Revista Agustiniana 58 (2017) 7-22
“Nos atrevemos a decir…”
Los textos evangélicos del Padrenuestro
Ianire Angulo Ordorika
Profesora de teología en la Universidad Pontificia Comillas
y en la Facultad de Teología de Granada
Av. Reina Victoria 35,
28430 Alpedrete-Los Negrales (Madrid)
iangulo@comillas.edu; iangulo@teol-granada.com
Sumario: Si hay una oración que nos distingue como cristianos, esta es el Padrenuestro,
que ha llegado hasta nosotros en dos versiones, la de Mateo y la de Lucas (Mt 6,9-13;
Lc 11,1-4). De esta plegaria se ha escrito mucho y desde los más variados puntos de
vista. La pretensión de este artículo es recopilar de modo sintético y ordenado la
información esencial sobre el Padrenuestro desde una perspectiva bíblica. Para ello
realizaremos un recorrido por los textos evangélicos que nos permita adquirir esta
visión panorámica.
Palabras clave: Mt 6,9-13; Lc 11,1-4; Padrenuestro, oración dominical.
Summary: The Our Father is the prayer that distinguishes us as Christians. It has arrived
to us in two versions, in the gospels according to Matthew and Luke (Mt 6:9-13; Lk
11:1-4). Studies on this fundamental prayer proliferate from the most varied points of
view. This article seeks to compile synthetically and orderly the essential information
about the Lord’s prayer from a biblical perspective. For this, we’ll take a trip through
the evangelical texts that allow us to have this panoramic view.
Key words: Mt 6:9-13, Lk 11:1-4, Our Father, Lord’s prayer.
*****
1. Entrando en los textos a pie descalzo
Todo aquello que se usa termina, antes o después, por desgastarse. Nada está a
salvo de este dato de la experiencia, ni siquiera la plegaria que nos caracteriza a los
cristianos. El Padrenuestro (PN), a fuerza de rezarlo, puede haberse convertido para
nosotros en una oración vocal entre otras, perdiendo la absoluta relevancia que esta
ostentaba en los orígenes del cristianismo.
La didaché, que conserva una versión del PN semejante a la de Mateo,
manifiesta la reverencia que los creyentes tenían ante una oración que solo podían rezar
los bautizados1. Aunque la liturgia nos invite a orar recordándonos que es un
atrevimiento, es muy probable que a día de hoy no compartamos con estos primeros
creyentes la percepción de estar pronunciando unas frases envueltas en misterio. Con
todo, estamos llamados a recuperar y renovar el asombro ante las inauditas palabras que
pronunciamos y que se reservaban de modo exclusivo a los iniciados en la fe.
Sobre el PN se ha escrito mucho y desde muchas perspectivas. No albergamos la
osada esperanza de ofrecer algo nuevo en este artículo. Más bien pretendemos
acercarnos a los textos evangélicos, de forma directa y como quien se descalza ante
tierra sagrada (cf. Ex 3,5), para recoger de modo sintético lo más relevante que sobre
ellos podemos afirmar desde el estudio bíblico. Ojalá estas páginas nos posibiliten
reavivar esa fascinación que acompañaba la oración de las primeras comunidades
cristianas.
Del PN conservamos dos versiones muy parecidas en Mateo y Lucas (Mt 6,9-13;
Lc 11,1-4). Según la hipótesis más habitual de trabajo, el pasaje procedería de la fuente
Q que ambos evangelios comparten. Los dos evangelistas enmarcan la perícopa en el
contexto de una catequesis sobre la oración. El primero encuadra el PN dentro de la
sección denominada “sermón de la montaña” (Mt 5–7). Según la propuesta de estructura
para estos capítulos que ofrecen algunos autores, el discurso estaría dispuesto a modo de
círculos concéntricos que abrazarían en su centro el texto que nos ocupa2, expresando de
este modo gráfico su carácter nuclear.
Al presentar la enseñanza sobre la oración, Mateo ofrece una estructura similar
al abordar cada una de las tres prácticas piadosas clásicas del judaísmo. Así pretende
exhortar a una vivencia de estas “en secreto”, protegidas de cualquier mirada que no sea
la del Padre. Al enfrentarse a la oración, que aparece escoltada por la limosna y el ayuno
(Mt 6,1-4.16-18), rompe el paralelismo mantenido hasta ese momento para añadir una
1
Cf. Did VIII,2-3. Esta versión culmina en una doxología y en la exigencia de rezar el PN tres veces al
día.
2
Así lo propone Luz en, U. LUZ, El Evangelio según San Mateo. Mt 1–7 (BEB 74), Ediciones Sígueme,
Salamanca 1993, 259-261.
2
advertencia contra la palabrería (Mt 6,7-8), una invitación a orar en los términos del PN
(Mt 6,9-13), y un comentario sobre el perdón (Mt 6,14-15).
Lucas, por su parte, opta por una introducción narrativa para dar paso al PN. El
hecho de que Jesús se retirara a rezar impulsa a sus discípulos a pedirle una oración
“propia” y característica, de modo semejante a lo que el Bautista habría hecho con sus
seguidores (Lc 11,1). Este ruego provoca, no solo la enseñanza del PN, sino también
una instrucción sobre la insistencia y la eficacia de la oración (Lc 11,5-13).
Pero no solo los contextos literarios del PN difieren en estos evangelistas.
Aunque el vocabulario conserva más tintes semíticos en la versión mateana, esta es más
amplia y con una estructura interna más equilibrada y elaborada que la lucana. A partir
de estos datos, la mayoría de los estudiosos consideran que, si bien Lucas habría
conservado la oración en su forma más antigua, Mateo preservaría mejor el texto3.
