ESCUELA SUPERIOR
DE GUERRA
“General Rafaél Reyes Prieto”
Colombia
Autores
Amílcar José Valencia Núñez
Ana María Villota
Andrés Arturo Peña-Galindo
Andrés Eduardo Fernández Osorio
Andrés Mauricio Valdivieso
Carlos Alberto Padilla Cepeda
Carlos Ernesto Marmolejo Cumbe
Daniela Garzón
Diego Eduardo Davila Benavides
Diego Vera
Eduardo Alberto Arias Rojas
Eduardo Pastrana Buelvas
Eduardo Velosa Porras
Eunice Ñáñez
Fabricio Cabrera Ortiz
Hernán Alfonso Meneses Gelves
Jesús Eduardo Moreno Peláez
Jorge Ricardo Hernández Vargas
Leonardo Freitas de Souza Lima
Lizbet Karina Navarro Santamaría
Louise Anne Lowe
Luz Adriana Tabares
Miguel Ángel Burgos Giraldo
Nancy Patricia Gutiérrez Castañeda
Olga Patricia Salazar Sánchez
Paula Prieto
Ricardo García Briceño
Sofía Correa Merchán
Sofía Margarita Peraza Ochoa
Vanessa Torres Alonso
Yesid Eduardo Ramírez Pedraza
Eduardo Pastrana Buelvas, Stefan Reith y Fabricio Cabrera Ortiz
ESCUELA SUPERIOR
DE GUERRA
“General Rafaél Reyes Prieto”
Colombia
Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia
Valdivieso Collazos, Andrés Mauricio, autor
Transición del orden mundial : impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la
región / autores, Andrés Mauricio Valdivieso [y otros treinta y uno] ; editores, Eduardo Pastrana Buelvas,
Stefan Reith y Fabricio Cabrera Ortiz. -- Primera edición. -- Bogotá : Fundación Konrad Adenauer :
Escuela Superior de Guerra, 2023.
624 páginas.
Incluye datos curriculares de los autores y editores -- Incluye referencias bibliográficas al final de
cada capítulo.
ISBN 978-628-7602-47-2 (impreso) -- 978-628-7602-48-9 (digital)
1. Seguridad nacional - Investigaciones 2. Defensa (Ciencia militar) - Investigaciones 3. Estrategia
- Investigaciones 4. Colombia - Política militar I. Valencia Núñez, Amílcar, autor II. Villota, Ana María,
autora III. Peña Galindo, Andrés Arturo, autor IV. Fernández Osorio, Andrés Eduardo, autor V. Padilla
Cepeda, Carlos Alberto, autor VI. Marmolejo Cumbe, Carlos Ernesto, autor VII. Garzón, Daniela, autor
VIII. Pastrana Buelvas, Eduardo, autor, editor IX. Cabrera Ortiz, Fabricio, autor, editor X. Reith, Stefan,
editor
CDD: 355.03 ed. 23
© 2023, Fundación Konrad Adenauer,
KAS, Colombia
Calle 93B Nro. 18-12, Piso 7
(+57) 60 1 743 0947 Bogotá, D.C., Colombia
www.kas.de/web/kolumbien
Stefan Reith
Representante para Colombia
Andrea Valdelamar
Coordinadora de proyectos
Editores
Eduardo Pastrana Buelvas
Stefan Reith
Fabricio Cabrera Ortiz
Coordinación académica
Andrés Mauricio Valdivieso Collazos
Andrea Valdelamar
Asistencia editorial
Ana María Villota Hernández
Autores
Amílcar José Valencia Núñez
Ana María Villota
Andrés Arturo Peña-Galindo
Andrés Eduardo Fernández Osorio
Andrés Mauricio Valdivieso
Carlos Alberto Padilla Cepeda
Carlos Ernesto Marmolejo Cumbe
Daniela Garzón
Diego Eduardo Davila Benavides
Diego Vera
Eduardo Alberto Arias Rojas
Eduardo Pastrana Buelvas
Eduardo Velosa Porras
Eunice Ñáñez
Fabricio Cabrera Ortiz
Hernán Alfonso Meneses Gelves
Jesús Eduardo Moreno Peláez
Jorge Ricardo Hernández Vargas
Leonardo Freitas de Souza Lima
CO-BoBN– a1121390
Lizbet Karina Navarro Santamaría
Louise Anne Lowe
Luz Adriana Tabares
Miguel Ángel Burgos Giraldo
Nancy Patricia Gutiérrez Castañeda
Olga Patricia Salazar Sánchez
Paula Prieto
Ricardo García Briceño
Sofía Correa Merchán
Sofía Margarita Peraza Ochoa
Vanessa Torres Alonso
Yesid Eduardo Ramírez Pedraza
ISBN impreso: 978-628-7602-47-2
ISBN digital: 978-628-7602-48-9
DOI: https://doi.org/10.25062/9786287602489
Primera edición: Septiembre de 2023
Impreso en Colombia
Producción gráfica y editorial
Opciones Gráficas Editores Ltda.
Marcela Manrique Cornejo
Corrección de estilo
Jairo Martínez Mora
Diseño gráfico
www.opcionesgraficas.com
instagram: @opcioneseditores
(+57) 60 1 237 2383
Bogotá, D.C., Colombia
El contenido de este libro corresponde exclusivamente al
pensamiento de los autores y es de su absoluta responsabilidad.
Las posturas y aseveraciones aquí presentadas son resultado
de un ejercicio académico e investigativo que no representa
necesariamente la posición oficial ni institucional de la
Fundación Konrad Adenauer, KAS, Colombia, ni de la Escuela
Superior de Guerra General Rafael Reyes Prieto, ESDEG.
Este libro es de acceso abierto
publicado bajo una licencia Creative
Commons: ReconocimientoNoComercial-SinObrasDerivadas.
Distribución Gratuita
Contenido
Presentación ..................................................................................................................... 9
Prefacio ............................................................................................................................. 11
Prólogo ..............................................................................................................................13
Marco teórico y conceptual
Las transformaciones sistémicas y su influencia en la agenda mundial
y en las estrategias de seguridad y defensa nacionales
Por Eduardo Pastrana Buelvas, Fabricio Cabrera Ortiz y Diego Vera .............................. 23
Transformaciones en la agenda mundial y su influencia
en las estrategias de seguridad y defensa nacionales
Transformaciones geopolíticas y su impacto en las estrategias
de seguridad y defensa nacionales: la competición estratégica
Por Eduardo Pastrana Buelvas, Sofía Margarita Peraza Ochoa
y Vanessa Torres Alonso .............................................................................................................. 77
Los estándares internacionales de DD. HH. y DIH y las obligaciones
que imponen de cara a la legitimidad de las estrategias de seguridad
y defensa nacionales de los Estados
Por Eduardo Alberto Arias Rojas y Yesid Eduardo Ramírez Pedraza ............................. 133
Amenazas contemporáneas para la democracia: la seguridad humana
en el Antropoceno
Por Fabricio Cabrera Ortiz, Nancy Patricia Gutiérrez Castañeda
y Ricardo García Briceño ............................................................................................................ 159
La globalización de los problemas ambientales y su influencia en las
estrategias de seguridad y defensa nacionales
Por Louise Anne Lowe ................................................................................................................. 191
Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
Los cambios tecnológicos y su impacto en las estrategias de
seguridad y defensa
Por Diego Vera, Paula Prieto y Daniela Garzón ................................................................... 215
El Estado colombiano, la democracia y la estrategia militar
general hacia la paz
Las transformaciones institucionales de Colombia frente al objetivo
estratégico de la paz
Por Paula Prieto y Daniela Garzón .......................................................................................... 253
La reforma de la Policía Nacional de Colombia y su impacto en la
convivencia ciudadana y frente a la paz social
Por Olga Patricia Salazar Sánchez y Hernán Alfonso Meneses Gelves ........................285
La reestructuración de la inteligencia y su incidencia estratégica para
la seguridad nacional
Por Carlos Ernesto Marmolejo Cumbe y Jesús Eduardo Moreno Peláez .................... 325
Las Fuerzas Militares de Colombia ante eventos críticos:
Operación San Roque y Plan Renacer
Por Eunice Ñáñez y Luz Adriana Tabares ............................................................................. 343
Desafíos de cara a las amenazas y los riesgos tras el despliegue
del Plan Victoria y la firma del Acuerdo de Paz de 2016
Los retos de Colombia sobre la diplomacia de defensa en el marco
de los escenarios internacionales: OTAN y Consejo de Seguridad ONU
Por Carlos Alberto Padilla Cepeda ........................................................................................ 369
El accionar estratégico de las Fuerzas Armadas en el marco de la
seguridad pública y la convivencia ciudadana
Por Andrés Mauricio Valdivieso, Sofía Correa Merchán y Ana María Villota .............. 395
Las Fuerzas Armadas de Colombia y sus líneas de acción frente
al cambio climático, la Amazonia y los espacios oceánicos
Por Andrés Eduardo Fernández Osorio, Lizbet Karina Navarro Santamaría
y Amílcar José Valencia Núñez ............................................................................................... 437
La guerra cognitiva y nuevas formas de amenazas a la paz y a la seguridad
y la defensa nacionales
Por Jorge Ricardo Hernández Vargas y Leonardo Freitas de Souza Lima ................... 467
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Contenido
La estrategia de compensación militar para enfrentar los desafíos de la
seguridad y la defensa nacionales
Por Fabricio Cabrera Ortiz y Miguel Ángel Burgos Giraldo ............................................ 505
La priorización de la seguridad nacional en los análisis de frontera en
Colombia: fuente de vulnerabilidades inexploradas
Por Andrés Arturo Peña-Galindo ............................................................................................. 537
Grupos armados ilegales posdesmovilización de las FARC-EP: un análisis
desde la propuesta teórica de los spoilers de Stedman y el concepto de
gobernanza para la seguridad
Por Diego Eduardo Davila Benavides ..................................................................................... 561
Los órdenes internacionales de las potencias modernitarias y los Estados
liberales
Por Eduardo Velosa Porras ....................................................................................................... 579
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KAS - ESDEG
Las transformaciones sistémicas
y su influencia en la agenda
mundial y en las estrategias de
seguridad y defensa nacionales
DOI: https://doi.org/10.25062/9786287602489.01
Eduardo Pastrana Buelvas∗
Fabricio Cabrera Ortiz∗∗
y Diego Vera∗∗∗
Introducción
En la perspectiva de la transición de poder mundial, con el declive relativo de Estados Unidos
(EE. UU.) como superpotencia, el ascenso de China y la mayor proyección de otras potencias
y regiones no occidentales, dentro de lo que se conoce como la multipolarización en la distribución internacional del poder, cabe la pregunta de cómo están cambiando el orden global,
sus estructuras, reglas y jugadores. A pesar de un evidente aumento de las interdependencias
de toda índole entre sociedades y de la globalización económica entre los siglos XX y XXI, se
Profesor titular de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá (PUJ) y miembro del Grupo de Investigación
en Relaciones Internacionales, América Latina e Integración (GRIALI) de la Facultad de Ciencia Política y
Relaciones Internacionales de la PUJ. Doctor en Derecho Internacional de la Universidad de Leipzig
(Alemania). Asesor de la Fundación Konrad Adenauer de Colombia (KAS) y miembro del Comité Académico de
Honor de la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES). Correos electrónicos:
efpastranab@gmail.com y epastrana@javeriana.edu.co.
∗
∗∗
Brigadier general de la reserva del Ejército Nacional, profesional en Ciencias Militares, especialista en Relaciones Internacionales y Administración de Recursos Militares, magíster en Estudios Políticos y en Seguridad
y Defensa Nacionales y doctor en Seguridad Internacional del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado de la Universidad Nacional de España. Correo electrónico: facaor@gmail.com.
Profesor asistente de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá (PUJ) y miembro del GRIALI. Politólogo
de la PUJ y magíster en Estudios Políticos e Internacionales de la Universidad del Rosario (Bogotá). Correo
electrónico: verad@javeriana.edu.co
∗∗∗
Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
viene percibiendo, en lo corrido de los últimos años, un inquietante deterioro de la cooperación y coordinación internacionales, un aumento de las fricciones entre grandes potencias,
un debilitamiento de los procesos de integración regional, el aumento de conflictos políticos
y armados con componentes transnacionales y una mayor sensación de inseguridad global
con fenómenos como las pandemias, las migraciones descontroladas y los efectos devastadores del cambio climático (Pastrana y Velosa, 2022). La guerra entre Rusia y Ucrania no
solamente ha reflejado impactos sobre las seguridades alimentaria y energética y el balance
geopolítico europeo y global, también ha sido un teatro de operaciones militares no convencionales asociadas a las transformaciones de la guerra, las innovaciones tecnológicas militares y la hibridación de los conflictos. En síntesis, hoy se vislumbra un orden internacional
más volátil, disruptivo e incierto, que complejiza la planeación y ejecución tanto de las políticas nacionales de seguridad y defensa como las dinámicas mismas de la gobernanza global,
particularmente en cuanto a los campos de la seguridad multidimensional.
En este capítulo, que pretende fungir como marco teórico y conceptual general para dar
apertura a la presente obra, examinaremos varios conceptos y propuestas analíticas relacionadas con las discusiones que se han venido gestando acerca de los cambios y tendencias del
orden internacional de cara al siglo XXI y, por ende, analizaremos sus efectos presumibles
para la seguridad y defensa de los Estados. En primer lugar, se abordan el concepto del sistema internacional y sus cambios, con las implicaciones para la seguridad y la defensa. En
segunda instancia, se delinea una revitalización de la mirada geopolítica en la perspectiva de
la evolución hacia un orden más volátil y disruptivo. En tercer lugar, se examinan la globalización y la gobernanza global frente a los riesgos y amenazas que se configuran en medio
de los cambios internacionales. En cuarto lugar, se discuten las nuevas guerras y sus efectos
sistémicos alrededor de conceptos como las guerras híbridas y las guerras en la zona gris.
En quinto lugar, se recuperan los conceptos del multilateralismo y las medidas de fomento
de seguridad y confianza como claves para mitigar la inestabilidad sistémica. Por último, se
retoman los conceptos de defensa colectiva, seguridad colectiva y seguridad cooperativa como
herramientas estratégicas de paz en un sistema cambiante e inestable.
El sistema internacional:
características, cambios e
implicaciones para la seguridad
y la defensa
El concepto de sistema internacional es un tipo ideal, imagen y formulación académica que
permite captar lógicas, regularidades, restricciones contextuales y patrones de conducta de
diversos sujetos y objetos en el nivel más alto de las interacciones sociales. Es más restringido
KAS - ESDEG
24
Marco teórico y conceptual
que el entorno, ecosistema o medio en sí, donde se hallan los encuentros y hábitats humanos,
ya que se comprende su existencia más allá del planeta Tierra, especialmente con la nueva
carrera espacial (satélites, estaciones, módulos, etcétera) y los proyectos para llevar asentamientos humanos exploratorios o transitorios, sistemas avanzados de observación y tecnologías civiles y militares al espacio exterior y sus cuerpos. Se están concibiendo sistemas de
alerta y defensa fuera del planeta para enfrentar el eventual ingreso de objetos y fenómenos
peligrosos ubicados fuera de las órbitas terrestres.
El sistema no llega necesariamente hasta donde alcanzan esas tecnologías y ocasionales
exploraciones, sino hasta donde se puede verificar una recurrencia y densidad importante
de relaciones humanas en diversos campos, con una incidencia significativa y no periférica.
Así como no todo lo que sale de las fronteras geográficas y políticas es objeto de estudio de
las relaciones internacionales, al considerar criterios como relevancia, duración y efectos
para múltiples actores, no todo lo que los seres humanos hacen o saben del espacio exterior
se convierte en elemento sustantivo del sistema internacional. Esto no quiere decir que sus
fronteras no puedan extenderse más allá de la Tierra a medida que evolucionan esas relaciones entre diversas comunidades, actores y redes, y posiblemente se incorporan de forma
permanente hábitats (y subsistemas), ubicados fuera del planeta, a los principales intercambios políticos, económicos, militares, sociales, culturales, etcétera. El sistema internacional
es una construcción intersubjetiva, normativa, cognitiva y práctica, que integra gran parte
del entorno físico terrícola (subterráneo, terrestre, marítimo y aeroespacial), pero es más
reducida, contenida e influida por aquel, que a su vez está incluido en un medio astrofísico
(sistema solar, Vía Láctea, otras galaxias, etcétera) más vasto y en expansión.
Con el campo cibernético sucede algo similar: el sistema internacional se extiende cada
día más por este nuevo campo, pero es distinto de aquel, particularmente por la presencia
de espacios y códigos aleatorios, elementos no regulados, actores no identificados y franjas
no estructuradas. Aunque haya empezado como artefacto humano digital y proyecto militar
(internet), el ciberespacio es un campo extremadamente abierto, en permanente expansión,
tremendamente anárquico y progresivamente autónomo, crecientemente independiente de
los usuarios y terminales de acceso, por el avance de los servidores, la conectividad e inteligencia artificial. Precisamente, conceptos como el ‘metaverso’ representan la aparición de
un nuevo medio para la configuración y el encuentro de intereses, transacciones, objetos e
identidades individuales y colectivas digitales.
