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PRESENTACIÓN
CUANDO KEN BLANCHARD ME PIDIÓ que escribiera una
presentación de su libro ¡Choca esos cinco! Le dije que sería un honor.
Tras leer el manuscrito, tengo que decir que es un honor muy especial.
¡Me encanta este libro!
¡Choca esos cinco! fue un gran estímulo intelectual, pues me
recordó que cualquier individuo puede dar más de sí si forma parte de
un buen equipo, sobre todo en estos tiempos cada vez más complejos
y cambiantes.
Y más importante aún, la historia que cuenta me llegó al
corazón, como espero que les ocurra a ustedes. Dicha historia nos
enseña que el hecho de tener un propósito que vaya más allá de lo
personal da un enorme sentido a nuestras vidas al darles una
vivificante inspiración.
Ken no sólo conoce bien lo que significa trabajar en equipo, lo
vive. Es uno de los mejores colegas con los que he tenido la
satisfacción de trabajar.
Cuando escribimos El ejecutivo al minuto ∗ vimos que uno más
uno suman mucho más que dos. Compartimos un propósito común:
comunicar verdades elementales de forma comprensible, que ayudaran
a la gente a tener unas vidas más útiles. Combinamos nuestras
capacidades y disfrutamos con ello. Nos consta que el resultado final
fue muy superior al que cualquiera de los dos hubiera podido obtener si
hubiera trabajado solo.
Volvimos a aunar nuestros esfuerzos para escribir el libro
¿Quién se ha llevado mi queso? Sin el estímulo y el acicate de Ken no
sé si hubiéramos sido capaces de escribirlo.
∗
Publicado por Grijaibo Mondadori (última edición, 2001).
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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Ahora aparece ¡Choca esos cinco! En cuanto acabé de leerlo
supe que iba a hablar de él largo y tendido con los miembros de los
equipos de los que formo parte. Leer esta historia puede motivarnos a
todos a esforzamos para saber trabajar mejor en equipo y mejorar
nuestros resultados.
Para sobrevivir y alcanzar el éxito en este siglo XXI es
indispensable aprender a trabajar en equipo.
Como Ken y sus expertos colaboradores, Sheldon Bowles, coautor de
Raving Fans, Gung Ho! y Big Bucks! y Don Carew y Eunice ParisiCarew, veteranos socios de Ken y su esposa Margie en la consultoría
especializada en la formación y desarrollo de equipos de trabajo,
recalcan: «Ninguno de nosotros vale más que la suma de todos».
Espero que el lector encuentre lo que busca en este ameno y
conmovedor libro y que cuando lo acabe levante su mano y choque su
palma con los miembros de su gran equipo.
Spencer JOHNSON,
autor de ¿Quién se ha llevado mi queso?
y coautor de El ejecutivo al minuto.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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PRÓLOGO
- ¡DESPEDIDO! La palabra quedó marcada a fuego en su mente. El
director de su sección lo llamó reestructuración, adelgazamiento de
niveles operativos, limitación de tareas repetidas y añadió:
-No es nada personal, Alan. No te lo tomes como una crítica a tu
trabajo.
Pero Alan Foster sabía que todo aquello era palabrería. Sabía
que todas aquellas bonitas palabras sólo eran un rollo patatero.
«Reestructuración» significaba «despido». A la calle. No lo querían.
Habría una generosa indemnización y se le asesoraría para
encontrar un nuevo trabajo, pero Alan no estaba escuchando. Su
mente rumiaba, intentando asimilar lo que estaba pasando.
Le acompañaron hasta su despacho y le dijeron que recogiera
sus cosas. Veinte minutos más tarde estaba de pie ante su coche,
llevando una caja de cartón con fotos de su familia, libros, plumas y dos
latas de soda light que estaban en el fondo de su cajón.
-Adiós, señor Foster -le dijo el guarda jurado que le había
acompañado hasta la puerta y ayudado a llevar el cuadro que él y
Susan habían comprado hacía dos años.
El guarda jurado retrocedió unos pasos, vaciló y dijo: -Lamento
que se vaya. Siempre me ha tratado bien. «Puñeta, es la verdad pensó Alan cuando dejó la caja con sus cosas y el cuadro en el asiento
de atrás del coche-. Siempre he tratado bien a todo el mundo.»
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C
OMO PARA CONFIRMAR SUS PALABRAS Y a la vez burlarse
de él, los ojos de Alan repararon en una placa que estaba en la
caja, una placa que le habían regalado hacía cinco años: el
premio al mejor empleado.
Eso dolía. Hacía muy bien su trabajo. Cuando se le marcaba un
objetivo lo cumplía. Sus informes siempre estaban listos en el plazo
fijado. Nunca se pasaba del presupuesto. Siempre respetaba la política
de la empresa y sus procedimientos. Incluso invitó a comer
personalmente, sí personalmente, a las siete secretarias de su sección
el día de San Valentín.
Cerró de un portazo la puerta trasera del Ford. Aunque sabía
que hay que mantener la cabeza fría cuando vienen los problemas,
Alan se sorprendió al darse cuenta de que se estaba indignando. Había
dado a la compañía diez años de su vida, y ahora lo echaban con la
excusa de que con la nueva reestructuración ya no lo necesitaban.
Estaba a punto de meterse en el coche cuando vio al nuevo
presidente de la compañía, George Burton, que aparcaba su Cadillac
gris diez plazas más allá de la que hasta aquel día había sido la suya.
Burton había llegado hacía seis meses. Se quedaba mientras que a él,
después de diez años, le despedían.
Sin saber muy bien qué hacía, Alan fue hacia él cuando Burton
salía de su coche.
-Me acaban de despedir -le comunicó Alan en un tono de voz que
dejaba traslucir tanto su frustración como su Ira.
-Lo sé -dijo Burton.
-Pero yo soy bueno en mi trabajo -dijo Alan cada vez más frustrado.
-Sí lo es -reconoció Burton.
-Entonces, ¿por qué me han despedido? -se quejó Alan-. No lo
entiendo.
Burton miró a Alan como si fuera a endosarle el rollo de la
reestructuración y el adelgazamiento de estructuras, pero tras unos
instantes de duda puso su mano en el hombro de Alan, lo miró
directamente a los ojos y, con una voz firme y amable, le dijo la verdad:
-No sabe trabajar en equipo. Necesito gente que trabaje bien,
pero que sepa trabajar en equipo.
Alan iba a protestar cuando Burton añadió: -Piénselo Alan. Usted
es muy bueno por sí mismo, pero su equipo no funcionaba. Usted es
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un individualista, Alan. Usted es un equipo de un solo hombre y eso no
funciona hoy en día. Necesito gente que sepa trabajar conjuntamente
para alcanzar nuestros objetivos. Quizá una persona en concreto no
marque tantos puntos, pero el equipo marcará muchos más. El hecho,
Alan, es que usted le estaba costando dinero a la empresa.
Dicho lo cual Burton agregó:
-Buena suerte, Alan
Cogió su maletín del asiento y con lo que podría haber sido una
sonrisa de disculpa se volvió y dejó a Alan allí plantado, solo y sin
trabajo.
Alan caminó hasta su coche a pasos cortos y se fue a casa.
Susan era una santa.
-No te preocupes, cariño. Tú eres muy bueno. Pronto
conseguirás otro trabajo. Incluso mejor.
Alan imaginó que podría encontrar otro trabajo sin problema.
Pero ¿uno mejor? No estaba tan seguro. Burton tenía razón. No sabía
trabajar en equipo. No es que quisiera ser un individualista y hacerlo
todo solo como Burton le había dicho. Pero lo de hacer una asistencia
para que otro marcara el gol no era lo suyo. Nunca lo había sido.
Desde que se había ido de casa de sus padres a los dieciséis
años siempre lo había hecho todo solo. Había recibido su educación en
las Fuerzas Aéreas y le habían enseñado a pilotar un avión. A la
tripulación le encantaba volar con él. Otros pilotos echaban un somero
vistazo a la nave antes de despegar. Alan lo inspeccionaba todo. Era
una paradoja. La tripulación confiaba en él porque él no confiaba en
nadie. Incluso comparaba los informes metereológicos de la base con
los de los servicios civiles.
Más tarde, como ejecutivo, Alan siguió yendo a lo suyo. Lo
controlaba todo. Gracias a su inagotable energía, el trabajo duro y una
mente aguda, siempre superaba los objetivos marcados, aunque su
equipo no lo consiguiera. Su jefe le dijo más de una vez que tenía que
aprender a trabajar en equipo. Lo intentaba, pero al poco tiempo volvía
a las andadas.
Pero Alan notaba que el mundo estaba cambiando. En todos los
sectores se demandaban profesionales que supieran integrarse en
equipos. Los días de los lobos solitarios como Alan, fueran brillantes o
no, estaban acabando.
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L
A ESCENA FUE LA SIGUIENTE: sonoros y constantes vítores; el
chasquido de los palos de madera que intentaban
desesperadamente subir el disco al campo contrario en la gélida
atmósfera y que rebotara adecuadamente en los laterales de cemento
de la pista; las gradas donde los familiares daban patadas en el suelo
para combatir el frío.
Tras la portería del equipo de casa se arremolinaba la gente
presa de la emoción cuando la aguja del reloj marcó el último segundo,
sonó la sirena y el partido acabó. Los espectadores emprendieron
rápidamente el camino del bar mientras los jugadores enfilaban el
pasillo que los llevaba a los vestuarios.
Por su energía, vigor y entusiasmo, los chavales del equipo de
hockey sobre hielo de la escuela primaria de Riverbend eran realmente
formidables. Cada uno de los jugadores estaba destinado al estrellato
en la liga nacional.
Al menos eso creían ellos. Si creer a pies juntillas en las propias
habilidades y en que querer es poder fueran la llave del éxito, los
Riverbend Warriors habrían sido los primeros de la tabla.
Por desgracia, habían perdido la mayoría de los partidos.
Cuando ganaban solía deberse a que el equipo contrario jugaba aún
peor. Y aquel sábado, los Riverbend Warriors habían vuelto a perder.
Cuando Alan Foster vio a su hijo David y a sus compañeros de
equipo sufrir otra humillante derrota se sorprendió de lo poco que
aquellos chicos parecían ser conscientes de sus puntos flacos. Se les
veía orgullosos, pese a la derrota, mientras abandonaban la pista
patinando. Que si un mal árbitro, que si la pista estaba en mal estado,
que si tiempos muertos inoportunos e incluso las cuchillas de los
patines, que estaban mal afiladas, eran los culpables. Nadie aceptaba
la responsabilidad, ni individual ni colectiva, de la derrota.
-Otra gran noche del equipo de primaria-le dijo irónicamente
Alan al entrenador, Milt Gorman, mientras David se cambiaba en los
vestuarios subterráneos.
-Siempre he soñado con tener un gran equipo. Pero en vez de
usar la cabeza para soñar la tenemos que utilizar para pensar en cómo
hacer de ellos un equipo -replicó Milt con una carcajada.
-Es increíble la cantidad de tiempo que tú y tu ayudante Nanton
le dedicáis a esto -dijo Alan.
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-Me da la oportunidad de pasar más tiempo con mi hijo y,
además, me gusta el hockey -dijo el entrenador Milt parándose delante
del pasillo que llevaba al vestuario-. Algunos días me gustaría no tener
un equipo en el que la mitad de los chicos tiene miedo de ir tras el
disco y la otra mitad no lo suelta ni a tiros cuando le pone el palo
encima.
La mención de que hubiera jugadores tan individualistas
desconcertó a Alan, pero no tanto como las siguientes palabras de Milt:
-David le ha dicho a mi Billy que te han despedido del trabajo.
-Es cierto -respondió Alan con mayor brusquedad de la que le
hubiera gustado.
-Lamento oírlo -dijo Milt recogiendo varios palos de hockey y
cargándoselos al hombro-. Mala suerte.
-No -se oyó decir Alan de forma categórica-. No ha sido mala
suerte. En los últimos cuatro o cinco años ha habido cambios en la
compañía pero yo no he cambiado con ella. Por eso ahora ya no hay
sitio para mí. No ha sido mala suerte, ni cosa del árbitro, ni del mal
estado de la pista, ha sido culpa mía.
-Vaya -dijo Milt-. Si nuestros chavales tuvieran las tripas y el
sentido común que tú has tenido para reconocer tu responsabilidad en
lo que ha pasado, estarían jugando la promoción para la liga nacional.
-Si quieres que te diga la verdad, es la primera vez que lo
reconozco -dijo Alan-. Creo que escuchar a los chavales yendo a los
vestuarios echándole la culpa a todos esos factores equivocados ha
hecho que me dé cuenta.
El reconocimiento de Alan de su responsabilidad en lo ocurrido
concordaba con su filosofía individualista. Él creía que sólo contaba él,
así que no le podía echar la culpa a nadie más. Y esto también hacía
que no se enfrentara con el problema real. Había aceptado la
responsabilidad: ¿Qué más podía hacer? Asunto concluido. No había
necesidad de analizar más.
Ni que decir tiene que Milt no sabía nada de esto. Estaba
pensando en algo totalmente distinto.
-Bueno, esto es lo que hay -exclamó Milt-. Espero no haberte
puesto en una situación violenta.
-No te preocupes -contestó Alan.
-Eres muy amable. Pero a lo que iba con todo esto es que a mi
ayudante y a mí nos vendría muy bien que nos ayudaran con esos
chicos. Sé por David que trabajabas muchas tardes y fines de semana,
pero ahora espero que tengas tiempo para echamos una mano.
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-¿Me estás diciendo que les enseñe a jugar al hockey? No he
patinado en una pista desde hace años. Ni siquiera creo que recuerde
las reglas -contestó Alan.
-Yo conozco las reglas Mi ayudante patina a las mil maravillas.
Además, como entrenadores tenemos un trabajo, y es que esos
chavales jueguen como un equipo, enseñarles que, trabajando como
un grupo bien articulado, conseguirán más que si cada uno se entrega
al cien por cien. Una vez que los chavales aprendan lo bueno que es
jugar en equipo, les habremos enseñado algo mejor que todas las
estrategias y entrenamientos juntos.
La pista, que hacía unos minutos resonaba con los golpes de los
palos y los vítores, estaba ahora desierta, a excepción de Alan y Milt.
-Vale -dijo Alan, tras respirar hondo-. Segunda confesión del día:
¿sabes por qué me han echado del trabajo? Porque no sé trabajar en
equipo. Me han echado pese a ser uno de los mejores empleados
porque no sé trabajar con los demás. No sé si soy la persona más
indicada para enseñar a trabajar en equipo.
Milt ladeó la cabeza como si quisiera considerar mejor lo que había
dicho Alan y, tras acomodarse los palos en el hombro, dijo:
-Tu empresa puede que no te quisiera, pero yo sí. Creo que eres
el candidato ideal. No tienes que cantar como Pavarotti para enseñar a
cantar.
En realidad a Milt no le interesaba la perfección, ni siquiera que
su equipo jugara como la media. Lo que necesitaba era que otro padre
compartiera con él la carga.
Como percibió que Alan estaba un poco intrigado, Milt añadió:
-Mi mujer y yo vendemos agua mineral en nuestra tienda para
ganamos la vida. Mi ayudante, Gus Nanton, es un diseñador gráfico,
trabaja por su cuenta, en el estudio que tiene en el sótano de su casa.
No tenemos ni idea de trabajar en equipo. Al menos tú sabes algo. -y
agregó con una sonrisa-: iSerás nuestro experto!
Y entonces Milt Gorman dijo las palabras que Alan necesitaba
oír más que nada en el mundo. Con toda la intención, lenta y
sinceramente, dijo:
-Te quiero en el equipo, Alan.
-Me gusta oír eso -comentó Alan en tono bajo para que la voz no
se le quebrara por la emoción y la gratitud. Alguien lo quería en su
equipo.
-Los entrenamientos son los martes y los jueves, a las siete de la
tarde, ¿vale?
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-Cuenta conmigo -contestó Alan.
-Genial. Y gracias. Ya tengo ganas de trabajar contigo -dijo Milt y
desapareció en el túnel de los vestuarios.
La explicación que Alan le dio a su mujer fue muy sencilla.
-¿No conoces ese dicho de que la gente enseña lo que más
necesita aprender? Pues bueno, voy a enseñar a trabajar en equipo a
los Riverbend Warriors.
Sin embargo el objetivo de Alan era enseñar, no aprender. El
trabajo en equipo estaba bien para deportes como el hockey o el
baloncesto, pero en el mundo de Alan, el mundo que él creía que era el
mundo real, si quieres que se haga algo tienes que hacerlo tú. Cuando
Alan estaba en la línea de salida sólo confiaba en sí mismo para ganar
aquella carrera. El hecho de que ser un lobo solitario le hubiera costado
su puesto de trabajo era sólo una ironía.
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2
A
lan Foster empezó su carrera como entrenador en la sección de
libros de deportes de la biblioteca pública, en concreto en los
estantes donde se leían las etiquetas «Cómo formar un equipo»
y «El juego en equipo».
Sin embargo, su auténtica educación comenzó los martes y los
jueves por la noche, cuando los Riverbend Warriors entrenaban, y las
tardes de los sábados, cuando diecisiete estrellas del hockey sobre
hielo que estudiaban primaria salían a la pista convenientemente
entrenados y en un mes perdieron tres partidos de cuatro.
Durante los entrenamientos intentaron inculcar a los chavales
tres cosas. Lo primero era la técnica. Les enseñaban a deslizarse de
un extremo a otro de la pista a toda velocidad. Cuando el entrenador
Nanton hacía sonar su silbato era la señal para que frenaran en seco,
dieran media vuelta y volvieran a impulsarse con la máxima rapidez en
dirección contraria hasta que el silbato volvía a sonar. Al menos ésa
era la teoría. Los que peor patinaban solían entender que frenar en
seco era deslizarse hasta que se detenían. Los que mejor patinaban
solían describir un lento giro para detenerse. Sólo uno o dos intentaban
frenar clavando la punta de la cuchilla de sus patines, y a menudo se la
pegaban. También practicaban los pases, el manejo del disco y los
tiros rápidos a la portería. De nuevo ésa era la teoría. La realidad era
diferente. Excepto un jugador, que tenía un don natural y una notable
coordinación, la técnica brillaba por su ausencia.
Lo segundo era la deportividad, las normas del juego y las
tradiciones. Una tradición que no costó mucho enseñarles fue que
debían ponerse en línea en el centro de la pista e ir hacia el equipo
contrario para estrecharles la mano.
-Los directivos de la liga tienen la culpa de que haya tantas
peleas; han suprimido este saludo en vez de reprimir a los violentos y a
los entrenadores que permiten que haya enfrentamientos -le dijo Milt a
Alan con evidente disgusto durante el primer entrenamiento con los
chavales-. Son gente sin carácter ni personalidad ni empuje que se
pasan más tiempo en reuniones que en la pista con los chicos. Están
arruinando este juego. Están enseñando a toda una generación que
buscar camorra es parte del juego.
El tercer aspecto que enseñaban, donde Milt dijo que tenían la
gran oportunidad de combatir el mal ejemplo y los mensajes implícitos
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de los directivos de la liga, era el juego de equipo: aprender a
establecer una defensa o lanzar un ataque de forma que todo el
equipo, o una parte del mismo, actuara de forma compenetrada para
cumplir un objetivo, que tanto podía ser aprender a mover el disco por
la zona central como pasárselo a un alero para que atacara.
También fallaban en el área de gol. El martes machacaron lo de
jugar en equipo. Y también el jueves. Pero el día del partido fue un
desastre. Desde el pitido de inicio hasta que sonó la sirena que
indicaba el final del partido los dos defensas y los tres aleros no
hicieron más que pasearse de un extremo a otro de la pista, a veces
persiguiendo el disco, a veces apartándose de su trayectoria y otras
saludando a sus padres, que estaban en las gradas.
-Kevin, pásala y baja a defender-gritaba Milt.
-Avanza, Larry, avanza -gritaban todos los padres, a sabiendas
de que Larry nunca había conseguido avanzar más de cuatro metros
sin perder el disco.
El único padre que no animaba a Larry a avanzar era el suyo.
«Tira, Larry, tira», le gritaba. No importaba cuál fuera su posición.
«Tira, Larry, tira», era lo único que repetía como si fuera su mantra. Y
Alan descubrió que a aquello la madre del chico lo llamaba «disparos a
puerta», pero el marcador seguía igual. Y mientras los padres
esperaban en el bar provisto de calefacción a que sus hijos salieran de
los vestuarios, el análisis que hacían del partido estaba salpicado de
frases como: «¿Has visto a Larry esta noche? Siete disparos a puerta,
siete».
Alan estaba indignado.
-Los padres son peores que los chicos. Están echando a perder
todo el trabajo que hemos estado haciendo -se quejaba a Milt. -Peor,
los padres son los que eligen a los directivos de la liga -dijo Milt con
una carcajada-. Pero mira, Alan, son buenos padres y el hecho es que
la mayoría de esos chicos serán unos tíos estupendos sin importar lo
que hagamos nosotros o sus padres. Sólo espero que les quede algo
de lo que les estamos enseñando.
Un jugador que había asimilado bien dos de las enseñanzas de
Alan y Milt era Timothy Albert Burrows. Tim conocía las reglas y las
tradiciones. Incluso sabía que tenía que jugar en determinada posición,
que tenía una misión en concreto. Mientras sus compañeros pululaban
por la pista sin orden ni concierto, Tim defendía, apoyaba, cubría su
zona, siempre dispuesto a detener un contraataque del contrario o
interceptar el disco y pasarlo a un alero.
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El problema era que a la hora de la técnica Tim era un desastre,
el peor patinador de todo el equipo y el menos capaz de pirar el disco
con su stick si aquél acertaba a pasar por su lado. y lo de detener
eficazmente un contraataque, era mejor olvidarlo. Tim se esforzaba
como un valiente, pero para cuando estaba en situación de hacer frente
al atacante, éste ya lo había dejado atrás. Si por azar Tim estaba en
medio de la línea de avance, a los atacantes no les costaba mucho
esquivarlo.
Y esto no le importaba a Tim. Veía la vida como una dicha sin
fin. Irradiaba felicidad.
-Has estado genial, les has engañado, les has engañado -decía
Tim entusiasmado-. ¿Recuerdas cómo se la has colado al número
diecisiete detrás de la red? ¡Ni siquiera vio el disco! Tim recordaba con
precisión cada jugada de sus compañeros y se alegraba sinceramente
de cada éxito. y también tenía el sentido común de no mencionar los
numerosos errores de ellos, una madurez que no tenían sus
compañeros, quienes, cuando acababan de criticar al árbitro, el estado
de la pista y la mala suerte empezaban a repasar las pifias de los
demás, sobre todo las de Jerry, el portero. Si habían perdido por 9 a 2
era evidente que habrían ganado si Jerry hubiera parado ocho de los
tiros que habían acabado en gol.
-Ni hablar -replicaba Tim-. Sólo tenemos que meter ocho goles
más. Jerry, esta noche has estado genial.
Pocos chavales de diez años se atreverían a llevarles la
contraria a sus compañeros de equipo. Tim era un chaval formidable, y
sabía que no todo es fácil en esta vida.
-¿Quién es ese Tim? -preguntó Alan a Milt tras el segundo
partido en que hizo de entrenador.
-No lo tengo muy claro -respondió Milt-. Sólo sé que me gustaría
que los demás fueran como él, y que él patinara como los demás.
-Su palo no parece muy bueno. Quizá sea eso parte del
problema
-A lo mejor. Dudo que las cuchillas de sus patines estén bien
afiladas. No tienen mucho dinero en casa. Sé que no tiene madre. Creo
que murió hace tres años. Billy me contó que el padre de Tim trabaja
en un restaurante. Rara vez viene a los partidos. Pero es un tío majo.
Me parece que Tim ha sacado el carácter de él.
De dondequiera que Tim hubiera sacado ese carácter lo cierto
es que era especial. Los entrenadores de los equipos contrarios, al
observar cómo jugaba Tim, nunca entendían por qué llevaba la “C” en
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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su camiseta, la marca de que había sido elegido capitán por sus
compañeros.
En el vestuario Tim remoloneaba como siempre hacía mientras
sus compañeros se apresuraban a cambiarse. Tim quería quedarse el
último para no tener que dar ninguna excusa si rechazaba ir a dar una
vuelta o, peor aún, una invitación a cenar en casa de alguien. Era de
noche y quería caminar solo. Desde que su madre había muerto, la
noche era algo especial para Tim.
Unos días antes de que muriese, tumbada en el sofá del salón
de su casa, la madre de Tim hizo todo lo que pudo para prepararlo.
-Todos estamos hechos de dos partes, Tim, nuestra alma y
nuestro cuerpo. Mi cuerpo no funciona muy bien, y cuando se pare, mi
alma tendrá que buscarse un nuevo hogar.
- ¿Qué es un alma?- preguntó Tim.
- Es lo que somos realmente. Crece con el amor. Tengo todo el
amor de papá, el tuyo y el de la abuela. El amor de Dios hace que mi
alma esté viva. Es como cuando encendemos una cerilla para prender
el carbón de la barbacoa- dijo su madre lazando las manos y
obsequiando a Tim con la mejor de sus sonrisas-. Y no importa lo que
le pase a mi cuerpo. Siempre tendré tu amor, y el de Dios, así que
siempre tendré un alma.
- Y también el amor de papá y de la abuela- añadió Tim muy
serio.
- Sí, también el de papá y el de la abuela- contestó su madre
con una voz muy dulce, tratando de controlar sus emociones, pues era
consciente de que mostrarle a su hijo una serena y valiente aceptación
de lo que iba a ocurrir era el mejor regalo que podía hacerle.
Sus siguientes palabras eran la razón de que ahora Tim mirara
en el bar para asegurarse de que todo el mundo se había ido antes de
salir por la puerta camino de la noche, con el stick al hombro y los
patines balanceándose en su espalda.
- Cuando mi alma esté con Dios, no tendré un cuerpo que me
permita hablar contigo, pero siempre estaré a tu lado cuando
me necesites.
Tim la miró desconcertado.
- Ahora sólo puedo estar donde está mi cuerpo. Cuando esté
con Dios, si quieres hablar conmigo, podrás hablarme siempre, y yo te
escucharé. No podré hablar contigo, pero te prometo que si alguna vez
quiero decirte algo encontraré la forma. ¿Y sabes lo mejor Timmy?
- No –contestó Tim.
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Tenía siete años. Era lo suficiente mayor para saber que aquella
conversación no presagiaba nada bueno, y mucho menos que hubiera
algo que pudiera ser “lo mejor”.
- No tendrás que volverte a preocupar por la oscuridad – redijo
su madre. A Tim le daba miedo quedarse solo a oscuras-. Siempre
estaré contigo por las noches. Podrás hablar conmigo siempre que
quieras, Tim, y yo te escucharé aunque no hables en vos alta. Te
prometo que siempre estaré a tu lado, sobretodo por las noches.
¿Vale?.
- Vale, mamá.
Seis días después murió su madre, todavía en el sofá, rodeada
por Tim, su padre y una enfermera.
La noche de su funeral Tim salió por la puerta de atrás de la
casa dejando en ella a todos los amigos y vecinos. Haciendo acopio
de valor, salió a la noche, caminó hasta el borde del jardín y se
quedó de pie en el césped crecido.
- Mamá- susurró-, ¿mamá?
Nada. Silencio. Oscuridad.
Tim miró al cielo y volvió a llamar a su madre. Esta vez en voz
alta y con cierta urgencia:
- Mamá, ¿estas ahí?
