Sigmund Freud / Obras Completas de Sigmund Freud. Standard Edition.
Ordenamiento de James Strachey / Volumen 9 (1906-08). El delirio y los
sueños en la «Gradiva» de W. Jensen y otras obras / Acciones obsesivas y
prácticas religiosas (1907).
Acciones obsesivas y prácticas religiosas (1907).
«ZwangshandIungen und Religionsübungen»
Nota introductoria(1)
Por cierto que no soy el primero que reparó en la semejanza entre las llamadas acciones
obsesivas de los neuróticos y las prácticas mediante las cuales el creyente da testimonio de
su fe. Me lo certifica el nombre de «ceremonial» que se ha dado a algunas de esas
acciones obsesivas. Ahora bien paréceme que esa semejanza es algo más que meramente
superficial, a tal punto que de una intelección sobre la génesis del ceremonial neurótico
sería lícito extraer conclusiones por analogía con respecto a los procesos anímicos de la
vida religiosa.
La gente que pone en práctica acciones obsesivas o un ceremonial pertenece, junto a
quienes padecen de un pensar, un representar, impulsos, etc., obsesivos, a una particular
unidad clínica, para cuya afección es usual la designación de «neurosis obsesiva»
{«Zwangsneurose»}. (ver nota)(2) Pero no se intente derivar de su nombre la especificidad
de este padecer, pues en rigor fenómenos anímicos patológicos de otra clase poseen igual
título al llamado «carácter obsesivo». Por el momento, la noticia detallada sobre tales
estados debe hacer las veces. de una definición; en efecto, hasta hoy no se ha conseguido
presentar el criterio distintivo de la neurosis obsesiva, probablemente situado en un nivel
profundo, a pesar de que sentimos su presencia en todas sus exteriorizaciones.
El ceremonial neurótico consiste en pequeñas prácticas, agregados, restricciones,
ordenamientos, que, para ciertas acciones de la vida cotidiana, se cumplen de una manera
idéntica o con variaciones que responden a leyes. Tales actividades nos hacen la impresión
de unas meras «formalidades», nos parecen carentes de significado. De igual manera se le
presentan al propio enfermo, pese a lo cual es incapaz de abandonarlas, pues cualquier
desvío respecto del ceremonial se castiga con una insoportable angustia que enseguida
fuerza a reparar lo omitido. Tan ínfimas como las acciones ceremoniales mismas son las
ocasiones y actividades adornadas, dificultadas y en todo caso sin duda retardadas por el
ceremonial; por ejemplo, vestirse y desvestirse, meterse en cama, la satisfacción de las
necesidades corporales. Puede describirse el ejercicio de un ceremonial sustituyéndolo de
algún modo por una serie de leyes no escritas. Por ejemplo, para un ceremonial de meterse
en cama: la banqueta tiene que encontrarse en determinada posición ante la cama, y sobre
ella la ropa doblada, en cierto orden; el cubrecama tiene que estar arrollado a los pies,
tiesas las sábanas, las almohadas dispuestas de tal o cual modo, y el cuerpo mismo en una
postura estipulada con exactitud; sólo entonces uno tiene permitido dormirse. En casos
leves, el ceremonial se asemeja bastante a la exageración de un orden habitual y
justificado. Pero la particular escrupulosidad de la ejecución y la angustia si es omitida
singularizan al ceremonial como una «acción sagrada». Los hechos que lo perturban se
soportan mal, las más de las veces, y casi siempre están excluidas la publicidad y la
presencia de otras personas mientras se lo consuma.
Cualquier actividad puede convertirse en una acción obsesiva en el sentido lato si es
adornada con pequeños agregados, ritmada con pausas y repeticiones. No se espere hallar
un nítido deslinde entre el «ceremonial» y las «acciones obsesivas». Estas últimas casi
siempre provienen de un ceremonial. Además de estos dos rasgos, forman el contenido de
esta enfermedad prohibiciones e impedimentos (abulias) que, en verdad, no hacen más
que continuar la obra de las acciones obsesivas no permitiendo al enfermo en modo alguno
ciertas cosas, y permitiéndole otras sólo bajo obediencia a un ceremonial prescrito,
Es curioso que tanto compulsión como prohibición (el tener que hacer algo y el no tener
permitido hacerlo) sólo afecten, al comienzo, a las actividades solitarias de los seres
humanos, y durante largo tiempo dejen intacta su conducta social; a ello se debe que los
enfermos puedan habérselas con su padecer y ocultarlo años y años como si fuera un
asunto privado. Y por esta misma razón el número de personas que padecen de tales
formas de la neurosis obsesiva es mucho mayor que el de los casos notorios para los
médicos. Además, numerosos enfermos ven facilitada esta ocultación por la circunstancia
de ser capaces de cumplir sus deberes sociales durante una parte del día, después que, a
hurtadillas como Melusina(3), consagraron algunas horas a su secreto obrar.