Como si se tratase del zoom de una cámara fotográfica, vamos a pasar de esta
mirada panorámica a un recorrido más pormenorizado por los pasajes evangélicos. Para
este viaje que vamos a iniciar, recurriremos al “mapa” del texto más amplio, el de
Mateo. Desde él, volveremos la mirada a la perícopa de Lucas, de modo que vayamos
analizando las dos versiones del PN con el detenimiento que nos permita la longitud de
este estudio. Los altos en el camino que realizaremos en este viaje vienen marcados por
la propia organización del PN. Esta oración se inicia con una invocación que da paso a
tres deseos expresados en tercera persona, dos en el caso de Lucas, y tres peticiones
manifestadas en segunda persona.
2. Una invocación: Padre nuestro
“Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos (Πάτερ ἡμῶν ὁ ἐν τοῖς οὐρανοῖς)”
(Mt 6,9).
“Él les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre (Πάτερ)»” (Lc 11,2).
3
Sobre esta cuestión, J. JEREMIAS, Abba. El mensaje central del Nuevo Testamento (BEB 30), Ediciones
Sígueme, Salamanca 1981, 217-224; J.A. FITZMYER, El Evangelio según Lucas III. Traducción y
comentario. Capítulos 8,22–18,14, Ediciones Cristiandad, Madrid 1987, 303-305; F. BOVON, El
Evangelio según San Lucas II (Lc 9,51–14,35) (BEB 86), Ediciones Sígueme, Salamanca 2002, 155-157.
3
El posterior desarrollo de la teología cristiana ha convertido en algo “natural”
hablar de Padre para referirnos a Dios, pero esto no era tan frecuente en el judaísmo de
cambio de era4. La escasez de testimonios judíos en los que un individuo llame así a
YHWH5, la frecuencia con la que aparece esta denominación divina en el Nuevo
Testamento (NT) y el hecho de que el término arameo abba se haya conservado en
comunidades grecoparlantes son argumentos que fundamentan la habitual convicción de
que Jesús mismo debió dirigirse de este modo a Dios. Así, el PN recupera la peculiar
forma de relación del Nazareno con la divinidad y amplía esta misma vivencia filial a
quienes lo rezamos.
Esta extensión de la filiación se hace más explícita en la versión mateana. A la
escueta invocación de Lucas, probablemente más cercana a la fuente compartida por
ambos, se le añade el genitivo del pronombre personal de primera persona del plural:
ese Dios Padre es, además, nuestro. Así cualquiera que rece el PN participa de la
paternidad divina. Este evangelista también incluye una referencia al cielo como espacio
propio de YHWH. Se trata de un giro cercano al lenguaje judío y característico en este
primer evangelio6. De este modo, Mateo deja muy claro a la comunidad judeocristiana a
la que escribe que el Padre de Jesús al que oramos no es otro que el mismo Dios
invocado en la sinagoga.
Para comprender las implicaciones que tiene denominar Padre a Dios, conviene
asomarnos a la organización social de Palestina en el tiempo de Jesús7. Si la familia era
la institución central de las sociedades mediterráneas del cambio de era, la figura del
paterfamilias adquiría una relevancia singular.
4
La bibliografía sobre esta cuestión es muy abundante. Remitimos a algunas obras paradigmáticas de
tinte bíblico. J. JEREMIAS, o.c., 19-73; J.A. FITZMYER, “Abba and Jesus’ Relation to God”, en F. REFOULE
(ed.), À cause de l’Évangile. Études sur les Synoptiques et les Actes offertes au P. Jacques Dupont, O.S.B.
à l’occasion de son 70e anniversaire, Cerf 1985, 15-38; G. VERMES, La religión de Jesús el Judío, Anaya
& Mario Muchnik, Madrid 1995, 185-218.
5
Que no sean abundantes no implica que no existan testimonios de esta forma de nombrar a YHWH.
Sobre esta cuestión, cf. G. VERMES, o.c., 206-211. De especial interés es un manuscrito del Mar Muerto
en el que un personaje llama a Dios “Padre mío y Dios mío” (4Q372 I,16). Se muestra así un uso judío
precristiano de esta denominación. Cf. E.M. SCHULLER, “The Psalm of 4Q372 1 Within the Context of
Second Temple Prayer”, The Catholic Biblical Quarterly 54 (1992) 75-79.
6
Esta referencia celestial en relación con Dios aparece en Mateo con mucha frecuencia. Solo en la
sección del sermón del monte se habla del Padre celestial en: Mt 5,16.45.48; 6,1.14.26.32; 7,11.21.
7
Para una mirada sociológica a la relación paterno-filial en la época de Jesús, S. GUIJARRO OPORTO,
“Dios Padre en la actuación de Jesús”, Estudios Trinitarios 34 (2000) 42-52.
4
La familia era comprendida de modo extenso pues, junto a los padres e hijos,
formaban parte de ella también los consortes de estos, siervos y otros parientes8. En la
red de vinculaciones que esta percepción familiar implicaba, la relación con el padre
era, sin duda, la dominante frente a cualquier otra. Él era la figura de autoridad y el
responsable de preservar la continuidad del grupo familiar y de sus propiedades, así
como de sustentar e instruir a los hijos. De estos últimos, por su parte, se esperaba
respeto, escucha y obediencia al cabeza de familia.