La pregunta del niño se perdió en el cielo de la noche. Un
brillante resplandor se vio en la constelación de Leo y cruzó el
firmamento para apagarse en el extremo más lejano de Orión.
Algunos dirán que fue la mano de Dios, otros que simplemente
fueron los pedazos de un meteorito que ponía fin a mil millones de
años de azaroso periplo intergaláctico. Para un niño de siete años
solo, con miedo y con el corazón roto solamente había una respuesta.
Su madre le había saludado. Su madre estaba con él. En ese instante
su corazón empezó a rehacerse, su miedo despareció y la noche se
convirtió en su amiga.
Tim no se lo dijo a nadie, ni lo de esa noche ni lo de sus
posteriores conversaciones con su madre. Pocas veces oía su voz,
pero si era importante, ella le enviaba un mensaje. ¿ Y cómo? Bueno,
eso no era importante para Tim.
Cuando su padre, que trabajaba por las noches, le dijo que podía
ocupar tres tardes a la semana jugando a jockey sobre hielo, Tim no
estaba muy seguro de que le apeteciera. Esa noche, cuando Tim salió
a dar un paseo para hablar con su madre, empezó a nevar. Fueron las
primeras nieves de invierno. Al volver a casa la nieve reflejaba cada
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punto de luz dando a la atmósfera de la noche un tenue brillo. Y Tim
supo que su madre le había enviado un mensaje: “Juega al jockey”.
Aquella táctica dilatoria en el vestuario le permitía volver solo a
casa, y mientras paseaba hablaba con su madre y la ponía al día de
sus cosas. Una de las razones por las que Tim tenía una visión
positiva de la vida y sabía ver lo mejor de los demás era porque le
contaba las malas noticias a su madre e incluso sus menores
frustraciones.
Tim sabía que no tenía que hablar en voz alta para que su madre
le oyera, pero a veces, presa de la agitación, enfadado o
desconcertado, se descubría quejándose a la noche. Un desconocido
que hubiera pasado esa noche por su lado hubiera oído a un
muchacho hablando solo. Pero no era así. Tim le estaba contando a
su madre su frustración porque sus compañeros de equipo no habían
sabido mantener sus posiciones. La lógica de jugar desde unas
posiciones, pasar el disco y trabajar de forma conjunta para marcar
goles era clara para él. Tim no lograba comprender por qué los otros
no lo veían igual.
Los Riverbend Warriors no habían sabido trabajar en equipo,
pero dos noches después, un sábado, el trabajo de equipo le salvó la
vida a Tim.
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3
T
ardaron un minuto en darse cuenta de que Tim se había hecho
daño.
Acababa de meter su primer gol. Sus compañeros de
equipo brincaban con sus patines y alzaban brazos y sticks para
festejarlo. Los entrenadores los vitoreaban con entusiasmo y alegría.
Todos vieron cómo caía Tim. Era normal que los chavales se cayeran
durante el partido. A menudo se quedaban unos segundos tumbados
en la pista, quizá preguntándose cómo había sucedido o
contemplando la escena a la altura del hielo. Siempre acababan
levantándose. Pero Tim no.
Como de costumbre, el alero situado a la derecha de Tim
abandonó su posición y persiguió al grupo de jugadores que iban tras
el disco. El entrenador Gorman le hizo señas a Tim para que se
adelantara y ocupara su puesto.
Segundos más tarde el disco salió disparado de la piña de
jugadores en dirección a Tim, y fue reduciendo su velocidad de tal
forma que éste pudo hacerse con él valiéndose del stick.
Tim empezó a avanzar llevando el disco. Tras él varios
contrarios intentaban darle caza. Tim estaba cerca de la línea de tiro y
solo, no tenía que driblar a nadie.
De repente Tim se dio cuenta de que estaba protagonizando una
escapada. Tenía que tirar a puerta. El disco salió disparado.
No fue un tiro perfecto, pero tampoco lo era el portero. El disco
fue directo hacia la portería, cosa poco habitual entre los jugadores de
su edad, y pasó entre las piernas del portero en el preciso momento
en que los del equipo contrario daban alcance a Tim.
Tim se había detenido para hacer su lanzamiento. Sus
perseguidores, tanto los del equipo contrario como los de su equipo,
no frenaron ni se apartaron.
El impacto lanzó a Tim contra el hielo, donde cayó de bruces. Su
casco golpeó contra la valla de madera que delimitaba la pista y está
le frenó. No fue un golpe muy fuerte. Debería haberse podido levantar.
Pero no lo hizo.
Todo el mundo, jugadores, entrenadores y padres, se dio cuenta
de que algo malo había sucedido.
Los vítores enmudecieron y , en medio del silencio, sólo roto por
el silbido de las cuchillas de los patines que se deslizaban por la pista
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
17
de hielo, los entrenadores de ambos equipos saltaron de sus bancos
para ir corriendo donde Tim yacía inmóvil cuan largo era.
Ve con él- le dijo Milt a Alan diecisiete minutos más tarde,
cuando los enfermeros introducían al inconsciente Tim en una
ambulancia, sujeto a una camilla especial mediante correas.
En la ambulancia conectaron a Tim a varios monitores.
El enfermero habló por un micrófono invisible:
- Llevamos a un chico de diez años, lesionado en un partido de
jockey, inconsciente, se ha golpeado la cabeza contra la valla de
protección. Envío constantes vitales.
La ambulancia iba a toda velocidad haciendo sonar la sirena
para llamar la atención de los otros conductores.
-¿Está bien?- preguntó Alan muy preocupado.
-¿ Es usted el padre?
- No, su entrenador.
- Está estabilizado. Sólo puedo decirle eso. Estamos
transmitiendo sus constantes vitales a un médico que está en la
unidad de urgencias para....
- Unidad once, tenemos las constantes vitales en pantalla- le
interrumpió una voz de mujer por un altavoz situado en el techo de la
ambulancia- ¿Tiene la cabeza inmovilizada?
- Sí, doctora- respondió el enfermero.
Alan advirtió que el hombre estaba observando lo que parecía un
cojín hinchable cuyos extremos sostenían la cabeza de Tim.
-Veinte miligramos de codeína. Voy a monitorizarlo. Dime
cuando desconectas tu monitor. La unidad de urgencias se está
preparando para recibiros.
- Veinte miligramos de codeína- dijo el enfermero, para
confirmar la orden de la doctora cuando inyectó el medicamento en el
brazo de Tim.
- Esto lo mantendrá sedado y evitará que recupere la
conciencia de repente. No conviene que se mueva hasta que los de
urgencias puedan examinarlo- explicó el enfermero de Alan.
La ambulancia frenó bajo una marquesina iluminada por
brillantes luces amarillas. Las puertas de atrás se abrieron de golpe.
Unas manos soltaron la camilla de Tim y se lo llevaron a toda prisa.
Cuando Alan consiguió bajar, Tim y sus porteadores habían
desparecido a través de unas puertas de vaivén. Alan corrió tras
ellos, que se introdujeron en una habitación y pasaron al accidentado
de la camilla de mano a una camilla de hospital.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
18
Sin saber muy bien que hacer, Alan entró y la puerta se cerró
tras él. Se quedó en silencio, apoyado contra la pared. No es que en
aquella habitación tan iluminada estuviera precisamente oculto, pero
el enjambre de doctores, técnicos sanitarios y enfermeras vestidos de
verde no repará en él mientras examinaban a Tim a toda prisa.
Alan reconoció a la doctora por la voz. Por la radio de la
ambulancia tenía un marcado acento irlandés. Era lo único que la
distinguía. Todo el personal de la unidad de urgencias estaba vestido
con las mismas holgadas prendas verdes de quirófano. Unos gorros
les cubrían el pelo, llevaban mascarillas sujetas al cuello y la mayoría
llevaban una especie de buscas sujetos a los bolsillos, Cuando era
necesario se dirigían los unos a los otros por el nombre, no por su
categoría, y era imposible decir quién era el máximo responsable.
Todos parecían saber exactamente qué tenían que hacer e
informaban a los otros de lo que estaba ocurriendo. Se tomaban
decisiones, pero parecía que el grupo, más que tal o cual individuo,
era quién las tomaba. A Alan le costaba entender aquella forma de
trabajar. Era como si trabajaran al unísono de forma instintiva.
Una especie de pantalla de rayos X se colocó sobre Tim. La
doctora y otras dos personas consultaron un monitor y pidieron que
ésta hiciera varias tomas. Por lo que Alan comprendió Tim, pese a
que estaba inconsciente, no tenía ninguna fractura en el cráneo ni se
había roto el cuello ni la columna.
- Vale, vamos a hacerle una resonancia magnética ahora
mismo.
Cuando el grupo se apartó de Tim vieron a Alan y educada pero
firmemente le acompañaron a la sala de espera. Tim despareció tras
otra puerta.
Veinte minutos más tarde llegó el padre de Tim, acompañado
por Milt Gorman. Justo cuando la mujer que Alan había identificado
como la doctora entró en la sala de espera.
- ¿El señor Burrows?- preguntó.
- ¿Está bien? Soy su padre.
Su hijo ha sufrido un accidente grave pero tenemos
muchas esperanzas de que se recupere satisfactoriamente. Pero por
ahora está inconsciente. Tiene un hematoma subdural que le presiona
el cerebro. Tenemos que aliviar la presión que ejerce. He llamado a la
doctora Nancy Cantor. Es una excelente neurocirujano.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
19
-¿Habrá que operarle? -preguntó el padre de Tim, con la voz
temblorosa por la emoción pese a que intentaba asimilar con
entereza las noticias.
-La doctora Cantor es muy buena. Estoy convencida de que Tim
se pondrá bien. Es joven y fuerte, pero tenemos que rebajar la
presión del hematoma. Tendrá que firmar unos papeles.
-Sí, claro -respondió el padre de Tim, y siguió a la doctora al
control de ingresos.
Alan y Milt se sentaron a esperar. Tres horas más tarde todavía
esperaban, junto al padre de Tim a que les dijeran algo de cómo
había ido la operación
La sonrisa en el rostro de la doctora Cantor cuando entró en la
sala de espera decía todo lo que había que decir. Tim estaba vivo y
había reaccionado bien.
-Su hijo está bien -dijo la doctora Cantor-. Ahora lo van a llevar a
la sala de cuidados intensivos. Pronto podrá verle.
La operación había ido como una seda. El problema era
exactamente el diagnosticado. Sólo quedaba saber cuándo
recuperaría Tim la conciencia. Pronto se pasa- rían los efectos de la
anestesia, pero quizá no volvería en sí de inmediato. Podría llevar un
tiempo.
-¿Horas? ¿Días? -preguntó su padre.
-No lo sabemos con exactitud -respondió la neurocirujana.
Aunque no lo dijo, la posibilidad de que Tim no recuperara la
conciencia era evidente. Como si les leyera el pensamiento, la
doctora Cantor dijo:
-Tim tardará un tiempo en recuperarse. Yo no estoy preocupada. Si
estuviera en su lugar, tampoco lo estaría.
-Gracias, doctora -dijo el padre de Tim-. Gracias, creo que usted le ha
salvado la vida a mi hijo.
-En realidad yo he hecho muy poco -dijo la doctora-. Tanto el personal
de urgencias como los chicos de la ambulancia han prestado a su hijo
todos los cuidados que necesitaba. El equipo que ha hecho el
diagnóstico me ha dicho exactamente lo que tenía que hacer y qué
podía encontrarme. Tengo un equipo de diez personas en el quirófano
y cada uno de ellos cumple un papel fundamental. Ahora mismo el
personal de cuidados intensivos está cuidando a Tim. Les agradezco
que me den las gracias, pero sepan que sólo soy un miembro más del
equipo. Todos dependemos de los demás.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
20
Y a continuación la doctora sugirió al padre de Tim que fuera a verlo.
Podía pasar la noche en una cama de la zona para familiares habilitada
en la unidad de cuidados intensivos. Milt se ofreció a llevar a Alan a
casa.
-¿Has oído a la doctora? -dijo Alan cuando entraron en el coche. Lo
decía para Milt tanto como para sí mismo-. Es una convencida de la
labor de equipo y una neurocirujana de primera. Realmente las cosas
han cambiado. Una vez tuve una novia cuyo padre era cirujano. Se
creía Dios. No tenía colaboradores. Tenía esclavos.
-Las cosas han cambiado. Hoy en día tienes que dirigir un equipo para
triunfar -dijo Milt cuando se metió en la calle de Alan-. La doctora que
ha atendido a Tim es un ejemplo de lo que debe ser un buen jefe de
equipo. Su objetivo no es ser la jefa y que todo el mundo sepa que la
que manda es ella. Su objetivo es hacer todo lo necesario para que el
equipo funcione a la perfección. Si hace falta puede tomar el mando,
pero si los otros saben más del asunto o hacen esto o aquello mejor no
le importa hacerse a un lado y dejar que ellos se encarguen. Le gusta
más que el equipo funcione que ser la jefa.
-¿ Y tú has aprendido eso vendiendo agua mineral? -preguntó Alan.
-Cuando no hay trabajo, tengo mucho tiempo para leer -respondió Milt
riéndose-. Siempre me han gustado los libros sobre gestión
empresarial.
Alan se quedó un momento en el asiento después de que Milt
frenara delante de su casa.
-Ser el jefe no es lo principal; es eso, ¿no? -dijo Alan con aire reflexivo-.
Lo que esa doctora nos ha dicho esta noche es que lo importante es
ser un miembro útil para el equipo. Cada componente de su equipo,
incluso ella, tiene que centrarse en el éxito del equipo, no en el suyo
propio. Todos están al servicio del equipo. No hay sitio para ninguna
prima donna. La lealtad de todos tiene que ser para el equipo. Ésa es
su razón de ser.
-Eso es -dijo Milt-. Yeso no es todo, el grupo no tendrá éxito si cada
miembro del equipo se limita a ayudar a los demás y trabajar en
equipo. Tienen que estar al servicio del paciente. Hacen piña para
cumplir un propósito primordial: salvar vidas.
-Bien visto -comentó Alan. -Por desgracia -dijo Milt-, las personas
muchas veces están tan obsesionadas en qué hay que hacer para ser
un buen jefe que se olvidan de cual es su primera responsabilidad.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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Puedes verlo en el jockey todos los días, no en la liga infantil, desde
luego, pero sí en la mayoría de los equipos de las ligas mayores.
Bonitas jugadas. Muchos pases. Cada cual en su zona. Pero no
rematan, no marcan. Como acabo de decir, las organizaciones se
preocupan tanto de descubrir cuáles son los mejores procesos para
hacer las cosas que se olvidan de lo que realmente se espera que
hagan. Lo fundamental al hacer bien las cosas es que finalmente se
hagan.
Alan estaba tumbado en su cama esa noche pensando en Tim, en la
escena que había presenciado en la sala de urgencias y en las
palabras de la doctora. A Tim lo había salvado un equipo. La doctora
había dicho que la resonancia magnética le había indicado lo que había
ocurrido y lo que tenía que hacer. «Yo me he encargado de la parte
quirúrgica, pero la resonancia magnética ha sido el artista y yo no
tengo ni idea de cómo va esa máquina», le dijo la doctora al padre de
Tim.
Cuando Alan finalmente se durmió había captado lo que la doctora
les había dicho: el personal médico, actuando como un equipo, no talo
cual individuo, había salvado a Tim. No hubieran podido hacerlo si
hubieran trabajado individualmente. La interdependencia y
compenetración, la suma de conocimientos y habilidades marcaba la
diferencia. Además, Alan creía que la doctora tenía razón en otra cosa:
ninguna habilidad o conocimiento era más importante que otro. En
definitiva, una destreza individual alcanza todo su potencial cuando se
combina con otras.
Eso estaba bien para la medicina, pero en el mundo de los negocios
era diferente, se dijo Alan. Sin embargo, por primera vez en su vida no
estaba tan seguro de que eso fuera verdad. Se había abierto un
resquicio. Se había aferrado a la idea de que el mundo de los negocios
era diferente, pero también creyó en una época que volar en las
Fuerzas Aéreas lo era. Sin embargo, si aceptaba la lógica de la doctora
y la aplicaba a sus días de piloto, su brillante carrera no sólo se debía a
sus habilidades en la cabina o a que primero se leyera los informes
meteorológicos.
En última instancia se debía a que formaba parte de un equipo: los
mecánicos que se ocupaban del mantenimiento de los motores, las
personas que habían diseñado el avión, los trabajadores que habían
acoplado el fuselaje, la torre de control, su navegante, y la lista seguía
y seguía. Dependía de esas personas cuyos conocimientos eran
fundamentales para que él sacara el máximo partido de su habilidad.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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Había sabido ver que esas personas eran importantes, pero siempre
las había visto como un apoyo y nunca como miembros de un equipo
cuya contribución e importancia era igual a la suya. Alan empezó a
darse cuenta de que estaba equivocado en lo que a su carrera de piloto
se refería. y si se había equivocado en eso, ¿quién podía asegurarle
que no se había equivocado también en el mundo de los negocios?
Alan tuvo el sueño agitado esa noche. Su mujer creyó que las
vueltas y revueltas que dio en la cama se debían a la impresión que le
había causado el accidente de Tim y la operación. Y así era, pero no
por la razón que ella imaginaba.
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4
T
im recuperó la conciencia el domingo por la tarde y los doctores,
que a última hora del sábado y durante la mañana del domingo
habían mostrado tanta calma y seguridad, ahora parecían tan
aliviados que Alan sospechó que Tim había pasado por una situación
más peligrosa de la que habían admitido, incluso ante ellos mismos.
Los chavales del equipo estaban exultantes cuando se enteraron de
la buena noticia en el entrenamiento del martes. Al ver cómo se
llevaban el cuerpo inerte de Tim de la pista no creían que se tratara de
una simple lesión. Estaban muy preocupados. Creían que era algo
grave. Que Tim se había muerto. Lo que los adultos consideraban una
recuperación al borde del límite, para los chavales era una suerte de
radiante resurrección. -Mira toda esa energía -le dijo Milt a Alan
mientras observaban cómo Gus Nanton les enseñaba a patinar mejor-.
Sólo Dios sabe qué derrota sufriremos el sábado cuando esos fieros
individualistas sobrados de bríos vayan cada uno a la suya. Otra paliza
probablemente -concluyó con tristeza.
-Yo no estoy tan seguro -replicó Alan-. Quizá podamos canalizar en un
objetivo esa energía y derrotar a alguien nosotros.
Y no dijo nada más mientras veía cómo los chavales patinaban
alegremente bajo la supervisión de Gus Nanton.
Una vez que acabó la sesión de patinaje, los chavales descansaron
mientras Milt les daba un repaso de las normas y las tradiciones.
Entonces Alan sacó a colación el tema del trabajo en equipo.
-El otro día Tim recibió un golpe. Son cosas que pasan. La buena
noticia es que pronto le van a dar de alta del hospital. La mala es que
probablemente no podrá volver a jugar a hockey este año. Fue como
echarles un jarro de agua fría. Los chavales habían confiado en que
Tim volviera pronto al equipo.
-Creo que estamos en deuda con Tim -dijo Alan remarcando cada
palabra.
Aunque estaba leyendo libros sobre cómo crear y dirigir equipos, por su
propia experiencia y por intuición, Alan comprendió que la lesión de
Tim también había hecho pedazos el ordenado mundo de cada uno de
aquellos chicos. Había pasado algo que nunca debía pasar, y todos los
Warriors habían tenido que ver en ello. Tenían que hacer algo, algo por
Tim. Algo que fuera una reparación de lo que había ocurrido.
-¿Alguien tiene alguna idea?
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
24
Silencio
Alan volvió a quedarse callado durante un minuto. Los chavales
movieron nerviosamente los pies y miraron aquí y allá, evitando las
miradas de sus compañeros y de los entrenadores. No sabían qué
responder.
-A mí se me ha ocurrido que podríamos ganar la liga para Tim -dijo
Alan tranquilamente.
¡La liga! ¡Ganar la copa! Ningún equipo de Riverbend la había ganado
nunca. Ni siquiera se habían acercado. La liga se dirimía en los últimos
diez partidos de la temporada, ya continuación se jugaba una liguilla
eliminatoria entre los cuatro mejores equipos. Las derrotas del principio
no actuarían en su contra. Tenían una posibilidad si conseguían jugar
todos a una.
Era, como Milt Gorman le describió luego a su mujer, «un reto de
proporciones épicas». El balanceo de los pies cesó, las cabezas se
irguieron. Ganar la liga sería un homenaje ideal. Los chavales habían
visto incontables horas de televisión y películas para saber que eso era
exactamente lo que hacían los equipos deportivos cuando se lesionaba
la estrella. Los soldados tomaban la colina en honor de su sargento
caído. Los vaqueros se enfrentaban a una cruda ventisca para rescatar
al perro del niño del rancho que se había roto una pierna. Y cuando un
agente de policía era asesinado, el FBI y la policía local y del estado se
aliaban para encontrar al criminal. Serían soldados, vaqueros, policías,
héroes. ¡Ganarían la liga!
Habían recuperado la energía y ahora tenían más que nunca. Los
únicos en la pista que tenían dudas eran Gorman y Nanton, los
entrenadores. Sabiendo cómo era el equipo, eran conscientes de que
tenían las mismas probabilidades de ganar la liga que de ser
secuestrados por extraterrestres. Alan no tenía muchas más
esperanzas, pero se dejó llevar por el entusiasmo de los chavales.
Ellos no tenían dudas. Ganarían la liga. En ese momento el
compromiso era total y firme.
El único problema era que los Riverbend Warriors todavía eran un
grupo de jugadores individualistas sobrados de bríos e incapaces de
concentrarse. El reto iba a ser hacerles entender que sólo alcanzarían
su objetivo si trabajaban todos a una. Debían comprometerse a
cambiar su modo de actuar. Lo del compromiso no iba a costar. Lo
difícil era que modificaran su estilo de juego y aprendieran nuevas
técnicas. Y eso iba a requerir mucha voluntad.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
25
Alan hizo que el equipo volviera a la pista, les marcó unas
posiciones y les enseñó dos jugadas sencillas que había descubierto
en un libro de la biblioteca. Sin embargo, en lo que pensaba era en
cómo podía conseguir que el compromiso de los chavales fuera tal que
no pudieran echarse atrás ahora que se habían marcado el objetivo. No
pensó lo mismo cuando el entrenamiento salió mal. Esas dificultades
iban a seguir. Se imaginó que se olvidarían y que pasarían a la historia
de siempre, a echarle la culpa al árbitro, a la pista y a los entrenadores
por no ganar la copa.
«Es una pena que no sean un poco mayores -pensó Alan-. Si lo
fueran, podría recurrir a sus novias.» Alardear delante de las chicas
había sido una de las motivaciones de Alan.
Y entonces lo vio claro. No se trataba de presumir le lo bien que lo
hacías -para decirlo de forma coloquial- y luego cosechar las mieles del
triunfo o afrontar la agonía de un fracaso delante de todos. Era el
compromiso con los demás lo que realmente motivaba a las personas.
Aquellos chavales a lo mejor no tenían novias, pero sí padres,
entrenadores, profesores, amigos, compañeros de clase y a ellos
mismos. Si se comprometían con todas esas personas para triunfar
sería muy difícil que se echaran atrás y además tendrían una fuerte
motivación.
Al igual que montar en bici, patinar es una de esas cosas que una
vez que la aprendes nunca se olvida. Mientras Alan patinaba por la
pista creyó percibir que las cuchillas de sus patines marcaban un ritmo
que hacía mucho que no recordaba.
Ra, ra, ra
ra, ra, ra
Central High,
Central High,
y nadie más
Era el himno del equipo de fútbol de su instituto. Eso era.
Necesitaban un himno.
Pero no para que lo cantaran unas animadoras, sino para que lo
entonaran los chavales e hicieran piña entre ellos y todos aquellos que
los oyeran.
-¿Puedes hacerte cargo de los chicos unos minutos, Gus? -dijo
Alan" y se fue patinando hacia el banquillo. Mientras Gus se hacía
cargo del equipo, Alan cogió la tablilla de las notas del entrenador y
buscó un folio en blanco. Cinco minutos después lo tenía.
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Alabá, alabí
Estamos con Tim
balín, balán, balones
Riverbend campeones
-¿Alabá, alabí? -dijo Milt riéndose.
-Es un himno -respondió Alan-. Lo importante es que si los chavales
lo cantan en los entrenamientos y en los partidos, en casa y en el
colegio, harán piña.
Sí, son así - convino Milt.
A los chicos les entusiasmó. Tenía un ritmo casi primitivo. Cantaron
a voz en cuello: «Alabá, alabí», como si tuviera sentido y entonaban el
«balín, balán, balones» golpeando la pista con los palos, como si
tocaran un tambor.
Desde ese momento los entrenadores decidieron que el equipo de
hockey sobre hielo de primaria de la Escuela Riverbend empezarían y
acabarían cada entrenamiento y partido con ese cántico. Y cada vez
que lo entonaban los chavales renovaban su compromiso con sus
padres, sus entrenadores, sus compañeros y con ellos mismos.
Por la noche, después de contarle a Susan lo del himno y su propósito
de ganar la liga, Alan dijo:
-Tengo que empezar a buscar trabajo.
-Te equivocas -respondió Susan muy seria-. Tienes una buena
indemnización y mucho tiempo por delante para encontrarlo. No te
había visto tan feliz desde hacía años. Creo que necesitas un tiempo
para recargar las pilas y hacer de entrenador te ayudará. Hay muchos
trabajos, pero sólo una copa de la liga. Mi consejo es que vayas a por
ella. No trabajar, no moverse ni hacer cosas para controlar la situación
y volver a ser el dueño de su destino era una suerte de herejía para
Alan. Pero tras un momento de vacilación se mostró conforme. Hasta
que Susan lo había dicho Alan no se había dado cuenta de lo feliz y
entusiasmado que estaba. Hacía mucho que no se sentía tan vivo. A
Tim ya le habían dado de alta del hospital cuando llegó el partido del
sábado. Los jugadores estaban pletóricos de energía en el centro de la
pista y gritaban: «Alabá, alabí, Estamos con Tim». Tras jugar un
desastroso parcial de 10 a 3 que les infligieron los mucho mejor
organizados West End Raiders, lo máximo que los chavales pudieron
hacer fue entonar sin entusiasmo el himno mientras se encaminaban
cabizbajos a los vestuarios.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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Los chicos habían pasado en un tiempo récord del entusiasmo a la
desilusión, pero la ausencia de Tim, así como la pancarta que habían
pintado y colocado en una esquina de la pista, les hizo recuperar la
férrea determinación de ganar. Cuando el equipo salió de los
vestuarios, los entrenadores les habían vuelto a insuflar ánimos
diciéndoles que ningún equipo había ganado la liga sin conocer la
derrota.
Antes de que aparecieran al final del túnel, donde les esperaban sus
padres, los muros resonaron con:
Alabd, alabí
Estamos con Tim
balín, balán, balones
Riverbend campeones
Esa noche, mientras conducía de vuelta a casa, Alan sopesó las
diferencias entre su experiencia como entrenador de los Riverbend
Warriors y su vida profesional. Los Warriors tenían a Tim. Ganar en
honor de Tim les motivaba. Ganar la liga era como la búsqueda del
Santo Grial. Una razón para triunfar. Si llegaban a hacerse con ella, la
copa, como el Santo Grial para los caballeros de la Mesa Redonda,
otorgaba la salvación. En su trabajo, el equipo de Alan sólo era un
grupo de personas que no estaban cohesionadas por una causa
común, al menos ninguna por la que nadie se preocupara y ciertamente
nada que pudiera compararse con el Santo Grial.