El sistema internacional debe distinguirse de otros conceptos e imágenes de lo internacional de alcance más estrecho, aunque estén relacionados con aquel, tales como la política internacional, los asuntos mundiales, la sociedad internacional y la política exterior. El
concepto de sistema apunta a identificar la totalidad que está (más o menos) estructurada,
con una apuesta o mirada holística, pero orientada por componentes específicos que le dan
25
KAS - ESDEG
Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
existencia, continuidad y dinamismo a ese conjunto. Su origen se encuentra en la perspectiva
de la sociología y el enfoque funcionalista, que toma prestados fundamentos de la biología
y la ingeniería de sistemas, destacando nociones como ecosistema, sistema y subsistemas,
estructuras, funciones, órganos y organismos, enlaces, (auto)reproducción, comunicación,
interacción, adaptación, entre otros (Casas y Losada, 2008).
La ciencia política y las relaciones internacionales han incorporado estos códigos a conceptos propios como el sistema político (nacional) y el sistema internacional, dentro de una
lógica y un flujo de datos de entrada o inputs, procesados dentro del sistema y que producen
datos de salida u outputs en un ciclo constante de alimentación y retroalimentación con respecto al entorno. Dentro de esta óptica, se asumen cuatro supuestos o presuposiciones funcionalistas: 1) se pueden identificar las estructuras y partes por la funcionalidad particular que
asumen en un contexto social, 2) el sistema tiende a la perdurabilidad y estabilidad cuando
sus estructuras y partes funcionan adecuadamente, 3) las condiciones para que el sistema
se autorreproduzca y satisfaga las necesidades de sus unidades y estructuras constitutivas se
pueden analizar objetivamente, y 4) es posible identificar las condiciones para el equilibrio
homeostático o capacidad de adaptación del sistema como un todo y sus componentes frente
al entorno cambiante, sincronizando los cambios entre unos y otros (Casas y Losada, 2008).
Si bien hay que reconocer la utilidad de esta forma sistemática y fluida de estudiar la realidad, mantiene una concepción altamente subjetiva, mecanicista y normativa, de modo que
algunas de sus formulaciones resultan extremadamente conservadoras en aras de la explicación de la estabilidad, y otras pretenden capturar los cambios y crisis sin lograr demostrar
cuándo o cómo se altera y desaparece o es remplazado el sistema, debido a lo cual abundan
los modelos que se proponen según las variables críticas que se privilegien. Igualmente, los
autores definen de formas muy variadas los conceptos transversales como estructura, proceso
o función, y no hay consenso universal sobre el tipo y número de estructuras y funciones que
los sistemas requieren –menos aún el internacional–, por lo que se hace muy compleja la
operacionalización y verificación empírica de los conceptos e hipótesis, sobre todo mediante
métodos cuantitativos (Casas y Losada, 2008).
Pero las críticas que recibe este concepto y enfoque no solamente vienen de las orientaciones positivistas de las ciencias sociales, también las perspectivas críticas y posestructuralistas estiman que se enfatizan relaciones y narrativas explicativas que invisibilizan
actores y procesos de cambio que no se consideran relevantes porque no se ubican en los
centros, estructuras y jerarquizaciones privilegiadas por los analistas. Las relaciones de interdependencia predominante entre variables (locales-globales, internas-externas) también
dificultan el uso de modelos lineales o multicausales de análisis cuando las causas son
consideradas a su vez efectos y viceversa, y ante el supuesto constructivista de que los agentes construyen las estructuras y a su vez las estructuras constituyen a los agentes. De allí
KAS - ESDEG
26
Marco teórico y conceptual
que estas perspectivas alternativas opten por analizar las relaciones internacionales desde
marcos no estatocéntricos (actores no estatales) y construcciones y narrativas sociales antihegemónicas o no hegemónicas.
Ahora bien, apreciando esos límites, pueden comprenderse mejor algunos de los debates
sobre el sistema internacional desde las teorías de las relaciones internacionales. Para Bull
(2005):
Allí donde los Estados mantienen un contacto regular entre sí y donde, además, existe una interacción suficiente entre ellos como para que el comportamiento de cada uno de ellos sea un
elemento necesario en los cálculos del otro, entonces podemos considerar que forman un sistema
(p. 62).
Por tanto, y desde una perspectiva histórica, se pueden diferenciar dos tipos de sistemas
estatales: “un sistema internacional de Estados y un sistema de vasallaje en torno a un Estado
soberano” (Wight, 1977, citado en Bull 2005, p. 62). La primera tipología se refiere al sistema
interestatal constituido por entidades políticas soberanas y, en consecuencia, expresa el desarrollo del sistema internacional de Estados que emergió con la Paz de Westfalia en 1648. La
segunda tipología expresa la existencia de una estructura jerárquica debido a la distribución
asimétrica de poder entre las unidades que conforman dicho sistema, cuyo rasgo característico fundamental estriba en que el Estado más poderoso ejerce una hegemonía incuestionable
sobre los demás Estados. Como ejemplos de sistemas de vasallaje, se pueden mencionar la
forma en que el Imperio romano ejerció su dominio sobre los territorios conquistados, la China imperial sobre sus Estados tributarios y Bizancio sobre sus vecinos menores (Bull, 2005).
Ahora bien, desde una mirada funcionalista, pero influida por el realismo estructural,
Barbé (1995) define al sistema internacional como un conjunto de interacciones entre diferentes actores internacionales y como objeto que se diferencia de las partes analizadas por
separado, donde la naturaleza de su interacción es altamente variable y no necesariamente
tiende al equilibrio. Está constituido por un conjunto de actores cuyas relaciones generan
una configuración de poder (estructura) dentro de la cual se produce una red compleja de
interacciones (proceso) de acuerdo a determinadas reglas o parámetros de juego.
A diferencia de los sistemas políticos nacionales, se considera que los centros de decisión
del sistema internacional están menos definidos, las funciones de las partes no están plenamente establecidas y no hay autoridad superior o gobierno central, por lo que la jerarquía
entre Estados y el balance de poder o intento de mantener el orden relativo dependen fuertemente del tipo de distribución de poder entre potencias y de los alineamientos a favor o
en contra de ese orden. Aunque hay diversos actores que intervienen de forma persistente y
verificable fuera de las fronteras nacionales, como las organizaciones intergubernamentales (OIG), las empresas transnacionales y las organizaciones no gubernamentales (ONG),
se estima que son los Estados, y sobre todo las potencias principales, los actores centrales
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KAS - ESDEG
Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
y quienes definen la estructura principal del sistema o polaridad por el grado de control
que tienen sobre la seguridad, la producción, las finanzas y los conocimientos científicos,
técnicos y culturales (Barbé, 1995). Cabe señalar que tanto las OIG como las empresas y las
ONG vienen aumentando su poder relativo frente a los Estados en un mundo crecientemente interdependiente, globalizado e inequitativo (países pobres, Sur global). Pero los Estados
aún son relativamente autónomos para decidir si se adhieren o no a las OIG y en qué grado
de compromiso, las empresas dependen de las regulaciones o desregulaciones nacionales
(por ejemplo, tarifas arancelarias, reglas de inversión y estímulos a la inversión extranjera
directa, IED), bilaterales y multilaterales (normas y acuerdos comerciales), y las ONG aún
dependen grandemente de ellos para poder operar en los territorios (legalidad, personalidad
jurídica y permisos) y muchas otras de su financiación (ayuda oficial para el desarrollo,
cooperación internacional, ayuda humanitaria).
En últimas, en esta formulación estructuralista, el análisis de la estabilidad o del cambio
en el sistema se reduce al examen de los cuatro elementos privilegiados: a) polaridad o estructura de poder: cómo se reparten las capacidades materiales e influencia entre los actores,
destacando la jerarquía principal y el número de las potencias superiores, observando qué
países suben, se mantienen o bajan en el estatus internacional; b) procesos: cuál es la naturaleza (tipo) e intensidad (densidad) predominantes de la mayoría de las interacciones entre
Estados y entre actores dentro de un continuo de relación de más positiva a más negativa
(integración, cooperación, conflicto o guerra), donde se tiende a asumir que las grandes guerras han definido en la historia quiénes se mantienen o convierten en potencias principales
y el tipo de orden resultante; c) actores: los cambios domésticos drásticos en los Estados (por
ejemplo, de régimen político o de orientación ideológica con un cambio de gobierno) y de
política exterior pueden alterar las funciones internacionales y los compromisos asumidos
por esas potencias, propiciando, por ejemplo, retraimiento o negativa al liderazgo (aislacionismo y parroquialismo), nuevos liderazgos (a favor del status quo o del reformismo) y
revisionismo (oposición agresiva al status quo); y d) reglas de juego: las costumbres, normas
y prácticas internacionales y las restricciones geoestratégicas pueden variar como producto
de los cambios en los tres elementos anteriores (Barbé, 1995).
Aunque esta visión plantea un mapa interesante para rastrear continuidades y cambios
internacionales, resaltan sus sesgos, como el marcado énfasis en los Estados y sobre todo las
grandes potencias, la concepción negativa del conflicto y sus problemas para distinguir entre
competencia y rivalidad/enemistad, la centralidad de una sola estructura (polaridad) y la
escasa autonomía otorgada a los organismos y normas internacionales frente a los Estados.
Además de estas y otras críticas, en el núcleo de los debates no resueltos sobre el sistema
internacional se encuentran la relación entre el tipo de polaridad o distribución de poder y
la estabilidad o inestabilidad, que por supuesto, tienen implicaciones para la seguridad y paz
entre Estados.
KAS - ESDEG
28
Marco teórico y conceptual
Figura 1. Elementos del sistema internacional
Actores
Actores
Polaridad
tores
Polaridad
Unipolar
Multipolar
Bipolar
Sistema
internacional
Reglas
Procesos
Procesos
Integración
Cooperación
Conflicto
Competencia
Fuente: autores, basados en Barbé (1995).
Desde el realismo estructural se asume que la asimetría de poder entre países es lo que
facilita la paz y la estabilidad, por el efecto disuasivo a favor de las grandes potencias y que
reduce los incentivos para que potencias inferiores o alianzas antagónicas intenten cambiar
el orden establecido pues encaran costos demasiado altos al tratar de confrontarlas, por lo
que los sistemas unipolares (una sola potencia dominante) y bipolares (dos potencias dominantes) serían más estables que los multipolares. En este orden de ideas, mientras Waltz
creyó que el sistema bipolar, como el de la Guerra Fría, era el más estable al repartirse más o
menos equitativamente las zonas de influencia mundial en dos bloques que se contrapesan
mutuamente (1979, citado en Alons, 2007), otros pensadores del realismo estructural consideraron que el unipolar ejerce mayor efecto disuasivo y condiciones claras (certidumbre) en
los alineamientos, y citaron como casos de hegemonía duradera algunos periodos del sistema
de Estados de Medio Oriente, del Mediterráneo, del Sur y del Este de Asia, de Asia Central y de
Suramérica, incluyendo la posición sin rival directo de EE. UU. desde el fin de la Guerra Fría
(Wohlforth et al., 2007).
Por otro lado, pensadores del realismo clásico como Hans Morgenthau (1967) estimaban
que el sistema multipolar era el más estable, apoyándose en la teoría del equilibrio de poder,
presumiendo que hay una alta expectativa de paz cuando existe paridad de capacidades entre
las unidades principales y se forman coaliciones que evitan que cualquier potencia solitaria
o alianza logre un predominio militar (hegemonía) tal que amenace la independencia y
29
KAS - ESDEG
Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
soberanía de las demás potencias (citado en Moul, 1985). La proposición clave es más o menos así: como las unidades (Estados) de un sistema anárquico tienen interés en maximizar
su supervivencia a largo plazo (seguridad), estarán atentas a las concentraciones peligrosas
de poder por parte de alguna (hegemonía), ante lo cual responderán con alguna o varias
de las siguientes estrategias: 1) aumentarán sus propias capacidades (balanceo interno), 2)
realizarán alianzas para sumar capacidades junto a otros (balanceo externo), y 3) imitarán
las prácticas exitosas del hegemón (emulación) (Wohlforth et al., 2007).
Sin embargo, Morgenthau (1967) reconoció un problema estratégico esencial, sin aceptar que se intensifica en la multipolaridad: el cálculo de las posiciones de poder, y en especial
del tamaño del poder ofensivo, en el papel facilita el diseño de estrategias de balanceo/contrapeso, pero en la práctica ambas no se pueden medir con absoluta precisión, lo cual añade incertidumbre y riesgo al tomador de decisión (citado en Moul, 1985). Adicionalmente, la teoría
del equilibrio de poder no logra explicar por qué no todas las guerras entre grandes potencias
se convierten en guerras generales que involucren a la totalidad de potencias y al sistema.
En el realismo, en general, se asume que las alianzas funcionan para agregar capacidades,
es decir, como simples instrumentos disuasivos, y se desconoce que no todas las alianzas se
convierten en coaliciones de contrapoder –counterbalancing– (Moul, 1985), ni usan medios
militares para responder estratégicamente ante conflictos externos.
Figura 2. Mecanismo de balance de poder
Concentración de poder
(hegemón)
Anarquía del sistema
Fortalecimiento interno
Estrategias
de
balanceo
Percepción de amenaza
Alianzas de defensa
Emulación de capacidades
Fuente: autores, basados en Wohlforth et al. (2007).
La multipolaridad, más allá de las percepciones de inclusión democrática y equidad entre
países que pueda suscitar, sin hegemonías, podría ser una distribución de poder altamente
inestable teniendo en cuenta los siguientes argumentos. Primero, entre más jugadores participen de la toma de decisiones en el sistema internacional o de la lucha por el predominio,
KAS - ESDEG
30
Marco teórico y conceptual
habrá una tendencia al aumento de la incertidumbre y los conflictos de intereses y valores
(más preferencias y expectativas, más heterogeneidad). Segundo, en este sistema hay mayor
probabilidad de que se formen múltiples coaliciones y muy cambiantes (no hay bando estable), lo que tiende a hacer más difícil el cálculo de utilidad y de riesgos de las opciones de política exterior (por ejemplo, alinearse, no alinearse, contrapesar con poder duro o suave, no
hacer nada). Tercero, apelando a la teoría económica de la acción colectiva, cuando no hay
un promotor permanente y con suficientes capacidades materiales y políticas (incentivos)
para iniciar la coordinación de los jugadores, la asunción de costos y responsabilidades internacionales por parte de las principales potencias que compiten será más incierta y mayor
será la probabilidad de que algunos jugadores deseen sacar provecho del liderazgo de otros,
pero sin comprometerse (free-riding) (Alons, 2007).
Eso en el entendido de que la seguridad internacional es similar a un bien público nacional, porque no debería generar exclusión y debería beneficiar a todos o por lo menos no
beneficiar a unos a expensas de (la seguridad de) otros, pero donde los mecanismos estatales,
interestatales, de mercado o mixtos para financiarla y regularla resultan más volátiles en un
sistema sin gobierno central y donde las OIG, los bloques y las redes de asociación tienden a
la duplicidad de funciones y la superposición de reglas (basta advertir el (des)orden y enredo
jurídico comercial mundial o ‘spaguetti bowl’). Cabe recordar que las OIG (por ejemplo, Organización de Naciones Unidas, ONU; la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN;
la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE; y la Organización de
Estados Americanos, OEA) y los regímenes internacionales dependen mucho de la financiación, la adhesión y el apoyo de los Estados, lo que permite presumir que el declive de potencias principales y los grandes conflictos entre ellas terminan afectando la institucionalidad e
institucionalización de las normas y prácticas internacionales.
Y cuarto y último, pero no menos relevante, en un sistema multipolar se debilitan los monopolios de producción y transferencia de armamento tanto convencional como estratégico,
lo cual debilita los controles para la no proliferación y propicia la multiplicación de oferentes y demandantes de bienes y servicios militares sustitutos para evadir las prohibiciones y
limitaciones. Considérense además los efectos no deseados de la extrema desconcentración
del poder internacional hacia actores no gubernamentales, que eleva la probabilidad de proliferación de armas (individuos, partidos y movimientos radicales, grupos de terrorismo, organizaciones criminales) y agudiza la hipótesis de complejización de la acción colectiva para
confeccionar una agenda global coherente, en seguridad o cualquier otra materia.
Siguiendo a Wohlforth et al. (2007), aunque la unipolaridad es más estable que la multipolaridad, el logro y mantenimiento de la hegemonía no es sencillo para las potencias aspirantes. A pesar de haber muchos factores que explican la variación entre unipolaridad y multipolaridad, una buena parte de la explicación de por qué los sistemas logran concentrar o no el
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Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
poder subyace en la capacidad administrativa de los líderes y en los parámetros espaciales del
sistema. En seis de ocho casos históricos revisados de sistemas internacionales unipolares, la
capacidad administrativa del hegemón fue una condición necesaria para evitar el balanceo y
jugó un papel importante en los otros dos. En seis de esos ocho casos, la preservación de un
sistema cerrado (geografía delimitada) fue una condición necesaria para evitar el balanceo,
mientras que en los otros dos casos desempeñó un rol destacado. En otras palabras, hubo un
punto de inflexión en el que la poca capacidad para administrar todas las conquistas/aliados
(autoridad, instituciones, políticas públicas) y la expansión territorial constante del sistema
restaron estabilidad al orden hegemónico. Fue el caso de los imperios romano (27 a. C. - 476
d. C.) o turco-otomano (1299-1922 d. C.), por mencionar algunos ejemplos. Esas dos variables son aún más álgidas de manejar en un sistema de pretensiones globales o universales.
