que tengo uso de memoria, me ha parecido
incomprensibles, dejé de pensar en esos peculiares temas. Sin
embargo, la semilla de la curiosidad ya estaba puesta en mi
interior, ya nunca me tragaría el mundo que la educación
tradicional me imponía, pues desde muy pequeña una parte mía
ya intuía que la verdad tiene muchas aristas.
Mis padres me educaron en un tipo de religión católica
bastante liberal, ellos no eran observadores ni miembros activos
de su comunidad religiosa. Me inculcaron que más importante
que asistir a misa o confesarse, era vivir una vida que reflejara el
amor a Dios. De boca de mi madre aprendí que los sacerdotes
son sólo seres humanos; que la Biblia fue sido escritas por
hombres y que muchos de sus libros fueron mitos que se
trasmitieron generación tras generación de manera verbal, con la
consiguiente deformación de su contenido; aprendí que las
exigencias de la iglesia son exigencias humanas y no divinas; en
fin, de ella aprendí a cuestionarme la institución eclesiástica.
De pequeña sentía mucha atracción hacia la iglesia y sus
ritos, asistía a la misa dominical aún cuando otros miembros de
mi familia no lo hacían. A medida que fui creciendo pasé por
sucesivos periodos de alejamientos rebeldes y de culposos
acercamientos. Cuando fui madre, me reincorporé con muchas
ganas a los ritos de la iglesia, motivada principalmente por la
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necesidad de ser consecuente con la formación que les impartía
el colegio católico que con mi esposo escogimos para nuestros
hijos.
Mi gran y definitivo quiebre con la iglesia católica no fue
provocado por el resquebrajamiento de su imagen o por los
sucesivos casos de abusos a menores por parte de sacerdotes,
ni siquiera se debió al poco o casi nulo aporte que sentía que
significaban para mi vida los sermones, comuniones y
confesiones, ni a lo poco agradable que se me hizo mi relación
con las monjas en mi educación secundaria, tampoco se debió a
mi inclinación por los temas de la Nueva Era.
Mi definitivo alejamiento de la iglesia, se produjo cuando
mi tercera hija se preparaba para su primera comunión. Parte del
proceso de preparación para este sacramento contempla una
ceremonia de primera confesión. Asisten a la ceremonia los niños
con sus padres y profesores, todos reunidos en un gran salón en
el cual se realizaba una liturgia. En las esquinas de la sala se
instalan cuatro cubículos, cada uno con un sacerdote que imparte
la confesión, los niños en fila esperan su turno para confesar sus
“pecados”.
Cuando nos tocó vivir esa torturadora experiencia con
nuestra tercera hija, a modo de motivación, un sacerdote hizo
una prédica, en la cual alentó a los pequeños a ser honestos y no
ocultar nada al momento confesar sus pecados, les dijo que no
podían engañar a Dios porque Él todo lo sabía. Sentada al lado
de mi esposo presencié la escena horrorizada, cosa que no me
había ocurrido los años anteriores cuando nuestros dos primeros
hijos habían pasado por igual experiencia. Al mirar a ese
hermoso grupo de niños de casi diez años, yo sólo podía ver a
pequeños y expectantes angelitos, todos ellos pulcramente
vestidos, nerviosos y ansiosos por confesarse, no pude imaginar
de qué podían esos niños sentir culpa, en ese momento algo se
quebró en mí, me pregunté qué clase de Dios podría querer
hacer sentir en falta a esos maravillosos ángeles inocentes.
A partir de ese momento, mi relación con la Iglesia nunca
fue la misma. Durante algunos años dejé de ir a misa y nunca
más volví a confesarme. Es probable que sean muchos más los
temas que no comparto con la iglesia que los que sí comparto,
pero aun así asisto a misa muy de vez en cuando, creo en la
“magia” de los rituales e independiente del tipo de ceremonia que
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se trate, me siento conmovida cuando asisto a ceremonias de
tipo espiritual.
Aunque la vida entera sentía atracción hacia los temas
espirituales no convencionales, en realidad, sólo después de mi
crisis de stress, se despertó en mí una inagotable sed de saber y
experimentar. Comencé a leer cuanto libro de crecimiento
personal y espiritual se cruzaba por mi camino, asistí a una
enorme cantidad de seminarios y talleres, tomé cursos de Tarot,
Interpretación de Sueños, Árbol de la Vida, Sanación,
Clarividencia, Eneagrama y otros. Invertí muchas horas y dinero
buscando una explicación al vacío interior que sentía y poco a
poco sin que yo casi lo notara, una profunda paz interna
comenzó a invadirme.
Muchas fueron las herramientas que en su momento me
sirvieron para encontrarle sentido a mis experiencias de vida, de
todas ellas yo hice una amalgama y saqué mis propias
conclusiones. Tú puedes recorrer tu propio camino, todos son
válidos, lo único que puedo recomendarte es que continuamente
recuerdes, que los instrumentos con que vayas experimentando
no es LA verdad que andas buscando. Toma lo que resuene en ti
y desecha lo que no, en plena conciencia que nada de lo que
hagas o dejes de hacer puede en realidad darte lo que buscas,
pues ya se encuentra en tu interior esperando ser descubierto.
Cuando lo hayas comprendido podrás disfrutar sin apego, de
cualquier herramienta que te atraiga, pues ya habrás
comprendido que el poder está en ti, tú eres el artista que toma el
pincel de la creación para pintar la genial obra que eres tú.
