RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
Tomasini Bassols, Alejandro (2012), Filosofía moral y visiones del
hombre, Devenir, Madrid, 421 pgs.
Cuando alguien estudia la historia de la filosofía moral, probablemente una de las cosas
que más llaman la atención sea lo diferentes que son las propuestas de los distintos
filósofos para, por un lado, entender la moralidad y, por otro, guiar nuestras vidas
morales. Kant, por ejemplo, pensaba que la filosofía moral debía ayudarnos a descubrir
las leyes de la moralidad con las que deberíamos guiar nuestras acciones, ellas nos
dirían cuáles son nuestras obligaciones. La moralidad, para Kant, se centraba en los
conceptos de ley moral, deber y obligación, y todos los otros conceptos morales eran
subsidiarios de éstos. Sin embargo, cuando volteamos nuestra mirada a Aristóteles,
encontramos una imagen muy diferente de lo que es la filosofía moral y de sus
conceptos centrales. Para Aristóteles, la filosofía moral no trata acerca del
descubrimiento de supuestas “leyes de la moralidad”, que nos indiquen nuestras
obligaciones, y por lo mismo, tampoco trata de formular una teoría que nos diga cómo
tenemos que actuar en cada ocasión según esas obligaciones. La filosofía moral, para
Aristóteles, no consiste en darnos una teoría normativa que nos diga cómo actuar en
cada ocasión, sino en examinar cuáles son los fines de los seres humanos, y cuáles son
los rasgos de carácter y las virtudes que nos pueden ayudar a alcanzar nuestros fines y la
eudaimonia (o felicidad). Los conceptos centrales de la filosofía moral aristotélica no
son los de obligación o deber, sino los de carácter y virtud; su propósito no es decirnos
cómo actuar cuando se nos presente un problema moral, sino decirnos qué tipo de
persona deberíamos aspirar a ser o qué tipo de carácter moral sería bueno que
tuviéramos. Claro que hay similitudes entre Kant y Aristóteles, pero las diferencias son
tan radicales que no podemos dejar de preguntarnos si son compatibles. Y no sólo sus
filosofías morales son diferentes, sino también las visiones del ser humano que
subyacen a ellas, por ejemplo, el muy diferente papel que creen que deben tener las
emociones frente a la razón, o el lugar del individuo frente a la comunidad. Así, son
diferentes también sus “antropologías filosóficas”, es decir, sus visiones generales del
ser humano.
Si seguimos examinando lo que dicen otros filósofos, las diferencias crecen y el asunto
se vuelve más y más complicado, porque en muchas ocasiones estas visiones morales y
antropológicas no sólo son diferentes, sino que muy frecuentemente son contrarias y
entran en conflicto unas con otras. Esto es claro a través del itinerario que Alejandro
Tomasini Bassols nos invita a recorrer en su libro Filosofía moral y visiones del
hombre. El itinerario es interesante, no sólo porque las teorías de estos filósofos lo son,
sino por la manera clara, amena y, en muchos momentos, apasionada y polémica con
que Tomasini los comenta y los critica. Tomasini nos presenta las teorías de siete
grandes figuras de la filosofía moral: Aristóteles, Hume, Kant, Mill, Nietzsche, Moore y
Wittgenstein (alguien puede sorprenderse de la inclusión de Wittgenstein, dado que sólo
escribió unas cuantas páginas acerca de la ética, pero es un mérito del libro de Tomasini
mostrarnos cuál es el tipo de teoría moral que se desprende del resto de su filosofía). Su
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intención no es la de hacer una historia comprehensiva de la ética, porque entonces
faltarían figuras clave como Platón, los estoicos, Santo Tomás, Hobbes o los
existencialistas, por mencionar sólo algunos. No, su intención es centrarse sólo en estos
siete filósofos para comprender y discutir algunas ideas básicas que nos ayuden a tener
una visión más clara de los principios éticos que proponen y de sus antropologías
filosóficas, partiendo de la idea de que “los principios éticos sólo pueden quedar
articulados por su inserción en una concepción particular del ser humano” (p. 30). Esa
es una de las ideas centrales del libro: sólo si entendemos la visión del ser humano que
tiene cada autor entenderemos por qué propone los principios éticos que propone. Si
entendemos cómo cada filósofo explica al ser humano, en tanto un ser que piensa, que
tiene fines, que siente, razona, evalúa, juzga y actúa, pero también el modo en que
presenta su participación en la sociedad y en la naturaleza, entenderemos buena parte de
su concepción de la moralidad y de la función que ésta debe cumplir en la vida del
individuo y de la sociedad.