Fácilmente se advierte dónde se sitúa la semejanza entre el ceremonial neurótico y las
acciones sagradas del rito religioso: en la angustia de la conciencia moral a raíz de
omisiones, en el pleno aislamiento respecto de todo otro obrar (prohibición de ser
perturbado), así como en la escrupulosidad con que se ejecutan los detalles. Igualmente
notables, empero, son las diferencias, tan flagrantes algunas que vuelven sacrílega la
comparación misma: la mayor diversidad indivídual de las acciones ceremoniales
[neuróticas] por oposición a la estereotipia del rito (rezo, prosternación, etc.), el carácter
privado de aquellas por oposición al público y comunitario de las prácticas religiosas, pero,
sobre todo, esta diferencia: los pequeños agregados del ceremonial religioso se entienden
plenos de sentido y simbólicamente, mientras que los del neurótico aparecen necios y
carentes de sentido. Aquí la neurosis obsesiva ofrece una caricatura a medias cómica, a
medias triste, de religión privada. Empero, justo esta diferencia, la más tajante, entre
ceremonial neurótico y religioso se elimina si con ayuda de la técnica psicoanalítica de
indagación uno penetra las acciones obsesivas hasta entenderlas. (ver nota)(4) Esta
técnica destruye de manera radical la apariencia de que fueran necias y carentes de
sentido, y descubre el fundamento de tal apariencia. Se averigua que las acciones
obsesivas, por entero y en todos sus detalles, poseen sentido, están al servicio de
sustantivos intereses de la personalidad y expresan sus vivencias duraderas y sus
pensamientos investidos de afecto. Y lo hacen de dos maneras: como figuraciones directas
o simbólicas; según eso, se las ha de interpretar histórica o simbólicamente.
No puedo omitir aquí algunos ejemplos destinados a ilustrar la tesis enunciada. Quien esté
familiarizado con los resultados de la investigación psicoanalítica de las psiconeurosis no se
sorprenderá al enterarse de que lo figurado por las acciones obsesivas o el ceremonial
deriva del vivenciar más íntimo, a menudo del vivenciar sexual de la persona afectada.
a. Una muchacha observada por mí estaba bajo la compulsión de vaciar y llenar varias
veces la jofaina después de lavarse. El significado de esta acción ceremonial residía en la
frase proverbial: «No arrojes el agua sucia antes de tener agua limpia». La acción estaba
destinada a amonestar a su amada hermana y disuadirla de divorciarse de su desagradable
marido hasta no haber anudado vínculos con un hombre que le fuera más grato.
b. Una señora que vivía separada de su marido obedecía al comer a la compulsión de dejar
lo mejor; de un trozo de carne asada, por ejemplo, gozar sólo los bordes. Esta renuncia se
explicó por la fecha de su génesis. Fue al día siguiente de aquel en que puso término al
comercio conyugal con su esposo, vale decir, en que renunció a lo mejor.
c. Esta misma paciente podía sentarse, en verdad, en un único sillón, y sólo
dificultosamente levantarse de él. Por referencia a determinado detalle de su vida conyugal,
el sillón simbolizaba para ella al marido a quien guardaba fidelidad. Para explicar su
compulsión halló la frase: «Es tan difícil separarse de algo (marido, sillón) sobre lo cual uno
se ha sentado... ».
d. En un tiempo solía repetir una acción obsesiva particularmente llamativa, y carente de
sentido. Se precipitaba desde su dormitorio a otra habitación en mitad de la cual había una
mesa, disponía de una cierta manera el mantel; luego llamaba a la mucama, quien no podía
menos que situarse ante la mesa, y volvía a despacharla con algún encargo indiferente. En
los empeños por esclarecer esta compulsión, se le ocurrió que el mantel en cuestión tenía
una mancha, y ella disponía las cosas todas las veces de manera que la mucama tuviera
que verla. El todo era entonces una reproducción de una vivencia de su matrimonio, que
luego dio a su pensamiento un problema por resolver. La noche de bodas su marido se vio
aquejado por una desgracia no inhabitual. Se halló impotente y «varias veces durante la
noche corrió desde su dormitorio al de ella» para repetir el intento y ver si aún podía
conseguirlo. Por la mañana manifestó que pasaría vergüenza ante la mucama del hotel que
hiciera las camas, y por eso tomó un frasco de tinta roja y vertió su contenido sobre la
sábana, pero tan torpemente que la mancha roja se produjo en un lugar harto inapropiado
para su propósito. Ella, pues, escenificaba la noche de bodas con aquella acción obsesiva.
