BENJAMIN FRANKLIN:
UN PURITANO ILUSTRADO
Moisés Pérez Marcos
[Referencia completa: «Benjamin Franklin. Un puritano ilustrado», en Arana, Juan,
La cosmovisión de los grandes científicos de la Ilustración, Madrid, Tecnos, 2022,
pp. 288-302.]
1. Semblanza personal
Benjamin Franklin nació en Boston en 1706, en el seno de una familia de
colonos británicos profundamente religiosa. Fue bautizado el mismo día de su
nacimiento en la Old South Church, iglesia puritana relativamente liberal, situada
enfrente de la casa en la que nació, en la Milk Street. Su padre, Josiah Franklin (16551745), emigró a Nueva Inglaterra en 1682 junto con su esposa y sus tres hijos mayores,
a causa de la persecución religiosa desatada en Inglaterra contra los disidentes
calvinistas. Ya en Nueva Inglaterra su padre tuvo cuatro hijos más de la misma mujer y
otros 10 con su segunda esposa. Josiah era un defensor de la libertad religiosa y de
conciencia, y defendió a los anabaptistas, cuáqueros y otras sectas perseguidas. La
madre de Benjamin Franklin, Abiah Folger (1667-1752), con la que Josiah se había
casado el 25 de diciembre de 1689 en segundas nupcias, era de tradición Presbiteriana, e
intentó educar a sus hijos en ella.
La vida de Franklin puede dividirse en tres etapas, aunque toda división no deja
de contener una cierta abstracción (Summers, 2002, 15-16). La primera etapa abarca su
estancia en su ciudad natal, de 1706 a 1727. Josiah quiso que su hijo fuera ministro de la
iglesia, por lo que, a los ocho años, lo envió a estudiar en la South Grammar School.
Franklin cuenta en su autobiografía que por razones económicas tuvo que abandonar los
estudios. Uno de sus biógrafos analiza el caso y cree que esta razón no es creíble.
Franklin era bueno en el estudio, pero el chico ya daba también muestras de ser una
persona descreída, de carácter escéptico, burlesco y en ocasiones irreverente (Isaacson,
2003, 18-19). Lo más seguro es que ante este carácter del joven su padre no insistiese en
su dedicación religiosa. Tan escasa formación inicial será complementada por Franklin
con un esfuerzo autodidacta concienzudo y metódico, que le permitirá, entre otras cosas,
dominar cinco idiomas además de su lengua materna (latín, francés, alemán, español e
italiano). A los 10 años se inicia en el negocio de velas y jabonería que tenía su padre,
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pero no le gusta y explora los trabajos de marinero, carpintero, albañil y tornero. En
1718 decide comenzar a trabajar como impresor con su hermano James (que le
maltrataba moral y físicamente). Este trabajo encajaba mejor con él, que había
manifestado desde joven una gran afición por la lectura. Le permite estar en contacto
con libros y otros tipos de publicaciones y se inicia en el mundo del periodismo (los
impresores eran aún una especie de periodistas). Esta primera etapa de su vida está
marcada por un fuerte interés “religioso”. Se embarca en la búsqueda de una forma
propia y personal de comprender la religión, heredera y cercana a los planteamientos del
deísmo ilustrado. Su enfrentamiento al puritanismo establecido en sus primeras
publicaciones “periodísticas”, de carácter abiertamente polémico, hace que crezca la
tensión con las autoridades de la ciudad de Boston, que prácticamente estaba organizada
como una teocracia. Decide abandonar la ciudad y tras una breve estancia en Nueva
York se instala en Filadelfia, que ofrecía una mayor apertura desde el punto de vista
religioso y, cosa que también perseguía Franklin, mayores posibilidades para hacer
fortuna económica.
