Cahiers de Psychologie Politique
N° 28 | 2016
Anarchisme et pensée libertaire Janvier 2016
Cambios en el sistema global
Ricardo R. Yocelevzky
Édition électronique :
URL : https://cpp.numerev.com/articles/revue-28/1251-cambios-en-el-sistema-global
DOI : 10.34745/numerev_996
ISSN : 1776-274X
Date de publication : 18/01/2016
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Pour citer cette publication : Yocelevzky, R. R. (2016). Cambios en el sistema global. Cahiers de
Psychologie Politique, (28). https://doi.org/10.34745/numerev_996
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Introducción
Dos problemas aparecen con gran frecuencia a propósito de la acción del Estado y de
los gobiernos, tanto en México como en el resto de América Latina. Por una parte lo que
podemos denominar una “erosión de la soberanía nacional” y por otra, el que se
presenta con mayor urgencia, la debilidad, cuando no inexistencia, de un “estado de
derecho”. Ambos problemas generan una gran actividad informativa, denuncias y
análisis que buscan su origen y solución en campos disciplinarios variados, la historia, la
sociología, la ciencia política, hasta la psicología, particularmente esta última que
provee una tranquilizadora apelación a la fatalidad de una “naturaleza humana”
inmutable o a la necesidad de moralizar la actividad pública por diversos medios.
Una trampa frecuente, contra la que advertía recientemente Adam Przeworski, es
reducir todos estos temas en el rubro de la “corrupción”.1 El desafío para las ciencias
sociales es buscar una explicación estructural, que haga visibles los múltiples
mecanismos que generan las acciones individuales y colectivas que configuran los
fenómenos que nos preocupan y que suponemos que se ubican en la generación,
institucionalización y ejercicio de los poderes político y económico, cuyas relaciones, en
sus transformaciones, configuran la dinámica histórica en la que nos encontramos
inmersos.
Elementos de la situación actual y su
génesis
La noción de globalización adquirió su vigencia como el modo más general, ambiguo y
por lo tanto poco comprometedor, de relativizar todo lo que se dijera dentro y acerca de
la política en cada estado nacional. Los análisis de la política, tanto desde el punto de
vista histórico como desde el de una teoría política que se inscribiera en los esfuerzos
sistémicos por explicar los acontecimientos contemporáneos, por ejemplo la llamada en
su tiempo “tercera ola democratizadora”, tenían como referencia para el análisis, así
como para la acción (propuestas programáticas explícitas o implícitas asociadas con
esos análisis) al Estado-Nación como unidad de análisis y escenario de la acción. Otras
visiones quedaban subordinadas lógicamente en la medida que se presentan como
internacionales, sub-nacionales o supranacionales. En gran medida esto sigue siendo
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así. Sin embargo, nuestro propósito en esta exposición es mostrar en qué medida esto
ya no es redituable en términos de conocimiento y cómo es necesario pensar en las
posibilidades abiertas hoy al cambio, tanto en el conocimiento como en la realidad de la
política, que, sin embargo, no parecen tener un marco conceptual claro que permita
acercarse a ellas con alguna propuesta programática que resulte en alguna medida
esperanzadora.
Un proceso que aparece estrechamente asociado a la evolución del Estado-Nación como
unidad e dominación y de análisis es la evolución de la producción y difusión de
información. Si bien en los comienzos esto era “naturalizado” junto con la evolución de
los procesos políticos, el impacto que sobre ambos procesos, tanto la producción como
la difusión, ha tenido la revolución tecnológica que representan los nuevos medios de
comunicación, especialmente los electrónicos, hace imposible ignorarlos como una
parte fundamental de las estructuras y los procesos políticos.
La información disponible acerca de todo tipo de asuntos es apabullante gracias a la
tecnología de la información y la comunicación. Un problema común para quienes
ocupan cargos de responsabilidad por la toma de decisiones, por un lado, y para
quienes, sin mayor posibilidad de incidencia en el curso de los acontecimientos, buscan
comprender la situación, así no sea más que para explicarse los hechos, que por lejanos
que parezcan afectan su propia vida y su consciencia, es el establecer prioridades y
jerarquías causales a los hechos de los que informa. Estos ordenamientos impuestos a
las unidades de información conforman las teorías con las que se explican o justifican
las decisiones o que buscan explicar las situaciones.
