Revista Foro Cubano de Divulgación
ISNN. 2590 - 4833 (En lı́nea)
Volumen 1, No.2
Noviembre de 2018
¿Era esa, esta Cuba?
Juan C. Mosquera
Universidad Nacional de Colombia
El arquetipo del paraı́so tropical de mitad del siglo XX era la Cuba de
Fulgencio Batista, que por supuesto no era la Cuba de los cubanos. La Cuba
de los años 1950 encarnaba ese arquetipo ası́ como el dominicano Rafael
Trujillo encarnaba, y aun hoy lo hace, el del dictador tropical: guerrera
llena de colorines, galones y medallas, anteojos oscuros y el sempiterno
bigote.
Se puede formar una buena idea del “Havana Style” con ver el primer
segmento del filme soviético-cubano Soy Cuba (Kalatózov 1964); en este
se explota, también, la imagen estereotipada de la isla: paisaje prı́stino
y exuberante, habitantes inocentes, indolentes, sensuales y de alguna extraña manera sofisticados con todo y su barbarismo; pero manchados por
la mano del “gringo” insensible, inculto y abusivo. Hubo dos factores que
apuntalaron, principalmente, el arquetipo; que además es femenino. El
primero fue la campaña publicitaria para introducir la “banana” en el mercado estadounidense: la “señorita Chiquita”, un banano transgenerizado
(Soluri 2013, 259) en banana estilizada, creado en 1944 y que se insertó
en la imaginerı́a del público. Aquı́, el suave y sensual sabor de la fruta
se contrasta con su origen barbárico, una tierra de volcanes; convenientemente no se mencionaba que, originalmente, era alimento de esclavos. La
campaña publicitaria de la United Fruit Company y el éxito hollywoodense
de Carmen Miranda, la “bomba brasileña”, configuraron una mezcla explosiva. Poco importaba que la primera estuviera ı́ntimamente relacionada
con Centroamérica, y con Brasil la segunda (aunque ella era portuguesa);
esta mezcla -bananas, calipso, samba, voluptuosidad, exotismo, sensualidad a flor de piel y caos folclórico- terminó identificando, por antonomasia,
a gran parte de la América meridional incluido el Caribe, y, especialmente,
a Cuba. El otro factor fue el turismo estadounidense.
Bajo la promesa de encontrar un oasis de permisividad en medio del
puritanismo de su paı́s, cientos de miles de turistas arribaron desde los
años 1920 para desfogarse en la “Holiday Isle of the Tropics”, “the Pearl of
the Antilles”, “Paradise of the Tropics”, según rezan algunos carteles de la
época. Por unos 50 dólares entonces, unos cuantos cientos hoy, verdaderas
oleadas de turistas de clase media acariciaron el glamur de la mano de
El periodo pre revolucionario
Ava Gardner y de Frank Sinatra (Geiling 2007). También tuvieron acceso
al alcohol, al juego y a los estimulantes ilegales fabricados legalmente en
Europa, sin dejar de lado a las “exóticas” mujeres cubanas, de la mano de
Meyer Lansky y Lucky Luciano (Sáenz Rovner 2005, 103).
Soy Cuba es un valioso documento porque recoge los ambientes de la
isla cuando poco habı́an cambiado, cuando aun no estaban colapsando;
pero sacrifica la dignidad de los protagonistas en medio de su miseria para
dar lugar a un discurso empalagoso del porqué de la Revolución de 1958.
Quizás, el único acierto del filme es la historia de Marı́a. Una hermosa
¿mulata? que se ve obligada a traicionar a su pretendiente y, sobre todo, a
sı́ misma por unos cuantos dólares para sobrevivir. La violenta escena del
baile de Marı́a en un cabaret lleno de perversos estadounidenses es leı́da por
los comensales como un episodio de furiosa sexualidad de la exuberante mujer tropical. Pero, se puede leer por parte del espectador, como la catarsis
de la protagonista, la fugaz escapatoria de su asfixiante realidad. Recuerda
la conclusión alcanzada por Gilberto Freyre, Casa-grande y senzala, sobre
la sexualidad del negro esclavo en Brasil: mientras el negro necesitaba del
ritual, la danza y la música para que esta aflorara; el blanco -el amo y sus
hijos- no necesitaba ningún estı́mulo artificial para abusar de las esclavas,
su disposición era permanente (Freyre 2003, 498).
El verdadero carácter lujurioso era el del europeo; y en el caso de Marı́a,
el del estadounidense. Esa historia contradice ese cierto no sé qué atrayente,
natural, caótico y agridulce, de la mujer voluptuosa y morena tocada con
un sombrero de frutas; creada por las industrias bananera y fı́lmica estadounidenses en las primeras décadas del siglo XX. Va en contravı́a de la
asociación de Cuba con el desenfreno y el folclorismo propios del trópico,
con su sangre caliente y el discreto encanto de la decadencia condensados en
el anuncio del famoso filme Sarumba (Gering 1950). . . “A fast and furious
fiesta”.