Además de su búsqueda de su particular Santo Grial, los Warriors
tenían un compromiso con ellos mismos y con cualquiera que hubiera
oído su himno: triunfar. En el trabajo, el equipo de Alan tenía algunos
objetivos comunes, pero no se los habían marcado ellos mismos. Se
los había marcado la dirección. Quizá fueran importantes para la
dirección, pero para Alan no eran un asunto de vida o muerte. Incluso
dudaba de que alguno de su equipo se los tomara muy en serio. Alan
podía haber propuesto ganar la copa de la liga, pero los chicos habían
hecho suyo ese objetivo.
Cuando Alan aparcó en su garaje, tardó un poco en bajar del coche.
Había algo más sobre los Riverbend Warriors, los equipos y él mismo,
pero se le escapaba. Tenía la incómoda y vaga sensación de estar
ante un rompecabezas que necesitaba una solución que le duró hasta
la tarde siguiente, cuando Milt Gorman lo llamó para proponerle un plan
para el entrenamiento del jueves.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
28
-A Gus Nanton le ha gustado. ¿Qué piensas tú? -le preguntó a Alan
después de explicarle brevemente lo que se traía entre manos.
-A mí también me parece bien -contestó Alan. -Genial -respondió Milt-.
Si esos chavales van a intentar ganar la liga, tenemos que ponemos las
pilas. Alan colgó el teléfono y se quedó parado un momento, pensando.
Milt nunca lo había llamado hasta ese día, y tampoco había elaborado
ningún plan para los entrenamientos. Volvió a tener la incómoda
sensación de la tarde anterior, la vaga sensación de que se le
escapaba algo.
Mientras apagaba las luces de casa para acostarse, de pronto, la
respuesta le vino a la mente. Era tan obvio que cuando lo descubrió se
dijo: «Eso es» en voz alta, y su rostro se ensanchó con una sonrisa.
Alan volvía a ser parte de un equipo. En realidad, de dos. Del equipo
de los Riverbend Warriors, y en particular de su equipo de
entrenadores. Milt, Gus y Alan eran un equipo. Ellos también tenían su
Santo Grial, enseñar unos valores a aquellos chavales, disciplina, a
jugar limpio, disciplina y a trabajar en equipo, necesitaban todo eso
para tener unas vidas plenas e interesantes como miembros activos de
sus familias, su ciudad y su país. Además, al igual que los chavales, los
entrenadores tenían un compromiso. Habían escrito el himno para los
chicos, con lo que habían hecho que ganar la liga pareciera que estaba
a su alcance. Cada vez que los chavales cantaban el himno, el
compromiso que tenían los entrenadores con los chicos, los padres y
con ellos mismos -preparados para triunfar en la liga- quedaba grabado
de nuevo en los corazones y las mentes de todos los que lo oían.
Le gustara o no, Alan volvía a ser un miembro del equipo, pero esta
vez no tenía los conocimientos para cumplir el objetivo por sí solo, sin
contar con Milt y Gus. y lo que era peor, ellos le necesitaban a él. Él
había puesto en marcha aquello y, sin su colaboración, estaba seguro
de que sería un fracaso. Milt, Gus y los chavales volverían a sus
habituales pautas de trabajo. No había una vuelta atrás que fuera
honorable: Alan era un miembro del equipo.
Aquel martes, Alan volvió a pasar una noche agitada. No hacía más
que darle vueltas a la cabeza. Por primera vez en su vida se había
metido en una situación en la que si hacía las cosas solo no iba a
conseguir nada por mucho que se esforzara. Alan no tenía ni idea de
qué paso tenía que dar a continuación.
A la mañana siguiente le confió sus dudas a Susan: -Ojalá pudiera
ayudarte, Alan, pero aún sé menos de cómo crear equipos y de cómo
funcionan que tú -le dijo su esposa-. Lástima que no podamos contar
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
29
con la señorita Weatherby. Sus equipos ganaban más ligas de
baloncesto en el instituto que cualquier otro. Ella sabría qué hay que
hacer, pero oí que murió hace cinco o diez años. Era toda una dama y
una magnífica entrenadora.
-Sí, lo era -convino Alan recordando a aquella profesora de inglés,
alta, delgada, de acerada mirada, que consiguió muchos más éxitos
como entrenadora de baloncesto que en el intento de hacerle
comprender a Shakespeare-. Weatherby debía de estar a punto de
jubilarse cuando nos graduamos. No recuerdo haber oído que muriera,
pero a lo mejor tienes razón. Ahora tendría ochenta años como mínimo.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
30
5
E
n realidad tenía ochenta y cinco.
Weatherby tenía ochenta y cinco, y sus manos estaban
deformadas por la artritis, pero cuando Alan la vio poco después
esa misma mañana en el salón de la residencia Park Manor se dio
cuenta de que había olvidado que tenía una forma de llevar la ropa que
hacía que el vestido más sencillo fuera elegante. Mediante una llamada
a la Asociación de Profesores una hora antes había sabido que todavía
estaba viva y conseguido su dirección.
Pero, ¿en qué medida estaría viva?, se preguntó Alan cuando cruzó
la estancia. E incluso si todavía conservaba el juicio, ¿podría ayudarle?
Un equipo de hockey sobre hielo de unos niños de primaria no era lo
mismo que un equipo de baloncesto de chicas de secundaria. y si
recordaba su experiencia como entrenadora, ¿podría decirle algo que
le sirviera ahora? Al fin al cabo, hacía veinte años al menos que había
ganado la última liga.
La residencia Park Manor tenía una excelente reputación y Alan
sabía que era una de las más caras de la zona. Weatherby debía de
tener mucho dinero o un plan de jubilación muy generoso. Sería caro,
pero cuando Alan entró en el salón le sorprendió el aire más bien
institucional del lugar. La atmósfera del sitio le hizo sentir que el
propósito que lo llevaba allí era una minucia. Se preguntó si la señorita
Weatherby sabría al menos dónde estaba.
Su oído sin embargo era muy fino. Cuando Alan se acercó, sus
pisadas la alertaron. Estaba sentada ligeramente inclinada hacia
delante. Apoyado firmemente en el suelo, entre sus pies, se veía un
bastón, sujeto por dos huesudas y artríticas manos que lo agarraban
como si quisiera evitar que saliera volando. Al oír las pisadas de Alan,
alzó la cabeza y frunció el ceño levemente para fijar mejor la vista. Al
reconocerlo su cara se iluminó con una sonrisa, y nadie sonreía como
la señorita Weatherby. Era una hermosa mujer de color, de rostro
radiante. Si algo había hecho el paso de los años era subrayar su
elegancia.
-Vaya -dijo-. Pero si es el pequeño de los Foster. Me debes un
trabajo.
Alan tuvo un fugaz instante de alegría (lo había reconocido, la cabeza
debía de funcionarle), que dio paso a un sentimiento de decepción.
¿Un trabajo? Había perdido el juicio. Vivía en el pasado
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
31
-«Hamlet y el rey Lear: comparación entre dos héroes trágicos», si la
memoria no me falla -dijo la señorita Weathetby.
Aunque Alan había acercado una silla se quedó delante de ella
sintiéndose como un niño malo que no ha hecho sus deberes. Su
primera reacción fue que esa sensación era ridícula. La segunda fue
muy diferente.
El sonrojo empezó por sus orejas y pronto le cubrió toda la cara. Las
palabras de la señorita Weatherby encontraron un eco en su memoria.
Era la última semana del último mes del último curso. Todo estaba listo
para la graduación, menos el trabajo que le faltaba por presentar. Y ya
no había tiempo para hacerlo.
-Alan, puede que no seas un estudioso de la filología inglesa, pero
eres un buen muchacho -le dijo la señorita Weatherby-. Te lo voy a dar
por presentado.
La gratitud que sintió Alan le hizo tartamudear, e insistió tanto en lo
mucho que le gustaban sus clases que la señorita Weatherby añadió:
-No me había dado cuenta de que te gustara tanto el inglés, Alan.
Seguro que encuentras tiempo para escribirlo y entregármelo un día.
Viendo que lo mejor era no decir nada, salió de clase
apresuradamente y se lanzó a la carrera por el pasillo. Fue la última
vez que vio a la señorita Weatherby. Ella lo había recordado y él se
había olvidado.
-Eso sí que es tener memoria -dijo Alan cuando se sentó frente a
ella.
-Cuando eres viejo muchas veces los recuerdos son todo lo que
tienes. Los guardas como si fueran objetos preciosos -dijo la señorita
Weatherby haciendo un ademán hacia las personas de muy avanzada
edad que contemplaban con mirada perdida la ventana-. Eso es lo que
pasa cuando los pierdes. -Vinimos aquí cuando Jack, mi marido,
enfermó. Así podíamos estar juntos -dijo la señorita Weatherby con voz
calma-. Jack está muy grave.
-No sabía que estuviera casada.
-No tenías por qué saberlo. En casa era la esposa de Jack Gow, pero
mantuve mi apellido en el colegio después de casarme. Todo el mundo,
incluido el director, me llamaba Weatherby. Nada de señora o señorita
Weatherby Sólo Weatherby. Me gustaba. Pero ¿por qué has venido?
No veo que me traigas ningún trabajo para que lo puntúe. Parece que
has venido buscándome, así que debe de haberte traído alguna razón.
A Alan le costó veinte minutos contarle por qué había ido a verla.
Weatherby le interrumpió varias veces para hacerle preguntas, pero ni
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
32
una sola vez lo hizo para darle un consejo ó hacerle un comentario.
Cuando Alan hubo acabado, ambos se quedaron sentados en silencio
durante unos minutos. Weatherby fue la que habló primero.
-Un equipo es una cosa maravillosa, Alan. Nos permite alcanzar
logros que no podríamos conseguir por nosotros mismos y a la vez
hace que seamos humildes. -y nuevamente volvió a guardar silencio-.
Cuanto mayor te haces, más religioso te vuelves, Alan. Leo la Biblia
todos los días. La mujer que está en la habitación contigua a la nuestra
me provoca diciéndome que estoy empollando para el examen final.
Pero incluso cuando era joven, justo por la época en que empecé a
entrenar al equipo de baloncesto, creía que los equipos son una de las
maneras en que Dios nos dice que es real, que existe.
Alan la miró sorprendido, desconcertado. Él había ido allí buscando
la forma de ayudar a unos niños de diez años a tirar un disco de goma
negra al fondo de una red y Sin saber cómo Se encontraba en medio
de lo que parecía que iba a ser una conferencia religiosa.
-No creo ser una fanática de la religión, Alan, si eso es lo que estás
pensando -dijo Weatherby al ver la expresión de Alan-. No voy a
intentar convertirte. Si necesitas convertirte ya te convertirás solo. Todo
lo que quiero es ser clara desde el principio sobre cuál es mi idea
original. Si vamos a trabajar juntos, tienes que entenderlo. Para mí, los
equipos son algo más que un grupo de personas. Yo creo que hay
como una chispa divina que marca la diferencia entre un grupo y un
equipo.
-¿Puede explicarme eso? -le preguntó Alan, intrigado.
-Puedo hablarte sobre ello, sí. Pero explicártelo... No sé. Sin
embargo, así es como lo veo. En el preciso instante en que dejo a un
lado mi ego y puedo ver la divina conexión con Dios empiezo a pensar
primero en los demás. Cuando esto ocurre, me transformo. Paso de ser
una mujer relativamente incapaz a formar parte de algo más poderoso,
productivo y eficaz de lo que sería por mí misma. Todo se resume en
diez palabras. y sólo tres de ellas tienen más de dos sílabas. Y
entonces Weatherby pronunció las palabras que iban a cambiar la vida
de Alan para siempre:
-Ninguno de nosotros vale más que la suma de todos.
Por la forma en que lo dijo, Alan supo que le estaba ofreciendo una
clave, quizá la clave del éxito de Weatherby.
-Ésa es la esencia del equipo, Alan. La auténtica comprensión de
que ninguno de nosotros vale más que la suma de todos. ¿Te acuerdas
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
33
de que te he dicho que formar parte de un equipo nos hace humildes?
Bien, una vez que se acepta que ninguno de nosotros vale más que la
suma de todos, uno relega sus necesidades, su orgullo y sus planes y
pone en primer lugar las necesidades, el orgullo y los planes del
equipo.
-Vale -dijo Alan-. ¿Nos ayudará a crear esa clase de equipo?
-Soy una pobre vieja que está preparándose para el examen final, Alan.
He estado aquí el tiempo suficiente para reconocer las señales. Mi Jack
ya está alzando velas. Yo no tardaré en seguirle -dijo Weatherby
mirando con amor y ternura a su marido-. Cuando se vaya, también yo
estaré preparada para irme -dijo con voz queda. Volvió la cabeza hacia
Alan, y con una repentina sonrisa añadió-: Pero, Alan, antes de irme
estoy lista para otro campeonato.
Y diciendo esto soltó su bastón, estiró sus delgados dedos y puso la
palma hacia arriba para que Alan le chocara los cinco.
-Genial -dijo Alan en un arrebato de entusiasmo cuando chocó la palma
con la de la mujer.
Alan le contó a Weatherby lo del himno, y la mujer demostró que su
memoria inmediata era tan buena como su memoria del pasado lejano.
Entonces ambos cantaron a coro:
Alaba, alabí.
Estamos con Tim.
Balín, balán, balones
Riverbend campeones
Una vez que hubieron acabado, Weatherby le sugirió otro final:
Alabí, alabá, alabimbombá
Este partido lo vamos a ganar
Chócala, chócala, chócala
-«Este partido lo vamos a ganar». Me gusta -comentó Alan y volvió a
levantar la mano para chocar palmas con la mujer.
-A mí también -dijo Weatherby-. Estas tres estrofas se añadieron al
himno del equipo de baloncesto poco después de que te graduaras.
Piensa en ello. En el momento en que nuestras palmas se tocan
intercambiamos energía. No puedes chocar las palmas tú solo. Se
necesita al menos un equipo de dos miembros, y los dos tienen que
hacerlo al unísono para que funcione. y cuando funciona, es pura
magia. Es lo mismo que cuando un equipo juega al máximo de sus
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
34
posibilidades: es mágico. Siempre he pensado que chocar las palmas
es la viva imagen de un gran equipo que funciona a la perfección.
Ahora lo veo como usted -dijo Alan. Como activados por un mismo
resorte empezaron a cantar espontáneamente, esta vez con el nuevo
final:
Alabá, alabí.
Estamos con Tim.
Balín, balán, balones
Riverbend campeones –
Alabí, alabá, alabimbombá,
este partido lo vamos a ganar,
Chócala, chócala, chócala.
Por toda la habitación, casi al unísono, las personas que parecían
estar mirando por la ventana como zombis se volvieron y miraron
aquellas dos figuras que estaban cantando un himno. Alan observó que
Jack lucía una sonrisa radiante.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
35
6
L
a siguiente tarde que visitó a Weatherby, ésta salió del edificio de
la residencia Park Manor con paso decidido en cuanto Alan enfiló
el sendero que llevaba a la puerta principal. A Alan le gustó ver
que pese a la ligera nevada que había caído hacía poco Weatherby
caminaba con su mano izquierda bien sujeta a la barandilla que la
residencia había instalado para sus inquilinos. Llevaba el bastón en la
derecha, pero no lo apoyaba. Lo sostenía a la altura de la cintura y con
la contera iba limpiando la nieve del pasamanos a medida que
avanzaba.
-Conduciré yo -anunció Weatherby con su mejor tono de maestra de
escuela, ésa que no permite réplica.
-¿Conduce a menudo? -preguntó Alan confiando
en que así fuera.
-No he cogido un volante desde hace años -respondió Weatherby.
-¿Tiene carnet? -gruñó Alan.
-¿Con mi vista? Debes de estar bromeando. Me quitaron el carnet hace
años.
Alan empezó a murmurar algo sobre si aquello era seguro, pero
Weatherby se sentó en el asiento del pasajero.
-Venga -dijo entre risas-. Vamos a echarle un vistazo a ese equipo
tuyo. -Y se abrochó el cinturón a la par que obsequiaba a Alan, de pie
junto a la puerta, con una sonrisa de tal placer que éste no pudo por
menos que corresponderla-. Hace mucho que no he tenido nada que
ver con un equipo -dijo mientras Alan se dirigía a la pista para el
entrenamiento del jueves-. ¿Ya has avisado a los otros entrenadores
de que estoy un poco oxidada?
-Están encantados de que venga. Necesitamos ayuda. Usted sabe
más de equipos que cualquiera de nosotros.
-Bueno, he conocido muchos. Cuando era profesora. Solía trabajar
todos los sábados con Jack, primero para ayudarle a levantar su
negocio y más tarde, cuando tuvo éxito, para que siguiera adelante.
Central Castings. Debes de haber oído hablar de ella.
-No, lo siento.
-¿No? No me lo puedo creer. Bueno, es igual. Lo importante es que
trabajé allí durante tres años después de retirarme y puedo decirte que
en esa empresa vi a equipos de vendedores, de producción y equipos
para crear equipos. En el instituto teníamos equipos de deportes,
equipos de profesores y equipos especializados en hacer frente a
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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determinados problemas. Los conozco todos, Alan, y los buenos
equipos, los que tienen éxito, siempre tienen cuatro cosas en común,
sin importar de qué tipo sean. Alabí, alabá, alabimbombá/ con cuatro
cosas vamos ganar:/ Chócala, chócala, chócala -empezó a cantar
Weatherby y estalló en risas.
-¿Qué le han dado para cenar esta noche? -le preguntó Alan-. Debe
de haber sido una pócima mágica. Se la ve muy contenta y deseosa de
ver a los chavales.
Alan quería saber cuáles eran las cuatro cosas que hacían que un
equipo triunfara, pero no pudo evitar hacer un comentario sobre el
entusiasmo de Weatherby. Tenía la cabeza erguida, los hombros
rectos, el rostro animado e incluso la artritis de sus manos parecía
haber mejorado. Hacía un momento llevaba agarrado el bastón y tiraba
la nieve del pasamanos de la barandilla con una agilidad que Alan
hubiera creído imposible la primera vez que la visitó.
-Tú eres mi pócima mágica, Alan. O tu equipo de hockey. ¿Sabes lo
que es vivir en una residencia como ésa? Claro que no. Te embota.
Todos los días es lo mismo. Lo único que cambia es que cada mes se
muere alguien y entra uno nuevo. Park Manar es la sala de espera del
Cielo, Alan. No me importa esperar ni me importa morir. El infierno es
vivir sin un objetivo, sin un sentido. Entonces empiezas a pensar que
ya no tienes nada que ofrecer a los demás. Cuando uno se ha pasado
la vida dándose a los demás, ayudándoles, y aparece alguien que te
dice que necesita ayuda, es el mejor regalo que te pueden hacer.
-Yo me he metido en este lío por la misma razón -dijo Alan-. Me
despidieron, como le conté, y Milt Gorman me dijo que me necesitaba.
Hubiera sido lo mismo si me hubiera pedido que instalara duchas en
los vestuarios.
-Ésa es una de las cuatro claves para que un equipo tenga éxito.
-¿Que haya duchas en los vestuarios? –bromeó Alan.
-No, eso está bien pero no es necesario. Escucha. La primera clave
es que haya un propósito común apoyado en unos valores compartidos
y unos objetivos. Es la primera clave para que un equipo funcione. Si
no tienes una buena razón para que la gente se una y que sea lo
suficientemente importante para que la gente se entusiasme y
comparta valores y objetivos, no hay forma de tener un gran equipo.
Pero esto ya lo sabías. Ya conoces la diferencia entre un equipo que se
esmera porque es bonito ganar y un equipo decidido a ganar la copa
de la liga en honor de un compañero lesionado. Y todavía funciona
mejor si el equipo tiene lo que yo llamaba un programa de acción.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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-¿Qué es eso? -preguntó Alan.
-Un programa es un acuerdo básico que define con claridad el
propósito del equipo, por qué sus objetivos son importantes y cómo se
va a trabajar colectivamente para obtener esos resultados. De hecho,
vuestro himno es una especie de programa -dijo Weatherby.
-Yo lo llamaba compromiso. Y nuestro propósito, nuestra razón para
ganar, lo he visto como nuestra particular búsqueda del Santo Grial dijo Alan.
-Bien dicho. Pero no importa cómo lo llames. Lo básico es que la gente
tenga un objetivo lo bastante atractivo y comparta unos valores.
Cuando eso ocurre, los miembros del equipo se olvidan de su propio y
egoísta yo y poner el bien del equipo por delante del propio interés se
convierte en una poderosa motivación. Por eso se necesita un objetivo,
tu Santo Grial, y un compromiso o programa de acción. Lo maravilloso
es que cuando pones el equipo por delante de todo, de repente, todas
tus necesidades quedan más satisfechas que cuando antepones tus
intereses.
Weatherby calló y Alan siguió conduciendo, pensando en lo que la
mujer había dicho. Veía que tener un objetivo, un Santo Grial, era muy
importante. Y los Riverbend Warriors parecían haberse comprometido
a fondo.
«Ninguno de nosotros vale más que la suma de todos» era una idea
que le costaba más aceptar. Si pensaba en el equipo de diez personas
del que era parte integrante en su trabajo, no podía por menos que
decirse que era más inteligente que los otros nueve juntos. Pero
cuando se decía eso, una vocecita le añadía: «y si eras tan listo y ellos
tan inútiles, ¿cómo es que ellos han conservado su trabajo y a ti te han
despedido?». , No era una idea agradable. Sí, vale, había un par que
eran bastantes listos, pero había tres que eran más tontos que una
mata de habas.
Alan iba a replicarle a Weatherby cuando oyó un ruido extraño, como
si a la mujer le costara respirar. Asustado, Alan pisó el freno. Iba a
llamarla por su nombre cuando se oyó un nuevo y grave jadeo, esta
vez más intenso. No había posibilidad de error. Era un ronquido. Un
profundo, sonoro y relajado ronquido. La tensión de Alan desapareció
con una risa y volvió a incorporarse al tráfico. No sabía muy bien qué
hacer, así que continuó camino del pabellón.
-¿Ya hemos llegado? -preguntó Weatherby cuando Alan aparcó el
coche. Posiblemente el chirrido de los neumáticos sobre la gravilla la
había despertado.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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-Sí -dijo Alan y añadió-: Se ha quedado dormida -Siempre me pasa
cuando voy en coche -dijo Weatherby despreocupadamente y abrió la
puerta-. Es otra buena razón para que no me dejen conducir. Venga,
vamos a vera ese equipo de hockey.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
39
7
E
l momento fue perfecto. Alan acababa de presentar a Weatherby
a Milt y a Gus cuando el característico chirriar de unos patines
procedente de la rampa de los vestuarios, acompañado por una
atronadora interpretación del himno, anunció que los chavales iban a
salir a la pista. La rampa tenía los muros de cemento y un techo
corrido. El suelo estaba cubierto por una plancha de goma negra
diseñada para proteger las cuchillas de los patines. Los chavales
habían descubierto que su himno resonaba como multiplicado por un
eco entre aquellos estrechos confines y que sus infantiles voces
parecían el clamor de un ejército. Les encantaba entonar su himno en
la rampa y lo cantaban con todas sus ganas mientras salían a la pista
como una atronadora exhalación.
Los chicos empezaron su entrenamiento como todos los días,
patinando por la pista, primero en el sentido de las agujas del reloj y
luego en sentido contrario para calentarse. Al oír el silbato se dirigieron
hacia el banquillo. Si Milt y Gus dieron la bienvenida a la nueva
entrenadora encantados pero con cierta cautela, los chavales se
quedaron pasmados. Weatherby era una anciana. Y peor aún, una
mujer. No se mostraron hostiles, pero sí desconcertados.
Cuando Gorman dividió a los chicos en dos grupos y los envió a
jugar un mini partido de diez minutos, su opinión varió levemente
cuando Weatherby les soltó con el volumen y la intensidad de un
subastador de ganado:
-¡A ver cómo movéis el culo! -Vaya con la abuela -comentó un chico en
voz lo suficientemente alta para que lo oyeran los demás y con un tono
de auténtico respeto que hizo que los otros la aceptaran de Inmediato.
-Incluso nos cuesta hacer dos equipos que estén igualados -le dijo
Gorman a Weatherby cuando los , chicos se alinearon para el saque-.
Jed Boothe no es sólo el mejor jugador que tenemos, es el único que
sabe patinar, manejar el stick y tirar a puerta. Siempre gana el equipo
en el que juega Jed.
-Debe ser el número veintidós -dijo Weatherby mientras subía un par
de filas en las gradas para tener una mejor visión del juego-. Es
agradable ver lo bien que patina.
La predicción de Gorman se cumplió. El equipo de Jed ganó por 4 a
0. Jed marcó todos los goles.
-Bueno, ¿qué piensa? -quiso saber Gorman cuando los chicos se
fueron a los vestuarios una vez que hubo acabado el entrenamiento.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
40
Se lesionó el jugador equivocado. Vamos a tener que sentar en el
banquillo a Jed si queremos ganar los partidos.
Gorman y Nanton reaccionaron con un silencio estupefacto. Alan
estaba desconcertado, pero por una razón completamente distinta.
Nunca había advertido la similitud que había entre Jed y él; pero
cuando Weatherby dijo aquello, comprendió de repente que Jed estaba
haciendo en la pista lo mismo que hacía él en su trabajo. Weatherby
había tenido que venir de fuera para reconocer que Jed era un
problema, igual que George Burton, el presidente de su antigua
compañía. -Pero si es nuestro mejor jugador -protestó Gorman. -Es
bueno. Nos hundiremos sin él -dijo Nanton.
-Pero es un individualista -argumentó Alan Foster-, y apostaría a que
Weatherby nos va a decir que el equipo no podrá ganar los partidos si
un jugador eclipsa a los demás.
-No exactamente -dijo Weatherby-. Puedes tener a un jugador que es
mucho mejor que los demás. Puedes tener a una estrella. Lo que no
puedes tener es a una estrella que está más preocupada por sus
jugadas que por el juego del equipo. Tú lo llamas individualista. En
baloncesto solíamos decir que a esos jugadores se les pegaba el balón
a las manos. Cuando se hacían con la pelota, su única preocupación
era hacer canasta ellos solitos.
-Jed marca la .mayoría de los goles -afirmó muy serio Gorman-. Sin él
tendremos problemas.
-Ya los tenemos. Y no son pequeños -dijo Weatherby-. ¿Qué puede ser
peor que ser el farolillo rojo de la liga seis años seguidos? La respuesta
impidió que hubiera más objeciones. Weatherby tenía razón. No podía
ser peor.
-Quizá podamos trabajar con Jed y convertirlo en un jugador de equipo
-dijo Weatherby-. Pero hasta que lo consiga los otros tendrán que
suplirlo. Nunca le piden que pase el disco, porque saben que hay más
posibilidades de que marque él que si les hace una asistencia. E
incluso si intenta algún pase, los otros se arrugan. Con lo que se
frustran y acaban plegándose a la manera de jugar de Jed.
Alan volvió a ver paralelismos entre él y Jed. Weatherby estaba
describiendo con toda exactitud cómo se comportaba él en el trabajo
antes de que George Burton lo pusiera de patitas en la calle.
-Me parece que tendremos problemas de todas formas -dijo Nanton-.
Perdemos cuando juega el individualista de Jed, y perderemos si Jed
intenta repartir juego porque acabará volviendo a jugar él solo.
Estamos hundidos.
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-No, no tiene por qué ser así -replicó Weatherby-. Eso es dar por
sentado que como los chicos son un desastre ahora, lo serán siempre.
