La balsa de Caronte.
Imágenes, procesos
editoriales y apropiación
en Los graduados de
Kafka*
Charon’s Boat.
Images, editorial strategies
and Appropriation in Los
graduados de Kafka
Alexandra Saavedra Galindo**
Universidad Nacional Autónoma de México – UNAM
DOI: http://dx.doi.org/10.15648/cl.28.2018.3
*
Este trabajo hace parte de la investigación posdoctoral «Ruptura genérica en la literatura latinoamericana contemporánea (siglo XXI)», que se realiza con el apoyo del Programa de Becas Posdoctorales de la Coordinación
de Humanidades de UNAM, en el Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe.
Recibido: Marzo 22 de 2018 * Aprobado: Abril 13 de 2018
Cómo citar este artículo: Saavedra, A. (2018). La balsa de Caronte. Imágenes, procesos editoriales y apropiación
en Los graduados de Kafka. Cuadernos de Literatura, (28), 35-54. DOI: http://dx.doi.org/10.15648/cl.28.2018.3
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Resumen
Abstract
En este trabajo se estudian las características particulares del proyecto editorial y literario que, desde 1985, viene desarrollando Ediciones Vigía. La reflexión
se centra en el análisis de la obra Los
graduados de Kafka (2008), del autor
cubano Jorge Ángel Hernández Pérez,
por medio de la cual se exploran y discuten las características artesanales y
los componentes artísticos que otorgan
una intensidad dramática al contenido
del libro. Se discuten aspectos paralelos
como la apropiación, la forma en la que
los libros del artista demandan una relación diferente de sus lectores, la distribución y elaboración de libros artesanales
y el papel particular que, en este caso,
tiene la intervención del editor y los diseñadores. Asimismo, se reflexiona sobre
las referencias cruzadas entre lo que
se denomina «kafkiano», los elementos
intertextuales y el mundo en el que se
desarrollan los relatos que componen la
obra de Hernández Pérez.
The characteristics of the publishing and
literary designs that Ediciones Vigía has
been developing since 1985 are studied
in this paper. Reflection focuses on the
analysis of the work Los graduados de
Kafka (2008), by Cuban author Jorge
Ángel Hernández Pérez. The craftsmanship and artistic elements that bring
about a dramatic intensity to the content
of the book are analysed and explained.
Parallel aspects such as appropriation,
the way in which the artist’s books demand a different relationship of their
readers, the distribution and elaboration
of artisan books, in Cuba and beyond,
and the particular role that, in this case,
has the intervention of the editor and the
designers are taken into account. The
paper pays attention as well to the cross
references of the term «Kafkaesque»,
and to the intertextual elements and the
world in which the stories that make up
the work of Hernández Pérez take place.
Key words
Palabras clave
Editoriales artesanales, intertextualidad,
Kafka-Munch, apropiación, literatura cubana.
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Artisan publishers, intertextuality, Kafka/
Munch, appropriation, Cuban literature.
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Publicado en la editorial cubana Ediciones Vigía (mayo 2008), Los graduados
de Kafka, de Jorge Ángel Hernández Pérez, permite al lector disfrutar de una
obra cuyo sentido no se halla exclusivamente en lo escrito, en la narración de los
quince relatos que la conforman. Trascender el sentido recto de las palabras es la
praxis habitual en el dominio de la experiencia literaria, pero la forma en la que el
sentido se modifica, se corrige, se amplía es siempre relevante. Es importante que
no dejen de considerarse, en este caso, los elementos paratextuales de la obra y
la materialidad del objeto. Los graduados de Kafka es un libro que pertenece a la
Colección Trébol, de la editorial antes mencionada; se trata de una colección que
se define por el trabajo colectivo de diseño que el equipo de la editorial lleva a
cabo y que, para cada una de las obras que editan y publican, concluye en un libro
que puede ser calificado, simultáneamente, como un producto industrial y como
una pieza artesanal, única. Para este título, Los graduados de Kafka, el trabajo
central de edición fue cuidado por Laura Ruiz Montes, y las ilustraciones, diseño
y caligrafía, a su vez, estuvieron a cargo del diseñador principal de la editorial,
Rolando Estévez. Estos datos, siendo, como lo son, principales, en cualquier tipo
de libro, en los libros de Ediciones Vigía son especialmente importantes, porque
una parte del valor y el sentido de la obra se halla vinculada a la forma material
en la que aquella se presenta a los ojos del lector. Gran parte del sentido y concepto de los libros de esta editorial depende de un equipo de realización que, para
Los graduados de Kafka, alcanzó la alta cifra de diecinueve personas.
Los graduados de Kafka es una obra que cuenta con ciento treinta y cinco páginas numeradas; los márgenes de la caja fueron adornados con serigrafías realizadas por Guillermo Rojas, para los que, al igual que en la portada, las páginas
de los créditos legales, así como en las páginas plegables, añadidas al final de
los relatos, se llevaron a cabo «apropiaciones de la figura principal del cuadro El
grito, de Edvard Munch». La imagen del conocido cuadro de Munch se repite
a lo largo de la obra y otorga una oportuna intensidad dramática al texto escrito
por Hernández Pérez. Además, esta imagen funciona como texto visual que hace
presente, a lo largo de todo el libro, un sentimiento de angustia y desesperación
que también pertenece a los relatos. Como el estribillo en la poesía, la repetición
del motivo gráfico da fuerza insistente al sentimiento expresado. Bien se ve que
no se trata solo de añadir una ilustración al texto, sino de enlazar la palabra con
su subrayado visual; un subrayado que busca crear un ritmo propio, como de
contrapunto musical, para hacer, respecto de los sentimientos provocados por el
texto, respecto del sentido de la lectura, correferenciales la imagen y la palabra.