«Mesa y cama(5)», juntas, constituyen el matrimonio.
e. También fue susceptible de esclarecimiento histórico su compulsión de anotar el número
de cada billete de banco antes de entregarlo. En la época en que todavía abrigaba el
propósito de abandonar a su marido si hallaba otro, más digno de confianza, admitió ser
cortejada, en un lugar veraniego, por un caballero sobre cuyas serias intenciones empero
dudaba. Necesitó un - día dinero sencillo, y le rogó que le cambiara una pieza de cinco
coronas. Lo hizo él, se guardó la pieza mayor y manifestó, galante, que nunca se separaría
de esta pues le había venido de su mano. Y bien; en posteriores encuentros ella estuvo
tentada de exhortarlo a que le enseñara la pieza de cinco coronas, como si fuera para
convencerse de que su cortejo merecía crédito. Pero omitió hacerlo por la buena razón de
que no es posible diferenciar entre sí cuños de igual valor. Así, la duda quedó irresuelta, y
le dejó como secuela la compulsión de anotar los números de los billetes de banco, que los
diferencian individualmente de todos los otros del mismo valor. (ver nota)(6)
Estos pocos ejemplos, escogidos de mi cuantiosa experiencia, sólo están destinados a
ilustrar la tesis de que en las acciones obsesivas todo posee sentido y es interpretable. Lo
mismo vale para el ceremonial en sentido estricto, sólo que la prueba requeriría en este
caso una comunicación más circunstanciada. En modo alguno se me escapa cuán
distantes nos hallamos, con estos esclarecimientos de acciones obsesivas, del círculo de
ideas de la religión.
Es uno de los requisitos de la condición de enfermo que la persona que obedece a la
compulsión la practique sin conocer su significado -al menos su principal significado-. Sólo
por el empeño de la terapia psicoanalítica se le hacen concientes el sentido de la acción
obsesiva y, con este, los motivos que la pulsionan a ella. Enunciamos esta sustantiva
relación de las cosas diciendo que la acción obsesiva sirve a la expresión de motivos y
representaciones inconcientes. Ahora bien, en esto parece residir una nueva diferencia
respecto de la práctica religiosa. Sin embargo, téngase en cuenta que por lo común
también el individuo piadoso practica el ceremonial de la religión sin inquirir por su
significado, aunque el sacerdote y el investigador puedan estar familiarizados con el sentido
del rito, las más de las veces simbólico. Pero todos los creyentes ignoran los motivos que
esfuerzan a la práctica de la religión, o estos están subrogados en su conciencia por unos
motivos que se aducen en su lugar como pretexto.
El análisis de las acciones obsesivas ya nos ha ofrecido una suerte de intelección sobre su
causación y sobre el encadenamiento de los motivos decisivos para ellas. Puede decirse
que quien padece de compulsión y prohibiciones se comporta como si estuviera bajo el
imperio de una conciencia de culpa de la que él, no obstante, nada sabe; vale decir, de una
conciencia inconciente de culpa, como se puede expresarlo superando la renuencia que
provoca la conjunción de esas palabras. (ver nota)(7) Esta conciencia de culpa tiene su
fuente en ciertos procesos anímicos tempranos, pero halla permanente refrescamiento en
la tentación, renovada por cada ocasión reciente; y por otra parte genera una angustia de
expectativa siempre al acecho, una expectativa de desgracia que, por medio del concepto
del castigo, se anuda a la percepción interna de la tentación. En los comienzos de la
formación del ceremonial, todavía le deviene conciente al enfermo que está forzado a hacer
esto o aquello para que no acontezca una desgracia, y por regla general aún es nombrada
a su conciencia la índole de la desgracia que cabe esperar. El nexo, en todos los casos
demostrable, entre la ocasión a raíz de la cual emerge la angustia de expectativa y el
contenido con el que ella amenaza ya está oculto para el enfermo. El ceremonial comienza,
entonces, como una acción de defensa o de aseguramiento, como una medida protectora.