Estando en plena recuperación de mi periodo de stress,
mi hermana mayor me ofreció llevarme a una consulta con un
psíquico y sanador. A ella le estaré eternamente agradecida, no
sólo por mostrarme un mundo nuevo, que cambio mi vida para
siempre, sino también por su paciente compañía e inagotables
palabras de estímulo cuando todo lo que yo había creado se
desplomaba a mí alrededor, incluyendo mis expectativas sobre
quienes eran mis soportes emocionales. Ansiosa por salir del
estado de agotamiento en que me encontraba, acepté gustosa la
invitación que me hizo, pues estaba dispuesta a aceptar
cualquier intento de ayuda que me ofrecieran.
Cuando entré a la consulta, me recibió un señor
descalzo, de mediana edad, de intensos ojos azules y con el pelo
tomado en una colita. Bastante cohibida me senté frente a él bien
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dispuesta a escuchar lo que tenía que decirme. Luego de unos
minutos de silencio que se me hicieron eternos, empezó a
hablarme y, si bien en un principio nada lo que decía parecía
tener sentido para mí, de pronto sus palabras comenzaron a
resonar en mi interior.
Me habló de vidas pasadas, me explicó cómo las
personas vivimos cubiertas de juicios que nos destruyen, me dijo
que nacíamos con una herida previa a esta vida y que muchas
veces no entendíamos el origen de nuestras tristezas. Me explicó
muchos conceptos nuevos para mí, que entraron a mi mente
como relámpagos de luz abriendo compuertas desconocidas en
mi interior. Al finalizar me hizo una limpieza de aura, yo hasta ese
entonces no había experimentado nunca algo tan extraño, el
agitaba sus manos alrededor mío, mientras me hablaba de
escenas de mi infancia que no tenía cómo conocerlas. Al instante
me sentí muy aliviada y, lo más importante, sentí que lo que
estaba viviendo tenía un sentido, que ante mí se abría un
maravilloso camino de despertar espiritual. Esa noche dormí
como hacía tiempo no lo hacía.
Durante más de dos años, ese sanador fue mi maestro,
asistí a muchos de sus cursos, aprendí algunas técnicas de
sanación y de lectura de aura y chakras, en las cuales nos
aconsejaba invocar la presencia de nuestro Ser Superior.
Impresionada por el despertar de habilidades ignoradas por mí,
comencé a invocar a mi Ser Superior cada vez con más
frecuencia, llegando incluso a hacerlo en situaciones de la vida
cotidiana. Mi voz interna comenzó de a poco a convertirse en mi
más leal consejero y aliado.
Desde que tengo uso de memoria he tenido un nutrido
repertorio de vívidos sueños. Durante muchos años los bloqueé
pues me di cuenta que conversar sobre nuestro mundo onírico no
era un tema habitual en el agitado mundo concreto. Cuando me
uní al grupo de Las Soñadoras que mencioné anteriormente,
volví a conectarme con esta parte mía tan vivaz y creativa. Todo
mi potencial imaginativo estaba acallado, en parte por tratar de
ser una persona seria y responsable y, en parte, por el tipo de
formación profesional que escogí tener. En la época en que inicié
mi proceso de despertar, los sueños volvieron a mi vida como un
volcán en erupción. Intensos y variados, cada noche comencé a
vivir un verdadero encuentro conmigo misma.
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Con un poco de esfuerzo y bastante dedicación, me
dediqué a explorar ese maravilloso mundo que se despliega en
nuestras mentes cuando dormimos. Aprendí a inducir sueños
pidiendo respuestas a mis inquietudes, pude despertar dentro de
los sueños, tuve experiencias lúcidas, viviendo en ellas
verdaderas aventuras dignas de la película Matrix, logré hacer
algunos impactantes viajes astrales y tuve durante el lapso de
dos años, más sueños arquetípicos de los que he tenido en el
resto de mi vida. Los sueños me acompañaron en momentos
difíciles de mi vida trayéndome mensajes que me llenaron de paz
y alegría justo cuando más lo necesitaba.
Podría llenar muchas páginas narrando los maravillosos
sueños que me iluminaron en esa época, los cuales fueron poco
a poco fortaleciendo mi certeza de que no estamos solos.
Cuando lo pedimos y lo necesitamos el Universo se organiza de
diversas formas para apoyarnos.
Poco a poco, entre tanta limpieza de aura, regresiones,
interpretación de sueños, canalizaciones, libros y maestros, algo
fue cambiando dentro de mí. Si bien en apariencia yo seguía
siendo la misma mujer casada con el mismo hombre, madre de
los mismos hijos, viviendo en la misma casa. Lo único que había
cambiado para el ojo externo es que yo había dejado de trabajar
y me dedicaba a mis “brujerías”, como le gustaba a mi papá
decirle a mis nuevas inquietudes.
Pero yo sabía que en mi interior TODO estaba
cambiando y nunca volvería a ser la misma persona. Sentí que
esa paz, que tanto anhelaba, se comenzaba a manifestar desde
mi interior, había descubierto que la felicidad que con tanto
ahínco busqué por años, reposaba dentro de mí, que por fin
empezaba a expresarse. Aprendí que ni las situaciones ni las
personas que se presentan en mi realidad, son responsables de
las capas de programación que me llevan a reaccionar de tal o
cual manera. Reprogramarme es mi libertad y el primer paso
para conseguirlo, es reconocer hasta que punto reacciones
automáticas han gobernado mi vida.
Poco a poco en este maravilloso camino de despertar,
todas las experiencias e información que recibí de diversas
fuentes e instancias, comenzaron a integrarse en mi interior.
