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Hist oria de la locura en la época clásica I por MI CHEL FOUCAULT Traducción de Juan José Ut rilla h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com Prim era edición en francés, 1964 Segunda edición en francés, 1972 Prim era edición en español ( FCE, México) , 1967 Segunda reim presión ( FCE, Colom bia) , 1998 Tít ulo original: Hist oire de la folie à l'âge classique D. R. © 1964, Plon, Paris D. R. © 1972, Edit ions Gallim ard, Paris D. R. © 1967, Fondo de Cult ura Económ ica D. R. © 1986, Fondo de Cult ura Económ ica, S. A. de C. V. Avenida de la Universidad 975; 03100, México, D. F. D. R. © 1993, Fondo de Cult ura Económ ica Lt da. Carrera 16 No. 80- 18, Sant afé de Bogot á, D. C. I SBN 958- 9093- 84- I ( Obra com plet a) I SBN 958- 9093- 85- X ( volum en I ) I m preso en Colom bia 2 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com PRÓLOGO Para est e libro ya viej o debería yo escribir un nuevo prólogo. Mas confieso que la idea m e desagrada, pues, por m ás que yo hiciera, no dej aría de querer j ust ificarlo por lo que era y de reinscribirlo, hast a donde pudiera, en lo que acont ece hoy. Posible o no, hábil o no, eso no sería honrado. Sobre t odo, no sería conform e a com o, en relación a un libro, debe ser la reserva de quien lo ha escrit o. Se produce un libro: acont ecim ient o m inúsculo, pequeño obj et o m anuable. Desde ent onces, es arrast rado a un incesant e j uego de repet iciones; sus " dobles" , a su alrededor y m uy lej os de él, se ponen a pulular; cada lect ura le da, por un inst ant e, un cuerpo im palpable y único; circulan fragm ent os de él m ism o que se hacen pasar por él, que, según se cree, lo cont ienen casi por ent ero y en los cuales finalm ent e, le ocurre que encuent ra refugio; los com ent arios lo desdoblan, ot ros discursos donde finalm ent e debe aparecer él m ism o, confesar lo que se había negado a decir, librarse de lo que ost ent osam ent e sim ulaba ser. La reedición en ot ro m om ent o, en ot ro lugar es t am bién uno de t ales dobles: ni com plet a sim ulación ni com plet a ident idad. Grande es la t ent ación, para quien escribe el libro, de im poner su ley a t oda esa profusión de sim ulacros, de prescribirles una form a, de darles una ident idad, de im ponerles una m arca que dé a t odos ciert o valor const ant e. " Yo soy el aut or: m irad m i rost ro o m i perfil; est o es a lo que deben parecerse t odas esas figuras calcadas que van a circular con m i nom bre; aquellas que se le apart en no valdrán nada; y es por su grado de parecido com o podréis j uzgar del valor de las dem ás. Yo soy el nom bre, la ley, el alm a, el secret o, el equilibrio de t odos esos dobles m íos. " Así se escribe el prólogo, prim er act o por el cual em pieza a est ablecerse la m onarquía del aut or, declaración de t iranía: m i int ención debe ser vuest ro precept o, plegaréis vuest ra lect ura, vuest ros análisis, vuest ras crít icas, a lo que yo he querido hacer. Com prended bien m i m odest ia: cuando hablo de los lím it es de m i em presa, m i int ención es reducir vuest ra libert ad; y si proclam o m i convicción de no haber est ado a la alt ura de m i t area, es porque no quiero dej aros el privilegio de oponer a m i libro el fant asm a de ot ro, m uy cercano a él, pero m ás bello. Yo soy el m onarca de las cosas que he dicho y ej erzo sobre ellas un im perio em inent e: el de m i int ención y el del sent ido que he deseado darles. Yo quiero que un libro, al m enos del lado de quien lo ha escrit o, no sea m ás que las frases de que est á hecho; que no se desdoble en el prólogo, ese prim er sim ulacro de sí m ism o, que pret ende im poner su ley a t odos los que, en el fut uro, podrían form arse a part ir de él. Quiero que est e obj et oacont ecim ient o, casi im percept ible ent re t ant os ot ros, se re- copie, se fragm ent e, se repit a, se im it e, se desdoble y finalm ent e desaparezca sin que aquel a quien le t ocó producirlo pueda j am ás reivindicar el derecho de ser su am o, de im poner lo que debe decir, ni de decir lo que debe ser. En sum a, quiero que un libro no se dé a sí m ism o ese est at ut o de t ext o al cual bien sabrán reducirlo la pedagogía y la crít ica; pero que no t enga el desparpaj o de present arse com o discurso: a la vez bat alla y arm a, est rat egia y choque, lucha y t rofeo o herida, coyunt ura y vest igios, cit a irregular y escena respet able. Por eso, a la dem anda que se m e ha hecho de escribir un nuevo prólogo para est e libro reedit ado, sólo he podido responder una cosa: suprim am os el ant iguo. Eso sería lo honrado. No t rat em os de j ust ificar est e viej o libro, ni de re- inscribirlo en el present e; la serie de acont ecim ient os a los cuales concierne y que son su verdadera ley est á lej os de haberse cerrado. En cuant o a novedad, no finj am os descubrirla en él, com o una reserva secret a, com o una riqueza ant es inadvert ida: sólo est á hecha de las cosas que se han dicho acerca de él, y de los 3 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com acont ecim ient os a que ha sido arrast rado. Me cont ent aré con añadir dos t ext os: uno, ya publicado, en el cual com ent o una frase que dij e un poco a ciegas: " la locura, la falt a de obra" ; el ot ro inédit o en Francia, en el cual t rat o de cont est ar a una not able crít ica de Derrida. —Pero ¡ust ed acaba de hacer un prólogo! —Por lo m enos es breve MlCHEL FOUCAULT 4 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com PRI MERA PARTE 5 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com I . " STULTI FERA NAVI S" Al final de la Edad Media, la lepra desaparece del m undo occident al. En las m árgenes de la com unidad, en las puert as de las ciudades, se abren t errenos, com o grandes playas, en los cuales ya no acecha la enferm edad, la cual, sin em bargo, los ha dej ado est ériles e inhabit ables por m ucho t iem po. Durant e siglos, est as ext ensiones pert enecerán a lo inhum ano. Del siglo XI V al XVI I , van a esperar y a solicit ar por m edio de ext raños encant am ient os una nueva encarnación del m al, una m ueca dist int a del m iedo, una m agia renovada de purificación y de exclusión. Desde la Alt a Edad Media, hast a el m ism o fin de las Cruzadas, los leprosarios habían m ult iplicado sobre t oda la superficie de Europa sus ciudades m aldit as. Según Mat eo de París, había hast a 19 m il en t oda la Crist iandad. 1 En t odo caso, hacia 1266, en la época en que Luis VI I I est ableció en Francia el reglam ent o de leprosarios, se hace un censo y son m ás de 2 m il. Hubo 43 leprosarios solam ent e en la diócesis de París: se cont aban ent re ellos Burg- le- Reine, Corbeil, Saint Valère, y el siniest ro Cham p- Pourri; est aba t am bién Charent on. Los dos m ás grandes se encont raban en la inm ediat a proxim idad de París y eran Saint Germ ain y Saint - Lazare: 2 volverem os a encont rar su nom bre en la hist oria de ot ra enferm edad. Después del siglo XV se hace el vacío en t odas part es; Saint Germ ain, desde el siguient e siglo, se vuelve una correccional para m uchachas; y ant es de que llegue San Vicent e, ya no queda en Saint - Lazare m ás que un solo leproso, " el señor de Langlois, abogado en la cort e civil" . El leprosario de Nancy, que figura ent re los m ás grandes de Europa, cuent a solam ent e con cuat ro enferm os durant e la regencia de María de Médicis. Según las Mém oires de Cat el, exist ían 29 hospit ales en Tolosa hacia el fin de la Edad Media, de los cuales siet e eran leprosarios; pero a principios del siglo XVI I se m encionan t res solam ent e: Saint - Cyprien, Arnaud- Bernard y Saint - Michel. 3 Se celebra con gust o la desaparición de la lepra: en 1635 los habit ant es de Reim s hacen una procesión solem ne para dar gracias a Dios por haber librado a la ciudad de aquel azot e. 4 Desde hacía ya un siglo, el poder real había em prendido el cont rol y la reorganización de la inm ensa fort una que represent aban los bienes inm uebles de las leproserías; por m edio de una ordenanza del 19 de diciem bre de 1543, Francisco I había ordenado que se hiciera un censo y un invent ario " para rem ediar el gran desorden que exist ía ent onces en los leprosarios" ; a su vez, Enrique I V prescribió en un edict o de 1606 una revisión de cuent as, y afect ó " los dineros que se conseguirían en est a búsqueda al m ant enim ient o de gent ileshom bres pobres y soldados baldados" . El 24 de oct ubre de 1612 se vuelve a ordenar el m ism o cont rol, pero est a vez se decide que se ut ilicen los ingresos excesivos para dar de com er a los pobres. 5 En realidad, la cuest ión de los leprosarios no se arregló en Francia ant es del fin del siglo XVI I , y la im port ancia económ ica del problem a suscit ó m ás de un conflict o. ¿No exist ían aún, en el año de 1677, 44 leprosarios solam ent e en la provincia del Delfinado?6 El 20 de febrero de 1672, Luis XI V ot orga a las órdenes de San Lázaro y del Mont e Carm elo los bienes de t odas las órdenes hospit alarias 1 2 3 4 5 6 Cit ado en Collet , Vie de Saint Vincent de Paul, 1. París, 1818, p. 293. Cf. J. Lebeuf, Hist oire de la ville et de t out le diocèse de Paris, Paris, 1754- 1758. Cit ado en H. M. Fay, Lépreux et cagot s du Sud- Ouest , París, 1910, p. 285. P.- A. Hildenfinger, La Léproserie de Reim s du XI I e au XVI I E siècle, Reim s, 1906, p. 233. Delam are, Trait é de Police, París, 1738, t . I , pp. 637- 639. Valvonnais, Hist oire du Dauphiné, t . I I , p. 171. 6 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com y m ilit ares; se les encarga adm inist rar los leprosarios del reino. 7 Unos veint e años m ás t arde se revoca el edict o de 1672 y por una serie de m edidas escalonadas, de m arzo de 1693 a j ulio de 1695, los bienes de los leprosarios deberán afect arse en adelant e a los ot ros hospit ales y est ablecim ient os de asist encia. Los pocos leprosos dispersos aún en las 1200 casas que t odavía exist en, serán reunidos en Saint - Mesm in, cerca de Orleáns. 8 Est as prescripciones se aplican prim eram ent e en París, donde el Parlam ent o t ransfiere los ingresos en cuest ión al Hôpit al Général: el ej em plo es im it ado por las j urisdicciones provinciales; Tolosa afect a los bienes de sus leprosarios al hospit al de los incurables ( 1696) ; los de Beaulieu, en Norm andía, pasan al Hôt el- Dieu de Caen; los de Voley son ot orgados al hospit al de Saint e- Foy. 9 Sólo, con Saint - Mesm in, el recint o de Ganet s, cerca de Burdeos, quedará com o t est im onio. Para un m illón y m edio de habit ant es, exist ían en el siglo XI I , en I nglat erra y Escocia, 220 leprosarios. Pero en el siglo XI V el vacío com ienza a cundir; cuando Ricardo I I I ordena una invest igación acerca del hospit al de Ripon, en 1342, ya no hay ningún leproso, y el rey concede a los pobres los bienes de la fundación. El arzobispo Puisel había fundado a finales del siglo XI I un hospit al, en el cual, en 1434, solam ent e se reservaban dos plazas para leprosos, y eso si se pudiera encont rar alguno. 10 En 1348 el gran leprosario de Saint - Alban t iene solam ent e t res enferm os; el hospit al de Rom m enall, en Kent , es abandonado veint icuat ro años m ás t arde, pues no hay leprosos. En Chat am , el lazaret o de San Bart olom é, est ablecido en 1078, había sido uno de los m ás im port ant es de I nglat erra; durant e el reinado de I sabel no t iene ya sino dos pacient es, y es suprim ido finalm ent e en 1627. 11 El m ism o fenóm eno de desaparición de la lepra ocurre en Alem ania, aunque quizás allí la enferm edad ret roceda con m ayor lent it ud; igualm ent e observam os la conversión de los bienes de los leprosarios ( conversión apresurada por la Reform a, igual que en I nglat erra) en fondos adm inist rados por las ciudades, dest inados a obras de beneficencia y est ablecim ient os hospit alarios; así sucede en Leipzig; en Munich, en Ham burgo. En 1542, los bienes de los leprosarios de Schleswig- Holst ein son t ransferidos a los hospit ales. En St ut t gart , el inform e de un m agist rado, de 1589, indica que desde cincuent a años at rás no exist en leprosos en la casa que les fuera dest inada. En Lipplingen, el leprosario es ocupado rápidam ent e por incurables y por locos. 12 Ext raña desaparición es ést a, que no fue lograda, indudablem ent e, por las oscuras práct icas de los m édicos: m ás bien debe de ser result ado espont áneo de la segregación, así com o consecuencia del fin de las Cruzadas, de la rupt ura de los lazos de Europa con Orient e, que era donde se hallaban los focos de infección. La lepra se ret ira, abandonando lugares y rit os que no est aban dest inados a suprim irla, sino a m ant enerla a una dist ancia sagrada, a fij arla en una exalt ación inversa. Lo que durará m ás t iem po que la lepra, y que se m ant endrá en una época en la cual, desde m uchos años at rás, los leprosarios est án vacíos, son los valores y las im ágenes que se habían unido al personaj e del leproso; perm anecerá el sent ido de su exclusión, la im port ancia en el grupo social de est a figura insist ent e y t em ible, a la cual no se puede apart ar sin haber t razado ant es alrededor de ella un círculo sagrado. 7 L. Cibrario, Précis hist orique des ordres religieux de Saint - Lazare et de Saint - Maurice, Lyon, 1860. Rocher, Not ice hist orique sur la m aladrerie de Saint - Hilaire- Saint - Mesm in, Orléans, 1866. 9 J.- A. Ulysse Chevalier, Not ice hist orique sur la m aladrerie de Voley près Rom ans, Rom ans, 1870, p. 61. 10 John Morrisson Hobson, Som e early and lat er Houses of Pit t y, pp. 12- 13. 11 Ch. A. Mercier, Leper Houses and Medieval Hospit als, p. 19. 12 Virchow, Archiv zur Geschicht e des Aussat zes, t . XI X, pp. 71 y 80; t . XX. p. 511. 8 7 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com Aunque se ret ire al leproso del m undo y de la com unidad de la I glesia visible, su exist encia, sin em bargo, siem pre m anifiest a a Dios, puest o que es m arca, a la vez, de la cólera y de la bondad divinas. " Am igo m ío —dice el rit ual de la iglesia de Vienne—, le place a Nuest ro Señor que hayas sido infect ado con est a enferm edad, y t e hace Nuest ro Señor una gran gracia, al querert e cast igar por los m ales que has hecho en est e m undo. " En el m ism o m om ent o en que el sacerdot e y sus asist ent es lo arrast ran fuera de la I glesia gressu ret rogrado, se le asegura al leproso que aún debe at est iguar ant e Dios. " Y aunque seas separado de la I glesia y de la com pañía de los Sant os, sin em bargo, no est ás separado de la gracia de Dios. " Los leprosos de Brueghel asist en de lej os, pero para siem pre, a la ascensión del Calvario, donde t odo un pueblo acom paña a Crist o. Y t est igos hierát icos del m al, logran su salvación en est a m ism a exclusión y gracias a ella: con una ext raña reversibilidad que se opone a la de los m érit os y plegarias, son salvados por la m ano que no les es t endida. El pecador que abandona al leproso en su puert a, le abre las puert as de la salvación. " Por que t engas paciencia en t u enferm edad; pues Nuest ro Señor no t e desprecia por t u enferm edad, ni t e apart a de su com pañía; pues si t ienes paciencia t e salvarás, com o el ladrón que m urió delant e de la casa del nuevo rico y que fue llevado derecho al paraíso. " 13 El abandono le significa salvación; la exclusión es una form a dist int a de com unión. Desaparecida la lepra, olvidado el leproso, o casi, est as est ruct uras perm anecerán. A m enudo en los m ism os lugares, los j uegos de exclusión se repet irán, en form a ext rañam ent e parecida, dos o t res siglos m ás t arde. Los pobres, los vagabundos, los m uchachos de correccional, y las " cabezas alienadas" , t om arán nuevam ent e el papel abandonado por el ladrón, y verem os qué salvación se espera de est a exclusión, t ant o para aquellos que la sufren com o para quienes los excluyen. Con un sent ido com plet am ent e nuevo, y en una cult ura m uy dist int a, las form as subsist irán, esencialm ent e est a form a considerable de separación rigurosa, que es exclusión social, pero reint egración espirit ual. Pero no nos ant icipem os. El lugar de la lepra fue t om ado por las enferm edades venéreas. De golpe, al t erm inar el siglo XV, suceden a la lepra com o por derecho de herencia. Se las at iende en varios hospit ales de leprosos: en el reinado de Francisco I , se int ent a inicialm ent e aislarlas en el hospit al de la parroquia San Eust aquio, luego en el de San Nicolás, que poco ant es habían servido de leproserías. En dos ocasiones, baj o Carlos VI I I , después en 1559, se les habían dest inado, en Saint - Germ aindes- Prés, diversas barracas y casuchas ant es ut ilizadas por los leprosos. 14 Pront o son t ant as que debe pensarse en const ruir ot ros edificios " en ciert os lugares espaciosos de nuest ra m encionada ciudad y en ot ros barrios, apart ados de sus vecinos" . 15 Ha nacido una nueva lepra, que ocupa el lugar de la prim era. Mas no sin dificult ades ni conflict os, pues los leprosos m ism os sient en m iedo: les repugna recibir a esos recién llegados al m undo del horror. " Est m irabilis cont agiosa et nim is form idanda infirm it as, quam et iam det est ant ur leprosi et ea infect os secum habit are non perm it t ant . " 16 Pero si bien t ienen derechos de ant igüedad para habit ar esos lugares " segregados" , en cam bio son dem asiado 13 Rit ual de la diócesis de Viena, im preso por orden del arzobispo Gui de Poissieu, hacia 1478. Cit ado por Charret , Hist oire de l'Église de Vienne, p. 752. 14 Pignot , Les Origines de l'Hôpit al du Midi, Paris, 1885, pp. 10 y 48. 15 Según un m anuscrit o de los Archives de l'Assist ance publique ( expedient e Pet it es- Maisons; legaj o 4) . 16 Trit hem ius, Chronicon Hisangiense; cit ado por Pot t on en su t raducción de Ulric von Hut t en: Sur la m aladie française et sur les propriét és du bois de gaïac, Lyon, 1865, p. 9. 8 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com pocos para hacerles valer; los venéreos, por t odas part es, pront o ocupan su lugar. Y sin em bargo no son las enferm edades venéreas las que desem peñarán en el m undo clásico el papel que t enía la lepra en la cult ura m edieval. A pesar de esas prim eras m edidas de exclusión, pront o ocupan un lugar ent re las ot ras enferm edades. De buen o de m al grado se recibe a los venéreos en los hospit ales. El Hôt el- Dieu de París los aloj a; 17 en varias ocasiones se int ent a expulsarlos, pero es inút il: allí perm anecen y se m ezclan con los ot ros enferm os. 18 En Alem ania se les const ruyen casas especiales, no para est ablecer la exclusión, sino para asegurar su t rat am ient o; en Augsburgo los Fúcar fundan dos hospit ales de ese género. La ciudad de Nurem berg nom bra un m édico, quien afirm aba poder " die m alafrant zos vert reiben" . 19 Y es que ese m al, a diferencia de la lepra, m uy pront o se ha vuelt o cosa m édica, y corresponde exclusivam ent e al m édico. En t odas part es se invent an t rat am ient os; la com pañía de Saint - Cóm e t om a de los árabes el uso del m ercurio; 20 en el Hôt el- Dieu de París se aplica sobre t odo la t riaca. Llega después la gran boga del guayaco, m ás precioso que el oro de Am érica, si hem os de creer a Fracast or en su Syphilidis y a Ulrich von Hut t en. Por doquier se pract ican curas sudoríficas. En sum a, en el curso del siglo XVI el m al venéreo se inst ala en el orden de las enferm edades que requieren t rat am ient o. Sin duda, est á suj et o a t oda clase de j uicios m orales: pero est e horizont e m odifica m uy poco la capt ación m édica de la enferm edad. 21 Hecho curioso: baj o la influencia del m undo del int ernam ient o t al com o se ha const it uido en el siglo XVI I , la enferm edad venérea se ha separado, en ciert a m edida, de su cont ext o m édico, y se ha int egrado, al lado de la locura, en un espacio m oral de exclusión. En realidad no es allí donde debe buscarse la verdadera herencia de la lepra, sino en un fenóm eno bast ant e com plej o, y que el m édico t ardará bast ant e en apropiarse. Ese fenóm eno es la locura. Pero será necesario un largo m om ent o de lat encia, casi dos siglos, para que est e nuevo azot e que sucede a la lepra en los m iedos seculares suscit e, com o ella, afanes de separación, de exclusión, de purificación que, sin em bargo, t an evident em ent e le son consust anciales. Ant es de que la locura sea dom inada, a m ediados del siglo XVI I , ant es de que en su favor se hagan resucit ar viej os rit os, había est ado aunada, obst inadam ent e, a t odas las grandes experiencias del Renacim ient o. Es est a presencia, con algunas de sus figuras esenciales, lo que ahora debem os recordar de m anera m uy com pendiosa. Em pecem os por la m ás sencilla de esas figuras, t am bién obj et o nuevo acaba de aparecer en el paisaj e im aginario breve, ocupará un lugar privilegiado: es la Nef des Fous, ext raño barco ebrio que navega por los ríos t ranquilos de flam encos. la m ás sim bólica. Un del Renacim ient o; en la nave de los locos, Renania y los canales El Narrenschiff es evident em ent e una com posición lit eraria inspirada sin duda en el viej o ciclo de los Argonaut as, que ha vuelt o a cobrar j uvent ud y vida ent re los 17 La prim era m ención de enferm edad venérea en Francia se encuent ra en un relat o del Hôt el- Dieu, cit ado por Brièle, Collect ion de Docum ent s pour servir à l'hist oire des hôpit aux de Paris, París, 1881- 1887, I I I , fasc. 2. 18 Cf. proceso verbal de una visit a del Hôt el- Dieu en 1507, cit ado por Pignot , loc. cit ., p. 125. Según R. Goldhahn, Spit al und Arzt von Einst bis Jet zt , p. 110. 20 Bét hencourt le da vent aj a sobre cualquier ot ra m edicación, en su Nouveau carém e de pénit ence et purgat oire d'expiat ion, 1527. 21 El libro de Bét hencourt , pese a su t ít ulo, es una rigurosa obra de m edicina. 19 9 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com grandes t em as de la m it ología, y al cual se acaba de dar form a inst it ucional en los Est ados de Borgoña. La m oda consist e en com poner est as " naves" cuya t ripulación de héroes im aginarios, de m odelos ét icos o de t ipos sociales se em barca para un gran viaj e sim bólico, que les proporciona, si no la fort una, al m enos la form a de su dest ino o de su verdad. Es así com o Sym phorien Cham pier com pone sucesivam ent e una Nef des princes et des bat ailles de Noblesse en 1502, y después una Nef des Dam es vert ueuses en 1503; hay t am bién una Nef de Sant é, j unt o a la Blauwe Schut e de Jacob van Oest voren de 1413, del Narrenschiff de Brandt ( 1497) y de la obra de Josse Bade, St ult iferae naviculae scaphae fat uarum m ulierum ( 1498) . El cuadro de Bosco, con seguridad, pert enece a est a flot a im aginaria. De t odos est os navíos novelescos o sat íricos, el Narrenschiff es el único que ha t enido exist encia real, ya que sí exist ieron est os barcos, que t ransport aban de una ciudad a ot ra sus cargam ent os insensat os. Los locos de ent onces vivían ordinariam ent e una exist encia errant e. Las ciudades los expulsaban con gust o de su recint o; se les dej aba recorrer los cam pos apart ados, cuando no se les podía confiar a un grupo de m ercaderes o de peregrinos. Est a cost um bre era m uy frecuent e sobre t odo en Alem ania; en Nurem berg, durant e la prim era m it ad del siglo XV, se regist ró la presencia de 62 locos; 31 fueron expulsados; en los cincuent a años siguient es, const an ot ras 21 part idas obligat orias; ahora bien, t odas est as cifras se refieren sólo a locos det enidos por las aut oridades m unicipales. 22 Sucedía frecuent em ent e que fueran confiados a barqueros: en Francfort , en 1399, se encargó a unos m arineros que libraran a la ciudad de un loco que se paseaba desnudo; en los prim eros años del siglo XV, un loco crim inal es rem it ido de la m ism a m anera a Maguncia. En ocasiones los m arineros dej an en t ierra, m ucho ant es de lo prom et ido, est os incóm odos pasaj eros; com o ej em plo podem os m encionar a aquel herrero de Francfort , que part ió y regresó dos veces ant es de ser devuelt o definit ivam ent e a Kreuznach. 23 A m enudo, las ciudades de Europa debieron ver llegar est as naves de locos. No es fácil explicar el sent ido exact o de est a cost um bre. Se podría pensar que se t rat a de una m edida general de expulsión m ediant e la cual los m unicipios se deshacen de los locos vagabundos; hipót esis que no bast a para explicar los hechos, puest o que ciert os locos son curados com o t ales, luego de recibidos en los hospit ales, ya ant es de que se const ruyeran para ellos casas especiales; en el Hôt el- Dieu de París hay yacij as reservadas para ellos en los dorm it orios; 24 adem ás, en la m ayor part e de las ciudades de Europa, ha exist ido durant e t oda la Edad Media y el Renacim ient o un lugar de det ención reservado a los insensat os; así, por ej em plo, el Chât elet de Melun 25 o la fam osa Torre de los Locos de Caen; 26 el m ism o obj et o t ienen los innum erables Narrt ürm er de Alem ania, com o las puert as de Lübeck o el Jungpfer de Ham burgo. 27 Los locos, pues, no son siem pre expulsados. Se puede suponer, ent onces, que no se expulsaba sino a los ext raños, y que cada ciudad acept aba encargarse exclusivam ent e de aquellos que se cont aban ent re sus ciudadanos. ¿No se encuent ran, en efect o, en la cont abilidad de ciert as ciudades m edievales, subvenciones dest inadas a los locos, o donaciones hechas en favor de los insensat os? 28 En realidad el problem a no es t an sim ple, pues exist en sit ios de 22 T. Kirchhoff, Geschicht e der Psychiat rie, Leipzig, 1912. Cf. Kriegk, Heilanst alt en, Geist kranke ins m it t elält erliche Frankfort am Main, 1863. 24 Cf. Cuent as del Hôt el- Dieu, XI X, 190, y XX, 346. Cit ados por Coyecque, L'Hôt el- Dieu de Paris au Moyen Age, Paris, 1889- 1891. Hist oria y Docum ent os, t . I , p. 109. 25 Archives hospit alières de Melun. Fondos de Saint - Jacques, pp. 14- 67. 26 A. Joly, L'I nt ernem ent des fous sous l'Ancien Régim e dans la généralit é de Basse- Norm andie, Caen, 1868. 27 Cf. Eschenburg, Geschicht e unserer I rrenanst alt en, Lübeck, 1844, y Von Hess, Ham burg t opographisch, hist orisch, und polit ik beschreiben, t . I , pp. 344- 45. 28 Por ej em plo, en 1461, Ham burgo da 14 t áleros 85 chelines a una m uj er que debe ocuparse de los locos 23 10 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com concent ración donde los locos, m ás num erosos que en ot ras part es, no son aut óct onos. En prim er lugar, se m encionan los lugares de peregrinación: Saint Mat hurin de Larchant , Saint - Hildevert de Gournay, Besançon, Gheel; est as peregrinaciones eran organizadas y a veces subvencionadas por los hospit ales o las ciudades. 29 Es posible que las naves de locos que enardecieron t ant o la im aginación del prim er Renacim ient o, hayan sido navíos de peregrinación, navíos alt am ent e sim bólicos, que conducían locos en busca de razón; unos descendían los ríos de Renania, en dirección de Bélgica y de Gheel; ot ros rem ont aban el Rin hacia el Jura y Besançon. Pero hay ot ras ciudades, com o Nurem berg, que no eran, ciert am ent e, sit ios de peregrinación, y que reúnen gran núm ero de locos, bast ant es m ás, en t odo caso, que los que podría proporcionar la m ism a ciudad. Est os locos son aloj ados y m ant enidos por el presupuest o de la ciudad, y sin em bargo, no son t rat ados; son pura y sim plem ent e arroj ados a las prisiones. 30 Se puede creer que en ciert as ciudades im port ant es —lugares de paso o de m ercado— los locos eran llevados en núm ero considerable por m arineros y m ercaderes, y que allí se " perdían" , librando así de su presencia a la ciudad de donde venían. Acaso sucedió que est os lugares de " cont raperegrinación" llegaran a confundirse con los sit ios a donde, por el cont rario, los insensat os fueran conducidos a t ít ulo de peregrinos. La preocupación de la curación y de la exclusión se j unt aban; se encerraba dent ro del espacio cerrado del m ilagro. Es posible que el pueblo de Gheel se haya desarrollado de est a m anera, com o un lugar de peregrinación que se vuelve cerrado, t ierra sant a donde la locura aguarda la liberación, pero donde el hom bre crea, siguiendo viej os t em as, un repart o rit ual. Es que la circulación de los locos, el adem án que los expulsa, su part ida y em barco, no t ienen t odo su sent ido en el solo nivel de la ut ilidad social o de la seguridad de los ciudadanos. Hay ot ras significaciones m ás próxim as a los rit os, indudablem ent e; y aun podem os descifrar algunas huellas. Por ej em plo, el acceso a las iglesias est aba prohibido a los locos, 31 aunque el derecho eclesiást ico no les vedaba los sacram ent os. 32 La I glesia no sanciona al sacerdot e que se vuelve loco; pero en Nurem berg, en 1421, un sacerdot e loco es expulsado con especial solem nidad, com o si la im pureza fuera m ult iplicada por el caráct er sagrado del personaj e, y la ciudad t om a de su presupuest o el dinero que debe servir al cura com o viát ico. 33 En ocasiones, algunos locos eran azot ados públicam ent e, y com o una especie de j uego, los ciudadanos los perseguían sim ulando una carrera, y los expulsaban de la ciudad golpeándolos con varas. 34 Señales, t odas ést as, de que la part ida de los locos era uno de t ant os exilios rit uales. ( Gernet , Mit t eilungen aus der ält ereren Medizine- Geschicht e Ham burgs, p. 79) . En Lübeck, t est am ent o de ciert o Gerd Sunderberg, por " den arm en dullen Luden" en 1479. ( Cit ado en Laehr, Gedenkt age der Psychiat rie, Berlin, 1887, p. 320. ) 29 Hast a llega a suceder que se subvencione a los rem plazant es: " Pagado a un hom bre que fue enviado a Saint Mat hurin de Larchant para hacer la novena de la cit ada herm ana Robine que est aba enferm a y con frenesí. VI I I , s. p." ( Cuent as del Hôt el- Dieu, XXI I I ; Coyecque, loc. cit ., ibid. ) 30 En Nurem berg, en el curso de los años 1377- 1378 y 1381- 1397, se cuent an 37 locos colocados en las prisiones, 17 de ellos ext ranj eros llegados de Rat isbona, Weissenburg, Bam berg, Bayreut h, Viena y Hungría. En el período siguient e, t al parece que, por una razón desconocida, Nurem berg haya abandonado su papel de punt o de reunión, y que, por el cont rario, se t enga un cuidado m inucioso de rechazar a los locos que no fueran originarios de la ciudad ( cf. Kirchhoff, loc. cit . ) . 31 Se cast iga con t res días de cárcel a un m uchacho de Nurem berg que había m et ido un loco en una iglesia, 1420. Cf. Kirchhoff, loc. cit . 32 El concilio de Cart ago, en 348, había perm it ido que se diera la com unión a un loco, sin ninguna condición, siem pre que no hubiera que t em er una irreverencia. Sant o Tom ás expresa la m ism a opinión. Cf. Port as, Dict ionnaire des cas de conscience, 1741, t . I , p. 785. 33 Un hom bre que le había robado su capa es cast igado con siet e días de cárcel ( Kirchhoff, loc. cit . ) . 34 Cf. Kriegk. loc. cit . 11 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com Así se com prende m ej or el curioso sent ido que t iene la navegación de los locos y que le da sin duda su prest igio. Por una part e, práct icam ent e posee una eficacia indiscut ible; confiar el loco a los m arineros es evit ar, seguram ent e, que el insensat o m erodee indefinidam ent e baj o los m uros de la ciudad, asegurarse de que irá lej os y volverlo prisionero de su m ism a part ida. Pero a t odo est o, el agua agrega la m asa oscura de sus propios valores; ella lo lleva, pero hace algo m ás, lo purifica; adem ás, la navegación libra al hom bre a la incert idum bre de su suert e; cada uno queda ent regado a su propio dest ino, pues cada viaj e es, pot encialm ent e, el últ im o. Hacia el ot ro m undo es adonde part e el loco en su loca barquilla; es del ot ro m undo de donde viene cuando desem barca. La navegación del loco es, a la vez, dist ribución rigurosa y t ránsit o absolut o. En ciert o sent ido, no hace m ás que desplegar, a lo largo de una geografía m it ad real y m it ad im aginaria, la sit uación lim inar del loco en el horizont e del cuidado del hom bre m edieval, sit uación sim bolizada y t am bién realizada por el privilegio que se ot orga al loco de est ar encerrado en las puert as de la ciudad; su exclusión debe recluirlo; si no puede ni debe t ener com o prisión m ás que el m ism o um bral, se le ret iene en los lugares de paso. Es puest o en el int erior del ext erior, e inversam ent e. Posición alt am ent e sim bólica, que seguirá siendo suya hast a nuest ros días, con sólo que adm it am os que la fort aleza de ant año se ha convert ido en el cast illo de nuest ra conciencia. El agua y la navegación t ienen por ciert o est e papel. Encerrado en el navío de donde no se puede escapar, el loco es ent regado al río de m il brazos, al m ar de m il cam inos, a esa gran incert idum bre ext erior a t odo. Est á prisionero en m edio de la m ás libre y abiert a de las rut as: est á sólidam ent e encadenado a la encrucij ada infinit a. Es el Pasaj ero por excelencia, o sea, el prisionero del viaj e. No se sabe en qué t ierra desem barcará; t am poco se sabe, cuándo desem barca, de qué t ierra viene. Sólo t iene verdad y pat ria en esa ext ensión infecunda, ent re dos t ierras que no pueden pert enecerle. 35 ¿Es en est e rit ual y en sus valores donde encont ram os el origen del prolongado parent esco im aginario, cuya exist encia podem os com probar sin cesar en la cult ura occident al? ¿O es, inversam ent e, ese parent esco, el que, desde el com ienzo de los t iem pos det erm ina, y luego fij a el rit o del em barco? Una cosa podem os afirm ar, al m enos: el agua y la locura est án unidas desde hace m ucho t iem po en la im aginación del hom bre europeo. Ya Trist án, disfrazado de loco, se había dej ado arroj ar por los barqueros en la cost a de Cornuailles. Y cuando se present a en el cast illo del rey Marco, nadie lo reconoce, nadie sabe de dónde viene. Pero dice dem asiadas cosas ext rañas, fam iliares y lej anas; conoce dem asiado los secret os de lo bien conocido, para no ser de ot ro m undo, m uy próxim o. No viene de la t ierra sólida, de sólidas ciudades, sino m ás bien de la inquiet ud incesant e del m ar, de los cam inos desconocidos que insinúan t ant os ext raños sabores, de esa planicie fant ást ica, revés del m undo. I solda es la prim era en darse cuent a de que aquel loco es hij o del m ar, de que lo han arroj ado allí m arineros insolent es, señal de fut uras desgracias: " ¡Maldit os sean los m arineros que han t raído est e loco! ¡Debieron arroj arlo al m ar! " 36 Muchas veces reaparece el t em a al correr de los t iem pos: en los m íst icos del siglo XV se ha convert ido en el m ot ivo del alm a com o una barquilla abandonada, que navega por un m ar infinit o de deseos, por el cam po est éril de las preocupaciones y de la ignorancia, ent re los falsos reflej os del saber, en pleno cent ro de la sinrazón m undana; navecilla que es presa de la gran 35 Esos t em as son ext rañam ent e próxim os al del hij o prohibido y m aldit o, encerrado en un cest o y confiado a las olas, que lo conducen a ot ro m undo, pero para ést e, hay, a cont inuación, un ret orno a la verdad. 36 Trist an e I solda, ed. Bossuat , pp. 219- 222. 12 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com locura del m ar, si no sabe echar el ancla sólida, la fe, o desplegar sus velas espirit uales para que el soplo de Dios la conduzca a puert o. 37 A finales del siglo XVI , De Lancre ve en el m ar el origen de la vocación dem oniaca de t odo un pueblo: el inciert o surcar de los navíos, la confianza puest a solam ent e en los ast ros, los secret os t rasm it idos, la lej anía de las m uj eres, la im agen —en fin— de esa vast a planicie, hacen perder al hom bre la fe en Dios y t odos los vínculos firm es que lo at aban a la pat ria; así, se ent rega al Diablo y al océano de sus argucias. 38 En la época clásica es cost um bre explicar la m elancolía inglesa por la influencia de un clim a m arino: el frío, la inest abilidad del t iem po, las got it as m enudas que penet ran en los canales y fibras del cuerpo hum ano, le hacen perder firm eza, lo predisponen a la locura. 39 Haciendo a un lado una inm ensa lit erat ura que va de Ofelia a la Lorelei, cit em os solam ent e los grandes análisis, sem iant ropológicos, sem icosm ológicos, de Heinrot h, en los cuales lo locura es com o una m anifest ación, en el hom bre, de un elem ent o oscuro y acuát ico, som brío desorden, caos en m ovim ient o, germ en y m uert e de t odas las cosas, que se opone a la est abilidad lum inosa y adult a del espírit u. 40 Pero si la navegación de los locos est á en relación, para la im aginación occident al, con t ant os m ot ivos inm em oriales, ¿por qué hacia el siglo XV aparece t an bruscam ent e la form ulación del t em a en la lit erat ura y en la iconografía? ¿Por qué de pront o est a siluet a de la Nave de los Locos, con su t ripulación de insensat os, invade los países m ás conocidos? ¿Por qué, de la ant igua unión del agua y la locura, nace un día, un día preciso, est e barco? Es que la barca sim boliza t oda una inquiet ud, surgida repent inam ent e en el horizont e de la cult ura europea a fines de la Edad Media. La locura y el loco llegan a ser personaj es im port ant es, en su am bigüedad: am enaza y cosa ridícula, vert iginosa sinrazón del m undo y ridiculez m enuda de los hom bres. En prim er lugar, una serie de cuent os y de fábulas. Su origen, sin duda, es m uy lej ano. Pero al final de la Edad Media, dichos relat os se ext ienden en form a considerable: es una larga serie de " locuras" que, aunque est igm at izan vicios y defect os, com o sucedía en el pasado, los refieren t odos no ya al orgullo ni a la falt a de caridad, ni t am poco al olvido de las virt udes crist ianas, sino a una especie de gran sinrazón, de la cual nadie es precisam ent e culpable, pero que arrast ra a t odos los hom bres, secret am ent e com placient es. 41 La denuncia de la locura llega a ser la form a general de la crít ica. En las farsas y sot ies, el personaj e del Loco, del Necio, del Bobo, adquiere m ucha im port ancia. 42 No est á ya sim plem ent e al m argen, siluet a ridícula y fam iliar: 43 ocupa el cent ro del t eat ro, com o poseedor de la verdad, represent ando el papel com plem ent ario e inverso del que represent a la locura en los cuent os y en las sát iras. Si la locura arrast ra a los hom bres a una ceguera que los pierde, el loco, al cont rario, recuerda a cada uno su verdad; en la com edia, donde cada personaj e engaña a los ot ros y se engaña a sí m ism o, el loco represent a la com edia de segundo grado, el engaño del engaño; dice, con su lenguaj e de necio, sin aire de razón, 37 Cf. ent re ot ros Tauber, Predigt er, XLI . 38 De Lancre, De l'I nconst ance des m auvais anges, París, 1612. 30 G. Cheyne, The English Malady, Londres, 1733. 39 40 Habría que añadir que el " lunat ism o" no es aj eno a ese t em a. La Luna, cuya influencia sobre la locura durant e siglos se ha adm it ido, es el m ás acuát ico de los cuerpos celest es. E1 parent esco de la locura con el Sol y el fuego es de aparición m ucho m ás t ardía ( Nerval, Niet zsche, Art aud) . 41 Cf., por ej em plo, Des six m anières de fols; m s. Arsenal 2767. 42 En la Sot t ie de Folle Balance, cuat ro personaj es est án " locos" : el gent ilhom bre, el m ercader, el labrador ( es decir, t oda la sociedad) y la propia Folie Balance. 43 Tam bién es el caso en la Moralit é nouvelle des enfant s de m aint enant , o en la Moralit é nouvelle de Charit é, en que el loco es uno de los doce personaj es. 13 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com las palabras razonables que dan un desenlace cóm ico a la obra. Explica el am or a los enam orados, 44 la verdad de la vida a los j óvenes, 45 la m ediocre realidad de las cosas a los orgullosos, a los insolent es y a los m ent irosos. 46 Hast a las viej as fiest as de locos, t an apreciadas en Flandes y en el nort e de Europa, ocupan su sit io en el t eat ro y t ransform an en crít ica social y m oral lo que hubo en ellos de parodia religiosa espont ánea. En la lit erat ura sabia la locura t am bién act úa en el cent ro m ism o de la razón y de la verdad. Ella em barca indiferent em ent e a t odos los hom bres en su navío insensat o y los resuelve a lanzarse a una odisea en com ún. ( Blauwe Schut e de Van Oest voren, el Narrenschiff de Brant . ) De ella conj ura Murner el reino m aléfico en su Narrenbeschwörung. Aparece unida al am or en la sát ira de Corroz Cont re Fol Am our, y en el diálogo de Louise Labé, Débat de Folie et d'Am our, discut en am bos para saber cuál de los dos es el prim ero, cuál de los dos hace posible al ot ro, y es la locura la que conduce al am or a su guisa. La locura t iene t am bién sus j uegos académ icos; es obj et o de discursos, ella m ism a los pronuncia; cuando se la denuncia, se defiende, y reivindica una posición m ás cercana a la felicidad y a la verdad que la razón, m ás cercana a la razón que la m ism a razón. Wim pfeling redact a el Monopolium Philosophorum , 47 y Judocus Gallus el Monopolium et Societ as, vulgo des Licht schiffs. 48 En fin, en el cent ro de est os graves j uegos, los grandes t ext os de los hum anist as: Flayder y Erasm o. 49 Frent e a est os m anej os y a su incansable dialéct ica, frent e a est os discursos indefinidam ent e reanudados y exam inados, encont ram os una larga genealogía de im ágenes, desde las de Jerónim o Bosco —la " Cura de la locura" y la " Nave de los locos" — hast a Brueghel y su " Dulle Gret e" ; y el grabado t ranscribe lo que el t eat ro y la lit erat ura habían ya expuest o: los t em as ent ret ej idos de la Fiest a y la Danza de los Locos. 50 Así podem os ver cuán ciert o es que, desde el siglo XV, el rost ro de la locura ha perseguido la im aginación del hom bre occident al. Una sucesión de fechas habla por sí m ism a: la Danza Macabra del cem ent erio de los I nocent es dat a sin duda de los prim eros años del siglo XV; 51 la de la ChaiseDieu debió de ser com puest a alrededor de 1460, y en 1485 Guyot Marchand publica su Danse Macabre. Est os sesent a años, seguram ent e, vieron el t riunfo de est a im aginería burlona, relat iva a la m uert e. En 1492 Brant escribe el Narrenschiff; cinco años m ás t arde es t raducido al lat ín; en los últ im os años del siglo, Bosco com pone su " Nave de los locos" . El Elogio de la locura es de 1509. El orden de sucesión es claro. Hast a la segunda m it ad del siglo XV, o un poco m ás, reina sólo el t em a de la m uert e. El fin del hom bre y el fin de los t iem pos aparecen baj o los rasgos de la pest e y de las guerras. Lo que pende sobre la exist encia hum ana es est a consum ación y est e orden al cual ninguno escapa. La presencia que am enaza desde el int erior m ism o del m undo, es una presencia descarnada. Pero en los últ im os años del siglo, est a gran inquiet ud gira sobre sí m ism a; burlarse de la locura, en vez de ocuparse de la m uert e seria. Del descubrim ient o de est a 44 Com o en la Farce de Tout Mesnage, en que el loco se hace pasar por m édico para curar a una cam arera enferm a de am or. 45 En la Farce des cris de Paris, el loco int erviene en la discusión de dos j óvenes para decirles qué es el m at rim onio. 46 E1 necio, en la Farce du Gaudisseur, dice la verdad cada vez que el " gaudisseur" ( j act ancioso) se j act a. Heidelberg, 1480. 48 Est rasburgo, 1489. Esos discursos repit en, con seriedad, los serm ones y discursos chuscos que se pronuncian en el t eat ro, com o el Serm on j oyeux et de grande value à t ous les fous pour leur m ont rer à sages devenir. 47 49 Moria Rediviva, 1527; Égloge de la folie, 1509. 50 Cf., por ej em plo, una fiest a de locos reproducida en Bast elaer ( Les Est am pes de Brueghel, Bruselas, 1908) ; o la Nasent anz que puede verse en Geisberg, Deut sche Holzst h, p. 262. 51 Según el Journal d'un Bourgeois de Paris: " El año 1424 se efect uó la danza m acabra el día de los I nocent es" , cit ado en E. Mâle, L'Art religieux de la fin du Moyen Age, p. 363. 14 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com necesidad, que reducía fat alm ent e el hom bre a nada, se pasa a la cont em plación despect iva de esa nada que es la exist encia m ism a. El horror delant e de los lím it es absolut os de la m uert e, se int erioriza en una ironía cont inua; se le desarm a por adelant ado; se le vuelve risible; dándole una form a cot idiana y dom est icada, renovándolo a cada inst ant e en el espect áculo de la vida, disem inándolo en los vicios, en los defect os y en los aspect os ridículos de cada uno. El aniquilam ient o de la m uert e no es nada, puest o que ya era t odo, puest o que la vida m ism a no es m ás que fat uidad, vanas palabras, ruido de cascabeles. Ya est á vacía la cabeza que se volverá calavera. En la locura se encuent ra ya la m uert e. 52 Pero es t am bién su presencia vencida, esquivada en est os adem anes de t odos los días que, al anunciar que ya reina, indican que su presa será una t rist e conquist a. Lo que la m uert e desenm ascara, no era sino m áscara, y nada m ás; para descubrir el rict us del esquelet o ha bast ado levant ar algo que no era ni verdad ni belleza, sino solam ent e un rost ro de yeso y oropel. Es la m ism a sonrisa la de la m áscara vana y la del cadáver. Pero lo que hay en la risa del loco es que se ríe por adelant ado de la risa de la m uert e; y el insensat o, al presagiar lo m acabro, lo ha desarm ado. Los grit os de Margot la Folie vencen, en pleno Renacim ient o, al " Triunfo de la Muert e" , que se cant aba a fines de la Edad Media en los m uros de los cem ent erios. La sust it ución del t em a de la m uert e por el de la locura no señala una rupt ura sino m ás bien una t orsión en el int erior de la m ism a inquiet ud. Se t rat a aún de la nada de la exist encia, pero est a nada no es ya considerada com o un t érm ino ext erno y final, a la vez am enaza y conclusión. Es sent ida desde el int erior com o la form a cont inua y const ant e de la exist encia. En t ant o que en ot ro t iem po la locura de los hom bres consist ía en no ver que el t érm ino de la vida se aproxim aba, m ient ras que ant iguam ent e había que at raerlos a la prudencia m ediant e el espect áculo de la m uert e, ahora la prudencia consist irá en denunciar la locura por doquier, en enseñar a los hum anos que no son ya m ás que m uert os, y que si el t érm ino est á próxim o es porque la locura, convert ida en universal, se confundirá con la m uert e. Est o es lo que profet iza Eust aquio Descham ps: Son cobardes, débiles y blandos, viej os, codiciosos y m al hablados. No veo m ás que locas y locos; el fin se aproxim a en verdad, pues t odo est á m al. 53 Los elem ent os est án ahora invert idos. Ya no es el fin de los t iem pos y del m undo lo que ret rospect ivam ent e m ost rará que los hom bres est aban locos al no preocuparse de ello; es el ascenso de la locura, su sorda invasión, la que indica que el m undo est á próxim o a su últ im a cat ást rofe, que la dem encia hum ana llam a y hace necesaria. Ese nexo de la locura y de la nada est á anudado t an fuert em ent e en el siglo XV que subsist irá largo t iem po, y aún se le encont rará en el cent ro de la experiencia clásica de la locura. 54 Con sus diversas form as —plást icas o lit erarias— est a experiencia de la insensat ez parece t ener una ext raña coherencia. La pint ura y el t ext o nos envían del uno al ot ro cont inuam ent e; en ést e com ent ario, en aquélla, ilust ración. La Narrent anz es un solo y m ism o t em a que se encuent ra y se vuelve a encont rar en fiest as populares, en represent aciones t eat rales, en los grabados; 52 En est e sent ido, la experiencia de la locura est á en rigurosa cont inuidad con la de la lepra. El rit ual de exclusión del leproso m ost raba que ést e, vivo, era la presencia m ism a de la m uert e. 53 Eust ache Descham ps, Œuvres, ed. Saint - Hilaire de Raym ond, t . I , p. 203. 54 Cf. infra, Segunda Part e, cap. I I I . 15 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com t oda la últ im a part e del Elogio de la locura est á const ruida sobre el m odelo de una larga danza de locos, donde cada profesión y cada est ado desfilan para int egrar la gran ronda de la sinrazón. Es probable que en la " Tent ación" de Lisboa un buen núm ero de fauces de la fauna fant ást ica que se ve en la t ela provengan de las m áscaras t radicionales; algunas, acaso, hayan sido t om adas del Malleus. 55 En cuant o a la fam osa " Nave de los locos" , ¿no es acaso una t raducción direct a del Narrenschiff de Brant , del cual lleva el t ít ulo, y de cual parece ilust rar de m anera m uy precisa el cant o XXVI I , consagrado a su vez a est igm at izar los pot at ores et edaces? Hast a se ha llegado a suponer que el cuadro de Bosco era part e de t oda una serie de pint uras, que ilust raban los cant os principales del poem a de Brant . 56 En realidad, no hay que dej arse engañar por lo que hay de est rict o en la cont inuidad de los t em as, ni suponer m ás de lo que dice la hist oria. 57 Es probable que no se pueda hacer sobre est e t em a un análisis com o el que ha realizado Em ile Mâle sobre épocas ant eriores, principalm ent e respect o al t em a de la m uert e. Ent re el verbo y la im agen, ent re aquello que pint a el lenguaj e y lo que dice la plást ica, la bella unidad em pieza a separarse; una sola e igual significación no les es inm ediat am ent e com ún. Y si es verdad que la I m agen t iene aún la vocación de decir, de t rasm it ir algo que es consust ancial al lenguaj e, es preciso reconocer que ya no dice las m ism as cosas, y que gracias a sus valores plást icos propios, la pint ura se adent ra en una experiencia que se apart ará cada vez m ás del lenguaj e, sea la que sea la ident idad superficial del t em a. La palabra y la im agen ilust ran aun la m ism a fábula de la locura en el m ism o m undo m oral; pero siguen ya dos direcciones diferent es, que indican, en una hendidura apenas percept ible, lo que se convert irá en la gran línea de separación en la experiencia occident al de la locura. La aparición de la locura en el horizont e del Renacim ient o se percibe prim eram ent e ent re las ruinas del sim bolism o gót ico; es com o si en est e m undo, cuya red de significaciones espirit uales era t an t upida, com enzara a em brollarse, perm it iera la aparición de figuras cuyo sent ido no se ent rega sino baj o las especies de la insensat ez. Las form as gót icas subsist en aún por un t iem po, pero poco a poco se vuelven silenciosas, cesan de decir, de recordar y de enseñar, y sólo m anifiest an algo indescript ible para el lenguaj e, pero fam iliar a la vist a, que es su propia presencia fant ást ica. Liberada de la sabiduría y del t ext o que la ordenaba, la im agen com ienza a gravit ar alrededor de su propia locura. Paradój icam ent e, est a liberación viene de la abundancia de significaciones, de una m ult iplicación del sent ido, por sí m ism a, que crea ent re las cosas relaciones t an num erosas, t an ent ret ej idas, t an ricas, que no pueden ya ser descifradas m ás que en el esot erism o del saber; las cosas, por su part e, est án sobrecargadas de at ribut os, de indicios, de alusiones, y t erm inan por perder su propia faz. El sent ido no se lee ya en una percepción inm ediat a, la figura cesa de hablar de sí m ism a; ent re el saber que la anim a y la form a a la cual se t raspone se ha creado un vacío. Aquélla queda libre para el onirism o. Un libro da t est im onio de est a proliferación de sent idos al t erm inar el m undo gót ico; es el Speculum hum anae salvat ionis 58 que, adem ás de las correspondencias est ablecidas por la t radición pat ríst ica, est ablece t odo un sim bolism o ent re el 55 Aunque la Tent ación de Lisboa no es una de las últ im as obras de Bosch com o lo cree Baldass, ciert am ent e si es post erior al Malleus Maleficarum que dat a de 1487. 56 Es la t esis de Desm ont s en " Dos prim it ivos holandeses en el Museo del Louvre" , Gazet t e des Beaux- Art s, 1919, p. 1. 57 Com o lo hace Desm ont s a propósit o de Bosch y de Brant ; si es verdad que el cuadro fue pint ado pocos años después de la publicación del libro, el cual t uvo inm ediat am ent e un t riunfo considerable, nada prueba que Bosch haya querido ilust rar el Narrenschiff, y a fort iori t odo el Narrenschiff. 58 Cf. Em ile Mâle, loc. cit ., pp. 234- 237. 16 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com Ant iguo y el Nuevo Test am ent o, sim bolism o que no es del orden de la profecía, sino que se refiere a la equivalencia im aginaria. La Pasión de Crist o no est á solam ent e prefigurada por el sacrificio de Abraham ; t odos los suplicios y los sueños innum erables que ést os engendran, est án en relación con la Pasión. Tubal, el herrero, y la rueda de I saías, ocupan su lugar alrededor de la cruz, int egrando, fuera de t odas las lecciones del sacrificio, el cuadro fant ást ico del encarnizam ient o, de los cuerpos t ort urados y del dolor. He aquí la im agen sobrecargada de sent idos suplem ent arios, obligada a revelarlos. Y el sueño, lo insensat o, lo irrazonable, pueden deslizarse a ést e exceso de sent ido. Las figuras sim bólicas se t ransform an fácilm ent e en siluet as de pesadilla. Com o ej em plo podem os m encionar aquella viej a im agen de la sabiduría, t an a m enudo expresada, en los grabados alem anes, por un páj aro de cuello largo cuyos pensam ient os, al subir lent am ent e del corazón a la cabeza, t ienen t iem po de ser pesados y reflexionados; 59 los valores de est e sím bolo se adensan por el hecho de est ar dem asiado acent uados: el largo cam ino de reflexión llega a ser, en la im agen, el alam bique de un saber sut il, que dest ila las quint aesencias. El cuello del Gut enm esch se alarga indefinidam ent e para expresar m ej or, adem ás de la sabiduría, t odas las m ediaciones reales del saber; y el hom bre sim bólico llega a ser un páj aro fant ást ico cuyo cuello desm esurado se repliega m il veces sobre él m ism o, un ser sin sent ido, colocado ent re el anim al y la cosa, m ás próxim o a los prest igios propios de la im agen que al rigor de un sent ido. Est a sim bólica sabiduría es prisionera de las locuras del sueño. Exist e una conversión fundam ent al del m undo de las im ágenes: el const reñim ient o de un sent ido m ult iplicado lo libera del orden de las form as. Se insert an t ant as significaciones diversas baj o la superficie de la im agen, que ést a t erm ina por no ofrecer al espect ador m ás que un rost ro enigm át ico. Su poder no es ya de enseñanza sino de fascinación. Es caract eríst ica la evolución del grylle, fam oso t em a, fam iliar desde la Edad Media, que encont ram os en los salt erios ingleses, en Chart res y en Bourges. Enseñaba ent onces que el hom bre que vivía para sat isfacer sus deseos, t ransform aba su alm a en prisionera de la best ia; aquellos rost ros grot escos, en el vient re de los m onst ruos, pert enecían al m undo de la gran m et áfora plat ónica, y sirven para dem ost rar el envilecim ient o del espírit u en la locura del pecado. Pero he aquí que en el siglo XV, el grylle, im agen de la locura hum ana, llega a ser una de las figuras privilegiadas de las innum erables " Tent aciones" . La t ranquilidad del erem it a no se ve t urbada por los obj et os del deseo; son form as dem ent es, que encierran un secret o, que han surgido de un sueño y perm anecen en la superficie de un m undo, silenciosas y furt ivas. En la " Tent ación" de Lisboa, enfrent e de San Ant onio est á sent ada una de est as figuras nacidas de la locura, de su soledad, de su penit encia, de sus privaciones; una débil sonrisa ilum ina ese rost ro sin cuerpo, pura presencia de la inquiet ud que aparece com o una m ueca ágil. Ahora bien, est a siluet a de pesadilla es a la vez suj et o y obj et o de la t ent ación; es ella la que fascina la m irada del ascet a; am bos perm anecen prisioneros de una especie de int errogación especular, indefinidam ent e sin respuest a, en un silencio habit ado solam ent e por el horm igueo inm undo que los rodea. 60 El grylle ya no recuerda al hom bre, baj o una form a sat írica, su vocación espirit ual, olvidada en la locura del deseo. Ahora es la locura convert ida en Tent ación; t odo lo que hay de im posible, de fant ást ico, de inhum ano, t odo lo que indica la presencia insensat a de algo que va cont ra la nat uraleza, presencia inm ensa que horm iguea sobre la faz de la Tierra, t odo eso, 59 Cf. C. - V. Langlois, La Connaissance de la nat ure et du m onde au Moyen Age, París, 1911, p. 243. 60 Es posible que Jerónim o Bosch haya hecho su aut orret rat o en el rost ro de " la cabeza con piernas" que est á en el cent ro de la Tent ación de Lisboa. ( Cf. Brion, Jérôm e Bosch, p. 40. ) 17 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com precisam ent e, le da su ext raño poder. La libert ad de sus sueños —que en ocasiones, es horrible—, los fant asm as de su locura t ienen, para el hom bre del siglo XV, m ayor poder de at racción que la deseable realidad de la carne. ¿Cuál es, pues, el poder de fascinación, que en est a época se ej erce a t ravés de las im ágenes de la locura? En prim er lugar, el hom bre descubre, en esas figuras fant ást icas, uno de los secret os y una vocación de su nat uraleza. En el pensam ient o m edieval, las legiones de anim ales, a las que había dado Adán nom bre para siem pre, represent aban sim bólicam ent e los valores de la hum anidad. 61 Pero al principio del Renacim ient o las relaciones con la anim alidad se inviert en; la best ia se libera; escapa del m undo de la leyenda y de la ilust ración m oral para adquirir algo fant ást ico, que le es propio. Y por una sorprendent e inversión, va a ser ahora el anim al, el que acechará al hom bre, se apoderará de él, y le revelará su propia verdad. Los anim ales im posibles, surgidos de una loca im aginación, se han vuelt o la secret a nat uraleza del hom bre; y cuando, el últ im o día, el hom bre pecador aparece en su horrible desnudez, se da uno cuent a de que t iene la form a m onst ruosa de un anim al delirant e: son esos gat os cuyos cuerpos de sapos se m ezclan en el " I nfierno" de Thierry Bout s con la desnudez de los condenados; son, según los im agina St efan Lochner, insect os alados con cabeza de gat os, esfinges con élit ros de escarabaj o, páj aros con alas inquiet as y ávidas, com o m anos; es el gran anim al rapaz, con dedos nudosos, que aparece en la " Tent ación" de Grünewald. La anim alidad ha escapado de la dom est icación de los valores y sím bolos hum anos; es ahora ella la que fascina al hom bre por su desorden, su furor, su riqueza en m onst ruosas im posibilidades, es ella la que revela la rabia oscura, la locura infecunda que exist e en el corazón de los hom bres. En el polo opuest o a est a nat uraleza de t inieblas, la locura fascina porque es saber. Es saber, ant e t odo, porque t odas esas figuras absurdas son en realidad los elem ent os de un conocim ient o difícil, cerrado y esot érico. Est as form as ext rañas se colocan, t odas, en el espacio del gran secret o, y el San Ant onio que es t ent ado por ellas no est á som et ido a la violencia del deseo, sino al aguij ón, m ucho m ás insidioso, de la curiosidad; es t ent ado por ese saber, t an próxim o y t an lej ano, que se le ofrece y lo esquiva al m ism o t iem po, por la sonrisa del grylle; el m ovim ient o de ret roceso del sant o no indica m ás que su negat iva de franquear los lím it es perm it idos del saber; sabe ya —y ésa es su t ent ación— lo que Cardano dirá m ás t arde: " La Sabiduría, com o las ot ras m at erias preciosas, debe ser arrancada a las ent rañas de la Tierra. " 62 Est e saber, t an t em ible e inaccesible, lo posee el Loco en su inocent e bobería. En t ant o que el hom bre razonable y prudent e no percibe sino figuras fragm ent arias —por lo m ism o m ás inquiet ant es— el Loco abarca t odo en una esfera int act a: est a bola de crist al, que para t odos nosot ros est á vacía, est á, a sus oj os, llena de un espeso e invisible saber, Brueghel se burla del inválido que int ent a penet rar en la esfera de crist al; 63 es est a burbuj a irisada del saber la que se balancea, sin rom perse j am ás —lint erna irrisoria, pero infinit am ent e preciosa—, en el ext rem o de la pért iga que lleva al hom bro Margot la Folie. Es ella t am bién la que aparece en el reverso del " Jardín de las Delicias" . Ot ro sím bolo del saber, el árbol ( el árbol prohibido, el árbol de la inm ort alidad prom et ida y del pecado) , ant año plant ado en el corazón del Paraíso Terre nal, ha sido arrancado y es ahora el m ást il del navío 61 A m ediados del siglo XV, el Livre des Tournois de René d'Anj ou const it uye aún t odo un best iario m oral. 62 J. Cardan, Ma vie, t rad. Dayré, p. 170. 63 En los Proverbes flam ands. 18 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com de los locos, com o puede verse en el grabado que ilust ra las St ult iferae naviculae de Josse Bade; es él sin duda el que se balancea encim a de la " Nave de los locos" de Bosco. ¿Qué anuncia el saber de los locos? Puest o que es el saber prohibido, sin duda predice a la vez el reino de Sat án y el fin del m undo; la últ im a felicidad es el suprem o cast igo; la om nipot encia sobre la Tierra y la caída infernal. La " Nave de los locos" se desliza por un paisaj e delicioso, donde t odo se ofrece al deseo, una especie de Paraíso renovado, puest o que el hom bre no conoce ya ni el sufrim ient o ni la necesidad; y sin em bargo, no ha recobrado la inocencia. Est a falsa felicidad const it uye el t riunfo diabólico del Ant icrist o, y es el Fin, próxim o ya. Es ciert o que los sueños del Apocalipsis no son una novedad en el siglo XV; pero son m uy diferent es de los sueños de ant año. La iconografía dulcem ent e caprichosa del siglo XI V, donde los cast illos est án caídos com o si fueran dados, donde la Best ia es siem pre el Dragón t radicional, m ant enido a dist ancia por la Virgen, donde —en una palabra— el orden de Dios y su próxim a vict oria son siem pre visibles, es sust it uida por una visión del m undo donde t oda sabiduría est á aniquilada. Es el gran sabbat de la nat uraleza; las m ont añas se derrum ban y se vuelven planicies, la t ierra vom it a los m uert os, y los huesos asom an sobre las t um bas; las est rellas caen, la t ierra se incendia, t oda vida se seca y m uere. 64 El fin no t iene valor de t ránsit o o prom esa; es la llegada de una noche que devora la viej a razón del m undo. Es suficient e m irar a los caballeros del Apocalipsis, de Durero, enviado por Dios m ism o: no son los ángeles del Triunfo y de la reconciliación, ni los heraldos de la j ust icia serena; son los guerreros desm elenados de la loca venganza. El m undo zozobra en el Furor universal. La vict oria no es ni de Dios ni del Diablo; es de la Locura. Por t odos lados, la locura fascina al hom bre. Las im ágenes fant ást icas que hace nacer no son apariencias fugit ivas que desaparecen rápidam ent e de la superficie de las cosas. Por una ext raña paradoj a, lo que nace en el m ás singular de los delirios, se hallaba ya escondido, com o un secret o, com o una verdad inaccesible, en las ent rañas del m undo. Cuando el hom bre despliega la arbit rariedad de su locura, encuent ra la oscura necesidad del m undo; el anim al que acecha en sus pesadillas, en sus noches de privación, es su propia nat uraleza, la que descubrirá la despiadada verdad del infierno; las im ágenes vanas de la ciega bobería form an el gran saber del m undo; y ya, en est e desorden, en est e universo enloquecido, se adivina lo que será la crueldad del final. En m uchas im ágenes el Renacim ient o ha expresado lo que present ía de las am enazas y de los secret os del m undo, y es est o sin duda lo que les da esa gravedad, lo que dot a a su fant asía de coherencia t an grande. En la m ism a época los t em as lit erarios, filosóficos y m orales referent es a la locura son de dist int a especie. La Edad Media había colocado la locura en la j erarquía de los vicios. Desde el siglo XI I I es corrient e verla figurar ent re los m alos soldados de la Psicom aquia. 65 Form a part e, t ant o en París com o en Am iens, de las t ropas m alvadas y de las doce dualidades que se repart en la soberanía del alm a hum ana: Fe e I dolat ría, Esperanza y Desesperación, Caridad y Avaricia, Cast idad y Luj uria, Prudencia y Locura, Paciencia y Cólera, Dulzura y Dureza, Concordia y Discordia, Obediencia y Rebelión, Perseverancia e I nconst ancia. En el Renacim ient o, la Locura abandona ese sit io m odest o y pasa a ocupar el prim ero. Mient ras que, en la obra 64 En el siglo XV vuelve a ent rar en vigor el viej o t ext o de Bède, y la descripción de 15 signos. Debe not arse que la Locura no aparecía ni en la Psychom achie de Prudencio ni en el Ant iclaudianus de Alain de Lille, ni en Hugues de Saint - Vict or. Su presencia const ant e, ¿dat ará t an sólo del siglo XI I I ? 65 19 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com de Hugues de Saint - Vict or, el árbol genealógico de los Vicios, el del Viej o Adán, t enía por raíz el orgullo, 66 ahora es la Locura la que conduce el alegre coro de las debilidades hum anas. I ndiscut ido corifeo, ella las guía, las arrast ra y las nom bra. " Reconocedlas aquí, en el grupo de m is com pañeras... Ést a del ceño fruncido, es Filaut ía ( el Am or Propio) . Ésa que ves reír con los oj os y aplaudir con las m anos, es Colacia ( la Adulación) . Aquella que parece est ar m edio dorm ida es Let ea ( el Olvido) . Aquella que se apoya sobre los codos y cruza las m anos es Misoponía ( la Pereza) . Aquella que est á coronada de rosas y ungida con perfum es es Hedoné ( la Volupt uosidad) . Aquella cuyos oj os vagan sin det enerse es Anoia ( el At urdim ient o) . Aquella, ent rada en carnes, con t ez florida, es Trifé ( la Molicie) . Y he aquí, ent re est as j óvenes, dos dioses: el de la Buena Com ida y el del Sueño Profundo. " 67 Es un privilegio absolut o de la locura el reinar sobre t odo aquello que hay de m alo en el hom bre. Y por lo t ant o reina t am bién sobre t odo el bien que puede hacer: sobre la am bición, que hace a los polít icos hábiles; sobre la avaricia que aum ent a las riquezas; sobre la indiscret a curiosidad que anim a a filósofos y sabios. Louise Labé lo repit e después de Erasm o; y Mercurio im plora a los dioses por ella: " No dej éis que se pierda est a bella Dam a, que os ha dado t ant o cont ent o. " 68 Pero est e nuevo reino t iene poco en com ún con el reino oscuro del cual hablábam os hace poco, que ligaba a la locura a las grandes pot encias t rágicas del m undo. Es ciert o que la locura at rae, pero ya no fascina. Gobierna t odo lo que es fácil, alegre y ligero en el m undo. Hace que los hom bres " se diviert an y se regocij en" ; al igual que a los dioses, ha dado " Genio, Juvent ud, Baco, Sileno y est e am able guardián de los j ardines" . 69 En ella t odo es superficie brillant e: no hay enigm as reservados. Sin duda, la locura t iene algo que ver con los ext raños cam inos del saber. El prim er cant o del poem a de Brant est á consagrado a los libros y a los sabios; y en el grabado que ilust ra est e pasaj e, en la edición lat ina de 1497, vem os al Maest ro, com o en un t rono, en su cát edra at est ada de libros; det rás del birret e de doct or, lleva el capuchón de los locos, adornado con cascabeles. Erasm o reserva en su ronda de locos un am plio espacio a los hom bres del saber: después de los Gram át icos, los Poet as, los Rect ores y los Escrit ores; después los Jurisconsult os; después de ellos vienen los " Filósofos, respet ables por la barba y la t oga" ; y al final, el t ropel apresurado e innum erable de los Teólogos. 70 Pero si el saber es t an im port ant e en el reino de la locura, no es porque ést a conserve aquellos secret os; es, al cont rario, el cast igo de una ciencia inút il y desordenada. Si es la verdad del conocim ient o, es porque ést e es irrisorio, ya que en vez de basarse en el gran Libro de la experiencia, se pierde en el polvo de los libros y de las discusiones ociosas; la ciencia cae en la locura por el m ism o exceso de las falsas ciencias. O Vos doct ores, qui grandia nom ina fert is respicit e ant iquos pat ris, j urisque perit os. Non in candidulis pensebant dogm at a libris, art e sed ingenua sit ibundum pect us alebant . 66 67 68 69 70 71 71 Hugues de Saint - Vict or, De fruct ibus carnis et spirit us. Pat rol, CLXXVI , col. 997. Erasm o, Éloge de la folie, 9, t rad. P. de Nolhac, p. 19. Louise Labé, Débat de folie et d'am our, Lyon, 1566, p. 98. I bid., pp. 98- 99. Erasm o, loc. cit ., 49- 55. Brant , St ult ifera Navis, t rad. lat ina de 1497, fo 11. 20 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com Conform e al t em a, por m ucho t iem po fam iliar a la sát ira popular, la locura aparece aquí com o el cast igo cóm ico del saber y de su presunción ignorant e. Es que, de una m anera general, la locura no se encuent ra unida al m undo y a sus fuerzas subt erráneas, sino m ás bien al hom bre, a sus debilidades, a sus sueños y a sus ilusiones. Todo lo que t enía la locura de oscura m anifest ación cósm ica en Bosco, ha desaparecido en Erasm o; la locura ya no acecha al hom bre desde los cuat ro punt os cardinales; se insinúa en él o, m ás bien, const it uye una relación sut il que el hom bre m ant iene consigo m ism o. La personificación m it ológica de la Locura no es, en Erasm o, m ás que un art ificio lit erario. En realidad, no exist en m ás que locuras, form as hum anas de la locura: " Cuent o t ant as est at uas com o hom bres exist en" ; 72 bast e con echar una oj eada sobre las ciudades m ás prudent es y m ej or gobernadas: " Abundan allí t ant as form as de locura, y cada día hace surgir t ant as nuevas, que m il Dem ócrit os no serían suficient es para burlarse de ellas. " 73 No hay locura m ás que en cada uno de los hom bres, porque es el hom bre quien la const it uye m erced al afect o que se t iene a sí m ism o. La " Filaut ía" es la prim era figura alegórica que la locura arrast ra a su danza; est o sucede porque la una y la ot ra est án ligadas por una relación privilegiada; el apego a sí m ism o es la prim era señal de la locura; y es t al apego el que hace que el hom bre acept e com o verdad el error, com o realidad la m ent ira, com o belleza y j ust icia, la violencia y la fealdad. " Ést e, m ás feo que un m ono, se ve herm oso com o Nireo; ése se j uzga un Euclides por las t res líneas que t raza con el com pás; aquel ot ro cree cant ar com o Herm ógenes, cuando parece un asno frent e a una lira, y su voz es t an desapacible com o la del gallo picando a la gallina. " 74 De est a adhesión im aginaria a sí m ism o nace la locura, igual que un espej ism o. El sím bolo de la locura será en adelant e el espej o que, sin reflej ar nada real, reflej ará secret am ent e, para quien se m ire en él, el sueño de su presunción. La locura no t iene t ant o que ver con la verdad y con el m undo, com o con el hom bre y con la verdad de sí m ism o, que él sabe percibir. Desem boca, pues, en un universo ent eram ent e m oral. El Mal no es cast igo o fin de los t iem pos, sino solam ent e falt a y defect o. Cient o dieciséis de los cant os del poem a de Brant est án consagrados a hacer el ret rat o de los pasaj eros insensat os de la Nave: son avaros, delat ores, borrachos; son aquellos que se ent regan a la orgía y al desorden; aquellos que int erpret an m al las Escrit uras; los que pract ican el adult erio. Locher, el t raduct or, de Brant , indica en su prefacio en lat ín el proyect o y sent ido de la obra; se t rat a de m ost rar quae m ala quae bona sint ; quid vit ia; quo virt us, quo ferat error; se fust iga, por la m aldad que revelan, a im pios, superbos, avaros, luxuriosos, lascivos, delicat os, iracundos, gulosos, edaces, invidos, veneficos, fidefrasos... 75 —en una palabra, a t odo lo que el hom bre ha podido invent ar respect o a irregularidades de su propia conduct a. En el dom inio de la expresión lit eraria y filosófica, la experiencia de la locura, en el siglo XV, t om a sobre t odo el aire de una sát ira m oral. Nada recuerda esas grandes am enazas de invasión que host igaban la im aginación de los pint ores. Al cont rario, se procura elim inarla; de ella no se habla. Erasm o apart a la m irada de esa dem encia " que las Furias desencadenan desde los I nfiernos, cuant a vez azuzan sus serpient es" . No es de esas form as insensat as de las que ha querido hacer el elogio sino de la " dulce ilusión" que libera el alm a " de sus penosos cuidados y la ent rega a las diversas form as de volupt uosidad" . 76 Est e m undo 72 73 74 75 76 Erasm o, loc. cit ., 47, p. 101. I bid., 48, p. 102. I bid., op. cit ., 42, p. 89. Brant , St ult ifera Navis. Prologos Jacobi Locher, ed. 1497, I X. Erasm o, loc. cit ., 38, p. 77. 21 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com calm ado es dom est icado fácilm ent e; despliega sin m ist erio sus ingenuos prest igios ant e los oj os del sabio, y ést e guarda siem pre, gracias a la risa, las debidas dist ancias. Mient ras que Bosco, Brueghel y Durero eran espect adores t erriblem ent e t errest res, im plicados en aquella locura que veían m anar alrededor de ellos, Erasm o la percibe desde bast ant e lej os, est á fuera de peligro; la observa desde lo alt o de su Olim po, y si cant a sus alabanzas es porque puede reír con la risa inext inguible de los dioses. Pues es un espect áculo divino la locura de los hom bres. " En resum en, si pudierais observar desde la Luna, com o en ot ros t iem pos Menipo, las agit aciones innum erables de la Tierra, pensaríais ver un enj am bre de m oscas o m oscardones que se bat en ent re ellos, que luchan y se ponen t ram pas, se roban, j uegan, brincan, caen y m ueren; no podríais im aginar cuánt as dificult ades, qué t ragedias produce un anim alillo t an m inúsculo, dest inado a perecer en breve" . 77 La locura ya no es la rareza fam iliar del m undo; es solam ent e un espect áculo m uy conocido para el espect ador ext raño; no es ya una im agen del cosm os, sino el rasgo caract eríst ico del aevum . Tal puede ser, apresuradam ent e reconst ruido, el esquem a de la oposición ent re una experiencia cósm ica de la locura en la proxim idad de esas form as fascinant es, y una experiencia crít ica de est a m ism a locura, en la dist ancia insalvable de la ironía. I ndudablem ent e, en su vida real, est a oposición no fue ni t an m arcada ni t an aparent e. Durant e largo t iem po aún, los hilos est uvieron ent recruzados, los int ercam bios fueron incesant es. El t em a del fin del m undo, de la gran violencia final, no es ext raño a la experiencia crít ica de la locura t al com o est á form ulada en la lit erat ura. Ronsard evoca aquellos t iem pos últ im os que se debat en en el gran vacío de la Razón: Al cielo ya volaron j ust icias y razones. ¡Ay! usurpan sus t ronos el hurt o, la venganza, el odio, los rencores, la sangre, la m at anza. 78 Hacia el fin del poem a de Brant , se dedica t odo un capít ulo al t em a apocalípt ico del Ant icrist o: una inm ensa t em pest ad se lleva la nave de los locos en carrera insensat a, que se ident ifica con la cat ást rofe de los m undos. 79 Y, a la inversa, no pocas figuras de la ret órica m oral son ilust radas, de m anera m uy direct a, ent re las im ágenes cósm icas de la locura: no olvidem os al fam oso m édico del Bosco, m ás loco aún que aquel a quien pret ende curar: t oda su falsa ciencia no ha hecho apenas ot ra cosa que acum ular sobre él las peores m anías de una locura que t odos pueden ver, salvo él m ism o. Para sus cont em poráneos y para las generaciones que van a seguirlos, las obras del Bosco ofrecen una lección de m oral: t odas esas figuras que nacen del m undo, ¿no revelan, igualm ent e, a los m onst ruos del corazón? " La diferencia que exist e ent re las pint uras de est e hom bre y las de ot ros consist e en que los dem ás t rat an m ás a m enudo de pint ar al hom bre t al com o se m uest ra al ext erior, pero sólo ést e ha t enido la audacia de pint arlos t al com o son en el int erior. " Y en est a sabiduría denunciadora, en est a ironía inquiet a, piensa el m ism o com ent ador de principios del siglo XVI I , puede verse el sím bolo claram ent e expresado, en casi t odos los cuadros del Bosco, por la doble figura de la llam a ( luz del pensam ient o que vela) , y del búho, cuya ext raña m irada fij a " se eleva en la calm a y el silencio de la noche, consum iendo m ás aceit e que vino" . 80 Pese a t ant as int erferencias aún visibles, la separación ya est á hecha; ent re las 77 I bid., op. cit ., 38, p. 77. Ronsard, Discours des Misères de ce t em ps. 79 Brant , loc. cit ., cant o CXVI I , sobre t odo los versos 21- 22, y 57 ss., que t ienen referencias precisas al Apocalipsis, versículos 13 y 20. 80 José de Sigüenza, Tercera part e de la Hist oria de la Orden de San Jerónim o, 1605, p. 837. Cit ado en Tolnay, Hieronim us Bosch. Apéndice, p. 76. 78 22 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com dos form as de experiencia de la locura no dej ará de aum ent ar la dist ancia. Las figuras de la visión cósm ica y los m ovim ient os de la reflexión m oral, el elem ent o t rágico y el elem ent o crít ico, en adelant e irán separándose cada vez, abriendo en la unidad profunda de la locura una brecha que nunca volverá a colm arse. Por un lado, habrá una Nave de los locos, cargada de rost ros gest iculant es, que se hunde poco a poco en la noche del m undo, ent re paisaj es que hablan de la ext raña alquim ia de los conocim ient os, de las sordas am enazas de la best ialidad, y del fin de los t iem pos. Por el ot ro lado, habrá una Nave de los locos que form e para los sabios la Odisea ej em plar y didáct ica de los defect os hum anos. De un lado el Bosco, Brueghel, Thierry Bout s, Durero, y t odo el silencio de las im ágenes. Es en el espacio de la pura visión donde la locura despliega sus poderes. Fant asm as y am enazas, apariencias puras del sueño y dest ino secret o del m undo. La locura t iene allí una fuerza prim it iva de revelación: revelación de que lo onírico es real, de que la t enue superficie de la ilusión se abre sobre una profundidad irrecusable, y de que el cint ilar inst ant áneo de la im agen dej a al m undo presa de figuras inquiet ant es que se et ernizan en sus noches; y revelación inversa pero no m enos dolorosa, que t oda la realidad del m undo será reabsorbida un día por la I m agen fant ást ica, en ese m om ent o sit uado ent re el ser y la nada: el delirio de la dest rucción pura; el m undo no exist e ya, pero el silencio y la noche aún no acaban de cerrarse sobre él; vacila en un últ im o resplandor, en el ext rem o del desorden que precede al orden m onót ono de lo consum ado. En est a im agen inm ediat am ent e suprim ida es donde viene a perderse la verdad del m undo. Toda est a t ram a de la apariencia y del secret o, de la im agen inm ediat a y del enigm a reservado se despliega, en la pint ura del siglo XV, com o la t rágica locura del m undo. Del ot ro lado, con Brant , con Erasm o, con t oda la t radición hum anist a, la locura queda at rapada en el universo del discurso. Allí se refina, se hace m ás sut il, y asim ism o se desarm a. Cam bia de escala; nace en el corazón de los hom bres, arregla y desarregla su conduct a; y aunque gobierna las ciudades, la quiet a verdad de las cosas, la gran nat uraleza la ignora. Desaparece pront o cuando aparece lo esencial, que es vida y m uert e, j ust icia y verdad. Acaso t odo hom bre est é som et ido a ella, pero su reinado siem pre será m ezquino y relat ivo; pues la locura m ost rará su m ediocre verdad a la m irada del sabio. Para él, la locura será un obj et o, y de la peor m anera, pues será el obj et o de su risa. Por eso m ism o, los laureles que se t ej en para ella la encadenan. Y así fuese m ás sabia que t oda ciencia, debería inclinarse ant e la sabiduría, puest o que ella es locura. No puede t ener la últ im a palabra, no es nunca la últ im a palabra de la verdad y del m undo; el discurso por el cual se j ust ifica sólo proviene de una conciencia crit ica del hom bre. Est e enfrent am ient o de la conciencia crít ica y de la experiencia t rágica anim a t odo lo que ha podido ser conocido de la locura y form ulado sobre ella a principios del Renacim ient o. 81 Em pero, se esfum ará pront o, y est a gran est ruct ura, t an clara aún, t an bien delineada a principios del siglo XVI habrá desaparecido, o casi, m enos de cien años después. Desaparecer no es precisam ent e el t érm ino que conviene para designar con t oda precisión lo que ha ocurrido. Se t rat a, ant es bien, de un privilegio cada vez m ás m arcado que el Renacim ient o ha concedido a uno de los elem ent os del sist em a: el que hacía de la locura una experiencia en el cam po del idiom a, una experiencia en que el hom bre afront aba su verdad m oral, las reglas propias de su nat uraleza y de su 81 Most rarem os en ot ro est udio cóm o la experiencia de lo dem oniaco y la reducción que de él se hizo del siglo XVI al siglo XVI I I no debe int erpret arse com o una vict oria de las t eorías hum anit arias y m édicas sobre el ant iguo universo salvaj e de las superst iciones, sino com o la ret om a, en una experiencia crít ica, de las form as que ant año habían llevado las am enazas del desgarram ient o del m undo. 23 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com verdad. En sum a, la conciencia crít ica de la locura se ha encont rado cada vez m ás en relieve, m ient ras sus figuras t rágicas ent raban progresivam ent e en la som bra. Ést as pront o serán absolut am ent e esquivadas. Ant es de que pase m ucho t iem po, cost ará t rabaj o descubrir sus huellas; t an sólo algunas páginas de Sade y la obra de Goya ofrecen t est im onio de que est a desaparición no es un hundim ient o, sino que, oscuram ent e, est a experiencia t rágica subsist e en las noches del pensam ient o y de los sueños, y que en el siglo XVI no se t rat ó de una dest rucción radical sino t an sólo de una ocult ación. La experiencia t rágica y cósm ica de la locura se ha encont rado disfrazada por los privilegios exclusivos de una conciencia crít ica. Por ello la experiencia clásica, y a t ravés de ella la experiencia m oderna de la locura, no puede ser considerada com o una figura t ot al, que así llegaría finalm ent e a su verdad posit iva; es una figura fragm ent aria la que falazm ent e se present a com o exhaust iva; es un conj unt o desequilibrado por t odo lo que le falt a, es decir, por t odo lo que ocult a. Baj o la conciencia crít ica de la locura y sus form as filosóficas o cient íficas, m orales o m édicas, no ha dej ado de velar una sorda conciencia t rágica. Es est o lo que han revelado las últ im as palabras de Niet zsche, las últ im as visiones de Van Gogh. Es ella, sin duda, la que, en el punt o m ás ext rem o de su cam ino, ha em pezado a present ir Freud; son esos grandes desgarram ient os los que él ha querido sim bolizar por la lucha m it ológica de la libido y del inst int o de m uert e. Es ella, en fin, est a conciencia, la que ha venido a expresarse en la obra de Art aud, en est a obra que debería plant ear al pensam ient o del siglo xx, si ést e le prest ara at ención, la m ás urgent e de las pregunt as, y la que m enos perm it e al invest igador escapar del vért igo, en est a obra que no ha dej ado de proclam ar que nuest ra cult ura había perdido su m edio t rágico desde el día en que rechazó lej os de sí a la gran locura solar del m undo, los desgarram ient os en que se consum a sin cesar la " vida y m uert e de Sat án el Fuego" . Son est os descubrim ient os ext rem os, ellos solos, los que nos perm it en en nuest ra época j uzgar finalm ent e que la experiencia de la locura que se ext iende desde el siglo XVI hast a hoy debe su figura part icular y el origen de su sent ido a est a ausencia, a est a noche y a t odo lo que la llena. La bella rect it ud que conduce al pensam ient o racional hast a el análisis de la locura com o enferm edad m ent al debe ser reint erpret ada en una dim ensión vert ical; parece ent onces que baj o cada una de sus form as ocult a de m anera m ás com plet a, y t am bién m ás peligrosa, est a experiencia t rágica, a la que sin em bargo no ha logrado reducir del t odo. En el punt o últ im o del freno, era necesaria la explosión, a la que asist im os desde Niet zsche. Pero: ¿cóm o se const it uyeron en el siglo XVI los privilegios de la reflexión crít ica? ¿Cóm o se encuent ra la experiencia de la locura finalm ent e confiscada por ellos, de t al m anera que en el um bral de la época clásica t odas las im ágenes t rágicas evocadas en la época precedent e se han disipado en la som bra? Aquel m ovim ient o que hacía decir a Art aud: " Con una realidad que t enía sus leyes, sobrehum anas quizá, pero nat urales, ha rot o el Renacim ient o del siglo XVI ; y el Hum anism o del Renacim ient o no fue un engrandecim ient o, sino una dism inución del hom bre" , 82 ese m ovim ient o, ¿cóm o se ha t erm inado? Resum am os brevem ent e lo que es indispensable en est a evolución para com prender la experiencia que el clasicism o hizo de la locura. 1º La locura se conviert e en una form a relat iva de la razón, o ant es bien locura y razón ent ran en una relación perpet uam ent e reversible que hace que t oda locura 82 Vie et m ort de Sat an le Feu, París, 1949, p. 17. 24 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com t enga su razón, la cual la j uzga y la dom ina, y t oda razón su locura, en la cual se encuent ra su verdad irrisoria. Cada una es m edida de la ot ra, y en ese m ovim ient o de referencia recíproca am bas se recusan, pero se funden la una por la ot ra. El viej o t em a crist iano de que el m undo es locura a los oj os de Dios se rej uvenece en el siglo XVI , en est a dialéct ica cerrada de la reciprocidad. El hom bre cree que ve claro, y que él es la m edida j ust a de las cosas; el conocim ient o que t iene del m undo, que cree t ener, lo confirm a en su com placencia: " Si dirigim os la m irada hacia abaj o, en pleno día, o si cont em plam os a nuest ro alrededor, aquí y allá, nos parece que nuest ra m irada es la m ás aguda que podam os concebir" ; pero si volvem os los oj os hacia el m ism o sol, nos vem os obligados a confesar que nuest ra com prensión de las cosas t errest res no es m ás que " pura t ardanza y ent orpecim ient o cuando se t rat a de ir hast a el sol" . Est a conversión, casi plat ónica, hacia el sol del ser, no descubre, sin em bargo, con la verdad el fundam ent o de las apariencias; solam ent e revela el abism o de nuest ra propia sinrazón: " Si em pezam os a elevar nuest ros pensam ient os a Dios... aquello que nos encant aba baj o el t ít ulo de sabiduría sólo nos parecerá locura, y aquello que t enía una bella apariencia de virt ud no result ará ser m ás que debilidad. " 83 Subir por el espírit u hacia Dios y sondear el abism o insensat o donde hem os caído no es m ás que una sola y m ism a cosa; en la experiencia de Calvino la locura es la m edida propia del hom bre cuando se la com para con la desm esurada razón de Dios. El espírit u del hom bre, en su finit ud, no es t ant o un chispazo de la gran luz com o un fragm ent o de som bra. A su int eligencia lim it ada no se ha abiert o la verdad parcial y t ransit oria de la apariencia; su locura sólo descubre el anverso de las cosas, su lado noct urno, la cont radicción inm ediat a de su verdad. Al elevarse hast a Dios, el hom bre no sólo debe sobrepasarse, sino arrancarse a su flaqueza esencial, dom inar de un salt o la oposición ent re las cosas del m undo y su esencia divina, pues lo que se t ransparent a de la verdad en la apariencia no es su reflej o, sino una cruel cont radicción: " Todas las cosas t ienen dos caras —dice Sebast ián Franck— porque Dios ha resuelt o oponerse al m undo, dej ar a ést e la apariencia y t om ar para sí la verdad y la esencia de las cosas... Por ello, cada cosa es lo cont rario de lo que parece ser en el m undo: un Sileno invert ido. " 84 El abism o de locura en que han caído los hom bres es t al que la apariencia de verdad que allí se encuent ra dada es su rigurosa cont radicción. Pero hay m ás aún: est a cont radicción ent re apariencia y verdad ya se encuent ra present e en el int erior m ism o de la apariencia; pues si la apariencia fuera coherent e consigo m ism a, sería al m enos una alusión a la verdad y com o su form a vacía. Es en las cosas m ism as donde se debe descubrir esa inversión, inversión que desde ent onces carecerá de dirección única y de t érm ino preest ablecido; no de la apariencia hacia la verdad, sino de la apariencia hacia est a ot ra que la niega, luego nuevam ent e hacia lo que refut a est a negación y reniega de ella, de t al suert e que el m ovim ient o no puede ser det enido j am ás, y que desde ant es de aquella gran conversión que exigían Calvino o Franck, Erasm o se sabe det enido por las m il conversiones m enores que le prescribe la apariencia a su propio nivel: el Sileno invert ido no es el sím bolo de la verdad que nos ha ret irado Dios; es m ucho m ás y m ucho m enos: el sím bolo, a ras de t ierra, de las cosas m ism as, est a im plicación de los cont rarios que nos ocult a, para siem pre acaso, el cam ino rect o y único hacia la verdad. Cada cosa " m uest ra dos caras. La cara ext erior m uest ra la m uert e; cont ém plese el int erior: allí est á la vida, o viceversa. La 83 84 Calvino, I nst it ut ion chrét ienne, libro I , cap. 1º , ed. J.- D. Benoît , pp. 51- 52. Sébast ien Franck, Paradoxes, ed. Ziegler, pp. 57 y 91. 85 Erasm o, loc. cit ., XXI X, p. 53. 25 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com belleza encubre la fealdad, la riqueza la indigencia, la infam ia la gloria, el saber la ignorancia. En sum a, abrid el Sileno, encont raréis allí lo cont rario de lo que m uest ra" . 85 Nada que no est é hundido en la cont radicción inm ediat a, nada que no incit e al hom bre a adherirse a su propia locura; m edido por la verdad de las esencias y de Dios, t odo el orden hum ano no es m ás que locura. 86 Y t am bién es locura, en est e orden, el m ovim ient o por el cual se int ent a arrancarse de él para t ener acceso a Dios. En el siglo XVI , m ás que en ninguna época, la Epíst ola a los Corint ios brilla con un prest igio incom parable: " Com o si est uviera loco hablo. " Locura era est a renuncia al m undo, locura el abandono t ot al a la volunt ad oscura de Dios, locura est a búsqueda de la que se desconoce el fin, t ant os viej os t em as caros a los m íst icos. Ya Tauler evocaba ese abandono de las locuras del m undo pero que se ofrecía, por ello m ism o, a locuras m ás som brías y m ás desoladoras: " La navecilla es llevada m ar adent ro, y com o el hom bre se encuent ra en est e est ado de abandono, ent onces afloran en él t odas las angust ias y t odas las t ent aciones, y t odas las im ágenes, y la m iseria... " 87 La m ism a experiencia com ent a Nicolás de Cusa: " Cuando el hom bre abandona lo sensible, su alm a se vuelve com o dem ent e. " En m archa hacia Dios, el hom bre est á m ás abiert o que nunca a la locura, y ese puert o de la verdad hacia el cual finalm ent e lo em puj a la gracia, ¿qué es para él, si no un abism o de sinrazón? La sabiduría de Dios, cuando se puede percibir su resplandor, no es una razón velada largo t iem po, sino una profundidad sin m edida. En ella, el secret o guarda t odas sus dim ensiones de secret o, la cont radicción no dej a de cont radecirse siem pre, baj o el signo de est a gran cont radicción, deseosa de que el cent ro m ism o de la sabiduría sea el vért igo de t oda dem encia. " Señor, t u consej o es un abism o dem asiado profundo. " 88 Y lo que Erasm o había ent revist o de lej os, al decir secam ent e que Dios ha ocult ado aun a los sabios el m ist erio de la salvación, salvando así al m undo por la locura m ism a, 89 Nicolás de Cusa lo había dicho ext ensam ent e en el m ovim ient o de sus ideas, perdiendo su débil razón hum ana, que no es sino locura, en la gran locura abism al de la sabiduría de Dios: " Ninguna expresión verbal puede expresarla, ningún act o del ent endim ient o puede hacerla com prender, ninguna m edida puede m edirla, ninguna realización realizarla, ningún t érm ino t erm inarla, ninguna proporción proporcionarla, ninguna com paración com pararla, ninguna figura figurarla, ninguna form a inform arla... I nexpresable m ediant e ninguna expresión verbal, se pueden concebir frases de ese género al infinit o, pues ninguna concepción puede concebir est a Sabiduría por la cual, en la cual y de la cual proceden t odas las cosas. " 90 El gran círculo se ha cerrado. En relación con la Sabiduría, la razón del hom bre no era m ás que locura; en relación con la endeble sabiduría de los hom bres, la Razón de Dios es arrebat ada por el m ovim ient o esencial de la Locura. Medido en la grande escala, t odo no es m ás que Locura; m edido en la pequeña escala, el Todo m ism o es locura. Es decir, nunca hay locura m ás que por referencia a una razón, pero t oda la verdad de ést a consist e en hacer brot ar por un inst ant e una locura que ella rechaza, para perderse a su vez en una locura que la disipa. En un sent ido la locura no es nada: la locura de los hom bres, nada ant e la razón 85 86 El plat onism o del Renacim ient o, sobre t odo a part ir del siglo XVI , es un plat onism o de la ironía y de la crít ica. 87 Tauler, Predigt er, XU. Cit ado en Gandillac, Valeur du t em ps ans la pédagogie spirit uelle de Tauler, p. 62. 88 Calvino, Serm on I I sur l'Épît re aux Êphésiens; en Calvino. Text es choisis, por Gagnebin y K. Bart h, p. 73. 89 Erasm o, loc. cit ., 65, p. 173. 90 Nicolás de Cusa, El profano; en Œuvres choisies, por M. de Gandillac, p. 220. 26 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com suprem a, única que cont iene al ser; y el abism o de la locura fundam ent al, nada puest o que no es t al m ás que para la frágil razón de los hom bres. Pero la razón no es nada, pues aquella en cuyo nom bre se denuncia la locura hum ana se revela, cuando finalm ent e se llega a ella, com o un m ero vest igio donde debe callarse la razón. Así, baj o la influencia principal del pensam ient o crist iano, queda conj urado el gran peligro que el siglo XV había vist o crecer. La locura no es una pot encia sorda que hace est allar el m undo y revela fant ást icos prest igios; en el crepúsculo de los t iem pos, no revela las violencias de la best ialidad ni la gran lucha del Saber y la Prohibición. Ha sido arrast rada por el ciclo indefinido que la vincula con la razón; am bas se afirm an y se niegan la una por la ot ra. La locura ya no t iene exist encia absolut a en la noche del m undo: sólo exist e por relat ividad a la razón, que pierde la una por la ot ra, al salvar la una con la ot ra. 2º La locura se conviert e en una de las form as m ism as de la razón. Se int egra a ella, const it uyendo sea una de sus form as secret as, sea uno de los m om ent os de su m anifest ación, sea una form a paradój ica en la cual puede t om ar conciencia de sí m ism a. De t odas m aneras, la locura no conserva sent ido y valor m ás que en el cam po m ism o de la razón. " La presunción es nuest ra enferm edad nat ural y original. La m ás calam it osa y frágil de t odas las criat uras es el hom bre, y la m ás orgullosa. Se sient e y se ve aloj ado por aquí por el cieno y las heces del m undo, at ado y clavado a la part e peor, m ás m uert a y corrom pida del universo, el últ im o albergue del aloj am ient o, el m ás alej ado de la bóveda celest e, con los anim ales de peor condición de los t res, y va plant ándose, con su im aginación, por encim a del círculo de la luna, y poniendo el cielo a sus pies. Por la variedad de est a m ism a im aginación, él iguala a Dios. " 91 Tal es la peor locura del hom bre: no reconocer la m iseria en que est á encerrado, la flaqueza que le im pide acceder a la verdad y al bien; no saber qué part e de la locura es la suya. Rechazar est a sinrazón que es el signo m ism o de su est ado, es privarse para siem pre de ut ilizar razonablem ent e su razón. Pues, si el hom bre t iene una razón, es j ust am ent e en la acept ación de ese círculo cont inuo de la sabiduría y de la locura, en la clara conciencia de su reciprocidad y de su im posible separación. La verdadera razón no est á libre de t odo com prom iso con la locura; por el cont rario, debe seguir los cam inos que ést a le señala: " ¡Aproxim aos un poco, hij as de Júpit er! Voy a dem ost rar que a est a sabiduría perfect a, a la que se llam a ciudadela de la felicidad, no hay ot ro acceso que la locura. " 92 Pero est e sendero, aun cuando no conduce a ninguna sabiduría final, aun cuando la ciudadela que prom et e no es sino un espej ism o y una locura renovada, ese sendero, sin em bargo, es en sí m ism o el sendero de la sabiduría, si se le sigue a sabiendas de que, j ust am ent e, es el de la locura. El espect áculo vano, el escándalo frívolo, ese est ruendo de sonidos y colores causant e de que el m undo no sea nunca m ás que el m undo de la locura, debe ser acept ado, debe ser recibido por el hom bre, pero con la clara conciencia de su fat uidad, de esa fat uidad que es t ant o del espect ador com o del espect áculo. No se le debe prest ar el oído at ent o que se prest a a la verdad, sino la at ención ligera, m ezcla de ironía y de com placencia, de facilidad y de saber secret o que no se dej a engañar, que de ordinario se prest a a los espect áculos de feria: no el oído " que os sirve para oír las prédicas sacras, sino el que se prest a en la feria a los charlat anes, los bufones y los payasos, o la orej a de burro que nuest ro rey Midas exhibió ant e el dios Pan" . 93 Allí, en ese inm ediat o colorido y ruidoso, en est a acept ación fácil que 91 92 93 Mont aigne, Essais, lib. I I , cap. XI I , ed. Garnier, t . I I , p. 188. Erasm o, loc. cit ., 30, p. 57. I bid., 2, p. 9. 