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Otros elementos que llaman la atención en Los graduados de Kafka son, por
ejemplo, la paginación del texto, que ha sido ubicada en la parte inferior de la
caja, al interior de la serigrafía de unas barcas, con las que no solo se remite al
contenido de algunos de los relatos, sino que se relacionan con la barca que, a su
vez, se halla en la portada del libro y cuyo nombre se aprecia marcado a su costado derecho: Metamorfosis. Parecería que la barca Metamorfosis fuera, página
tras página, una metáfora de la propia lectura: la lectura como travesía por una
mar alterada y como cambio propiciado por el acto de leer. La lectura misma se
concibe como viaje y como metamorfosis. Asimismo, en el interior de la barca
de la portada viajan tres figuras desesperadas del personaje de El grito, hechas
con cartón, a las que acompaña un sujeto misterioso, con lentes, que lleva un
paraguas de tela y sobre el que se ve un dorado relámpago que parece preparar
al lector para la tormenta que encontrará en las páginas del libro. Además, en la
cuarta de cubierta, hay una balsa sobre la que parece viajar una lámpara de gas
que está atada, con dos hilos y un trozo de lana, por una de sus asas, a un clavo
de la balsa; por último, un paraguas, de cartón, protege la cálida llama que arde al
interior de la lámpara. Las imágenes invitan, en cualquier caso, a una interpretación alegórica. Lo cual acaso no sea del todo diferente respecto de lo que ocurre
en el mismo texto. Pero la alegoría de la lectura es solo uno de los elementos que
poseen la llave de la interpretación de la obra. Pues se trata de la alegoría de la
lectura de La metamorfosis, el relato de Kafka.
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El libro es una intervención, inagotable en la variedad y abundancia de sus sentidos, sobre la materialidad del objeto: el diseño de las páginas, la encuadernación,
la tipografía, el papel, las imágenes, la maqueta, el color. Hay, incluso, desplegables, materiales exentos y adornos en la cubierta de esta edición, que pueden
ir pegados, y que son el fruto de un acabado artesano. No es del todo nuevo
este tipo de libros que, en cierta forma, son anti-industriales y post-industriales;
este modo de producción y de creación se enfrenta con una industria que hace
suya, simultáneamente, la uniformidad y la individuación. Son conocidos los
intentos de ciertas editoriales europeas y americanas del siglo XIX que pretendían resucitar el presunto e inexistente arte medieval de las ediciones impresas y
rememoraban en sus páginas, en la calidad del papel, en las decoraciones, en la
encuadernación, una equívoca imagen artesanal que se reproducía por millares
en las prensas. La producción bibliográfica medieval se evocaba en productos
que recordaban aquel mundo perdido de la artesanía, pero lo hacían en el mundo
de la producción industrial, un mundo que solo conocía la producción uniforme,
mucho más barata, pero de poco valor material. Por supuesto, las producciones
editoriales modernistas se simplifican en esta descripción, pero se trata de tener
una referencia, aunque sea remota, de una forma de edición a la que Ediciones
Vigía no es completamente extraña. Sin embargo, no son así las cosas en este
libro ni, en términos generales, lo son en las Ediciones Vigía. Los materiales empleados para la elaboración de los libros son materiales comunes, son restos de
telas, cartones o redecillas sin uso específico o son telas de poco o ningún coste.
No aluden a un mundo de lujo y abundancia, sino a un concepto más querido al
mundo contemporáneo, al mundo del «reciclado», y así se le deja saber al lector
en el colofón del libro:
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Para su confección se usó papel blanco, papel craff, cartulinas
bristol y guarro, satén negro, hilos diversos, así como impresiones serigráficas en el fondo y forro de cubierta y en las complacencias inicial y final, realizadas por el serígrafo Guillermo Rojas,
en nuestro pequeño taller RIOMAR. (Hernández, 2008, Colofón)
El mismo papel no es un papel que se defina por la calidad de la materia prima,
por su bajo grado de acidez o por su alto gramaje. Es un papel común y corriente,
«papel blanco», que cumple con su función elemental de no transparentar las
páginas pares en las impares ni las impares en las pares. También «papel craff»,
vale decir: «papel de estraza» o «papel kraft». Acaso una de sus características
salientes de estas ediciones resida en el acabado, que es propio y específico de
cada libro. Lo es, especialmente, en las cubiertas, porque para cada ejemplar
puede ser diferente, puede llevar colores propios o puede incorporar materiales que se adhieran a las superficies de la cubierta de manera manual, uno a
uno. Las obras de Ediciones Vigía recuerdan, visualmente, proyectos artísticos
únicos, como los de Joseph Cornell, quien para elaborar cada una de sus cajas,
seleccionaba, juntaba y organizaba materiales diversos, muchos de ellos hallados
por azar durante sus paseos o elegidos de los desechos que el mar regresaba a la
orilla de Coney Island. Recuerdan también, como puede apreciarse, una actitud
que tiene asimismo relación con el arte povera.
Los libros de Ediciones Vigía pueden, como parte de la obra, incluir materiales
exentos, cuya función es o puede ser la de convertirse en marcapáginas, pero
que no dejan de tener una asociación privilegiada, complementaria, explicativa,
alusiva, respecto del contenido de los textos. En la obra que aquí se describe, Los
graduados de Kakfa, ese material extra, único, tiene forma de tridente y, como
se ha señalado, puede desempeñar, perfectamente, las funciones de un marcaC
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páginas. Pero la horca de tres puntas de cartón, sobre cuyo astil va impreso el
título del libro, no solo ha sido añadida como un elemento complementario a
la obra. Por el contrario, desde la portada, en donde una de las imágenes de El
grito la sujeta con una mano y la usa a manera de remo o como se llevaría si quisiera usarse para la pesca, su presencia se vuelve una constante que contribuye
al sentido trágico de los relatos. En la última página desplegable, por ejemplo,
dos de las tres representaciones de El grito lo toman con una mano hiriendo a
la figura vecina, mientras con la otra, mantienen la expresión de terror, sorpresa
y desesperanza que ha hecho famoso al cuadro. También podría ser, sin duda,
un tenedor, un ‘instrumento de mesa en forma de horca, con dos o más púas y
que sirve para comer alimentos sólidos’. En el libro, los alimentos serían inmateriales, intelectuales. En todos los casos, es importante notar que su presencia
recuerda al que siempre se reproduce en manos de Neptuno, el dios de los mares.