No son difíciles de extraer las consecuencias que, desde esta mentalidad, se
derivarían de forma natural de pronunciar estas primeras palabras del PN. Considerar a
Dios como “Padre nuestro” va de la mano con la experiencia de que los cálidos lazos
afectivos que reinan en el hogar y caracterizan la relación paternofilial no son
incompatibles con la aceptación obediente de su absoluta autoridad. Implica, además,
confiar en que Él realizará la tarea que le corresponde como paterfamilias, esto es
cuidar, proteger, y gestionar del mejor modo posible su “familia extensa”. También
supone consentir ante su responsabilidad de educarnos y situarnos ante Él como se
esperaba de un buen hijo: con respeto y en la escucha atenta de quien sabe que se juega
mucho en tal instrucción.
3. Tres deseos: Nombre, Reino y Voluntad
“Santificado sea tu Nombre (ἁγιασθήτω τὸ ὄνομά σου); venga tu Reino (ἐλθέτω ἡ βασιλεία σου);
hágase tu Voluntad (γενηθήτω τὸ θέλημά σου) así en la tierra como en el cielo (ὡς ἐν οὐρανῷ καὶ
ἐπὶ γῆς)” (Mt 6,9-10).
“Santificado sea tu Nombre (ἁγιασθήτω τὸ ὄνομά σου), venga tu Reino (ἐλθέτω ἡ βασιλεία σου)”
(Lc 11,2).
Los deseos que siguen en el PN a la invocación inicial mantienen una misma
estructura literaria que se repite de modo rítmico y facilita la memorización. Cada frase
termina con la misma palabra, el pronombre de segunda persona singular en genitivo, y
se inicia con un verbo al que le sigue el sujeto. Las peticiones están yuxtapuestas y se
Sobre los diversos tipos de familia en la Galilea de esta época, S. GUIJARRO OPORTO, “La familia en la
Galilea del siglo primero”, Estudios Bíblicos 53 (1995) 481-485.
8
5
expresan en imperativo aoristo, lo que subraya que se trata de una demanda concreta y
puntual en el tiempo. Con todo, nos topamos aquí con una de las más evidentes
diferencias entre la versión lucana y la mateana.
El tercer evangelio no ofrece ni la petición de que se realice la voluntad divina,
ni la descripción de cómo habría de cumplirse esta. Y es que Mateo presenta una
estructura más equilibarada de esta parte del PN, de modo que la tríada de deseos
configura un paralelismo perfecto con las otras tres peticiones que seguirán después. De
este modo, el “así en la tierra como en el cielo” sirve de transición entre una parte de la
oración referida a Dios en su Nombre, Reino y Voluntad, y otra sección en la que el
“nosotros” es protagonista y, por ello, mira más a la tierra. Esta función “bisagra” de la
coletilla mateana sobre cómo se ha de realizar la Voluntad divina queda subrayada por
la inclusión que forma el uso repetido del término cielo, mencionado también en la
invocación inicial (Mt 6,9-10: ἐν τοῖς οὐρανοῖς; ὡς ἐν οὐρανῷ)9.
Una vez hechas las primeras presentaciones de esta sección y puesto que, salvo
la excepción mencionada, el texto lucano de esta parte coincide exactamente con el del
primer evangelio, pasamos ahora a recorrer con más detenimiento los tres deseos que
ofrece la versión de Mateo.
3.1 “Santificado sea tu Nombre”
“Santificado sea tu Nombre (ἁγιασθήτω τὸ ὄνομά σου)” (Mt 6,9; Lc 11,2).
La primera acción de la tríada mateana es santificar (ἁγιάζω)10, que en la versión
griega del Antiguo Testamento (AT) corresponde al hebreo vdq. Según la conjugación
en la que se encuentre este verbo puede significar ser santo, consagrado, santificarse,
mostrar santidad, consagrar o purificar11. Se trata, por tanto, de una acción que remite
9
La inclusión es un recurso habitual para delimitar los textos bíblicos. La repetición de términos al inicio
y al final de una sección determinada sirve para indicar los límites de esta.
Para ahondar en este verbo, O. PROCKSCH, “ἅγιος, ἁγιάζω, ἁγιασμός, ἁγιότης, ἁγιωσύνη”, en G. KITTEL
– G. GRIEDRICH (dir.), Grande Lessico del Nuovo Testamento, vol. I, Brescia 1965, 233-310 (esp. 298304).
11 Sobre el término, L. ALONSO SCHÖKEL, Diccionario bíblico hebreo-español, Trotta, Madrid 2008,
650-651.
10
6
a la identidad más profunda de YHWH, pues Dios es el Santo por excelencia (cf. Is 6,3)
y todo cuanto entra en relación con Él participa, de algún modo, de esta cualidad divina.
Por otro lado, la imposición de un nombre en la mentalidad bíblica no
corresponde a modas o a tradiciones familiares12. En él se está expresando la verdad
más honda de una realidad, de ahí que la primera tarea que se le ofrece al ser humano en
el segundo relato de la creación es poner nombre a lo creado y participar así de la obra
creadora de YHWH (cf. Gn 2,19-20). En el modo en que se denomina alguien está
expresada su identidad más profunda, aquella que solo Dios conoce. Esto explica la
frecuencia con la que ciertos personajes relevantes en la historia de Israel sufren un
cambio de nombre y reciben otro que corresponde mejor con su nueva misión (cf.
Gn 32,28-29; Mt 16,18).
Solo el Señor puede conocer por dentro a las personas, de ahí la afirmación de
que el Buen Pastor llama a cada oveja por su nombre (cf. Jn 10,3), y que al final
recibiremos una piedra blanca con un nombre nuevo que solo Él conoce (cf. Ap 2,17).