Si apartamos a Jed esos chicos tendrán una posibilidad real de
aprender a jugar mejor. Ahora puede enseñarles la técnica, pero ellos
saben que no es real. El día del partido Jed volverá a tomar el mando y
ellos nunca tendrán la oportunidad de poner a prueba en un partido lo
que han aprendido en los entrenamientos. Ni siquiera querrán intentarlo
cuando Jed esté en el banquillo. Se dedicarán a matar el tiempo hasta
que Jed vuelva a salir.
Gorman miró a Gus Nanton e intercambiaron una discreta sonrisa.
No hacía mucho habían comentado lo mismo. Cuando Jed estaba en la
pista sabían que podían contar con él para llevar el disco a la zona de
ataque de vez en cuando. Los chavales intentaban que Jed pasara y,
como no lo hacía, acababan paseándose por la pista. Además, Gorman
y Nanton se habían dado cuenta de que cuando Jed estaba en el
banquillo, los chicos también se dedicaban a pasearse de un lado a
otro de la pista. Pero a diferencia de Weatherby, la solución que se les
había ocurrido no era retirar a Jed, sino todo lo contrario, que jugara
todo el rato.
-No hace falta que deje de contar con Jed. Sólo se necesita que lo
siente el tiempo necesario para dar a los demás una oportunidad.
Cuando vuelva a la pista, con un poco de suerte habrán ganado
confianza, y él podrá acomodarse a la nueva forma de jugar -dijo
Weatherby.
-Entonces, ¿cómo lo hacemos? -preguntó Milt Gorman.
-No tengo ni idea -dijo Weatherby alegremente-. Yo sólo asesoro. No
dirijo. Lo que yo solía hacer con las estrellas de mi equipo de
baloncesto era concederles un permiso de entre cuatro y seis
semanas, era mi contribución a las artes, con la intención de que
pudieran prepararse para la obra de teatro del instituto y que así
pudiera descubrirlas algún cazatalentos de Hollywood. Nunca
descubrieron a ninguna, pero formé varios equipos. Pero no tengo ni
idea de qué hacer con Jed.
-Bueno -dijo Milt Gorman circunspecto-. Ya pensaremos algo.
¿Tiene algo más que decimos?
Mientras veníamos en coche hacía aquí le dije a Alan que todos los
grandes equipos tienen cuatro cosas en común. La primera es un
propósito apoyado en unos valores comunes y unos objetivos claros,
todo ello plasmado en un compromiso o un programa de acción.
Ustedes tienen su propósito: ganar la liga para Tim: El himno resume
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muy bien este propósito. Enseñarles las tradiciones y a jugar limpio son
los valores por los que tienen que regirse. El equipo ya tiene los
cimientos. Si pueden apartar a Jed por un tiempo podremos marcar
unos objetivos para cada jugador. Propósito, valores y objetivos, ésa es
la primera característica de los equipos que tienen éxito.
Dicho esto Weatherby calló y al cabo de un minuto Gus Nanton le
preguntó:
-Entonces, ¿por dónde debemos empezar?
-Por la técnica -respondió Weatherby-. La técnica, desarrollar las
habilidades y los conocimientos, son la segunda característica clave.
Tienen que enseñar a sus jugadores y permitir que pongan en práctica
lo aprendido. No tiene sentido que los muchachos sepan mucho de
técnica si no se les anima a aplicarla. Para jugar como un buen equipo
tienen que usar cada habilidad que dominen y los entrenadores han de
animarles a esforzarse al máximo. Unos jugadores hábiles con
entrenadores tímidos y desconfiados no hacen un buen equipo,
»Pero la técnica es la base. Un equipo no puede funcionar si no sabe
qué está haciendo. Primero hay que trabajar las habilidades
individuales. Los chicos necesitan unos conocimientos básicos, pero
eso no basta. Todos deben comprometerse a mejorar día a día, a
progresar y progresar en los aspectos básicos semana tras semana,
mes a mes. Esto implica que el entrenador debe ser capaz de medir y
comparar esos progresos de alguna forma. Esto era fácil de medir en
baloncesto con los tiros libres, pero con otras habilidades no era tan
fácil. En ocasiones hablaba con cada uno de ellos para juzgar su
actuación y establecía un baremo, puntuaba a los jugadores. A veces
sólo les decía cómo lo hacían en general. Lo importante es que los
directores del equipo midan los progresos alcanzados y que los
comenten con los chavales.
Los entrenadores escuchaban a Weatherby con respeto. Hablaba con
tal determinación y claridad que no había duda de que sabía muy bien
de qué estaba hablando.
-Entonces, ¿qué tenemos que hacer? -preguntó Milt Gorman.
-Primero hay que mejorar la técnica-dijo Weatherby-. No pongan esas
caras de preocupación. He durado ochenta y cinco años. Les prometo
que no me moriré antes de que acabe la liga. Ya les diré lo siguiente
que hay que hacer cuando nos volvamos a ver. No tiene sentido
complicarse la vida. Primero tienen que enviar a Jed al limbo. Luego
trabajaremos a fondo la técnica.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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Y ahora es tu turno -dijo Weatherby señalando a Alan con la punta
de su bastón-. Es hora de que vuelva a casa. Si me quedo hasta muy
tarde esta Cenicienta se convierte en una calabaza.
Tú ocúpate de Weatherby -le dijo Milt a Alan-. Yo llevaré a David a
casa. -y volviéndose hacia Weatherby le dijo-: Ha sido un placer
conocerla y tenerla aquí. Ya estoy deseando que llegue el próximo
entrena-miento.
Mientras Alan llevaba a Weatherby a casa, se preguntó qué tenían
que hacer con Jed. Al minuto de que el coche arrancara Weatherby se
quedó dormida, así que tuvo tiempo para pensar. Lo de deshacerse de
Jed le preocupaba. Sabía cómo había reaccionado él mismo cuando se
habían librado de él y no deseaba hacerle nada parecido a Jed ni
participar en ello.
Alan no tenía de qué preocuparse. Mientras él se dirigía a Park
Manor, el padre de Jed tenía una conversación con Milt y Gus a unos
metros de los vestuarios.
-Lo he castigado. Se han acabado los deportes, el cine y la televisión
-anunció el señor Boothe a los dos desconcertados entrenadores. Al
ver la expresión de incredulidad de los entrenadores, el señor Boothe
añadió-: Lo siento. Sé que Jed es muy importante en el equipo, pero el
colegio está primero. Le advertí que si no mejoraba sus notas lo
castigaría y se pasaría su tiempo libre estudiando. Si ha mejorado en
los exámenes de mitad de curso podrá volver a jugar al hockey. Espero
que no se enfaden por esto.
Gus Nanton fue el primero en recobrarse de la impresión. -Ni que decir
tiene que le echaremos de menos. Es un jugador de primera.
-Ojalá vuelva pronto -agregó Milt Gorman. -Seguro que sí-dijo el señor
Boothe-. Es un gran chico. Sólo que a veces le cuesta centrarse en sus
estudios. Seguro que este toque de atención será efectivo. -Los chicos
empezaban a salir de los vestuarios y el señor Boothe fue a buscar a
su hijo después de decir-: Gracias por ser tan comprensivos.
-No se preocupe. El colegio es lo primero -dijo Milt con el rostro serio.
El rostro de Milt se distendió en una amplia sonrisa en cuanto el padre
de Jed desapareció tras la esquina.
-¡Guau! -susurró Gus, el rostro radiante de satisfacción.
-¡Fantástico! -musitó Milt, y las manos de ambos se alzaron
instintivamente en el aire y chocaron las palmas con entusiasmo.
-¡Genial! -gritaron al unísono pero en voz baja. El padre de Jed se
detuvo al otro lado de la puerta del vestuario. Podía oír que los dos
entrenadores cuchicheaban, seguro que tratando de consolarse el uno
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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al otro por haber perdido a la estrella del equipo. Uno estaba tan
frustrado que pudo oír cómo golpeaba la pared con la palma de la
mano. Pero no había remedio, se dijo mientras abría la puerta: el
colegio era lo primero.
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45
8
V
ale, chicos, escuchad -dijo gorman con voz -de trueno después
de que los chavales hubieran acabado de dar vueltas por la pista
para calentarse. Era un sábado, día de partido, y el entrenador
Nanton había conseguido que le dieran una hora de la muy solicitada
pista para una sesión especial de entrenamiento. Por suerte, todo el
equipo, con las excepciones de Tim y Jed había ido. Los chavales se
acercaron patinando a Gorman.
-Tenemos un reto. Hemos perdido a dos buenos jugadores, Tim y Jed.
-El golpeteo rítmico de los sticks en el suelo le indicó que el equipo
estaba de acuerdo-. Esto es lo que vamos a hacer, muchachos. -Milt
sabía que a los chicos les gustaba que los tratara como si fueran
mayores, aunque cuando salían en pandilla decían que iban «con los
chicos»-. Va a ser duro. Pero nadie dijo que fuera fácil. Hemos perdido
a dos buenos hombres, pero vamos a ganar la liga para Tim.
¿Ganar la liga? ¿Sin Jed? Los chavales miraron a sus entrenadores
como si éstos se hubieran vuelto locos.
-No, no es una locura -dijo Gorman, leyendo sus pensamientos en las
caras-. Tenemos un arma secreta. ¡Weatherby! No os lo dije el otro día,
pero Weatherby ha ganado más campeonatos estatales que ningún
otro entrenador de este estado.
El entrenador omitió convenientemente el hecho de que los había
ganado con equipos femeninos de baloncesto. No hacía falta
preocuparlos con los detalles.
Tras esta introducción la puerta más cercana a la zona del saque
neutral se abrió y apareció Weatherby. Para no caerse Weatherby se
había traído un andador y, bien agarrada a la estructura cuadrada de
aluminio, avanzaba paso a paso. Alan iba a su lado, y para no herir su
orgullo no hacía amago de ayudarla. Lenta pero sin pausa, Weatherby
se acercó hasta llegar junto a Milt.
-Hoy sólo haremos una cosa -les dijo a los chicos con una voz
sorprendentemente firme-. Aprenderemos a frenar. Entrenador Nanton,
por favor, una demostración.
Mientras los chavales miraban con atención cómo Weatherby
avanzaba por la pista, Gus Nanton había patinado hasta el otro
extremo de la misma.
-Vale -le gritó a Weatherby.
Gus Nanton empezó a moverse con pasos secos y rápidos hacia
Weatherby. Poco a poco sus largas y sueltas zancadas fueron ganando
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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ímpetu y velocidad. Cuanto más se movía Gus Nanton, más rápido era
su juego de piernas. Cuando ya estaba bastante cerca de Weatherby
iba a toda pastilla. Algunos de los chavales empezaron a gritar, pues
creían que el choque era inevitable. Weatherby se mantuvo en su sitio
y ni se inmutó. En el último segundo Gus Nanton se volvió de medio
lado y clavó las afiladas cuchillas de sus patines en la helada superficie
de la pista, lanzando una lluvia de esquirlas de hielo. Las cuchillas se
clavaron aún más cuando se deslizó el siguiente metro y entonces con
un giro de tobillos las clavó aún más y las cuchillas hicieron presa en el
hielo y quedaron bien sujetas. Gus se detuvo a medio metro de
Weatherby.
Los chavales vieron boquiabiertos que Weatherby, ajena a lo que
parecía una salvación milagrosa, sonreía a Nanton y se sacudía los
cristalitos de hielo de la manga.
-Ha estado muy bien -dijo Weatherby con voz tranquila. -y se volvió
hacia los chicos y les dijo-: Frenar es la primera técnica que debéis
dominar. Una vez que sepáis parar, podréis ir más deprisa. Podréis
interceptar y robar el disco. Saber frenar es una manera de tener el
control de la situación. Si vais a ganar tenéis que saber controlar el
disco y eso implica que os sepáis controlar a vosotros mismos. Vamos
a pasar lo que nos queda de esta hora practicando frenadas. -Se volvió
hacia Milt, Gus y Alan y les dijo-: Caballeros, el equipo es suyo.
Antes del entrenamiento Weatherby les había hecho prometer a los
tres entrenadores una cosa: que no habría críticas negativas. Podían
hacer sugerencias para que los chicos mejoraran, pero sólo después
de alabar sus progresos.
-Es sencillo -les dijo-. Para frenar hay que dar un pequeño salto en el
aire, volver el cuerpo de medio lado y dejar que el patín se clave en el
hielo. Todos los chicos tienen la fuerza suficiente para saltar, dar medio
giro y clavar el patín en el hielo, ¿no?
Los tres estuvieron de acuerdo.
-Pregunta: ¿por qué no lo hacen bien? Respuesta: porque tienen
miedo de hacerlo mal y caerse de cabeza contra el duro hielo.
¿Correcto? Correcto. Nuestro reto es inspirarles la confianza para
hacerlo; no debemos pensar que necesitan que les enseñemos a
saltar, dar el medio giro e hincar la cuchilla. Su tarea para hoy es darles
confianza.
»Recuerden: lo que parece un problema de técnica a menudo es algo
más.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
47
Así que Milt, Gus y Alan tuvieron lo que quedaba de la hora a los
chavales patinando y frenando, patinando y frenando. Cada chaval lo
intentaba por su cuenta y los entrenadores iban uno por uno,
observando, felicitando, inspirando confianza, volviendo a observar y
alabando los progresos alcanzados.
Durante diez minutos no pasó nada, Ni tampoco en el primer cuarto
de hora. A los veinte minutos el entrenamiento cuajó. Por toda la pista
sólo se oía el chirrido de las cuchillas al deslizarse de medio lado por el
hielo junto con los gritos de: «Eh, entrenador, ¿ha visto cómo lo he
hecho?»
Al final del entrenamiento todos los chavales sabían frenar. Muchos
trataban de ir lo bastante rápidos para frenar en seco y levantar una
lluvia de cristales de hielo.
El partido de esa noche fue importante por varias razones.
Primero, Tim fue a verlo. En una silla de ruedas, que empujaba Alan,
y con la cabeza vendada, se presentó en el vestuario antes del partido.
Uno por uno todos los chavales vieron cómo entraba en el vestuario
con su silla de ruedas. El ardiente entusiasmo de los chavales de diez
años desapareció. Cuando Tim se puso en pie y caminó lentamente
hacia el lugar donde solía cambiarse hubo vítores, aplausos, golpes de
sticks en el suelo, felicitaciones y sonoros saludos.
-Venga, chicos, dejadle pasar -dijo Alan. Los chavales sin duda lo
oyeron, pero se quedaron rodeando a Tim hasta que sonó el timbre
que avisaba de que sólo quedaban cinco minutos para que empezara
el partido y tuvieron que salir a la pista.
-Id a por ellos -gritó cuando el equipo salió del vestuario. Y se volvió a
sentar en la silla de ruedas.
Un momento más tarde Alan se dio cuenta de que Tim aferraba con
fuerza los brazos de su silla cuando se oyó el eco del himno de los
Warriors:
Alabd, alabí.
Estamos con Tim.
Balín, balán, balones
Riverbend campeones
Alabí, alabá, alabimbombá,
este partido lo vamos a ganar.
Chócala, chócala, chócala.
Era la primera vez que lo oía.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
48
-A tus compañeros les ha dolido perderte y por eso... -le explicó Alan.
-No fue culpa de nadie. Son cosas que pasan le interrumpió Tim.
-Aun así, les sabe mal -dijo Alan, sin sacar a colación el tema de quién
había tenido la culpa. A lo mejor si los entrenadores hubieran hecho
bien su trabajo y les hubieran enseñado a frenar enfocándolo más
como un tema de confianza que como una técnica se hubiera podido
evitar el accidente.
-Todo el mundo quería hacer algo por ti, así que decidimos ganar la
liga en tu honor.
Tim no podía esperar a la noche para contárselo a su madre. En el
hospital estaba seguro de que ella estaba todo el rato con él. Su madre
le había dicho que si realmente la necesitaba, ella estaría a su lado. Se
había hecho daño. La necesitaba de verdad. Ahora que había vuelto a
casa, se sentía solo, sobre todo por la noche, cuando su padre
trabajaba y él sabía que el equipo se estaba entrenando o tenía
partido. Pero ahora ya estaba bien y ya no estaba asustado. Ya no
necesitaba tan urgentemente a su madre, y la noche volvía a ser un
momento especial para los dos.
La aparición de Tim fue el primer hecho notable, y el segundo
también fue memorable: los Riverbend Warriors empataron.
No era el primer equipo de la tabla, y el otro equipo había perdido a
dos de sus mejores jugadores además de a su mejor portero; pero los
Warriors tampoco tenían a Jed. Y empataron.
Como Jed no estaba para dirigir el juego o echarse toda la
responsabilidad sobre sus espaldas, los chicos empezaron a jugar de
otro modo. Paradójicamente, al saber frenar fue como si se pusieran
las pilas. Weatherby tenía razón. Como ya se sabían controlar a sí
mismos, sabían controlar el disco. Al menos mejor que en el pasado.
Descubrieron que la velocidad, la agilidad, la lucha para hacerse con
un disco disputado, todo, era mucho más fácil si sabían mantener el
control.
La única que se perdió el partido fue Weatherby.
-No me necesitáis para nada -fue lo que dijo cuando Alan la llamó para
ver a qué hora podía pasar a buscarla. Pero no faltó a los
entrenamientos del martes y del jueves de la semana siguiente, que
volvieron a dedicar a aspectos técnicos básicos: frenar, el manejo del
disco, los disparos a puerta y los pases.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
49
El partido de la noche del sábado aún fue mejor. Tim estaba en las
gradas, con muletas, y Weatherby volvió a declinar ir a ver el partido.
Perdieron, pero ¡menuda derrota! El tanteo final fue de 7 a 5 y en el
tercer período marcaron dos goles y se pusieron a uno de los Northside
Raiders. Ganaron el tercer período, ¡contra uno de los mejores equipos
de la liga!
Alan llamó a Weatherby, como le había prometido, justo al acabar el
partido para decirle cómo había ido.
-Genial. El martes nos dedicaremos a los objetivos individuales, los de
cada jugador. y el jueves trabajaremos el tercer elemento clave que
todos los equipos tienen en común.
-¿ y cuál es? -quiso saber Alan.
-Lo que haremos el jueves -respondió Weatherby-. Los asesores
cobramos por horas. No tiene sentido contártelo todo de una sola vez.
Y, efectivamente, el martes empezaron con los objetivos de los
entrenamientos y los objetivos de partido con cada jugador. Weatherby
los escribió en unas hojas de una libreta de tres anillas. Una hoja para
cada jugador.
Milt trabajó en ellos con Jerry, el primer portero. -Bueno, Jerry, ¿qué
objetivos tienes en un partido?
-le preguntó Milt.
-Pararlas todas- respondió Jerry.
-Muy bien -rió Milt-. Vamos a poner ese lema en grandes letras en el
travesaño. Dejar al contrario a cero implica haber jugado un partido
perfecto. ¿Cuántos goles pueden meter los otros si nosotros jugamos
sólo un buen partido?
-¿Tres goles?-sugirió Jerry.
-Si lanzaran cien tiros a puerta, yo diría que estaría muy bien. Pero ¿y
si sólo lanzaran cuatro veces?
-No estaría tan bien. -Por eso vamos a marcarte unos objetivos a partir
de lo que pasa ahora. De esa forma sabrás si estás jugando bien
incluso cuando te metan algún gol.
Y así lo hicieron. Cada jugador mantuvo una conversación con uno
de los entrenadores. Entre todos se marcaron unos objetivos para los
entrenamientos y los partidos y los pusieron por escrito. Weatherby
acabó trabajando con Larry, un chico al que los entrenadores llamaban
entre ellos «Tira Larry Tira». Weatherby lo sabía. Al igual que Jed,
Larry no solía pasar una vez que se hacía con el puck. Pero no era tan
bueno como Jed.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
50
-Larry, ¿cuántas veces crees que tienes que pasar en un partido? Larry pereció desconcertado por la pregunta-. ¿La mitad de las veces?sugirió Weatherby.
-Eso estaría bien -dijo Larry sin mucho convencimiento. Y añadió con
mayor seguridad- A menos que hagas una escapada y contraataques.
-¿Cada cuánto hay un contraataque? -Bueno, todo el rato -respondió
Larry con una enorme sonrisa.
Alan, que estaba cerca y escuchando la conversación, también
sonrió, contento de que alguien estuviera trabajando individualmente
con Tira Larry Tira.
Tras trabajar con Larry en una definición exacta de «escapada»
Weatherby, finalmente acordó con él que debía pasar el disco en un
ochenta por ciento de las ocasiones, incluidas las escapadas.
-¿Cómo lo ha conseguido? -preguntó Gus cuando revisó las hojas de
objetivos después del entrenamiento.
-Ha sido una cosa de astucia -respondió Weatherby-. Vamos a engañar
a los contrarios. Si Larry pasa un ochenta por ciento de las ocasiones y
dispara el veinte restante lo tendrán difícil para anticiparse a su jugada.
Nuestro Larry es un chico inteligente. Pasará casi siempre pero tirará a
puerta cuando menos se lo esperen. Y además le dije que sus disparos
a puerta podían fallar, pero que sus disparos a la red entrarían.
Aunque no lo sabía en ese preciso momento, esa noche Alan
empezó algo que acabaría siendo una nueva carrera profesional. Él
pensó que lo único que estaba haciendo era introducir en su ordenador
personal todo lo que había aprendido del juego en equipo, empezando
por la despedida de George Burton: «Usted es muy bueno por sí
mismo, pero su equipo no funcionaba. Usted es un individualista, Alan.
Usted es un equipo de un solo hombre yeso no sirve hoy en día.
Necesito gente que sepa trabajar conjuntamente para alcanzar
nuestros objetivos. Quizá una persona en concreto no marque tantos
puntos, pero el equipo marcará muchos más».
Entonces Alan no podía estar de acuerdo con Burton. Pero Tim, Jed,
Jerry y Weatherby le habían enseñado lo que realmente era el juego de
equipo. A regañadientes, comprendió que Burton tenía razón.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
51
9
C
uando aun pasó a recoger a Weatherby para el entrenamiento
del jueves le faltó tiempo para
preguntarle cuál era la tercera clave para que un equipo tuviera
éxito.
-Te lo dije la primera vez que viniste a verme a la residencia.
-¿Me lo dijo? -Sí, te lo dije. Creo que fue lo más inteligente que dije ese
día, o en todos los que llevamos, sobre el tema,
-Ahora me acuerdo -dijo Alan recordando la frase que aquella mañana
había marcado en negrita cuando repasó las notas que había
introducido en el ordenador.
Ninguno de nosotros vale más que la suma de todos
-Eso es -dijo Weatherby-. Te lo dije entonces y te lo digo ahora: ése es
el fundamento de un equipo. El poder colectivo del grupo puede más
que la habilidad individual. Si la gente se centra en brillar por sí misma
puede arruinar la efectividad del equipo. Pero si todos ponen al grupo
por delante y se centran en que el equipo destaque, la sinergia es
mágica, Alan. Lo he visto en los equipos deportivos, en los de
profesores, en los de ventas, en los de manufacturados. Incluso
pasaba lo mismo con el tiro de cuatro caballos que tenía mi padre en la
granja. Cuando todos hacen piña los resultados son siempre mucho
mejores que la suma de cada acción individual.
Alan se detuvo un momento a pensar. Aquello tenía su lógica.
Primero un propósito que motive a la gente. Luego las técnicas
necesarias que puedan ayudar a conseguir ese objetivo. ¿Y qué se
obtiene con ello? Coordinación, concluyó Alan. Una coordinación de
sinergias. Ése es el mensaje que subyacía en la tercera clave. Estaba
a punto de comentárselo a Weatherby cuando oyó un leve ronquido
proveniente del asiento del pasajero.
Como siempre, cuando el coche frenaba en la gravilla de la plaza de
aparcamiento, Weatherby se despertó, salió del coche y se fue a buen
paso hacia el pabellón deportivo, aunque Alan intentó adelantarse y
abrirle la puerta
-¿Cómo podemos convencer a los chicos de que «Ninguno de nosotros
vale más que la suma de todos»?
-Con las fichas -respondió Weatherby misteriosamente. Metió la mano
en su bolso y sacó seis paquetes de fichas. Se las tendió a Alan-.
Cógelas pero no las mezcles.
Alan miró las fichas mientras pasaban por el bar camino de la pista. En
total eran sesenta fichas de un tipo de cartón de color blanco.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
52
Weatherby las había numerado con un grueso rotulador negro del uno
al nueve, dibujando unos números muy grandes. Alan se preguntó para
qué sería aquello.
-Asegúrate de que los niños estén decentes. Empezaremos el
entrenamiento de hoy en el vestuario. Adelántate y avísales de que voy
a ir a verles. Yo aún tardaré un poco en llegar.
Tanto los entrenadores como los chicos miraron a Weatherby
intrigados cuando ésta llegó.
-Vamos a ver. Esto es importante. ¿Quién saca mejores notas en
matemáticas? -preguntó en cuanto entró en el vestuario-. Tened en
cuenta las últimas notas. Los que tengan las notas más altas que se
coloquen al lado de la puerta. Los que tengan las más bajas, a mi lado,
al final del vestuario.
Los chavales empezaron a comparar sus notas y pronto se
colocaron en fila, como se les había ordenado. Al entrenamiento
habían ido los quince jugadores del equipo y Weatherby los separó en
dos grupos. Los primeros ocho y los últimos siete. Entonces le dijo a
Alan que diera un mazo de fichas a cada uno de los tres primeros y
otro a cada uno de los tres últimos.
-No es justo -dijo Taylor, que estaba en el pelotón de las malas notas-.
Ellos tienen a los tres mejores y nosotros... -se interrumpió sin saber
muy bien como decir «los tres peores» sin decir «los tres peores».
-Los menos hábiles. Vosotros sois los menos hábiles. -y vosotros sois
ocho y nosotros sólo siete -añadió Taylor, quejándose con un tono de
mayor seguridad.
-No, no somos siete -dijo Weatherby-. También somos ocho. Yo soy la
que hace ocho. Bueno, vosotros los de las buenas notas, sentaos en el
extremo izquierdo del banco. Nosotros nos sentaremos en el extremo
derecho.
Los chicos ocuparon sus sitios.
-Éste es el juego -dijo Weatherby-. El entrenador Gorman dirá en voz
alta un número entre el cero y el veintisiete. Cada grupo levantará tres
fichas. Todas las fichas tienen un número. Esos números tienen que
sumar entre ellos la cifra que diga el entrenador Gorman. El primer
grupo que levante las fichas que sumen ese número gana. Podéis
hablar entre vosotros. Podéis cambiar la ficha aunque ya la hayáis
levantado. El primer equipo que acierte tres cifras de las que diga el
entrenador Gorman ganará. Entrenador, diga una cifra cuando esté
listo. .
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
53
-Dieciocho -dijo Gorman. Las fichas se alzaron, los niños hablaban, las
fichas se cambiaban, había discusiones. Weatherby no hizo caso. Fue
hacia uno de los chicos de su grupo que levantaba las fichas y le dijo:
-Tú eres Graham, ¿verdad? Ya lo pensaba. Estuve observando cómo
hacías aquellos pases rápidos en el entrenamiento del martes. Eres
muy bueno. Mira. Esto es lo que quiero que hagas. Si el entrenador
Gorman dice un número entre cero y dieciocho tú levantas el cero. Si
es el diecinueve o uno mayor, levanta el nueve. ¿Vale? Sólo levanta
esas dos fichas. Hasta dieciocho, el cero. A partir de diecinueve, el
nueve.