La segunda etapa de la vida de Franklin se extiende de 1723, año de su
establecimiento en Filadelfia, a 1748. En 1724 realiza un viaje a Inglaterra (vivió en
Londres durante 18 meses), en el que disfruta de las distracciones del teatro y la vida
social (cosa impensable en la puritana Boston). Establece un círculo de amistades y
entra en contacto con la filosofía de Newton. De regreso a Filadelfia establece un modo
de vida perfecta y minuciosamente ordenado, asume una alimentación frugal y
vegetariana, se propone un plan de autoevaluación para avanzar en una serie de virtudes
que considera fundamentales, ordena el tiempo para no perder ni un minuto y se dedica
con ahínco y laboriosidad al trabajo. No solo vive conforme a ese plan, sino que
pretende proyectar una imagen de ecuanimidad, bondad, laboriosidad y frugalidad con
clara intención ejemplarizante o aleccionadora, además de guiado por un interés
práctico y económico. Llega a establecer una imprenta propia y, gracias a su plan
ascético de vida, consigue adquirir una situación económica holgada, que le permite
dedicarse a los asuntos políticos o públicos y a la ciencia. Abandona el tono
abiertamente polémico de sus escritos anteriores y se dedica más que a criticar aquello
con lo que no está de acuerdo, a defender aquello en lo que cree, pero de un modo no
dogmático, buscando estar a bien con sus conciudadanos y, sobre todo, intentando
extender a través de sus escritos una forma de vida basada en un peculiar concepto de
virtud y en la búsqueda de la libertad y la prosperidad económica. Sus escritos se
llegarán a convertir en modelo del americanwayoflife. La relevancia social de Franklin
aumenta. Se convierte en un verdadero benefactor y hombre ilustre de la ciudad de
Filadelfia, en la que promueve multitud de proyectos sociales para beneficio público. En
1743 Franklin tiene por primera vez conocimiento de algunos experimentos sobre la
electricidad que despiertan enormemente su curiosidad. Peter Collinson, miembro de la
londinense y prestigiosa Royal Society, le regala algunos instrumentos y la crónica
escrita de algunas de esas experiencias. A partir de ahí Franklin iniciará unos
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experimentos que le llevarán a realizar sus aportaciones más importantes en el campo de
la ciencia.
El tercer período de su vida, que iría de 1748 hasta su muerte, en 1790, se
caracteriza por la gran relevancia que adquiere su figura pública, cuya influencia se
extiende al resto de las colonias británicas de Norteamérica y Europa. Elaboró el Plan
de Albany (1754), que buscaba una reorganización del Imperio Británico que
concediese mayor autonomía y unidad a las colonias, así como representación en el
parlamento británico. Cuando el intento de remodelación del Imperio se vio imposible,
defendió la independencia de las colonias. Participó en la Convención Constitucional de
Pennsylvania y en la Convención Constitucional norteamericana de 1787. Son años de
una intensa actividad política y diplomática, que convertirán a Franklin en uno de los
Padres Fundadores de los Estados Unidos.
La vida de Franklin es de esas que ha alcanzado el rango de “mito”, de manera
que no siempre es fácil diferenciar qué corresponde al hombre real y qué al personaje
legendario. Quizá esta confusión se ve alimentada por el hecho de que él mismo intentó,
mediante su presencia pública y sus escritos, transmitir una imagen ejemplarizante de
quién era, imagen que no siempre se corresponde con los hechos. La obra periodística
de Franklin tuvo una gran repercusión en su tiempo, así como otros escritos suyos
donde expresaba el ideal de vida en el que creía. Otro tanto cabe decir de sus escritos
científicos, que transmiten una actividad investigadora nada desdeñable y que aportaron
una nueva teoría sobre la electricidad, que resultó fundamental para explicar
científicamente los fenómenos eléctricos. Hombre claramente polifacético (ciencia,
periodismo, política, diplomacia) e inventor prolífico (pararrayos, lentes bifocales,
armónica de cristal, estufa Franklin, etc.), se dedicó, con no menos empeño, a construir
su personaje que es, quizá, la más importante de sus obras, y que le ha valido tanta fama
y reconocimiento como sus otros logros. Es conocido por algunos como “el primer
americano”, no solo por las intervenciones políticas que culminaron en la independencia
de los Estados Unidos, sino porque el Franklin que reflejan sus escritos representa bien
el ideal del selfmademan, tan característico del pueblo norteamericano… o al menos de
una parte del mismo.