Cada paso que daba hacia el despertar, acrecentaba la urgencia
de buscar más y más información. Todo este maravilloso proceso
comenzó a cristalizarse en mis Conversaciones con mi Ser
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Superior, en ellas encontré las respuestas que buscaba, encontré
un aliado, un catalizador de mis emociones, un guía, un apoyo
incondicional y un sabio consejero. Mi vida tuvo un giro
irreversible, inicié un camino espiritual sin retorno, en el cual la
presencia de mi Ser Superior pasó a ser mi energía vital,
ocupando gran parte de mis pensamientos a lo largo del día.
Lo más hermoso de tu vida, no está por ocurrir, está
sucediendo ahora.
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El Príncipe y su leal sirviente
En un magnifico reino vivía un hermoso e inquieto príncipe,
quien era mimado y adorado por su Padre. El joven vivía
rodeado de riquezas y cuidados, pero su corazón latía por
ansias de nuevas emociones. Continuamente, subía a la
torre del castillo y miraba el horizonte, soñando con grandes
aventuras en tierras lejanas.
Un día decidió partir a conocer el mundo. Su Padre, que por
sobre todo lo amaba, no se opuso, pero le exigió dos cosas:
llevaría en su pecho una medalla, con el sello de su estirpe,
símbolo de su promesa de regresar al Hogar; y debía partir
acompañado de un leal sirviente quien lo cuidaría y ayudaría,
cada vez que fuese necesario.
El príncipe vestido de sencillas ropas y con lo necesario
para el viaje, partió feliz y emocionado a su gran aventura.
No llevaban rumbo fijo, sólo el deseo de conocer y
experimentar los guiaba. La emoción del príncipe no podía
ser mayor, hermosos paisajes y exóticos animales aparecían
por doquier, deleitándolos a cada paso con algo nuevo.
Mientras caminaban a paso seguro y con ancha sonrisa
dibujada en el rostro, el príncipe entonaba canciones con su
hermosa voz angelical y el sirviente recogía frutos, con los
cuales se alimentaban.
A medida que se alejaban del reino, poco a poco la comida
comenzó a escasear, ya no había frutos que recoger, pero el
sirviente sabía buscar raíces comestibles y cazar pequeños
animales que les servían de alimento.
Una noche, cuando dormían plácidamente en torno a la
hoguera que juntos habían encendido, un grupo de forajidos
los asaltó quitándoles las pocas posesiones que tenían.
Malheridos y asustados, decidieron volver al Castillo, pero
pronto se dieron cuenta que ya no recordaban el camino de
regreso.
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En las malas condiciones que se encontraban, vacilantes,
intentaron llegar a algún lugar. El príncipe parecía no hacer
nada útil, por lo cual el sirviente comenzó a andar cada día
más malhumorado.
Luego de mucho deambular, llegaron a un hermoso valle con
un pequeño poblado, el sirviente consiguió techo y alimento
para ambos, a cambio de trabajo. Al poco tiempo, su
esfuerzo y tesón fue premiado y pudo arrendar un pedazo de
tierra y construir una pequeña vivienda.
El príncipe, enfermo de nostalgia por su Padre, de tanto en
tanto le cantaba hermosas canciones con su voz de ángel,
con la esperanza que el sirviente se decidiera a regresar,
pero su amigo estaba siempre tan ocupado que parecía no
escucharlo.
El fiel sirviente, temeroso del castigo que el Rey pudiera
darle por haber olvidado el camino de retorno y, muy
orgulloso por sus logros, poco a poco comenzó a
transformarse en un pequeño tirano y desechó toda
posibilidad de regresar. Cada vez que el príncipe le pedía
que intentaran volver a casa, él decía que eso era imposible
y trataba de convencerlo que no serían bien recibidos por el
Rey.
Habiendo ya pasado mucho tiempo desde su partida del
castillo, un día en que estaban bañándose en un río, el
príncipe perdió el equilibrio y fue arrastrado por las
tormentosas aguas, el fiel sirviente corrió por la orilla y saltó
al agua para salvar a su amado.
Con mucho esfuerzo lograron salir, tosiendo y tiritando de
miedo se abrazaron agradecidos de estar vivos.
Al incorporarse, del pecho del príncipe asomó
resplandeciente, la olvidada medalla que el Rey le había
regalado antes de partir. El príncipe lloró de nostalgia,
recordó el amor de su Padre y la tibieza de su Hogar. Añoró
las hermosas veladas en que cantaba con su voz de ángel, la
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suavidad de las finas ropas con que se cubría y, sobre todo,
recordó su promesa de regresar.
El sirviente intentó convencerlo de que no volvieran, le dijo
que allí estaban bien, que él seguiría trabajando y cuidando
que no les faltara nada. Incluso le prometió que escucharía
sus cantos.
Pero el príncipe, que había recordado quien era y su
promesa de volver, inició el retorno, sin escuchar los
argumentos de su amigo. Al verlo tan decidido, el leal
sirviente, presuroso abandonó todo y lo acompañó.
Poco a poco se dieron cuenta que disponían de muchas
señales que mostraban el camino a casa. Apenas
empezaron a andar, cuando comenzaron a cruzarse con
otros viajeros, quienes cariñosamente los alimentaban y les
indicaban hacia dónde seguir.
La lealtad del sirviente pudo más que su orgullo y su
absurdo temor al castigo. Caminó a la par de su amo, quien a
medida que avanzaba, volvió a cantar como un ángel y a
recuperar su alegría y prestancia.