Hay que partir del hecho que la información circula en un mercado estratificado tanto
por los medios como por los contenidos. Así, la televisión abierta es el medio más
extendido en la audiencia, seguido por la radio y la prensa escrita. Esta última tiene el
público más restringido pero, al mismo tiempo el más informado.
Los estudios de comunicaciones han propuesto una buena cantidad de teorías que
explican los mecanismos de establecimiento y conservación de relaciones ideológicas,
fundamentales para la reproducción de la dominación política. En el siglo XX la
evolución de los medios, las tecnologías que los hacen posible, ha evolucionado de tal
manera que se justifican las celebraciones acerca de las posibilidades abiertas para
quien quiera informarse de obtener datos que en otras épocas eran inaccesible, cuando
no inexistentes. Sin embargo, una mirada, por esquemática que sea, a esta evolución
permite establecer una dimensión más del proceso de individuación o individualización
como eje de la modernización, procesos que se expresa también en el aislamiento de
los individuos, problema que de muchas maneras preocuparon a los clásicos de la
sociología en el siglo XIX. Hoy que se busca poner al ciudadano en el centro de las
evaluaciones sobre la calidad de los sistemas democráticos, cabe preguntarse cuánto se
ha simplificado la condición ciudadana y sus derechos en los últimos ciento veinte años.
Es claro que la primera forma de integración a las decisiones políticas, de forma
paulatina pero alcanzando al conjunto de la población en el siglo XX, fueron los procesos
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electorales. De modo que la ciudadanía, como conjunto, y el electorado eran sinónimos.
Es importante recordar dos características fundamentales: las elecciones son el modo
pacífico de asignar los puestos en el aparato del gobierno y la ciudadanía llegó a ser
sinónimo de nacionalidad.
La importancia de estos rasgos de los sistemas políticos modernos radica en que la
ideología nacionalista se transformó en un elemento fundamental de la identidad de los
individuos, reemplazando y subordinando (no pudiendo eliminar del todo) a las
identidades religiosas, primero y las de clase social más tarde. Esto ocurrió a lo largo de
siglos. Es sólo en la segunda mitad del siglo XX que la forma estatal nacional llegó a ser
la predominante en el mundo.
El Estado-Nación es la forma política en que se estabilizó e institucionalizó la relación
entre poder económico y poder político, propia de su relativa separación al emerger el
capitalismo. Esto último es el elemento teórico que permite describir uno de los
elementos más complejos del mundo moderno. Los sistemas políticos democráticos
permiten la incorporación subordinada de los sectores sociales perjudicados por la
organización económica, por una parte, en tanto el creciente individualismo se combina
con el nacionalismo para generar las identidades contradictorias e incoherentes del
ciudadano moderno, cuya participación política se ha reducido a la de votante en
elecciones periódicas.
La evolución de los sistemas políticos modernos, instituciones de los Estados-Nación, se
desarrolla entre los siglos XVII y el XX a través de las revoluciones burguesas y las
guerras entre potencias europeas, culminando en el siglo XX con las dos Guerras
Mundiales. La incorporación de nuevos sectores sociales a la participación política en
Europa y Norteamérica, sea como dominadores o dominados, genera estructuras
legales y de ideas así como modelos de organización que se difunden en el resto del
mundo por imitación adaptativa.
En este proceso, los hitos fundamentales son el constitucionalismo, la transformación de
los parlamentos feudales en órganos representativos, que pasan a ser piezas clave de
los sistemas de gobierno que se completan con los partidos políticos y los sistemas
electorales como formas de integración y participación de los ciudadanos. La expresión
ideológica de los conflictos cuyo resultado es el surgimiento de las instituciones políticas
modernas se ubica en el campo de las luchas religiosas. Este hecho es el que impide la
completa secularización de las ideas y las instituciones políticas. De hecho, la paz de
Westafalia, fecha adoptada como el origen de los estados nacionales, puso fin a las
guerras de religión. Hasta la revolución inglesa del siglo XVII, las reivindicaciones
políticas se identificaban con las variedades del reformismo religioso.