En esta misma línea de pensamiento, la manifestación de Dios llega a un punto
relevante cuando da a conocer su Nombre a Moisés (cf. Ex 3,14). Hasta tal punto se
expresa la identidad divina en la denominación de YHWH, que se prohíbe emplearlo
para jurar en falso (cf. Ex 20,7). Este mandamiento y la percepción de que nombrar algo
era, en realidad, dominarlo13, impulsó la práctica judía aún existente de evitar en lo
posible recurrir al tetragrama divino.
Recapitulando lo dicho hasta ahora, nos encontramos ante la petición de que la
identidad divina, cuanto Él es, sea “santificado”. La voz pasiva del verbo podría resultar
un “pasivo divino”, un giro lingüístico con el que se evitaría la mención directa de
YHWH. Así se estaría indicando que el sujeto de la acción que se desea es el mismo
Dios, que, por otro lado, es el único que hace posible que cualquier realidad pueda
entrar en el ámbito de la santidad que le es propio a Él. De este modo, parecería que nos
Sobre esta cuestión del nombre, H. BIETENHARD, “Nombre”, en L. COENEN – E. BEYREUTHER –
H. BIETENHARD (dir.), Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, vol. III, Ediciones Sígueme,
Salamanca 1986, 171-176.
13
Esta percepción de que nombrar es dominar se encuentra presente en algunos textos del NT. Así sucede
con la curación del endemoniado de Gerasa, donde el exorcismo se realiza cuando Jesús conoce el
nombre del espíritu inmundo (Mc 5,9).
12
7
encontamos ante una paradoja. ¿Cómo puede el orante pedir al Santo que todo cuanto Él
es sea “santificado”? Un texto del profeta Isaías puede, de algún modo, despejar esta
confusión:
“Por tanto, así dice YHWH, Dios de la casa de Jacob, el que rescató a Abrahán: «No se
avergonzará en adelante Jacob, ni en adelante su rostro palidecerá; pues cuando vea a sus hijos,
las obras que haré con él, santificará mi Nombre. Santificará al Santo de Jacob y respetará al
Dios de Israel»” (Is 29,22-23).
Tal y como vemos en este pasaje, el sentido de santificar apunta a que YHWH
sea reconocido y respetado. Que Él sea glorificado es consecuencia directa de cómo
actúa de modo favorable para con su pueblo. Así, es Dios mismo el que provoca con su
acción que Israel santifique su Nombre. Desde esta clave se percibe mejor que lo que se
está deseando en el PN es un acto benéfico y salvador por parte del Padre que impulse a
que las personas le ensalcen como solo Él se merece.
El modo de interpretar esta petición ha oscilado entre dos posturas: una
escatológica y otra parenética. Para algunos autores ciertos paralelos con algunas
plegarias judías14, el pasivo divino y la acción puntual hacia la que apunta el imperativo
aoristo llevan a considerar que lo que se está reclamando es una acción definitiva de
Dios con la que se culmine la historia y haga evidente su gloria15. Otros estudiosos, en
cambio, consideran que no estamos ante un pasivo divino, por lo que el sujeto de la
acción de santificar no es la divinidad. Sería el ser humano quien ha de glorificar al
Padre con sus vidas, lo que ya comienza a hacer el orante desde el momento en que
pronuncia esta frase del PN. De este modo, todas las dimensiones de la existencia
humana se ven implicadas y comprometidas en esta labor16.
14
Las semejanzas mayores se encuentran con una oración aramea denominada Qaddish (vydq) con la que
se terminaba el servicio en la sinagoga y cuyo origen se considera anterior al 70 d.C. Esta plegaria
comienza diciendo: “Exaltado y santificado sea tu gran Nombre, amén. En este mundo de Su creación que
creó conforme a su Voluntad; llegue su Reino pronto, germine la salvación y se aproxime la llegada del
Mesías, amén”. Cf. P. KNOBEL, “Qaddish”, en A. BERLIN (ed.), The Oxford Dictionary of the Jewish
Religion, Oxford University Press, New York – Oxford 2011, 595.
15
Esta es la postura clásica de Joachim Jeremias, que interpreta la globalidad del PN desde esta
perspectiva escatológica. Cf. J. JEREMIAS, o.c., 228-235.
16
El ejemplo más extremo de cómo comprender este deseo desde el compromiso ético humano es la
interpretación de Crossan, J.D. CROSSAN, Cuando oréis, decid: “Padre nuestro…”, Sal Terrae, Santander
2011, 76-91.
8
Desde nuestro punto de vista, ambas interpretaciones son compatibles y
complementarias. El anhelo de una culminación escatológica ha de ir de la mano con un
comportamiento y unas actitudes que, en sí, ensalcen a Aquél que nos trae la salvación.
Como la Iglesia insiste cada adviento, el grito del Espíritu y la Novia sigue siendo
“¡Ven!” (cf. Ap 22,17), pero esta ansia no resta un ápice al compromiso ético de quien
sabe que su vida ha de ser “agradable a Dios” (cf. Rom 12,1-2). La acción divina y la
humana confluirían así santificando el Nombre del Padre, del mismo modo que sucede
con el siguiente deseo.
3.2 “Venga tu Reino”
“Venga tu Reino (ἐλθέτω ἡ βασιλεία σου)” (Mt 6,10; Lc 11,2).