27 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com es un rechazo im percept ible, se alcanza, m ás seguram ent e que en las largas búsquedas de la verdad ocult a, la esencia m ism a de la sabiduría. Subrept iciam ent e, por el recibim ient o m ism o que le hace, la razón invist e a la locura, la cierne, t om a conciencia de ella y puede sit uarla. ¿Dónde sit uarla, por ciert o, si no en la razón m ism a, com o una de sus form as y quizás uno de sus recursos? Sin duda, ent re form as de la razón y form as de la locura son grandes las sim ilit udes. E inquiet ant es: ¿cóm o dist inguir, en una acción sabia que ha sido com et ida por un loco, y en la m ás insensat a de las locuras, que es obra de un hom bre ordinariam ent e sabio y com edido? " La sabiduría y la locura —dice Charron— son vecinas cercanas. No hay m ás que una m edia vuelt a de la una a la ot ra. Eso se ve en las acciones de los hom bres insensat os. " 94 Pero est e parecido, aun si ha de confundir a las gent es razonables, sirve a la razón m ism a. Y al arrebat ar en su m ovim ient o a las m ayores violencias de la locura, la razón llega, así, a sus fines m ás alt os. Visit ando a Tasso en su delirio, Mont aigne sient e aún m ás despecho que com pasión; pero, en el fondo, m ás adm iración que t odo. Despecho, sin duda, al ver que la razón, allí donde puede alcanzar sus cum bres, est á infinit am ent e cerca de la locura m ás profunda: " ¿Quién no sabe cuán im percept ible es la vecindad ent re la locura con las gallardas elevaciones de un espírit u libre, y los efect os de una virt ud suprem a y ext raordinaria?" Pero hay allí obj et o de una adm iración paradój ica. Un signo es que, de est a m ism a locura, la razón obt uviera sus recursos m ás ext raños. Si Tasso, " uno de los poet as it alianos m ás j uiciosos, ingeniosos y form ados al aire libre de est a poesía pura y ant igua que j am ás hayan sido" , se encuent ra ahora en " est ado t an lam ent able, sobreviviéndose a sí m ism o" , ¿no lo debe a " est a su vivacidad asesina, a est a claridad que lo ha cegado, a est a aprehensión exact a y t ierna de la razón que le ha hecho perder la razón? ¿A la curiosa y laboriosa búsqueda de las ciencias que lo ha llevado al em brut ecim ient o? ¿A est a rara apt it ud para los ej ercicios del alm a, que lo ha dej ado sin ej ercicio y sin alm a?" 95 Si la locura viene a sancionar el esfuerzo de la razón, es porque ya form aba part e de ese esfuerzo: la vivacidad de las im ágenes, la violencia de la pasión, est e gran ret iro del espírit u en sí m ism o, t an caract eríst icos de la locura, son los inst rum ent os m ás peligrosos de la razón, por ser los m ás agudos. No hay ninguna razón fuert e que no deba arriesgarse en la locura para llegar al t érm ino de su obra, " no hay espírit u grande sin m ezcla de locura. En est e sent ido, los sabios y los poet as m ás audaces han aprobado la locura y el salirse de quicio de vez en cuando" . 96 La locura es un m om ent o duro pero esencial en la labor de la razón; a t ravés de ella, y aun en sus vict orias aparent es, la razón se m anifiest a y t riunfa. La locura sólo era, para ella, su fuerza viva y secret a. 97 Poco a poco, la locura se encuent ra desarm ada, y al m ism o t iem po desplazada; invest ida por la razón, es com o recibida y plant ada en ella. Tal fue, pues, el papel am biguo de est e pensam ient o escépt ico, digam os, ant es bien, de est a razón t an vivam ent e conscient e de las form as que la lim it an y de las fuerzas que la cont radicen; descubre a la locura com o una de sus propias figuras, lo que es una m anera de conj urar t odo lo que puede ser un poder ext erior, host ilidad irreduct ible, signo de t rascendencia, pero al m ism o t iem po coloca a la locura en el cent ro de su propio t rabaj o, designándola com o un m om ent o esencial de su propia nat uraleza. Y m ás allá de Mont aigne y de Charron, pero en ese m ovim ient o de inserción de la locura en la nat uraleza m ism a de la razón, se ve 94 95 96 97 Charron, De la sagesse, lib. 1º , cap. XV, ed. Am aury Duval, 1827, t . I , p. 130. Mont aigne, loc. cit ., p. 256. Charron, foc. cit ., p. 130. Cf. con el m ism o espírit u Saint - Évrem oud, Sir Polit ik would be ( act o V, esc. ii) . 28 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com dibuj arse la curva de la reflexión de Pascal: " Los hom bres son t an necesariam ent e locos que sería est ar loco de alguna ot ra m anera el no est ar loco. " 98 Reflexión en la cual se recibe y se re- t om a t odo el largo t rabaj o que com ienza con Erasm o: descubrim ient o de una locura inm anent e a la razón; luego, a part ir de allí, desdoblam ient o: por una part e, una " locura loca" que rechaza a est a locura propia de la razón y que, al rechazarla, la re- dobla, y en est e redoblam ient o cae en la m ás sim ple, la m ás cerrada, la m ás inm ediat a de las locuras; por ot ra part e una " locura sabia" que recibe a la locura de la razón, la escucha, reconoce sus derechos de ciudadana, y se dej a penet rar por sus fuerzas vivas; pero al hacerlo se prot ege m ás realm ent e de la locura que la obst inación de un rechazo siem pre vencido de ant em ano. Y es que ahora la verdad de la locura no es m ás que una y sola cosa con la vict oria de la razón, y su definit ivo vencim ient o: pues la verdad de la locura es ser int erior a la razón, ser una figura suya, una fuerza y com o una necesidad m om ent ánea para asegurarse m ej or de sí m ism a. Tal vez est é allí el secret o de su presencia m últ iple en la lit erat ura de fines del siglo XVI y principios del XVI I , un art e que, en su esfuerzo por dom inar est a razón que se busca a sí m ism a, reconoce la presencia de la locura, de su locura, la rodea y le pone sit io, para finalm ent e t riunfar sobre ella. Juegos de una época barroca. Pero aquí, com o en el pensam ient o, se realiza t odo un t rabaj o que acarreará la confiscación de la experiencia t rágica de la locura por una conciencia crít ica. Pero dej em os por el inst ant e est e fenóm eno y valorem os en su indiferencia esas figuras que podem os encont rar t ant o en Don Quij ot e com o en las novelas de Scudéry, en El rey Lear y en el t eat ro de Rot rou o de Trist an L'Herm it e. Com encem os por la m ás im port ant e, que es t am bién la m ás durable, la que volverem os a encont rar en el siglo XVI I I con las m ism as form as, aunque un poco desdibuj adas, 99 la locura por ident ificación novelesca. De una vez por t odas, Cervant es había dibuj ado sus caract eríst icas. Pero el t em a es repet ido incansablem ent e: adapt aciones direct as ( el Dan Quichot t e de Guérin de Bouscal es represent ado en 1639; dos años m ás t arde lo es Le Gouvernem ent de Sancho Pança) , reint erpret aciones de un episodio part icular ( Les Folies de Cardenio, de Pichou, son una variación de la anécdot a del " caballero andraj oso" de la Sierra Morena) , o de una m anera m ás indirect a, sát iras de las novelas fant ást icas ( com o en la Fausse Clélie de Subligny, en el int erior m ism o del relat o, en el episodio de Julie d'Arviane) . Del aut or al lect or las quim eras se t rasm it en, pero aquello que era fant asía por una part e, se conviert e en fant asm a por la ot ra; la ast ucia del escrit or es acept ada con t ant o candor com o im agen de lo real. En apariencia, nos encont ram os solam ent e ant e una crít ica fácil de las novelas de im aginación; pero un poco por debaj o, hay t oda una inquiet ud sobre las relaciones que exist en, en la obra de art e, ent re la realidad y la im aginación, y acaso t am bién sobre la t urbia com unicación que hay ent re la invención fant ást ica y las fascinaciones del delirio. " Es a las im aginaciones desordenadas a las que debem os la invención de las art es; el Capricho de los Pint ores, de los Poet as y de los Músicos no es m ás que un nom bre civilm ent e dulcificado para expresar su Locura. " 100 Locura donde son puest os en t ela de j uicio los valores de ot ro t iem po, de ot ro art e, de una m oral, pero donde se reflej an t am bién, m ezcladas y 98 Pensées, ed. Brunschvicg, nº 414. La idea es m uy frecuent e en el siglo XVI I I , sobre t odo después de Rousseau, de que la lect ura de las novelas o los espect áculos t eat rales vuelven loco. Cf. infra, Segunda Part e, cap. I V. 100 Saint - Évrem ond, Sir Polit ik would be, act o V, esc. I I . 99 29 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com ent urbiadas, ext rañam ent e com prom et idas las unas con las ot ras en una quim era com ún, t odas las form as, aun las m ás dist ant es, de la im aginación hum ana. Muy próxim a a est a prim era, est á la locura de la vana presunción. No es con un m odelo lit erario con quien el loco se ident ifica; es consigo m ism o, por m edio de una adhesión im aginaria que le perm it e at ribuirse t odas las cualidades, t odas las virt udes o poderes de que él est á desprovist o. Es un heredero de la viej a Filaut ía de Erasm o. Pobre, es rico; feo, se m ira herm oso; con grillet es en los pies, se cree Dios, sin em bargo. Así era el licenciado Osuna, que se creía Nept uno; 101 es el dest ino ridículo de los 7 personaj es de los Visionnaires, 102 de Chat eaufort en el Pédant j oué, de M. de Richesource en Sir Polit ik. I nnum erable locura, que t iene t ant os rost ros com o caract eres, am biciones e ilusiones hay en el m undo. I nclusive en sus ext rem os, es la m ano ext rem osa de las locuras; es, en el corazón de cada hom bre, la relación im aginaria que sost iene consigo m ism o. En ella se engendran los defect os m ás com unes. Denunciarla es el prim ero y últ im o sent ido de t oda crít ica m oral. Tam bién al m undo m oral pert enece la locura del j ust o cast igo. Es ella quien cast iga, por m edio de t rast ornos del espírit u, los t rast ornos del corazón; pero t iene t am bién ot ros poderes: el cast igo que inflige se desdobla por sí m ism o, en la m edida en que, cast igándose, revela la verdad. La j ust icia de est a locura t iene la caract eríst ica de ser verídica. Verídica, puest o que ya el culpable experim ent a, en el vano t orbellino de sus fant asm as, lo que será en la et ernidad el dolor de su cast igo: Erast o, en Mélit e, ya se ve perseguido por las Eum énides y condenado por Minos. Verídica, igualm ent e, porque el crim en escondido a los oj os de t odos se hace pat ent e en la noche de est e ext raño cast igo; la locura, con sus palabras insensat as, que no se pueden dom inar, ent rega su propio sent ido, y dice, en sus quim eras, su secret a verdad; sus grit os hablan en vez de su conciencia. Así, el delirio de Lady Macbet h revela " a quienes no deberían saberlo" , las palabras que durant e m ucho t iem po ha m urm urado solam ent e a " sordas alm ohadas" . 103 En fin, el últ im o t ipo de locura, que es la pasión desesperada. El am or engañado en su exceso, engañado sobre t odo por la fat alidad de la m uert e, no t iene ot ra salida que la dem encia. En t ant o que había un obj et o, el loco am or era m ás am or que locura; dej ado solo, se prolonga en el vacío del delirio. ¿Cast igo de una pasión dem asiado abandonada a su propia violencia? Sin duda; pero est e cast igo es t am bién un calm ant e; ext iende, sobre la irreparable ausencia, la piedad de las presencias im aginarias; encuent ra en la paradoj a de la alegría inocent e, o en el heroísm o de las em presas insensat as, la form a que se borra. Si el cast igo conduce a la m uert e, es a una m uert e donde aquellos que se am an no serán j am ás separados. Es la últ im a canción de Ofelia; es el delirio de Arist o en la Locura del sabio; pero es sobre t odo la am arga y dulce dem encia del Rey Lear. En la obra de Shakespeare, encont ram os las locuras em parent adas con la m uert e y con el hom icidio; en la de Cervant es, las form as que se ordenan hacia la presunción y t odas las com placencias de lo im aginario. Pero son elevados m odelos, y sus im it adores los m oderan y desarm an. Sin duda son ellos t est igos, el español y el inglés, m ás bien de la locura t rágica, nacida en el siglo XV, que de la experiencia crít ica y m oral de la Sinrazón que se desarrolla, con t odo, en su 101 Cervant es, Don Quij ot e, Segunda Part e, cap. 1º . En Los visionarios, se ve a un capit án cobarde que se cree Aquiles, a un poet a am puloso, a un ignorant e aficionado a los versos, a un rico im aginario, a una m uchacha que se cree am ada por t odos, a una pedant e que cree poder represent arlo t odo en com edia, y finalm ent e a ot ra que se cree una heroína de novela. 103 Macbet h, act o V, esc. I . 102 30 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com propia época. Por encim a de los t iem pos, vuelven a encont rar un sent ido que se halla a punt o de desaparecer, sent ido cuya cont inuidad ya no persist irá m ás que en la noche. Sin em bargo, com parando su obra, y lo que ella sost iene, con las significaciones que encont ram os en la obra de sus cont em poráneos o im it adores, es com o se podrá descifrar lo que sucede, a principios del siglo XVI I , en la experiencia lit eraria de la locura. En la obra de Shakespeare y de Cervant es, la locura ocupa siem pre un lugar ext rem o, ya que no t iene recursos. Nada puede devolverla a la verdad y a la razón. Solam ent e da al desgarram ient o, que precede a la m uert e. La locura, en sus vanas palabras, no es vanidad; el vacío que la invade es " un m al que se halla m ucho m ás allá de m i práct ica" , com o dice el m édico hablando de Lady Macbet h; es ya la plenit ud de la m uert e: una locura que no necesit a m édico, sino la m isericordia divina solam ent e. 104 El suave gozo, que al final encuent ra Ofelia, no es conciliable con ninguna felicidad; su cant o insensat o est á t an cerca de lo esencial com o el " grit o de m uj er" que anuncia por los corredores del cast illo de Macbet h que " la reina ha m uert o" . 105 Sin duda, la m uert e de Don Quij ot e sucede en paisaj e apacible, recobradas en el últ im o inst ant e la razón y la verdad. De golpe, la locura del caballero ha adquirido conciencia de sí m ism a, y ant e sus propios oj os se conviert e en t ont ería. Pero est a brusca sabiduría de su locura, ¿no es una nueva locura que acaba de penet rarle en la cabeza? Equívoco indefinidam ent e reversible que no puede ser decidido definit ivam ent e m ás que por la m uert e. La locura disipada se t iene que confundir con la inm inencia del fin; e inclusive una de las señales por las cuales conj et uraron que el enferm o se m oría, era el que hubiese vuelt o t an fácilm ent e de la locura a la razón. Pero ni siquiera la m uert e t rae la paz: la locura t riunfará aún, verdad irrisoriam ent e et erna, por encim a del fin de una vida, que sin em bargo se había liberado de la locura, en est e m ism o fin. I rónicam ent e la vida insensat a del caballero lo persigue, y lo inm ort aliza su dem encia; la locura es la vida im perecedera de la m uert e: Yace aquí el Hidalgo fuert e que a t ant o ext rem o llegó de valient e, que se adviert e que la m uert e no t riunfó de su vida con su m uert e. 106 Pero m uy pront o, la locura abandona esas regiones últ im as donde Cervant es y Shakespeare la sit uaron; en la lit erat ura de principios del siglo XVI I , ocupa, de preferencia, un lugar int erm edio; es m ás bien nudo que desenlace, m ás la peripecia que la inm inencia últ im a. Desaloj ada en la econom ía de las est ruct uras novelescas y dram át icas, perm it e la m anifest ación de la verdad y el regreso apacible de la razón. La locura no es ya considerada en su realidad t rágica, en el desgarram ient o absolut o, que la abre a ot ro m undo; se la considera solam ent e en el aspect o irónico de sus ilusiones. No es un cast igo real, sino im agen de un cast igo, y así falsa apariencia; no puede est ar ligada m ás que a la apariencia de un crim en o a la ilusión de una m uert e. Si Arist e, en la Folie du Sage, se vuelve loco ant e la not icia de la m uert e de su hij a, es porque ést a realm ent e no ha m uert o; cuando Erast o, en Mélit e, se ve perseguido por las Eum énides y arrast rado ant e Minos, es por un doble crim en que hubiera podido com et er, que hubiera querido 104 105 106 I bid., act o V. esc. I . I bid., act o V, esc. v. Cervant es, Don Quij ot e, Segunda Part e, cap. LXXI V. 31 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com com et er, pero en realidad no ha causado ninguna m uert e real. La locura es despoj ada de su seriedad dram át ica: no es cast igo ni desesperación, sino en las dim ensiones del error. Su función dram át ica no subsist e sino en la m edida en que se t rat a de un falso dram a: form a quim érica, donde no se t rat a m ás que de falt as supuest as, hom icidios ilusorios, desaparición de seres que volverán a ser encont rados. Sin em bargo, est a ausencia de gravedad no le im pide ser esencial, m ás esencial aún de lo que ya era, pues si colm a la ilusión, es gracias a ella com o se consigue derrot ar a la ilusión. En la locura, donde lo encierra su error, el personaj e com ienza involunt ariam ent e a desenredar la t ram a. Acusándose, dice, a pesar suyo, la verdad. En Mélit e, por ej em plo, t oda la ast ucia que el héroe ha acum ulado para engañar a los ot ros, se vuelve cont ra él, y él es la prim era víct im a, creyendo ser culpable de la m uert e de su rival y de su am ant e. Pero, en su delirio, se reprocha el haber invent ado t oda una correspondencia am orosa; la verdad se hace pat ent e en y por la locura que, provocada por la ilusión de un desenlace, desenlaza en realidad, ella sola, el em brollo verdadero, del cual es a la vez efect o y causa. Dicho de ot ra m anera, la locura es la falsa sanción de un final falso, pero por su propia virt ud, hace surgir el verdadero problem a, que puede ent onces ser verdaderam ent e conducido a su t érm ino. Ocult a baj o el error el secret o t rabaj o de la verdad. La locura de la que habla el aut or del Ospit al des Fous desem peña est e papel am biguo y cent ral, en el caso de la parej a de enam orados que, por escapar de sus perseguidores, se fingen locos y se esconden ent re los insensat os; en una crisis de dem encia sim ulada, la chica, disfrazada de m uchacho, finge ser una m uchacha —lo que es realm ent e—, diciendo así, por la neut ralización recíproca de dos engaños, la verdad que finalm ent e t riunfará. La locura es la form a m ás pura y t ot al de qui pro quo; t om a lo falso por verdadero, la m uert e por la vida, el hom bre por la m uj er, la enam orada por la Erinia y la víct im a por Minos. Es t am bién la form a m ás rigurosam ent e necesaria del qui pro quo en la econom ía dram át ica, ya que no t iene necesidad de ningún elem ent o ext erior para acceder al desenlace verdadero. Le es suficient e llevar su ilusión hast a la verdad. Así, la locura es, en el cent ro m ism o de la est ruct ura, en su cent ro m ecánico, a la vez fingida conclusión plena de ocult o recom enzar, e iniciación a lo que aparecerá com o reconciliación de la razón y la verdad. Ella indica el punt o hacia el cual converge, aparent em ent e, el dest ino t rágico de los personaj es, y a part ir del cual surgen realm ent e las líneas que conducen a la felicidad recuperada. En la locura se est ablece el equilibrio; pero lo ocult a baj o la nube de la ilusión, baj o el desorden fingido; el rigor de la arquit ect ura se disim ula baj o el m anej o hábil de est as violencias desordenadas. Est a brusca vivacidad, est e azar de los adem anes y palabras, est e vient o de locura que, de un golpe, em puj a a los personaj es, rom pe las líneas y las act it udes, arruga los decorados —cuando los hilos est án m ás apret ados—, es el t ipo m ism o de art ificio barroco. La locura es el gran engañabobos de las est ruct uras t ragicóm icas de la lit erat ura preclásica. 107 Scudéry lo sabía bien, él que al desear hacer, en su Com edie des Com édiens, el 107 Habría que hacer un est udio est ruct ural de las relaciones ent re el sueño y la locura en el t eat ro del siglo XVI I . Su parent esco desde hacía t iem po era un t em a filosófico y m edico ( cf. Segunda Part e. cap. I I I ) ; sin em bargo, el sueño parece un poco m ás t ardío, com o elem ent o esencial de la est ruct ura dram át ica. En t odo caso, su sent ido es ot ro, puest o que la realidad que lo habit a no es la de la reconciliación, sino de la consum ación t rágica. Su engaño no es a la perspect iva verdadera del dram a, y no induce al error, com o la locura que, en la ironía de su desorden aparent e, indica una falsa conclusión. 32 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com t eat ro del t eat ro, sit úa a su pieza, desde el principio, en el j uego de las ilusiones de la locura. Una part e de los cóm icos debe represent ar el papel de espect adores, y los ot ros el de los act ores. Es preciso pues, por una part e, t om ar el decorado por realidad, la represent ación por la vida, m ient ras que realm ent e se est á represent ando en un decorado real; por ot ra part e, es necesario fingir que se im it a y se represent a al act or, cuando se es en la realidad, sencillam ent e, un act or que est á represent ando. Es un j uego doble en el cual cada elem ent o est á desdoblado a su vez, form ando asi ese int ercam bio renovado ent re lo real y lo ilusorio que const it uye, en sí, el sent ido dram át ico de la locura. " No sé —debe decir Mondory, en el prólogo de la pieza de Scudéry— qué ext ravagancia es ést a de m is com pañeros, pero es t an grande, que m e veo forzado a creer que algún encant am ient o les ha arrebat ado la razón, y lo que m e parece peor es que t rat an de hacérm ela perder, y a vosot ros t am bién. Quieren persuadirm e de que no est oy en un t eat ro, de que aquí est á la ciudad de Lyon, que aquello es una host ería y aquél un j uego de pelot a, donde unos cóm icos que no som os nosot ros —y los cuales som os, sin em bargo— represent an una past orela. " 108 A t ravés de est a ext ravagancia, el t eat ro desarrolla su verdad, que es la de ser ilusión. Eso es, en est rict o sent ido, la locura. Nace la experiencia clásica de la locura. La gran am enaza que aparece en el horizont e del siglo XV se at enúa; los poderes inquiet ant es que habit aban en la pint ura de Bosco han perdido su violencia. Subsist en form as, ahora t ransparent es y dóciles, int egrando un cort ej o, el inevit able cort ej o de la razón. La locura ha dej ado de ser, en los confines del m undo, del hom bre y de la m uert e, una figura escat ológica; se ha disipado la noche, en la cual t enía ella los oj os fij os, la noche en la cual nacían las form as de lo im posible. El olvido cae sobre ese m undo que surcaba la libre esclavit ud de su nave: ya no irá de un m ás acá del m undo a un m ás allá, en su t ránsit o ext raño; no será ya nunca ese lím it e absolut o y fugit ivo. Ahora ha at racado ent re las cosas y la gent e. Ret enida y m ant enida, ya no es barca, sino hospit al. Apenas ha t ranscurrido m ás de un siglo desde el auge de las barquillas locas, cuando se ve aparecer el t em a lit erario del " Hospit al de Locos" . Allí, cada cabeza vacía, ret enida y ordenada según la verdadera razón de los hom bres, dice, con el ej em plo, la cont radicción y la ironía, el lenguaj e desdoblado de la Sabiduría: " ... Hospit al de los Locos incurables donde son exhibidas t odas las locuras y enferm edades del espírit u, t ant o de los hom bres com o de las m uj eres, obra t an út il com o recreat iva, y necesaria para la adquisición de la verdadera sabiduría. " 109 Cada form a de locura encuent ra allí su lugar, sus insignias y su dios prot ect or: la locura frenét ica y necia, sim bolizada por un t ont o subido en una silla, se agit a baj o la m irada de Minerva; los som bríos m elancólicos que recorren el cam po, lobos ávidos y solit arios, t ienen por dios a Júpit er, m aest ro en las m et am orfosis anim ales; después vienen los " locos borrachos" , los " locos desprovist os de m em oria y de ent endim ient o" , los " locos adorm ecidos y m edio m uert os" , los " locos at olondrados, con la cabeza vacía" ... Todo est e m undo de desorden, perfect am ent e ordenado, hace por t urno el Elogio de la razón. En est e " Hospit al" , el encierro ya ha desplazado al em barco. A pesar de est ar dom inada, la locura conserva t odas las apariencias de su reino. Es ahora una part e de las m edidas de la razón y del t rabaj o de la verdad. Juega en la superficie de las cosas y en el cent elleo del día, en t odos los j uegos de 108 G. de Scudéry, La com édie des com édiens, París, 1635. Gazoni, L'Ospedale de' passi incurabili, Ferrara, 1586. Traducido y arreglado por F. de Clavier ( París, 1620) . Cf. Beys, L'Ospit al des Fous ( 1635) , ret om ado y m odificado en 1653 con el t ít ulo de Los ilust res locos. 109 33 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com apariencia, act úa en el equívoco que exist e ent re la realidad y la ilusión, sobre t oda esa t ram a indefinida, siem pre reanudada, siem pre rot a, que une y separa a la vez la verdad y lo aparent e. Ella esconde y m anifiest a, dice la verdad y dice la m ent ira, es som bra y es luz. Espej ea; una figura cent ral e indulgent e, ya precaria en est a edad barroca. No nos ext rañem os de encont rar a la locura t an a m enudo en las ficciones de la novela y el t eat ro. No nos asom brem os de verla m erodear realm ent e por las calles. Mil veces François Collet et se encont ró allí con ella: En la avenida veo al orat e que va, seguido por rapaces,... ... Tam bién adm iro al pobre ser: ¿qué puede el pobre diablo hacer ant e las t urbas harapient as? Las vi cant ar sucias canciones en m iserables callej ones... La locura dibuj a una siluet a bast ant e fam iliar en el paisaj e social. Se obt iene un nuevo y un vivísim o placer de las viej as cofradías de t ont os, de sus fiest as, sus reuniones y sus discursos. La gent e se apasiona a favor o en cont ra de Nicolás Joubert , m ej or conocido por el nom bre de D'Angoulevent , que se dice Príncipe de los Tont os, t ít ulo que le es discut ido por Valent i " el Conde" y Jacques Resneau: libelos, procesos, alegat os; el abogado de Nicolás declara y cert ifica que ést e es " una cabeza hueca, una sandía vacía, huérfana de sent ido com ún, una caña, un cerebro desarreglado, sin un resort e ni una rueda buena en la cabeza" . 110 Bluet d'Arbères, que se hace llam ar Conde de Aut orización, es un prot egido de los Créqui, de los Lesdiguières, de los Bouillon, de los Nem ours: publica, en 1602, o hacen publicar com o si fueran de él, sus obras, en las cuales adviert e al lect or que " no sabe leer ni escribir, y que j am ás ha aprendido" , pero que est á anim ado " por la inspiración de Dios y de los Ángeles" . 111112 Pierre Dupuis, del que habla Régnier en su sext a sát ira, 113 es, según Brascam bille, un " archiloco en t oga" ; 114 él m ism o, en su Rem ont rance sur le réveil de Maît re Guillaum e, declara que t iene " el espírit u elevado hast a la ant ecám ara de t ercer grado de la luna" . Y t ant os ot ros personaj es que aparecen en la decim ocuart a sát ira de Régnier. Est e m undo de principios del siglo XVI I es ext rañam ent e hospit alario para la locura. Ella est á allí, en m edio de las cosas y de los hom bres, signo irónico que 110 François Collet et , Le Tracas de Paris, 1665. Cf. Peleus, La Deffence du Prince des Sot s ( s. c. ni d. ) ; Plaidoyer sur la Principaut é des Sot s, 1608. I gualm ent e: Surprise et fust igat ion d'Angoulevent par l'archiprét re des poispillés, 1603. Guirlande et réponse d'Angoulevent . 112 I nt it ulat ion et Recueil de t out es les œuvres que [ sic] Bernard de Bluet d'Arbères, com t e de perm ission, 2 vols., 1601- 1602. 113 Régnier, Sat ire VI , v. 72. 114 Brascam bille ( Paradoj as 1622, p. 45) . Cf. ot ra indicación en Desm arin, Défense du poèm e épique, p. 73. 115 Régnier, Sat ire XI V, vv. 7- 10. 111 34 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com confunde las señales de lo quim érico y lo verdadero, que guarda apenas el recuerdo de las grandes am enazas t rágicas —vida m ás t urbia que inquiet ant e; agit ación irrisoria en la sociedad, m ovilidad de la razón. Pero nuevas exigencias est án naciendo: " He t om ado cien veces la lint erna en la m ano, buscando en pleno m ediodía. " 115 115 Régnier, Sat ire XI V, vv. 7- 10. 35 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com I I . EL GRAN ENCI ERRO Com pelle int rare. La locura, cuya voz el Renacim ient o ha liberado, y cuya violencia dom ina, va a ser reducida al silencio por la época clásica, m ediant e un ext raño golpe de fuerza. En el cam ino de la duda, Descart es encuent ra la locura al lado del sueño y de t odas las form as de error. Est a posibilidad de est ar loco, ¿no am enaza con desposeerlo de su propio cuerpo, com o el m undo ext erior puede ocult arse en el error o la conciencia dorm irse en el sueño? " ¿Cóm o podría yo negar que est as m anos y est e cuerpo son m íos, si no, acaso, com parándom e a ciert os insensat os cuyo cerebro est á de t al m odo pert urbado y ofuscado por los vapores negros de la bilis que const ant em ent e aseguran ser reyes cuando son m uy pobres, est ar vest idos de oro y púrpura cuando est án desnudos, o cuando im aginan ser cánt aros o t ener un cuerpo de vidrio?" 116 Pero Descart es no evit a el peligro de la locura com o evade la event ualidad del sueño o del error. Por engañosos que sean los sent idos, en efect o, sólo pueden alt erar " las cosas poco sensibles y bast ant e alej adas" ; la fuerza de sus ilusiones siem pre dej a un residuo de verdad, " que yo est oy aquí, ant e la chim enea, vest ido con m i bat a" . 117 En cuant o al sueño, puede —com o la im aginación de los pint ores— represent ar " sirenas o sát iros por m edio de figuras grot escas y ext raordinarias" ; pero no puede crear ni com poner por sí m ism o esas cosas " m ás sencillas y m ás universales" cuya disposición hace posibles las im ágenes fant ást icas: " De ese género de cosas es la nat uraleza corporal en general y su ext ensión" . Ést as son t an poco fingidas que aseguran a los sueños su verosim ilit ud: m arcas inevit ables de una verdad que el sueño no llega a com prom et er. Ni el sueño poblado de im ágenes, ni la clara conciencia de que los sent idos se equivocan pueden llevar la duela al punt o ext rem o de su universalidad: adm it am os que los oj os nos engañan, " supongam os ahora que est am os dorm idos" , la verdad no se deslizará ent era hacia la noche. Para la locura, las cosas son dist int as; si sus peligros no com prom et en el avance ni lo esencial de la verdad, no es porque t al cosa, ni aun el pensam ient o de un loco, no pueda ser falsa, sino porque yo, que pienso, no puedo est ar loco. Cuando yo creo t ener un cuerpo, ¿est oy seguro de sost ener una verdad m ás firm e que quien im agina t ener un cuerpo de vidrio? Seguram ent e, pues " son locos, y yo no sería m enos ext ravagant e si m e guiara por su ej em plo" . No es la perm anencia de una verdad la que asegura al pensam ient o cont ra la locura, com o le perm it iría librarse de un error o salir de un sueño; es una im posibilidad de est ar loco, esencial no al obj et o del pensam ient o, sino al suj et o pensant e. Puede suponerse que se est á soñando, e ident ificarse con el suj et o soñant e para encont rar " alguna razón de dudar" : la verdad aparece aún, com o condición de posibilidad del sueño. En cam bio, no se puede suponer, ni aun con el pensam ient o, que se est á loco, pues la locura j ust am ent e es condición de im posibilidad del pensam ient o: " Yo no sería m enos ext ravagant e... " 118 En la econom ía de la duda, hay un desequilibrio fundam ent al ent re locura, por una part e, sueño y error, por la ot ra. Su sit uación es dist int a en relación con la verdad y con quien la busca; sueños o ilusiones son superados en la est ruct ura 116 117 118 Descart es, Médit at ions, I , Œuvres, ed. Pléiade, p. 268. I bid. I bid. 36 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com m ism a de la verdad; pero la locura queda excluida por el suj et o que duda. Com o pront o quedará excluido que él no piensa y que no exist e. Ciert a decisión se ha t om ado desde los Ensayos. Cuando Mont aigne se encont ró con Tasso, nada le aseguraba que t odo pensam ient o no era rondado por la sinrazón. ¿Y el pueblo? ¿El " pobre pueblo víct im a de esas locuras" ? El hom bre de ideas, ¿est á al abrigo de esas ext ravagancias? Él m ism o " es, al m enos, igualm ent e last im oso" . Y ¿qué razón podría hacerle j uez de la locura? " La razón m e ha dicho que condenar resuelt am ent e una cosa por falsa e im posible es aprovechar la vent aj a de t ener en la cabeza los lím it es de la volunt ad de Dios y de la pot encia de nuest ra m adre Nat uraleza, y por t ant o no hay en el m undo locura m ás not able que hacerles volver a la m edida de nuest ra capacidad y suficiencia. " 119 Ent re t odas las ot ras form as de la ilusión, la locura sigue uno de los cam inos de la duda m ás frecuent ados aún en el siglo XVI . No siem pre se est á seguro de no soñar, nunca se est á ciert o de no est ar loco: " ¿No recordam os cuánt as cont radicciones hem os sent ido en nuest ro j uicio?" 120 Ahora bien, est a cert idum bre ha sido adquirida por Descart es, quien la conserva sólidam ent e: la locura ya no puede t ocarlo. Sería una ext ravagancia suponer que se es ext ravagant e; com o experiencia de pensam ient o, la locura se im plica a sí m ism a, y por lo t ant o se excluye del proyect o. Así, el peligro de la locura ha desaparecido del ej ercicio m ism o de la Razón. Ést a se halla fort ificada en una plena posesión de sí m ism a, en que no puede encont rar ot ras t ram pas que el error, ot ros riesgos que la ilusión. La duda de Descart es libera los sent idos de encant am ient os, at raviesa los paisaj es del sueño, guiada siem pre por la luz de las cosas ciert as; pero él dest ierra la locura en nom bre del que duda, y que ya no puede desvariar, com o no puede dej ar de pensar y dej ar de ser. Por ello m ism o se m odifica la problem át ica de la locura, la de Mont aigne. De m anera casi im percept ible, sin duda, pero decisiva. Allí la t enem os, colocada en una com arca de exclusión de donde no será liberada m ás que parcialm ent e en la Fenom enología del Espírit u. La No- Razón del siglo XVI form aba una especie de peligro abiert o, cuyas am enazas podían siem pre, al m enos en derecho, com prom et er las relaciones de la subj et ividad y de la verdad. El encam inam ient o de la duda cart esiana parece t est im oniar que en el siglo XVI I el peligro se halla conj urado y que la locura est á fuera del dom inio de pert enencia en que el suj et o conserva sus derechos a la verdad: ese dom inio que, para el pensam ient o clásico, es la razón m ism a. En adelant e, la locura est á exiliada. Si el hom bre puede siem pre est ar loco, el pensam ient o, com o ej ercicio de la soberanía de un suj et o que se considera con el deber de percibir lo ciert o, no puede ser insensat o. Se ha t razado una línea divisoria, que pront o hará im posible la experiencia, t an fam iliar en el Renacim ient o, de una Razón irrazonable, de una razonable Sinrazón. Ent re Mont aigne y Descart es ha ocurrido un acont ecim ient o: algo que concierne al advenim ient o de una rat io. Pero la hist oria de una rat io com o la del m undo occident al est á lej os de haberse agot ado en el progreso de un " racionalism o" ; est á hecha, en part e igualm ent e grande aunque m ás secret a, por ese m ovim ient o por el cual la sinrazón se ha int ernado en nuest ro suelo, para allí desaparecer, sin duda, pero t am bién para enraizarse. Y es est e ot ro aspect o del acont ecim ient o clásico el que ahora habrá que m anifest ar. Más de un signo lo delat a, y no t odos se derivan de una experiencia filosófica ni de los desarrollos del saber. Aquel del que deseam os hablar pert enece a una superficie cult ural bast ant e ext ensa. Una serie de dat os lo señala con t oda 119 120 Mont aigne, Essais, libro 1º , cap. XXVI , ed. Garnier, pp. 231- 232. I bid., p. 236. 37 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com precisión y, con ellos, t odo un conj unt o de inst it uciones. Se sabe bien que en el siglo XVI I se han creado grandes int ernados; en cam bio, no es t an sabido que m ás de uno de cada cien habit ant es de París, ha est ado encerrado allí, así fuera por unos m eses. Se sabe bien que el poder absolut o ha hecho uso de let t res de cachet y de m edidas arbit rarias de det ención; se conoce m enos cuál era la conciencia j urídica que podía alent ar sem ej ant es práct icas. Desde Pinel, Tuke y Wagnit z. se sabe que los locos, durant e un siglo y m edio, han sufrido el régim en de est os int ernados, hast a el día en que se les descubrió en las salas del Hospit al General, o en los calabozos de las casas de fuerza; se hallará que est aban m ezclados con la población de las Workhouses o Zucht häusern. Pero casi nunca se preciso claram ent e cuál era su est at ut o, ni qué sent ido t enía est a vecindad, que parecía asignar una m ism a pat ria a los pobres, a los desocupados, a los m ozos de correccional y a los insensat os. Ent re los m uros de los int ernados es donde Pinel y la psiquiat ría del siglo XI X volverán a encont rar a los locos; es allí —no lo olvidem os— donde los dej arán, no sin gloriarse de haberlos liberado. Desde la m it ad del siglo XVI I , la locura ha est ado ligada a la t ierra de los int ernados, y al adem án que indicaba que era aquél su sit io nat ural. Tom em os los hechos en su form ulación m ás sencilla, ya que el int ernam ient o de los alienados es la est ruct ura m ás visible en la experiencia clásica de la locura, y ya que será la piedra de escándalo cuando est a experiencia llegue a desaparecer en la cult ura europea. " Yo los he vist o desnudos, cubiert os de harapos, no t eniendo m ás que paj a para librarse de la fría hum edad del em pedrado en que est án t endidos. Los he vist o m al alim ent ados, privados de aire que respirar, de agua para calm ar su sed y de las cosas m ás necesarias de la vida. Los he vist o ent regados a aut ént icos carceleros, abandonados a su brut al vigilancia. Los he vist o en recint os est rechos, sucios, infect os, sin aire, sin luz, encerrados en ant ros donde no se encerraría a los anim ales feroces que el luj o de los gobiernos m ant iene con grandes gast os en las capit ales. " 121 Una fecha puede servir de guía: 1656, decret o de fundación, en París, del Hôpit al Général. A prim era vist a, se t rat a solam ent e de una reform a, o apenas de una reorganización adm inist rat iva. Diversos est ablecim ient os ya exist ent es son agrupados baj o una adm inist ración única: ent re ellos, la Salpêt rière, reconst ruida en el reinado ant erior para usarla com o arsenal; 122 Bicêt re, que Luis XI I I había querido ot orgar a la com andancia de San Luis, para hacer allí una casa de ret iro dest inada a los inválidos del ej ercit o. 123 " La Casa y el Hospit al, t ant o de la grande y pequeña Piedad com o del Refugio, en el barrio de Saint - Vict or; la casa y el hospit al de Escipión, la casa de la Jabonería, con t odos los lugares, plazas, j ardines, casas y const rucciones que de ella dependan. " 124 Todos son afect ados ahora al servicio de los pobres de París " de t odos los sexos, lugares y edades, de cualquier calidad y nacim ient o, y en cualquier est ado en que se encuent ren, válidos o inválidos, enferm os o convalecient es, curables o incurables" . 125 Se t rat a de acoger, hospedar y alim ent ar a aquellos que se present en por sí m ism os, o aquellos que sean enviados allí por la aut oridad real o j udicial; es preciso t am bién vigilar la subsist encia, el cuidado, el orden general de aquellos que no han podido encont rar lugar, aunque podrían o m erecerían est ar. Est os cuidados 121 Esquirol, Des ét ablissem ent s consacrés aux aliénés en France ( 1818) en Des m aladies m ent ales, Paris, 1838, t . I I , p. 134. 122 Cf. Louis Boucher, La Salpêt rière, París, 1883. 123 Cf. Paul Bru, Hist oire de Bicêt re, Paris, 1890. 124 Edición de 1656, art . I V. Cf. Apéndice. Más t arde, se añadieron el Espírit u Sant o y los Niños encont rados, y se ret iró la Jabonería. 125 Art . XI . 38 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com se confían a direct ores nom brados de por vida, que ej ercen sus poderes no solam ent e en las const rucciones del hospit al, sino en t oda la ciudad de París, sobre aquellos individuos que caen baj o su j urisdicción. " Tienen t odo poder de aut oridad, de dirección, de adm inist ración, de com ercio, de policía, de j urisdicción, de corrección y de sanción, sobre t odos los pobres de París, t ant o dent ro com o fuera del Hôpit al Général. " 126 Los direct ores nom bran adem ás un m edico cuyos honorarios son de m il libras anuales; reside en la Piedad, pero debe visit ar cada una de las casas del hospit al dos veces por sem ana. Desde luego, un hecho est á claro el Hôpit al Général no es un est ablecim ient o m édico. Es m ás bien una est ruct ura sem ij urídica, una especie de ent idad adm inist rat iva, que al lado de los poderes de ant em ano const it uidos y fuera de los t ribunales, decide, j uzga y ej ecut a. " Para ese efect o los direct ores t endrán est acas y argollas de suplicio, prisiones y m azm orras, en el dicho hospit al y lugares que de él dependan, com o ellos lo j uzguen convenient e, sin que se puedan apelar las ordenanzas que serán redact adas por los direct ores para el int erior del dicho hospit al; en cuant o a aquellas que dict en para el ext erior, serán ej ecut adas según su form a y t enor, no obst ant e que exist an cualesquiera oposiciones o apelaciones hechas o por hacer, y sin perj uicio de ellas, y no obst ant e t odas las defensas y parcialidades, las órdenes no serán diferidas. " 127 Soberanía casi absolut a, j urisdicción sin apelación, derecho de ej ecución cont ra el cual nada puede hacerse valer; el Hôpit al Général es un ext raño poder que el rey est ablece ent re la policía y la j ust icia, en los lím it es de la ley: es el t ercer orden de la represión. Los alienados que Pinel encont rará en Bicêt re y en la Salpêt rière, pert enecen a est e m undo. En su funcionam ient o, o en su obj et o, el Hôpit al Général no t iene relación con ninguna idea m édica. Es una inst ancia del orden, del orden m onárquico y burgués que se organiza en Francia en est a m ism a época. Est á direct am ent e ent roncado con el poder real, que lo ha colocado baj o la sola aut oridad del gobierno civil; la Gran Lim osnería del Reino, que era ant iguam ent e, en la polít ica de asist encia, la m ediación eclesiást ica y espirit ual, se encuent ra bruscam ent e fuera de la organización. " Ent endiéndose que som os conservadores y prot ect ores del dicho Hôpit al Général, por ser de nuest ra fundación real; sin em bargo, no depende de m anera alguna de la Gran Lim osnería, ni de ninguno de nuest ros grandes oficiales, pues deseam os que est é t ot alm ent e exent o de la superioridad, visit a y j urisdicción de los oficiales de la Reform ación general y de los de la Gran Lim osnería, y de t odos los ot ros, a los cuales prohibim os t odo conocim ient o y j urisdicción de cualquier m odo y m anera que ést a pudiera ej ercerse. " 128 El origen del proyect o había est ado en el Parlam ent o, 129 y los dos prim eros j efes de dirección que habían sido designados fueron el prim er president e del Parlam ent o y el procurador general. Pero rápidam ent e son sust it uidos por el arzobispo de París, el president e del Tribunal de Hacienda, el president e del Tribunal de Cuent as, el t enient e de policía y el Prebost e de los m ercaderes. Desde ent onces, la " Gran Asam blea" no t iene m ás que un papel deliberat ivo. La adm inist ración real y las verdaderas responsabilidades son confiadas a gerent es que se reclut an por coopt ación. Son ést os los verdaderos gobernadores, los delegados del poder real y de la fort una burguesa frent e al m undo de la m iseria. La Revolución ha podido dar de ellos est e t est im onio: " Escogidos ent re lo m ej or de la burguesía... sirvieron en la adm inist ración desint eresadam ent e y con int enciones puras. " 130 126 Art . XI I I . Art . XI I . 128 Art . VI . 129 El proyect o present ado a Ana de Aust ria est aba firm ado por Pom ponne de Bellièvre. 130 I nform e de La Rochefoucauld Liancourt en nom bre del Com it é de m endicidad de la Asam blea const it uyent e ( Procés- verbaux de l'Assem blée nat ionale, t . XXI ) . 127 39 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com Est a est ruct ura, propia del orden m onárquico y burgués, cont em poránea del absolut ism o, ext iende pront o su red sobre t oda Francia. Un edict o del rey, del 16 de j unio de 1676, prescribe el est ablecim ient o de " un Hôpit al Général en cada una de las ciudades de su reino" . Result ó que la m edida había sido previst a por las aut oridades locales. La burguesía de Lyon había organizado ya, en 1612, un est ablecim ient o de caridad que funcionaba de una m anera análoga. 131 El arzobispo de Tours se sient e orgulloso de poder declarar el 10 de j ulio de 1676 que su " ciudad m et ropolit ana ha felizm ent e previst o las piadosas int enciones del Rey, al erigir est e Hôpit al Général, llam ado de la Caridad, aun ant es que el de París, con un orden que ha servido de m odelo a t odos aquellos que se han est ablecido después, dent ro y fuera del Reino" . 132 La Caridad de Tours, en efect o, había sido fundada en 1656 y el rey le había donado 4 m il libras de rent a. Por t oda Francia se abren hospit ales generales: en la víspera de la Revolución, exist en en 32 ciudades provincianas. 133 Aunque ha sido deliberadam ent e m ant enida apart e de la organización de los hospit ales generales —por com plicidad indudable del poder real y de la burguesía—, 134 la I glesia, sin em bargo, no es aj ena a est e m ovim ient o. Reform a sus inst it uciones hospit alarias y redist ribuye los bienes de sus fundaciones; incluso crea congregaciones que se proponen fines análogos a los del Hôpit al Général. Vicent e de Paúl reorganiza Saint - Lazare, el m ás im port ant e de los ant iguos leprosarios de París; el 7 de enero de 1632, celebra en nom bre de los Congregacionist as de la Misión un cont rat o con el " priorat o" de Saint - Lazare; se deben recibir allí ahora " las personas det enidas por orden de Su Maj est ad" . La orden de los Buenos Hij os abre hospit ales de est e género en el nort e de Francia. Los Herm anos de San Juan de Dios, llam ados a Francia en 1602, fundan prim ero la Caridad de París en el barrio de Saint - Germ ain, y después Charent on, donde se inst alan el 10 de m ayo de 1645. 135 No lej os de París, son ellos m ism os los que dirigen la Caridad de Senlis, abiert a el 27 de oct ubre de 1670. 136 Algunos años ant es, la duquesa de Bouillon les había donado las const rucciones y beneficios del leprosario fundado en el siglo XI V por Thibaut de Cham pagne en Chât eau- Thierry. 137 Adm inist ran t am bién las Caridades de Saint - Yon, de Pont orson, de Cadillac, de Rom ans. 138 En 1699, los lazarist as fundan en Marsella el est ablecim ient o que se iba a convert ir en el Hospit al de Saint - Pierre. Después, en el siglo XVI I I , se inauguran los hospit ales de Arm ent ières ( 1712) , Maréville ( 1714) , el Bon Sauveur de Caen ( 1735) ; Saint - Meins de Rennes se abre poco t iem po ant es de la Revolución ( 1780) . Singulares inst it uciones, cuyo sent ido y est at ut o a m enudo son difíciles de definir. Ha podido verse que m uchas aún son m ant enidas por órdenes religiosas; sin em bargo, a veces encont ram os especies de asociaciones laicas que im it an la vida y la vest im ent a de las congregaciones, 131 Cf. St at ut s et règlem ent s de l'hôpit al général de la Charit é et Aum ône générale de Lyon, 1742. Ordonnances de Monseigneur l'archevêque de Tours, Tours, 1681. Cf. Mercier. Le Monde m édical de Tourainé sous la Révolut ion. 133 Aix, Albi, Angers, Arles, Blois, Cam brai, Clerm ont , Dij on, Le Havre, Le Mans, Lille, Lim oges, Lyon, Mâcon, Mart igues, Mont pellier, Moulins, Nant es, Nîm es, Orléans, Pau, Poit iers, Reim s, Rouen, Saint es, Saum ur, Sedan, Est rasburgo, Saint - Servan, Saint - Nicolas ( Nancy) , Toulouse, Tours. Cf. Esquirol, loc. cit ., t . I I , p. 157 134 La cart a past oral del arzobispo de Tours ant es cit ada m uest ra que la I glesia se resist e a est a exclusión y reivindica el honor de haber inspirado t odo el m ovim ient o y de haber propuest o sus prim eros m odelos. 135 Cf. Esquirol, Mém oire hist orique et st at ist ique sur la Maison royale de Charent on, loc. cit ., t . I I . 136 Hélène Bonnafous- Sérieux, La Charit é de Senlis, Paris, 1936. 137 R. Tardif, La Charit é de Chât eau- Thierry, París, 1939. 138 El hospit al de Rom ans fue const ruido con los m at eriales de dem olición de la leprosería de Voley. Cf. J.- A. Ulysse Chevalier, Not ice hist orique sur la m aladrerie de Voley près Rom ans, Rom ans, 1870, p. 62; y piezas j ust ificant es, nº 64. 132 40 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com pero sin form ar part e de ellas. 139 En las provincias, el obispo es m iem bro de derecho de la Oficina general; pero el clero est á lej os de const it uir la m ayoría; la gest ión es, sobre t odo, burguesa. 140 Y sin em bargo, en cada una de esas casas se lleva una vida casi convent ual, llena de lect uras, oficios, plegarias, m edit aciones: " Se reza en com ún, m añana y t arde, en los dorm it orios; y a dist int as horas de la j ornada se hacen ej ercicios de piedad, plegarias y lect uras espirit uales. " 141 Más aún: desem peñando un papel a la vez de ayuda y de represión, esos hospicios est án dest inados a socorrer a los pobres, pero casi t odos cont ienen celdas de det ención y alas donde se encierra a los pensionados cuya pensión pagan el rey o la fam ilia: " No se recibirá a cualquiera y baj o cualquier pret ext o en las prisiones de los religiosos de la Caridad; sólo a quienes serán conducidos allí por orden del rey o de la j ust icia. " Muy a m enudo esas nuevas casas de int ernam ient o se est ablecen dent ro de los m uros m ism os de los ant iguos leprosarios; heredan sus bienes, sea por decisiones eclesiást icas, 142 sea com o consecuencia de decret os reales dados a fines del siglo. 143 Pero t am bién son m ant enidas por las fuerzas públicas: donación del rey, y cuot a t om ada de las m ult as que recibe el Tesoro. 144 En esas inst it uciones vienen a m ezclarse así, a m enudo no sin conflict os, los ant iguos privilegios de la I glesia en la asist encia a los pobres y en los rit os de la hospit alidad, y el afán burgués de poner orden en el m undo de la m iseria: el deseo de ayudar y la necesidad de reprim ir; el deber de caridad y el deseo de cast igar: t oda una práct ica equívoca cuyo sent ido habrá que precisar, sim bolizado sin duda por esos leprosarios, vacíos desde el Renacim ient o, pero nuevam ent e at est ados en el siglo XVI I y a los que se han devuelt o poderes oscuros. El clasicism o ha invent ado el int ernam ient o casi com o la Edad Media ha invent ado la segregación de los leprosos; el lugar que ést os dej aron vacío ha sido ocupado por nuevos personaj es en el m undo europeo: los " int ernados" . El leprosario sólo t enía un sent ido m édico; habían int ervenido ot ras funciones en ese gest o de expulsión que abría unos espacios m aldit os. El gest o que encierra no es m ás sencillo: t am bién él t iene significados polít icos, sociales, religiosos, económ icos, m orales. Y que probablem ent e conciernen a est ruct uras esenciales al m undo clásico en conj unt o. El fenóm eno t iene dim ensiones europeas. La const it ución de la m onarquía absolut a y el anim ado renacim ient o cat ólico en t iem po de la Cont rarreform a le han dado en Francia un caráct er bast ant e peculiar, a la vez de com pet encia y com plicidad ent re el poder y la I glesia. 145 En ot ras part es t iene form as m uy diferent es; pero su localización en el t iem po es t am bién precisa. Los grandes hospicios, las casas de int ernación, las obras de religión y de orden público, de socorro y de cast igo, de caridad y de previsión gubernam ent al, son un hecho de la edad clásica: t an universales com o aquel fenóm eno y casi cont em poráneos en su origen. En los países de lengua alem ana se crean correccionales, Zucht häusern; la prim era es ant erior a las casas francesas de int ernación ( con 139 Es el caso de la Salpêt rière, en que las " herm anas" deben reclut arse ent re las m uchachas o viudas j óvenes, sin hij os, y sin ocupaciones. 140 En Orléans, la oficina com prende al " señor obispo, al t enient e general, a 15 personas, a saber: 3 eclesiást icos y 12 habit ant es principales, t ant o oficiales com o buenos burgueses y com erciant es" . Règlem ent s et st at ut s de l'hôpit al général d'Orléans, 1692, pp. 8- 9. 141 Respuest as a las dem andas hechas por el depart am ent o de hospit ales, respect o a la Salpêt rière, 1790. Arch, nat ., F 15, 1861. 142 Es el caso de San Lázaro. 143 1693- 1695. Cf. supra, cap. I . 144 Por ej em plo, la Caridad de Rom ans fue creada por la Lim osnería general y luego cedida a los herm anos de San Juan de Dios; y anexada, finalm ent e, al hospit al general en 1740. 145 Se t iene un buen ej em plo en la fundación de San Lázaro; Cf. Colet , Vie de Saint Vincent de Paul, I , pp. 292- 313. 41 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com excepción de la Caridad de Lyon) , se abrió en Ham burgo hacia 1620. 146 Las ot ras fueron creadas en la segunda m it ad del siglo: Basilea ( 1667) , Breslau ( 1668) , Francfort ( 1684) , Spandau ( 1684) , Königsberg ( 1691) . Se m ult iplican en el siglo XVI I I ; Leipzig prim ero, en 1701, después Halle y Cassel en 1717 y 1720; m ás t arde Brieg y Osnabrück ( 1756) y finalm ent e, en 1771, Torgau. 147 En I nglat erra los orígenes de la int ernación son m ás lej anos. Un act a de 1575 ( 18 I sabel I , cap. I I I ) que se refería, a la vez, " al cast igo de los vagabundos y al alivio de los pobres" , prescribe la const rucción de houses of correct ion, a razón de por lo m enos una por condado. Su sost enim ient o debe asegurarse con un im puest o, pero se anim a al público a hacer donaciones volunt arias. 148 En realidad, parece que baj o est e sist em a la m edida casi no fue aplicada, puest o que, algunos años m ás t arde, se decide aut orizar a la iniciat iva privada: no es ya necesario obt ener perm iso oficial para abrir un hospit al o una correccional: cualquiera puede hacerlo a su gust o. 149 A principios del siglo XVI I , reorganización general: m ult a de 5 libras a t odo j uez de paz que no haya inst alado una de est as casas en los lím it es de su j urisdicción; obligación de inst alar t elares, t alleres, cent ros de m anufact ura ( m olino, hilado, t eñido) que ayuden a m ant enerlas y les aseguren t rabaj o a los pensionarios; el j uez debe decidir quién m erece ser enviado allí. 150 El desarrollo de est os Bridwells no fue m uy considerable: a m enudo fueron asim ilados a las prisiones cont iguas; 151 no llegaron a ext enderse hast a Escocia. 152 En cam bio, las workhouses alcanzaron un éxit o m ás grande. Dat an de la segunda m it ad del siglo XVI I . 153 Un act a de 1670 ( 22- 23 Carlos I I , cap. XVI I I ) define el est at ut o de las workhouses, encarga a los oficiales de j ust icia la verificación del cobro de los im puest os y la gest ión de las sum as que perm it an el funcionam ient o, y confía al j uez de paz el cont rol suprem o de la adm inist ración. En 1697, varias parroquias de Brist ol se unen para form ar la prim era workhouse de I nglat erra y designar la corporación que debe adm inist rarla. 154 Ot ra se est ablece en 1703 en Worcest er, y la t ercera en Dublín, 155 en el m ism o año; después se abren en Plym out h, Norwich, Hull, Exet er. A finales del siglo XVI I I , hay ya 26. La Gilbert 's Act , de 1792, da t odas las facilidades a las parroquias para crear casas nuevas; se refuerza al m ism o t iem po el cont rol y la aut oridad del j uez de paz; para evit ar que las workhouses vayan a convert irse en hospit ales, se recom ienda a t odos excluir rigurosam ent e a los enferm os cont agiosos. En algunos años, una red cubre Europa. Howard, a fines del siglo XVI I I , int ent ará recorrerla; a t ravés de I nglat erra, Holanda, Alem ania, Francia, I t alia y España, hará su peregrinación visit ando t odos los lugares im port ant es de confinam ient o —" hospit ales, prisiones, casas de fuerza" — y su filant ropía se indignará ant e el hecho de que se hayan podido relegar ent re los m ism os m uros a condenados de derecho com ún, a m uchachos j óvenes que t urbaban la t ranquilidad de su fam ilia dilapidando los bienes, a vagabundos y a insensat os. Est o prueba que ya en aquella época ciert a evidencia se había perdido: la que con t ant a prisa y 146 147 En t odo caso, su reglam ent o fue publicado en 1622. Cf. Wagnit z, Hist orische Nachricht en Zucht häusern in Deust chland, Halle, 1791. und Bem erkungen uber die m erkwürdigst en 148 Nicholls, Hist ory of t he English Poor Law, Londres, 1898- 1899, t . I , pp. 167- 169. 39 lsabel I , cap. V. 150 Nicholls, loc. cit ., p. 228. 151 Howard, Ét at des prisons, des hôpit aux et des m aisons dt force ( Londres, 1777) ; t rad. fr., 1788, t . I , p. 17. 149 152 Nicholls, Hist ory of t he Scot ch Poor Law, pp. 85- 87. 153 Bien que un act a de 1624 ( 21 Jacobo I , cap. 1) prevé la creación de las " working- houses" . 154 Nicholls, Hist ory of t he English Poor Law, I , p. 353.. I bid., Hist ory of t he I rish Poor Law, pp. 35- 38. 155 42 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com espont aneidad había hecho surgir en t oda Europa est a cat egoría del orden clásico que es la int ernación. En cient o cincuent a años, se ha convert ido en am algam a abusiva de elem ent os het erogéneos. Ahora bien, en su origen debió poseer una unidad que j ust ificara su urgencia; ent re las form as diversas y la época clásica que las suscit ó, debe haber un principio de coherencia, que no bast a esquivar ent re el escándalo de la sensibilidad prerrevolucionaria. ¿Cuál era, pues, la realidad que se perseguía en t oda esa población de la sociedad que, casi de un día para ot ro, es recluida y excluida con m ayor severidad que los m ism os leprosos? Es necesario recordar que, pocos años después de su fundación, solam ent e en el Hôpit al Général de París est aban encerradas 6 m il personas, o sea aproxim adam ent e 1% de la población. 156 Es preciso acept ar que debió form arse silenciosam ent e, en el t ranscurso de largos años, una sensibilidad social, com ún a la cult ura europea, que se m anifiest a bruscam ent e a m ediados del siglo XVI I : es ella la que ha aislado de golpe est a cat egoría de gent e dest inada a poblar los lugares de int ernación. Para habit ar los rum bos abandonados por los leprosos desde hacía m ucho t iem po, se designó a t odo un pueblo, a nuest ros oj os ext rañam ent e m ezclado y confuso. Pero lo que para nosot ros no es sino sensibilidad indiferenciada, era, con t oda seguridad, una percepción claram ent e art iculada en la m ent e del hom bre clásico. Hay que averiguar cuál fue est e m odo de percepción, para saber cuál fue la form a de sensibilidad ant e la locura de una época que se acost um bra definir m ediant e los privilegios de la Razón. El adem án que, al designar el espacio del confinam ient o, le ha dado su poder de segregación y ha concedido a la locura una nueva pat ria, est e adem án por coherent e y concert ado que sea, no es sim ple. Él organiza en una unidad com plej a una nueva sensibilidad ant e la m iseria y los deberes de asist encia, nuevas form as de reacción frent e a los problem as económ icos del desem pleo y de la ociosidad, una nueva ét ica del t rabaj o, y t am bién el sueño de una ciudad donde la obligación m oral se confundiría con la ley civil, m erced a las form as aut orit arias del const reñim ient o. Oscuram ent e, est os t em as est án present es m ient ras se edifican y organizan las ciudades del confinam ient o. Son ellos los que dan sent ido a est e rit ual y explican en part e de qué m anera la locura fue ent endida y vivida por la edad clásica. La práct ica del int ernam ient o designa una nueva reacción a la m iseria, un nuevo pat et ism o, m ás generalm ent e ot ra relación del hom bre con lo que puede haber de inhum ano en su exist encia. El pobre, el m iserable, el hom bre que no puede responder de su propia exist encia, en el curso del siglo XVI se ha vuelt o una figura que la Edad Media no habría reconocido. El Renacim ient o ha despoj ado a la m iseria de su posit ividad m íst ica. Y est o por un doble m ovim ient o de pensam ient o que quit a a la Pobreza su sent ido absolut o y a la Caridad el valor que obt iene de est a Pobreza socorrida. En el m undo de Lut ero, sobre t odo en el m undo de Calvino, las volunt ades part iculares de Dios — est a " singular bondad de Dios para cada uno" — no dej an a la dicha o a la desdicha, a la riqueza o a la pobreza, a la gloria o a la m iseria, el t rabaj o de hablar por sí m ism as. La m iseria no es la Dam a hum illada que el Esposo va a buscar al fango para elevarla; t iene en el m undo un lugar propio, lugar que no t est im onia de Dios ni m ás ni m enos que el lugar dest inado a la riqueza; Dios est á igualm ent e present e en la abundancia y en la m iseria, según le plazca 156 Según la Declaración del 12 de j unio de 1662, los direct ores del hospit al de Paris " aloj an y alim ent an en las 5 casas del cit ado hospit al a m ás de 6 m il personas" , cit ado en Lallem and, Hist oire de la Charit é, París, 1902- 1912, t . I V. p. 262. La población de París por est a época pasaba del m edio m illón de habit ant es. Esa proporción es poco m ás o m enos const ant e durant e t odo el periodo clásico para la zona geográfica que est udiam os. 43 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com " nut rir a un niño en la abundancia o m ás pobrem ent e" . 157 La volunt ad singular de Dios, cuando se dirige al pobre, no le habla de la gloria prom et ida, sino de la predest inación. Dios no exalt a al pobre en una especie de glorificación a la inversa; lo hum illa volunt ariam ent e en su cólera, en su odio, aquel m ism o odio que sent ía cont ra Esaú ant es de que ést e hubiese siquiera nacido, y por el cual lo despoj ó de los rebaños que le correspondían por prim ogenit ura. La Pobreza designa un cast igo: " Por su m andat o, el cielo se endurece, los frut os son devorados y consum idos por lloviznas y ot ras corrupciones; y cuant as veces viñas, cam pos y prados son balidos por granizadas y t em pest ades, ello es t est im onio de algún cast igo especial que Él ej erce. " 158 En el m undo, pobreza y riqueza cant an la m ism a om nipot encia de Dios; pero el pobre sólo puede invocar el descont ent o del Señor, pues su exist encia lleva el signo de su m aldición; así, hay que exhort ar a " los pobres a la paciencia para que quienes no se cont ent en con su est ado t rat en, hast a donde puedan, de soport ar el yugo que les ha im puest o Dios" . 159 En cuant o a la obra de caridad, ¿por qué t iene valor? No por la pobreza que socorre, ni por el que la realiza, puest o que, a t ravés de su gest o, es nuevam ent e una volunt ad singular de Dios la que se m anifiest a. No es la obra la que j ust ifica, sino la fe la que la enraiza en Dios. " Los hom bres no pueden j ust ificarse ant e Dios por sus esfuerzos, sus m érit os o sus obras, sino grat uit am ent e, a causa de Crist o y por la fe. " 160 Es conocido el gran rechazo de las obras por Lulero, cuya proclam ación había de resonar t an lej os en el pensam ient o prot est ant e: " No, las obras no son necesarias; no, no sirven en nada para la sant idad. " Pero ese rechazo sólo concierne a las obras por relación a Dios y a la salvación; com o t odo act o hum ano, llevan los signos de la finit ud y los est igm as de la caída; en eso, " no son m ás que pecados y m ancillas" . 161 Pero al nivel hum ano t ienen un sent ido; si est án provist as de eficacia para la salvación, t ienen un valor de indicación y de t est im onio para la fe; " La fe no sólo no nos hace negligent es en obras buenas, sino que es la raíz en que ést as se producen. " 162 De allí part e est a t endencia, com ún a t odos los m ovim ient os de la Reform a, a t ransform ar los bienes de la I glesia en obras profanas. En 1525, Miguel Geism ayer exige la t ransform ación de t odos los m onast erios en hospit ales; la Diet a de Espira recibe al año siguient e un cuaderno de quej as que pide la supresión de los convent os y la confiscación de sus bienes, que deberán servir para aliviar la m iseria. 163 En efect o, la m ayor part e de las veces es en ant iguos convent os donde se van a est ablecer los grandes asilos de Alem ania y de I nglat erra: uno de los prim eros hospit ales que un país prot est ant e haya dest inado a los locos ( arm e Wahnsinnige und Presshaft e) fue est ablecido por el landgrave Felipe de Hainau en 1533, en un ant iguo convent o de cist ercienses que había sido secularizado un decenio ant es. 164 Las ciudades y los Est ados sust it uyen a la I glesia en las labores de asist encia. Se inst auran im puest os, se hacen colect as, se favorecen donat ivos, se suscit an legados t est am ent arios. En Lübeck, en 1601, se decide que t odo t est am ent o de ciert a im port ancia deberá cont ener una cláusula en favor de las personas a quienes ; ayuda la ciudad. 165 157 158 Calvino, I nst it ut ion Chrét ienne, I , cap. XVI , ed. J.- D. Benoît , p. 225. I bid., p. 229. 44 I bid, p. 231. 159 160 Confesión de Augsburgo. Calvino, Just ificat ions, libro I I I , cap. XI I , not a 4. 162 Cat échism e de Genève, cit . Calvino, VI , p. 49. 163 J. Janssen, Geschicht e des deut schen Volkes seit dem Ausgang des Mit t elalt ers, I I I Allgem eine Zust ände des deut schen Volkes bis 1555, p. 46. 164 Laehr, Gedenkt age der Psychiat rie, Berlin, 1893, p. 259. 80 I bid., p. 320. 161 165 44 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com En I nglat erra, el uso de la poor rat e se hace general en el siglo XVI ; en cuant o a las ciudades, que han organizado casas correccionales o de t rabaj o, han recibido el derecho de percibir un im puest o especial, y el j uez de paz designa a los adm inist radores —guardians of Poor— que adm inist rarán esas finanzas y dist ribuirán sus beneficios. Es un lugar com ún decir que la Reform a ha conducido en los países prot est ant es a una laicización de las obras. Pero al t om ar a su cargo t oda est a población de pobres y de incapaces, el Est ado o la ciudad preparan una form a nueva de sensibilidad a la m iseria: va a nacer una experiencia de lo polít ico que no hablará ya de una glorificación del dolor, ni de una salvación com ún a la Pobreza y a la Caridad, que no hablará al hom bre m ás que de sus deberes para con la sociedad y que m ost rará en el m iserable a la vez un efect o del desorden y un obst áculo al orden. Así pues, ya no puede t rat arse de exalt ar la m iseria en el gest o que la alivia sino, sencillam ent e, de suprim irla. Agregada a la Pobreza com o t al, la Caridad t am bién es desorden. Pero si la iniciat iva privada, com o lo exige en I nglat erra el act a de 1575, 166 ayuda al Est ado a reprim ir la m iseria, ent onces se inscribirá en el orden, y la obra t endrá un sent ido. Poco t iem po ant es del act a de 1662, 167 sir Mat t hew Hale había escrit o un Discours Tonching Provisión for t he Poor, 168 que define bast ant e bien est a m anera nueva de percibir el significado de la m iseria: cont ribuir a hacerla desaparecer es " una t area sum am ent e necesaria para nosot ros los ingleses, y es nuest ro prim er deber com o crist ianos" ; est e deber debe confiarse a los funcionarios de la j ust icia; ést os deberán dividir los condados, agrupar las parroquias, est ablecer casas de t rabaj o forzoso. Ent onces, nadie deberá m endigar; " y nadie será t an vano ni querrá ser t an pernicioso al público que dé algo a t ales m endigos y que los alient e" . En adelant e, la m iseria ya no est á enredada en una dialéct ica de la hum illación y de la gloria, sino en ciert a relación del desorden y el orden, que la encierra en su culpabilidad. La m iseria que, ya desde Lut ero y Calvino, llevaba la m arca de un cast igo int em poral, en el m undo de la caridad est at izada va a convert irse en com placencia de sí m ism o y en falt a cont ra la buena m archa del Est ado. De una experiencia religiosa que la sant ifica, pasa a una concepción m oral que la condena. Las grandes casas de int ernam ient o se encuent ran al t érm ino de est a evolución: laicización de la caridad, sin duda; pero, oscuram ent e, t am bién cast igo m oral de la m iseria. Por cam inos dist int os —y no sin m uchas dificult ades—, el cat olicism o llegará, poco después de los t iem pos de Mat t hew Hale, es decir en la época del " Gran Encierro" , a result ados com plet am ent e análogos. La conversión de los bienes eclesiást icos en obras hospit alarias, que la Reform a había logrado por m edio de la laicización, desde el Concilio de Trent o la I glesia desea obt enerla espont áneam ent e de los obispos. En el decret o de reform a, se les recom ienda " bonorum om nium operum exem plo poseeré, pauperum aliarum que m iserabilium personarum curam pat ernam gerere" . 169 La I glesia no abandona nada de la im port ancia que la doct rina t radicionalm ent e había at ribuido a las obras, pero int ent a a la vez darles una im port ancia general y m edirlas por su ut ilidad al orden de los Est ados. Poco ant es del concilio, Juan Luis Vives —sin duda uno de los prim eros ent re los cat ólicos— había form ulado una concepción de la caridad 166 18 lsabel I , cap. 3. Cf. Nicholls, loc. cit ., I , p. 169. Set t lem ent Act : el t ext o legislat ivo m ás im port ant e concernient e a los pobres sobre la I nglat erra del siglo XVI I . 168 Publicado seis años después de la m uert e del aut or, en 1683; reproducido en Burns, Hist ory of t he Poor Law, 1764. 169 Sessio XXI I I . 167 45 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com casi ent eram ent e profana: 170 crít ica de las form as privadas de ayuda a los m iserables; peligros de una caridad que m ant iene al m al; parent esco dem asiado frecuent e de la pobreza y el virio. Corresponde, ant es bien, a los m agist rados t om ar el problem a en sus m anos: " Así com o no conviene que un padre de fam ilia en su confort able m orada t olere que alguien t enga la desgracia de est ar desnudo o vest ido de j irones, así t am poco conviene que los m agist rados de una ciudad t oleren una condición en que los ciudadanos sufran de ham bre y m iseria" . 171 Vives recom ienda designar en cada ciudad los m agist rados que deben recorrer las calles y los barrios pobres, llevar un regist ro de los m iserables, inform arse de su vida, de su m oral, m et er en las casas de int ernam ient o a los m ás obst inados, crear casas de t rabaj o para t odos. Vives piensa que, solicit ada adecuadam ent e, la caridad de los part iculares puede bast ar para est a obra; si no, habrá que im ponerla a los m ás ricos. Est as ideas encont raron eco suficient e en el m undo cat ólico para que la obra de Vives fuese ret om ada e im it ada, en prim er lugar por Medina, en la época m ism a del Concilio de Trent o, 172 y al final m ism o del siglo XVI por Crist óbal Pérez de Herrera. 173 En 1607, aparece en Francia un t ext o, a la vez libelo y m anifiest o: La quim era o el fant asm a de la m endicidad; en él se pide la creación de un hospicio en que los m iserables puedan encont rar " la vida, la ropa, un oficio y el cast igo" ; el aut or prevé un im puest o que se arrancará a los ciudadanos m ás ricos; quienes lo nieguen t endrán que pagar una m ult a que duplicara su m ont o. 174 Pero el pensam ient o cat ólico resist e, y con él las t radiciones de la I glesia. Repugnan esas form as colect ivas de asist encia, que parecen quit ar al gest o individual su m érit o part icular, y a la m iseria su dignidad em inent e. ¿No se t ransform a a la caridad en deber de Est ado sancionado por las leyes, y a la pobreza en falt a cont ra el orden público? Esas dificult ades van a ceder, poco a poco: se apela al j uicio de las facult ades. La de París aprueba las form as de organización pública de la asist encia que son som et idas a su arbit raj e; desde luego, es una cosa " ardua pero út il, piadosa y saludable, que no va ni cont ra las let ras evangélicas o apost ólicas ni cont ra el ej em plo de nuest ros ant epasados" . 175 Pront o, el m undo cat ólico va a adopt ar un m odo de percepción de la m iseria que se había desarrollado sobre t odo en el m undo prot est ant e. Vicent e de Paúl aprueba calurosam ent e en 1657 el proyect o de " reunir a t odos los pobres en lugares apropiados para m ant enerlos, inst ruirlos y ocuparlos. Es un gran proyect o" , en el que vacila, sin em bargo, a com prom et er su orden " porque no sabem os aún si Dios lo quiere" . 176 Algunos años después, t oda la I glesia aprueba el gran Encierro prescrit o por Luis XI V. Por el hecho m ism o, los m iserables 110 son ya reconocidos com o el pret ext o enviado por Dios para despert ar la caridad del crist iano y darle ocasión de ganarse la salvación; t odo cat ólico, com o el arzobispo de Tours, em pieza a ver en ellos " la hez de la República, no t ant o por sus m iserias corporales, que deben inspirar com pasión, sino por las espirit uales, 170 I nfluencia casi segura de Vives sobre la legislación isabelina. Había enseñado en el Corpus Christ i College de Oxford, donde escribió su De Subvent ione. Da, de la pobreza, est a definición que no est á vinculada con una m íst ica de la m iseria sino con t oda una polít ica virt ual de la asist encia: " ... ni son pobres sólo aquellos que carecen de dinero; sino cualquiera que ni t iene la fuerza del cuerpo, o la salud, o el espírit u y el j uicio" ( L'Aum ônerie, t rad. fr., Lyon, 1583, p. 162) . 171 Cit ado en Fost er Wat son, J. L. Vives, Oxford, 1922. 172 De la orden que en algunos pueblos de España se ha puest o en la lim osna para rem edio de los verdaderos pobres, 1545. 173 Discursos del Am paro de los legít im os pobres, 1596. 174 Cit ado en Lallem and, loc. cit ., I V, p. 15, not a 27. 175 Est a exigencia de arbit raj e ya había sido hecha por la m unicipalidad de Ypres, que acababa de prohibir la m endicidad y t odas las form as privadas de caridad. B. N. R. 36- 215, cit ado en Lallem and, I V, p. 25. 176 Cart a de m arzo 1657, en San Vicent e de Paúl, Correspondance, ed. Cost e, t . VI , p. 245. 46 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com que causan horror" . 177 La I glesia ha t om ado part ido; y al hacerlo, ha separado al m undo crist iano de la m iseria, que la Edad Media había sant ificado en su t ot alidad. 178 Habrá, de un lado, la región del bien, la de la pobreza sum isa y conform e con el orden que se le propone; del ot ro, la región del m al, o sea la de la pobreza no som et ida, que int ent a escapar de est e orden. La prim era acept a el int ernam ient o y encuent ra en él su reposo; la segunda lo rechaza, y en consecuencia lo m erece. Est a dialéct ica est á ingenuam ent e expresada en un t ext o inspirado por la cort e de Rom a, en 1693, que al t érm ino del siglo fue t raducido al francés, con el t ít ulo de La m endicidad abolida. 179 El aut or dist ingue los pobres buenos de los m alos, los de Jesucrist o y los del dem onio. Unos y ot ros t est im onian de la ut ilidad de las casas de int ernam ient o, los prim eros porque acept an agradecidos t odo lo que puede darles grat uit am ent e la aut oridad; " pacient es, hum ildes, m odest os, cont ent os de su condición y de los socorros que la Oficina les ofrece, dan por ello gracias a Dios" ; en cuant o a los pobres del dem onio, lo ciert o es que se quej an del hospit al general y de la coacción que los encierra allí: " Enem igos del buen orden, haraganes, m ent irosos, borrachos, im púdicos, sin ot ro idiom a que el de su padre el dem onio, echan m il m aldiciones a los inst it ut ores y a los direct ores de esa Oficina" . Es est a la razón m ism a por la que deben ser privados de est a libert ad, que sólo aprovechan para gloria de Sat anás. El int ernam ient o queda así doblem ent e j ust ificado en un equívoco indisoluble, a t ít ulo de beneficio y a t ít ulo de cast igo. Es al m ism o t iem po recom pensa y cast igo, según el valor m oral de aquellos a quienes se im pone. Hast a el fin de la época clásica, la práct ica del int ernam ient o será víct im a de est e equívoco; t endrá esa ext raña reversibilidad que le hace cam biar de sent ido según los m érit os de aquellos a quienes se aplique. Los pobres buenos hacen de él un gest o de asist encia y una obra de reconfort am ient o; los m alos —por el solo hecho de serlo— lo t ransform an en una em presa de represión. La oposición de pobres buenos y m alos es esencial para la est ruct ura; y la significación del int ernam ient o. El hospit al general los designa com o t ales, y la locura m ism a se repart e según est a dicot om ía, pudiendo ent rar así, según la act it ud m oral que parezca m anifest ar, t ant o en las cat egorías de la beneficencia com o en las de la represión. 180 Todo int ernado queda en el cam po de est a valoración ét ica; m ucho ant es de ser obj et o de conocim ient o o de piedad, es t rat ado com o suj et o m oral. Pero el m iserable sólo puede ser suj et o m oral en la m edida en que ha dej ado de ser sobre la t ierra el represent ant e invisible de Dios. Hast a el fin del siglo XVI I , será aún la obj eción m ayor para las conciencias cat ólicas. ¿No dice la Escrit ura " Lo que haces al m ás pequeño ent re m is herm anos... " ? Y los Padres de la I glesia, ¿no han com ent ado siem pre ese t ext o diciendo que no debe negarse la lim osna a un pobre por t em or de rechazar al m ism o Crist o? El padre Guevara no ignora esas obj eciones. Pero da —y, a t ravés de él, la I glesia de la época clásica— una respuest a m uy clara: desde la creación del hospit al general y de las Oficinas de Caridad, ya no se ocult a Dios baj o los harapos del pobre. El t em or de negar un pedazo de pan a Jesús m uriendo de ham bre, ese t em or que había 177 Cart a past oral del 10 de j ulio de 1670, loc. cit . " Y es así donde hay que m ezclar la Serpient e con la Palom a, y no dar t ant o lugar a la sim plicidad, que la prudencia no pueda dej arse oír. Es ella la que nos enseñará la diferencia ent re las ovej as y los chivos" ( Cam us, De la m endicit é légit im e. Douai, 1634, pp. 9- 10) . El m ism o aut or explica que el act o de caridad no es indiferent e, en su significado espirit ual, al valor m oral de aquel a quien se le aplica: " La relación es necesaria ent re la lim osna y el m endigo, y por t ant o no puede ser verdadera lim osna si ést e no m endiga con j ust icia y verdad" ( ibid. ) . 179 Dom Guevarre, La m endicit à provenut a ( 1693) . 180 En la Salpêt rière y en Bicêt re, se coloca a los locos sea " ent re los buenos pobres" ( en la Salpêt rière, es el ala de la Madeleine) , sea ent re los " pobres m alos" ( la Corrección o los Rescat es) . 178 47 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com anim ado t oda la m it ología crist iana de la caridad, y dado su sent ido absolut o al gran rit o m edieval de la hospit alidad, ese t em or será " infundado; cuando se est ablece en la ciudad una oficina de caridad, Jesucrist o no adopt ará la figura de un pobre que, para m ant ener su holgazanería y su m ala vida, no quiere som et erse a un orden t an sant am ent e est ablecido para socorrer a t odos los verdaderos pobres" . 181 Est a vez, la m iseria ha perdido su sent ido m íst ico. Nada, en su dolor, rem it e a la m ilagrosa y fugit iva presencia de un dios. Est á despoj ada de su poder de m anifest ación. Y si aún es ocasión de caridad para el crist iano, ya no puede dirigirse a ella sino según el orden y la previsión de los Est ados. Por sí m ism a, ya sólo sabe m ost rar sus propias falt as y, si aparece, es en el círculo de la culpabilidad. Reducirla será, inicialm ent e, hacerle ent rar en el orden de la penit encia. He aquí el prim ero de los grandes círculos, en que la época clásica va a encerrar a la locura. Es cost um bre decir que el loco de la Edad Media era considerado un personaj e sagrado, puest o que poseído. Nada puede ser m ás falso. 182 Era sagrado, sobre t odo porque para la caridad m edieval part icipaba de los poderes oscuros de la m iseria. Acaso m ás que nadie, la exalt aba. ¿No se le hacía llevar, t onsurado en el pelo, el signo de la cruz? Baj o ese signo se present ó por últ im a vez Trist án en Cornualles, sabedor de que t endría así derecho a la m ism a hospit alidad que t odos los m iserables; y, con la pelerina del insensat o, con el bast ón al cuello, con la m arca del cruzado en el cráneo, est aba seguro de ent rar en el cast illo del rey Marcos: " Nadie osó negarle la ent rada, y él at ravesó el pat io, im it ando a un idiot a, con gran regocij o de los sirvient es, £1 siguió adelant e sin inm ut arse y llegó hast a la sala en que se hallaban el rey, la reina y t odos los caballeros. Marcos sonrió... " 183 Si la locura, en el siglo XVI I , es com o desacralizada, ello ocurre, en prim er lugar, porque la m iseria ha sufrido est a especie de decadencia que le hace aparecer ahora en el único horizont e de la m oral. La locura ya no hallará hospit alidad sino ent re las paredes del hospit al, al lado de t odos los pobres. Es allí donde la encont rarem os aún a fines del siglo XVI I I . Para con ella ha nacido una sensibilidad nueva: ya no religiosa, sino social. Si el loco aparece ordinariam ent e en el paisaj e hum ano de la Edad Media, es com o llegado de ot ro m undo. Ahora, va a dest acarse sobre el fondo de un problem a de " policía" , concernient e al orden de los individuos en la ciudad. Ant es se le recibía porque venía de ot ra part e; ahora se le va a excluir porque viene de aquí m ism o y ocupa un lugar ent re los pobres, los m íseros, los vagabundos. La hospit alidad que lo acoge va a convert irse —nuevo equívoco— en la m edida de saneam ient o que lo pone fuera de circulación. En efect o, él vaga; pero ya no por el cam ino de una ext raña peregrinación; pert urba el orden del espacio social. Despoj ada de los derechos de la m iseria y robada de su gloria, la locura, con la pobreza y la holgazanería, aparece en adelant e, secam ent e, en la dialéct ica inm anent e de los Est ados. El int ernam ient o, ese hecho m asivo cuyos signos se encuent ran por t oda la Europa del siglo XVI I , es cosa de " policía" . De policía en el sent ido m uy preciso que se le at ribuye en la época clásica, es decir, el conj unt o de las m edidas que hacen el t rabaj o a la vez posible y necesario para t odos aquellos que no podrían vivir sin él; la pregunt a que va a form ular Volt aire en breve, ya se la habías» 181 Cit ado en Lallem and, loc. cit ., I V, pp. 216- 226. Som os nosot ros quienes cont em plam os a los " poseídos" com o locos ( lo cual es un post ulado) y que suponem os que t odos los locos de la Edad Media eran t rat ados com o poseídos ( lo cual es un error) . Est e error y ese post ulado se encuent ran en num erosos aut ores, com o Zilvoorg. 183 Trist an e I solda, ed. Bossuat , p. 220. 182 48 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com hecho los cont em poráneos de Colbert : " ¿Cóm o? ¿Desde la época en que os const it uíst eis, hast a hoy, no habéis podido encont rar el secret o para obligar a t odos los ricos a hacer t rabaj ar a t odos los pobres? Vosot ros, pues, no leñéis ni los prim eros conocim ient os de policía. " 184 Ant es de t ener el sent ido m edicinal que le at ribuim os, o que al m enos querem os concederle, el confinam ient o ha sido una exigencia de algo m uy dist int o de la preocupación de la curación. Lo que lo ha hecho necesario, ha sido un im perat ivo de t rabaj o. Donde nuest ra filant ropía quisiera reconocer señales de benevolencia hacia la enferm edad, sólo encont ram os la condenación de la ociosidad. Volvam os a los prim eros m om ent os del " encierro" , al edict o real de abril 27 de 1656, que hacía nacer el Hôpit al Général. Desde el principio, la inst it ución se proponía t rat ar de im pedir " la m endicidad y la ociosidad, com o fuent es de t odos los desórdenes" . En realidad, era la últ im a de las grandes m edidas t om adas desde el Renacim ient o para t erm inar con el desem pleo, o por lo m enos con la m endicidad. 185 En 1532, el Parlam ent o de París decidió el arrest o de los m endigos para obligarlos a t rabaj ar en las alcant arillas de la ciudad, encadenados por parej as. La crisis se agrava rápidam ent e, puest o que el 23 de m arzo de 1534 se da orden a los " escolares pobres e indigent es" de salir de la ciudad, prohibiéndose al m ism o t iem po " cant ar, de aquí en adelant e, saludos a las im ágenes que se encuent ran en las calles" . 186 Las guerras de religión aum ent an est a m ult it ud confusa, donde se m ezclan cam pesinos expulsados de su t ierra, soldados licenciados o desert ores, est udiant es pobres, enferm os. En el m om ent o en que Enrique I V pone sit io a París, la ciudad t iene alrededor de 100 m il habit ant es, de los cuales m ás de 30 m il son m endigos. 187 Una recuperación económ ica se inicia a principios del siglo XVI I I ; se decide reabsorber por la fuerza a los desocupados que no han encont rado lugar en la sociedad; un decret o del Parlam ent o, en 1606, ordena que los m endigos sean azot ados en la plaza pública, m arcados en el hom bro, rapados, y finalm ent e expulsados de la ciudad; para im pedirles regresar, una ordenanza de 1607 est ablece en las puert as de la ciudad com pañías de arqueros que deben prohibir la ent rada a t odos los indigent es. 188 En cuant o desaparecen, con la Guerra de Treint a Años, los efect os del renacim ient o económ ico, los problem as de la m endicidad y de la ociosidad se plant ean de nuevo; hast a m ediados del siglo, el aum ent o regular de los im puest os perj udica a los product os m anufact urados, y así aum ent a el desem pleo. Acont ecen ent onces los m ot ines de París ( 1621) , de Lyon ( 1652) , de Rúan ( 1639) . Al m ism o t iem po el m undo obrero se desorganiza con la aparición de nuevas est ruct uras económ icas; a m edida que se desarrollan las grandes em presas m anufact ureras, los grem ios pierden sus poderes y derechos, ya que los " Reglam ent os generales" prohíben cualquier asam blea de obreros, t oda liga o asociación. En m uchas profesiones, sin em bargo, los grem ios se reconst it uyen. 189 Se les persigue; pero los parlam ent os, al parecer, m uest ran ciert a t ibieza; el 184 Volt aire, Œuvres com plet es, Garnier, XXI I I , p. 377. Desde un punt o de vist a espirit ual, la m iseria, a fines del siglo XVI y a principios del XVI I , se considera com o una am enaza del Apocalipsis. " Una de las m arcas m ás evident es del próxim o advenim ient o del Hij o de Dios y de la consum ación de los siglos es la ext rem idad de la m iseria espirit ual y t em poral a la que se ve reducido el m undo. Es ahora cuando los días son m alos... cuando la m ult it ud de los defect os, las m iserias, se han m ult iplicado, siendo las penas la som bra inseparable de las culpas" ( Cam us, De la m endicit é légit im e des pauvres, pp. 3- 4) 186 Delam are, Trait é de police, loc. cit . 187 Cf. Thom as Plat t er, Descript ion de Paris, 1539, publicada en las Mém oires de la sociét é de l'Hist oire de Paris, 1899. 188 Medidas sim ilares en provincia: Grenoble, por ej em plo, t iene su " expulsador de vient os" , encargado de recorrer las calles y expulsar a los vagabundos. 189 En part icular, los obreros del papel y de la im prent a; cf. por ej em plo el t ext o de los archivos 185 49 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com Parlam ent o de Norm andía se declara incom pet ent e para j uzgar a los am ot inados de Ruán. Por eso, sin duda, int erviene la I glesia y asim ila los grupos secret os de obreros a los que pract ican la bruj ería. Un decret o de la Sorbona, de 1655, proclam aba que t odos aquellos que se asociaran con los m alos com pañeros eran " sacrílegos y culpables de pecado m ort al" . En est e sordo conflict o en que se oponen la severidad de la I glesia y la indulgencia de los Parlam ent os, la creación del Hôpit al es, sin duda, por lo m enos al principio, una vict oria parlam ent aria. En t odo caso, es una solución nueva: por prim era vez se sust it uyen las m edidas de exclusión, puram ent e negat ivas, por una m edida de encierro: el desocupado no será ya expulsado ni cast igado; es sost enido con dinero de la nación, a cost a de la pérdida de su libert ad individual. Ent re ¿1 y la sociedad se est ablece un sist em a im plícit o de obligaciones: t iene el derecho a ser alim ent ado, pero debe acept ar el const reñim ient o físico y m oral de la int ernación. A t oda est a m uchedum bre, un poco indist int a, se refiere el edict o de 1656: población sin recursos, sin lazos sociales, que se encont raba abandonada, o que se ha vuelt o m óvil durant e ciert o t iem po, debido al nuevo desarrollo económ ico. No han t ranscurrido quince días de que el edict o fue som et ido al rey para ser firm ado, cuando se le proclam a y lee por las calles. Parágrafo 9: " Hacem os m uy expresas inhibiciones y prohibiciones a t odas las personas, de t odo sexo, lugar y edad, de cualquier calidad y nacim ient o, en cualquier est ado en que puedan encont rarse, válidos o inválidos, enferm os o convalecient es, curables o incurables, de m endigar en la ciudad y barrios de París, ni en las iglesias, ni en las puert as de ellas, ni en las puert as de las casas, ni en las calles, ni en ot ro lado públicam ent e, ni en secret o, de día o de noche... so pena de lát igo la prim era vez; y la segunda, irán a galeras los que sean hom bres o m uchachos, y m uj eres y m uchachas serán dest erra das. " El dom ingo siguient e —13 de m ayo de 1657— se cant a en la iglesia de Saint - Louis de la Pit ié, una m isa solem ne del Espírit u Sant o; y el lunes 1] por la m añana, la m ilicia, que iba a convert irse, para la m edrosa m it ología popular, en " los arqueros del Hospit al" , com ienza a cazar m endigos y a enviarlos a las diferent es const rucciones del Hôpit al; cuat ro años m ás t arde, est án recluidos en la Salpêt rière 1 460 m uj eres y niños de t ierna edad; en la Pit ié, hay 98 m uchachos, 897 m uchachas ent re siet e y diecisiet e años y 95 m uj eres; en Bicêt re, 1 615 hom bres adult os; en la Savonnerie, 305 m uchachos ent re ocho y t rece años; en Scipion, finalm ent e, est án las m uj eres encint as, las que aún dan el pecho y los pequeños son 530 personas. En un principio, a los casados, aunque est én necesit ados, no se les acept a; la adm inist ración se encarga de alim ent arlos a dom icilio; pero pront o, gracias a una donación de Mazarino, se les puede aloj ar en la Salpêt rière. En t ot al, est án int ernadas 5 m il o 6 m il personas. En t oda Europa la int ernación t iene el m ism o sent ido, por lo m enos al principio. Es una de las respuest as dadas por el siglo XVI I a una crisis económ ica que afect a al m undo occident al en conj unt o: descenso de salarios, desem pleo, escasez de la m oneda; est e conj unt o de hechos se debe probablem ent e a una crisis de la econom ía española. 190 La m ism a I nglat erra, que es el país de Europa occident al m enos dependient e del sist em a, debe resolver los m ism os problem as. A pesar de t odas las m edidas que se han t om ado para evit ar el desem pleo y el descenso de salarios, 191 la pobreza no cesa de aum ent ar en el país. En 1622 depart am ent ales del Hérault , publicado por G. Mart in, La Grande I ndust rie sous Louis XI V, Paris, 1900, p. 89, not a S. 190 Según Earl Ham ilt on, Am erican Treasure and t he price révolut ion in Spain ( 1934) , las dificult ades de Europa a principios del siglo XVI I se debieron a un paro en la producción de las m inas de Am érica. 191 I . Jacobo I , cap. VI : los j ueces de paz fij arán los salarios for any labourers, weavers, spinners 50 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com aparece un follet o, Grevious groan for t he Poor, que se at ribuye a Dekker, en el cual se señala el peligro y se denuncia la incuria general. " Aunque el núm ero de pobres no cesa do crecer cot idianam ent e, t odas las cosas van de m al en peor en lo referent e a aliviar su m iseria...; m uchas parroquias lanzan a m endigar, est afar o robar para vivir, a los pobres y a los obreros válidos que no quieren t rabaj ar, y de est a m anera, el país est á infest ado m iserablem ent e. " 192 Se t em e que asfixien a la nación; y en vist a de que no hay, com o en el cont inent e, la posibilidad de pasar de un país a ot ro, se propone que " se les dest ierre y t raslade a las t ierras recient em ent e descubiert as en las I ndias orient ales y occident ales" . 193 En 1630, el rey est ablece una com isión que debe vigilar el cum plim ient o riguroso de las leyes sobre los pobres. En el m ism o año, ést a publica una serie de " órdenes y de inst rucciones" , en donde se recom ienda perseguir a los m endigos y vagabundos, así com o " a t odos aquellos que viven en la ociosidad y que no desean t rabaj ar a cam bio de salarios razonables, o los que gast an en las t abernas t odo lo que t ienen" . Es preciso cast igarlos conform e a las leyes y llevarlos a las correccionales; en cuant o a aquellos que t ienen m uj eres y niños, es necesario verificar si se han casado, si sus hij os han sido baut izados, " pues est a gent e vive com o salvaj es, sin ser casados, ni sepult ados, ni baut izados; y es por est a libert ad licenciosa por lo que t ant os disfrut an siendo vagabundos" . 194 A pesar de la recuperación que com ienza en I nglat erra a m ediados de siglo, el problem a no est á aún resuelt o en la época de Crom well, puest o que el Lord Alcalde de Londres se quej a " de est a gent uza que se j unt a en la calle, t urba el orden público, asalt a los coches, y siem pre pide a grandes grit os lim osna ant e las puert as de las iglesias y de las casas part iculares" . 195 Durant e m ucho t iem po, la correccional o los locales del Hôpit al Général, servirán para guardar a los desocupados y a los vagabundos. Cada vez que se produce una crisis y que el núm ero de pobres aum ent a rápidam ent e, las casas de confinam ient o recuperan, por lo m enos un t iem po, su prim era significación económ ica. A m ediados del siglo XVI I I , ot ra vez en plena crisis, hay 12 m il obreros que m endigan en Ruán y ot ros t ant os en Tours; en Lyon cierran las fábricas. El conde de Argenson, " que est á encargado del depart am ent o de París y de la guardia pública" da orden de " arrest ar a t ocios los m endigos del reino; los guardias se encargan de est a obra en el cam po, m ient ras que en París se hace lo m ism o, por lo que hay seguridad de que no escaparán, encont rándose perseguidos en t odas part es" . 196 Pero fuera de las épocas de crisis, el confinam ient o adquiere ot ro sent ido. A su función de represión se agrega una nueva ut ilidad. Ahora ya no se t rat a de encerrar a los sin t rabaj o, sino de dar t rabaj o a quienes se ha encerrado y hacerlos así út iles para la prosperidad general. La alt ernación es clara: m ano de obra barat a, cuando hay t rabaj o y salarios alt os; y, en periodo de desem pleo, reabsorción de los ociosos y prot ección social cont ra la agit ación y los m ot ines. No olvidem os que las prim eras casas de int ernación aparecen en I nglat erra en los punt os m ás indust rializados del país: Worcest er, Norwich, Brist ol; que el prim er Hôpit al Général se inauguró en Lyon cuarent a años ant es que en París; 197 que la prim era ent re t odas las ciudades alem anas que t iene su Zucht haus es and workm en and workwom en what soever, eit her working by t he day, week, m ont h, or year. Cf. Nicholls, loc. cit ., I , p. 209. 192 Cit ado en Nicholls, I , p. 245. 193 I bid., p. 212. 194 F. Eden, St at e of t he Poor, Londres, 1797, I , p. 160. 195 E. M. Leonard, The Early Hist ory of English Poor Relief, Cam bridge, 1900, p. 270. 196 Marqués D'Argenson, Journal et Mém oires, París, 1867, t . VI , p. 80 ( 30 de noviem bre, 1749) . 197 Y en condiciones m uy caract eríst icas: " Un ham bre general había hecho llegar varios barcos 51 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com Ham burgo, desde 1620. Su reglam ent o, publicado en 1622, es m uy preciso. Todos los int ernos deben t rabaj ar. Se calcula exact am ent e el valor de sus t rabaj os y se les da la cuart a part e. Pues el t rabaj o no es solam ent e una ocupación; debe ser product ivo. Los ocho direct ores de la casa est ablecen un plan general. El Werkm eist er da a cada uno de los int ernos un t rabaj o personal, y a fin de sem ana va a verificar que la t area ha sido cum plida. Las norm as de t rabaj o serán aplicadas hast a finales del siglo XVI I I , puest o que Howard adviert e aún que allí " se hila, se hacen m edias, se t ej en la lana, las cerdas, el lino, y se m uele la m adera t int órea y el cuerno del ciervo. La cant idad señalada al hom bre que m uele la m adera es 45 libras por día. Algunos hom bres y caballos est án ocupados en un bat án. Un herrero t rabaj a allí sin cesar" . 198 Cada casa de int ernos en Alem ania t iene su especialidad: se hila principalm ent e en Brem en, en Brunswick, en Munich, en Breslau, en Berlín; se t iñe en Hannover. Los hom bres m uelen la m adera en Brem en y en Ham burgo. En Nurem berg se pulen vidrios ópt icos; en Maguncia, el t rabaj o principal consist e en m oler t rigo. 199 Cuando se abren las prim eras correccionales en I nglat erra, se est á en plena regresión económ ica. El act a de 1610 recom ienda solam ent e que a las correccionales se agreguen m olinos, t elares y t alleres de carda para ocupar a los pensionarios. Pero la exigencia m oral se conviert e en una t áct ica económ ica cuando, después de 1651, con el act a de Navegación y el descenso de la t asa de descuent o, la buena sit uación económ ica se rest ablece y se desarrollan el com ercio y la indust ria. Se busca aprovechar en la m ej or form a, es decir, lo m ás barat o posible, t oda la m ano de obra disponible. Cuando John Carey redact a su proyect o de workhouse para Brist ol, señala en prim er lugar la urgencia del t rabaj o: " Los pobres de uno y de ot ro sexo y de t odas las edades pueden ser em pleados en bat ir el cáñam o, en aprest ar e hilar el lino, en cardar e hilar la lana. " 200 En Worcest er se fabrican vest idos y t elas; se est ablece un t aller para los niños. Todo est o no puede hacerse sin dificult ades. Las workhouses quieren ser aprovechadas por las indust rias y m ercados locales; se piensa, quizá, que la fabricación barat a t endrá un efect o regulador sobre el precio de vent a, pero los fabricant es prot est an. 201 Daniel Defoe llam a la at ención sobre el hecho de que, por el efect o de est a com pet encia, m uy cóm oda para las workhouses, se crean pobres en una región baj o el pret ext o de suprim irlos en ot ra; " es darle a uno lo que se le quit a a ot ro, poner un vagabundo en el lugar de un hom bre honrado, y obligar a ést e a encont rar un t rabaj o para hacer vivir a su fam ilia" . 202 Delant e del peligro de la com pet encia, las aut oridades perm it en que el t rabaj o desaparezca paulat inam ent e. Los pensionarios ya no pueden siquiera ganar para su propio m ant enim ient o; a veces las aut oridades se ven obligadas a m et erlos en la cárcel para que t engan por lo m enos pan grat uit o. En cuant o a los Bridwells, hay m uy pocos " donde se realice algún t rabaj o, e inclusive donde pueda hacerse. Los que est án allí encerrados no t ienen ni út iles ni m at eriales para t rabaj ar; pierden allí el t iem po en la holganza y en el libert inaj e" . 