2. Un puritanismo secularizado
Franklin fue educado en el puritanismo, vertiente del calvinismo que tendría
gran éxito en las colonias británicas, y que marcaría el espíritu norteamericano. Pero se
distanció muy pronto de la ortodoxia puritana, lo que no significa que no haya dejado en
él una profunda huella. La influencia de su puritanismo se deja sentir no solo en su
modo de vida, sino también en su trabajo científico y sus ideas políticas. La actitud de
Franklin hacia el puritanismo es ambigua: en un primer momento parece que lo rechaza
completamente en favor de una versión bastante simple del deísmo (la presente, por
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ejemplo, en su “Disertación sobre la libertad y la necesidad, el placer y el dolor”, de
1725)1, pero luego intenta rescatar algunos elementos prácticos del puritanismo que, sin
comprometerle con su aspecto doctrinal, le servirán para dar un mejor fundamento ético
al deísmo. Franklin, entonces, es en cierto modo el autor de la versión secularizada del
puritanismo que tanto éxito tuvo posteriormente en los Estados Unidos, y que está en la
base de la mentalidad capitalista (tal y como ha puesto de manifiesto Max Weber, que
cita a Franklin como ejemplo de su tesis sobre la relación entre la ética protestante y el
espíritu del capitalismo). Franklin, que comienza con una actitud juvenil bastante
agresiva contra el puritanismo y a favor de un deísmo sin paliativos, comenzará a buscar
un camino intermedio, basado fundamentalmente en la necesidad de buscar la utilidad
práctica. Como él mismo reconoce, “es una locura mantenerse en malos términos con
aquellos con los que se ha de convivir continuamente”.
Para el puritanismo no existía una distinción tajante entre lo espiritual y lo
secular. Fe y finanzas solían ir de la mano, la libertad religiosa y la económica estaban
íntimamente relacionadas y el éxito económico no solo no era un obstáculo para la
salvación, sino que era un buen síntoma de ella. Hacer dinero era una manera de
glorificar a Dios. Para Franklin, que en esto es heredero y transmisor de los valores
puritanos, se glorifica a Dios haciendo el bien a sus hijos, pero también a uno mismo.
La laboriosidad, el trabajo tenaz y constante, el éxito en los negocios, que posee una
dimensión personal pero también una social, es un modo de virtud que puede vertebrar
la vida de cualquier ciudadano. No es exagerado decir que Franklin se convirtió en el
predicador de una ética de la laboriosidad, la autosuperación y el “hacerse a uno
mismo”, que sigue estando en el alma del pueblo estadounidense (alma por la que
compite otra tradición bien distinta, que en cierto modo es reacción ante estas ideas de
Franklin, y de la que son exponentes Emerson y Thoreau). De hecho, los textos más
extendidos de Franklin son precisamente aquellos en los que se dedicó a defender esta
concepción. Su Autobiografía, por ejemplo, más que un intento de narrar su propia vida
de modo íntegro y fiel (cosa que no hace), es un artificio literario (ciertamente basado
en hechos reales) para ofrecer a sus lectores ese modelo de hombre virtuoso, con fuerte
sentido práctico, que persigue la libertad, la prosperidad y el bienestar.
3. Un deísmo con fuerte fundamento moral
Pero si en el pensamiento de Franklin son evidentes sus deudas puritanas, no lo
son menos sus discrepancias con esta tradición. El Dios de Franklin es el Dios más bien
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Franklin llegó a renegar de este texto de juventud, al que llegó a calificar de erróneo, pues en él
se expresa un deísmo aún excesivamente simplista que posteriormente será matizado. En este texto
defendía, por ejemplo, que no existe el libre albedrío, solo la necesidad. De donde se sigue que no hay
posibilidad de hablar de pecado ni castigo, pero tampoco de vicio ni virtud. Parece que se dio cuenta de
que sobre ideas tan radicales es difícil fundamentar moral alguna, y menos una que tenga la pretensión de
regir la buena marcha de una sociedad.