Este imperativo en voz activa nos sitúa ante el núcleo de la predicación de Jesús
tal y como los evangelios nos la presentan. Las palabras y gestos del Nazareno no son
sino un anuncio de que “el Reino de Dios está cerca” (cf. Mc 1,15). Presentar aquí un
estudio sobre las implicaciones teológicas del sintagma Reino de Dios desborda con
mucho el objetivo de este artículo17, pero sí recordamos que este se refiere a YHWH
actuando como Rey.
A lo largo de la historia de Israel se fue haciendo fuerte la percepción de Dios
como el único monarca del pueblo, aunque esto no se contradijera con que diferentes
personajes fueran realizando esta función ante Israel de modo subrogado. El rey era el
delegado de YHWH que debía asumir como suyas las responsabilidades de protección y
justicia necesarias para que sus súbditos vivieran en armonía y paz.
Simplificando mucho diremos que el devenir de la historia, el fracaso de la
monarquía a la hora de responder a tales expectativas y el fin de esta institución
impulsaron el deseo de que Dios diera un “golpe de mesa” y actuara de forma definitiva
en el cotidiano vivir de Israel. De este modo, vinculadas al anhelo de este actuar
benéfico, las esperanzas mesiánicas se hicieron fuertes y, con frecuencia, aparecieron
Podemos adquirir una visión global en, B. KLAPPERT, “Reino”, en L. COENEN – E. BEYREUTHER –
H. BIETENHARD (dir.), Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, vol. IV, Ediciones Sígueme,
Salamanca 1987, 70-82.
17
9
conectadas con una imagen idealizada del rey David18. Los cristianos confesamos que
Jesucristo mismo es esa acción salvífica decisiva que YHWH ha realizado en la historia
y que, con Él, se hace presente el Reino de Dios que espera su consumación al final de
los tiempos.
Esta petición del PN, que pone el acento del “todavía no” de un Reino que “ya
sí” está presente, parece especificar el deseo que le precede. Y es que el reinado divino
es una acción salvífica del Padre con la que Él santifica su Nombre y que, además,
induce a reconocerle y a glorificarle. En estas palabras vuelven a confluir la acción
divina y el compromiso humano, pues si la culminación del Reino solo puede venir por
parte de Dios, quienes expresamos este deseo nos comprometemos a colaborar con
nuestra existencia en esta tarea.
La versión de Lucas termina aquí con esta sección del PN, pero Mateo completa
la tríada con otro deseo que, de nuevo, concreta los imperativos anteriores: el Nombre
será santificado en la medida en que venga el Reino y se cumpla la Voluntad divina.
3.3 “Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo”
“Hágase tu Voluntad (γενηθήτω τὸ θέλημά σου) así en la tierra como en el cielo (ὡς ἐν οὐρανῷ καὶ
ἐπὶ γῆς)” (Mt 6,10).
A Mateo le ocupa y le preocupa mucho la cuestión de la voluntad divina, pues
este tema atraviesa las líneas de todo su relato19. De ahí que el hecho de introducir este
deseo resulte coherente con la teología del primer evangelio. Que la vida del discípulo
responda al querer del Padre es fundamental para este evangelista. Esta coletilla
mateana no puede ser analizada de forma separada a la otra ocasión en la que el
18
José Luis Sicre ofrece un recorrido cronológico sencillo que pone luz al complejo tema del mesianismo
en el AT. J.L. SICRE, De David al Mesías. Textos básicos de la esperanza mesiánica, Verbo Divino,
Estella 1995.
19
Sobre esta cuestión, José Antonio Badiola ha investigado ampliamente. Fruto de este estudio es,
J.A. BADIOLA SAENZ DE UGARTE, La voluntad de Dios Padre en el Evangelio de Mateo, ESET, VitoriaGasteiz 2009. Publicó de forma abreviada las conclusiones de su tesis en, J.A. BADIOLA SAENZ DE
UGARTE, “La voluntad de Dios Padre en el evangelio de Mateo. Conclusiones”, Scriptorium Victoriense
58 (2011) 7-36.
10
evangelista emplea la misma expresión: la oración de Jesús antes de su pasión (Mt 6,10;
26,42: γενηθήτω τὸ θέλημά σου).
Los paralelismos entre el PN y la escena en Getsemaní son notorios. Además de
recurrir exactamente a la misma frase, ambas escenas se sitúan en un contexto oracional
y en las dos se exhorta a no caer en la tentación (Mt 6,13: μὴ εἰσενέγκῃς ἡμᾶς εἰς
πειρασμόν; Mt 26,41: μὴ εἰσέλθητε εἰς πειρασμόν). Mateo presenta de este modo al
Maestro como el modelo de persona orante para todo discípulo, y su forma de acoger la
voluntad divina en la entrega de la propia vida se ofrece como paradigma que debería
guiar la existencia de quienes le siguen.
En nuestro momento sociológico, en el que cualquier forma de autoridad se
percibe como amenaza de la propia libertad, puede rechinar este afán por poner por
delante del propio querer el de otra persona. Con todo, no hay libertad ni amor mayor
que entregar la vida a otro, sobre todo cuando el interés fundamental de ese “otro” es
precisamente salvarnos, como sucede con el Padre.
El sueño de Dios no es arbitrario, sino que persigue siempre un beneficio para la
humanidad, de ahí que se solicite que su cumplimiento se realice en el mundo del
mismo modo que está consumado en el espacio divino que es el cielo (Mt 6,10: ὡς ἐν
οὐρανω). Mencionar el cielo y la tierra es un recurso poético frecuente en la Escritura
que se denomina expresión polar y al que se recurre para expresar la totalidad de algo
nombrando solo sus extremos20. Se expresa así el deseo de que el querer del Padre
envuelva toda la realidad y nada se escape de su poder creador.