Un elemento que puede interpretarse como herramienta de pesca, es decir, de
trabajo, pero también como arma y, en fin, también como el instrumento con el
que pacíficamente se atiende a las necesidades de la alimentación. Los cubiertos
de mesa, es bien sabido, mantienen una extraña ambigüedad con su entorno. No
es tan inmediatamente perceptible el componente agresivo, perteneciente al conjunto de armas de guerra, del tenedor, pero sí lo es en el cuchillo, cuyo peligro y
amenaza son inmediatamente evidentes incluso sobre la mesa.
Pero, más allá de la descripción material, se desprende de esta que lo que buscan
los creadores de la editorial es elaborar el objeto único en el que se combina la intervención particular de cada ejemplar con la producción individual de las partes
fijas, las partes no modificables del proceso. Es en este punto de unión en el que
el sentido de la intervención alcanza su momento significativo. Cada ejemplar
participa, a modo de metáfora de la propia lectura, de elementos comunes a todos
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los ejemplares y de elementos creados de forma individual y particular para el
libro concreto que llegue a las manos de un lector. A este lector se le hace consciente del hecho de que algunos de los elementos de su lectura, por infinitesimales que sean, son privativos, particulares, son suyos propios y de nadie más. Se
deberán a algún rasgo que solo pertenece al objeto material que sostiene en sus
manos mientras dura el proceso de lectura. Igualmente, desde el otro extremo del
proceso, se le recuerda que no hay dos lectores que sean idénticos entre sí, que
la lectura, siquiera sea infinitesimalmente, también diferirá inevitablemente entre
lectores diferentes. Téngase en cuenta que ninguna de las publicaciones de Ediciones Vigía cuenta con más de doscientos ejemplares, lo que no solo convierte
los libros en joyas artesanales, sino que las arropa con un abrigo de exclusividad
más próximo al estilo de los coleccionistas que a los lectores habituados a la
uniformidad de la imprenta.
Cuando se habla de los elementos paratextuales de una obra, pocas veces se presentan con tal abundancia y con la calidad que hace de su presencia algo más que
un acompañamiento explicativo marginal o un apoyo ornamental. En Ediciones
Vigía, en este caso concreto, estos elementos van de la mano del sentido íntimo
de los textos editados. Aunque no pierdan aquellos su poder explicativo u ornamental, son otra cosa y son algo más, forman una unidad con el texto editado.
Sería fácil imaginar cualquier obra literaria editada por una u otra casa editorial,
pero es muy difícil, por no decir imposible, imaginar los textos de Los graduados de Kafka, por ejemplo, publicados en otro formato, con otras características,
con otra encuadernación o con otras ilustraciones. El objetivo editorial se halla,
plena, satisfactoriamente, conseguido. Y esa integración no es sino una muestra
incontestable de la eficacia y oportunidad de la intervención artística en la obra
literaria. Como en el signo lingüístico, el significante no es solo un vehículo en el
que le llega al hablante el significado, es también parte del sentido.
II
Así como la forma material de Los graduados de Kafka, sus elementos paratextuales, prepara al lector para el contenido de la obra; el contenido, a su vez,
convida al lector a regresar a la forma material del libro. En el primer relato, por
ejemplo, el lector asiste al proceso de formación, graduación y desarrollo profesional de un «graduado de Kafka», en cuyo trabajo se reconocen los sentimientos
de sorpresa y miedo que expresa el óleo El grito, de Edvard Munch.
«Los graduados de Kafka», el relato que da nombre al libro, narra la experiencia
de un estudiante que ingresa en una escuela para ser escritor, una escuela de creaC
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ción literaria. No se trata, en este caso, de un programa al estilo de los programas
académicos de Escritura Creativa, que han ganado popularidad en los últimos
años, sino de un programa universitario en el que se prepara a los estudiantes
para ser un tipo de escritor concreto. De la escuela, sin embargo, se dice poco
dentro del relato. El lector presencia, a través de unas cuantas líneas, el primer
día de clase y el día de la graduación, por medio de los cuales, el narrador deja
saber que hay graduados que se han formado para ser Ernest Hemingway, Marcel Proust, Mallarmé, Rimbaud, T. S. Eliot y Octavio Paz, entre otros autores.
Todos ellos son autores, significativamente, cultivadores de diferentes formas
de renovación y experimentalismo en las artes de la escritura. El personaje en el
que se enfoca el relato es, como lo indica el título, uno del grupo de los que se
gradúan de Kafka. Y los graduados de Kafka, según se explica, son los menos.
El programa para ser Kafka tiene «poca matrícula, alta deserción y varios insuficientes en la calificación final» (Hernández, 2008, p.8). Los graduados, los que
han perseverado y han concluido los estudios, no obstante, logran ser exitosos,
han aprendido con destreza a ser Kafka y aceptan con entereza las condenas que
se les imponen. Los graduados de Kafka son unos resignados, son como dolientes permanentes, son unos sufridores de profesión, son Kafka. El relato concluye
mientras se lleva a cabo lo que parece ser un proceso judicial, en un castillo, al
que el personaje Kafka ha sido sometido por más de un año y, paradójicamente,
posee un aire de interrogatorio en un hospital psiquiátrico, lugar que el graduado pensaba haber evitado al conseguir responder, gracias a su título, al nombre
de Franz Kafka. Las preguntas buscan una «metamorfosis» para convertir a los
«decadentes Kafkianos» (Hernández, 2008, p.11) en seres de nuevo útiles para
la sociedad.