La burguesía emergente en la revolución francesa, en el siglo XVIII, intenta secularizar
radicalmente la política (inventar una religión cívica y democratizar el clero) además de
introducir los elementos de “libertad, igualdad y fraternidad” en cuya aplicación en los
desarrollos posteriores se establecen prioridades, en la medida que otros sectores se
incorporan a la defensa política de sus intereses económicos.
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La relativización de las relaciones entre estos tres elementos generaron las ideologías
políticas seculares que intentaron normar programáticamente el acceso de los
ciudadanos a los beneficios de la aplicación de estos principios. En particular, la
consideración de estos derechos como individuales en el terreno de la economía, la
libertad en el mercado, erosionó el sistema de privilegios y monopolios vigente en la
sociedad medieval, dando al traste con la organización de los oficios artesanales.
Como lo señaló Marx, la doble “libertad” en la que se vieron los expulsados de las
relaciones feudales los dejó en un mercado de trabajo en el cual debieron buscar
nuevas formas de defensa de sus intereses colectivos. Los sindicatos, primero, y los
partidos políticos de orientación clasista, después, completaron la aparición de un
modelo ideológico y político de organización. Una visión secular del mundo y una forma
de organizarse y actuar en defensa de intereses corporativos que buscaban, además,
remodelar la sociedad en su conjunto.
Sin embargo, la independencia de estas organizaciones era relativa; el modelo de
sindicato de oficio era heredero de las corporaciones y conservaron vestigios hasta de la
ideología religiosa medieval (por ejemplo los santos patronos). Los sindicatos por
empresa colocaban el acento en la confrontación de intereses corporativos, en
detrimento de una ideología más universalista. Los partidos políticos se desarrollaron a
partir de los grupos parlamentarios, originados en el parlamento británico,
planteamientos ideológicos, desarrollados primero en los clubs de la revolución francesa
se establecieron como la manera pacífica de decidir quién ocuparía los puestos en el
gobierno a través de las elecciones. El predominio, cuando no la exclusividad de los
partidos para participar en las elecciones llevó a que las organizaciones obreras crearan
junto a sus sindicatos partidos políticos, buscando participar en las elecciones a través
de la lucha por el derecho a voto.
Al pasar del siglo XIX al XX, los esquemas ideológicos modernos parecían polarizarse en
el liberalismo individualista y el socialismo colectivista. Al menos así lo percibió la
Iglesia Católica, la cual buscó fijar una posición intermedia a través de la denominada
Doctrina Social de la Iglesia. En ésta, a la oposición de clases originada en la propiedad
de los medios de producción se oponía la propuesta de solidaridad a partir del interés
común generado en las ramas de producción.
Sin embargo, el conflicto ideológico crucial que se planteó en las primeras décadas del
siglo XX enfrentó al clasismo internacionalista y al nacionalismo belicista. Los acuerdos
de la Internacional Socialista que establecían la negativa de la clase obrera a
enfrentarse con sus hermanos de clase fueron rotos a cambio de la integración de los
representantes socialistas en los parlamentos, comenzando por los diputados
socialdemócratas alemanes al apoyar los créditos de guerra en 1914. No todos los
líderes socialistas siguieron esta línea, pero los opositores a la guerra fueron eliminados
de una u otra manera.
La Europa remodelada por los tratados de Versailles al fin de la Primera Guerra Mundial
estableció definitivamente al Estado – Nación como el modelo de organización de la
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dominación política con mayor afinidad a las economías capitalistas.
Las ideologías, las organizaciones y los
medios
Se puede afirmar que los componentes fundamentales de los modelos de ideología y de
organización, los partidos políticos y las organizaciones gremiales de trabajadores, los
sindicatos, y de empresarios, uniones y asociaciones, estaban definidos para un largo
período, hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Lo más importante de la relación de organización ideas y medios es que configuraron
una relación entre prensa escrita, partido y liderazgo político característica. Para
muchos partidos, de centro y de izquierda pero especialmente los revolucionarios, la
dirección del partido y de su periódico coincidían. Cualquiera fuera su periodicidad, eran
los dirigentes máximos los que escribían los editoriales o, por lo menos, supervisaban la
producción del periódico.