La acción salvífica, que es el más profundo anhelo del Padre, implica una vida
entregada hasta sus últimas consecuencias al estilo de Jesús. Se hace así aún más
evidente que también esta petición puede ser comprendida, como las dos anteriores,
desde una perspectiva ética o una escatológica, es decir, como una tarea humana o una
labor exclusiva de Dios. Una vez más, también ahora el compromiso del orante por
comprometerse en acoger la voluntad divina puede ir de la mano con su deseo de que Él
realice de modo definitivo esa acción salvífica que culminará la historia.
20
Sobre este recurso cf. L. ALONSO SCHÖKEL, Manual de poética hebrea, Ediciones Cristiandad, Madrid
1987, 113-117.
11
Como ya hemos dicho, la última frase permite la transición de una sección que
mira “al cielo” a otra que se ocupa de “la tierra”. De esta última nos encargamos a
continuación.
4. Tres peticiones: Pan, perdón y tentación
“Nuestro pan cotidiano dánosle hoy (τὸν ἄρτον ἡμῶν τὸν ἐπιούσιον δὸς ἡμῖν σήμερον); y
perdónanos nuestras deudas (καὶ ἄφες ἡμῖν τὰ ὀφειλήματα ἡμῶν), así como nosotros hemos
perdonado a nuestros deudores (ὡς καὶ ἡμεῖς ἀφήκαμεν τοῖς ὀφειλέταις ἡμῶν); y no nos dejes caer
en tentación (καὶ μὴ εἰσενέγκῃς ἡμᾶς εἰς πειρασμόν), mas líbranos del mal (ἀλλὰ ῥῦσαι ἡμᾶς ἀπὸ
τοῦ πονηρου)” (Mt 6,11-13).
“Danos cada día nuestro pan cotidiano (τὸν ἄρτον ἡμῶν τὸν ἐπιούσιον δίδου ἡμῖν τὸ καθ᾽ ἡμέραν),
y perdónanos nuestros pecados (καὶ ἄφες ἡμῖν τὰς ἁμαρτίας ἡμῶν), porque también nosotros
perdonamos a todo el nos debe (καὶ γὰρ αὐτοὶ ἀφίομεν παντὶ ὀφείλοντι ἡμῖν), y no nos dejes caer
en tentación (καὶ μὴ εἰσενέγκῃς ἡμᾶς εἰς πειρασμόν)” (Lc 11,3-4).
Si en los versículos anteriores se repetía de forma rítmica el pronombre personal
de segunda persona (σου), ahora sucede algo similar con el pronombre de primera
persona del plural, cuya presencia en los distintos casos atraviesa las frases que
concluyen el PN (ἡμεῖς; ἡμᾶς; ἡμῶν; ἡμῖν). De este modo, las tres peticiones que se
dirigen al Padre, unidas entre sí por la conjunción copulativa “y” (καὶ), afectan de forma
directa a los orantes.
La tríada de peticiones concentra las principales diferencias entre la versión
mateana y la lucana, aunque en los dos textos las peticiones se centran en tres realidades
que vamos a atender: pan, perdón y tentación
4.1 El pan cotidiano
“Nuestro pan cotidiano dánosle hoy (τὸν ἄρτον ἡμῶν τὸν ἐπιούσιον δὸς ἡμῖν σήμερον)” (Mt 6,11).
“Danos cada día nuestro pan cotidiano (τὸν ἄρτον ἡμῶν τὸν ἐπιούσιον δίδου ἡμῖν τὸ καθ᾽ ἡμέραν)”
(Lc 11,3).
Esta petición presenta una de las mayores dificultades textuales del PN. La
palabra ἐπιούσιος no se encuentra en ningún otro lugar y desconocemos el sentido exacto
12
del término21. Desde su análisis etimológico habría al menos tres líneas de
interpretación del vocablo. La primera posibilidad es que se estuviera pidiendo el “pan
esencial” (ἐπί + οὐσία), en el sentido de aquel que es necesario para la existencia
humana. Una segunda opción es que lo que se reclamara fuera el “pan para hoy” (ἐπί +
οὖσα) o el cotidiano. La última alternativa es que se remita al “pan para el (día) que
viene” (ἐπιοῦσα), para el mañana.
Aunque la tendencia interpretativa habitual suele ser la segunda propuesta, hay
dos criterios que hacen plausible también la última. La primera razón es que existen
términos griegos que expresarían mejor la idea de cotidianeidad que ἐπιούσιος. Un
segundo argumento es el testimonio de San Jerónimo sobre una versión aramea en el
llamado evangelio de los Hebreos22. Según el santo, este texto recurriría al término
mañana para determinar el pan que se pide (rxm), lo que ofrecería un paralelismo
convincente con el hoy que emplea Mateo (σήμερον). Desde esta línea, la demanda del
PN se situaría en coherencia con la tradición del Éxodo sobre el maná:
“Moisés les dijo: «Este es el pan que YHWH os da de comer. Esto es lo que manda YHWH: Que
cada uno recoja cuanto necesite para comer, un ómer por cabeza, según el número de personas
que vivan en su tienda». Así lo hicieron los israelitas; unos recogieron más y otros menos. Al
medirlo con el ómer, no sobraba al que había recogido más, ni faltaba al que había recogido
menos. Cada uno había recogido lo que necesitaba para comer. Moisés les dijo: «Que nadie
guarde nada para mañana»” (Ex 16,15b-19).