Varias cosas llaman la atención de Filosofía moral y visiones del hombre: en primer
lugar, la claridad y la fluidez de la prosa con la que Tomasini presenta a los autores. Es
difícil presentar de manera sintética y clara las teorías morales de estos filósofos, sobre
todo en aquellos casos en los que la teoría moral es parte de un sistema filosófico más
amplio; en esos casos, Tomasini nos presenta aquellas partes de la teoría de cada autor
que pueden ser más relevantes para entender su ética (aunque, en casos particulares,
como el de Hume, uno puede preguntarse si es realmente necesario el repaso de la teoría
humeana de la percepción y de las ideas para entender su filosofía moral, y si no basta
con entender en líneas generales su empirismo). Otra cosa que llama la atención es que,
si bien siempre busca presentar al autor de una forma objetiva, esto no hace que su texto
pierda en sentido crítico y, en muchos casos, polémico. No se trata simplemente de
hacer una reconstrucción al pie de la letra de lo que verdaderamente dijo cada autor; lo
que trata de hacer es ver qué podemos rescatar de sus propuestas y qué es lo que
tendríamos que cuestionar o rechazar. Aunque la manera en que aborda a cada autor
busca ser siempre desprejuiciada, no oculta su agrado o desagrado frente a algún
filósofo, como en el caso de Nietzsche, que es el autor del que Tomasini se siente más
alejado —lo cual no impide que haga una presentación bastante apegada a La
genealogía de la moral y al Anticristo—. No obstante, en ocasiones uno puede
cuestionar la interpretación de cada uno de los autores. Por ejemplo, aunque su
interpretación de Aristóteles es bastante apegada al texto de la Ética nicomaquea,
Tomasini critica al Filósofo sobre la base de que éste no deja lugar en su teoría para la
conciencia moral, el punto de afirmar que “Aristóteles… es una especie de skinneriano:
no le interesa en lo más mínimo lo que tiene que ver con ‘lo que está debajo de la piel’,
sino lo que pasa entre el individuo y su entorno humano […] él se desentiende por
completo de todo lo que podríamos llamar ‘sentimiento morales’” (p. 89). En pasajes
como éste, uno no puede dejar de pensar que Tomasini es injusto en su interpretación.
Aristóteles está muy lejos de ser una especie de skinneriano: si algo hay en Aristóteles
es un desarrollo muy profundo de eso que después se llamará las pasiones del alma. La
Retórica de Aristóteles es, hasta el día de hoy, uno de los grandes libros sobre las
emociones y la motivación humana que se han escrito. Hay una psicología moral muy
profunda ahí y en otros libros del corpus aristotélico que han servido de inspiración a la
ética de la virtud contemporánea y al renacimiento de las teorías de las emociones.
Otra afirmación debatible de Tomasini es que el utilitarismo de Mill no es
consecuencialista (cfr. pp. 246-247). Su razón es que Mill era un liberal moderado y que
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sostenía posiciones anticonsecuencialistas, como el retribucionismo. Tomasini no
desarrolla el tema de la incompatibilidad del consecuencialismo y el liberalismo tanto
como el de su incompatibilidad con el retribuicionismo. Creo, en contra de lo que él
sostiene, que el utilitarismo clásico de Mill es el caso paradigmático del
consecuencialismo. Este último nos dice que las acciones tienen valor moral en función
de las consecuencias que tengan, en términos de la maximización de cierto valor último
(felicidad, bienestar, etc.). El utilitarismo de Mill nos dice que las acciones tienen valor
moral en función de la cantidad de felicidad que generen en el mayor número de
personas. Esa felicidad, sin duda alguna, cuenta como una consecuencia de la acción.