-De acuerdo-dijo Graham.
-Si el entrenador Gorman dice «dieciocho», ¿qué ficha levantarás?
Graham levantó el cero.
-Buen chico -dijo Weatherby.
Mientras hablaba con Graham, los chavales del equipo contrario se
pusieron de acuerdo y con un siete, un dos y un nueve consiguieron
que sus fichas sumaran dieciocho. Weatherby no hizo caso cuando
Gorman los declaró ganadores. En vez de eso fue hacia Andy, que
también levantaba las fichas de su equipo.
-Vamos a jugar otra vez -le dijo Weatherby a Gorman y al instante se
dirigió a Andy y le dijo en voz baja-: Si el entrenador Gorman dice un
número menor de nueve, levanta un cero. Si es un número mayor,
levanta el nueve. ¿Vale?
-Veinticinco -dijo entonces Gorman.
Volvió la agitación, los gritos, los consejos, las disputas y la
confusión entre los chicos del equipo de los buenos. Pero en el
extremo del banco del equipo de Weatherby, Graham levantó un nueve
y Andy levantó otro nueve. Weatherby se sentó al Iado de Tony, el
tercer chico que levantaba ficha, y le dijo discretamente:
-Si el número que dice el entrenador Gorman tiene un digito, levanta
ese número. Si tiene dos dígitos, como veinticinco, suma los dos
números y levanta el número resultante. ¿Cuántos son dos y cinco?
-Siete -dijo Tony.
-Entonces levanta un siete. Tony lo hizo así y mientras el equipo de
los buenos barajaba las fichas y gritaba en absoluta confusión, Gorman
anunció que el equipo de Weatherby era el ganador. Los del equipo de
los buenos no se lo podían creer. Mientras estaban intentando
organizarse, Weatherby le dijo a Tony:
-Pero atención con el diecinueve. Si Gorman dice el diecinueve,
tienes que sumar ese número dos veces. 'Cuantos son nueve y uno?
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
54
-Diez -respondió Tony.
-Eso es. Ahora suma uno y cero. ¿Qué te sale?
-Uno.
-Perfecto -dijo Weatherby-. Levanta el uno si el entrenador Gorman
dice «diecinueve».
Gorman dijo nueve. Tanto Graham como Andy levantaron un cero y
Tony un nueve. Volvieron a ganar antes de que el equipo de los
buenos ni siquiera se hubiera puesto a pensar.
-Quince -dijo Gorman.
Graham levantó un cero, Andy alzó su nueve y un segundo después
Tony, tras sumar uno y cinco, levanto un seis. El equipo de los buenos
se quedó estupefacto.
Antes de que Gorman volviera a decir un número, los del equipo de
los buenos comprendieron que el equipo de Weatherby actuaba
conforme a un método, así que decidieron hacer lo mismo. Pero como
ignoraban qué método era, no se coordinaron y perdieron cada vez,
con lo que acabaron echándose las culpas los unos a los otro por el
fracaso del equipo. Y aún se enfadaron más cuando Weatherby
empezó a rotar a los chicos que levantaban las cartas en su equipo.
Hasta dejó que los chavales se enseñaran entre sí el método.
-Pero hacedlo en voz baja -les advirtió-, para mantener el plan en
secreto.
Por último, tras doce jugadas, Weatherby dio por terminado el juego
y anunció los resultados.
-El tanteo final es: los buenos uno, y el equipo de los menos hábiles
once. No está mal, nada mal, para ser los menos hábiles.
Los chavales del equipo de los menos hábiles estaban radiantes de
orgullo cuando Weatherby explicó el sistema que habían utilizado.
-Aquí hay varias lecciones que tenéis que aprender. Una, si tenéis
los conocimientos básicos y un plan de juego, aplicad ese plan de
juego. Dos, los menos hábiles pueden derrotar a los más preparados si
trabajan en equipo y los buenos no. Tres, las habilidades son
importantes, pero una vez que se dominan las básicas trabajar en
equipo es más importante que tener esas habilidades. Cuatro, si se
trabaja en equipo, se puede vencer a los mejores si éstos no saben
trabajar en equipo.
Weatherby hizo una pausa y repasó las cuatro lecciones, y esta vez
acabó diciendo:
-En el fondo, las cuatro lecciones son la misma, son diferentes formas
de ver el mismo hecho. Hay una frase de diez palabras que la resume
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
55
muy bien: «Ninguno de nosotros vale más que la suma de todos».
¿Alguien puede decirme qué significa? «Ninguno de nosotros vale más
que la suma de todos.»
Aaron levantó la mano -¿Sí, Aaron?
-Significa que no importa lo inteligente que yo sea, nunca seré tan
inteligente como la suma de todos los cerebros del equipo juntos, esto
es...
-Sigue.
-Bueno, creo que significa que si quiero conseguir la máxima
inteligencia posible, lo que tengo que hacer es combinar mi inteligencia
con la de los demás, o sea, es como conectar varios ordenadores para
conseguir uno más potente.
-Muy bien, Aaron. ¿Y qué crees que significa esto en un equipo de
hockey?
Aaron lo pensó un momento y dijo:
-Significa que aunque los jugadores de los otros equipos sean
individualmente mejores que nosotros, si sabemos jugar en equipo
mejor que ellos, podemos ganarles.
- Aaron, eres más listo que el hambre. Eso es exactamente lo que
significa. No importa lo buenos jugadores que sean, podemos trabajar
conjuntamente y vencerles. Podemos hacer en la pista lo que mi
equipo ha hecho con las fichas de números. Tenemos que trazar un
plan. Podemos trabajar juntos para llevar a cabo ese plan. Si los del
otro equipo no tienen un plan mejor que seguir, tenemos la oportunidad
de ganarles por muy buenos que sean sus jugadores.
Alan no quiso interrumpir a Weatherby, pero cuando ella se detuvo le
dijo con toda naturalidad:
-Dígame, ¿qué hubiera pasado si Gorman hubiese dicho «siete)) y
Graham, en vez de levantar un cero se hubiese dicho: “Vaya, ése es
fácil. Me voy a marcar un tanto” y hubiera levantado un siete?
-Él lo hubiera hecho bien, pero el equipo habría perdido -dijo Jerry,
que había sido uno de los chicos encargados de levantar las fichas en
el equipo de los buenos.
-Eso es -dijo Alan-. Graham hubiera levantado la ficha correcta, se
hubiera marcado un tanto, pero el equipo no habría ganado el punto.
Una vez que se tiene un plan, todo el equipo tiene que seguirlo.
»En el hockey, si el plan marca que tienes que pasar y en vez de
eso lanzas y metes un gol, el equipo se beneficia de ese gol. Pero
¿qué pasará la vez siguiente? Seguramente no meterás un gol, y así
una y otra vez. Siempre que se tiene un plan, el equipo meterá más
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
56
goles si se ciñe a él, aunque eso signifique que uno se apunte menos
goles en su cuenta personal.
-El entrenador Foster tiene razón -dijo Weatherby-. Más adelante,
una vez que hayamos aprendido a seguir un plan, hablaremos de
cuándo podemos introducir cambios en él. Parte del plan de cualquier
gran equipo es saber cuándo es oportuno cambiarlo según las
circunstancias. Pero esto viene después. Ahora os propongo que
vayamos a la pista y empecemos a trazar planes para marcar un
montón de goles jugando en equipo.
Las últimas palabras de Weatherby, «Vamos a echar-le ganas»,
quedaron ahogadas por las estrofas del himno que los chavales
cantaban a pleno pulmón mientras subían por la rampa que llevaba a la
pista.
Weatherby tenía otra sorpresa para los chicos y los entrenadores.
-Os propongo lo siguiente -dijo Weatherby a los chicos-. Cuando se
mete un gol gracias al juego de equipo es como ser el hombre de la
cima de esas pirámides humanas que se ven en los circos. El hombre
de la cumbre está allí gracias a los compañeros que lo sostienen. ¿Y
quién tiene más mérito? Los hombres de la base. Ellos son los que
sostienen toda la pirámide.
»A partir de ahora vamos a usar un nuevo sistema para elegir al
mejor jugador de cada partido. El jugador que marque un gol obtendrá
un punto. El que le pase el puck, el que le haga la asistencia, obtendrá
dos. El jugador que pase al que haga la asistencia, tres.
A los chicos les pareció que era una gran idea. Jed, que hasta
entonces había sido el máximo anotador, no habría pensado lo mismo,
pero no estaba. Y tanto los chavales como los entrenadores aceptaron
con entusiasmo la idea de que hubiera un premio para el mejor jugador
y la peculiar forma de Weatherby de asignar el premio.
El resto del entrenamiento lo pasaron practicando jugadas y
posiciones. Los entrenadores se lo habían enseñado incontables
veces, pero ahora, con la nueva visión de lo que significaba jugar en
equipo y con Jed castigado en casa a estudiar, el equipo trabajó con
una entrega y una ilusión mucho mayores.
-Una vez que los chicos dominen esas técnicas y puedan aplicar en
los partidos algunas de las jugadas ensayadas en los entrenamientos,
propongo que empecemos a rotar a los aleros y los defensas -les dijo
Weatherby a los entrenadores tras el entrenamiento-. La versatilidad es
muy importante para que los equipos tengan éxito. Los miembros de un
equipo deben estar entrenados para conocer bien los otros puestos.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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Eso multiplica el potencial del equipo. »Las rotaciones no sólo enseñan
nuevas habilidades, también dan variedad y hacen que los miembros
del equipo se sientan cómodos con los cambios. Los equipos deben
saber adaptarse y la gente no aprende nuevas habilidades si siempre
sigue la misma rutina o hace las mismas cosas de la misma forma por
las mismas razones.
-¿ y qué pasa con el portero? ¿También debemos rotar a Jerry?
-En los partidos no -dijo Weatherby-. Jerry tiene un puesto
especializado y no es lógico esperar que los otros puedan dominar esa
técnica igual que él. Tampoco tiene sentido hacer rotaciones entre los
pilotos y los auxiliares de vuelo. Pero sí que tiene sentido que tanto
pilotos como auxiliares conozcan a fondo diferentes tipos de aviones.
Recuerda que tu propósito es lograr mentes flexibles y habilidades
polivalentes. En los entrenamientos, de vez en cuando no le hará
ningún daño al equipo que alguno de los otros defienda la portería.
Como mínimo, le tendrán más respeto a Jerry.
-Parece una buena idea -dijo Gus. Milt y Alan se mostraron de
acuerdo.
-Otra cosa -dijo Weatherby-. Como Tim no va a poder jugar en toda
la temporada, no tenemos un capitán. Propongo que el cargo también
sea rotatorio. Parte de la flexibilidad de los grandes equipos consiste en
la capacidad y la voluntad de compartir el liderazgo.
-Es una idea muy buena -exclamó Alan, y les contó lo que vio la
noche que se lesionó Tim en el hospital. Ver a aquel equipo
hospitalario actuar fue increíble. Todo el mundo estaba dispuesto a
asumir la responsabilidad cuando fue necesario. Todos estaban
concentrados en hacer lo que hacía falta para que el equipo funcionara
bien. Todas sus energías estaban orientadas a ser un miembro útil del
equipo, y eso significaba compartir la responsabilidad, el liderazgo.
Antes de que alguien pudiera hacer algún comentario adicional, los
chicos empezaron a salir del vestuario y los entrenadores se
despidieron unos de otros.
Cuando Alan sacó el coche de la plaza de aparcamiento, Weatherby
sacó unos papeles enrollados de su bolso, los alisó y se los pasó a
Alan.
-Vas a necesitar esto para el partido del sábado. Alan frenó en la
puerta del aparcamiento y dio la luz del interior del coche para ver lo
que Weatherby le había dado. Eran unos certificados. En el encabezamiento se veía escrito en letras de imprenta: EL MEJOR JUGADOR DE
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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LOS RIVERBEND WARRIORS. Debajo había un espacio para el
nombre del ganador y otro para que Alan, Gus y Milt firmaran como
entrenadores.
-Esto está muy bien -dijo Alan-. Pero no veo dónde va a firmar usted.
-Yo soy una asesora, no dirijo, ¿recuerdas? Pero si estuviera en la
dirección haría todo lo posible para que Tira Larry Tira ganara el primer
título.
-¿De dónde ha sacado estos certificados?
-Los hice con mi ordenador. Los viejales tenemos algunos recursos.
-Ya lo veo -dijo Alan, que apagó la luz y arrancó motor-. Antes de
que se quede dormida, me gustaría comentarle algo.
-¿Quedarme dormida?
-Sí, se queda dormida. A menos que mi coche haya aprendido a
roncar.
-Ha sido cosa de Jack, ¿verdad? Le he dicho durante años que yo
no ronco. Pero di lo que tengas que decir rápido por si me entra sueño.
-He pensado que su primera clave para los equipos de éxito, «que
haya un propósito común apoyado en unos valores compartidos y unos
objetivos», en el fondo dice que hay que entusiasmar a la gente, darles
una dirección y un sentido dentro del marco de un equipo.
»La segunda clave, "desarrollar las habilidades y los conocimientos",
contribuye a lograr el objetivo. La tercera clave, hacer entre todos que
el equipo sea fuerte, la idea de que ninguno de nosotros vale más que
la Suma de todos, en el fondo habla de la coordinación, de Ia
coordinación de sinergias.
»¿Todavía está despierta?
-Claro que lo estoy.
-Vale. Y ahora veo que la idea de que ninguno de nosotros vale más
que la suma de todos en el fondo dice que hay que aplicar las
habilidades individuales en beneficio del equipo. Hasta ahora no lo
había entendido. La razón de que los equipos puedan funcionar bien es
que al combinar las habilidades individuales se crea un nuevo conjunto
de habilidades, las habilidades del equipo. Los individuos, por sí
mismos, nunca podrán tener las habilidades propias de un equipo.
-Eso es -dijo Weatherby-. y lo que has dicho antes también es
cierto. Me refiero a la coordinación, y también has sabido ver lo de las
sinergias. La suma de todo ello es más que la suma de las partes. Es
como los dos faros de tu coche. Si tapas uno, ¿a qué distancia ilumina
uno? Pon ciento cincuenta metros. Pero si se encienden los dos faros a
la vez, cada uno ilumina ciento cincuenta metros, ¿y qué sucede? Pues
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
59
que los primeros ciento cincuenta metros quedan más iluminados y
quizá hasta se ve bien cincuenta metros más allá. Esos cincuenta
metros más sólo pueden verse si llevas los dos faros encendidos. Al
combinarse los dos, aumenta la potencia. No sé cómo ni por qué pasa,
pero es así.
-Tampoco yo sé por qué ocurre -dijo Alan-. Como sabe, me
despidieron porque no sabía trabajar en equipo. Era como Jed Boothe.
Creo que mi faro iluminaba ciento sesenta metros, por decirlo así.
Mucho más que el faro de los otros, que iluminaba ciento cincuenta
metros y a los que yo no ayudaba. No quería combinar la luz de mi foco
con nadie, así que nadie conseguía iluminar los doscientos metros. Tras una pausa Alan añadió-: La verdad es que son muy interesantes
los paralelismos entre los equipo de hockey de niños y los equipos de
trabajo.
-Un equipo es un equipo, Alan. Los equipos de trabajo pueden ser
mejores en ciertos aspectos que los deportivos, y viceversa, pero a la
postre, un equipo es equipo.
-Por lo general, los equipos deportivos parecen mejores que los de
trabajo -contestó Alan-, al menos en las ligas mayores, aunque nuestro
equipo de jockey ya es mejor que el equipo del que yo formaba parte
en mi trabajo.
- Los equipos deportivos tienen más experiencia- dijo Weatherby-.
Por lo general saben mantener mejor su rendimiento y valorar mejor y
de forma más clara el desempeño personal.
-El próximo sábado tendremos un premio al mejor jugador de cada
tiempo. Esto hará que los chicos tengan una valoración inmediata. Los
entrenadores no esperan todo un año para ver cuál ha sido la
actuación de cada jugador y si éste ha cumplido los objetivos.
-Yo creo que los entrenadores son más duros que los jefes, pero al
presidente de mi compañía no le costó mucho tiempo quitarme del
banquillo.
-Ser duro es sólo una característica más de los entrenadores, Alan.
En los deportes, los entrenadores están mucho más dispuestos a
invertir en formación y entrenamiento. Evidentemente tú tienes mucha
capacidad y eres brillante. Lo único que necesitabas era una llamada
de atención. Un entrenador nunca hubiera desperdiciado un talento
como el tuyo.
-Es usted muy amable -dijo Alan.
-Es la verdad. En el mundo de los deportes la gente es entusiasta de
la preparación. Cuando trabajaba con Jack en el mundo de los
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
60
negocios descubrí que muchos de nuestros competidores eran reacios
a formar a sus trabajadores. Les preocupaba que sus empleados
fueran muy buenos, porque eso hubiera implicado cambios. O hubieran
tenido que pagarles más o esos empleados hubieran abandonado la
empresa. Lo que no entendían es que los buenos empleados son más
productivos, por lo que la empresa puede permitirse pagarles más.
-A mí me parece de lo más obvio -dijo Alan.
-Así es, y ellos lo sabían, pero no creían en ello. No es lo mismo
saber que creer. Pero el problema mayor no era el dinero. Lo que
realmente les daba miedo es que esos empleados dejaran la empresa,
con lo que hubieran perdido todo el dinero invertido en formarlos.
-Parece razonable -dijo Alan.
-Lo es hasta que comprendes realmente la naturaleza de la
coordinación de sinergias de la que antes hablábamos. Todos los
conocimientos individuales revierten en el equipo. Los empleados que
han recibido una formación hacen que el equipo se crezca. Si un
jugador bien entrenado se va puede hacer daño al equipo, pero el
equipo continuará trabajando por encima de su nivel inicial. Como dice
la canción: «Eso no te lo podrás llevar».
-Ya hemos llegado -dijo Alan cuando vio la residencia Park Manor-.
No se ha dormido en todo el viaje.
-Lo único que me gusta más que una buena cabezada es una buena
conversación -dijo Weatherby.
Y siguieron hablando.
-Incluso en el caso de que una persona muy capaz se vaya, la
organización o la compañía seguirá beneficiándose de sus
conocimientos porque los ha estado compartiendo -dijo Alan-. y la
organización o el equipo ha aprendido a funcionar mejor. Esta
experiencia, esta capacidad, no se pierde cuando se va un miembro
clave del equipo. Puede que disminuya un poco el rendimiento, pero no
se pierde.
Alan abrió la puerta de su lado y la luz del interior del coche volvió a
encenderse. Mirando detenidamente a Weatherby le preguntó
intrigado:
-¿ y usted aprendió todo esto entrenando al equipo de baloncesto de
un instituto y ayudando a Jack en su empresa?
-Bueno, también tuve alguna experiencia más -dijo Weatherby
abriendo la puerta.
-¿ Vendrá al partido del sábado? -le preguntó Alan cuando la
acompañó a la puerta.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
61
-No puedo. Pero llámame después para decirme el resultado y
quedar para que me recojas el martes para el entrenamiento.
Esa noche, cuando Alan se sentó delante de su ordenador para
poner al día sus notas, se preguntó qué habría querido decir
Weatherby con lo de «alguna experiencia más».
Movido por la curiosidad, buscó el nombre de Lillian Weatherby en
Internet. Descubrió muchas noticias viejas sobre campeonatos de
baloncesto y una sobre cuando se retiró, pero absolutamente nada que
pudiera explicar su comentario.
Estaba a punto de dejarlo cuando tuvo una idea. Puso en el casilla
del buscador «Lillian Gow» y pinchó «Buscar». Esta vez dio en el
blanco. Lillian Gow aparecía como miembro del ejecutivo de un estado,
como miembro de la junta directiva de una cadena de almacenes de la
Costa Oeste, un banco y una compañía aérea. También había sido
asesora de una asociación de industrias del acero y de fábricas de
componentes para el automóvil.
Al principio Alan pensó que debía de tratarse de otra Lillian Gow.
Pero no lo era. Se había retirado de su último consejo de
administración hacía ocho años, a los ochenta.
Una noticia en la que se citaban unas palabras del presidente de ese
banco, John Christie, contaba la historia.
Descubrí a Lillian Gow en el colegio. Me enseñaba inglés. Quería a
una mujer en el consejo de administración y me había ido muy bien con
los profesores, así que pensé que tener a un profesor sería una buena
idea.
Cuando Lillian accedió a unirse a nosotros, se comprometió a ser la
persona mejor preparada en cada reunión del consejo. Y además era
muy sagaz.
Uno de los otros miembros del consejo era una autoridad estatal y
se la llevó a su gabinete. Otro estaba en el consejo de una cadena de
almacenes, e hizo otro tanto.
Ahora puede ser famosa, pero fuimos nosotros los que la
descubrimos.
Lo primero que se le ocurrió a Alan fue contarle a Weatherby lo que
había descubierto. Pero lo pensó mejor y decidió no decide nada. Si
ella quería contárselo ya lo haría. Si no quería, él lo respetaría.
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10
R
iverbend w arriors: 6.
Eastland Wolverines: 4.
Y esto sólo fue parte de la historia.
La historia que hay detrás de esto es que justo antes del partido Milt
supo que Tim no podría asistir al encuentro. Lo habían llevado de
urgencias al hospital con un fuerte dolor de cabeza.
-Sangraba por la nariz -le contó su preocupado padre a Milt-. Le
suele pasar de vez en cuando. Pero con el accidente y el dolor de
cabeza los médicos quieren asegurarse.
Los chavales se darían cuenta de que Tim no había ido a ver el
partido, así que Milt les contó lo que había pasado, pensando que
tendría que hablar un rato con ellos para levantarles el ánimo, pero Tira
Larry Tira lo hizo por él.
-Parece que es una noche ideal para que ganemos el partido en
honor de Tim -dijo Larry en medio del silencio del vestuario-. Cuando
sepa que hemos ganado, se le pasará el dolor de cabeza.
Esa noche el himno de los Warriors resonó con un timbre primitivo
cuando aparecieron por la rampa de los vestuarios, preparados, con
ganas y más capaces que nunca de presentar batalla.
El premio al mejor jugador también tuvo su papel en esta historia.
Tira Larry Tira fue el ganador con todo el mérito. Durante el partido
Larry no hizo más que pasar el disco. Excepto una vez. Al principio del
tercer tiempo, con sus padres desesperados porque la estrella de su
hijo aún no había disparado a puerta, Larry se encontró solo frente al
portero de los Eastlands cuando Roberto le pasó el puck. Larry lanzó y
marcó. Sus padres se volvieron locos de alegría.
Viendo que tenía una oportunidad y sabiendo que la presión de los
padres podía ser perjudicial para la nueva forma de jugar de Larry, Milt
dejó el banquillo y se fue hacia donde estaban los padres de Larry.
-Vaya golazo -dijo-. ¿Se han fijado en que Larry juega ahora con una
estrategia pensada para ayudarle a marcar más goles? La idea es que
pase el disco a menos que vea la posibilidad de marcar muy clara. Eso
desconcierta al contrario. Esperan que pase, así que cuando tira a
puerta los coge con la guardia baja. Su estadística de goles por intento
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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se va a disparar. Y no me sorprendería que marcara dos o tres goles si
lo intenta un par de veces más.
¡Dos o tres goles! Los ojos de los padres hicieron chiribitas ante la
perspectiva.
Más tarde en ese mismo tiempo, Milt Gorman oyó dos voces
familiares que gritaban:
-¡Pasa, Larry, pasa!
Sin embargo, el golazo vino cuando sonó la sirena que indicaba el
final del partido.
-Entrenador, está haciendo un trabajo fantástico -le dijo el padre de
José Monterro a Milt Gorman cuando los chavales enfilaron el túnel
hacia el vestuario-. De repente están jugando como un equipo.
-Alan Foster es el responsable de todo -empezó a explicar Milt, pero
antes de que pudiera mencionar a Weatherby, el señor Monterro se
volvió, cogió a Alan por el codo y se lo llevó con él mientras le decíaSeñor Foster, me gustaría hablar un momento con usted.
-Por supuesto -dijo Alan de inmediato, tratando de recordar todas las
conversaciones que había mantenido con el señor Monterro y
pensando cuál podría ser el problema. .
-Lo que me interesa es el trabajo de equipo -dijo el señor Monterro-.
Necesitamos mejores equipos, y creo que usted es el hombre
adecuado. ¿Cuánto nos cobraría por ayudamos?
-Perdone, ¿ayudarles?
-En lo del trabajo en equipo, claro. Mi compañía le necesita, señor
Foster. Pagaré cualquier cantidad que sea justa. Venga a charlar con
nosotros una hora o dos y díganos qué tenemos que hacer.
-Lo siento, señor Monterro. Nunca he hecho eso -dijo Alan.
-Bueno, pues hágalo ahora. Dígame la cantidad.
-No sé, realmente...
-¿Qué le parece... - El señor Monterro se acercó a Alan y le susurró
una cantidad que venía a ser lo que le pagaban a la semana en su
anterior trabajo.
-¿Por un par de horas? -dijo Alan con un hilillo de voz.
-Un par de mañanas.
-Pero eso es mucho.
- No aceptaré un no como respuesta.
-No puedo.
-Claro que puede. Mire, el trato es éste. Usted viene y nos ayuda, y
si creo que su ayuda no vale cada centavo de lo que le he dicho, no le
pago. ¿Y ahora qué? ¿Vendrá?
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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-Tengo que pensármelo.
-De acuerdo. Tenga mi tarjeta. Llámeme el lunes. Y para decirme
que viene. Mi compañía necesita algo de esa magia de equipo que ha
sabido crear con los chicos.
-Pero hay mucha gente que me ayuda. No sólo soy yo -dijo Alan.
-Claro -dijo el señor Monterro-. No esperaba que un experto en
equipos lo hiciera todo solo.
Cuando Alan llamó a Weatherby para decirle el resultado, le contó lo
de la oferta del señor Monterro.
-Es una locura, ¿verdad?
-No tanto, Alan.
-Pero incluso en el caso de que pudiera hacerla gracias a todo lo
que usted me ha enseñado, es demasiado dinero.
-En primer lugar, lo que cuenta no es lo que yo te he enseñado. Es
lo que has aprendido, de mí, de los chicos, de los otros entrenadores y
de los libros que has estado leyendo. Mucho de lo que has aprendido lo
has aprendido de tu propia experiencia, tanto en el trabajo como en el
equipo de hockey. La experiencia es la mejor maestra.
»Te has convertido en una persona muy capaz, y esos
conocimientos que tienes han hecho que el equipo mejore mucho. Eso
es precisamente lo que estuvimos hablando la noche del jueves
pasado. Aunque ahora te vayas, el equipo no olvidará lo que ha
aprendido. Por eso las empresas de éxito y los mejores equipos
siempre están aprendiendo. Todo lo que necesitas hacer ahora es ir y
compartir lo que has aprendido con otros. Eres un maestro fabuloso,
Alan.
-Pero es demasiado dinero.
-¡Tonterías! Si ayudas a Monterro a crear un equipo de trabajo, te
apuesto a que en poco tiempo consigues unos ingresos extras. Una
paga semanal vale la pena.
-Ni siquiera sé cuál es la cuarta característica clave de los equipos
de éxito -objetó Alan.
-Sí que lo sabes. Pero aún no te has dado cuenta -le replicó ella-.
Ven el martes y te diré cuál es.
Alan fue a ver a Weatherby el domingo y se llevó un listado con las
notas que había ido introduciendo en su ordenador. La idea de tener
que dar una charla de dos horas sobre el trabajo en equipo le imponía.