En el caso de Francia, el modelo de revolución burguesa y de funcionamiento de un
sistema democrático ideologizado, los líderes del centro Clemanceau, y de la izquierda
socialista, Jaurès, eran oradores, periodistas e intelectuales destacados, Jaurès un poco
más que Clemanceau. Entre los alemanes desde Lasalle (a pesar de su frivolidad) hasta
Kautsky dejaron obras traducidas a muchos idiomas y, los que llegaron a ser clásicos
del marxismo, los rusos Lenin y Trotsky, entre los más destacados de su partido,
escribían para el periódico, cuya producción, distribución clandestina en el imperio ruso,
lectura y discusión constituían la actividad central conectada con la organización. De
este modo, es importante destacar que los partidos políticos eran un vehículo de
politización y de educación ideológica par sus miembros, en los distintos grados de
militancia, y simpatizantes en general.
La revolución rusa fue vista como un gran peligro por las potencias vencedoras en la
Gran Guerra y, al mismo tiempo, como una gran esperanza por sectores obreros e
intelectuales de todo el mundo. El modelo de los consejos de obreros (soviets) fue
imitado sin éxito en Alemania, Austria, Hungría e Italia. Pero esto bastó para radicalizar
a los sectores conservadores que prefirieron en las décadas de los veinte y treinta ceder
ante el fascismo y el nazismo como manera de evitar una revolución.
La estructura internacional establecida a partir de las ideas del Presidente de los
Estados Unidos de Norteamérica, Wilson, consistió en la creación de la Sociedad de las
Naciones y la conformación de estados nacionales a partir de las unidades étnicas,
principalmente en el centro de Europa y la península de los Balcanes. Esto representó
un gran estímulo a la ideología nacionalista, cuyo papel en el estallamiento de la guerra
se mencionó más arriba, pero que iba a derrotar a las otras ideologías al subordinarlas
de manera definitiva. En Alemania se produjo el ascenso del Nacional Socialismo,
llegando al poder en los años treinta, en tanto en la Unión Soviética el estalinismo
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eliminó las ideas internacionalistas, subordinando a todo el movimiento comunista
internacional a las necesidades de la política exterior de la Unión Soviética, con lo que
ésta quedó bajo algo que se podría llamar socialismo nacional.
Las ideologías nacionalistas existen desde antiguo, particularmente en su versión
racista, pero su predominio llegó a la cima en el siglo XX. La nacionalidad pasó a ser un
componente esencial de la identidad individual, como no lo había sido antes. Hay que
recordar que la identidad psicológica estaba mucho más ligada a la confesión religiosa
que profesaban los individuos y que la paz de Westfalia, con la que se identifica la fecha
de nacimiento de los estados nacionales puso fin a guerras de religión. Una novela
triste con momentos de comicidad cuenta la historia de un sastre judío que, en el centro
de Europa, en la primera mitad del siglo XX tuvo cinco nacionalidades distintas.
El nacionalismo como ideología ha tenido una historia distinta en la periferia del sistema
mundo capitalista. A diferencia de lo ocurrido en los países europeos, la mayor parte de
los estados nacionales surgidos en lo que alguna vez se denominó el “Tercer Mundo”
capitalista son el resultado de la descolonización, cualquiera que sea el proceso que
condujo a este resultado. Se puede decir que la descolonización comienza con la
independencia de los Estados Unidos de Norteamérica, en el siglo XVIII y culmina en la
segunda mitad del siglo XX, con la independencia de los países de Asia y África.