203 Cuando se crea el Hôpit al Général de París, se pret ende ant e t odo suprim ir la m endicidad, no darles ocupación a los int ernos. Parece, sin em bargo, que llenos de una m ult it ud de pobres que las provincias vecinas no pueden alim ent ar. " Las grandes fam ilias indust riales —sobre t odo los Halincourt — hacen donaciones ( St at ut s et règlem ent s de l'Hôpit al général de la Charit é et Aum ône générale de Lyon, 1742, pp. vii y viii) . 198 Howard, loc. cit ., I , pp. 154- 155. 199 Howard, loc. cit ., I , pp. 136- 206. 200 Cit ado en Nicholls, loc. cit ., I , p. 353. 201 Así, la Workhouse de Worcest er debe com prom et erse a export ar, a lo lej os, t odos los vest idos que allí se fabrican y que no port an los pensionarios. 202 Cit ado en Nicholls, loc. cit ., I , p. 367. 203 Howard, loc. cit ., t . I , p. 8. 52 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com Colbert , com o sus cont em poráneos ingleses, vio en el t rabaj o de las casas de asist encia, a la vez, un rem edio para el desem pleo y un est ím ulo para el desarrollo de las m anufact uras. 204 En las provincias los int endent es deben procurar que las casas de caridad posean una ciert a significación económ ica. " Todos los pobres capaces de t rabaj ar deben hacerlo en los días laborables, t ant o para evit ar la ociosidad, que es la m adre de t odos los m ales, com o para acost um brarse al t rabaj o, y t am bién para ganar part e de su alim ent o. " 205 En ocasiones, inclusive, hay arreglos que perm it en a em presarios privados ut ilizar en su provecho la m ano de obra de los asilados. Se sabe, por ej em plo, que por un acuerdo de 1708 un em presario proporciona a la Charit é de Tule lana, j abón, carbón, y que ella le ent rega en cam bio lana cardada e hilada. Todo el beneficio se repart e ent re el hospit al y el em presario. 206 Hast a en París se int ent a varias veces t ransform ar en fábricas los edificios del Hôpit al Général. Si creem os lo que dice el aut or de una m em oria anónim a aparecida en 1790, se ensayaron en la Pit ié " t odos los t ipos de m anufact uras que puede ofrecer la capit al" ; finalm ent e, " se llegó, casi a la desesperada, a la fabricación de cordones, por ser la m enos dispendiosa" . 207 En ot ras part es las t ent at ivas no fueron m ás fruct uosas. En Bicêt re se hicieron num erosos ensayos: fabricación de hilo y de cuerda, pulim ent o de espe j os y, sobre t odo, el célebre gran pozo. 208 Se t uvo inclusive la idea, en 1781, de sust it uir los caballos, que subían el agua, por equipos de prisioneros, que se t urnaban ent re las 5 de la m añana y las 8 de la noche. " ¿Qué m ot ivo ha det erm inado t an ext raña ocupación? ¿Es un m ot ivo económ ico, o solam ent e la necesidad de ocupar a los prisioneros? Si es la necesidad de ocuparlos, hubiera sido m ás oport uno encom endarles un t rabaj o m ás út il para ellos y para la casa. Si el m ot ivo es la econom ía, sería preciso que la encont ráram os en algún lado. " 209 A lo largo del siglo XVI I I no cesará de borrarse la significación económ ica que Colbert quiso darle al Hôpit al Général; est e cent ro de t rabaj o obligat orio se convert irá en el sit io privilegiado de la ociosidad. " ¿Cuál es la fuent e de los desórdenes en Bicêt re?" , se pregunt arán los hom bres de la Revolución, y darán la m ism a respuest a que dio el siglo XVI I : " Es la ociosidad. ¿Cóm o se puede rem ediar? Con el t rabaj o. " La época clásica ut iliza el confinam ient o de una m anera equívoca, para hacerle desem peñar un papel doble: reabsorber el desem pleo, o por lo m enos borrar sus efect os sociales m ás visibles, y cont rolar las t arifas cuando exist e el riesgo de que se eleven dem asiado. Act uar alt ernat ivam ent e sobre el m ercado de m ano de obra y los precios de la producción. En realidad, no parece que las casas de confinam ient o hayan podido realizar eficazm ent e la obra que de ellas se esperaba. Si absorbían a los desocupados, era sobre t odo para disim ular la m iseria, y evit ar los inconvenient es polít icos o sociales de una posible agit ación; pero en el m ism o m om ent o en que se les colocaba en t alleres obligat orios, se aum ent aba el desem pleo en las regiones vecinas y en los sect ores sim ilares. 210 En cuant o a la acción sobre los precios, no podía ser sino art ificial, ya que el 204 Aconsej a a la abadía de Jum ièges ofrecer a esos desvent urados lanas que pudieran hilar: " Las m anufact uras de lana y de m edias pueden const it uir un m edio adm irable para hacer t rabaj ar a los m endigos' ( G. Mart in, loc. cit ., p. 225, not a 4) . 205 Cit ado en Lallem and, loc. cit ., t . I V, p. 539. 206 Forot , loc. cit ., pp. 16- 17. 207 Cf. Lallem and, loc. cit ., t . I V, p. 544, not a 18. 208 Un arquit ect o, Germ ain Boffrand, en 1733 había diseñado el plan de un inm enso pozo. Muy pront o, result ó inút il. Pero se prosiguieron los t rabaj os para ocupar a los presos. 209 Musquinet de la Pagne, Bicêt re réform é ou ét ablissem ent d'une m aison de discipline, 1789, p. 22. 210 Com o en I nglat erra, hubo conflict os de ese t ipo en Francia; por ej em plo, en Troyes, proceso ent re " los m aest ros y las com unidades de bonet eros" y los adm inist radores de los hospit ales ( Archives du départ em ent de l'Aube) . 53 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com precio de m ercado de los product os así fabricados no guardaba proporción con el precio real de cost o, si se t om aban en cuent a los gast os del confinam ient o. Medida por su solo valor funcional, la creación de las casas de int ernam ient o puede pasar por un fiasco. Su desaparición, en casi t oda Europa, a principios del siglo XI X, com o cent ros de recepción de los indigent es y prisiones de la m iseria, sancionará su fracaso final: rem edio t ransit orio e ineficaz, precaución social bast ant e m al form ulada por la indust rialización nacient e. Y sin em bargo, en est e fracaso m ism o, la época clásica hacía una experiencia irreduct ible. Lo que hoy nos parece una dialéct ica inhábil de la producción y de los precios t enía ent onces su significación real de ciert a conciencia ét ica del t rabaj o en que las dificult ades de los m ecanism os económ icos perdían su urgencia en favor de una afirm ación de valor. En ese prim er auge del m undo indust rial, el t rabaj o no parece ligado a los problem as que él m ism o suscit aba; por el cont rario, se le percibe com o solución general, panacea infalible, rem edio de t odas las form as de la m iseria. Trabaj o y pobreza se sit úan en una sencilla oposición; su ext ensión respect iva irá en proporción inversa la una de la ot ra. En cuant o al poder, que le pert enece com o cosa propia, de hacer desaparecer la m iseria, el t rabaj o, para el pensam ient o clásico, no lo det ent a por su pot encia product iva sino, m ás aún, por ciert a fuerza de encant am ient o m oral. La eficacia del t rabaj o es reconocida porque se la ha fundado sobre su t rascendencia ét ica. Desde la caída, el t rabaj o- cast igo ha recibido un valor de penit encia y poder de redención. No es una ley de la nat uraleza la que obliga al hom bre a t rabaj ar, sino el efect o de una m aldición. La t ierra es inocent e de est a est erilidad en que quedaría adorm ecida si el hom bre perm aneciera ocioso: " La t ierra no había pecado, y si est á m aldit a es a causa del t rabaj o del hom bre m aldit o que la cult iva; no se le arranca ningún frut o, y, sobre t odo, el frut o m ás necesario, sino por la fuerza y ent re t rabaj os cont inuos. " 211 La obligación del t rabaj o no est á vinculada a ninguna confianza en la nat uraleza; y la t ierra no debe recom pensar el t rabaj o del hom bre ni siquiera con una oscura fidelidad. Es const ant e ent re los cat ólicos, com o ent re los reform ados, el t em a de que el t rabaj o no lleva sus propios frut os. Cosecha y riqueza no se encuent ran al t érm ino de una dialéct ica del t rabaj o y de la nat uraleza. Ést a es la advert encia de Calvino: " Ahora bien, no nos cuidem os de que los hom bres sean vigilant es y hábiles, de que hayan cum plido bien con su deber, que puedan hacer fért il su t ierra; es la bendición de Dios la que lo gobierna t odo. " 212 Y ese peligro de un t rabaj o que seguiría siendo infecundo si Dios 110 int erviniera en su benevolencia, lo reconoce, a su vez, Bossuet : " A cada m om ent o, la esperanza de la m ies, y el frut o único de t odos nuest ros t rabaj os puede escapársenos; est am os a la m erced del cielo inconst ant e que hace llover sobre la t ierna espiga. " 213 Ese t rabaj o precario al que la nat uraleza no est á obligada a responder — salvo volunt ad part icular de Dios— es sin em bargo obligat orio, en t odo rigor: no al nivel de las sínt esis nat urales, sino al nivel de las sínt esis m orales. El pobre que, sin consent ir en " at orm ent ar" la t ierra, espera que Dios venga en su ayuda, pues ha prom et ido alim ent ar a las aves del cielo, ese desobedecerá la gran ley de la Escrit ura: " No t ent arás al Et erno, t u Señor. " No querer t rabaj ar, ¿no es " t ent ar desm edidam ent e el poder de Dios" 214 Es t rat ar de obligar al m ilagro, Bossuet , Élévat ions sur les m yst ères, VI ª sem ana, 12 a elevación. ( Bossuet . Text es choisis, por H. Brem ond, París, 1913, t . I I I , p. 285. ) 212 Serm on 155 sur le Deut éronom e, 12 de m arzo 1556. 213 Bossuet , loc. cit ., p. 285. 214 Calvino, Serm on 49 sur le Deut éronom e, 3 de j ulio de 1555. 211 54 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com 215 siendo así que el m ilagro es acordado cot idianam ent e al hom bre com o recom pensa grat uit a de su t rabaj o. Si bien es ciert o que el t rabaj o no est á inscrit o ent re las leyes de la nat uraleza, sí est á envuelt o en el orden del m undo caído. Por ello, el ocio es revuelt a, la peor de t odas, en un sent ido, pues espera que la nat uraleza sea generosa com o en la inocencia de los com ienzos, y quiere obligar a una Bondad a la que el hom bre no puede aspirar desde Adán. El orgullo fue el pecado del hom bre ant es de la caída: pero el pecado de ociosidad es el suprem o orgullo del hom bre una vez caído, el irrisorio orgullo de la m iseria. En nuest ro m undo, donde la t ierra sólo es fért il en abroj os y m alas yerbas, t al es la falt a por excelencia. En la Edad Media, el gran pecado, radix m alorum om nium , fue la soberbia. Si hem os de creer a Huizinga, hubo un t iem po, en los albores del Renacim ient o, en que el pecado suprem o t om ó el aspect o de la Avaricia, la cicca cupidigia de Dant e. 216 Todos los t ext os del siglo XVI I anuncian, por el cont rario, el t riunfo infernal de la Pereza: es ella, ahora, la que dirige la ronda de los vicios y los arrast ra. No olvidem os que según el edict o de creación, el Hospit al general debe im pedir " la m endicidad y la ociosidad com o fuent es de t odos los desórdenes" . Bourdaloue repit e esas condenaciones de la pereza, orgullo m iserable del hom bre caído: " ¿Qué es, pues, nuevam ent e, el desorden de una vida ociosa? Es, responde San Am brosio, bien considerado, una segunda revuelt a de la criat ura cont ra Dios. " 217 El t rabaj o en las casas de int ernam ient o t om a así su significado ét ico: puest o que la pereza se ha convert ido en form a absolut a de la revuelt a, se obligará a los ociosos a t rabaj ar, en el ocio indefinido de un t rabaj o sin ut ilidad ni provecho. Es en ciert a experiencia de t ipo laboral donde se ha form ulado la exigencia —t ant o m oral com o económ ica, indisolublem ent e— de la reclusión. El t rabaj o y la ociosidad han t razado una línea divisoria, en el m undo clásico, que ha sust it uido a la gran exclusión de la lepra. El asilo ha t om ado exact am ent e el lugar del leprosario en la geografía de los sit ios poblados por fant asm as, com o en los paisaj es del universo m oral. En el m undo de la producción y del com ercio se han renovado los viej os rit os de excom unión. En est os sit ios de la ociosidad m aldit a y condenada, en est e espacio invent ado por una sociedad que descubría en la ley del t rabaj o una t rascendencia ét ica, es donde va a aparecer la locura, y a crecer pront o, hast a el ext rem o de anexárselos. Vendrá el día en que podrá recoger est os lugares est ériles de la ociosidad, por una especie de m uy ant iguo y oscuro derecho heredit ario. El siglo XI X acept ará, e incluso exigirá, que se t ransfieran exclusivam ent e a los locos est as t ierras, donde cient o cincuent a años ant es se quiso reunir a los m iserables, a los m endigos, a los desocupados. No es indiferent e el hecho de que los locos hayan quedado com prendidos en la gran proscripción de la ociosidad. Desde el principio, t endrán su lugar al lado de los pobres, buenos o m alvados, y de los ociosos, volunt arios o no. Com o sus com pañeros, los locos est arán som et idos a las reglas del t rabaj o obligat orio; y ha sucedido en m ás de una ocasión que hayan adquirido exact am ent e su fisonom ía peculiar baj o est a obligación uniform e. En los t alleres donde los locos est aban confundidos con los ot ros confinados, los prim eros se dist inguen por, su incapacidad para el t rabaj o y para seguir los rit m os de la vida colect iva. La necesidad, descubiert a en el siglo XVI I I , de dar a los alienados un régim en especial, y la gran crisis de la int ernación que precede poco t iem po a la Revolución, se ligan a la experiencia que se ha adquirido con la obligación 215 " Querem os que Dios sirva a nuest ros locos apet it os y que est é com o suj et o a nosot ros" ( Calvino, ibid. ) . 216 Huizinga, Le Déclin du Moyen Age, Paris, 1932, p. 35. 217 Bourdaloue, Dim anche de la Sept uagésim e, Œuvres, Paris, 1900, I , p. 346. 55 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com general de t rabaj ar. 218 No fue preciso llegar al siglo XVI I para " encerrar" a los locos, pero sí es en est a época cuando se les com ienza a " int ernar" , m ezclándolos con una población con la cual se les reconoce ciert a afinidad. Hast a el Renacim ient o, la sensibilidad ant e la locura est aba ligada a la presencia de t rascendencias im aginarias. En la edad clásica, por vez prim era, la locura es percibida a t ravés de una condenación ét ica de la ociosidad y dent ro de una inm anencia social garant izada por la com unidad del t rabaj o. Est a com unidad adquiere un poder ét ico de repart o que le perm it e rechazar, com o a un m undo dist int o, t odas las form as de inut ilidad social. Es en est e ot ro m undo, cercado por las pot encias sagradas del t rabaj o, donde la locura va a adquirir el est at ut o que le conocem os. Si exist e en la locura clásica algo que hable de ot ro lugar y de ot ra cosa, no es porque el loco venga de ot ro cielo —el del insensat o— y luzca los signos celest es; es porque ha franqueado las front eras del orden burgués, para enaj enarse m ás allá de los lím it es sagrados de la ét ica acept ada. En efect o, la relación ent re la práct ica de la int ernación y las exigencias del t rabaj o no est á definida, ni m ucho m enos, por las exigencias de la econom ía. Una visión m oral la sost iene y la anim a. Cuando el Board of Trade publicó un inform e sobre los pobres, en el cual se proponían m edios para " volverlos út iles al público" , se precisó que el origen de la pobreza no est aba ni en lo exiguo de los ingresos ni en el desem pleo, sino en " el debilit am ient o de la disciplina y el relaj am ient o de las cost um bres" . 219 Tam bién el edict o de 1615 incluía ent re las denuncias m orales, am enazas ext rañas. " El libert inaj e de los m endigos ha llegado al exceso por la form a com o son t olerados t odos los t ipos de crím enes, lo cual at rae la m aldición de Dios sobre los Est ados, que no los cast igan. " Est e " libert inaj e" no es el que se puede definir en relación con la gran ley del t rabaj o, sino ciert am ent e un libert inaj e m oral. " La experiencia ha hecho conocer a las personas que se han ocupado en t rabaj os carit at ivos, que m uchos de ellos, de uno y de ot ro sexo, viven j unt os sin haberse casado, que m uchos de sus niños est án sin baut izar, y que viven casi t odos en la ignorancia de la religión, el desprecio de los sacram ent os y el hábit o cont inuo de t oda clase de vicios. " De est e m odo, pues, el Hôpit al no t iene el aire de ser un sim ple refugio para aquellos a quienes la vej ez, la invalidez o la enferm edad les im piden t rabaj ar. Tendrá no solam ent e el aspect o de un t aller de t rabaj o forzado, sino t am bién el de una inst it ución m oral encargada de cast igar, de corregir una ciert a " ausencia" m oral que no am erit a el t ribunal de los hom bres, pero que no podría ser reform ada sino por la sola severidad de la penit encia. El Hôpit al General t iene un est at ut o ét ico. Sus direct ores est án revest idos de est e cargo m oral, y se les ha confiado t odo el aparat o j urídico y m at erial de la represión: " Tienen t odo el poder de aut oridad, dirección, adm inist ración, policía, j urisdicción, corrección y cast igo. " Para cum plir est a t area, se han puest o a su disposición post es y argollas de t orm ent o, prisiones y m azm orras. 220 En el fondo, es en est e cont ext o donde la obligación del t rabaj o adquiere sent ido: es a la vez ej ercicio ét ico y garant ía m oral. Valdrá com o ascesis, cast igo, com o signo de ciert a act it ud del corazón. El prisionero que puede y que quiere t rabaj ar será liberado; no t ant o porque sea de nuevo út il a la sociedad, sino porque se ha suscrit o nuevam ent e al gran pact o ét ico de la exist encia hum ana. En abril de 1684, una ordenanza crea en el int erior del hospit al una sección para los m uchachos y m uchachas de m enos de 25 años; en ella se 218 Se encuent ra un ej em plo m uy caract eríst ico en los problem as plant eados a la casa de int ernam ient o de Brunswick. Cf. infra, Tercera Part e, cap. I I . 219 Cf. Nicholls, op. cit ., I , p. 352. 220 Reglam ent o del Hospit al General, Art . XI I y XI I I . 56 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com precisa que el t rabaj o debe ocupar la m ayor part e del día, y debe ir acom pañado de " la lect ura de algunos libros piadosos" . Pero el reglam ent o define el caráct er puram ent e represivo de est e t rabaj o, aj eno por com plet o a cualquier int erés de producción: " Se les hará t rabaj ar en las labores m ás rudas, según lo perm it an sus fuerzas y los lugares donde se encuent ren. " Solam ent e cuando hayan realizado ese t rabaj o —sólo ent onces— se les podrá enseñar un oficio " convenient e a su sexo e inclinación" , en la m edida en que su celo en los prim eros ej ercicios haya perm it ido " j uzgar que desean corregirse" . Finalm ent e, t oda falt a " será cast igada con la dism inución del pot aj e, el aum ent o del t rabaj o, la prisión, y ot ras penas habit uales en los dichos hospit ales, según los direct ores lo est im en razonable" . 221 Es suficient e leer " el reglam ent o general de lo que debe hacerse cada día en la Maison de Saint - Louis de la Salpêt rière" 222 para com prender que la exigencia del t rabaj o est aba ordenada en función de un ej ercicio de reform a y de cont ención m oral, que nos da, si no el sent ido m ás im port ant e, sí la j ust ificación esencial del confinam ient o. Es un fenóm eno im port ant e la invención de un lugar de const reñim ient o forzoso, donde la m oral puede cast igar cruelm ent e, m erced a una at ribución adm inist rat iva. Por prim era vez, se inst auran est ablecim ient os de m oralidad, donde se logra una asom brosa sínt esis de obligación m oral y ley civil. El orden de los Est ados no t olera ya el desorden de los corazones. Es preciso aclarar que no es la prim era vez que, en la cult ura europea, la falt a m oral, inclusive en su form a m ás privada, t om a el sent ido de un at ent ado en cont ra de las leyes escrit as o no escrit as de la ciudad. Pero en el gran confinam ient o de la época clásica, lo esencial, el nuevo acont ecim ient o, es que se encierra en las ciudades de la m oralidad pura, donde la ley que debiera reinar en los corazones es aplicada sin rem isión ni dulcificación baj o las form as m ás rigurosas del const reñim ient o físico. La m oral es adm inist rada com o el com ercio o la econom ía. Vem os así aparecer ent re las inst it uciones de la m onarquía absolut a —en las que t ant o t iem po perm anecieron com o sím bolo de su arbit rariedad— la gran idea burguesa, y en breve republicana, de que la virt ud es t am bién un asunt o de Est ado, el cual puede im poner decret os para hacerla reinar y est ablecer una aut oridad para t ener la seguridad de que será respet ada. Los m uros del confinam ient o encierran en ciert o sent ido la negat iva de est a ciudad m oral, con la cual principia a soñar la conciencia burguesa en el siglo XVI I I : ciudad m oral dest inada a aquellos que quisieran, por principio de cuent as, sust raerse de ella, ciudad donde el derecho reina solam ent e en virt ud de una fuerza inapelable — una especie de soberanía del bien, donde t riunfa únicam ent e la am enaza y donde la virt ud ( t ant o vale en sí m ism a) no t iene m ás recom pensa que el escape al cast igo. A la som bra de la ciudad burguesa, nace est a ext rem a república del bien que se im pone por la fuerza a t odos aquellos de quienes se sospecha que pert enecen al m al. Es el reverso del gran sueño y de la gran preocupación de la burguesía de la época clásica: las leyes del Est ado y las del corazón se han ident ificado por fin. " Que nuest ros polít icos se dignen suspender sus cálculos... y que aprendan de una vez que se t iene t odo con el dinero, except o buenas cost um bres y ciudadanos. " 223 ¿No es acaso est e el sueño que parece haber hechizado a los fundadores de la casa de confinam ient o de Ham burgo? Uno de los direct ores debe vigilar para que " t odos aquellos que est én en la casa cum plan con sus deberes religiosos y en 221 222 223 Cit ado en Hist oire de l'Hôpit al général, follet o anónim o, París, 1676. Arsenal, m s. 2566, ff. 54- 70 Rousseau, Discours sur les sciences et les art s. 57 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com ellos sean inst ruidos... " El m aest ro de escuela debe inst ruir a los niños en la religión, y exhort arlos y anim arlos a leer, en sus m om ent os de descanso, diversas part es de la Sagrada Escrit ura. Debe enseñarles a leer, a escribir, a cont ar, a ser honrados y decent es con quienes visit en la casa. Debe preocuparse de que asist an al servicio divino, y de que allí se com port en con m odest ia. " 224 En I nglat erra, el reglam ent o de las workhouses concede gran im port ancia a la vigilancia de las cost um bres y a la educación religiosa. Así, para la casa de Plym out h, se ha previst o el nom bram ient o de un schoolm ast er, que debe reunir la t riple condición de ser " piadoso, sobrio y discret o" ; t odas las m añanas y t odas las noches, se encargará a hora fij a de presidir las plegarias; cada sábado por la t arde y cada día de fiest a, deberá dirigirse a los int ernos y exhort arlos e inst ruirlos en los " elem ent os fundam ent ales de la religión prot est ant e, conform e a la doct rina de la I glesia anglicana" . 225 En Ham burgo o en Plym out h, Zucht häusern y workhouses: en t oda la Europa prot est ant e se edifican est as fort alezas del orden m oral, donde se enseña la part e de la religión que es necesaria al reposo de las ciudades. En t ierras cat ólicas se persigue el m ism o fin, pero su caráct er religioso es aún m ás m arcado. De ello es t est im onio la obra de San Vicent e de Paúl. " El fin principal por el cual se ha perm it ido que se hayan ret irado aquí unas personas, y se las haya puest o fuera del desorden del gran m undo, para hacerlas ent rar en calidad de pensionarios, fue el im pedir que quedaran ret enidos por la esclavit ud del pecado y de que fueran et ernam ent e condenados, y darles el m edio de gozar de un cont ent o perfect o en ést a y en la ot ra, harán t odo lo posible para adorar así a la divina providencia... La experiencia nos convence dem asiado, desgraciadam ent e, de que la fuent e principal de los t rast ornos que vem os reinar hoy en día ent re la j uvent ud es la falt a de inst rucción y de docilidad en las cosas espirit uales, ya que prefieren seguir sus m alvadas inclinaciones, ant es que las sant as inspiraciones de Dios y los carit at ivos avisos de sus padres. " Se t rat a, pues, de librar a los pensionist as de un m undo que es para su debilidad una invit ación al pecado, y de llam arlos a una soledad donde no t endrán por com pañeros sino a sus " ángeles guardianes" , encarnados en sus vigilant es, present es t odos los días: ést os, en efect o, " les dan los m ism os buenos servicios que les proporcionan, en form a invisible, sus ángeles guardianes: inst ruirlos, consolarlos y procurarles la salvación" . 226 En las casas de la Chant é, se vigila con sum o cuidado la ordenación de las vidas y de las conciencias, lo cual, conform e avanza el siglo XVI I I aparece m ás claram ent e com o la razón de ser de la int ernación. En 1765 se est ablece un nuevo reglam ent o para la Charit é de Chât eau- Thierry. En él est á bien señalado que " el Prior visit ará cuando m enos una vez por sem ana a t odos los prisioneros, uno t ras ot ro y separadam ent e, para consolarlos, llam arlos a una conduct a m ej or, y asegurarse por sí m ism o que son t rat ados com o debe ser; el subprior lo hará t odos los días" . 227 Todas est as prisiones del orden m oral hubieran podido t ener por em blem a, aquel que Howard pudo leer aún en la casa de Maguncia: " Si se ha podido som et er al yugo a los anim ales feroces, no debem os desesperar de corregir al hom bre que se ha ext raviado. " 228 Para la I glesia cat ólica, com o para los países prot est ant es, el confinam ient o represent a, baj o la form a de un m odelo aut orit ario, el m it o de una felicidad social: una policía cuyo orden sería por com plet o t ransparent e a los principios de la religión, y una religión cuyas exigencias est arían sat isfechas, sin 224 225 226 227 228 Howard, loc. cit ., t . I , p. 157. I bid., t . I I , pp. 382- 401. Serm ón cit ado en Collet , Vie de Saint Vincent de Paul. Cf. Tardif, loc. cit ., p. 22. Howard, loc. cit ., t . I , p. 203. 58 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com rest ricción, en las reglas de la policía y en los m edios de const reñim ient o que pueda ést a poseer. Hay en est as inst it uciones com o una t ent at iva de dem ost rar que el orden puede adecuarse a la virt ud. En est e sent ido, el " encierro" esconde, a la vez, una m et afísica de la ciudad y una polít ica de la religión. Reside, com o un esfuerzo de sínt esis t iránica, a m edio cam ino ent re el j ardín de Dios de las ciudades que los hom bres, expulsados del Paraíso, han levant ado con sus m anos. La casa de confinam ient o en la época clásica es el sím bolo m ás denso de est a " policía" que se concibe a sí m ism a com o equivalent e civil de la religión, para edificar una ciudad perfect a. Todos los t em as m orales del int ernam ient o, ¿no est án present es en ese t ext o del Trat ado de policía en que Delam are ve en la religión " la prim era y la principal" de las m at erias de que se ocupa la policía? " Hast a se podría añadir la única si fuésem os lo bast ant e sabios para cum plir perfect am ent e con t odos los deberes que ella nos prescribe. Ent onces, sin ot ros cuidados, no habría ya corrupción en las cost um bres; la t em planza alej aría las enferm edades; la asiduidad al t rabaj o, la frugalidad y una sabia previsión procurarían t odas las cosas necesarias para la vida; al expulsar la caridad a los vicios, se aseguraría la t ranquilidad pública; la hum ildad y la sencillez suprim irían lo que hay de vano y de peligroso en las ciencias hum anas; la buena fe reinaría en las ciencias y en las art es...; los pobres en fin, serían socorridos volunt ariam ent e, y la m endicidad sería dest errada; verdad es que, siendo bien observada la religión, se realizarían t odas las dem ás part es de la policía... Así, con m ucha sabiduría, t odos los legisladores han est ablecido la dicha así com o la duración de los Est ados sobre la Religión" . 229 El confinam ient o es una creación inst it ucional propia del siglo XVI I . Ha t om ado desde un principio t al am plit ud, que no posee ninguna dim ensión en com ún con el encarcelam ient o t al y com o podía pract icarse en la Edad Media. Com o m edida económ ica y precaución social, es un invent o. Pero en la hist oria de la sinrazón, señala un acont ecim ient o decisivo: el m om ent o en que la locura es percibida en el horizont e social de la pobreza, de la incapacidad de t rabaj ar, de la im posibilidad de int egrarse al grupo; el m om ent o en que com ienza a asim ilarse a los problem as de la ciudad. Las nuevas significaciones que se at ribuyen a la pobreza, la im port ancia dada a la obligación de t rabaj ar y t odos los valores ét icos que le son agregados, det erm inan la experiencia que se t iene de la locura, y la form a com o se ha m odificado su ant iguo significado. Ha nacido una sensibilidad, que ha t razado una línea, que ha m arcado un um bral, que escoge, para dest errar. El espacio concret o de la sociedad clásica reserva una región neut ral, una página en blanco donde la vida real de la ciudad se suspende: el orden no afront a ya el desorden, y la razón no int ent a abrirse cam ino por sí sola, ent re t odo aquello que puede esquivarla, o que int ent a negarla. Reina en est ado puro, gracias a un t riunfo, que se le ha preparado de ant em ano, sobre una sinrazón desencadenada. La locura pierde así aquella libert ad im aginaria que la hacía desarrollarse t odavía en los cielos del Renacim ient o. No hacía aún m ucho t iem po, se debat ía en pleno día: era el Rey Lear, era Don Quij ot e. Pero en m enos de m edio siglo, se encont ró recluida, y ya dent ro de la fort aleza del confinam ient o, ligada a la Razón, a las reglas de la m oral y a sus noches m onót onas. 229 Delam are, Trait é de la police, t . I , pp. 287- 288. 59 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com I I I . EL MUNDO CORRECCI ONAL Del ot ro lado de los m uros del int ernado no sólo se encuent ran pobreza y locura, sino t am bién rost ros bast ant e m ás variados, y siluet as cuya est at ura com ún no siem pre es fácil de reconocer. Es claro que el int ernado, en sus form as prim it ivas, ha funcionado com o un m ecanism o social, y que ese m ecanism o ha t rabaj ado sobre una superficie m uy grande, puest o que se ha ext endido desde las regulaciones m ercant iles elem ent ales hast a el gran sueño burgués de una ciudad donde reinara la sínt esis aut orit aria de la nat uraleza y de la virt ud. De ahí a suponer que el sent ido del int ernado se reduzca a una oscura finalidad social que perm it a al grupo elim inar los elem ent os que le result an het erogéneos o nocivos, no hay m ás que un paso. El int ernado será ent onces la elim inación espont ánea de los " asociales" ; la época clásica habría neut ralizado, con una eficacia m uy segura —t ant o m ás segura cuant o que ya no est aba ella ciega— aquellos m ism os que, no sin vacilaciones ni peligro, nosot ros dist ribuim os ent re las prisiones, las casas correccionales, los hospit ales psiquiát ricos o los gabinet es de los psicoanalist as. Es eso, en sum a, lo que ha querido m ost rar, al principio del siglo, t odo un grupo de hist oriadores, 230 al m enos, si ese t érm ino no es exagerado. Si hubiesen sabido precisar el nexo evident e que une a la policía del int ernado con la polít ica m ercant il, es m uy probable que hubiesen encont rado ahí un argum ent o suplem ent ario en favor de su t esis: único, quizá, de peso, y que habría m erecido un exam en. Hubieran podido m ost rar sobre qué fondo de sensibilidad social ha podido form arse la conciencia m édica de la locura, y hast a qué punt o le sigue est ando at ada, puest o que es est a sensibilidad la que sirve de elem ent o regulador cuando se t rat a de decidir ent re un int ernam ient o o una liberación. En rigor, un análisis sem ej ant e supondría la persist encia inam ovible de una locura ya provist a de su et erno equipo psicológico, pero que habría requerido largo t iem po para ser expuest a en su verdad. I gnorada desde hacía siglos, o al m enos m al conocida, la época clásica habría em pezado a aprehenderla oscuram ent e com o desorganización de la fam ilia, desorden social, peligro para el Est ado. Y poco a poco, est a prim era percepción se habría organizado, y finalm ent e perfeccionado, en una conciencia m édica que habría llam ado enferm edad de la nat uraleza lo que ent onces sólo era reconocido en el m alest ar de la sociedad. Habría que suponer así una especie de ort ogénesis que fuera desde la experiencia social hast a el conocim ient o cient ífico, y que progresara sordam ent e desde la conciencia de grupo hast a la ciencia posit iva: aquélla no sería m ás que la form a encubiert a de ést a, y una especie de su vocabulario balbucient e. La experiencia social, conocim ient o aproxim ado, sería de la m ism a nat uraleza que el conocim ient o m ism o, y ya en cam ino hacia su perfección. 231 Por el hecho m ism o, el obj et o del saber le es pre- exist ent e, puest o que él es el que est aba aprehendido, ant es de ser rigurosam ent e filt rado por una ciencia 230 El iniciador de est a int erpret ación fue Sérieux ( cf. ent re ot ros Sérieux y Libert . Le Régim e des aliénés en France au XVI I I E siècle, Paris, 1914) . El espírit u de est os t rabaj os t am bién alent ó a Philippe Chat elain ( Le Régim e des aliénés et des anorm aux aux XVI I et XVI I I E siècles, París, 1921) , Mart he Henry ( La Salpêt rière sous l'Ancien Régim e, Paris, 1922) , Jacques Vié ( Les Aliénés et Correct ionnaires à Saint - Lazare aux XVI I E et XVI I I E siècles, París, 1930) , Hélène BonnafousSérieux ( La Charit é de Senlis, Paris, 1936) , René Tardif ( La Charit é de Chât eau- Thierry, Paris, 1939) . Se t rat aba, aprovechando los t rabaj os de Funck- Brent ano, de " rehabilit ar" al int ernam ient o del Ant iguo Régim en, y de dem oler el m it o de que la Revolución había liberado a los locos, m it o que había sido const it uido por Pinel y Esquirol, y que aún est aba vivo a fines del siglo XI X en las obras de Sém elaigne, de Paul Bru, de Louis Boucher, de Em ile Richard. 231 Es curioso not ar que ese prej uicio de m ét odo es com ún, con t oda su ingenuidad, en los aut ores de los que hablam os, y en la m ayoría de los m arxist as cuando t ocan la hist oria de las ciencias. 60 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com posit iva: en su solidez int em poral, él m ism o pert enece al abrigo de la hist oria, ret irado en una verdad que sigue, adorm ecida, hast a el t ot al despert ar de la posit ividad. Pero no es seguro que la locura haya esperado, recogida en su ident idad inm óvil, al gran logro de la psiquiat ría, para pasar de una exist encia oscura a la luz de la verdad. No es seguro, por ot ra part e, que fuese a la locura, ni aun im plícit am ent e, a la que enfocaban las m edidas del int ernam ient o. No es seguro, finalm ent e, que al hacer nuevam ent e, en el um bral de la época clásica, el ant iquísim o gest o de la segregación, el m undo m oderno haya deseado elim inar a aquellos que —sea m ut ación espont ánea, sea variedad de especie— se m anifest aban com o " asociales" . Que en los int ernados del siglo XVI I I podam os encont rar una sim ilit ud t on nuest ro personaj e cont em poráneo del asocial es un hecho, pero que probablem ent e no sea m ás que un result ado, pues ese personaj e ha sido conj urado por el gest o m isino de la segregación. Ha llegado el día en que est e hom bre, part ido de t odos los países de Europa hacia un m ism o exilio, a m ediados del siglo XVI I , ha sido reconocido com o un ext raño a la sociedad que lo había expulsado, irreduct ible a sus exigencias; ent onces, para la m ayor com odidad de nuest ro espírit u, se ha convert ido en el candidat o indiferenciado a t odas las prisiones, a t odos los asilos, a t odos los cast igos. No es, en realidad, m ás que el esquem a de exclusiones sobrepuest as. Ese gest o que proscribe es t an súbit o com o el que había aislado a los leprosos; pero, com o en el caso de aquél, su sent ido no puede obt enerse de su result ado. No se había expulsado a los leprosos para cont ener el cont agio; hacia 1657, no se ha int ernado a la cent ésim a parle de la población de París para librarse de los " asociales" . El gest o, sin duda, t enía ot ra profundidad: no aislaba ext raños desconocidos, y durant e largo t iem po esquivados por el hábit o; los creaba, alt erando rost ros fam iliares en el paisaj e social, para hacer de ellos rost ros ext raños que nadie reconocía ya. Provocaba al ext raño ahí m ism o donde no lo había present ido; rom pía la t ram a, dest rababa fam iliaridades; por él, hay algo del hom bre que ha quedado fuera de su alcance, que se ha alej ado indefinidam ent e en nuest ro horizont e. En una palabra, puede decirse que ese gest o fue creador de alienación. En ese sent ido, rehacer la hist oria de ese proceso de ost racism o es hacer la arqueología de una alienación. Lo que se t rat a ent onces de det erm inar no es qué cat egoría pat ológica o policíaca fue así enfocada, lo que siem pre supone est a alienación ya dada; lo que hace falt a saber es cóm o se realizó ese gest o, es decir, qué operaciones se equilibran en la t ot alidad que él form a, de qué horizont es diversos venían aquellos que han part ido j unt os baj o el golpe de la m ism a segregación, y qué experiencia hacía de sí m ism o el hom bre clásico en el m om ent o en que algunos de sus perfiles m ás fam iliares com enzaban a perder, para él, su fam iliaridad, y su parecido a lo que reconocía de su propia im agen. Si ese decret o t iene un sent ido, por el cual el hom bre m oderno ha encont rado en el loco su propia verdad alienada, es en la m edida en que fue const it uido, m ucho ant es de que se apoderara de él y lo sim bolizara, ese cam po de la alienación de donde el loco se encont ró expulsado, ent re t ant as ot ras figuras que para nosot ros ya no t ienen parent esco con él. Ese cam po ha sido circunscrit o realm ent e por el espacio del int ernado; y la m anera en que ha sido form ado debe indicarnos cóm o se const it uyó la experiencia de la locura. Una vez consum ado sobre t oda la superficie de Europa el gran Encierro, ¿qué se encuent ra en esas ciudades de exilio que se const ruían a las puert as de las ciudades? ¿A quién se encuent ra, haciendo com pañía, y com o una especie de parent esco, a los locos que ahí se int ernan, de donde t endrán t ant o t rabaj o para 61 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com librarse a fines del siglo XVI I I ? Un censo del año 1690 enum era m ás de 3 m il personas en la Salpêt rière. Una gran part e est á com puest a de indigent es, vagabundos y m endigos. Pero en los " cuart eles" hay elem ent os diversos, cuyo int ernam ient o no se explica, o al m enos no com plet am ent e, por la pobreza: en Saint - Théodore 41 prisioneros por cart as con orden del rey; 8 " gent es ordinarias" en la prisión; 20 " viej as chochas" en Saint - Paul; el ala de la Madeleine cont iene 91 " viej as chochas o im pedidas" ; el de Saint e- Geneviève, 80 " viej as seniles" ; el de Saint - Levège, 72 personas epilépt icas; en Saint - Hilaire se ha aloj ado a 80 m uj eres en su segunda infancia; en Saint e- Cat herine, 69 " ¡nocent es deform es y cont rahechas" ; las locas se repart en ent re Saint e- Elizabet h, Saint e- Jeanne y los calabozos, según que t engan solam ent e " el espírit u débil" , que su locura se m anifiest e por int ervalos o que se t rat e de locas violent as. Finalm ent e, 22 " m uchachas incorregibles" han sido int ernadas, por est a razón m ism a, en la correccional. 232 Est a enum eración sólo t iene valor de ej em plo. La población es igualm ent e variada en Bicêt re, hast a el punt o de que en 1737 se int ent a una repart ición racional en cinco " em pleos" ; en el prim ero, el m anicom io, los calabozos, las j aulas y las celdas para aquellos a quienes se encierra por cart a del rey; los em pleos segundo y t ercero est án reservados a los " pobres buenos" , así com o a los " paralít icos grandes y pequeños" ; los alienados y los locos van a parar al cuart o; el quint o grupo es de quienes padecen enferm edades venéreas, convalecient es e hij os de la corrección. 233 Al visit ar la casa de t rabaj o de Berlín, en 1781, Howard encuent ra allí m endigos, " perezosos" , " bribones y libert inos" , " im pedidos y crim inales" , " viej os indigent es y niños" . 234 Durant e siglo y m edio, en t oda Europa, el int ernado desarrolla su m onót ona función. Allí las falt as se nivelan, los sufrim ient os son paliados. Desde 1650 hast a la época de Tuke, de Wagnit z y de Pinel, los Herm anos de San Juan de Dios, los Congregacionist as de San Lázaro, los Guardianes de Bedlam , de Bicêt re, de las Zucht häusern, declinan a lo largo de sus regist ros las let anías del int ernado: " depravado" , " im bécil" , " pródigo" , " im pedido" , " desequilibrado" , " libert ino" , " hij o ingrat o" , " padre disipado" , " prost it uida" , " insensat o" . 235 Ent re t odos ellos, ningún indicio de diferencia: el m ism o deshonor abst ract o. Más t arde nacerá el asom bro de que se haya encerrado a enferm os, que se haya confundido a los locos con los crim inales. Por el m om ent o, est am os en presencia de un hecho uniform e. Hoy, las diferencias son claras para nosot ros. La conciencia indist int a que los confunde nos produce el efect o de ignorancia. Y, sin em bargo, es un hecho posit ivo. Manifiest a, a lo largo de t oda la época clásica, una experiencia original e irreduct ible; designa un dom inio ext rañam ent e cerrado a nosot ros, ext rañam ent e silencioso, si se piensa que ha sido la prim era pat ria de la locura m oderna. No es a nuest ro saber al que debem os int errogar sobre lo que nos parece ignorancia, sino, ant es bien, a est a experiencia sobre lo que sabe de ella m ism a y lo que ha podido form ular. Verem os ent onces en qué fam iliaridades se ha hallado presa la locura, de las que, poco a poco, se ha liberado, sin rom per, sin em bargo con parent escos t an peligrosos. Pues el int ernado no sólo ha desem peñado un papel negat ivo de exclusión, sino t am bién un papel posit ivo de organización. Sus práct icas y sus reglas han const it uido un dom inio de experiencia que ha t enido su unidad, su coherencia y su función. Ha acercado, en un cam po unit ario, 232 Cf. Mart he Henry, op. cit ., Cassino. Cf. Bru, Hist oire de Bicêt re, París, 1890, pp. 25- 26. 234 Howard, loc. cit ., I , pp. 169- 170. 235 Cf. en el Apéndice. Ét at des personnes dét enues à Saint - Lazare; et Tableau des ordres du roi pour l'incarcérat ion à l'Hôpit al général. 233 62 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com personaj es y valores ent re los cuales las cult uras precedent es no habían percibido ninguna sim ilit ud. I m percept iblem ent e, los ha encam inado hacia la locura, preparando una experiencia —la nuest ra— en que se caract erizaran com o ya int egrados al dom inio de pert enencia de la alienación m ent al. Para que se hicieran esos acercam ient os, se ha requerido t oda una organización del m undo ét ico, nuevos punt os de separación ent re el bien y el m al, ent re el reconocido y el condenado, y el est ablecim ient o de nuevas norm as en la int egración social. El int ernam ient o no es m ás que el fenóm eno de ese t rabaj o, hecho en profundidad, que form a cuerpo con t odo el conj unt o de la cult ura clásica. Hay, en efect o, ciert as experiencias que el siglo XVI había acept ado o rechazado, que había form ulado o, por el cont rario, dej ado al m argen y que, ahora, el siglo XVI I va a ret om ar, agrupar y prohibir de un solo gest o, para enviarlas al exilio donde t endrán com o vecina a la locura, form ando así un m undo uniform e de la Sinrazón. Pueden resum irse esas experiencias diciendo que t ocan, t odas, sea a la sexualidad en sus relaciones con la organización de la fam ilia burguesa, sea a la profanación en sus relaciones con la nueva concepción de lo sagrado y de los rit os religiosos, sea al " libert inaj e" , es decir, a las nuevas relaciones que est án inst aurándose ent re el pensam ient o libre y el sist em a de las pasiones. Esos t res dom inios de experiencia form an, con la locura, en el espacio del int ernado un m undo hom ogéneo que es donde la alienación m ent al t om ará el sent ido que nosot ros conocem os. Al fin del siglo XVI I I , será ya evident e —con una de esas evidencias no form uladas— que ciert as form as de pensam ient o " libert ino" , com o el de Sade, t ienen algo que ver con el delirio y la locura; con la m ism a facilidad se adm it irá que m agia, alquim ia, práct icas de profanación y aun ciert as form as de sexualidad est án direct am ent e em parent adas con la sinrazón y la enferm edad m ent al. Todo ello cont ará ent re el núm ero de los grandes signos de la locura, y ocupará un lugar ent re sus m anifest aciones m ás esenciales. Pero para que se const it uyan esas unidades, significat ivas a nuest ros oj os, ha sido necesaria esa inversión, lograda por el clasicism o, en las relaciones que sost iene la locura con t odo el dom inio de la experiencia ét ica. Desde los prim eros m eses del int ernado, padecen enferm edades venéreas pert enecen, por pleno derecho, al Hôpit al Général. Los hom bres son enviados a Bicêt re; las m uj eres, a la Salpêt rière. Hast a llegó a prohibirse a los m édicos del Hot el- Dieu recibirlos y cuidarlos. Y si, por excepción, se acept an allí m uj eres em barazadas, ést as no deberán esperar ser t rat adas com o las ot ras; no se les dará, para el part o, m ás que un aprendiz de ciruj ano. Así pues, el Hôpit al Général debe recibir a los " favorecidos" , pero no los acept a sin form alidades; hay que pagar su deuda a la m oral pública, y hay que prepararse, por los cam inos del cast igo y de la penit encia, a volver a una com unión de la que han sido excluidos por el pecado. Así, se podrá ser adm it ido en el ala del " gran m al" , sin un t est im onio: no billet e de confesión, sino cert ificado de cast igo. De est a m anera, después de deliberación, se ha decidido en la oficina del Hospit al General en 1679: " Todos aquellos que se encuent ran at acados de un m al venéreo no serán recibidos allí m ás que a condición de est ar som et idos a la corrección, ant e t odo, y azot ados, lo que será cert ificado en su cert ificado de salida. " 236 Originalm ent e, quienes padecían enferm edades venéreas no habían sido t rat ados de m anera dist int a de las víct im as de los ot ros grandes m ales, com o " el ham bre, la pest e, y ot ras plagas" que, según Maxim iliano en la Diet a de Worm s, en 1495, habían sido enviados por Dios para cast igo de los hom bres. Cast igo que sólo t enía un valor universal y no sancionaba ninguna inm oralidad part icular. En París 236 Deliberación del Hospit al General, Hist oire de l'Hôpit al général. 63 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com las víct im as del " Mal de Nápoles" eran recibidas en el Hôt el- Dieu; com o en t odos los dem ás hospit ales del m undo cat ólico, sólo t enían que hacer una confesión: en ello, corrían la m ism a suert e que cualquier enferm o. Fue al final del Renacim ient o cuando se les em pezó a ver de ot ra m anera. Si hem os de creer a Thierry de Héry, ninguna causa generalm ent e alegada, ni el aire corrom pido, ni la infección de las aguas pueden explicar sem ej ant e enferm edad: " Para ello hem os de rem it ir su origen a la indignación y el perm iso del creador y dispensador de t odas las cosas, el cual, para cast igar la volupt uosidad de los hom bres, dem asiado lasciva, pet ulant e y libidinosa, ha perm it ido que ent re ellos reine t al enferm edad, en venganza y cast igo del enorm e pecado de la luj uria. Así, Dios ordenó a Moisés arroj ar polvos al aire, en presencia del Faraón, a fin de que en t oda la t ierra de Egipt o los hom bres y ot ros anim ales quedaran cubiert os de apost em as. " 237 Había m ás de 200 enferm os de est a especie en el Hôt el- Dieu cuando se decidió excluirlos, cerca de 1590. Ahí los t enem os, ya proscrit os, part iendo rum bo al exilio, que no es exact am ent e un aislam ient o t erapéut ico, sino una segregación. Se les abrigó al principio m uy cerca de Not re- Dam e, en algunas cabañas de t ablas. Después fueron exiliados, en el ext rem o de la ciudad, en Saint - Germ ain- des- Prés; pero cost aba m ucho m ant enerlos, y creaban desorden. Fueron adm it idos nuevam ent e, no sin dificult ad, en las salas del Hôt elDieu, hast a que finalm ent e encont raron un lugar de asilo ent re los m uros de los hospit ales generales. 238 Fue ent onces y sólo ent onces cuando se codificó t odo ese cerem onial en que se unían, con una m ism a int ención purificadora, los lat igazos, las m edit aciones t radicionales y los sacram ent os de penit encia. La int ención del cast igo, y del cast igo individual, se vuelve ent onces m uy precisa. La plaga ha perdido su caráct er apocalípt ico; designa, m uy localm ent e, una culpabilidad. Más aún, el " gran m al" no provoca esos rit os de purificación m ás que si su origen est á en los desórdenes del corazón, y si se le puede at ribuir al pecado definido por la deliberada int ención de pecar. El reglam ent o del Hôpit al Général no dej a lugar a ningún equívoco: las m edidas prescrit as no valen " desde luego" m ás que para " aquellos o aquellas que habrán sufrido ese m al por su desorden o desenfreno, y no para aquellos que lo habrán cont raído m ediant e el m at rim onio o de ot ro m odo, com o una m uj er por el m arido, o la nodriza por el niño" . 239 El m al ya no es concebido en el est ilo del m undo; se reflej a en la ley t ransparent e de una lógica de las int enciones. Hechas esas dist inciones, y aplicados los prim eros cast igos, se acept a en el hospit al a los que padecen enferm edades venéreas. A decir verdad, se les am ont ona allí. En 1781, 138 hom bres ocuparán 60 lechos del ala Saint - Eust ache de Bicêt re; la Salpêt rière disponía de 125 lechos en la Misericordia, para 224 m uj eres. Se dej a m orir a quienes se hallan en la ext rem idad últ im a. A los ot ros se les aplican los " Grandes Rem edios" : nunca m ás y rara vez m enos de seis sem anas de cuidados; m uy nat uralm ent e, t odo com ienza por una sangría, seguida inm ediat am ent e por una purga. Se dedica ent onces una sem ana a los baños, a razón de dos horas diarias, aproxim adam ent e; después, nuevas purgas y, para cerrar est a prim era fase del t rat am ient o, se im pone una buena y com plet a confesión. Las fricciones con m ercurio pueden com enzar ent onces, con t oda su eficacia; se prolongan durant e un m es, al cabo del cual dos purgas y una sangría deben arroj ar los últ im os hum ores m orbíficos. Se dest inan ent onces 15 días a la convalecencia. Después de quedar definit ivam ent e en regla con Dios, se 237 Thierry de Héry, La Mét hode curat ive de la m aladie vénérienne, 1569, pp. 3 y 4. A los cuales hay que añadir el Hospit al del Midi. Cf. Pignot , L'Hôpit al du Midi et ses origines, París, 1885. 239 Cf. Hist oire de l'Hôpit al général. 238 64 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com declara curado al pacient e, y dado de alt a. Est a " t erapéut ica" revela asom brosos paisaj es im aginarios, y sobre t odo una com plicidad de la m edicina y de la m oral, que da t odo su sent ido a esas práct icas de la purificación. En la época clásica, la enferm edad venérea se ha convert ido en im pureza, m ás que en enferm edad; a ella se deben los m ales físicos. La percepción m édica est á subordinada a est a int uición ét ica. Y a m enudo, queda borrada por ella; si hay que cuidar el cuerpo para hacer desaparecer el cont agio, se debe cast igar la carne, pues es ella la que nos une al pecado; y no sólo cast igarla, sino ej ercit arla y lacerarla, no t ener m iedo de dej ar en ella rast ros dolorosos, puest o que la salud, dem asiado fácilm ent e, t ransform a nuest ros cuerpos en ocasiones de pecar. Se at iende la enferm edad, pero se arruina la salud, favorecedora de la falt a: " ¡Ay! , no m e asom bro de que un San Bernardo t em iera a la salud perfect a de sus religiosos; él sabía a dónde nos lleva si no se sabe cast igar el cuerpo com o el apóst ol, y reducirlo a servidum bre m ediant e m ort ificaciones, ayuno, oraciones. " 240 El " t rat am ient o" de las enferm edades venéreas es de est e t ipo: es, al m ism o t iem po, una m edicina cont ra la enferm edad y cont ra la salud, en favor del cuerpo, pero a expensas de la carne. Es ést a una idea de consecuencias para com prender ciert as t erapéut icas aplicadas, por desplazam ient o, a la locura, en el curso del siglo XI X. 241 Durant e 150 años, los enferm os venéreos van a codearse con los insensat os en el espacio de un m ism o encierro; y van a dej arles por largo t iem po ciert o est igm a donde se t raicionará, para la conciencia m oderna, un parent esco oscuro que les asigna la m ism a suert e y los coloca en el m ism o sist em a de cast igo. Las fam osas " Casas Pequeñas" de la " calle de Sèvres est aban casi exclusivam ent e reservadas a los locos y a los enferm os venéreos, y est o hast a el final del siglo XVI I I . 242 Ese parent esco ent re las penas de la locura y el cast igo de los desenfrenados no es un rest o de arcaísm o en la conciencia europea. Por el cont rario, se ha definido en el um bral del m undo m oderno, puest o que es el siglo XVI I el que la ha descubiert o casi com plet am ent e. Al invent ar, en la geom et ría im aginaria de su m oral, el espacio del int ernam ient o, la época clásica acababa de encont rar a la vez una pat ria y un lugar de redención com unes a los pecados cont ra la carne y a las falt as cont ra la razón. La locura va a avecindarse con el pecado, y quizá sea allí donde va a anudarse, para varios siglos, est e parent esco de la sinrazón y de la culpabilidad que el alienado aún hoy experim ent a com o un dest ino y que el m édico descubre com o una verdad de nat uraleza. En est e espacio fict icio creado por com plet o en pleno siglo XVI I , se han const it uido alianzas oscuras que m ás de cien años de psiquiat ría llam ada " posit iva" no han logrado rom per, en t ant o que se han anudado por prim era vez, m uy recient em ent e, en la época del racionalism o. Es ext raño, j ust am ent e, que sea el racionalism o el que haya aut orizado est a confusión del cast igo y del rem edio, est a casi ident idad del gest o que cast iga y del que cura. Supone ciert o t rat am ient o que, en la art iculación precisa de la m edicina y de la m oral, será, a la vez, una ant icipación de los cast igos et ernos y un esfuerzo hacia el rest ablecim ient o de la salud. Lo que se busca, en el fondo, es la t ret a de la razón m édica que hace el bien haciendo el m al. Y est a búsqueda, sin duda, es lo que debe descifrarse baj o est a frase que San Vicent e 240 Bossuet , Trait é de la concupiscence, cap. V, en Bossuet . Text os escogidos, por H. Brem ond, París, 1913, t . I I I , p. 183. 241 En part icular, en la form a de sedant es m orales de Guislain. 242 Ét at abrégé de la dépense annuelle des Pet it es- Maisons. " Las 'pet it es m aisons' cont ienen 500 pobres viej os seniles, 120 pobres enferm os de la t iña, 100 pobres enferm os de viruela, 80 pobres locos insensat os. " Hecho el 17 de febrero de 1664, por Monseñor de Harlay ( B. N., m s. 18660) . 65 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com de Paúl hizo inscribir a la cabeza de los reglam ent os de Saint - Lazare, a la vez prom esa y am enaza para t odos los prisioneros: " Considerando que sus sufrim ient os t em porales no los exim irán de los et ernos... " ; sigue ent onces t odo el sist em a religioso de cont rol y de represión que, al inscribir los sufrim ient os t em porales en est e orden de la penit encia siem pre reversibles en t érm inos de et ernidad, puede y debe exim ir al pecador de las penas et ernas. La coacción hum ana ayuda a la j ust icia divina, esforzándose por hacerla inút il. La represión adquiere así una eficacia doble, en la curación de los cuerpos y en la purificación de las alm as. El int ernam ient o hace posibles, así, esos rem edios m orales — cast igos y t erapéut icas— que serán la act ividad principal de los prim eros asilos del siglo XI X, y de los que Pinel, ant es de Leuret , dará la fórm ula, asegurando que a veces es bueno " sacudir fuert em ent e la im aginación de un alienado, e im prim irle un sent im ient o de t error" . 243 El t em a de un parent esco ent re m edicina y m oral es, sin duda, t an viej o com o la m edicina griega. Pero si el siglo XVI I y el orden de la razón crist iana lo han inscrit o en sus inst it uciones, es en la form a m enos griega que pueda im aginarse: en la form a de represión, coacción, y obligación de salvarse. El 24 de m arzo de 1726, el t enient e de policía Hérault , ayudado de " los señores que ocupan el sit io presidencial del Chât elet de París" , hace público un j uicio al t érm ino del cual " Est eban Benj am ín Deschauffours queda declarado debidam ent e convict o y confeso de haber com et ido los crím enes de sodom ía m encionados en el proceso. Para reparación, y ot ras cosas, el cit ado Deschauffours queda condenado a ser quem ado vivo en la Place de Grève, y sus cenizas, en seguida, serán arroj adas al vient o; sus bienes serán adquiridos y confiscados por el rey" . La ej ecución t uvo lugar el m ism o día. 244 Fue, en Francia, uno de los últ im os cast igos capit ales por hecho de sodom ía. 245 Pero ya la conciencia cont em poránea se indignaba bast ant e por est a severidad para que Volt aire guardara el recuerdo en el m om ent o de redact ar el art ículo " Am or Socrát ico" del Diccionario filosófico. 246 En la m ayoría de los casos la sanción, si no es la relegación en provincia, es el int ernam ient o en el Hospit al, o en una casa de det ención. 247 Est o const it uye una singular at enuación del cast igo, si se la com para con la viej a pena, ignis et incendium , que aún prescribían leyes no abolidas, según las cuales " quienes caigan en ese crim en serán cast igados por el fuego vivo. Est a pena que ha sido adopt ada por nuest ra j urisprudencia se aplica igualm ent e a m uj eres y a hom bres" . 248 Pero lo que da su significado part icular a est a nueva indulgencia para la sodom ía, es la condenación m oral, y la sanción del escándalo que em pieza a cast igar a la hom osexualidad, en sus expresiones sociales y lit erarias. La época en que, por últ im a vez, se quem a a los sodom it as, es precisam ent e la época en que, con el final del " libert inaj e erudit o" , desaparece t odo un lirism o hom osexual que la cult ura del Renacim ient o había soport ado perfect am ent e. Se t iene la im presión de que la sodom ía ent onces condenada, por la m ism a razón que la m agia y la herej ía, y en el m ism o cont ext o de profanación religiosa, 249 ya 243 Pinel, Trait é m édico- philosophique, p. 207. Arsenal, m s. 10918, f° 173. 245 Todavía hubo algunas condenaciones de ese género. Puede leerse en las m em orias del m arqués de Argenson: " En est os días se han quem ado a dos convict os de sodom ía" ( Mém oires et Journal, t . VI , p. 227) . 246 Dict ionnaire philosophique ( Œuvres com plèt es) , t . XVI I , p. 183, not a I . 247 Cat orce expedient es del Arsenal —o sea cerca de 4 m il casos— est án consagrados a esas m edidas policíacas de orden m enor; se les encuent ra en los núm eros 10254- 10267. 248 Cf. Chauveau y Helie, Théorie du Code pénal, t . I V, nº 1507. 249 En los procesos del siglo XV, la acusación de sodom ía va siem pre acom pañada de la de herej ía ( la herej ía por excelencia, el cat arism o) . Cf., el proceso de Gilles de Rais. Se encuent ra la m ism a 244 66 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com no es condenada ahora sino por razones m orales, y al m ism o t iem po que la hom osexualidad. Es ést a la que, en adelant e, se conviert e en circunst ancia m ayor de la condenación, viniendo a añadirse a las práct icas de la sodom ía, al m ism o t iem po que nacía, ant e el sent im ient o hom osexual, una sensibilidad escandalizada. 250 Se confunden ent onces dos experiencias que habían est ado separadas: las prohibiciones sagradas de la sodom ía, y los equívocos am orosos de la hom osexualidad. Una m ism a fuerza de condenación rodea la una y la ot ra, y t raza una línea divisoria ent eram ent e nueva en el dom inio del sent im ient o. Se form a así una unidad m oral, liberada de los ant iguos cast igos, nivelada en el int ernam ient o, y próxim a ya a las form as m odernas de la culpabilidad. 251 La hom osexualidad, a la que el Renacim ient o había dado libert ad de expresión, en adelant e ent rará en el silencio, y pasará al lado de la prohibición, heredando viej as condenaciones de una sodom ía en adelant e desacralizada. Quedan así inst auradas nuevas relaciones ent re el am or y la sinrazón. En t odo el m ovim ient o de la cult ura plat ónica, el am or había est ado repart ido según una j erarquía de lo sublim e que lo em parent aba, según su nivel, fuese a una locura ciega del cuerpo, fuese a la gran em briaguez del alm a en que la Sinrazón se encuent ra capacit ada para saber. Baj o sus form as diferent es, am or y locura se dist ribuían en las diversas regiones de las gnosis. La época m oderna, a part ir del clasicism o, est ablece una opción diferent e: el am or de la razón y el de la sinrazón. La hom osexualidad pert enece al segundo. Y así, poco a poco, ocupa un lugar ent re las est rat ificaciones de la locura. Se inst ala en la sinrazón de la época m oderna, colocando en el núcleo de t oda sexualidad la exigencia de una elección, donde nuest ra época repit e incesant em ent e su decisión. A las luces de su ingenuidad, el psicoanálisis ha vist o bien que t oda locura t iene sus raíces en alguna sexualidad pert urbada; pero eso sólo t iene sent ido en la m edida en que nuest ra cult ura, por una elección que caract eriza su clasicism o, ha colocado la sexualidad sobre la línea divisoria de la sinrazón. En t odos los t iem pos, y probablem ent e en t odas las cult uras, la sexualidad ha sido int egrada a un sist em a de coacción; pero sólo en la nuest ra, y desde fecha relat ivam ent e recient e, ha sido repart ida de m anera así de rigurosa ent re la Razón y la Sinrazón, y, bien pront o, por vía de consecuencia y de degradación, ent re la salud y la enferm edad, ent re lo norm al y lo anorm al. Siem pre en esas cat egorías de la sexualidad, habría que añadir t odo lo que t oca a la prost it ución y al desenfreno. Es allí, en Francia, donde se reclut a t oda la gent e que pulula en los hospit ales generales. Com o lo explica Delam are, en su Trat ado de la Policía, " hacía falt a un rem edio pot ent e para librar al público de est a corrupción, y no fue posible encont rar uno m ej or, ni m ás rápido, ni m ás seguro, que una casa disciplinaria para encerrarlos y hacerles vivir allí baj o una disciplina proporcionada a su sexo, a su edad, a su falt a" . 252 El t enient e de policía t iene el derecho absolut o de hacer det ener sin procedim ient o a t oda persona que se dedique al desenfreno público, hast a que int ervenga la sent encia del Chât elet , que es inapelable. 253 Pero t odas esas acusación en los procesos de hechicería. Cf. De Lancret , Tableau de l'inconst ance des m auvais anges, París, 1612. 250 En el caso de la Sra. Drouet , y de la Srt a. de Parson, se t iene un ej em plo t ípico de ese caráct er agravant e de la hom osexualidad, por relación a la sodom ía, Arsenal, m s. 11183. 251 Esa nivelación se m anifiest a por el hecho de que la sodom ía queda incluida por la ordenanza de 1670 ent re los " casos reales" , lo que no es señal de su gravedad, sino del deseo que se t enía de ret irar su conocim ient o a los " parlam ent os, que aún t endían a aplicar las ant iguas reglas del derecho m edieval" . 252 Delam are, Trait e de la police, t . I , p. 527. 253 A part ir de 1715, se puede apelar al Parlam ent o en los casos de sent encia del t enient e de 67 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com m edidas se t om an solam ent e si el escándalo es público, o si el int erés de las fam ilias puede verse com prom et ido: se t rat a, ant es que nada, de evit ar que sea dilapidado el pat rim onio, o que pase a m anos indignas. 254 En un sent ido, el int ernam ient o y t odo el régim en policíaco que lo rodea sirven para cont rolar ciert o orden de la est ruct ura fam iliar, que vale a la vez de regla social y de norm a de la razón. 255 La fam ilia, con sus exigencias, se conviert e en uno de los crit erios esenciales de la razón; y es ella, ant es que nada, la que exige y obt iene el int ernam ient o. Asist im os en est a época a la gran confiscación de la ét ica sexual por la m oral de la fam ilia, confiscación que no se ha logrado sin debat e ni ret icencia. Durant e largo t iem po el m ovim ient o " precioso" le ha opuest o un rechazo cuya im port ancia m oral es considerable, aun si su efect o será precario y pasaj ero: el esfuerzo por reanim ar los rit os del am or cort és y m ant ener su int egridad por encim a de las obligaciones del m at rim onio, la t ent at iva de est ablecer al nivel de los sent im ient os una solidaridad y com o una com plicidad siem pre prest as a superar los vínculos de la fam ilia, finalm ent e habían de fracasar ant e el t riunfo de la m oral burguesa. El am or queda desacralizado por el cont rat o. Bien lo sabe Saint - Évrem ond, que se burla de las preciosas para quienes " el am or aún es un dios...; no excit a pasión en sus alm as: form a allí una especie de religión" . 256 Pront o desaparece est a inquiet ud ét ica que había sido com ún al espírit u cort és y al espírit u precioso, y a la cual Moliere responde, por su clase y por los siglos fut uros: " El m at rim onio es una cosa sant a y sagrada, y es propio de las gent es honradas com enzar por allí. " Ya no es el am or lo sagrado, sino sólo el m at rim onio, y ant e not ario: " No hacer el am or m ás que haciendo el cont rat o de m at rim onio. " 257 La inst it ución fam iliar t raza el círculo de la razón; m ás allá am enazan t odos los peligros del insensat o; el hom bre es allí víct im a de la sinrazón y de t odos sus furores. " ¡Ay de la t ierra de donde sale cont inuam ent e una hum areda t an espesa, vapores t an negros que se elevan de esas pasiones t enebrosas, y que nos ocult an el cielo y la luz! De donde part en t am bién las luces y los rayos de la j ust icia divina cont ra la corrupción del género hum ano. " 258 Las viej as form as del am or occident al son sust it uidas por una sensibilidad nueva: la que nace de la fam ilia y en la fam ilia; excluye, com o propio del orden de la sinrazón, t odo lo que no es conform e a su orden o a su int erés. Ya podem os escuchar las am enazas de m adam e Jourdain: " Est áis loco, esposo m ío, con t odas vuest ras fant asías" ; y m ás adelant e: " Son m is derechos los que defiendo, y t endré de m i lado a t odas las m uj eres. " 259 Ese propósit o no es vano; la prom esa será cum plida; un día la m arquesa de Espart podrá exigir la int erdicción de su m arido por las solas apariencias de una relación cont raria a los int ereses de su pat rim onio; a los oj os de la j ust icia, ¿no ha perdido él la Desenfreno, prodigalidad, relación inconfesable, m at rim onio razón?260 vergonzoso se cuent an ent re los m ot ivos m ás frecuent es del int ernam ient o. policía; pero est a posibilidad no pasó de ser m uy t eórica. 254 Por ej em plo, se int erna a una Sra. Loriot , pues " el desvent urado Chart ier casi ha abandonado a su m uj er, a su fam ilia y a sus deberes para ent regarse por com plet o a est a desvent urada criat ura que ya le ha cost ado la m ayor part e de sus bienes" ( Not es de R. d'Argenson, París, 1866, p. 3) . 255 El herm ano del obispo de Chart res es int ernado en San Lázaro: " Era de un caráct er de espírit u t an baj o, y había nacido con inclinaciones t an indignas de su cuna que se podía t em er t odo. Decía, según afirm aba, que quería casarse con la nodriza de Monseñor, su herm ano" ( B. N., Clairam bault , 986) . 256 Saint - Evrem ond, Le Cercle, in Œuvres, 1753, t . I I , p. 86. 257 Les précieuses ridicules, esc. v. 258 Bossuet , Trait é de la concupiscence, cap. I V ( t ext os escogidos por H. Brem ond, t . I I I , p. 180) . 259 Le Bourgeois Gent ilhom m e, act o I I I , esc. I I I , y act o I V, esc. iv. 260 Balzac, L'I nt erdict ion, La Com édie hum aine, ed. Conard, t . VI I , pp. 135 ss. 68 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com Ese poder de represión que no es ni com plet am ent e de la j ust icia ni exact am ent e de la religión, ese poder que ha sido adscrit o direct am ent e a la aut oridad real, no represent a en el fondo lo arbit rario del despot ism o, sino el caráct er en adelant e riguroso de las exigencias fam iliares. El int ernam ient o ha sido puest o por la m onarquía absolut a a discreción de la fam ilia burguesa. 261 Moreau lo dice sin am bages en su Discurso Sobre la Just icia, en 1771: " Una fam ilia ve crecer en su seno un individuo cobarde, dispuest o a deshonrarla. Para sust raerlo al fango, la fam ilia se apresura a prevenir, por su propio j uicio, al de los t ribunales, y est a deliberación fam iliar es un aviso que el soberano debe exam inar favorablem ent e. " 262 Es t an sólo a fines del siglo XVI I I , baj o el m inist erio de Bret euil, cuando la gent e em pieza a levant arse cont ra el principio m ism o, y cuando el poder m onárquico t rat a de rom per su solidaridad con las exigencias de la fam ilia. Una circular de 1784 declara: " Que una persona m ayor se envilezca por un m at rim onio vergonzoso o se arruine m ediant e gast os inconsiderados, o se ent regue a los excesos del desenfreno y viva en la crápula, nada de t odo eso m e parece const it uir m ot ivo lo bast ant e fuert e para privar de su libert ad a quienes est án sui j uris. 263 En el siglo XI X, el conflict o del individuo con su fam ilia se convert irá en asunt o privado, y t om ará ent onces apariencia de problem a psicológico. Durant e t odo el periodo del int ernam ient o, ha sido, por el cont rario, cuest ión que t ocaba al orden público; ponía en causa una especie de est at ut o m oral universal; t oda la ciudad est aba int eresada en el rigor de la est ruct ura fam iliar. Quien at ent ara cont ra ella cala en el m undo de la sinrazón. Y, al convert irse así en form a principal de la sensibilidad hacia la sinrazón, la fam ilia podrá const it uir un día el lugar de los conflict os de donde nacen las diversas form as de la locura. Cuando la época clásica int ernaba a t odos los que, por la enferm edad venérea, la hom osexualidad, el desenfreno, la prodigalidad, m anifest aban una libert ad sexual que había podido condenar la m oral de las épocas precedent es, pero sin pensar j am ás en asim ilar, de lej os o de cerca, a los insensat os, se operaba una ext raña revolución m oral: descubría un com ún denom inador de sinrazón en experiencias que durant e largo t iem po habían perm anecido m uy alej adas unas de ot ras. Agrupaba t odo un conj unt o de conduct as condenadas, form ando una especie de halo de culpabilidad alrededor de la locura. La psicopat ología t endrá una t area fácil al descubrir est a culpabilidad m ezclada a la enferm edad m ent al, puest o que habrá sido colocada allí precisam ent e por est e oscuro t rabaj o preparat orio que se ha desarrollado a t odo lo largo del clasicism o. ¡Tan ciert o es que nuest ro conocim ient o cient ífico y m édico de la locura reposa im plícit am ent e sobre la const it ución ant erior de una experiencia ét ica de la sinrazón! Los hábit os del int ernam ient o t raicionan ot ro reagrupam ient o: el de t odas las cat egorías de la profanación. En los regist ros llegan a encont rarse not as com o ést a: " Uno de los hom bres m ás furiosos y sin ninguna religión, que no asist ía a m isa ni cum plía con ningún deber de crist iano, que j uraba el sant o nom bre de Dios con im precación, afirm ando que no exist e y que, de haber uno, él lo at acaría, espada en m ano. " 264 Ant año, 261 Un lugar de int ernam ient o ent re m uchos ot ros: " Todos los parient es del llam ado Noël Robert Huet ... han t enido el honor de hacer ver m uy hum ildem ent e a vuest ra grandeza que consideran una desdicha ser parient es del llam ado Huet , que nunca ha valido nada, ni ha querido siquiera hacer nada, dándose por com plet o al desenfreno, frecuent ando m alas com pañías, que podrían llevarle a deshonrar a su fam ilia, y su herm ana, que aún no t iene dot e" ( Arsenal, m s. 11617, f° 101) . 262 Cit ado en Piet ri, La Réform e de l'Ét at au XVI I I I E siècle, París, 1935, p. 263. 263 264 Circular de Bret euil, cit ado en Funck- Brent ano, Les Let t res de cachet , Paris, 1903. Arsenal, m s. 10135. 69 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com sem ej ant es furores habrían llevado consigo t odos los peligros del blasfem o, y los presagios de la profanación: habrían t enido su sent ido y su gravedad en el horizont e de lo sagrado. Durant e largo t iem po la palabra, en sus usos y sus abusos, había est ado dem asiado ligada a las prohibiciones religiosas para que una violencia de ese género no se hallara m uy cerca del sacrilegio. Y precisam ent e a m ediados del siglo XVI , las violencias de palabra y de gest o com port an aún viej os cast igos religiosos: picot a, incisión de los labios con hierro candent e, después ablación de la lengua y, finalm ent e, en caso de reincidencia, la hoguera. La reform a y las luchas religiosas sin duda han vuelt o relat iva la blasfem ia; la línea de las profanaciones ya no const it uye una front era absolut a. Durant e el reinado de Enrique I V sólo se est ablece una m anera im precisa de enm ienda, después " cast igos ej em plares y ext raordinarios" . Pero la Cont rarreform a y los nuevos rigores religiosos obt ienen un regreso a los cast igos t radicionales, " según la enorm idad de las palabras profesadas" . 265 Ent re 1617 y 1649 hubo 34 ej ecuciones capit ales por causa de blasfem ia. 266 Pero he aquí la paradoj a: sin que la severidad de las leyes se relaj e en m anera alguna, 267 no hubo de 1653 a 1661 m ás que 14 condenaciones públicas, siet e de ellas seguidas de ej ecuciones capit ales. I ncluso, llegarán a desaparecer poco a poco. 268 Pero no es la severidad de las leyes la que ha hecho dism inuir la frecuencia de la falt a: las casas de int ernam ient o, hast a el fin del siglo XVI I I , est án llenas de " blasfem os" , y de t odos los que han hecho act o de profanación. La blasfem ia no ha desaparecido: recibe, fuera de las leyes, y a pesar de ellas, un nuevo est at ut o en el cual se encuent ra despoj ada de t odos sus peligros. Se ha convert ido en cuest ión de desorden: ext ravagancia de la palabra, que se encuent ra a m it ad del cam ino de la pert urbación del espírit u y de la im piedad del corazón. Es el gran equívoco de ese m undo desacralizado en que la violencia puede descifrarse, y sin cont radicción, en los t érm inos del insensat o o en los del irreligioso. Ent re locura e im piedad, la diferencia es im percept ible, o en t odo caso puede est ablecerse una equivalencia práct ica que j ust ifica el int ernam ient o. He aquí un inform e hecho en Saint - Lazare, en d'Argenson, a propósit o de un pensionado que se ha quej ado varias veces de est ar encerrado, siendo así que no es " ni ext ravagant e ni insensat o" ; a ello obj et an los guardianes que " no quiere arrodillarse en los m om ent os m ás solem nes de la m isa...; en fin, él acept a, hast a donde puede, reservar una part e de sus com idas de los j ueves para el viernes, y est e últ im o rasgo dej a ver que, si no es ext ravagant e, est á en disposición de volverse im pío" . 269 Así se define t oda una región am bigua, que lo sagrado acaba de abandonar a sí m ism a, pero que aún no ha sido invest ida por los concept os m édicos y las form as del análisis posit ivist a, una región un poco indiferenciada en que reinen la im piedad, la irreligión, el desorden de la razón y el del corazón. Ni la profanación ni lo pat ológico, sino, ent re sus front eras, un dom inio cuyas significaciones, siendo reversibles, siem pre se encuent ran colocadas baj o una condenación ét ica. Ese dom inio que, a m it ad del cam ino ent re lo sagrado y lo m órbido, est á dom inando com plet am ent e por un rechazo ét ico fundam ent al, es el de la sinrazón clásica. Recobra así no solam ent e t odas las form as excluidas de la sexualidad, sino t odas esas violencias cont ra lo sagrado que han perdido el 265 Ordenanza del 10 de noviem bre de 1617 ( Delam are, Trait é de la police, I , pp. 549- 550) . Cf. Pint ard, Le libert inage érudit , Paris, 1942, pp. 20- 22. 267 Una ordenanza del 7 de sept iem bre de 1651, renovada el 30 de j ulio de 1666, vuelve a precisar la j erarquía de las penas que, según el núm ero de reincidencias, va desde la picot a hast a la hoguera. 268 El caso del caballero de la Barre debe considerarse com o una excepción; el escándalo que levant ó lo dem uest ra. 266 269 B. N., Clairam bault , 986. 70 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com significado riguroso de profanaciones; así pues, designa a la vez un nuevo sist em a de opciones en la m oral sexual, y de nuevos lím it es en las prohibiciones religiosas. Est a evolución del régim en de las blasfem ias y las profanaciones podría encont rarse bast ant e exact am ent e reproducida a propósit o del suicidio, que durant e largo t iem po se cont ó ent re los crím enes y los sacrilegios; 270 por ello el suicida fracasado debía ser condenado a m uert e: " quien ha puest o sus m anos, con violencia, sobre sí m ism o, y ha t rat ado de m at arse, no debe evit ar la m uert e violent a que ha querido darse" . 271 La ordenanza de 1670 recobra la m ayor part e de esas disposiciones, asim ilando " el hom icida de sí m ism o" a t odo lo que puede ser " crim en de lesa m aj est ad divina o hum ana" . 272 Pero aquí, com o en las profanaciones, com o en los crím enes sexuales, el rigor m ism o de la Ordenanza parece aut orizar t oda una práct ica ext raj udicial en la que el suicidio no t iene ya valor de profanación. En los regist ros de las casas de int ernam ient o encont ram os a m enudo la m ención: " Ha querido deshacerse" , sin que se m encione el est ado de enferm edad o de furor que la legislación siem pre ha considerado com o excusa. 273 En sí m ism a, la t ent at iva de suicidio indica un desorden del alm a, que debe reducirse m ediant e la coacción. Ya no se condena a quienes han t rat ado de suicidarse; 274 se les encierra, y se les im pone un régim en que es, a la vez, un cast igo y un m edio de prevenir t oda nueva t ent at iva. Es a ellos a quienes se han aplicado, por prim era vez en el siglo XVI I I , los fam osos aparat os de coacción, que la época posit ivist a ut ilizará com o t erapéut ica: la j aula de m im bre, con una t apa abiert a para la cabeza, y en la cual est án liadas las m anos, 275 o " el arm ario" , que encierra al suj et o de pie hast a la alt ura del cuello, dej ando solam ent e libre la cabeza. 276 Así, el sacrilegio del suicida se encuent ra anexado al dom inio neut ro de la sinrazón. El sist em a de represión por el cual se le sanciona lo libera de t odo significado de profanación y, definiéndole com o conduct a m oral, lo llevará progresivam ent e a los lím it es de una psicología, pues corresponde sin duda a la cult ura occident al, en su evolución de los t res siglos últ im os, el haber fundado una ciencia del hom bre sobre la m oralización de lo que ant año fuera para ella lo sagrado. Dej em os de lado, por el m om ent o, el horizont e religioso de la bruj ería y su evolución en el curso de la época clásica. 277 Sólo en el nivel de los rit os y de las práct icas, t oda una m asa de gest os se encuent ra despoj ada de su sent ido y vacía de su cont enido: procedim ient os m ágicos, recet as de bruj ería benéfica o nociva, secret os de una alquim ia elem ent al que ha caído, poco a poco, en el dom inio público: t odo est o designa en adelant e una im piedad difusa, una falt a m oral y com o la posibilidad perm anent e de un desorden social. Los rigores de la legislación no se han at enuado apenas en el curso del siglo XVI I . Una ordenanza de 1628 aplicaba a t odos los adivinos y ast rólogos una 270 En las cost um bres de Bret aña, " si alguien se m at a volunt ariam ent e, debe ser colgado por los pies, y arrast rado com o asesino" . 271 Brun de la Rochet t e, Les procès civils et crim inels, Ruan, 1663. Cf. Locard, La m édecine j udiciaire en France au XVI I E siècle, pp. 262- 266. 272 Ordenanza de 1670. Tít ulo XXI I , art . I . " ... A m enos que haya ej ecut ado su designio y cum plido su volunt ad por la im paciencia de su dolor, por violent a enferm edad, por desesperación, o por furor que le haya asalt ado" ( Brun de la Rochet t e, loc. cit . ) . 274 Lo m ism o vale para los m uert os: " Ya no se arrast ra a aquellos que leyes inept as perseguían después de su m uert e. Por lo dem ás, era un espect áculo horrible y repugnant e que podía t ener consecuencias peligrosas para una ciudad llena de m uj eres encint as" ( Mercier, Tableau de Paris, 1783, I I I , p. 195) . 273 275 276 277 Cf. Heinrot h, Lehrbuch der St örungen des Seelenleben, 1818. Cf. Casper, Charakt erist ik der franzosischen Medizin, 1865. Reservam os ese problem a para un t rabaj o ult erior. 71 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com m ult a de 500 libras, y un cast igo corporal. El edict o de 1682 es m ucho m ás t em ible: 278 " Toda persona que presum a de adivinar deberá abandonar inm ediat am ent e el Reino" ; t oda práct ica superst iciosa debe ser cast igada ej em plarm ent e " según la exigencia del caso" ; y " si se encont raran en el porvenir personas lo bast ant e m alvadas para aunar la superst ición a la im piedad y el sacrilegio... deseam os que quienes queden convict as de ello sean cast igadas con la m uert e" . Finalm ent e, esos cast igos serán aplicados a t odos los que hayan ut ilizado prest igios y venenos " ya sea que la m uert e haya sobrevenido o no" . 279 Ahora bien, son caract eríst icos dos hechos: el prim ero, que las condenaciones por la práct ica de la bruj ería o las em presas m ágicas se hacen m uy raras a fines del siglo XVI I y después del episodio de los venenos; se señalan aún ciert os casos, sobre t odo en la provincia; pero m uy pront o, las severidades se aplacan. Ahora bien, no por ello desaparecen las práct icas condenadas; el Hôpit al Général y las casas de int ernam ient o reciben, en gran núm ero, gent es que se han dedicado a la hechicería, a la m agia, a la adivinación, a veces t am bién a la alquim ia. 280 Es com o si, por debaj o de una regla j urídica severa, se t ram aran poco a poco una práct ica y una conciencia social de un t ipo m uy dist int o, que perciben en esas conducías una significación t ot alm ent e dist int a. Ahora bien, cosa curiosa, est a significación que perm it e esquivar la ley y sus ant iguas severidades se encuent ra form ulada por el legislador m ism o en las consideraciones del edict o de 1682. El t ext o, en realidad, est á dirigido cont ra " aquellos que se dicen adivinos, m agos, encant adores" : pues habría sucedido que " baj o pret ext o de horóscopos y de adivinaciones y por m edio de prest igios de las operaciones de las pret endidas m agias, y de ot ras ilusiones de las que est a especie de gent es est á acost um brada a servirse, habrían sorprendido a diversas personas ignorant es o crédulas que, insensiblem ent e, se hubiesen aliado con ellos" . Y, un poco m ás lej os, el m ism o t ext o designa a aquellos que " baj o la vana profesión de adivinos, m agos, hechiceros y ot ros nom bres sim ilares, condenados por las leyes divinas y hum anas, corrom pen e infect an el espírit u de los pueblos por sus discursos y práct icas y por la profanación de lo que de m ás sant o t iene la religión" . 281 Concebida de est a m anera, la m agia se encuent ra vaciada de t odo su sacrilegio eficaz; ya no profana, sólo engaña. Su poder es de ilusión: en el doble sent ido de que carece de realidad, pero t am bién de que ciega a quienes no t ienen el espírit u rect o ni la volunt ad firm e. Si pert enece al dom inio del m al ya no es por lo que m anifiest a de poderes oscuros y t rascendent es en su acción, sino en la m edida en que ocupa un lugar en un sist em a de errores que t iene sus art esanos y sus engañados, sus ilusionist as y sus ingenuos. Puede ser vehículo de crím enes reales, 282 pero en sí m ism a ya no es ni gest o crim inal ni acción sacrílega. Liberada de sus poderes sagrados, ya no 278 Ciert o que ha sido prom ulgado después del asunt o de los venenos. Delam are, Trait é de la police, I , p. 562. 280 Algunos ej em plos. Hechicería: en 1706 se t ransfiere de la Bast illa a la Salpêt rière a la viuda de Mat t e " com o falsa hechicera, que apoyaba sus ridiculas adivinaciones con sacrilegios abom inables" . Al año 279 siguient e, cae enferm a, " y se espera que la m uert e pront o librará de ella al público" ( Ravaisson, Archives Bast ille, XI , p. 168) . Alquim ist as: " El Sr. Aulm ont el j oven ha llevado ( a la Bast illa) a la m uj er Lam y, que sólo hoy ha podido ser descubiert a, siendo part e de un asunt o de 5, 3 de los cuales ya han sido det enidos y enviados a Bicêt re y las m uj eres al Hospit al General por secret os de m et ales" ( Journal de Du Junca, cit ado por Ravaisson, XI , p. 165) ; o, aún, Marie Magnan, que t rabaj a " en dest ilaciones y congelaciones de m ercurio para producir oro" ( Salpêt rière, Archives préfect orales de Police. Br. 191) . Magos: la m uj er Mailly, enviada a la Salpêt rière por haber com puest o un filt ro de am or " para una m uj er viuda encaprichada en un j oven" ( Not es de R. d'Argenson, p. 88) . 281 Delam are, loc. cit ., p. 562. 282 " Por consecuencia funest a de com prom iso, quienes m ás se han abandonado a la conduct a de esos seduct ores se habrían llevado a est a ext rem idad crim inal de añadir el m aleficio y el veneno a las im piedades y a los sacrilegios" ( Delam are, ibid. ) . 72 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com t iene m ás que int enciones m aléficas: una ilusión del espírit u al servicio de los desórdenes del corazón. Ya no se la j uzga según sus prest igios de profanación, sino por lo que revela de sinrazón. Es ést e un cam bio im port ant e. Queda rot a la unidad que agrupaba ant es, sin discont inuidad, el sist em a de las práct icas, las creencias del que la ut ilizaba y el j uicio de quienes pronunciaban la condenación. En adelant e, exist irá el sist em a denunciado desde el ext erior com o conj unt o ilusorio; y, por ot ra parle, el sist em a vivido desde el int erior, por una adhesión que ya no es peripecia rit ual, sino acont ecim ient o y elección individual: sea error virt ualm ent e crim inal, sea crim en que se aprovecha volunt ariam ent e del error. Com o quiera que sea, la cadena de las figuras que aseguraba, en los m aleficios de la m agia, la t ransm isión inint errum pida del m al, se encuent ra rot a y com o repart ida ent re un m undo ext erior que perm anece vacío, o encerrado en la ilusión, y una conciencia cernida en la culpabilidad de sus int enciones. El m undo de las operaciones en que se afront aban peligrosam ent e lo sagrado y lo profano ha desaparecido; est á a punt o de nacer un punt o donde la eficacia sim bólica se ha reducido a im ágenes ilusorias que recubren m al la volunt ad culpable. Todos aquellos viej os rit os de la m agia, de la profanación, de la blasfem ia, t odas aquellas palabras en adelant e ineficaces, pasan de un dom inio de eficacia en que t om aban su sent ido, a un dom inio de ilusión en que pasan a ser insensat as y condenables al m ism o t iem po: el de la sinrazón. Llegará un día en que la profanación y t odos sus gest os t rágicos no t endrán m ás que el sent ido pat ológico de la obsesión. Se t iene ciert a t endencia a creer que los gest os de la m agia y las conduct as profanadoras se vuelven pat ológicas a part ir del m om ent o en que una cult ura dej a de reconocer su eficacia. De hecho, al m enos en la nuest ra, el paso a lo pat ológico no se ha operado de una m anera inm ediat a, sino m ediant e la t ransición de una época que ha neut ralizado su eficacia, haciendo culpable la creencia. La t ransform ación de las prohibiciones en neurosis pasa por una et apa en que la int eriorización se hace baj o las especies de una asignación m oral: condenación ét ica del error. Durant e t odo est e periodo, la m agia ya no se inscribe en el sist em a del m undo ent re las t écnicas y las art es del éxit o; pero aún no es, en las conduct as psicológicas del individuo, una com pensación im aginaria del fracaso. Se halla sit uada precisam ent e en el punt o en que el error se art icula sobre la falt a, en est a región, para nosot ros difícil de aprehender, de la sinrazón, pero respect o a la cual el clasicism o se había form ado una sensibilidad lo bast ant e fina para haber invent ado un m odo de reacción original: el int ernam ient o. Todos aquellos signos que, a part ir de la psiquiat ría del siglo XI X, habían de convert irse en los sínt om as inequívocos de la enferm edad, durant e dos siglos han perm anecido repart idos " ent re la im piedad y la ext ravagancia" , a m edio cam ino de lo profanador y de lo pat ológico: allí donde la sinrazón encuent ra sus dim ensiones propias. La obra de Bonavent ure Forcroy t uvo ciert a repercusión en los últ im os años del reinado de Luis XI V. En la época m ism a en que Bayle com ponía su Diccionario, Forcroy fue uno de los últ im os t est igos del libert inaj e erudit o, o uno de los prim eros filósofos, en el sent ido que dará a la palabra el siglo XVI I I . Escribió una vida de Apolonio de Tiana, dirigida com plet am ent e cont ra el m ilagro crist iano. Después, se dirigió a " los señores doct ores de la Sorbona" , en una m em oria que llevaba el t ít ulo de Dudas Sobre la Religión. Tales dudas eran 17; en la últ im a, Forcroy se int errogaba para saber si la ley nat ural no es " la única religión que sea verdadera" ; el filósofo de la nat uraleza es represent ado com o un segundo Sócrat es y ot ro Moisés, " un nuevo pat riarca reform ador del género hum ano, 73 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com inst it ut or de una nueva religión" . 283 Sem ej ant e " libert inaj e" , en ot ras condiciones, lo hubiese m andado a la hoguera, siguiendo el ej em plo de Vanini, o a la Bast illa com o a t ant os aut ores de libros im píos del siglo XVI I I . Ahora bien, Forcroy no ha sido ni quem ado ni enviado a la Bast illa, sino int ernado seis años en Saint - Lazare y liberado, finalm ent e, con la orden de ret irarse a Noyon, de donde era originario. Su falt a no era del orden de la religión; no se le reprochaba haber escrit o un libro faccioso. Si se ha int ernado a Forcroy es porque se descifraba, en su obra, ot ra cosa: ciert o parent esco de la inm oralidad y del error. Que su obra fuera un at aque cont ra la religión revelaba un abandono m oral que no era ni la herej ía ni la incredulidad. El inform e redact ado por d'Argenson lo dice expresam ent e: el libert inaj e de su pensam ient o no es, en el caso de Forcroy, m ás que una form a derivada de una libert ad de cost um bres que no llega siem pre, si no a em plearse, por lo m enos a sat isfacerse: " A veces, se aburría solo, y en sus est udios form aba un sist em a de m oral y de religión, m ezcla de desenfreno y de m agia. " Y si se le encierra en Saint - Lazare y no en la Bast illa o en Vincennes, es para que él encuent re allí, en el rigor de una regla m oral que se le im pondrá, las condiciones que le perm it irán reconocer la verdad Al cabo de seis años, se encuent ra al fin un result ado; se le libera el m ism o día en que los sacerdot es de Saint - Lazare, sus ángeles guardianes, pueden aseguran que se ha m ost rado " bast ant e dócil y que se ha acercado a los sacram ent os" . 284 En la represión del pensam ient o y el cont rol de la expresión, el int ernam ient o no sólo es una variant e cóm oda de las condenaciones habit uales. Tiene un sent ido preciso, y debe desem peñar un papel bien part icular: el de hacer volver a la verdad por las vías de la coacción m oral. Y, por ello m ism o, designa una experiencia del error que debe ser com prendida, ant es que nada, com o ét ica. El libert inaj e ya no es un crim en; sigue siendo una falt a, o, m ás bien, se ha convert ido en falt a en un sent ido nuevo. Ant es, era incredulidad, o t ocaba la herej ía. Cuando se j uzgó a Font anier, a principios del siglo XVI I , acaso se haya m ost rado ciert a indulgencia hacia su pensam ient o dem asiado libre o sus cost um bres dem asiado libert inas; pero quien fue quem ado en la plaza de Grève fue el ant iguo reform ado que llegó a novicio ent re los capuchinos, que luego fue j udío, y finalm ent e, por lo que él aseguraba, m ahom et ano. 285 Ent onces, el desorden de la vida señalaba, t raicionaba la infidelidad religiosa, pero no era, ni por ella una razón de ser, ni cont ra ella el cargo principal. En la segunda m it ad del siglo XVI I se em pieza a denunciar una nueva relación en que la incredulidad no es m ás que una serie de licencias de la vida. Y en nom bre de ést a se pronunciará la condenación. Peligro m oral ant es que peligro para la religión. La creencia es un elem ent o del orden; con ese t ít ulo, hay que velar sobre ella. Para el at eo, o el im pío, en quie nes se t em e la debilidad del sent im ient o, el desorden de la vida ant es que la fuerza de la incredulidad, el int ernam ient o desem peña la función de reform a m oral para una adhesión m ás fiel a la verdad. Hay t odo un lado, casi pedagógico, que hace de la casa de int ernam ient o una especie de m anicom io para la verdad: aplicar una coacción m oral t an rigurosa com o sea necesaria para que la luz result e inevit able: " Quisiera decir que no exist e Dios, a ver un hom bre sobrio, m oderado, cast o, equilibrado; hablaría al m enos sin int erés, pero est e hom bre no exist e. " 286 Durant e largo t iem po, hast a d'Holbach y Helvét ius, la época clásica est ará casi segura de que t al hom bre no exist e; durant e largo t iem po exist irá la convicción de que si se vuelve sobrio, m oderado y cast o aquel que afirm a que no hay 283 Un m anuscrit o de ese t ext o se encuent ra en la Bibliot hèque de l'Arsenal, m s. 10515. 55 B. N. Fonds Clairam bault , 986. 284 285 286 Cf. Frédéric Lachèvre, Mélanges, 1920, pp. 60- 81. La Bruyère, Caract ères, cap. XVI , part e I I , ed. Hachet t e, p. 322. 74 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com Dios, perderá t odo el int erés que pueda t ener en hablar de ese m odo, y se verá reducido así a reconocer que hay un Dios. Es ést e uno de los principales significados del int ernam ient o. El uso que se hace de él revela un curioso m ovim ient o de ideas, por el cual ciert as form as de la libert ad de pensar, ciert os aspect os de la razón van a em parent arse con la sinrazón. A principios del siglo XVI I , el libert inaj e no era exclusivam ent e un racionalism o nacient e: asim ism o, era una inquiet ud ant e la presencia de la sinrazón en el int erior de la razón m ism a, un escept icism o cuyo punt o de aplicación no era el conocim ient o, en sus lím it es sino la razón ent era: " Toda nuest ra vida no es, propiam ent e hablando, m ás que una fábula, nuest ro conocim ient o, m ás que una necedad, nuest ra cert idum bre m ás que cuent os: en resum en, t odo ese m undo no es m ás que una farsa y una perpet ua com edia. " 287 No es posible est ablecer separación ent re el sent ido y la locura; aparecen en conj unt o, en una unidad indescifrable, donde indefinidam ent e pueden pasar el uno por la ot ra: " No hay nada t an frívolo que en alguna part e no pueda ser m uy im port ant e. No hay locura, siem pre que sea bien seguida, que no pase por sabiduría. " Pero est a t om a de conciencia de una razón ya com prom et ida no hace risible la búsqueda de un orden, pero de un orden m oral, de una m edida, de un equilibrio de las pasiones que asegure la dicha m ediant e la policía del corazón. Ahora bien, el siglo XVI I rom pe est a unidad, realizando la gran separación esencial de la razón y de la sinrazón, del cual sólo es expresión inst it ucional el int ernam ient o. El " libert inaj e" de principio de siglo, que vivía de la experiencia inquiet a de su proxim idad y a m enudo de su confusión, desaparece por el hecho m ism o; no subsist irá, hast a el fin del siglo XVI I I , m ás que baj o dos form as, aj ena la una a la ot ra: por una part e, un esfuerzo de la razón por form ularse en un racionalism o en que t oda sinrazón t om a los visos de lo irracional; y, por ot ra part e, una sinrazón del corazón que hace plegarse a su lógica irrazonable los discursos de la razón. Luces y libert inaj e se yuxt apusieron en el siglo XVI I I , pero sin confundirse. La separación sim bolizada por el int ernam ient o hacía difícil su com unicación. El libert inaj e, en la época en que t riunfaban las luces, ha llevado una exist encia oscura, t raicionada y acosada, casi inform ulable ant es de que Sade com pusiera Just ine, y sobre t odo Juliet t e, com o form idable libelo cont ra los " filósofos" y com o expresión prim era de una experiencia que a lo largo de t odo el siglo XVI I I casi no había recibido ot ro est at ut o que el policíaco ent re los m uros del int ernam ient o. El libert inaj e ha pasado ahora al lado de la sinrazón. Fuera de ciert o uso superficial de la palabra, no hay en el siglo XVI I I una filosofía coherent e del libert inaj e; no se encuent ra el t érm ino, em pleado de m anera sist em át ica, m ás que en los regist ros del int ernam ient o. Lo que ent onces designa no es ni por com plet o el libre pensam ient o, ni exact am ent e la libert ad de cost um bres; por el cont rario, es un est ado de servidum bre en que la razón se hace esclava de los deseos y sirvient a del corazón. Nada est á m ás lej os de ese nuevo libert inaj e que el libre albedrío de una razón que exam ina; t odo habla allí, por el cont rario, de la servidum bre de la razón: a la carne, al dinero, a las pasiones; y cuando Sade, el prim ero en el siglo XVI I I , int ent ará crear una t eoría coherent e de ese libert inaj e cuya exist encia, hast a él, había perm anecido sem isecret a, es ent onces est a esclavit ud la que será exalt ada; el libert ino que ent ra en la Sociedad de Am igos del Crim en debe com prom et erse a com et er t odas las acciones " aun las m ás execrables... al m ás ligero deseo de sus pasiones" . 