A la conciencia de culpa del neurótico obsesivo corresponde la solemne declaración de los
fieles: ellos sabrían que en su corazón son unos malignos pecadores; y las prácticas
piadosas (rezo, invocaciones, etc.) con que introducen cualquier actividad del día y, sobre
todo, cualquier empresa extraordinaria parecen tener el valor de unas medidas de defensa
y protección.
Uno obtiene una visión más profunda sobre el mecanismo de la neurosis obsesiva si
aprecia el hecho primero que está en su base: este es, en todos los casos, la represión de
una moción. pulsional {Triebregung(8)} (de un componente de la pulsión sexual) que estaba
contenida en la constitución de la persona, tuvo permitido exteriorizarse durante algún
tiempo en su vida infantil y luego cayó bajo la sofocación. Una especial escrupulosidad
dirigida a la meta de la pulsíón nace a raíz de su represión, pero esta formación psíquica
reactiva no se siente segura, sino amenazada de continuo por la pulsión que acecha en lo
inconciente. El influjo de la pulsión reprimida es sentido como tentación, y en virtud del
propio proceso represivo se genera la angustia, que se apodera del futuro como una
angustia de expectativa. El proceso de la represión que lleva a la neurosis obsesiva debe
calificarse de imperfectamente logrado, y amenazado cada vez más por el fracaso. Por eso
cabe compararlo con un conflicto que no se zanja; se requieren siempre nuevos empeños
psíquicos para contrabalancear el constante esfuerzo de asalto de la pulsión. (ver nota)(9)
Así, las acciones ceremoniales y obsesivas nacen en parte como defensa frente a la
tentación, y en parte como protección frente a la desgracia esperada. Para la tentación, las
acciones protectoras parecen resultar pronto insuficientes; emergen entonces las
prohibiciones destinadas a mantener alejada la situación de tentación. Unas prohibiciones
sustituyen a unas acciones obsesivas, según se ve, del mismo modo como una fobia tiene
el cometido de ahorrar un ataque histérico. Por otro lado, el ceremonial figura la suma de
las condiciones bajo las cuales se permite otra cosa, todavía no absolutamente prohibida,
en un todo semejante esto al modo en que el ceremonial eclesiástico del matrimonio
significa para el creyente la permisión del goce sexual, de lo contrario pecaminoso. Es parte
de la índole de la neurosis obsesiva, así como de todas las afecciones parecidas, que sus
exteriorizaciones (síntomas, entre ellos también las acciones obsesivas) cumplan la
condición de un compromiso entre los poderes anímicos en pugna. Por eso siempre
devuelven también algo del placer que están destinadas a prevenir, sirven a las pulsiones
reprimidas no menos que a las instancias que las reprimen. Y aun, con el progreso de la
enfermedad, estas acciones, en su origen dirigidas más bien a preparar la defensa, se
aproximan más y más a las acciones prohibidas mediante las cuales la pulsíón tuvo
permitido exteriorizarse en la niñez.
De estas constelaciones, acaso reencontraríamos lo siguiente en el ámbito de la vida
religiosa: también la formación de la religión parece tener por base la sofocación de ciertas
mociones pulsionales, la renuncia a ellas; no obstante, no se trata, como en la neurosis, de
componentes exclusivamente sexuales, sino de pulsiones egoístas, perjudiciales para la
sociedad, a las que por otra parte no les falta, las más de las veces, un aporte sexual. Y en
cuanto a la conciencia de culpa como derivación de una tentación inextinguible, y a la
angustia de expectativa como angustia ante castigos divinos, se nos han vuelto notorias en
el campo religioso antes que en el de la neurosis. Quizás a causa de los componentes
sexuales entreverados, quizás a consecuencia de unas propiedades universales de las
pulsiones, la sofocación de estas resulta insuficiente y no concluible. Y hasta en las
personas pías son más frecuentes que en el neurótico unas recaídas plenas en el pecado,
y fundamentan una nueva modalidad de quehacer religioso, las acciones expiatorias, cuyo
correspondiente hallamos en la neurosis obsesiva.