El relato de Jorge Ángel Hernández Pérez deja ver con sencillez una de las premisas tradicionales de la ortodoxia moral marxista. Son esos graduados de Kafka
los colaboradores pasivos del capitalismo. La lectura de Kafka que hace el escritor cubano es, sin duda, reduccionista, porque Kafka habla de la condición
humana, pero, en el programa en el que los escritores se gradúan como Kafka, se
restringe la experiencia de la humanidad a la experiencia de Kafka bajo el capitalismo. No es que Kafka, el personaje de este relato, diga nada sobre la condición
humana, sino que todo lo que dice, su obra, hay que entenderlo desde el punto
de vista de la crítica anticapitalista. Que el autor, Kafka, acabe convertido en
un anticapitalista es una de las alegorías de la obra. Y se solicita de los lectores,
quienes hayan pasado por la experiencia de la lectura de Kafka, que hagan el
recorrido inverso en su experiencia literaria, que dejen atrás el Kafka representado en el grito de Munch y vuelvan a ser individuos integrados en la sociedad
y dispuestos a colaborar en ella con quienes quieren desterrar la pasividad, la
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resignación, el dolor narcisista. La alegoría se convierte en un llamamiento a la
acción revolucionaria transformadora. La obra brinda también una lectura muy
firmemente anclada en los años sesenta, lukácsiana, pues se trata, sin duda, de
una lectura de cuando se invocaba el poder transformador de la sociedad comunista. Un poder que alcanza todas las esferas de las agencias de intervención del
Estado. Hay un elemento que apunta en la dirección de la integración orgánica
de los saberes en la sociedad. Bajo el capitalismo no se enseña nada de valor,
pues lo único que puede enseñarse en esa escuela de literatura, donde los graduados son representantes acabados de la ideología de la pequeña burguesía, es
a ser una forma u otra de obediente funcionario del capitalismo. Como todos los
programas políticos a los que impulsa una ideología que tiene uno de sus fundamentos en la fe, se invita a quien ha sufrido la metamorfosis inversa, a quien se
ha des-graduado de Kafka, a que se convierta en el miembro útil de una sociedad
cuya perfección nunca se alcanzará y cuyas deficiencias serán consecuencia de
agentes externos o de la deficiencia de la voluntad de cada individuo. El paraíso
será la construcción del paraíso.
Debe tenerse en cuenta que esta lectura, esta forma de decir Kafka, cae sobre un
terreno en el que ya habían florecido en otros tiempos las plantas de la polémica y
la interpretación en las letras cubanas. En el interesante artículo de I. Garbatzky,
«La supervivencia de las cucarachas. Kafka en Cuba a finales del siglo XX», se
repasa la recepción de Kafka entre los escritores cubanos de finales del siglo pasado. La conclusión lleva a la autora a pensar en un discurso cuyas propiedades
permitan asimilar y hacer creíble a Kafka dentro de una política cuyo horizonte
es el de la emancipación revolucionaria. En este sentido, debe haber un Kafka
apto para incluirlo en la dialéctica de ese proyecto, un Kafka domesticado y
puesto a trabajar en beneficio de un proyecto común sin fisuras ni contradicción.
Decir Kafka resulta una manera de poner en forma, mediante
la escritura, un acento sobre el cuerpo, un desbaratamiento de
los límites del Hombre hacia lo otro: animal, insecto, emigrante.
Y, acaso, desde esa alteridad, una vuelta a pensar lo común.
(Garbatzky, 2017, p.65)
La ingenuidad de querer recuperar a Kafka de esta forma la hace evidente el
hecho de que la alteridad radical del autor checo se reconstruya sin cesar, por
ejemplo, en la forma en que la alteridad se desplaza desde los nuevos centros
de gestión de la biopolítica y sus administradores locales a quienes en el relato
de Pérez Hernández se identifica como los nuevos otros, vale decir, como los
«graduados de Kafka», a quienes se expulsa del proyecto común, porque no hay
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forma en que la diferencia y alteridad de Kafka no hagan imposible ese idealizado «pensar lo común». Desde el punto de vista que se establece en el trabajo
de I. Garbatzky, el relato de Pérez Hernández se lee no como una interpretación
crítica de Kafka, sino como un ajuste de cuentas entre quienes creen en las presuntas virtudes de un autor que puede incorporarse al horizonte de los objetivos
de la emancipación y quienes niegan esa posibilidad, porque Kafka representa la
seducción de un mundo cuyos valores están esencialmente contaminados desde
su matriz ideológica y, por tanto, corrompidos. En todo caso, catecismo y pedagogía son los términos dominantes de un relato cuyos recursos apelan con más
frecuencia a la exhortación que a la interpretación.
Conviene detenerse un momento, una vez más, en la portada, en la cuarta de
cubierta y en las imágenes que se multiplican en el interior de la obra. Incluidas
entre las imágenes todas esas barcas que señalan, página tras página, el curso de
la lectura. En un país, Cuba, al que se ha asociado con las tragedias de los balseros, se sabe que la voz balsero, en la acepción número dos del diccionario de
la RAE, es en ‘el Caribe, persona que intenta llegar en balsa ilegalmente a otro
país’. Acaso el misterioso caballero de lentes redondos, protegido los rayos de
oro que se ciernen sobre él mediante un frágil paraguas e indiferente o impasible
ante el horror del coro trágico de asombrados y doloridos gritadores de Munch,
sea el graduado de Kafka, que, ante el asombro de sus compañeros de la tripulación, se dirige a una tierra prometida en la que aspira a una vida insertada en el
decoro pequeño burgués de clase media. El «graduado de Kafka» y los gritadores
de Munch se contaminan con las propiedades de Caronte, el encargado de transportar las almas tras la muerte, pues el tridente y la lámpara suelen hacer parte
de los elementos característicos con los que, dentro de la tradición pictórica, se
acostumbra representar al barquero del Hades. El país de Kafka es el país de las
promesas, el país de la muerte. Y sus compañeros de tripulación evocan ya en
sus rostros la calavera de la muerte, el estupor de la llegada a una tierra que no
es ni mucho menos la tierra prometida, sino el inframundo. Desde este punto de
vista, la alegoría se descose en su tosquedad propagandística, pero deja al lector
preparado para nuevas sorpresas en un texto que desborda ampliamente el sentido original de su creación.