Ahora, ¿es el consecuencialismo incompatible con el liberalismo? No lo creo. Es cierto
que el consecuencialismo/utilitarismo históricamente ha tenido problemas con valores
absolutos como son los derechos humanos, que forman una parte central del
pensamiento liberal, sin embargo, ha habido muchos intentos de mostrar cómo se puede
compatibilizar al consecuencialismo con la idea de derechos humanos (Amartya Sen, es
un ejemplo reciente). Por otro lado, es cierto que la posición de Mill con respecto al
castigo no es enteramente consecuencialista, sino que combina esta teoría con una
forma de retribucionismo, ¿hace esto que deje de ser consecuencialista? No, a menos
que pensemos que sólo el consecuencialismo puro es digno de ese nombre. Sin duda,
hay aspectos de la teoría de Mill en los que éste no era el más puro de los
consecuencialistas, pero esa impureza no hace que deje de ser un consecuencialista.
Puede haber otros pasajes que especialistas en cada uno de los distintos autores
abordados cuestionen, sin embargo, el libro en su conjunto no sólo los presenta
fielmente, sino que nos obliga a reflexionar y a criticar sus posturas. Sin embargo,
cuando uno lee el libro de un autor con puntos de vista tan personales como Tomasini,
hay algunas cosas que uno echa de menos en el libro. La presentación de las teorías de
los distintos autores y sus muy marcadas diferencias acerca de la moralidad, de sus
visiones del ser humano y de lo que es la filosofía moral, casi inevitablemente lleva al
lector a preguntarse “¿cómo escogemos entre teorías morales?” y, en segundo lugar, a
cuestionarse sobre el tipo de teoría que sustenta el autor. Todas las teorías morales,
según el diagnóstico ofrecido en el libro, tienen grandes aciertos y nos dan visiones
profundas acerca de lo que es la moralidad y el ser humano, pero todas ellas, según lo
muestra Tomasini, también tienen problemas y limitaciones. El kantismo, por ejemplo,
es muy bueno para explicar el origen del valor moral y la dignidad humana, pero por
otro lado, dice Tomasini, “criterios y mecanismos puramente formales, como la ley
moral, no permiten por sí solos fundar la moralidad ni distinguir entre el bien y el mal”
(p. 209); asimismo, su identificación entre racionalidad y moralidad impide que
podamos ampliar el ámbito de consideración moral a otras especies de animales que no
sean la nuestra. Si volteamos al utilitarismo, encontramos también logros, como el de
que sí nos permita incluir a otras especies dentro del ámbito de consideración moral
(dado que la base primera para la consideración moral está dada por la capacidad de
sentir placer y dolor), pero también encontramos muchas objeciones y limitaciones,
como la de que el utilitarismo inevitablemente genera situaciones inaceptables en las
que, por ejemplo, se puede pasar por sobre derechos individuales si ello maximiza la
utilidad para una mayor cantidad de personas. Lo mismo se puede decir de las otras
filosofías morales analizadas en el libro: todas tienen aspectos positivos y negativos.
¿Cómo elegimos entonces entre estas teorías? Tomasini no intenta dar una respuesta ni
aborda el asunto, con lo cual deja a lectores como yo preguntándonos cuál es su
posición personal. Es sólo en la última página que nos dice: “Desde mi propio punto de
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vista, la posición moral perfecta tendría que ser, por absurdo que suene, una
combinación de aristotelismo, kantismo, utilitarismo y de puntos de vista
wittgensteinianos. De lo que no tengo certeza es de que una síntesis como la sugerida
sea siquiera en principio viable o coherente” (p. 418). Habría que ver qué elementos de
esas teorías serían los que tendríamos que tomar para esa posición moral perfecta. Como
dije antes, las teorías morales suelen ser contradictorias y, por lo mismo, incompatibles.
Por más esfuerzos que gente como Hare y otros han hecho para hacer compatibles el
kantismo y el utilitarismo, a muchos nos sigue pareciendo que estas dos teorías son
incompatibles no sólo en los principios que plantean, sino también en sus visiones del
ser humano. Por eso mismo, una síntesis de todas las teorías analizadas en el libro,
como dice Tomasini, es muy probablemente incoherente.