Como alternativa a la teoría del balance de poder y en respaldo a la mayor estabilidad
presuntamente generada por las hegemonías, otros autores del realismo estructural han propuesto la teoría de la transición de poder. Según esa formulación, los Estados son reacios a
pelear a menos que crean que tienen una probabilidad alta de ganar, lo cual es cierto para
cualquiera de los dos lados solamente cuando están muy igualados. En cambio, en una situación de hegemonía, presuntamente la paz es más probable porque el lado más fuerte no necesita atacar para obtener lo que desea, mientras el lado débil no se arriesga a atacar (Organski,
1968, citado en Moul, 1985). En su versión simple, el conflicto se hace más probable entre
más se reduzca la diferencia de capacidades entre las potencias principales, en detrimento del
hegemón establecido y a favor de la potencia en ascenso. En una versión más compleja, el hegemón y sus aliados, presuntamente satisfechos con el orden establecido, intentan preservar
la paz y las reglas de juego que definieron. Pero puede emerger con el tiempo una coalición
de potencias con capacidades en ascenso e insatisfechas con el statu quo, liderando otro tipo
de orden internacional, de modo que el conflicto se consuma cuando se oponen dos órdenes
internacionales distintos y se presenta una relativa equivalencia de capacidades entre las
potencias que los lideran. El punto más álgido de la Guerra Fría, con la crisis de los misiles
nucleares soviéticos en Cuba y las presiones de las cúpulas militares de ambas superpotencias
por una confrontación directa (administraciones J. F. Kennedy y Nikita Kruschev, en 1962)
por poco cumple esta segunda predicción, pero al final la guerra frontal entre bloques nunca
se produjo y la Unión Soviética desapareció producto de su implosión y decisiones internas
(Gorbachov y la perestroika 1985-1991) y no de una agresión externa.
Por supuesto, esta teoría también ha enfrentado importantes cuestionamientos. Primero,
no es claro el punto matemático en el que la acumulación de capacidades económicas y militares por parte de un Estado o una coalición asegura la hegemonía, incluyendo la dificultad
metodológica de medir con total precisión esas capacidades y las diferencias relativas entre
potencias, aunque se presume que ese punto se acerca a la mitad de recursos del sistema
(Niou y Ordeshook, 1986). Segundo, muchas veces los poderosos se convierten en agresores y
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Marco teórico y conceptual
los débiles tratan de defenderse o atacar, pese a las probabilidades en su contra (Moul, 1985).
Basta recordar las invasiones de EE. UU. (gobierno de G. W. Bush) contra Afganistán (2001) e
Iraq (2003) como retaliación por los atentados extremistas del 11 de septiembre de 2001 perpetrados por Al-Qaeda, con claras conexiones en caso del gobierno talibán, pero sin evidencia
sólida de nexos con el régimen de Saddam Hussein. Medió un concepto estratégico de la
seguridad (halcones republicanos) de carácter dogmático (expansión de la democracia) que
desfasó las capacidades estadounidenses y erosionó su legitimidad internacional. Tercero, la
teoría no determina exactamente cuándo y cómo se dan esa satisfacción o insatisfacción con
el orden internacional imperante. Cuarto, esa visión de los órdenes internacionales como
esencialmente conflictivos no provee explicaciones para las confrontaciones entre potencias
que no se derivan de su pertenencia a o de principios procedentes de un cierto orden internacional.
Una tercera teoría de respaldo a la hipótesis de estabilidad sistémica que genera la concentración de poder, con un argumento más sofisticado y basado en la teoría económica de la
acción colectiva, es la de la estabilidad hegemónica. Se explica que puede emerger un ‘actor
privilegiado’ que tiene tantos recursos a su disposición que su percepción de costos relativos
a pagar para proveer el bien colectivo (por ejemplo, seguridad) es menor que su percepción
del beneficio que obtendrá. Así pues, los grupos/órdenes/sistemas que contienen un actor
privilegiado tienen más posibilidades de cumplir sus intereses comunes que los que no lo
contienen. Esto implica en relaciones internacionales que cuando hay un problema de acción colectiva entre Estados y está presente un Estado poderoso, las expectativas de casi todos
convergen hacia esa unidad, que empero, debe acceder o tener la voluntad de incurrir en ese
costo –voluntad estratégica como promotor y financiador– (Kindleberger, 1974; Keohane,
1980 y Snidal, 1985, citados en Lemke, 2010).
Siguiendo esta línea de pensamiento, podría establecerse una correlación, por una parte,
entre el declive relativo de EE. UU. como hegemón y el debilitamiento de su perspectiva estratégica y voluntad de liderazgo en política exterior (en doce años entre Barack Obama y Donald
Trump), y por otro, el estancamiento, la desfinanciación y el bloqueo institucional dentro de
organizaciones como la ONU y la OEA, incapaces de actualizarse adecuadamente a los retos y
amenazas del contexto global y donde la tendencia a la fragmentación político-ideológica y el
debilitamiento de los consensos dificultan la formulación e implementación de una agenda
específica, representativa y legítima (prioridad en los Objetivos de Desarrollo Sostenible y
Agenda 2030, lucha contra el cambio climático, prioridades de seguridad). Por no mencionar
la ausencia de una estrategia coherente hacia América Latina y que ha beneficiado a los
gobiernos de discurso antihegemónico (México, Argentina, Venezuela, Nicaragua, Bolivia,
Honduras, Chile y Perú, a la fecha de este texto) y al aumento de la penetración de potencias
extrarregionales no democráticas como China, Rusia, Irán e incluso Corea del Norte.
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Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
En el contexto europeo, la incapacidad de la OTAN para disuadir a Rusia (bajo el gobierno
de Vladimir Putin) de expandirse agresivamente contra Georgia (separaciones de Osetia del
Sur y Abjasia, en 2008) y Ucrania (anexiones de Crimea en 2014 y de las cuatro provincias
orientales ucranianas de Donesk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, en 2022) tendría que ver no
solamente con que son países fuera del tratado de defensa noratlántico, sino esencialmente,
con el mencionado declive de EE. UU. y las diferencias y el vacío de liderazgo entre la superpotencia (eclipsada por la doctrina ambigua de America First de Donald Trump), Reino Unido y
Francia, agravadas por la ambivalencia turca (Recep Tayyip Erdo–an) frente a Moscú. No en
balde, se ha hablado en espacios, como las conferencias mundiales de seguridad en München
(Alemania), del debilitamiento y vaciamiento de significado, identidad y valores asociados al
concepto de ‘Occidente’, proceso que estaría relacionado con el declive, el ensimismamiento
y la pasividad estratégica de las grandes potencias industrializadas democráticas. Similarmente, los problemas agudizados de la integración en la Unión Europea (UE) tendrían explicación no solamente en la crisis de la deuda pública de países de la zona monetaria euro
(Portugal, Italia, Irlanda, Grecia, España) que inició entre 2009 y 2010. Tendrían también relación directa con: a) la creciente incapacidad de EE. UU. para manejar y regular su sistema
financiero, con el efecto transnacional y global venenoso de las hipotecas subprime de 20072008, especialmente sobre la UE; y b) el descenso de la hegemonía regional históricamente
compartida por Alemania y Francia, y la falta de visión y liderazgo europeo –agravados por la
salida de Ángela Merkel del poder–, donde el retiro del Reino Unido de la UE (Brexit) en 2020
fue sencillamente el epílogo de una relación de matrimonio por conveniencia instrumental,
con bajo grado de compromiso, y materializado por un debilitamiento económico y político
interno del ‘imperio británico’, con frustraciones que capitalizaron los nacionalistas ingleses,
‘tories’ (Theresa May, Boris Johnson). Esto, además, dejó a esta potencia histórica con alto
riesgo de desmembramiento (separatismos) y sin influencia directa sobre Europa continental, agudizados por el fallecimiento de Isabel II (1926-2022), fuente de unidad británica y
enlace diplomático interior y exterior.
En el mismo sentido, pero en el nivel regional, el Mercado Común del Sur (Mercosur)
permanece vigente por la clara asimetría favorable a Brasil y la centralidad que tiene el
bloque para sus intereses, pero se ha estancado por los problemas económicos y políticos
de la potencia regional suramericana, además del debilitamiento de su imagen y liderazgo
regionales por los escándalos de corrupción (Odebrecht, Lava Jato), y la imagen agresiva y
polarizante del presidente Jair Bolsonaro. La virtual desaparición de la Unión de Naciones
Suramericanas (Unasur), proyecto estratégico de Brasil en la era Lula, tendría que ver con
lo mismo. En esta región, la Comunidad Andina de Naciones (CAN) se estaría debilitando y
desintegrando no solamente por las fracturas político-ideológicas que agravaron los tratados
de libre comercio (TLC) con EE. UU. y la UE y que prefirieron Colombia (gobierno de Álvaro
Uribe) y Perú (bajo la presidencia de Alan García), además de la salida de Venezuela en 2006
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Marco teórico y conceptual
(mandato de Hugo Chávez) y los procesos de Ecuador (gobierno de Rafael Correa) y Bolivia
(presidencia de Evo Morales) para migrar al Mercosur. También pesaría significativamente la
ausencia de un hegemón y liderazgo subregional claro, donde no le alcanzan las capacidades
a Colombia como potencia regional secundaria para reactivar, ‘relanzar’ o ‘hacer reingeniería’ al organismo (gobiernos de J. M. Santos e Iván Duque). El estancamiento de la Alianza
del Pacífico (integrada por México, Chile, Colombia y Perú) y el prematuro nacimiento del
Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur), que probablemente desaparecerá con los
cambios de signo ideológico de los gobiernos de Chile (Gabriel Boric), Perú (Pedro Castillo) y
Colombia (Gustavo Petro), serían dos ejemplos adicionales de ese vacío de poder asimétrico.
Aunque arrojan posibilidades analíticas persuasivas, el problema de fondo de las tres
hipótesis de polaridad, de las tres teorías, y del realismo estructural en general, es que prácticamente de los análisis se excluyen los efectos de las variables y los procesos domésticos sobre
la formulación de las políticas exteriores y el propio sistema (por ejemplo, los spillovers o
efectos transnacionales), asumiendo una lógica uniforme de conducta de los Estados (autoprotección, desconfianza mutua, cooperación limitada o instrumental) en la arena internacional. Aunque se ha intentado actualizar la teoría incorporando a las hipótesis de conflicto
y dilemas de seguridad (entre Estados) las lógicas de conflicto (asimétrico) entre Estados y
actores no estatales (guerrillas, grupos de terrorismo, etcétera), el realismo estructural tiene
grandes obstáculos para capturar los efectos sobre el sistema que tienen los conflictos armados no interestatales, tanto domésticos (por ejemplo, guerras civiles y separatismo) como
internacionales (Estados contra grupos transnacionales y actores no estatales de distintos
países enfrentados entre sí).
Desde la óptica funcionalista, el realismo estructural también suele pasar por alto o mencionar muy tangencialmente el efecto de las dinámicas regionales y subregionales sobre el
sistema y viceversa, es decir, no logra desarrollar teoría consistente de los subsistemas y cuyos
efectos refuercen o mitiguen los patrones identificados en el nivel global de análisis. El realismo estructural resulta insuficiente cuando los temas de la agenda de seguridad se enfocan
en temas que no son político-militares (por ejemplo, pandemias, cambio climático), cuando
sus protagonistas no son los Estados y cuando las doctrinas o teorías que la guían no son
materialistas (Buzan y Wæver, 2003). Por ello, vale la pena referirse no solamente a potencias
emergentes que pueden desafiar el status de las potencias establecidas, sino también a regiones geopolíticas en declive y en ascenso, con sus respectivos actores (estatales y no estatales),
polaridades, jerarquías e interacciones.
De hecho, la teoría de la gobernanza multinivel, pese a sus sesgos neoliberales y funcionalistas, podría complementar al realismo estructural para identificar los distintos eslabones de
poder y sus interdependencias, analizando las interacciones y los efectos entre actores, distribuciones de poder y reglas de juego dentro y entre niveles diversos de autoridad política (local,
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Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
subnacional, nacional, subregional, regional, continental, hemisférica, global). Al examinar
el proceso de la UE, sus autores identificaron la presencia de un sistema de gobernanza y
continua negociación de autoridad entre distintos niveles de gobierno y jurisdicciones territoriales (Marks, 1993). Desde la metáfora y juego de los dos niveles de política exterior
(Putnam, 1988, citado en Alons, 2007), se entiende que los tomadores de decisión y estrategas
nacionales no solamente están atentos a las amenazas, los riesgos, las oportunidades y los
cambios de poder que hacen vulnerables a sus países y se derivan del sistema internacional,
también usan o evitan decisiones de política exterior por cálculos domésticos, especialmente
cuando enfrentan alta oposición, inestabilidad o impopularidad internas. Hacer política exterior para elevar la favorabilidad interna, hacer política doméstica para mejorar su imagen
internacional y hasta inventarse o participar de conflictos armados externos para tratar de
cohesionar a la nación, apelando al enemigo exterior, son algunas posibilidades de los gobiernos que cualquier teoría sistémica debería incorporar. Considérense entonces las implicaciones analíticas para el estudio de la estabilidad y la seguridad sistémicas internacionales
que tienen los juegos multinivel de política exterior, con aliados, competidores, enemigos y
audiencias en cualquiera de y entre esos niveles de relación.
Por eso, apuestas teóricas como la de los órdenes de seguridad y la de los complejos de
seguridad regional intentan articular los problemas y dinámicas de securitización nacionales, subregionales y regionales dentro de los patrones de conflicto y cooperación del sistema
global, aunque con una mirada aún muy estatocéntrica. Actuar en el nivel regional para
impulsar procesos de securitización podría explicarse como una estrategia de los gobiernos
para usar este nivel intermedio como pívot en contra de amenazas globales o del nivel global
(mercados ilegales, terrorismo transnacional, predominio cultural americano, etcétera), o
como una forma de adquirir poder para mejorar su posición en las dinámicas o intercambios
globales. Así, los procesos de securitización, como construcciones intersubjetivas sociales,
políticas e ideológicas que moldean las prioridades de seguridad, pueden definir amenazas
globales, pero los objetos referentes de la seguridad (aquellos a proteger) pueden situarse
tanto en el nivel global (regímenes internacionales, ecosistema global, etcétera) como en
otros niveles (la comunidad particular, el Estado o la región) (Buzan y Wæver, 2003).
De forma similar, las potencias principales pueden invocar la existencia de amenazas
globales o universales (macrosecuritizaciones) para inducir el alineamiento de regiones,
bloques y países a sus doctrinas de política exterior y seguridad y defensa, o incluso para
legitimar sus intervenciones sobre otros soberanos (por ejemplo, The War on Drugs, The
War on Terrorism, the Responsibility to Protect, etcétera) y, paralelamente, los actores regionales y bloques pueden usar la cooperación e integración como mecanismos para evitar el
alineamiento inconveniente y comprometedor en conflictos del nivel global. Actualmente, el
cambio climático (Antropoceno) y las amenazas que se le atribuyen y que no respetan fronteras
geográficas, socioeconómicas, políticas o culturales, representan una ventana de oportunidad
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Marco teórico y conceptual
para producir procesos de (macro) securitización, simultáneamente en los niveles local, nacional, regional y global. Sin embargo, en un sistema tendiente a la multipolarización y
fragmentación territorial y político-ideológica, con rivalidades en aumento entre potencias
principales, las posibilidades de confección de estándares y normas comunes y coordinación
de políticas ambientales han tendido a enrarecerse. Las políticas locales, nacionales y transnacionales de identidad y las perspectivas posmodernas de democracia radical, han elevado
las confrontaciones identitarias en todos los ámbitos; así han generado micro y macro batallas culturales, atomización de las sociedades y erosión de los referentes históricos colectivos,
al tiempo que han incrementado la incertidumbre e inestabilidad sistémicas.
El complejo de seguridad regional (CSR) se define como un arreglo u ordenamiento de
unidades donde los principales procesos de securitización o desecuritización (o ambos) están tan interrelacionados que sus problemas de seguridad no pueden analizarse o resolverse de manera razonable de forma individual (soberana) o aislada, particularmente ante
la presencia de amenazas transnacionales. Y aunque estos clústeres de seguridad regional
pueden relacionarse con clústeres globales, deben distinguirse de ellos con precisión (Buzan
y Wæver, 2003). Así, se propone estudiar las similitudes, las diferencias, las sincronías y los
desacoples entre los procesos y clústeres de securitización en los niveles estatal, subregional
(subcomplejos de seguridad), regional (complejos de seguridad) y global (supercomplejos).
Además, pueden construirse comunidades de seguridad para actuar en el nivel regional o
global, cuando sus Estados miembros logran desecuritizar sus diferencias de intereses y valores, optan por la prevención y resolución institucionalizada de sus conflictos, suprimiendo la
coerción militar entre sí, y definen las amenazas predominantemente en términos comunes
y en relación con fenómenos o actores externos a ellos (Ulusoy, 2003). En otras palabras, el
actual sistema internacional y su estabilidad y seguridad tienen conexiones innegables con
los subsistemas regionales y subregionales y los sistemas políticos nacionales por los procesos
de interdependencia y globalización.