De pronto ante sus maravillados ojos, a lo lejos, en lo alto de
una montaña, se perfiló la silueta del grandioso
castillo…ambos sonrieron y se abrazaron emocionados…
¡por fin habían vuelto a CASA!
Somos seres de luz, sin límites ni fronteras, somos parte
del Todo Universal que es Dios, estamos viviendo una
experiencia terrena contenida en un cuerpo que enseña límites, a
un ser que en esencia es ilimitado. Hemos escogido
experimentar la magia de ser, encarnando en esta dimensión, en
este planeta, en este cuerpo. Hemos olvidado temporalmente
quienes somos, en un proceso de involución que va desde la
grandiosidad del Ser hasta la expresión de ese mismo Ser en la
materia. Aún en el olvido, sentimos nostalgia por nuestro Hogar
espiritual que es el Todo. Esta nostalgia nos acompañará durante
toda nuestra existencia, hasta que recordemos quiénes somos y
comprendamos que en realidad nunca estamos solos.
Este ser encarnado, ha olvidado quién es y se ha
constreñido a sí mismo, imaginando que fue expulsado del Hogar
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(Paraíso). Siente culpa por no ser lo suficientemente bueno como
para merecer retornar a su original estado de felicidad. Entonces,
para defenderse de una realidad que percibe como adversa, crea
capas y capas de protección en torno a sí mismo. Estas capas
están llenas de miedo, culpa, rabia, frustración y nos acompañan
incluso antes de nacer, están cargadas de la historia de la
humanidad completa, de la cultura en la que nacemos, de las
experiencias familiares, de los aprendizajes que otros nos
trasmiten, de las creencias y juicios de la sociedad en que
vivimos y de muchos componentes más. A estas capas que
forman ilusoriamente una identidad, podemos llamarle ego.
Nos sentimos separados y abandonados en esta
existencia, sin saber quiénes somos. Nos pasamos la vida
definiendo y defendiendo no sólo los roles que cumplimos, sino
también nuestras creencias e interpretaciones sobre cómo
deberíamos ser, en un inútil intento de identificarnos con algo y
poder definirnos de alguna forma. Vivimos a través de nuestro
asustado ego y, como hemos olvidado nuestros orígenes,
entonces pensamos que somos esa construcción que creamos.
Pero esa construcción, que en apariencia nos da seguridad, en
realidad termina siendo nuestra cárcel. Cuando comenzamos
nuestro proceso de despertar, esa parte nuestra a la cual le
hemos dado tanta energía, inicia un legítimo proceso de defensa
a modo de supervivencia. Reconocer la divinidad que habita en
nosotros es el comienzo del fin del reinado del ego.
Hay muchas formas de definir al ego, usualmente el
concepto “ego”, se asocia a una persona que cuenta con una
inflada y falsa autoestima y hace notar su aparente superioridad
ante los demás en forma altanera. El ego es eso, pero es
también mucho más. Para efectos de este libro, definiremos
como ego: a los límites que le ponemos a nuestra grandiosidad
espiritual para definirnos como humanos. El ego es esa parte
nuestra que ha gobernado y sigue gobernando nuestra vida sin
que tengamos conciencia de ello. El ego en sí mismo no es ni
bueno ni malo, más bien es la creación que hacemos para
respaldar nuestros conceptos de bueno y malo.
Muchas corrientes espirituales proponen la eliminación o
trascendencia del ego, yo estoy convencida que mientras más
intentamos eliminarlo más lo fortalecemos. Al punto, que el ego
se aparece con los más variados y sorprendente disfraces,
incluidos algunos que pretenden ser espirituales. En cambio,
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cuando comprendemos que nuestro ego es simplemente la
creación que hemos realizado para defendernos de la aparente
separación que sentimos del Todo, entonces podemos poco a
poco ir fundiéndolo con nuestra divinidad, hasta que llegue el
sagrado momento en que recordemos por fin quienes somos.
Nuestro ego puede hacernos sentir superiores, pero también
inferiores a los demás. Somos hijos del mismo Dios, dentro
nuestro habita el Todo inconmensurable, cualquier error que
cometamos sintiéndonos superiores o inferiores a un hermano,
tengamos por seguro que proviene del ego.
Nuestra esencia sabe que no somos ni mejores ni peores
que los demás y no confunde nuestra valía con nuestros
aparentes éxitos o fracasos en este mundo. Nuestra divinidad
sabe que debajo de todas las capas de la personalidad yace Dios
mismo, perfecto, sereno y sabio. Cuando comenzamos, aunque
sea sólo a percibir esta realidad, entonces el ego, construido para
defender los artificiales límites que nos hemos auto-impuesto a
través de nuestra vida, comienza a manifestarse de la más
variadas formas. Mi madre solía decir que “más discurre un
necesitado que mil sabios”, por su necesidad de atención el ego
inventa mil artilugios para distraernos, llegando incluso a utilizar
las mismas herramientas que en apariencia nos ayudan a quitarle
poder.
La mayor parte de nosotros tiene claro, por lo menos a
nivel racional que somos mucho más que un cuerpo,
prácticamente todas las personas creen tener un alma o una
parte de sí mismo que trasciende el cuerpo. Si alguien padece
una indigestión, no piensa que su valor como ser humano está
disminuido, sólo cree que es algo temporal provocado por algún
agente externo. Sin embargo, aunque por lo general no nos
“sobre identificamos” con el cuerpo, por lo menos cuando
estamos sanos, sí lo hacemos con nuestros pensamientos y
sentimientos. Andamos por la vida creyendo que somos lo que
pensamos y sentimos y muchas veces gastamos mucha energía
en dominar nuestros pensamientos y controlar nuestras
emociones, si nos sentimos tristes corremos al psicólogo, si nos
enojamos lo ocultamos, pues nos avergüenza mostrar ante los
demás el descontrol de nuestras emociones y preferiríamos
cualquier cosa antes de reconocer nuestros más oscuros
pensamientos.