El asunto de la elección de una teoría moral nos lleva a otros problemas que de algún
modo están presentes en el libro, pero que Tomasini no desarrolla, y sobre los que
también me hubiera gustado conocer su opinión. La pregunta sobre cómo elegimos una
teoría moral debería de hacer que nos preguntáramos si necesitamos una teoría moral.
Kant y Mill (y en alguna medida Moore) explícitamente formulan teorías normativas
que tienen la intención de ayudarnos a guiar nuestros juicios y acciones morales. Sin
embargo, una posición contraria es la de Aristóteles y Wittgenstein, quienes nos dirían
que en realidad no necesitamos teorías morales porque cada situación es diferente y no
puede haber recetas generales que nos ayuden a decidir para cualquier problema moral
que tengamos. En la Ética nicomaquea, Aristóteles nos dice que él no está tratando de
formular una teoría ética y que, para el caso, la ética no puede ser una ciencia exacta
que nos diga qué hacer en cada ocasión particular. Wittgenstein, según la lectura de
Tomasini, comulga con este particularismo y es escéptico de que pueda haber criterios
universales que se puedan aplicar a cualquier situación indistintamente. Cuando lo
contrastamos con Kant, queda más clara la posición de Wittgenstein: “Kant cree que
podemos encontrar uno y el mismo fundamento para todas las acciones moralmente
correctas realizadas por todos los humanos y, en verdad, por todos los seres racionales
de todos los tiempos, en tanto que para Wittgenstein eso es absurdo; su simpatía por el
solipsismo lo inclina precisamente en la dirección contraria: lo interesante de la ética es
que apunta en cada caso a una situación diferente, irreducible a otras, única,
enteramente personal. […] si lo que queremos es encontrar un único criterio objetivo
para determinar qué es lo moralmente correcto, la posición de Wittgenstein es que no lo
vamos a encontrar” (pp. 396-397). Sospecho que Tomasini toma partido por esta última
posición aristotélico-wittgensteiniana, pero de nuevo, es algo que no desarrolla. En todo
caso, son muchas las perspectivas desde las que podemos leer a estos siete filósofos que
Tomasini nos presenta, y él ha hecho ya bastante con presentarnos de manera sintética
algunas de las ideas más relevantes de estos pensadores. De cualquier modo, me hubiera
gustado un poco más de contraste entre sus posiciones y también el desarrollo de la
perspectiva moral que Tomasini seguramente tiene y que probablemente ha dejado para
algún libro futuro.
Sin duda alguna, éste es un libro que vale la pena leerse y discutirse, por ello es
recomendable para cursos de filosofía moral con una perspectiva histórica, tanto a nivel
de pregrado como de posgrado; pero es un libro que cualquier lector no especializado,
pero con interés en la ética, también puede leer y disfrutar. El lector no sólo aprende de
las teorías de los autores expuestos, sino que reflexiona a través de sus teorías, y del
modo tan sugerente y en ocasiones provocativo de Tomasini, sobre cuestiones que nos
tocan directamente, porque todos ineludiblemente somos agentes morales. Tal vez por
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eso, y por los méritos que ciertamente tiene el libro, es que se hizo acreedor al XII
Premio de Ensayo Miguel de Unamuno 2010, que otorga el Ayuntamiento de Bilbao.
Filosofía moral y visiones del hombre abre el camino para que pensemos sobre muchos
temas centrales en la ética, una reflexión que nos hace mucha falta y que, idealmente,
debería guiar nuestro comportamiento. La ética no es una investigación puramente
especulativa, tiene una dimensión práctica que incide directamente no sólo en cómo
actuamos, sino también en el tipo de personas que somos. Entre otras razones, es por
eso que la ética, según Tomasini, es la rama más importante de la filosofía.
GUSTAVO ORTIZ MILLÁN
Instituto de Investigaciones Filosóficas
Universidad Nacional Autónoma de México
gmom@filosoficas.unam.mx
Páginas de Filosofía, Año XIII, Nº 16 (2012), pp. 76-80