288 El libert ino debe colocarse en el cent ro m ism o de esas servidum bres; est á convencido de " que los hom bres 287 288 La Mot he le Vayer, Dialogues d'Orasius Tubero, 1716, t . I , p. 5. Just ine, 1797, t . VI I , p. 37. 75 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com no son libres, que, encadenados por las leyes de la nat uraleza, t odos son esclavos de esas leyes prim eras" . 289 El libert inaj e es en el siglo XVI I I el uso de la razón alienada en la sinrazón del corazón. 290 Y, en est a m ism a m edida, no hay paradoj a en colocar com o vecinos, t al com o lo ha hecho el int ernam ient o clásico, los " libert inos" y t odos los que profesan el error religioso: prot est ant es o invent ores de cualquier sist em a nuevo. Se les coloca en el m ism o régim en y se les t rat a de la m ism a m anera, pues, aquí y allá, el rechazo de la verdad procede del m ism o abandono m oral. ¿Era prot est ant e o libert ina aquella m uj er de Dieppe, de la que habla d'Argenson? " No puedo dudar de que est a m uj er, que se gloria de su t erquedad, no sea un suj et o m alvado. Pero com o t odos los hechos que se le reprochan casi no son suscept ibles de inst rucción j udicial, m e parecería m ás j ust o y convenient e encerrarla durant e algún t iem po en el Hôpit al Général, a fin de que pudiera encont rar allí el cast igo de sus falt as y el deseo de la conversión. " 291 Así, la sinrazón se anexa un dom inio nuevo: aquel en que la razón queda som et ida a los deseos del corazón, y su uso queda em parent ado con los desarreglos de la inm oralidad. Los libres discursos de la locura van a aparecer en la esclavit ud de las pasiones; y es allí, en est a asignación m oral, donde va a nacer el gran t em a de una locura que no seguirá el libre cam ino de sus fant asías, sino la línea de coacción del corazón, de las pasiones y, finalm ent e, de la nat uraleza hum ana. Durant e largo t iem po, el insensat o había m ost rado las m arcas de lo inhum ano; se descubre ahora una sinrazón dem asiado próxim a al hom bre, dem asiado fiel a las det erm inaciones de su nat uraleza, una sinrazón que sería com o el abandono del hom bre a sí m ism o. Tiende, subrept iciam ent e, a devenir lo que será para el evolucionism o del siglo XI X es decir, la verdad del hom bre, pero vist a del lado de sus afecciones, de sus deseos, de las form as m ás vulgares y m ás t iránicas de su nat uraleza. Se ha inscrit o en esas regiones oscuras, donde la conduct a m oral aún no puede dirigir al hom bre hacia la verdad. Así se abre la posibilidad de cernir la sinrazón en las form as de un det erm inism o nat ural. Pero no debe olvidarse que est a posibilidad ha t om ado su sent ido inicial en una condenación ét ica del libert inaj e y en est a ext raña evolución que ha hecho de ciert a libert ad del pensam ient o un m odelo, una prim era experiencia de la alienación del espírit u. Ext raña es la superficie que m uest ra las m edidas del int ernam ient o. Enferm os venéreos, degenerados, disipadores, hom osexuales, blasfem os, alquim ist as, libert inos: t oda una población abigarrada se encuent ra de golpe, en la segunda m it ad del siglo XVI I , rechazada m ás allá de la línea divisoria, y recluida en asilos que habían de convert irse, después de uno o dos siglos, en cam pos cerrados de la locura. Bruscam ent e, se abre y se delim it a un espacio social: no es com plet am ent e el de la m iseria, aunque haya nacido de la gran inquiet ud causada por la pobreza, ni exact am ent e el de la enferm edad, y sin em bargo un día será confiscado por ella. Ant es bien, rem it e a una sensibilidad singular, propia de la época clásica. No se t rat a de un gest o negat ivo de apart ar, sino de t odo un conj unt o de operaciones que elaboran en sordina durant e un siglo y 289 I bid., p. 17. Un ej em plo de int ernam ient o por libert inaj e nos lo ofrece el célebre caso del abad de Mont crif: " Es m uy sunt uoso en carroza, caballos, com idas, billet es de lot ería, edificios, lo que le ha hecho cont raer deudas por 70 m il libras... le gust a m ucho el confesionario, y apasionadam ent e la dirección de las m uj eres, hast a el punt o de despert ar sospechas ent re algunos m aridos. Es el hom bre m ás pleit ist a, y t iene varios procuradores en los t ribunales... Desgraciadam ent e, est o es dem asiado ya para m anifest ar la pert urbación general de su espírit u, y que t iene el cerebro t ot alm ent e nublado" ( Arsenal, m s. 11811. Cf. igualm ent e 11498, 11537, 11765, 12010, 12499) . 291 Arsenal, m s. 12692. 290 76 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com m edio el dom inio de experiencia en que la locura va a reconocerse, ant es de t om ar posesión de él. De unidad inst it ucional, el int ernam ient o casi no t iene nada, apart e de la que puede darle su caráct er de " policía" . De coherencia m édica, o psicológica, o psiquiát rica, es claro que no t iene m ás, si al m enos se consient e en ver las cosas sin anacronism o. Y sin em bargo el int ernam ient o no puede ident ificarse con lo arbit rario m ás que a los oj os de una crít ica polít ica. De hecho, t odas las operaciones diversas que desplazan los lím it es de la m oral, est ablecen prohibiciones nuevas, at enúan las condenas o est rechan los lím it es del escándalo, t odas esas operaciones sin duda son fieles a una coherencia im plícit a, coherencia que no es ni la de un derecho ni la de una ciencia: la coherencia m ás secret a de una percepción. Lo que el int ernam ient o y sus práct icas m óviles esbozan com o en una línea punt eada sobre la superficie de las inst it uciones, es lo que la época clásica percibe de la sinrazón. La Edad Media, el Renacim ient o habían sent ido en t odos los punt os de fragilidad del m undo la am enaza del insensat o; la habían t em ido e invocado baj o la t enue superficie de las apariencias; había rondado sus at ardeceres y sus noches, le habían at ribuido t odos los best iarios y t odos los Apocalipsis de su im aginación. Pero, de t an present e y aprem iant e, el m undo del insensat o era aún m ás difícilm ent e percibido; era sent ido, aprehendido, reconocido, desde ant es de est ar present e; era soñado y prolongado indefinidam ent e en los paisaj es de la represent ación. Sent ir su presencia t an cercana no era percibir; era ciert a m anera de sent ir el m undo en conj unt o, ciert a t onalidad dada a t oda percepción. El int ernam ient o apart a la sinrazón, la aísla de esos paisaj es en los cuales siem pre est aba present e y, al m ism o t iem po, era esquivada. La libra así de esos equívocos abst ract os que, hast a Mont aigne, hast a el libert inaj e erudit o, la im plicaban necesariam ent e en el j uego de la razón. Por ese solo m ovim ient o del int ernam ient o, la sinrazón se encuent ra liberada: libre de los paisaj es donde siem pre est aba present e; y, por consiguient e, la t enem os ya localizada; pero liberada t am bién de sus am bigüedades dialéct icas y, en est a m edida, cernida en su presencia concret a. Se t iene ya la perspect iva necesaria para convert irla en obj et o de percepción. Pero, ¿en qué horizont e es percibida? Evident em ent e, en el de la realidad social. A part ir del siglo XVI I , la sinrazón ya no es la gran obsesión del m undo. Tam bién dej a de ser la dim ensión nat ural de las avent uras de la razón. Tom a el aspect o de un hecho hum ano, de una variedad espont ánea en el cam po de las especies sociales. Lo que ant es era inevit able peligro de las cosas y del lenguaj e del hom bre, de su razón y de su t ierra, t om a hoy el aspect o de un personaj e. O, m ej or dicho, de personaj es. Los hom bres de sinrazón son t ipos que la sociedad reconoce y aísla: el depravado, el disipador, el hom osexual, el m ago, el suicida, el libert ino. La sinrazón em pieza a m edirse según ciert o apart am ient o de la norm a social. Pero ¿no había t am bién personaj es en la Nave de los Locos? Y esa gran em barcación que present aban los t ext os y la iconografía del siglo XV, ¿no es la prefiguración sim bólica del encierro? La razón, ¿no es la m ism a, aun cuando la sanción sea dist int a? De hecho, la St ult ifera Navis no lleva a bordo m ás que personaj es abst ract os, t ipos m orales; el goloso, el sensual, el im pío, el orgulloso. Y si se les había m et ido, por la fuerza, ent re esa t ripulación insensat a, para una t ravesía sin puert o, fue porque habían sido designados por una conciencia del m al baj o su form a universal. A part ir del siglo XVI I , por el cont rario, el hom bre irrazonable es un personaj e concret o, t om ado del m undo social verdadero, j uzgado y condenado por la sociedad de la que form a part e. He ahí, pues, el 77 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com punt o esencial: que la locura haya sido bruscam ent e invest ida en un m undo social, donde encuent ra ahora su lugar privilegiado y casi exclusivo de aparición; que se le haya at ribuido, casi de la m añana a la noche ( en m enos de 50 años en t oda Europa) , un dom inio lim it ado donde cualquiera puede reconocerla y denunciarla, a ella, a la que se ha vist o rondar por t odos los confines, habit ar subrept iciam ent e los lugares m ás fam iliares; que, en adelant e, en cada uno de los personaj es en que encarna, se pueda exorcizarla de golpe, por m edida de orden y precaución de policía. Eso es t odo lo que puede servir para designar, en prim er enfoque, la experiencia clásica de la sinrazón. Sería absurdo buscar su causa en el int ernam ient o, puest o que, j ust am ent e, es él, con ext rañas m odalidades, el que señala est as experiencias com o si est uvieran const it uyéndose. Para que los hom bres irrazonables puedan ser denunciados com o ext ranj eros en su propia pat ria, es necesario que se haya efect uado est a prim era alienación, que arranca la sinrazón a su verdad y la confina en el solo espacio del m undo social. En el fondo de t odas esas oscuras alienaciones en que dej am os penet rar nuest ra idea de la locura, al m enos hay ést a: en est a sociedad que un día había de designar a esos locos com o " alienados" , es en ella, inicialm ent e, donde se ha alienado la sinrazón; es en ella donde se encuent ra exiliada, y donde ha caído en el silencio. Alienación: est a palabra, aquí al m enos, no quisiera ser t ot alm ent e m et afórica. I nt ent a, en t odo caso, aquel m ovim ient o por el cual la sinrazón ha dej ado de ser experiencia en la avent ura de t oda razón hum ana, y por el cual se ha encont rado rodeada y com o encerrada en una casi- obj et ividad. Ent onces, ya no puede seguir anim ando la vida secret a del espírit u, ni acom pañarlo con su const ant e am enaza. Ha sido puest a a dist ancia, a una dist ancia que no es t an sólo sim bolizada, sino realm ent e asegurada en la superficie del espacio social, por los m uros de las casas de int ernam ient o. Es que est a dist ancia, j ust am ent e, no es una liberación por el saber, puest a de m anifiest o, ni apert ura pura y sim ple de las vías del conocim ient o. Se inst aura en un m ovim ient o de proscripción que recuerda, que incluso reit era aquel por el cual fueron arroj ados los leprosos de la com unidad m edieval. Pero los leprosos eran port adores del blasón visible de su m al; los nuevos proscrit os de la época clásica llevan los est igm as m ás secret os de la sinrazón. Si bien es ciert o que el int ernam ient o circunscrit o le da una obj et ividad posible, en un dom inio ya est á afect ado por los valores negat ivos de la proscripción. La obj et ividad se ka convert ido en pat ria de la sinrazón, pero com o un cast igo. En cuant o a quienes profesan que la locura no ha quedado baj o la m irada serenam ent e cient ífica del psiquiat ra, que una vez liberada de las viej as part icipaciones religiosas y ét icas en que la había encerrado la Edad Media, no hay que dej ar de hacerles volver a ese m om ent o en que la sinrazón ha t om ado sus m edidas de obj et o, part iendo hacia ese exilio en que, durant e siglos, ha perm anecido m uda; no hay que dej ar de ponerles ant e los oj os est a falt a original, y hacer revivir para ellos la oscura condenación que, sólo ella, les ha perm it ido art icular, sobre la sinrazón, finalm ent e reducida al silencio, discursos cuya neut ralidad est á de acuerdo con la m edida de su capacidad de olvido. ¿No es im port ant e para nuest ra cult ura que la sinrazón no haya podido convert irse allí en obj et o de conocim ient o m ás que en la m edida en que, ant es, había sido obj et o de excom unión? Hay m ás aún: si not ifica el m ovim ient o por el cual la razón escoge un bando por relación con la sinrazón, librándose de su ant iguo parent esco con ella, el int ernam ient o m anifiest a t am bién el som et im ient o de la sinrazón a t odo lo que no sea t om a de conocim ient o. La som et e a t oda una red de com plicidades oscuras. Est e som et im ient o dará lent am ent e a la sinrazón el rost ro concret o e 78 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com infinit am ent e cóm plice de la locura t al com o lo conocem os hoy en nuest ra experiencia. Ent re las paredes del int ernam ient o se encont raban, j unt os, enferm os venéreos, degenerados, " pret endidas bruj as" , alquim ist as, libert inos... y t am bién, com o vam os a ver, insensat os. Se anudan parent escos; se est ablecen com unicaciones y, a los oj os de aquellos para quienes la sinrazón est á volviéndose obj et o, se encuent ra así delim it ado un cam po casi hom ogéneo. De la culpabilidad y del pat et ism o sexual a los ant iguos rit uales obsesivos de la invocación y de la m agia, a los prest igios y los delirios de la ley del corazón, se est ablece una red subt erránea que echa com o los fundam ent os secret os de nuest ra m oderna experiencia de la locura. En ese dom inio así est ruct urado, va a colocarse el m arbet e de la sinrazón: " Para int ernarse" . Est a sinrazón, de la cual el pensam ient o del siglo XVI había hecho el punt o dialéct ico de inversión de la razón en el encam inam ient o de su discurso, recibe, así, un cont enido secret o. Se encuent ra liada a t odo un reaj ust e ét ico en que se t rat a del sent ido de la sexualidad, de la separación del am or, de la profanación y de los lím it es de lo sagrado, de la pert enencia de la verdad a la m oral. Todas esas experiencias, de horizont es t an diversos, com ponen en su profundidad el gest o m uy sencillo del int ernam ient o; en ciert o sent ido, no es m ás que el fenóm eno superficial de un sist em a de operaciones subt erráneas que indican, t odas, la m ism a orient ación: suscit ar en el m undo ét ico un repart o uniform e hast a ent onces desconocido. Puede decirse, de m anera aproxim ada, que hast a el Renacim ient o, el m undo ét ico, m ás allá de la separación ent re el Bien y el Mal, aseguraba su equilibrio en una unidad t rágica, que era la del dest ino o de la providencia y de la predilección divina. Est a unidad va a desaparecer ahora, disociada por la separación decisiva de la razón y de la sinrazón. Com ienza una crisis del m undo ét ico, que reproduce la gran lucha del Bien y del Mal por el conflict o irreconciliable de la razón y de la sinrazón, m ult iplicando así las figuras del desgarram ient o: Sade y Niet zsche al m enos prest arán t est im onio. Toda una m it ad del m undo ét ico versa así sobre el dom inio de la sinrazón, aport ándole un inm enso cont enido secret o de erot ism o, de profanaciones, de rit os y de m agias, de saberes ilum inados, invest idos secret am ent e por las leyes del corazón. En el m om ent o m ism o en que se libera lo bast ant e para ser obj et o de percepción, la sinrazón se halla presa en t odo ese sist em a de servidum bres concret as. Son esas servidum bres, sin duda, las que explican la ext raña fidelidad t em poral de la locura. Hay gest os obsesivos que hacen sonar, aún en nuest ros días, com o ant iguos rit os m ágicos, conj unt os delirant es colocados baj o la m ism a luz que viej as ilum inaciones religiosas; en una cult ura de la que ha desaparecido desde hace t ant o t iem po la presencia de lo sagrado, se encuent ra a veces un encarnizam ient o m orboso en profanar. Est a persist encia parece int errogarnos sobre la oscura m em oria que acom paña a la locura, que condena sus invenciones a no ser m ás que ret ornos, y que la designa a m enudo com o la arqueología espont ánea de las cult uras. La sinrazón será la gran m em oria de los pueblos, su m ayor fidelidad al pasado; en ella, la hist oria será para los pueblos indefinidam ent e cont em poránea. No hay m ás que invent ar el elem ent o universal de esas persist encias. Pero eso es dej arse llevar por los prest igios de la ident idad; de hecho, la cont inuidad no es m ás que el fenóm eno de una discont inuidad. Si esas conduct as arcaicas han podido m ant enerse, es en la m edida m ism a en que han sido alt eradas. Sólo es un problem a de reaparición para una m irada ret rospect iva. Al seguir la t ram a m ism a de la hist oria, se com prende que, ant es bien, se t rat a de un problem a de t ransform ación del cam po de la experiencia. Esas conduct as han sido elim inadas, pero no en el sent ido de que hayan desaparecido; en cam bio, porque han const it uido un dom inio de exilio y de elección a la vez; no han abandonado el suelo de la 79 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com experiencia cot idiana m ás que para verse int egradas en el cam po de la sinrazón, de la que se han deslizado, poco a poco, a la esfera de pert enencia de la enferm edad. No es a las propiedades de un inconscient e colect ivo a las que hay que pedir cuent as de est a supervivencia, sino a las est ruct uras de ese dom inio de experiencia que const it uye la sinrazón, y a los cam bios que han podido int ervenir en él. Así, la sinrazón aparece con t odos los significados que el clasicism o ha anudado en ella, com o un cam po de experiencia, dem asiado secret o sin duda para haber sido form ulado j am ás en t érm inos claros, dem asiado réprobo t am bién, desde el Renacim ient o hast a la Época Moderna, para haber recibido derecho de expresión; m as, em pero, lo bast ant e im port ant e para haber sost enido no sólo una inst it ución com o el int ernam ient o, no sólo las concepciones y las práct icas que t ocan a la locura, sino t odo un reaj ust e del m undo ét ico. A part ir de él hay que com prender al personaj e del loco t al com o aparece en la época clásica, y la m anera en que se const it uye lo que el siglo XI X creerá reconocer, ent re las verdades inm em oriales de su posit ivism o, com o la alienación m ent al. En él, la locura, de la que el Renacim ient o había hecho experim ent os t an diversos, al punt o de haber sido, sim ult áneam ent e, no sabiduría, desorden del m undo, am enaza escat ológica y enferm edad, encuent ra su equilibrio y prepara est a unidad que lo ent regará a los avances, acaso ilusorios, del conocim ient o posit ivo; encont rará de est a m anera, pero por las vías de una int erpret ación m oral, est a perspect iva que aut oriza el saber obj et ivo, est a culpabilidad que explica la caída en la nat uraleza, est a condenación m oral que designa el det erm inism o del corazón, de sus deseos y de sus pasiones. Anexando al dom inio de la sinrazón, al lado de la locura, las prohibiciones sexuales, las religiosas, las libert ades del pensam ient o y del corazón, el clasicism o form aba una experiencia m oral de la sinrazón que, en el fondo, sirve de base a nuest ro conocim ient o " cient ífico" de la enferm edad m ent al. Mediant e est a perspect iva, m ediant e est a desacralización, llega a una apariencia de neut ralidad ya com prom et ida, puest o que no se llega a ella m ás que con el propósit o inicial de una condenación. Pero est a unidad nueva no sólo es decisiva para el avance del conocim ient o; t am bién t uvo su im port ancia en la m edida en que ha const it uido la im agen de una ciert a " exist encia de sinrazón" que, del lado del cast igo, t enía un correlat ivo en lo que se podría llam ar " la exist encia correccional" . La práct ica del int ernam ient o y la exist encia del hom bre a quien va a int ernarse no son apenas separables. Se llam an la una a la ot ra por una especie de fascinación recíproca que suscit a el m ovim ient o propio de la exist encia correccional: es decir, ciert o est ilo que se t iene ya ant es del int ernam ient o, y que, finalm ent e, lo hace necesario. No es t an sólo la exist encia de crim inales, ni la de enferm os; pero, así com o sucede al hom bre m oderno que huye hacia la crim inalidad, o que se refugia en la neurosis, es probable que est a exist encia de sinrazón sancionada por el int ernam ient o haya ej ercido sobre el hom bre clásico un poder de fascinación; y es ella, sin duda, la que percibim os vagam ent e en est a especie de fisonom ía com ún que habrá de reconocer en los rost ros de t odos los int ernados, de t odos aquellos que han sido encerrados " por el desorden de sus cost um bres y de su espírit u" , com o dicen los t ext os, en enigm át ica confusión. Nuest ro saber posit ivo nos dej a desarm ados e incapaces de decidir si se t rat a de víct im as o de enferm os, de crim inales o de locos: provenían t odos de una m ism a form a de exist encia que podía conducir, event ualm ent e, a la enferm edad o al crim en, pero que no les correspondía de principio. De est a exist encia surgían, indiferent em ent e, los libert inos, los degenerados, los disipadores, los blasfem os, los locos; en ellos sólo había una ciert a m anera, caract eríst ica de ellos y variada según cada individuo, de m odelar una experiencia com ún: la que consist e en 80 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com experim ent ar la sinrazón. 292 Nosot ros los m odernos com enzam os a darnos cuent a de que, baj o la locura, baj o la neurosis, baj o el crim en, baj o las inadapt aciones sociales, corre una especie de experiencia com ún de la angust ia. Quizá para el m undo clásico había t am bién en la econom ía del m al una experiencia general de la sinrazón. Y, en ese caso, será ella el horizont e de lo que fue la locura durant e los cient o cincuent a años que separan el gran Encierro de la " liberación" de Pinel y de Tuke. En t odo caso, es de est a liberación de donde dat a el m om ent o en que el hom bre europeo dej a de experim ent ar y de com prender lo que es la sinrazón, que es t am bién la época en que no aprehende ya la evidencia de las leyes del encierro. Est e inst ant e est á sim bolizado por un ext raño encuent ro: el del único hom bre que haya form ulado la t eoría de esas exist encias de sinrazón y de uno de los prim eros hom bres que hayan t rat ado de hacer una ciencia posit iva de la locura, es decir, procurar hacer callar los propósit os de la sinrazón para 110 escuchar m ás que las voces pat ológicas de la locura. Est a confront ación se produce, al principio m ism o del siglo XI X, cuando RoyerCollard t rat a de expulsar a Sade de aquella casa de Charent on donde t enía la int ención de hacer un hospit al. Él, el filánt ropo de la locura, t rat a de prot egerla de la presencia de la sinrazón, pues bien se da cuent a de que est a exist encia, t an norm alm ent e int ernada en el siglo XVI I I , ya no t iene lugar en el asilo del siglo XI X; exige la prisión. " Exist e en Charent on" escribe a Fouché, el 1º de agost o de 1808, " un hom bre cuya audaz inm oralidad lo ha hecho dem asiado célebre, y cuya presencia en est e hospicio ent raña los inconvenient es m ás graves. Est oy hablando del aut or de la infam e novela de Just ine. Est e hom bre no es un alienado. Su único delirio es el del vicio, y no es en una casa consagrada al t rat am ient o m édico de la alienación donde puede ser reprim ida est a especie de vicio. Es necesario que el individuo que la padece quede som et ido al encierro m ás severo" . Royer- Collard ya no com prende la exist encia correccional. Busca su sent ido del lado de la enferm edad, y no lo encuent ra; la rem it e al m al en est ado puro, un m al, sin ot ra razón que su propia sinrazón: " Delirio del vicio" . El día de la cart a a Fouché, la sinrazón clásica se ha cerrado sobre su propio enigm a; su ext raña unidad que agrupaba t ant os rost ros diversos se ha perdido definit ivam ent e para nosot ros. 292 Se podrían describir las lineas generales de la exist encia correccionaria según vidas com o la de Henri- Louis de Lom énie ( cf. Jacobe, Un int ernem ent sous le grand roi, Paris, 1929) , o del abad Blache cuyo expedient e se encuent ra en Arsenal, m s. 10526; cf. 10588, 10592, 10599, 10614. 81 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com I V. EXPERI ENCI AS DE LA LOCURA Desde la creación del Hospit al General, desde la apert ura, en Alem ania y en I nglat erra, de las prim eras casas correccionales, y hast a el fin del siglo XVI I I , la época clásica pract ica el encierro. Encierra a los depravados, a los padres disipadores, a los hij os pródigos, a los blasfem os, a los hom bres que " t rat an de deshacerse" , a los libert inos. Y, a t ravés de t ant os acercam ient os y de esas ext rañas com plicidades, diseña el perfil de su propia experiencia de la sinrazón. Pero en cada una de esas ciudades se encuent ra, adem ás, t oda una población de locos. La décim a part e aproxim adam ent e de las det enciones que se efect úan en París para el Hospit al General es de " insensat os" , hom bres " dem ent es" , gent es de " espírit u alienado" , " personas que se han vuelt o t ot alm ent e locas" . 293 Ent re ellos y los ot ros, ni el m enor signo de una diferencia. Al seguir el hilo de los regist ros diríase que una m ism a sensibilidad los adviert e, que un m ism o gest o los apart a. Dej em os a las arqueologías m édicas el afán de det erm inar si est uvo enferm o o no, si fue alienado o crim inal, t al hom bre que ha ent rado en el hospit al por " la degeneración de sus cost um bres" , o t al ot ro que ha " m alt rat ado a su m uj er" , e int ent ado varias veces deshacerse de ella. Para plant ear est e problem a hay que acept ar t odas las deform aciones que im pone nuest ra oj eada ret rospect iva. Nos gust a creer que por haber desconocido la nat uraleza de la locura, perm aneciendo ciegos ant e sus signos posit ivos, se le han aplicado las form as m ás generales, las m ás indiferenciadas del int ernam ient o. Y por ello m ism o nos im pedim os ver lo que est e " desconocim ient o" —o al m enos lo que com o t al pasa para nosot ros— t iene en realidad de conciencia explícit a. Pues el problem a real consist e precisam ent e en det erm inar el cont enido de ese j uicio que, sin est ablecer nuest ras dist inciones, expat ria de la m ism a m anera a aquellos que nosot ros hubiésem os cuidado, y a aquellos a quienes nos habría gust ado condenar. No se t rat a de reparar el error que ha aut orizado sem ej ant e confusión, sino de seguir la cont inuidad que ha rot o ahora nuest ra m anera de j uzgar. Al cabo de cincuent a años de encierro, se ha creído percibir que, ent re esos rost ros prisioneros, había gest os singulares, grit os que invocaban ot ra cólera y apelaban a ot ra violencia. Pero durant e t oda la época clásica no hay m ás que un int ernam ient o: en t odas esas m edidas t om adas, y de un ext rem o a ot ro, se ocult a una experiencia hom ogénea. Una palabra la señala —casi la sim boliza—, una de las m ás frecuent es que hay oport unidad de encont rar en los libros del int ernado: la de " furiosos" . El " furor" , ya lo verem os, es un t érm ino t écnico de la j urisprudencia y de la m edicina; designa m uy precisam ent e una de las form as de la locura. Pero en el vocabulario del int ernado, dice, al m ism o t iem po, m ucho m ás y m ucho m enos; hace alusión a t odas las form as de violencia que est án m ás allá de la definición rigurosa del crim en, y de su asignación j urídica: a donde apunt a es a una especie de región indiferenciada del desorden, desorden de la conduct a y del corazón, desorden de las cost um bres y del espírit u, t odo el dom inio oscuro de una rabia am enazant e que parece al abrigo de t oda condenación posible. Noción confusa para nosot ros, quizá, pero suficient em ent e clara ent onces para dict ar el im perat ivo policíaco y m oral del int ernam ient o. Encerrar a alguien diciendo de él que es " furioso" , sin t ener que precisar si es enferm o o crim inal: he allí uno de los poderes que la razón clásica se ha dado a sí m ism a, en la experiencia que ha t enido de la sinrazón. 293 Es la proporción que com o bast ant e regularm ent e, se encuent ra desde fines del siglo XVI I , hast a m ediados del siglo XVI I I . Según los cuadros de las órdenes del rey para encarcelam ient o en el Hospit al General. 82 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com Ese poder t iene un sent ido posit ivo: cuando los siglos XVI I y XVI I I encierran la locura, con idént icos t ít ulos que la depravación o el libert inaj e, lo esencial no es allí que la desconozcan com o enferm edad, sino que la perciben baj o ot ro cielo. Sin em bargo, sería peligroso sim plificar. El m undo de la locura no era uniform e en la época clásica. No sería falso, pero sí parcial, pret ender que los locos eran t rat ados pura y sim plem ent e com o prisioneros de la policía. Algunos t ienen un est at ut o especial. En París, un hospit al se reserva el derecho de t rat ar a los pobres que han perdido la razón. Mient ras haya esperanzas de curar a un alienado, puede ser recibido en el Hôt el- Dieu. Allí, se le aplican los rem edios habit uales: sangría, purgas y, en ciert os casos, vej igat orios y baños. 294 Era una ant igua t radición puest o que, ya en la Edad Media, en ese m ism o Hôt el- Dieu se habían reservado lugares para los locos. Los " fant ást icos y frenét icos" eran encerrados en especies de lit eras cerradas sobre cuyas paredes se habían pract icado " dos vent anas para ver y dar" . 295 Al final del siglo XVI I I , cuando Tenón redact a sus Mem orias Sobre los Hospit ales de París, se había agrupado a los locos en dos salas: la de los hom bres, la sala San Luis, com prendía dos lechos de un lugar y 10 que podían recibir sim ult áneam ent e a cuat ro personas. Ant e ese horm igueo hum ano, Tenón se inquiet a ( es la época en que la im aginación m édica ha at ribuido al calor poderes m aléficos, at ribuyendo, por el cont rario, valores física y m oralm ent e curat ivos a la frescura, al aire libre, a la pureza de los cam pos) : " ¿cóm o procurarse aire fresco en lechos en que se acuest an t res o cuat ro locos que se oprim en, se agit an, se bat en" ... ?296 Para las m uj eres, no es una sala propiam ent e dicha la que ha sido reservada; en la gran cám ara de las afiebradas se ha levant ado un delgado m uro, y ese reduct o agrupa seis grandes cam as de cuat ro lugares, y ocho pequeñas. Pero si, al cabo de algunas sem anas, no se ha logrado vencer el m al, los hom bres son dirigidos hacia Bicêt re, y las m uj eres hacia la Salpêt rière. En t ot al, para el conj unt o de la población de París y de sus alrededores, se t ienen, pues, 74 plazas para los locos que van a ser at endidos, 74 lugares que const it uyen la ant ecám ara ant es de un int ernam ient o que significa, j ust am ent e, la caída fuera de un m undo de la enferm edad, de los rem edios y de la event ual curación. I gualm ent e en Londres, Bedlam es reservado a los llam ados " lunát icos" . El hospit al había sido fundado a m ediados del siglo XI I I y, ya en 1403, t enía allí la presencia de seis alienados que se m ant enían con cadenas y hierros; en 1598, hay veint e. Cuando las am pliaciones de 1642, se const ruyen doce cám aras nuevas, ocho de ellas expresam ent e dest inadas a los insensat os. Después de la reconst rucción de 1676, el hospit al puede cont ener ent re 120 y 150 personas. Ahora est á reservado a los locos: de ello t est im onian las dos est at uas de Gibber. 297 No se acept an allí lunát icos " considerados com o incurables" , 298 y est o hast a 1773, cuando para ello se const ruirán, en el int erior m ism o del hospit al, dos edificios especiales. Los int ernados reciben cuidados regulares o, m ás exact am ent e, de t em porada. Las grandes m edicaciones sólo son aplicadas una vez al año, y para t odos a la vez, durant e la prim avera. T. Monro, que era m édico de Bedlam desde 1783, ha est ablecido los grandes lineam ient os de su práct ica en el Com it é de Averiguación de los Com unes: " Los enferm os deben ser 294 Cf. Fosseyeux, L'Hôt el- Dieu de Paris au XV1I E siècle et au XVI I I E siècle, París, 1912. Se le encuent ra m encionado en la cont abilidad. " Por haber hecho los fondos de una lit era cerrada, la est ruct ura de dicha lit era, y por haber abiert o 2 vent anas en t al lit era para ver y recibir, XI I , sp. " Cuent as del Hôt el- Dieu, XX, 346. En Coyecque, L'Hôt el- Dieu de París, p. 209, not a I . 296 Tenon, Mém oires sur les hôpit aux de Paris, 4ª m em oria. Paris, 1788, p. 215. 297 D. H. Tuke, Chapt ers on t hé hist ory of t hé insane, Londres, 1882, p. 67. 298 En un aviso de 1675, los direct ores de Bet hléem piden que no se confundan " los enferm os guardados en el hospit al para ser curados" y quienes no son m ás que " m endigos y vagabundos" . 295 83 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com sangrados a m ás t ardar a fines del m es de m ayo, según el t iem po; después de la sangría, deben t om ar vom it ivos una vez por sem ana, durant e ciert o núm ero de sem anas. Después los purgam os. Ello se pract icó durant e años ant es de m i época, y m e fue t ransm it ido por m i padre; no conozco práct ica m ej or. " 299 Falso sería considerar que el int ernam ient o de los insensat os en los siglos XVI I y XVI I I era una m edida de policía que no present ara problem as, o que m anifest ara por lo m enos una insensibilidad uniform e al caráct er pat ológico de la alienación. Aun en la práct ica m onót ona del int ernam ient o, la locura t iene una función variada. Se encuent ra ya en falso en el int erior de ese m undo de la sinrazón que la envuelve en sus m uros y la obsesiona con su universalidad; pues si bien es ciert o que, en ciert os hospit ales, los locos t ienen un lugar reservado que les asegura un est at ut o casi m édico, la m ayor part e de ellos reside en casas de int ernam ient o, y lleva allí una exist encia parecida a la de los det enidos. Por rudim ent arios que sean los cuidados m édicos adm inist rados a los insensat os del Hôt el- Dieu o de Bedlam , son, sin em bargo, la razón de ser o al m enos la j ust ificación de su presencia en esos hospit ales. En cam bio, no se t rat a de ello en los diferent es edificios del Hospit al General. Los reglam ent os habían previst o un solo m édico que debía residir en la Piedad, con la obligación de visit ar dos veces por sem ana cada una de las casas del Hospit al. 300 No podía t rat arse m ás que de un cont rol m édico a dist ancia, no dest inado a cuidar a los int ernados com o t ales, sino sólo a los que caían enferm os: prueba suficient e de que los locos int ernados no eran considerados com o enferm os por el solo hecho de su locura. En su Ensayo sobre la t opografía física y m édica de París, que dat a de fines del siglo XVI I I , Audin Rouvière explica cóm o " la epilepsia, los hum ores fríos, la parálisis, dan ent rada en la casa de Bicêt re; pero... su curación no se int ent a con ningún rem edio... así, un niño de diez a doce años, adm it ido en est a casa, a m enudo por convulsiones nerviosas consideradas epilépt icas, cont rae, en m edio de verdaderos epilépt icos, la enferm edad que no padece, y no t iene, en la larga carrera de que su edad le ofrece la perspect iva, ot ra esperanza de curación que los esfuerzos, rara vez com plet os, de la nat uraleza" . En cuant o a los locos " son j uzgados incurables cuando llegan a Bicêt re y no reciben ningún t rat am ient o... pese a la nulidad del t rat am ient o para los locos... varios ent re ellos recobran la razón" . 301 De hecho, est a ausencia de cuidados m édicos, con la sola excepción de la visit a prescrit a, pone al Hospit al General poco m ás o m enos en la m ism a sit uación de t oda cárcel. Las reglas que se im ponen allí son, en sum a, las que prescribe la ordenanza penal de 1670 para el buen orden de t odas las prisiones: " Ordenam os que las prisiones sean seguras y dispuest as de m odo que la salud de los presos no sea afect ada. Conm inam os a los carceleros y celadores a que visit en a los presos encerrados en las m azm orras al m enos una vez cada día, y que den aviso a nuest ros procuradores de los que se encuent ren enferm os, para que sean visit ados por los m édicos y ciruj anos de las cárceles, si los hay" . 302 Si hay un m édico en el Hospit al General, no es porque se t enga conciencia de encerrar allí a enferm os; es que se t em e a la enferm edad de los que ya est án 299 D. H. Tuke, ibid., pp. 79- 80. El prim ero de esos m édicos fue Raym ond Finot ; después Ferm elhuis, hast a 1725; después, l'Epy ( 1725- 1762) , Gaulard ( 1762- 1782) ; finalm ent e, Philip ( 1782- 1792) . En el curso del siglo XVI I I 300 fueron ayudados por asist ent es. Cf. Delaunay, Le Monde m édical parisien au XVI I I E siècle, pp. 72- 73. En Bicêt re, a fines del siglo XVI I I había un ciruj ano que est aba obt eniendo m aest ría con sus visit as a la enferm ería diariam ent e, con dos com pañeros y algunos discípulos. ( Mém oires de P. Richard, m s. de la Bibliot hèque de la Ville de Paris, fº 23. ) 301 Audin Rouvière, Essai sur la t opographie physique et m édicale de Paris. Disert ación sobre las sust ancias que pueden influir sobre la salud de los habit ant es de est a ciudad, París, año I I , pp. 105- 107. 302 Tit ulo XI I I , en I sam bert , Recueil des anciennes lois, París, 1821- 1833, X, VI I I , p. 393. 84 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com int ernados. Se t iene m iedo a la célebre " fiebre de las prisiones" . En I nglat erra era frecuent e cit ar el caso de presos que habían cont agiado a sus j ueces durant e las sesiones del t ribunal, y se recordaba que algunos int ernados, después de su liberación, habían t ransm it ido a sus fam ilias el m al cont raído allá: 303 " Hay ej em plos, asegura Howard, de esos efect os funest os sobre hom bres acum ulados en ant ros o t orres, donde el aire no puede renovarse... est e aire put refact o puede corrom per el corazón de un t ronco de roble, donde sólo penet ra a t ravés de la cort eza y la m adera. " 304 Los cuidados m édicos se incorporan a la práct ica del int ernado para prevenir ciert os efect os; 110 const it uyen ni su sent ido ni su proyect o. El int ernam ient o no es un prim er esfuerzo hacia una hospit alización de la locura, baj o sus diversos aspect os m órbidos. Const it uye, ant es bien, una hom ologación de alienados a t odas las ot ras casas correccionales, com o de ello t est im onian esas ext rañas fórm ulas j urídicas que no confían los insensat os a los cuidados del hospit al, sino que los condenan a perm anecer allí. Se encuent ran en los regist ros de Bicêt re m enciones com o ést a: " Transferido de la Conserj ería en virt ud de una orden del Parlam ent o que lo condena a ser det enido y encerrado a perpet uidad en el cast illo de Bicêt re, y a ser t rat ado allí com o los ot ros insensat os. " 305 Ser t rat ado com o los ot ros insensat os: ello no significa ser som et ido a un t rat am ient o m édico, 306 sino seguir el régim en de la corrección, pract icar sus ej ercicios y obedecer a las leyes de su pedagogía. Unos padres que habían m et ido a su hij o en la Caridad de Senlis a causa de sus " furores" y de los " desórdenes de su espírit u" piden su t ransferencia a Saint - Lazare, " no t eniendo int ención de hacer m orir a su hij o, cuando han solicit ado una orden para hacerle encerrar, sino t an sólo pensando en corregirlo y en recobrar su espírit u casi perdido" . 307 El int ernam ient o est á dest inado a corregir, y si se le fij a un t érm ino, no es el de la curación sino, ant es bien, el de un sabio arrepent im ient o. Francisco María Bailly, " clérigo t onsurado, m inorist a, m úsico organist a" , en 1772 es " t ransferido de las prisiones de Font ainebleau a Bicêt re por orden del rey, y allí perm anecerá encerrado t res años" . Después int erviene una nueva sent encia del Prebost azgo, el 20 de sept iem bre de 1773, " ordenando guardar al cit ado Bailly, ent re los débiles de espírit u hast a su perfect o arrepent im ient o" . 308 El t iem po que int errum pe y lim it a el int ernam ient o nunca es m ás que el t iem po m oral de las conversiones y de la sabiduría, el t iem po para que el cast igo surt a su efect o. No es de sorprender que las casas de int ernam ient o t engan el aspect o de prisiones, que a m enudo las dos inst it uciones hayan sido confundidas, hast a el punt o de que se hayan repart ido bast ant e indiferent em ent e los locos en unas y ot ras. Cuando en 1806 se encarga a un com it é est udiar la sit uación de los " pobres lunát icos de I nglat erra" , el com it é enum era 1, 765 locos en las Workhouses, 113 en las casas correccionales. 309 Había, sin duda, bast ant es m ás, en el curso del siglo XVI I I , puest o que Howard evoca, com o un hecho que no es raro, esas prisiones " en que se encierra a los idiot as y los insensat os, porque no 303 Toda la pequeña ciudad de Axm inst er, en el Devonshire, había sido cont am inada de est a m anera en t odo el siglo XVI I I . 304 Howard, loc. cit ., t . I , p. 14. 305 Caso de Claude Rém y. Arsenal, m s. 12685. 306 Sólo a fines del siglo XVI I I se verá aparecer la fórm ula " t rat ado y m edicam ent ado com o los ot ros insensat os" . Orden de 1784 ( caso Louis Bourgeois) : " Transferido de las prisiones de la Conciergerie, en virt ud de una orden del Parlam ent o para ser conducido al m anicom io del cast illo de Bicêt re para ser allí det enido, alim ent ado, t rat ado y m edicado com o los ot ros insensat os. " 307 Arsenal, m s. 11396, ff. 40 y 41. 16 I bid., m s. 12686. 308 309 Cf. D. H. Tuke ( Hist ory of insane, p. 117) : las cifras probablem ent e eran m ucho m ás elevadas, ya que algunas sem anas después, sir Andrew Halliday cuent a 112 locos int ernados en el Norfolk, donde el Com it é sólo había encont rado 42. 85 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com se sabe dónde confinarlos apart e, lej os de la sociedad a la que ent rist ecen o pert urban. Sirven para diversión cruel de los presos y de los espect adores ociosos, en ocasiones que reúnen a m uchas personas. A m enudo, se inquiet an, y at em orizan a quienes est án encerrados con ellos. No se les prest a la m enor at ención" . 310 En Francia, es igualm ent e frecuent e encont rar locos en las prisiones: prim ero, en la Bast illa, después, en provincia, se les encuent ra en Burdeos, en el fuert e de Ha, en el m anicom io de Rennes, en las prisiones de Am iens, de Angers, de Caen, de Poit iers. 311 En la m ayor part e de los hospit ales generales, los insensat os est án m ezclados sin dist inción alguna con t odos los dem ás pensionados o int ernados; sólo los m ás agit ados van a parar a calabozos reservados a ellos: " En t odos los hospicios u hospit ales, se han dej ado a los locos los edificios viej os, deslucidos, húm edos, m al dist ribuidos, no const ruidos para ellos, con excepción de algunas logias, algunas m azm orras const ruidas expresam ent e; los locos furiosos habit an en esas alas separadas; los alienados t ranquilos, los alienados llam ados incurables se confunden con los indigent es, los pobres. En un pequeño núm ero de hospicios se encierra a los presos en el ala llam ada ala de fuerza; esos int ernados habit an con los presos y est án som et idos al m ism o régim en. " 312 Tales son los hechos, en lo que t ienen de m ás esquem át ico. Al reunirlos y agruparlos según sus signos de sim ilit ud, se t iene la im presión de que dos experiencias de la locura se yuxt aponen en los siglos XVI I y XVI I I . Los m édicos de la época siguient e no han sido sensibles m ás que al " pat et ism o" general de la sit uación de los alienados: por doquier, han percibido la m ism a m iseria, por doquier la m ism a incapacidad de curar. Para ello no hay ninguna diferencia ent re las celdas de Bicêt re y las salas del Hôt el- Dieu, ent re Bedlam y cualquier Workhouse. Y sin em bargo, hay un hecho irreduct ible: en ciert os est ablecim ient os no se reciben locos m ás que en la m edida en que son t eóricam ent e curables; en ot ros, no se les recibe m ás que para librarse de ellos o para enm endarlos. Sin duda, los prim eros son los m enos num erosos y los m ás lim it ados; hay m enos de 80 locos en el Hôt el- Dieu; hay varios cient os, quizás un m illar, en el Hospit al General. Pero por m uy desequilibradas que puedan est ar en su ext ensión y su im port ancia num érica, esas dos experiencias t ienen, cada una, su individualidad. La experiencia de la locura com o enferm edad, por lim it ada que sea, no puede negarse. Ella es paradój icam ent e cont em poránea de ot ra experiencia en que la locura proviene del int ernam ient o, del cast igo, de la corrección. Es est a yuxt aposición la que crea un problem a, es ella, sin duda, la que puede ayudarnos a com prender cuál era el est at ut o del loco en el m undo clásico, y a definir el m odo de percepción que de él se t enía. Result a t ent adora la solución m ás sencilla: resolver est a yuxt aposición en una duración im plícit a en el t iem po im percept ible de un progreso. Los insensat os del Hôt el- Dieu, los lunát icos de Bedlam serían los que habían recibido ya el est at ut o de enferm os. Mej or, y ant es que los dem ás, se les había reconocido y aislado y, en su favor, se habría inst it uido un t rat am ient o hospit alario que parece prefigurar ya el que el siglo XI X iba a acordar, por derecho propio, a t odos los enferm os m ent ales. En cuant o a los ot ros, aquellos que se encuent ran indiferenciadam ent e en los hospit ales generales, las workhouses, las casas de corrección y las prisiones, fácilm ent e se inclina uno a pensar que se t rat a de t oda una serie de enferm os que aún no han sido percibidos por una sensibilidad m édica que precisam ent e en esos m om ent os nacía. Es grat o pensar que viej as 310 Howard, loc. cit ., t . I , p. 19. Esquirol, " Des ét ablissem ent s consacrés aux alienes en France" , en Des m aladies m ent ales, t . I I , p. 138. 311 312 I bid., t . I I , p. 137. 86 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com creencias, o aprehensiones propias del m undo burgués encierran a los alienados en una definición de la locura que los asim ila confusam ent e con los crim inales y con t oda la clase de los asociales. Es un j uego, al que se prest an con gust o los hist oriadores de la m edicina, reconocer en los regist ros m ism os del int ernam ient o, y m ediant e la aproxim ación de las palabras, las sólidas cat egorías m édicas ent re las cuales la pat ología ha repart ido, en la et ernidad del saber, las enferm edades del espírit u. Los " ilum inados" y " visionarios" corresponden sin duda a nuest ros alucinados: " visionarios que se im aginan t ener apariciones celest iales" , " ilum inado con revelaciones" ; los débiles y algunos alcanzados por la dem encia orgánica o senil, probablem ent e son designados en los regist ros com o " im béciles" : " im bécil por horribles excesos de vino" , " im bécil que habla siem pre, diciéndose em perador de los t urcos y papa" , " im bécil sin ninguna esperanza de recuperación" ; son t am bién form as de delirio que se encuent ran, caract erizadas sobre t odo por el lado del absurdo pint oresco: " part icular perseguido por gent es que quieren m at arlo" , " hacedor de proyect os descabellados" ; " hom bre cont inuam ent e elect rizado, y a quien se t ransm it en las ideas de ot ro" ; " especie de loco que quiere present ar sus m em orias al Parlam ent o" . 313 Para los m édicos, 314 result a vit al, y m uy reconfort ant e, poder verificar que siem pre ha habido alucinaciones baj o el sol de la locura, siem pre delirios en los discursos de la sinrazón, y que se encuent ran las m ism as angust ias en t odos esos corazones sin reposo. Es que la m edicina m ent al recibe así. las prim eras cauciones de su et ernidad; y si llegara a t ener rem ordim ient os se t ranquilizaría, sin duda, al reconocer que el obj et o de su búsqueda est aba allí, que la aguardaba a t ravés del t iem po. Y luego, para aquel m ism o que llegara a inquiet arse del sent ido del int ernam ient o y de la m anera en que se ha podido inscribir en las inst it uciones de la m edicina, ¿no es reconfort ant e pensar que, de t odos m odos, eran locos los que se encerraba, y que en est a oscura práct ica se ocult aba ya aquello que para nosot ros t om a la figura de una j ust icia m édica inm anent e? A los insensat os que se int ernaba, casi no falt aba m ás que el nom bre de enferm os m ent ales y el est at ut o m édico que se at ribuía a los m ás visibles, a los m ej or reconocidos ent re ellos. Procediendo a sem ej ant e análisis se adquiere sin esfuerzo una buena conciencia en lo que concierne, por una part e, a la j ust icia de la hist oria y, por la ot ra, a la et ernidad de la m edicina. La m edicina se verifica por una práct ica prem édica; y la hist oria queda j ust ificada por una especie de inst int o social, espont áneo, infalible y puro. Bast a con añadir a esos post ulados una confianza est able en el progreso, para sólo t ener que t razar el oscuro cam ino que va del int ernam ient o —diagnóst ico silencioso dado por una m edicina que aún no ha logrado form ularse— hast a la hospit alización, cuyas prim eras form as en el siglo XVI I I prefiguran ya el progreso, e indican sim bólicam ent e el t érm ino de ést e. Pero la desgracia ha querido que las cosas sean m ás com plicadas; y, de m anera general, que la hist oria de la locura no pueda, en caso alguno, servir de j ust ificación, y com o ciencia de apoyo, a la pat ología de las enferm edades m ent ales. La locura, en el devenir de su realidad hist órica, hace posible en un m om ent o dado un conocim ient o de la alienación en un est ilo de posit ividad que la cierne com o enferm edad m ent al; pero no es est e conocim ient o el que form a la verdad de est a hist oria y la anim a secret am ent e desde su origen. Y si, durant e un t iem po, hem os podido creer que est a hist oria t erm inaba allí, ello ocurrió por no haber reconocido que la locura, com o dom inio de experiencia, nunca se agot aba en el conocim ient o m édico o para- m édico que podía t enerse de ella. Y 313 Esas anot aciones se encuent ran en los Tableaux des ordres du roi pour l'incarcérat ion à l'Hôpit al général; y en los Ét at s des personnes dét enues par ordre du roi à Charent on et à Saint - Lazare ( Arsenal) . 314 Encont ram os un ej em plo de est a form a de proceder en Hélène Bonnafous- Sérieux, La Charit é de Senlis. 87 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com sin em bargo, el hecho del int ernam ient o en sí m ism o, podía servir de prueba. Volvam os por un inst ant e a lo que ha podido ser el personaj e del loco ant es del siglo XVI I . Hay t endencia a creer que t odo ha recibido su indicio individual de ciert o hum anit arism o m édico, com o si la figura de su individualidad no pudiese ser m ás que pat ológica. En realidad, m ucho ant es de haber recibido el est at ut o m édico que le dio el posit ivism o, el loco había adquirido —ya en la Edad Media— una especie de densidad personal. I ndividualidad del personaj e, sin duda, m ás que del enferm o. El loco que sim ula a Trist án, el que aparece en el Juego de la enram ada, t ienen ya valores bast ant e singulares para const it uir papeles y ocupar un lugar ent re los paisaj es m ás fam iliares. El loco no ha necesit ado de las det erm inaciones de la m edicina para acceder a su reino de individuo. El anillo con que lo ha rodeado la Edad Media ha bast ado. Pero est a individualidad no ha seguido siendo est able ni t ot alm ent e inm óvil. Se ha deshecho y, de alguna m anera, reorganizado en el curso del Renacim ient o. Desde el fin de la Edad Media se ha encont rado ent regada a la solicit ud de ciert o hum anism o m édico. ¿Baj o qué influencia? No es im posible que el Orient e y el pensam ient o árabe hayan desem peñado en ello un papel det erm inant e. Parece, en efect o, que se hayan fundado, bast ant e pront o en el m undo árabe, verdaderos hospit ales reservados a los locos: quizás en Fez desde el siglo vii, 315 quizás t am bién en Bagdad a fines del siglo XI I , 316 ciert am ent e en el Cairo durant e el siglo siguient e; se pract ica allí una especie de cura de alm as en que int ervienen la m úsica, la danza, los espect áculos y la audición de relat os m aravillosos; son m édicos quienes dirigen la cura y deciden int errum pirla cuando consideran haber t riunfado. 317 En lodo caso, no puede ser azar el hecho de que los prim eros hospit ales de insensat os hayan sido inundados precisam ent e a fines del siglo XV en España. Tam bién es significat ivo que hayan sido los Herm anos de la Merced, m uy fam iliarizados con el m undo árabe, puest o que pract ican el rescat e de caut ivos, los que hayan abiert o el hospit al de Valencia: la iniciat iva había sido t om ada por un herm ano de est a religión, en 1409; ot ros laicos, sobre t odo ricos com erciant es, uno de ellos Lorenzo Salou, se había encargado de reunir los fondos. 318 Después fue en 1425 la fundación del hospit al de Zaragoza, cuyo sabio orden, casi cuat ro siglos después, había de adm irar Pinel: las puert as t ot alm ent e abiert as a los enferm os de t odos los países, de t odos los gobiernos, de t odos los cult os, com o da fe la inscripción urbis et orbis; est a vida de j ardín que pone orden en el desarrollo de los espírit us m ediant e la sabiduría est acional " de las colect as, del t rillaj e, de la vendim ia y de la recolección de los olivos" . 319 En España, asim ism o, habrá hospit ales en Sevilla ( 1436) , Toledo ( 1483) , y Valladolid ( 1489) . Todos esos hospit ales t ienen un caráct er m édico del que sin duda est aban desprovist as las Dollhäuse que exist ían ya en Alem ania 320 o la célebre casa de la Caridad de Upsala. 321 El hecho es que por doquier en Europa se ven aparecer, poco m ás o m enos por est a época, inst it uciones de un t ipo nuevo, com o la Casa di Maniaci, en Padua ( hacia 1410) , o el Asilo de Bérgam o. 322 En los hospit ales se em piezan a reservar salas a los insensat os; a principios del siglo XV se señala la presencia de locos en el Hospit al de Bedlam , que había 315 Cf. Journal of Ment al Science, t . X, p. 256. Cf. Journal of Psychological Medicine, 1850, p. 426. Pero la opinión cont raria fue sost enida por Ullersperger, Die Geschicht e der Psychologie und psychiat rie in Spanien, Würzburg, 1871. 317 F. M. Sandwit h, " The Cairo lunat ic Asylum " , Journal of Ment al Science, vol. XXXI V, pp. 473- 474. 318 El rey de España, después el Papa, el 26 de febrero de 1410, dieron su aut orización. Cf. Laehr, Gedenkt age der Psychiat rie, p. 417. 319 Pinel, Trait é m édico- philosophique, pp. 238- 239. 320 Com o la de St . Gergen. Cf. Kirchhoff, Deut sche I rr enänt e, Berlín, 1921, p. 24. 321 Laehr, Gedenkt age der Psychiat rie. 322 Krafft Ebing, Lehrbuch der psychiat rie, St ut t gart , 1879, t . I , p. 45, not a. 316 88 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com sido fundado a m ediados del siglo XI I I y confiscado por la corona en 1373. En la m ism a época se señalan en Alem ania locales especialm ent e dest inados a los insensat os: prim ero el Narrhäuslern de Nurem berg, 323 después, en 1477, en el Hospit al de Frankfurt , un edificio para los alienados y los Ungehorsam e Kranke; 324 y en Ham burgo se m enciona en 1376 una cist a st olidorum , que t am bién se llam a cust odia fat uorum . 325 Ot ra prueba m ás del est at ut o singular que adquiere el loco, a fines de la Edad Media, es el ext raño desarrollo de la colonia de Gheel: peregrinación frecuent ada sin duda desde el siglo x, que const it uye una aldea en que la t ercera part e de la población est á int egrada por alienados. Present e en la vida cot idiana de la Edad Media, fam iliarizado con su horizont e social, el loco, en el Renacim ient o, es reconocido de ot ro m odo, reagrupado, en ciert a m anera, según una nueva unidad específica: cernido por una práct ica sin duda am bigua que lo aísla del m undo sin darle exact am ent e un est at ut o m édico. Se conviert e en obj et o de una solicit ud y de una hospit alidad que le conciernen, a él precisam ent e, y a ningún ot ro del m ism o m odo. Ahora bien, lo que caract eriza al siglo XVI I no es que haya avanzado, con m ás o m enos rapidez, por el cam ino que conduce al reconocim ient o del loco, y por allí al conocim ient o cient ífico que de él puede t om arse; por el cont rario, ha em pezado a dist inguirlo con m enos claridad; en ciert o m odo, le ha reabsorbido en una m asa indiferenciada. Ha confundido las líneas de un rost ro que se había individualizado ya desde hacía siglos. Por relación al loco de los Narrt ürm er y de los prim eros asilos de España, el loco de la época clásica, encerrado con los enferm os venéreos, los degenerados, los libert inos, los hom osexuales, ha perdido los indicios de su individualidad; se disipa en una aprehensión general de la sinrazón. ¡Ext raña evolución de una sensibilidad que parece perder la fineza de su poder de diferenciación y ret rogradar hacia form as m ás m asivas de la percepción! La perspect iva se vuelve m ás uniform e. Diríase que, en m edio de los asilos del siglo XVI I , el loco se pierde ent re la grisalla, hast a el punt o que es difícil seguir su rast ro, hast a el m ovim ient o de reform a que precede en poco a la Revolución. De est a " involución" puede ofrecer no pocos signos el siglo XVI I , en el curso m ism o de su desarrollo. Se puede aprehender en vivo la alt eración que sufren ant es del fin del siglo los est ablecim ient os que en su origen parecen haber est ado designados, m ás o m enos com plet am ent e, a los locos. Cuando los Herm anos de la Caridad se inst alan en Charent on, el 10 de m ayo de 1645, se t rat a de est ablecer un hospit al que debe recibir a los enferm os pobres, ent re ellos los insensat os. Charent on no se dist ingue en nada de los hospit ales de la Caridad, que no han dej ado de m ult iplicarse por Europa desde la fundación, en 1640, de la orden de San Juan de Dios. Pero ant es del fin del siglo XVI I , se hacen anexos a los edificios principales dest inados a t odos los que se encierra: correccionarios, locos, pensionarios por orden de det ención. En 1720 se m enciona por prim era vez, en una capit ular, una " casa de reclusión" ; 326 debía de exist ir desde hacía algún t iem po, puest o que en aquel año, apart e de los propios enferm os, había un t ot al de 120 pensionarios: t oda una población en la que llegan a perderse los alienados. La evolución fue m ás rápida aún en Saint Lazare. Si hem os de creer a sus prim eros biógrafos, San Vicent e de Paúl había dudado, durant e ciert o t iem po, ant es de hacerse cargo, para su congregación, de 323 Señalado en el libro del arquit ect o Tucker: Pey der spit all- pruck das narrhewslein gegen dem Karll Holt zschm er uber. Cf. Kirchhoff, ibid., p. 14. 324 Kirchhoff, ibid., p. 20. 325 Cf. Beneke, loc. cit . 326 Cf. Esquirol, " Mém oire hist orique et st at ist ique sur la m aison royale de Charent on" , en Trait é des m aladies m ent ales, t . I I , pp. 204 y 208. 89 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com est e ant iguo leprosario. Finalm ent e, un argum ent o lo decidió: la presencia en el " priorat o" de algunos insensat os, a los que él quiso ofrecer sus cuidados. 327 Quit em os al relat o lo que puede t ener de int ención volunt ariam ent e apologét ica, y lo que puede at ribuir al sant o, por ret rospección, de sent im ient os hum anit arios. Es posible, si no probable, que se hayan podido evit ar ciert as dificult ades concernient es a la at ribución de est e leprosario y de sus considerables bienes, que seguían pert eneciendo a los caballeros de San Lázaro, haciendo del lugar un hospit al para los " pobres insensat os" . Pero m uy pront o se la convirt ió en " Casa de fuerza para las personas det enidas por orden de su m aj est ad" ; 328 y los insensat os que allí se encont raban pasaron, por el hecho m ism o, al régim en correccional. Bien lo dice Pont chart rain, quien escribe al t enient e d'Argenson, el 10 de oct ubre de 1703: " Vos sabéis que esos señores de San Lázaro desde hace t iem po han sido acusados de t rat ar a los det enidos con m ucha dureza, y aun de im pedir que quienes allí son enviados com o débiles de espírit u o por sus m alas cost um bres, hagan saber su m ej oría a sus padres, a fin de guardarlos m ás t iem po. " 329 Y es indudablem ent e un régim en de prisión el que evoca el aut or de la Relación Sum aria cuando evoca el paseo de los insensat os: " Los herm anos sirvient es, o ángeles guardianes de los alienados, les hacen pasear por el pat io de la casa, después de la com ida, los días laborales, y los conducen a t odos j unt os, bast ón en m ano, com o si fuesen un rebaño de borregos, y si algunos se apart an un m ínim o del rebaño, o no pueden avanzar t an rápidam ent e com o los ot ros, los at acan a golpe de bast ón, de m anera t an ruda que se ha vist o a algunos quedar im pedidos, y a ot ros a los que les han part ido la cabeza, y que han m uert o de los golpes recibidos. " 330 Podría creerse que allí sólo hay una ciert a lógica propia del int ernam ient o de los locos, en la m edida en que escapa de t odo cont rol m édico: gira ent onces, según t oda necesidad, hacia la prisión. Pero parece que se t rat a de una cosa t ot alm ent e dist int a de una especie de fat alidad adm inist rat iva; pues no son solam ent e las est ruct uras y las organizaciones las que est án aplicadas, sino la conciencia que se t om a de la locura. Es ést a la que sufre un desplazam ient o, y ya no llega a percibir un asilo de insensat os com o un hospit al, sino, cuando m ucho, com o una casa correccional. Cuando se crea un ala de celdas en la Caridad de Senlis, en 1675, se dice prim ero que est á reservada " a los locos, a los libert inos, y a ot ros que el gobierno del rey hace encerrar" . 331 De una m anera m uy concret a se hace pasar al loco del regist ro del hospit al al de la corrección y, dej ando borrarse así los signos que le dist inguían, se le envuelve en una experiencia m oral de la sinrazón que es de una calidad t ot alm ent e dist int a. Bast e recordar el t est im onio de un solo ej em plo. Se había reconst ruido Bedlam en la segunda m it ad del siglo XVI I ; en 1703, Ned Ward hace decir a uno de los personaj es de su London Spy: " Verdaderam ent e, creo que est án locos los que han const ruido un edificio t an cost oso para cerebros pert urbados ( for a crack brain societ y) . Diré que es una lást im a que un edificio t an bello no sea habit ado por gent es que t uviesen 327 Cf. Collet , Vie de Saint Vincent de Paul ( 1818) , t . I , pp. 310- 312. " Tenía por ellos la t ernura de una m adre hacia su hij o" . 328 B. N., col. " Joly de Fleury" , m s. 1309. 329 Cit ado en J. Vié, Les Aliénés et correct ionnaires à Saint - Lazare aux XVI I E et XVI I I E siècles, París, 1930. 330 Une relat ion som m aire et fidèle de l'affreuse prison de Saint - Lazare, col. Joly de Fleury, 1415. Del m ism o m odo, las Pet it es- Maisons se conviert en en lugar de int ernam ient o después de haber sido lugar de hospit alización, com o lo prueba est e t ext o de fines del siglo XVI : " Tam bién se reciben en dicho hospit al pobres alienados de bienes y de espírit u, que corren por las calles com o locos insensat os, varios de los cuales, con el t iem po y con el buen t rat o que se les hace, vuelven al buen sent ido y a la salud" ( t ext o cit ado en Font anou, Édit s et ordonnances des rois de France, Paris, 1611, I , p. 921) . 331 Hélène Bonnafous- Sérieux, loc. cit ., p. 20. 90 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com conciencia de su buena suert e. " 332 Lo que se ha producido ent re el final del Renacim ient o y el apogeo de la época clásica no es, por lo t ant o, t an sólo una evolución de las inst it uciones; es una alt eración de la conciencia de la locura; son los asilos de int ernado, las prisiones y las correccionales las que, en adelant e, represent arán est a conciencia. Puede haber alguna paradoj a en encont rar en una m ism a época locos en las salas del hospit al e insensat os ent re los correccionarios y los prisioneros, pero ello est á lej os de ser el signo de un progreso en vías de com plet arse, de un progreso que vaya de la prisión a la casa de salud, del encarcelam ient o a ¡a t erapéut ica. De hecho, los locos que est án en el hospit al encarnan, a lo largo de t oda la época clásica, un est ado de cosas superado; ellos nos rem it en a est a época —desde el fin de la Edad Media hast a el Renacim ient o— en que el loco era reconocido y aislado com o t al, aún fuera de un est at ut o m édico preciso. Por el cont rario, los locos de los Hospit ales Generales, de las Workhouses, de las Zucht hausern nos rem it en a ciert a experiencia de la sinrazón que es cont em poránea rigurosa de la época clásica. Si bien es ciert o que hay un desplazam ient o cronológico ent re esas dos m aneras de t rat ar a los insensat os, no es el hospit al el que pert enece al est rat o geológico m ás recient e; form a, por el cont rario, una sedim ent ación arcaica. La prueba de ello es que no ha dej ado de ser at raído hacia las casas de int ernam ient o por una especie de gravit ación, y que ha sido com o asim ilado, hast a el punt o de confundirse casi com plet am ent e con ellas. Desde el día en que Bedlam , el hospit al para los lunát icos curables, fue abiert o a quienes no lo eran ( 1733) , ya no hubo diferencia not able con nuest ros hospit ales generales, o con ninguna casa correccional. San Lucas m ism o, aunque t ardíam ent e fundado, en 1751, para aliviar a Bedlam , no escapa de est a at racción del est ilo correccional. Cuando Tuke, a fines del siglo, lo visit ará, anot ará en la libret a en que relat a lo que ha podido observar: " El superint endent e j am ás ha encont rado gran vent aj a en la práct ica de la m edicina... él piensa que el secuest ro y la coacción pueden im ponerse con vent aj a, com o cast igo, y de m anera general est im a que el m iedo es el principio m ás eficaz para reducir a los locos a una conduct a ordenada. " 333 Analizar el int ernam ient o com o se le hace de m anera t radicional, poniendo en la cuent a del pasado t odo lo que t oca aún al aprisionam ient o, y en la cuent a del porvenir en form ación lo que dej a presagiar ya el hospit al psiquiát rico, es alt erar los dat os del problem a. De hecho, los locos, quizá baj o la influencia del pensam ient o y de la ciencia árabes, han sido colocados en est ablecim ient os especialm ent e designados para ello, algunos de los cuales, sobre t odo en la Europa m eridional, se parecían a los hospit ales lo bast ant e para t rat arlos allí, al m enos parcialm ent e, com o enferm os. De ese est at ut o, adquirido desde hacía t iem po, t est im oniarán algunos hospit ales a t ravés de la época clásica, hast a el t iem po de la gran reform a. Pero alrededor de esas inst it uciones- t est igos, el siglo XVI I inst aura una experiencia nueva, en que la locura anuda parent escos desconocidos con figuras m orales y sociales que aún le eran aj enas. No se t rat a aquí de est ablecer una j erarquía, ni de m ost rar que la época clásica ha const it uido una regresión por relación al siglo XVI , en el conocim ient o que t om ó de la locura. Com o verem os, los t ext os m édicos de los siglos XVI I y XVI I I bast arán para probar lo cont rario. Solam ent e, liberando a las cronologías y asociaciones hist óricas de t oda perspect iva de " progreso" , rest it uyendo a la hist oria de la experiencia un m ovim ient o que no t om a nada de la finalidad del conocim ient o ni de la ort ogénesis del saber, se t rat a de dej ar aparecer el diseño 332 333 Ned Ward, London Spy, Londres, 1700; reed. de 1924, p. 61. Cit ado en D. H. Tuke, Chapt ers in t he hist ory of t he insane, pp. 9, 90. 91 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com y las est ruct uras de esa experiencia de la locura, t al com o lo ha hecho el clasicism o. Est a experiencia no es ni un progreso ni un ret ardo por relación a ot ra. Si es posible hablar de una baj a del poder de discrim inación en la percepción de la locura, si es posible decir que el rost ro del insensat o t iende a borrarse, ello no es ni un j uicio de valor ni aun el enunciado puram ent e negat ivo de un déficit del conocim ient o; es una m anera, aún t ot alm ent e ext erior, de enfocar una experiencia m uy posit iva de la locura, experiencia que, dando al loco la precisión de una individualidad y de una est at ura con que lo había caract erizado el Renacim ient o, lo engloba en una experiencia nueva, y le prepara, m ás allá del cam po de nuest ra experiencia habit ual, un nuevo rost ro: aquel m ism o en que la ingenuidad de nuest ro posit ivism o creerá reconocer la nat uraleza de t oda locura. La hospit alización yuxt apuest a al int ernam ient o debe ponernos alert a ant e el indicio cronológico caract eríst ico de esas dos form as inst it ucionales, y m ost rar con bast ant e claridad que el hospit al no es la verdad próxim a de la casa correccional. No por ello dej a de ser ciert o que, en la experiencia global de la sinrazón en la época clásica, esas dos est ruct uras se m ant ienen; si una es m ás nueva y m ás vigorosa, la ot ra no queda j am ás t ot alm ent e reducida. Y en la percepción social de la locura, en la conciencia sincrónica que la aprehende, se debe encont rar, pues, est a dualidad: a la vez fisura y equilibrio. El reconocim ient o de la locura en el derecho canónico, com o en el derecho rom ano, est aba ligado a su diagnóst ico por la m edicina. La conciencia m édica est aba im plicada en t odo j uicio de alienación. En sus Cuest iones m édico- legales, redact adas ent re 1624 y 1650, Zacchias hacía el balance preciso de t oda la j urisprudencia crist iana concernient e a la locura. 334 Para t odas las causas de dem ent ia et rat ionis laesione et m orbis óm nibus qui rat ionem laedunt , Zacchias es concluyent e: sólo el m édico es com pet ent e para j uzgar si un individuo est á loco y qué grado de capacidad le dej a su enferm edad. ¿No es significat ivo que est a obligación rigurosa —que un j urist a form ado en la práct ica del derecho canónico adm it e com o evidencia— sea un problem a 150 años después, ya en t iem pos de Kant , 335 y que at ice t oda una polém ica en la época de Heim ot h, y después en la de Elias Régnault ?336 Est a part icipación del m édico com o expert o ya no será reconocida com o algo nat ural; habrá que est ablecerla con nuevos t ít ulos. Ahora bien, para Zacchias, la sit uación aún es perfect am ent e clara: un j urisconsult o puede reconocer un loco por sus palabras, cuando no es capaz de ponerlas en orden; puede reconocerlo t am bién por sus acciones: incoherencia de sus gest os, o absurdo de sus act os civiles: se habría podido adivinar que Claudio est aba loco, con sólo considerar que, com o por heredero, había preferido Nerón a Brit ánico. Pero ellos no son, aún, m ás que present im ient os: sólo el m édico podrá t ransform arlos en cert idum bre. Tiene, a disposición de su experiencia, t odo un sist em a de señales; en la esfera de las pasiones, una t rist eza cont inua e inm ot ivada denuncia la m elancolía; en el dom inio del cuerpo, la t em perat ura perm it e dist inguir el frenesí de t odas las form as apirét icas del furor; la vida del suj et o, su pasado, los j uicios que han podido hacerse sobre él desde su infancia, t odo ello cuidadosam ent e pesado puede aut orizar al m édico a ofrecer un j uicio, y a decret ar si hay enferm edad o no. Pero la t area del m édico no t erm ina con est a 334 Prot om édico en Rom a, Zacchias ( 1584- 1659) a m enudo había sido consult ado por el t ribunal de la Rot a para que diera su opinión de expert o en asunt os civiles y religiosos. De 1624 a 1650 publicó sus Quaest iones m edico- legales. 335 Von der Macht des Gem üt hs durch den blossen Vors at z seiner krankhaft en Gefühlen Meist er sein, 1797. 336 Heinrot h, Lehrbuch der St örungen des Seelenlebens, 1818. Elias Régnault , Du degré de com pét ence des m édecins, París, 1828. 92 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com decisión; debe com enzar un t rabaj o m ás sut il. Hay que det erm inar cuáles son las facult ades afect adas ( m em oria, im aginación o razón) , de qué m anera y hast a qué grado. Así, la razón es dism inuida en la fat uit as; queda pervert ida superficialm ent e en las pasiones, profundam ent e en el frenesí y en la m elancolía; finalm ent e, la m anía, el furor y t odas las form as m órbidas del sueño la suprim en por com plet o. Siguiendo el hilo de esas diferent es cuest iones, es posible analizar los com port am ient os hum anos, y det erm inar en qué m edida se les puede poner en la cuent a de la locura. Por ej em plo, hay casos en que el am or es alienación. Desde ant es de apelar al expert o m édico, el j uez puede percibirlo, si observa en el com port am ient o del suj et o una coquet ería excesiva, una búsqueda perpet ua de adornos y perfum es, o si t iene ocasión de verificar su presencia en una calle poco frecuent ada donde pase una m uj er bonit a. Pero t odos esos signos no hacen m ás que esbozar una probabilidad: de reunirse t odos, aún no det erm inarían la decisión. Al m édico corresponde descubrir las m arcas indudables de la verdad. ¿Ha perdido el apet it o y el sueño el suj et o?, ¿t iene los oj os hundido?, ¿se abandona en largos rat os a la t rist eza? Es que su razón ya est á pervert ida, y ha sido alcanzado por est a m elancolía del am or que Hucherius define com o " la enferm edad at rabiliaria de un alm a que desvaría, engañada por el fant asm a y la falsa est im ación de la belleza" . Pero si, cuando el enferm o percibe al obj et o de su llam a, sus oj os se m uest ran huraños, su pulso se acelera y parece presa de una gran agit ación desordenada, ya debe ser considerado com o irresponsable, ni m ás ni m enos que cualquier m aníaco. 337 Los poderes de decisión se rem it en al j uicio m édico; él y sólo él puede int roducir a alguien en el m undo de la locura; él y sólo él perm it e dist inguir al hom bre norm al del insensat o, al crim inal del alienado irresponsable. Ahora bien, la práct ica del int ernam ient o est á est ruct urada según un t ipo t ot alm ent e dist int o; no se ordena por una decisión m édica. Proviene de ot ra conciencia. La j urisprudencia del int ernam ient o es bast ant e com plej a en lo que concierne a los locos. Si se t om an los t ext os al pie de la let ra, parece que siem pre se requiere un part e m édico: en Bedlam , hast a 1733 se exige un cert ificado en que const e que el enferm o puede ser t rat ado, es decir, que no es un idiot a de nacim ient o, o que no es víct im a de una enferm edad perm anent e. 338 En cam bio, en las Casas Pequeñas se pide un cert ificado en que se declare que ha sido at endido en vano y que su enferm edad es incurable. Los parient es que quieren colocar a un m iem bro de su fam ilia ent re los insensat os de Bicêt re deben dirigirse al j uez que " ordenará en seguida la visit a del m édico y del ciruj ano al insensat o; ellos harán su inform e y lo deposit arán en la escribanía" . 339 Pero, t ras esas precauciones adm inist rat ivas, la realidad es m uy dist int a. En I nglat erra, es el j uez de paz el que t om a la decisión de decret ar el int ernam ient o, ya se lo haya pedido la fam ilia del suj et o, ya sea que, por sí m ism o, lo considere necesario para el buen orden de su dist rit o. En Francia, el int ernam ient o a veces es decret ado por una sent encia del t ribunal, cuando el suj et o ha quedado convict o de un delit o o de un crim en. 340 El com ent ario de la ordenanza penal de 1670 est ablece la locura com o falso j ust ificat ivo, cuya prueba no se adm it e m ás que después de la vist a del proceso; si después de obt ener inform ación sobre la vida del acusado, se verifica 337 Zacchias, Quaest iones m édico- legales, lib. I I , t ít ulo I . Cf. Falret , Des m aladies m ent ales et les asiles d'aliénés, París, 1864, p. 155. 339 Form alit és à rem plir pour l'adm ission des insensés à Bicêt re ( docum ent o cit ado por Richard, Hist oire de Bicét re, París, 1889) 340 En ese caso, se encuent ran en los regist ros del Hospit al de París m enciones de est e género: " Transferido de las prisiones de la Conserj ería en virt ud de una orden del Parlam ent o para ser conducido... " 338 93 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com el desorden de su espírit u, los j ueces deciden que lo debe guardar su fam ilia, o bien int ernarlo en el hospit al o en un m anicom io " para ser t rat ado allí com o los ot ros insensat os" . Es m uy raro ver a los m agist rados recurrir a un part e m édico, aunque desde 1603 se hayan nom brado " en t odas las buenas ciudades del reino dos personas del art e de la m edicina y de la cirugía, de la m ej or reput ación, probidad y experiencia, para hacer las visit as y los inform es en j ust icia" . 341 Hast a 1692, t odos los int ernam ient os de Saint - Lazare eran hechos por orden del m agist rado y, apart e de lodo cert ificado m édico, llevan las firm as del prim er president e, del t enient e civil, del t enient e del Chât elet , o de los t enient es generales de provincia; cuando se t rat a de religiosos, las órdenes son firm adas por los obispos y los capít ulos. La sit uación se com plica y se sim plifica a la vez al final del siglo XVI I : en m arzo de 1667 se crea el cargo de t enient e de policía; 342 m uchos int ernam ient os ( en su m ayor part e, en París) , se harán a pet ición suya, con la única condición de que sea cont rafirm ada por un m inist ro. A part ir de 1692, el procedim ient o m ás frecuent e es, sin duda, la cart a de orden del rey. La fam ilia, o los int eresados, hacen la dem anda al rey, quien accede y la ent rega después de ser firm ada por un m inist ro. Algunas de esas dem andas van acom pañadas de cert ificados m édicos. Pero esos casos son los m enos. 343 De ordinario, es la fam ilia, la vecindad o el cura de la parroquia quienes son invit ados a prest ar t est im onio. Los parient es m ás próxim os t ienen la m ayor aut oridad para hacer valer sus quej as o sus aprehensiones en la pet ición de int ernam ient o. Se vela, t ant o com o es posible, por obt ener el consent im ient o de t oda la fam ilia, o, en t odo caso, por conocer las razones de rivalidad o de int erés que, llegado el caso, im piden obt ener est a unanim idad. 344 Pero se da el caso de que los parient es m ás lej anos y aun los vecinos pueden obt ener una m edida de int ernam ient o, en la cual no quería consent ir la fam ilia. 345 Tan ciert o es ello que en el siglo XVI I la locura se conviert e en asunt o de sensibilidad social; 346 al acercarse así al crim en, al desorden, al escándalo, puede ser j uzgada, com o ellos, por las form as m ás espont áneas y m ás prim it ivas de est a sensibilidad. Lo que puede det erm inar y aislar al hecho de la locura no es t ant o una ciencia m édica com o una conciencia suscept ible de escándalo. En est a m edida, los represent ant es de la I glesia est án en sit uación m ás privilegiada aún que los represent ant es del Est ado para j uzgar a la locura. 347 Cuando en 1784 Bret euil lim it ará el uso de las órdenes del rey, y pront o las hará caer en desuso, insist irá para que, en la m edida de lo posible, el int ernam ient o no ocurra ant es del procedim ient o j urídico de la int erdicción. Precaución relacionada con lo arbit rario del expedient e de la fam ilia y de las órdenes del rey. Pero no para rem it irse m ás obj et ivam ent e a la aut oridad de la m edicina; por el cont rario, es para hacer pasar el poder de decisión a una aut oridad j udicial que no t enga que recurrir al m édico. La int erdicción, en efect o, no com port a ningún perit aj e m édico; es un 341 Est a ordenanza fue com plet ada en 1692 por ot ra que preveía dos expert os en t oda ciudad que poseyera cort e, obispado, presidio o com isaría principal: sólo habrá uno en los ot ros burgos. 342 Oficio que una ordenanza de 1699 decide generalizar " en cada una de las ciudades y lugares de nuest ro reino en que el est ablecim ient o sea j uzgado necesario" . 343 Cf., por ej em plo, cart a de Bert in a La Michodière, a propósit o de una dam a Rodeval ( Arch. Seine Marit im e C 52) ; cart a del subdelegado de la elección de Saint - Venant a propósit o del Sr. Roux ( Arch. Pas- de- Calais; 709, fº 165) . 344 " No podrías exagerar las precauciones en los punt os siguient es: el prim ero, que las m em orias sean firm adas de los parient es, pat ernos y m at ernos m ás próxim os; el segundo, t ener una not a exact a de quienes no hayan firm ado y de las razones que les hayan im pedido hacerlo, t odo ello independient em ent e de la verificación exact a de su exposición" ( cit ado en Joly, Let t res de cachet dans la généralit é de Caen au XVI I I E siècle) . 345 Cf. el caso de Lecom t e: Arch. Aisne C 677. 346 Cf. Mem oria a propósit o de Louis François Soucanye de Moreuil. Arsenal, m s. 12684. 347 Cf. por ej em plo, el t est im onio cit ado por Locard ( loc. cit .) , p. 172. 94 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com asunt o que debe arreglarse por com plet o ent re las fam ilias y la aut oridad j urídica. 348 El int ernam ient o y las práct icas de j urisprudencia que han podido det erm inarse a su alrededor de ninguna m anera han perm it ido una aut oridad m ás rigurosa del m édico sobre el insensat o. Por el cont rario, parece que cada vez m ás se t endió a prescindir de ese cont rol m édico que, en el siglo XVI I , est aba previst o en el reglam ent o de ciert os hospit ales, y a " socializar" cada vez m ás el poder de decisión que debe reconocer la locura donde ést a se encuent re. No es nada sorprendent e que, a principios del siglo XI X, se discut a aún, com o cuest ión no resuelt a, la act it ud de los m édicos para reconocer la alienación y diagnost icarla. Lo que Zacchias, heredero de t oda la t radición del derecho crist iano, acordaba sin vacilar a la aut oridad de la ciencia m édica, un siglo y m edio después podrá im pugnarlo Kant , y pront o Régnault lo rechazará por com plet o. El clasicism o y m ás de un siglo de int ernam ient o habían hecho esa labor. Si t om am os las cosas al nivel de los result ados, parece que sólo se haya hecho una t ransición ent re una t eoría j urídica de la locura, bast ant e elaborada para discernir, con ayuda de la m edicina, sus lím it es y sus form as, y una práct ica social, casi policíaca, que la capt a de una m anera m asiva, ut iliza form as de int ernam ient o que ya han sido preparadas para la represión, y olvida seguir en sus sut ilezas las dist inciones que se reservan por y para el arbit raj e j udicial. Transición que, a prim era vist a, podría creerse com plet am ent e norm al, o al m enos com plet am ent e habit ual: la conciencia j urídica t enía la cost um bre de ser m ás elaborada y m ás fina que las est ruct uras que deben servirla o las inst it uciones en las cuales parece realizarse. Pero esa t ransición t om a su im port ancia decisiva y su valor part icular si pensam os que la conciencia j urídica de la locura había sido elaborada desde hacía largo t iem po, después de haberse const it uido a lo largo de la Edad Media y del Renacim ient o, a t ravés del derecho canónico y de los rest os del derecho rom ano, ant es de que se inst aurase la práct ica del int ernam ient o. Est a conciencia no es una ant icipación de ella. Una y ot ra pert enecen a dos m undos dist int os. La una se deriva de ciert a experiencia de la persona com o suj et o de derecho, cuyas form as y obligaciones analiza; la ot ra pert enece a ciert a experiencia del individuo com o ser social. En un caso, hay que analizar la locura en las m odificaciones que no puede dej ar de aport ar al sist em a de las obligaciones; en el ot ro, hay que t om arla con t odos los parent escos m orales que j ust ifican la exclusión. En t ant o que suj et o de derecho, el hom bre se libera de su responsabilidad en la m edida m ism a en que est á alienado; com o ser social, la locura lo com prom et e en la vecindad de la culpabilidad. El derecho refinará, indefinidam ent e, su análisis de la locura; y en un sent ido es j ust o decir que sobre el fondo de una experiencia j urídica de la alienación se ha const it uido la ciencia m édica de las enferm edades m ent ales. Ya en las form ulaciones de la j urisprudencia del siglo XVI I se ven surgir algunas de las finas est ruct uras de la psicopat ología. Zacchias, por ej em plo, en la ant igua cat egoría de la fat uit as, de la im becilidad, dist ingue niveles que parecen presagiar la clasificación de Esquirol, y, pront o, t oda la psicología de las debilidades m ent ales. En la prim era fila de un orden decrecient e coloca los " t ont os" que pueden t est im oniar, t est ar, casarse, pero no ingresar en las órdenes sagradas ni adm inist rar un cargo " pues son com o niños que se acercan a la pubert ad" . Después vienen los im béciles propiam ent e dichos ( fat ui) . No se les puede confiar ninguna responsabilidad; su espírit u est á por debaj o de la edad de la raj ón, com o el de los niños de m enos de 348 Cf. art ículo I nt erdit del Dict ionnaire de droit et de prat ique por Cl.- J. de Ferrière, ed. de 1769, t . I I , pp. 48- 50. 95 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com siet e años. En cuant o a los st olidi, los est úpidos, no son ni m ás ni m enos que guij arros; no se les puede aut orizar ningún act o j urídico salvo, quizás, el t est am ent o, si t ienen el suficient e discernim ient o para reconocer a sus parient es. 349 Baj o la presión de los concept os del derecho, y en la necesidad de cernir con precisión la personalidad j urídica, el análisis de la alienación no dej a de afinarse y parece ant icipar t eorías m édicas que lo siguen de lej os. La diferencia es profunda, si com param os con esos análisis los concept os que est án en vigor en la práct ica del int ernam ient o. Un t érm ino com o el de im becilidad sólo t iene valor en un sist em a de equivalencias aproxim adas, que excluye t oda det erm inación precisa. En la Caridad de Senlis encont rarem os un " loco vuelt o im bécil" , un " hom bre ant es loco, hoy espírit u débil e im bécil" ; 350 el t enient e d'Argenson hace encerrar a " un hom bre de una rara especie que se parece a cosas m uy opuest as. Tiene la apariencia del buen sent ido en m uchas cosas y la apariencia de una best ia en m uchas ot ras" . 351 Pero m ás curioso aún es confront ar una j urisprudencia com o la de Zacchias con los m uy raros cert ificados m édicos que acom pañan los expedient es de int ernam ient o. Diríase que nada de los análisis de la j urisprudencia ha pasado por su j uicio. A propósit o de la fat uidad, j ust am ent e, puede leerse, con la firm a de un m édico, un cert ificado com o ést e: " Hem os vist o y visit ado al llam ado Charles Dorm ont , y después de haber exam inado su apariencia, el m ovim ient o de sus oj os, t om ado su pulso y haber seguido t odos sus pasos, haberlo som et ido a varios int errogat orios y recibido sus respuest as, est am os unánim em ent e convencidos de que el cit ado Dorm ont t enía el espírit u m al orient ado y ext ravagant e y que ha caído en una ent era y absolut a dem encia y fat uidad. " 352 Se t iene la im presión, al leer ese t ext o, de que hay dos usos, casi dos niveles de elaboración de la m edicina, según que sea t om ada del cont ext o del derecho o que deba ordenarse según la práct ica social del int ernam ient o. En un caso, pone en j uego las capacidades del suj et o de derecho, y por ello prepara una psicología que m ezclará, en una unidad indecisa, un análisis filosófico de las facult ades y un análisis j urídico de la capacidad de cont rat ar y de obligar. Se dirige a las est ruct uras finas de la libert ad civil. En el ot ro caso, pone en j uego la conduct a del hom bre social, y prepara así una pat ología dualist a, en t érm inos de norm al y de anorm al, de sano y de enferm o, que escinde en dos dom inios irreduct ibles la sencilla fórm ula: " Debe int ernarse" . Est ruct ura espesa de la libert ad social. Uno de los esfuerzos const ant es del siglo XVI I I fue aj ust ar a la ant igua noción j urídica de " suj et os de derecho" la experiencia cont em poránea del hom bre social. Ent re ellas, el pensam ient o polít ico de las Luces post ula a la vez una unidad fundam ent al y una reconciliación siem pre posible m ás allá de t odos los conflict os de hecho. Esos t em as han guiado silenciosam ent e la elaboración del concept o de locura y la organización de las práct icas concernient es. La m edicina posit ivist a del siglo XI X hereda t odo ese esfuerzo de la Aufklärung. Adm it irá com o ya est ablecido y probado que la alienación del suj et o de derecho puede y debe coincidir con la locura del hom bre social, en la unidad de una realidad pat ológica que es a la vez analizable en t érm inos de derecho y percept ible a las form as m ás inm ediat as de la sensibilidad social. La enferm edad m ent al, que la m edicina va a ponerse com o obj et o, se habrá const it uido lent am ent e com o la unidad m ít ica del suj et o j urídicam ent e incapaz, y del hom bre reconocido com o pert urbador del grupo: y ello baj o el efect o del pensam ient o polít ico y m oral del siglo XVI I I . Se ha percibido ya el efect o de ese acercam ient o poco ant es de la Revolución, 349 350 351 352 Zacchias, Quaest iones m edico- legales, libro I I , t ít ulo I , cuest ión 7, Lyon, 1674, pp. 127- 128. Cit ado en Bonnafous- Sérieux, loc. cit ., p. 40. Arsenal, m s. 10928. Cit ado en Devaux, L'Art de faire les rapport s en chirurgie, París, 1703, p. 435. 96 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com cuando en 1784 Bret euil quiere hacer preceder al int ernam ient o de los locos por un procedim ient o j udicial m ás m inucioso, que abarque la int erdicción y la det erm inación de la capacidad del suj et o com o persona j urídica: " Respect o a las personas cuya det ención se exige por causa de alienación de espírit u, la j ust icia y la prudencia exigen" , escribe el m inist ro a los int endent es, " que no propongáis las órdenes ( del rey) m ás que cuando haya una int erdicción propuest a por j uicio" . 353 Lo que prepara el esfuerzo liberal de la últ im a m onarquía absolut a, lo realizará el código civil, haciendo de la int erdicción la condición indispensable para t odo int ernam ient o. El m om ent o en que la j urisprudencia de la alienación se conviert e en condición previa de t odo int ernam ient o es t am bién el m om ent o en que, con Pinel, est á naciendo una psiquiat ría que pret ende t rat ar por prim era vez al loco com o un ser hum ano. Lo que Pinel y sus cont em poráneos considerarán com o un descubrim ient o a la vez de la filant ropía y de la ciencia no es, en el fondo, m ás que la reconciliación de la conciencia dividida del siglo XVI I I . El int ernam ient o del hom bre social logrado en la int erdicción del suj et o j urídico: ello quiere decir que por prim era vez el hom bre alienado es reconocido com o incapaz y com o loco; su ext ravagancia, percibida inm ediat am ent e por la sociedad, lim it a su exist encia j urídica, pero sin rebasarla. Por el hecho m ism o, los dos usos de la m edicina se reconcilian: el que t rat a de definir las est ruct uras finas de la responsabilidad y de la capacidad, y el que sólo ayuda a desencadenar el decret o social del int ernam ient o. Todo ello es de una im port ancia ext rem a para el desarrollo ult erior de la m edicina del espírit u. Ést a, según su form a " posit iva" , no es, en el fondo, m ás que la superposición de dos experiencias que el clasicism o ha yuxt apuest o sin unir j am ás definit ivam ent e: una experiencia social, norm at iva y dicot óm ica de la locura, que gira por com plet o alrededor del im perat ivo del int ernam ient o y se form ula sim plem ent e en est ilo de " sí o no" , " inofensivo o peligroso" , " para int ernarse o no" , y una experiencia j urídica, cualit at iva, sut ilm ent e diferenciada, sensible a las cuest iones de lím it es y de grados, y que busca en t odos los dom inios de la act ividad del suj et o los rost ros polim orfos que puede t om ar la alienación. La psicopat ología del siglo XI X ( y quizás aun la nuest ra) cree sit uarse y t om ar sus m edidas por relación a un hom o nat ura, o a un hom bre norm al dado ant eriorm ent e a t oda experiencia de la enferm edad. De hecho, ese hom bre norm al es una creación; y si hay que sit uarlo, no es en un espacio nat ural, sino en un sist em a que ident ifica el socius al suj et o de derecho; y com o consecuencia, el loco no es reconocido com o t al porque una enferm edad lo ha arroj ado hacia las m árgenes de la norm alidad, sino porque nuest ra cult ura lo ha sit uado en el punt o de encuent ro ent re el decret o social del int ernam ient o y el conocim ient o j urídico que discierne la capacidad de los suj et os de derecho. La ciencia " posit iva" de las enferm edades m ent ales y esos sent im ient os hum anit arios que han ascendido al loco al rango de ser hum ano sólo han sido posibles una vez sólidam ent e est ablecida est a sínt esis, que form a, en ciert o m odo, el a priori concret o de t oda nuest ra psicopat ología con pret ensiones cient íficas. Todo aquello que, desde Pinel, Tuke y Wagnit z, ha podido indignar la buena conciencia del siglo XI X, nos ha ocult ado durant e largo t iem po cuán polim orfa y variada podía ser la experiencia de la locura en la época del clasicism o. Fascinant es han sido la enferm edad desconocida, los alienados en cadenas y 353 Ciert o es que Bret euil añade: " A m enos que las fam ilias no est én t ot alm ent e im posibilit adas de incurrir en los gast os del procedim ient o que debe preceder a la int erdicción. Pero en ese caso, será necesario que la dem encia sea not oria y verificada por t est im onios bien exact os. " 97 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com t oda est a población encerrada por una orden o a inst ancias del t enient e de policía. Pero no se han vist o t odas las experiencias que se ent recruzaban en esas práct icas aparent em ent e m asivas de las que ha podido creerse, a prim era vist a, que est aban poco elaboradas. En realidad, la locura en la época clásica ha quedado dent ro de dos form as de hospit alidad: la de los hospit ales propiam ent e dichos y la del int ernam ient o; ha quedado som et ida a dos form as de localización: una t om ada del universo del derecho, y que usaba sus concept os; la ot ra que pert enecía a las form as espont áneas de la percepción social. Ent re t odos esos aspect os diversos de la sensibilidad a la locura, la conciencia m édica no es inexist ent e; pero t am poco es aut ónom a; a m ayor abundam ient o, no debe suponerse que es ella la que sost iene, ni aun oscuram ent e, a t odas las ot ras form as de experiencia. Sim plem ent e, est á localizada en ciert as práct icas de la hospit alización. Tam bién ocupa un lugar en el int erior del análisis j urídico de la alienación, pero no const it uye lo esencial, ni m ucho m enos. No obst ant e, su papel es de im port ancia en la econom ía de t odas esas experiencias, y en la m anera en que se art iculan las unas sobre las ot ras. Es ella, en efect o, la que hace com unicar las reglas del análisis j urídico y la práct ica del envío de los locos a est ablecim ient os m édicos. En cam bio, difícilm ent e penet ra en el dom inio const it uido por el int ernam ient o y la sensibilidad social que en él se expresa. Todo ello ocurre t an bien que nos parece ver form arse dos esferas aj enas la una a la ot ra. Tal parece que durant e t oda la época clásica, la experiencia de la locura ha sido vivida de dos m odos dist int os. Habría com o un halo de sinrazón alrededor del suj et o de derecho; ést e se ve rodeado por el reconocim ient o j urídico de la irresponsabilidad y de la incapacidad, por el decret o de int erdicción y por la definición de la enferm edad. Habría, por ot ra part e, un halo dist int o de sinrazón, el que rodea al hom bre social y que ciernen a la vez la conciencia del escándalo y la práct ica del int ernam ient o. Sin duda ocurrió que esos dom inios se recubrieran parcialm ent e; pero, por relación del uno al ot ro, siem pre siguieron siendo excént ricos, y han definido dos form as de la alienación esencialm ent e dist int as. La una se t om a com o la lim it ación de la subj et ividad: línea t razada en los confines de los poderes del individuo, y que det erm ina las regiones de su irresponsabilidad; est a alienación designa un proceso por el cual el suj et o queda desposeído de su libert ad por un doble m ovim ient o: el de la locura, nat ural, y el de la int erdicción, j urídico, que le hace caer baj o el poder de Ot ro: ot ro en general, represent ado, en el caso, por el curador. La ot ra form a de alienación designa, por el cont rario, una t om a de conciencia por la cual el loco es reconocido por su sociedad com o ext ranj ero en su propia pat ria; no se le libera de su responsabilidad, se le asigna, al m enos baj o la form a de parent esco y de vecindad cóm plices, una culpabilidad m oral. Se les designa com o el Ot ro, com o el Ext ranj ero, com o el Excluido. El ext raño concept o de " alienación psicológica" , que se creerá fundado en la psicopat ología, no sin que se beneficie, por ciert o, de unos equívocos con que habría podido enriquecerse en ot ro dom inio de la reflexión, ese concept o no es en el fondo m ás que la confusión ant ropológica de esas dos experiencias de la alienación, una que concierne al ser caído en el poder del Ot ro, y encadenado a su libert ad, la segunda que concierne al individuo convert ido en Ot ro, ext raño a la sim ilit ud frat ernal de los hom bres ent re sí. Una se acerca al det erm inism o de la enferm edad, la ot ra, ant es bien, t om a la apariencia de una condenación ét ica. Cuando el siglo XI X decidirá int ernar en el hospit al al hom bre sin razón, y cuando, al m ism o t iem po, hará del int ernam ient o un act o t erapéut ico dest inado a curar a un enferm o, lo hará por una m edida de fuerza que reduce a una unidad 98 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com confusa, pero difícil de desanudar, esos diversos t em as de la alienación y esos m últ iples rost ros de la locura a los cuales el racionalism o clásico siem pre había dej ado la posibilidad de aparecer. 