IGLESIA PRIMITIVA
"La multitud de los creyentes no tenía
sino un sólo corazón y una sola alma.
Nadie llamaba suyos a sus bienes,
sino que todo era común entre ellos.
Los apóstoles daban testimonio con gran poder
de la resurrección del Señor Jesús.
Todos gozaban de una simpatía.
El Señor agregaba cada día a la comunidad
a los que se habían de salvar."
(Hechos 4, 32-33; 2.47B)
Después de la muerte y resurrección de
Jesús, los apóstoles, cohesionados en
torno a Pedro, subieron a Jerusalén para
anunciar con valentía la fe en el Señor
Viviente. Los que antes se habían
dispersado por miedo y falta de fe, los que
habían huido ante la persecución desatada
contra el Maestro, se volvieron a reunir
para orar, para experimentar la presencia
cercana de Cristo, para dar testimonio de
la fe en su resurrección. Así nació la Iglesia.
Los que creyeron se volvieron a unir, los
que creyeron se juntaron para dar
testimonio de la resurrección de Jesús, los
que creyeron llegaron a tener un sólo
corazón y una sola alma.
Nació la Iglesia en Jerusalén, pero pronto la predicación de los apóstoles y diáconos se
empezó a extender a otros lugares. Samaria, Antioquía, las ciudades del norte de África y
las del Asia Menor, Grecia y Roma, después, todo el mundo conocido de entonces,
empezó a escuchar la Buena Noticia de un tal Jesús, Hijo de Dios, que había muerto y
resucitado, para liberarnos del mal. La expansión de la Buena Nueva no vino sola, con ella
llegaron las persecuciones, las calumnias y el martirio. Los judíos primero y luego los
romanos, persiguieron terriblemente a la naciente Iglesia. Pero cada gota de sangre
derramada se volvió semilla de nuevos cristianos, y el mensaje de Jesús el Cristo, se siguió
extendiendo por el mundo.
La fe en Jesús se volvió testimonio y el testimonio se volvió signo más anunciador de la
presencia viva de Jesús entre nosotros. Los que antes estaban divididos se juntaron, el
muro del odio entre los pueblos fue destruido por la fe en Jesús y así los que creyeron se
hicieron uno, con una sola fe, un sólo Dios, un sólo Señor, un sólo bautismo.
El Cuerpo Resucitado
La fe en Jesús y, por ende, el cristianismo, nacieron como un testimonio del Resucitado.
Pero tal testimonio tenía una característica fundamental: era anunciado en comunidad.
Lo típico de la fe en el Resucitado, era su capacidad para convocar y unir. De hecho, la
unidad de los creyentes era prueba y signa de la presencia viva de Jesús. Por eso la Iglesia
no es un accidente, ni una institución que se fundó posteriormente como anclaje de una
religión más. La Iglesia, el grupo de los creyentes, es fruto del dinamismo unificador del
Resucitado y, al mismo tiempo, es parte esencial. Pero, ¿qué es la Iglesia?
La palabra griega "ekklésia" significa "asamblea" y se utiliza para designar en el Antiguo
Testamento, a la comunidad del pueblo elegido por Yahvé. Esa misma palabra fue
utilizada para designar a las comunidades que se reunían para celebrar su fe en Jesús: las
iglesias. Poco a poco, la palabra Iglesia pasó a designar la multitud de creyentes en
general.
Pero la mera traducción de la palabra "ekklésia" no permite llegar al hondo sentido que
tiene la Iglesia. Cristo quiso ser anunciado y quiso que ese anuncio se hiciera en
comunidad y se testimoniara viviendo en unidad; de tal forma que el grupo de los
creyentes fuera la visibilidad del Señor, el cuerpo mismo del Resucitado.
Y es que eso es la Iglesia: el cuerpo de Cristo. Y todos los bautizados, todos los que hemos
arriesgado a poner nuestra vida en Jesús, somos miembros de ese cuerpo.
Somos un cuerpo y Cristo es la cabeza.