Desde el telón de fondo de este pasaje veterotestamentario, se puede percibir que
la percepción del “pan necesario”, el “pan cotidiano” y el “pan de mañana” no difieren
mucho entre sí. En realidad, se trata de reclamar del Señor solo aquello que se requiere,
ni más ni menos23. Por desgracia forma parte de nuestra experiencia cotidiana que
acaparar los bienes de la tierra está empujando a la precariedad a dos tercios de la
21
Para un análisis detenido de las posibles interpretaciones del vocablo, cf. J. JEREMIAS, o.c., 229-231;
W. MUNDLE, “Pan cotidiano, diario”, en L. COENEN – E. BEYREUTHER – H. BIETENHARD (dir.), o.c., vol.
III, 283-284; J.A. FITZMYER, El Evangelio según Lucas III, 317-320; U. LUZ, o.c., 482-486; F. BOVON,
o.c., 167-170.
22
Parece que se trataba de un evangelio judeocristiano de carácter sincrético que solo conocemos por las
referencias de algunos Santos Padres.
23
Se trata de una petición similar a la que realiza el sabio en Proverbios: “No me des pobreza ni riqueza,
asígname mi ración de pan; pues, si estoy saciado, podría renegar de ti y decir: «¿Quién es YHWH?», y si
estoy necesitado, podría robar y ofender el nombre de mi Dios” (Prov 30,8b-9).
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humanidad. Contentarse con recibir como don aquello que satisface la necesidad
posibilita una relación armónica con la creación y con los demás seres humanos.
Pero lo que para Mateo era una acción puntual para el hoy, Lucas lo adapta a su
percepción de que el final escatológico es menos inminente. Al cambiar el tiempo del
imperativo, del aoristo al presente, el tercer evangelista otorga un matiz de continuidad
que no tiene la versión mateana, centrada en el hoy inmediato. Este acento queda aún
más subrayado al considerar que este recibir permanente de Dios ha de ser cada día
(καθ᾽ ἡμέραν). La frase del PN expresa la mirada creyente de quien sabe que el sustento
no es solo fruto del propio trabajo, sino que ha de ser acogido como un regalo
inmerecido, y, del mismo modo, manifiesta la confianza de que nuestras vidas están en
manos del Padre que, cada jornada, cuida de modo providente a todas sus criaturas.
4.2 El perdón
“Y perdónanos nuestras deudas (καὶ ἄφες ἡμῖν τὰ ὀφειλήματα ἡμῶν), así como nosotros hemos
perdonado a nuestros deudores (ὡς καὶ ἡμεῖς ἀφήκαμεν τοῖς ὀφειλέταις ἡμῶν)” (Mt 6,12).
“Y perdónanos nuestros pecados (καὶ ἄφες ἡμῖν τὰς ἁμαρτίας ἡμῶν), porque también nosotros
perdonamos a todo el nos debe (καὶ γὰρ αὐτοὶ ἀφίομεν παντὶ ὀφείλοντι ἡμῖν)” (Lc 11,4).
La petición de perdón concentra algunas divergencias entre el texto mateano y el
lucano. La primera de ellas afecta al vocablo deuda (ὀφείλημα) que utiliza el primer
evangelio y que el tercero sustituye por el término teológico pecado (ἁμαρτία). Este
cambio evidencia dos mentalidades diversas en ambos evangelistas. Si Mateo expresa
una mentalidad semita en la se habla de deuda para referirse al pecado, esta palabra
tiene solo contornos profanos desde la perspectiva griega de Lucas, de ahí su necesidad
de explicitar la idea de trasgresión contra Dios recurriendo a pecado. Con esta opción el
sentido se mantiene, pero se pierde el paralelismo con la referencia a quienes nos deben
que conservan las dos versiones (τοῖς ὀφειλέταις ἡμῶν ἡμῶν - παντὶ ὀφείλοντι ἡμῖν).
Otra diferencia entre ambos pasajes afecta a la relación entre el perdón divino y
el humano. La formulación de Mateo pone nuestra propia capacidad de perdonar como
modelo de la clemencia que se reclama. La medida del perdón de Dios será semejante al
que ya hemos propiciado a otros, tal y como subraya el verbo en aoristo (ἡμεῖς
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ἀφήκαμεν). De alguna manera está recuperando algo que este evangelista ya había
formulado en el capítulo anterior: la exigencia de reconciliarse primero con los demás
antes de restablecer la relación con el Señor (cf. Mt 5,23-24). Esta misma percepción
aparece también en Marcos:
“Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también
vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas” (Mc 11,25).
Lucas, por su parte, al preferir el verbo en presente (ἀφίομεν) parece apuntar
hacia una acción que se realiza mientras se ora. Desde esta perspectiva, el hecho de
solicitar del Padre su misericordia debería suscitar de forma necesaria un perdón por
nuestra parte que no admite excepciones, pues se ha de dirigir a todos (παντὶ). Se
evidencia así que ambos pasajes subrayan de modos distintos el compromiso con la
misericordia de quien pronuncie el PN.
La exigencia de que la relación con Dios no se viva de modo separado de las que
mantenemos con los hermanos atraviesa la Escritura desde sus inicios. Igual que los
profetas denunciaron cualquier expresión cultual que no fuera acorde con la justicia
social (cf. Is 1,10-20), no podemos rezar el PN sin que nos sintamos implicados en la
siempre compleja tarea de restaurar las relaciones rotas. Se hace así evidente algo que
atraviesa toda la plegaria: la estrecha vinculación entre el actuar divino y el humano.