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Al conectarnos con nuestra divinidad de pronto
descubrimos que somos no sólo mucho más que nuestro cuerpo,
sino también mucho más que nuestros pensamientos y
emociones. Nuestros cuerpos físicos, emocionales y mentales,
se han constituido a lo largo de nuestra existencia, por
multiplicidad de factores. Sin embargo, todos ellos son sólo
circunstancias que nos ayudan a definirnos como personas, pero
no define quienes realmente somos. Detrás de la maraña de
pensamientos que nos acompañan durante el día, habita una
presencia que se mantiene calma y serena a pesar del tobogán
de emociones en que nos podamos mover y no pierde su
magnificencia con los aparentes límites que nuestro cuerpo físico
nos pueda imponer. Cuando notamos esta presencia,
comenzamos a descubrir lo que muchos autores han definido
como el “Observador” que habita dentro de nosotros.
Nuestros cuerpos físico, emocional y mental, se han
configurado a lo largo de nuestra vida, de vidas anteriores, si
acaso crees en el concepto de reencarnación; y, probablemente,
por una buena dosis de experiencias de nuestros antepasados
que se encuentran grabadas en nuestro ADN y en la constitución
de nuestras células. Todos estos factores unidos a las
conclusiones que hemos sacado de esta información, quizás nos
definen como personas, pero nunca como almas o potenciales.
Dentro de nosotros habita la chispa divina de la totalidad,
siempre perfecta, siempre amorosa, siempre divina. Al
conectarnos con nuestra divinidad, por ejemplo, a través de las
conversaciones que podamos mantener con nuestro Ser
Superior, comprendemos por fin, que no somos nuestra
personalidad, tenemos una personalidad, pero somos mucho
más que ella.
Si lo que te digo te suena confuso y poco creíble, pues
no logras reconocer en ti la incisión entre tu ego y tu esencia,
piensa en esto: ¿Cuántas veces has reaccionado de forma
absolutamente alejada a tus más elevadas opciones? ¿Cuántas
veces has reaccionado de una forma opuesta a como escogerías
hacerlo cuando estás en paz y claridad? Y luego de esta reacción
has quedado sumido en el arrepentimiento y la vergüenza, no por
haber actuado de forma indebida sintiéndote culpable, sino por
sentir que esa forma de reaccionar no es tu verdadera opción.
Ha llegado el momento que comprendas que esas reacciones
nada tienen que ver con tu esencia, esas reacciones tienen que
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ver con tus condicionamientos y con tu historia, se despiertan en
forma automática en tu interior y te alejan de tu centro. Una vez
que seas capaz de reconocerlo, serás libre para modificarlo y una
forma de hacerlo es pedirle a tu Ser Superior que lave las heridas
internas que te alejan de tus reales intenciones de Ser.
Cuando comienzas a hacer estos cambios internos tan
profundos de manera tan simple, el ego comienza a susurrarte
que estás equivocado, que ése no es el camino, que no lo
mereces, que aún te falta mucho, que no tienes suficiente tiempo,
que debes hacer un mayor esfuerzo, que es sólo tu imaginación,
etc. No permitas que el ego te distraiga del encuentro con tu
divinidad, si te llenas de dudas, más que preguntarte si imaginas
la voz de tu Ser Superior, pregúntate si acaso estás dispuesto a
escuchar lo que pueda decirte.
Muchas veces me he engañado a mí misma creyendo
que mi crecimiento espiritual tiene que ver con mi éxito para
lograr bienestar externo. Como si mis relaciones, mi salud o mi
satisfacción laboral dependieran de cuan despierta estoy. Claro,
en cierta forma esto es cierto, cuando real y vivamente nos
conectamos con nuestra divinidad entonces todo a nuestro
alrededor brilla con la misma luz de nuestro interior, esto se debe
a que bañamos con nuestra luminosidad interna todo lo que nos
rodea. Sin embargo, es fácil caer en la tentación de escuchar al
ego, que quiere hacernos creer que si negamos algunos
aspectos internos obligándonos a ver de manera luminosa
nuestro entorno, entonces significa que hemos crecido
espiritualmente, más temprano que tarde se terminan por
manifestar aquellos aspectos que nos limitan y que no estamos
reconociendo y entonces nos sentimos muy frustrados pensando
que hemos retrocedido en nuestro caminar.
Es común en personas que se encuentran en el camino
del despertar espiritual, pensar que cuando tienen problemas
con alguien, se enferman, sus finanzas no marchan como ansían,
tienen un accidente o se les presenta cualquier otro tipo de
obstáculo, entonces algo está fallando dentro de su interior. Se
preguntan ¿Qué es lo que estoy haciendo mal? O también ¿Qué
es lo que tengo que aprender de todo esto?
Yo creo que si bien siempre podemos aprender algo de
cualquier situación que la existencia nos presente, una gran
parte de nuestra realidad obedece a creaciones constituida por
múltiples factores que se conjugan entre sí. Estas creaciones por
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lo general las percibimos como eventos fortuitos y fuera de
nuestras elecciones.