Como vimos, un carácter peculiar y desvalorizador de la neurosis obsesiva es que el
ceremonial se ligaba a pequeñas acciones de la vida cotidiana y se exteriorizaba en necios
preceptos y limitaciones de aquellas. Sólo se comprende este llamativo rasgo en la
configuración del cuadro patológico cuando se averigua que el mecanismo del
desplazamiento psíquico, descubierto por mí por primera vez en la formación del sueño(10)
gobierna los procesos anímicos de la neurosis obsesiva. Ya en los pocos ejemplos que he
dado de acciones obsesivas es trasparente cómo, por medio de un desplazamiento desde
lo genuino, sustantivo, hacia algo pequeño que lo sustituye(11), por ejemplo desde el
marido al sillón, se establecen el simbolismo y el detalle de la ejecución. Esta inclinación al
desplazamiento es lo que hace variar de continuo el cuadro de los fenómenos patológicos y
-por último lleva a convertir lo que en apariencia es ínfimo en lo más importante y urgente.
No se puede desconocer que en el ámbito religioso hay una parecida tendencia al
desplazamiento del valor psíquico, y por cierto en el mismo sentido, de suerte que poco a
poco las minucias del ceremonial se convierten en lo esencial de la práctica religiosa, en
detrimento de su contenido de ideas. Por eso las religiones están expuestas a reformas
restauradoras, que se empeñan en restablecer la originaria proporción entre los valores.
El carácter de compromisos que presentan las acciones obsesivas en su calidad de
síntomas neuróticos será el que menos nítidamente se discierna en el obrar religioso
correspondiente. Y, sin embargo, también nos veremos remitidos a este rasgo de la
neurosis si recordamos cuán a menudo todas las acciones que la religión prohíbe
-exteriorizaciones de las pulsiones sofocadas por la religión- se llevan a cabo en nombre de
ella y en su pretendido beneficio.
De acuerdo con estas concordancias y analogías, uno podría atreverse a concebir la
neurosis obsesiva como un correspondiente patológico de la formación de la religión,
calificando a la neurosis como una religiosidad individual, y a la religión, como una neurosis
obsesiva universal. La concordancia más esencial residiría en la renuncia, en ambas
subyacente, al quehacer de unas pulsiones dadas constitucionalmente; la diferencia más
decisiva, en la naturaleza de estas pulsiones, que en la neurosis son exclusivamente
sexuales y en la religión son de origen egoísta.
Una progresiva renuncia a pulsiones constitucionales, cuyo quehacer podría deparar un
placer primario al yo, parece ser una de las bases del desarrollo de la cultura humana. (ver
nota)(12) Una parte de esta represión de lo pulsional es operada por las religiones, que
inducen al individuo a sacrificar a la divinidad su placer pulsional. «La venganza es potestad
mía», dice el Señor. En el desarrollo de las religiones antiguas uno cree discernir que
mucho de aquello a que el hombre había renunciado como «impiedad» fue cedido a Dios y
aun se lo permitía en nombre de El, de suerte que la cesión a la divinidad fue el camino por
el cual el ser humano se liberó del imperio de pulsiones malignas, perjudiciales para la
sociedad. Por eso en modo alguno se debe al azar que a los antiguos dioses se les
atribuyeran todas las cualidades humanas -con los desaguisados que de ellas se siguenen una medida ¡limitada, ni es una contradicción que a pesar de ello no estuviera permitido
justificar la propia impiedad por el ejemplo divino.
Notas finales
1 (Ventana-emergente - Popup)
Acciones obsesivas y prácticas religiosas (1907).
«ZwangshandIungen und Religionsübungen»
Ediciones en alemán
1907 Z. Religionspsychol., 1, nº 1, abril, págs. 4-12.
1909 SKSN, 2, págs. 122-31. (1912, 2º ed.; 1921, 31º ed.)
1924 GS, 10, págs. 210-20.
1941 GW, 7, págs. 129-39.
1973 SA, 7, págs. 11-21.
Traducciones en castellano
1943 «Los actos obsesivos y los ritos religiosos». EA, 18, págs. 37-50. Traducción de Ludovico
Rosenthal.
1948 «Los actos obsesivos y las prácticas religiosas». BN (2 vols.), 2, págs. 956-61. Traducción de
Luis López-Ballesteros.
1954 «Los actos obsesivos y los ritos religiosos». SR, 18, págs. 35-45. Traducción de Ludovico
Rosenthal.
1968 «Los actos obsesivos y las prácticas religiosas». BN (3 vols.), 2, págs. 1048-53. Traducción de
Luis López-Ballesteros.
1972 Igual título. BN (9 vols.), 4, págs. 1337-42. El mismo traductor.
El presente artículo fue escrito en febrero de 1907 para el primer número de una revista dirigida por J.