99 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com V. LOS I NSENSATOS Las dos grandes form as de experiencia de la locura que se yuxt aponen en el curso de la época clásica t ienen, cada una, su índice cronológico. No en el sent ido en que una sería una experiencia elaborada, y la ot ra una especie de conciencia burda y m al form ulada; cada una est á claram ent e art iculada en una práct ica coherent e; pero la una ha sido heredada y fue, sin duda, uno de los dat os m ás fundam ent ales de la sinrazón occident al; la ot ra —y es ést a la que debem os exam inar ahora— es una creación propia del m undo clásico. Pese al placer t ranquilizador que puedan encont rar los hist oriadores de la m edicina en reconocer en el gran libro del int ernam ient o el rost ro fam iliar, y para ellos et erno, de las psicosis alucinant es, de las deficiencias int elect uales y de las evoluciones orgánicas o de los est ados paranoicos, no es posible repart ir sobre una superficie nosográfica coherent e las fórm ulas en nom bre de las cuales se ha encerrado a los insensat os. De hecho, las fórm ulas de int ernam ient o no presagian nuest ras enferm edades; revelan una experiencia de la locura que nuest ros análisis pat ológicos pueden at ravesar, pero sin poder, j am ás, com prender en su t ot alidad. Al acaso, he aquí algunos int ernados por " desorden del espírit u" de los que puede encont rarse m ención en los regist ros: " alegador em pedernido" , " el hom bre m ás pleit ist a" , " hom bre m uy m alvado y t ram poso" , " hom bre que pasa noches y días at urdiendo a las ot ras personas con sus canciones y profiriendo las blasfem ias m ás horribles" , " calum niador" , " gran m ent iroso" , " espírit u inquiet o, depresivo y t urbio" . Es inút il pregunt ar si se t rat a de enferm os y hast a qué punt o. Dej em os al psiquiat ra el t rabaj o de reconocer que el " t urbio" es un paranoico o de diagnost icar una neurosis obsesiva en est e " espírit u desarreglado que se hace una devoción a su m odo" . Lo que est á designado en esas fórm ulas no son enferm edades, sino form as de locura percibidas com o el caso ext rem o de defect os. Com o si, en el int ernam ient o, la sensibilidad a la locura no fuera aut ónom a, sino ligada a ciert o orden m oral en que sólo aparece com o pert urbación. Si se leen t odas esas m enciones, colocadas ant e el nom bre de insensat o, se t iene la im presión de encont rarse aún en el m undo de Brant o de Erasm o, m undo en que la locura dirige t oda una ronda de defect os, la danza insensat a de las vidas inm orales. Y, sin em bargo, la experiencia es dist int a. En 1704 es int ernado en Saint - Lazare ciert o abad Bargedé; t iene 70 años y ha sido encerrado para " ser t rat ado com o los ot ros insensat os" ; " su principal ocupación era prest ar dinero con gran int erés, y m edrar con las usuras m ás odiosas y m ás denigrant es para el honor del sacerdocio y de la I glesia. Fue im posible convencerlo de que se arrepint iera de sus excesos y de que creyera que la usura es un pecado. Él considera un honor ser avaro" . 354 Ha sido com plet am ent e im posible " descubrir en él algún sent im ient o de caridad" . Bargedé es insensat o, pero no com o los personaj es em barcados en la Nave de ¡os locos, que lo son en la m edida en que han sido arrast rados por la fuerza viva de la locura. Bargedé es insensat o no porque haya perdido el uso de la razón sino porque, com o hom bre de iglesia, pract ica la usura, no dem uest ra ninguna caridad ni sient e ningún rem ordim ient o, porque ha caído al m argen del orden m oral que le es propio. En ese j uicio, lo que se revela no es la im pot encia a expedir finalm ent e un decret o de enferm edad; t am poco es una t endencia a condenar m oralm ent e la locura, sino el hecho, sin duda esencial para com prender la época clásica, de que la locura se vuelve percept ible para él en la form a de la ét ica. En sus lím it es, paradój icam ent e, el racionalism o podría concebir una locura 354 B. N. Fonds Clairam bault , 986. 100 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com donde la razón ya no est uviera pert urbada, pero que se reconociera en que t oda la vida m oral est uviera falseada, en que la volunt ad fuese m ala. Es en la calidad de la volunt ad y no en la int egridad de la razón donde reside, finalm ent e, el secret o de la locura. Un siglo ant es de que el caso de Sade ponga en duda la conciencia m édica de Royer- Collard 355 es curioso observar que t am bién el t enient e d'Argenson se ha int errogado sobre un caso un t ant o análogo, cercano al genio: " Una m uj er de 16 años cuyo m arido se llam a Beaudoin... publica abiert am ent e que j am ás am ará a su m arido, que no hay ley que se lo ordene, que cada quien es libre de disponer de su corazón y de su cuerpo com o le plazca, y que es una especie de crim en dar el uno sin el ot ro. " Y el t enient e de policía añade: " Yo le he hablado dos veces, y aunque acost um brado desde hace varios años a los discursos im púdicos y ridículos, no he podido dej ar de sorprenderm e de los razonam ient os con que est a m uj er apoya su sist em a. El m at rim onio no es, propiam ent e, m ás que un ensayo, de acuerdo con su idea 356 ... " . A principios del siglo XI X, se dej ará m orir a Sade en Charent on; aún se vacila, en los prim eros años del siglo XVI I I , ant es de encerrar a una m uj er de quien hay que reconocer que t iene dem asiado ingenio. El m inist ro Pont chart rain hast a se niega a que d'Argenson la haga int ernar por algunos m eses en el Refugio: " Dem asiado fuert e" , observa, " hablarle severam ent e. " Y sin em bargo, d'Argenson no est á lej os de hacer que la t rat en com o a los ot ros insensat os: " Por t ant as im pert inencias, m e sent í m ovido a creerla loca. " Est am os sobre la vía de lo que el siglo XI X llam ará " locura m oral" ; pero lo que es aún m ás im port ant e es ver aparecer aquí el t em a de una locura que, por com plet o, reposa sobre una m ala volunt ad, sobre un error ét ico. Durant e t oda la Edad Media, y durant e largo t iem po en el curso del Renacim ient o, la locura había est ado ligada al Mal, pero en form a de t rascendencia im aginaria; en adelant e, se com unica con él por las vías m ás secret as de la elección individual y de la m ala int ención. No hay que asom brarse de la indiferencia que la época clásica parece m ost rar ant e la separación de la locura y la falt a, la alienación y la m aldad. Est a indiferencia no es la de un saber aún dem asiado burdo, es de una equivalencia elegida de m anera concert ada y plant eada con conocim ient o de causa. Locura y crim en no se excluyen, pero no se confunden en su concept o indist int o; se im plican una y ot ro en el int erior de una conciencia que se t rat ará bast ant e razonablem ent e, y según lo que im ponen las circunst ancias, por la prisión o por el hospit al. Durant e la guerra de Sucesión de España se había m andado a la Bast illa a ciert o conde de Albut erre, que en realidad se llam aba Doucelin. Él afirm aba ser heredero de la corona de Cast illa " pero por exagerada que sea su locura, su habilidad y su m aldad van aún m ás lej os; asegura baj o j uram ent o que la Sant ísim a Virgen le aparece cada ocho días; que Dios le habla, a m enudo, frent e a frent e... Yo creo... que ese preso debe ser encerrado en el hospit al por t oda su vida, com o un insensat o de los m ás peligrosos, o que se le debe abandonar en la Bast illa com o un canalla de prim er orden; creo que est a últ im a solución es la m ás segura y, en consecuencia, la m ás convenient e" . 357 No hay exclusión ent re locura y crim en, sino una im plicación que los anuda. El suj et o puede ser un poco m ás insensat o, o un poco m ás crim inal, pero, hast a el final, la locura m ás excesiva est ará rodeada de m aldad. Tam bién a propósit o de Doucelin, d'Argenson observa después: " Cuant o m ás dócil parece, m ás lugar hay para creer que en sus ext ravagancias hay m ucho de sim ulación o de m alicia. " Y en 1709 " es m ucho m enos firm e ant e la refut ación de sus quim eras, y un poco m ás im bécil" . Ese j uego de com plem ent ariedad aparece claram ent e en ot ro 355 356 357 Cart a a Fouché, cit ada supra, cap. I I I , p. 123. Not es de René d'Argenson, París, 1866, pp. 111- 112. Arch. Bast ille, Ravaisson, t . XI , p. 243. 101 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com inform e del t enient e d'Argenson a propósit o de Tadeo Cousini " m al m onj e" ; se le había puest o en Charent on; en 1715 " sigue siendo im pío cuando razona y absolut am ent e im bécil cuando dej a de razonar. Así, aunque la paz general debe t ender a dej arlo libre com o espía, la sit uación de su espírit u y el honor de la religión no lo perm it en" . 358 Nos encont ram os en el ext rem o opuest o de la regla fundam ent al del derecho según la cual " la verdadera locura lo excusa t odo" . 359 En el m undo del int ernam ient o, la locura no explica ni excusa nada: ent ra en com plicidad con el m al, para m ult iplicarlo, hacerle m ás insist ent e y peligroso, y prest arle rost ros nuevos. De un calum niador que est á loco, nosot ros diríam os que sus calum nias son un delirio: hast a allí hem os t om ado el hábit o de considerar a la locura com o verdad a la vez últ im a e inocent e del hom bre. En el siglo XVI I , el desarreglo del espírit u viene a sum arse a la calum nia en la t ot alidad m ism a del m al. Se encierra en la Caridad de Senlis, por " calum nias y debilidad de espírit u" , a un hom bre que es " de un caráct er violent o, t urbulent o y superst icioso, adem ás de gran m ent iroso y calum niador" . 360 En el furor, m encionado t an a m enudo en los regist ros del int ernado, la violencia no quit a a la m aldad lo que se deriva de la locura, sino que su conj unt o form a com o la unidad del m al ent regado a sí m ism o, en una libert ad sin freno. D'Argenson exige el int ernam ient o de una m uj er en el Refugio " no sólo por el desarreglo de sus cost um bres, sino por relación a su locura que a m enudo llega hast a el furor, y que, según las apariencias, la llevará o a deshacerse de su m arido, o a m at arse ella m ism a a la prim era ocasión" . 361 Ocurre com o si la explicación psicológica duplicara la incrim inación m oral, siendo así que, desde hace bast ant e t iem po, nosot ros hem os t om ado el hábit o de est ablecer ent re ellas una relación de rest a. La locura involunt aria, la que parece apoderarse del hom bre a pesar de él, aunque conspire espont áneam ent e con la m aldad, apenas es diferent e, en su esencia secret a, de aquella fingida int encionalm ent e por suj et os lúcidos. Ent re ellas, en t odo caso, hay un parent esco fundam ent al. El derecho, por el cont rario, t rat a de dist inguir con el m ayor rigor posible la alienación fingida de la aut ént ica, puest o que no se condena a la pena que su crim en habría m erecido " a aquel que est á verdaderam ent e t ocado de locura" . 362 En el int ernam ient o, la dist inción no se hace. La locura real no es m ej or que la locura fingida. En 1710 se había m et ido en Charent on a un m uchacho de 25 años que se hacía llam ar Don Pedro de Jesús y que pret endía ser hij o del rey de Marruecos. Hast a ent onces, se le considera com o sim plem ent e loco. Pero se em pieza a sospechar que finge serlo; no ha est ado un m es en Charent on " sin t est im oniar que est aba en su buen j uicio; conviene en que no es hij o del rey de Marruecos; pero sost iene que su padre es un gobernador de provincia, y no puede resolverse a abandonar sus quim eras" . Locura real y dem encia im it ada se yuxt aponen, com o si las m ent iras int eresadas vinieran a com plet ar las quim eras de la sinrazón. En t odo caso " para cast igarlo por su im post ura y su afect ada locura, creo yo" , escribe d'Argenson a Pont chart rain, " que convendría llevarlo a la Bast illa" . Finalm ent e, se le envía a Vincennes; cinco años después, las quim eras parecen ser m ás num erosas que las m ent iras; pero será necesario que m uera en Vincennes, ent re los prisioneros: 358 I bid., p. 199. Dict ionnaire de droit et de prat ique, art icle Folie, t . I , p. 611. Cf. el t ít ulo XXVI I I , art . 1, de la ordenanza crim inal de 1670: " El furioso o insensat o que carezca de t oda volunt ad no debe ser cast igado, pues ya lo es bast ant e por su propia locura. " 360 Arsenal, m s. 12707. 361 Not es de René d'Argenson, p. 93. 362 Cl.- J. de Ferrière, Dict ionnaire de droit et de prat ique, art ículo Locura, t . I , p. 611, subrayado por nosot ros. 359 102 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com " Su razón est á m uy pert urbada; habla sin ilación, y a m enudo es víct im a de accesos de furor, el últ im o de los cuales est uvo a punt o de cost ar la vida a uno de sus com pañeros; así, t odo parece concurrir para cont inuar su det ención. " 363 La locura sin int ención de parecer loco o la sim ple int ención sin locura m erece el m ism o t rat am ient o, quizá porque oscuram ent e t ienen un m ism o origen: el Mal, o al m enos, una volunt ad perversa. Del uno a la ot ra, en consecuencia, el paso será fácil, y se adm it e t ranquilam ent e que uno se vuelve loco por el solo hecho de haber querido est arlo. A propósit o de un hom bre " que t enía la locura de querer hablar al rey sin haber querido j am ás decir a un m inist ro lo que t enía que decir al rey" , escribe d'Argenson, " t ant o se fingió insensat o, sea en la Bast illa, sea en Bicêt re, que se volvió loco en efect o; sigue queriendo hablar al rey en part icular y cuando se le aprem ia a explicarse al respect o, se expresa en los t érm inos de quien no t iene la m enor apariencia de razón" . 364 Puede verse cóm o la experiencia de la locura que se expresa en la práct ica del int ernam ient o, y que sin duda se form a t am bién a t ravés de ella, es aj ena a la que, desde el derecho rom ano de los j urist as del siglo XI I I , se encuent ra form ulada en la conciencia j urídica. Para los hom bres del derecho, la locura at añe esencialm ent e a la razón, alt erando así la volunt ad, al hacerla inocent e: " Locura o ext ravagancia, es alienación de espírit u, desarreglo de la razón que nos im pide dist inguir lo verdadero de lo falso y que, por una agit ación cont inua del espírit u, pone a quien est á afect ado fuera de la capacidad de poder dar algún consent im ient o. " 365 Lo esencial es, por t ant o, saber si la locura es real, y cuál es su grado; y cuant o m ás profunda sea, m ás será reput ada inocent e la volunt ad del suj et o. Bouchet inform a de varias det enciones " que han ordenado que gent es que en est ado de furor habían dado m uert e a sus parient es m ás próxim os no sean cast igadas" . 366 Por el cont rario, en el m undo del int ernam ient o, poco im port a saber si la razón ha sido afect ada en realidad; de ser así, y si su uso se encuent ra encadenado, ello es, sobre t odo, por una flexión de la volunt ad, que no puede ser t ot alm ent e inocent e, puest o que no es del orden de las consecuencias. Est a puest a en causa de la volunt ad en la experiencia de la locura t al com o es denunciada por el int ernam ient o evident em ent e no es explícit a en los t ext os que se han podido conservar; pero se t raiciona a t ravés de las m ot ivaciones y los m odos del int ernam ient o. De lo que se t rat a es de t oda una relación oscura ent re la locura y el m al, relación que ya no pasa, com o en t iem pos del Renacim ient o, por t odas las pot encias sordas del m undo, sino por ese poder individual del hom bre que es su volunt ad. Así, la locura se enraiza en el m undo m oral. Pero la locura es ot ra cosa que el pandem onio de t odos los defect os y de t odas las ofensas hechas a la m oral. En la experiencia que de ella t iene el clasicism o y en el rechazo que le opone, no sólo es cuest ión de reglas m orales, sino de t oda una conciencia ét ica. Es ella, no una sensibilidad escrupulosa, la que vela sobre la locura. Si el hom bre clásico percibe su t um ult o, no es a part ir de la ribera de una conciencia pura y sim ple, razonable, sino de lo alt o de un act o de razón que inaugura una opción ét ica. Tom ado en su form ulación m ás sencilla, y baj o sus aspect os m ás ext eriores, el int ernam ient o parece indicar que la razón clásica ha conj urado t odas las pot encias de la locura, y que ha llegado a est ablecer una línea de separación decisiva al nivel m ism o de las inst it uciones sociales. En un sent ido, el 363 364 365 366 Archives Bast ille, Ravaisson, t . XI I I , p. 438. I bid., t . XI I I , pp. 66- 67. Dict ionnaire de droit et de prat ique, art ículo Locura, p. 611. Bibliot hèque de droit française, art ículo furiosos. 103 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com int ernam ient o parece un exorcism o bien logrado. Sin em bargo, est a perspect iva m oral de la locura, sensible hast a en las form as del int ernam ient o, t raiciona sin duda una separación aún poco firm e. Dem uest ra que la sinrazón, en la época clásica, no ha sido rechazada hast a los confines de una conciencia razonable sólidam ent e cerrada sobre sí m ism a, sino que su oposición a la razón se m ant iene siem pre en el espacio abiert o de una opción y de una libert ad. La indiferencia a t oda form a de dist inción rigurosa ent re la falt a y la locura indica una región m ás profunda, en la conciencia clásica, en que la separación razónsinrazón se realiza com o una opción decisiva donde se t rat a de la volunt ad m ás esencial, y quizá la m ás responsable del suj et o. Es evident e que est a conciencia no se encuent ra enunciada explícit am ent e en las práct icas del int ernam ient o ni en sus j ust ificaciones. Pero no ha perm anecido silenciosa en el siglo XVI I . La reflexión filosófica le ha dado una form ulación que nos perm it e com prenderla por ot ro cam ino. Hem os vist o por qué decisión rodeaba Descart es, en la m archa de la duda, la posibilidad de ser insensat o; en t ant o que t odas las ot ras form as de error y de ilusión rodeaban una región de la cert idum bre, pero liberaban por ot ra part e una form a de la verdad, la locura quedaba excluida, no dej ando ningún rast ro, ninguna cicat riz en la superficie del pensam ient o. En el régim en de la duda, y en su m ovim ient o hacia la verdad, la locura era de una eficacia nula. Ya es t iem po, ahora, de pregunt ar por qué, y si Descart es ha evadido el problem a en la m edida en que era insuperable, o si ese rechazo de la locura com o inst rum ent o de la duda no t iene sent ido al nivel del sent ido de la hist oria de la cult ura, t raicionando un nuevo est at ut o de la sinrazón en el m undo clásico. Diríase que si la locura no int erviene en la econom ía de la duda, es porque, al m ism o t iem po, est á siem pre present e y siem pre excluida en el propósit o de dudar y en la volunt ad que lo anim a desde la part ida. Todo el cam ino que va del proyect o inicial de la razón hast a los prim eros fundam ent os de la ciencia sigue los lím it es de una locura de la que se salva sin cesar por un part i pris ét ico que no es ot ra cosa que la volunt ad resuelt a a m ant enerse en guardia, el propósit o de dedicarse " solam ent e a la búsqueda de la verdad" . 367 Hay una t ent ación perpet ua de sueño y de abandono a las quim eras, que am enaza la razón y que es conj urada por la decisión siem pre renovada de abrir los oj os ant e la verdad: " Ciert a pereza m e arrast ra insensiblem ent e en el t ren de la vida ordinaria. Y así com o un esclavo que gozaba en sueños de una libert ad im aginaria, cuando em pieza a sospechar que su libert ad no es m ás que un sueño, t em e despert ar... yo t em o despert arm e de est e sopor. " 368 En el cam ino de la duda inicialm ent e se puede apart ar la locura, puest o que la duda, en la m edida m ism a en que es m et ódica, est á rodeada de est a volunt ad de vigilia que es, a cada inst ant e, arranque volunt ario de las com placencias de la locura. Así com o el pensam ient o que duda im plica al pensam ient o y al que piensa, la volunt ad de dudar ha excluido ya los encant os involunt arios de la sinrazón, y la posibilidad niet zscheana del filósofo loco. Mucho ant es del Cogit o, hay una im plicación m uy arcaica de la volunt ad y de la opción ent re razón y sinrazón. La razón clásica no se encuent ra con la ét ica en el ext rem o de su verdad y en la form a de las leyes m orales; la ét ica, com o elección cont ra la sinrazón, est á present e en el origen de t odo pensam ient o concert ado; y su superficie, prolongada indefinidam ent e a t odo lo largo de la reflexión, indica la t rayect oria de una libert ad que es obviam ent e la iniciat iva m ism a de la razón. En la época clásica, la razón nace en el espacio de la ét ica. Y es est o, sin duda, lo que da al reconocim ient o de la locura en est a época —o com o se quiere, a su no367 Discours de la Mét hode, I Ve part ie, Pléiade, p. 147. 15 Prem ière m édit at ion, Pléiade, p. 272. 16 Réform e de l'ent endem ent . Trad. Appuhn, Œuvres de Spinoza, ed. Garnier, t . I , pp. 228- 229. 368 104 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com reconocim ient o— su est ilo part icular. Toda locura ocult a una opción, com o t oda razón una opción librem ent e efect uada. Est o puede adivinarse en el im perat ivo insist ent e de la duda cart esiana; pero la elección m ism a, ese m ovim ient o const it ut ivo de la razón, en que la sinrazón queda librem ent e excluida, se revela a lo largo de la reflexión de Spinoza y los esfuerzos inconclusos de la Reform a del ent endim ient o. La razón se afirm a allí, inicialm ent e, com o decisión cont ra t oda la sinrazón del m undo, con la clara conciencia de que " t odas las ocurrencias m ás frecuent es de la vida ordinaria son vanas y fút iles" ; se t rat a, pues, de part ir en busca de un bien " cuyo descubrim ient o y posesión t uviesen por frut o una et ernidad de alegría cont inua y soberana" : especie de apuest a ét ica, que se ganará cuando se descubra que el ej ercicio de la libert ad se realiza en la plenit ud concret a de la razón que, por su unión con la nat uraleza en su t ot alidad, es el acceso a una nat uraleza superior. " ¿Cuál es, pues, est a nat uraleza? Most rarem os que es el conocim ient o de la unión que t iene el alm a pensant e con la nat uraleza ent era. " 369 La libert ad de la apuest a se logra ent onces en una unidad en que desaparece com o elección y se realiza com o necesidad de la razón. Pero est a realización sólo ha sido posible sobre el fondo de la locura conj urada, y hast a el final m anifiest a su peligro incesant e. En el siglo XI X, la razón t rat ará de sit uarse, por relación con la sinrazón, en el suelo de una necesidad posit iva, y no en el espacio libre de una elección. Desde ent onces, el rechazo de la locura ya no será exclusión ét ica, sino dist ancia ya acordada; la razón no t endrá que separarse de la locura, sino reconocerse com o siem pre ant erior a ella, aun si le ocurre alienarse de ella. Pero en t ant o que el clasicism o m ant enga esa elección fundam ent al com o condición del ej ercicio de la razón, la locura surgirá a la luz en el brillo de la libert ad. En el m om ent o en que el siglo XVI I I int erna com o insensat a a una m uj er que " t enía una devoción a su m odo" o a un sacerdot e porque no se encuent ra en él ninguno de los signos de la caridad, el j uicio que condena a la locura baj o est a form a no ocult a una presuposición m oral; m anifiest a t an sólo la separación ét ica de la razón y de la locura. Sólo una conciencia " m oral" en el sent ido en que la ent enderá el siglo XI X podrá indignarse del t rat o inhum ano que la época precedent e ha dado a los locos, o asom brarse de que no se les haya at endido en los hospit ales en una época en que t ant os m édicos escribían obras sabias sobre la nat uraleza y el t rat am ient o del furor, de la m elancolía o de la hist eria. De hecho, la m edicina com o ciencia posit iva no podía afect ar la separación ét ica de la que nacía t oda razón posible. El peligro de la locura, para el pensam ient o clásico, no designa j am ás el t em blor, el pat hos hum ano de la razón encarnada, sino que rem it e a est a región donde el desgarram ient o de la libert ad debe hacer nacer, con la razón, al rost ro m ism o del hom bre. En la época de Pinel, cuando la relación fundam ent al de la ét ica y la razón se habrá invert ido en un segundo nexo de la razón con la m oral, y cuando la locura ya no será m ás que un avat ar involunt ario llegado del ext erior a la razón, se descubrirá con horror la sit uación de los locos en los calabozos de los hospicios. Habrá indignación al ver que los " inocent es" hayan sido t rat ados com o " culpables" . Lo que no quiere decir que la locura haya recibido finalm ent e su est at ut o hum ano o que la evolución de la pat ología m ent al salga, por vez prim era, de su bárbara prehist oria; sino que el hom bre ha m odificado su relación original con la locura, y que sólo lo percibe reflej ado en la superficie de sí m ism o, en el accident e hum ano de la enferm edad. Ent onces considerará hum ano dej ar m orirse a los locos en el fondo de las casas correccionales, no com prendiendo ya que, para el hom bre clásico, la posibilidad de la locura es cont em poránea de una opción const it ut iva de la razón y, por consiguient e, del hom bre m ism o. Hast a t al punt o que, hast a el siglo XVI I o el 369 105 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com XVI I I , no puede hablarse de t rat ar " hum anam ent e" la locura, pues ést a, por derecho propio, es inhum ana, y form a por así decir el ot ro lado de una elección que abre al hom bre el libre ej ercicio de su nat uraleza racional. Los locos ent re los correccionarios: no hay ni ceguera ni confusión ni prej uicios, sino el propósit o deliberado de dej ar hablar a la locura el idiom a que le es propio. Est a experiencia de una opción y de una libert ad, cont em poráneas de la razón, est ablece con claridad evident e para el hom bre clásico una cont inuidad que se ext iende sin rupt ura a t odo lo largo de la sinrazón: desarreglo de las cost um bres y desarreglo del espírit u, locura verdadera y sim ulada, delirios y m ent iras pert enecen, en el fondo, a la m ism a t ierra nat al, y t ienen derecho al m ism o t rat o. Sin em bargo, es preciso no olvidar que los " insensat os" t ienen, com o t ales, un sit io part icular en el m undo del confinam ient o. Su est at ut o no se reduce a ser t rat ados com o el rest o de los m iem bros de la correccional. En la sensibilidad general hacia la sinrazón, hay una especie de m odulación part icular t ocant e a la locura propiam ent e dicha, y se dirige a los que se denom ina, sin dist inción sem ánt ica precisa, insensat os, espírit us alienados o pert urbados, ext ravagant es, gent e dem ent e. Est a m anera part icular de la sensibilidad dibuj a el rost ro propio de la locura en el m undo de la sinrazón. A ella concierne en prim er t érm ino el escándalo. En su form a m ás general, el confinam ient o se explica, o en t odo caso se j ust ifica, por la volunt ad de evit ar el escándalo. I nclusive indica, por lo m ism o, un cam bio im port ant e en la conciencia del m al. El Renacim ient o había dej ado salir en paz a la luz del día las form as de la sinrazón; la publicidad daba al m al poder de ej em plo y de redención. Gilíes de Rais, acusado en el siglo XV de haber sido " herej e, relapso, dado a sort ilegios, sodom it a, invocador de espírit us m alvados, adivinador, asesino de inocent es, apóst at a de la fe, idólat ra y desviador de la fe" , 370 t erm ina por confesar sus crím enes ( " que son suficient es para hacer m orir a diez m il personas" ) en una declaración ext raj udicial; repit e sus confesiones, en lat ín, frent e al t ribunal; después pide, por propia iniciat iva, que " la dicha confesión, hecha a t odos y a cada uno de los asist ent es, la m ayor part e de los cuales ignoraba el lat ín, fuese publicada en lengua vulgar y expuest a a ellos, para m ayor vergüenza de los delit os perpet rados, y para así obt ener m ás fácilm ent e la rem isión de sus pecados, y el favor de Dios para el perdón de los pecados por él com et idos" . 371 En el proceso civil, se le exige que haga la m ism a confesión ant e el pueblo reunido: " Le dij o Monseñor el President e que dij era su caso t odo ent ero, y que la vergüenza que sufriría le valdría para que se le aligerara en algo la pena que debía sufrir por aquello. " Hast a el siglo XVI I , el m al, con t odo lo que puede t ener de m ás violent o e inhum ano, no puede com pensarse ni cast igarse si no es expuest o a la luz del día. La confesión y el cast igo del crim en deben hacerse a plena luz, pues es la única form a de com pensar la noche de la cual el crim en surgió. Exist e un ciclo de consum ación del m al que debe pasar necesariam ent e por la confesión pública, para hacerse m anifiest o, ant es de llegar a la conclusión que lo suprim e. La int ernación, al cont rario, denuncia una form a de conciencia para la cual lo inhum ano no puede provocar sino vergüenza. Hay aspect os en el m al que t ienen t al poder de cont agio, t al fuerza de escándalo, que cualquier t ipo de publicidad los m ult iplicaría al infinit o. Sólo el olvido puede suprim irlos. A propósit o de un 370 Art ículo 41 del act a de acusación, t rad. fr. cit ada por Hernández, Le Procès inquisit orial de Gilles de Rais, París, 1922. 371 Sépt im a sesión del proceso ( en Procès de Gilles de Rais, París, 1959) , p. 232. 106 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com caso de envenenam ient o, Pont chart rain no prescribe el t ribunal público, sino el secret o de un asilo. " Com o los inform es im plicaban a una part e de París, el Rey no creyó que se debiera procesar a t ant as personas, de las cuales m uchas, adem ás, habían com et ido los crím enes sin saberlo, y ot ros se habían dej ado arrast rar por la facilidad; Su Maj est ad lo det erm inó así, con t ant o m ás gust o cuant o que est á persuadido de que exist en ciert os crím enes que sería preciso absolut am ent e olvidar. " 372 Fuera de los peligros del ej em plo, el honor de las fam ilias y el de la religión son suficient es para que se recom iende int ernar a un suj et o. A propósit o de un sacerdot e que t rat an de enviar a Saint - Lazare: " Así, un eclesiást ico com o ést e debe ser escondido con hart o cuidado por el honor de la religión y el sacerdocio. " 373 Bien ent rado el siglo XVI I I , Malesherbes defenderá el confinam ient o com o un derecho de las fam ilias que quieren escapar del deshonor: " Aquello que se denom ina una baj eza, se halla en la m ism a alt ura que las acciones que el orden público no puede t olerar... Se diría que el honor de una fam ilia exige que se haga desaparecer de la sociedad a quien, por sus cost um bres viles y abyect as, hace enroj ecer a sus parient es. " 374 La orden de liberación, a su vez, se concede cuando el peligro del escándalo queda apart ado, o cuando el recluso no puede ya deshonrar a la fam ilia o a la I glesia. El abat e Bargedé est aba encerrado desde hacía m ucho; nunca, a pesar de sus pet iciones, se había aut orizado su salida: pero he aquí que la vej ez y la invalidez que lo afect an han vuelt o im posible el escándalo: " Por lo dem ás, su parálisis cont inúa — escribe d'Argenson—. No puede ni escribir ni firm ar; pienso que sería j ust o y carit at ivo devolverle la libert ad. " 375 Todas las form as del m al que se aproxim en a la sinrazón deben quedar guardadas en secret o. El clasicism o experim ent a, pues, ant e lo inhum ano un pudor que el Renacim ient o j am ás sint ió. Ahora bien, exist e una excepción en est a act it ud de secret o. Es lo que se le reserva a los locos... 376 Exhibir a los insensat os, era sin duda una ant iquísim a cost um bre m edieval. En algunos de los Narrt ürm er de Alem ania, había vent anas con rej as, que perm it ían observar desde el ext erior a los locos que est aban allí encadenados. Eran t am bién un espect áculo en las puert as de las ciudades. Lo ext raño es que est a cost um bre no desapareciera cuando se cerraban las puert as de los asilos, sino que al cont rario se haya desarrollado y adquirido en París y en Londres un caráct er casi inst it ucional. Todavía en 1815, si acept am os un inform e present ado ant e la Cám ara de los Com unes, el hospit al de Bet hlehem m ost raba a los locos furiosos por un penny, t odos los dom ingos. Ahora bien, el ingreso anual que significaban esas visit as, llegaba a 400 libras, lo que supone la cifra asom brosam ent e elevada de 96 m il visit as al año. 377 En Francia, el paseo a Bicêt re y el espect áculo de los grandes insensat os fue una de las dist racciones dom inicales de los burgueses de la rive gauche hast a la época de la Revolución. Mirabeau inform a, en sus Observat ions d'un voyageur anglais, que m ost raban a los locos de Bicêt re " com o si fueran anim ales curiosos, al prim er pat án recién llegado que quisiera pagar un ochavo" . Se va a ver al guardián exhibiendo a los locos, com o se va a la feria de Saint - Germ ain a ver al j uglar que ha am aest rado a los m onos. 378 Ciert os carceleros t enían gran reput ación por su habilidad para 372 Archives Bast ille, Ravaisson, XI I I , pp. 161- 162. B. N. Fonds Clairam bault , 986. 374 Cit ado en Piet ri, La Réform e de l'Ét at , p. 257. 375 B. N. Fonds Clairam bault , 986. 376 Muy t arde ocurrió, sin duda baj o la influencia de la práct ica concernient e a los locos, que se enseñaran t am bién los enferm os venéreos. El padre Richard, en sus Mém oires, narra la visit a que les hizo el príncipe de Condé con el duque de Enghien " para inspirarle el horror al vicio" ( fº 25) . 377 Ned Ward, en London Spy cit a la cifra de 2 peniques. No es im posible que en el curso del siglo XVI I I se haya reducido el precio de ent rada. 378 " Todo el m undo era adm it ido ant es a visit ar Bicêt re, y, en los buenos t iem pos, se veían llegar al 373 107 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com hacer que los locos realizaran m il piruet as y acrobacias m ediant e unos pocos lat igazos. La única at enuación que encont ram os, a finales del siglo XVI I I , es la de encargar a los insensat os la t area de exhibir a los locos, com o si fuera obligación de la locura exhibirse a sí m ism a. " No calum niem os a la nat uraleza hum ana. El viaj ero inglés t iene razón al considerar el oficio de exhibir a los locos com o algo que se encuent ra por encim a de la hum anidad m ás aguerrida. Ya lo hem os dicho. Hay rem edio para t odo. Son los m ism os locos los que, en sus int ervalos de lucidez, est án encargados de m ost rar a sus com pañeros, los cuales, a su vez, les devuelven el m ism o servicio. Así, los guardianes de est os desgraciados disfrut an de los beneficios que el espect áculo les procura, sin t ener que adquirir una insensibilidad a la cual, sin duda, j am ás podrían llegar. " 379 He aquí a la locura convert ida en espect áculo, por encim a del silencio de los asilos, y t ransform ada, para gozo de t odos, en escándalo público. La sinrazón se escondía en la discreción de las casas de confinam ient o; pero la locura cont inúa present ándose en el t eat ro del m undo. Con m ayor lust re que nunca. Durant e el I m perio, incluso se llegará a ciert os ext rem os que nunca alcanzaron la Edad Media y el Renacim ient o; la ext raña cofradía del " navío Azul" represent aba en ot ro t iem po espect áculos donde se im it aba la locura; 380 ahora es la propia locura, la locura de carne y hueso, la que hace la represent ación. Coulm ier, direct or de Charent on, organizó en los prim eros años del siglo XI X aquellos fam osos espect áculos donde los locos hacían t ant o el papel de act ores com o el de espect adores observados. " Los alienados que asist ían a est as represent aciones t eat rales eran obj et o de la at ención, de la curiosidad, de un público ligero, inconsecuent e y en ocasiones m alvado. Las act it udes grot escas de est os desgraciados y sus adem anes provocaban la risa burlona, la piedad insult ant e de los asist ent es. " 381 La locura se conviert e en puro espect áculo, en un m undo sobre el cual Sade ext iende su soberanía, 382 espect áculo que es ofrecido com o dist racción a la buena conciencia de una razón segura de sí m ism a. Hacia principios del siglo XI X, hast a la indignación de Royer- Collard, los locos siguen siendo m onst ruos, es decir, seres o cosas que m erecen ser exhibidos. El confinam ient o esconde la sinrazón y delat a la vergüenza que ella suscit a; pero designa explícit am ent e la locura, la señala con el dedo. Si bien, en lo que respect a a la prim era, se propone ant es que nada evit ar el escándalo, en la segunda lo organiza. Ext raña cont radicción: la época clásica envuelve la locura en una experiencia global de la sinrazón; reabsorbe las form as singulares, que habían sido t an bien individualizadas en la Edad Media y en el Renacim ient o. Y en una aprehensión general, aproxim a con indiferencia t odas las form as de la sinrazón. Pero al m ism o t iem po dist ingue a la locura por un signo peculiar: no el de la enferm edad, sino el del escándalo exalt ado. Sin em bargo, no hay nada en com ún ent re est a exhibición organizada de la locura del siglo XVI I I y la libert ad con la cual se m ost raba en pleno día durant e el Renacim ient o. Ent onces est aba present e en t odas part es y m ezclada a cada experiencia, m erced a sus im ágenes y sus peligros. Durant e el periodo clásico se la m uest ra, pero det rás de los barrot es; si se m anifiest a, es a dist ancia, baj o la m irada de una razón que ya no t iene parent esco con ella y que no se sient e ya com prom et ida por una excesiva m enos 2 m il personas diarias. Con el dinero en la m ano, eran conducidas por un guía a la división de los insensat os" ( Mém oires de Père Richard, loc. cit ., f° 61) . Se visit aba a un sacerdot e irlandés " acost ado sobre paj a" , a un capit án de barco a quien ponía furioso la vist a de los hom bres, " pues era la inj ust icia de los hom bres la que lo había vuelt o loco" , a un j oven " que cant aba de m anera m aravillosa" ( ibid. ) . 379 Mirabeau, Mém oires d'un voyageur anglais, 1788, p. 213, not a I . 380 Cf. supra, cap. I . 381 Esquirol, " Mém oire hist orique et st at ist ique de la Maison Royale de Charent on" , en Des m aladies m ent ales, I I , p. 222. 382 I bid. 108 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com sem ej anza. La locura se ha convert ido en una cosa para m irar: no se ve en ella al m onst ruo que habit a en el fondo de uno m ism o, sino a un anim al con m ecanism os ext raños, best ialidad de la cual el hom bre, desde m ucho t iem po at rás, ha sido exim ido. " Puedo fácilm ent e concebir un hom bre sin m anos, sin pies y sin cabeza ( pues es únicam ent e la experiencia la que nos enseña que la cabeza es m ás im port ant e que los pies) . Pero no puedo im aginar un hom bre sin pensam ient o: sería una piedra o un brut o. " 383 En su I nform e sobre el servicio de los alienados, Desport es describe los locales de Bicêt re, t al com o eran a fines del siglo XVI I I . " El infort unado t enía por único m ueble un cam ast ro con paj a, y encont rándose prensado cont ra el m uro, por la cabeza, los pies y el cuerpo, no podía disfrut ar del sueño sin m oj arse, debido al agua que escurría por las piedras. " En lo que respect a a los cuart os de la Salpêt rière, inform aba que las habit aciones eran aún m ás " funest as y a m enudo m ort ales, ya que en invierno, cuando suben las aguas del Sena, los cuart os sit uados al nivel de las alcant arillas se volvían no solam ent e insalubres, sino adem ás refugios de m ult it ud de grandes rat as, que por la noche at acaban a los desgraciados que est aban allí encerrados y los roían por t odas las part es que podían alcanzar; se han hallado locas con los pies, las m anos y el rost ro desgarrados por m ordiscos a m enudo peligrosos que han causado la m uert e a m ás de uno" . Pero son los calabozos reservados desde m ucho t iem po at rás a los alienados m ás peligrosos y agit ados. Si son m ás calm ados y si nadie t iene nada que t em er de ellos, se les hacina en celdas m ás o m enos grandes. Uno de los discípulos m ás act ivos de Tuke, Godfrey Higgins, había obt enido el derecho, m ediant e el pago de 20 libras, de visit ar el asilo de York a t ít ulo de inspect or benévolo. Durant e una visit a, descubre una puert a cuidadosam ent e disim ulada, que da a una pieza que no llegaba a m edir 8 pies en cuadro ( alrededor de 6 m et ros cuadrados) , la cual acost um braban ocupar durant e la noche 13 m uj eres; por el día vivían en un cuart o apenas m ás grande. 384 En el caso cont rario, cuando los insensat os son part icularm ent e peligrosos, se les m ant iene baj o un sist em a de const reñim ient o que no es, indudablem ent e, de nat uraleza punit iva, pero que fij a exact am ent e los lím it es físicos de la locura rabiosa. Lo m ás com ún es encadenarlos a las paredes y a las cam as. En Bet hlehem , las locas furiosas est aban encadenadas por los t obillos a la pared de una larga galería; no t enían m ás ropa que un sayal. En ot ro hospit al, Bet hnal Green, una m uj er padecía violent as crisis de excit ación: cuando le llegaba una, la colocaban en una porqueriza, at ada de pies y m anos; cuando la crisis pasaba, la at aban a su cam a, cubiert a sólo por una m ant a; cuando le perm it ían dar unos pasos, le aj ust aban ent re las piernas una barra de hierro, fij a con anillos a los t obillos y unida a unas esposas por una cort a cadena. Sam uel Tuke, en su I nform e sobre la sit uación de las alienados indigent es, det alla el laborioso sist em a inst alado en Bet hlehem para cont ener a un loco considerado furioso: est aba suj et o con una larga cadena que at ravesaba la pared, lo que perm it ía al guardián dirigirlo, t enerlo suj et o, por así decirlo, desde el ext erior; en el cuello le habían puest o una argolla de hierro, que m ediant e una cort a cadena se unía a ot ra argolla; ést a resbalaba por una gruesa barra de hierro, vert ical, suj et a por los ext rem os al suelo y al t echo de la celda. Cuando se inició la reform a de Bet hlehem , se halló a un hom bre que llevaba doce años en est a celda, som et ido al sist em a descrit o. 385 Cuando alcanzan est e paroxism o de violencia, result a claro que dichas práct icas 383 384 385 Pascal, Pensées, ed. Brunschvicg, n. 339. D. H. Tuke, Chapt ers on t he Hist ory of t he I nsane, p. 151. Se llam aba Norris. Murió un año después de ser libert ado. 109 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com no est án ya anim adas por la conciencia de un cast igo que se debe im poner, ni t am poco por el deber de corregir. La idea de " arrepent im ient o" es aj ena por com plet o a est e régim en. Es una especie de im agen de la anim alidad la que acecha ent onces en los hospicios. La locura le cubre su rost ro con la m áscara de la best ia. Los que est án encadenados a los m uros de las celdas no son hom bres que han perdido la razón, sino best ias m ovidas por una rabia nat ural: es com o si la locura, en est e ext rem o, liberada de la sinrazón m oral cuyas form as m ás at enuadas son cont enidas, viniera a j unt arse, por un golpe de fuerza, con la violencia inm ediat a de la anim alidad. El m odelo de anim alidad se im pone en los asilos y les da su aspect o de j aula y de zoológico. Coguel describe la Salpêt rière, a fines del siglo XVI I I : " Las locas at acadas por excesos de furor son encadenadas com o perros a la puert a de su cuart o, y separadas de los guardianes y de los visit ant es por un largo corredor defendido por una verj a de hierro; se les pasan ent re los barrot es la com ida y la paj a, sobre la cual se acuest an; por m edio de rast rillos se ret ira una part e de las suciedades que las rodean. " 386 En el hospit al de Nant es, el " zoológico" parece un conj unt o de j aulas individuales para best ias feroces. Esquirol nunca había vist o " t al abundancia de cerraduras, de candados, de barras de hierro para at rancar las puert as de los calabozos... Unos vent anillos, a un lado de las puert as, t enían barras de hierro y post igos. Muy cerca de la abert ura colgaba una cadena fij a a la pared, que llevaba en el ot ro ext rem o un recipient e de hierro colado que t enía m ucha form a de zueco, y en el cual eran deposit ados los alim ent os y pasados a t ravés de los barrot es" . 387 Cuando Fodéré llega al hospit al de Est rasburgo en 1814, encuent ra que est á inst alado, con m ucho cuidado y habilidad, una especie de est ablo hum ano. " Para los locos im port unos y que se ensucian" , se habían est ablecido al ext rem o de las salas grandes " unas especies de j aulas o de arm arios hechos con t ablas, que pueden, cuando m ás, dar cabida a un hom bre de est at ura m ediana. " Las j aulas t ienen debaj o una especie de claraboya que no reposa direct am ent e sobre el suelo, sino que est á apart ada de él unos quince cent ím et ros. Sobre las t ablas, se ha arroj ado un poco de paj a, " sobre la cual duerm e el insensat o, desnudo o sem idesnudo, y t am bién sobre ella t om a sus alim ent os y hace sus necesidades" . 388 Exist e, por supuest o, t odo un sist em a de seguridad para defenderse de la violencia de los alienados y el desencadenam ient o de su furor. Est e desencadenam ient o es considerado, ant es que nada, com o un peligro social. Pero lo m ás im port ant e es que se le considera baj o las especies de una libert ad anim al. El hecho negat ivo de que " el loco no es t rat ado com o un ser hum ano" , posee un cont enido m uy posit ivo; est a especie de inhum ana indiferencia t iene en realidad valor de obsesión: est á enraizada en los viej os t em ores que, desde la Ant igüedad y, sobre t odo, la Edad Media, han dado al m undo anim al fam iliaridad ext raña, m aravillas am enazant es. Sin em bargo, est e m iedo anim al, que acom paña, con t odo su im aginario paisaj e, a la percepción de la locura, no t iene exact am ent e el m ism o sent ido que t uvieran los de dos o t res siglos ant es: la m et am orfosis en anim al no es ya señal visible de las pot encias infernales, ni result ado de la alquim ia diabólica de la sinrazón. El anim al en el hom bre no se considera com o un indicio de algo que est á m ás allá; se ha t ornado locura sin relación sino consigo m ism a: es la locura en el est ado de nat uraleza. La anim alidad que se m anifiest a rabiosam ent e en la locura, despoj a al hom bre de t odo aquello que pueda t ener de hum ano, pero no para ent regarlo a ot ras pot encias, sino para colocarlo en el grado cero de su propia nat uraleza. La locura, en sus form as últ im as, es para el clasicism o el hom bre en relación 386 Coguel, La Vie parisienne sous Louis XVI , París, 1882. Esquirol, Des m aladies m ent ales, t . I I , p. 481. 388 Fodéré, Trait é du délire appliqué à la m édecine, à la m orale, à la législat ion, Paris, 1817, t . I , pp. 190- 191. 387 110 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com inm ediat a con su propia anim alidad, sin ot ra referencia y sin ningún recurso. 389 1° Llegará un día en que est a presencia de la anim a lidad en la locura será considerada, dent ro de una perspect iva evolucionist a, com o el signo, m ás aún, com o la esencia m ism a de la enferm edad. En la época clásica, al cont rario, la anim alidad expresa con singular esplendor precisam ent e el hecho de que el loco no es un enferm o. La anim alidad, en efect o, prot ege al loco cont ra t odo lo que pueda exist ir de frágil, de precario y de enferm izo en el hom bre. La solidez anim al de la locura, y ese espesor que ext rae del m undo ciego de la best ia, endurece al loco cont ra el ham bre, el calor, el frío y el dolor. Es not orio, hast a fines del siglo XVI I I , que los locos pueden soport ar indefinidam ent e las m iserias de la exist encia. Es inút il prot egerlos; no hay necesidad ni de cubrirlos, ni de calent arlos. Cuando en 1811, Sam uel Tuke visit a una workhouse de los condados del sur, ve unas celdas adonde la luz del día llega por vent anos enrej ados que se han hecho en las puert as. Todas las m uj eres est aban com plet am ent e desnudas. Ahora bien, " la t em perat ura era ext rem adam ent e rigurosa, y la noche ant erior, el t erm óm et ro había m arcado 18° baj o cero. Una de e st as infort unadas m uj eres est aba acost ada sobre un poco de paj a, sin m ant a" . Est a apt it ud de los alienados para soport ar, com o los anim ales, las peores int em peries, será aún, para Pinel, un dogm a de la m edicina. Él adm irará siem pre " la const ancia y la facilidad con que los alienados de uno y ot ro sexo soport an el frío m ás riguroso y prolongado. En el m es de Nivoso del año iii, en ciert os días en que el t erm óm et ro indicaba 10, 11 y hast a 16° baj o cero, un alienado del hospi cio de Bicêt re no podía soport ar la m ant a de lana, y perm anecía sent ado sobre el ent arim ado helado de la celda. Por la m añana, apenas le abrían la puert a, se le veía correr en cam isón por los pat ios, coger el hielo y la nieve a puñados, ponérselos sobre el pecho y dej arlos derret ir, con una especie de deleit e" . 390 La locura, con t odo lo que t iene de ferocidad anim al, preserva al hom bre de los peligros de la enferm edad; ella lo hace llegar a una especie de invulnerabilidad, sem ej ant e a aquella que la nat uraleza, previsoram ent e, ha dado a los anim ales. Curiosam ent e la confusión de la razón rest it uye el loco a la bondad inm ediat a de la nat uraleza, por las vías del ret orno a la anim alidad. 391 2° En est e punt o ext rem o, por t ant o, es donde la lo cura part icipa m enos que nunca de la m edicina; t am poco puede pert enecer al dom inio de la corrección. Anim alidad desencadenada, no puede ser dom inada sino por la dom a y el em brut ecim ient o. El t em a del loco- anim al ha sido realizado efect ivam ent e en el siglo XVI I I , en la pedagogía que se t rat a a veces de im poner a los alienados. Pinel cit a el caso de un " est ablecim ient o m onást ico m uy renom brado sit uado en una de las part es m eridionales de Francia" , donde al insensat o ext ravagant e se le int im aba " la orden precisa de cam biar" ; si rehusaba acost arse o com er, " se le prevenía que su obst inación en sus descarríos sería cast igada al día siguient e con diez azot es con nervios de buey" . En cam bio, si era sum iso y dócil, se le hacía 389 Esa relación m oral, que se est ablece ent re el hom bre m ism o y la anim alidad, no com o pot encia de m et am orfosis, sino com o lím it e de su nat uraleza, est á bien expresada en un t ext o de Mat hurin Le Picard: " Es un lobo por su rapacidad, por su sut ileza un león, por su engaño y ast ucia un zorro, por su hipocresía un m ono, por la envidia un oso, por su venganza un t igre, por sus blasfem ias y det racciones un perro, una serpient e que vive de la t ierra por su avaricia, cam aleón por inconst ancia, pant era por herej ía, basilisco por lascivia de los oj os, dragón que siem pre arde de sed por ebriedad, puerco por la luj uria" ( Le Fouet des Paillards, Rouen. 1623, p. 175) . 390 Pinel, Trait é m édico- philosophique, t . I , pp. 60- 61. 391 Podría cit arse, com o ot ra expresión del m ism o t em a, el régim en alim ent icio al que est aban som et idos los insensat os de Bicêt re ( ala de Saint - Prix) : " Seis cuart as de un pan m oreno diario, sopa sobre el pan; una cuart a de carne el dom ingo, m art es y j ueves; un t ercio de lit ron de guisant es o de habas lunes y viernes, una onza de m ant equilla el m iércoles; una onza de queso el sábado" ( Archives de Bicêt re. Reglam ent o de 1781, cap. V, art . 6) . 111 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com " t om ar sus alim ent os en el refect orio, al lado del inst it ut or" , pero al com et er la m ás m ínim a falt a, recibía rom o advert encia " un golpe de vara dado con fuerza en los dedos" . 392 Así, por una curiosa dialéct ica, cuyo m ovim ient o explica t odas esas práct icas ''inhum anas" de la int ernación, la libre anim alidad de la locura es gobernada solam ent e por est a dom a cuyo sent ido no es el de elevar lo best ial hacia lo hum ano, sino de rest it uir al hom bre a aquello que pueda t ener de puram ent e anim al. La locura revela un secret o de anim alidad, que es su verdad y en el cual, de alguna m anera, se resorbe. Hacia m ediados del siglo XVI I I , un granj ero del nort e de Escocia t uvo su m om ent o de celebridad. Se le at ribuía el art e de curar la m anía. Pinel not a de paso que est e Gregory t enía una est at ura de Hércules; " su m ét odo consist ía en dedicar a los alienados a los t rabaj os m ás penosos de la agricult ura, a em plearlos ya fuera com o best ias de carga o com o criados, a reducirlos, en fin, a la obediencia con una paliza, a la m enor rebelión" . 393 En la reducción a la anim alidad, la locura encuent ra a la vez su verdad y su curación: cuando el loco se ha convert ido en best ia, t al presencia del anim al en el hom bre, que era la piedra de escándalo de la locura, se ha borrado: no porque el anim al calle, sino porque el hom bre m ism o ha dej ado de exist ir. En el ser hum ano convert ido en best ia de carga, la abolición de la razón sigue la prudencia y su orden: la locura est á curada ahora, puest o que est á alienada en algo que no es sino su verdad; 3º Llegará un m om ent o en que, de est a anim alidad de la locura, se deducirá la idea de una psicología m ecanicist a, y la t esis de que Se pueden referir las form as de la locura a las grandes est ruct uras de la vida anim al. Pero en los siglos XVI I y XVI I I , la anim alidad que prest a su rost ro a la locura, no prescribe de ninguna m anera a sus fenóm enos un sent ido det erm inist a. Al cont rario, coloca a la locura en un espacio de im previsible libert ad, donde se desencadena el furor. Si el det erm inism o hace presa de ella, es com o const reñim ient o, cast igo y dom a. Merced al sesgo de la anim alidad, la locura no adquiere la figura de las grandes leyes de la nat uraleza y de la vida, sino m ás bien las m il form as de un best iario. Diferent e, sin em bargo, de aquel que recorría la Edad Media y que narraba, con t ant os rost ros sim bólicos, las m et am orfosis del m al: ahora es un best iario abst ract o; el m al no aparece aquí con su cuerpo fant ást ico; en él sólo se capt a la form a m ás ext rem a, la verdad carent e de cont enido de la best ia. Est á despoj ado de t odo aquello que podía darle su riqueza de fauna im aginaria, para conservar un poder general de am enaza: el sordo peligro de una anim alidad que acecha y que de un golpe conviert e la razón en violencia y la verdad en el furor del insensat o. A pesar del esfuerzo cont em poráneo para const it uir una zoología posit iva, la obsesión de una anim alidad cont em plada com o el espacio nat ural de la locura, no cesa de poblar el infierno de la época clásica. Es que ella const it uye el elem ent o im aginario de donde han nacido t odas las práct icas del confinam ient o y los aspect os m ás ext raños de su salvaj ism o. En la Edad Media, ant es de los principios del m ovim ient o franciscano, y largo t iem po, sin duda, después de él y a pesar de él, la relación del ser hum ano con la anim alidad fue aquella, im aginaria, del hom bre con las pot encias subt erráneas del m al. En nuest ra época, el hom bre reflexiona en esa relación en la form a de una posit ividad nat ural: a la vez j erarquía, ordenanza y evolución. Pero el paso del prim er t ipo de relaciones al segundo se ha hecho, j ust am ent e, en la época clásica, cuando la anim alidad aún era percibida com o negat ividad, pero nat ural; es decir, en el m om ent o en que el hom bre ya no ha experim ent ado su relación con el anim al m ás que en el peligro absolut o de una locura que suprim e la nat uraleza del hom bre en una indiferenciación nat ural. Est a m anera de concebir 392 393 Pinel, loc. cit ., p. 312. I bid. 112 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com la locura es la prueba de que, aun en el siglo XVI I I , la relación de la nat uraleza hum ana no era ni sencilla ni inm ediat a, y que pasaba por las form as de negat ividad m ás rigurosa. 394 Ha sido esencial, sin duda, para la cult ura occident al, el unir, com o lo ha hecho, su percepción de la locura con las form as im aginarias de la relación ent re el hom bre y el anim al. Para com enzar, no ha t enido por evident e que el anim al part icipe de la plenit ud de la nat uraleza, de su sabiduría y su orden: est a idea apareció t ardíam ent e y perm aneció durant e m ucho t iem po en la superficie de la cult ura; acaso no haya penet rado aún en los espacios subt erráneos de la im aginación. En realidad, para quien desea abrir bien los oj os, pront o llega a ser claro el hecho de que los anim ales pert enecen m ás bien a la cont ranat uraleza, a una negat ividad que am enaza el orden y pone en peligro, con su furor, la sabiduría posit iva de la nat uraleza. La obra de Laut réam ont es un t est im onio al respect o. El hecho de que el hom bre occident al haya vivido dos m il años sobre su definición de anim al razonable, ¿significa necesariam ent e que haya reconocido la posibilidad de un orden com ún que abarque la razón y la anim alidad? ¿Por qué sería preciso que hubiese expresado en t al definición su m anera de insert arse en la posit ividad nat ural? E independient em ent e de lo que Arist ót eles haya querido decir realm ent e, ¿no se puede apost ar que el " anim al razonable" ha designado, m ucho t iem po, para el m undo occident al, la m anera com o la libert ad de la razón conseguía m overse en el espacio de una sinrazón desencadenada, y se separaba de él, hast a el ext rem o de convert irse en su t érm ino cont radict orio? A part ir del m om ent o en que la filosofía se convirt ió en ant ropología, en la cual el hom bre ha int ent ado reconocerse en una plenit ud nat ural, el anim al ha perdido su poder de negat ividad, para const it uir, ent re el det erm inism o de la nat uraleza y la razón del hom bre, la form a posit iva de una evolución. La fórm ula del anim al razonable ha cam biado t ot alm ent e de sent ido; la sinrazón que ella consideraba en el origen de t oda razón posible, ha desaparecido por com plet o. Desde ent onces, la locura t uvo que obedecer al det erm inism o del hom bre, reconocido por ser nat ural en su anim alidad m ism a. En la época clásica, si bien es ciert o que el análisis cient ífico y m édico de la locura, com o verem os m ás adelant e, busca su inscripción en est e m ecanism o nat ural, las práct icas reales concernient es a los insensat os son t est im onio suficient e de que la locura era aún considerada com o violencia ant inat ural de la anim alidad. De cualquier m anera, es est a anim alidad de la locura, la que exalt a el confinam ient o, en la m ism a época en que se esfuerza por evit ar el escándalo de la inm oralidad de lo irrazonable. He aquí algo que hace not oria la dist ancia que ha surgido en la época clásica, ent re la locura y las ot ras form as de sinrazón, aun cuando es verdad, desde ciert o punt o de vist a, que han sido confundidas o asim iladas. Toda una et apa de la sinrazón se reduce al silencio, m ient ras que a la locura se le perm it e hablar librem ent e su lenguaj e de escándalo, ¿qué enseñanza puede t ransm it ir ella, que no puede t ransm it ir la sinrazón en general? ¿Qué sent ido t ienen sus furores y t oda la rabia del insensat o, que no se puedan encont rar en las palabras, m ás sensat as probablem ent e, de los ot ros int ernados? ¿Qué cosa posee la locura, pues, que sea m ás peculiarm ent e significat iva? A part ir del siglo XVI I , la sinrazón, en el sent ido m ás lat o, no aport a ninguna enseñanza. La peligrosa reversibilidad de la razón que el Renacim ient o sent ía aún t an próxim a, debe ser olvidada y desaparecer j unt o con sus escándalos. El vast o t em a de la locura de la Cruz, que había acom pañado t an de cerca a la 394 Quien quiera t om arse la pena de est udiar la noción de nat uraleza para Sade, y sus relaciones con la filosofía del siglo XVI I I , encont rará un m ovim ient o de ese género, llevado a su pureza m ás ext rem a. 113 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com experiencia crist iana renacent ist a, com ienza a desaparecer en el siglo XVI I , a pesar de Pascal y el j ansenism o. O, m ás bien, subsist e, pero alt erado en su sent ido, casi invert ido. No es ya cosa de exigir a la razón hum ana que abandone su orgullo y sus cert idum bres para perderse en la gran sinrazón del sacrificio. Cuando el crist ianism o de la época clásica habla de la locura de la Cruz, es solam ent e para hum illar a una falsa razón y hacer brillar la luz et erna de la verdadera; la locura de Dios hecho hom bre es sólo una sabiduría que no reconocen los hom bres irrazonables que viven en est e m undo: " Jesús crucificado... fue escándalo del m undo y pareció ignorancia y locura a los oj os del siglo. " Pero, convert ido el m undo al crist ianism o, el orden de Dios que se revela a t ravés de las peripecias de la hist oria y la locura de los hom bres, son suficient es para m ost rar ahora que " Crist o se ha t ornado el punt o m ás elevado de nuest ra sabiduría" . 395 El escándalo de la fe y de la hum illación crist iana, que conserva en Pascal su vigor y su valor de m anifest ación, no t endrá en breve ningún sent ido para el pensam ient o crist iano, salvo quizás el de m ost rar en t odas aquellas conciencias escandalizadas ot ras t ant as alm as obcecadas: " No perm it áis que vuest ra cruz, que os ha som et ido el universo, sea t odavía locura y escándalo de los espírit us soberbios. " Los propios crist ianos rechazan ahora la sinrazón de su creencia, y la relegan a los lím it es de la razón, que ha llegado a ser idént ica a la sabiduría del Dios encarnado. Será necesario, después de Port Royal, esperar dos siglos —Dost oiewski y Niet zsche— para que Crist o recupere la gloria de su locura, para que el escándalo t enga nuevam ent e un poder de m anifest ación, para que la sinrazón dej e de ser únicam ent e la vergüenza pública de la razón. Mas en el m om ent o en que la razón crist iana se libera de una locura a la cual había est ado unida t ant o t iem po, el loco, con la razón abolida y su rabia anim al, recibe un singular poder de dem ost ración: es com o si el escándalo, expulsado de las regiones superiores del hom bre, en las cuales se m anifest aba la Encarnación, reapareciera con la plenit ud de su fuerza y con una enseñanza nueva, en la región donde el hom bre t iene relación con la nat uraleza y con su propia anim alidad. El sent ido práct ico de la lección se ha t rasladado hada las baj as regiones de la locura. La cruz ya no debe ser considerada en su escándalo; pero no hay que olvidar que el Crist o, durant e t oda su vida hum ana, ha honrado la locura; la ha sant ificado, com o ha sant it icado la invalidez curada, el pecado perdonado, o la pobreza, a la cual prom et ió las riquezas et ernas. A aquellos que deben vigilar en las casas de confinam ient o a los hom bres dem ent es, les recuerda San Vicent e de Paúl que su " regla en est o es Nuest ro Señor, el cual ha querido est ar rodeado de lunát icos, de dem oniacos, de locos, de t ent ados, de posesos" . 396 Est os hom bres, presas de las pot encias de lo inhum ano, form an alrededor de aquellos que poseen la et erna Sabiduría, alrededor de quien la encarna, una perpet ua ocasión de glorificación, ya que a la vez exalt an, al rodearla, a la razón que les ha sido negada, y le dan pret ext o para hum illarse, para reconocer que no es m ás que una concesión de la gracia divina. Pero hay algo m ás: el Crist o no ha querido solam ent e est ar rodeado de lunát icos, sino que ha deseado pasar él m ism o a los oj os de t odos por un dem ent e, recorriendo así, en su encarnación, t odas las m iserias de la hum ana caída: la locura se conviert e así en la últ im a form a, en el últ im o grado de hum illación del Dios hecho hom bre, ant es de la consum ación y la liberación de la Cruz: " ¡Oh m i Salvador! Vos habéis querido ser el escándalo de los j udíos y la locura de los gent iles; habéis querido aparecer com o fuera de Vos; sí, Nuest ro Señor ha deseado pasar por insensat o, 395 Bossuet , Panégyrique de Saint Bernard. Preám bulo. Œuvres com plet es, 1861, I , p. 622. 396 Serm ón cit ado en Abelly, Vie du vénérable servit eur de Dieu Vincent de Paul, Paris, 1664, t . I , p. 199. 114 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com com o const a en el Sant o Evangelio, y que se creyese que se había convert ido en furioso. Dicebant quoniam in furorem versus est . Sus apóst oles lo han m irado a veces com o a un hom bre del cual se ha apoderado la cólera, y Él se ha m anifest ado de est a m anera para que ellos fuesen t est igos de que había com padecido t odas nuest ras enferm edades y sant ificado t odos nuest ros est ados de aflicción, y para enseñarles a ellos, y a nosot ros t am bién, a t ener com pasión por aquellos que sufren esas enferm edades. " 397 Al venir a est e m undo, Crist o acept aba t odas las caract eríst icas de la condición hum ana, e inclusive los est igm as de la nat uraleza caída; desde la m iseria a la m uert e, Él siguió una rut a de Pasión, que es t am bién la rut a de las pasiones, de la sabiduría olvidada, y de la locura. Y por ser una de las form as de la Pasión —en un ciert o sent ido la últ im a, ant es de la m uert e—, la locura se ha de convert ir en obj et o de respet o y com pasión, para las personas que la sufren. Respet ar la locura no es lo m ism o que descifrar en ella el accident e involunt ario e inevit able de la enferm edad, sino reconocer est e lím it e inferior de la verdad hum ana, lím it e no accident al, sino esencial. Así com o la m uert e es el t érm ino de la vida hum ana desde el punt o de vist a del t iem po, así la locura es el t érm ino desde el punt o de vist a de la anim alidad; y así com o la m uert e ha sido sant ificada por la m uert e del Crist o, la locura, con t odo lo que t iene de m ás best ial, lo ha sido t am bién. El 29 de m arzo de 1654, San Vicent e de Paúl anunciaba a Jean Barreau, que era un congregacionist a, que su herm ano acababa de ser int ernado com o dem ent e en Saint - Lazare: " Es preciso honrar a Nuest ro Señor en el est ado en que se encont raba cuando quisieron at arlo, diciendo quoniam in frenesim versus est , para sant ificar est e est ado en aquellos a quienes su Divina Providencia a él ha ent regado. " 398 La locura es el punt o m ás baj o de la hum anidad al que haya llegado Dios durant e su Encarnación, queriendo m ost rar con ello que no hay nada de inhum ano en el hom bre que no pueda ser rescat ado y salvado; el punt o últ im o de la caída ha sido glorificado por la presencia divina: para el siglo XVI I , est a lección acom paña a cualquier especie de locura. Así se com prende por qué el escándalo de la locura puede ser exalt ado, m ient ras que el suscit ado por ot ras form as de la sinrazón debe ser escondido con t ant o cuidado. Est e últ im o no t rae consigo m ás que el ej em plo cont agioso de la falt a y de la inm oralidad; aquél enseña a los hom bres hast a qué grado t an próxim o a la anim alidad los puede conducir la caída, y al m ism o t iem po, hast a dónde pudo inclinarse la com placencia divina cuando consint ió en salvar a los hom bres. Para el crist ianism o del Renacim ient o, t odo el valor de enseñanza de la sinrazón y de sus escándalos est aba en la locura de la encarnación de un Dios hecho hom bre; para el clasicism o, la encarnación no es ya locura: la locura es la encarnación del hom bre en la best ia que, com o últ im o grado de la caída, es la señal m ás not oria de su culpabilidad; y al ser obj et o últ im o de la com placencia divina, es el sím bolo del perdón universal y de la inocencia recuperada. De ahora en adelant e, la lección de la locura y el vigor de su enseñanza habrán de buscarse en esa región oscura, en los confines inferiores de la hum anidad, allá donde el hom bre se art icula con la nat uraleza, donde es al m ism o t iem po últ im a caída y absolut a inocencia. El cuidado de la I glesia por los insensat os, durant e el periodo clásico, t al com o lo sim bolizan San Vicent e de Paúl y su Congregación, o las Herm anas de la Caridad, y t odas las órdenes religiosas que se preocupan por la locura, y la m uest ran al m undo, ¿no indican que la I glesia encont raba en ella una enseñanza 397 Cf. Abelly, ibid., p. 198. San Vicent e alude aquí a un t ext o de San Pablo ( I Cor., I , 23) : Judaeis quidem scandalum , Gent ibus aut em st ut lt it iam . 398 Correspondance de Saint Vincent de Paul, ed. Cost e, t . V, p. 146. 115 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com difícil, pero esencial: la culpable inocencia del anim al en el hom bre? Es est a lección la que debía leerse y com prenderse en t odos aquellos espect áculos en que se exalt aba en el loco la rabia de la best ia hum ana. Paradój icam ent e, est a conciencia crist iana de la anim alidad prepara el m om ent o en el cual la locura será t rat ada com o un hecho de la nat uraleza; ent onces se olvidará rápidam ent e lo que significaba " nat uraleza" para el pensam ient o clásico: no el dom inio siem pre abiert o a un análisis obj et ivo, sino la región donde nace en el ser hum ano el escándalo, siem pre posible, de una locura que es a la vez su verdad últ im a y la form a de su abolición. Todos est os hechos, est as práct icas ext rañas anudadas alrededor de la locura, est os hábit os que la exalt an y la dom an al m ism o t iem po, que la reducen a la anim alidad sin dej arla de hacer port adora de la lección de la Redención, colocan a la locura en una ext raña sit uación en relación con el conj unt o de la sinrazón. En las casas de confinam ient o, la locura se codea con t odas las form as de la sinrazón, que la rodean y que definen su verdad m ás general; y sin em bargo, est á aislada, t rat ada de m anera singular, m anifiest a en aquello que puede t ener de único, com o si, pert eneciendo a la sinrazón, la at ravesara sin cesar, por un m ovim ient o que le sería propio, llevándose a sí m ism a al ext rem o m ás paradój ico. Ello no t endría apenas im port ancia para quien deseara hacer la hist oria de la locura con un est ilo de posit ividad. No es a t ravés del int ernam ient o de los libert inos ni de la obsesión de la anim alidad com o ha podido lograrse el reconocim ient o progresivo de la locura en su realidad pat ológica; por el cont rario, librándose de t odo lo que podía encerrarla en el m undo m oral del clasicism o es com o ha llegado a definir su verdad m édica: est o es, al m enos, lo que supone t odo posit ivism o t ent ado a rehacer el diseño de su propio desarrollo, com o si t oda la hist oria del conocim ient o no act uara m ás que por la erosión de una obj et ividad que se descubre poco a poco en sus est ruct uras fundam ent ales, y com o si no fuera j ust am ent e un post ulado, adm it ir de ent rada, que la form a de la obj et ividad m édica puede definir la esencia y la verdad secret a de la locura. Quizás el hecho de que la locura pert enezca a la pat ología deba considerarse, ant es bien, com o una confiscación, especie de avat ar que habría sido preparado, de ant em ano, en la hist oria de nuest ra cult ura, pero no det erm inado, de ninguna m anera, por la esencia m ism a de la locura. Los parent escos que los siglos clásicos le reconocen con el libert inaj e, por ej em plo, y que consagra la práct ica del int ernam ient o, sugieren un rost ro de la locura que para nosot ros se ha perdido por com plet o. Act ualm ent e hem os adquirido el hábit o de ver en la locura una caída hacia un det erm inism o donde desaparecen progresivam ent e t odas las form as de libert ad; no nos m uest ra sino las regularidades nat urales de un det erm inism o, con el encadenam ient o de sus causas y el m ovim ient o discursivo de sus form as; pues la am enaza de la locura para el hom bre m oderno consist e en el ret orno al m undo som brío de las best ias y de las cosas, con su libert ad im pedida. No es en est e paisaj e de nat uraleza, donde los siglos XVI I y XVI I I reconocen la locura, sino ant e un fondo de sinrazón; no revela un m ecanism o, sino m ás bien una libert ad que rabia en las form as m onst ruosas de la anim alidad. Ya no com prendem os act ualm ent e la sinrazón sino a t ravés de su form a epit ét ica: lo irrazonable, cuya presencia afect a las conduct as o las palabras, y denuncia a los oj os del profano la exist encia de la locura y de t odo su cort ej o pat ológico; lo irrazonable no es para nosot ros m ás que uno de los m odos de aparición de la locura. Al cont rario, la sinrazón, para el clasicism o, t iene un valor nom inal; cum ple una especie de función sust ancial. Es en relación con ést a, y solam ent e así, com o puede 116 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com com prenderse la locura. Es el soport e, o m ej or dicho, es lo que define el espacio de su posibilidad. Para el hom bre clásico, la locura no es la condición nat ural, la raíz psicológica y hum ana de la sinrazón; const it uye m ás bien su form a em pírica; y el loco, al recorrer la curva de la caída hum ana, hast a llegar al furor de la anim alidad, revela ese fondo de sinrazón que am enaza al hom bre y que envuelve desde m uy lej os a t odas las form as de su exist encia nat ural. No se t rat a de un deslizam ient o hacia un det erm inism o, sino de la abert ura a una noche. Mej or que cualquier doct rina, m ej or en t odo caso que nuest ro posit ivism o, el racionalism o clásico ha sabido velar, y percibir el peligro subt erráneo de la sinrazón, de ese espacio am enazant e de una libert ad absolut a. Si el hom bre cont em poráneo, desde Niet zsche y Freud, encuent ra en el fondo de sí m ism o el punt o de respuest a de t oda verdad, pudiendo leer en lo que hoy sabe de sí m ism o los indicios de fragilidad por donde nos am enaza la sinrazón, el hom bre del siglo XVI I , por el cont rario, descubre, en la presencia inm ediat a de su pensam ient o, la cert idum bre en que se enuncia la razón baj o su prim era form a. Pero ello no quiere decir que el hom bre clásico, en su experiencia de la verdad, est uviera m ás alej ado de la sinrazón de lo que podem os est arlo nosot ros. Verdad es que el Cogit o es un com ienzo absolut o; pero no olvidem os que el genio m aligno es ant erior a él. Y el genio m aligno no es el sím bolo en que est án resum idos y llevados al sist em a t odos los peligros de esos acont ecim ient os psicológicos que son las im ágenes de los sueños y los errores de los sent idos. Ent re Dios y el hom bre, el genio m aligno t iene un sent ida absolut o: es, en t odo su rigor, la posibilidad de la sinrazón y la t ot alidad de sus poderes. Es m ás que la refracción de la finit ud hum ana; designa el peligro que, m ucho m ás allá del hom bre, podría im pedir de m anera definit iva acceder a la verdad: el obst áculo m ayor, no de t al espírit u, sino de t al razón. Y no es porque la verdad que t om a en el Cogit o su ilum inación t erm ine por ocult ar ent eram ent e las som bras del genio m aligno por lo que se debe olvidar su poder perpet uam ent e am enazant e: hast a la exist encia y la verdad del m undo ext erior, ese peligro sobrevolará el cam ino de Descart es. En esas condiciones, ¿cóm o la sinrazón en la época clásica podría encont rarse a la escala de un acont ecim ient o psicológico, o aun a la m edida de un pat et ism o hum ano, siendo así que form a el elem ent o en el cual nace el m undo a su propia verdad, el dom inio en el int erior del cual la razón t endrá que responder de sí m ism a? Para el clasicism o, la locura nunca podrá ser t om ada por la esencia m ism a de la sinrazón, ni aun por la m ás prim it iva de sus m anifest aciones; nunca una psicología de la locura podrá pret ender decir la verdad de la sinrazón. Por el cont rario, hay que volver a colocar la locura en el libre horizont e de la sinrazón, a fin de poder rest it uirle las dim ensiones que le son propias. Si se m ezclaba a los que nosot ros llam aríam os " enferm os m ent ales" con libert inos, con profanadores, con degenerados, con pródigos, no es porque se at ribuyera dem asiado poco a la locura, a su det erm inism o propio y a su inocencia; es porque aún se at ribuía a la sinrazón la plenit ud de sus derechos. Librar a los locos, " liberarlos" , de esas com ponendas, no es liberarse de viej os prej uicios; es cerrar los oj os y abandonar, a cam bio de un " sueño psicológico" , est a vigilia sobre la sinrazón que daba su sent ido m ás agudo al racionalism o clásico. En est a confusión de hospicios que se desenvolverá solam ent e a principios del siglo XI X, t enem os la im presión de que el loco no era reconocido en la verdad de su perfil psicológico, sino en la m edida m ism a en que se reconocía en él su profundo parent esco con t odas las form as de sinrazón. Encerrar al insensat o con el depravado o el herej e hace borrar el hecho de la locura, pero revela la posibilidad perpet ua de la sinrazón; y es est a am enaza en su form a abst ract a y universal la que t rat a de dom inar la práct ica del int ernam ient o. 117 h t t p:/ / bibliot e ca .d2 g.com Lo que es la caída a las form as diversas del pecado, lo es la locura a los ot ros rost ros de la sinrazón: el principio, el m ovim ient o originario, la m ayor culpabilidad en su cont act o inst ant áneo con la m ayor inocencia, el m ás alt o m odelo repet ido sin cesar, de lo que habría que olvidar en la vergüenza. Si la locura form a ej em plo en el m undo del int ernam ient o, si se la m anifiest a m ient ras se reducen al silencio t odos los ot ros signos de la sinrazón, es porque lleva en ella t oda la pot encia del escándalo. Recorre t odo el dom inio de la sinrazón, uniendo sus dos riberas opuest as, la de la elección m oral, de la falt a relat iva, de t odas las flaquezas y la de la rabia anim al, de la libert ad encadenada al furor, de la caída inicial y absolut a; la ribera de la libert ad clara y la ribera de la libert ad som bría. La locura es, concent rada en un punt o, el t odo de la sinrazón: el día culpable y la noche inocent e. Es ést a, sin duda, la paradoj a m ayor de la experiencia clásica de la locura; es ret om ada y envuelt a en la experiencia m oral de una sinrazón que el siglo XVI I ha proscrit o en el int ernam ient o; pero t am bién est á ligada a la experiencia de una sinrazón anim al que form a el lím it e absolut o de la razón encarnada, y el escándalo de la condición hum ana. Colocada baj o el signo de t odas las sinrazones m enores, la locura se encuent ra anexada a una experiencia ét ica, y a una valoración m oral de la razón; pero ligada al m undo anim al, y a su sinrazón m ayor, t oca su m onst ruosa inocencia. Experiencia cont radict oria si se quiere, y m uy alej ada de aquellas definiciones j urídicas de la locura que se esfuerzan por hacer la separación de la responsabilidad y el det erm inism o, de la falt a y de la inocencia; alej ada t am bién de aquellos análisis m édicos que, en la m ism a época, prosiguen el análisis de la locura com o fenóm eno de nat uraleza. Sin em bargo, en la práct ica y la conciencia concret a del clasicism o, hay est a experiencia singular de la locura, que recorre en un relám pago t oda la dist ancia de la sinrazón; fundada sobre una elección ét ica, e inclinada al m ism o t iem po hacia el furor anim al. De est a ant igüedad no saldrá el posit ivism o, aunque es ciert o que él la ha sim plificado: ha ret om ado el t em a de la locura anim al y de su inocencia, en una t eoría de la alienación m ent al com o m ecanism o pat ológico de la nat uraleza; y al m ant ener al loco en esa sit uación de int ernam ient o invent ada por la época clásica, lo m ant endrá oscuram ent e, sin confesárselo, en el aparat o de la coacción m oral y de la sinrazón dom inada. La psiquiat ría posit iva del siglo XI X, y t am bién la nuest ra, si bien han renunciado a las práct icas, si han dej ado de lado los conocim ient os del siglo XVI I I , han heredado, en cam bio, t odos esos nexos que la cult ura clásica en su conj unt o había inst aurado con la sinrazón; los han m odificado, los han desplazado, han creído hablar de la única locura en su obj et ividad pat ológica; a pesar suyo, t enían que vérselas con una locura habit ada aún por la ét ica de la sinrazón y el escándalo de la anim alidad. 118 Hist oria de la locura en la época clásica por MI CHEL FOUCAULT Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte SEGUNDA PARTE 2 Michel Foucault Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault I NTRODUCCI ÓN VERDAD t rivial a la que ya es t iem po de volver ahora: la conciencia de la locura, al m enos en la cult ura europea, nunca ha sido un hecho m acizo, que form e un bloque y se m et am orfosee com o un conj unt o hom ogéneo. Para la conciencia occident al, la locura surge sim ult áneam ent e en punt os m últ iples, form ando una const elación que se desplaza poco a poco, t ransform a su diseño y cuya figura ocult a, quizás, el enigm a de una verdad. Sent ido siem pre fracasado. Pero, después de t odo, ¿qué form a del saber es bast ant e singular, esot érica o regional para no ser dada nunca m ás que en un punt o, y en una form ulación única? ¿Qué conocim ient o es sabido al m ism o t iem po bast ant e bien y bast ant e m al para ser conocido una sola vez, de una sola m anera, según un solo t ipo de aprehensión? ¿Cuál es la figura de la ciencia, por coherent e y cerrada que sea, que no dej e gravit ar a su alrededor form as m ás o m enos oscuras de conciencia práct ica, m it ológica o m oral? Si no hubiese vivido en un orden disperso, y reconocido solam ent e por sus perfiles, t oda verdad ent raría en el sueño. Quizá, sin em bargo, ciert a no coherencia es m ás esencial a la experiencia de la locura que a ninguna ot ra; quizás est a dispersión concierne, ant es que a diversos m odos de elaboración ent re los cuales sea posible sugerir un esquem a evolut ivo, a lo que hay de m ás fundam ent al en est a experiencia y m ás próxim o de sus dat os originarios. Y en t ant o que en la m ayor part e de las ot ras form as del saber la convergencia se esboza a t ravés de cada perfil, aquí la divergencia se inscribe en las est ruct uras, no aut orizando ot ra conciencia de la locura m ás que la ya rot a y fragm ent ada desde el principio en un debat e que no puede t erm inar. Puede ocurrir que unos concept os o una ciert a pret ensión de saber recubran de m anera superficial est a prim era dispersión: t est igo, el esfuerzo que hace el m undo m oderno para no hablar de la locura m ás que en los t érm inos serenos y obj et ivos de la enferm edad m ent al, y para dej ar en las som bras los valores pat ét icos en los significados m ixt os de la pat ología y de la filant ropía. Pero el sent ido de la locura en una época dada, incluso la nuest ra, no hay que pregunt arlo a la unidad al m enos esbozada de un proyect o, sino a esa presencia desgarrada; y si ocurre a la experiencia de la locura t rat ar de superarse y de equilibrarse, proyect ándose sobre un plano de obj et ividad, nada ha podido borrar los valores dram át icos dados desde el origen a su debat e. Con el curso del t iem po, ese debat e ret orna con obst inación: incansablem ent e, puede poner en j uego, baj o form as diversas, pero con la m ism a dificult ad de conciliación, las m ism as form as de conciencia, siem pre irreduct ibles. 1. Una conciencia crít ica de la locura, que la reconoce y la designa sobre el fondo de lo razonable, de lo reflexionado, de lo m oralm ent e sabio; conciencia que se ent rega por com plet o en su j uicio, desde ant es de la elaboración de sus concept os; conciencia que no define, que denuncia. La locura es concebida allí a m odo de una oposición resent ida inm ediat am ent e; est alla en su visible aberración, m ost rando por una plét ora de pruebas " que t iene la cabeza vacía y est á invert ida" i . En ese punt o aún inicial, la conciencia de la locura es segura de sí m ism a, es decir, de no est ar loca. Pero se ha arroj ado, sin m edida ni concept o, en el int erior m ism o de la diferencia, en lo m ás vivo de la oposición, en el corazón de ese conflict o en que locura y no locura int ercam bian su lenguaj e m ás prim it ivo; y la oposición se vuelve reversible: en est a ausencia de punt o fij o, bien puede ser que la locura sea razón, y que la conciencia de locura sea presencia secret a, est rat agem a de la locura m ism a. 3 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Quien por viaj ar se em barca en baj el, ve que se va la t ierra, y no que avanza él. ii Pero, puest o que para la locura no exist e la cert eza de no est ar loca, hay allí una locura m ás general que t odas las ot ras, y que coloca en el m ism o sit io que a la locura a la m ás obst inada de las sabidurías. Y cuant o m ás cavila m i calet re profundo, m i convicción es firm e, que yerra t odo el m undo. iii Sabiduría frágil, pero suprem a. Supone, exige el perpet uo desdoblam ient o de la conciencia de la locura, su hundim ient o en la locura y su nuevo surgim ient o. Se apoya sobre valores, o, ant es bien, sobre el valor, form ulado desde el principio, de la razón, pero la suprim e para encont rarla inm ediat am ent e en la lucidez irónica y falsam ent e desesperada de est a abolición. Conciencia crít ica que finge llevar el rigor hast a hacerse crít ica radical de sí m ism a, y hast a arriesgarse en lo absolut o de un com bat e dudoso, pero que se guarda de ello, secret am ent e, por adelant ado, reconociéndose com o razón en el hecho único de acept ar el riesgo. En un sent ido, el com prom iso de la razón es t ot al en est a oposición sencilla y reversible a la locura, pero sólo es t ot al a part ir de una secret a posibilidad de zafarse com plet am ent e. 2. Una conciencia práct ica de la locura: aquí la separación no es ni virt ualidad ni virt uosism o de la dialéct ica. Se im pone com o una realidad concret a porque es dada en la exist encia y las norm as de un grupo; pero, m ás aún, se im pone com o elección, com o elección inevit able, puest o que hay que est ar de est e lado o del ot ro, en el grupo o fuera del grupo. Adem ás, esa elección es una elección falsa, pues sólo quienes est án en el int erior del grupo t ienen el derecho de designar a quienes, est ando considerados com o en el ext erior, son acusados de haber escogido est ar allí. La conciencia, solam ent e crít ica, que han desviado, se apoya sobre la conciencia de que han escogido ot ra vía, y por ello, se j ust ifica —se aclara y se oscurece a la vez— en un dogm at ism o inm ediat o. No es una conciencia pert urbada por haberse com prom et ido en la diferencia y la hom ogeneidad de la locura y de la razón; es una conciencia de la diferencia ent re locura y razón, conciencia que es posible en la hom ogeneidad del grupo considerado com o port ador de las norm as de la razón. Para ser social, norm at iva, sólidam ent e apoyada desde el principio, est a conciencia práct ica de la locura no dej a de ser dram át ica; sim plifica la solidaridad del grupo, indica igualm ent e la urgencia de una separación. En esa separación se ha callado la libert ad siem pre peligrosa del diálogo; no queda m ás que la t ranquila cert idum bre de que hay que reducir la locura al silencio. Conciencia am bigua, serena, puest o que est á segura de det ect ar la verdad, pero inquiet a de reconocer los som bríos poderes de la locura. Cont ra la razón, aparece ahora desarm ada la locura; pero cont ra el orden, cont ra lo que la razón puede m anifest ar de ella m ism a en las leyes de las cosas y de los hom bres, revela ext raños poderes. Es est e orden el que sient e am enazado est a conciencia de la locura, y la separación que ella consum a arriesga su suert e. Pero ese riesgo es lim it ado, falsificado desde el principio; no hay confront ación real, sino el ej ercicio sin com pensación de un derecho absolut o que la conciencia de la locura se arroga desde el origen al reconocerse com o hom ogéneo a la razón y al grupo. La cerem onia t riunfa sobre el debat e; y no son los avat ares de una lucha real que expresa est a conciencia 4 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault de la locura, sino t an sólo los rit os inm em oriales de una conj uración. Est a form a de conciencia es, al m ism o t iem po, la m ás y la m enos hist órica; se da a cada inst ant e com o reacción inm ediat a de defensa, pero est a defensa no hace m ás que react ivar t odas las viej as obsesiones del horror. El asilo m oderno, si al m enos se piensa en la conciencia oscura que le j ust ifica y que funda su necesidad, no est á puro de la herencia de los leprosarios. La conciencia práct ica de la locura, que parece no definirse m ás que por la t ransparencia de su finalidad, es sin duda la m ás espesa, la m ás cargada de ant iguos dram as en su cerem onia esquem át ica. 3. Una conciencia enunciadora de la locura, que da la posibilidad de decir en lo inm ediat o, y sin ninguna desviación por el saber: " Aquél es un loco." No es aquí cuest ión de calificar o descalificar a la locura, sino solam ent e de indicarla en una especie de exist encia sust ant iva; hay allí, ant e la m irada, alguien que est á irrecusablem ent e loco, alguien que es evident em ent e loco: exist encia sim ple, inm óvil, obst inada, la locura ant es de t oda calidad y de t odo j uicio. La conciencia no est á ent onces al nivel de los valores: de los peligros y de los riesgos; est á al nivel del ser, no siendo ot ra cosa que un conocim ient o m onosilábico reducido a lo const ant e. En un sent ido, es la m ás serena de t odas las conciencias de la locura, puest o que no es, en sum a, m ás que una sim ple aprehensión percept iva. No pasando por saber, evit a hast a las inquiet udes del diagnóst ico. Es la conciencia irónica del int erlocut or del Sobrino de Ram ean, es la conciencia reconciliada con ella m ism a que, apenas habiendo ascendido del fondo del dolor, cuent a, a m edio cam ino ent re la fascinación y la am argura, los sueños de Aurelia. Por sencilla que sea, est a conciencia no es pura: ent raña un ret roceso perpet uo, puest o que supone y prueba a la vez que no es locura por el hecho m ism o de que ella es su conciencia inm ediat a. La locura no est ará allí, present e y designada en una evidencia irrefut able, m ás que en la m edida en que la conciencia ant e la que est á present e la ha recusado ya, definiéndose por relación y por oposición a ella. No es conciencia de locura m ás que ant e el fondo de conciencia de no ser locura. Por libre de prej uicios que pueda est ar, por alej ada de t odas las form as de coacción y de represión, siem pre es ciert a m anera de haber dom inado ya la locura. Su negat iva a calificar la locura presupone siem pre ciert a conciencia cualit at iva de sí m ism a, com o no siendo locura, no es percepción sim ple m ás que en la m edida en que es est a oposición subrept icia: " Porque ot ros han est ado locos, nosot ros podem os no est arlo" , decía Blake. iv Pero no hay que equivocarse ant e est a aparent e ant erioridad de la locura de los ot ros: aparece en el t iem po, cargada de ant igüedad, porque, por encim a de t oda m em oria posible, la conciencia de no est ar loco había ext endido ya su calm a int em poral: " Las horas de la locura se m iden por el reloj , pero las de la sabiduría no puede m edirlas ningún reloj ." v 4. Una conciencia analít ica de la locura, conciencia desplegada de sus form as, de sus fenóm enos, de sus m odos de aparición. Sin duda, el t odo de esas form as y de esos fenóm enos no est á j am ás present e en est a conciencia; durant e largo t iem po y para siem pre quizá la locura ocult ará lo esencial de sus poderes y de sus verdades en el m al conocido; em pero, en est a conciencia analít ica, ella se une a la t ranquilidad del bien conocido. Aun si es ciert o que no se llegará j am ás al fin de sus fenóm enos y de sus causas, pert enece por pleno derecho a la m irada que la dom ina. La locura no es allí m ás que la t ot alidad al m enos virt ual de sus fenóm enos; no ent raña m ás peligro, no im plica m ás separación; no presupone ot ro ret roceso que cualquier obj et o de conocim ient o. Est a form a de conciencia es la que funda la posibilidad de un saber obj et ivo de la locura. Cada una de esas form as de conciencia es a la vez suficient e en sí m ism a y solidaria de t odas las dem ás. Solidarias puest o que no pueden dej ar de apoyarse subrept iciam ent e las unas sobre las ot ras; no exist e saber de la locura, por obj et ivo que se pret enda, t an fundado com o se pret enda sobre las solas form as del 5 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault conocim ient o cient ífico, que no suponga, a pesar de t odo, el m ovim ient o ant erior de un debat e crít ico, en que la razón se ha m edido con la locura, experim ent ándola a la vez en la sim ple oposición, y en el peligro de la reversibilidad inm ediat a; presupone t am bién com o virt ualidad siem pre present e en su horizont e una separación práct ica, en que el grupo confirm a y refuerza sus valores por la conj uración de la locura. I nversam ent e, puede decirse que no hay conciencia crít ica de la locura que no t rat e de fundarse o de sobrepasarse en un conocim ient o analít ico en que se aplacará la inquiet ud del debat e, en que serán conj urados los riesgos, en que las dist ancias quedarán definit ivam ent e est ablecidas. Cada una de las cuat ro form as de conciencia de la locura indica una o varias ot ras que le sirven de referencia const ant e, de j ust ificación o de presuposición. Pero ninguna puede reabsorberse j am ás t ot alm ent e en ot ra. Por est recha que sea, su relación j am ás puede reducirlas a una unidad que las aboliría a t odas en una form a t iránica, definit iva y m onót ona de conciencia. Y es que, por su nat uraleza, por su significación y su fundam ent o, cada una conserva su aut onom ía: la prim era cierne en el inst ant e t oda una región del idiom a en que se encuent ran y se confront an a la vez el sent ido y el no- sent ido, la verdad y el error, la sabiduría y la em briaguez, la luz del día y el sueño cint ilant e, los lím it es del j uicio y las presunciones infinit as del deseo. La segunda, heredera de los grandes horrores ancest rales, ret om a, sin saberlo, quererlo ni decirlo, los viej os rit os m udos que purifican y vigorizan las conciencias oscuras de la com unidad; envuelve con ellas t oda una hist oria que no se nom bra, y pese a las j ust ificaciones que pueda proponer de sí m ism a, perm anece m ás cerca del rigor inm óvil de las cerem onias que de la labor incesant e del idiom a. La t ercera no es del orden del conocim ient o, sino del reconocim ient o; es espej o ( com o en el Sobrino de Ram ean) , o recuerdo ( com o en Nerval o en Art aud) , siem pre, en el fondo, reflexión sobre sí en el m om ent o m ism o en que cree designar o el ext raño o lo que hay de m ás ext raño en sí; lo que pone a dist ancia, en su enunciación inm ediat a, en est e descubrim ient o t ot alm ent e percept ivo, es su secret o m ás próxim o; y baj o est a exist encia sencilla y no de la locura, que est á allí com o una cosa abiert a y desarm ada, reconoce sin saberlo la fam iliaridad de su dolor. En la conciencia analít ica de la locura efect úa el aplacam ient o del dram a y se cierra el silencio del diálogo; ya no hay ni rit o ni lirism o; los fant asm as t om an su verdad, los peligros de la cont ra- nat uraleza se conviert en en signos y m anifest aciones de una nat uraleza; lo que evocaba el horror no llam a m ás que a la t écnica de supresión. La conciencia de la locura no puede encont rar aquí su equilibrio m ás que en la form a del conocim ient o. Desde que, con el Renacim ient o, ha desaparecido la experiencia t rágica del insensat o, cada figura hist órica de la locura im plica la sim ult aneidad de esas cuat ro form as de conciencia; a la vez, su conflict o oscuro y su unidad sin cesar desanudada; a cada inst ant e se hace y se deshace el equilibrio de lo que, en la experiencia de la locura, proviene de una conciencia dialéct ica, de una separación rit ual, de un reconocim ient o lírico y, en fin, del saber. Los rost ros sucesivos que t om a la locura en el m undo m oderno reciben lo que hay de m ás caract eríst ico en sus rasgos de la proporción y de los vínculos que se est ablecen ent re esos cuat ro grandes elem ent os. Ninguno desaparece j am ás ent eram ent e, pero llega a ocurrir que uno de ellos sea privilegiado, hast a el punt o de m ant ener a los ot ros en una sem i- oscuridad en que nacen t ensiones y conflict os que reinan por debaj o del nivel del lenguaj e. Tam bién llega a ocurrir que se est ablezcan agrupaciones ent re t al o t al de esas form as de conciencia, que const it uyen ent onces grandes sect ores de experiencia con su aut onom ía y su est ruct ura propias. Todos esos m ovim ient os designan los rasgos de un devenir hist órico. 