Despertar no necesariamente significa ser creadores
consientes de todos los aspectos de nuestra vida, despertar
significa ser capaz de permanecer alerta, observador de la
experiencia que estamos viviendo, aprendiendo a regocijarnos y
sacar lo mejor de ella, sin aferrarnos a esos momentos que con
nuestra mente humana llena de juicios califica como deseables.
Para entender tu vida, dedícate a mirar la naturaleza a tu
alrededor, sus estaciones, sus ciclos. Observa que todo cambia
constantemente, los árboles llenos de verdes hojas, luego se
tiñen de amarillo y rojo, quedan desnudos para luego explotar en
verdor y regalarnos sus frutos, sin una etapa no existiría la otra.
Así es la vida: rica y variada en experiencias, aprende a disfrutar
cada paisaje de tu existencia, pues cada uno de ellos es precioso
y una bendición.
En el mundo actual, todos parecemos querer tener una
vida de ¨resort¨, una vida fácil, donde todo sea alegría y
celebración, donde el sol brille los 365 días del año y donde
todos estemos siempre con espíritu festivo. Pasar una semana o
una quincena en un resort puede ser una experiencia realmente
agradable y reconfortante, pero irse a vivir a un lugar así de
artificial, debe ser bastante poco resistible.
La diferencia entre una persona despierta y una que aún
vive tras el velo del sueño, no es la cantidad de aparentes
obstáculos que pueda enfrentar en la vida, sino la interpretación
que hace de esos obstáculos. La primera encontrará enseñanzas
y regalos en todas las situaciones y la segunda pensará que hay
algo mal en ella o le echará la culpa a alguien o algo de su
aparente “mala suerte”.
Tengo la certeza que cuando nos sentimos plenos y
estamos enfocados en nuestra pasión, todo alrededor parece
sintonizarse con la vibración de nuestros deseos y muchos
autores nos invitan a usar nuestros pensamientos como una
poderosa herramienta creativa. Sin duda pensar positivo, nos
llena de luminosa energía que atrae por sintonía positivismo a
nuestras vidas, si pudiésemos reprogramar nuestros
pensamientos hacia nuestro deseos conscientes, quizás
podríamos intentar ser la causa de nuestras creaciones, pero en
nuestros registros guardamos un cúmulo de residuos
emocionales, mentales y físicos que interfieren en la forma que
55. 55
nos alineamos con nuestros deseos, distrayéndonos por decirlo
de alguna forma, de eso que decimos anhelar.
Querámoslo o no, la existencia nos seguirá proveyendo
de múltiples y variadas experiencias y para mí la verdadera
libertad consiste en poder fluir con todos los matices que la vida
nos regala, sin sentirnos abatidos por los ilusorios retrocesos que
podamos percibir cuando las cosas parecen no marchar hacia
donde deseamos.
La vida es hermosa, sólo necesitas detenerte un poco
para comprobarlo.
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La Felicidad
La felicidad es para mí tan natural como para ti lo es respirar.
La felicidad consiste en recordar quién eres: manifestación
divina en constante creación.
Para ser feliz no necesitas nada, por el contrario la felicidad
te lo da todo, pues para quien vibra en consonancia con su
esencia todo es posible, nada le es negado al hijo de Dios
que se reconoce a sí mismo como tal.
Paradojalmente, cuando estás en estado de felicidad pareces
no necesitar nada, no hay algo en este mundo que luzca
brillante ante el resplandor de tu propia esencia.
¿Para qué te conformarías con piedras si puedes tener
diamantes?
Búscame en tu interior, siente mi viva presencia, palpita con
mi fulgor y entonces te preguntarás ¿qué es la infelicidad?
Has buscado la felicidad en cada rincón de tu vida,
inventándote metas. Has gastado dinero, tiempo, relaciones,
vida y sueños y ¿Qué has obtenido a cambio? Una lista de
insatisfacciones.
Cada vez que has conseguido alcanzar una meta ilusoria, ha
sido tan corto el placer como corta es la satisfacción del
drogadicto que recibe su dosis.
El placer es tan efímero, que no logra calmar tus intensas
ansias de ser feliz. Cumplida una meta, el placer se agota tan
rápido como rápido se despierta en ti la necesidad de otra
meta. Entonces partes otra vez con tu desquiciado afán, de
encontrar afuera lo que tienes adentro.
No hay nada que puedas hacer para ser feliz, pues la
felicidad no se gana, se recupera.
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Si en algo concordamos casi todos los seres humanos,
es que ansiamos ser felices y que también lo sean los demás, en
especial las personas que amamos. Pareciera que la meta de
todos es encontrar ese efímero estado que apenas logramos
definir y que confundimos, la mayor parte de las veces, con la
momentánea sensación de placer o de alegría cuando
satisfacemos alguno de nuestros múltiples deseos.
Aunque todos ansiamos ser felices nos hemos
acostumbrado a vivir con cierto grado de insatisfacción, hemos
sido educados y entrenados para ser infelices, el mundo es un
valle de lágrimas, todos cargamos una cruz, el mundo está cada
día peor, son sólo alguna de las frases que solemos repetir sin
darnos cuenta hasta qué punto nos condicionan al sufrimiento.
Muchas personas ni siquiera son capaces de reconocer lo
infelices que son y se acostumbran a una vida mediocre y
limitada. Relaciones matrimoniales insatisfactorias, rencores no
reconocidos, vidas laborales insatisfechas, jaquecas, acidez
estomacal, colon irritable, insomnio y muchos síntomas más,
constituyen la punta del iceberg que representa una vida sin
sentido.