Por otro lado, trabajar con el equipo, enseñar y ayudar a los demás a
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tener éxito era la cosa más divertida que había hecho en su vida. Si
pudiera ganarse la vida con ello sería el mejor trabajo del mundo.
Weatherby revisó sus notas y le dio el mismo consejo que le había
dado Susan:
-Aquí tienes un material muy bueno, Alan. Y lo mejor de todo es que
dominas el tema. Te he observado con los chicos. Tienes un don
natural para enseñar.
»Y una cosa más. Lo creas o no, eres un héroe, una fuente de
inspiración. La gente quiere ser parte de un gran equipo: le gusta crear
equipos importantes. Tú eres; la prueba de que eso puede hacerse, y
no te ofendas, pero si un hombre como tú, que ha sido despedido por
no saber trabajar en equipo, puede conseguirlo, ésa es la prueba de
que ellos también pueden. Yo te digo que lo hagas, da la charla.
Y Alan lo hizo.
El martes, Alan aprendería cuál era la cuarta característica clave. El
miércoles por la mañana a las diez los 372 empleados de Monterro
Enterprises se reunirían para escuchar su charla sobre el trabajo en
equipo. Alan había intentado retrasar su charla un par de semanas,
pero el señor Monterro fue inflexible. Quería a Alan ya.
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E
l martes también fue el día en que Tim salió del hospital. Había
prometido que asistiría al partido del sábado.
-Me ha dicho que felicite sobre todo a Larry por su premio -contó Milt
en el vestuario antes de que empezara el entrenamiento. Todo los
guantes se elevaron en el cielo en honor de Larry. El vestuario resonó
con los vítores, silbidos y gritos, una forma extraña pero muy tradicional
de indicar que se sumaban a lo dicho.
Mientras los chicos patinaban para calentarse, los entrenadores se
reunieron en el banquillo del equipo local.
-Bueno, Weatherby, es hora de que nos diga cuál es la cuarta
característica clave para formar un equipo de éxito -dijo Milt.
-Ya va siendo hora, si vamos a ganar la liga y Alan va a dar su
charla mañana -dijo Gus.
-Así sea.
-Es la clave de las tres erres -dijo Weatherby-. ¿Qué otra cosa
podía esperarse de una maestra de escuela? La clave es repetir las
recompensas y los reconocimientos.
-«Repetir las recompensas y los reconocimientos» -dijo Milt como un
eco.
-Esta característica refuerza las tres primeras -dijo Weatherby-.
Siempre que tengas la oportunidad, y en el caso de que no la haya
debes crearla, tienes que proponerte actuaciones que se correspondan
con las tres primeras características claves, que haya una coordinación
entre el propósito, los valores y los objetivos, el desarrollo de las
habilidades y los conocimientos del equipo y «Ninguno de nosotros
vale más que la suma de todos».
»La gente repite las acciones que les han hecho ganar recompensas
y reconocimiento. Lo que hay que hacer es realzar lo positivo.
-Hacer que la gente haga las cosas bien -dijo Milt en tono reflexivo.
-Muy bien dicho. Pero el problema es hacer eso diariamentecomentó Weatherby-. En primer lugar, no estamos acostumbrados a
preocupamos de que las cosas se hagan bien. Tanto a los directores
de las empresas como a los entrenadores les preocupa más que las
cosas se hagan mal. La gente suele concentrarse en buscar las
excepciones, en los errores al hacer las cosas y en corregirlos. No es
malo hacer frente a un problema antes de que se haga mayor, pero las
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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empresas y los equipos irían mejor si la gente trabajara para aumentar
el número de cosas que se hacen bien en vez de preocuparse por
rectificar las cosas que se hacen mal.
-O sea, si los chicos hacen dos cosas bien, tienen menos tiempo
para hacer las cosas mal, ¿no?-preguntó Milt.
-Más o menos -respondió Weatherby-. y si hacen dos cosas bien, lo
que hacen mal ocasionalmente tiene menos importancia.
-O sea, que para conseguir que más cosas se hagan bien hay que
dejar de hacer las cosas mal, ¿no? Viene a ser como las dos caras de
la misma moneda -arguyó Gus.
-Si lo que tienes es un número limitado de monedas, tienes razóndijo Weatherby-. Pero por lo general uno tiene muchas monedas,
muchas oportunidades para hacerlo bien, muchas más que las
posibilidades de conseguir que lo que se hace mal se haga bien.
-En vez de centrarse en los disparos a puerta que no entran,
debemos centramos en los disparos a puerta que acaban dentro de la
red -dijo Alan.
-Exacto. En eso y disparar a puerta más a menudo. Hay que
centrarse en lo positivo. Y la forma de hacerlo es asegurarse de que las
tres primeras características clave se cumplen, y eso implica repetir las
recompensas y los reconocimientos.
»Y hay otra cosa -continuó diciendo Weatherby-. Otra razón para
hacerlo así. Cuando uno se centra en lo positivo, se adquiere el hábito
de hacer las cosas bien. Una vez tuve un alumno que acabó trabajando
colocando vigas de acero en edificios de veinte y treinta pisos. Le
pregunté cómo se las ingeniaba para caminar por esas vigas. Me dijo
que el truco era concentrarse en dónde debías colocar el pie y nunca,
nunca, pensar en dónde no había que ponerlo. Si no hacía eso podía
dar por seguro que se equivocaría. Si uno se concentra en hacer las
cosas bien, acabará haciendo muy pocas cosas mal.
-Antes hablábamos de que debía haber una correspondencia, una
coordinación, entre lo que la gente hace y el propósito del equipo, los
valores y los objetivos, el desarrollo de las habilidades y los
conocimientos del equipo. ¿Hay alguna diferencia entre esa idea de la
coordinación y hacer las cosas bien?
-En realidad no, pero si uno habla de coordinación da la impresión
de que es más fácil de conseguir. Por eso me gusta utilizar esa
palabra. Además, muchas veces se piensa que hacer las cosas bien
sólo implica hacer determinada acción positiva y ,de trascendencia
inmediata. Marcar un gol, por ejemplo. Sin embargo, mantener la
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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posición y defender tu zona, aunque el disco no esté cerca también es
hacerlo bien, pero como ahí parece que no se juega nada, la gente se
olvida de la importancia que tiene eso para el juego de equipo. Y
recordad, reconocer los logros a menudo es suficiente recompensa.
-Si reconocemos y recompensamos a cada jugador que juega de
forma coordinada... -empezó a decir Milt.
-Estaremos en el buen camino para ganar la liga -le interrumpió
Weatherby.
-Y supongo que eso es lo suficientemente importante -dijo Alan, a
medias afirmando, a medias preguntando.
-Es más que importante. Como he dicho, ésa es la base para las tres
características clave. De esa forma las aspiraciones de uno adquieren
un valor por sí mismas y se rinde un tributo tanto a las habilidades
individuales como a las del equipo, se crea una energía que anima a la
gente a concentrarse en el triunfo del equipo, no en su actuación
personal.
Se produjo un momento de silencio. Los chavales habían acabado
su calentamiento y se acercaban patinando al banquillo.
-Una última cosa, Weatherby. Al centrarnos en alabar todo lo que
redunda en beneficio de los objetivos del equipo, la asimilación de
nuevos conocimientos y el potencial del equipo, estamos garantizando
que todos nos centremos en la misión del equipo. Y eso reduce mucho
todos los esfuerzos orientados a evitar que las cosas se hagan mal,
¿no? -dijo Alan.
-Efectivamente -respondió Weatherby-; A menudo ocurre que la
gente y los equipos se entusiasman por cosas que hacen bien pero que
no se corresponden con sus objetivos y en cómo quieren funcionar. Y
entonces se obcecan en seguir esa pauta negativa de comportamiento.
Larry era un buen ejemplo de ello.
-Tiene razón -dijo Milt-. Y lo que hemos hecho, si uno lo piensa bien,
es definir con claridad los objetivos que tenía que cumplir Larry,
además de decírselo a sus padres, y entonces utilizar la recompensa y
el reconocimiento para modificar su comportamiento y que actuara en
función de su nuevo objetivo.
-Es increíble lo bien que ha funcionado, ¿verdad? -dijo Weatherby-.
Ahora, si no les importa, tengo unos nuevos premios para los chicos,
otros certificados que les quiero enseñar. Se los entregaremos después
de cada partido y entrenamiento.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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-Me parece bien -dijo Gus-. Pero si hay tantos, ¿no reduciremos el
efecto que tienen los premios en los chavales? Quizá acaben no
dándoles importancia.
-Estamos muy lejos de eso -dijo Weatherby cuando empezó a
buscar en su bolso y sacó un montón de nuevos certificados-. Escriban
sus nombres aquí y fírmenlos, y les garantizo que esos chicos los
conservarán cuando tengan nuestra edad. Aún guardo la cinta que
gane en la carrera de relevos que corrí en primaria. Quedamos
terceras. Es mi premio más importante, sólo había tres equipos en la
carrera.
-Yo aún guardo un montón de menciones honoríficas de cuando iba
con los boy scouts -admitió Milt-. Tengo tantos que debo haber ganado
una cada dos semanas.
-Bueno, vamos a coordinamos un poco -dijo Alan-, y vamos a dar
nuestras recompensas.
Cuando Weatherby presentó sus premios, quedó claro que tenía
pensados tres para cada entrenamiento y partido. Estaba el premio al
jugador más aplicado, el premio al espíritu de equipo y el premio del
entrenador. El brillo de los ojos de los chavales demostró que los
premios iban a ser muy populares.
Cuando Alan empezó a ayudar en los entrenamientos del equipo, se
turnaba con Milt y Gus para trabajar con los chicos. Ahora Weatherby
los tenía a los tres en la pista de hielo constantemente y con unas
instrucciones específicas: que no hubiera críticas negativas.
-Podéis señalar cosas que tienen que mejorar y ayudarles a hacerlo
mejor. Ése es vuestro trabajo. No les regañéis.
-Ya sé que voy a parecer un ogro, pero creo que los chicos a esta
edad responden bien si uno les pega una bronca -dijo Gus.
-Si fueran unos golfillos, unos gamberros, o algo así, tal vez. A veces
hay que conseguir que la gente nos preste atención. Y determinados
comportamientos han de tener unas consecuencias. Pero de lo que
aquí se trata es de enseñar unos conocimientos y unas habilidades
individuales y de equipo.
-¿Ha estado en Sea World, Gus? -le preguntó Weatherby.
-Sí, he estado.
-¿Le gustó el espectáculo?
-Fue fantástico. Tenían una orca que podía hacer cualquier cosa.
Jugaba a la pelota con su preparador y saltaba por encima de unas
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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cuerdas. Incluso hacía sumas, daba las respuestas dando golpes en el
agua con una aleta.
-¿Usted cree que esos preparadores consiguieron todo eso
mediante unos refuerzos positivos?
-¿Lo dice en broma?
-Piense en ello, Gus -le dijo Weatherby-. ¿Castigaría usted a una
orca por cometer un error y luego se metería en el agua con todos esos
kilos de músculo que tienen y esos dientes?
-Ni pensarlo -dijo Gus.
-Si los preparadores de Sea World pueden hacer que una orca salte
en el aire reforzando los comportamientos positivos, creo que nosotros
debemos ser capaces de enseñar a unos niños de diez años a meter el
puck en la portería sin ningún problema.
Era difícil llevarle la contraria a Weatherby cuando empezaba a
argüir, así que los tres entrenadores se fueron hacia la pista para
analizar las cosas que hacían los chicos y que coincidían con su
objetivo. Y luego, entre elogios, les sugirieron cómo podían hacerlo aún
mejor.
Al final del entrenamiento se entregaron tres premios, con sus
respectivos certificados. Después de ver lo emocionados que estaban
los ganadores, a Alan no le cupo duda de que aquellos trozos de papel
serían unas posesiones muy preciadas que conservarían toda su vida.
Cuando los chicos se encaminaron hacia el vestuario, Weatherby
llamó a los entrenadores.
-Entre entrenamiento y entrenamiento tengo mucho tiempo para
pensar en los chicos y en las cuatro características clave de los
equipos que tienen éxito -dijo-. Siempre me gustó utilizar juegos de
palabras y acrónimos cuando era profesora. Ayudan a la gente a
recordar. Se me ha ocurrido uno relacionado con el hockey y las cuatro
características clave que espero que sea de utilidad. Es un acrónimo
basado en la palabra puck.
-Veamos cómo es -dijo Milt.
-De acuerdo. La P por “proporcionar un propósito apoyado en unos
valores y unos objetivos”. La U por «unir habilidades y conocimientos»,
ninguno de nosotros vale más que la suma de todos. La C por «crear el
potencial del equipo». Y la K porque «un kilo de elogios vale más que
un kilo de reproches».
-Está muy bien -dijo Gus-. La P de propósito, la U de unir habilidades
y conocimientos, la C de crear un potencial de equipo y la K del kilo de
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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elogio que vale más que el kilo de reproches. Incluso yo puedo
recordarlo.
Mientras Alan llevaba en su coche a Weatherby esa noche, le dijo:
-Me he dado cuenta de que, aunque nos hemos marcado como
objetivo final ganar la liga, nuestro Santo Grial, usted rara vez habla de
ganar, ni siquiera refiriéndose a los partidos. Su enfoque hace más
hincapié en las habilidades y conocimientos individuales y en trasladar
esa experiencia individual al equipo. Incluso su característica clave de
las tres erres pone más énfasis en los conocimientos personales que
redundan en la mejora del equipo.
-Déjame hablar o me quedaré dormida -le interrumpió Weatherby-.
Tienes razón. Quiero que esos chicos saquen lo mejor de sí mismos y
que vivan la experiencia mágica de ser parte de un equipo de éxito, un
equipo campeón, gracias a hacer cosas juntos, cosas que no podrían
hacer por sí mismos. En el proceso ganarán algunos partidos, muchos
más de los que ganarían si no aplicaran las cuatro claves de los
equipos de éxito.
»Ganar está muy bien, Alan, pero es el resultado de crear un gran
equipo. En eso debemos concentramos.
-Me pregunto si tendrá algo que ver con que sean unos niños -dijo
Alan-. ¿Si fueran adultos hablaría más de ganar?
-Quizá, pero no sería lo más correcto. Si uno se concentra en ganar,
no se gana más veces necesariamente. No puedo demostrarlo, pero
apostaría a que la gente que piensa así luego gana en menos
ocasiones. Lo malo de creer que ganar lo es todo es que, por
definición, si pierdes, crees que no vales nada. y ésa es una manera de
vivir muy superficial, Alan.
» Pero si pones lo de ganar en la debida perspectiva, descubres que
hay muchas otras cosas que también son importantes, a veces más
importantes aún. -¿Está usted diciendo que un equipo puede perder un
partido y seguir siendo un equipo de éxito?
-Desde luego. Si haces un magnífico partido contra un contrario
magnífico y pierdes, y tu equipo cree que ganar lo es todo, dejas al
equipo sin nada. Pero el equipo que pone lo de ganar en perspectiva
mantendrá su entusiasmo y seguirá dispuesto a entrenarse. Esos
jugadores seguirán ilusionados con ser un equipo de éxito y estarán
más deseosos de asimilar más habilidades y conocimientos tanto de
forma individual como colectiva. Así las cosas, una pregunta, Alan:
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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¿qué equipo de esos dos habrá perdido?
»Y otra pregunta: ¿qué equipo tiene más posibilidades de ganar la
próxima vez?
Alan ni se molestó en contestar. La respuesta era obvia. Los equipos
que se centran en la mejora del individuo y del equipo, en los
conocimientos y habilidades del equipo, serán los auténticos
ganadores, tanto si ganan todos los partidos como si no.
-¿Aún está despierta, Weatherby? -Sí, lo estoy.
-Sabe, creo que es más divertido dedicarse a elogiar y a hacer más
hincapié en lo que se hace bien que ir detrás de los chicos para
criticarles sus errores.
-Entiendo lo que quieres decir -dijo Weatherby-. Sí, entrenar de ese
modo es más divertido, mucho más.
»El primer año que fui entrenadora de baloncesto gritaba y reñía
mucho. Las chicas me prestaban atención si me enfadaba y gritaba, así
que parecía razonable que si quería que me hicieran más caso, debía
enfadarme y gritar más.
-No me la imagino haciendo eso -dijo Alan.
-No me gusta recordar que me comporté como una energúmena,
pero lo hice.
-¿Y qué paso? ¿Qué la hizo cambiar? -Estaba caminando por el
vestíbulo del colegio y la señorita Lane, nuestra directora, estaba
echándole una bronca a grito pelado a un alumno. Lo tenía cogido por
las mejillas y le zarandeaba la cabeza. Eso no pasa hoy en día, pero
hace cuarenta años sí. Era un comportamiento habitual de la señorita
Lane, pero ese día comprendí de repente lo equivocada que estaba. La
mitad de mi ser se horrorizó por lo que le estaba haciendo a aquel niño
y la otra mitad se reía por lo estúpido del comportamiento de la señorita
Lane. La aparté del niño y le dije en voz baja que fuéramos a su
despacho para que se calmara.
-¿Qué pasó? -preguntó Alan cuando Weatherby se interrumpió.
-No fue a su despacho, claro. Empezó a gritarme. Le dije que me
gustaría tener un espejo a mano para que viera lo estúpida que estaba
siendo. No le gustó nada que la llamara «estúpida» -dijo Weatherby
entre risas-. Ahora parece divertido, pero entonces fue todo un drama.
¿Sabes? No volví a verla maltratar a un niño, pero esa primavera se
jubiló anticipadamente.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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»Ese hecho me traumatizó tanto que me prometí que nunca me
comportaría de una forma tan estúpida. Cambié de filosofía. Fue fácil
porque en clase nunca me enfadaba ni gritaba. Siempre creí que los
elogios y la amabilidad eran lo mejor para orientar bien a los chicos.
-Me alegro de que le cantara las cuarenta a esa bruja -dijo Alan-.
Mañana por la mañana voy a soltar todo esto a los empleados del
señor Monterro, y voy a darle la mitad de lo que me van a pagar, es
decir, si deciden que lo que les he contado vale la pena y me pagan por
ello.
-Valdrá la pena, Alan. Si algo sé ver es cuando estoy delante de un
profesor bueno, brillante. Estarás perfecto. Pero no quiero dinero. Jack
y yo tenemos más del que necesitamos y no tenemos hijos. Nuestros
sobrinos y United Way, una organización filantrópica, que son nuestros
principales herederos, celebrarán una fiesta cuando muramos, pero
gracias por tu ofrecimiento.
-No quería ofenderla.
-Ya sé que no querías, pero me has hecho pensar en algo que
quería decirte. Te he estado aleccionando sobre la filosofía del juego
en equipo, pero realmente no te he tratado con el respeto que se
merece un compañero de equipo.
-Sí que lo ha hecho -protestó Alan.
-Déjame acabar. No os he dado la oportunidad, ni a ti, ni a Milt ni a
Gus, de participar a la hora de decidir lo que había que hacer con el
equipo o cómo había que hacerlo. No he enseñado al equipo de
entrenadores a tomar decisiones en equipo. Os he dicho lo que había
que hacer, cuándo hacerlo y cómo. Y eso no es formar un equipo.
-También hemos sido muy ordenancistas con los niños -dijo Alan en
tono reflexivo, con lo que venía a darle la razón a Weatherby.
-Hay una razón -dijo Weatherby-. Cuando viniste a verme, te habías
impuesto una misión casi imposible, ganar la liga. Si quería ayudarte,
tenía que tomar el mando y dar las órdenes pertinentes. No era
apropiado empezar a impartiros unas sesiones de formación durante
seis meses como solía hacer con los entrenadores de baloncesto. Y
con los chicos viene a pasar lo mismo. Necesitan una dirección firme,
al menos por ahora.
Alan y Weatherby se quedaron callados unos momentos.
-Aunque es conveniente que un líder imparta las órdenes cuando
hay una situación crítica y el líder tiene unos conocimientos y
habilidades que el equipo no tiene, llega un momento en que el líder
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
74
debe retirarse a un segundo plano y dejar que el equipo actúe por su
cuenta. Estamos llegando a ese punto dentro del equipo de
entrenadores, Alan, y pronto tendremos que empezar a dejar que los
chicos asuman mayores responsabilidades en la dirección del equipo y
la planificación de estrategias. Aunque no vamos a darles a unos niños
de primaria las responsabilidades que pueden darse a un equipo de
adultos. No tienen la experiencia ni las habilidades para relacionarse
entre ellos que se necesitan para manejarse con todo esto. Pero
tenemos que dejarles dar pasos en esa dirección.
Ambos callaron y Alan meditó lo que Weatherby acababa de decir.
-Próxima parada, residencia Park Manor -dijo Alan cuando enfiló el
camino que llevaba a la puerta principal.
-Ya llevamos dos viajes en que no me dejas echar mi preciosa
cabezadita. Si me salen arrugas será por tu culpa.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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12
uando Alan acabó de hacer los últimos preparativos para su
charla ante los trabajadores del señor Monterro se dio cuenta
de que el acrónimo de puck, aunque era muy apropiado para el
equipo de hockey, no era lo más conveniente para una empresa.
Pensando en cómo podía presentar las cuatro características clave
para ese tipo de audiencia, se le ocurrió que podía utilizar la palabra
«gestión». Cuando empezó a darle vueltas a la idea, vio que todo lo
que había aprendido de Weatherby le venía como anillo al dedo. El
acrónimo de «gestión» lo comprendía todo. Un gran equipo, un equipo
de éxito debía reunir las siguientes características:
G uiarse por un propósito y unos valores
E nergía
S uscitar una buena comunicación
T urnarse en las responsabilidades
I ncrementar el rendimiento
O btener recompensas y reconocimiento
N ervio y moral
C
Cuando vio su acrónimo, Alan quedó satisfecho. En la palabra
gestión quedaba comprendido que los elementos clave para formar
un equipo eran el óptimo desempeño, la energía y la alegría de
pertenecer a un equipo bien coordinado. Para conseguir un óptimo
rendimiento era preciso: un propósito común apoyado en unos
valores compartidos y unos objetivos, desarrollar unas habilidades y
conocimientos
comunes
(energía
y
turnarse
en
las
responsabilidades); alentar el potencial del equipo (interrelación
positiva); y hacer hincapié en lo positivo (sumar recompensas y
reconocimientos).
La experiencia de dar una charla sobre el trabajo en equipo le
pareció a Alan mucho más fácil y divertida de lo que había esperado.
Les explicó el significado del acrónimo GESTION y todo lo que había
aprendido de Weatherby, así como su experiencia con los chicos del
equipo de hockey. Incluso hizo un par de bromas sobre su pasado de
jugador individualista. Acabó la conferencia de la misma forma que la
había empezado, diciendo: «Ninguno de nosotros vale más que la
suma de todos».
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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La conferencia de Alan fue muy instructiva. Tal como Weatherby
había predicho.
Monterro fue el primero que se levantó para aplaudirle. Alan no
había pretendido hacerles creer que sabía más de lo que sabía, pero
había comunicando todos sus conocimientos con entusiasmo. Ilustró
cada punto de sus teorías con anécdotas, entre ellas, algunas vividas
en su carrera profesional. Pero las anécdotas que parecieron gustar
más a su audiencia fueron las que había vivido como entrenador de los
Riverbend Warriors.
-Alan, es usted genial -le dijo el señor Monterro cuando salieron por
la puerta-. Su mensaje es justo lo que necesitábamos. Nos ha dado
toda una nueva visión sobre nuestro trabajo. Aquí está su cheque.
Mientras habla con toda esta gente que le rodea, voy a ir a mi
despacho y voy a extender otro cheque. Le voy a pagar el doble de lo
que le dije, y créame si le digo que estoy convencido de que he
recibido más de lo que le voy a pagar.
La última vez que alguien había acompañado a Alan hasta el
aparcamiento de una empresa no se sentía precisamente feliz. Esta
vez sonreía de oreja a oreja. Cuando le enseñó los cheques a Susan
ella le dijo:
-Bueno, genio. Creo que esto es el principio de una nueva carrera
profesional
La nueva carrera profesional de Alan empezó esa tarde con tres
llamadas telefónicas. El señor Monterro había ido a una comida del
Rotary Club y se había deshecho en elogios hacia Alan. Además, había
dado el número de Alan a varias personas. Y más aún, les dijo lo que le
había pagado y que mejor lo contrataran antes de que Alan descubriera
lo mucho que valía.
Susan cogió el teléfono la primera vez porque Alan estaba haciendo
unas compras. Tomó nota del recado. Cuando Alan volvió, decidieron
que Susan se convirtiera en su secretaria, así que se dedicó a
contestar todas las llamadas y tomar nota de las mismas.
La tercera llamada fue de George Burton. El antiguo director de
Alan. Evidentemente Burton no había caído en que se trataba de Alan.
Susan decidió que necesitaban un nombre para la empresa, y cuando
el teléfono sonó, se lo inventó en el momento:
-Foster, Consultoría de Gestión, buenos días. Dígame.
-He oído que el señor Foster es un experto en equipos de trabajo dijo el señor Burton-. Creo firmemente en el trabajo en equipo, y José
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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Monterro cuenta maravillas del señor Foster. Me gustaría que diera el
discurso inaugural de nuestra Semana de la Excelencia.
Susan se quedó tan estupefacta que no supo qué hacer, así que se
limitó a tomar nota. Hacía muchos meses de aquello. Alan podía
pensárselo y, además, siempre podían declinar la oferta y programar
otra charla si a Alan no le apetecía dar ésta para el señor Burton.
-¡Cómo que no quiero hacerlo! Claro que quiero -dijo Alan después
de que Susan colgara el teléfono-. Necesitamos sobres y papel de
cartas con el membrete de la empresa, cartas de confirmación y que
haya un depósito de garantía. Y cuando Burton descubra que soy yo,
pues que no pague si no quiere.
-Sí que tienes confianza -dijo Susan.
-La tengo. Conozco esa compañía a fondo y ahora sé algunas cosas
sobre el trabajo en equipo. Creo que puedo serIes muy útil.
El día siguiente era martes, había entrenamiento. Esa noche Alan
recogió a su hijo, David, del colegio, como solía hacer. Le gustaba
mucho pasarlo a recoger, y además, de ese modo recogía los trabajos
que debía hacer Tim y se los llevaba a casa. Era una tarea que se
había impuesto cuando se dio cuenta de que el padre de Tim trabajaba
a esas horas y no podía hacerlo.
Los días en que Alan llevaba los trabajos a Tim y su padre estaba en
casa solía quedarse un rato con él para charlar. Así se enteró de
algunas cosas del pasado de Wes Burrows, el padre de Tim.
-Cuando Sandra murió, necesitaba cambiar, no podía seguir
haciendo lo mismo. Era director de personal de una gran fábrica de la
ciudad y no soportaba ir a la oficina, así que me despedí y vinimos
aquí. La casa en la que habíamos vivido estaba llena de fantasmas.
Cuando vine aquí necesitaba un trabajo. Todos los ahorros que había
conseguido reunir los gasté en las facturas de los médicos que
atendieron a Sandra, que no cubría el seguro. Pero no quería un
trabajo en el que tuviera que llevarme los problemas a casa.
Necesitaba un trabajo en el que todo acabara al finalizar la jornada y no
quedaran cosas pendientes para el día siguiente. Lo de ser camarero
es perfecto si no fuera por el horario. Cada vez que sirves una mesa, el
trabajo ha terminado. Siempre estás ocupado y alerta, pero el trabajo
se acaba constan temen te.