6 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Si se adopt ara una cronología larga, desde el Renacim ient o hast a nuest ros días, es probable que pudiera encont rarse un m ovim ient o de gran envergadura que hiciera desviar la experiencia de la locura desde las form as crít icas de conciencia hast a las form as analít icas. El siglo XVI ha privilegiado la experiencia dialéct ica de la locura: m ás que ninguna ot ra época, ha sido sensible a lo que podía haber allí de indefinidam ent e reversible ent re la razón de la locura, a t odo lo que había de próxim o, de fam iliar, de sim ilar en la presencia del loco, a t odo aquello que su exist encia, en sí, podía denunciar de ilusión y hacer est allar de irónica verdad. De Brant a Erasm o, a Louise Labe, a Mont aigne, a Charron, a Régnier, es la m ism a inquiet ud la que se com unica, la m ism a vivacidad crít ica, el m ism o consuelo en la acept ación sonrient e de la locura. " Así est a razón es una ext raña best ia." vi Y ni siquiera la experiencia m édica dej a ni por un m om ent o de ordenar sus concept os y sus m edidas según el m ovim ient o indefinido de est a conciencia. Por el cont rario, los siglos XI X y XX han dej ado caer t odo el peso de su int errogación sobre la conciencia analít ica de la locura. Hast a han supuest o que había que buscar allí la verdad t ot al y final de la locura, no siendo las ot ras form as de experiencia m ás que aproxim aciones, t ent at ivas poco evolucionadas, elem ent os arcaicos. Y sin em bargo la crít ica niet zscheana, t odos los valores invest idos en la separación del asilo, y la gran invest igación que Art aud, después de Nerval, ej erció im placablem ent e sobre sí m ism o, son t est im onios suficient es de que t odas las ot ras form as de conciencia de la locura aún viven en el núcleo de nuest ra cult ura. El hecho de que no puedan recibir apenas ot ra form ulación que la lírica no dem uest ra que est én pereciendo, ni que hayan prolongado, a pesar de t odo, una exist encia que el saber ha rechazado desde hace t iem po, sino que, m ant enidas en la som bra, se vivifican en las form as m ás libres y m ás originales del idiom a. Y su poder de cont est ación, sin duda, sale así m ás vigorizado. En la época clásica, en cam bio, la experiencia de la locura encuent ra su equilibrio en una separación que define dos dom inios aut ónom os de la locura: por un lado, la conciencia crít ica y la conciencia práct ica; por el ot ro, las form as del conocim ient o y del reconocim ient o. Se aisla t oda una región que agrupa el conj unt o de las práct icas y de los j uicios por los cuales es denunciada y excluida la locura; lo que en ella est á vecino, dem asiado vecino de la razón, t odo lo que am enaza a ést a con un parecido ridículo, es separado según el m odo de la violencia, y reducido a riguroso silencio; es ese peligro dialéct ico de la conciencia razonable, es esa separación salvadora la que recubre el gest o del int ernam ient o. La im port ancia del int ernam ient o no est á en que sea una nueva form a inst it ucional, sino en que resum e y m anifiest a una de las dos m it ades de la experiencia clásica de la locura: aquella en que se organizan en la coherencia de una práct ica la inquiet ud dialéct ica de la conciencia y la repet ición del rit ual de la separación. En la ot ra región, por el cont rario, la locura se m anifiest a: t rat a de decir su verdad, de denunciarse allí donde est á, y de desplegarse en el conj unt o de sus fenóm enos; int ent a adquirir una nat uraleza y un m odo de presencia posit iva en el m undo. Después de haber int ent ado, en los capít ulos precedent es, analizar el dom inio del int ernam ient o y las form as de la conciencia que recubre est a práct ica, desearem os, en los capít ulos que van a seguir, rest it uir el dom inio del reconocim ient o y del conocim ient o de la locura a la época clásica: pues, con t oda cert idum bre y en una percepción inm ediat a, ¿quién ha podido ser reconocido com o loco? ¿Cóm o viene a m anifest arse la locura en signos que no pueden ser rechazados? ¿Cóm o ha llegado a t ener un sent ido en una nat uraleza? Pero sin duda, est a separación ent re dos dom inios de experiencia es bast ant e caract eríst ica de la época clásica, y lo bast ant e im port ant e en sí m ism a para que 7 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault podam os ext endernos sobre ella algunos inst ant es. Se dirá, acaso, que en est a censura no hay nada de ext raordinario ni de rigurosam ent e propio de una época hist órica dada. Que las práct icas de exclusión y de prot ección no coinciden con la experiencia m ás t eórica que se t iene de la locura, es, ciert am ent e, un hecho bast ant e const ant e en la experiencia occident al. Aún en nuest ros días, en el cuidado m ism o con el cual nuest ra buena conciencia se em pecina en fundar t oda t ent at iva de separación sobre una designación cient ífica, fácilm ent e se puede descifrar el m alest ar de una inadecuación. Pero lo que ha caract erizado a la época clásica es que no se encuent ra en ella ni aun m alest ar, ni aspiración a una unidad. La locura ha t enido, durant e un siglo y m edio, una exist encia rigurosam ent e dividida. Y hay de ello una prueba concret a que salt a inm ediat am ent e a la vist a: y es que el int ernam ient o, lo hem os vist o, no ha sido de ninguna m anera una práct ica m édica, y que el rit o de exclusión al que procede no se abre sobre un espacio de conocim ient o posit ivo, y que, en Francia, habrá que esperar a la gran circular de 1785 para que una orden m édica penet re en el int ernam ient o, y un decret o de la Asam blea para que, a propósit o de cada int ernado, se plant ee la cuest ión de saber si est á loco o no. A la inversa, hast a Haslam y Pinel, práct icam ent e no habrá experiencia m édica nacida del asilo y en el asilo; el saber de la locura ocupará un lugar en un cuerpo de conocim ient os m édicos, en que figura com o un capít ulo ent re m uchos ot ros, sin que nada indique el m odo de exist encia part icular de la locura en el m undo, ni el sent ido de su exclusión. Esa separación sin apelación hace de la época clásica una época de ent endim ient o para la exist encia de la locura. No hay posibilidad para ningún diálogo, para alguna confront ación ent re una práct ica que dom ina la cont ra- nat ura y la reduce al silencio, y un conocim ient o que t rat a de descifrar verdades de nat uraleza; el gest o que conj ura lo que el hom bre no sabría reconocer ha perm anecido aj eno al discurso en el cual una verdad surge en el conocim ient o. Las form as de conocim ient o se han desarrollado por sí m ism as, una en una práct ica sin com ent ario, la ot ra en un discurso sin cont radicción. Tot alm ent e excluida por una part e, t ot alm ent e obj et ivada, por la ot ra, la locura nunca se ha m anifest ado por sí m ism a en un lenguaj e que le fuera propio. No es la cont radicción la que est á viva en ella, sino que es ella la que vive separada ent re los t érm inos de la cont radicción. En t ant o que el m undo occident al est uvo consagrado a la época de la razón, la locura ha perm anecido sum isa a la división del ent endim ient o. Sin duda, es ést a la razón de ese profundo silencio que da a la locura de la época clásica la apariencia del sueño: t al era la fuerza con que se im ponía el clim a de evidencia que rodeaba y prot egía unos concept os y práct icas de los ot ros. Quizá ninguna época haya sido m ás insensible al pat et ism o de la locura que est a época que, sin em bargo, fue la del ext rem o desgarram ient o en su vida profunda. Y es que, por virt ud m ism a de ese desgarram ient o, no era posible t om ar conciencia de la locura com o de un punt o único en que vendrían a reflej arse —lugar im aginario y real a la vez— las pregunt as que el hom bre se plant ea a propósit o de sí m ism o. Aun cuando en el siglo XVI I se hubiese est ado seguro de que un int ernam ient o no era j ust o, no era la esencia m ism a de la razón la que por ello se encont raba com prom et ida; y, a la inversa, la incert idum bre de lo que era la locura o del punt o a part ir del cual había que t razar sus lím it es, no era considerada com o am enaza inm ediat a para la sociedad o para el hom bre en concret o. El exceso m ism o de la separación garant izaba la calm a de cada una de las dos form as de int errogación. Ninguna recurrencia am enazaba, al ponerlas en corít act o, con provocar la chispa de una cuest ión fundam ent al y sin apelación. 8 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Y, sin em bargo, no dej an de ocurrir asom brosas coincidencias, por doquier. Esos dos dom inios, t an rigurosam ent e separados, no dej an de m anifest ar, si se les exam ina de cerca, m uy est rict as analogías de est ruct ura. El ret roceso de la locura provocado por las práct icas del int ernam ient o, la desaparición del personaj e del loco com o t ipo social fam iliar: fácilm ent e encont rarem os, en las páginas siguient es, las consecuencias o las causas, ant es bien, para ser a la vez m ás obj et ivo y m ás exact o, las form as correspondient es en las reflexiones t eóricas y cient íficas sobre la locura. Lo que hem os descrit o com o un acont ecim ient o, por un lado, lo encont rarem os en el ot ro lado com o form a de desarrollo concept ual. Por separados que est én est os dos dom inios, no hay nada im port ant e en el prim ero que no est é equilibrado en el segundo, lo que hace que esa separación no pueda ser concebible m ás que en relación con las form as de unidad cuya aparición aut oriza. Quizá no adm iram os, por el m om ent o, m ás que la unidad de la t eoría y de la práct ica. Nos parece, sin em bargo, que la separación operada en la época clásica ent re las form as de conciencia de la locura no corresponde a la dist inción de lo t eórico y de lo práct ico. La conciencia cient ífica o m édica de la locura, aun cuando reconozca la im posibilidad de curar, siem pre est á virt ualm ent e com prom et ida en un sist em a de operaciones que debería perm it ir borrar los sínt om as o dom inar las causas; por ot ra part e, la conciencia práct ica que separa, condena y hace desaparecer al loco est á necesariam ent e m ezclada con ciert a concepción polít ica, j urídica, económ ica del individuo en la sociedad. Por t ant o, la separación es dist int a. Lo que se encuent ra en un lado, baj o la gran rúbrica del int ernam ient o, es el m om ent o —t ant o t eórico com o práct ico— de la separación, es la reanudación del viej o dram a de la exclusión, es la form a de apreciación de la locura en el m ovim ient o de su supresión: lo que, por sí m ism o, llega a form ularse en su aniquilam ient o concert ado. Y lo que vam os a encont rar ahora es el despliegue, t am bién t eórico y práct ico, de la verdad de la locura a part ir de un ser que es un no- ser, puest o que no se present a en sus signos m ás m anifiest os m ás que com o error, fant asm a, ilusión, lenguaj e vano y carent e de cont enido; va a t rat arse, ahora, de la const it ución de la locura com o nat uraleza a part ir de est a no- nat uraleza que es su ser m ism o. De lo que se t rat aba ant es era, pues, de la const it ución dram át ica de un ser a part ir de la supresión violent a de su exist encia; ahora, de la const it ución, en la serenidad del saber, de una nat uraleza a part ir de una revelación de un no- ser. Pero al m ism o t iem po que est a const it ución de una nat uraleza, t rat arem os de aislar la experiencia única que sirve de fundam ent o t ant o a las form as dram át icas de la separación com o al calm ado m ovim ient o de est a const it ución. Est a experiencia única, que reposa aquí y allá, que sost iene, explica y j ust ifica la práct ica del int ernam ient o y el ciclo del conocim ient o, es, ella, la que const it uye la experiencia clásica de la locura; es ella la que se puede designar con el t érm ino m ism o de sinrazón. Baj o la gran escisión de que acabam os de hablar, ext iende su secret a coherencia: pues es, al m ism o t iem po, la razón de la cesura, y la razón de la unidad que se descubre de uno y ot ro lado de la cesura. Es ella la que explica que se encuent ren las m ism as form as de experiencia de una y ot ra parle, pero que no se les encuent re j am ás en una y ot ra part e. La sinrazón en la época clásica es, al m ism o t iem po, la unidad y la división de ella m ism a. Se nos pregunt ará por qué haber esperado t ant o t iem po para aislarla; por qué haberla nom brado finalm ent e, est a sinrazón, a propósit o de la const it ución de una nat uraleza, es decir, finalm ent e, a propósit o de la ciencia, de la m edicina, de la " filosofía nat ural" . Por qué no haberla t rat ado m ás que por alusión o pret erición en t ant o que se t rat aba de la vida económ ica y social, de las form as de la pobreza y el desem pleo, de las 9 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault inst it uciones polít icas y policíacas. ; No es est o at ribuir m ás im port ancia al devenir concept ual que al m ovim ient o real de la hist oria? A t odo ello se podría responder, quizá, que en la reorganización del m undo burgués en la época del m ercant ilism o, la experiencia de la locura sólo se present a al sesgo, en perfiles lej anos y de m anera silenciosa; que habría sido arriesgado definirla a part ir de líneas t an parciales en lo que la concierne, y t an int egradas, en cam bio, en ot ras figuras m ás visibles y m ás legibles; que en ese prim er nivel de la invest igación, bast aría con hacer sent ir su presencia y prom et er su explicación. Pero cuando al filósofo o al m édico se present a el problem a de las relaciones de la razón, de la nat uraleza y de la enferm edad es ent onces, en t odo el espesor de su volum en, cuando se present a la locura; t odas las m asas de las experiencias ent re las cuales se encuent ra dispersa descubren su punt o de coherencia, y ella m ism a llega a la posibilidad del lenguaj e. En fin, aparece ent onces una experiencia singular. Las líneas sencillas, un poco het erogéneas, seguidas hast a ent onces, vienen a ocupar su lugar exact o; cada elem ent o puede gravit ar según su ley j ust a. Est a experiencia no es ni t eórica ni práct ica. Se rem it e a esas experiencias fundam ent ales en las que una cult ura arriesga los valores que le son propios; es decir, los com prom et e en la cont radicción. Pero, al m ism o t iem po, los previene cont ra ella. Una cult ura com o la de la época clásica, t ant os de cuyos valores est aban invest idos en la razón, ha arriesgado en la locura al m ism o t iem po el m ás y el m enos. El m ás, puest o que la locura form aba la cont radicción m ás inm ediat a de t odo lo que la j ust ificaba; el m enos, puest o que la desarm aba ent eram ent e, dej ándola en la im pot encia. Ese m áxim o y ese m ínim o de riesgo acept ados por la cult ura clásica, en la locura, es lo que expresa bien la palabra sinrazón: el anverso, sencillo, inm ediat o, encont rado inm ediat am ent e en la razón; y est a form a vacía sin cont enido ni valor, puram ent e negat iva, donde no figura m ás que la huella de una razón que acaba de huir, pero que queda para siem pre para la sinrazón com o razón de ser lo que es. 10 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault I . EL LOCO EN EL JARDÍ N DE LAS ESPECI ES H AY QUE int errogar ahora al ot ro bando. Ya no la conciencia de la locura com prom et ida con los gest os de la segregación, en su rit o fij o o en sus int erm inables debat es crít icos; sino est a conciencia de la locura que sólo para sí m ism a j uega al j uego de la separación, est a conciencia que enuncia al loco y despliega la locura. Y, para em pezar, ¿qué es el loco, port ador de su enigm át ica locura, ent re los hom bres de razón, ent re esos hom bres de razón de un siglo XVI I aún en sus orígenes? ¿Cóm o se le reconoce, al loco, t an fácilm ent e dist inguible un siglo ant es con su perfil bien recort ado, que hoy debe cubrir con una m áscara uniform e t ant os rost ros dist int os? ¿Cóm o se le va a designar, sin com et er error, en la proxim idad cot idiana que lo m ezcla con t odos los que no est án locos y en la m ezcla inext ricable de los rasgos de su locura con los signos obst inados de su razón? Pregunt as que se plant ean el hom bre sensat o ant es que el sabio, el filósofo ant es que el m édico, t odo el grupo at ent o de los crít icos, de los escépt icos, de los m oralist as. Médicos y sabios, por su lado, exam inan, ant es bien, la locura m ism a, en el espacio nat ural que ocupa: m al ent re las enferm edades, pert urbaciones del cuerpo y el alm a, fenóm eno de la nat uraleza que se desarrolla a la vez en la nat uraleza y cont ra ella. Doble sist em a de int errogaciones, que parecen cont em plar en dos direcciones dist int as: pregunt a filosófica, m ás crít ica que t eórica; pregunt a m édica que im plica t odo el m ovim ient o de un conocim ient o discursivo. Pregunt as, una de las cuales concierne a la nat uraleza de la razón, y la m anera en que aut oriza la separación de lo razonable y de lo irrazonable; la ot ra de las cuales concierne a lo que hay de racional o de irracional en la nat uraleza y las fant asías de sus variaciones. Dos m aneras de int errogar la nat uraleza a propósit o de la razón, y la razón a t ravés de la nat uraleza. Y si el azar quisiera que, al ensayarlas una t ras ot ra, de su diferencia m ism a surgiera una respuest a com ún, si una sola y m ism a est ruct ura llegara a separarse, est aría m uy cercana, sin duda, de lo que hay de esencial y de general en la experiencia que la época clásica ha podido t ener de la locura; y nos veríam os conducidos a los lím it es m ism os de lo que hay que ent ender por sinrazón. La ironía del siglo XVI I I gust a de ret om ar los viej os t em as escépt icos del Renacim ient o, y Font enelle se queda en una t radición que es la de la sát ira filosófica m uy próxim a aún a Erasm o, cuando hace decir a la locura, en el prólogo de Pigm alión: Ahora m is dom inios desconocen front eras; est án locos los hom bres, y m ás que sus m ayores; en las fut uras eras heredarán sus hij os insensat eces peores, y sus niet os t endrán m ás m enguadas quim eras que sus ant ecesores. vii 11 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Y sin em bargo la est ruct ura de la ironía ya no es la decim ocuart a sát ira de Régnier; ya no reposa sobre la desaparición universal de la razón en el m undo, sino sobre el hecho de que la locura se ha sut ilizado hast a el punt o de haber perdido t oda form a visible y asignable. Se t iene la im presión de que, por un efect o lej ano y derivado del int ernam ient o sobre la reflexión, la locura se ha ret irado de su ant igua presencia visible, y que t odo aquello que, hace poco, const it uía aún su plenit ud real se ha borrado ahora, dej ando vacío su lugar, haciendo invisibles sus m anifest aciones ciert as. Hay en la locura una apt it ud esencial a im it ar la razón, que cubre finalm ent e lo que puede haber de irrazonable en ella; o, ant es bien, la sabiduría de la nat uraleza es t an profunda que llega a ut ilizar a la locura com o ot ro cam ino de la razón; hace de ella el cam ino cort o de la sabiduría, esquivando sus form as propias en una invisible previsión: " El orden que la nat uraleza ha deseado est ablecer en el universo sigue su cam ino: t odo lo que se puede decir es que lo que la nat uraleza no habría obt enido de nuest ra razón, lo obt iene de nuest ra locura.” viii La nat uraleza de la locura es al m ism o t iem po su út il sabiduría; su razón de ser consist e en acercarse t ant o a la razón, en ser t an consust ancial a ella que, en conj unt o, form an un t ext o indisociable, en que no se puede descifrar m ás que la finalidad de la nat uraleza: hace falt a la locura del am or para conservar la especie; hacen falt a los delirios de la am bición para el buen orden de los cuerpos polít icos; hacen falt a insensat as avideces para crear riquezas. Así, t odos esos desórdenes egoíst as ent ran en la gran sabiduría de un orden que sobrepasa a los individuos: " Com o la locura de los hom bres es de la m ism a nat uraleza, se aj ust an t an fácilm ent e que han servido para est ablecer los nexos m ás fuert es de la sociedad hum ana: t est im onio, ese deseo de inm ort alidad, esa falsa gloria y m uchos ot ros principios sobre los cuales rueda t odo lo que se hace en el m undo." ix La locura, para Bayle y Font enelle, desem peña un papel parecido al sent im ient o, según Malebranche, en la nat uraleza caída: est a vivacidad involunt aria que, m ucho ant es que la razón y por cam inos desviados, vuelve al punt o m ism o al que sólo después de m uchas penas habría podido llegar. La locura es el lado inadvert ido del orden, que hace que el hom bre, aun a pesar suyo, sea inst rum ent o de una sabiduría cuyo fin no conoce; la locura m ide t oda la dist ancia que hay ent re previsión y providencia, cálculo y finalidad. En ella se esconde t odo el espesor de una sabiduría colect iva, y que dom ina el t iem po. x Desde el siglo XVI I , la locura se ha desplazado im percept iblem ent e en el orden de las razones: ant es est aba, m ás bien, del lado del " razonam ient o que proscribe la razón" ; ahora se ha deslizado del lado de una razón silenciosa que precipit a la racionalidad lent a del razonam ient o, que confunde sus líneas aplicadas y supera en el riesgo sus aprehensiones y sus ignorancias. Finalm ent e, la nat uraleza de la locura est á en ser una razón secret a, en no exist ir m ás que por ella y para ella, en no t ener en el m undo ot ra presencia que aquella preparada de ant em ano por la razón, ya alienada en ella. Pero, ent onces, ¿cóm o sería posible asignar a la locura un lugar fij o, darle un rost ro que no t uviera los m ism os rasgos que la razón? Form a presurosa e involunt aria de la razón, no puede dej ar aparecer nada que la m uest re irreduct ible. Y cuando Vieussens hij o explica que " el cent ro oval'' del cerebro es " la sede de las funciones del espírit u" , porque " la sangre art erial se ut iliza hast a el punt o de volverse espírit u anim al" , y que en consecuencia, " la salud del espírit u en lo que t iene de m at erial depende de la regularidad, de la igualdad, de la libert ad del curso de su espírit u en sus pequeños canales" , Font enelle se niega a reconocer que pueda haber algo inm ediat am ent e percept ible y decisivo en un crit erio t an sencillo, que perm it iera separar inm ediat am ent e a los locos de los no locos; si el anat om ist a t iene razón al vincular la locura a esa falla de los " pequeños vasos m uy separados" , enhorabuena, sem ej ant e pert urbación se encont rará en t odo el m undo: " No hay apenas cabeza t an sana que 12 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault no se encuent re allí algún pequeño t ubo de cent ro oval bien bloqueado." xi Ciert o que los dem ent es, los locos furiosos, los m aníacos o los violent os pueden reconocerse al punt o: pero no porque sean locos, y en la m edida en que lo sean, sino solam ent e porque su delirio es de un m odo part icular que añade a la esencia im percept ible de t oda locura unas señales que le son propias: " Los frenét icos solam ent e son locos de ot ro género." xii Pero, dej ando de lado esas diferenciaciones, la esencia general de la locura est á desprovist a de t oda form a asignable; el loco, en general, no es port ador de un signo; se confunde con los ot ros, y est á present e en t odos, no por un diálogo o por un conflict o con la razón, sino para servirla oscuram ent e por m edio inconfesable. Ancilla rat ionis. Médico y nat uralist a, Boissier de Sauvages, m ucho t iem po después, reconocerá aún que la locura " no cae direct am ent e baj o los sent idos" . xiii Pese a las sim ilit udes aparent es en el uso del escept icism o, nunca el m odo de presencia de la locura ha sido m ás diferent e que en ese principio del siglo XVI I I , de lo que había podido ser en el curso del Renacim ient o. Por signos innum erables, m anifest aba en ot ros t iem pos su presencia, am enazando la razón con una cont radicción inm ediat a; y el sent ido de las cosas era indefiniblem ent e reversible: t an cerrada así era la t ram a de est a dialéct ica. Hoy, las cosas son igualm ent e reversibles, pero la locura se ha reabsorbido en una presencia difusa, sin signo m anifiest o, fuera del m undo sensible y en el reino secret o de una razón universal. Es, al m ism o t iem po, plenit ud y ausencia t ot al: habit a t odas las regiones del m undo, no dej a libre ninguna sabiduría, ningún orden, pero escapa de t oda capt ación sensible; est á allí, por doquier, pero j am ás en aquello que la hace ser lo que es. Sin em bargo, ese ret iro de la locura, esa diferencia esencial ent re su presencia y su m anifest ación no significa que se ret ire, fuera de t oda evidencia, a un dom inio inaccesible en que su verdad perm anezca ocult a. Que no t enga ni signo ciert o ni presencia posit iva la ofrece paradój icam ent e, en una inm ediat ez sin inquiet ud, desplegada en superficie, sin ningún regreso posible para la duda. Pero no se ofrece ent onces com o locura: se present a baj o los rasgos indiscut ibles del loco: " Las personas cuya razón est á sana con t ant a facilidad lo reconocen, que hast a los past ores pueden dist inguirlos en aquellas ovej as suyas víct im as de sem ej ant es enferm edades." xiv Hay una ciert a evidencia del loco, una det erm inación inm ediat a de sus rasgos, que parece correlat iva precisam ent e de la no det erm inación de la locura. Cuant o m enos precisada aquélla, m ej or reconocido ést e. En la m edida m ism a en que no sabem os dónde com ienza la locura, sí sabem os, con un saber casi incont est able, lo que es el loco. Y Volt aire se asom bra de que no se sepa cóm o un alm a puede razonar falsam ent e, ni cóm o puede cam biar algo en su esencia, en t ant o que, sin vacilación, " se la conduce, sin em bargo, a los m anicom ios" . xv ¿Cóm o se hace est e reconocim ient o t an indudable del loco? Por una percepción m arginal, una vist a t ransversal, por una especie de razonam ient o inst ant áneo, indirect o, y negat ivo a la vez. Boissier de Sauvages t rat a de explicit ar est a percepción t an ciert a y sin em bargo t an confusa: " Cuando un hom bre act úa de conform idad con las luces de la sana razón, bast a con at ender a sus gest os, a sus m ovim ient os, a sus deseos, a sus discursos, a sus razonam ient os, para descubrir el vínculo que hay ent re sus acciones y el fin al que t ienden." Del m ism o m odo, t rat ándose de un loco, " no es necesario conocer la alucinación o el delirio que le afligen, que haga silogism os falsos; puede uno percibir fácilm ent e su error y su alucinación por la discordancia que hay ent re sus acciones y la conduct a de los ot ros hom bres" . xvi El cam ino es indirect o en que no hay percepción de la locura m ás que por referencia al orden de la razón, y a est a conciencia que t enem os ant e un hom bre razonable, que nos asegura de la coherencia, de la lógica, de la cont inuidad del discurso; est a conciencia perm anece dorm ida hast a la irrupción de la locura, que aparece m anifiest am ent e, no porque sea posit iva sino, j ust am ent e, porque es del orden de la rupt ura. Surge inm ediat am ent e 13 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault com o discordancia, es decir, es ent eram ent e negat iva; pero es en ese m ism o caráct er negat ivo donde cont iene la seguridad de ser inst ant ánea. Cuant o m enos se m anifiest a la locura en lo que t iene de posit ivo, m ás bruscam ent e surge el loco com o diferencia irrecusable, sobre la t ram a cont inua de la razón, casi olvidada ya por haberse vuelt o dem asiado fam iliar. Det engám onos unos inst ant es en ese prim er punt o. La cert idum bre t an presurosa, t an presunt uosa con la cual el siglo XVI I I sabe reconocer al loco, en el m om ent o m ism o en que confiesa no poder definir ya a la locura.. . He aquí, sin duda, una est ruct ura im port ant e. Caráct er inm ediat am ent e concret o, evident e y preciso del loco; perfil confuso, lej ano, casi im percept ible de la locura. Y no es est o una paradoj a, sino relación m uy nat ural de com plem ent aridad. El loco es dem asiado direct am ent e sensible para que pueda reconocerse en él el discurso general de la locura; sólo aparece en una exist encia punt ual, especie de locura a la vez individual y anónim a, en la que él se designa sin ningún m argen de error, pero que desaparece en cuant o es percibida. La locura, en cam bio, es indefiniblem ent e lej ana; es una esencia rem ot a que, por sí m ism a, t ienen deber de analizar nuest ros nosógrafos. Est a evidencia t an direct a del loco ant e el fondo de una razón concret a; est e alej am ient o, en cam bio, de la locura a los lím it es m ás ext ernos, los m ás inaccesibles de una razón discursiva, se ordenan, los dos, en una ciert a ausencia de la locura, de una locura que no est aría at ada a la razón por una finalidad profunda, de una locura que sería at rapada en un debat e real con la razón y que, en t oda la ext ensión que va de la percepción al discurso, del reconocim ient o al conocim ient o, sería generalidad concret a, especie viva y m ult iplicada en sus m anifest aciones. Una ciert a ausencia de la locura reina en t oda est a experiencia de la locura. Se ha excavado un vacío, que va, quizás, hast a lo esencial. Pues lo que es ausencia del punt o de vist a de la locura bien podría ser nacim ient o de ot ra cosa: el punt o en que se fom ent a ot ra experiencia, en la labor silenciosa de lo posit ivo. El loco no es m anifiest o en su ser, pero si es indubit able es por ser ot ro. Ahora bien, est a ot redad, en la época en que nos colocam os, no es experim ent ada en lo inm ediat o, com o diferencia sent ida, a part ir de ciert a cert idum bre de sí m ism o. Ant e esos insensat os que se im aginan " ser m ulet as o t ener un cuerpo de vidrio" , Descart es sabía inm ediat am ent e que no era com o ellos: " Pero, bueno, son locos..." El inevit able reconocim ient o de su locura surgía espont áneam ent e, en un nexo est ablecido ent re ellos y uno m ism o: el suj et o que percibía la diferencia la m edía a part ir de sí m ism o: " Yo no sería m enos ext ravagant e si siguiera su ej em plo." En el siglo XVI I I est a conciencia de ot redad ocult a, baj o una aparent e ident idad, una est ruct ura com plet am ent e dist int a; se form ula no a part ir de una cert idum bre, sino de una regla general; im plica una relación ext erior, que va de los ot ros a est e Ot ro singular que es el loco, en una confront ación en que el suj et o no est á" com prom et ido, ni aun convocado baj o la form a de una evidencia: " Llam am os locura a est a enferm edad de los órganos del cerebro que im pide a un hom bre necesariam ent e pensar y act uar com o los ot ros." xvii El loco es el ot ro por relación a los dem ás: el ot ro —en el sent ido de la excepción— ent re los ot ros, en el sent ido de lo universal. Toda form a de la int erioridad queda conj urada ahora: el loco es evident e, pero su perfil se dest aca sobre el espacio ext erior; y la relación que lo define, lo ofrece ent ero por el j uego de las com paraciones obj et ivas a la m irada del suj et o razonable. Ent re el loco y el suj et o que pronuncia " aquél es un loco" , se ha abiert o t oda una dist ancia que ya no es el vacío cart esiano del " yo no soy aquél" , sino que se encuent ra ocupada por la plenit ud 14 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault de un doble sist em a de ot redad: dist ancia ahora ocupada por señales, por consiguient e m ensurable y variable; el loco es m ás o m enos diferent e en el grupo de los ot ros que, a su vez, es m ás o m enos universal. El loco se vuelve relat ivo, pero así est á m ás desarm ado aún de sus poderes peligrosos: él, que en el pensam ient o del Renacim ient o figuraba la presencia próxim a y peligrosa, en el int erior de la razón, de un parecido dem asiado int erior, ha sido rechazado ahora hast a el ot ro ext rem o del m undo, apart ado y m ant enido donde no pueda inquiet ar, m ediant e una doble seguridad, puest o que represent a la diferencia del Ot ro en la ext erioridad de los ot ros. Est a nueva form a de conciencia inaugura una nueva relación de la locura con la razón: ya no dialéct ica cont inua, com o en el siglo XVI , ni oposición sencilla y perm anent e, t am poco rigor de la separación, com o fue el caso a principios de la época clásica, sino vínculos com plej os y ext rañam ent e anudados. Por una part e, la locura exist e por relación a la razón, o al m enos por relación a los " ot ros" que, en su generalidad anónim a, est án encargados de represent arla y de darle valor de exigencia; por ot ra part e, exist e para la razón, en la m edida en que aparece ant e la m irada de una conciencia ideal que la percibe com o diferencia con los ot ros. La locura t iene una doble razón de ser ant e la razón; est á, al m ism o t iem po, del ot ro lado y baj o su m irada; del ot ro lado: la locura es diferencia inm ediat a, negat ividad pura, aquello que se enuncia com o no- ser, en una evidencia irrecusable; es una ausencia t ot al de razón, que se percibe inm ediat am ent e com o t al, sobre el fondo de las est ruct uras de lo razonable. Baj o la m irada de la razón: la locura es individualidad singular cuyos caract eres propios, cuya conduct a, cuyo lenguaj e, cuyos gest os se dist inguen uno a uno de lo que puede encont rarse en el no loco; en su part icularidad, se despliega para una razón que no es t érm ino de referencia sino principio de j uicio; la locura ha sido t om ada ahora en las est ruct uras de lo racional. Lo que caract eriza a la locura a part ir de Font enelle es la perm anencia de un doble vínculo con la razón, est a im plicación, en la experiencia de la locura, de una razón t om ada com o norm a, y de una razón definida com o suj et o de conocim ient o. Fácilm ent e se obj et ará que en t oda época ha habido, del m ism o m odo, una doble aprehensión de la locura: una m oral, sobre el fondo de lo razonable; la ot ra obj et iva y m édica sobre el fondo de la racionalidad. Si dej am os de lado el gran problem a de la locura griega, es ciert o que, al m enos desde la época lat ina, la conciencia de la locura ha sido com part ida según est a dualidad. Cicerón evoca la paradoj a de los enferm os del alm a y de su curación: cuando el cuerpo est á enferm o, el alm a puede reconocerlo, saberlo y j uzgarlo; pero cuando el alm a est á enferm a el cuerpo no podrá decirnos nada sobre ella: " El alm a est á llam ada a pronunciarse sobre su est ado cuando precisam ent e, es la facult ad de j uzgar la que est á enferm a." xviii Cont radicción de la que no sería posible escapar, si, j ust am ent e, no hubiese sobre las enferm edades del alm a dos punt os de vist a rigurosam ent e dist int os: prim ero, una sabiduría filosófica que, sabiendo diferenciar al loco del razonable, asim ila a la locura t oda form a de nosabiduría —om nes insipient es insaniunt —xix y puede, m ediant e la enseñanza o con la persuasión, disipar esas enferm edades del alm a: " no hay que dirigirse, com o en las enferm edades del cuerpo, al ext erior, y debem os em plear t odos nuest ros recursos y t odas nuest ras fuerzas para ponernos en est ado de at endernos a nosot ros m ism os" ; xx un saber, en seguida, que sabe reconocer en la locura el efect o de las pasiones violent as, de los m ovim ient os irregulares de la bilis negra y de t odo " est e orden de causas en el cual soñam os al hablar de At am as, de Alcm eón, de Ayax y de Orest e" . xxi A esas dos form as de experiencia corresponden exact am ent e dos form as de locura: la insania, cuya " acepción es m uy ext ensa" sobre t odo " cuando a ella se auna la t ont ería" , y el furor, enferm edad m ás grave, que el derecho rom ano conoce desde la ley de las XI I Tablas. Puest o que se opone a lo razonable, la insania j am ás puede alcanzar al sabio; el furor, por el cont rario, acont ecim ient o del cuerpo y del alm a que 15 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault la razón es capaz de reconst it uir en el conocim ient o, siem pre puede t rast ornar al espírit u del filósofo. xxii Hay, así, en la t radición lat ina una locura en la form a de lo razonable, y una locura en la form a de lo racional, que ni siquiera pudo confundir el m oralism o ciceroniano. xxiii Ahora bien, lo que ha ocurrido en el siglo XVI I I es un deslizam ient o de las perspect ivas gracias al cual las est ruct uras de lo razonable y las de lo racional se han insert ado las unas en las ot ras, para form ar finalm ent e un t ej ido t an denso que durant e largo t iem po ya no será posible dist inguirlas. Se han ordenado progresivam ent e a la unidad de una sola y m ism a locura percibida t oda en conj unt o por su oposición a lo razonable, y por lo que ofrece de sí m ism a a lo racional. Diferencia pura, ext raño por excelencia, " ot ro" a la segunda pot encia, el loco, en esa perspect iva m ism a, va a convert irse en obj et o de análisis racional, plenit ud ofrecida al conocim ient o, percepción evident e, y será est o en la m edida, precisam ent e, en que sea aquello. A part ir de la prim era m it ad del siglo XVI I I , y es est o lo que le da su peso decisivo en la hist oria de la sinrazón, la negat ividad m oral del loco em pieza a no ser m ás que una sola cosa con la posit ividad de lo que se puede conocer en él: la dist ancia crít ica y pat ét ica del rechazo, del no- reconocim ient o, ese vacío de caráct er se conviert e en el espacio en que van a aflorar serenam ent e los caract eres que diseñan poco a poco una verdad posit iva. Y es ese m ovim ient o, sin duda, lo que puede encont rarse en est a enigm át ica definíción de la Enciclopedia: " Apart arse de la razón sin saberlo, porque se est á privado de ideas, es ser im bécil; apart arse de la razón, sabiéndolo, porque se es esclavo de una pasión violent a, es ser débil; pero apart arse con confianza, y con la firm e persuasión de que se la sigue, es ello, m e parece, lo que se llam a est ar loco." xxiv Definición ext raña, por seca, y porque parece aún próxim a de la viej a t radición filosófica y m oral. Y sin em bargo, se encuent ra ahí, ocult o a m edias, t odo el m ovim ient o que renueva la reflexión sobre la locura: la sobreposición y la coincidencia forzosa ent re una definición por la negat ividad de la reparación ( la locura es siem pre una dist ancia t om ada por relación a la razón, un vacío est ablecido y m esurado) , y una definición por la plenit ud de los caract eres y de los rasgos que rest ablecen, en form a posit iva, las relaciones con la razón ( confianza y persuasión, sist em a de creencias que hace que la diferencia de la locura y de la razón sea al m ism o t iem po una sim ilit ud, que la oposición se escape de sí m ism a en form a de una fidelidad ilusoria, el vacío se llena con t odo un conj unt o que es apariencia, pero apariencia de la razón m ism a) . Tan es así que la viej a y sencilla oposición de las pot encias de la razón y las del insensat o queda rem plazada ahora por una oposición m ás com plej a y fugaz; la locura es la ausencia de razón, pero ausencia que t om a form a de posit ividad, en una casiconform idad, en una sim ilit ud engañosa, que sin em bargo no llega a engañar. El loco se apart a de la razón, pero poniendo en j uego im ágenes, creencias, razonam ient os que vuelven a encont rarse iguales en el hom bre de razón. El loco, por lo t ant o, no puede ser loco para sí m ism o, sino solam ent e a los oj os de un t ercero, que, t an sólo él, puede dist inguir de la razón m ism a el ej ercicio de la razón. En la percepción del loco que se da en el siglo XVI I I , hay, por lo t ant o, inext ricablem ent e unidos, lo que hay de m ás posit ivo y lo que hay de m ás negat ivo. Lo posit ivo no es ot ra cosa que la razón m ism a, aun si se encuent ra en un rost ro aberrant e; en cuant o a lo negat ivo, es el hecho de que la locura no es, si acaso, m ás que el vano sim ulacro de la razón. La locura es la razón m ás una ext rem a capa negat iva; es lo que hay m ás próxim o de la razón y m ás irreduct ible; es la razón afect ada por un índice t ot alm ent e im borrable: la Sinrazón. Reanudem os ahora los hilos ant eriores. La evidencia del loco com probada inm ediat am ent e, ¿qué era, sobre el fondo paradój ico de una ausencia de la locura? 16 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Nada m ás que la presencia m uy próxim a de la razón que llena t odo lo que puede haber de posit ivo en el loco, cuya evident e locura es un indicio que afect a la razón, pero que no int roduce finalm ent e ningún elem ent o ext raño y posit ivo. ¿Y la im bricación de las est ruct uras de lo racional y las est ruct uras de lo razonable? En un m ism o m ovim ient o que caract eriza la percepción de la locura en la época clásica, la razón reconoce inm ediat am ent e la negat ividad del loco en lo irrazonable, pero se reconoce a sí m ism a en el cont enido racional de t oda locura. Se reconoce com o cont enido, com o nat uraleza, com o discurso, com o razón, finalm ent e, de la locura, al t iem po que m ide la infranqueable dist ancia de la razón a la razón del loco. En ese sent ido el loco puede est ar invest ido ent eram ent e por la razón, dom inado por ella puest o que es ella la que lo habit a secret am ent e; pero ella lo m ant iene siem pre fuera; si t iene un dom inio sobre él, es desde el ext erior, com o un obj et o. Ese est at ut o de obj et o, que fundará después la ciencia posit iva de la locura, queda inscrit o desde est a est ruct ura percept iva que analizam os por el m om ent o: reconocim ient o de la racionalidad del cont enido, en él m ovim ient o m ism o por el cual se denuncia lo que hay de irrazonable en su m anifest ación. Es ést a la prim era y m ás aparent e de las paradoj as de la sinrazón: una oposición inm ediat a a la razón que, sin em bargo, no puede t ener ot ro cont enido que la razón m ism a. La evidencia, sin apelación posible, del " ést e est á loco" no se apoya sobre ningún dom inio t eórico de lo que es locura. Pero, a la inversa, cuando el pensam ient o clásico desea int errogar a la locura, en lo que es, no es a part ir de los locos com o lo hará, sino a part ir de la enferm edad en general. La respuest a a una pregunt a com o: " ¿Qué es la locura?" se deduce de una analít ica de la enferm edad, sin que el loco t enga que hablar de sí m ism o, en su exist encia concret a. El siglo XVI I I percibe al loco, pero deduce la locura. Y en el loco lo que percibe no es la locura, sino la inext ricable presencia de la razón y de la sinrazón. Y eso a part ir de lo cual reconst ruye la locura no es la experiencia m últ iple de los locos, es el dom inio lógico y nat ural de la enferm edad, un cam po de racionalidad. Puest o que, para el pensam ient o clásico, el m al t iende a no definirse ya m ás que de m anera negat iva ( por la finit ud, la lim it ación, la ausencia) , la noción general de enferm edad se encuent ra ant e una doble t ent ación: ya no ser considerada, t am poco ella, m ás que a t ít ulo de negación ( y es, en efect o, la t endencia de suprim ir nociones com o aquellas de " sust ancias m orbíficas" ) , sino apart arse de una m et afísica del m al, ya est éril si se quiere com prender la enferm edad en lo que t iene de real, de posit ivo, de pleno ( y es ést a la t endencia a excluir del pensam ient o m édico nociones com o las de " enferm edades por defect o" o " enferm edades por privación" ) . A principios del siglo XVI I , Plat er, en su cuadro de las enferm edades, aún dej aba lugar considerable a las enferm edades negat ivas: defect os de part o, de sudor, de concepción, de m ovim ient o vit al. xxv Pero Sauvages, a cont inuación, hará not ar que un defect o no puede ser ni la verdad ni la esencia de una enferm edad, ni aun su nat uraleza propiam ent e dicha: " Es ciert o que la supresión de ciert as evacuaciones a m enudo causa enferm edades, pero de ahí no se sigue que se pueda dar el nom bre de enferm edad a est a supresión." xxvi Y est o por dos razones: la prim era, que la privación no es principio de orden, sino de desorden y de desorden infinit o; pues se coloca en el espacio siem pre abiert o, siem pre renovado de las negaciones, que no son num erosas com o las cosas reales, sino t an innum erables com o las posibilidades lógicas: " Si ocurriera est a inst it ución de los géneros, los géneros m ism os crecerían al infinit o." xxvii Más aún: al m ult iplicarse, las enferm edades, paradój icam ent e, dej arían de 17 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault dist inguirse, pues si lo esencial de la enferm edad est á en la supresión, la supresión que no t iene nada de posit ivo no puede dar a la enferm edad su rost ro singular; act úa de la m ism a m anera sobre t odas las funciones a las que se aplica por una índole de act o lógico que es ent eram ent e vacío. La enferm edad sería la indiferencia pobre de la negación que se ej erciera en la riqueza de la nat uraleza: . " El defect o y la privación no son nada posit ivo, pero no im prim en en el espírit u ninguna idea de enferm edad." xxviii Para dar un cont enido part icular a la enferm edad, hay que enfocar, por t ant o, los fenóm enos reales, observables, posit ivos por los cuales se m anifiest a: " La definición de una enferm edad es la enum eración de los sínt om as que sirven para conocer su género y su especie, y para dist inguirla de t odas las dem ás." xxix Allí m ism o donde hay que reconocer que hay una supresión, ést a no puede ser la enferm edad m ism a, sino solam ent e su causa; así pues, hay que enfocar los efect os posit ivos de la supresión: " Aun cuando la idea de enferm edad fuese negat iva, com o en las enferm edades soporosas, vale m ás definirla por sus sínt om as posit ivos." xxx Pero t am bién correspondía a est a invest igación de la posit ividad liberar a la enferm edad de lo que podía t ener de invisible y de secret o. Todo aquello de m alo que aún se ocult aba en ella será exorcizado en adelant e y su verdad podrá desplegarse en la superficie, en el orden de los signos posit ivos. Willis, en el De m orbis convulsivis aún hablaba de las sust ancias m orbíficas: oscuras realidades ext rañas y cont ra nat ura, que form an el vehículo del m al y el soport e del acont ecim ient o pat ológico. En ciert os casos, especialm ent e en los de epilepsia, la " sust ancia m orbífica" est á t an ret irada, t an inaccesible a los sent idos y aun a las pruebas, que guarda t odavía la m arca de la t rascendencia, y que se la podría confundir con los art ificios del dem onio: " En est a afección, la sust ancia m orbífica es m uy oscura y no persist e ningún vest igio de lo que aquí sospecham os, con razón, que es el soplo del espírit u de los m aleficios." xxxi Pero a fines del siglo XVI I com ienzan a desaparecer las sust ancias m orbíficas. La enferm edad, aun si ent raña elem ent os difícilm ent e descifrables, aun si perm anece ocult a la part e principal de su verdad, no debe caract erizarse ya por ello; hay siem pre allí una verdad singular que est á al nivel de los fenóm enos m ás aparent es, y a part ir de la cual se la debe definir. " Si un general o un capit án no especificara en la filiación que da de sus soldados m ás que las m arcas ocult as que t engan sobre el cuerpo, o aquellos ot ros signos oscuros y desconocidos que no est án a la vist a, por m ucho que se buscara a los desert ores no se les descubriría j am ás." xxxii Así pues, el conocim ient o de la enferm edad debe em pezar por el invent ario de lo que hay m ás m anifiest o en la percepción, m ás evident e en la verdad. Así se define, com o paso prim ero de la m edicina, el m ét odo sint om át ico que " t om a las caract eríst icas de las enferm edades de los fenóm enos invariables y de los sínt om as evident es que los acom pañan" . xxxiii A la " vía filosófica" que es " el conocim ient o de las causas y de los principios" , y que, en resum en, " no dej a de ser m uy curiosa y dist ingue lo dogm át ico de lo em pírico" , debe preferirse la " vía hist órica" , m ás ciert a y m ás necesaria; " m uy sencilla, y fácil de adquirir" , no es ot ra cosa que el " conocim ient o de los hechos" '. Si es " hist órica'', no es porque t rat e de est ablecer, a part ir de sus causas m ás ant iguas, el devenir, la cronología y la duración de las enferm edades; sino que, en un sent ido m ás et im ológico, t rat a de ver de cerca y en det alle, de rest it uir la enferm edad con la exact it ud de un ret rat o. ¿Podría proponerse m ej or m odelo que " los pint ores que, cuando hacen un ret rat o, t ienen buen cuidado de m arcar hast a los signos y las m ás pequeñas cosas nat urales que se encuent ran en el rost ro de la persona pint ada" . xxxiv Todo un m undo pat ológico se organiza según norm as nuevas. Pero nada en él parece t ener que dej ar lugar a est a percepción del loco t al com o la hem os analizado ant es: percepción t ot alm ent e negat iva, que siem pre m ant enía en lo inexplícit o la verdad m anifiest a y discursiva de la locura. La locura no podrá ocupar lugar en ese m undo de las enferm edades cuya verdad se enuncia por sí m ism a en los fenóm enos observables 18 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault cuando no se ofrece en el m undo concret o m ás que en su perfil m ás agudo, el m enos suscept ible de capt ación; la presencia inst ant ánea, punt ual de un loco, que, por ello, es t ant o m ej or percibido com o loco, cuant o m enos dej a parecer la verdad desplegada de la locura. Pero aún hay m ás. El gran afán de los clasificadores del siglo XVI I I est á anim ado por una m et áfora const ant e que t iene la am plit ud y la obst inación de un m it o: es la t ransferencia de los desórdenes de la enferm edad al orden de la veget ación. Hay que " reducir" , decía ya Sydenham , " t odas las enferm edades a especies precisas con el m ism o cuidado y la m ism a exact it ud que los bot ánicos han hecho en el " Trat ado de las plant as" . xxxv Y Gaubius recom endaba poner " el núm ero inm enso de las enferm edades hum anas siguiendo el ej em plo de los escrit ores de la hist oria nat ural, en un orden sist em át ico. .. Present ando las clases, los géneros y las especies, cada uno con sus caract eríst icas part iculares, const ant es y dist int as" . xxxvi Con Boissier de Sauvages, xxxvii el t em a cobra t odo su significado; el orden de los bot ánicos se conviert e en organizador del m undo pat ológico por ent ero, y las enferm edades se repart en según un orden y en un espacio que son los de la razón m ism a. El proyect o de un j ardín de las especies —t ant o pat ológicas com o bot ánicas— pert enece a la sabiduría de la previsión divina. Ant es, la enferm edad est aba perm it ida por Dios; la dest inaba a los hom bres com o cast igo. Pero ahora Dios organiza las form as y repart e él m ism o las variedades. La cult iva. Habrá en adelant e un Dios de las enferm edades, el m ism o que prot ege las especies, y nunca se ha vist o m orir a ese j ardinero cuidadoso del m al... Si es Verdad que del lado del hom bre la enferm edad es signo de desorden, finit ud, pecado, del lado de Dios, que las ha creado, es decir del lado de su Verdad, las enferm edades son una veget ación razonable. Y el pensam ient o m édico debe fij arse com o t area librarse de esas cat egorías pat ét icas del cast igo para acceder a aquellas, realm ent e pat ológicas, cuya enferm edad descubre su verdad et erna. " Est oy persuadido de que la razón por la cual aún no t enem os una hist oria exact a de las enferm edades es que la m ayor part e de los aut ores no las han considerado hast a ahora m ás que com o efect os ocult os y confusos de una nat uraleza m al dispuest a y caída, y que habrían creído perder su t iem po si se hubiesen dedicado a describirlas. Sin em bargo, el Ser Suprem o no est á suj et o a leyes m enos ciert as al producir las enferm edades, o al hacer m adurar los hum ores m orbíficos que al crear las plant as o las enferm edades." xxxviii Bast ará en adelant e que la im agen sea seguida hast a su t érm ino: la enferm edad, en la m enor de sus m anifest aciones, se encont rará invest ida de sabiduría divina; desplegará, en la superficie de los fenóm enos, las previsiones de una razón om nipot ent e. La enferm edad será obra de la razón, y razón de la obra. Obedecerá al orden, y el orden est ará secret am ent e present e com o principio organizador de cada sínt om a. Lo universal vivirá en lo part icular: " Por ej em plo, aquel que observará at ent am ent e el orden, el t iem po, la hora en que com ienzan el acceso de la fiebre cuart ana, los fenóm enos del escalofrío, del calor, en una palabra t odos los sínt om as que le son propios, t endrá t ant a razón de creer que est a enferm edad es una especie com o de creer que una plant a const it uye una especie." xxxix La enferm edad, com o la plant a, es, en vivo, la racionalidad m ism a de la nat uraleza: " Los sínt om as son con respect o a las enferm edades lo que las hoj as y los soport es ( fulcra) con respect o a las plant as." xl Por relación a la prim era " nat uralización" de ia que prest a t est im onio la m edicina del siglo XVI , esa segunda nat uralización present a nuevas exigencias. Ya no se t rat a de una cuasi nat uraleza, penet rada aún de lo irreal, de fant asm as, de im aginario, una nat uraleza de ilusión y de añagaza, sino de una nat uraleza que es la plenit ud ent era y crist alizada de la razón. Una nat uraleza que es el t odo de la razón present e en cada 19 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault uno de sus elem ent os. Tal es el espacio nuevo en que la locura, com o enferm edad, debe insert arse ahora. Una paradoj a m ás de est a hist oria, que no carece de ellas, es ver a la locura int egrada, sin dificult ad aparent e, en esas nuevas norm as de la t eoría m édica. El espacio de clasificación se abre sin problem a al análisis de la locura, y la locura, a su vez, encuent ra allí inm ediat am ent e su lugar. Ninguno de los clasificadores parece vacilar ant e los problem as que la locura habría podido ocasionar. Ahora bien, ese espacio sin profundidad, esa definición de la locura por lá sola plenit ud de los fenóm enos, esa rupt ura con los parent escos del m al, ese rechazo de un pensam ient o negat ivo, t odo ello, ¿no es de ot ra vena y de ot ro nivel que el que conocem os de la experiencia clásica de la locura? ¿No hay allí dos sist em as yuxt apuest os, pero que pert enecen a dos universos dist int os? La clasificación de las locuras, ¿no es un art ificio de sim et ría o un asom broso avance sobre las concepciones del siglo XI X? Y si se quiere analizar lo que es la experiencia clásica en su profundidad, ¿no es lo m ej or dej ar en la superficie el esfuerzo clasificador y seguir, por el cont rario, con t oda su lent it ud, lo que est a experiencia nos indica de sí m ism a, en lo que t iene de negat ivo, de em parent ado al m al, y a t odo el m undo ét ico de lo razonable? Pero descuidar el lugar que la locura realm ent e ha ocupado en el dom inio de la pat ología sería un post ulado, y por consiguient e un error de m ét odo. La inserción de la locura en la nosología del siglo XVI I I , por cont radict oria que parezca, no debe quedar en la som bra. Tiene, con seguridad, una clasificación. Y hay que acept ar com o t al —es decir, con t odo lo que dice y t odo lo que calla— est a curiosa oposición ent re una conciencia percept iva del loco, que ha sido singularm ent e aguda en el siglo XVI I I , t an indudablem ent e negat iva, y un conocim ient o de la locura que se inscriba fácilm ent e en el plano posit ivo y ordenado de t odas las enferm edades posibles xli Cont ent ém onos, para em pezar, con confront ar unos ej em plos de clasificación de las locuras. Ant año, Paracelso había dist inguido los Lunat ici, cuya enferm edad debe su origen a la luna, y cuya conduct a, en sus irregularidades aparent es, est á secret am ent e ordenada según sus fases y sus m ovim ient os; los I nsani, que deben su m al a su herencia, a m enos que se les haya cont agiado, inm ediat am ent e ant es de nacer, en el seno de su m adre; los Vesani, que han sido privados de sent ido y de razón por el abuso de las bebidas y el m al uso de los alim ent os; los Melancholici, que se inclinan hacia la locura por un vicio de su nat uraleza int erna. xlii Clasificación de innegable coherencia, donde el orden de las causas se art icula lógicam ent e en su t ot alidad: prim ero el m undo ext erior, después la herencia y el nacim ient o, los defect os de la alim ent acón, y finalm ent e los t rast ornos int ernos. Pero son precisam ent e las clasificaciones de est e género las que rechaza el pensam ient o clásico. Para que una clasificación sea valedera, hace falt a, ant es que nada, que la form a de cada enferm edad sea det erm inada ant e t odo por la t ot alidad de la form a de las ot ras; en seguida, es necesario que sea la propia enferm edad la que se det erm ine en sus figuras diversas, y no por det erm inaciones ext ernas; finalm ent e, hace falt a que la enferm edad pueda conocerse exhaust ivam ent e, o al m enos reconocerse de m anera ciert a a part ir de sus propias m anifest aciones. El cam ino de est e ideal puede seguirse, desde Plat er hast a Linneo o Weickhard, y se 20 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault oye afirm arse poco a poco un lenguaj e en que la locura form ula, supuest am ent e, sus divisiones a part ir de una nat uraleza que es, al m ism o t iem po, su propia nat uraleza y la nat uraleza nat ural de t oda enferm edad posible. Plat er: " Praxeos Tract at us" ( 1609) El prim er libro de las " lesiones de las funciones" est á consagrado a las lesiones de los sent idos; ent re ellos deben dist inguirse los sent idos ext ernos e int ernos ( im aginat io, rat io, m em oria) . Pueden quedar dañados separadam ent e o en j unt o, o pueden quedar dañados sea por una sim ple - dism inución, sea por una abolición t ot al, sea por una perversión, sea por una exageración. En el int erior de est e espacio lógico, las enferm edades part iculares se definirán t ant o por sus causas ( int ernas o ext ernas) , t ant o por su cont ext o pat ológico ( salud, enferm edad, convulsión, rigidez) , t ant o por sínt om as anexos ( fiebre, falt a de fiebre) . 1) Ment is im becillit as: — General: hebet udo m ent is; — Part icular: para la im aginación: t ardit as ingenii; para la razón: im prudent ia; para la m em oria: oblivio. 2) Ment ís const ernat io: — Sueño no nat ural: en las gent es sanas: som nus im m odicus, profondus; en los enferm os: com a, let hargus, cat aphora; est upor: con resolución ( apoplej ía) ; con convulsión ( epilepsia) ; con rigidez ( cat alepsia) . 3) Ment ís alienat io: — Causas innat as: st ult it ia; — Causas ext ernas: t em ulent ia, anim i com m ot io; — Causas int ernas: sin fiebre: m anía, m elancholia; con fiebre: phrenit is, paraphrenit is. 21 Historia de la locura en la época clásica 4) 2ª Parte Michel Foucault Ment is defat igat io: — Vigiliae; insom nia. JONSTON ( 1644: " I DEA UNI VERSAL DE LA MEDI CI NA" ) Las enferm edades del cerebro form an part e de las enferm edades orgánicas, int ernas, part iculares y no venenosas. Se repart en en pert urbaciones: — Del sent ido ext erno: cefalalgia; — Del sent ido com ún: vigilia, com a; — De la im aginación: vért igo; — De la razón: olvido, delirio, frenesí, m anía, rabia; — Del sent ido int erno: let argia; — Del m ovim ient o anim al: lasit ud, inquiet ud, t em blor, parálisis, espasm o; — De las excreciones: cat arros. Finalm ent e, se encuent ran enferm edades en las que se m ezclan esos sínt om as: íncubos, cat alepsia, epilepsia y apoplej ía. BOI SSI ER DE SAUVAGES ( 1763. " NOSOLOGÍ A METÓDI CA" ) Clase I : Vicios; I I : Fiebres; I I I : Flegm asías; I V: Espasm os; Debilidades; VI I : Dolores; VI I I : Locuras; I X: Fluj o; X: Caquexias. V: Ahogos; VI : Clase VI I I : " Vesanias o enferm edades que nublan la razón" . Orden I : Alucinaciones, que pert urban la im aginación. Especies: encandilam ient o, errores, desasosiego, hipocondría, sonam bulism o" . " vért igo, Orden I I : Morosidades que quit an el apet it o. Especies: apet it o depravado, ham bre canina, sed excesiva, ant ipat ía, enferm edad del país, t error pánico, sat iriasis, furor ut erino, t arent ism o, hidrofobia. Orden I I I : Delirios, que nublan el j uicio. Especies: t ransport e, dem encia, m elancolía, dem onom anía y m anía. Orden I V: Locuras anorm ales. Especies: am nesia, insom nio. LI NNEO ( 1763. " GENERA MORBORUM" ) Clase V: Enferm edades m ent ales. 22 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault I . I deales: delirio, t ransport e, dem encia, m anía, dem onom anía, m elancolía. I I . I m aginat ivas: sonam bulism o. desasosiego, visión, vért igo, t error pánico, hipocondría, I I I Pat ét icas: gust o depravado, bulim ia, polidipsia, sat iriasis, erot om anía, nost algia, t arent ism o, rabia, hidrofobia, cacosicia, ant ipat ía, ansiedad. W EI CKHARD ( 1790. " D ER PHI LOSOPHI SCHE ARZT" ) I. Las enferm edades del espírit u 1. Debilidad de la im aginación; 2. Vivacidad de la im aginación; 3. Falt a de at ención ( at t ent io volubilis) ; 4. Reflexión obst inada y persist ent e ( at t ent io acérrim a et m edit at io profunda) ; 5. Ausencia de m em oria ( oblivio) ; 6. Falt a de j uicio ( defect us j udicii) ; 7. I diot ez, lent it ud de espírit u ( defect us, t ardit as ingenii) ; 8. Vivacidad ext ravagant e praecox, vividissim um ) ; 9. II. ( Geist es krankheit en) . inest abilidad del espírit u ( ingenium velox, Delirio ( insania) . Enferm edades 1. e Excit ación: del sent im ient o orgullo, cólera, 2. Depresión: t rist eza, envidia, cort e" ( Hofkrankheit ) , et c. ( Gem üt skrankheit en) . fanat ism o, erot om anía, et c. desesperación, suicidio, " enferm edad de la Toda esa pacient e labor de clasificación, si bien designa una nueva est ruct ura de racionalidad en proceso de form arse, no ha dej ado por sí m ism a ninguna huella. Cada una de esas repart iciones es abandonada en cuant o propuest a, y aquellas que el siglo XI X t rat ará de definir serán de ot ro t ipo: afinidad de sínt om as, ident idad de causas, sucesión en el t iem po, evolución progresiva de un t ipo hacia ot ro: t ant as ot ras fam ilias que agruparán, bien o m al, la m ult iplicidad de las m anifest aciones: esfuerzo por descubrir grandes unidades y rem it ir a ellas las form as conexas, pero ya no t ent at iva de cubrir en su t ot alidad el espacio pat ológico y desent rañar la verdad de una enferm edad a part ir de su sit io. Las clasificaciones del siglo XI X presuponen la exist encia de grandes especies —m anía, o paranoia, o dem encia precoz—, no la exist encia de un dom inio lógicam ent e est ruct urado en que las enferm edades est én definidas por la t ot alidad de lo pat ológico. Es com o si est a act ividad clasificadora hubiese funcionado en el vacío, desplegándose para un result ado nulo, corrigiéndose sin cesar para no llegar a nada: act ividad incesant e que j am ás ha logrado ser un t rabaj o real. Las clasificaciones no han funcionado apenas m ás que a t ít ulo de im ágenes, por el valor propio del m it o veget al que llevaban en ella. Sus concept os claros y explícit os han perm anecido sin eficacia. 23 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Pero est a ineficacia —ext raña si pensam os en los esfuerzos— no es m ás que el anverso de un problem a. O, m ej or dicho, ella m ism a es problem a. Y la pregunt a que plant ea es la de los obst áculos en que se ha est rellado la act ividad clasificadora cuando se ha ej ercido sobre el m undo de la locura. ¿Qué resist encias se han opuest o a que esa labor alcance su obj et o, y a que, a t ravés de t ant as especies y clases, se elaboren y adquieran su equilibrio nuevos concept os pat ológicos? ¿Qué había, en la experiencia de la locura, que, por su nat uraleza le im pidiera repart irse en la coherencia de un plano nosográfico? ¿Qué profundidad o qué fluidez? ¿Qué est ruct ura part icular la hacía irreduct ible a ese proyect o que, sin em bargo, fue esencial para el pensam ient o m édico del siglo XVI I I ? La act ividad clasificadora ha t ropezado con una resist encia profunda, com o si el proyect o de repart ir las form as de la locura a part ir de sus signos y m anifest aciones llevara en sí m ism o una especie de cont radicción; com o si el nexo de la locura con lo que puede m ost rar de ella m ism a no fuera ni un vínculo esencial ni un vínculo de verdad. Bast a con seguir el hilo m ism o de esas clasificaciones a part ir de su orden general, hast a el det alle de las enferm edades clasificadas: siem pre llega un m om ent o en que el gran t em a posit ivist a —clasificar según las señales visibles— se encuent ra desviado o eludido; subrept iciam ent e, int erviene un principio que alt era el sent ido de la organización y coloca ent re la locura y sus figuras percept ibles, sea un conj unt o de denuncias m orales, sea un sist em a causal. La locura, por sí sola, no puede responder de sus m anifest aciones; form a un espacio vacío en que t odo es posible, except o el orden lógico de est a posibilidad. Ent onces, es fuera de la locura donde deben buscarse el origen y la significación de est e orden. Lo que son esos principios het erogéneos nos enseñará, necesariam ent e, m ucho sobre la experiencia de la locura, t al com o lo hace el pensam ient o m édico del siglo XVI I I . En principio, una clasificación no debe int errogar m ás que a los poderes del espírit u hum ano en los desórdenes que le son propios. Pero t om em os un ej em plo. Arnold, inspirándose en Locke, percibe la posibilidad de la locura según las dos facult ades principales del espírit u; hay una locura que afect a las " ideas" , es decir, la calidad de los elem ent os represent at ivos, y el cont enido de verdad de que son suscept ibles; la que dom ina las " nociones" , el t rabaj o reflexivo que las ha edificado, y la arquit ect ura de su verdad. La ideal insanit y, que corresponde al prim er t ipo, abarca la vesania frenét ica, incoherent e, m aníaca y sensit iva ( es decir, alucinat oria) . Cuando, por el cont rario, la locura hace nacer su desorden ent re las nociones, puede present arse baj o nueve aspect os dist int os: ilusión, fant asm a, ext ravagancia, im pulsión, m aquinación, exalt ación, hipocondría, locura apet it iva y locura pat ét ica. Hast a aquí se ha preservado la coherencia, pero he aquí las 16 variedades de est a " locura pat ét ica" : locura am orosa, celosa, avara, m isant rópica, arrogant e, irascible, desconfiada, t ím ida, vergonzosa, t rist e, desesperada, superst iciosa, nost álgica, aversiva y ent usiast a. xliii El cam bio de las perspect ivas es m anifiest o: se ha part ido de una int errogación sobre los poderes del espírit u y las experiencias originarias por las cuales él t enía pot encia de verdad; y poco a poco, a m edida que se aproxim aban las diversidades concret as ent re las que se repart e la locura, a m edida que nos separábam os de una razón que pone en causa la razón baj o su form a general, a m edida que ganábam os esas superficies en que la locura t om a los rasgos del hom bre real, la veíam os diversificarse en ot ros t ant os " caract eres" y veíam os a la nosografía t om ar, casi, el aspect o de una galería de " ret rat os m orales" . En el m om ent o en que quiere unirse con el hom bre concret o, la experiencia de la locura se encuent ra con la m oral. El hecho no es aislado en Arnold; recuérdese la clasificación de Weickhard: t am bién allí se part e, para analizar la oct ava clase —la de las enferm edades del espírit u— de la 24 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault dist inción ent re im aginación, m em oria y j uicio. Pero pront o llegam os a las caract erizaciones m orales. La clasificación de Vit et dej a el m ism o lugar, al lado de los sim ples defect os, a los pecados y a los vicios. Pinel aún guardará el recuerdo en el art ículo " nosografía" del Diccionario de las Ciencias Médicas: " Qué decir de una clasificación... en que el robo, la baj eza, la m aldad, el disgust o, el t em or, el orgullo, la vanidad, et c., est án inscrit as en el núm ero de las afecciones m orbosas. Son verdaderam ent e enferm edades del espírit u, m uy a m enucio enferm edades incurables, pero su verdadero lugar debe encont rarse ant es bien en las Máxim as de I .a Rochefoucauld, o en los Caract eres de La Bruyere, no en una obra de pat ología." xliv Se buscaban las form as m órbidas de la locura; no se han encont rado apenas m ás que deform aciones de la vida m oral. Mient ras t ant o, es la noción m ism a de enferm edad la que se ha alt erado, pasando de un significado pat ológico a un valor puram ent e crít ico. La act ividad racional que repart ía los signos de la locura se ha t ransform ado secret am ent e en una conciencia razonable que los enum era y los denuncia. Por ciert o, bast a con com parar las clasificaciones de Vit et o de Weickhard en las list as que figuran en los regist ros del int ernam ient o, para com probar que, aquí y allá, se est á operando la m ism a función: los m ot ivos de int ernam ient o se sobreponen exact am ent e a los t em as de la clasificación, aun cuando su origen sea ent eram ent e dist int o, y aunque ninguno de los nosógrafos del siglo XVI I I haya t enido cont act o, j am ás, con el m undo de los hospit ales generales y de los m anicom ios. Pero desde que el pensam ient o, en su especulación cient ífica, t rat aba de aproxim ar la locura a sus rost ros concret os, era, necesariam ent e, est a experiencia m oral de la sinrazón la que se encont raba. Ent re el proyect o de clasificación y las form as conocidas y reconocidas de la locura, ese principio aj eno que se ha deslizado es la sinrazón. No t odas las nosografías cam bian hacia esas caract erizaciones m orales; sin em bargo, ninguna queda pura; allí donde la m oral no desem peña un papel de difracción y de repart ición, son el organism o y el m undo de las causas corporales los que la aseguran. Era sencillo el proyect o de Roissier de Sauvages. Sin em bargo, pueden m edirse las dificult ades que ha encont rado para est ablecer una sint om át ica sólida de las enferm edades m ent ales, com o si Ja locura se escapara de la evidencia de su propia verdad. Apart e la clase de las " locuras anorm ales" , los t res órdenes principales est án int egrados por las alucinaciones, las ext ravagancias y los delirios. En apariencia, cada uno est á definido, con t odo rigor de m ét odo, a part ir de sus signos m ás m anifiest os: las alucinaciones son " enferm edades cuyo sínt om a principal es una im aginación depravada y errónea" ; xlv las ext ravagancias deben com prenderse com o " depravación del gust o o de la volunt ad" ; xlvi el delirio, com o una " depravación de la facult ad de j uzgar" . Pero a m edida que avanza el análisis, los caract eres pierden poco a poco su sent ido de sínt om as y t om an, cada vez m ás, evident em ent e, una significación causal. Ya desde el sum ario, las alucinaciones eran consideradas com o " errores del alm a ocasionados por el vicio de los órganos sit uados fuera del cerebro, lo que seduce la im aginación" . xlvii Pero el m undo de las causas es invocado sobre t odo cuando se t rat a de dist inguir unos signos de ot ros, es decir, cuando se les pide ser ot ra cosa que una señal de reconocim ient o, cuando hay que j ust ificar una repart ición lógica en especies y en clases. Así, el delirio se dist ingue de la alucinación en que debe buscarse su origen t an sólo en el cerebro, no en los diversos órganos del sist em a nervioso. ¿Se desea est ablecer la diferencia ent re los " delirios esenciales" y los " delirios pasaj eros que acom pañan a las fiebres" ? Bast a con recordar que est os últ im os se deben a una alt eración pasaj era de los fluidos; en cam bio, aquéllos, a una depravación, frecuent em ent e definit iva de los elem ent os sólidos. xlviii En el nivel general y abst ract o 25 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault de Órdenes, la clasificación es fiel al principio de la sint om át ica; pero en cuant o nos acercam os a las form as concret as de la locura, la causa física vuelve a ser el elem ent o esencial de las dist inciones. En su vida real, la locura est á habit ada por el m ovim ient o secret o de las causas. De la verdad no conserva nada por sí m ism a; de la nat uraleza t am poco, puest o que est á repart ida ent re esos poderes del espírit u que le dan una verdad abst ract a y general, y el t rabaj o oscuro de las causas orgánicas que le dan una exist encia concret a. De t odos m odos, el t rabaj o de organización de las enferm edades del espírit u nunca se hace al nivel de la propia locura. No puede prest ar t est im onio de su propia verdad. Debe int ervenir sea el j uicio m oral, sea el análisis de las causas físicas. O bien la pasión, la falt a, con t odo lo que puede com port ar de libert ad, o bien la m ecánica, rigurosam ent e det erm inada, de los espírit us anim ales y del género nervioso. Pero esa ant inom ia no es m ás que aparent e, y sólo para nosot ros: para el pensam ient o clásico, hay una región en que la m oral, la m ecánica, la libert ad y el cuerpo, la pasión y la pat ología encuent ran, a la vez, su unidad y su m edida. Es la im aginación la que t iene sus errores, sus quim eras y sus presunciones, pero en ella se resum en igualm ent e t odos los m ecanism os del cuerpo. Y, de hecho, t odo lo que pueden t ener de desequilibrado, de het erogéneo, de oscuram ent e im puro, t odas esas t ent at ivas de clasificaciones lo deben a una ciert a " analít ica de la im aginación" que int erviene secret am ent e en su proceso. Es allí donde se opera la sínt esis ent re la locura en general cuyo análisis se int ent a, y el loco, ya fam iliarm ent e reconocido en la percepción, cuya diversidad se t rat a de reducir a unos t ipos principales. Es allí donde se insert a la experiencia de la sinrazón, t al com o ya la hem os vist o int ervenir en las práct icas de int ernam ient o, experiencia en que el hom bre se encuent ra por ent ero, paradój icam ent e, designado y absuelt o en su culpabilidad, pero condenado en su anim alidad. Est a experiencia se t ranscribe para la inflexión en los t érm inos de una t eoría de la im aginación que de est a m anera se encuent ra colocada en el cent ro de t odo el pensam ient o clásico concernient e a la locura. La im aginación, pert urbada y desviada, la im aginación a m edio cam ino ent re el error y la falt a, por una part e, y las pert urbaciones del cuerpo, por la ot ra, es lo que m édicos y filósofos convienen en llam ar delirio en la época clásica. Así se designa, por encim a de las descripciones y de las clasificaciones, una t eoría general de la pasión, de la im aginación y del delirio; en ella se anudan las relaciones reales de la locura, en general, y de los locos en part icular; igualm ent e, en ella se est ablecen los nexos de la locura y de la sinrazón. Es el oscuro poder de sínt esis que los reúne a t odos —sinrazón, locura y locos— en una sola y m ism a experiencia. En ese sent ido puede hablarse de una t rascendencia del delirio, que, dirigiendo desde arriba la experiencia clásica de la locura, hace ridiculas las t ent at ivas de analizarla según sus solos sínt om as. Tam bién debe t enerse en cuent a la resist encia de algunos t em as principales que, form ados m ucho ant es de la época clasificadora, subsist en, casi idént icos, casi inm óviles, hast a el principio del siglo XI X. Mient ras que en la superficie cam bian los nom bres de las enferm edades, su lugar, sus divisiones y sus art iculaciones, un poco m ás profundam ent e, en una especie de penum bra concept ual, se m ant ienen algunas form as m asivas, poco num erosas pero de gran ext ensión, y a cada inst ant e su presencia obst inada hace vana la act ividad de clasificación. Menos próxim as de la act ividad concept ual y t eórica del pensam ient o m édico, esas nociones son vecinas, por el cont rario, de est a idea en su t rabaj o real. Son ellas las que encont ram os en el esfuerzo de Willis y es a part ir de ellas com o podrá est ablecerse el gran principio de los ciclos m aníacos y m elancólicos; son ellas, en el ot ro ext rem o del ciclo, las que 26 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault encont rarem os cuando se t rat ará de reform ar los hospit ales y de dar al int ernam ient o un significado m édico. Form an un m ism o cuerpo con el t rabaj o de la m edicina, im poniendo sus figuras est ables m ás bien por una cohesión im aginaria que por una est rict a definición concept ual. Han vivido y se han m ant enido sordam ent e gracias a oscuras afinidades que daban a cada una su m arca propia e im borrable. Es fácil encont rarlas m ucho ant es de Boerhaave, y seguirlas m ucho t iem po después de Esquirol. En 1672 publica Willis su De Anim a Brut orum , cuya segunda part e t rat a de las " enferm edades que at acan el alm a anim al y su sede, es decir el cerebro y el género nervioso" . Su análisis ret om a las grandes enferm edades reconocidas desde hacía largo t iem po por la t radición m édica: el Frenesí, especie de furor acom pañado de fiebre, y del cual debe dist inguirse, por su m ayor brevedad, el Delirio. La Manía es un furor sin fiebre. La Melancolía no t iene furor ni fiebre: se caract eriza por una t rist eza y por un m iedo que se aplican a obj et os poco num erosos, a m enudo a una preocupación única. En cuant o a la Est upidez, es el hecho de t odas las gent es en quienes la " im aginación, com o la m em oria y el j uicio, est án ausent es" . Si la obra de Willis t iene im port ancia en la definición de las diversas enferm edades m ent ales, es en la m edida en que el t rabaj o se ha realizado en el int erior m ism o de esas principales cat egorías. Willis no reest ruct ura el espacio nosográfico, sino que aisla form as que lent am ent e reagrupan, t ienden a unificar, casi a confundir, en virt ud de una im agen; es así com o est á a punt o de llegar a la noción de m anía- m elancolía: " Esas dos afecciones son t an vecinas que a m enudo se t ransform an la una y la ot ra y que la una desem boca a m enudo en la ot ra... Frecuent em ent e esas dos enferm edades se suceden y se dej an lugar reciprocam ent e, com o el hum o y la llam a." xlix En ot ros casos, Willis dist ingue lo que había perm anecido casi confundido. Dist inción m ás práct ica que concept ual, división relat iva y gradual de una noción que conserva su ident idad fundam ent al. Así procede Willis para la gran fam ilia de quienes son víct im a de la est upidez: prim ero, aquellos incapaces de llegar a la lit erat ura o a ninguna de las ciencias liberales, pero que son lo bast ant e hábiles para aprender las ciencias m ecánicas; vienen luego los que son t an sólo capaces de ser agricult ores; luego, los que, cuando m ucho, pueden aprender a subsist ir en la vida y a conocer los hábit os indispensables; en cuant o a los de la últ im a fila, apenas com prenden algo y act úan a propósit o. l El t rabaj o efect ivo no se ha operado sobre las nuevas clases sino sobre las viej as fam ilias de la t radición, donde las im ágenes eran m ás num erosas y los rost ros m ás fam iliarm ent e reconocidos. En 1785, cuando Colom bier y Doublet publican su inst rucción, m ás de un siglo ha pasado desde Willis. Los grandes sist em as nosológicos ya est án edificados. Parece que de t odos esos m onum ent os no queda nada; Doublet se dirige a los m édicos y a los direct ores de los est ablecim ient os; quiere darles consej os de diagnóst ico y de t erapéut ica. No conoce m ás que una clasificación, que ya había est ado en curso en t iem pos de Willis: el frenesí siem pre va acom pañado de inflam ación y de fiebre; la m anía o el furor no es señal de una afección del cerebro; la m elancolía difiere de la m anía en dos cosas: " La prim era, en que el delirio m elancólico se lim it a a un solo t em a, llam ado punt o m elancólico; la segunda, en que el delirio... siem pre es pacífico." A ello se añade la dem encia que corresponde a la est upidez de Willis, y que agrupa t odas las form as de debilit am ient o de las facult ades. Un poco después, cuando el m inist ro del I nt erior exige a Giraudy un inform e sobre Charent on, el cuadro present ado dist ingue los casos de m elancolía, los de m anía y los de dem encia; las únicas m odificaciones im port ant es conciernen a la hipocondría que se encuent ra aislada, con un pequeño núm ero de represent ant es ( sólo ocho sobre 476 int ernados) , y el idiot ism o que, desde principios del siglo XI X, se em pieza a dist inguir de la dem encia. Haslam en sus Observaciones sobre la locura no t om a en cuent a los 27 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault incurables; por lo t ant o, apart a dem ent es e idiot as y sólo reconoce en la locura dos im ágenes: m anía y m elancolía. Puede verse que el cuadro nosológico ha conservado una not able est abilidad a t ravés de t odas las t ent at ivas que por m odificarlo haya podido hacer el siglo XVI I I . En el m om ent o en que com enzarán las grandes sínt esis psiquiát ricas y los sist em as de la locura, podrán ret om arse las grandes especies de la sinrazón t al com o han sido t ransm it idas: Pinel, ent re las vesanias, cuent a la m elancolía, la m anía, la dem encia y la idiot ez, a las cuales añade la hipocondría, el sonam bulism o y la hidrofobia. li Esquirol no añade m ás que la nueva fam ilia de la m onom anía a la serie ya t radicional: m anía, m elancolía, dem encia e im becilidad. lii Los rost ros ya esbozados y reconocidos de la locura no han sido m odificados por las const rucciones nosológicas; la repart ición en especies casi veget ales no ha logrado disociar o alt erar la prim it iva solidez de sus caract eres. De un ext rem o al ot ro de la época clásica, el m undo de la locura se art icula según las m ism as front eras. A ot ro siglo corresponderá descubrir la parálisis general, separar las neurosis y las psicosis, edificar la paranoia y la dem encia precoz; a ot ro m ás, cernir la esquizofrenia. El siglo XVI I y el siglo XVI I I no conocen ese pacient e t rabaj o de observación. Han discernido precarias fam ilias en el j ardín de las especies: pero esas ideas no han afect ado apenas la solidez de est a experiencia casi percept iva que se hacía por ot ra part e. El pensam ient o m édico reposaba t ranquilam ent e sobre form as que no se m odificaban y que proseguían su vida silenciosa. La nat uraleza j erarquizada y ordenada de los clasificadores no era m ás que una segunda nat uraleza por relación a esas form as esenciales. Fij árnoslas para m ayor seguridad, pues su sent ido propio de la época clásica am enaza con ocult arse baj o la perm anencia de las palabras que nosot ros m ism os hem os ret om ado. Los art ículos de la Enciclopedia, en la m edida m ism a en que no const it uyen una obra original, pueden servirnos de base. — Por oposición al frenesí, delirio febril, la m anía es un delirio sin fiebre, al m enos esencial; com prende " t odas esas enferm edades prolongadas en que los enferm os no sólo disparat an, sino que no perciben las cosas com o debe ser y efect úan acciones que son o parecen ser sin m ot ivo, ext raordinarias y ridiculas" . — La m elancolía t am bién es un delirio, pero un " delirio part icular, que gira sobre uno o dos obj et os det erm inados, sin fiebre ni furor, en lo que difiere de la m anía o del frenesí. Ese delirio con la m ayor frecuencia va aunado a una t rist eza insuperable, a un hum or som brío, a una m isant ropía, a una decidida t endencia a la soledad" . — La dem encia se opone a la m elancolía y a la m anía; ést as no son m ás que " el ej ercicio depravado de la m em oria y del ent endim ient o" ; aquélla, en cam bio, es una rigurosa " parálisis del espírit u" , o bien " una abolición de la facult ad de razonar" ; las fibras del cerebro no son suscept ibles de im presiones, y los espírit us anim ales ya no son capaces de m overlas. D'Aum ont , el aut or de est e art ículo, ve en la " fat uidad" un grado m enos acent uado de dem encia: un sim ple debilit am ient o del ent endim ient o y de la m em oria. Pese a algunas m odificaciones en det alle, se ven form ar y m ant ener, en t oda est a m edicina clásica, ciert as correspondencias esenciales, por ot ra part e m ás sólidas que los parent escos nosográficos, quizás porque son m ás probadas que concebidas, porque han sido im aginadas de largo t iem po at rás y durant e largo t iem po soñadas: frenesí, y calor de las fiebres; m anía y agit ación furiosa; m elancolía y aislam ient o casi insular del delirio; dem encia y desorden del espírit u. Sobre esas profundidades cualit at ivas de la percepción m édica, los sist em as nosológicos han j ugado y cint ilado a veces algunos inst ant es. Pero no han llegado a cobrar cuerpo en la verdadera hist oria 28 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault de la locura. Queda, finalm ent e, un t ercer obst áculo. Est á const it uido por las resist encias y los desarrollos propios de la práct ica m édica. Desde hace t iem po, y en el dom inio ent ero de la m edicina, la t erapéut ica seguía una rut a relat ivam ent e independient e. En t odo caso, nunca, desde la ant igüedad, había sabido ordenar t odas sus form as según los concept os de la t eoría m édica. Y, m ás que ninguna ot ra enferm edad, la locura ha m ant enido a su alrededor, hast a el fin del siglo XVI I I , t odo un cuerpo de práct icas a la vez arcaicas por su origen, m ágicas por su significado y ext ram édicas por su sist em a de aplicación. Todo lo que la locura podía ocult ar de poderes at erradores m ant enía en su vivacidad apenas secret a la vida sorda de esas práct icas. Pero al t erm inar el siglo XVI I se ha producido un acont ecim ient o que, al reforzar la aut onom ía de las práct icas, le ha dado un nuevo est ilo y t oda una nueva posibilidad de desarrollo. Est e acont ecim ient o es la definición de los t rast ornos llam ados inicialm ent e " vapores" y que t om arán t an grande ext ensión en el siglo XVI I I con el nom bre de " enferm edades de los nervios" . Muy pront o, y por la fuerza de expansión de sus concept os, t rast ornan el ant iguo espacio nosográfico, y no t ardan en recubrirlo casi por com plet o. Cullen podrá escribir, en sus I nst it uciones de Medicina Práct ica: " Me propongo com prender aquí, con el t ít ulo de enferm edades nerviosas, a t odas las afecciones pret ernat urales del sent im ient o y del m ovim ient o, que no van acom pañadas de fiebre com o sínt om a de la enferm edad prim it iva; com prendo t am bién t odas aquellas que no dependen de una afección local de los órganos, sino de una afección m ás general del sist em a nervioso y de las propiedades de ese sist em a sobre las cuales est án basados, sobre t odo, el sent im ient o y el m ovim ient o." liii Ese m undo nuevo de los vapores y las enferm edades de los nervios t iene su dinám ica propia; las fuerzas que allí se despliegan, las clases, las especies y los géneros que se pueden difundir allí ya no coinciden con las form as fam iliares de las nosografías. Tal parece que acaba de abrirse t odo un espacio pat ológico ant es desconocido, que no sigue las reglas habit uales del análisis y de la descripción m édica: " Los filósofos invit an a los m édicos a ent rar en ese laberint o; les facilit an los cam inos, desem barazando a la m et afísica del fardo de las escuelas, explicando analít icam ent e las principales facult ades del alm a, m ost rando su nexo ínt im o con los m ovim ient os del cuerpo, rem ont ándose ellos m ism os a los fundam ent os prim eros de su organización." liv Tam bién los proyect os de clasificación de los vapores son innum erables. Ninguno reposa sobre los principios que guiaban a Sydenham , a Sauvages o a Linneo. Viridet los dist ingue al m ism o t iem po por el m ecanism o del t rast orno y por su localización: los " vapores generales nacen en t odo el cuerpo" ; los " vapores part iculares se form an en una part e" ; los prim eros " vienen de la supresión del curso de los espírit us anim ales" ; los segundos " vienen de un ferm ent o sit uado en los nervios o cerca de ellos" ; o aun " de la cont racción de la cavidad de los nervios por los cuales rem ont an o descienden los espírit us anim ales" . lv Beauchesne propone una clasificación puram ent e et iológica, según los t em peram ent os, las predisposiciones y las alt eraciones del sist em a nervioso: prim ero las " enferm edades con m at eria y visión orgánica" , que dependen de un " t em peram ent o bilioso- flem át ico" ; luego las enferm edades nerviosas hist éricas, que se dist inguen por " un t em peram ent o bilioso m elancólico y lesiones part iculares de la m at riz" ; finalm ent e, las enferm edades caract erizadas por " un relaj am ient o de los sólidos y la degeneración de los hum ores" ; aquí las causas son, ant es bien, " un t em peram ent o sanguíneo flem át ico, pasiones desgraciadas, et c." lvi Ya al final del siglo, en la gran discusión que ha seguido a las obras de Tissot y de Pom m e, Pressavin ha dado a las enferm edades de los nervios su m ayor ext ensión; 29 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault abarcan t odas las pert urbaciones que pueden alcanzar las funciones m ayores del organism o, y se dist inguen las unas de las ot ras por las funciones pert urbadas. Cuando son afect ados los nervios del sent im ient o y si su act ividad ha dism inuido, hay em bot am ient o, est upor y com a; si por el cont rario ha aum ent ado, hay com ezón, escozor y dolor. Las funciones m ot oras pueden ser afect adas de la m ism a m anera: su dism inución provoca la parálisis y la cat alepsia; su aum ent o, el eret ism o y el espasm o; en cuant o a las convulsiones, se deben a una act ividad irregular, t ant o dem asiado débil com o dem asiado fuert e: alt ernación que se encuent ra, por ej em plo, en la epilepsia. lvii Ciert am ent e, por su nat uraleza, esos concept os son aj enos a las clasificaciones t radicionales. Pero lo que, sobre t odo, les da su originalidad es que, a diferencia de las nociones de la nosografía, est án inm ediat am ent e ligados a una práct ica; o, ant es bien, desde su form ación se encuent ran penet rados de los t em as t erapéut icos, pues lo que los const it uye y los organiza son im ágenes, im ágenes por las cuales pueden com unicarse, desde el principio, m édicos y enferm os: los vapores que suben del hipocondríaco, los nervios t endidos, " m agullados y endurecidos" , las fibras im pregnadas de hum edad, los ardores quem ant es que desecan los órganos: ot ros t ant os esquem as explicat ivos, es verdad; ot ros t ant os t em as am biguos en que la im aginación del enferm o da form a, espacio, sust ancia y lenguaj e a sus propios sufrim ient os, y en que la del m édico proyect a inm ediat am ent e el diseño de las int ervenciones necesarias para rest ablecer la salud. En ese nuevo m undo de la pat ología, t an vilipendiado y ridiculizado desde el siglo XI X, ocurre algo im port ant e por prim era vez, sin duda, en la hist oria de la m edicina: la explicación t eórica coincide con una doble proyección: la de la enferm edad por el enferm o, y la de la supresión de la enferm edad por el m édico. Las enferm edades de los nervios aut orizan las com plicidades de la cura. Todo un m undo de sím bolos y de im ágenes va a nacer, donde el m édico, con su enferm o, va a inaugurar un prim er diálogo. Desde ent onces, a lo largo de t odo el siglo XVI I I , se desarrolla una m edicina en que la parej a m édicoenferm o est á convirt iéndose en el elem ent o const it uyent e. Es est a parej a, con las figuras im aginarias por las cuales se com unica, la que organiza, según los nuevos m odos, el m undo de la locura. Las curas de calent am ient o o de frío, de roboración o de dist ensión, t oda la labor com ún al m édico y al enferm o de las realizaciones im aginarias, dej a perfilarse form as pat ológicas que las clasificaciones cada vez result arán m ás incapaces de asim ilar. Pero es en el int erior de esas form as, aun cuando sea ciert o que t am bién ellas han pasado, donde se efect úa el verdadero t rabaj o del saber. Llam em os la at ención sobre nuest ro punt o de part ida: por una part e, una conciencia que pret ende reconocer al loco sin m ediación, sin esa m ism a m ediación que sería un conocim ient o discursivo de la locura; por ot ra, una ciencia que pret ende poder desplegar según el plano de sus virt ualidades t odas las form as de la locura, con t odos los signos que m anifiest an su verdad. Ent re ellas, nada, un vacío; una ausencia, casi sensible, de t an evident e, de lo que sería la locura com o form a concret a y general, com o elem ent o real en que los locos se encont raran, com o suelo profundo de donde llegaran a. nacer, en su sorprendent e part icularidad, los signos del insensat o. La enferm edad m ent al, en la época clásica, no exist e, si por ella ent endem os la pat ria nat ural del insensat o, la m ediación ent re el loco que se percibe y la dem encia que se analiza, en sum a, el nexo del loco con su locura. El loco y la locura son aj enos uno al ot ro; la verdad de cada uno se halla ret enida y com o confiscada en ellos m ism os. La sinrazón es, para em pezar, eso: est a escisión profunda, que se rem ont a a una época de ent endim ient o y que enaj ena al uno por relación al ot ro, haciéndoles aj eno uno al ot ro, el loco y su locura. 