Es curioso cómo muchas personas defienden su
infelicidad justificándola y dando excusas respecto a por qué no
escogen salir de esa situación, la tendencia natural es a defender
nuestras miserias con argumentos del tipo: “el matrimonio es
difícil”, “nadie nos enseña a ser padres”, “no tengo nada que una
pildorita no pueda solucionar”, “esta dolencia ya es parte mía”,
“es mi karma”. Estas son algunas de las muchas frases típicas de
personas que no quieren reconocer la piedra que llevan en el
zapato, pareciera que han aceptado como parte de su vida tener
cierto nivel de incomodidad y no quieren detenerse para sacar
esa molesta piedra que les impide caminar a gusto.
Recuerdo a una mujer que me contaba una fuerte
discusión que había tenido con uno de sus hijos, ella le había
gritado y agredido verbalmente porque había cometido una falta
que ella consideraba “grave”, pero que en el fondo, más que
grave fue algo que la asustó y preocupó. Cuando terminó su
narración, en la cual yo me mantuve en silencio, ella queriendo
justificar ante sí misma su reacción me dijo: “Bueno, tal vez se
me pasó la mano, pero mis padres me trataban igual y ya ves, yo
no tengo ningún trauma” y a mí me dieron ganas de gritarle:
.- ¡Sí, sí lo tienes!, sólo que no sabes vivir sin lo que ese trauma
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te provocó, pero obviamente preferí callar. Esta mujer es una
madre muy abnegada que adora a sus hijos y los considera lo
más importante de su vida. Esas reacciones desproporcionadas
son programaciones aprendidas y, aunque la dejan sumida en un
estado de profunda angustia, ella cree que una madre que ama a
sus hijos, se preocupa por ellos y en consecuencia debe
reaccionar de esa manera.
Al comenzar a despertar, empezamos a observar estas
reacciones en nosotros mismos y a reconocer las
programaciones que las originan, pero lo más importante,
aprendemos a reconocer si esa reacción está o no sintonizada
con nuestras más elevadas opciones, esas con las cuales somos
capaces de conectarnos cuando estamos tranquilos y nos
sentimos plenos.
El mundo gasta cientos de millones de dólares en la
industria del consumo de drogas legales, estas drogas nos
permiten acallar el dolor de reconocer lo inmensamente infelices
que somos. Pastillas para dormir, ansiolíticos, tranquilizantes,
antidepresivos, son todos consumidos por un alto porcentaje de
la población, no como una forma de ayudarlos en una situación
concreta de stress o depresión puntual, sino como una forma de
tener fuerza y ánimo para circular por una vida que les parece sin
sentido. Podemos seguir engañándonos o comenzar de una vez
por todas, a reconocer que necesitamos y ansiamos un cambio
interno
La mayor parte de las personas, entre quienes me
incluyo, solemos vivir en piloto automático, sin ser capaces de
detenernos a analizar las elecciones que estamos haciendo y las
reacciones que estamos teniendo, hasta que un día las
circunstancias nos obligan a detenernos y reflexionar, ya sea por
una crisis personal, un accidente, una grave enfermedad propia o
de un ser amado o la pérdida del trabajo. Situaciones por cierto
poco deseables, pero que pueden convertirse en una excelente
oportunidad de replantearnos la forma en que hemos estado
viviendo. Ante estas difíciles crisis, tenemos básicamente dos
opciones, una es reforzar la condición en la cual no
encontrábamos, teniendo ahora más argumentos para justificar lo
dura, injusta y difícil que es nuestra vida y, la otra, es transformar
los inconvenientes en oportunidades y encontrar el sentido detrás
de las dificultades, aprovechando el impulso para tener un
verdadero salto en nuestra conciencia espiritual.
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Vivimos la vida postergando conectarnos con la plenitud
que habita en nuestro interior, sin comprender que con logros
externos la verdadera felicidad jamás puede ser alcanzada. La
mayor parte del tiempo nos sentimos desagraciados y nos
decimos que seremos felices más adelante: cuando nos
titulemos, cuando encontremos el trabajo ideal que nos colme de
satisfacciones, cuando nos casemos, cuando tengamos hijos,
cuando los hijos crezcan, cuando nos jubilemos y tengamos
tiempo. Así se nos va la vida esperando conseguir la plenitud,
hasta que al final sólo nos queda la esperanza que se cumpla
esa promesa de la tradición judeocristiana: “La verdadera
felicidad se encuentra en el Cielo”, claro sólo si nos portamos
razonablemente bien. Quienes temen a la muerte, por lo general
son personas que sienten que no han vivido y que el tiempo se
les termina. ¿Cómo no tener miedo? si nos hemos pasado la vida
buscando infructuosamente la felicidad y la muerte nos grita que
el tiempo se nos acaba.
Si somos hijos de un Dios amoroso que nos da el regalo
de la vida: ¿Crees que El nos haría posponer la felicidad para
cuando estemos muertos? ¿No habrá, esta amorosa Fuerza
Creadora, puesto dentro de nosotros el paraíso para que lo
revelemos en nuestras vidas?
Estoy segura que casi todos hemos tenido momentos
plenos y maravillosos, más de alguna vez nos hemos
emocionado con un hermoso paisaje, con el nacimiento de un
hijo, escuchando una hermosa melodía o deleitado con el sabor
de un exquisito alimento. Seguro que, al menos en alguna
oportunidad, hemos tenido uno de esos momentos en el que
sentimos que todo está perfecto. Aunque sea por un segundo
nuestro pecho se expandió, respiramos profundo y convivimos
con nuestra divinidad. Sin embargo, al poco andar, la vorágine de
la vida nos traga, andamos apurados, estresados, tratamos mal a
quienes más amamos, nos tratamos mal a nosotros mismos
comiendo apresuradamente, descalificándonos, bombardeando
nuestro cuerpo con sustancias nocivas y con pensamientos y
emociones negativas.