Todos los elementos y procesos descritos hasta ahora están presentes en los países de
América latina. Sin embargo, la temprana descolonización del continente, desde la
invasión a España por Napoleón en la primera década del siglo XIX, constituyó una
verdadera anomalía política en el mundo del siglo XX. Las nacientes naciones
latinoamericanas debieron enfrentar tres tipos de problemas principales: defender su
independencia, fijar sus fronteras y comenzar la integración de su población en un
sistema político nacional. La consolidación de la independencia tuvo como enemigo
principal a España, ya libre de los franceses. Las fronteras se fijaron en guerras de
conquista en las que los vecinos buscaban apropiarse territorios en los que la presencia
del Estado era precaria o en los que había intereses de las potencias económicas
(principalmente Estados Unidos de Norteamérica y Gran Bretaña) que utilizaron
conflictos locales para intervenir indirectamente. Así se fijó la frontera entre Estados
Unidos y México y entre Chile y Perú y Bolivia. Las ideas de unidad de las ex – colonias
españolas nunca fructificaron.
La organización de Estados nacionales se consolidó ideológicamente con el
constitucionalismo, una idea europea que había fructificado en Norteamérica y había
sido retomada en Francia después de la revolución. Este es el origen de una de las
características de las repúblicas latinoamericanas, la inconsistencia entre las
superestructuras ideológica y jurídica y la realidad de las estructuras y ejercicio del
poder. Sin embargo, la evolución del modelo político en el resto del mundo no avanzaba
lo suficiente como para que esto fuera notorio, dado el atraso en la construcción del
estado nacional en algunas regiones de Europa, como en Alemania e Italia, donde sólo
en la segunda mitad del siglo XIX se logró la unidad nacional. Es más, como ya se
señaló, sólo después de la Primera Guerra Mundial se puede hablar del Estado – Nación
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como forma predominante de la organización política en el mundo capitalista.
Una muestra de lo que se dice aquí es la conformación de la Sociedad de las Naciones
(o Liga de las Naciones), antecedente de la Organización de las Naciones Unidas
establecida luego de la Segunda Guerra Mundial, la cual fue establecida por el Tratado
de Versalles, que fijó los términos de la paz al fin de la Primera Guerra Mundial. Al
momento de su creación, en 1920, la Sociedad de las Naciones contaba con cuarenta
países miembros fundadores. De estos, 16 eran repúblicas latinoamericanas
políticamente independientes. Un solo país africano, Liberia, cinco dominios británicos,
14 países europeos, de los cuales al menos dos debían su existencia a la guerra recién
terminada (Checoeslovaquia y el reino de Yugoeslavia). Entre 1920 y 1930 se
incorporaron a la Sociedad de las Naciones 11 países europeos, dos latinoamericanos y
un africano y entre 1930 y 1940 la Sociedad de las Naciones se incrementó con dos
países latinoamericanos, un africano dos europeos y un asiático. De este modo, en sus
veinte años de existencia, la Liga de las naciones tuvo un total de 60 miembros de los
cuales 20 fueron repúblicas latinoamericanas.
Así, los países latinoamericanos lograron más rápido su legitimidad internacional que la
integración nacional interna. Esto les permitió ser también importantes en la
reestructuración del mundo en la segunda postguerra, en la creación de la Organización
de las Naciones Unidas. De los 51 países reconocidos fundadores de las Naciones
Unidas, 19 son repúblicas latinoamericanas.
Modernización y desarrollo
El desarrollo de los países de América Latina en la postguerra y hasta mediados de la
década de los setenta es una historia de creciente integración tanto interna como
internacional. El período de crecimiento económico que comienza con el fin de la
Segunda Guerra Mundial es el más dinámico en toda la historia de la humanidad al decir
de algunos autores.
En este período la urbanización, el crecimiento de los servicios sociales, el acceso a la
vivienda, la salud, la educación y la masificación del consumo alcanzaron un nivel
espectacular en los países desarrollados, Europa, Estados Unidos de Norteamérica,
Japón. En los países periféricos, como los de América Latina, la industrialización,
comenzada espontáneamente en los países más grandes en el período entre guerras, se
transformó en una política de Estado, quizás la que reunió el mayor consenso alcanzado
en toda la vida independiente de la mayoría de ellos.
Si bien estos procesos no ocurrieron de manera uniforme, al menos ideológicamente,
los gobiernos latinoamericanos emprendieron políticas que, en general apuntaban en el
sentido de un desarrollo nacional cuyo eje era la industrialización.