Indagar sobre lo que castiga y lo que premia una sociedad, real o imaginada, es una forma de aproximarse a su carácter. En ese sentido, la pretendida búsqueda revolucionaria del “hombre nuevo” ofrece luces sobre lo
que pudo ser la Cuba de los años 1950; por debajo de la capa diseñada
para el consumo de las masas, comunistas o capitalistas. Al margen de la
cruel represión y de la fuerte censura polı́tica del régimen del dictador, y
al margen de la perversa distribución de la riqueza –el 40% más rico de la
población concentraba el 80% de la riqueza y el 40% más pobre el 10%,
el desempleo oscilaba entre el 10 y el 20% (Federal Research Division of
the Library of Congress 2002, 121)-, la Cuba prerrevolucionaria albergaba
un cuerpo social bastante liberal; si se lo compara con el carácter moralista de la Revolución de 1958 que se evidencia en la postura frente a la
prostitución, el juego, el alcoholismo y las fiestas.
Juan C. Mosquera
El articulado de la Ley Fundamental de 1959 no anuncia un rediseño
del individuo en el molde del “hombre nuevo”, excepto por los artı́culos
24 y 25 sobre confiscación de bienes y pena de muerte a colaboradores
de la dictadura de F. Batista, tiene más bien un aire liberal. En tanto
documento de transición, quienes promulgaron esa ley no podrı́an haberse
dado licencia para chocar radicalmente con una cotidianidad permeada de
tolerancia, de ahı́ su carácter. Posteriormente el nuevo régimen adoptó una
posición radical, claramente opuesta al espı́ritu de esa primera norma.
Si se acepta el supuesto de que la tolerancia a fenómenos sociales que
refieren a la expresión de la sexualidad es un termómetro válido para indicar el grado de conservadurismo de un cuerpo social; y si se acepta que
una revolución es un cambio brusco de las estructuras. . . entonces, la especial persecución revolucionaria al homosexualismo, a la prostitución -cuyos
principales clientes eran los jóvenes cubanos- y al concubinato muestra que
ese cuerpo social, sobre el que gobernó el nuevo régimen revolucionario
desde 1958, era tolerante, valga la redundancia, con el homosexualismo, la
prostitución y el concubinato. La persecución revolucionaria a esas conductas expresada en declaraciones de prensa, discursos, matrimonios masivos
y hasta en campos de concentración eufemı́sticamente llamados de “reeducación” (Olivares 2013, 9) era un fenómeno nuevo en el paı́s. A pesar
de la profunda huella de exclusión social y económica que deja un sistema
esclavista, la interacción sexual, lı́cita o no, se puede interpretar como un
canalizador hacia una suerte de integración entre los diferentes sectores
socio-étnicos.
En las sociedades hispánicas, en las que el principal ingrediente es el
mestizaje casi por definición, lo que realmente define la variopinta “blancura” es el lugar social, muy a pesar de la pretendida división étnica de sus
integrantes. Ası́, lo que desde el arquetipo tropical y desde la Revolución
se calificarı́a como libertinaje y laxitud de costumbres, se puede interpretar
más bien como “mediación flexible de anomalı́as” (Stern 1999, 144). Lo
que sucedı́a en la Cuba de mitad de siglo XX, con una población confinada
en un espacio geográfico reducido, era la expresión de un proceso histórico,
espontáneo e involuntario, de desgaste de las distancias formales impuestas
por la rı́gida estructura social y la distribución de los medios de producción
impuestos desde el siglo XVI. Uno de los elementos de ese proceso era la
tolerancia, soterrada o no, a esos comportamientos.
Aún hoy, miles de turistas buscan aventura sensualista en una isla pauperizada, habitada por una Nomenklatura caribeña y una población de
profesionales, empleados, campesinos, estudiantes y un gran etcétera de
actividades a las que se dedica la mayorı́a que busca cómo sobrevivir a
través de la informalidad. La promesa del paraı́so en medio de las hermosas
“jineteras”, de divertidos cantantes y bailarines, de los hoteles formales, y
El periodo pre revolucionario
los hostales que no lo son, y del inmenso poder adquisitivo del dólar en
medio de un deprimente panorama económico parecen continuidades de
aquel mundo imaginado anclado en la mitad del Caribe. Los más de 5000
profesionales de la salud -no cantantes y “jineteras”, sino profesionales de la
salud- que en 2014 desertaron a través del programa “Más Médicos” (Valle
2018), auspiciado por la Organización Panamericana de la Salud, y los más
de cinco millones de turistas que espera el gobierno en 2019 (Bustamante
Molina 2018) son apenas dos datos que recuerdan, también hoy como en
aquellos años, que la inmensa mayorı́a de la población de la isla no vive en
un paraı́so tropical.
Al parecer, la Revolución no solo ha logrado pauperizar aun más a
la población, sino que la ha vuelto reaccionaria. El rechazo de las iglesias evangélicas al artı́culo 68 de la Constitución que se votará en febrero
próximo (Sánchez-Vallejo 2018), y que abre la puerta al matrimonio igualitario, apunta a que aquella vieja tolerancia cotidiana prerrevolucionaria
también ha sucumbido ante el empuje de una Revolución “sin fin” que pretende que todos los habitantes piensen igual, de forma autoritaria. Aquella
imagen maniquea de los años 1950 no solo parece no haber fenecido, sino
parece que, irónicamente, es lo único que le queda a los cubanos. . . algo
que no fueron y no son.