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lejano del deísmo, accesible a la sola razón natural, que no necesita de revelaciones
sobrenaturales. Las características de la espiritualidad puritana como la introspección
constante, la permanente inquietud por el pecado, la preocupación constante por si uno
estará o no salvado, desaparecen totalmente en el talante de Franklin, que en esto es más
heredero de la Ilustración. Tampoco hay rastro de la subjetividad emotiva típica del
romanticismo, con su énfasis en lo emocional y la inspiración. Franklin confía solo en la
razón (y una razón comprendida en un sentido muy instrumental y pragmático) y en la
experiencia, desconfía de los dogmatismos (que no conducen sino a enfrentamientos y
disputas estériles), se opone de modo casi sistemático a la autoridad tradicional y
manifiesta una confianza casi ciega en la educación y el progreso. Franklin no es
enemigo de la religión, como los deístas más radicales, pero esta debe ser evaluada, en
el fondo, no por ser más o menos verdadera, o por esta o aquella consideración
dogmática o racional, sino por su utilidad social. El propósito de la religión es hacer al
hombre mejor, y así hacer próspera la sociedad. Cualquier religión que satisfaga esta
exigencia será bienvenida. La defensa de la libertad religiosa no se hace, propiamente,
por el reconocimiento de un valor intrínseco de las religiones, sino por el mismo criterio
utilitarista. Franklin considera una temeridad atacar a la religión, como tal vez hizo él
cuando era joven, porque quizá es esta la única capaz de dotar de una moral a la
sociedad. En esto mantiene una postura mucho más matizada que la de algunos
Ilustrados europeos. Para Franklin atacar a la religión “es como poner en libertad a un
tigre: el animal, una vez libre, puede atacar a su libertador”.
La postura de Franklin, entonces, se mueve a medio camino entre el puritanismo,
algunos de cuyos valores conserva, y el deísmo ilustrado, pero no contemplado en su
forma radical. A diferencia de los deístas más radicales, Franklin cree que se puede
adorar a Dios. Esta adoración adopta fundamentalmente dos formas. La primera, la de
oraciones verbales dirigidas a él. El propio Franklin es autor de algunas de ellas. La
segunda, mediante la acción virtuosa: la mejor manera de adorar a Dios es respetar a sus
hijos, trabajar para que la sociedad mejore. “La mejor manera de servir a Dios es hacer
el bien al hombre”: este podría ser el núcleo de su moral.
Es interesante, por ejemplo, la concepción sobre la providencia que expresa en
su texto “On the Providence of God in the Government of the World”, donde vemos
esta especie de síntesis entre puritanismo y deísmo, esta suerte de puritanismo
secularizado o deísmo con fuerte fundamento ético. Franklin parte de la idea de que
existe un Dios que ha creado el mundo, y que es infinitamente sabio, bueno y poderoso.
Explica que hay cuatro modos de comprender la Providencia: 1) Dios predeterminó y
predestinó todo lo que ocurre, desapareciendo por lo tanto toda posibilidad de un libre
albedrío; 2) dejó que las cosas procedieran de acuerdo a las leyes naturales y el libre
albedrío de sus criaturas, pero sin intervenir nunca en el mundo; 3) predestinó algunas
cosas y otras las dejó al libre albedrío, pero no interviene nunca; y 4) a veces interviene
dejando en suspenso los efectos que serían producidos por las leyes o por el libre
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albedrío. Muchos deístas habrían estado dispuestos a contemplar la posibilidad de que
existiese la “providencia general”, en la que Dios expresaría su voluntad a través de las
leyes de la naturaleza, pero Franklin opta por el cuarto tipo de providencia, la
“providencia especial”, defendida también por los puritanos, que dejaría espacio para la
respuesta de Dios a las oraciones personales o a la oración de intercesión, e incluso al
milagro.
Esta postura intermedia entre el puritanismo y el deísmo es adoptada no por
razones dogmáticas o porque sea la mejor respuesta posible desde el punto de vista
racional. Franklin opta por la defensa de la cuarta forma de providencia, de nuevo, por
razones prácticas. Es verdad que la Providencia tal y como la defiende Franklin es,
según él, la postura más compatible con un Dios infinitamente bueno, sabio y poderoso,
pero sobre todo, es la más útil socialmente hablando, porque cualquiera de las otras
concepciones hace que la religión pierda su poder de regular las acciones humanas, de
tranquilizar la conciencia y de hacer que permanezcamos benevolentes, útiles y
beneficiosos para los demás. En alguna carta personal, Franklin manifestó su nula
confianza en la oración de intercesión, de la que se burló con ocasión de una batalla
entre Nueva Inglaterra y un fuerte francés en Canadá. Se ve que los predicadores
puritanos solicitaron oraciones a los fieles, pero Franklin creía que “atacando ciudades
fortificadas yo dependería más de las obras que de la fe”. En definitiva, aunque puede
ser moralmente útil la idea de la intervención divina en el mundo, no parece que
Franklin haya estado muy convencido de ella. Esa intervención de Dios no es imposible,
pero a buen seguro que tampoco es necesaria.