Debido a la complejidad de las transformaciones motorizadas por la industria, la
necesidad del apoyo del Estado a la formación de capital, la aparición de nuevos actores
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sociales con demandas propias, obreros, pobladores urbanos, trabajadores rurales,
clases medias independientes (comercio, profesiones) y también dependientes del
Estado, el crecimiento de los servicios de salud, educación y la administración estatal,
se puede afirmar que este proyecto de desarrollo nacional es el que mayor capacidad
de integración a la política y movilización de actores sociales ha habido en la historia de
América Latina. Todo esto era coherente con una ideología nacionalista, profundamente
anticomunista, aceptable, en general para la Iglesia Católica, de modo que los conflictos
políticos tenían que ver con la distribución de los beneficios de una economía en
crecimiento y las perspectivas de velocidad en la aplicación de medidas en las que se
estaba de acuerdo en principio.
Es importante destacar que, a diferencia de la Europa de postguerra, la democracia no
era un componente necesario de la modernización. Por el contrario, los sectores
subordinados de la sociedad, recientemente movilizados, fueron organizados en
dependencia de liderazgos populistas o de instituciones estatales. En México esto se
realizó a través de la subordinación corporativa de los trabajadores a través de un
partido de Estado y la relación de los distintos sectores empresariales con el gobierno a
través de algunas secretarías. En otras partes de América Latina este mismo modelo
estaba ligado a un liderazgo personalista.
Este modelo de desarrollo que se instauró en los años cincuenta, contó a partir de los
sesenta con el apoyo del gobierno de los Estados Unidos, como reacción a la revolución
cubana y para evitar la repetición de ese ejemplo.
La incorporación de los varios actores sociales se realizó a través de organizaciones
dependientes del Estado desarrollista. En algunos casos los partidos políticos buscaron
imitar los modelos ideológicos y de organización europeos, como en Chile y Uruguay,
pero en general en la región lo que existió fueron grandes movimientos, como en
Argentina y Brasil.
En esas décadas fue fundamental la incorporación de nuestros países al desarrollo de
las nuevas tecnologías de la comunicación. En los años treinta y cuarenta fueron
fundamentales la radio y el cine y después de la guerra la televisión. Ya en los sesenta
este medio se había extendido a todo el continente, llegando a ser el principal medio de
información para la mayor parte de la población.
Todo este desarrollo alcanzó su límite en los movimientos de 1968. La simultaneidad de
los hechos en todo el mundo, la coincidencia en el tiempo de movimientos en países y
sociedades muy heterogéneas, plantea preguntas que buscan explicaciones teóricas y
justificaciones ideológicas de los distintos actores. Sin embargo, sin pretender
responder a estas interrogantes, se puede afirmar que en al período 1968 – 1973, la
orientación del desarrollo de toda la economía mundial cambió, apareciendo las
políticas económicas que, en general se denominan neoliberales. Es en el reemplazo de
las políticas de desarrollo nacional por la integración a las estructuras globales a través
de políticas neoliberales que se producen los fenómenos que hoy caracterizan a los
conflictos políticos dentro de cada país y que hacen temer por el futuro de los
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desarrollos democráticos alcanzados.
Neoliberalismo, democracia electoral y
perspectivas actuales
Las políticas denominadas neoliberales se han centrado en la apertura comercial, el
abandono del proteccionismo a la industria nacional y la búsqueda de integración a
mercados internacionales a partir de las ventajas competitivas de cada país. Las
consecuencias internas han sido transformaciones probablemente no buscadas, como la
precarización del empleo, la informalización del comercio y otras que probablemente no
son tan ostensibles.
El cambio en la situación global estuvo marcado por el abandono del orden monetario
internacional, la devaluación del dólar de los Estados Unidos de Norteamérica, el
encarecimiento del petróleo a partir de 1973 y hasta 2014, y el dominio de las finanzas
en todo el mundo. Parte de esto último se hizo posible por la revolución en la tecnología
de la información y las comunicaciones que globalizaron los mercados especulativos, las
bolsas de valores y de materias primas.