"En un solo Espíritu hemos sido bautizados, para no formar más que un Cuerpo, judíos y
griegos, esclavos y libres.
Todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Ahora bien, ustedes son el Cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte.
Por eso, siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es Cabeza, Cristo,
de quien todo el cuerpo recibe vida y cohesión... realizando así el crecimiento del Cuerpo
para su edificación en el amor".
(1 Corintios 12, 13-27; Efesios 4, 15-16)
¿Qué es la Iglesia? Lo que descubrieron los primeros cristianos está distante de lo que
solemos pensar nosotros. Para nosotros, la Iglesia muchas veces no pasa de ser una
construcción arquitectónica, una mera institución humana llena de normas, o la
asociación conformada por el Papa, los obispos, cardenales, sacerdotes y religiosos.
Para los primeros cristianos, la Iglesia era el Cuerpo vivo de Cristo. Cristo había resucitado,
vivía, ahora de una manera distinta y plena en la inmensidad de Dios; pero, ¿cómo verlo?
Lo que fueron descubriendo los cristianos era que ellos mismos eran la visibilidad del
Resucitado. Ellos convertidos y transformados, eran la prueba palpante del dinamismo
salvador del Resucitado. Ellos, unidos conformando una fraternidad, eran la prueba de la
capacidad transformadora del Resucitado que destruye los odios y las divisiones. Ellos,
anunciando con valentía el Evangelio, eran la prueba de que el Espíritu del Resucitado
seguía dando testimonio de Jesús. Ellos, perseguidos y martirizados, eran la prueba de
que el Señor seguía muriendo en la cruz para continuar su sacrificio salvador. Ellos,
permaneciendo vivos y unidos a pesar de todo, eran la prueba de que el Resucitado vivía
en medio de su Iglesia.
Cuerpo de Cristo visibilidad del Resucitado. Lo que descubrieron los primeros cristianos
era que ellos constituían los huesos, el cuerpo y la carne del Señor Resucitado. Quien veía
a la Iglesia, veía a Cristo. Quien sentía el amor de la Iglesia, sentía el amor de Cristo.
Ahora bien, ese cuerpo no era hechura humana. Es el Espíritu Santo el que, a través del
Bautismo, confiere a los cristianos el don de ser un solo Cuerpo y el don, aún mayor, de
transparentar al Señor. La vida, por tanto, sólo se recibe del Espíritu y de Cristo que es la
Cabeza de la Iglesia. Cuando decimos Cabeza, no se afirma que Cristo sea un jefe. En el
lenguaje de San Pablo, decir que Cristo es la Cabeza, significa afirmar que él es el principio
vital, que él es la fuente de la cual se recibe la vida. Cristo, que amó tanto a la Iglesia que
se entregó en la cruz para que todos encontráramos una vida nueva y sin fin, es la fuente
de todo nuestro vivir.
Así, pues, la Iglesia es un Cuerpo que hace visible la presencia del Señor; pero su vida le
viene de Cristo mismo, de tal manera que la Iglesia sólo transparenta el Resucitado,
cuando vive desde Cristo, como Cristo y hacia Cristo.
En ese Cuerpo, cada uno tiene una función:
"Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el
Señor es el mismo; diversidad de funciones, pero es el mismo Dios el que obra todo en
todos.
Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los
miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así
también es Cristo".
(1 Corintios 12, 4-6. 12)
Somos un cuerpo y Cristo es la Cabeza, pero en ese Cuerpo del cual todos somos
miembros, cada cual tiene una función específica. Lo que los primeros cristianos
descubrieron era que la Iglesia, si bien conformaba un solo Cuerpo, no excluía la
pluralidad. Pronto en la Iglesia surgieron diferentes dinamismos: unos curaban, otros
daban testimonio, unos anunciaban el Evangelio, otros gobernaban. ¿Quiénes eran más
importantes? Nadie, respondería San Pablo. Son sólo diversas funciones suscitadas por el
Espíritu Santo. El Espíritu distribuye funciones y todas ellas son igualmente importantes e
igualmente útiles. No puede una función despreciar a otra, de la misma manera que un
miembro de nuestro cuerpo no puede despreciar a otro.