Cuando Alan llamó a la puerta de Tim acompañado por su hijo,
recordó las palabras que Wes Burrows dijo a continuación:
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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-Últimamente he estado pensando que quizá ya estoy preparado
para dejarlo y buscar un trabajo en el mundo de la empresa. En su
tiempo di muchos cursillos de formación. Me gustaba y lo hacía bien.
Quizá lo intente de nuevo.
La puerta se abrió.
-Hola, señor Foster. Hola, David. Supongo que han venido para
traerme los deberes.
-Eso es, Tim. Me alegra que vuelvas a estar en casa.
-Sí. Las pruebas han salido bien. Sólo me sangraba la nariz. Podré
volver al colegio dentro de un día o dos.
-Genial. Me alegra ver que ya no necesitas las muletas. Tu padre
está trabajando, ¿verdad? ¿O está aquí?
-¡Papá! -dijo elevando la voz-. El señor Foster está aquí. –Y añadió-:
Oye, David, ¿quieres ver la chulada de tren que me ha regalado mi tía?
Los chicos se fueron corriendo y Alan Foster tuvo suficiente tiempo
para explicarle sus ideas al padre de Tim sobre la Consultoría de
Gestión Burrows Foster.
Cuando llamó a David porque era hora de irse, Alan tenía un socio.
Wes Burrows había estado de acuerdo en todo excepto en el nombre.
La empresa se llamaría Foster Burrows, no Burrows Foster.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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13
E
l entrenamiento del jueves fue muy bien, pero no tanto como el
partido del sábado.
Los chicos ganaron a uno de los mejores equipos de la liga.
Se había ganado esa reputación porque tenía dos jugadores estrella
que metían todos los goles. Pero no tenía juego de equipo, no tenía
ningún esquema para defenderse de quienes supieran jugar en equipo.
Fue un resultado muy ajustado, pero el tanteo final fue Riverbend
Warriors: 5; HillsideTigers: 4.
Weatherby tampoco fue esta vez. Tim estaba en las gradas, y para
sorpresa de Milt, Gus y Alan, también estaba el señor Boothe, el padre
de Jed. Tras el partido fue hacia ellos y les dijo:
-Han hecho maravillas con estos chicos. Les están enseñando a
jugar en equipo. Es increíble. No quiero que Jed se pierda esto. Irá al
entrenamiento del martes.
Los tres entrenadores intercambiaron una mirada de inquietud. Milt
fue quien acabó hablando:
-Hemos introducido algunos cambios en nuestra forma de jugar.
Trabajamos jugadas, los pases...
-Y no saben si ahora Jed encajará con eso, ¿no? -No sé si se puede
plantear así -dijo Alan sin saber muy bien qué decir, si es que debía
decir algo.
-Mire, el problema de Jed es que es un jugador individualista -dijo el
señor Boothe para sorpresa de todos-, como es seis u ocho meses
mayor que los demás, es un poco más robusto y tiene mejor
coordinación. Pero esto cambiará con el tiempo. Debe aprender a jugar
en equipo o no hará gran cosa en la vida. Por eso quiero que vuelva.
Para él puede ser tan importante como hacer las tareas del colegio.
-Será un placer verlo el martes -dijo Milt. -Le diré que últimamente ha
habido cambios y le explicaré que tiene que adaptarse al nuevo
sistema. Tendrán todo mi apoyo -dijo el señor Boothe.
Cuando Alan llamó a Weatherby para decirle el resultado y que Jed
iba a volver al equipo la mujer respondió:
-Si hubiera tardado otra semana en volver hubiera estado mejor,
pero si tenemos el apoyo de su padre eso lo compensará.
-¿No le preocupa que los chicos necesiten más tiempo?-preguntó
Alan.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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-Lo haremos bien. Jed no nos defraudará a condición de que tanto
en los entrenamientos como en los partidos sepamos marcarle unos
objetivos que casen con los del equipo. Una vez que asuma los
objetivos en los que estamos trabajando -nuestros propósitos,
habilidades, la coordinación de sinergias- haremos hincapié en las
recompensas y los reconocimientos.
Weatherby tenía razón. Con el apoyo del señor Boothe, Jed llegó al
entrenamiento feliz de regresar antes de lo esperado y dispuesto a
aprender a jugar en equipo. Los chavales se alegraron mucho de
volverlo a ver, y los entrenadores se las ingeniaron para darle
mensajes positivos. Cualquier cosa que su padre le hubiera contado,
había servido. Jed estaba ansioso por coordinar su juego con el del
resto el equipo. Ese día ganó la mención especial del entrenador.
-Jed va a encajar muy bien. Hará que el equipo progrese en la
técnica de juego y será un reto para los otros. El próximo sábado
seremos un gran equipo de verdad -dijo Weatherby en el viaje de
vuelta a la residencia-. Un buen jugador que también sabe jugar en
equipo hace que progrese todo el equipo.-Fue lo único que dijo. Dicho
esto, se durmió.
Dos noches más tarde, en el viaje en coche hacia el pabellón donde
iba a entrenar el equipo, Alan le volvió a preguntar si quería que la
recogiera para ir a ver el partido del sábado. Weatherby le explicó la
razón por la que nunca iba a ver los partidos.
-La noche del sábado hay baile -dijo- Viene una orquesta y bailamos.
Después nos dan chocolate en tazas y pastel. Se parece mucho a las
fiestas a las que yo iba cuando era adolescente. Incluso las canciones
son más o menos las mismas.
Alan estaba a punto de decide algo pero Weatherby continuó
hablando:
-Que los partidos sean la noche del sábado me lo pone muy difícil
para ir. En esos bailes Jack esta mucho más animado y se parece más
al hombre con el que me casé que el resto de los días de la semana.
Es la única vez que me lleva él. No nos quedan muchas noches de
sábado. Esas noches son únicas.
Alan alargó el brazo y apretó con cariño la mano de la mujer.
Hicieron el resto del viaje en silencio. Weatherby no se durmió.
Tim tampoco se durmió. Estaba sentado frente a la ventana de su
cuarto, a oscuras, mirando al cielo estrellado y manteniendo una
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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inocente conversación con su madre. Había sobrevivido al accidente.
Se le hacía un mundo no poder jugar al hockey, pero sabía que había
sobrevivido porque quería hacerlo. Cuando los doctores dijeron que
podría volver a jugar tuvo que aceptar que sería así; sucedería al
siguiente año. Pero ahora no estaba tan seguro.
-Todo está cambiando, mamá. Desde el accidente hay una mujer,
Weatherby, que ayuda al entrenador Foster. ¿Recuerdas? Ya te lo
conté. Bueno, pues lo están cambiando todo y todos están aprendiendo
a jugar muy bien. Yo me puedo quedar atrás y entonces no contaran
conmigo.
Tras unos minutos en silencio Tim añadió: -Buenas noches, mamá. Lanzó un beso al cielo estrellado de la noche y se metió en la cama.
Seguro que mamá le había escuchado.
Cuando Weatherby se acercó a la puerta de la Residencia Park
Manor acompañada por Alan, rompió el silencio que había mantenido
desde que le había contado lo de los bailes de la noche del sábado.
-Tenemos un cabo suelto, Alan. Ese niño que se lesionó, Tim. He
estado pensando en él. Sé que has empezado a trabajar con su padre,
pero por lo que dices aún pasarán unos meses antes de que pueda
dejar su trabajo en el restaurante. Hasta entonces, ese niño está solo
en casa y necesita ayuda. Él es parte del equipo. Tenemos una
responsabilidad con él.
-¿Que me sugiere que haga?
-No sé. ¿Estás seguro de que puede volver a jugar? Una vez una
chica del equipo de baloncesto se rompió un hueso del pie. Los
médicos dijeron que no podría jugar, pero sus padres le compraron una
aparato ortopédico y pudo jugar de vez en cuando.
-Podríamos hacer algo parecido con Tim. Creo que tendríamos que
intentar algo -dijo Alan.
-¿Quién es el médico que lo lleva?
-No sé quién es, pero conozco a la doctora que le operó. Es una
mujer maravillosa. Se llama Nancy Cantor.
-¡Nancy Cantor! Tuve una alumna que se llamaba así. ¿Quién sabe?
Puede que sea la misma. Iba a estudiar medicina. Lo miraré mañana.
Era la misma Nancy Cantor y tenía una buena razón para haberle
dicho aquello al padre de Tim.
-Su seguro no cubre lo que habría que hacer, y sé que le cuesta
llegar a fin de mes. El casco especial y el collarín costarían al menos
doscientos cincuenta dólares. Ese padre ya ha pasado bastantes malos
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tragos en la vida como para decirle que si tuviera dinero su hijo podría
volver a jugar.
-¿Seguro que con ese casco y ese collarín el chico no correría
ningún riesgo?
-No hay nada seguro en esta vida, pero puedo decirle que con ese
equipo tiene tantas probabilidades como cualquier otro chico del equipo
de sobrellevar esa lesión. Es una pena que su padre no tenga ese
dinero.
Él no lo tenía, pero Weatherby sí. Dos horas después Nancy Cantor
hablaba por teléfono con el padre de Tim y le decía que su hijo había
sido aceptado en una programa especial de ayudas que le iba a
proporcionar un casco especial y un collarín sin cargo alguno. Tim no
jugó aquel sábado, pero todo se arregló para que pudiera entrenar la
semana siguiente y jugar el próximo sábado. Cuando se fue a casa tras
el partido, sabía que de nuevo su madre se había ocupado de él. Salió
del pabellón tan rápido que nadie pudo invitarle a dar una vuelta. Tenía
que darle las gracias a su madre.
El casco y el collarín llegaron el jueves. Por primera vez desde hacía
varias semanas Tim estaba en la pista de hielo, dispuesto a entrenar
con el equipo. Y nunca había estado mejor equipado. Para asombro de
Tim y de su padre, el programa del que había hablado la doctora
Cantor también le había proporcionado unos nuevos patines, un
flamante stick y un juego completo de hombreras, espinilleras y
coderas. La carta en la que Tim daba las gracias a la institución que
concedía esas ayudas fue entregada en mano por la doctora Cantor en
la organización. Además, con su ordenador personal diseñó un
membrete para el folio y el sobre en el que el director ejecutivo de la
institución, inventada para la ocasión, le contestaba deseándole una
pronta recuperación.
Tim patinó lentamente sobre el hielo, para acostumbrarse a la
sensación de volver a ir con patines. Alucinaba con su nuevo equipo.
Mamá no siempre le respondía cuando le pedía ayuda pero cuando lo
hacía...
AIan estaba en el banquillo, se volvió a Weatberby y le dijo:
-Vaya coincidencia ¿no? Le dije el nombre de Nancy Cantor y al día
siguiente llama al padre de Tim para informarle de que hay un
programa de ayudas.
Weatherby sonrió. -Usted es increíble -dijo Alan bajando la voz-.
Pero la verdad es que no me sorprende. Cuando Milt me preguntó si
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usted había tenido niños, le respondí que usted era la persona que
conocía que tenía más.
-Me gusta pensarlo así, Alan, me gusta pensarlo así. El momento
quedó interrumpido por el silbato de Gorman. Los entrenadores y los
chicos se fueron hacia el centro de a pista para empezar el
entrenamiento. Jed y Tim habían vuelto. Los Riverbend Warriors
volvían a tener todo su potencial y estaban dispuestos a jugar de
primera.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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14
A
l principio, cuando oían el himno de los Riverbend Warriors, los
entrenadores de los otros equipos gastaban bromas sin mala
intención a Milt, Gus y Alan. En la pista los chicos de sus
equipos se reían de los Warriors. y hasta tenía su lógica que fuera así.
Nadie veía a los eternos colistas que eran los Warriors como unos
serios aspirantes a la copa de la liga.
A media temporada ya nadie hacía bromas y chistes. Cuando la
temporada estaba en la recta final los otros equipos se lamentaban
cuando se enteraban de que su próximo rival serían los Riverbend
Warriors, y los entrenadores empezaban a pedir consejo a Milt, a Gus y
a Alan. A quien no consultaban era a Weatherby. Nunca asistía a los
partidos y cuando los entrenadores de los Warriors y los chicos del
equipo les contaban que una anciana afroamericana que vivía en una
residencia era su fuente de inspiración, todos acababan convencidos
de que aquello era una historia inventada para ocultar la identidad de la
persona que estaba tras el éxito de los Warriors. Circulaban muchas
historias.
Muchas hablaban de un entrenador de la liga nacional. Otras
insistían en que le pagaban. Otras, que ese entrenador era un tío de
uno de los Warriors. Nadie se creía la historia de la anciana de la
residencia.
Bud Benson, entrenador de los Sandy Point Winterhawks, un equipo
que solía compartir con los Warriors la últimas posiciones de la tabla
incluso tuvo el atrevimiento de asistir a un entrenamiento de los de
Riverbend.
-Hola, Milt. Pasaba por aquí y me acordé de que entrenáis los
jueves, así que pensé en dejarme caer para saludaros.
-Me alegro de verte, Bud. Así conocerás a nuestra arma secreta,
Weatherby -dijo Milt, consciente de que ésa era la auténtica razón de
que Bud se hubiera acercado a sus barrios.
Weatherby, cosa rara en ella, murmuró un saludo y acercándose a
Bud le dijo a la cara:
-¿Tienes una hamburguesa? Ellos siempre me dan una
hamburguesa. -y tras volverse se sentó y empezó a juguetear con un
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
85
botón de su abrigo, mientras hablaba sola, sin hacer el menor caso de
Milt y Bud.
Incómodo, Milt le dijo entre tartamudeos a Bud que aquel día
Weatherby no parecía la de siempre. Unos minutos después Bud se
fue, no sin echar una última mirada a Weatherby, que continuaba
sentada, con la cabeza gacha, jugueteando con su botón.
Weatherby observó cómo Bud se iba con el rabillo del ojo y luego se
quedó mirando a Milt con una amplia sonrisa.
-¿Por que se ha comportado así? -Para confundir al enemigo-dijo
Weatherby entre risas-. No te habrás creído que Bud pasaba
sencillamente por aquí, ¿verdad? Venga, vamos a la pista a preparar a
esos chicos para que jueguen bien el sábado.
Cuando Bud llegó a su casa, llamó a otros entrenadores de la liga
infantil. A todos les dijo lo mismo: los Riverbend Warriors se traían
entre manos algo tan secreto que incluso habían contratado a una
anciana de una residencia para que hiciera de pantalla.
El primer partido al que asistió Weatherby fue el último de la
temporada. Pero no se sentó con los otros entrenadores. Jack la
acompañó y los dos se sentaron en dos localidades reservadas justo
detrás del banquillo de los entrenadores. Habitualmente no se
reservaban localidades pero aquel partido era una final y el ganador se
iría a su casa con la copa de la liga. El pabellón estaba abarrotado. Los
Riverbend Warriors habían hecho todos los merecimientos para ganar
la liga. Treinta minutos de hockey, tres tiempos de diez minutos,
dirimirían quién era el ganador.
Nadie recordaba que hubieran asistido a un partido periodistas y
cámaras de televisión. La ascensión de los Riverbend Warriors desde
el fondo de la tabla hasta los lugares de honor era esa típica historia de
interés humano que tanto gusta a los locutores ya los escritores.
La novedad de la presencia de los medios impresionaba más a los
padres y a los demás espectadores que a los chicos de los Warriors,
que salieron a la pista cantando:
Alabá, alabí.
Estamos con Tim.
Balín, balán, balones
Riverbend campeones
Alabá, alabí, alabimbombá,
este partido lo vamos a ganar.
Chócala, chócala, chócala.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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-Bien Weatherby, ¿vamos a ganar? -preguntó Alan apoyándose en
la barandilla de madera que separaba los asientos de la mujer y su
marido del banquillo de los Warriors.
-Ya hemos ganado-dijo Weatherby-. Cada uno de esos chicos ha
vivido la magia de pertenecer a un equipo de éxito. Es una lección que
nunca olvidarán.
-Tiene razón -dijo Alan-. ¿Se lo pasa bien, Jack? -Como nunca.
Hacía años que no veía un partido de hockey.
Weatherby se quedó mirando a su marido sorprendida. Durante el
viaje hasta el pabellón ella le había susurrado a Alan que Jack tenía un
buen día. Alan no podía decirlo. Jack había estado en silencio durante
todo el viaje y no había dado muestras de que supiera dónde iban.
-Lo único malo de los partidos infantiles si se comparan con los de
los profesionales es que acabas bebiendo chocolate en vez de cerveza
-añadió Jack riendo mientras levantaba su vaso con gesto divertido.
Alan volvió su atención a la pista fingiendo que no había visto cómo
se deslizaba una lágrima por la mejilla de Weatherby mientras
estrechaba la mano de su marido.
Mientras los chicos hacían los ejercicios habituales para calentarse
Alan se fijo en el equipo contrario. Creía que se podía obtener una
buena información del rival observando a sus entrenadores antes de
que empezara aquel partido de la final. Cuanto más gritaran, cuantas
más órdenes dieran, cuanto más regañaran a los chicos por cometer
errores -todos ellos comportamientos muy habituales entre los
entrenadores- más probabilidades había de que los Riverbend Warriors
ganaran.
Pero ese día los signos no eran positivos. Los entrenadores de los
Meadowland Thunderjets dirigían a su equipo con una filosofía muy
similar a la de Alan, Milt y Gus. Antes de que empezara el partido, el
entrenador en jefe de los Thunderjets, Bob Pasternac, fue al vestuario
de los Warriors y le hizo una propuesta a Milt:
-Sé que crees en el juego de equipo y habéis hecho un gran trabajo
con esos chicos. Ojalá yo lo haya hecho la mitad de bien. Quiero
proponeros una cosa. Antes y después del partido vamos a darles una
lección a los dirigentes de la liga haciendo que los chicos se den la
mano en el centro de la pista.
Milt tardó unas décimas de segundo en aceptar. Ambos equipos
recibieron las instrucciones oportunas y cuando acabó el
calentamiento, Alan se encaminó al mediocampo acompañado por Milt
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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y Gus. Los entrenadores encabezarían el desfile por el centro de la
pista. Unos instantes después cada equipo se alineó tras sus
entrenadores y para sorpresa de los jueces, que acababan de salir a la
pista, los chavales empezaron a desfilar por el centro de la pista, en
dos filas paralelas, y empezaron a intercambiar saludos, los mejores
deseos y estrecharse las manos.
El árbitro principal fue hacia ellos y dijo a los entrenadores:
-¡Felicidades! Alegra ver que la deportividad ha vuelto a las pistas de
hielo.
El árbitro principal no fue el único que los felicitó y para Alan eso fue
otro mal presagio.
Desde el momento en que los Meadowland Thunderjets habían
puesto los pies en el hielo sus entrenadores les habían animado y
elogiado desde el banquillo. Alan pensó que él, Milt y Gus habían
abrazado la filosofía de ver qué es lo que los chicos hacían bien y
darles ánimos y recompensas por ello, pero tuvo que admitir que los
entrenadores del equipo contrario hacían otro tanto. Y esos
entrenadores habían trabajado con esos chicos desde el tercer curso y
ahora estaban en quinto.
Debido a cómo se organizaba la liga de hockey durante la
temporada iba a ser la primera vez que los Riverbend Warriors se
enfrentarían a los Meadowland Thunderjets. Desde que sonó el silbato
que daba inicio al partido fue evidente que los dos equipos estaban
muy igualados. Al acabar el primer tiempo el marcador reflejaba un
empate a uno. Al terminar el segundo los Warriors ganaban por 2 a 1.
Al final del tercer tiempo el marcador reflejaba un empate a tres goles.
Se jugaron dos períodos de muerte súbita de cinco minutos pero el
marcador no registró cambios. Para entonces ambos equipos estaban
exhaustos. Cuando los chavales se sentaron en el banquillo para tomar
un respiro, el árbitro principal llamó a los respectivos entrenadores al
centro de la pista y les dijo:
-Nunca se había dado una situación como ésta, así que
seguramente no saben que las reglas de la liga del estado establecen
que gana la copa el equipo que tenga un mejor promedio de victorias
durante la temporada.
Los entrenadores conocían las estadísticas de sus equipos. Los
Warriors había perdido dos partidos más que los Thunderjets. Los
Meadowland Thunderjets iban a ganar la copa. y los Riverbend
Warriors ganarían la medalla de plata de la liga.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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Milt tuvo la triste tarea de volver del centro de la pista y dar a los
chicos la mala noticia. Bob Pasternac se lo puso más fácil:
-Esperaré aquí hablando con el árbitro mientras vas al banquillo y se
lo dices a tu equipo. Es mejor que lo oigan de tus labios que se enteren
por los vivas de nuestros seguidores. Y después, si todavía quieren,
podríamos volver a desfilar por el centro de la pista para que los
equipos se estrechen las manos.
Los Warriors se arremolinaron en torno a Milt para saber qué
pasaba.
-Resulta que no vamos a jugar un tercer tiempo. Las reglas del
campeonato dicen que gana la liga el equipo que ha tenido más
victorias durante la temporada regular-dijo Milt. Hizo una pausa. Pudo
ver por las miradas de los chicos que sabían perfectamente qué
implicaba eso. Menos mal que no tenía que decir más. El nudo en la
garganta que le producía la decepción se lo hubiera impedido Lo sentía
por los chicos, no por él. Habían trabajado muy duro, habían estado tan
cerca, y perder así -¡Pero no nos han ganado! -gritó Tim -. Lo hemos
hecho todo para ganar la liga y no nos han ganado en la muerte súbita.
No nos han derrotado y tendremos la medalla de plata.
De repente los compañeros de Tim acogieron la idea con tal
entusiasmo que uno diría que habían ganado la copa. De hecho, como
Bob Pasternac contó más tarde, eso fue lo que pensaron los chicos de
su equipo porque él aún no había tenido tiempo de explicarIes lo que
había ocurrido.
Milt se rió y volviéndose hacia Alan y Gus les dijo: -Este chaval es
capaz de levantarse la mañana del día de Navidad, encontrarse un
montón de estiércol bajo el árbol y empezar a buscar el poni que le ha
traído Santa Claus.
Los Warriors empezaron a golpear sus sticks entre sí y lanzar al aire
sus cascos y guantes para celebrar con alegría que no les habían
derrotado en la final de la copa. Enfrente, un barullo similar se apoderó
de los Meadowland Thunderjets y a los entrenadores de cada equipo
les costó varios minutos alinear a sus jugadores para el desfile de las
salutaciones.
Tras el partido los Riverbend Warriors fueron a un McDonald's con
Weatherby y Jack, que parecía tan animado como antes del partido.
-No tiene nada de raro-dijo Weatherby a Alan cuando éste se lo
mencionó-. Después de que hablaras con él se quedó dormido hasta la
mitad del tercer tiempo.
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-Pero mírelo ahora -dijo Alan. Dos mesas más lejos, Jack estaba
sentado con un grupo de chicos y les contaba historias-. Está genial.
-Él es genial. Hasta que viniste a rescatarme no me había dado
cuenta de lo mucho que echaba de menos lo estimulante que es estar
con los chicos. y tampoco había caído en que Jack llevaba una vida
muy triste. Bueno, claro que lo sabía, pero no supe ver que todavía
podía relacionarse con la gente.
-¿Vendrá con él al banquete de celebración? Es dentro de dos
viernes
-Iremos -dijo Weatherby-. Pero ¿no es ése el día en que vas a dar la
charla en tu antigua compañía?
-He quedado con ellos a las dos. La misma hora y el mismo día en
que me despidieron.
-Burton querrá que vuelvas. De lo contrario, está loco; pero no tanto
como tú si acabas volviendo. Iré al banquete, no te quepa duda, y
quiero que me hagas un informe pormenorizado.
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15
E
l día en que se iba a celebrar el banquete de la liga todos los
miembros de los Riverbend Warriors y sus entrenadores, salvo
uno, saltaron de la cama presas de la emoción.
La excepción fue Alan Foster. Antes de asistir al banquete tenía que
ir a su antigua compañía a dar una charla. Lo que en principio le había
parecido una buena idea ahora no se lo parecía tanto.
La consultoría de gestión Foster Burrows ocupaba ahora una
pequeña oficina alquilada y cuando Alan llegó, Wes Burrows ya estaba
allí preparando café. Sus charlas habían tenido tal demanda que Wes
se había incorporado antes de lo que los dos preveían.
La experiencia de Wes en cursos de formación y como director de
recursos humanos en una importante compañía fábrica era inestimable.
A Alan le preocupaba que no tener ni una formación reglada ni títulos
fuera un obstáculo para abrirse camino en ese campo, pero pronto
descubrió que no era así. Las personas que asistían a sus charlas
sabían valorar de inmediato el potencial de las cuatro características
clave que Weatherby le había enseñado que eran fundamentales para
crear equipos de éxito.
Primero, PROPORCIONAR UN PROPÓSITO apoyado en valores y
objetivos, reforzado con un programa o compromiso que dé a los
miembros del equipo una razón para no pensar sólo en sí mismos y sí
en el bien del conjunto.
Segundo, DESARROLLAR habilidades y conocimientos, en principio
de forma individual para a la postre reforzar al equipo. Alan todavía
estaba asombrado de que un equipo fuera capaz de crear habilidades
colectivas que fueran más allá de las individuales, de forma que si un
jugador muy habilidoso fallaba, el equipo continuaba funcionando de
primera. Las habilidades del equipo eran algo más que las habilidades
de sus integrantes. Alan había visto que esto es lo que había pasado
con Jed, el mejor jugador del equipo, que pilló un resfriado dos
semanas después de reincorporarse al equipo y no pudo jugar un
importante partido. No pudieron contar con él, pero vencieron a un duro
rival. En vez de venirse abajo, como habría pasado en las primeras
semanas de la temporada, supieron jugar de forma coordinada,
cubriendo, pasando y controlando el disco.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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La tercera característica, pensó Alan cuando el calentamiento acabó,
era CREAR el potencial del equipo. «Ninguno de nosotros vale más
que la suma de todos» había sido el auténtico concepto clave. A Alan
le agradaba la expresión «coordinación de sinergias». Los chavales
quizá no la entendían pero sabían perfectamente lo que quería decir el
entrenador Foster. Se habían dado cuenta de que trabajando
conjuntamente podían vencer al mejor de los contrarios si éste no tenía
juego de equipo. Al comprender esto se convencieron de que el Santo
Grial de la copa de la liga estaba realmente a su alcance. Los otros
equipos tenían jugadores más hábiles pero apenas si tenían juego de
equipo.
La cuarta característica clave, HACER HINCAPIÉ en lo positivo, la
característica de las tres erres, como decía Weatherby, repetir
recompensas y reconocimientos, era el remate, tal como ella había
dicho, de los otros tres conceptos. Los entrenadores habían buscado
con toda la intención ejemplos de comportamientos que estuvieran en
línea con los esfuerzos que había que hacer. La vieja sabiduría popular
que dice que la gente repite aquello por lo que recibe elogios había
funcionado con aquellos chicos. Los elogios fueron recibidos con
grandes sonrisas y una entrega constante para hacer las cosas mejor.
Aunque Alan estaba convencido del potencial de todo lo que había
aprendido de Weatherby, le hizo esta confesión a su socio:
-No me da apuro decírtelo, Wes. Me da miedo esta charla. A George
Burton puede darle un ataque cuando vea que soy yo.
Como solía hacer, Wes puso el asunto en la perspectiva adecuada.
-¿Qué es lo que peor que puede pasar? ¿Que te despida otra vez?
Ve a dar esa charla, hombre. y con la cabeza bien alta. Piensa a lo
grande. Actúa a lo grande. Sé grande. Vas a arrasar, como siempre.
Para darle apoyo moral Wes acompañó a Alan esa tarde.