Los elementos paratextuales son de nuevo importantes. El libro, Los graduados
de Kafka, es un objeto de lujo, en EE. UU. Se custodia en museos y en colecciones de bibliotecas, y en Europa algunos ejemplares pueden llegar a costar siete u
ocho veces lo que suele costar un libro de, incluso, algunas editoriales independientes, con lo cual se cumple la profecía implícita de que bajo el capitalismo
se verá el libro no como portador de un mensaje revolucionario, sino como un
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objeto estético coleccionable, un objeto bello, ajeno a su contenido de cuestionamiento de las injusticias y desigualdades en el mundo, ajeno a la denuncia de
la condición de la humanidad degradada bajo las formas de dominación y propaganda del capitalismo. En Cuba, sin embargo, el libro, sigue siendo bello, pero es
también funcional, barato, su público comprador objetivo es el de la clase trabajadora. El nacimiento de la editorial, Ediciones Vigía, está ligado al denominado
«Período Especial», el período de los primeros años de 1990, tras el derrumbe
de la Unión Soviética, que sumió a Cuba en una profunda crisis económica. Y el
material, la pobreza de los elementos físicos con los que está elaborado el libro
dan cuenta de esta crisis. Que el papel sea de ínfima calidad obedece al hecho de
que inicialmente las obras se imprimieran, por la escasez de un papel de mejor
calidad, sobre papel de estraza, el mismo que en el comercio se utilizaba para
envolver el género. El aviso del colofón, «papel blanco», revela algo más que
una información inconcreta, pues el papel del libro no es gris o de color café. La
propia impresión de Ediciones Vigía no era tal inicialmente, sino mimeografía,
que, combinada con la porosidad y mala calidad del papel, hacía que las ediciones no tuvieran la calidad o nitidez deseables. El valor añadido del libro, su
plusvalía, nace de dos hechos, de la metamorfosis de unos materiales pobres, a
los que hace interesante su escasez en el mundo; y del uso creativo, artístico, de
unos acabados que convierten a cada obra en una pieza única. Estos dos hechos,
junto con las tiradas limitadas de la editorial, que, como se ha señalado, suelen
alcanzar los doscientos ejemplares, los han convertido en tesoros bibliográficos
para los coleccionistas. Es, sin duda, irónico, una ironía prevista oblicuamente en
el texto, pero es, además, paradójico que unos textos que avisan del cambio de
las condiciones en el mundo del capitalismo se hayan convertido en objetos a los
que se priva del filo hiriente de su mensaje y se valoren de forma exclusiva como
bellos objetos de coleccionista.
Si se comparan los libros de Ediciones Vigía con los producidos, por ejemplo,
por la editorial argentina Eloísa Cartonera, un proyecto editorial de similares características, en relación con los elementos con los que son elaboradas las obras,
se hace visible que, aunque los dos proyectos editoriales nacen en medio de situaciones sociales, económicas y de producción similares, es el resultado lo que
los diferencia y distancia. Eloísa Cartonera surge en 2003, en el popular barrio
de La Boca, en Buenos Aires, por iniciativa de los escritores Washington Cucurto, Fernanda Laguna y del artista Javier Barilaro. Fundado como un proyecto
«“social, cultural y comunitario”, en el que los artistas, escritores y cartoneros
colaboraron en la producción de libros hechos con cartón reciclado y de páginas
fotocopiadas de textos de autores de renombre y vanguardistas» (Bilbija, 2015,
p.92). La editorial daba un nuevo trabajo a los recolectores de cartón quienes,
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además de recolectar y vender la materia prima para la elaboración de las obras,
pintaban a mano las portadas y se vinculaban de este modo al mundo editorial.
Eloísa Cartonera fue una iniciativa pionera, que sirvió como referente de trabajo
comunitario y que, a su vez, cuestionó las formas de producción, valor y distribución de los libros. Además, sirvió de impulso para la creación de otras editoriales
cartoneras que, años más tarde, se conformarían en toda América, Europa y África: Sarita Cartonera, en Perú; Yerba Mala y Mandrágora, en Bolivia; Animita, en
Chile; Karu Kartonera, en Finlandia; Babel Cartonnière, en Francia; La Verónica
Cartonera, en España y Kutsemba Kartão, en Mozambique, entre muchas otras.
Sin dejar de entender el libro como un producto, Eloísa Cartonera produce libros
que «tienen en común su tosco aspecto físico: portadas hechas del cartón reciclado y pintadas a mano con témpera, grapadas las páginas interiores, fotocopiadas
o producidas en impresora casera y pegadas a la cubierta. Sus tiradas son limitadas y dependen de la demanda» (Bilbija, 2015, p.94). Esto último es significativo
porque, si bien la forma de producción manual, artesana y económica de los
libros, siendo sus formas de factura similares a las de la elaboración de los libros
en Ediciones Vigía, los producidos por Eloísa Cartonera exponen sin pudor ante
el lector la pobreza de los materiales que los constituyen. Y si bien, en ambos casos, no reciben subvenciones del gobierno, financiación o apoyo del Estado, los
libros de Eloísa Cartonera siempre mantienen su propósito de divulgar cultura a
bajo costo. Ksenja Bilbija, en su estudio sobre editoriales cartoneras, insiste en
que el proyecto editorial de Eloísa Cartonera
[…] hace hincapié en la comunicación social y la producción de
un libro no solo vendible, sino también comprable. No hay conteo
de los números de ejemplares producidos, pues publican copias
según la demanda y el éxito de venta. La impresión que tienen
los libros cartoneros y la que tienen los vendedores en las calles,
ferias, manifestaciones políticas y protestas sociales es que el
libro de César Aira ha superado mil ejemplares y que el libro
para niños de Ernesto Camilli se vende tan bien que casi ha alcanzado el estatus de un best seller. Sin embargo, como no les
importa llevar estadísticas, siguen imprimiendo los libros que se
venden, siguiendo así la demanda directa del mercado. (2015,
p.96)
Si hay, comparativamente, una editorial cartonera con la que Ediciones Vigía
puede tener más cercanía, es con La Cartonera de Veracruz – México. En ambos
casos la factura es manual y artesana, con elementos de bajo coste y con portadas
de cartón, pero los editores cubanos, para la producción de sus libros, no vinculan
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a los recolectores de cartón; además, las ediciones son numeradas y limitadas; y,
en fin, el valor con el que los libros se distribuyen en el mercado puede llegar a
alcanzar cifras tan elevadas que las obras terminan convirtiéndose en objetos de
lujo, propios del mundo del coleccionismo bibliófilo.