Si sientes que exagero, puedes cerrar este libro y seguir
siendo infeliz. Pero si logras identificarte, aunque sea en parte,
entonces continúa la lectura, pues ha llegado tu hora: ¡La hora de
despertar!
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Hace años atrás, una amiga para nada relacionada con
temas espirituales, me dijo que había reflexionado acerca del
cielo prometido por su religión y que una idea daba vuelta en su
cabeza. Lo que la inquietaba era: ¿No será que ya estamos en el
cielo y no nos hemos dado cuenta? Esta reflexión en apariencia
pueril, es en realidad una gran revelación: ¡El Reino de los Cielos
prometido está aquí y ahora! Esperando que recordemos el
regalo que Dios Creador nos ha dado.
La felicidad no consiste en ir tras logros profesionales,
bienes, títulos, experiencias místicas, viajes, en tener un cuerpo
sano y armonioso, vivir con la pareja ideal, educar hijos
perfectos, lograr un carácter íntegro o manejar nuestras
emociones. La felicidad consiste en disfrutar las circunstancias
de nuestra vida, sintiéndonos parte del Todo y comprendiendo
que somos una obra divina experimentando la magia de Ser. La
felicidad es el estado natural de la esencia que habita en ti, tu
objetivo es permitir que se manifieste.
La divinidad reposa en tu interior estés o no consciente
de ello. Puedes no ser consciente que respiras, pues es un acto
reflejo, pero en cualquier lugar a cualquier hora, si prestas
atención, puedes sentir como se expande tu pecho cuando el aire
entra a tus pulmones. Igualmente, puedes no estar consciente de
la presencia de tu chispa divina, pero puedes acudir a ella en
cualquier momento, en cualquier lugar y sentirás que te baña con
su Gracia, regalándote maravillosos estados de plenitud. Algún
día el aire dejará de inflar tu pecho, pero no por eso dejará de
estar allí, algún día tu divinidad dejará de habitar tu cuerpo, pero
no por eso dejará de estar ahí.
Comprender que puedes ser feliz independiente de las
circunstancias de tu vida, es la finalidad y resultado de completar
un proceso de maduración espiritual, conseguirlo requiere de
férrea determinación. Una vez que hemos alcanzado la lucidez,
que nos permite entender que la felicidad no radica en los logros
que podamos obtener en la vida, podremos comenzar a
ejercitarnos en el gratificante arte de ser felices.
Aún después de llegar a esta radical y trascendental
conclusión, ciertas reacciones firmemente enraizadas en nuestra
personalidad pueden continuar manifestándose. Quejas,
reclamos y frases del tipo: “la vida es así”, “esto es lo que me
tocó vivir”, “es mi karma debo aprender a vivir con él”, continúan
bombardeando nuestro interior. No vale la pena mortificarnos por
64. 64
esas reacciones automáticas, tampoco pensar que hemos
retrocedido en nuestro camino de despertar. Mucho mejor es
pararnos en la posición del observador silencioso, que
comprende que no somos sólo nuestros pensamientos, nuestras
emociones o las reacciones de nuestro cuerpo: ¡somos eso y
mucho más!
Somos la presencia imperturbable que habita nuestro
ser, somos la presencia del Creador en nuestra realidad.
Tomando conciencia de la chispa divina que habita en nuestro
interior, poco a poco podemos dejar de sobre identificarnos con
esa personalidad que nos limita y con la cual nos habíamos
sentido tan identificados. Del reencuentro con nuestra divinidad y
el recuerdo de nuestras capacidades creadoras, surge la
comprensión de que somos capaces de “reinventarnos” cada vez
que lo deseemos.
Aunque suene extraño, podemos ser felices incluso en
momentos de profunda tristeza, como la muerte de un ser
querido. Obvio que una situación de ese tipo nos provocará un
gran dolor emocional. Aún así podemos darnos cuenta que una
parte nuestra sufre la pérdida y experimenta el desconsuelo de
saber que no habrá, al menos en esta realidad, una vida futura
junto a ese querido ser que partió y otra parte comprende el
orden perfecto de la vida y se entrega sin resistencia al dolor que
la pérdida provoca, sabiendo que no afecta la pureza de su
esencia, ni la plenitud que habita en su interior.
Si bien todos estamos convencidos que queremos ser
felices y hasta hoy no he conocido a nadie que me diga que su
objetivo en la vida es ser infeliz, a menudo hacemos elecciones y
construimos una realidad que nos aleja de este genuino deseo de
sentirnos plenos.
La sociedad parece estar empecinada en convencernos,
que ser infelices es lo correcto y esperable de una persona con
una vida valiosa para los ojos humanos. Si alguien nos pregunta
cómo estamos y le decimos que genial, que todo nos resulta
maravillosamente, que nuestras finanzas están cada día mejores,
que tenemos hijos sanos, inteligentes y alegres y que todo nos
resulta según lo deseamos, nos mirarán extrañados, pensarán
que mentimos o que estamos alucinando. Si por el contrario, les
contestamos que estamos llenos de trabajo, que el día no nos
alcanza, que tenemos problemas y dificultades, entonces
solidarizarán con nosotros y sentirán que somos personas