Así pues, somos un Cuerpo, pero en ese Cuerpo cada uno de nosotros tiene una función
específica que le ha asignado el Espíritu Santo. La unidad de la Iglesia no se manifiesta en
que todos seamos y hagamos lo mismo, sino que seamos UNO, siendo diferentes y
ejerciendo distintas labores.
El Misterio de la Unidad
Una de las cosas que más llama la atención al ver cómo era la primitiva comunidad
cristiana, es ese dato de que todos tenían un solo corazón y una sola alma, es decir, que
pensaban y sentían lo mismo. La Iglesia siempre se ha apoyado en ese dato para sustentar
en él la exigencia de la unidad, de tal forma que si somos Iglesia, es porque somos unidad,
porque pensamos y sentimos de una misma forma.
Pero, ¿cómo es la Unidad de la Iglesia?
Un mismo pensar y un mismo sentir: Cuando hablamos de un mismo pensar y un mismo
sentir, creemos que se trata de un acuerdo unánime alrededor de verdades inmutables.
Pero la verdad de la Iglesia no es teoría, no es tener unas mismas ideas. La unidad en el
pensar y sentir es una unidad en la raíz de la existencia, es la unidad en la experiencia de
Jesús. San Pablo decía que "nuestro modo de pensar es Cristo"; luego para la Iglesia, la
unidad de corazón y de alma, el mismo pensar y sentir, se manifiesta en que todos hemos
sido salvados por Cristo, todos buscamos a Cristo, todos le tenemos a él como primer
amor, todos sabemos que él tocó nuestras vidas llenándolas de sentido. La experiencia
que tenemos de Jesús es nuestro lenguaje común, nuestro saber común y nuestro común
sentir. Podemos diferenciarnos en muchas cosas, pero todos nos identificamos en el
hecho de que CONSENTIMOS y COMULGAMOS con una misma experiencia de salvación.
Lo que nos une es la vivencia profunda de una misma fe.
"Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a la que han sido llamados.
Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre
todos, por todos y en todos".
(EFESIOS 4, 4,6)
Una unidad en el Amor: pero la unidad cristiana está muy lejos de ser una unidad vulgar.
No se trata de la unidad de los que se quieren por la simpatía que sienten los unos por los
otros; no se trata de una unidad temporal que se acabe ante la primera discrepancia. La
unidad de la Iglesia es una unidad más honda que las simpatías y más profunda que
cualquier sentimiento. La unidad cristiana es una unidad en el Amor, pero no en cualquier
amor, sino en el Amor de Cristo. Si la presencia viva de Cristo en nosotros es lo que nos
une, el único Amor que puede fundamentar nuestra unidad, es el mismo amor de Jesús.
Por eso San Pablo dice que debemos tener los mismos sentimientos de Jesús, que
debemos soportar al hermano con toda humildad, mansedumbre y paciencia, que
debemos tener por superiores a los demás y que, por tanto, no debemos actuar por
vanagloria que debemos animar a los desconcertados y a los débiles, que debemos
sostener a los que sufren, ser pacientes con todos y velar para que nadie devuelva mal
por mal.
Amar con el amor de Cristo, ser unidos amando a lo Jesús, eso es lo único que hace
posible una unidad sincera y era, de hecho, lo que hacía que los paganos exclamaran al
ver el cariño fraterno de los primeros cristianos: "¡Miren, cómo se aman!".
Una unidad que es signo y anuncio del Resucitado: la unidad de los cristianos fue desde el
comienzo el signo más anunciador de la presencia viva de Jesús. Nada más difícil para el
hombre que la unidad. Aunque deseemos la unidad, la verdad es que vivimos en la
división. El conflicto, el odio, la oposición, la deslealtad, la falta de solidaridad, suelen ser
las notas predominantes entre los hombres. Por eso, desde la época en la cual surgió la
Iglesia, la unidad ha sido el signo y el anuncio más claro de que Alguien debe vivir en
medio de ellos que son capaces de ser UNO a pesar de todo.