Acaso este hecho, el que un producto que nace para satisfacer una demanda social a la que se une la penuria de los medios económicos se convierta en un objeto
atesorado por coleccionistas indiferentes al mensaje que tanto el objeto material
como el contenido de los libros hacen explícito, sea una de las paradojas de
un mundo en el que las formas de oposición, disidencia o crítica, canalizadas a
través de la cultura, terminan integradas en discursos que al absorberlas las neutralizan. El coleccionismo vulnera la plenitud del sentido del arte al convertir el
objeto artístico de forma exclusiva en objeto artístico. Alejándolo de sus compromisos y encerrándolo en lugares donde solo puede ser objeto de contemplación.
La reducción de la obra a un mundo en el que solo se privilegia la observación
diluye el mensaje crítico y lo vuelve inocuo.
A diferencia de sus ilustres parientes en otros lugares del mundo, Ediciones Vigía
hace explícita y la convierte en símbolo de su producción la deliberada y consciente voluntad artística. Los libros de la editorial cubana ponen el énfasis en el
proyecto del diseño artesano-industrial, y señalan de forma inequívoca su deseo
de figurar como representantes de un modo de crear arte que hace imposible el
modo de producción industrial característico de los países capitalistas.
Lo interesante es que este desvelo por la investigación del juego material de las
formas del objeto material, el libro, se une de manera natural a todos los experimentos formales que, desde una larga nómina, fijada de forma más o menos
precisa en el nombre de Ulises Carrión, hasta autores y autoras, como Daniela
Bojórquez o Verónica Gerber, por decir solo dos nombres, que publican su obra
en el siglo XXI, ha caracterizado a una parte relevante de las letras latinoamericanas. Ediciones Vigía, a través de sus intervenciones en el libro, al que trata
como objeto de arte, establece, de forma serial cuanto individual, con el texto una
relación de reciprocidad, reúne las dos corrientes que han modificado el mercado
de la lectura de la obra literaria en Latinoamérica, pero también en Europa o en
África, por ejemplo. Las condiciones económicas de ciertas sociedades, en los
lugares mencionados, han excluido a una parte importante del público lector de
los circuitos ordinarios de la lectura. Pero esta parte excluida de la sociedad se
ha buscado su reingreso en el mercado de la lectura a través de formas de producción de, valga la paradoja, artesanía industrial. Producciones industriales de
bajo coste que abaratan el producto a través del ahorro en los materiales y en los
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derechos de autor y en los sueldos de los agentes industriales y comerciales y en
los canales de distribución. Las plusvalías generadas a través de ese ahorro se
invierten, parcialmente, al menos, en formas de creación visual populares, manufacturadas por autores anónimos en muchos casos, que han tenido que crear
un objeto nuevo condicionado por los materiales que se han usado para estos
libros. En todo este proceso se ha modificado el producto, pero se ha modificado
también la experiencia material y la de la lectura. En cierta forma, el arte popular,
en diseño y tratamiento de la imagen, se da la mano con el arte experimentalista,
que, a su vez, no pocas veces se ha inspirado en lo popular. Como los grafitti de
las paredes de las megalópolis, el arte de quienes han sido excluidos del arte, los
libros de estas características se imprimen para ocupar un espacio abandonado,
imprevisto, y desde este no lugar interpelan al lector y a la sociedad.
III
El segundo relato de Los graduados de Kafka, lleva por título «Predicciones».
En este cuento, Jorge Ángel Hernández presenta un relato en el que la experiencia de escritura vuelve su mirada hacia sí misma. “Predicciones” es un relato
metaficcional que sigue la estructura del mise en abyme, con la que se prepara al
lector para enfrentar una obra, el conjunto del libro, cuyo sentido último se halla
vinculado al acto de escritura y al destino que a él se asocia. En este relato el
papel de los escritores protagonistas de las historias no está ligado a un nombre
particular que lo revista de significados especiales, pues los tres autores responden a nombres corrientes sobre los que no es oportuno realizar ninguna interpretación especial, excepto la interpretación de que representan a cualquier autor, a
uno y a todos, representan a un escritor y a todos los escritores. Queda fijado, sin
embargo, el oficio y queda vinculado al nombre o la marca de las máquinas que
les permiten llevar a cabo sus trabajos. Las características de los personajes, por
tanto, no llevan el peso que en el primer relato poseía el nombre de Franz Kafka,
pero sí se hallan en las viejas Underwood, Remington y Olivetti. Máquinas que,
con facilidad, pueden relacionarse con muchos escritores y con un modo específico de producción. Los escritores son máquinas de escribir, son personas que
escriben de forma mecánica y al dictado de una inteligencia que creen dominar,
pero que, sin embargo, los domina a ellos. La expresión artística de sus obras
es un efecto secundario de un modo de producción gobernado por la máquina.