30 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Así pues, podem os aprehender la sinrazón ya en ese vacío. Por ot ra part e, el int ernam ient o, ¿no era su versión inst it ucional? El int ernam ient o, com o espacio indiferenciado de exclusión, ¿no reinaba ent re el loco y la locura, ent re el reconocim ient o inm ediat o y una verdad siem pre diferida, cubriendo así en las est ruct uras sociales el m ism o cam po que la sinrazón en las est ruct uras del saber? La sinrazón es m ás que ese vacío en el cual se la em pieza a ver esbozarse. La percepción del loco no t enía, finalm ent e, ot ro cont enido que la razón m ism a; el análisis de la locura ent re las especies de la enferm edad no t enía de su lado ot ro principio que el orden de razón de una sabiduría nat ural; t ant o es así que allí donde se buscaba la plenit ud posit iva de la locura, no se encont raba ot ra cosa que la razón, quedando así la locura, paradój icam ent e, com o ausencia de locura y presencia universal de la razón. La locura de la locura est á en ser secret am ent e razón. Y est a no- locura, com o cont enido de la locura, es el segundo punt o esencial que debe m arcarse a propósit o de la sinrazón. La sinrazón es que la verdad de la locura es razón. O, ant es bien, cuasi- razón. Y es ést e el t ercer caráct er fundam ent al, que t rat arem os de explicit ar a fondo en las páginas siguient es. Y es que si la razón es el cont enido de la percepción del loco, no dej a de ser afect ada por ciert o indicio negat ivo. Se encuent ra allí, en acción, una inst ancia que da a est a no- razón su est ilo singular. Por m uy loco que est é el loco con relación a la razón, por ella y para ella, por m uy razón que sea para poder ser obj et o de la razón, est a dist ancia t om ada crea un problem a; y est e t rabaj o de lo negat ivo no puede ser sim plem ent e el vacío de una negación. Por ot ra part e, hem os vist o con qué obst áculos ha t ropezado el proyect o de una " nat uralización" de la locura al est ilo de una hist oria de las enferm edades y de las plant as. A pesar de t ant os esfuerzos repet idos, la locura j am ás ha ent rado por com plet o en el orden racional de las especies. Y es que ot ras fuerzas reinaban en las profundidades, fuerzas que son aj enas al plan t eórico de los concept os y que saben resist irle hast a el punt o de t rast ornarlo finalm ent e. ¿Cuáles son, pues, est as fuerzas que así act úan? ¿Cuál es, pues, ese poder de negación que se ej erce allí? En ese m undo clásico donde la razón parece cont enido y verdad de t odo, aun de la locura, ¿cuáles son esas inst ancias secret as y a qué resist en? Aquí y allá, en el conocim ient o de la locura y el reconocim ient o del loco, ¿no es la m ism a virt ud que insidiosam ent e se despliega y se burla de la razón? Y si fuera la m ism a, ¿no nos encont raríam os ent onces en posición de definir la esencia y la fuerza viva de la sinrazón, com o cent ro secret o de la experiencia clásica de la locura? Pero ant es es necesario proceder lent am ent e y det alle t ras det alle. Encam inarnos, con un respet o de hist oriador, a part ir de lo que ya conocíam os; es decir, de los obst áculos encont rados en la nat uralización de la locura, y en su proyección sobre un plano racional. Hay que analizarlos, pieza t ras pieza, después de la enum eración aún burda que ha sido posible hacer: inicialm ent e, la t rascendencia de la pasión, de la im aginación y del delirio com o form as const it ut ivas de la locura; después, las figuras t radicionales que, durant e t oda la época clásica, han art iculado y elaborado el dom inio de la locura; en fin, la confront ación del m édico y del enferm o en el m undo im aginario de la t erapéut ica. Quizá sea allí donde se ocult an las fuerzas posit ivas de la sinrazón, el t rabaj o que es, al m ism o t iem po, el correlat ivo y la com pensación de ese no- ser que const it uye, de ese vacío, de esa ausencia, cada vez m ás profunda de la locura. No t rat arem os de describir ese t rabaj o y las fuerzas que lo anim an com o la evolución de concept os t eóricos, en la superficie de un conocim ient o; sino que, cort ando a t ravés del espesor hist órico de una experiencia, t rat arem os de volver a capt ar el m ovim ient o por el cual finalm ent e llegó a ser posible un conocim ient o de la locura: 31 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault est e conocim ient o que es el nuest ro y del que no pudo separarnos por com piet o el freudism o, porque no est aba dest inado a ello. En est e conocim ient o, la enferm edad m ent al se encuent ra al fin present e, la sinrazón ha desaparecido de sí m ism a, salvo a los oj os de quienes se pregunt an lo que puede significar en el m undo m oderno est a presencia t ozuda y repet ida de una locura necesariam ent e acom pañada de su ciencia, de su m edicina, de sus m édicos, de una locura t ot alm ent e incluida en el pat et ism o de una enferm edad m ent al. 32 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault I I . LA TRASCENDENCI A DEL DELI RI O " LLAMAMOS locura a est a enferm edad de los órganos del cerebro... lviii Los problem as de la locura rondan la m at erialidad del alm a. En ese m al que las nosologías t an fácilm ent e describen com o enferm edad, ¿de qué m anera se encuent ra afect ada el alm a? ¿Com o un segm ent o del cuerpo at acado por la enferm edad, por idént ico m ot ivo que los dem ás? ¿Com o sensibilidad general ligada al conj unt o del organism o, y pert urbada con él? ¿Com o un principio independient e, espirit ual, del que no se escapan m ás que sus inst rum ent os t ransit orios y m at eriales? Cuest iones de filósofos, que encant an al siglo XVI I I , cuest iones indefinidam ent e reversibles, y de las que cada respuest a m ult iplica su am bigüedad. Para em pezar, est á t odo el peso de una t radición: t radición de t eólogos y de casuist as, t am bién t radición de j urist as y de j ueces. Siem pre que m uest re algunos de los signos ext eriores de la penit encia, un loco puede confesarse y recibir la absolución; aunque t odo m uest re que no est á en su j uicio, se t iene el derecho y el deber de suponer que el Espírit u ha esclarecido su alm a por vías que no son sensibles ni m at eriales, vías " de las que a veces se sirve Dios, com o el m inist erio de los ángeles o bien una inspiración inm ediat a" . lix Por ot ra part e, ¿se hallaba en est ado de gracia en el m om ent o en que ha sido at acado por la locura? El loco, sin duda alguna, se salvará, haya hecho lo que haya hecho en su locura: su alm a se ha ret irado, prot egida de la enferm edad, y preservada, por la enferm edad m ism a, de t odo m al. El alm a no est á lo bast ant e com prom et ida con la locura para pecar en ella. Y no se cont radicen los j ueces que no acept an com o crim en el gest o de un loco, que deciden de la curaduría suponiendo siem pre que la locura no es m ás que un obst áculo t ransit orio, pero que no afect a al alm a m ás que si no exist iera o que si fuera t an fragm ent aría com o la de un niño. Por ot ra part e, sin prohibición alguna, el loco, ni aun encerrado, pierde nada de su personalidad civil, y el Parlam ent o de París ha precisado que est a prueba de fact o de la alienación que es el int erna- m ient o no cam biaba en nada la capacidad legal del suj et o. lx El alm a de los locos no est á loca. Y, sin em bargo, para quien filosofa sobre la exact it ud de la m edicina, sobre sus fracasos y sus éxit os, ¿el alm a no es m ás ni m enos que est a prisionera libre? ¿No es necesario que form e part e de la m at eria, si por la m at eria, a t ravés de ella o a causa de ella, se ve afect ada en el libre ej ercicio de sus funciones m ás esenciales, en el j uicio m ism o? Y si t oda la t radición de los j urist as t iene razón al est ablecer la inocencia del loco, no es que su libert ad secret a quede prot egida por su inocencia: es que la irresist ible pot encia de su cuerpo alcanza su libert ad hast a suprim irla ent eram ent e: " Est a pobre alm a... no es ent onces dueña de sus pensam ient os, sino que se ve obligada a prest ar at ención a las im ágenes que las t razas de su cerebro form an en ella." lxi Pero la razón rest aurada, m ás claram ent e aún, aport a pruebas de que el alm a no es m ás que m at eria y cuerpo organizados; pues la locura no es nunca m ás que dest rucción, y ¿cóm o probar que el alm a est á realm ent e dest ruida, que no est á sim plem ent e encadenada u ocult a, o que ha sido rechazada a ot ra part e? Pero devolverle sus poderes, rest it uirle su int egridad, devolverle la fuerza y la libert ad m ediant e la sola adición de una m at eria hábil y concert ada, es darse la prueba de que el alm a t iene, en la m at eria, su virt ud y su perfección, puest o que es un poco de m at eria añadida la que la hace pasar de una im perfección accident al a una nat uraleza perfect a: " Un ser inm ort al, ¿puede adm it ir la t ransposición de sus part es y perm it ir 33 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault que se añada a la sim plicidad de su t odo, del que es im posible que pueda separarse algo?" lxii Est e diálogo, t an ant iguo com o la confront ación, en el pensam ient o est oico, del hum anism o y de la m edicina, es ret om ado por Volt aire, t rat ando de hacerlo m ás est rict o. Doct os y doct ores t rat an de m ant ener la pureza del alm a y, dirigiéndose al loco, quisieran convencerlo de que su locura se lim it a a los solos fenóm enos del cuerpo. De buena o de m ala gana, el loco, en una región de él m ism o que desconoce, debe t ener un alm a sana y prom et ida a la et ernidad: " Am igo m ío, aunque hayas perdido el sent ido com ún, t u alm a es t an espirit ual, t an pura, t an inm ort al com o la nuest ra, pero la nuest ra est á bien aloj ada; la t uya lo est á m al; las vent anas de la casa est án condenadas, falt a el aire, el alm a se asfixia." Pero el loco t iene sus m om ent os buenos; o, ant es bien, en su locura, es el m om ent o m ism o de la verdad; insensat o, t iene m ás sent ido com ún y disparat a m enos que los razonables. Desde el fondo de su locura razonadora, es decir, desde lo alt o de su loca sabiduría bien sabe que su alm a est á afect ada; al renovar, en sent ido cont rario, la paradoj a de Epim énides, dice que est á loco hast a el t rasfondo de su alm a, y, al decirlo, enuncia la verdad. " Am igos m íos, suponéis, según vuest ro hábit o, lo que est á en cuest ión. Mis vent anas est án t an bien abiert as com o las vuest ras, puest o que veo los m ism os obj et os y oigo las m ism as palabras. Por lo t ant o, necesariam ent e, m i alm a est á haciendo un m al uso de sus sent idos, y m i alm a m ism a es un sent ido viciado, una cualidad depravada. En una palabra, o m i alm a est á loca en sí m ism a, o yo carezco de alm a." lxiii Prudencia con dos cabezas de est e Epim énides volt eriano, que dice, en ciert o m odo: o bien los cret enses son m ent irosos, o bien yo m ient o; queriendo decir, en realidad, los dos a la vez: que la locura afect a la nat uraleza profunda de su alm a, y que en consecuencia, su alm a no exist e com o ser espirit ual. Dilem a que sugiere el encadenam ient o que ocult a. Y es est e encadenam ient o el que hay que t rat ar de seguir. Sólo a prim era vist a parece sencillo. Por una part e, la locura no puede ser asim ilada a una pert urbación de los sent idos; las vent anas est án int act as, y si se ve m al en la casa no es porque est én condenadas. Aquí, Volt aire at raviesa de un salt o t odo un cam po de discusiones m édicas. Baj o la influencia de Locke, m uchos m édicos buscaban el origen de la locura en una pert urbación de la sensibilidad: si se ven dem onios y se oyen voces, el alm a no t iene nada que ver; recibe, com o puede, lo que le im ponen los sent idos. lxiv A lo cual Sauvages, ent re ot ros, respondía: " El que bizquea y ve doble no est á loco. Lo est á el que, viendo doble, cree que verdaderam ent e hay dos hom bres." lxv Pert urbación del alm a, no del oj o; no es porque la vent ana est é en m al est ado, sino porque el habit ant e est á enferm o. Ést a es la opinión de Volt aire. La prudencia est á en apart ar un sensualism o básico, en evit ar que una aplicación dem asiado direct a y dem asiado sencilla t erm ine por prot eger a un alm a cuyo sensualism o, sin em bargo, quiere reducir sus poderes. Pero si la pert urbación de los sent idos no es la causa de la locura, sí es, en cam bio, el m odelo. Un m al del oj o im pide el ej ercicio exact o de la vist a; un m al del cerebro, órgano del espírit u, pert urbará de la m ism a m anera a la propia alm a: " Est a reflexión puede hacer sospechar que la facult ad de pensar dada por Dios al hom bre est á suj et a a t rast ornos, com o los ot ros sent idos. Un loco es un enferm o cuyo cerebro falla, así com o el got oso es un enferm o que sufre de los pies y de las m anos; pensaba con el cerebro, com o cam inaba con los pies, sin conocer nada ni de su poder incom prensible de cam inar ni de su poder no m enos incom prensible de pensar." lxvi Del cerebro al alm a, la relación es la m ism a que del oj o a la vist a; del alm a al cerebro, la m ism a que del proyect o de cam inar a las piernas que obedecen. En el cuerpo, el alm a no hace ot ra cosa que est ablecer relaciones análogas a aquellas que el propio cuerpo ha 34 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault est ablecido. Es el sent ido de los sent idos, la acción de la acción. Y así com o el cam inar es im posibilit ado por la parálisis de las piernas, la vist a nublada por la pert urbación del oj o, el alm a se verá afect ada por las lesiones del cuerpo, sobre t odo por las lesiones de ese órgano privilegiado que es el cerebro, y que es el órgano de t odos los órganos, al m ism o t iem po de t odos los sent idos y de t odas las acciones. Así pues, el alm a est á t an com prom et ida con el cuerpo com o la vist a con el oj o, com o la acción con los m úsculos. Si se int ent ara suprim ir el oj o... Se dem uest ra con ello que " el alm a est á loca en sí m ism a" , en su sust ancia propia, en lo que hace lo esencial de la nat uraleza; y que " yo no t engo alm a" , apart e de la que queda definida por el ej ercicio de los órganos del cuerpo. En sum a, del hecho de que la locura no sea una afección de los sent idos, Volt aire saca en conclusión que el alm a no es, por su nat uraleza, diferent e de ninguno de los sent idos, con el cerebro por órgano. Se ha deslizado subrept iciam ent e de un problem a m édico claram ent e definido en su época ( génesis de la locura a part ir de una alucinación de los sent idos, o de un delirio del espírit u, t eoría peripat ét ica o t eoría cent ral, com o diríam os en nuest ro idiom a) a un problem a filosófico que, ni de hecho ni de derecho, le es superponible: ¿prueba la locura, sí o no, la m at erialidad del alm a? Ha fingido rechazar, para la prim era pregunt a, t oda form a de respuest a sensualist a, para im ponerla m ej or com o solución al segundo problem a: est a ret om a últ im a del sensualism o m arca, por ot ra part e, que, de hecho, había abandonado la prim era pregunt a, la pregunt a m edica del papel de los órganos de los sent idos en el origen de la locura. En sí m ism a, libre de las int enciones polém icas que abriga, est a superposición es significat iva, pues no pert enece a la problem át ica m édica del siglo XVI I I ; m ezcla con el problem a sent ido- cerebro, periferia- cent ro, que, por sí m ism o, se encuent ra al m ism o nivel de la reflexión de los m édicos, un análisis crít ico que reposa sobre la disociación del alm a y del cuerpo. Llegará un día en que, para los propios m édicos, el problem a del origen, de la det erm inación causal, de la sede de la locura, t om ará valores m at erialist as o no. Pero esos valores sólo serán reconocidos en el siglo XI X cuando, precisam ent e, la problem át ica definida por Volt aire será acept ada com o cosa nat ural; ent onces y sólo ent onces serán posibles una psiquiat ría espirit ualist a y una psiquiat ría m at erialist a, una concepción de la locura que la reduce al cuerpo, y ot ra que la hace valer en el elem ent o inm at erial del alm a. Pero el t ext o de Volt aire, precisam ent e en lo que t iene de cont radict orio, de abusivo, en el t ruco que se encuent ra allí int encionalm ent e ocult o, no es represent at ivo de la experiencia de la locura en lo que podría t ener, en el siglo XVI I I , de viva, de m aciza, de espesa. Ese t ext o se orient a, baj o la dirección de la ironía, hacia algo que desborda en el t iem po esa experiencia, hacia la posición m enos irónica posible del problem a de la locura. I ndica y presagia baj o ot ra dialéct ica y polém ica, en la sut ileza aún vacía de concept os, lo que, en el siglo XI X, se volverá evidencia incont rovert ible: o bien la locura es la afección orgánica de un principio m at erial o bien es el t rast orno espirit ual de un alm a inm at erial. Que Volt aire haya esbozado desde el ext erior, y m ediant e rodeos com plej os una problem át ica sim ple, no nos aut oriza a reconocerla com o esencial al pensam ient o del siglo XVI I I . La int errogación sobre la separación del cuerpo y del alm a no ha nacido del fondo de la m edicina clásica; es un problem a im port ado, de fecha bast ant e recient e, y que se ha desplazado a part ir de una int ención filosófica. Lo que sin problem as adm it e la m edicina de la época clásica, el suelo sobre el cual avanza sin plant earse pregunt as, es ot ra sim plicidad: m ás com plej a para nosot ros, habit uados desde el siglo XI X a pensar en los problem as de la psiquiat ría en la oposición del espírit u y del cuerpo, oposición que sólo se ve at enuada, reducida y 35 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault esquivada en nociones com o las de psico y de órgano- génesis; est a sim plicidad es la que opone Tissot a las quim eras abst ract ivas de los filósofos; es la bella unidad sensible del alm a y del cuerpo, ant es de t odas esas disociaciones que ignora la m edicina: " Toca a la m et afísica buscar las causas de la influencia del espírit u sobre el cuerpo y del cuerpo sobre el espírit u; la m edicina va m enos lej os, pero ve, quizás, m ej or; descuida las causas y sólo se det iene en los fenóm enos; la experiencia le enseña que t al est ado del cuerpo produce necesariam ent e t ales m ovim ient os del alm a que, a su vez, m odifican el cuerpo; ella hace que, m ient ras el alm a est á ocupada en pensar, una part e del cerebro se encuent re en un est ado de t ensión; no lleva m ás lej os sus invest igaciones ni t rat a de saber m ás. La unión del espírit u y del cuerpo es t an fuert e que cuest a t rabaj o concebir que el uno pueda act uar sin el consent im ient o del ot ro. Los sent idos t ransm it en al espírit u el m óvil de sus pensam ient os, agit ando las fibras del cerebro, y en t ant o que el alm a se ocupa de ello, los órganos del cerebro est án en un m ovim ient o m ás o m enos fuert e, en una t ensión m ás o m enos grande." lxvii Regla m et odológica de inm ediat a aplicación: cuando se t rat a en los t ext os m édicos de la época clásica, de locuras, de vesanias y aun, de m anera m uy explícit a, de " enferm edades m ent ales" o de " enferm edades del espírit u" , lo que con ello se designa no es un dom inio de pert urbaciones psicológicas, o de hechos espirit uales que se opusieran al dom inio de las pat ologías orgánicas. Tengam os siem pre present e que Willis clasifica la m anía ent re las enferm edades de la cabeza, y la hist eria ent re las enferm edades convulsivas; que Sauvages incluye en la clase de las " vesanias" la alucinación, el vért igo y la zozobra. Y ot ras m uchas anom alías. Los m édicos- hist oriadores gust an de ent regarse a un j uego: recobrar baj o las descripciones de los clásicos las verdaderas enferm edades que así se encuent ran designadas. Cuando Willis hablaba de hist eria, ¿no se refería a los fenóm enos epilépt icos? Cuando Boerhaave hablaba de m anías, ¿no describía las paranoias? Baj o t al m elancolía de Diem erbroek, ¿no es fácil reconocer las señales ciert as de una neurosis obsesiva? Tales son j uego de príncipes, lxviii no de hist oriadores. Es posible que, de un siglo a ot ro, no se designen con el m ism o nom bre las m ism as enferm edades; pero es que, fundam ent alm ent e, no se t rat a de la m ism a enferm edad. Quien dice locura en los siglos XVI I y XVI I I no dice, en sent ido est rict o, " enferm edad del espírit u" , sino alguna cosa que afect a en conj unt o a cuerpo y alm a. Poco m ás o m enos de eso hablaba Zacchias cuando proponía est a definición que, grosso m odo, puede t ener valor para t oda la época clásica: Am ent iae a proprio cerebri m orbo et rat iocinat ricis facult at is laesione dependent . lxix Dej ando, pues, de lado, una problem át ica que ha sido añadida, bast ant e t ardíam ent e, a la experiencia de la locura, int ent arem os aislar las est ruct uras que le pert enecen en rigor, a part ir de las m ás ext eriores ( el ciclo de la causalidad) , para pasar después a m ás int eriores y m enos visibles ( el ciclo de la pasión y de la im agen) , e int ent ar, finalm ent e, llegar al núcleo de est a experiencia, que ha podido const it uirla com o t al: el m om ent o esencial del delirio. La dist inción ent re causas lej anas y causas inm ediat as, fam iliar en t odos los t ext os clásicos, a prim era vist a bien puede parecer de pocas consecuencias, y no ofrecer para organizar al m undo de la causalidad, m ás que una est ruct ura frágil. De hecho, ha ej ercido un peso considerable; lo que puede haber en ella de arbit rario y aparent e ocult a un poder de est ruct uración m uy riguroso. Cuando Willis habla de las causas próxim as de la m anía, quiere decir una doble alt eración de los espírit us anim ales. 36 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Prim ero alt eración m ecánica, que se ej erce, a la vez, sobre la fuerza del m ovim ient o y sobre su t rayect oria: en un m aníaco, los espírit us se m ueven con violencia; pueden, así, penet rar por vías que no habían sido nunca holladas, y que no debían serlo; esos cam inos nuevos suscit an un curso de ideas m uy singular, m ovim ient os súbit os y ext raordinarios, y de un vigor t an grande que parecen exceder con m ucho a las fuerzas nat urales del enferm o. Tam bién alt eración quím ica: los espírit us t om an una nat uraleza ácida que les hace m ás corrosivos y m ás penet rant es, t am bién m ás ligeros y m enos cargados de m at eria; se vuelven t an vivos e im palpables com o la llam a, dando así a la conduct a del m aníaco t odo lo que se conoce en ella de vivo, de irregular y de ardient e. lxx Tales son las causas próxim as. Tan próxim as que no parecen m ucho m ás que una t ranscripción cualit at iva de t odo lo que hay m ás visible en las m anifest aciones de la enferm edad. Est a agit ación, est e desorden, est e calor sin fiebre que parecen anim ar al m aníaco y que le dan, en su percepción m ás sim ple, m ás inm ediat a, un perfil t an caract eríst ico, se ven t ransferidos, por el análisis de las causas próxim as, del ext erior al int erior, del dom inio de la percepción al de la explicación, del efect o visible al m ovim ient o invisible de las causas. lxxi Pero, paradój icam ent e, lo que aún no era m ás que cualidad al penet rar en el cam po de lo invisible se t ransform a en im agen; el ardor- cualidad se conviert e en llam a- im agen; el desorden de los gest os y de las palabras se solidifica en el ent re- cruzam ient o inext ricable de secuelas im percept ibles. Y los valores que se hallaban en los confines del j uicio m oral, ahí donde se podía ver y t ocar, se conviert en en cosas m ás allá de los lím it es del t act o y de la vist a; sin cam biar siquiera de vocabulario, la ét ica se t raspone, allí, en dinám ica: " La fuerza del alm a —dice Sydenham —, en t ant o que est á encerrada en ese cuerpo m ort al, depende principalm ent e de la fuerza de los espírit us anim ales que le sirven com o de inst rum ent os en el ej ercicio de sus funciones, y que son la porción m ás fina de la m at eria, y la m ás aproxim ada de la sust ancia espirit ual. Así, la debilidad y el desorden de los espírit us causa necesariam ent e la debilidad y el desorden del alm a, y la hacen j uguet e de las pasiones m ás violent as, sin que ella de m anera alguna pueda resist ir." lxxii Ent re las causas próxim as y sus efect os se est ablece una índole de com unicación cualit at iva inm ediat a, sin int errupción ni int erm ediario; se form a un sist em a de presencia sim ult ánea que se encuent ra del lado del efect o cualidad percibida, y del lado de la causa im agen invisible. Y del uno al ot ro, la circularidad es perfect a: se induce a la im agen a part ir de las fam iliaridades de la percepción, y se deduce la singularidad sint om át ica del enferm o de las propiedades físicas que se at ribuyen a la im agen causal. De hecho, el sist em a de causas próxim as no es m ás que el anverso del reconocim ient o em pírico de los sínt om as, una especie de valorización causal de las cualidades. Ahora bien, poco a poco, en el curso del siglo XVI I I , ese círculo t an cerrado, ese j uego de t ransposiciones que gira sobre sí m ism o, reflej ándose en un elem ent o im aginario, viene a abrirse, a dist enderse, según una est ruct ura ahora lineal en que lo esencial ya no será una com unicación de la cualidad, sino pura y sim plem ent e una cuest ión de ant ecedent e; por el hecho m ism o, ya no es en el elem ent o im aginario sino en el int erior de una percepción organizada donde deberá reconocerse la causa. Ya en la pat ología de la fiebre nerviosa se im pone el afán de ver la causa próxim a, de asegurarle una exist encia asignable en la percepción. No que la cualidad y la im agen hayan sido echadas de est a nueva est ruct ura de la causalidad próxim a; pero deben ser invest idas y present adas en un fenóm eno orgánico visible, que pueda ser disim ulado, sin riesgo de error ni de ret orno circular, com o el hecho ant ecedent e. Su t raduct or crit ica a Sydenham por no haber podido hacer ent ender claram ent e la relación est ablecida ent re el vigor del alm a " y la fuerza de los espírit us anim ales" . " A lo cual puede añadirse que la idea que t enem os de nuest ros espírit us no es ni clara ni 37 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault sat isfact oria... La fuerza y la firm eza del alm a, para servirnos de los t érm inos de nuest ro aut or, parecen depender principalm ent e de la est ruct ura de los sólidos, que t eniendo t oda la elast icidad y la flexibilidad necesarias, hacen que el alm a ej ecut e sus operaciones con vigor y facilidad." lxxiii Con la fisiología de la fibra, se t iene t oda una red m at erial que puede servir de apoyo percept ivo a la designación de las causas próxim as. De hecho, si el apoyo m ism o es bien visible en su realidad m at erial, la alt eración que sirve de causa inm ediat a a la locura no es percept ible, propiam ent e hablando; aún no es, cuando m ucho, m ás que una cualidad im palpable, casi m oral, insert ada en el t ej ido de la percepción. Se t rat a, paradój icam ent e, de una m odificación puram ent e física, con la m ayor frecuencia, m ecánica, de la fibra, pero que sólo la alt era por debaj o de t oda percepción posible, y en la det erm inación infinit am ent e pequeña de su funcionam ient o. Los fisiólogos que ven la fibra saben bien que no es posible verificar sobre ella o en ella ninguna t ensión, ningún relaj am ient o m ensurable; aun cuando excit aba el nervio de una rana, Morgagni no obt enía ninguna cont racción; y en ello confirm aba lo que ya sabían Boerhaave, Van Swiet en, Hoffm ann y Haller, t odos los adversarios de los nervios- cuerdas y de las pat ologías de la t ensión o del relaj am ient o. Pero los m édicos, los pract icant es, t am bién ellos ven, y ven ot ra cosa: ven un m aníaco, m úsculos cont raídos, un rict us en el rost ro, los gest os espasm ódicos, violent os, que responden con la m ás ext rem a vivacidad a la m enor excit ación; ven al género nervioso llegado al últ im o grado de la t ensión. Ent re esas dos form as de percepción, la de la cosa m odificada y la de la cualidad alt erada, reina un conflict o, oscuram ent e, en el pensam ient o m édico del siglo XVI I I . lxxiv Pero, poco a poco, se im pone la prim era, no sin llevarse con ella los valores de la segunda. Y esos fam osos est ados de t ensión, de desecación, de endurecim ient o que no veían los fisiólogos, los ha vist o un pract icant e com o Pom m e con sus propios oj os, los ha oído con sus orej as, creyendo t riunfar sobre los fisiólogos, y haciendo t riunfar, por ello m ism o, la est ruct ura de causalidad que aquéllos t rat aban de im poner. I nclinado sobre el cuerpo de una pacient e, ha oído las vibraciones de un género nervioso dem asiado irrit ado; y después de haberlo hecho m acerar en el agua, a razón de doce horas diarias durant e diez m eses, ha vist o separarse los elem ent os desecados del sist em a y caer en la bañera " porciones m em branosas parecidas a porciones de pergam ino hum edecido" . lxxv Triunfan ya las est ruct uras lineales y perspect ivas; no se busca ya una com unicación cualit at iva, no se describe ya ese círculo que se rem ont a del efect o y de sus valores esenciales, a una causa que sólo es su significación t raspuest a; se t rat a solam ent e de encont rar, para percibirlo,, el acont ecim ient o sim ple que puede t erm inar, de la m anera m ás inm ediat a, la enferm edad. Así pues, la causa próxim a de la locura deberá ser una alt eración visible del órgano m ás cercano del alm a, es decir el sist em a nervioso, y, hast a donde sea posible, del cerebro m ism o. La proxim idad de la causa no es requerida ya en la unidad de sent ido, en la analogía cualit at iva, sino en la vecindad anat óm ica m ás rigurosa posible. La causa se encont rará cuando se haya podido asignar, sit uar y percibir la pert urbación anat óm ica o fisiológica —poco im port a su nat uraleza, poco im port a su form a o la m anera en que afect a al sist em a nervioso— que sea m ás próxim a de la unión del alm a y del cuerpo. En el siglo xvn la causa m ás próxim a im plica una sim ult aneidad y un parecido de est ruct ura; en el siglo XVI I I , em pieza a im plicar una ant ecedencia sin int erm ediario y una vecindad inm ediat a. Es con est e espírit u com o hay que com prender el desarrollo de las invest igaciones anat óm icas sobre las causas de la locura. El Sepulchret um de Bonet , publicado por prim era vez en 1679, no proponía aún m ás que descripciones cualit at ivas, en las que las presiones im aginarias y el peso de los t em as t eóricos quebrant aban la percepción, cargándola con un sent ido predet erm inado. Bonet ha vist o, en la aut opsia, el cerebro de los m aníacos, seco y quebradizo, el de los m elancólicos húm edo y congest ionado 38 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault de hum ores; en la dem encia, la sust ancia cerebral est aba m uy rígida o, por el cont rario, excesivam ent e relaj ada, pero en un caso y ot ro, desprovist a de elast icidad. lxxvi Casi m edio siglo después, los análisis de Meckel t odavía est án em parent ados con el m ism o m undo: la cualidad aun es cuest ión de la sequedad de los m aníacos, de la pesadez y la hum edad de los m elancólicos. Pero esas cualidades deben ser percibidas ahora, y con una percepción purificada de t oda aprehensión sensible por el rigor de la m edida. El est ado del cerebro ya no represent a la ot ra versión, la t raducción sensible de la locura; es com o un acont ecim ient o pat ológico y alt eración esencial que provoca la locura. Es sencillo el principio de las experiencias de Meckel. Recort a en la sust ancia del cerebro y del cerebelo unos cubos de " 9, 6 y 3 líneas, pie de París en t odos sent idos" . Puede observar que un cubo de 6 líneas cort ado del cerebro de una persona m uert a en plena salud, que j am ás padeció enferm edad grave, pesa un dracm a 5 granos; en un j oven m uert o de t isis, el cerebro pesa solam ent e un dracm a 3 granos y 3 cuart os, y el cerebelo un dracm a 3 granos. En un caso de pleuresía, en un anciano, el peso del cerebro era el norm al, y el del cerebelo un poco inferior. Prim era conclusión: el peso del cerebro no es const ant e, varía con los diferent es est ados pat ológicos. En segundo lugar: puest o que el cerebro es m ás ligero en las enferm edades de agot am ient o com o la t isis, el cerebelo en las enferm edades donde los hum ores y los fluidos corren por el cuerpo, la densidad de esos órganos debe ser at ribuida a " la inundación de los pequeños canales que se encuent ran allí" . Ahora bien, en los insensat os se encuent ran m odificaciones del m ism o orden. Al hacer la aut opsia a una m uj er " que había sido m aníaca y est úpida sin int ervalos durant e 15 años" , Meckel ha verificado que " la sust ancia ceniza" de su cerebro era exageradam ent e pálida, la sust ancia m edular m uy blanca; " era t an dura que no se la pudo cort ar en pedazos, y t an elást ica que la im presión del dedo no duraba nada; se parecía a la clara de un huevo duro" . Un cubo de 6 líneas cort ado en est a sust ancia m edular pesaba un dracm a 3 granos; el cuerpo calloso t enía una densidad aún m enor; un cubo arrancado del cerebelo pesaba, com o para el cerebro, un dracm a 3 granos, pero las ot ras form as de alienación conllevan ot ras m odificaciones; una m uj er j oven, después de haber est ado " loca con int ervalos" había m uert o furiosa; su cerebro parecía denso al t act o; la t única aracnoide recubría un serum roj izo; pero la propia sust ancia m edular est aba desecada y elást ica; pesaba un dracm a 3 granos. Hubo que concluir, pues, que " la sequedad de los canales m edulares puede pert urbar los m ovim ient os del cerebro y, por consecuencia, el uso de la razón" y que, a la inversa, " el cerebro se prest a t ant o m ás a los usos a los que est á dest inado cuant o m ás propios a la secreción del fluido nervioso son sus canales m edulares" . lxxvii Poco im port a el horizont e t eórico en el cual se dest acan los t rabaj os de Meckel, o su hipót esis de un j ugo nervioso secret ado por el cerebro, cuyas pert urbaciones provocarían la locura. Por el m om ent o, lo esencial es la form a nueva de causalidad que ya asom a en esos análisis. Causalidad que ya no est á at ada al sim bolism o de las cualidades, en la t aut ología de las significaciones t ranspuest as en que aún se encont raba en las obras de Bonet ; ahora, causalidad lineal, en que la alt eración del cerebro es un acont ecim ient o considerado en sí m ism o com o un fenóm eno que t iene sus propios valores locales y cuant it at ivos, siem pre observables cu una percepción organizada. Ent re est a alt eración y los sínt om as de la locura no hay ot ra pert enencia, no hay ot ro sist em a de com unicación que una ext rem a proxim idad: la que hace del cerebro el órgano vecino del alm a. La pert urbación cerebral t endrá, pues, su est ruct ura propia —est ruct ura anat óm ica abiert a a la percepción— y la pert urbación del espírit u sus m anifest aciones singulares. La causalidad las yuxt apone, no t raspone elem ent os cualit at ivos de la una a la ot ra. Las aut opsias de Meckel no se derivan de una m et odología m at erialist a; no cree ni m ás ni m enos que sus predecesores y sus 39 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault cont em poráneos en la det erm inación de la locura por una afección orgánica; coloca el cuerpo y el alm a en un orden de vecindad y de sucesión causal que no aut oriza ni regreso ni t rasposición ni com unicación cualit at iva. Vem os dest acarse m ás com plet am ent e aún est a est ruct ura en Morgagni y en Cullen. En sus análisis la m asa cerebral ya no desem peña el sencillo papel de punt o de aplicación privilegiado de la causalidad; se conviert e, en sí m ism a, en un espacio causal diferenciado y het erogéneo, que desarrolla sus est ruct uras anat óm icas y fisiológicas, det erm inando en ese j uego espacial las variadas form as de la locura. Morgagni hace observar que m uy a m enudo en los casos de m anía o de furor en que el cerebro es de una consist encia ext raordinariam ent e dura y firm e, el cerebelo, por el cont rario, conserva su flexibilidad habit ual; que, aun en ciert os casos agudos, a diferencia del cerebro, es " ext rem adam ent e blando y relaj ado" . A veces las diferencias se sit úan en el int erior del propio cerebro; " en t ant o que una part e es m ás dura y m ás firm e que de ordinario, ot ras part es son ext rem adam ent e blandas" . lxxviii Cullen sist em at iza esas diferencias, y hace de las diversas part es del cerebro el aspect o principal de las pert urbaciones orgánicas de la locura. Para que el cerebro est é en est ado norm al, es necesario que su est ado de excit ación sea hom ogéneo en sus diferent es regiones: sea un est ado de excit ación elevado ( com o en la vigilia) , sea un est ado de excit ación m enor o de colapso, com o en el sueño. Pero si la excit ación o el colapso est án desigualm ent e repart idos en el cerebro, si se m ezclan form ando una red het erogénea de sect ores excit ados y de sect ores dorm idos, se producen, si el suj et o est á dorm ido, sueños, si est á despiert o, crisis de locura. Habrá ent onces una locura crónica cuando esos est ados de excit ación y de colapso desiguales se m ant engan const ant em ent e en el cerebro, solidificados en ciert a m anera en su sust ancia m ism a. Por ello en el exam en anat óm ico el cerebro de los locos m uest ra part es duras, congest ionadas, y ot ras, por el cont rario, blandas y en un est ado de relaj ación m ás o m enos com plet o. lxxix Puede verse la evolución que, en el curso de la época clásica, ha sufrido la noción de causa próxim a, o, ant es bien, la significación que t om a la causalidad en el int erior m ism o de est a noción. Reest ruct uración que hará posibles, en la época siguient e, el m at erialism o, el organicism o, en t odo caso el esfuerzo de det erm inación de las localizaciones cerebrales; pero que, por el m om ent o, no significa ningún proyect o de ese género. Se t rat a de m ucho m ás y de m ucho m enos. Mucho m enos que la irrupción de un m at erialism o; pero m ucho m ás, puest o que se encuent ra desat ada la form a de causalidad que desde el siglo XVI I organizaba las relaciones del alm a y del cuerpo; se ha separado del ciclo cerrado de las cualidades, y sit uado en la perspect iva abiert a de un encadenam ient o m ás enigm át ico y m ás sencillo a la vez, que coloca en un orden de sucesión inam ovible el espacio cerebral y el sist em a de los signos psicológicos. Por una part e, se han rot o t odas las com unicaciones significat ivas; pero, por ot ra, el conj unt o del cuerpo ya no es convocado para form ar la est ruct ura de la causa próxim a; t an sólo el cerebro, com o órgano que m ás se aproxim a al alm a, y aun algunos de sus segm ent os privilegiados, recogen el conj unt o de lo que, en adelant e, pront o dej ará de llam arse causas próxim as. Ahora bien, es una evolución exact am ent e inversa la que sufre, durant e el m ism o periodo, la noción de causa lej ana. Al principio quedaba definida por la sola ant ecedencia: relación de vecindad que, sin excluir ciert a arbit rariedad, no agrupa apenas m ás que coincidencias y cruzam ient os de hechos, o inm ediat as t ransform aciones pat ológicas. Et t m üller da un ej em plo significat ivo al enum erar las causas de las convulsiones: el cólico nefrít ico, los hum ores ácidos de la m elancolía, el nacim ient o durant e el eclipse de Luna, la vecindad de las m inas de m et al, la cólera de 40 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault las nodrizas, los frut os de ot oño, el est reñim ient o, los nudos de nísperos en el rect o y, de m anera m ás inm ediat a, las pasiones, sobre t odo las del am or. lxxx Poco a poco se enriquece ese m undo de las causas lej anas, conquist a regiones nuevas, se exhibe en una m ult iplicidad innum erable. Pront o est á invadido t odo el dom inio orgánico, y casi no hay pert urbaciones, secreciones inhibidas o exageradas, funcionam ient o desviado que no puedan inscribirse en el regist ro de las causas lej anas de la locura; Whyt t not a part icularm ent e las vent osidades, las flem as o secreciones, la presencia de gusanos, " los alim ent os de m ala calidad o t om ados en cant idad dem asiado grande o dem asiado pequeña... las obst rucciones escirrosas o de ot ro género" . lxxxi Todos los acont ecim ient os del alm a, siem pre que sean un poco violent os, o exageradam ent e int ensos, pueden convert irse en causas lej anas de la locura: " las pasiones del alm a, las cont enciones de espírit u, los est udios forzados, las m edit aciones profundas, la cólera, la t rist eza, el t em or, los pesares largos y punzant es, el am or despreciado..." lxxxii Finalm ent e, el m undo ext erior, en sus variaciones o sus excesos, en sus violencias o en sus art ificios, fácilm ent e puede provocar la locura, y el aire si es dem asiado cálido, dem asiado frío o dem asiado húm edo, lxxxiii el clim a en ciert as condiciones, lxxxiv la vida en sociedad, " el am or de las ciencias y la cult ura de las let ras m ucho m ás ext endidas... el aum ent o del luj o que ent raña una vida m ucho m ás m uelle para los señores y para los dom ést icos" , lxxxv la lect ura de novelas, los espect áculos de t eat ro, t odo lo que hace t rabaj ar la im aginación. lxxxvi En sum a, casi nada escapa del círculo cada vez m ayor de las causas lej anas; el m undo del alm a, el del cuerpo, el de la nat uraleza y el de la sociedad const it uyen una inm ensa reserva de causas, en que diríase que los aut ores del siglo XVI I I gust an de abrevar cont inuam ent e, sin gran afán de observación ni de organización, t an sólo siguiendo sus preferencias t eóricas o ciert as opciones m orales. Dufour, en su Trat ado del ent endim ient o, recibe, casi sin det allarlas, la m ayoría de las causas que han sido acredit adas en su época: " Las causas evident es de la m elancolía son t odo aquello que fij a, agot a y pert urba esos espírit us; grandes y súbit os t em ores, violent as afecciones del alm a causadas por t ransport es de alegría o por vivas afecciones, largas y profundas m edit aciones sobre un m ism o obj et o, un am or violent o, la vigilia, y t odo ej ercicio vehem ent e del espírit u ocupado especialm ent e durant e la noche; la soledad, el t em or, la afección hist érica, t odo lo que im pide la form ación, la reparación, la circulación, las diversas secreciones y excreciones de la sangre, part icularm ent e en el bazo, el páncreas, el epiplón, el est óm ago, el m esent erio, los int est inos, los pezones, el hígado, el út ero, los vasos hem orroidales; consecuent em ent e, el m al hipocondriaco, las enferm edades agudas m al curadas, principalm ent e el frenesí y el causón, t odas las m edicaciones o excreciones dem asiado abundant es o suprim idas, y en consecuencia el sudor, la leche, los m enst ruos, los loquios, el t ialism o y la sarna pust ulosa. El disperm at ism o produce com únm ent e el delirio llam ado erót ico o erot om anía; los alim ent os fríos, t errest res, t enaces, duros, secos, aust eros, ast ringent es, las bebidas sim ilares, los frut os crudos, la m at erias harinosas sin ferm ent ar, un calor que quem a la sangre por su gran duración y violencia, un aire som brío, cenagoso, est ancado; la disposición del cuerpo negro peludo, seco, frágil, m asculino, la flor de la edad, el espírit u vivo, penet rant e, profundo, est udioso." lxxxvii Est a ext ensión casi infinit a de las causas lej anas se ha convert ido, a fines del siglo XVI I I , en un hecho evident e; en el m om ent o de la gran reform a del int ernam ient o, uno de los pocos conocim ient os que haya sido t ransferido t al cual, sin alt eración, del saber t eórico: la nueva práct ica asilar es j ust am ent e la polivalencia y la het erogeneidad del encadenam ient o causal en la génesis de la locura. Analizando ya los alienados de Bedlan durant e el periodo que va de 1772 a 1787, Black había indicado las siguient es et iologías: " disposición heredit aria; em briaguez; exceso de est udio; fiebres; sucesión de part os; obst rucción de las visceras; cont usiones y fract uras; enferm edades venéreas; viruelas; úlceras secadas dem asiado pront o; 41 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault reveses, inquiet udes, penas; am or; celos; exceso de devoción y de fidelidad a la sect a de los m et odist as; orgullo" . lxxxviii Algunos años después Giraudy hará al m inist ro del I nt erior un inform e sobre la sit uación de Charent on en 1804, en que declara haber podido obt ener " inform ación segura" que le ha perm it ido, en 476 casos, est ablecer la causa de la enferm edad: " 151 han caído enferm os a causa de afecciones vivas del alm a, com o los celos, el am or cont rariado, la alegría llevada al exceso, la am bición, el t em or, el t error, las penas violent as; 52 por disposición heredit aria; 28 por onanism o; 3 por virus sifilít ico; 12 por abuso de los placeres de Venus; 31 por abuso de bebidas alcohólicas; 12 por abuso de las facult ades int elect uales; dos por la presencia de gusanos en el int est ino; uno por repercusión de la sarna; cinco por repercusión del herpes; 29 por m et ást asis lechosa; dos por insolación." lxxxix La list a de las causas lej anas de la locura no dej a de aum ent ar; el siglo XVI I I las enum era sin orden ni privilegio, en una m ult iplicidad poco organizada. Y sin em bargo, no est á seguro de que ese m undo causal sea t an anárquico com o lo parece. Y si est a m ult iplicidad se despliega indefinidam ent e no es, sin duda, en un espacio het erogéneo y caót ico. Un ej em plo nos perm it irá capt ar el principio organizador que agrupa est a variedad de las causas y que asegura su coherencia secret a. El lunat ism o era un t em a const ant e, nunca refut ado, en el siglo XVI ; frecuent e aún en el curso del XVI I , desaparece poco a poco; en 1707 Le Francois sost iene una t esis: " Est ne aliquod lunae in corpora hum ana im perium ?" ; después de una larga discusión, la Facult ad da una respuest a negat iva. xc Pero rara vez en el curso del siglo XVI I I se cit a a la Luna ent re las causas, así sean accesorias, así sean coadyuvant es, de la locura. Ahora bien, a fines del siglo reaparece el t em a, quizá baj o la influencia de la m edicina inglesa que no lo había olvidado por com plet o, xci y Daquin, xcii y después Leuret xciii y Guislain xciv adm it irán la influencia de la Luna sobre las fases de la excit ación m aniát ica, o al m enos sobre la agit ación de los enferm os. Pero lo esencial no est á t ant o en el regreso del t em a m ism o com o en la posibilidad y las condiciones de su reaparición. Resurge, en efect o, com plet am ent e t ransform ado y cargado de significados que no poseía ant es. En su form a t radicional designaba una influencia inm ediat a —coincidencia en el t iem po y cruzam ient o en el espacio— cuyo m odo de acción est aba sit uado por com plet o en poder de los ast ros. Para Daquin, por el cont rario, la influencia de la Luna se despliega según t oda una serie de m ediaciones que se j erarquizan y se envuelven alrededor del hom bre m ism o. La Luna act úa sobre la at m ósfera con t al int ensidad que puede poner en m ovim ient o una m asa t an pesada com o el océano. Ahora bien, el sist em a nervioso es, de t odos los elem ent os de nuest ro organism o, el m ás sensible a las variaciones de la at m ósfera, puest o que el m enor cam bio de t em perat ura, la m enor variación de hum edad y sequedad pueden repercut ir grandem ent e sobre él. Con m ayor razón la Luna, cuyo curso pert urba t an profundam ent e la at m ósfera, act uará con violencia sobre las personas cuya fibra nerviosa sea part icularm ent e delicada: " Siendo la locura una enferm edad absolut am ent e nerviosa, por lo t ant o el cerebro de los locos debe ser infinit am ent e m ás suscept ible a la influencia de est a at m ósfera que recibe, ella m ism a, grados de int ensidad según las diferent es posiciones de la Luna por relación a la Tierra." xcv A fines del siglo XVI I I el lunat ism o vuelve a encont rarse, com o m ás de un siglo ant es, " al abrigo de t oda refut ación razonable" . Pero en un est ilo t ot alm ent e dist int o; ya no es t ant o la expresión de un poder cósm ico, sino signo de una sensibilidad part icular del organism o hum ano. Si las fases de la Luna pueden t ener una influencia sobre la locura es porque alrededor del hom bre se han agrupado elem ent os a los cuales, sin t ener siquiera una sensación conscient e, es oscuram ent e sensible. Ent re la causa lej ana y la locura se han insert ado, por una part e, la sensibilidad del cuerpo; por ot ra part e, el m edio al cual es sensible, designando ya una cuasi- unidad, un sist em a de pert enencia que organiza, en una nueva hom ogeneidad, el conj unt o de las causas 42 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault lej anas alrededor de la locura. Así pues, el sist em a de las causas ha sufrido una doble evolución en el curso del siglo XVI I I ; las causas próxim as no han dej ado de acercarse, inst it uyendo ent re el alm a y el cuerpo una relación lineal, que borraba el ant iguo ciclo de t rasposición de las cualidades. Al m ism o t iem po, las causas lej anas no dej aban, al m enos en apariencia, de aum ent ar, de m ult iplicarse y de dispersarse; pero, de hecho, baj o est e ensancham ient o se designaba una unidad nueva, una nueva form a de vínculo ent re el cuerpo y el m undo ext erior. En el curso del m ism o periodo, el cuerpo se convert ía, a la vez, en un conj unt o de localizaciones diferent es para sist em as de causalidades lineales, y en la unidad secret a de una sensibilidad que rem it e a sí m ism a las influencias m ás diversas, m ás lej anas, m ás het erogéneas del m undo ext erior. Y la experiencia m édica de la locura se desdobla según esa nueva separación: fenóm eno del alm a provocado por un accident e o una pert urbación del cuerpo; fenóm eno del ser hum ano ent ero —alm a y cuerpo ligados en una m ism a sensibilidad—, det erm inado- por una variación de las influencias que sobre él ej erce el m edio: afección local del cerebro y pert urbación general de la sensibilidad. Se puede y se debe buscar al m ism o t iem po la causa de la locura en la anat om ía del cerebro y en la hum edad del aire, o el ret orno de las est aciones o las exalt aciones de las lect uras novelescas. La precisión de la causa próxim a no cont radice la generalidad difusa de la causa lej ana. Una y ot ra no son m ás que los t érm inos ext rem os de un solo y m ism o m ovim ient o: la pasión. La pasión figura ent re las causas lej anas, en el m ism o plano que t odas las dem ás. Pero, de hecho, en profundidad, t am bién desem peña ot ro papel; y si pert enece, en la experiencia de la locura, al ciclo de la causalidad, desencadena un segundo ciclo, m ás próxim o, sin duda, de lo esencial. El papel fundam ent al de la pasión lo esbozaba Sauvage haciendo de ella una causa m ás const ant e, m ás obst inada y com o m ej or m erecida de la locura: " La desviación de nuest ro espírit u no viene m ás que del hecho de que nos ent regam os ciegam ent e a nuest ros deseos, de que no sabem os refrenar nuest ras pasiones ni m oderarlas. De allí esos delirios am orosos, esas ant ipat ías, esos gust os depravados, esa m elancolía que causa la pena, esos arrebat os que en nosot ros produce un rechazo, esos excesos en la bebida, la com ida, esas incom odidades, esos vicios corporales que causan la locura que es la peor de t odas las enferm edades." xcvi Pero ello no es aún m ás que la presencia m oral de la pasión; se t rat a, de m anera confusa, de su responsabilidad; pero a t ravés de est a denuncia, a lo que realm ent e se apunt a es a la pert enencia m uy radical de los fenóm enos de la locura a la posibilidad m ism a de la pasión. Ant es de Descart es, y m ucho t iem po después de haberse borrado su influencia de filósofo y de fisiólogo, la pasión no ha dej ado de ser la superficie de cont act o ent re cuerpo y alm a; el punt o en que se encuent ran la act ividad y la pasividad de ést a y de aquél, siendo, a la vez, el lím it e que se im ponen recíprocam ent e y su lugar de com unicación. Unidad que la m edicina de los hum ores concibe, sobre t odo, com o causalidad recíproca. " Las pasiones necesariam ent e causan ciert os m ovim ient os en los hum ores; la cólera agit a la bilis, la t rist eza, la m elancolía, y los m ovim ient os de los hum ores a veces son t an violent os que t rast ornan t oda la econom ía del cuerpo y llegan a causar la m uert e; adem ás de ello, las pasiones aum ent an la cant idad de los hum ores; la cólera m ult iplica la bilis, la t rist eza, la m elancolía. Los hum ores que se han acost um brado a ser agit ados por ciert as pasiones disponen a esas m ism as pasiones a aquellos en quienes abundan y a pensar en los obj et os que ordinariam ent e los excit an; la bilis dispone a la cólera y a pensar en aquellos a quienes se odia. La 43 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault m elancolía dispone a la t rist eza y a pensar en las cosas m olest as; la sangre bien t em plada dispone a la alegría." xcvii La m edicina de los espírit us sust it uye ese det erm inism o vago de la " disposición" por el rigor de una t ransm isión m ecánica de los m ovim ient os. Si las pasiones sólo son posibles en un ser que t enga un cuerpo, y un cuerpo que no sea ent eram ent e penet rable por la luz de su espírit u y por la t ransparencia inm ediat a de la volunt ad, es en la m edida en que, en nosot ros y sin nosot ros, la m ayor part e del t iem po a pesar nuest ro, los m ovim ient os del espírit u obedecen a una est ruct ura m ecánica que es la del m ovim ient o de los espírit us. " Ant es de ver el obj et o de la pasión, los espírit us anim ales est aban expandidos por t odo el cuerpo para conservar generalm ent e t odas sus part es; pero ant e la presencia del nuevo obj et o se pert urba t oda esa econom ía. La m ayor part e de los espírit us son em puj ados en los m úsculos de los brazos, de las piernas, del rost ro, y de t odas las part es ext eriores del cuerpo a fin de ponerlo en la disposición propia a la pasión que predom ina y de darle la apariencia y el m ovim ient o necesarios para la adquisición del bien o la fuga del m al que se present e. xcviii La pasión dispone, pues, los espírit us que disponen a la pasión: es decir, baj o el efect o de la pasión y en presencia de su obj et o, los espírit us circulan, se dispersan y se concent ran según una configuración espacial que da preferencia a la señal del obj et o en el cerebro y a su im agen en el alm a, form ando así en el espacio corpóreo una especie de figura geom ét rica de la pasión que sólo es su t rasposición expresiva, pero que igualm ent e const it uye su fondo causal esencial, puest o que, est ando agrupados t odos los espírit us alrededor del obj et o de la pasión, o al m enos de su im agen, el espírit u, a su vez, no podrá ya desviar el m ovim ient o de su at ención y, com o consecuencia, experim ent ará la pasión. Un paso m ás y t odo el sist em a se ceñirá a una unidad en que cuerpo y alm a se com uniquen inm ediat am ent e en los valores sim bólicos de las cualidades com unes. Es ello lo que ocurre en la m edicina de los sólidos y los fluidos, que dom ina la práct ica del siglo XVI I I . Tensiones y relaj am ient os, dureza y floj edad, rigidez y dist ensión, inundación o sequedad: ot ros t ant os est ados cualit at ivos del alm a t ant o com o del cuerpo, que rem it en, en últ im o lugar, a una especie de sit uación pasional indist int a y m ixt a, que im pone sus form as com unes al encadenam ient o de las ideas, al curso de los sent im ient os, al est ado de las fibras, a la circulación de los fluidos. El t em a de la causalidad parece aquí dem asiado discursivo, los elem ent os que agrupa est án dem asiado separados para que puedan aplicarse sus esquem as. " Las pasiones vivas com o la cólera, la alegría, la codicia" , ¿son causas o consecuencias de la " fuerza excesiva, de la t ensión excesiva y de la elast icidad excesiva de las fibras nerviosas y de la excesiva act ividad del fluido nervioso" ? Y, a la inversa, " las pasiones languidecient es, com o el t em or, el abat im ient o de espírit u, el aburrim ient o, la inapet encia, la frigidez que acom paña a la enferm edad del país, el apet it o ext raño, la est upidez, la falla de m em oria" , ¿no pueden ir t an seguidos com o precedidos por " la debilidad del t uét ano del cerebro y de las fibras nerviosas que se dist ribuyen en los órganos, del em pobrecim ient o y de la inercia de los fluidos" ?xcix De hecho, no hay que t rat ar ya de sit uar la pasión en el curso de una sucesión causal, o a m edio cam ino ent re lo corporal y lo espirit ual; indica, a un nivel m ás profundo, que cuerpo y alm a se encuent ran en una perpet ua relación m et am órfica en que las calidades no t ienen que ser com unicadas porque ya son com unes; y en que los hechos de expresión no necesit an adquirir valor causal, m uy sim plem ent e porque alm a y cuerpo son siem pre expresión inm ediat a uno del ot ro. La pasión ya no est á exact am ent e en el cent ro geom ét rico del conj unt o del alm a y del cuerpo; est á, un poco ant es de ellos, ahí donde su oposición aún no est á dada, en est a región en que se funden a la vez su unidad y su dist inción. Pero a ese nivel la pasión ya no es sencillam ent e una de las causas, así fuera 44 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault privilegiada, de la locura; ant es bien, form a la condición de posibilidad en general. Si es verdad que exist e un dom inio en las relaciones del alm a y del cuerpo en que causa y efect o, det erm inism o y expresión se ent recruzan aún en una t ram a, t an cerrada que no form an en realidad m ás que un solo y m ism o m ovim ient o que podrá ser disociado únicam ent e a cont inuación. Si es verdad que ant es de la violencia del cuerpo y la vivacidad del alm a, ant es de la blandura de las fibras y del relaj am ient o del espírit u hay especies de a priori cualit at ivos aún no separados que im ponen, post eriorm ent e, los m ism os valores a lo orgánico y a lo espirit ual, se com prende que pueda haber enferm edades com o la locura que, de principio, sean enferm edades del cuerpo y del alm a, enferm edades en que la afección del cerebro sea de la m ism a calidad, del m ism o origen, finalm ent e, de la m ism a nat uraleza que la afección del alm a. La posibilidad de la locura se ofrece en el hecho m ism o de la pasión. Bien es ciert o que m ucho ant es de la época clásica, y durant e una larga sucesión de siglos de los que, sin duda, aún no hem os salido, pasión y locura se han m ant enido cerca una de la ot ra. Pero dej em os al clasicism o su originalidad. Los m oralist as de la t radición grecolat ina habían considerado j ust o que la locura fuera el cast igo de la pasión; y para m ej or asegurarse de ello, gust aban de hacer de la pasión una locura provisional y at enuada. Pero la reflexión clásica ha sabido definir ent re pasión y locura un nexo que no es del orden del vot o piadoso, de una am enaza pedagógica o de una sínt esis m oral; hast a est á en rupt ura con la t radición, en la m edida en que inviert e los t érm inos del encadenam ient o; funda las quim eras de la locura sobre la nat uraleza de la pasión; ve que el det erm inism o de las pasiones no es ot ra cosa que una libert ad ofrecida a la locura de penet rar en el m undo de la razón, y que si la unión, que no se pone en cuest ión, de alm a y cuerpo, m anifiest a en la pasión la finit ud del hom bre, abre ese m ism o hom bre, en el m ism o t iem po, al m ovim ient o infinit o que le pierde. Y es que la locura no es sim plem ent e una de las posibilidades dadas por la unión del alm a y del cuerpo, no es, pura y sim plem ent e, una de las consecuencias de la pasión. Fundada por la unidad del alm a y del cuerpo, se vuelve cont ra ella y la pone en cuest ión. La locura, hecha posible por la pasión, am enaza por un m ovim ient o que le es propio lo que ha hecho posible la pasión m ism a. Es una de esas form as de la unidad en que las leyes quedan com prom et idas, pervert idas, invert idas, m anifest ando así est a unidad com o evident e y ya dada, pero t am bién com o frágil y ya condenada a su pérdida. Llega un m om ent o en que, al seguir su curso la pasión, las leyes se suspenden com o por sí m ism as, en que el m ovim ient o se det iene bruscam ent e, sin que haya habido choque ni absorción de ninguna especie de la fuerza viva, o bien se propaga en una m ult iplicación que sólo se det iene en el colm o del paroxism o. Whyt t adm it e que una em oción viva puede provocar la locura, exact am ent e com o el choque puede provocar el m ovim ient o, por la sola razón de que la em oción es a la vez choque en el alm a y sacudim ient o de la fibra nerviosa: " Es así com o las hist orias y las narraciones t rist es o capaces de conm over el corazón, un espect áculo horrible inesperado, la gran pena, la cólera, el t error y las ot ras pasiones que ocasionalm ent e causan una gran im presión, con frecuencia ocasionan los sínt om as nerviosos m ás súbit os y m ás violent os." c Pero —es allí donde com ienza la locura propiam ent e dicha— ocurre que ese m ovim ient o quede anulado inm ediat am ent e por su propio exceso y provoque de golpe una inm ovilidad que puede llegar hast a la m uert e. Com o si en la m ecánica de la locura el reposo no fuera forzosam ent e un m ovim ient o nulo, sino que pudiera ser t am bién un m ovim ient o de rupt ura brut al consigo m ism o, un m ovim ient o que baj o el efect o de su propia violencia llegara de golpe a la cont radicción y a la im posibilidad de proseguir. " Hay ej em plos de que las pasiones, siendo m uy violent as, hayan hecho nacer una especie de t ét anos o de cat alepsia, de m anera que la persona pareciera m ás una 45 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault est at ua que un ser vivo. Lo que es m ás, el t em or, la aflicción, la alegría, la vergüenza, llevadas al exceso, m ás de una vez han ido seguidas de la m uert e súbit a." ci A la inversa, ocurre que el m ovim ient o, pasando del alm a al cuerpo y del cuerpo al alm a, se propague indefinidam ent e en una especie de espacio de la inquiet ud, ciert am ent e m ás cercano de aquel en que Malebranche ha colocado las alm as que aquel en que Descart es ha sit uado los cuerpos. Las agit aciones im percept ibles, provocadas a m enudo por un m ediocre choque ext erior, se acum ulan, se am plifican y t erm inan por est allar en convulsiones violent as. Lancisi explicaba ya que los nobles rom anos a m enudo eran presa de los vapores —caídas hist éricas, crisis hipocondríacas— porque, en la vida de cort e que llevaban, " su espírit u, cont inuam ent e agit ado ent re el t em or y la esperanza, no t enía nunca un inst ant e de reposo" . cii Para m uchos m édicos la vida de las ciudades, de la cort e, de los salones, conduce a la locura por est a m ult iplicidad de excit aciones adicionadas, prolongadas, repercut idas sin cesar, sin que se at enúen nunca. ciii Pero hay en la im agen, con sólo que sea un poco int ensa, y en los event os que form an su versión orgánica, una ciert a fuerza que, m ult iplicándose, ha de conducir hast a el delirio, com o si el m ovim ient o, en lugar de perder su fuerza al com unicarse, pudiera arrast rar ot ras fuerzas en su est ela, y, de esas nuevas com plicidades, obt ener un vigor suplem ent ario. Es así com o Sauvages explica el nacim ient o del delirio: ciert a im presión de t em or es vinculada a la asfixia o a la presión de t al fibra m edular; est e t em or est á lim it ado a un obj et o, así com o est á est rict am ent e localizada est a asfixia. A m edida que persist e est e t em or, el alm a le prest a m ayor at ención, aislándolo y separándolo m ás de t odo lo que no es él. Pero est e aislam ient o lo refuerza, y el alm a, por haberle acordado una suert e dem asiado part icular, se inclina a añadirle progresivam ent e t oda una serie de ideas m ás o m enos alej adas: " Une a est a idea sencilla t odas las que son propicias a nut rirla y aum ent arla. Por ej em plo, un hom bre que, al dorm ir, se figura que se le acusa de un crim en, asocia inm ediat am ent e a est a idea las de los sat élit es, de los j ueces, de los verdugos, de la horca." civ Y, el ser cargada así con t odos esos elem ent os nuevos, el arrast rarlos en su secuela, da a la idea com o un exceso de fuerza que t erm ina por hacerla irresist ible, aun a los esfuerzos m ej or concert ados de la volunt ad. La locura, que encuent ra su posibilidad prim era en el hecho de la pasión y en el despliegue de est a doble causalidad que, part iendo de la pasión m ism a, se ext iende a la vez sobre el cuerpo y sobre el alm a, es al m ism o t iem po pasión suspendida, rupt ura de la causalidad, liberación de los elem ent os de est a unidad. Part icipa a la vez de la necesidad de la pasión y de la anarquía de lo que, desencadenado por est a m ism a pasión, se desplaza m ucho m ás allá de ella y llega hast a a negar t odo lo que ella supone. Term ina por ser un m ovim ient o de los nervios y de los m úsculos t an violent o que nada en el curso de las im ágenes, de las ideas o de las volunt ades parece corresponder le: es el caso de la m anía, cuando bruscam ent e se int ensifica hast a las convulsiones, o cuando degenera definit ivam ent e en furor cont inuo. cv A la inversa, en el reposo o la inercia del cuerpo puede hacer nacer y luego m ant ener una agit ación del alm a, sin pausa ni alivio, com o ocurre en la m elancolía, en que los obj et os ext eriores no producen sobre el espírit u del enferm o la m ism a im presión que sobre el espírit u de un hom bre sano; " sus im presiones son débiles y rara vez les prest a él at ención; su espírit u est á casi t ot alm ent e absort o por la vivacidad de las ideas" . cvi En realidad, est a disociación ent re los m ovim ient os ext eriores del cuerpo y el curso de las ideas no indica precisam ent e que la unidad del cuerpo y del alm a se haya desanudado, ni que los dos recobren en la locura su aut onom ía. Sin duda la unidad se ve com prom et ida en su rigor y en su t ot alidad; pero es que se bifurca a lo largo de líneas que, sin suprim irla, la cort an en sect ores arbit rarios; pues cuando la m elancolía se fij a sobre una idea delirant e, no es sólo el alm a la que t rabaj a, sino el alm a con el cerebro, el alm a con los nervios, su origen y sus fibras: t odo un segm ent o de la 46 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault unidad del alm a y del cuerpo, que se separa así del conj unt o y, especialm ent e, de los órganos por los cuales se opera la percepción de lo real. Lo m ism o ocurre en las convulsiones y la agit ación; el alm a no est á allí excluida del cuerpo, pero se ve arrast rada con t al rapidez por él que no puede guardar t odas sus represent aciones, que se separa de sus recuerdos, de sus volunt ades, de sus ideas m ás firm es y que, de t al m odo aislada de sí m ism a y de t odo lo que perm anece est able en el cuerpo, se dej a arrast rar por las fibras m ás m óviles; desde ent onces, nada en su com port am ient o est á adapt ado a la realidad, a la verdad o a la sabiduría; las fibras, en su vibración, bien pueden im it ar lo que ocurre en las percepciones, y el enferm o no podrá hacer la separación: " Las pulsaciones rápidas y desordenadas de las art erias, o algún ot ro t rast orno, im prim en el m ism o m ovim ient o a las fibras ( que en la percepción) ; represent arán com o present es a obj et os que no lo est án, com o verdaderos aquellos que son quim éricos." cvii En la locura, se fracciona la t ot alidad del alm a y del cuerpo: no según los elem ent os que la const it uyen m et afísicam ent e, sino de acuerdo con figuras que se envuelven en una especie de unidad irrisoria de los segm ent os del cuerpo y de las ideas del alm a. Fragm ent os que aislan al hom bre de sí m ism o, pero sobre t odo de la realidad; fragm ent os que, al separarse, han form ado la unidad irreal de un fant asm a, y por la virt ud m ism a de est a aut onom ía se im ponen a la verdad. " La locura no consist e m ás que en el desorden de la im aginación." cviii En ot ros t érm inos, com enzando con la pasión, la locura no es m ás que un m ovim ient o vivo en la unidad racional del alm a y del cuerpo; es el nivel de lo irrazonable; pero ese m ovim ient o pront o escapa de la razón de la m ecánica y, en sus violencias, en sus est upores, en sus propagaciones insensat as, se conviert e en m ovim ient o irracional; y es ent onces cuando, escapando de la pesadez de la verdad y de sus coacciones, se separa lo irreal. Y por ello m ism o se encuent ra indicado por nosot ros el t ercer ciclo que ahora hay que recorrer. Ciclo de las quim eras, de los fant asm as y del error. Después del de la pasión, el del no ser. Escuchem os lo que se dice en esos fragm ent os fant ást icos. La im agen no es locura. Aunque sea ciert o que en lo arbit rario del fant asm a la alienación encuent ra la prim era abert ura sobre su vana libert ad, la locura sólo em pieza un poco m ás allá, en el m om ent o en que el espírit u se liga a ese arbit rario y queda prisionero de esa aparent e libert ad. En el m om ent o m ism o en que se sale de un sueño se puede verificar bien: " Me figuro que est oy m uert o" ; con ello se denuncia y se m ide lo arbit rario de la im aginación; no se est á loco. Habrá locura cuando el suj et o plant ee la afirm ación de que est á m uert o y que hará valer com o verdad el cont enido aún neut ro de la im agen " est oy m uert o" . Y así com o la conciencia de la verdad no es arrast rada por la sola presencia de la im agen, sino en el act o que im it a, confront a, unifica o disocia la im agen, asim ism o la locura no arrancará m ás que en el act o que da valor de verdad a la im agen. Hay una inocencia originaria de la im aginación: I m aginat io ipsa non errat quia ñeque negat ñeque affirm at , sed fixat ur t ant um in sim plici cont em plat ione phant asm at is; cix y sólo el espírit u puede hacer que lo que est á dado en la im agen se conviert a en abusiva verdad, es decir error, o error reconocido, es decir verdad: " Un hom bre ebrio cree ver dos candelas donde sólo hay una; el que padece un est rabism o y cuyo espírit u est á cult ivado reconoce inm ediat am ent e su error y se habit úa a ver sólo una." cx La locura est á, pues, m ás allá de la im agen, y sin em bargo est á profundam ent e hundida en ella; pues consist e solam ent e en hacerla valer espont áneam ent e com o verdad t ot al y absolut a; el act o del hom bre razonable que, con o sin razón, j uzga verdadera o falsa una im agen est á m ás allá de est a im agen, la desborda y la m ide con lo que no es ella; el act o del hom bre loco sólo abarca la im agen que se present a; se dej a conquist ar por su 47 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault inm ediat a vivacidad y no la sost iene con su afirm ación m ás que en la m edida en que est á envuelt o por ella: " Gran cant idad de personas, por no decir t odas, sólo caen en la locura por haberse preocupado dem asiado de un obj et o." cxi En el int erior de la im agen, confiscada por ella e incapaz de escapar, la locura es, sin em bargo, m ás que ella, form ando un act o de const it ución secret a. iQué es est e act o? Act o de creencia, act o de afirm ación y de negación, discurso que sost iene la im agen y al m ism o t iem po la t rabaj a, la ahueca, la dist iende a lo largo de un razonam ient o y la organiza alrededor de un segm ent o de lenguaj e. No est á loco el hom bre que se im agina ser de vidrio; pues cualquiera, en sueños, puede t ener est a im agen; pero est á loco si, creyendo que es de vidrio, concluye que es frágil, que corre riesgo de rom perse, que no debe t ocar ningún obj et o resist ent e, y aun que debe perm anecer inm óvil, et c. cxii Est os razonam ient os son de un loco; pero aún hay que not ar que, en sí m ism os, no son ni absurdos ni ilógicos. Por el cont rario, las figuras m ás concluyent es de la lógica se encuent ran correct am ent e aplicadas. Y Zacchias no t iene ningún t rabaj o en encont rarlas, con t odo su rigor, en los alienados. Silogism o, en uno que se dej aba m orir de ham bre: " Los m uert os no com en; ahora bien, yo est oy m uert o; por t ant o, no debo com er." I nducción indefinidam ent e prolongada en un perseguido: " Tal, t al y t al son m is enem igos; ahora bien, t odos ellos son hom bres, por t ant o, t odos los hom bres son m is enem igos." Ent im em a en est e ot ro: " La m ayor part e de quienes han habit ado est a casa han m uert o, por lo t ant o, yo, que he habit ado est a casa, est oy m uert o." cxiii Maravillosa lógica de los locos que parece burlarse de la de los lógicos puest o que se parece a ella hast a confundirse, o, ant es bien, porque es exact am ent e la m ism a y que, en lo m ás secret o de la locura, en el fundam ent o de t ant os errores, de t ant os absurdos, de t ant as palabras y de gest os sin sucesión, se descubre finalm ent e la perfección, profundam ent e escondida, de un discurso. " Ex quibus, concluye Zacchias, vides quidem int ellect um opt im e discurrere." El lenguaj e últ im o de la locura es el de la razón, pero envuelt o en el prest igio de la im agen, lim it ado al espacio de apariencia que ella define, form ando así los dos, fuera de la t ot alidad de las im ágenes y de la universalidad del discurso, una organización singular, abusiva, cuya part icularidad obst inada const it uye la locura. A decir verdad, ést a no se encuent ra por com plet o en la im agen, que por sí m ism a no es verdadera ni falsa, ni razonable ni loca, t am poco est á en el razonam ient o que es form a sim ple, no revelando m ás que las figuras indudables de la lógica. Y sin em bargo la locura est á en una y ot ra. En una figura part icular de su relación. Pongam os un ej em plo t om ado de Diem erbroek. Un hom bre se veía afligido por una profunda m elancolía. Com o t odos los m elancólicos, su espírit u est aba enfocado a una idea fij a, y est a idea era para él ocasión de una t rist eza cont inuam ent e renovada. Se acusaba de haber m at ado a su hij o; y, en el exceso de sus rem ordim ient os, decía que para su cast igo, Dios había colocado a su lado un dem onio encargado de t ent arlo com o el que había t ent ado al Señor. Él veía ese dem onio, conversaba con él, escuchaba sus reproches y le replicaba. No podía com prender que t odo el m undo que lo rodeaba se negaba a adm it ir est a presencia. Tal es, pues, la locura: est e rem ordim ient o, est a creencia, est a alucinación, est os discursos; en sum a, t odo ese conj unt o de convicciones y de im ágenes que const it uyen un delirio. Ahora bien, Diem erbroek t rat a de saber cuáles son las " causas" de est a locura, cóm o ha podido nacer. Y se ent era de est o: el hom bre había llevado su hij o a bañarse, y el m uchacho se había ahogado. Desde ent onces el padre se había considerado com o responsable de est a m uert e. Así pues, se puede reconst it uir de la m anera siguient e el desarrollo de est a locura: j uzgándose culpable, el hom bre se dice que el hom icidio es execrable al Dios t odopoderoso; de allí ocurre a su im aginación que est á condenado por t oda la et ernidad; y com o sabe que el m ayor suplicio de la condenación consist e en ser ent regado a Sat anás, se dice que " se le ha asignado un dem onio horrible" . Aún no ve 48 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault ese dem onio, pero com o " no se apart a de est e pensam ient o" que siem pre t iene por " m uy verídico, im pone a su cerebro ciert a im agen de ese dem onio; est a im agen se ofrece a su alm a por la acción del cerebro y de los espírit us, con t al evidencia, que cree ver cont inuam ent e al dem onio m ism o" . cxiv Así pues, hay en la locura t al com o la analiza Diem erbroek dos niveles: uno, el que se m anifiest a a los oj os de t odos: una t rist eza sin fundam ent o en un hom bre que se acusa erróneam ent e de haber asesinado a su hij o: una im aginación depravada que se represent a dem onios; una razón desm ant elada que conversa con un fant asm a. Pero m ás profundam ent e se encuent ra una organización rigurosa que sigue la arm adura sin falla de un discurso. Ese discurso, en su lógica, apela en él a las creencias m ás sólidas, avanza por j uicios y razonam ient os que se encadenan; es una especie de razón en act o. En sum a, baj o el delirio desordenado y m anifiest o reina el orden de un delirio secret o. Y en ese segundo delirio, que es, en un sent ido, pura razón, razón liberada de t odos los oropeles ext eriores de la dem encia, se recoge la paradój ica verdad de la locura. Y est o en un sent ido doble, puest o que se encuent ra allí, a la vez, lo que hace que la locura sea verdadera ( lógica irrecusable, discurso perfect am ent e organizado, encadenam ient o sin falla en la t rasparencia de un lenguaj e virt ual) y lo que la hace verdaderam ent e locura ( su nat uraleza propia, el est ilo rigurosam ent e part icular de t odas sus m anifest aciones y la est ruct ura int erna del delirio) . Pero m ás profundam ent e aún, ese lenguaj e delirant e es verdad últ im a de la locura en la m edida en que es su form a organizadora, el principio det erm inant e de t odas sus m anifest aciones, sean las del cuerpo o las del alm a. Pues si el m elancólico de Diem erbroek conversa con su dem onio, es porque la im agen de ést e ha quedado profundam ent e grabada por el m ovim ient o de los espírit us en la m at eria siem pre dúct il del cerebro. Pero a su vez esa figura orgánica no es m ás que el anverso de un afán que ha obsesionado el espírit u del enferm o; represent a com o la sedim ent ación en el cuerpo de un discurso indefinidam ent e repet ido a propósit o del cast igo que Dios debe reservar a los pecadores culpables de hom icidio. El cuerpo y los rast ros que ocult a, el alm a y las im ágenes que percibe no son aquí m ás que et apas en la sint axis del idiom a delirant e. Y, por t em or de que se nos reproche cent rar t odo est e análisis sobre una sola observación debida a un solo aut or ( observación privilegiada, puest o que se t rat a de un delirio m elancólico) , buscarem os la confirm ación de ese papel fundam ent al del discurso delirant e en la concepción clásica de la locura, en ot ro aut or, en ot ra época y a propósit o de una enferm edad m uy dist int a. Se t rat a de un caso de " ninfom anía" observado por Bienville. La im aginación de una m uchacha, " Julia" , había sido inflam ada por lect uras precoces y m ant enida por la conversación de una sirvient a " iniciada en los secret os de Venus. .. virt uosa I nés a oj os de la m adre, pero int endent a cara y volupt uosa de los placeres de la hij a" . Sin em bargo, cont ra esos deseos nuevos para ella, Julia lucha con t odas las im presiones que ha recibido en el curso de su educación. Al lenguaj e seduct or de las novelas opone las lecciones aprendidas de la religión y de la virt ud; y sea cual sea la vivacidad de su im aginación, ella no sucum be a la enferm edad m ient ras conserva " la fuerza de hacerse a sí m ism a est e razonam ient o: no es lícit o ni honest o obedecer a una pasión t an vergonzosa" . cxv Pero las ideas culpables, las lect uras peligrosas se m ult iplican; a cada m om ent o hacen m ás viva la agit ación de las fibras que se debilit an; ent onces el lenguaj e fundam ent al por el cual había ella resist ido hast a ent onces va borrándose poco a poco: " Sólo la nat uraleza había hablado hast a ent onces; pero pront o la ilusión, la quim era y la ext ravagancia desem peñaron su papel; ella adquirió por fin la fuerza desdichada de aprobar en ella est a m áxim a horrible: nada es t an bello ni t an dulce com o obedecer a los deseos am orosos." Ese discurso fundam ent al abre las puert as a la locura: la im aginación se libera, los apet it os no dej an de crecer, las fibras llegan al últ im o grado 49 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault de la irrit ación. El delirio, en su form a lapidaria de principio m oral, la conduce direct am ent e a convulsiones que pueden poner en peligro la vida m ism a. Al t érm ino de est e últ im o ciclo que había com enzado con la libert ad del fant asm a y que se cierra ahora sobre el rigor de un lenguaj e delirant e, podem os concluir: I ° En la locura clásica exist en dos form as de delirio. Una form a part icular, sint om át ica, propia de algunas de las enferm edades del espírit u, singularm ent e de la m elancolía. En ese sent ido, bien puede decirse que hay enferm edades con o sin delirio. En t odo caso, ese delirio es siem pre m anifiest o, form a part e int egrant e de los signos de la locura; es inm anent e a su verdad y sólo const it uye un sect or de ést a. Mas exist e ot ro delirio que no aparece siem pre, que no est á form ulado por el enferm o m ism o en el curso de la enferm edad, pero que no puede dej ar de exist ir a los oj os de aquel que, buscando la enferm edad a part ir de sus orígenes, t rat a de form ular su enigm a y su verdad. 2° Ese delirio im plícit o exist e en t odas las alt eraciones del espírit u, aun donde m enos se le esperaría. Allí donde sólo se t rat a de gest os silenciosos, de violencias sin palabras, de ext rañezas de la conduct a, no hay duda, para el pensam ient o clásico, de que un delirio se encuent ra cont inuam ent e subyacent e, uniendo cada uno de esos signos part iculares a la esencia general de la locura. El Diccionario de j am es invit a expresam ent e a considerar com o delirant es a " los enferm os que pecan por defect os o por excesos de algunas de sus acciones volunt arias, de una m anera cont raria a la razón y a la decencia; com o cuando su m ano se em plea, por ej em plo, en arrancar copos de lana o en una acción sem ej ant e a la que sirve para at rapar m oscas; o cuando un enferm o act úa cont ra su cost um bre y sin ninguna causa, o que habla dem asiado, o dem asiado poco, cont ra lo habit ual en él; que diga palabras obscenas, siendo, en est ado de salud, m edido y decent e en sus discursos, y que profiera palabras sin ninguna ilación, que respire m ás suavem ent e de lo necesario o que descubra sus part es nat urales en presencia de quienes lo rodean. Consideram os t am bién com o en est ado de delirio a aquellos cuyo espírit u est á afect ado por algún t rast orno en los órganos de los sent idos o que hacen de ellos un em pleo que no es el ordinario, por ej em plo, cuando un enferm o se ve privado de alguna acción volunt aria o act úa a cont ra- t iem po" . cxvi 3° Así com prendido, el discurso cubre t odo el dom inio de ext ensión de la locura. Locura, en el sent ido clásico, no designa t ant o un cam bio det erm inado en el espírit u o en el cuerpo, sino la exist encia baj o las alt eraciones del cuerpo, baj o la ext rañeza de la conduct a y de las palabras, de un discurso delirant e. La definición m ás sencilla y m ás general que pueda darse de la locura clásica es el delirio: " Est a palabra se deriva de lira, un surco; de m anera que deliro significa propiam ent e apart arse del surco, del rect o cam ino de la razón" . cxvii Que no se asom bre nadie desde ent onces de ver a los nosógrafos del siglo XVI I I clasificar a m enudo el vért igo ent re las locuras, y m ás rara vez las convulsiones hist éricas; y es que det rás de ést as a. m enudo es im posible encont rar la unidad de un discurso, m ient ras que en el vért igo se perfila la afirm ación delirant e que el m undo realm ent e est á girando. cxviii Ese delirio es la condición necesaria y suficient e para que una enferm edad sea llam ada locura. 4° El lenguaj e es la est ruct ura prim era y últ im a de la locura. Es su form a const it uyent e; sobre él reposan t odos los ciclos en que ella enuncia su nat uraleza. El que la esencia de la locura pueda definirse finalm ent e en la est ruct ura sim ple de un discurso no la reduce a una nat uraleza puram ent e psicológica, sino que le da im perio sobre la t ot alidad del alm a y del cuerpo; ese discurso es a la vez lenguaj e silencioso que el espírit u ut iliza consigo m ism o en la verdad que le es propia, y art iculación visible en los m ovim ient os del cuerpo. El paralelism o, las com plem ent aridades, t odas 50 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault las form as de com unicación inm ediat a que hem os vist o m anifest arse, en la locura, ent re el alm a y el cuerpo, est án suspendidas en ese solo lenguaj e y sus poderes. El m ovim ient o de la pasión que prosigue hast a rom perse y ret ornarse cont ra sí m ism o, el surgim ient o de la im agen, y las agit aciones del cuerpo que eran sus concom it ant es visibles, t odo ello, en el m om ent o m ism o en que t rat am os de rest it uirlo est aba anim ado secret am ent e ya por ese lenguaj e. Si el det erm inism o de la pasión se ha sobrepasado y desanudado en la fant asía de la im agen, si, en cam bio, la im agen ha arrast rado a t odo el m undo de las creencias y de los deseos, es porque el lenguaj e delirant e ya est aba present e, discurso que liberaba la pasión de t odos sus lím it es y se adhería con t odo el peso aplast ant e de su afirm ación a la im agen que se liberaba. Ese delirio, que es al m ism o t iem po del cuerpo y del alm a, del lenguaj e y de la im agen, de la gram át ica y de la psicología, es en él donde acaban y com ienzan t odos los ciclos de la locura. Es él, cuyo sent ido riguroso los organizaba desde el principio. Es al m ism o t iem po la locura m ism a y, m ás allá de cada uno de sus fenóm enos, la t rascendencia silenciosa que la const it uye en su verdad. Queda pendient e una últ im a cuest ión: ¿en nom bre de qué puede ser considerado delirio ese lenguaj e fundam ent al? Adm it iendo que sea verdad de la locura, ¿en qué es verdadera locura y form a originaria del insensat o? Ese discurso, que hem os vist o en sus form as t an fieles a las reglas de la razón, ¿por qué se inst auran en él t odos esos signos que quieren denunciar, de la m anera m ás m anifiest a, la ausencia m ism a de la razón? I nt errogación cent ral, pero a la cual no ha form ulado respuest a direct a la época clásica. En form a oblicua es com o hay que at acarla, int errogando las experiencias que se encuent ran en la vecindad inm ediat a de ese lenguaj e esencial de la locura; es decir, el sueño y el error. El caráct er casi onírico de la locura es uno de los t em as const ant es de la época clásica, t em a que hereda, sin duda, una t radición m uy arcaica, de la cual es t est igo Du Laurens a fines del siglo XVI ; para él, m elancolía y sueño t ienen el m ism o origen y, por relación a la verdad, t ienen el m ism o valor. Hay " sueños nat urales" que represent an lo que, en el curso de la vigilia, ha pasado por los sent idos o por el ent endim ient o, pero que se encuent ra alt erado por el t em peram ent o propio del suj et o; del m ism o m odo, hay una m elancolía que sólo t iene un origen físico en la com plexión del enferm o y que m odifica, para su espírit u, la im port ancia, el valor y com o el colorido de los acont ecim ient os reales. Pero t am bién hay una m elancolía que perm it e predecir el porvenir, hablar en una lengua desconocida, ver seres ordinariam ent e invisibles; est a m elancolía t iene su origen en una int ervención sobrenat ural, la m ism a que hace venir al espírit u del durm ient e los sueños que ant icipan el fut uro, que anuncian los acont ecim ient os, y que hacen ver " cosas ext rañas" . cxix Pero, de hecho, el siglo XVI I no m ant iene est a t radición de parecido ent re sueño y locura m ás que para rom perla m ej or y hacer aparecer nuevas relaciones m ás esenciales, relaciones en que sueño y locura no sólo son com prendidos en su origen lej ano o en su valor inm inent e de signos, sino confront ados en sus fenóm enos, en su desarrollo, en su nat uraleza m ism a. Sueño y locura aparecían ent onces com o de la m ism a sust ancia. Su m ecanism o es el m ism o; y Zacchias puede ident ificar en la m archa del dorm ir los m ovim ient os que hacen nacer los sueños, pero que t am bién en la vigilia podrían suscit ar locuras. En los prim eros m om ent os después de adorm ecerse, los vapores que se elevan 51 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault ent onces en el cuerpo y suben a la cabeza son m últ iples, t urbulent os y espesos. Son oscuros hast a el punt o de no evocar en el cerebro ninguna im agen; en su t orbellino desordenado, solam ent e agit an los nervios y m úsculos. Lo m ism o ocurre a los furiosos y los m aníacos: para ellos hay pocos fant asm as, pocas creencias falsas, m uy pocas alucinaciones, pero en cam bio una viva agit ación que no logran dom inar. Ret om em os la evolución del dorm ir: después del prim er periodo de t urbulencia, los vapores que suben al cerebro se aclaran, su m ovim ient o se organiza; es el m om ent o en que nacen los sueños fant ást icos; se observan m ilagros y m il cosas im posibles. A ese est adio corresponde el de la dem encia, en el cual se persuade uno de m uchas cosas quae in verit at e non sunt . Finalm ent e, la agit ación de los vapores se calm a por com plet o; el durm ient e em pieza a ver las cosas con m ayor claridad; en la t ransparencia de los vapores ahora lím pidos, reaparecen los recuerdos de la víspera, conform es a la realidad; las im ágenes, sobre un punt o o sobre ot ro, apenas se encuent ran m et am orfoseadas, com o ocurre ent re los m elancólicos que reconocen t odas las cosas com o son in paucis qui non solum aberrant es. cxx Ent re los desarrollos progresivos del dorm ir —con lo que ellos aport an, a cada est adio, a la calidad de la im aginación— y las form as de la locura, la analogía es const ant e, porque los m ecanism os son com unes: el m ism o m ovim ient o de los vapores y de los espírit us, la m ism a liberación de las im ágenes, la m ism a correspondencia ent re las cualidades físicas de los fenóm enos y los valores psicológicos o m orales de los sent im ient os. Non alit er evenire insanient ibus quam dorm ient ibus. cxxi Lo im port ant e, en est e análisis de Zacchias, es que la locura no se com para al sueño en sus fenóm enos posit ivos, sino, ant es bien, a la t ot alidad form ada por el dorm ir y el sueño; es decir, a un conj unt o que com prende, apart e de la im agen, el fant asm a, los recuerdos o las predicciones, el gran vacío del sueño, la noche de los sent idos y t oda est a negat ividad que arranca al hom bre de la vigilia y de sus verdades sensibles. En t ant o que la t radición com paraba el delirio del loco a la vivacidad de las im ágenes oníricas, la época clásica no asim ila el delirio m ás que al conj unt o indisociable de la im agen y de la noche del espírit u sobre el fondo de la cual encuent ra su libert ad. Est e conj unt o, t raspuest o por ent ero a la claridad de la vigilia, const it uye la locura. Así es com o deben com prenderse las definiciones de la locura que vuelven una y ot ra vez obst inadam ent e a t ravés de la época clásica. El sueño, com o figura com plej a de la im agen y del dorm ir, casi siem pre est á present e allí. Sea de m anera negat iva, siendo la noción de vigilia la única que int ervenía para dist inguir a los locos de los durm ient es, cxxii sea de una m anera posit iva, est ando definido direct am ent e el delirio com o una m odalidad de sueño, con la vigilia por diferencia específica: " el delirio es el sueño de las personas que velan" . cxxiii La ant igua idea de que el sueño es una form a t ransit oria de locura queda invert ida: ya no es el sueño el que pide prest ados a la alienación sus poderes inquiet ant es, m ost rando así cuan frágil y lim it ada es la razón; es la locura la que t om a en el sueño su nat uraleza prim era, y revela, en est e parent esco, que es una liberación de la im agen en la noche de lo real. El sueño engaña; produce confusiones; es ilusorio. Pero no es erróneo. Y por ello la locura no se agot a en la m odalidad despiert a del sueño, y se desborda sobre el error. Ciert o que en el sueño la im aginación forj a im possibilia et m iracula, o que reúne figuras verídicas irrat ionali m odo; pero, observa Zacchias, Nullus in his error est ac nulla consequent er insania cxxiv Habrá locura cuando a las im ágenes, próxim as al sueño, se añada la afirm ación o la negación const it ut iva del error. Es en est e sent ido com o la Enciclopedia proponía su fam osa definición de locura: apart arse de la razón " con confianza y con la firm e persuasión de que se la sigue; ello m e parece lo que se llam a est ar loco" . cxxv El error es, con el sueño, el ot ro elem ent o siem pre present e en la definición clásica de la alienación. El loco, en los siglos XVI I y XVI I I , no es t ant o víct im a de una ilusión, de una alucinación de sus sent idos, o de un m ovim ient o de su espírit u. No ha sido engañado, sino que se equivoca. Si es verdad que por una part e 52 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault el espírit u del loco es llevado por lo arbit rario y onírico de las im ágenes, por ot ra part e y al m ism o t iem po se encierra a sí m ism o en el círculo de una conciencia errónea: " Llam am os locos, dirá Sauvages, a quienes est án realm ent e privados de la razón o que persist en en algún error not able; es est e error const ant e del alm a que se m anifiest a en su im aginación, en sus j uicios y en sus deseos el que const it uye el caráct er de est a clase." cxxvi La locura com ienza allí donde se nubla y se oscurece la relación del hom bre y la verdad. Es a part ir de esa relación, al m ism o t iem po que de la dest rucción de esa relación, com o t om a su sent ido general y sus form as part iculares. La dem encia, dice Zacchias, que ent iende aquí el t érm ino en el sent ido m ás general de la locura, in hoc const it it quod int ellect us non dist inguit verum a falso. cxxvii Pero est a rupt ura, si no se la puede com prender m ás que com o negación, t iene est ruct uras posit ivas que le dan form as singulares. Según las diferent es form as de acceso a la verdad, habrá diferent es t ipos de locura. En est e sent ido, por ej em plo, Cricht on dist ingue en el orden de las vesanias, prim ero el género de los delirios, que alt eran esa relación con la verdad que t om a form a en la percepción ( " delirio general de las facult ades m ent ales en el cual las percepciones enferm as son t om adas por realidades" ) ; después el género de las alucinaciones que alt era la represent ación: " Error del espírit u en el cual los obj et os im aginarios son t om ados por realidades, o bien los obj et os reales son falsam ent e represent ados" ; finalm ent e, el género de las dem encias que, sin abolir ni alt erar las facult ades que dan acceso a la verdad, las debilit an y hacen dism inuir sus poderes. Pero t am bién se puede analizar la locura a part ir de la verdad m ism a, y de las form as que le son propias. De est a m anera la Enciclopedia dist ingue el " verdadero físico" y el " verdadero m oral" . El " verdadero físico consist e en la j ust a relación de nuest ras sensaciones con los obj et os físicos" ; habrá una form a de locura que est ará det erm inada por la im posibilidad de acceder a est a form a de verdad, especie de locura del m undo físico, que abarca las ilusiones, las alucinaciones, t odos los t rast ornos percept ivos; " es una locura escuchar conciert os de ángeles, com o ciert os ent usiast as" . El " verdadero m oral —en cam bio- consist e en la precisión de las relaciones que vem os, sea ent re los obj et os m orales, sea ent re esos obj et os y nosot ros" . Habrá una form a de locura que consist irá en la pérdida de esas relaciones; t ales son las locuras del caráct er, de la conduct a y de las pasiones: " Son, pues, verdaderas locuras t odas las ext ravagancias de nuest ro espírit u, t odas las ilusiones del am or propio y t odas nuest ras pasiones cuando son llevadas hast a la ceguera; pues la ceguera es el caráct er dist int ivo de la locura." cxxviii Ceguera: He allí una de las palabras que se acercan m ás a la esencia de la locura clásica. Habla de est a noche de un quasi- sueño que rodea las im ágenes de la locura, dándoles su soledad, una invisible soberanía, pero habla t am bién de las creencias m al fundadas, de los j uicios equivocados, de t odo ese fondo de errores que es inseparable de la locura. El discurso fundam ent al del delirio, en sus poderes const it uyent es, revela así en qué, pese a las analogías de form a, pese al rigor de su sent ido, no era discurso de razón. Hablaba, pero en la noche de la ceguera; era m ás que el t ext o suelt o y desordenado de un sueño, puest o que se equivocaba; era m ás que una proposición errónea, puest o que est aba hundido en est a oscuridad global que es el sueño. El delirio com o principio de la locura es un sist em a de proposiciones falsas en la sint axis general del sueño. La locura se halla exact am ent e en el punt o de cont act o de lo onírico y de lo erróneo; recorre, en sus variaciones, la superficie en que se afront an, lo que los une y lo que al m ism o t iem po los separa. Con el error t iene en com ún la no- verdad, y lo arbit rario en la afirm ación o la negación; t om a prest ado del sueño el m ont aj e de las im ágenes y la presencia coloreada de los fant asm as. Pero en t ant o que el error no es m ás que noverdad, en t ant o que el sueño no afirm a ni j uzga, la locura en cam bio llena de im ágenes el vacío del error, y liga los fant asm as por la afirm ación de lo falso. En un 53 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault sent ido es, por t ant o, plenit ud, que une a las figuras de la noche las pot encias del día, a las form as de la fant asía la act ividad del espírit u despiert o; anuda unos cont enidos oscuros con las form as de la claridad. Pero, en realidad, ¿no es est a plenit ud el colm o del vacio? La presencia de las im ágenes no ofrece en realidad m ás que fant asm as rodeados por la noche, figuras m arcadas en el rincón del sueño, separadas, por t ant o, de t oda realidad sensible; por vivas que sean y por rigurosam ent e insert adas en el cuerpo, est as im ágenes son la nada, puest o que no represent an nada; en cuant o al j uicio erróneo, sólo j uzga en apariencia: no afirm ando nada de verdadero ni de real, no afirm a en absolut o, queda enredado por ent ero en el no- ser del error. Uniendo la visión y la ceguera, la im agen y el j uicio, el fant asm a y el lenguaj e, el sueño y la vigilia, el día y la noche, la locura en el fondo no es nada, pues liga en ellos lo que t ienen de negat ivo. Pero esa nada, t iene por paradoj a m anifest arla, hacerla est allar en signos, en palabras, en gest os. I nexplicable unidad del orden y del desorden, del ser razonable de las cosas y de esa nada de la locura. Pues si la locura no es nada sólo puede m anifest arse saliendo de sí m ism a, y t om ando una apariencia en el orden de la razón; convirt iéndose, así, en lo cont rario de ella m ism a. Así se aclaran las paradoj as de la experiencia clásica: la locura siem pre est á ausent e, en un ret iro perpet uo donde es inaccesible, sin fenóm eno ni posit ividad; sin em bargo se halla present e y perfect am ent e visible baj o las especies singulares del hom bre loco. Ella, que es desorden insensat o si se la exam ina, sólo revela especies ordenadas, m ecanism os rigurosos en el alm a y el cuerpo, lenguaj e art iculado según la lógica visible. Todo es t an sólo razón en lo que la locura puede decir de sí m ism a, ella, que es la negación de la razón. En sum a, siem pre es posible y necesario un asidero racional de la locura, en la m edida m ism a en que ella es no- razón. ¿Cóm o dej ar de resum ir est a experiencia con la sola palabra sinrazón? Lo que, para la razón, hay m ás próxim o y m ás lej ano, m ás lleno y m ás vacío, lo que se ofrece a ella en est ruct uras fam iliares —aut orizando un conocim ient o, y pront o una ciencia que pret enderá ser posit iva— y que siem pre se ret ira de ella, en la reserva inaccesible de la nada. Y si ahora se pret ende hacer valer —por ella m ism a, fuera de su parent esco con el sueño y con el error— a la sinrazón clásica, hay que com prenderla no com o razón enferm a, perdida o alienada, sino, sencillam ent e, com o razón deslum brada. El deslum bram ient o cxxix es la noche en pleno día, la oscuridad que reina en el cent ro m ism o de lo que hay de excesivo en el brillo de la lum bre. La razón deslum brada abre los oj os ant e el sol y no ve nada, es decir, no ve; cxxx en el deslum bram ient o, la perspect iva general de los obj et os hacia la profundidad de la noche t iene por correlat ivo inm ediat o la supresión de la visión m ism a; en el m om ent o en que ve desaparecer los obj et os en la noche secret a de la luz, la visión se ve en el m om ent o de su desaparición. Decir que la locura es deslum brant e es decir que el loco ve el día, el m ism o día que el hom bre de razón ( los dos viven en la m ism a claridad) , pero viendo ese m ism o día, nada m ás que él, y nada en él, lo ve com o vacío, com o noche, com o nada; las t inieblas son para él la m anera de percibir el día. Lo cual significa que, viendo la noche y la nada de la noche, no ve en absolut o. Y que creyendo ver dej a venir hacia él, com o realidades, a los fant asm as de su im aginación y a t oda la m uchedum bre de las noches. Por est o, delirio y deslum bram ient o se hallan en una relación que const it uye la esencia de la locura, exact am ent e com o la verdad y la claridad, en su vínculo fundam ent al, son const it ut ivas de la razón clásica. 