La adaptación de los países de América Latina a la nueva estructura estuvo marcada
por el autoritarismo, dictaduras militares que cubrieron Sudamérica con sólo un par de
excepciones entre los setentas y los ochentas del siglo pasado y la llamada “década
perdida para el desarrollo”.
El siglo XXI ya encontró a una región donde las estructuras se habían transformado,
marcando nuevas formas de relación entre el poder económico y el poder político. A
partir de los ochenta, completándose en los noventa, la democratización de los países
que habían estado sometidos a dictaduras militares y la transformación de regímenes
que sin ser dictaduras mostraban rasgos autoritarios muy destacados, como México,
significó cambios constitucionales en la mayoría de los países de la región y el
establecimiento de gobiernos elegidos y renovados periódicamente a través de
sistemas electorales reformados.
Las transformaciones económicas, especialmente la situación de los mercados de
trabajo, debilitaron las formas de dominación corporativa y transformaron los sistemas
de partidos políticos. Esto se tradujo en una desideologización de los partidos políticos,
enfrentados ahora a existir sólo en función de un mercado electoral. Sobre estos tuvo
efecto también la revolución tecnológica en el campo de la información y la
comunicación, ya que los medios electrónicos pasaron a ser el vehículo principal de las
campañas electorales, imponiendo un formato (spot publicitario) que minimizó el
contenido ideológico posible de incluir, exige un diseño técnico hecho por profesionales,
todo lo cual reduce la labor ideológico – educativa de los partidos (si es que alguna vez
la ejercieron) y los aisla de una membresía que pueda ser una correa de transmisión
con la sociedad.
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En cambio, los medios electrónicos se han convertido en un poder económico por sí
mismos además del poder ideológico que les confiere la audiencia, con lo cual
reemplazan a los partidos y determinan las características deseables de los candidatos.
Esto último contribuye a la definición de lo que Vargas Llosa llamó la sociedad del
espectáculo.
Lo que fueron servicios sociales propios del estado benefactor, en Europa, o del estado
desarrollista, versión latinoamericana del estado benefactor, se han ido privatizando de
distintas maneras. En educación, el sector privado que siempre tuvo presencia se ha
visto reforzado por el crecimiento de la instituciones de educación superior, en el cual
los estudiantes pueden financiar sus carreras a través de variados esquemas de
endeudamiento. En Salud, el sector de los seguros médicos ha permitido el
florecimiento de hospitales y clínicas que aprovechan en distintos niveles la clientela
que les deriva la decadencia de los servicios estatales, orientada ideológicamente. El
financiamiento de vivienda llegó a ser emblemático después de el estallamiento de la
burbuja financiera en 2008.
El conjunto de transformaciones que ha producido el desarrollo del capitalismo en las
últimas décadas del siglo XX y en lo que va del actual, ha instaurado una ideología
liberal triunfante sin contrapeso significativo. El aislamiento de los individuos,
entregados a sus propios recursos en muchos campos recuerda los problemas de la
sociología clásica. Esta nueva etapa de modernización, acompañada de ideología liberal
y orientación individualista parece asemejarse al período de fines del siglo XIX y
comienzos del XX, cuando la derrota de la Comuna de Paris en 1871 produjo el otro
gran período de predominio liberal.
Las diferencias con el período actual están en la constitución de nuevos poderes
económicos. Hoy las empresas y sus proyectos requieren de financiamientos muy
grandes y de tiempos muy largos. Las democracias están sujetas a renovaciones
periódicas de plazos relativamente breves (cinco o seis años, o cuatro con reelección).
Las relaciones entre poder económico y poder político están normadas sobre el principio
de relativa independencia, debido a que la mayoría de los electores no participa entre
los detentores o beneficiarios del poder económico. Por otra parte, las unidades de
dominación política son Estados Nacionales, de los cuales ya las Naciones Unidas
registran casi dos cientos como miembros y quedan pocos territorios en el planeta que
no sean parte de un Estado – Nación. Sin embargo, la estructura de la economía es
mundial, las finanzas son globales y los mercados internacionales son el medio natural
de referencia de los bienes de consumo, tanto de industrias ya tradicionales como de
los productos de alta tecnología.