-¿Qué vas mascullando? -le preguntó Wes cuando llegaron a la
entrada principal de la compañía.
-La cabeza bien alta. Piensa a lo grande. Actúa a lo grande. Sé
grande -dijo Alan-. Estaba recordando lo que me has aconsejado.
Por suerte para Alan, George Burton no estaba en la puerta para
recibirle. Alliston Preston, que fue quien lo recibió, había entrado en la
compañía después de que Alan se fuera y le presentó las disculpas del
señor Burton. Llegaría unos minutos tarde.
Alan siguió a Allison hasta el auditorio sin mayor problema, pero la
mayoría de los reunidos le reconoció cuando subió al escenario y
esperó allí de pie mientras Allison trasmitía a los asistentes las
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
92
disculpas del señor Burton por llegar tarde. A continuación Allison leyó
una brillante introducción que, como informó a la concurrencia, había
escrito el mismo señor Burton, el presidente de la compañía. Allison
había ensayado el discurso y aunque lo hizo bien, cuando acabó el
público permaneció en un silencio atónito. Tenía que ser una
inocentada. Era diciembre, pero el día no coincidía. El silencio se
prolongó cuando Alan se adelantó hasta el centro del escenario.
-Buenos días, amigos y antiguos compañeros. Es bonito volver aquí.
Como podéis deducir por la introducción, he iniciado una nueva carrera
profesional desde la última que nos vimos. -Alan había empezado, pero
entonces se detuvo porque George Burton entró discretamente por la
puerta del fondo de la sala. Muchos de los reunidos se dieron la vuelta
para ver la razón de que Alan se hubiera interrumpido de repente. Y lo
que vieron fue a su presidente, boquiabierto, incapaz de articular
palabra.
-Antes de iniciar esta charla quería deciros algunas palabras sobre el
señor Burton.-La voz de Alan se oyó de nuevo sobre las cabezas de los
asistentes que de inmediato se volvieron para mirarle. Los setecientos
empleados estaban pensando en lo mismo:«Esto va a ser como para
filmarlo». A lo que seguía un:«No me lo perdería por nada en el
mundo».
-En los últimos meses he tenido la oportunidad de visitar muchas
compañías y organizaciones y he conocido a muchos presidentes a
quienes he tenido la suerte de asesorar -continuó Alan mientras los
reunidos se sentaban el borde de las sillas con las espaldas bien
erguidas, atentos a la bomba que estaba a punto de lanzar. »Puedo
deciros que esta compañía es muy afortunada por tener al señor
Burton como presidente. Tiene energía, empuje y visión de futuro. Ha
tenido el coraje de limpiar las ramas muertas que entorpecen el
desarrollo del árbol que es esta compañía, unas ramas muertas que
debían haberse podado mucho antes de que él asumiera el control de
la empresa. Cuando a un árbol se le quitan las ramas muertas éste
crece mejor, está más sano. Quitar las ramas muertas reporta
beneficios. Un día mi abuela me contó algo: que hay unos árboles, los
apalosas, que cuando se les quitan o se caen las ramas muertas, sus
raíces se hacen más fuertes, el árbol se rejuvenece y pronto le crecen
nuevas ramas.-Alan hizo una pausa miró a los reunidos y añadió-: Yo
debo de ser como ese árbol.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
93
Desde el fondo del auditorio se oyó un aplauso entusiasta Los
asistentes al acto se volvieron. Era Georges Burton. y todos se le
sumaron en lo que acabó siendo una atronadora ovación.
-Debería haberlo oído -le dijo Wes a Weatherby en el banquete de
esa noche-. Alan dio una conferencia magistral. Su antiguo presidente,
George Burton, fue el primero que se puso en pie e inició la ovación
con la que recibieron el final de la charla. Quiere que Alan vuelva a
trabajar para él.
Weatherby se volvió a Alan.
-No vas a aceptar, ¿verdad?
-Sí, voy a aceptar.
-Estás loco. Pero si yo ya te había avisado -dijo Weatherby.
-Lo siento, pero era una oferta demasiado buena para rechazada.
Weatherby fulminó a Alan con la mirada. -Escúchame, Alan Foster.
Espero que no hayas firmado nada.
-Bueno, no he firmado nada, pero firmaré. Es un buen contrato de
asesoría. Wes y yo iremos a sus oficinas un día cada dos semanas
durante el próximo año -dijo Alan. Sonrió y agregó-: Sorprendida,
¿verdad?
Weatherby le devolvió la sonrisa a Alan. Si Jack la hubiera visto le
podría hacer dicho a Alan que eso significaba que de vez en cuando a
Weatherby se le podía sorprender.
El punto culminante de la velada fue la entrega de los premios. Los
Riverbend Warriors fueron llamados a la tarima que presidía la sala y
recibieron una medalla de plata con su nombre grabado que acabó
colgando del cuello de cada jugador. También los entrenadores
recibieron sus medallas y el aplauso más caluroso lo recibió Weatherby
cuando recogió la suya.
La única persona que no aplaudió, por la sencilla razón de que
estaba atónito, fue Bud Benson, el entrenador de los Sandy Point
Winterhawks, que la última vez que había visto a Weatherby estaba
descosiendo tranquilamente un botón.
De vuelta a su asiento Weatherby pasó por donde estaba sentado
Bud. Cuando llegó a su altura, se detuvo, se inclinó y le dijo:
-Esto es mejor que la hamburguesa que me daban al acabar los
entrenamientos.
Más tarde, Alan, como siempre, llevó coche a Weatherby y a Jack a
la residencia y en el trayecto comentó que el nombre de su compañía
quedaría mejor si se llamaba Weatherby Foster Burrows.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
94
-Podría venir un día o dos a la semana, un par de horas -dijo Alan-.
Yo la iría a buscar.
-No. No puedo aceptarlo. Creo que es mejor Foster Burrows
Weatherby.
Wes Burrows iba a llevar a su hijo Tim a casa en coche. Cuando
subieron al coche Tim le dijo a su padre que tenía un deseo especial.
-Me gustaría que, antes de ir a casa, fuéramos hasta el límite de la
ciudad, si te parece bien. Ya sabes, don- de se acaba la Carretera de
las Cuatro Millas.
-Claro, pero por qué quieres ir allí?
-Me recuerda dónde vivíamos antes.
-¿Y a mamá?
-Y a mamá también -dijo tras unos instantes.
-Se ha hecho de noche. ¿No preferirías ir mañana? -No. Esta noche,
por favor. No me importa que este oscuro.
Unos minutos más tarde llegaron al sitio donde la Carretera de las
Cuatro Millas se convertía en la carretera estatal 508, fuera de los
límites de la ciudad.
-¿Podemos quedarnos unos minutos, papá? Me gustaría estar un
rato solo ahí fuera.
El padre de Tim no sabía qué se traía Tim entre manos, pero éste le
dijo que era importante. Sabía que no le iba a pasar. nada, así que
aparcó el coche en el arcén
Tim salió al frío aire de aquella noche de primavera y fue caminando
lentamente hacia el trigal que corría paralelo a la carretera y que
habían arado hacía poco. Las nubes cubrían la luna llena y estaba
oscuro como boca de lobo. Justo cuando Wes dejó de verle y decidió
salir del coche las nubes se apartaron y una brillante luna iluminó
directamente a Tim. Su padre volvió a meterse en el coche. Si hubiera
estado más cerca hubiese visto que Tim estaba mirando hacia el cielo.
-Gracias, mamá -susurró Tim a los rayos de la luna-. Me gusta jugar
al hockey. ¿Y sabes una cosa, mamá? El próximo año vamos a tener
un equipo de primera. Vamos a ganar la copa de la liga. .
Tim cogió la medalla de plata que llevaba colgada del cuello y la alzo
como para mostrársela a la luna.
-Mira, mamá. ¿A que es bonita? Es para ti. Dice: TIMOTHY ALBERT
BURROWS. MIEMBRO DEL EQUIPO DE LOS RIVERBEND
WARRIORS.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
95
EPÍLOGO
T
odos lo que hemos participado en la redacción de este libro
sabemos que ¡Choca esos cinco! es un libro mucho mejor, con
diferencia, del que hubiera podido escribir cada uno de nosotros
por su cuenta. Sin embargo, si hubiera dependido de tal o cual
persona, ciertas cosas se hubieran hecho de otro modo.
Tener en cuenta estas cosas proporciona una importante lección. Allí
donde surge la magia del equipo, también puede haber frustraciones
personales o incluso dolor. Ser parte de un equipo productivo que sabe
chocar sus cinco no significa que se adopten sus mejores ideas -a la
vez que usted escoge las mejores de los otros miembros de equipopara hacer valer su única y personal visión de lo que ha de ser un buen
producto, un buen plan o un buen programa de acción. Lo cierto es que
a la vez que usted escoge las ideas de los demás, ellos están
escogiendo las suyas.
Si va a formar parte de un equipo de éxito, tiene que estar dispuesto
a aceptar rechazos. Luche por sus ideas, claro está. Intente convencer
a los otros, pero si no pueden o no quieren aceptar sus ideas respire
hondo y siga adelante. En otra ocasión, en otro proyecto, en otro
equipo sus brillantes ideas pueden ser muy valoradas. Pero esta vez
aparque su ego a un lado y siga adelante. Saber no tener en cuenta
estos rechazos y seguir avanzando, poner el equipo por delante de
todo, es una experiencia enriquecedora que conduce a la más
maravillosa de las vivencias: ser miembro de un equipo de gran
eficacia donde todos van a una.
Escribir este libro ha sido una verdadera labor de equipo. Cada uno
de nosotros tuvo unas responsabilidades específicas a la par que la
responsabilidad total de cada página, cada párrafo y cada frase. Si
usted aprende la mitad sobre los equipos de trabajo de lo que
aprendimos nosotros mientras lo estábamos planificando, si mientras lo
leía se ha divertido la mitad que nosotros cuando lo escribíamos, si el
siguiente proyecto de equipo en el que participa se lo pasa tan bien
como nos los hemos pasado nosotros con este libro, podremos
considerar que este proyecto de ¡Choca esos cinco! ha sido todo un
éxito
Ninguno de nosotros vale más que la suma de todos
Ken BLANCHARD, Sheldon BOWLES,
Don CAREW, Eunice PARISI-CAREW
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
96
EL PROYECTO GLOBAL
C
hoca esos cinco descansa en las espaldas de dos libros
anteriores, El ejecutivo al minuto y Gung Ho!, que explican a
los lectores la forma en que toda empresa debe centrarse en
su personal. Animamos a todos los que deseen saber más sobre este
tema a que se lean ambos libros.
El ejecutivo al minuto trata básicamente del proceso. y también se
ocupa de las fases de desarrollo de un equipo y de los
comportamientos de los directores que permiten alcanzar la excelencia.
Asimismo, el acrónimo de GESTIÓN que hemos visto en este libro se
explica con mayor detalle.
Por su parte, Gung Ho! se ocupa principalmente de cómo alimentar y
dirigir las energías de cada individuo y del propio equipo. Los
conceptos clave de Gung Ho! son: El trabajo válido, El control para la
consecución del objetivo y Animar al equipo.
Muchos lectores de ambos libros nos han preguntado si ambos
libros se complementan entre sí, y si así es, ¿cómo? Pues hemos de
decir que los dos libros se complementan, al igual que lo hace ¡Choca
esos cinco! Puede ser útil considerar ¡Choca esos cinco! como una
especie de puente entre los dos. El esquema que sigue, pensado para
formadores, jefes y miembros de equipo motivados, muestra cómo los
tres libros se coordinan entre sí para hacer, un todo. En la página
siguiente encontrará el globo que conduce hacia el éxito, una gráfica
representación del acrónimo de puck que muestra cómo las
recompensas y los reconocimientos enfocados de forma que haya unos
comportamientos coordinados es la magia que hace que el equipo se
eleve hasta el éxito.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
97
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
98
Las recompensas y el reconocimiento es algo más que lo que
insufla aire caliente al globo. Saber que el equipo vale más que el
individuo y que por ello hay que hacer hincapié en lo positivo es la
fuerza que hace que el globo suba. Sin estos elementos el globo no
se levantaría del suelo.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
99
P Proporcionar un propósito y nos valores
Un objetivo ilusionante
• Idear un reto, una razón para que el equipo funcione, un
«Santo Grial» por el que la gente se comprometa y se
motive a trabajar conjuntamente.
• Marcar unos objetivos y unas estrategias claras e
ilusionantes.
• Definir con claridad los valores.
• Trazar un programa de acción en el que se formalicen los
compromisos y los objetivos a los que se compromete el
equipo, por qué es importante y cómo va a trabajar el
equipo en conjunto para conseguir los resultados.
U Unir habilidades y conocimientos
Desarrollar las capacidades del grupo de trabajo.
• Empezar con lo básico. Impartir conocimientos a los
individuos que reviertan en la habilidad del equipo.
• Alentar los conocimientos, la confianza y medir los
resultados.
• Turnarse en las responsabilidades.
• Forjar una conciencia de la capacidad y colectiva a partir
de las habilidades individuales y del equipo para lo- grar
unos resultados extraordinarios.
C Crear el potencial del equipo
Coordinar sinergias
• Fijar un plan de acción para el equipo y ceñirse a él.
• Compartir el liderazgo.
• Recompensar la labor de equipo.
• Hacer una rotación de las responsabilidades para lograr la
versatilidad, introducir cambios y forjar una capacidad
psíquica e intelectual.
• Convertir las habilidades individuales en habilidades
colectivas.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
100
Un Kilo de elogios vale más que un kilo de reproches
Insistir en las recompensas y el reconocimiento
• Alentar comportamientos que estén en línea con el
propósito y los valores, el desarrollo de habilidades y conocimientos y el trabajo en equipo. Y recompensar esas
actuaciones una y otra vez.
• Insistir en que la gente haga las cosas bien o lo mejor
posible.
• Reconducir las actuaciones para lograr el objetivo. Evitar
reprimendas y castigos .Enfocar el reconocimiento y las
recompensas atendiendo al objetivo.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
101
VIVAS Y HURRAS
L
os libros no aparecen porque si. Al menos este. Desde la idea
hasta el volumen final, incontables colegas, consejeros, amigos
y compañeros de viajes en vuelos nos ha dado sus opiniones,
nos han hecho críticas, nos han dado ánimo e ideas originales. Entre
las muchas personas que nos han ayudado queremos darles las
gracias particularmente a:
Lisa Queen, un miembro clave del equipo de trabajo que se
formó en la editorial Morrow para crear este libro, una mujer cuya
integridad, inteligencia, calor humano y conocimiento de lo que es un
libro fue de gran ayuda para que la asociación con Morrow fuera
dichosa y escribir el libro un placer.
Alan Snart, de Western Management Consultants, un genio del
trabajo en equipo, cuyo ojo clínico y agudas observaciones siempre
son bien recibidas.
Ken Hartwig, Jim DeSpain, Charlie Hughes, Ann Oli- ver, Rich
Seeman, John Kerby, Steve Berry, Don Drake, Bob Gordon, Jerry
Wright, Cleon Streitmatter y Ed Ma- llon, de Caterpillar Track Type
Tractors.
Charles y Edith Seashore, del NTL Institute, quienes fueron los
mentores y guías de la dinámica de equipos y su enseñanza
aplicada.
Rocco Ricci y Mike Green, del Concord Hospital.
Hugh Goldie, Peter Wintemute y todos los demás miembros del
equipo de primera de Exchange Group, cuyo apoyo y consejo son de
tanto valor.
Scott Gassman y Linda S. Gianni, de Empire Blue Crosss Blue
Shield.
Dwayne Reiser y Meyers Norris Penny, elementos del equipo que
hacen que Sheldon esté al pie del cañón de forma eficaz.
Byron Diggs, Jimmy King y Tony Malafronte, de Guilford Fibers.
Brian Black, cuyo entusiasmo y ayuda valoramos en mucho. Rich
Woodrome, Chris Burt, Barry Pickering y Willie
Everett, de Hills Pet Nutrition.
Bailey y Rita Jackson, de la Universidad de Massachusetts, que
enseñaron a Eunice la importancia de que un equipo combine la
diversidad.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
102
Betty Blee, Ros Tartell, John Kamovitch, Rich Braa- ten, Ray
Johnson, Julie Ellis, David Gensure, John Hel- man y David Knapp,
de pfizer Pharmaceuticals.
Robert Cole, de Certainteed, un entusiasta de The Ken Blanchard
Companies, que nos permitió usar Certainteed como campo de
pruebas para diversos productos.
Howard Bickley y Alan Greene, de Union Camp. Kingsley A.
Bowles, hermano de Sheldon, que a buen seguro sabrá ver que su
contribución ha hecho que este libro sea mejor en determinados
momentos.
Jim Middleton, Dawn Quist-Harrington, Barnie Bun- nell, Gloria
French, Marcelina Gilliam y Larry Raines, de Allied Signal.
Spencer Johnson, por su generoso apoyo, presentación y
lucidez.
Nancy Maher, Bill Finheran, Kevin Ford, Frank deSisto, Lisa
O'Neill, Jim Brennerman, Joe DiRoberto, Steve Dunlap, Rete
Mancuso, Paul Brunelle, Rete Lindenmeyer, Jeff Bruell, Kate
McNally, Vince Hernandez, de T. J. Maxx.
John Dahl, Jeanne Aandal y Bill Friday, cuyo equipo de Callada
Safeway, en Kenora, Ontario, ejemplifica lo que sucede cuando en
un equipo de primera se trabaja todos a una para dar un servicio
inmejorable y ser el motor de la compañía.
Don transmite especialmente su agradecimiento a los miembros
de la familia Shagbark, quienes, durante años, tanto le han enseñado
sobre equipos.
También tenemos una deuda con el equipo YPO Forum de
Sheldon: Richard Andison, David Baldner, Sheldon Berney, Trevor
Cochrane, Carl Eisbrenner, Derek Johannson, Ray Kives, Richard
Kroft, Mel Lazareck, Sam Linhart, Bob May, Michael Nozick, Maureen
Prendiville, Hartley Richardson, Ross Robinson, Paul Schimnowski,
Harvey Secter, Gary Steiman y Jim Tennant.
El manuscrito de ¡Choca esos cinco! fue leído por varias
personas muy especiales que fueron muy generosas con su tiempo y
sus consejos: senador Douglas D. Everett, Ed Chornous, Ray Moon,
Paul Petrick y Matt Kauffman, de Precicion Metalcraft, Richard y
Susan Silvano, de Career Management International, Glen Symyk, de
Remax Real Estate, Sandra Ford, de The Sandra Fox Agency, Jake
Bernard y Willie Sather, de Morgan Stanley Dean Witter, John
Peterson, de Paine Webber (Jake, Willie y John, los «tres sabios de
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
103
Wayzata», que amablemente dieron su aprobación al personaje de
Jake Sather de Peterson Securities).
También queremos dar las gracias a Maxim Worchester por su
comprensión y apoyo.
Los dos equipos de apoyo en las oficinas de Ken y Sheldon,
Dottie Hamilt, Shannon Baj oyo , Eleanor Terndrup, Kelly DeLuca,
Kingsley N. Bowles y Rita Loewen (por todos conocida como El
portento de Rita).
El auténtico equipo de primera que guía nuestro trabajo: Michael
Morrison, Larry Hughes y Michal Yanson, de William Morrow; Dave
Derminio, Dick Lyles y Harry Paul, de The Ken Blanchard Companies
y Margret McBride, nuestra agente literaria.
También hacemos extensivo nuestro más cálido agradecimiento
a Richard L. Aquan, por el magnífico diseño de nuestras
sobrecubiertas estadounidenses, Rose-Ann Ferrick por su soberbia
corrección de estilo y Nancy Singer Olaguera por el maravilloso
diseño general del libro. Sin embargo, y en definitiva, los verdaderos
héroes de la editorial Morrow son los comerciales. Este equipo de
primera de personas entregadas está al pie del cañón, como el
servicio postal, sin importar que llueva, granice, nieve, yendo de
librería en librería, ofreciendo el catálogo de Morrow y aconsejando a
los libreros en los pedidos. Estos hombres y mujeres, junto con los
libreros, son los que dan a conocer los libros, y por ello también
hacemos extensivo a ellos nuestro más sincero y cálido
agradecimiento.
El año pasado la Hearst Corporation decidió, como diría Spencer
Johson, cambiar de sitio nuestro queso y vendió la editorial William
Morrow a la buena gente de HarperCollins. La relación entre el autor
y su editor es algo más que una relación meramente comercial. Jane
Friedman, presidenta y subdirectora ejecutiva, y Cachy Hemming,
presidenta y editora, fueron muy comprensivas con nuestras
necesidades y preocupaciones y nos brindaron una cálida acogida en
la familia de HarperCollins. Valoramos mucho que lo hicieran así y es
un honor formar parte del equipo de primera de HarperCollins,
formado por personas muy capaces y entregadas.
En el otoño de 1998 Margie Blanchard y Penny Bowles asistieron
a la reunión que Ken y Sheldon mantuvieron con Don Carew y
Eunice Parisi-Carew en la que surgió la idea de escribir este libro.
Desde ese momento tanto Margie como Penny se implicaron de
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
104
forma personal en el proyecto, de forma que lo leyeron, nos
aconsejaron y le dieron forma de libro. Les agradecemos su cariño,
su fe, su apoyo y comprensión. Estar casada con un escritor, que se
puede ensimismar con un libro o la redacción de un discurso cuando
más se le necesita a uno en casa no es una vida fácil. Estamos muy
agradecidos por los esfuerzos que invirtieron en aportar luz a nuestro
proyecto para que acabáramos haciendo bien la tarea propuesta.
Estamos muy reconocidos por el alto precio que a menudo tuvieron
que pagar para que consiguiéramos la libertad que con tanto cariño
nos concedieron. Por ello tienen todo nuestro afecto y nuestra eterna
gratitud. También hacemos extensivo nuestro agradecimiento a
nuestros hijos y sus parejas: Debbe y Humberto Medina, Scott y
Chris Blanchard (cuyos hijos, Kurtis y Kyle, hacen maravillosamente
dichosos los corazones de Margie y Ken), Kingsley Bowles y Susan
Goldie; Patti y Kristjan Backman y Aaron Hull, que ése sí que es más
listo que el hambre.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
105
NOTA SOBRE LOS AUTORES
Ken Blanchard es uno de los más influyentes autores en temas
de dirección. El ejecutivo al minuto (1982), escrito en colaboración
con Spencer Johnson, lleva vendidos más de nueve millones de
ejemplares y se ha traducido a más de veinticino idiomas.
El ejecutivo al minuto, junto con la trilogía Raving Fans, Gung Ho!
y Big Bucks!, escritas en colaboración con Sheldon Bowles, y
Leadership by the Book (1999), escrito en colaboración con Bill
Hybels y Phil Hodges, siguen apareciendo en las listas de libros más
vendidos.
Ken es el presidente e inspirador (Chief Spiritual Officer) de The
Ken Blanchard Companies, una empresa de asesoría directiva y de
enseñanza que fundó en 1979 con su esposa, Margie. Los Blanchard
están orgullosos de que sus hijos Debbie y Scott participen
activamente en el negocio.
Los Blanchard son felices abuelos de Kurtis y Kyle, los dos
maravillosos hijos de Scott y Chris, que viven cerca de la ciudad natal
de los Blanchard, San Diego.
Sheldon Bowles es un empresario de éxito, colaborador de New
York Times y Business Week y renombrado orador.
Inició su carrera como reportero y se convirtió en vicepresidente
de Royal Canadian Securities y en presidente y director general de
Domo Gas. Con Douglas Everett como asociado, Sheldon convirtió la
empresa en una de las cadenas minoristas de gasolina más
importantes de Canadá.
Después de dejar Domo, junto con otros tres asociados, Sheldon
convirtió una pequeña planta de producción en un negocio
multimillonario. Actualmente, además de la producción, Sheldon tiene
intereses en el negocio del reciclaje y la recogida de materiales de
desecho y está dedicado en cuerpo y alma a la creación del mejor
servicio de lavado automático de coches de América del Norte.
Cuando no está enfrascado en montar diferentes negocios, Sheldon
comparte sus amplios conocimientos sobre lo que funciona y lo que
no ante audiencias de todo el mundo o a través de sus libros Raving
Fans, Gung Ha!, Big Bucks y ahora iChoca esos cinco!, todos
escritos en colaboración con Ken Blanchard.
Sheldon vive y se dedica a sus negocios junto con su esposa,
Penny y sus hijos, Kingsley y Patti, en Winnipeg, igual que el tigre
más listo de la jungla... Aaron Hull.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
106
Donald K. Carew, miembro fundador de The Ken Blanchard
Companies, es un afamado y respetado autor, educador y asesor de
desarrollo organizativo que ha colaborado con diferentes
organizaciones durante los últimos treinta y cinco años. Don ha sido
docente del Trenton State College y de las universidades de
Princeton, San Diego y Massachusetts, en Amherst. En esta última
ha dirigido e impartido el programa de desarrollo organizativo de
1969 a 1994 y actualmente ejerce como profesor emérito.
Además de asesor interno de The Ken Blanchard Companies, es
coautor de los productos, libros y manuales sobre el trabajo en
equipo de Blanchard, así como de los bestsellers El ejecutivo al
minuto y Creación de equipos de alto rendimiento, en el que también
participó Eunice Parisi-Carew. Donald es miembro del NTL Institute y
se licenció en Psicología en Massachusetts.
Eunice Parisi-Carew es la investigadora jefe de la Office of the
Future en The Ken Blanchard Companies. Tiene una amplia
experiencia en dirección y asesoría y ha enseñado a numerosas
empresas de ámbito nacional e internacional sobre la importancia de
aprovechar al máximo los equipos para potenciar sus negocios.
Además, Eunice ha impartido cursos. sobre la dinámica y el
liderazgo de equipos en las universidades de Massachusetts,
Hartford, American University y San Diego. Es miembro del NTL
Institute y una experta psicóloga organizativa.
En The Ken Blanchard Companies, Eunice y sus compañeros
estudian las tendencias que probablemente tendrán más impacto en
el mundo de los negocios de aquí a tres a diez años.
CHOCA ESOS CINCO – Ken Blanchard y Sheldon Bowles
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SERVICIOS DISPONIBLES
KEN BLANCHARD y SHELDON BOWLES intervienen en
convenciones y organizaciones de todo el mundo, mientras que Don
Carew y Eunice Parisi-Carew entrenan y hacen consultorías. Las
intervenciones de Blanchard y Bowles están disponibles en casetes y
cintas de vídeo. Programas de entrenamiento y de creación de
equipos como los que se explican en ¡Choca esos cinco!, así como el
modelo PERFORM [traducido en esta obra por GESTIÓN], están
disponibles en The Ken Blanchard Companies. Estas compañías
también dirigen seminarios y consultas en profundidad en las áreas
de trabajo en equipo, servicios al cliente, liderazgo, gestión de
rendimiento y calidad.
Para más información sobre las actividades y programas de Ken
Blanchard, Don Carew y Eunice Parisi-Carew se puede establecer
contacto con:
The Ken Blanchard Companies 125 State Place
Escondido CA 92025
(800) 728-6000 o (760) 489-5005
Fax: (760) 489-8407
Para más información sobre las actividades y programas de
Sheldon Bowles se puede establecer contacto en:
Ode to Joy Limited
5-165 Kennedy Street
Winnipeg R3C 156
Manitoba, Canadá
(204) 943-6642
Fax: (204) 947-1536
O en las direcciones web: www.thekenblancharcompanies.com
www.sheldonbowles.com
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