Así pues, la unidad en medio de un mundo dividido, es testimonio gozoso de que Cristo
está vivo, pues nos hace UNO. Y es que, en últimas, somos incapaces de unirnos. Nuestros
prejuicios y sentimientos, nuestro mal y nuestro egoísmo, no nos dejan unir. Es el Espíritu
del Resucitado el que nos une, por eso, cuando nos amamos en unidad, volvemos a
anunciar que Jesús vive por siempre en medio de nosotros.
Comunión y Participación
La Iglesia no es una estructura ni un poder. La Iglesia es, ante todo, un medio de salvación
que debe proceder con la modestia y la humildad de Jesucristo, pues Él es el modelo de
toda acción salvadora.
La Iglesia es Cuerpo del Resucitado y vive en el misterio de la Unidad con el fin de salvar.
Que seamos el Cuerpo del Resucitado se manifiesta, según San Pablo, en la preocupación
por los más débiles, ya que estos miembros más pequeños, son los más necesarios, los
que más salvan. Que vivamos en unidad, se manifiesta en la común preocupación por los
que están más lejos del Señor.
Así, ser cristianos, ser Iglesia, es preocuparse por los débiles, porque son los caídos los
que necesitan levantarse. Si, "Dios ha formado su Cuerpo, dando más honor, a los que
carecemos de honor" (1 Corintios 12,24), luego la Iglesia se une alrededor de los
necesitados.
La Iglesia, Cuerpo y Unidad, transparenta a Cristo, cuando salva como Cristo. Jesús salvó
dándose por entero, vaciándose de sí mismo por amor a los otros. Por tanto, los
miembros de la Iglesia sólo salvamos, cuando nos entregamos como Jesús.
Cuando nos vaciamos por puro amor de los demás. Cuando en la Iglesia nos entregamos
gratuitamente los unos por los otros, nos volvemos imagen diáfana de Cristo Salvador.
Esto es la COMUNIÓN y la PARTICIPACIÓN. Cristo COMULGÓ con nosotros echándose
encima, como si fueran propios, todo el dolor y la miseria de la humanidad.
Comulgar y participar es asumir el dolor del otro y entregarle la vida que uno tiene. Si no
se comulga, si no se participa, no hay comunidad, no hay Iglesia. La Iglesia es, por tanto,
una dedicación por los que están más lejos de Dios, por los más débiles, por los más
pobres, por los más equivocados y por los más necesitados de salvación y todo esto
porque Dios ha querido consolidar nuestra unidad, en torno a los miembros más faltos de
honor.
Este es el fondo de la enseñanza comunitaria de San Pablo: se hace comunidad sólo en la
entrega por los más débiles. Darse por los otros, considerar más importantes a los demás,
no actuar por vanagloria, sino con el único y desinteresado deseo de salvar a los más
pequeños, es llevar dentro de uno los sentimientos de Jesús. Pues Él, a pesar de ser Dios,
se despojó de todo, se abajó, se hizo un simple hombre, tomó la condición de esclavo,
aceptó la muerte y una muerte de cruz... y todo eso por nosotros, por nuestro amor, para
nuestra salvación, para darnos vida.
Somos Iglesia, soy Iglesia. Y este es el camino. Cuanto más cargue al hermano, cuanto más
sirva, cuanto más ame, cuanto más me despoje, tanto más iré construyendo la unidad,
tanto más iré comulgando con los otros, tanto más empezaré a ser miembro vivo del
Cuerpo del Señor Resucitado.
"Padre Santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean Uno, como
nosotros. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean Uno como nosotros
somos uno:
Yo en ellos y Tú en mí, para que sean perfectamente uno, y así el mundo conozca que Tú
me has enviado y que los has amado a ellos, como me has amado a mí"
(JUAN 17, 11b. 22-23)
Fuente:
Pastoral de Escolapios de Colombia