4.3 La tentación
“Y no nos dejes caer en tentación (καὶ μὴ εἰσενέγκῃς ἡμᾶς εἰς πειρασμόν), mas líbranos del mal
(ἀλλὰ ῥῦσαι ἡμᾶς ἀπὸ τοῦ πονηρου)” (Mt 6,13).
“Y no nos dejes caer en tentación (καὶ μὴ εἰσενέγκῃς ἡμᾶς εἰς πειρασμόν)” (Lc 11,4).
Las traducciones que manejamos no expresan el desconcierto que puede
provocar el término griego empleado en esta última petición. El verbo al que recurren
ambas versiones significa introducir, llevar hacia dentro (εἰσφέρω). Literalmente se está
reclamando: “no nos introduzcas en tentación” o “no nos pongas a prueba”24. Nos
enfrentamos a una percepción teológica muy presente en la Escritura que reconoce a
Fitzmyer tiene un estudio detenido de esta expresión en, J.A. FITZMYER, “And Lead Us Not into
Temptation”, Biblica 84 (2003) 259-273.
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YHWH implicado en todo lo que le sucede a su pueblo, incluso en la tentación o la
prueba. De este modo, la mentalidad bíblica no diferencia entre lo que Dios desea y lo
que, por respeto absoluto a la libertad humana, quiere permitir.
Esta claro que nos cuesta compartir esta tendencia a atribuir al Padre toda
acción, incluso la humana, de ahí que la tendencia sea a traducir esta frase en clave
permisiva. Se expresa así cómo, una vez más, en la compleja tarea de evitar tropezar en
la prueba confluyen tanto la libertad humana como el cuidado divino.
La pregunta que nos surge es ante qué tentación (πειρασμός) somos vulnerables
y se pide estar protegidos. Quienes muestran una tendencia mayor a comprender el PN
desde una perspectiva escatológica, consideran que se trata de la “tentación final” de
apostatar. Otros, en cambio, apuntan hacia un sentido más global de la prueba, en línea
con la recomendación sapiencial del Eclesiástico:
“Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba (πειρασμός). Endereza tu
corazón, mantente firme, y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes,
para que seas exaltado en tu final. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en las humillaciones, sé
paciente. Porque en el fuego se purifica el oro, y los que agradan a Dios, en el horno de la
humillación. Confía en él, y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él” (Eclo 2,1-6).
La dificultad es comprendida como el modo de purificar la existencia creyente y,
mientras se insta a la paciencia firme, también se exhorta a confiar en la ayuda divina.
En esta misma percepción de la prueba se mueve la petición del PN. Del mismo modo
que Jesucristo fue tentado a lo largo de su existencia, también el orante ha de
enfrentarse a situaciones que puede evidenciar la calidad de la propia fe. No existe la
inmunidad contra la tentación, pero sí la confianza en la asistencia divina que expresa la
petición.
Mateo, como ya había hecho al final de la primera parte del PN, también ahora
prolonga la petición con una expresión paralela a la anterior. Ha existido alguna
discusión sobre si hay que interpretar el término mal como neutro o como masculino,
pues ambos géneros son iguales para el adjetivo griego en caso genitivo. De este modo,
no podemos diferenciar si de lo que hemos de ser librados es del mal (πονερόν) o del
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malo (πονερός). El modo en que otros textos antiguos interpretan esta petición25, el uso
habitual que Mateo hace de este adjetivo y la poca costumbre en el judaísmo de llamar
malo a Satán son argumentos que impulsan a considerarlo neutro. Esta última frase ha
de comprenderse en relación a la anterior, pues ser librados del mal que subyace a la
tentación es semejante a no caer en ella.
5. Conclusión
Las realidades más importantes de nuestra existencia son un don inmerecido que
no se alcanza a golpe de esfuerzo. Del mismo modo, la oración que nos caracteriza a los
seguidores de Jesús pone el acento más en pedir que en hacer. Pero entre las líneas de
esta plegaria confluyen el anhelo de la acción divina y la implicación comprometida del
orante. El sueño del padre y el de sus hijos convergen en unas palabras que, si les
dejamos, nos movilizan por dentro, combinando con sabiduría el arte de recibir y dar, de
acoger y actuar.
El “ya sí pero todavía no” que caracteriza a la escatología cristiana se hace
palpable en esta plegaria. Con sus palabras la esperanza se mantiene siempre despierta y
abierta a un final en el que “nadie estará triste, nadie tendrá que llorar” (Plegaria
Eucarística III). Pero, a la vez, nos exige una mirada asombrada y atenta a un actuar que
se va realizando en el ya de nuestra vida cotidiana. Es ahora cuando recibimos las
primicias de aquello que se colmará al final de la historia.
Con esta oración realizamos el atrevimiento inaudito de pronunciar la misma
plegaria que movilizó la vida de Jesucristo. En el PN nos asomamos con reverencia al
corazón del único que puede llamar a Dios “Padre” con propiedad, para hacer nuestras
la confianza y la pasión que rezumaba su existencia. Que la costumbre de rezar el PN no
mitigue la consciencia de pisar “tierra sagrada”. Que, como soñaba el poeta, “no hagan
callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo” (León Felipe).
Sirva de ejemplo a oración de la didaché: “Acuérdate, Señor, de tu Iglesia para librarla de todo mal
(ἀπὸ παντὸς πονηροῦ) y perfeccionarla en tu amor” (Did X,5). Según la traducción de, J.J. AYÁN,
Didaché. Doctrina Apostolorum. Epístola del Pseudobernabé, Ciudad Nueva, Madrid 1992,101.
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