4. El “fuego eléctrico” como fluido único
La ciencia de Franklin es también resultado de una mezcla de influencias
puritanas e ilustradas. El puritanismo hizo que la ciencia de Franklin tuviese, la mayor
parte de las veces, un sesgo eminentemente práctico. Lejos de todo despilfarro de
tiempo, evitando todo aquello que sea superfluo y ostentoso, la ciencia no puede ser
concebida como divertimento, ni siquiera como autorrealización, sino que debe resultar
útil, ayudando a mejorar la vida de las personas. Quizá por esa razón las facetas de
científico e inventor se confunden en Franklin. Las investigaciones científicas de
Franklin buscaban más la explicación del cómo que del porqué. Admitió siempre dudas
sobre los aspectos más teóricos de sus indagaciones, y reconoció que aprender cómo
actuaba la naturaleza era más importante que la cuestión más teórica del porqué. En una
carta a uno de sus colegas científicos escribió: “Tampoco tiene mucha importancia para
nosotros conocer la manera en que la naturaleza ejecuta sus leyes; es suficiente con que
conozcamos las leyes mismas. Es realmente útil saber que la vajilla dejada en el aire sin
apoyo caerá y se romperá; pero cómo llega a caer y por qué se rompe son cuestiones de
especulación. Es un placer conocerlas, por supuesto, pero podemos conservar nuestra
vajilla sin ellas” (en Isaacson, 2004, 144).
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También hay en la ciencia de Franklin elementos que le separan de la tradición
calvinista. La imagen de la providencia que utiliza aquí, por ejemplo, es más bien la del
deísta que la del puritano. En un mundo en el que Dios actuase permanentemente
movido por su voluntad de hacer esto o aquello, sería difícil encontrar un orden lo
suficientemente estable con el que hacer corresponder un conocimiento científico. Dios,
para Franklin, es más bien la causa del mundo, que lo creó y que no suele intervenir en
él, y su voluntad se expresa en las leyes inmutables que lo rigen, que actúan como
causas segundas. Mejor que hablar de una voluntad divina caprichosa, como el puritano,
Franklin prefiere remitirse a la legalidad que rige los fenómenos (que no es
incompatible con la existencia de Dios y su providencia, pero que sí ofrece un concepto
del uno y de la otra diferente al del puritanismo ortodoxo).
Franklin estudió una gran variedad de asuntos científicos. Se ocupó de
aeronáutica, agricultura, botánica, química, hidrografía, medicina, navegación y óptica.
Fueron sin embargo sus estudios sobre la electricidad los que le granjearon fama
mundial. Franklin repitió gran cantidad de experimentos conocidos en su época, y
diseñó otros nuevos. Esto le permitió elaborar una teoría de la electricidad que era capaz
de explicar casi todos los fenómenos eléctricos entonces conocidos (atracción y
repulsión eléctrica, conducción e inducción eléctrica, producción de chispas…), y en
muchos aspectos puso el conocimiento de la electricidad en la pista del seguro camino
de la ciencia newtoniana. Una de las grandes aportaciones de Franklin fue la de la
limpieza conceptual: su gran esfuerzo a la hora de explicar detalladamente sus
experimentos, así como de encontrar términos adecuados para referirse a los distintos
fenómenos, contribuyó muy positivamente al avance de una disciplina aún muy
desordenada, en la que reinaba una gran divergencia terminológica y la falta de
consenso en torno a las nociones básicas. Algunos términos que aún hoy utilizamos,
como batería, carga, descarga, conductor, positivo, negativo, etc., aplicados a la
electricidad, fueron inventados por él o recibieron en sus manos un uso más preciso.