Pero también pueden relacionarse esas máquinas con la matriz industrial que las
pone al servicio de la sociedad. Son estas máquinas, ya desaparecidas del mundo, representantes de un capitalismo tradicional, en el que todavía no había una
explotación exhaustiva y abusiva de los márgenes de beneficio. Los textos siguen
anclados en un modo de producción artesanal que carece de la instantaneidad de
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los medios de comunicación telemáticos y de la instantaneidad y comodidad de
los procesadores de textos. Aquel capitalismo todavía guardaba algunas formas
de respeto por la dimensión de la aprovechabilidad del objeto industrial. Dicho
sea de paso, la mención a estas máquinas de escribir es una crítica de los modos
de producción que hacen de la obsolescencia programada un objetivo económico
irrenunciable del rendimiento empresarial. Y al lector no se le oculta que esas
menciones hablan de un parque de objetos industriales en Cuba que ha hecho del
reciclado y del mantenimiento un arte que ha prolongado de forma sorprendente
la vida de los objetos materiales de la vida cotidiana, desde los vehículos hasta
los aparatos electrodomésticos.
Llama la atención que las tres historias que conforman «Predicciones» expongan
una idea que se encuentre presente en la totalidad de los relatos que conforman el
libro: El destino. Los escritores se obsesionan por una frase que anuncia posibles
transformaciones en su futuro y que, en los tres casos, se destacan a través de la
tipografía:
Si decide ir de paseo, debe andar muy atento, porque algo
imprevisto pudiera afectarlo a usted y su familia.
Le pareció risible.
No solía releer sus predicciones. Había adquirido una habilidad
de olvidarlas apenas redactadas […] Algo imprevisto pudiera
afectarlo a usted y a su familia, sentenciaba.
¿Sería una broma?
Imposible. Había pasado la noche escribiendo. Ni aún el editor
conocía el cuento […] Algo imprevisto pudiera afectarlo a usted y su familia… Etcétera. (Hérnández, 2008, pp.13-20)
Sin embargo, el destino de los escritores es prolongarse en los escritos de otros
escritores. La lectura de Jorge Ángel Hernández adquiere bruscamente una nueva dimensión. En muchos lugares, la mise en abyme trae a la mente del lector esa
idea e imagen de la deconstrucción, la que se funda en el hors-texte genettiano y
que se prolonga en el il n’y a pas de hors-texte derrideano, que es, a su vez, una
manifestación del nihilismo postestructuralista. Como en un cuento de Borges,
la repetitiva circularidad y las ruinas son todo el empeño intelectual y el paisaje
que le queda al ser humano que habita entre los escombros de la civilización y
entre las ruinas de un sistema económico que trae opresión, injusticia, desigualdad y pobreza. Sin embargo, como crítica que se enfrenta con el asalto a la razón,
la lectura es muy diferente. La literatura de estos autores, que, después de todo,
tiene la marca de su origen asociado a su producción, a las máquinas de escribir,
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en ningún momento deja de ser capitalista, y en este sentido esa producción no
puede sino mantener y enaltecer los valores de un mundo encerrado en sí mismo,
narcisista e incapaz de transcender sus limitaciones, la circularidad repetitiva de
su pensamiento. Es un pensamiento, después de todo, de raíz romántica, aunque
al servicio de la crítica de la ideología pequeño-burguesa de la literatura en la
sociedad capitalista, es un pensamiento en el que la tropología colabora para
impedir que se alcancen sus propios fines. No puede haber sinceridad expresiva
cuando para enunciar esa sinceridad hay que recurrir a una retórica que tiene
por fin cancelar esa misma sinceridad. La literatura, concebida y escrita por Underwood, Remington y Olivetti se ahoga en su inane circularidad, no sabe mirar
fuera de sí misma, está encerrada en un texto que se ha convertido en su tejido
con el que se abriga y concluye en el tejido que también es un sudario. El proletario se define como el trabajador que no tiene acceso a la propiedad de los bienes
de producción. El proletario no posee la herramienta, al contrario, él es propiedad
temporal de la herramienta, que lo sustituirá por otro proletario si las fuerzas del
anterior trabajador decaen y disminuye su productividad, su rentabilidad.
Esta crítica sobre la obra de arte cierra un círculo. El arte y la literatura en las
sociedades tradicionales y en las sociedades capitalistas, se reifican en alguna
medida, se someten a un proceso de commodification, de «mercantilización». No
es un fenómeno nuevo, el arte, singularmente, las artes plásticas, tal vez, en menor medida, las artes escénicas, la música, la literatura han tenido a lo largo de la
historia una posición más o menos variable en el mercado. Esta posición relativa
de su importancia económica no es nada comparable a las cantidades de dinero
que mueven otros espectáculos, como el cine o algunos deportes. Pero, aun así,
no deja la literatura de tener que someterse a unas reglas de juego en las que las
imposiciones económicas son paralelas a las necesidades de la práctica artística.
Las artes no se crean por individuos aislados y separados entre sí por espacios
infranqueables, se crean mediante formas materiales que obedecen a lógicas internas, en las que hay un punto de separación entre el pasado y el presente que
hace difícil o imposible el cambio. Desde el arte de la época de las vanguardias,
primer tercio del siglo XX, estos procesos se denominan experimentales o experimentalistas. Y las artes, en su conjunto, establecen una dialéctica con las nuevas
necesidades expresivas de la sociedad, esas necesidades se reflejan en nuevas y,
a veces, en novedosas técnicas de la expresión. El fenómeno puede describirse
desde puntos de vista enfrentados, puede verse como la inutilidad del arte en
la relación con las praxis sociales y políticas, o puede verse como la necesidad
de que el arte sepa traducir de forma adecuada las circunstancias sociales, en la
medida en la que estas son también políticas, de las sociedades en las que nacen.
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IV
Tanto con el contenido temático como con la forma material en la que este se ve
expresado en Los graduados de Kafka, se pone de manifiesto una intención de
reflexión sobre las prácticas artísticas, sobre el oficio literario y sobre sus repercusiones sociales. Los relatos que conforman la obra no solo abordan las preocupaciones de personajes ligados a la tradición literaria, sino que sirven como
un metadiscurso en el que la literatura vuelve la mirada sobre sí misma. La obra
funciona como ejercicio artístico en el que la literatura se observa, se examina,
se piensa y se cuestiona. En algunos de los textos, el centro de interés es el del
autor, escritor o narrador, y su relación con el acto creativo. «Los graduados de
Kafka», «Predicciones», «Ciclo vital» o «En el principio fue el trabajo», sirven
como ejemplo.