Precisamente, el análisis y los debates sobre el alcance geográfico y la profundidad de los
procesos de interdependencia y globalización son otra clave de estabilidad, cambio o crisis del
sistema internacional. Dos implicaciones directas de reconocer el papel de estos procesos son
que: a) antes del sistema moderno de Estados-Nación, no podía hablarse en propiedad de ‘un
sistema’ internacional (global) en propiedad, sino de ‘sistemas internacionales’ regionales
o transregionales y poco o nada interconectados entre sí. El concepto de globalización no
cobró sentido sino hasta mediados del siglo XX con la expansión mundial de los mercados,
el transporte y las comunicaciones, aunque sus orígenes se llevan hasta las exploraciones y
los procesos coloniales liderados por las potencias europeas entre los siglos XV y XVI (Viotti y
Kauppi, 2013). Y b) la globalización es un proceso multidimensional de interconexiones sin
precedentes, pero no es irreversible, organizado ni planificado.
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Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
Como proceso abierto, policéntrico y altamente dependiente de las decisiones humanas,
la globalización puede ser resistida y reconducida por los agentes. En ese sentido, las confrontaciones entre potencias principales y sus ascensos y declives pueden generar un cambio
de mando en el timonel, sin cambiar necesariamente la matriz principal de la globalización (economía capitalista, cultura tecnológica), como se presume que podría pasar con una
eventual hegemonía china, o devenir en procesos de renacionalización, relocalización y/o
desglobalización, no solamente producto de una gran conflagración bélica entre Estados o
un gran desastre ecológico, sanitario o nuclear, sino además por la creciente fragmentación
del poder territorial e internacional, con numerosos actores y movimientos antiglobalización
y antisistema, lo que acentuaría la anarquía internacional. Una opción intermedia de involución podría ser el regreso a un mundo de sistemas regionales altamente diferenciados, pero
disfuncionales entre sí, con escasas o nulas dinámicas globales. Una posibilidad adicional,
altamente funcionalista, pero autoritaria, podría ser que una alianza de potencias u OIG
logre encadenar todos los niveles y jurisdicciones de política para mantener la globalización y construir una arquitectura universal de integración, algo muy difícil de imaginar
sin el recurso a la coerción. Finalmente, siempre cabe la posibilidad de emergencia de un
imperio global, sea unipolar estatal (imperio clásico de una potencia) o por una suerte de
megacorporación privada de monopolio global (aún ciencia ficción), pero eso resulta difícil
de entrever en el actual escenario unipolar en tránsito hacia la multipolaridad y donde los
Estados aún son actores centrales.
Geopolítica: ¿hacia un orden más
volátil y disruptivo?
La geopolítica es una disciplina relativamente joven, su término fue acuñado por primera
vez en 1905 y cobró prevalencia en los años 1930 bajo el liderazgo del general alemán Karl
Haushofer; sus teorías se popularizaron y Hitler absorbió algunos de sus conceptos para la
estructuración de la ideología nacionalsocialista. Por supuesto que este vínculo con el nazismo proscribió su progreso y empleo dadas las connotaciones negativas que naturalmente
derivaba. Sin embargo, durante los años 1970 y 1980, a la teorización nazi se le aplicó el
término Geopolitik; el objetivo no era otro que diferenciarlo de la nueva disciplina y esto
permitió volver a trabajar académicamente en el concepto geopolítico y dejar atrás cualquier
prevención frente a su relacionamiento con la ideología nacionalsocialista.
La geopolítica se entiende hoy como sinónimo de geografía política. Es el estudio de las
consecuencias de la geografía humana y la geografía física en relación con la política y las
relaciones internacionales. También se considera una forma de estudio de la política exterior
de un Estado para comprender, explicar y pronosticar el comportamiento político internacional a través de variables geográficas. La geopolítica como disciplina fue concebida por
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Marco teórico y conceptual
sus teóricos desde sus inicios bajo un ámbito claramente práctico y por esto su vinculación
con los gobiernos, la toma de decisiones y la elaboración de estrategias políticas, hacen parte
fundamental de su esencia política (Martín, 24 de marzo de 2020).
La geopolítica es motivo de diversos estudios por parte de los científicos sociales, no obstante, el presente análisis no busca profundizar en esos conceptos, puesto que el objetivo es
plantear en el actual contexto la importancia que después de casi treinta años la vuelve a
poner de moda. Dentro de las ideas prevalecientes en la actualidad, se creía que, por causa
de la economía y su globalización –al igual que por la multilateralidad política–, el Estado nacional desaparecía y, por lo tanto, era una institución en regresión. Se preveía que el
conocimiento asumiría la jerarquía total mediante la gestión de la tecnología y por ende
no tendrían mayor sentido conceptos tales como el territorio, los recursos naturales. Hoy la
visión es distinta.
Las nuevas tecnologías no solamente se han nacionalizado, sino que son un campo de
batalla central entre EE. UU. y China por la hegemonía global. Lo multilateral se ha debilitado y las potencias regionales tienen más gravitación. Las redes sociales, que se creía iban
a imponer una cultura universal, hoy son más instrumentos que refuerzan los conflictos de
identidad. Las guerras, que hace treinta años se les consideraba un hecho del pasado, hoy
han vuelto a ser un dramático presente, en el cual los diplomáticos hablan como guerreros y
los ejercicios militares son instrumentos centrales de la política exterior (Fraga, 27 de agosto
de 2022).
La caída del muro de Berlín en 1989 y la implosión de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS) en 1991, plantearon voces reflexivas en el mundo occidental relacionadas
con la finalización de un ciclo y hasta de la propia historia. En este sentido, el filósofo norteamericano Francis Fukuyama, en su renombrado libro El fin de la Historia y el último hombre,
publicado en 1992, presupone epistemológicamente una situación no-cíclica ni gobernada
por un eterno retorno. Según este enfoque, hay una evolución de la historia que tiene un fin
y que desembocará en un período estable y sin mayores cambios. El fin de la historia, para
Fukuyama, significaría la terminación de las guerras, de las revoluciones sangrientas, debido
a que los hombres satisfarán sus necesidades por intermedio de la democracia participativa
y del mercado representado en la libertad de empresa en el ámbito de la economía de mercado (Baqués, 8 de junio de 2022). Su tesis entonces plantea a la ideología como motor de
la historia, así que la caída del comunismo supondría el fin de la evolución ideológica de la
humanidad y, por tanto, el fin de la historia en términos hegelianos. En este orden de ideas,
para Fukuyama (1992), la victoria del liberalismo por el momento solo se ha alcanzado
en el ambiente de la conciencia, y su concreción en el mundo material será inevitable y se
constituirá en la forma de democracia por excelencia de la humanidad; la idea de Occidente
se habrá impuesto en el mundo.
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Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
Cuando se observa la oleada mundial hacia la democracia que comenzó en la década de
1970 con la presencia de treinta y cinco democracias electorales y que fueron en aumento
constante durante los siguientes treinta años, hasta alcanzar ciento veinte en los inicios de
la primera década de 2000, la tesis de Fukuyama parecía tener sentido, puesto que la mayor
aceleración se produjo entre 1989 y 1991 por causa del colapso del comunismo en Europa del
Este, lo cual originó una significativa oleada democrática en la región. Samuel Huntington
(1994) denominó el periodo de principios de la década de 1970 hasta mediados de la década
de 2000 como la tercera ola de la democratización; en este periodo la democracia liberal se
convirtió en la forma de gobierno predeterminada para gran parte del mundo. Sin embargo,
desde la mitad de 2000, esta tendencia se ha revertido en cuanto a la sumatoria de los totales
y de esta manera ha demostrado que las instituciones políticas modernas –el Estado, el imperio de la ley y la rendición democrática de cuentas– así como evolucionaron positivamente a
lo largo de la historia, habían entrado en decadencia (Fukuyama, 2019).
Posteriormente, el politólogo Samuel Huntington escribe su popular obra El choque de
las civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial (2005), en la que hace una crítica
a la tesis de Fukuyama: la historia no ha terminado. Su idea tiene origen en el final de la
Guerra Fría. Huntington analizaba el impacto de la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en las relaciones y los conflictos internacionales, en un escenario de profundo
cambio del orden mundial en el que prevalecen Estados que lideran otras civilizaciones que
se oponen al modo de vida occidental, tanto a su forma de ver la democracia, como a la parte
de la libertad de empresa y el ámbito del mercado, esto último con algún tipo de matices.
Igualmente, una visión crítica del Estado de derecho y otros aspectos fundamentales de los
valores occidentales como, por ejemplo, la ética de los derechos y no de las obligaciones, así
como la actitud hedonista occidental (Huntington, 2005). Dentro de las civilizaciones descritas por Huntington y conocida ampliamente por su presión en los últimos años a Occidente se
encuentra el islam, la civilización ortodoxa en cabeza de Rusia que plantea su rebeldía frente
a Occidente desde hace veinticinco años y las confucianas, en las que aparecen China e India.
En función de lo planteado, es preciso repasar la resolución de la Organización de Naciones Unidas proferida en marzo de 2022 para la ayuda humanitaria en Ucrania, que exigía el
cese inmediato de hostilidades por parte de Rusia, así como del ataque indiscriminado contra
la población civil y las infraestructuras críticas (Noticias ONU, 24 de marzo de 2022). Como
lo señala el profesor Baqués (7 de abril de 2022), desde una mirada mediática y política muy
inadecuada, inexacta y superficial, por cierto, este documento plantea que 141 Estados condenan la agresión de Ucrania, solo cinco votan en contra de la condena (Bielorrusia, Corea
del Norte, Eritrea, Rusia y Siria), se abstienen 38 Estados que en el contexto actual significa
que no condenan a Rusia y esto se pueden leer como un apoyo tácito, y finalmente siete Estados que no votaron, lo que no es otra cosa que una forma de abstención (Noticias ONU, 24
de marzo de 2022).
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Marco teórico y conceptual
De esta manera, si observamos desde el punto de vista cuantitativo, la sumatoria de los
cincuenta Estados que no apoyaron la resolución de la ONU corresponde casi al 50% de la población mundial. Evidentemente se puede señalar que existen personas en China y Rusia que
no están de acuerdo con la invasión, así como se encontraran en las sociedades occidentales
personas a favor de Putin, pero lo que se infiere de esta circunstancia es que si la mitad de la
población mundial se abstuvo de votar, muy seguramente la mitad del comercio mundial no
estará de acuerdo con ningún tipo de sanciones económicas; incluso casos como los de Turquía e Israel, que respaldaron la resolución aprobada, esbozaron que a pesar de su posición
no están a favor de cualquier tipo de sanción económica (Baqués, 7 de abril de 2022).
Ahora bien, como lo señala el profesor Baqués, desde una perspectiva cualitativa y más
profunda, al analizar los Estados que se abstuvieron de votar en contra de la invasión a Ucrania por parte de Rusia, y conectando con la tesis de Huntington, se observa que entre ellos
se encuentran aquellas civilizaciones señaladas en 1996 por Huntington que no aceptan el
liderazgo occidental, como es el caso de China, India, Rusia y la inmensa mayoría de la civilización musulmana: Estados sunitas como Argelia y Marruecos, enemigos acérrimos entre
sí, se han alienado en esta decisión; Pakistán, de origen sunita, igualmente se ha enfilado con
China, Rusia y la India, su gran enemigo natural; e Irán, el líder del mundo chiita, de igual
modo está completamente identificado con Rusia.
En definitiva, en esta lectura diferencial que realiza el profesor Baqués (7 de abril de
2022), advierte una reorganización de diversas civilizaciones que se oponen a la lógica occidental. Tal es el caso de Rusia, que por intermedio del pensamiento geopolítico de Alexander
Duguin, ideólogo del presidente Putin, define su visión del mundo mediante un proceso revisionista de Rusia a reconstruir su influencia a través de alianzas con civilizaciones que se
planten contra Occidente y cuyo aliado principal sería el mundo musulmán, aunque incluso
China e India se unen en el mismo argumento. En este mismo fin, las nuevas conquistas
territoriales, como son los casos de Crimea y actualmente la región del Dombás en Ucrania,
son necesarias para desafiar al imperio rival atlantista que se encuentra en cabeza de EE. UU.
En resumidas cuentas, y como lo señala el Foro Económico Mundial, los riesgos geopolíticos se pueden agrupar en los siguientes: el colapso de una institución multilateral, la fractura
de relaciones interestatales, la geopolitización de recursos estratégicos, los conflictos interestatales, el colapso de los Estados, los ataques terroristas y las armas de destrucción masiva
(World Economic Forum, 2020). No obstante, desde nuestra perspectiva, el principal factor de
inestabilidad geopolítica está representado en la gradualidad a la realineación de la balanza
Occidente-Oriente a favor de este último, en un escenario de transición que genera tensiones,
desorden mundial y una transformación caótica a la incertidumbre.
Del mismo modo, es un esfuerzo válido concentrarse en cuatro temas principales que
adquieren mayor relevancia en la era pospandemia y que se encuentran interconectados: la
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Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
erosión de la globalización y el nacionalismo, la ausencia de una gobernanza global, el momento de la competición estratégica global, y el rumbo de los Estados frágiles y en deterioro.
Muy seguramente la argumentación de estos temas contribuirá a un mayor entendimiento
de los riesgos geopolíticos vigentes (Schwab y Malleret, 2020).
Globalización, gobernanza global y
nuevo orden internacional
La globalización es un concepto que se emplea para explicar el intercambio entre países de
personas, bienes, servicios, capital y datos a nivel mundial. Es indudable que este proceso ha
permitido que millones de personas salgan de la pobreza absoluta, pero hace algunos años
que sus bondades están siendo puestas en duda debido a que la distribución de la riqueza no
genera la equidad necesaria y, por lo tanto, ha empezado a retroceder. Por ejemplo, el Índice
Global de Pobreza Multidimensional de 2022 muestra datos entre los que encontramos que
–incluso antes de los efectos de la pandemia de COVID-19 y de la crisis del costo de la vida– 111
países habitados por 1.200 millones de personas vivían en pobreza multidimensional. Esta
cifra llega casi al doble de personas que se encuentran en pobreza monetaria extrema subsistiendo con algo menos de 1,90 dólares diarios (OPHI y UNDP, 2022). En razón de esta tendencia que viene dándose progresivamente a través del tiempo, las reacciones políticas y sociales
en contra de la globalización se han hecho más fuertes y evidentes a partir del año 2000. La
globalización, debido a sus efectos asimétricos, especialmente aquellos relacionados con el
desempleo en el sector de fabricación de los países de rentas altas y sus riesgos financieros,
ha traído costes sociales significativos que se han advertido a raíz de la gran crisis financiera
que se inició en 2008 (Schwab y Malleret, 2020).
Grosso modo, la combinación de estos factores frente a la paralización de los partidos
tradicionales que conforman los Estados de las democracias liberales ha estimulado el surgimiento de los partidos populistas y de extrema derecha en todo el mundo, y especialmente
en Occidente, que al llegar al poder plantean una posición nacionalista y auspician una
agenda aislacionista, las cuales constituyen dos argumentos categóricos que se oponen a la
globalización. Los líderes pertenecientes a la tendencia mundial de la política del nacionalpopulismo apelan a la identidad nacional para concentrar hostilidad sobre la migración, las
minorías, el elitismo cosmopolita y la globalización. Se fundamentan bajo la legitimidad
otorgada por las elecciones democráticas para consolidar su poder. Mediante la afirmación
de su carisma con sus electores, que en algunas ocasiones se define desde el punto de vista
étnico, son excluyentes con gran parte de la población (Fukuyama, 2019). En consecuencia,
sienten animadversión por las instituciones y buscan socavar los pesos y contrapesos que
contienen el poder personal del líder en una democracia liberal moderna plantando un
enemigo interno que, en términos generales, está representado en la institucionalidad del
KAS - ESDEG
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Marco teórico y conceptual
Estado. Schwab y Malleret (2020) piensan que el renacimiento del Estado-Nación será la
causa para que los nacionalismos florezcan progresivamente.
Ahora bien, los nacionalismos se reflejan en el famoso trilema de Rodrik, llamado igualmente el trilema imposible. El profesor de Harvard Dani Rodrik (2012) planteó –en su libro
La paradoja de la globalización– su famoso trilema: en un momento determinado, no se
puede optar simultáneamente por la hiperglobalización económica, la soberanía nacional y
la democracia política, puesto que son irreconciliables; en esta lógica solo pueden coexistir
dos de los tres efectivamente. Fue este economista quien explicó, frente a la plenitud de la
globalización en los inicios de la década de 2010, que cuando se convierte en una cuestión
política y social de sumo cuidado para la sociedad, en caso de un auge del nacionalismo, ésta
sería una víctima inevitable.
Figura 3. Trilema de Rodrik
Hiperglobalización
Soberanía
nacional
Democracia
política
Fuente: autores con base en datos de Schwab y Malleret (2020).