Franklin concibió la electricidad o “fuego eléctrico” como un fluido, semejante
al éter de Newton, que era contenido en los cuerpos de manera análoga a como la
esponja contiene el agua. Para que la esponja absorba agua las partículas que forman
esta deben ser más pequeñas que los poros de la esponja, por lo que la electricidad debe
ser una materia sutil. El “fuego eléctrico” no era producido por el rozamiento en los
objetos (mediante las máquinas de moda por aquel entonces o procedimientos
manuales) sino que era una materia indestructible, que ni se crea ni se destruye, pero
que sí puede ser almacenada. Los diferentes cuerpos tendrían una cierta capacidad de
contener electricidad, y una vez llenos la electricidad sobrante formaría lo que Franklin
denominó “atmósfera eléctrica”, que sería la responsable de al menos ciertos fenómenos
de repulsión y atracción.
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A diferencia de otras teorías de la época, que suponían la existencia de dos tipos
de fluidos eléctricos (electricidad vítrea y resinosa), Franklin tuvo el acierto de ver la
electricidad como un fluido único del que existía un exceso o un defecto en los cuerpos.
En una situación normal los cuerpos siempre tienen cierta cantidad de electricidad, pero
gracias a las distintas técnicas pueden electrificarse positiva o negativamente. Franklin
no pudo cuantificar su teoría, como habría exigido una ciencia verdaderamente
newtoniana, y elaboró algunos conceptos que no resultaron ser del todo acertados (como
el de “atmósfera eléctrica”, que confunde la electricidad propiamente dicha con lo que
hoy llamamos el campo de fuerzas) pero su suposición de la existencia de un único
fluido eléctrico, el concepto de carga eléctrica y la enunciación de un principio de
conservación de la carga, asentaron las bases para los desarrollos posteriores de
Priestley, Cavendish y Coulomb, que recogieron el testigo de Franklin y dieron a la
electricidad una explicación científica moderna. El gran estudioso de la obra científica
de Franklin, I. Bernard Cohen, ha llegado a decir que la ley de conservación de la carga
debe ser considerada como igual de fundamental para la ciencia física que la ley de
conservación del momento de Newton.
5. El “nuevo Prometeo” y las causas naturales de la tormenta
Además de estos avances teóricos, Franklin estudió de manera concienzuda el
efecto que los objetos puntiagudos tenían sobre la electricidad. Elaboró el concepto de
“distancia de descarga”, que es la distancia a la que un cuerpo cargado con fluido
eléctrico se descarga repentinamente produciendo una chispa, a través del aire, sobre
otro cuerpo menos cargado. Observó que el fluido eléctrico se trasladaba mejor de un
cuerpo a otro si la forma de los mismos era puntiaguda. Es decir, la distancia de
descarga es menor entre dos objetos en punta. Además, comprobó cómo la distancia de
descarga era modificada por otras condiciones, como la cantidad de fluido contenida en
los cuerpos, las dimensiones de las formas de los objetos y la humedad del aire existente
entre ellos.
Estas experiencias permitieron a Franklin otro de sus más conocidos logros: el
invento del pararrayos. Basándose en el descubrimiento del efecto de los objetos
puntiagudos sobre la distancia de descarga, y junto con su idea de que “el fuego
eléctrico y los relámpagos son una misma cosa”, elaboró un sencillo dispositivo que
mantenía a salvo los edificios de los rayos que habitualmente los dañaban. La segunda
idea que estaba a la base de su invento, la de la igualdad entre el fluido eléctrico y el
rayo de la tormenta, fue comprobada mediante el famoso experimento de la cometa, que
Franklin realizó junto con su hijo en junio de 1752, y que narra detalladamente en sus
escritos. Aunque la analogía del rayo con las chispas eléctricas ya había sido utilizada,
fue Franklin el primero que la comprobó experimentalmente. Las nubes transportan
materia eléctrica, que puede ser recogida mediante una barra metálica en determinadas
condiciones. Franklin instaló el primer pararrayos en Filadelfia en 1752. Parece ser que
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en su propia casa llegó a instalar uno, que iba acompañado además del dispositivo
conocido como “campanas de Franklin” que ayuda a detectar la presencia de
electricidad en las nubes y permite anticiparse entonces a la tormenta.