Bresler y G. Vorbrodt. En la reunión que celebró la Sociedad Psicoanalítica de Viena el 27 de febrero,
Freud informó que había enviado una contribución para ese número inaugural, así como también que
Bresler lo había invitado a codirigir la revista y él aceptó. De hecho, su nombre aparece en la nómina
(bastante larga) de asesores del consejo de redacción. En su biografía, Jones (1955, pág. 380)
señala que el trabajo fue leído por Freud ante la Sociedad el día 2 de marzo, pero se trata de un
error. (Cf. Sociedad Psicoanalítica de Viena, Minutes, 1)
Es esta la primera incursión de Freud en la psicología de la religión, y, como apunta en su «Breve
informe sobre el psicoanálisis» (1924f), AE, 19, págs. 217-8, ella significó dar un paso definido, que lo
llevaría, cinco años más tarde, a la profundización del tema en Tótem y tabú (1912-13). Aparte de
esto, el trabajo reviste gran interés por ser el primer examen de la neurosis obsesiva desde el período
de Breuer, unos diez años atrás. Se esboza aquí el mecanismo de los síntomas obsesivos, que
habría de esclarecerse mejor en el historial clínico del «Hombre de las Ratas*» (1909d), cuyo
tratamiento, no obstante, Freud no había iniciado aún cuando escribió este artículo.
James Strachey
2 (Ventana-emergente - Popup)
Cf. Lówenfeld, 1904. Según el citado autor, el término «Zwangsvorstellung» («representación obsesiva» o
simplemente «obsesión») fue introducido por Krafft-Ebing en 1867. El mismo Löwenfeld opina que el concepto
y la expresión «neurosis obsesiva» fueron creados por Freud; este empleó por primera vez dicha expresión en
una obra impresa en su primer trabajo sobre la neurosis de angustia (1895b), AE, 3, págs. 97-8, si bien ya la
había utilizado en una carta a Fliess del 7 de febrero de 1894 (Freud, 1950a, Carta 16).
3 (Ventana-emergente - Popup)
[Según una leyenda medieval, hada de las aguas que llevaba una vida secreta como sirena.]
4 (Ventana-emergente - Popup)
Véase la recopilación de mis trabajos breves sobre la teoría de las neurosis publicada en 1906 {SammIung
kleiner Schriften zur Neurosenlehre aus den Jahren 1893-1906, trabajos reunidos en su mayoría en el volumen 3
de la presente edición}.
5 (Ventana-emergente - Popup)
En alemán, «Tisch und Bett» se emplea con ese sentido. En inglés existe análogamente la frase «bed and board»
{«cama y comida»}, proveniente de un término del bajo latín que designaba el matrimonio. G. Freud (1913d),
AE, 12, pág. 298, n. 4.
6 (Ventana-emergente - Popup)
Freud volvió a ocuparse con gran extensión de este caso (la acción obsesiva descrita en el punto d) en la 17º de
sus Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17).
7 (Ventana-emergente - Popup)
[Parece ser esta la más temprana referencia al «sentimiento inconciente de culpa», que habría de desempeñar un
papel tan importante en escritos posteriores de Freud -p. ej., en el último capítulo de El yo y el ello (1923b), AE,
19, págs. 51-3- No obstante, el concepto ya había sido propuesto mucho antes, en la sección 11 de «Las
neuropsicosis de defensa» (1894a), AE, 3, págs, 169-74, allanando el camino a la frase luego acuñada.]
8 (Ventana-emergente - Popup)
Aparentemente, es la primera oportunidad en que apareció en una obra de Freud este término, uno de los más
utilizados por él.
9 (Ventana-emergente - Popup)
[Se anticipa en este pasaje el concepto de «contrainvestidura», desarrollado en la sección IV de «Lo
inconciente» (1915e), AE, 14, págs. 178 y sigs.]
10 (Ventana-emergente - Popup)
Cf. La interpretación (le los sueños (1900a), capítulo VI, sección B [AE, 4, págs. 311 y sigs.
11 (Ventana-emergente - Popup)
Mecanismo ya descrito por Freud en su libro sobre el chiste (1905c), AE, 8, pág. 77. Volvió con frecuencia a
este tema; p. ej., en el análisis del «Hombre de las Ratas» (1909d), AE, 10, pág. 188, y en «La represión»
(1915d), AE, 14, pág. 152.
12 (Ventana-emergente - Popup)
[Esta idea fue ampliada en «La moral sexual "cultural" y la nerviosidad moderna» (1908d)