Uno de los casos en los que se refleja el trilema es en el ejemplo de la UE. Por un lado, tenemos la integración económica que representa la globalización y, por el otro, la democracia
política implica que las grandes decisiones deben tomarse a un nivel supranacional, lo que,
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KAS - ESDEG
Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
de cierto modo, contribuye al debilitamiento de la soberanía del Estado-Nación. En síntesis,
la globalización debe contenerse forzosamente si no se aspira a un cierto nivel de privación
ya sea de la soberanía o de la democracia. Consecuentemente, y especialmente en el hemisferio occidental, el apogeo del nacionalismo será directamente proporcional con el retroceso
de la globalización. Un ejemplo concreto de la oposición a la globalización en Occidente es
la plataforma proteccionista que enmarcó tanto el voto por el Brexit como el de la elección
pasada del presidente Trump (Schwab y Malleret, 2020).
Pues bien, una de las maneras más visibles de desglobalización se enfoca en el core de la
globalización, esto es, la cadena de suministro (Schwab y Malleret, 2020). Desde un ámbito
estratégico, no es sensato que las cadenas de suministro estén distantes, al igual que no es
políticamente aceptable la dependencia extrema con algún país y, por lo tanto, su relocalización es un hecho que demanda gestionar los riesgos asociados a una posible disrupción, que
en caso de presentarse generaría un desequilibrio entre la eficiencia y la resiliencia (Khanna,
2017). Por otra parte, existe una presión política tanto de la derecha como de la izquierda. La
derecha fundamentada en temas tales como la seguridad nacional y el proteccionismo, entre
otros, y la izquierda, los partidos verdes y los activistas durante la pandemia, mostraron con
creces los beneficios recibidos por el medio ambiente frente a la reducción de las emisiones
de carbono y de la contaminación de las aguas. No obstante, el proceso de relocalización y
acortamiento de las cadenas de suministro no será sencillo de realizar por lo menos en el
mediano plazo, puesto que lograrlo conlleva la inversión de ingentes recursos financieros
que, frente a las actuales circunstancias de una posible recesión global, no lo hacen una
opción tan viable.
Así las cosas, la regionalización también sería una apuesta intermedia frente al dilema
de la globalización. Existen diversos modelos de integración económica y áreas de libre comercio tales como la UE, la Asociación Económica Integral Regional de Asia, el comercio
entre Canadá, EE. UU. y México, que han demostrado un carácter más intrarregional que
interregional. El COVID-19 aceleró estas divergencias globales y, por ello, tanto Norteamérica
como Europa y Asia se preocupan cada día más por alcanzar la superioridad en cuanto a
la autonomía regional, de modo que dejan de lado las distantes y complejas cadenas de
suministro globales que anteriormente materializaban la globalización. En este sentido, “el
regionalismo estaba superando claramente al globalismo antes que la pandemia dejara al
descubierto las vulnerabilidades de nuestra interdependencia a larga distancia” (Schwab y
Malleret, 2020, p. 122).
Ahora bien, la gobernanza global es entendida como un sistema que, en el marco de
procesos de cooperación y mediante la aplicación de un conjunto de reglas, permite a los
actores transnacionales dar respuestas a los problemas mundiales que afectan a más de un
Estado y se pueden configurar igualmente de manera regional. Así mismo, está compuesta por
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Marco teórico y conceptual
instituciones políticas e iniciativas que por intermedio de los Estados-Nación se emplean para
gestionar los riesgos y desafíos planteados al planeta y que permiten la toma de decisiones
que tienen lugar a escala planetaria.
En el marco de las tres características que definen el mundo actual, interdependencia,
velocidad y complejidad, el alcance temático de la gobernanza planetaria trasciende la seguridad y la resolución de conflictos, temas propios de las relaciones internacionales, y se
amplía a espacios tales como la biodiversidad, el cambio climático, la contaminación, la
gobernanza energética y de los recursos, la producción económica, el desarrollo en sentido
más amplio (económico, social, cultural e institucional), las finanzas, así como al rol de la
industria armamentística. No solo los jugadores de la gobernanza mundial se pueden contar
entre las instituciones mundiales, las regionales, los Estados-Nación, la sociedad civil global,
las grandes corporaciones y grupos con intereses variopintos tales como sindicatos, grupos
culturales, grupos sociales e iglesias, sino que también hacen parte actores fuera de la ley
como las redes de crimen transnacional, dentro de las cuales se identifican a de organizaciones criminales tales como mafias, traficantes y terroristas, entre otros (Foro por una Nueva
Gobernanza Mundial, 2013). Por otro lado, vivimos en un mundo signado por la anarquía en
donde nadie ostenta el mando y en esta medida mientras más se extiendan el nacionalismo y
el aislacionismo, como se señaló en el anterior acápite, mayores serán las probabilidades de
la pérdida de relevancia de la gobernanza global (Schwab y Malleret, 2020).
Durante décadas, un pequeño número de potencias establecidas, principalmente desde el
ámbito económico, se han reunido regularmente, en configuraciones como el Grupo de los
Siete (G7). Así mismo, encontramos el Grupo de los 20 (G20) formado por el G7 más otras
trece economías y potencias emergentes. Su interés común consistía en buscar soluciones
colectivas a los desafíos más imperiosos del mundo. Además, EE. UU. empleó su poder, especialmente al término de la Guerra Fría, como una especie de ‘G1’ para suscribir las normas
globales de comercio, finanzas y seguridad. Hoy, esa hegemonía se ha ido. Incluso, y en palabras del economista Ian Bremmer, estamos en mundo G0 (BBC, 14 de febrero de 2011) y lo
que puede ser, pero en un mundo G-menos-2 (sin China y EE. UU.) (Subramanian y Felman,
26 de julio de 2019). Ninguna potencia o grupo de poderes está dispuesto o es capaz de establecer una agenda global. Es un mundo de muchos pretendientes, pero sin líderes (GZERO
Media, s.f.).
Finalmente, y al analizar el Informe de riesgos globales 2020, se puede observar la existencia de fuertes interrelaciones entre el fracaso de la gobernanza global, el fracaso de la acción climática, el fracaso de los gobiernos nacionales, la inestabilidad social y, por supuesto,
la limitada capacidad de gestionar las pandemias acertadamente (World Economic Forum,
2020).
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KAS - ESDEG
Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
Figura 4. Mapa de interconexiones de riesgos globales 2020
Catástrofes naturales
Episodios metereológicos extremos
Catástrofes ambientales
provocadas por el hombre
Enfermedades infecciosas
Crisis alimentarias
Pérdida de biodiversidad
Fallos de ordenación
urbana
Fracaso de
la gobernanza
global
Crisis hídricas
Fallos
Fallosdedeinfraestucturas
infraestuctura
críticas
Colapso de
infraestructuras
de información
Armas de destrucción
masíva
Fracaso de la acción
climática
Migración involuntaria
Ciberataques
Conflictos
entre Estados
Fracaso de
la gobernanza
nacional
Comercio ilícito
Inestabilidad social
Fraude o robo
de datos
Atentados terroristas
Colápso
Colapso del Estado
Crisis de los
precios de la
energía
Crisis fiscales
Avances tecnológicos
adversos
Desempleo
Fracaso financiero
Inflación descontrolada
Deflación
Burbujas de activos
Riesgos
económicos
Riesgos
ambientales
Riesgos
geopolíticos
Riesgos
sociales
Riesgos
tecnológicos
Números y fortaleza
de las conexiones
(grado ponderado)
Fuente: adaptado de World Economic Forum (2020).
Esto demuestra que los grandes problemas que nos competen se desenvuelven fuera del
control incluso de los Estados-Nación más poderosos; los riesgos y desafíos cada vez tienen
más fuerza en el contexto de la globalización y, por lo tanto, son mayormente interconectados
e interdependientes de cara a unas capacidades de gobernanza global menguadas y cada vez
más débiles, que se enfrentan en este estado de indefensión al resurgimiento del nacionalismo. Para que una gobernanza global sea efectiva, como lo sostiene la Organización de Naciones Unidas, debe existir una cooperación internacional efectiva. Estos dos conceptos están
entrelazados, son subsidiarios y se fortalecen entre sí (Schwab y Malleret, 2020).
Ahora bien, tras entender cuáles son los principales riesgos que se tendrán que enfrentar
en el futuro cercano, en el siguiente acápite se abordarán los términos guerra híbrida y zona
KAS - ESDEG
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Marco teórico y conceptual
gris, que permitirán explicar el modo en que se están desarrollando las guerras actualmente
y el protagonismo que adquirirán en los próximos lustros del siglo XXI.
Las guerras de cara al siglo XXI:
guerras híbridas y guerras en la zona
gris
El primer término que nos permite entender las características de los conflictos armados contemporáneos es la guerra híbrida (HW en adelante, por su sigla en inglés). Según Hartmann
(2017), se define como “una combinación creativa de formas y medios civiles y militares que
se despliegan de manera sincronizada” (p. 2). Esta definición ha sido muy debatida, ya que
cada Estado ha ido desarrollando una interpretación propia sobre el significado de acuerdo
con los retos de seguridad propios. Sin embargo, todas las versiones coinciden en que la HW
busca primordialmente explotar las vulnerabilidades del Estado contrincante, antes que acabar con sus Fuerzas Armadas. El objetivo ya no es obtener la victoria absoluta típica del paradigma bélico de Occidente, porque ya no se declaran y terminan oficialmente las guerras. De
hecho, la situación de guerra permanente favorece los intereses de la parte más débil al generar crisis institucionales e inconformismos al interior de las sociedades (Hartmann, 2017).
Otra lectura interesante de este fenómeno es la planteada por la OTAN (2018), que encasilla como HW a las campañas contra uno o varios de los miembros de la Alianza por medios
que no permitan la aplicación del artículo 5 de defensa colectiva del Tratado de Washington.
Un ejemplo de lo anterior es el problema de la atribución, que dificulta rastrear con exactitud un ataque hasta el actor que lo originó. Especialmente, tras el auge del ciberespacio y
las redes sociales, se ha demostrado cómo las dinámicas del poder actuales no están fundamentadas exclusivamente en las capacidades materiales, pues acciones perpetuadas en este
nuevo dominio han logrado influenciar las creencias y actitudes de las personas y, por ende,
desestabilizar a los gobiernos y parlamentos de Occidente.
Así pues, las operaciones de la HW se caracterizan por articular medios violentos y medios
no violentos como propaganda, fake news, influencia económica y medidas políticas, que se
aprovechan de las dinámicas entre los civiles y los militares en las democracias occidentales.
Esto debido a que el balance entre esos dos niveles en Occidente, según Boucher (2017), ocurre cuando existe una autoridad civil que vigila a las FF. MM., pero les dan determinado margen de maniobra para defender al país basado en la confianza mutua. Sin embargo, cuando
las relaciones están en desequilibrio y escasea la confianza, se pueden desarrollar dos posibles
escenarios: el primero motiva a que los civiles no deleguen autoridad y microgestionen las
unidades militares, lo que puede generar en los militares una aversión al riesgo y un obstáculo para reaccionar correctamente ante la evolución de las circunstancias; en el segundo
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Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
escenario, los militares tienen demasiada autonomía y determinan, casi de manera exclusiva,
la política de defensa nacional. Ante esta balanza que guía las dinámicas entre los políticos y
las FF. MM., se aprovechan Estados autoritarios como Rusia o China, cuyos órganos armados
responden a intereses de los mandatarios y no del pueblo. Por lo tanto, desde estos países se
llevan a cabo operaciones propagandísticas de HW que generan tensiones e inconformismos
entre el Estado, la sociedad y los militares para desestabilizar y generar incertidumbre.
Esta conceptualización de la HW nos permite introducir la zona gris (GZ en adelante,
por su sigla en inglés) como el segundo término que resulta fundamental para entender las
características de los conflictos en la actualidad. No obstante, antes de profundizar dicho
tema, se debe mencionar que existe un debate respecto a la concatenación de ambos términos
entre los académicos que estudian la naturaleza de la guerra. Por un lado, los canadienses
David Carment y Dani Belo (2018) afirman que la GZ es el concepto más amplio, pues la hibridación del conflicto representa un subconjunto táctico dentro de lo que se considera como
conflicto de la zona gris. Por otro lado, el profesor Josep Baqués (2021), de la Universidad de
Barcelona, considera que se debería encasillar la GZ en el concepto más amplio de conflicto
híbrido, ya que esto permite analizar con claridad la evolución de estos paradigmas. La HW
empezó a ser desarrollada mucho antes que la GZ y, por lo tanto, para comprender el alcance,
las características y el formato de este segundo concepto, se requiere entender las bases que
supone el primero. En este análisis se optó por desarrollar la línea investigativa de Baqués, de
manera que ya se enunciaron las características de la guerra híbrida y ahora se procederá a
definir la zona gris.
La primera vez que se mencionó el conflicto en la zona gris fue en la Quadrennial Defense
Review de 2010, como el espectro del conflicto entre la guerra (negro) y la paz (blanco). Dentro de estos enfrentamientos, coexisten estrategias de disuasión y coerción, principalmente
asociadas a los Estados revisionistas del actual orden internacional, pero también los países
miembros de la OTAN han empleado estrategias de este tipo. Según Pulido (2021), las principales características para que un conflicto pueda ser categorizado dentro de la GZ son las
siguientes:
1.
Ambigüedad: Es esencial en la zona gris desde dos dimensiones distintas. La primera, entendida como ambigüedad de intenciones, hace referencia a no revelar el propósito real de las intervenciones que se van a realizar para dificultar el cálculo de
intereses del defensor. Por otro lado, la ambigüedad de atribución hace referencia
a una característica de la GZ en la que se suele recurrir a milicias proxy, actores interpuestos y acciones encubiertas para añadir incertidumbre al cálculo de intereses
de escalar el conflicto.
2.
Estrategias multidimensionales: Un elemento particular del conflicto en la zona gris
es el empleo intencionado, multidimensional e integrado de múltiples instrumentos
KAS - ESDEG
48
Marco teórico y conceptual
de poder: políticos, económicos, sociales, informacionales, diplomáticos y militares,
siendo estos últimos de carácter principalmente simbólico con intención coercitiva,
ya que sus funciones principales son señalar, intimidar y marcar territorio.
3.
Gradualismo: Se trata de un conflicto a largo plazo, donde los objetivos se estructuran de manera que se logren progresos paulatinamente. De esta manera, busca
evitar respuestas contundentes, al tiempo que el atacante va modificando sus estrategias. El gradualismo refuerza la ambigüedad al dificultar que el rival conozca las
acciones que realizará en el futuro y las verdaderas intenciones de las intervenciones.
4.
Agitación política: En los conflictos de zona gris, aspectos no militares como lo político, psicológico y propagandístico, juegan un rol fundamental, incluso superando
la predominancia de lo militar. Lo que se busca es tener excusas para realizar una
intervención y avivar la agitación al interior del Estado adversario a fin de desintegrarlo psicológicamente.
Asimismo, Jordán (2018) desglosa magistralmente, en su trabajo El conflicto internacional en la zona gris: una propuesta teórica desde la perspectiva del realismo ofensivo, las
siete líneas de acción estratégicas en la GZ que suelen ser articuladas de manera integral,
coordinada y sincronizada para incrementar el poder relativo frente a Estados rivales. A continuación, en la figura 5, se resumen los elementos más importantes de cada punto.
En breve, estas líneas de acción de la GZ demuestran la diversidad y versatilidad de las
medidas que han empezado a desarrollar diversos actores en el sistema internacional para
ganar ventaja frente al adversario en terrenos que no se limitan exclusivamente a lo militar. Así, los civiles han adquirido mayor protagonismo como ejecutores de las estrategias y
como objetivos que puedan desencadenar también una desestabilización del régimen al que
pertenecen. Sin embargo, estos conceptos no se lograrían entender a cabalidad sin presentar
situaciones que nos evidencien lo plasmado en la teoría. De ahí que se procederá a mostrar
algunos ejemplos que evidencian las características y líneas de acción de los conflictos en la
zona gris.
En primer lugar, la Rusia de Vladimir Putin representa uno de los países que más ha sacado provecho de las líneas de acción estratégicas en la GZ. Por ejemplo, en enero de 2022, la
Eurocámara publicó un informe en el que se acusaba a los partidos de extrema derecha en el
viejo continente de “estar al servicio del presidente ruso” (Martínez, 26 de febrero de 2022),
hecho que debilita las democracias europeas al tener esta injerencia extranjera y que lleva a
que se polarice el debate público. Asimismo, las elecciones presidenciales de EE. UU. en 2016
fueron objeto de ciberataques rusos mediante la publicación de comunicaciones internas del
Partido Demócrata y el robo de información a agencias gubernamentales, infraestructuras
críticas, universidades, entre otros. Sin embargo, estas operaciones se han atribuido a dos
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Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
grupos de espionaje identificados como APT28 y APT29, que al no estar directamente relacionadas con el Gobierno ruso dificultan que se puedan tomar acciones concretas en su contra
(Pereda, 30 de diciembre de 2016).
Figura 5. Líneas de acción estratégica en la zona gris
Respaldo a la oposición
política del gobierno adversario:
Estas acciones pueden ir desde
respaldo político y mediático,
hasta apoyo con recursos
financieros que faciliten su
participación como oposición. Esto
desencadena confusión y agudiza
fracturas que dificultan la labor del
gobierno democrático y le impiden
cuidar la planificación y el
compromiso a largo plazo.