La imagen de Franklin recogiendo los rayos de la tormenta con su cometa o con
el pararrayos se ha convertido en icónica y en su época tuvo fuertes resonancias
simbólicas. La sociedad puritana de entonces, como ocurría desde la antigüedad, veía en
el rayo un instrumento de la voluntad de Dios para castigar a los malvados. De hecho,
cuando aparecía una tormenta, las campanas de las iglesias comenzaban a sonar para
repeler la desgracia. Al menos desde la Edad Media se pensaba que los sonidos del
metal consagrado ahuyentan al demonio, pero también a la tormenta y al trueno. La
imagen de Franklin manejando inocentemente el trueno, dominándolo con una humilde
cometa hecha de seda, era una imagen poderosa y fácil de explotar para quienes
defendían una mentalidad más ilustrada, pero también despertó airadas críticas entre los
más conservadores, no solo calvinistas. El abad Nollet llegó a decir, en la católica
Francia, que el pararrayos era una ofensa a Dios, aunque seguramente más a causa de la
envidia y la inquina personal que tuvo siempre hacia Franklin que a causa de su
mentalidad religiosa2. Kant, tiempo después, llamó a Franklin “el moderno Prometeo”,
expresión que, literalmente, utiliza el subtítulo de la famosísima novela romántica de
Mary Shelley, Frankenstein. Nótese, además, que “Frankenstein” es una especie de
germanización de “Franklin”. Sea como fuere, lo cierto es que las aportaciones prácticas
y teóricas de Franklin sobre la electricidad le han merecido con justicia un puesto en la
historia de la ciencia. Como escribió JJ. Thompson, que descubrió el electrón casi 150
años después de los experimentos de Franklin, “el servicio que la teoría de un solo
fluido ha hecho a la ciencia de la electricidad difícilmente puede ser sobreestimado”.
Como ha escrito Van Doren, uno de los biógrafos de Franklin, “encontró la electricidad
como una curiosidad y la dejó convertida en una ciencia”.
6. El servicio a la comunidad
La implicación de Franklin en asuntos de índole política se remontan a sus
comienzos como impresor, oficio que, como hemos dicho, tenía grandes semejanzas
con el actual periodismo. Una vez que Franklin se estableció en Filadelfia fundó allí, en
1727, el club Junto, llamado también el “club de los aprendices”, en el que se debatía de
filosofía, política o filosofía natural. Llegó a convertirse en una importante escuela de
filosofía y política (en 1905 se transformó en el Rotary Club). Se asoció a la masonería,
en la que llegaría a ocupar puestos relevantes. Desde su periódico, pero también desde
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Jean Antoine Nollet había entendido que las publicaciones de Franklin sobre la electricidad
venían a refutar sus teorías. Llegó a pensar, incluso, que Franklin no existía y era solo una invención de
sus enemigos en Francia. Cuando descubrió que Franklin existía en realidad, escribió intentando refutar
sus teorías. Franklin nunca contestó, pues no tenía una intención polémica en estos asuntos. Y a buen
seguro prefería dedicar el tiempo a seguir haciendo experimentos que a discutir con Nollet.
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el club y la logia a la que pertenecía, Franklin promovió un gran número de iniciativas:
la primera biblioteca pública, el primer cuerpo de bomberos, una milicia para la
protección del orden público y la seguridad en las calles, una Academia (que es el
germen de la Universidad de Pensilvania, primera universidad laica de Norteamérica),
un hospital (que fue el primero de las colonias Británicas, aunque construido dos siglos
después del Hospital de san Nicolás de Bari en la ciudad de Santo Domingo, en la actual
República Dominicana), escribió sobre la educación de los jóvenes, mejoró la
pavimentación de las calles, estableció un sistema de limpieza público, instaló el
alumbrado público, mejoró el sistema de correos (del que fue encargado), etc. Todas
estas actividades dieron una gran fama y renombre a Franklin, que se convirtió en un
hombre muy apreciado y reconocido.
7. De la unión de las colonias a la independencia
Franklin era un hombre orgulloso de ser anglosajón. Durante mucho tiempo su
planteamiento en términos políticos fue el intento de remodelar el imperio británico.