Contaba con desgano, con desdén tan extremo, que debía ser
sospechoso […] Fuimos a verlo, a escuchar sus parábolas, que
él camuflaba bajo el nombre de fábulas insulsas, para saber si
tocaban el corazón […] Mantener la atención mientras se narra,
contar anécdotas que, al menos, frunzan el ceño de quienes escuchan, hacer chistes, fabular y acaso también testimoniar, son
arduas, monstruosas tareas que pudieran volverse y devorarnos.
Un epíteto involuntariamente pedante, una agresión mal dirigida, el lujo de unos segundos más del límite de la monotonía
permisible, una alusión que se bifurque en extenuados laberintos, cualquier incidente de una mínima significación, y se podría
derrumbar el edificio, como un desafío al poder de la presencia
[…] Se sabe: no es la secuencia de motivos lo que mantiene el
interés de mis historias, sino su aspecto simple de realidad insólita, inverosímil, tan cotidiana, que sería lamentable, casi torpe,
desmentirla. (Hernández, 2008, pp.108-109)
En Los graduados de Kafka narrar es una experiencia angustiante, una actividad
que amenaza rebelarse contra el creador para devorarlo, para terminar fulminantemente con él. De nuevo la imagen de Munch se hace presente. El texto, la obra
literaria, se convierte en la condena que siempre llevan a cuestas los escritores.
Sin embargo, la opción de no crear, de no llevar a cabo esa construcción artística
también es descartada. «Es inútil continuar tercamente en silencio» (Hernández,
2008, p.109), afirma el narrador de «En el principio fue el trabajo». La obra
existe más allá de la propia escritura. La literatura en Los graduados de Kafka
es condena al mismo tiempo que alimento vital. Se convierte en una experiencia
liberadora de la que depende, de forma trágica, la vida del autor; es una «virtud
para enfrentar a aquel otro, fatal revelación, en la que le fue dado alimentarse
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solo de la literatura que él mismo pudiera producir» (Hernández, 2008, p.100),
se lee en «Ciclo vital». Bien se ve que, en ocasiones, este discurso, que es el de
la vigilancia ideológica, se aproxima a cierta beatería que propicia la tutela del
lector. Este es, de forma permanente, un menor de edad.
Es interesante que en el metadiscurso elaborado por Hernández a través de sus
relatos se lleve a cabo una apropiación de personajes o historias de la tradición
literaria con los que se permite, al mismo tiempo, exponer una serie de opiniones
que dan cuenta de su relación con aquella, de sus predecesores y, en alguna medida, de su propuesta creativa personal en la que la tradición se renueva. En las
páginas de esta obra se cruzan Calibán, Carlos Argentino Daneri, Edipo, Neruda,
Dos Passos, Truman Capote, los hermanos Tamar y Amnón, Ulises y Penélope,
entre otros. Pero tanto los personajes como los autores retratados en las historias
se convierten en los navegantes angustiados que, tarde o temprano, naufragarán,
serán expulsados o perecerán en medio del mar, sobre esas balsas que desde la
portada del libro anuncian y denuncian la tragedia.
Todos los personajes de los relatos de Hernández son seres atormentados, unos
por su relación con la literatura, por la influencia que en ellos ejercen las lecturas
que realizan, como en «Bromas de Kundera» o en «Crucigramas», y otros porque, al ser reconocidos personajes de otras obras, su destino está escrito en las
páginas que precedieron a Hernández y él se niega a modificar. En las relaciones intertextuales que se establecen desde Los graduados de Kafka hacia otros
textos, se insiste en dichas desventuras. Penélope, por ejemplo, la protagonista
de «Penélope, la actriz», relato con el que concluye la obra, teje mientras espera
a ser llamada para filmar la siguiente escena de la película en la que participa.
Teje entre escena y escena. Es, una vez más, el relato de una mujer que espera
mientras que otros deciden su destino. Teje, igual que la Penélope de Homero, un
sudario con el que terminará cubriéndolo todo y a todos. Pero esta Penélope, a
diferencia de la esposa de Odiseo, no deshace lo bordado. El ritmo de las agujas
de la actriz es el mismo ritmo que sigue la filmación, y en los retrasos, en el aplazamiento, en el manto no terminado, el director encuentra la excusa perfecta para
evitar enfrentar, el también, su propio destino, su obra terminada. Por medio del
tejido y de lo que representa el tiempo de elaboración, Hernández Pérez vuelve
a insinuar una reflexión sobre la permanente preocupación del creador-escritor
ante la conclusión de la obra. Para el joven director de la película en la que participa Penélope, los dos están atrapados: «El camino mismo de crear es quien me
atrapa, dijo absorto, […] Y a Penélope, entonces, la atrapa el ciclo perenne de la
espera. Su tejido no dice: significa; no devela, sino que engulle todo pensamiento» (Hernández, 2008, pp.131-132).
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La historia de la actriz y de su tejido parece funcionar como un paréntesis en
el que ocurren todos los relatos de Los graduados de Kafka; es decir, las otras
historias parecen haber dependido del tiempo que le ha tomado a ella concluir su
manto, y cuando este está terminado, como ocurre también con el que se propone
tejer la Penélope clásica para Laertes, la vida puede continuar. Al terminar la filmación la actriz afirma: «—Bueno, —dijo Penélope al fin— ya podemos volver
a la existencia» (Hernández, 2008, p.135). Mientras esto ocurre, el joven director
enfrenta a los periodistas interesados en su producción con una última y lapidaria
frase que se convierte, al mismo tiempo, en las últimas palabras del escritor cubano: «—En el mar, es cierto, el tiempo es otro» (Hernández, 2008, p.135). El mar
de las promesas… es un engaño. Cuando el manto se ha terminado, cuando han
concluido la película y Los graduados de Kafka, el lector puede volver, como
Penélope, a la existencia en el mundo real.
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