Coerción económica:
En esta línea de acción se incluyen
todas aquellas prácticas
comerciales y financieras que
generan presión política. Por
ejemplo, la interrupción en la
compra o venta de ciertos
productos, las sanciones
económicas y los bloqueos.
Disuasión militar coercitiva:
En este ítem se suman elementos
como publicitar maniobras a gran
escala cerca de la frontera o violar
repetidamente el espacio aéreo y/o
marítimo de los vecinos, lo que
puede ser entendido como
disuasión, pero contiene un claro
mensaje coercitivo.
Guerras por delegación
o proxy wars:
Estas acciones se caracterizan por
el apoyo militar a un gobierno o
actor armado no estatal en contra
de un rival estratégico, y se
enmarcan en la GZ porque no hay
un enfrentamiento directo entre los
dos Estados.
Influencia sobre la opinión pública
internacional y del adversario:
1
2
3
$
4
5
6
7
Por medio de ‘metanarrativas’, en el
espacio público se difunde información
falsa o sesgada dirigida a determinada
audiencia. Con el auge de las redes
sociales, se ha amplificado la capacidad
de difundir este tipo de propaganda que
genera malestar y polarización en la
sociedad del adversario.
Ciberataques y acciones agresivas de
inteligencia:
Pueden ser denegaciones temporales
de servicio en sitios web públicos y
privados como bancos, medios de
prensa y organismos gubernamentales,
las cuales generan confusión.
Asimismo, intentos de infiltración de los
servicios rivales, campañas de
ciberespionaje y asesinatos de
desertores componen esta variable que
va más allá de las labores normales de
inteligencia, pero tampoco alcanza una
magnitud tal como para considerarse un
acto de guerra.
Sliced salami tactics:
Consiste en la articulación de diversas
acciones de bajo perfil que van
proporcionando poco a poco ganancias
graduales y, al mismo tiempo, dificultan
una reacción severa por parte del
adversario. Con cada movimiento se
disminuye la posibilidad de que el
adversario reaccione, como en el caso
de la construcción de islas artificiales
con instalaciones militares.
Fuente: autores con base en datos de Jordán (2018, pág. 137).
Aunado a lo anterior, la exministra británica Theresa May acusó al Kremlin en 2017
de estar “sembrando historias falsas” para “generar discordia en Occidente” (BBC, 14 de
noviembre de 2017), afirmaciones que evidenciarían cómo Putin utiliza la estrategia de
KAS - ESDEG
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Marco teórico y conceptual
influenciar a la opinión pública por medio de plataformas como Facebook, a fin de generar
desinformación y polarización. Así pues, el país euroasiático ha sido acusado de ser el principal productor de noticias falsas a nivel mundial, de acuerdo con un informe realizado por
Facebook. A esto se suma la estrategia propagandística que Rusia ha utilizado para manipular a los medios masivos y ampliar las divisiones existentes mediante las redes sociales (Kelly
y Samuels, 18 de noviembre de 2019; Lardieri, 26 de mayo de 2021).
Por otro lado, China ha ido implementando la estrategia de sliced salami en el mar del
Sur de China. La construcción de múltiples islas artificiales y sistemas en esta zona disputada
ha sido un proceso de varios años, en los que poco a poco los chinos han ido reafirmando su
soberanía mediante la consolidación de estos espacios. Ello dificulta que se tomen acciones
concretas por parte de EE. UU., ya que no representa un ataque convencional a ninguno de
sus aliados, pero pone en jaque sus intereses geopolíticos en la región (AP, 21 de marzo de
2022).
Los países de Occidente también han utilizado las estrategias de la GZ para debilitar al
contrincante sin tener que desplegar sus capacidades militares, aunque en la literatura solo
se suelen mencionar a los países revisionistas como Rusia, China, Irán o Corea del Norte.
Para muestra, un botón: el embargo que EE. UU. impuso sobre Cuba hace sesenta años en el
margen de la Guerra Fría sigue vigente, lo que significa que las severas sanciones económicas, comerciales y financieras sobre la isla aún están presentes. Estas acciones, que se pueden
enmarcar dentro de la GZ, han generado daños económicos cercanos a los 154.217 millones
de dólares y han tenido efectos negativos sobre la población, como la falta de alimentos o la
falta de acceso a insumos necesarios para hacer frente a la pandemia de COVID-19 (AFP, 1 de
noviembre de 2022).
Finalmente, el último elemento que se pondrá a consideración serán las guerras por delegación o proxy wars, que tuvieron auge a lo largo de la Guerra Fría con conflictos como el
de Corea o Vietnam. Sin embargo, este tipo de fenómenos siguen ocurriendo en nuestros días
y han aumentado los actores detrás de estas guerras o proxy forces, pues ya no se limitan a
EE. UU. y Rusia, sino que están participando países como Turquía, Irán, Arabia Saudí, China
y Paquistán, y actores no estatales como grandes corporaciones y grupos terroristas. Estas
potencias grandes y medias aprovechan conflictos en países en vía de desarrollo que contribuyan a sus intereses y/o sus posiciones ideológicas para alcanzar sus objetivos y mejorar su
situación geoestratégica (Pontijas, 2020).
El caso de Libia es muy ilustrativo ya que desde el derrocamiento del dictador Muamar
Gadafi en 2011, el país ha sido escenario de violentas luchas de poder con múltiples Estados
alentando a cada uno de los bandos. Por un lado, el Gobierno del Acuerdo Nacional (GAN)
basado en la capital Trípoli y que cuenta con el referendo de las Naciones Unidas, es apoyado
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KAS - ESDEG
Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
por Turquía y Catar, mientras que el general Haftar del Ejército Nacional Libio (ENL) controla
gran parte del país y recibe recursos de Rusia, Egipto, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos
y Jordania (BBC, 15 de enero de 2020). Asimismo, en Siria se evidencian dinámicas de poder
similares, pues al gobierno de Bashar al-Assad lo apoyan Rusia, Irán y el movimiento Hezbollah. Los rebeldes, por otro lado, son financiados por EE. UU., Francia y Reino Unido (Caro, 26
de abril de 2018). En ambos casos, los Estados que intervienen han asegurado que su apoyo se
fundamenta en la necesidad de legitimar el tipo de gobierno para contribuir al bienestar de
sus ciudadanos. Sin embargo, la realidad ha distado mucho de esos planteamientos, porque
ha terminado en la muerte de miles de civiles como medio de enriquecimiento para Estados
que no lloran esos muertos, pero sí disfrutan de sus ganancias.
El multilateralismo y las medidas de
fomento de seguridad y confianza:
claves frente a la inestabilidad
sistémica
Enfoques sobre el multilateralismo
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y después de la primera década del siglo XXI, las
instituciones multilaterales se consolidaron como la forma mediante la cual se ha hecho
frente a las amenazas contra la paz y la seguridad internacional, centrando sus acciones en
lo prescrito por el Consejo de seguridad (CS) y la Carta de ONU –en principio–. El multilateralismo puede ser considerado como:
Una forma institucional que coordina las relaciones entre tres o más Estados sobre la base de
principios estandarizados de conducta, es decir, principios que especifican la conducta adecuada
para cada tipo de acción, sin la observancia de los intereses particulares de las partes o las exigencias estratégicas que puedan darse en cada caso concreto (Ruggie, 1993, p. 571, traducción
propia).
Desde esta línea de interpretación, el multilateralismo existe debido a la estructura cognitiva de carácter normativo que los Estados comparten en forma intersubjetiva y fundamenta
el consenso sobre los principios generales apropiados, los cuales orientan su conducta en
ámbitos específicos de sus relaciones. Esto puede ser denominado como la lógica de lo
apropiado, que guía el comportamiento basado en reglas (Albert, Kessler y Stetter, 2008).
En este orden de ideas, en un paso adicional, Adler (2006) introduce el concepto de multilateralismo comunitario, mediante el cual define los esfuerzos institucionalizados para construir
socialmente comunidades multilaterales a partir de grupos de Estados que comparten tanto
KAS - ESDEG
52
Marco teórico y conceptual
ideas como valores políticos y económicos afines. Tales grupos pueden constituirse en comunidades de prácticas comunes o comunidades de seguridad, como son los casos particulares de la
UE y la OTAN, en las que se desarrolla, a diferencia de la lógica de lo apropiado, la lógica del
hábito. Acá, esta lógica del hábito refuerza la cooperación al reducir la incertidumbre –los
actores han incorporado el comportamiento adecuado y lo reproducen de manera automática–. La cooperación, entonces, está protegida por las construcciones mismas de las identidades colectivas tanto al interior de los Estados como entre ellos y se defiende por los sesgos
propios de estos procesos de construcción identitaria (Hopf, 2010).
El multilateralismo es considerado también, desde la práctica, como como elemento
constitutivo de la identidad internacional de los actores internacionales y, como un discurso
de legitimación y principio rector de su política exterior. Así mismo, el multilateralismo hace
énfasis en la necesidad del mecanismo de la cooperación internacional en la sociedad internacional caracterizada por reglas y pautas de conducta predecibles. Por ello, destacan, como
práctica internacional, las formas específicas de organización y cooperación tanto en los
ámbitos regional como global. Ello incluye los mecanismos de negociación, procesos de toma
de decisiones y de gestión, mecanismos de implementación y control de normas, así como
también a los recursos, capacidades y efectividad de las organizaciones internacionales, que
en conjunto constituyen los fundamentos institucionales del multilateralismo actualmente
(Sanahuja, 2013).
Figura 6. Orientaciones del multilateralismo
Hegemónico
- Potencia estabilizadora
- Asimetrías institucionales
- Unilateralismo ocasional
Normativo
- Autoridad colectiva
- Instituciones compartidas
- Acción colectiva
Defensivo
- Antiimperialismo
- Anticolonialismo
- Autonomía
- No intervención
Multilateralismo
- Potencias emergentes
- Nuevas reglas
- Sustitución de instituciones y
organizaciones internacionales
Revisionista
Fuente: autores con base en datos de Sanahuja (2013).
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KAS - ESDEG
Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
Por su parte, desde la perspectiva funcional, Keohane define el multilateralismo como “la
práctica de coordinar políticas nacionales en grupos de tres o más Estados mediante mecanismos ad hoc o a través de instituciones” (1990, p. 731, traducción propia). En este orden
de ideas, el multilateralismo se concibe como la acción colectiva institucionalizada por un
conjunto de Estados independientes en el marco de organizaciones multilaterales, mediante
la cual están envueltos en una red de expectativas mutuas sobre los posibles beneficios que
puedan obtener derivados de una reciprocidad difusa (Keohane, 2006).
Más allá de los debates teóricos y la diversidad conceptual sobre el multilateralismo, existen diferentes narrativas cuyo origen está determinado por el lugar que ocupan los actores
en la jerarquía del poder mundial, así como por la asimilación que han hecho de las normas
que lo impulsan. De allí que Sanahuja (2013) defina tales narrativas de la siguiente manera: “a) el multilateralismo hegemónico bajo la égida de EE. UU.; b) el multilateralismo
normativo, que preconiza la UE; c) el multilateralismo defensivo, que han abanderado los
países en desarrollo; y d) el multilateralismo revisionista que han proclamado las potencias
emergentes” (p. 38).
El multilateralismo hegemónico señala el rol de líder que desempeña EE. UU. a través de
la pax americana, como creador y estabilizador del orden liberal internacional. Esta perspectiva es argumentada por teorías como el realismo clásico y de la estabilidad hegemónica, las
cuales legitiman la primacía de Estados Unidos como parte de los ciclos históricos de dominación imperial. Así las cosas, la política exterior estadounidense, desde su autopercepción,
se fundamenta en el excepcionalismo y el providencialismo que orientan sus objetivos como
universales y virtuosos. De hecho, Smith (2012) lo plantea de la siguiente manera:
La promoción de la democracia por parte de Estados Unidos nunca ha sido desinteresada. En ocasiones, ha logrado camuflar preocupaciones nacionalistas, geoestratégicas, económicas o etnorreligiosas estrechas que han sido consideradas por este país como importantes pero que han sido
más digeribles al estar envueltas en capas de alto moralismo. No obstante, su más fundamental
ambición ha sido siempre el permanecer fiel a su propia declaración de propósito: defender la
seguridad nacional de los Estados Unidos al promover un tipo de gobiernos para los otros que,
mientras amplía las bendiciones de la libertad en el extranjero, redunde en beneficios para este
país al establecer unas nuevas bases para el orden internacional (p. 346).
Debido a ello, EE. UU. antepone, por lo regular, su soberanía y sus intereses al multilateralismo y las instituciones multilaterales son inherentemente vulnerables frente a sus
acciones unilaterales como potencia hegemónica. Como se mencionó arriba, el multilateralismo hegemónico ejercido por Estados Unidos usa los canales multilaterales para legitimar
las decisiones que, en su propio interés, mantienen el orden internacional. Así, por ejemplo,
se explica el momento inicial cuando en 2003 Washington buscó lograr el consenso internacional para ocupar a Irak y, luego, ante la imposibilidad de obtenerlo, el propio Consejo de
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Marco teórico y conceptual
Seguridad de la ONU fracasó al intentar la intervención militar estadounidense para deponer
a Saddam Hussein.
En contraste, bajo el multilateralismo normativo, la UE se percibe a sí misma como una
potencia civil por su compromiso internacional, con un enfoque multilateral normativo con
la democracia, los derechos humanos, el libre comercio, el desarrollo, la lucha contra la pobreza y los procesos de paz, además de un enfoque en la seguridad humana que se desarrolla
a través de instrumentos no militares de su política exterior –estatal y colectiva– (Neack,
2008). La proyección internacional de la UE se ha traducido también en su participación
activa en la conformación de principios, reglas e instituciones del sistema internacional que
expresan sus valores como potencia civil o ética (Sanahuja, 2013), aunque no está exenta de
contradicciones en sus propias prácticas internas y la política exterior que implementa en el
sistema internacional (Hurrell, 2007).
En lo que concierne al multilateralismo defensivo, el protagonismo del desempeño de
dicho rol le corresponde al Sur global. Dicha narrativa contiene marcados antiimperialismo,
decolonialismo y nacionalismo, que caracterizan la política exterior de muchos países en
desarrollo. Sus postulados son el producto de contribuciones de pensadores de estos países en
el contexto de escenarios de diálogo político y foros de concertación como el G-77 y China, el
Movimiento de Países No Alineados o la Comisión de las Naciones Unidas para América Latina
y el Caribe (Cepal). Este multilateralismo se expresa en un discurso contrahegemónico que se
caracteriza por el conflicto entre los débiles y los poderosos, a fin de alcanzar mayor justicia
y equidad en las relaciones internacionales, lograr mayor autonomía política y económica
frente a las potencias establecidas y defenderse del intervencionismo de las grandes potencias. Por ello, el multilateralismo defensivo aboga por la defensa del derecho internacional,
y resalta los principios de la inviolabilidad de la soberanía nacional, la no intervención en
los asuntos internos y el derecho a la libre determinación de los pueblos (Sanahuja, 2013).
El multilateralismo revisionista no es nuevo, ya que se puede rastrear desde los años
sesenta del siglo pasado, cuando los Estados miembros del G-77 y China comenzaron a demandar en el seno de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo
(UNCTAD) y la Asamblea General de la ONU, la creación de un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI). De esta manera, el mundo en desarrollo exigía de los países desarrollados la
implementación del principio de no reciprocidad o discriminación positiva en los acuerdos comerciales, la transferencia de tecnología, la soberanía permanente en los recursos naturales,
la herencia común de la humanidad del suelo y subsuelo marino en aguas internacionales,
entre otras demandas. En suma, los países en desarrollo exigían el reconocimiento, en el contexto de la ONU, de un derecho al desarrollo como un derecho humano de tercera generación,
el cual era un derecho de los pueblos para alcanzar su independencia económica y justicia
internacional frente a los países industrializados, que en su mayoría eran las antiguas potencias coloniales (Pastrana, 1996).
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Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
Actualmente, esta forma de multilateralismo toma forma en iniciativas de las potencias
emergentes, tales como los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), IBSA (India,
Brasil, Sudáfrica) y sus posiciones conjuntas al interior del G-20. Igualmente, los procesos
de regionalización que se llevaron a cabo en el marco del regionalismo poshegemónico en
América Latina y el Caribe en las dos primeras décadas del presente siglo (Riggirozzi y Tussie, 2012), como Unasur y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac),
son también expresiones de este tipo de multilateralismo que resaltan la importancia de la
cooperación Sur-Sur. En suma, esta forma de multilateralismo constituye un escenario para
impugnar el multilateralismo hegemónico mediante la reclamación de derechos y la demanda de la revisión (o implementación) de reglas existentes (Sanahuja, 2013), especialmente
aquellas ligadas al orden westfaliano.
El rol de las organizaciones internacionales en
el multilateralismo
Ahora bien, el enfoque teórico que mejor ilustra el rol de las organizaciones en este ámbito es
el nuevo institucionalismo (neoinstitucionalismo), pues explica que la cooperación aporta
estabilidad y reciprocidad de los vínculos que se establecen entre naciones sin perder la independencia. Además, las instituciones proveen información y monitoreo en el cumplimiento
de acuerdos para que los Estados alcancen sus objetivos de manera más eficiente y recíproca
(Amaya, 2012).