Las inconsistencias entre los marcos normativos y los llamado “poderes fácticos”, que
no son otra cosa que la presencia del poder económico en el poder político a través de
él, no constituyen necesariamente actos de “corrupción”. De ahí la advertencia de
Adam Przeworski al comienzo de esta exposición. Muchos hechos denunciados como
tales resultan ser legales, o de una legalidad muy bien simulada.
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Es por esto que la investigación debería orientarse no tan sólo a la denuncia sino al
develamiento de los mecanismos a través de los cuales se relacionan ambos tipos de
poderes. El reclamo de transparencia tiene sentido en la medida que una parte cada vez
más importante de las relaciones entre poder económico y poder político es invisible.
Hay que recordar que una de las propuestas de Woodrow Wilson al final de la Primera
Guerra Mundial era la eliminación de los tratados secretos entre las potencias
internacionales. El secreto es necesario para la defensa de intereses en competencia o
conflicto. El problema está en quién define la legitimidad de esos intereses.
Para terminar regresando a la propuesta con que se inició esta exposición; hay
transformaciones de la economía mundial que exigen una reestructuración de la
dominación política organizada a través de estados nacionales. Esta forma de
organización que reemplazó a los imperios y estabilizó relativamente al mundo
capitalista, se enfrenta hoy a la necesidad de redefinición de su esfera de decisiones, lo
que llamamos erosión de la soberanía. La participación inevitable en múltiples acuerdos
de “libre comercio”, eufemismo con el que se denominan los sistemas de preferencias,
implican decisiones que afectan a los intereses de actores en las economías nacionales.
Al mismo tiempo, la legitimidad democrática hace necesario que los gobiernos adhieran
a diversos tratados en el terreno de los derechos humanos, la protección de los
trabajadores, de la salud, la educación y la cultura, etc., todo lo cual significa diversos
grados de intervención, desde la opinión negativa hasta las sanciones simbólicas o,
incluso económicas.
Por otra parte, la acumulación de recursos financieros se realiza en gran parte fuera de
la legalidad, nacional o internacional, puesto que el tráfico de armas, de drogas y
personas está normado estrictamente, de manera que su cumplimiento es imposible, o
claramente prohibido, como es el caso de los estupefacientes.
Mantener la legitimidad de gobiernos a través de renovaciones periódicas por la vía
electoral, la alternancia de partidos en el gobierno y en la oposición, cuando la
capacidad de decisión y de acción de estos gobernantes de ve acotada por intereses
internos y externos requiere de ciudadanos pasivos y desideologizados, orientados en el
mercado electoral sólo por la propaganda cada vez más vacía de contenido que
promueve a políticos cuyas consignas son huecas.
Esto es posible a partir de la dominación sin contrapeso de una ideología basada en una
teoría económica que se presenta con la autoridad de la ciencia para avalar políticas de
contenido “técnico”. La imposición de los tecnócratas sobre los “políticos” de viejo cuño
representa la imposición de los requerimientos de poder económico por sobre las
necesidades de legitimación del poder político. Esto se ha logrado a través de la
separación entre partidos políticos y sociedad, hueco que es llenado por los medios de
comunicación en las formas que se han mencionado más arriba.
La búsqueda de alternativas a esta situación se ha centrado hasta ahora en el revivir
fórmulas del pasado (tiempos mejores) como las de la socialdemocracia en Europa. Sin
embargo, es probable que una real alternativa deba mostrar más creatividad dados los
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desafíos que enfrenta la forma de organización política que representa el Estado –
Nación: por una parte la cesión de soberanía a federaciones u órganos supraestatales,
al mismo tiempo de aceptar una creciente acción internacional a niveles subnacionales
(ONGs). El auge de ideologías religiosas y la aparición de un desafío en una zona álgida
del mundo, Estado Islámico, que reivindica como fórmula política el califato, ideología y
organización anteriores a los estados nacionales.
1 Conferencia magistral dictada con motivo del 40 aniversario de la FLACSO – Sede
México, 27 de octubre de 2015.
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