Defendió la unión política de las colonias y que estas estuviesen representadas en el
parlamento británico. Elaboró el Plan de Albany, en el que además de defender estas
ideas planteaba una mayor autonomía de las colonias en algunos asuntos, aunque sin
considerar siquiera la ruptura con la metrópoli. En 1775, cuando ya tenía 69 años, su
discurso comienza a cambiar y, en vez de hablar del derecho de una parte del Imperio
comienza a basar sus argumentaciones en los “derechos del hombre”. Convencido ya de
la imposibilidad de dar cabida a sus exigencias políticas en el contexto de la
constitución británica, se convierte en defensor del independentismo y participó en la
Convención Constitucional de Pensilvania, así como en la Convención Constitucional
de los Estados Unidos en 1787. Pero incluso en 1788, después de la revolución que
llevó a la independencia de los Estados Unidos, Franklin decía: “todavía soy de la
opinión de que hubiera sido mucho mejor para ambas partes que el plan [refiriéndose al
Plan de Albany] se hubiera adoptado”.
Franklin era un hombre de orden. De su concepción del mundo y la religión se
deriva el hecho de que es necesario conservar un cierto orden en todos los ámbitos de la
vida humana. De hecho, en Franklin la idea de orden es anterior a la de contrato. Este
surge como medio para mantener aquel. Sin orden la sociedad y el individuo no pueden
prosperar, no pueden prosperar económicamente, paso necesario para la consecución de
la felicidad personal. Franklin, por lo tanto, nunca fue un revolucionario, y de hecho
desconfiaba de las masas y aborrecía los métodos violentos. Una de las preocupaciones
de Franklin durante los complejos procesos que llevaron a la independencia fue cómo
era posible hacer una “revolución externa” (es decir, romper con el imperio británico)
sin que ello condujese a una “revolución interna” (es decir, una revuelta de tipo social
como la que acontecería, por ejemplo, en Francia, que le causó “sorpresa y miedo”).
Franklin no consideraba legítima la rebelión, ni siquiera el descontento, y temía a las
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masas sin guía ni disciplina. La falta de obediencia por parte de los súbditos era uno de
los mayores problemas que podían destruir una sociedad.
Esta postura “conservadora” es típica de los “padres” de los Estados Unidos, y
en el caso de Franklin se arraiga fuertemente en sus convicciones religiosas y morales.
Los puritanos siempre habían formado a una élite encargada de regir las comunidades:
las universidades de Harvard y Yale, por ejemplo, fueron en su origen lugares para
formar a esta élite social, compuesta mayoritariamente por clérigos. Franklin conserva
esta idea, pero secularizada. Por eso defiende también un concepto fuerte del poder: es
el medio por el que la élite conduce a la masa. De hecho, Franklin ni siquiera veía con
buenos ojos la existencia de partidos políticos (al menos la existencia de varios), porque
a sus ojos esta pluralidad no era sino fuente de tensiones y batallas estériles. Propuso la
creación de un único partido del que pudiesen formar parte una élite de hombres
virtuosos que dirigiesen la nación sin divisiones ni fisuras. Todo sea para conservar el
orden.
Franklin, como hemos estado viendo, conservó algunos valores del puritanismo
y los unió a otros de la Ilustración, elaboró una síntesis entre la moral puritana y el Dios
impersonal del deísmo. Esta mezcla de puritanismo secularizado y de Ilustración
desapasionada constituía un marco de referencia general capaz de fundamentar el
proyecto político de una nueva nación. Pero es una mezcla que explica también, quizá,
no solo las contradicciones del propio Franklin, sino también las de la nación que ayudó
a construir. Pero tratándose de contradicciones, ¿quién puede decir que está libre de
ellas?
8. Bibliografía
COHEN, I. Berbard(1972): Benjamin Franklin. Scientist and Statesman, New York,
Charles Scribner’s Sons.
—(1996): Benjamin Franklin’s Science, Cambridge (Massachusetts), Harvard
university Press.
FRANKLIN, Benjamin (1959-2018): ThePapersof Benjamin Franklin, es la edición más
moderna de las obras completas de Franklin, organizada por la Universidad de
Yale y la American Philosophical Society. Comenzó en 1959 y el último volumen
publicado es el 43. Hay una versión digital: https://franklinpapers.org/.
—(1982): Autobiografía y otros escritos, Madrid, Editora Nacional. Edición preparada
por Luis López Guerra, con una introducción muy útil.
—(1988): Experimentos y observaciones sobre electricidad, Madrid, Alianza.
Introducción, traducción y notas de Joaquín Summers.
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