A diferencia del realismo, cuyo enfoque adopta una postura nacional en la que el Estado –como supremo actor de las relaciones internacionales– asume que su comportamiento
exterior se define por su propósito más inmediato, que es procurar su supervivencia y mitigar
el riesgo de una amenaza externa por medio del fortalecimiento de sus capacidades (Morgenthau, 1993, citado por Betancourt, 2013), el neoinstitucionalismo sitúa que si bien los países
reconocen la existencia de otros subordinados, se pronuncian por la cooperación estatal y de
instituciones internacionales a fin de superar la anarquía del sistema global; observan los
principios de reciprocidad y respeto a las normas y son parte de los procesos de integración
regional y en todo el mundo. En este sentido, las instituciones son funcionales para generar
un ambiente de participación y coordinación cuando las partes actúan desde el principio de
transparencia, evocando el dilema del prisionero descrito por A. W. Tucker (1983). En este
escenario existen tres posibilidades de acción: la tentación de no cooperar cuando otro lo
hace, la defección mutua y la recompensa por cooperar ( Jiménez, 2003).
Teóricamente, la cooperación debe entenderse de forma dialéctica con la discordia o la
ausencia de cooperación, noción que con frecuencia se vincula con la tradición realista.
Sin embargo, desde el enfoque del nuevo institucionalismo, el multilateralismo parte del
estudio del comportamiento y las elecciones individuales que a su vez están moldeadas por
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Marco teórico y conceptual
las organizaciones conformadas desde el ejercicio de la acción colectiva. De hecho, el modelo
constructivista también basa su estudio en que la manera como se comportan los agentes
en el sistema internacional está mediada por los organismos de coordinación formalizada
y otorga gran relevancia a la intersubjetividad –ideas socialmente compartidas– ( Jiménez,
2003).
En materia de seguridad, este enfoque difiere en las percepciones de los actores del sistema internacional porque las potencias no solo deben participar de manera activa en las
estrategias del multilateralismo, aunque sus intereses no sean los mismos, sino que también
deben velar por hacer prevalecer el valor compartido de la defensa conjunta. Antes de que el
concepto de seguridad fuese incluido como un elemento de análisis de la cooperación, uno
de los problemas centrales para abordarlo –según la Escuela de Copenhague– fue determinar su objeto referente con base en las distintas posturas que en la teoría de las relaciones
internacionales se han adoptado. La diversidad de posiciones del realismo, el neorrealismo,
las teorías críticas, el institucionalismo neoliberal, entre otras, puso en evidencia que la seguridad no se constriñe a un solo contenido y es necesaria una concepción multidimensional
para abordar las amenazas desde más de una sola arista. En otras palabras, el espectro de
dimensiones que aborda la seguridad se abre en un abanico de posibilidades (Orozco, 2015).
Lo anterior toma relevancia porque desde la corriente de securitización se pueden determinar cuáles son las amenazas y su grado de incidencia en el imaginario colectivo de una
nación, una sociedad o unos individuos, depurando los ámbitos que no son de su competencia. Además, designar un problema como un asunto de seguridad no es solo una cuestión
teórica, ya que los retos globales se han transformado y se ha incrementado la necesidad de
ampliar su significado como se evidencia en la siguiente afirmación: “el concepto de seguridad debe cambiar: de un énfasis exclusivo a un énfasis mucho mayor en la seguridad de las
personas, el desarrollo humano y la seguridad territorial, alimentaria, laboral y ambiental”
(PNUD, 1993, citado por Hough, 2018, p. 13).
Desde esta perspectiva, es posible sostener que en todo proceso de integración relacionado
con el fomento de seguridad y confianza para la seguridad y la defensa implica el avance
hacia el establecimiento de decisiones colectivas, lo que involucra la reingeniería de las políticas de los países en función de las nuevas realidades, en un contexto de construcción de
comunidad. En el caso europeo, por ejemplo, se configuró la construcción de un sentido de
comunidad en un territorio determinado, con instituciones y prácticas fuertes y extendidas,
en pos de asegurar expectativas de cambio pacífico entre los Estados después de la posguerra.
Sus propósitos unificadores en el plano de seguridad y defensa fueron siempre pioneros en
el proceso de integración, incluso antes de la creación de las comunidades europeas. Así, es
posible afirmar que, si bien la integración representó en su inicio un instrumento para disminuir y superar fuentes históricas de conflictos entre los países miembros, en la actualidad
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KAS - ESDEG
Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
ha favorecido su inserción internacional mediante operaciones de gestión de crisis y la estabilización de su entorno estratégico –no solo regional– (Riquelme y Quitral, 2019).
Como lo plantea Martínez (2011), después de los puntos de referencia temporal que marcan la nueva visión de la seguridad (final de la Guerra Fría y atentado a las Torres Gemelas en
Nueva York, en 2001), se ha dado paso a un nuevo sistema en el que ha desaparecido la fractura dominante y en el que surgen con fuerza una serie de factores, dinámicas internacionales y nuevos protagonistas, que han conformado una sociedad cada vez más multicéntrica:
La seguridad tiene un carácter independiente derivado de la interrelación entre sus distintas dimensiones –medioambiental, económica, comercial, etc.–, tratando de dar respuesta a todas
ellas, para lo cual precisa la cooperación internacional, que comienza en el nivel regional y se
traslada al plano global (p. 75).
Defensa colectiva, seguridad colectiva
y seguridad cooperativa: herramientas
estratégicas de paz en un sistema
cambiante
Es común en la literatura de relaciones internacionales entender a la seguridad como un
primer objetivo de las entidades políticas, lo que justifica y da cuenta del comportamiento
de los Estados para robustecer su brazo militar, a veces incurrir en carreras armamentistas
y, por supuesto, buscar aliados. Este sentimiento o percepción de inseguridad generalizado,
para la corriente idealista, es justamente lo que, sumado al militarismo, incita a la guerra
(Aron, 1954). A diferencia del realismo, donde se concibe que cada unidad busca su seguridad
por autoayuda, y muchas veces a costa de la seguridad de otros al enfatizar las ganancias
relativas o competitivas, en el lente idealista la cooperación y la búsqueda de ventajas absolutas o compartidas resultan esenciales para la estabilidad del sistema internacional, aún en
condiciones de anarquía.
Afortunadamente, la primera posguerra sentó el terreno fértil para la elaboración de
propuestas y mecanismos de aseguramiento diferentes al armamentismo. De este modo, se
tuvieron los primeros avances en la elaboración conceptual de la seguridad colectiva. Así, la
seguridad empezó a concebirse como un tema más de la agenda colectiva, antes que de la
puramente individual. Como consecuencia, ha emergido una preocupación permanente de
los Estados, independientemente de su régimen político o tamaño económico, por la preservación de la paz en el plano internacional, de tal manera que se genera una preocupación
por la seguridad del grupo como si se tratase de la propia. En este orden de ideas, los Estados
hostiles no lo serán solo con el Estado objeto de su amenaza, sino que afrontarán la respuesta
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Marco teórico y conceptual
de todo un bloque, como si la ofensa no se hubiese dirigido contra un Estado individualmente
considerado, sino en contra de todo el bloque (Morgan, 2007).
Como forma de mantenimiento de la paz entre Estados, la seguridad colectiva establecida a través de mecanismos legales y diplomáticos se ubica a medio camino entre los dos
extremos del balance de poder sin ningún tipo de regulación y el del gobierno mundial, por
el momento inviable en el sistema vigente (Griffiths y O’Callaghan, 2002). En términos formales, la seguridad colectiva se refiere a un arreglo de mecanismos legalmente establecidos
para prevenir o suprimir las agresiones entre Estados, al presentar una amenaza creíble a las
unidades hostiles y promesas realizables a las víctimas potenciales o actuales acerca de las
medidas para mantener u obligar esa paz como no agresión armada. Tales medidas pueden
variar desde los boicots diplomáticos hasta la imposición de sanciones y, de ser necesario, el
uso de la acción militar, aunque desde el idealismo y el derecho internacional se prescribe
como el último recurso. Los Estados que aceptan comprometerse en este sistema renuncian
voluntariamente al uso de la fuerza para resolver sus conflictos, pero también acceden a
sumarse a la acción de retaliación colectiva contra las unidades hostiles dentro del propio
sistema, por lo que no opera para agresores por fuera de él.
Asimismo, la literatura ha considerado que la aplicación de la seguridad colectiva en la
realidad, para repeler agresiones, presupone tres condiciones esenciales. En primer lugar, que
el sistema colectivo cuente con una fuerza disuasoria capaz de lograr que ningún Estado o
coalición de Estados agreda al colectivo o intente hacerlo. En segundo lugar, que los Estados
que unan sus esfuerzos para alcanzar la primera condición, tengan afinidad en la concepción
de seguridad del Estado que como colectivo se busca defender. Por último, la tercera condición plantea que los Estados dirijan e incluso subordinen sus intereses políticos contrarios
a los del colectivo, para priorizar estos por encima de aquellos y ponerse al servicio de la
seguridad de todos los Estados (Gullo, 1995).
Apreciando esas características, cabe aclarar que la seguridad colectiva debería distinguirse de la defensa colectiva, si bien ambos conceptos pueden ser complementarios de acuerdo a las necesidades de seguridad de los Estados. La Liga de las Naciones y posteriormente,
de manera parcial, la Organización de Naciones Unidas (sin aludir a dicho concepto por el
fracaso de su antecesora) representan arquitecturas inspiradas en la seguridad colectiva,
buscando suprimir las agresiones entre miembros. La OTAN o la OEA representan más bien
la idea de la defensa colectiva, cuya racionalidad opera esencialmente hacia amenazas externas a los bloques o coaliciones (Griffiths y O’Callaghan, 2002). Idealmente, si el sistema
de seguridad colectiva abarcara a todos los Estados y si existieran plenas garantías de que
ninguno usará la fuerza ilegalmente en contra de los otros, no se requerirían alianzas de defensa (pactos o tratados de defensa colectiva), pero esto lamentablemente dista de la realidad
de poder e intereses de los Estados, en especial de las potencias principales, quienes suelen
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KAS - ESDEG
Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
intervenir unilateralmente contra otros soberanos o apoyar Estados agresivos económica,
política y militarmente.
De hecho, los sistemas de seguridad colectiva enfrentan cuatro grandes críticas. Primero,
si dicho sistema no es realmente universal y vinculante, especialmente para los Estados más
poderosos, no puede pacificar el sistema internacional, lo que sucedió justamente entre las
dos guerras mundiales (Griffiths y O’Callaghan, 2002). Segundo, los Estados miembros deben
compartir la percepción de que la paz es indivisible, por todos y para todos, y que así logra
remplazar los intereses nacionales egoístas y las políticas de balance de poder o contrapeso, lo
cual aún resulta poco factible. Tercero, son frecuentes las controversias acerca de qué definir
por ‘agresión’ y que dificultan activar o desactivar la respuesta colectiva (ideal de la Liga de
las Naciones) o el derecho a la legítima defensa (prescripción de Naciones Unidas), lo que
propicia numerosas excepciones al no uso de la fuerza (ataques directos o indirectos, violación de tratados, apoyos directos o indirectos a terceros agresores, etcétera). Y, por último, se
considera el concepto mismo de la seguridad colectiva extremadamente conservador, ya que
pretende mantener el statu quo territorial entre Estados independientemente de los conflictos
existentes y resolver todos los litigios territoriales con mecanismos normativos, además de
olvidar los conflictos territoriales que se dan al interior mismo de los Estados (Griffiths y
O’Callaghan, 2002).
Por razones como esas, las alianzas de defensa siguen estando presentes en el transcurso
del siglo XXI, y el recurso a ellas parece acentuarse a medida que se elevan la multipolarización del sistema internacional y las tensiones entre potencias y que decrece la eficiencia de
las organizaciones intergubernamentales, empezando por la ONU, para mantener la cooperación y la paz. Puede advertirse en las coaliciones que EE. UU. activa o reactiva contra China
y en la pugna entre la ampliación de la OTAN y la expansión territorial y geopolítica de Rusia
en aras de reestablecer su estatus de gran potencia principal en la era postsoviética. Incluso
pudo notarse en la coalición de países contra Al-Qaeda después del 11 de septiembre de 2001
y contra el Estado Islámico desde 2014, lo cual refleja que las alianzas de defensa también
operan contra actores armados no estatales y transnacionales.
La escuela de pensamiento idealista-liberal es una corriente que alcanza su apogeo después de la Primera Guerra Mundial y sigue vigente como óptica de análisis de la seguridad
en las relaciones internacionales. Esta corriente tiene en común con otras como el realismo
entender los Estados como los principales actores en el escenario internacional, pero, por
su parte, también concibe la posibilidad de que haya otros actores relevantes. Por ejemplo,
el liberalismo es consciente del rol de los gobiernos a nivel doméstico y su alta influencia
en la orientación que tomará la política exterior de los Estados en el plano internacional,
de manera que el desenvolvimiento de los Estados en sus relaciones con otros estará fuertemente condicionado por quién controle el gobierno (Morgan, 2007). En consecuencia, si
bien el liberalismo considera el protagonismo de los Estados, también comprende que no son
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Marco teórico y conceptual
actores necesariamente autónomos, sino que detrás de ellos cada uno de sus gobiernos tiene
intereses y perspectivas que se proyectarán al ámbito internacional junto con sus conflictos
y diferencias.
Así mismo, en el lente liberal, las diferencias entre regímenes políticos democráticos y no
democráticos, una variable doméstica, puede ser crucial para entender cómo se configuran
las alianzas de defensa y qué tan consistentes pueden ser los sistemas de seguridad colectiva, dentro de supuestos, no exentos de polémicas, como que las democracias tienen menor
probabilidad de enfrentarse directamente entre sí que los países no democráticos (Geva y
Hanson, 1999), o que tienen la tendencia a no usar la fuerza en política exterior como primer
recurso a menos que se trate de apoyar militarmente a otra democracia o coalición de democracias que se considera bajo amenaza (Mowle, 2003). Si bien estos supuestos están pensados
sobre todo para democracias consolidadas y procedimentales (por ejemplo, donde es clara la
separación de poderes públicos), más que la arquitectura política o normativa específica, lo
más determinante parecen ser las precepciones del propio régimen y del régimen del otro que
tienen los tomadores de decisión y los propios públicos nacionales (Geva y Hanson, 1999).
Este mecanismo de acción o abstención de acción militar en relación con las percepciones de
similitud o disimilitud parece funcionar al menos por dos razones. Primero, porque el efecto
sociológico de identificarse positivamente con un grupo (el in-group) y diferenciarse de otros
(el out-group), donde el tipo de régimen normalmente se asocia con unos valores y creencias
ideológicas/normativas e incluso prácticas culturales, puede generar una presión colectiva y
una presión doméstica que motivan la acción hostil contra el diferente y la constriñe hacia
los afines (Geva y Hanson, 1999). Segundo, parece que la evidencia empírica apunta a que la
mayor probabilidad de acción externa del in-group está en la defensa de otras democracias
ante una agresión manifiesta, pero puede ser mucho menor en el caso de uso de fuerza en
ausencia de un daño probado.
Figura 7. Elementos de seguridad colectiva
Fuerza disuasiva
Intereses colectivos
Seguridad
colectiva
Supresión del uso de la
fuerza entre aliados
Concepción similar de
seguridad
Fuente: autores con base en Gullo (1995).
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KAS - ESDEG
Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
Una fuente adicional de activación del mecanismo de in-group versus out-group que
habría de incorporarse para actualizar el patrón de redistribución de poder hacia actores
no estatales en el siglo XXI y las tesis democráticas de la seguridad, son la presión y el poder crecientes de las ONG de derechos humanos para motivar a actuar con sanciones a las
organizaciones intergubernamentales, potencias democráticas consolidadas y aliados democráticos, mediante el cabildeo directo con autoridades, la producción de informes, la movilización transnacional física y digital (redes sociales) y la mediatización de sus posiciones
en los grandes medios de comunicación que les son afines. Aunque usualmente las ONG no
aprueban en sí las intervenciones militares aún en graves crisis humanitarias por los efectos
colaterales que tiene el escalamiento de los conflictos sobre los civiles de cualquiera de las
partes involucradas, aparentemente ajenas a causas nacionalistas, religiosas o étnicas, sus
informes, declaraciones y estímulos a la acción pueden ser instrumentalizados por los gobiernos democráticos para reforzar la precepción de similitud o disimilitud y justificar esos
llamados al uso de la fuerza en aras del deber de protección.
Figura 8. Respuestas frente a la agresión a un Estado
Líderes
políticos
Agresión
Régimen
similar
Seguridad
colectiva
Percepciones
Defensa
colectiva
Públicos
nacionales
Régimen
diferente
Defensa
legítima
Fuente: autores con base parcialmente en Geva y Hanson (1999).
Una doble conclusión de esta forma de pensamiento, en el marco de los cambios del
actual sistema internacional, puede ser que: a) el debilitamiento de varias democracias (retrocesos en materia de derechos humanos, emergencia de líderes y partidos autoritarios o
populistas) y no solamente la presencia de miembros no democráticos en el sistema de seguridad colectiva (ONU), puede estar incrementando los problemas de coordinación y cooperación multilateral en materia de seguridad; y b) el endurecimiento interno de regímenes de
dudoso perfil democrático aunque aparenten mantener elecciones libres (por ejemplo, Rusia) y
de regímenes no democráticos bien identificados (por ejemplo, China, Corea del Norte, Irán), en
KAS - ESDEG
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Marco teórico y conceptual
contra de sus propios ciudadanos y contra los migrantes e intereses extranjeros en su territorio,
en combinación con el endurecimiento de sus políticas exteriores frente a las democracias
que los cuestionan o sancionan, parece multiplicar la probabilidad de activación y uso de
coaliciones democráticas de defensa en respuesta, lo cual eleva las fricciones.
Un gran punto distintivo del liberalismo de corte institucionalista es el cómo se enfoca
más en la supervivencia de los Estados antes que en su autonomía. Bajo este supuesto, busca
dar prioridad a temas como el desarrollo, la convivencia y la seguridad de los Estados muy a
pesar de que el sometimiento de los mismos a estas iniciativas pueda reducir su autonomía.
Dichas iniciativas de integración y la adhesión de los Estados a ellas corresponden a una
tendencia a la creación de instituciones y órganos multilaterales como forma de alcanzar
estos objetivos. Asimismo, estas instituciones cumplen un rol legitimador de los Estados, pues
la incorporación y alineación de ellos y sus políticas exteriores a las perspectivas de las instituciones y la limitación a sus propios poderes en el ámbito internacional reducen el efecto
permisivo de la anarquía al free-riding agresivo y la inestabilidad, que a futuro representarán
una amenaza para sí mismos y para otros. En este escenario, la exclusión y las sanciones son
formas de garantizar la armonía y la connatural cesión o sacrificio de la soberanía (Morgan,
2007). Sin embargo, ha habido lugar a varias interpretaciones desde el liberalismo respecto
de la reducción de la autonomía y la limitación de la anarquía en escenarios internacionales.
Por un lado, se encuentra la posición según la cual esa anarquía o exceso de autonomía no
siempre conduce a los Estados a rivalidades, por lo que no es necesariamente nociva para la
seguridad de las dinámicas entre ellos. Por otro lado, están quienes creen que este ambiente
de anarquía entre los Estados generará niveles de competencia e individualismo tales que
dificultarán de forma considerable la cooperación.
Un punto intermedio entre estas dos posturas sugiere que, en este estado de cosas, las
instituciones y los organismos multilaterales, como la ONU o la OTAN, son muestra del modo
en que los Estados pueden dejar de lado sus rivalidades de forma voluntaria. Posiblemente,
debido a un agotamiento de un entorno en permanente competencia, los Estados deciden
virar hacia alternativas más cooperativas, pues preciso es el establecimiento de instituciones
multilaterales, incluso en el ámbito de seguridad y defensa, lo que facilita la integración y
proporciona soluciones de coordinación, así como también ofrece el efecto simbólico de hacer más significativos los esfuerzos de dicha integración.
Justamente en este punto del espectro es donde se ubica la mayor parte de la literatura
liberal. La amplia defensa y promoción de las instituciones multilaterales es propia de esta
interpretación del liberalismo. Esto puede atribuirse a que estas instituciones cristalizan una
serie de arreglos y estructuras, redes, reglas y patrones de comportamiento ampliamente
aceptados, que proveen un orden coherente y racionalizado, en lo que se puede denominar
régimen internacional (Morgan, 2007). En este sentido, las instituciones multilaterales no
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KAS - ESDEG
Transición del orden mundial: impactos en las estrategias de seguridad y defensa en Colombia y la región
solo fungen como canales que facilitan la cooperación, sino que también pueden moldear
el comportamiento de los gobiernos. Esto puede ocurrir debido a la introducción de la idea
de comunidad y de reducción del individualismo en la agenda interna que, como ya se sabe,
puede estar cooptada por actores de tipo doméstico.
Otro punto transversal a la teoría liberal es cómo la seguridad no es un tema exclusivamente propio o atribuible a la agenda internacional y sus manejos, sino que, más bien, se
producen formas de interacción benigna de facto. En este punto se habla de las llamadas
comunidades pluralistas de seguridad (Adler, Barnett y Smith, 1998). Pese a que los Estados
como individuos puedan tener un gran potencial de agresión y destrucción, ello no implica
automáticamente que se perciban unos a otros como amenazas (Morgan, 2007). Así las cosas,
los Estados son tan seguros y soberanos que no se temen entre ellos. Como consecuencia,
se cree y se sostiene que, más allá de solo la integración en materia de seguridad, los intercambios de todo tipo contribuyen a un mejor entendimiento de los Estados acerca de los
otros. La interdependencia permite que se puedan ver y apreciar los intereses comunes y, así,
reducir el riesgo de conflicto y la guerra. Es por ello que, en aras de analizar los cambios del
sistema internacional, de las alianzas y de las rivalidades, cabe examinar los conflictos no
militares, por ejemplo, comerciales y tecnológicos, entre potencias y bloques, en particular
porque las medidas crecientemente proteccionistas, los litigios por patentes o incumplimientos de acuerdos comerciales, las acusaciones de espionaje industrial y vigilancia virtual no
autorizada, temas cada vez más frecuentes entre EE. UU. y China o entre algunas potencias
europeas y China, pueden detonar o intensificar las hipótesis de conflicto. Así mismo, guerras
como la de Rusia contra Ucrania han desatado una serie de sanciones internacionales de tipo
migratorio, comercial y financiero entre Rusia y los países OTAN como fuente principal de
conflicto ante la inviabilidad de involucramiento directo de la alianza noratlántica porque
Ucrania no es Estado parte del tratado de defensa colectiva, por no mencionar la transferencia de armamento, dinero y equipos a su gobierno para que resista, al considerar que se trata
de una democracia bajo agresión ilegal rusa.
Del liberalismo también desprende la afirmación según la cual esta integración y cooperación de Estados es un proyecto inacabado, donde las problemáticas son cambiantes y se
llega a entender los múltiples beneficios que la cooperación y la interdependencia pueden
implicar en diferentes esferas, entre ellas la seguridad. Por ejemplo, se genera preocupación
común en torno a temas como la crisis medioambiental, el hambre, la salud o el terrorismo,
entre otros. Esto explica parcialmente, por ejemplo, la insistencia de la OTAN por actualizarse
en un sistema postsoviético, aceptando la existencia de amenazas no convencionales y ampliando su alcance geográfico mediante partenariados con múltiples países interesados en
intercambiar estándares e información, aunque cabe la paradoja de que muchos de ellos no
son democráticos o son democracias con importantes debilidades institucionales.
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64
Marco teórico y conceptual
Por supuesto, y como ya se ha mencionado, alcanzar el objetivo de la integración riñe
con el ideal de autonomía y soberanía plenas. Así las cosas, asumir esta visión implica para
un Estado renuncias voluntarias a ciertas prerrogativas e, incluso, intromisiones forzadas en
asuntos internos que puedan adoptar comportamientos problemáticos o conflictivos, como
forma de restauración del equilibrio. Como resultado, a los Estados se les retendrá un nivel
considerable de autonomía, pero, al mismo tiempo, una amplia variedad de actores no estatales, como ONG, empresas y demás, podrán desarrollarse con más rapidez y potencial. Este
nivel de integración se relaciona e incluso justifica el crecimiento económico producto de
los fenómenos de la globalización y de la llegada a una sociedad de la información. Empero,
como lo refleja el proceso de la UE, por ahora único en su especie, la integración económica asentada en bases como el mercado interior, la moneda común y las políticas fiscal y
monetaria comunitaria parcialmente desarrolladas, no parece suficiente para propiciar la
integración de la seguridad y la defensa, áreas mucho más sensibles y aún bajo discreción de
los Estados soberanos, lo cual hace a la UE extremadamente dependiente de la OTAN y de las
iniciativas individuales o bilaterales de sus miembros. Al menos hasta que se posibilite la confección de unas Fuerzas Militares de la UE, algo que se viene discutiendo ante factores como el
declive relativo de EE. UU., la amenaza de la administración del entonces presidente Trump a
abandonar la alianza y los temores a un rearme alemán ante las amenazas geopolíticas que
se advierten en el corazón de Europa (por ejemplo, el aumento de activos militares y presumiblemente nucleares de Rusia en Kaliningrado) y sin consenso europeo para enfrentarlas.
Siguiendo esta línea, vale la pena retomar la idea de cómo la conformación de los gobiernos locales permea las acciones de los Estados en el ámbito internacional. Un ejemplo
usado por Morgan (2007) para ilustrar esto es cómo los intereses económicos, principalmente de corte interno, pueden condicionar y moldear las decisiones de los Estados respecto a la
agenda internacional. Lo que se argumenta es que las élites a la cabeza de los gobiernos de
los Estados, que a menudo cuentan con intereses económicos relacionados con la entrada y
salida de mercancías y capitales de los países, no son atraídas con frecuencia por la idea de
entrar en desavenencias y mucho menos en guerras con otros países, pues esto traería serias
consecuencias para los negocios en los cuales tienen intereses.
Otra muestra del cómo estos escenarios comunitarios logran moldear el comportamiento de los Estados son las dinámicas entre democracias y no-democracias. Lo que Morgan
(2007) argumenta es cómo se hace evidente que tendencias de los Estados hacia la democracia
pueden asegurar también la consecución de la paz, al menos entendida como la ausencia de
conflicto armado. Si un Estado se concibe como democrático y lo es efectivamente, será muy
poco probable que entre en conflicto con otro Estado, mucho menos si este otro también es democrático, pues sus valores los orientan a la paz. Sin embargo, contrario es el caso si se tratara
de dos Estados donde uno de ellos fuera una no-democracia. Esto se debe a la diferencia de
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las interacciones que tienen lugar entre Estados democráticos, que puede producir un efecto
neutralizador de la desconfianza, en el que los Estados democráticos no se perciben unos a
otros como amenazas debido al grado de cohesión logrado entre ellos.
Esa es la esencia de la seguridad cooperativa, donde se entiende que, a diferencia del
dilema de seguridad, en el que las medidas de protección que un Estado toma pueden ir en
detrimento de la seguridad de otros, se busca construir una seguridad del común, enfatizando
las aproximaciones no competitivas y el intercambio entre aliados democráticos, lo cual aumenta mutuamente su seguridad (Griffiths y O’Callaghan, 2002). Su materialización puede
darse, por ejemplo, mediante transferencia de doctrina y estándares militares, ejercicios de
interoperabilidad entre fuerzas y entre aliados, y más clásicamente, con medidas de fomento
de la construcción de confianza y seguridad (MFCS), como la elaboración y divulgación entre
aliados de los libros blancos de defensa, de modo que se transparenta lo que cada uno tiene y
para qué, y el desarrollo y la implementación de medidas no ofensivas de defensa (NOD, por
sus siglas en inglés). Sin embargo, los críticos de la seguridad cooperativa señalan que lograr
una seguridad común de alcance global requeriría la transformación misma del sistema
internacional de Estados, de modo tal que se edifiquen nuevas estructuras de gobernanza
global multinivel, incorporando todos los niveles de jurisdicción que afectan la seguridad; y,
además, que se propenda más por la seguridad humana, para evitar que la seguridad de los
Estados vaya en detrimento de la seguridad de las poblaciones civiles.
De ahí que, para la seguridad cooperativa hacia la paz, se identifiquen por inducción dos
ingredientes importantes: una democracia robusta y una economía ampliamente abierta.
Ello puede atribuirse al hecho de que, si se está en frente de una democracia saludable, los
Estados y sus respectivos gobiernos serán transparentes respecto del desempeño de sus administraciones y no resentirán intervenciones, injerencias o requerimientos de los organismos
o instituciones a los que se encuentren adscritos. Esto resulta importantísimo frente a la
premisa de que la desconfianza entre los Estados facilita la llegada de conflictos. Asimismo,
estos Estados suelen tener un mayor compromiso con la resolución pacífica de conflictos a
través de la deliberación y la discusión: es más frecuente ver países democráticos negociando
entre ellos que con otros no democráticos (Morgan, 2007).
Otra bondad mostrada por estos escenarios de cooperación es, por ejemplo, que ya no
solo hay preocupación común en temas que impactan a los Estados miembros de la comunidad, sino que también se propicia la toma de decisiones en temas como derechos humanos,
corrupción y bienestar. En vista de esto, los Estados empiezan a creer más en el valor de las
instituciones multilaterales y emprenden cruzadas para procurar la adhesión de más países
a las mismas, pues ello no solo representará un beneficio para esos nuevos adherentes o para
la comunidad, sino también para los países en sí mismos.
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No obstante, el liberalismo y el idealismo ya esbozados han sido objeto de diferentes críticas y observaciones. Por ejemplo, el liberalismo ha sido acusado de ignorar las tensiones
entre la teoría y la práctica que generan sus postulados. En los casos de relaciones de un
bloque entendido democrático como la OTAN, se discute si frente a regímenes autocráticos
debe procederse mediante el estímulo y apoyo económico para que el crecimiento los acerque
a la democracia, o si más bien deben emplearse mecanismos de presión como las sanciones.
Se presenta entonces la disyuntiva entre colaborar con estos Estados en busca de acuerdos
de control de armas o sancionarlos de tajo. Varios de los cambios distintos a la instalación
de una democracia justamente presuponen la existencia de un sistema democrático que los
legitime y afiance (Morgan, 2007).
Asimismo, el concepto de la seguridad colectiva ha sido muy atado al idealismo en las
relaciones internacionales. En este punto, la crítica radica en que, nuevamente, en teoría, la
elaboración conceptual de la seguridad colectiva no parece tener mayores fallos. Sin embargo, lo que se afirma es que, en la realidad, los presupuestos que permiten aplicar el concepto
no se presentan de la forma requerida, según lo sustenta la experiencia histórica. Concretamente, la escuela realista sostiene que es realmente complicado que los Estados subordinen
sus intereses políticos particulares a una noción del bien común. Independientemente de su
compromiso con el derecho internacional, ninguna nación puede comprometerse de forma
plena a repeler todas y cada una de las agresiones que puedan tener lugar, sin importar de
dónde provengan o contra quién se dirijan (Morgenthau, 1986, citado en Gullo, 1995).
Los escépticos de la seguridad colectiva argumentan no solo que las condiciones de aplicación de la misma muy rara vez pueden reunirse en la realidad y de forma sostenida en el
tiempo, sino que, aun siendo opuestas a la naturaleza, en el improbable caso de que se pudiese materializar, seguiría siendo un concepto idealista. Lo que se afirma es que la naturaleza
idealista del concepto no yace en las condiciones planteadas por este, ni en la necesidad de
que ellas concurran, sino en los elementos propios de un sistema de seguridad colectiva. Así
pues, Aron (1954, citado por Gullo, 1995) sostiene que estos sistemas tienden a generar una
división entre países buenos y malos, o en pacíficos y beligerantes, en el imaginario de una
paz definitiva alcanzada por el castigo a los malos y la victoria de los buenos. Por supuesto,
es precipitado e impreciso agrupar a los Estados bajo estas etiquetas o categorías, en especial
porque es muy poco probable que se trate de un sistema plenamente binario, donde las culpas puedan atribuirse a un solo lado de la ecuación (Morgenthau, 1967). De hecho, en aras
de la ‘exportación democrática’ con apoyo en el uso de la intervención militar, EE. UU. ha
propiciado o intensificado crisis internacionales y conflictos bélicos que bien habrían podido
encararse de otra manera.
Pero, por otro lado, también se considera drástico condenar moral e históricamente la
iniciativa de recurrir a la fuerza sin excepciones o atenuantes. Esto se fundamenta, entre
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otras razones, porque recurrir a la fuerza, en algunos casos, puede constituir para los Estados
la única forma de prevenir o reducir un ataque. Asimismo, porque tampoco hay autoridades
capaces de establecer de forma objetiva y razonable cuál era la alternativa pacífica a adoptar
y cuáles son los cambios pacíficos correspondientes, y mucho menos de imponer estas decisiones (Gullo, 1995). Más aún, el argumento de poder haber prevenido o al menos mitigado
los desastres humanitarios como el de Ruanda, por el genocidio entre etnias, mediante la
intervención de una fuerza armada superior a las partes y con capacidad creíble de actuar,
entre otros semejantes, es usado por los defensores del principio de la responsabilidad de proteger, otra forma de aplicación del ideal democrático que justifica la acción conjunta exterior
contra los abusos de poder, lo cual abre problemáticamente la puerta a la relativización de la
soberanía, pilar del sistema de Estados moderno desde su origen.
En síntesis, la perspectiva estratégica de la seguridad y la defensa en un sistema internacional cambiante debe contemplar los beneficios, riesgos y restricciones que se derivan de
recurrir a mecanismos de acción colectiva como los anteriormente discutidos: la seguridad
colectiva, la defensa colectiva y la seguridad cooperativa. Recordando que se precisa contar
crecientemente con los actores no estatales y los nuevos dominios de las interacciones internacionales, como el campo cibernético, en un ambiente de mayor inestabilidad, nuevas
amenazas y amenazas tradicionales reactivadas.
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