54 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault En ese sent ido, el proceso cart esiano de la duda es, indudablem ent e, la gran conj uración de la locura. Descart es cierra los oj os y se t apa las orej as para ver m ej or la verdadera claridad del día esencial; est á así prot egido cont ra el deslum bram ient o del loco, que abriendo los oj os no ve m ás que la noche, y no viendo en absolut o, cree ver cuando sólo im agina. En la claridad uniform e de sus sent idos cerrados, Descart es ha rot o con t oda fascinación posible, y si ve, est á seguro de ver lo que ve. En cam bio, ant e la m irada del loco, ebrio de una luz que es noche, suben y se m ult iplican las im ágenes, incapaces de crit icarse ellas m ism as ( puest o que el loco las ve) pero irreparablem ent e separadas del ser ( puest o que el loco no ve nada) . La sinrazón se halla en el m ism o vínculo con la razón que el deslum bram ient o con el brillo del propio día. Y est o no es una m et áfora. Nos hallam os en el cent ro de la gran cosm ología que anim a t oda la cult ura clásica. El " cosm os" del Renacim ient o, t an rico en com unicaciones y en sim bolism os int ernos, dom inado ent eram ent e por la presencia cruzada de los ast ros, ha desaparecido ahora, sin que la " nat uraleza" haya encont rado aún su est at ut o de universalidad, sin que reciba al conocim ient o lírico del hom bre y lo conduzca al rit m o de sus est aciones. Lo que los clásicos ret ienen del " m undo" , lo que presient en ya de la " nat uraleza" , es una ley ext rem am ent e abst ract a, que form a, sin em bargo, la oposición m ás viva y m ás concret a: la del día y de la noche. Ya no es el t iem po fat al de los planet as, y aún no llega el t iem po lírico de las est aciones; es el t iem po universal, pero absolut am ent e repart ido, de la claridad y de las t inieblas. Form a que el pensam ient o dom ina ent eram ent e en una ciencia m at em át ica —la física cart esiana es com o una m at hesis de la luz— pero que sigue, al m ism o t iem po, en la exist encia hum ana, la gran cesura t rágica: la que dom ina de la m ism a m anera im periosa el t iem po t eat ral de Racine y el espacio de Georges de la Tour. El círculo del día y de la noche es la ley del m undo clásico: la m ás reducida pero la m ás exigent e de las necesidades del m undo, la m ás inevit able pero la m ás sencilla de las legalidades de la nat uraleza. Ley que excluye t oda dialéct ica y t oda reconciliación; que funda, en consecuencia, al m ism o t iem po la unidad sin rupt ura del conocim ient o, y la separación sin com prom iso de la exist encia t rágica; reina sobre un m undo sin crepúsculo, que no conoce ninguna efusión, ni los cuidados at enuados del lirism o; t odo debe ser vigilia o sueño, verdad o noche, luz del ser o nada de la som bra. Prescribe un orden inevit able, un repart o sereno, que hace posible la verdad y la sella definit ivam ent e. Y sin em bargo, en uno y ot ro lado de est e orden, dos figuras sim ét ricas, dos figuras inversas aport an t est im onios de que hay ext rem idades en que se le puede franquear, m ost rando al m ism o t iem po hast a qué punt o es esencial no franquearlo. Por un lado, la t ragedia. La regla de la j ornada t eat ral t iene un cont enido posit ivo; exige a la duración t rágica que se equilibre alrededor de la alt ernación, singular pero universal, del día y de la noche; el t odo de la t ragedia debe realizarse en est a unidad de t iem po, pues la t ragedia no es, en el fondo, m ás que el afront am ient o de los dos reinos, ligados el uno al ot ro en lo irreconciliable por el t iem po m ism o. En el t eat ro de Racine t oda j ornada est á baj o el peso de una noche al que ella, por así decirlo, saca a luz: noche de Troya y de las m at anzas, noche de los deseos de Nerón, noche rom ana de Tit o, noche de At alía. Son grandes girones de noche, alas de som bra que rondan el día sin dej arse reducir, y que no desaparecerán m ás que en la nueva noche de la m uert e. Y esas noches fant ást icas, a su vez, est án rodeadas por una luz que form a com o el reflej o infernal del día: incendio de Troya, ant orchas de los pret orianos, luz pálida del sueño. En la t ragedia clásica día y noche est án dispuest os com o un espej o, se reflej an indefinidam ent e y dan a esa sencilla parej a una profundidad súbit a que envuelve con un solo m ovim ient o t oda la vida del hom bre, y su m uert e. De la m ism a m anera, en la Magdalena, ant e el espej o, la som bra y la luz se enfrent an, repart en y unen a la vez un rost ro y su reflej o, un cráneo y su im agen, una vigilia y un silencio; y 55 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault en la I m agen de San Alexis, el paj e de la ant orcha descubre baj o la som bra de la bóveda al que fue su am o; un m uchacho lum inoso y grave encuent ra t oda la m iseria de los hom bres; un niño saca a luz la m uert e. Frent e a la t ragedia y su lenguaj e hierát ico, el m urm ullo confuso de la locura. Tam bién allí ha sido violada la gran ley de la separación; som bra y luz se m ezclan en el furor de la dem encia, com o en el desorden t rágico. Sin em bargo, de ot ro m odo. El personaj e t rágico encont raba en la noche com o la som bría verdad del día; la noche de Troya seguía siendo la verdad de Andróm aca, com o la noche de At alía presagiaba la verdad del día ya en m archa; paradój icam ent e, la noche, en cam bio, revelaba: era el día m ás profundo del ser. El loco, en cam bio, no encuent ra en el día m ás que la inconsist encia y las figuras de la noche; dej a que la luz lo oscurezca con t odas las ilusiones del sueño; su día no es m ás que la noche m ás superficial de la apariencia. En est a m edida, el hom bre t rágico, m ás que ningún ot ro, est á com prom et ido en el ser y es port ador de su verdad puest o que, com o Fedra, arroj a al rost ro del sol im placable t odos los secret os de la noche, en t ant o que el hom bre loco est á t ot alm ent e excluido del ser. Y, ¿cóm o no lo sería, él, que prest a el reflej o ilusorio de los días al no- ser de la noche? Se com prende que el héroe t rágico —a diferencia del personaj e barroco de la época precedent e- j am as pueda est ar loco; y que, a la inversa, la locura no pueda llevar en sí m ism a esos valores de t ragedia que conocem os desde Niet zsche y Art aud. En la época clásica se enfrent an el hom bre de t ragedia y el hom bre de locura, sin diálogo posible, sin lenguaj e com ún, pues uno sólo sabe pronunciar las palabras decisivas del ser, en que se j unt an, durant e el t iem po de un relám pago, la verdad de la luz y la profundidad de la noche; el ot ro repit e el m urm ullo indiferent e en que acaban de anularse los chism orreos del día y la som bra m ent irosa. La locura designa el equinoccio ent re la vanidad de los fant asm as de la noche y el noser de los j uicios de la claridad. Y ello, que ha podido enseñarnos, pieza por pieza, la arqueología del saber, ya nos había sido dicho en una sim ple fulguración t rágica, en las últ im as palabras de Andróm aca. Es com o si, en el m om ent o en que la locura desaparece del act o t rágico, en el m om ent o en que el hom bre t rágico se separa durant e m ás de dos siglos del hom bre de sinrazón, en ese m om ent o, se quisiera de ella una últ im a figuración. El t elón que cae sobre la últ im a escena de Andróm aca cae t am bién sobre la últ im a de las grandes encarnaciones t rágicas de la locura. Pero en est a presencia en el um bral de su propia desaparición, en est a locura que se esquiva para siem pre, se anuncia ya lo que es y será, para t oda la época clásica. ¿No es j ust am ent e en el inst ant e de su desaparición cuando m ej or puede proferir su verdad, su verdad de ausencia, su verdad que es la del día en los lím it es de la noche? Tenía que ser la escena últ im a de la prim era gran t ragedia clásica, o, si se quiere, la prim era vez que se enuncia la verdad clásica de la locura en un m ovim ient o t rágico que es el últ im o del t eat ro pre- clásico. Verdad, de t odos m odos, inst ant ánea, puest o que su aparición no puede ser m ás que su desaparición; el relám pago sólo se ve en la noche ya cerrada. Orest es, en su furor, at raviesa un t riple círculo de noche: t res figuraciones concént ricas del deslum bram ient o. Acaba de levant arse el día sobre el palacio de Pirro; aún est á la noche allí, bordeando con som bras est a luz, e indicando perent oriam ent e su lím it e. En esa m añana, que es m añana de fiest a, ha sido com et ido el crim en, y Pirro ha cerrado los oj os ant e el día que se levant aba: 56 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault fragm ent o de som bras lanzado sobre las gradas del alt ar, en el um bral de la claridad y de la oscuridad. Los dos grandes t em as cósm icos de la locura est án, pues, present es baj o diversas form as com o presagios, decorado y cont rapunt o del furor de Orest es. cxxxi La locura puede com enzar ent onces: en la claridad im placable que denuncia el asesinat o de Pirro y la t raición de Herm ione, en ese am anecer en que t odo est alla en fin en una verdad t an j oven y viej a a la vez, surge un prim er círculo de som bra: una nube oscura en que, alrededor de Orest es, el m undo em pieza a ret roceder, la verdad se esquiva en ese crepúsculo paradój ico, en ese at ardecer m at inal en que la crueldad de lo verdadero va a m et am orfosearse en la rabia de los fant asm as: " Mas, ¿qué espesa noche m e rodea de pront o?" Es la noche vacía del error; pero ant e el fondo de est a prim era oscuridad, un relám pago, un falso relám pago, va a est allar: el de las im ágenes. Se levant a la pesadilla, no en la clara luz de la m añana, sino en un cint ilam ient o som brío: luz de la t orm ent a y el crim en. " ¡Dios m ío! ¡Qué arroyos de sangre corren a m i alrededor! " Tenem os aquí, ahora, la dinast ía del sueño. En est a noche, los fant asm as encuent ran su libert ad; las Erinias aparecen y se im ponen. Lo que las hace precarias las vuelve t am bién soberanas; t riunfan fácilm ent e en la soledad en que se suceden; nada las recusa; im ágenes e idiom as se ent recruzan en apóst rofes que son invocaciones, presencias afirm adas y rechazadas, solicit adas y t em idas. Pero t odas esas im ágenes convergen hacia la noche, hacia una segunda noche que es la del cast igo, de la venganza et erna, de la m uert e en el int erior m ism o de la m uert e. Las Erinias son llam adas a est a som bra que es la suya, su lugar de nacim ient o y su verdad, es decir, su propia nada. " ¿Venís a llevarm e a la noche et erna?" Es el m om ent o en que se descubre que las im ágenes de la locura no son m ás que sueño y error, y si el desgraciado que se ha dej ado cegar por ellas las llam a es para m ej or desaparecer con ellas en el aniquilam ient o al que est án dest inadas. Así, por segunda vez se at raviesa un círculo de noche. Mas no por ello se llega a la realidad clara del m undo. Por encim a de lo que se m anifiest a en la locura se llega al delirio, a est a est ruct ura esencial y const it uyent e que había sost enido secret am ent e la locura desde sus prim eros m om ent os. Ese delirio t iene un nom bre: Herm ione; Herm ione que reaparece ya no com o visión alucinada, sino com o verdad últ im a de la locura. Es significat ivo que Herm ione int ervenga en est e m om ent o de furor: no ent re las Eum énides, ni delant e de ellas para guiarlas, sino det rás de ellas, y separada de ellas por la noche a la que han arrast rado a Orest es, y donde ellas m ism as se han disipado ahora. Y es que Herm ione int erviene com o figura const it uyent e del delirio, com o la verdad que reinaba secret am ent e desde el principio, y de la cual las Eum énides no eran, en el fondo, m ás que sirvient es. En est o nos encont ram os en lo opuest o de la t ragedia griega, en que las Erinias eran dest ino final y verdad que, desde la noche de los t iem pos, habían acechado al héroe. Su pasión no era m ás que el inst rum ent o de ellas. Aquí, las Eum énides solam ent e son figuras al servicio del delirio, verdad prim era y últ im a, que se perfilaba ya en la pasión, y que se afirm a ahora en su desnudez. Est a verdad reina sola, apart ando las im ágenes: " Pero no, ret iraos, dej ad hacer a Herm ione." Herm ione, que siem pre ha est ado present e desde el principio, Herm ione que en t odo m om ent o desgarra a Orest es, lacerando t rozo t ras t rozo su razón, Herm ione, por quien él se ha vuelt o " parricida, asesino, sacrilego" , se descubre finalm ent e com o 57 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault verdad y realización de su locura. Y el delirio, en su rigor, sólo t iene que enunciar com o decisión inm inent e una verdad desde hace t iem po cot idiana e irrisoria. " Yo le llevo, en fin, m i corazón para que lo devore." Hacía días y años que Orest es había hecho est a ofrenda salvaj e. Pero enuncia ese principio de su locura com o t érm ino. Pues la locura no puede llegar m ás lej os. Habiendo dicho su verdad en su delirio esencial, sólo puede hundirse en una t ercera noche, de la que no se vuelve, la de la incesant e devoración. La sinrazón no puede aparecer m ás que un inst ant e, en el m om ent o en que el lenguaj e ent ra en el silencio, en que el delirio m ism o se calla, en que el corazón, finalm ent e, es devorado. En la t ragedia de principio del siglo XVI I , la locura, t am bién, desanudaba el dram a pero lo desanudaba liberando la verdad; ést a se abría aún sobre un lenguaj e, sobre un lenguaj e renovado, el de la explicación y de lo real reconquist ado. No podía ser, cuando m ucho, m ás que el penúlt im o m om ent o de la t ragedia. No el últ im o, com o en Andróm aca, en que no se dice ninguna verdad m ás que aquella, en el Delirio, de una pasión que ha encont rado con la locura la perfección de su realización. El m ovim ient o propio de la sinrazón, que el saber clásico ha seguido y perseguido, ya había realizado la t ot alidad de su t rayect oria en la concisión de la palabra t rágica. Después de lo cual podía reinar el silencio, y la locura desaparecer en la presencia, siem pre ret irada, de la sinrazón. Lo que sabem os ahora de la sinrazón nos perm it e com prender m ej or lo que era el int ernam ient o. Ese gest o que hacía desaparecer a la locura en un m undo neut ro y uniform e de exclusión no m arcaba un com pás de espera en la evolución de las t écnicas m édicas, ni en el progreso de las ideas hum anit arias. Tom aba su sent ido exact o en est e hecho: que la locura en la época clásica ha dej ado de ser el signo de ot ro m undo, y que se ha convert ido en la paradój ica m anifest ación del no- ser. En el fondo, el int ernam ient o no pret ende t ant o suprim ir la locura, arroj ar del orden social una figura que no encuent ra ahí su lugar; su esencia no es la conj uración de un peligro. Manifiest a solam ent e lo que es, en su esencia, la locura: es decir, una revelación del no- ser; y al m anifest ar esa m anifest ación, la suprim e por ello m ism o, puest o que la rest it uye a su verdad de nada. El int ernam ient o es la práct ica que corresponde con m ayor j ust eza a una locura experim ent ada com o sinrazón, es decir com o negat ividad vacía de la razón; allí la locura se reconoce com o nada. Es decir, que de un lado es inm ediat am ent e percibida com o diferencia: de allí las form as del j uicio espont áneo y colect ivo que se exige no a los m édicos, sino a los hom bres de buen sent ido para det erm inar el int ernam ient o de un loco; cxxxii por ot ra part e, el int ernam ient o no puede t ener ot ro fin que una corrección ( es decir, la supresión de la diferencia, o la realización de esa nada que es la locura en la m uert e) ; de allí esos deseos de m uert e que se encuent ran t an a m enudo en los regist ros del int ernam ient o baj o la plum a de los guardianes, y que no son para el int ernam ient o signos de salvaj ism o, de inhum anidad o de perversión, sino enunciados est rict os de su sent ido: una operación de aniquilam ient o de la nada. cxxxiii El int ernam ient o diseña, en la superficie de los fenóm enos y en una sínt esis m oral apresurada, la est ruct ura discret a y dist int a de la locura. ¿Es el int ernam ient o el que enraiza sus práct icas en est a int uición profunda? ¿Es porque la locura, baj o el efect o del int ernam ient o, realm ent e había desaparecido del horizont e clásico por lo que, a fin de cuent as, ha sido cernida com o no- ser? Pregunt as cuya respuest a rem it en la una a la ot ra en una perfect a circularidad. Sin duda es inút il perderse en el círculo, que siem pre hay que recom enzar, de esas form as de 58 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault int errogación. Vale m ás dej ar que la cult ura clásica form ule, en su est ruct ura general, la experiencia que ha hecho de la locura, y que aflora con las m ism as significaciones, en el orden idént ico de su lógica int erna, aquí y allá, en el orden de la especulación y en el orden de la int uición, en el discurso y en el decret o, en la palabra y en la orden: por doquier cuando un elem ent o port ador de signos puede t om ar para nosot ros valor de lenguaj e. 59 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault I I I . LOS ROSTROS DE LA LOCURA Así PUES, la locura es una negat ividad. Pero una negat ividad que se ofrece en una plenit ud de fenóm enos, según una riqueza sabiam ent e alineada en el j ardín de las especies. En el espacio lim it ado y definido por est a cont radicción se despliega el conocim ient o discursivo de la locura. Baj o los rost ros ordenados y apacibles del análisis m édico est á en acción una relación difícil en la cual se realiza el devenir hist órico: relación ent re la sinrazón, com o sent ido últ im o de la locura, y racionalidad com o form a de su verdad. Que la locura, sit uada siem pre en las regiones originarias del error, siem pre en ret irada ant e la razón, pueda sin em bargo abrirse ent eram ent e a ella y confiarle la t ot alidad de sus secret os: t al es el problem a que m anifiest a y que ocult a al m ism o t iem po el conocim ient o de la locura. En est e capít ulo no se t rat ará de escribir la hist oria de las diferent es nociones de la psiquiat ría, poniéndolas en relación con el conj unt o del saber, de las t eorías, de las observaciones m édicas que le son cont em poráneas; no hablarem os de la psiquiat ría en la m edicina del espírit u o en la fisiología de los sólidos. Sino que, ret om ando una t ras ot ra las grandes figuras de la locura que se han m ant enido a lo largo de t oda la época clásica, t rat arem os de m ost rar cóm o se han sit uado en el int erior de la experiencia de la sinrazón; cóm o han adquirido allí, cada una, una cohesión propia; y cóm o han llegado a m anifest ar de m anera posit iva la negat ividad de la locura. Adquirida, est a posit ividad no es ni del m ism o nivel ni de la m ism a nat uraleza ni de la m ism a fuerza para las difererent es form as de la locura: posit ividad frágil, t ransparent e, m uy próxim a aún de la negat ividad de la sinrazón para el concept o de dem encia; m ás densa ya, la que se ha adquirido, a t ravés de t odo un sist em a de im ágenes, por la m anía y la m elancolía; la m ás consist ent e, t am bién la m ás alej ada de la sinrazón y la m ás peligrosa para ella es la que, por un reflej o en los confines de la m oral y de la m edicina, por la elaboración de una especie de espacio corpóreo, t ant o ét ico com o orgánico, da un cont enido a las nociones de hist eria, hipocondría, a t odo lo que pront o se llam ará enferm edades nerviosas; est a posit ividad es t an lej ana de lo que const it uye el cent ro de la sinrazón, y t an m al int egrada a sus est ruct uras, que t erm inará por ponerla en cuest ión y por derribarla por com plet o al final de la época clásica. I . EL GRUPO DE LA DEMENCI A Baj o nom bres diversos, pero que recubren casi t odos el m ism o dom inio —dem ent ia, am ent ia, fat uit as, st upidit as, m orosis—, la dem encia es reconocida por la m ayoría de los m édicos de los siglos XVI I y XVI I I . Reconocida, aislada bast ant e fácilm ent e ent re las ot ras especies m órbidas, pero no definida en su cont enido posit ivo y concret o. A lo largo de esos dos siglos persist e en el elem ent o de lo negat ivo, im pedida siem pre de adquirir una figura caract eríst ica. En un sent ido, la dem encia es, de t odas las enferm edades del espírit u, la que perm anece m ás cercana a la esencia de la locura. Pero de la locura en general, de la locura experim ent ada en t odo lo que puede t ener de negat ivo: desorden, descom posición del pensam ient o, error, ilusión, no- razón y no- verdad. Es esa locura, com o sim ple anverso de la razón y cont ingencia pura del 60 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault espírit u, la que un aut or del siglo XVI I I define m uy bien en una ext ensión que no logra agot ar ni lim it ar ninguna form a posit iva: " La locura t iene sínt om as variados al infinit o. En su com posición ent ra t odo lo que se ha vist o y oído, t odo lo que se ha pensado y m edit ado. Aproxim a lo que parece m ás lej ano. Nos recuerda lo que parece haber sido com plet am ent e olvidado. Las ant iguas im ágenes reviven; las aversiones que se creían ext inguidas renacen; las inclinaciones se hacen m ás vivas; pero ahora t odo est á en desorden. En su confusión, las ideas se parecen a los caract eres de una im prent a que se reunieran sin designio y sin int eligencia. No result aría nada que present ara un sent ido cont inuado." cxxxiv Es a la locura así concebida en t oda la negat ividad de su desorden a la que se aproxim a la dem encia. La dem encia es, pues, en el espírit u, al m ism o t iem po el com plet o azar y el det erm inism o t ot al; t odos los efect os pueden producirse allí, porque t odas las causas pueden provocarla. No hay t rast orno en los órganos del pensam ient o que no pueda suscit ar uno de los aspect os de la dem encia. Hablando propiam ent e, no t iene sínt om as; ant es bien, es la posibilidad abiert a de t odos los sínt om as posibles de la locura. Ciert o es que Willis le da com o signo y caract eríst ica esenciales la st upidit as. cxxxv Pero algunas páginas m ás adelant e la st upidit as se ha convert ido en el equivalent e de la dem encia: st upidit as sive m orosis La est upidez es, ent onces, pura y sim plem ent e " el defect o de la int eligencia y del j uicio" , at aque por excelencia a la razón en sus m ás elevadas funciones. Sin em bargo, ese defect o m ism o no es el prim ero; pues el alm a racional, pert urbada en la dem encia, aún no est á encerrada en el cuerpo sin que un elem ent o m ixt o sirva de m ediación ent re él y ella; del alm a racional al cuerpo se despliega, en un espacio m ixt o, a la vez ext endido y punt ual, corpóreo y ya pensant e, est a anim a sensit iva sive corpórea que lleva los poderes int erm ediarios y m ediadores de la im aginación y de la m em oria; son ellas las que aport an al espírit u las ideas o al m enos los elem ent os que perm it en form arlas; y cuando llegan a pert urbarse en su funcionam ient o —en su funcionam ient o corpóreo— ent onces el int ellect us acies, " com o si sus oj os est uvieran velados, con la m ayor frecuencia queda em bot ado o al m enos oscurecido" . cxxxvi En el espacio orgánico y funcional en que se expande, asegurando así su unidad vivient e, el alm a corpórea encuent ra su lugar; t iene t am bién los inst rum ent os y los órganos de su acción inm ediat a; la sede del alm a corpórea es el cerebro ( y singularm ent e el cuerpo calloso para la im aginación, la sust ancia blanca para la m em oria) ; en los casos de dem encia, hay que suponer o bien una afección del cerebro m ism o o bien una pert urbación de los espírit us, o bien una pert urbación com binada de la sede y de los órganos, es decir, del cerebro y de los espírit us. Si el cerebro es, por sí solo, la causa de la enferm edad, se puede buscar su origen, prim ero, en las dim ensiones m ism as de la m at eria cerebral, bien que dem asiado pequeña para funcionar convenient em ent e, bien que, por el cont rario, dem asiado abundant e y por ello de una solidez m enor y com o de inferior calidad, m ent ís acum ini m inus accom m odum . Pero hay que involucrar a veces a la form a del cerebro; desde que carece de est a form a globosa que perm it e una reflexión equit at iva de los espírit us anim ales, desde que se han producido una depresión o una hinchazón anorm al, los espírit us son enviados en direcciones irregulares; ya no pueden, en su recorrido, t ransm it ir la im agen verdaderam ent e fiel de las cosas, ni confiar al alm a racional los ídolos sensibles de la verdad: ésa es la dem encia. Dicho de m anera aún m ás fina: el cerebro debe conservar, para funcionar rigurosam ent e, ciert a int ensidad de calores de hum edad, ciert a consist encia, una especie de cualidad sensible de t ext ura y de grano; en cuant o se vuelve dem asiado húm edo o dem asiado frío —¿no es lo que ocurre a m enudo a los niños y a los ancianos?— se ven aparecer los signos de la st upidit as; se les puede percibir t am bién cuando él grano del cerebro se vuelve dem asiado burdo y com o im pregnado de una pesada influencia t errest re; est a pesadez de la sust ancia cerebral, ¿no se puede creer que se deba a alguna pesadez del aire y a ciert a bast edad del suelo, que pudiera 61 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault explicar la fam osa est upidez de los beocios?cxxxvii En la m orosis sólo pueden alt erarse los espírit us anim ales: ya sea que ellos m ism os hayan sido bien dot ados por una pesadez sim ilar y que hayan adopt ado una form a grosera, y dim ensiones irregulares, com o si hubiesen sido at raídos por una gravit ación im aginaria hacia la lent it ud de la t ierra. En ot ros casos, se han vuelt o acuosos, inconsist ent es y volubles. cxxxviii Al principio se pueden aislar las pert urbaciones de los espírit us y las pert urbaciones del cerebro; pero no perm anecen así nunca; las pert urbaciones no dej an de com binarse, sea que la calidad de los espírit us se alt ere com o efect o de los vicios de la m at eria cerebral, sea que, por el cont rario, ést a sea m odificada por los defect os de los espírit us. Cuando los espírit us son pesados y sus m ovim ient os dem asiado lent os, o si son dem asiado fluidos, los poros del cerebro y los canales que recorren llegan a obst ruirse o a t om ar form as viciosas; en cam bio, si el cerebro m ism o t iene algún defect o, los espírit us no llegan a at ravesarlo con su m ovim ient o norm al y, en consecuencia, adquieren una diát esis defect uosa. Sería vano buscar, en t odo est e análisis de Willis, el rost ro preciso de la dem encia, el perfil de los signos que le son propios, o de sus causas part iculares. No que la descripción est é desprovist a de precisión; pero la dem encia parece recubrir t odo el dom inio de las alt eraciones posibles en cualquiera de los dom inios del " género nervioso" : espírit us o cerebro, m olicie o rigidez, calor o enfriam ient o, peso exagerado, ligerez excesiva, m at eria deficient e o dem asiado abundant e: t odas las posibilidades de m et am orfosis pat ológica se convocan alrededor del fenóm eno de la dem encia para aport ar sus explicaciones virt uales. La dem encia no organiza sus causas, no las localiza, no especifica las cualidades según la figura de sus sínt om as. Es el efect o universal de t oda alt eración posible. En ciert a m anera, la dem encia es la locura m enos t odos los sínt om as part iculares de una form a de locura: una especie de locura de filigrana de la cual se t ransparent a pura y sim plem ent e lo que es la locura en la pureza de su esencia, en su verdad general. La dem encia es t odo lo que puede haber de irrazonable en la sabia m ecánica del cerebro, de las fibras y de los espírit us. Pero a t al nivel de abst racción el concept o m édico no se elabora; est á dem asiado lej ano de su obj et o; se art icula en dicot om ías puram ent e lógicas; resbala sobre las virt ualidades; no t rabaj a efect ivam ent e. La dem encia, com o experiencia m édica, no se crist aliza. Hacia m ediados del siglo XVI I I , el concept o de dem encia sigue siendo negat ivo. De la m edicina de Willis a la fisiología de los sólidos, el m undo orgánico ha cam biado de aspect o; sin em bargo, el análisis sigue siendo del m ism o t ipo; sólo se t rat a de cernir en la dem encia t odas las form as de " sinrazón" que puede m anifest ar el sist em a nervioso. Al principio del art ículo " Dem encia" de la Enciclopedia, Aum ont explica que la razón at rapada en su exist encia nat ural consist e en la t ransform ación de las im presiones sensibles; ést as, com unicadas por las fibras, llegan hast a el cerebro, que las t ransform a en nociones, por los t rayect os int eriores de los espírit us. Hay sinrazón, o m ás bien locura, desde que esas t ransform aciones no se hacen ya según los cam inos habit uales y que son exageradas o depravadas, o bien abolidas. La abolición es la locura en est ado puro, la locura en su paroxism o, com o llegada a su punt o m ás int enso de verdad: es la dem encia. ¿Cóm o se produce? ¿Por qué se encuent ra súbit am ent e abolido t odo ese t rabaj o de t ransform ación de las im presiones? Com o Willis, Aum ont convoca alrededor de la sinrazón t odas las pert urbaciones event uales del género nervioso. Hay pert urbaciones provocadas por las int oxicaciones del sist em a: el opio, la cicut a, la m andragora; Bonet , en su Sepiilchret úm , ¿no ha hablado 62 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault del caso de una m uchacha que se volvió dem ent e después de ser m ordida por un m urciélago? Algunas enferm edades incurables, com o la epilepsia, producen exact am ent e el m ism o efect o. Pero m ás frecuent em ent e hay que buscar la causa de la dem encia en el cerebro, ya haya sido alt erado accident alm ent e por un golpe, ya haya habido una m alform ación congénit a, ya sea que su volum en se encuent re dem asiado lim it ado para el buen funcionam ient o de las fibras y la buena circulación de los espírit us. Los propios espírit us pueden encont rarse en el origen de la dem encia, porque est én agot ados, porque hayan perdido fuerza y languidezcan, o bien porque se hayan espesado y se hayan vuelt o serosos y viscosos. Pero la causa m ás frecuent e de la dem encia se halla en el est ado de las fibras que ya no son capaces de sufrir las im presiones y t ransm it irlas. La vibración que debía desencadenar la sensación no se produce; la fibra perm anece inm óvil, sin duda porque est á dem asiado relaj ada, o bien porque est á dem asiado dist endida y se haya vuelt o t ot alm ent e rígida; en ciert os casos, ya no es capaz de vibrar al unísono porque es dem asiado callosa. De t odos m odos, se ha perdido el " resort e" . En cuant o a las razones de est a incapacidad de vibrar, lo m ism o pueden ser las pasiones que causas innat as o enferm edades de t oda índole, afecciones vaporosas o, finalm ent e, la vej ez. Se recorre t odo el dom inio de la pat ología para encont rar las causas y una explicación de la dem encia, pero la figura sint om át ica siem pre t arda en aparecer; las observaciones se acum ulan, las cadenas causales se t ienden, pero en vano se buscaría el perfil propio de la enferm edad. Cuando Sauvages querrá escribir el art ículo " Am ent ia" de su Nosología m et ódica, el hilo de su sint om at ología se le escapará, y Sauvages no podrá ser fiel a ese fam oso " espírit u de los bot ánicos" que debe presidir su obra; no sabe dist inguir las form as de la dem encia m ás que por sus causas: am ent ia senilis, causada por " la rigidez de las fibras que las hace insensibles a las im presiones de los obj et os" ; am ent ia serosa, debida a una acum ulación de serosidad en el cerebro, com o ha podido verificarlo un t apón colocado a ovej as locas que " no com en ni beben" , y cuya sust ancia cerebral se ha " convert ido ent eram ent e en agua" ; am ent ia a venenis, provocada, sobre t odo, por el opio; am ent ia a t um ore; am ent ia m icrocephalica; el propio Sauvages ha vist o " est a especie de dem encia en una m uchacha que se halla en el hospit al de Mont pellier: la llam an el Sim io, porque t iene la cabeza m uy pequeña, y porque se parece a est e anim al" ; am ent ia a siccit at e: de m anera general, ya nada debilit a la razón m ás que las fibras desecadas, enfriadas o coaguladas; t res m uchachas, que habían viaj ado en lo m ás duro del invierno sobre una carret a, fueron víct im as de la dem encia; Bar- t holin les devolvió la razón " envolviéndoles la cabeza con una piel de ovej a recién arrancada" ; am ent ia m orosis: Sauvages no sabe bien si la debe dist inguir de la dem encia serosa; am ent ia ab ict u; am ent ia rachialgica; am ent ia a quart ana, debida a la fiebre cuart ana; am ent ia calculosa; ¿no se ha encont rado en el cerebro de un dem ent e " un cálculo piciform e que nadaba en la serosidad del vent rículo" ? En ciert o sent ido, no hay sint om at ología propia de la dem encia: ninguna form a de delirio, de alucinación o de violencia le pert enece por derecho propio o por necesidad de la nat uraleza. Su verdad sólo est á hecha de yuxt aposición: por un lado, una acum ulación de causas event uales, ent re las que pueden ser t ot alm ent e dist int os el nivel, el orden, y la nat uraleza; por ot ro lado, una serie de efect os, que no t ienen ot ro caráct er com ún que el de m anifest ar la ausencia o el funcionam ient o defect uoso de la razón, su im posibilidad de llegar a la realidad de las cosas y a la verdad de las ideas. La dem encia es la form a em pírica, al m ism o t iem po, la m ás general y la m ás negat iva de la sinrazón, de la sinrazón com o presencia que se percibe en lo que t iene de concret o, pero que no se puede asignar en lo que t iene de posit ivo. Est a presencia, que siem pre se escapa de sí m ism a, t rat a de cernirla Dufour, t an de cerca com o sea posible, en su Trat ado del ent endim ient o hum ano. Dufour hace ver t oda la m ult iplicidad de las causas posibles, acum ulando los det erm inism os parciales que 63 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault hayan podido invocarse a propósit o de la dem encia: rigidez de las fibras, sequedad del cerebro, com o quería Bonet , m olicie y serosidad del encéfalo, com o lo indicaba Hildanus, uso del beleño, del est ram onio, del opio, del azafrán ( según las observaciones de Rey, de Baut ain, de Barére) , presencia de un t um or, de gusanos encefálicos, deform aciones del cráneo. Todas ellas son causas posit ivas, pero que no conducen nunca m ás que al m ism o result ado negat ivo: a la rupt ura del espírit u con el m undo ext erior y verdadero: " Quienes se ven at acados de dem encia son m uy negligent es e indiferent es, sobre t odo; cant an, ríen y se diviert en indist int am ent e, del m al com o del bien; el ham bre, el frío y la sed... se hacen sent ir en ellos, pero no los afligen en absolut o; sient en t am bién las im presiones que causan los obj et os sobre sus sent idos, pero no parecen preocuparse por ello." cxxxix Así se sobreponen, pero sin unidad real, la posit ividad fragm ent aria de la nat uraleza y la negat ividad general de la sinrazón. Com o form a de la locura, la dem encia sólo se vive y piensa desde el ext erior: lím it e en que queda abolida la razón en una inaccesible ausencia; pese a la const ancia de la descripción, la noción carece de poder int egrant e; el ser de la nat uraleza y el no- ser de la sinrazón no encuent ran allí su unidad. Y sin em bargo, la noción de dem encia no se pierde en una indiferencia t ot al. Queda lim it ada, de hecho, por dos grupos de concept os vecinos, el prim ero de los cuales ya es bast ant e ant iguo, y el segundo, por el cont rario, se dest aca y em pieza a definirse en la época clásica. Es t radicional la dist inción de la dem encia y del frenesí, dist inción fácil de est ablecer al nivel de los signos, porque el frenesí siem pre va acom pañado de fiebre, en t ant o que la dem encia es una enferm edad apirét ica. La fiebre que caract eriza al frenesí perm it e asignarle, a la vez, sus causas próxim as y su nat uraleza: es inflam ación, calor excesivo del cuerpo, quem adura dolorosa de la cabeza, violencia de los gest os y de la palabra, especie de ebullición general de t odo el individuo. Es t am bién por est a coherencia cualit at iva por lo cual la caract eriza Cullen a fines del siglo XVI I I : " Los signos m ás ciert os del frenesí son la fiebre aguda, un violent o dolor de cabeza, la roj ez y la hinchazón de la cabeza y de los oj os, t ercos insom nios; el enferm o no puede soport ar la im presión de la luz ni el m enor ruido; se ent rega a m ovim ient os apasionados y furiosos." cxl En cuant o a su origen lej ano, ha dado lugar a incont ables discusiones. Pero t odas se ordenan en el t em a del calor; las dos cuest iones principales consist en en saber si puede nacer del cerebro m ism o, o si no es nunca, en él, m ás que una cualidad t ransm it ida; y si es provocada, ant es bien, por un exceso de m ovim ient o o por una inm ovilización de la sangre. En la polém ica ent re La Mesnardiére y Duncan, el prim ero hace not ar que, siendo el cerebro un órgano húm edo y frío, penet rado de licores y serosidades, sería inconcebible que se inflam ara. " Est a inflam ación sería com o ver arder el fuego en un río sin art ificios." El apologist a de Duncan no niega que las prim eras cualidades del cerebro son opuest as a las del fuego; pero t iene una vocación local que cont radice su nat uraleza sust ancial: " Habiendo sido colocado por encim a de las ent rañas, recibe fácilm ent e los vapores de la cocina y las exhalaciones de t odo el cuerpo" ; adem ás, est á rodeado y penet rado " por un núm ero infinit o de venas y de art erias que lo rodean y que fácilm ent e se pueden descargar en su sust ancia" . Pero hay m ás aún: esas cualidades de m olicie y de frío que caract erizan al cerebro lo hacen m ás fácilm ent e penet rable a las influencias ext rañas, a aquellas m ism as que son m ás cont radict orias con su nat uraleza prim era. En t ant o que las sust ancias calient es resist en al frío, las frías pueden recalent arse; el cerebro " com o es blando y húm edo" 64 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault es " en consecuencia, poco capaz de defenderse del exceso de las ot ras cualidades" cxli La oposición de las cualidades se conviert e ent onces en la razón m ism a de su sust it ución. Pero con frecuencia cada vez m ayor, el cerebro será considerado com o la sede prim era del frenesí. Debe considerarse com o una excepción not able la t esis de Fem , para quien el frenesí se debe a la obst rucción de las visceras sobrecargadas, que " por m edio de los nervios com unican su desorden al cerebro" . cxlii Para la gran m ayoría de los aut ores del siglo XVI I I , el frenesí t iene su sede y encuent ra sus causas en el cerebro m ism o, convert ido en uno de los cent ros del calor orgánico: el Diccionario de Jam es sit úa exact am ent e su origen en " las m em branas del cerebro" ; cxliii Cullen llega a pensar que la m at eria cervical m ism a puede inflam arse: el frenesí, según él, " es una inflam ación de las part es encerradas, y puede at acar las m em branas del cerebro o la sust ancia m ism a del cerebro" . cxliv Est e excesivo calor se com prende fácilm ent e en una pat ología del m ovim ient o. Pero hay un calor de t ipo físico y un calor de t ipo quím ico. El prim ero se debe al exceso de los m ovim ient os que se hacen dem asiado num erosos, dem asiado frecuent es, dem asiado rápidos, provocando un calent am ient o de las part es que se frot an sin cesar unas con ot ras: " Las causas lej anas del frenesí son t odo aquello que irrit a direct am ent e las m em branas o la sust ancia del cerebro y sobre t odo lo que hace el curso de la sangre m ás rápido en sus vasos, com o la exposición de la cabeza, sin som brero, a un sol ardient e, las pasiones del alm a y ciert os venenos." cxlv Pero el calor de t ipo quím ico es provocado, al cont rario, por la inm ovilidad: la obst rucción de las sust ancias que se acum ulan las hace veget ar, y luego ferm ent ar; ent ran así en una especie de ebullición, allí m ism o, que difunde un gran calor: " El frenesí es, por t ant o, una fiebre aguda inflam at oria causada por una congest ión excesiva de 'la sangre y por la int errupción del curso de ese fluido en las pequeñas art erias dist ribuidas en las m em branas del cerebro." cxlvi En t ant o que la noción de dem encia sigue siendo abst ract a y negat iva, la de frenesí, por el cont rario, se organiza alrededor de t em as cualit at ivos precisos, int egrando sus orígenes, sus causas, sus lugares, sus signos y sus efect os en la cohesión im aginaria, en la lógica casi sensible del calor corporal. La ordena una dinám ica de la inflam ación; la habit a un fuego irrazonable, incendio en las fibras o ebullición en los vasos, llam a o hervor, da lo m ism o; las discusiones se cent ran alrededor de un m ism o t em a que t iene poder de int egración: la sinrazón, com o llam a violent a del cuerpo y del alm a. El segundo grupo da concept os em parent ados con la dem encia concierne a la " est upidez" , la " im becilidad" , la " idiot ez" , la " t ont ería" . En la práct ica, dem encia e im becilidad son t rat adas com o sinónim os. cxlvii Por Morosis, Willis ent iende t ant o la dem encia adquirida com o la est upidez que puede not arse en los niños desde los prim eros m eses de la vida: en t odos los casos se t rat a de una afección que abarca, al m ism o t iem po, la m em oria, la im aginación y el j uicio. cxlviii Sin em bargo, poco a poco se est ablece la diferencia de las edades y, en el siglo XVI I I , ya est á asegurada: " La dem encia es una especie de incapacidad de j uzgar y de razonar sanam ent e; ha recibido diferent es nom bres, según las dist int as edades en que se m anifiest a; en la infancia se la llam a ordinariam ent e t ont ería, sim pleza; se la llam a im becilidad cuando se ext iende a la edad de razón; y cuando llega a la vej ez se la conoce con el t ít ulo de chochera o de segunda infancia." cxlix Dist inción que no t iene ot ro valor que el cronológico, puest o que ni los sínt om as ni la nat uraleza de la enferm edad varían según la época en que em pieza a m anifest arse. Si acaso, " aquellos que padecen la dem encia m uest ran de t iem po en t iem po algunas virt udes de su ant iguo saber, lo que no pueden hacer los est úpidos" . cl 65 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Lent am ent e, se hace m ás profunda la diferencia ent re dem encia y est upidez: ya no sólo dist inción en el t iem po, sino oposición en el m undo de la acción. La est upidez act úa sobre el dom inio m ism o de la sensación: el im bécil es insensible a la luz y al ruido; el dem ent e es indiferent e a ellos; el prim ero no recibe; el segundo descuida lo que se le da. Al uno se le niega la realidad del m undo ext erior, al ot ro no le im port a su verdad. Poco m ás o m enos es est a dist inción la que ret om a Sauvages en su Nosología; para él, la dem encia difiere de la est upidez en que los dem ent es sient en perfect am ent e las im presiones de los obj et os, lo que no hacen los est úpidos; pero los prim eros no les prest an at ención, no se t om an ningún t rabaj o, las observan con una perfect a indiferencia, se desent ienden de las consecuencias y no les im port a nada" . cli Pero ¿qué diferencia debe est ablecerse ent re la est upidez y las enferm edades congénit as de los sent idos? Si se t rat a la dem encia com o una pert urbación del j uicio y la est upidez com o una deficiencia de la sensación, ¿no se corre el riesgo de confundir un ciego o un sordom udo con un im bécil? clii Un art ículo de la Gacet a de Medicina, en 1762, vuelve al problem a a propósit o de una observación anim al. Se t rat a de un perro j oven: " Todo el m undo os dirá que es ciego, sordo, m udo y sin olfat o, sea de nacim ient o, sea por algún accident e ocurrido poco después de nacer, de m odo que casi no t iene ot ra vida que la veget at iva, y yo lo considero com o un int erm edio ent re la plant a y el anim al." No puede t rat arse de dem encia a propósit o de un ser que no est á dest inado a poseer, en t odo el sent ido de la palabra, la razón. Pero ¿se t rat a realm ent e de una pert urbación de los sent idos? La respuest a no es fácil, puest o que " t iene unos oj os bast ant e bellos que parecen sensibles a la luz; sin em bargo, va chocando con t odos los m uebles, a m enudo hast a hacerse m al; oye el ruido; y hast a un sonido agudo, com o el de un silbat o, lo pert urba y lo espant a; pero nunca se le ha podido enseñar su nom bre" . Por t ant o, no son ni la vist a ni la audición las afect adas, sino est e órgano o est a facult ad que organiza la sensación en percepción, haciendo de un color un obj et o, de un sonido un nom bre. " Ese defect o general de t odos sus sent idos no parece provenir de ninguno de sus órganos ext eriores sino solam ent e del órgano int erior que los físicos m odernos llam an sensorium com m une, y que los ant iguos llam aban el alm a sensit iva, hecha para recibir y confront ar las im ágenes que t ransm it en los sent idos; de m odo que, al no haberse podido form ar nunca est e anim al una percepción, ve sin ver, y oye sin oír." cliii Lo que hay en el alm a o en la act ividad del espírit u m ás próxim o a la sensación est á com o paralizado baj o el efect o de la im becilidad, en t ant o que en la dem encia lo que est á pert urbado es el funcionam ient o de la razón, en lo que puede t ener de m ás libre, de m ás alej ado de la sensación. Y, al final del siglo XVI I I , im becilidad y dem encia se dist inguirán no t ant o por la precocidad de su oposición, no t ant o, siquiera, por la facult ad afect ada, sino por las cualidades que les pert enecerán por derecho propio, y que ordenarán secret am ent e el conj unt o de sus m anifest aciones. Para Pinel la diferencia ent re im becilidad y dem encia es, en sum a, la de inm ovilidad y m ovim ient o. En el idiot a hay una parálisis, una som nolencia de " t odas las funciones del ent endim ient o y de las afecciones m orales" ; su espírit u perm anece fij o en una especie de est upor. Por el cont rario, en la dem encia las funciones esenciales del espírit u piensan, pero piensan en el vacío, y en consecuencia en una ext rem a volubilidad. La dem encia es com o un m ovim ient o puro del espírit u, sin consist encia ni insist encia, una fuga perpet ua que ni siquiera el t iem po llega a salvaguardar en la m em oria: " Sucesión rápida o ant es bien alt ernat iva, no int errum pida, de ideas y de acciones aisladas, de em ociones ligeras o desordenadas, con olvido de t odo est ado ant erior." cliv En esas im ágenes llegan a fij arse los concept os de est upidez y de im becilidad; por cont ragolpe, igualm ent e, el de dem encia, que sale lent am ent e de su negat ividad y com ienza a ser t om ado en ciert a int uición del t iem po y del m ovim ient o. 66 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Pero si dej am os apart e esos grupos adyacent es del frenesí y de la im becilidad, que se organizan alrededor de t em as cualit at ivos, puede decirse que el concept o de dem encia perm anece en la superficie de la experiencia, m uy cercano al ideal general de la sinrazón, m uy lej ano del cent ro real en que nacen las figuras concret as de la locura. La dem encia es el m ás sencillo de los concept os m édicos de la alienación, el m enos abiert o a los m it os, a las evaluaciones m orales, a los sueños de la im aginación. Y a pesar de t odo, es el m ás secret am ent e incoherent e, en la m edida m ism a en que se libra del peligro de t odas esas t om as; en él, nat uraleza y sinrazón perm anecen en la superficie de su generalidad abst ract a, no llegando a com ponerse en profundidades im aginarias com o aquellas en que cobran vida las nociones de m anía y de m elancolía. I I . MANÍ A Y MELANCOLÍ A La noción de m elancolía, en el siglo XVI , est aba form ada por una ciert a definición de los sínt om as y un principio de explicación, ocult o t ras el m ism o t érm ino con el cual se le designa. Desde el punt o de vist a de los sínt om as, encont ram os t odas las ideas delirant es que un individuo puede form arse de sí m ism o. " Algunos de ent re ellos piensan que son best ias, cuya voz y act it udes im it an. Algunos piensan que son vasos de vidrio, y por est a razón evit an a los paseant es, pues t ienen m iedo de que los rom pan; ot ros t em en a la m uert e, la cual, sin em bargo, se dan a m enudo a sí m ism os. Ot ros im aginan que son culpables de algún crim en y por lo m ism o t iem blan y t ienen m iedo desde el m om ent o en que ven a alguien acercarse a ellos, pensando que desean cogerlos por el cuello y llevarlos prisioneros para hacerles m orir en m anos de la j ust icia." clv Son t em as delirant es, que perm anecen aislados, sin com prom et er la razón en conj unt o. Sydenham hará la observación de que los m elancólicos son " gent es que, fuera de eso, son m uy int eligent es y sensat os, que poseen una penet ración y una sagacidad ext raordinarias. Arist ót eles t am bién observó con razón que los m elancólicos t ienen m ás discernim ient o que los ot ros" . clvi Ahora bien, est e conj unt o sint om át ico t an claro y coherent e, se halla designado por una palabra que im plica t odo un sist em a causal: la m elancolía. " Yo os suplico que observéis de cerca los pensam ient os de los m elancólicos, sus palabras, visiones y acciones, y os daréis cuent a de que t odos sus sent idos est án depravados por un hum or m elancólico desparram ado en su cerebro." clvii El delirio parcial y la acción de la bilis negra se yuxt aponen en la noción de m elancolía, sin ot ras relaciones por el m om ent o que una confront ación sin unidad, ent re un conj unt o de sínt om as y una denom inación significat iva. Ahora bien, en el siglo XVI I I se hallará la unidad, o m ás bien se realizará un cam bio; la cualidad de est e hum or negro y frío habrá llegado a ser la coloración principal del delirio, y su significado propio ant e la m anía, la dem encia y el frenesí, es decir, el principio esencial de su cohesión. Y en t ant o que Boerhaave define aún la m elancolía com o " un largo delirio, t enaz y sin fiebre, durant e el cual el enferm o est á siem pre discurriendo sobre un solo y m ism o pensam ient o" clviii , Dufour, pocos años m ás t arde, basa su definición sobre " el m iedo y la t rist eza" , que explican act ualm ent e el caráct er parcial del delirio: " De allí viene que los m elancólicos am en la soledad y huyan de la com pañía; en ella se unen con m ás fuerza al obj et o de su delirio o de su pasión dom inant e, cualquiera que ella sea, m ient ras parecen indiferent es a t odo lo rest ant e." clix La fij ación del concept o no se ha logrado por m edio de una nueva observación rigurosa, ni por un descubrim ient o en el dom inio de las causas, sino por una t ransm isión cualit at iva que va de una causa im plicada en la definición a una significat iva percepción en los efect os. Durant e m ucho t iem po —hast a principios del siglo XVI I —, la discusión sobre la 67 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault m elancolía perm aneció dent ro de la t radición de los cuat ro hum ores y de sus cualidades esenciales: cualidades est ables propias de una sust ancia, la cual sólo puede ser considerada com o causa. Para Fernel, el hum or m elancólico, em parent ado con la Tierra y el ot oño, es un j ugo " espeso en consist encia, frío y seco en su t em peram ent o" . clx Pero en la prim era m it ad del siglo, se origina t oda una discusión a propósit o del origen ele la m elancolía: ¿es necesario t ener un t em peram ent o m elancólico para ser víct im a de la m elancolía? clxi ¿El hum or m elancólico es siem pre frío y seco; no puede ser j am ás calient e y húm edo? ¿Es m ás bien la sust ancia la que act úa, o son sus cualidades las que se com unican? Se puede resum ir de la m anera siguient e lo que se logró en el curso de est e largo debat e: 1) La causalidad de las sust ancias es rem plazada cada vez m ás a m enudo por un avance en el est udio de las cualidades que sin necesidad de ningún soport e se t ransm it en inm ediat am ent e del cuerpo al alm a, del hum or a las ideas, de los órganos a la conduct a. Así, la m ej or prueba para el apologist a de Duncan de que el j ugo m elancólico provoca la m elancolía, consist e en el hecho de que en él se encuent ran las cualidades m ism as de la enferm edad: " El j ugo m elancólico posee m ás propiam ent e las condiciones necesarias para producir la m elancolía que vuest ras cóleras encendidas, puest o que por su frialdad, dism inuye la cant idad de sus espírit us; por su sequedad, les hace capaces de conservar durant e un largo t iem po una especie de fuert e y t enaz im aginación; y por su negrura, los priva de su claridad y de su sut ileza nat ural." clxii 2) Exist e, adem ás de est a m ecánica de las cualidades, una dinám ica que analiza en cada una de ellas la pot encia que se encuent ra guardada. Así, el frío y la sequedad pueden ent rar en conflict o con el t em peram ent o, y de est a oposición nacen los sínt om as de la m elancolía t ant o m ás violent os puest o que hay lucha: la fuerza que t riunfa arrast ra t ras de sí t odas aquellas que se le resist en. Así, las m uj eres, que por su nat uraleza son poco accesibles a la m elancolía, present an sínt om as m ás graves cuando son at acadas por ella. " Son t rat adas con m ayor crueldad y m ás violent am ent e t rast ornadas por ella, porque siendo la m elancolía m ás opuest a a su t em peram ent o, las alej a m ás de su const it ución nat ural." clxiii 3) Pero en algunas ocasiones el conflict o nace en el int erior de una m ism a cualidad. Una cualidad puede alt erarse a sí m ism a durant e su desarrollo, y convert irse en su propio cont rario. Así, cuando " las ent rañas se calient an, cuando t odo se fríe en el int erior del cuerpo... cuando t odos los j ugos se quem an" , ent onces t odo est e conj unt o puede t ransform arse en fría m elancolía, produciéndose " casi la m ism a cosa que hace una gran cant idad de cera sobre una ant orcha volt eada... Est e enfriam ient o del cuerpo es el efect o ordinario que sigue a los calores inm oderados, cuando ést os han arroj ado y agot ado su vigor" . clxiv Hay una especie de dialéct ica de la cualidad que, libre de t odo const reñim ient o sust ancial, de t oda t area originaria, avanza a pesar de t ropiezos y cont radicciones. 4) En fin, las cualidades pueden ser m odificadas por los accident es, las circunst ancias y las condiciones de la vida, de t al m anera que un ser que es seco y frío puede llegar a ser calient e y húm edo, si su m anera de vivir lo conduce a ello; así les acont ece a las m uj eres: ''viven en la ociosidad, y siendo su cuerpo m enos t ranspirador [ que el de los hom bres] , perm anecen dent ro de él los calores, los espírit us y los hum ores" . clxv Liberadas del soport e sust ancial dent ro del cual habían perm anecido prisioneras, las cualidades van a poder represent ar un papel de organizadoras e int egradoras en la noción de m elancolía. Por una part e, van a recort ar, ent re los sínt om as y las m anifest aciones, un ciert o perfil de la t rist eza, de la negrura, de la lent it ud, de la 68 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault inm ovilidad. Por ot ra part e, van a dibuj ar un soport e causal que no será ya la fisiología de un hum or, sino la pat ología de una idea, un m iedo, un t error. La unidad m orbosa no ha sido definida a part ir de los sínt om as observados ni de las causas supuest as sino que, a m it ad de los unos y las ot ras, ha sido percibida com o una ciert a coherencia cualit at iva, que posee sus leyes de t ransm isión, de desarrollo y de t ransform ación. La lógica secret a de est a cualidad es la que m arca el desarrollo de la noción de m elancolía, y no la t eoría m edicinal. Est o es realm ent e ciert o desde los t ext os de Willis. A prim era vist a, la coherencia de los análisis se encuent ra allí asegurada al nivel de la reflexión especulat iva. La explicación, en la obra de Willis, est á t om ada de la de los espírit us anim ales y de sus propiedades m ecánicas. La m elancolía es " una locura sin fiebre ni furor, acom pañada de m iedo y de t rist eza" . En la m edida en que es delirio — es decir, rupt ura esencial con la verdad—, su origen reside en un m ovim ient o desordenado de los espírit us y en un est ado defect uoso del cerebro; pero el m iedo y la inquiet ud que vuelven t rist es y m et iculosos a los m elancólicos, ¿pueden explicarse sólo por los m ovim ient os? ¿Puede exist ir una m ecánica del m iedo y una circulación de los espírit us que sean propias de la t rist eza? Para Descart es est o es evident e; no lo es ya para Willis. La m elancolía no puede ser t rat ada com o una parálisis, una apoplej ía, un vért igo o una convulsión. En el fondo, ni siquiera se le puede analizar com o a una sim ple dem encia, aun cuando el delirio m elancólico supone un desorden igual en el m ovim ient o de los espírit us. Las dificult ades de la m ecánica explican bien el delirio — error com ún a t oda locura, dem encia o m elancolía— pero no la cualidad propia del delirio, el color de t rist eza y de m iedo que hace de su paisaj e algo singular. Es necesario penet rar en el secret o de las diát esis. clxvi A la larga, son esas cualidades esenciales, escondidas en el grano m ism o de la m at eria sut il, las que dan cuent a de los m ovim ient os paradój icos de los espírit us. En la m elancolía, los espírit us son t ransport ados por una agit ación, pero una agit ación débil, sin poder ni violencia: una especie de t irón im pot ent e, que no sigue los cam inos t razados ni las vías abiert as ( apert a opercula) , sino que at raviesa la m at eria cerebral, haciendo unos poros siem pre nuevos; sin em bargo, los espírit us no se apart an m ucho de los cam inos que ellos m ism os han t razado; m uy pront o su agit ación languidece, su fuerza se agot a y el m ovim ient o se det iene: " non longe perveniunt " . clxvii Así, una ofuscación sem ej ant e, com ún a t odos los delirios, no puede producir en la superficie del cuerpo esos m ovim ient os violent os, ni esos grit os que se producen en la m anía y en el frenesí; la m elancolía no llega j am ás al furor; es la locura en los lím it es de su im pot encia. Est a paradoj a se debe a las alt eraciones secret as de los espírit us. Ordinariam ent e, t ienen la rapidez casi inm ediat a y la t ransparencia absolut a de los rayos lum inosos; pero en la m elancolía, se conviert en en seres noct urnos; se hacen " oscuros, opacos, y t enebrosos" ; y las im ágenes de las cosas que ellos conducen al cerebro y al espírit u est án veladas por " la som bra y las t inieblas" . clxviii Más pesados, parecen m ás próxim os a un oscuro vapor quím ico que a la luz pura. Vapor quím ico que sería de nat uraleza acida, ant es que sulfurosa o alcohólica, ya que en los vapores ácidos las part ículas son m óviles, y aun incapaces de reposo; pero est a act ividad es débil, sin t rascendencia; cuando se les dest ila, no queda en el alam bique sino una flem a insípida. ¿No t ienen los vapores ácidos las m ism as propiedades que la m elancolía? Mient ras que los vapores alcohólicos, siem pre predispuest os a inflam arse, nos inducen a pensar m ás bien en el frenesí, y los vapores sulfurosos en la m anía, ya que poseen un m ovim ient o cont inuo y violent o. Si est o es así, sería preciso buscar " la razón form al y las causas" de la m elancolía, en los vapores que suben por m edio de la sangre al cerebro y que han degenerado en un vapor ácido y corrosivo. clxix En apariencia, es t oda una m elancolía de los espírit us y t oda una quím ica de los hum ores lo que guía el análisis de Willis; pero en realidad, el hilo direct or est á sobre t odo en las cualidades inm ediat as del m al m elancólico: un desorden im pot ent e, y después esa som bra sobre 69 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault el espírit u, con esa aspereza acida que corroe el corazón y el pensam ient o. La quím ica de los ácidos no es la explicación de los sínt om as; es una opción cualit at iva: t oda una fenom enología de la experiencia m elancólica. Unos set ent a años m ás t arde, los espírit us anim ales han perdido su prest igio cient ífico. El secret o de las enferm edades est riba en los elem ent os sólidos y líquidos del cuerpo. El Diccionario Universal de Medicina, publicado por Jam es en I nglat erra, propone en el art ículo " Manía" una et iología com parada de est a enferm edad y de la m elancolía. " Es evident e que el cerebro es el sit io donde residen t odas las enferm edades de est a especie. .. Es allí donde el Creador ha fij ado, aunque de una m anera inconcebible, la residencia del alm a, del espírit u, del genio, de la im aginación, de la m em oria y de t odas las sensaciones... Todas est as nobles funciones serán m odificadas, depravadas, dism inuidas y t ot alm ent e dest ruidas, si la sangre y los hum ores llegan a falt ar en calidad y en cant idad, y no son ya conducidos al cerebro de una m anera uniform e y t em perada, si circulan allí con violencia e im pet uosidad, o si se m ueven lent a, difícil o lánguidam ent e." clxx Ese curso lánguido, esos vasos replet os, esa sangre pesada e im pura que el corazón difícilm ent e puede repart ir en el organism o, y que t iene dificult ades para penet rar en las pequeñas y est rechas art erias del cerebro, donde la circulación debe ser bast ant e rápida para alim ent ar al pensam ient o, const it uyen el conj unt o de im pedim ent os que explican a la m elancolía. Pesadez, lent it ud, em barazo, const it uyen las cualidades prim it ivas que guían el análisis. La explicación se efect úa com o una t ransferencia al organism o de las cualidades observadas en el port e, la conduct a y las plát icas del enferm o. Se va de la aprehensión cualit at iva a la explicación supuest a; pero es la aprehensión la que prevalece y t riunfa sobre la coherencia t eórica. En la obra de Lorry, las dos grandes explicaciones m édicas —por los sólidos y por los fluidos— se yuxt aponen y acaban por m ezclarse, perm it iendo la dist inción de dos clases de m elancolía. Aquella cuyo origen est á en los sólidos es la m elancolía nerviosa: una sensación part icularm ent e fuert e conm ueve las fibras que la reciben; para rechazarla, la t ensión aum ent a en las ot ras fibras, que son a la vez m ás rígidas y suscept ibles de vibrar m ás. Pero si la sensación se hace m ás fuert e, la t ensión llega a ser t al en las ot ras fibras que ést as pierden la capacidad de vibrar; es t al el est ado de rigidez que la circulación de la sangre se det iene en est a zona y los espírit us anim ales quedan inm ovilizados. Ent onces aparece la m elancolía. En la ot ra form a de la enferm edad, la " form a líquida" , los hum ores se encuent ran im pregnados de at rabilis; se vuelven m ás espesos; cargada con est os hum ores, la sangre se vuelve pesada, y se est anca en las m eninges hast a el punt o de com prim ir los órganos principales del sist em a nervioso. Se vuelve a present ar ent onces la rigidez en la fibra; pero en est e caso se t rat a solam ent e de una consecuencia de un fenóm eno hum oral. Lorry dist ingue dos m elancolías; en realidad es el m ism o conj unt o de cualidades el que asegura a la m elancolía su unidad real; pero esa división le perm it e al aut or exponer sucesivam ent e la m elancolía en dos sist em as explicat ivos. Solam ent e el edificio t eórico se ha desdoblado. El fondo cualit at ivo de la experiencia es el m ism o. La m elancolía es una unidad sim bólica form ada por la languidez de los fluidos, por el oscurecim ient o de los espírit us anim ales y por la som bra crepuscular que ést os ext ienden sobre las im ágenes de las cosas, por la viscosidad de la sangre que se arrast ra difícilm ent e por los vasos, por el espesor de los vapores que se han vuelt o negruzcos, delet éreos y acres, por funciones viscerales que se han hecho m ás lent as, com o si los órganos se viesen cubiert os por una viscosidad; est a unidad, m ás bien sensible que concept ual o t eórica, da a la m elancolía el signo que le es propio. Est e t rabaj o, m ucho m ás que una observación fiel, es el que reorganiza el conj unt o de los sínt om as y el m odo de aparición de la m elancolía. El t em a del delirio parcial 70 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault desaparece cada vez m ás frecuent em ent e com o el sínt om a principal de los m elancólicos, para ser sust it uido por los dat os cualit at ivos com o la t rist eza, la am argura, el gust o de la soledad, la inm ovilidad. A finales del siglo XVI I I , se clasificarán fácilm ent e com o m elancolías las locuras sin delirio, caract erizadas por la inercia, por la desesperación y por una especie de est upor som brío. clxxi En el Diccionario de Jam es se habla ya de una m elancolía apoplét ica, sin idea delirant e, en la cual los enferm os " no quieren abandonar su cam a... cuando est án de pie no cam inan sino cuando son obligados por sus am igos o por aquellos que los sirven; no evit an a los hom bres; pero parece que no ponen ninguna at ención a aquello que se les dice, y nunca responden" . clxxii Si en ese caso la inm ovilidad y el silencio son considerados los elem ent os m ás im port ant es y los que det erm inan el diagnóst ico de la m elancolía, t am bién hay suj et os en los que no se observa sino am argura, languidez, y deseo de soledad; su m ism a agit ación no debe engañar ni aut orizar un j uicio apresurado de que nos hallam os en presencia de una m anía; se t rat a indudablem ent e de una m elancolía, ya que los pacient es " evit an la com pañía, les gust an los lugares solit arios, y deam bulan sin saber a dónde van; t ienen el color am arillent o, la lengua seca com o si est uvieran m uy sedient os, los oj os secos, hundidos, j am ás hum edecidos por las lágrim as; el cuerpo seco y ardient e, y el rost ro som brío, cubiert o de horror y t rist eza" . clxxiii Los análisis de la m anía y su evolución en el curso de la época clásica obedecen a un m ism o principio de coherencia. Willis considera a la m anía y a la m elancolía com o dos t érm inos opuest os. El espírit u del m elancólico est á com plet am ent e ocupado por la reflexión, de t al m anera que la im aginación perm anece en ociosidad y reposo; en el m aniaco, al cont rario, la fant asía y la im aginación est án ocupadas por un fluj o perpet uo de pensam ient os im pet uosos. Mient ras que el espírit u del m elancólico se fij a sobre un solo obj et o, único, y al que at ribuye unas proporciones irrazonables, la m anía deform a concept os y nociones; o bien los obj et os pierden su congruencia, o bien los caract eres de su represent ación est án falseados; de t odas m aneras, el conj unt o pensant e est á dañado en sus relaciones esenciales con la verdad. La m elancolía, finalm ent e, se present a siem pre acom pañada por la t rist eza y el m iedo; en el m aniaco, al cont rario, se observan la audacia y el furor. La causa del m al se encuent ra siem pre en el m ovim ient o de los espírit us anim ales, ya se t rat e de m anía o de m elancolía. Pero en la m anía, ese m ovim ient o es peculiar: cont inuo, violent o, con capacidad perm anent e para hacer nuevos poros en la m at eria cerebral, y const it uye una especie de soport e m at erial de los pensam ient os incoherent es, de las act it udes explosivas, de las palabras inint errum pidas que denuncian la m anía. Toda est a perniciosa m ovilidad es sem ej ant e a la del agua infernal, hecha de licor sulfuroso, a la de aquellas aquae st ygiae, ex nit ro, vit riolo, ant im onio, arsénico, et sim ilibus exst illat ae: las part ículas est án allí en m ovim ient o perpet uo; son capaces de horadar nuevos poros y canales en cualquier m at erial y t ienen fuerza suficient e para propagarse a dist ancia, así com o los espírit us m aniacos que son capaces de agit ar t odas las part es del cuerpo. El agua infernal reflej a en el secret o de sus m ovim ient os t odas las im ágenes en las cuales la m anía t om a su form a concret a. Y const it uye a la vez su m it o quím ico y com o su verdad dinám ica. En el curso del siglo XVI I I , la im agen, con t odas sus im plicaciones m ecánicas y m et afísicas de espírit us anim ales en los canales de los nervios, es frecuent em ent e rem plazada por la im agen, m ás est rict am ent e física pero de valor aún m ás sim bólico, de una t ensión a la cual est arían som et idos los nervios, los vasos, y t odo el sist em a de las fibras orgánicas. La m anía se considera ent onces una t ensión de las fibras 71 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault llevadas a su paroxism o, y el m aniaco com o una especie de inst rum ent o cuyas cuerdas, por el efect o de una t racción exagerada, com enzaran a vibrar con la excit ación m ás débil y lej ana. El delirio m aniaco consist e en una vibración cont inua de la insensibilidad. A t ravés de est a im agen, las diferencias con la m elancolía se precisan y se organizan com o una ant ít esis rigurosa: el m elancólico no es ya capaz de resonar m ovido por el m undo ext erior, porque sus fibras est án dist endidas, o han sido inm ovilizadas por una t ensión m uy grande ( podem os observar cóm o la m ecánica de las t ensiones explica t an bien la inm ovilidad m elancólica com o la agit ación m aniaca) : solam ent e algunas fibras resuenan en el m elancólico, y son aquellas que corresponden al punt o preciso donde se localiza su delirio. Al cont rario, el m aniaco vibra ant e cualquier excit ant e, y su delirio es universal; las excit aciones no se pierden en el espesor de su inm ovilidad, com o acont ece con el m elancólico; cuando su organism o las rest it uye, ya han sido m ult iplicadas, com o si los m aniacos hubiesen acum ulado en la t ensión de sus fibras una energía suplem ent aria. Es est o m ism o, incluso, lo que los hace después insensibles, no con una insensibilidad som nolient a com o la de los m elancólicos, sino con una insensibilidad t ensa, form ada por vibraciones int eriores; es por est o sin duda por lo que " no t em en ni el frío ni el calor, desgarran sus vest iduras y se acuest an com plet am ent e desnudos en pleno invierno, sin enfriarse por ello" . Por est a m ism a razón ellos sust it uyen el m undo real, que los solicit a const ant em ent e, por el m undo irreal y quim érico de su delirio. " Los sínt om as esenciales de la m anía provienen del hecho de que los obj et os no se present an a los enferm os t ales y com o son en realidad." clxxiv El delirio de los m aniacos no est á det erm inado por un vicio part icular del j uicio; const it uye un defect o que se localiza en la t ransm isión de las im presiones sensibles al cerebro, un defect o de la inform ación. En la psicología de la locura, la viej a idea de la verdad com o " conform idad del pensam ient o con las cosas" , se t rueca en la m et áfora de una resonancia, en una especie de fidelidad m usical de la fibra ant e las sensaciones que le hacen vibrar. Ese t em a de la t ensión dinám ica se desarrolla fuera del cam po de la m edicina de los sólidos, en inst it uciones aún m ás cualit at ivas. La rigidez de las fibras del m aniaco es propia de un paisaj e seco; la m anía se present a acom pañada norm alm ent e por un agot am ient o de los hum ores, y una aridez general en t odo el organism o. En esencia, la m anía es algo desért ico, arenoso. Bonet , en su Sepulchret um , asegura que los cerebros de los m aniacos que había podido observar, se hallaron en est ado de sequedad, de dureza y de friabilidad. clxxv Más t arde, Albrecht von Haller observará t am bién que el cerebro del m aniaco es duro, seco y quebradizo. clxxvi Menuret recuerda una observación de Forest ier que m uest ra claram ent e que un desperdicio excesivo de hum or, al secar los vasos y las fibras, puede provocar un est ado de m anía; se t rat aba de un j oven que " habiéndose casado con una m uj er, en verano, se volvió m aniaco en virt ud del com ercio excesivo que t uvo con ella" . Lo que ot ros im aginan o suponen, lo que ven en una sem ipercepción, Dufour lo ha verificado, m edido y cont ado. En el t ranscurso de una aut opsia, ha conseguido aislar una part e de la sust ancia m edular del cerebro de un suj et o m uert o en est ado de m anía; ha recort ado " un cubo de seis líneas en t odos sent idos" cuyo peso era de 3 j . g. I I I , m ient ras que el m ism o volum en aislado de un cerebro ordinario pesa 3 j . g. V: " Est a desigualdad de peso que parece inicialm ent e de poca im port ancia, no es t an pequeña, si se pone at ención al hecho de que la diferencia específica que exist e ent re la m asa t ot al del cerebro de un loco y el de un hom bre cuerdo, es aproxim adam ent e 7 gros ( * ) * m enos en el adult o, en el cual la m asa ent era del cerebro pesa ordinariam ent e t res libras." clxxvii La resequedad y la ligereza de la m anía se llega a poner de m anifiest o incluso en la balanza. ( * ) * Gros: ant igua subdivisión de la libra francesa, igual a la oct ava part e de una onza, o sea, cerca de 4 gram os. [ T.] 72 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Est a sequedad int erna y est e calor, ¿no est án probados por añadidura por la facilidad con la que los m aniacos soport an los m ás grandes fríos? Es un hecho est ablecido que se les ha vist o pasearse desnudos sobre la nieve, clxxviii que no hay necesidad de calent arlos cuando se les encierra en el asilo clxxix , que incluso se les puede curar por m edio del frío. Desde la época de Van Helm ont se pract ica corrient em ent e la inm ersión de los m aniacos en agua helada, y Menuret asegura haber conocido a una persona m aniaca, que al escapar de la prisión en donde est aba ret enida, " cam inó varias leguas baj o una lluvia violent a sin som brero y casi sin ropa, y recobró por est e m edio una perfect a salud" clxxx . Mont chau, que ha curado a un m aniaco haciéndole " arroj arse desde el sit io m ás alt o posible sobre el agua helada" , no se asom bra de un result ado t an favorable; reúne, para explicarlo, t odas las t esis del calent am ient o orgánico que se han sucedido y ent recruzado desde el siglo XVI I : " No debe uno sorprenderse de que el agua y el hielo hayan producido una curación t an pront a y perfect a, en el m om ent o m ism o en que la sangre hervía, la bilis est aba en furor, y t odos los líquidos rebelados llevaban a t odas part es la pert urbación y la irrit ación" ; por la im presión del frío " los vasos se cont raj eron con m ayor violencia, y se desprendieron los líquidos que los ent orpecían; la irrit ación de las part es sólidas causada por el calor ext rem o de los líquidos que en ellas se cont enían, cesó, y al relaj arse los nervios, la circulación de los espírit us que se desplazaban irregularm ent e de un lado al ot ro, se rest ableció en su est ado nat ural" . clxxxi El m undo de la m elancolía era húm edo, pesado y frío; el de la m anía es seco, ardient e, hecho a la vez de violencia y de fragilidad; un calor que no es sensible, pero que se m anifiest a por t odas part es, t ransform a est e m undo en algo árido, friable, siem pre dispuest o a ablandarse baj o el efect o de una húm eda frescura. En el desarrollo de t odas est as sim plificaciones cualit at ivas, la m anía alcanza a la vez su am plit ud y su unidad. Ha perm anecido lo m ism o que era al principio del siglo XVI I , un " furor sin fiebre" ; pero por encim a de est as dos caract eríst icas, que no eran sino descript ivas, se ha desarrollado un t em a percept ivo que es el que realm ent e ha organizado el cuadro clínico. Cuando los m it os explicat ivos se hayan desvanecido, cuando ya no se hable de los hum ores, los espírit us, los sólidos, los fluidos, quedará el esquem a de coherencia de las cualidades, que ya no serán siquiera nom bradas; y lo que la dinám ica del calor y del m ovim ient o ha agrupado lent am ent e en una const elación caract eríst ica de la m anía, se observará ahora com o un com plej o nat ural, com o una verdad inm ediat a para la observación psicológica. Aquello que se había percibido com o calor, im aginado com o agit ación de los espírit us, soñado com o t ensión de la fibra, va a ser conocido en adelant e en la t ransparencia neut ralizada de las nociones psicológicas: vivacidad exagerada de las im presiones int ernas, rapidez en la asociación de ideas, falt a de at ención al m undo ext erior. La descripción de De La Rive posee ya est a lim pidez: " Los obj et os ext eriores no producen sobre el espírit u de los enferm os la m ism a im presión que sobre el del hom bre sano; sus im presiones son débiles, y rara vez les prest a at ención. Su espírit u est á t ot alm ent e absorbido por la vivacidad de las ideas que se producen en su cerebro desarreglado. Est as ideas poseen un grado t al de vivacidad, que el enferm o cree que represent an obj et os reales y j uzga en consecuencia." clxxxii Pero es preciso no olvidar que la est ruct ura psicológica de la m anía, t al y com o aflora a finales del siglo XVI I I para fij arse de una m anera est able, no es sino el dibuj o superficial de t oda una organización profunda que va a zozobrar y que se había desarrollado según las leyes sem i- percept ivas, sem iim aginarias de un m undo cualit at ivo. Sin duda, est e universo del calor y el frío, de la hum edad y la sequedad, vuelve a recordar al pensam ient o m édico, ya en vísperas del posit ivism o, baj o qué cielo ha nacido la m anía. Pero est e conj unt o de im ágenes no es sim plem ent e un recuerdo; const it uye t am bién un t rabaj o. Para form ar la experiencia posit iva de la m anía y de la 73 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault m elancolía, ha sido preciso que exist a, en est e horizont e de im ágenes, est a gravit ación de las cualidades, at raídas las unas hacia las ot ras, por t odo un sist em a de relaciones sensibles y afect ivas. Si la m anía y la m elancolía han t om ado de allí en adelant e la form a que les reconoce nuest ro saber, no es porque hayam os aprendido con el t ranscurso de los siglos a " abrir los oj os" ant e ciert as señales reales; es m ás bien porque hem os purificado nuest ra percepción, hast a convert irla en t ransparent e; es porque en la experiencia de la locura, se han int egrado est os concept os alrededor de ciert os t em as cualit at ivos que les han dado su unidad y su coherencia significat iva y, finalm ent e, los han hecho percept ibles. Se ha pasado de un j uego de señales nocionales sim ples ( furor sin fiebre, idea delirant e y fij a) a un cam po cualit at ivo, aparent em ent e m enos organizado, m ás fácil, con m enor precisión en los lím it es; pero sólo en él se han podido const it uir unas unidades sensibles, reconocibles, realm ent e present es en la experiencia global de la locura. El espacio de observación de est as enferm edades ha sido est ablecido dent ro de los paisaj es que les han dado oscuram ent e su est ilo y est ruct ura. Por una part e, un m undo m oj ado, casi diluviano, donde el hom bre est á sordo, ciego y adorm ecido para t odo aquello que no es su t error único; un m undo sim plificado al ext rem o, desm esuradam ent e agrandado en un solo det alle. Del ot ro lado, un m undo ardient e y desért ico, un m undo pánico donde t odo es desorden, huida, est ela inst ant ánea. Es el rigor de est os t em as en su form a cósm ica —no en las aproxim aciones de una prudencia observadora— el que ha organizado la experiencia ( ya casi nuest ra experiencia) de la m anía y la m elancolía. Es al espírit u de observación de Willis, a la pureza de su percepción m édica, a lo que se ha at ribuido el " descubrim ient o" del ciclo m aniaco- depresivo, digam os, ant es bien, de la alt ernación m anía- m elancolía. Efect ivam ent e, el t rabaj o de Willis es m uy int eresant e. Pero de ant em ano, es preciso advert ir que el paso de una afección a la ot ra no es ent endido por él com o un hecho observable, del que se t rat aría, a cont inuación, de hallar la explicación; se ent iende m ás bien com o la consecuencia de una afinidad profunda, que pert enece al orden de la nat uraleza secret a de est as enferm edades. Willis no cit a un solo caso de alt ernación que haya podido observar; lo que él descubre prim eram ent e es un parent esco int erior ent re am bos m ales, que ent raña raras m et am orfosis: " Después de la m elancolía, es preciso hablar de la m anía, que guarda con aquélla t ant as afinidades, que llega a suceder frecuent em ent e que est as afecciones se cam bien la una por la ot ra." Sucede, en efect o, que cuando la diát esis m elancólica se agrava, se t ransform a en furor; al cont rario, cuando el furor decrece y pierde su fuerza para ent rar en reposo, se t ransform a en la diát esis at rabiliaria. clxxxiii Para un em pirism o riguroso, habría allí dos enferm edades reunidas, o m ej or, dos sínt om as sucesivos de una m ism a enferm edad. En realidad, Willis no considera el problem a en t érm inos de sínt om as, ni en t érm inos de enferm edad; busca allí solam ent e la unión de dos est ados dent ro de la dinám ica de los espírit us aním ales. En el m elancólico, recordam os, los espírit us eran som bríos y oscuros; proyect aban sus t inieblas sobre las im ágenes de las cosas y form aban, en la luz del alm a, una especie de nube; en la m anía, al cont rario, los espírit us se agit an con un ardor perpet uo; son conducidos por un m ovim ient o irregular, que vuelve a com enzar perpet uam ent e; es un m ovim ient o que roe y que consum e, y que aun sin fiebre, irradia su calor. Ent re la m anía y la m elancolía la afinidad es evident e; no es una afinidad de sínt om as que se unen en la experiencia: es la afinidad m ayor y m ás evident e que se da en el m undo de la im aginación, que une, en un m ism o fuego, el hum o y la flam a. " Si se puede decir que en la m elancolía, el cerebro y los espírit us est án oscurecidos por un hum o, por una especie de vapor espeso, t am bién podem os afirm ar que en la m anía los espírit us est án ilum inados por una especie de incendio com enzado por ellos." clxxxiv La llam a, con un vivo m ovim ient o disipa el hum o; pero ést e, al volver a reunirse, apaga 74 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault la llam a y ext iende su claridad. La unidad de la m anía y de la m elancolía no significa para Willis que se t rat e de una sola enferm edad: es un fuego secret o, en el cual luchan las llam as y el hum o, un elem ent o que aport a t ant o la luz com o la som bra. Ningún m édico del siglo XVI I I , o casi ninguno, desconoce la proxim idad de la m anía y la m elancolía. Sin em bargo, un buen núm ero de ellos se niega a reconocer que se t rat a de dos m anifest aciones de una sola enferm edad. clxxxv Muchos de ellos com prueban una sucesión, sin percibir una unidad sint om át ica. Sydenham prefiere dividir la m anía en dos especies: de un lado la m anía ordinaria, debida a " una sangre m uy exalt ada y m uy viva" ; del ot ro lado, una m anía que por regla general " degenera en est upidez" . Est a últ im a " proviene de la debilidad de la sangre, a la cual una larga ferm ent ación ha privado de sus part es m ás espirit uosas" . clxxxvi Más a m enudo se adm it e que la sucesión de la m anía y la m elancolía es un fenóm eno de m et am orfosis o de lej ana causalidad. Para Lieut aud una m elancolía que dura m ucho t iem po y se exaspera en su delirio pierde sus cualidades t radicionales, y adquiere un ext raño parecido con la m anía: " El últ im o grado de la m elancolía t iene m uchas afinidades con la m anía" clxxxvii Pero el est at ut o de est a analogía no ha sido elaborado. Para Dufour, la unión es m ás débil aún: se t rat a de un encadenam ient o causal lej ano: la m elancolía puede provocar la m anía, así com o " las lom brices en los senos front ales, o los vasos dilat ados o varicosos" . clxxxviii Sin el apoyo de una im agen, ninguna observación llega a t ransform ar la verificación de una sucesión en una est ruct ura sint om át ica, a la vez precisa y esencial. Es indudable que la im agen de la llam a y del hum o desaparece en la obra de los sucesores de Willis; pero aún es en el int erior de las im ágenes donde se realiza el t rabaj o de organización; las im ágenes son cada día m ás funcionales, cada vez m ej or insert adas en los grandes t em as fisiológicos de la circulación y el calent am ient o, cada vez m ás alej adas de las figuras cósm icas que Willis había ut ilizado. En la obra de Boerhaave y de su com ent arist a Van Swiet en, la m anía es m uy nat uralm ent e el grado superior de la m elancolía, no solam ent e debido a una m et am orfosis frecuent e, sino por efect o de un encadenam ient o dinám ico necesario: el líquido cerebral, que se est anca en el at rabiliario, ent ra en agit ación al cabo de ciert o t iem po, pues la bilis negra que obst ruye las visceras se t ransform a por su m ism a inm ovilidad, en algo " m ás acre y m ás m aligno" ; en ella se form an unos elem ent os m ás ácidos y m ás finos que, al ser t ransport ados por la sangre al cerebro, provocan la gran agit ación de los m aniacos. La m anía no se dist ingue, pues, de la m elancolía, sino por una diferencia de grado: aquélla es la cont inuación nat ural de ést a, nace por las m ism as causas, y ordinariam ent e se puede curar con los m ism os rem edios. clxxxix Para Hoffm ann la unidad de la m anía y la m elancolía es un efect o nat ural de las leyes del m ovim ient o y del " choque" ; pero lo que es m ecánica pura en el nivel de los principios se t ransform a en dialéct ica cuando se t rat a del desarrollo de la enferm edad y de la vida. La m elancolía, en efect o, se caract eriza por la inm ovilidad; es decir, la acción de la sangre espesa congest iona el cerebro; allí donde debería circular es donde se inm oviliza, det enida por su pesadez. Pero si la pesadez hace m ás lent o el m ovim ient o, t am bién hace que el " choque" sea m ás violent o al producirse; el cerebro, j unt o con sus vasos, e incluso con su sust ancia, son golpeados con gran fuerza, y t ienden a resist ir m ás, a endurecerse, y debido a est e endurecim ient o la sangre pesada regresa con m ayor fuerza; su m ovim ient o aum ent a, y provoca en breve la agit ación que caract eriza a la m anía. cxc Se ha pasado pues, de la m anera m ás nat ural, de la im agen de un est ancam ient o inm óvil, a las im ágenes de la sequedad, de la dureza, del m ovim ient o vivo, gracias a un encadenam ient o en el cual los principios de la m ecánica clásica son a cada inst ant e t ransform ados, desviados y falseados por la fidelidad a t em as im aginarios, que son los verdaderos organizadores de est a unidad funcional. A cont inuación, ot ras im ágenes vendrán a agregarse; pero no t endrán ya un papel 75 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault const it ut ivo; funcionarán solam ent e com o variaciones int erpret at ivas del t em a de la unidad, que ya ha sido logrado. Sirva com o ej em plo la explicación que propone Spengler de la alt ernación de la m anía y la m elancolía; t om a com o m odelo el principio de la pila eléct rica. Prim eram ent e habría una concent ración de la pot encia nerviosa y de su fluido en una u ot ra región del sist em a; est e sect or es el único excit ado, m ient ras que el rest o del sist em a perm anece en est ado de sueño: ést a es la fase m elancólica. Pero cuando est a carga local llega a ciert o grado de int ensidad, se ext iende bruscam ent e a t odo el sist em a, al cual agit a con violencia durant e ciert o t iem po, hast a que la descarga sea com plet a; aquí nos encont ram os con la fase m aniaca. cxci Por su m ism a elaboración, la im agen es dem asiado com plet a y dem asiado com plej a, y est á t om ada de un m odelo dem asiado lej ano para desem peñar un papel de organización en la percepción de la unidad pat ológica. Por el cont rario, la im agen ha sido provocada por esa percepción, la cual reposa a su vez sobre im ágenes unificadoras pero m ucho m ás elem ent ales. Est as im ágenes est án secret am ent e present es en el t ext o del Diccionario de Jam es, uno de los prim eros libros donde el ciclo m aniaco- depresivo est á expuest o com o una verdad observable, com o una unidad fácilm ent e com prensible para una percepción liberada. " Es absolut am ent e necesario reducir la m elancolía y la m anía a una sola especie de enferm edad, y consecuent em ent e exam inarlas conj unt am ent e, pues hem os encont rado, por m edio de nuest ras experiencias y observaciones diarias, que la una y la ot ra t ienen el m ism o origen y la m ism a causa... Las observaciones m ás exact as de la experiencia de t odos los días confirm an lo m ism o, pues podem os ver que los m elancólicos, principalm ent e aquellos en que est a disposición es invet erada, se t ransform an fácilm ent e en m aniacos, y cuando la m anía cesa, la m elancolía recom ienza, de t al m anera que hay un paso y un ret orno de la una y la ot ra de acuerdo con ciert os periodos." cxcii Lo que se ha const it uido en los siglos XVI I y XVI I I , m erced a las im ágenes, es una est ruct ura percept iva y no un sist em a concept ual o aun un conj unt o sint om át ico. La prueba de est o est riba en el hecho de que com o en t oda percepción, se podrán alt erar algunos m at ices cualit at ivos, sin que se alt ere la figura en conj unt o. Así, Cullen descubrirá que en la m anía, com o en la m elancolía, exist e " un obj et o principal de delirio" ; cxciii e inversam ent e at ribuirá la m elancolía a un " t ej ido m ás seco y m ás firm e de la sust ancia m edular del cerebro" cxciv Lo esencial es que el t rabaj o no se ha realizado pasando de la observación a la const rucción de im ágenes explicat ivas; al cont rario, las im ágenes han t enido el papel principal en la sínt esis, y su fuerza de organización ha hecho posible una est ruct ura percept iva, en la cual, finalm ent e, los sínt om as podrán t om ar su valor significat ivo, y organizarse com o presencia visible de la verdad. I I I . HI STERI A E HI POCONDRÍ A Dos problem as se present an respect o a est e t em a: 1) ¿Hast a qué punt o es legít im o t rat arlas com o enferm edades m ent ales, o al m enos com o form as de la locura? 2) ¿Tenem os derecho a t rat arlas conj unt am ent e, com o si form asen una parej a virt ual, parecida a la que const it uyeron m uy pront o la m anía y la m elancolía? Un vist azo a las clasificaciones es suficient e para convencerse; la hipocondría no figura siem pre al lado de la dem encia y de la m anía; la hist eria ocupa allí un lugar sólo m uy raram ent e. Plat er no habla de la una ni de la ot ra al m encionar las lesiones 76 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault de los sent idos; a finales de la época clásica, Cullen las clasificará aún ent re las vesanias: la hipocondría ent re las " adinam ias o enferm edades que consist en en un debilit am ient o o pérdida del m ovim ient o en las funciones vit ales o anim ales" ; la hist eria ent re " las afecciones espasm ódicas de las funciones nat urales" . cxcv Es raro, adem ás, que en los cuadros nosográficos est as dos enferm edades queden cat alogadas en una cercanía lógica, o aun aproxim adas baj o la form a de una oposición. Sauvages clasifica la hipocondría ent re las alucinaciones —" alucinaciones que sólo alt eran la salud" — y la hist eria ent re las form as de convulsión. cxcvi Linneo efect úa la m ism a repart ición. cxcvii ¿No son fieles el uno y el ot ro a la enseñanza de Willis que había est udiado la hist eria en su libro De Morbis convulsivis, y la hipocondría, a la que nom bró Passio cólica, en la part e del De Anim a brut orum , que t rat aba de las enferm edades de la cabeza? Se t rat a, en efect o, de dos enferm edades bast ant e diferent es: en un caso, los espírit us sobrecalent ados son som et idos a una presión recíproca, que podría hacer creer que est án est allando; la presión suscit a los m ovim ient os irregulares o pret ernat urales, que se m anifiest an en el insensat o en form a de una convulsión hist érica. Al cont rario, en la passio cólica, los espírit us se hallan irrit ados a causa de una m at eria que les es host il e inapropiada ( infest a et im proport ionat a) ; provocan ent onces t urbaciones, irrit aciones, corrugat iones en las fibras sensibles. Willis adviert e, pues, que no debe uno dej arse sorprender por ciert as analogías en los sínt om as: ciert am ent e, se han vist o convulsiones capaces de provocar dolores, com o si el m ovim ient o violent o de la hist eria pudiera provocar los sufrim ient os de la hipocondría. Pero las sem ej anzas son engañosas. Non eadem sed nonnihil diversa m at eries est . cxcviii Pero por debaj o de est as const ant es dist inciones de los nosógrafos, se va realizando un t rabaj o que t iende cada vez m ás a asim ilar la hist eria y la hipocondría, a considerarlas com o dos form as de una sola y m ism a enferm edad. Richard Blackm ore publica en 1725 un Treat ise of spleen and vapours, or hypochondriacal and hyst erical affect ions; las dos enferm edades est án allí definidas com o dos variedades de una m ism a afección, que puede ser " una const it ución m orbífica de los espírit us" o " una disposición para salir de sus recept áculos y consum irse" . En la obra de Whyt t , de m ediados del siglo XVI I I , la asim ilación es com plet a; el cuadro sint om át ico es idént ico desde ent onces. " Una sensación ext raordinaria de frío y de calor, dolores en diferent es part es del cuerpo; síncopes y convulsiones de vahído; la cat alepsia y el t ét ano; aire en el est óm ago y en los int est inos; un apet it o insaciable ant e los alim ent os; vóm it os de m at eria negra; un fluj o súbit o y abundant e de orina pálida y lím pida; el m arasm o o la at rofia nerviosa; el asm a nerviosa o espasm ódica; la t os nerviosa; las palpit aciones del corazón; las variaciones del pulso; los m ales y dolores periódicos de la cabeza; los vért igos y los at urdim ient os; la dism inución y el debilit am ient o de la vist a; el desalient o, el abat im ient o, la m elancolía o incluso la locura; la pesadilla o el íncubo." cxcix Por ot ra part e, la hist eria y la hipocondría se agregan lent am ent e, durant e la época clásica, al cam po de las enferm edades del espírit u. Mead podía aún escribir a propósit o de la hipocondría: Morbus t ot ius corporis est . Y es preciso revalorar exact am ent e el t ext o de Willis sobre la hist eria: " Ent re las enferm edades de las m uj eres la pasión hist érica t iene t an m ala reput ación, que a la m anera de los sem idam nat i, t iene que cargar con las culpas de ot ras afecciones; si en una m uj er se present a una enferm edad de nat uraleza desconocida y de origen ocult o, cuya causa se ignore y cuya t erapéut ica sea inciert a, inm ediat am ent e señalam os la m ala influencia del út ero, que en la m ayor part e de los casos no es el responsable, y cuando nos encont ram os con un sínt om a inhabit ual declaram os que exist e un principio de hist eria, y a ést a, que t an a m enudo ha sido el subt erfugio de que se vale la ignorancia, la t om am os com o obj et o de nuest ro cuidado y nuest ros rem edios." cc 77 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Aunque les pese a los com ent arist as t radicionales de est e t ext o, inevit ablem ent e cit ado en t odo est udio sobre la hist eria, no indica que Willis haya not ado la falt a de fundam ent o orgánico en los sínt om as de la pasión hist érica. Él dice solam ent e, y de una m anera expresa, que la noción de hist eria recoge t odos los fant asm as, no los de aquel que se cree enferm o, sino los del m édico ignorant e que finge saber. El hecho de que la hist eria sea clasificada por Willis ent re las enferm edades de la cabeza, no indica necesariam ent e que la considere com o a una t urbación del espírit u, sino solam ent e que at ribuye el origen a una alt eración de la nat uraleza, que provoca la presencia y det erm ina el prim er t rayect o de los espírit us anim ales. Sin em bargo, a finales del siglo XVI I I , la hipocondría y la hist eria figurarán, casi sin ninguna obj eción, ent re las enferm edades m ent ales. En 1755 Albert i publica en Halle su disert ación De m orbis im aginariis hypochondriacorum ; y Lieut aud, aun cuando define a la hipocondría por el espasm o, reconoce que " el espírit u est á, afect ado t ant o o m ás que el cuerpo; de aquí viene que el t érm ino hipocondríaco se haya vuelt o casi ofensivo, y que evit en el usarlo los m édicos que t rat an de ser agradables" . En cuant o a la hist eria, Raulin no le concede ya ninguna realidad orgánica, al m enos en la definición que le sirve de part ida, y la coloca desde un principio dent ro de la pat ología de la im aginación. " Est a enferm edad que hace a las m uj eres invent ar, exagerar y repet ir t odos los dist int os absurdos de que es capaz una m ent e desarreglada, algunas veces ha llegado a ser epidém ica y cont agiosa." cci Hay, pues, dos líneas evolut ivas en la época clásica, respect o a la hist eria y a la hipocondría. Una que las acerca hast a que se form a el concept o com ún de " enferm edad de los nervios" ; ot ra que m odifica su significado y la est ruct ura t radicional de su pat ología —suficient em ent e indicada por su nom bre— y que t iende a int egrarlas poco a poco en el reino de las enferm edades del espírit u, al lado de la m anía y la m elancolía. Pero est a int egración no se ha hecho, com o en la m anía y la m elancolía, al nivel de ciert as caract eríst icas originales, percibidas y soñadas en sus valores im aginarios. Nos hallam os aquí ant e un t ipo diferent e de int egración. Los m édicos de la época clásica han int ent ado m uchas veces descubrir las caract eríst icas propias de la hist eria y de la hipocondría. Pero no alcanzan j am ás a percibir su coherencia cualit at iva que ha dado su perfil singular a la m anía y a la m elancolía. Todas las caract eríst icas han sido invocadas en form a cont radict oria, anulándose las unas a las ot ras, y dej ando sin resolver el problem a de cuál es la nat uraleza profunda de las dos enferm edades. Muy a m enudo la hist eria ha sido considerada com o producida por el efect o de un calor int erno que propaga a t ravés de t odo el cuerpo una efervescencia, una ebullición, que se m anifiest a sin cesar en las convulsiones y en los espasm os. ¿No es est e calor un parient e del ardor am oroso, al cual t an a m enudo se une la hist eria en la persona de las m uchachas que buscan m arido, y de las j óvenes viudas que han perdido al suyo? La hist eria es ardient e por nat uraleza; sus m anifest aciones nos conducen m ás fácilm ent e a verla com o a una im agen, ant es que com o a una enferm edad; est a im agen ha sido expuest a por Jacques Ferrand a principios del siglo XVI I , con t oda su precisión m at erial. En su Maladie d'am our ou m élancolie érot ique, reconoce gust osam ent e que las m uj eres son m ás a m enudo enaj enadas por el am or, que los hom bres. Pero ¡con qué art e saben disim ularlo! " En est o, su rost ro es sem ej ant e a unos alam biques graciosam ent e colocados sobre unos hornillos, de t al m odo que no se ve el fuego desde afuera; pero si m iráis debaj o del alam bique, y ponéis la m ano sobre el corazón de las dam as, encont raréis en am bos sit ios un gran 78 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault brasero." ccii Adm irable im agen, por su peso sim bólico, sus cargas efect ivas y por t odo el j uego de referencias im aginarias. Bast ant e t iem po después de Ferrand, volverem os a encont rar el t em a cualit at ivo de los calores húm edos, em pleado para caract erizar las dest ilaciones secret as de la hist eria y de la hipocondría; pero la im agen se desvanece para dar paso a una explicación m ás abst ract a. Ya en Nicolás Chesneau, la llam a del alam bique fem enino se ha decolorado bast ant e: " Afirm o que la pasión hist érica no es una afección sim ple, sino que baj o est e nom bre quedan com prendidos diversos m ales ocasionados por un vapor m aligno que se eleva de alguna m anera, que est á corrom pido y que posee una efervescencia ext raordinaria." cciii Para ot ros, el calor que se encuent ra en los hipocondriacos es com plet am ent e seco. La m elancolía hipocondriaca es una enferm edad " calient e y seca" , causada por " hum ores de la m ism a cualidad" . cciv Pero algunos no perciben ningún calor ni en la hist eria ni en la hipocondría: la caract eríst ica propia de est as enferm edades sería, por el cont rario, la languidez, la inercia, y una hum edad fría propia de los hum ores est ancados. " Creo que est as afecciones ( hipocondriacas e hist éricas) , cuando t ienen ciert a duración, dependen del hecho de que las fibras del cerebro y los nervios se han relaj ado, est án débiles, y no t ienen ni acción ni elast icidad; de que el fluido nervioso se ha em pobrecido y carece de virt ud." ccv - Ningún t ext o da m ej or t est im onio de la inest abilidad cualit at iva de la hist eria que el libro de George Cheyne, The English Malady: la enferm edad no conserva allí su unidad sino por m edio de una form a abst ract a, y sus sínt om as son repart idos en regiones cualit at ivas diferent es y at ribuidos a m ecanism os que pert enecen exclusivam ent e a cada una de esas regiones. Todo lo que es convulsión, espasm o, calam bre, form a part e de una pat ología del calor, sim bolizada por unas " part ículas salinas" y por unos " vapores dañinos, acres o ásperos" . Al cont rario, t odos los sínt om as psicológicos u orgánicos de la debilidad —" abat im ient o, síncopes, inacción del espírit u, adorm ecim ient o let árgico, m elancolía y t rist eza" — expresan la exist encia de fibras que se han hecho dem asiado húm edas, dem asiado floj as, gracias sin duda a los vapores fríos, viscosos y espesos que obst ruyen las glándulas y los vasos, t ant o los serosos com o los sanguíneos. Las parálisis son causadas t ant o por un enfriam ient o com o por una inm ovilización de la fibras ( " una int errupción de las vibraciones" ) , congeladas de alguna m anera por la inercia general de los sólidos. Mient ras que la m anía y la m elancolía se organizan fácilm ent e a part ir del regist ro de algunas caract eríst icas, en cam bio, los fenóm enos de la hist eria y de la hipocondría no encuent ran fácilm ent e su lugar apropiado. Tam bién la m edicina del m ovim ient o perm anece indecisa delant e de ellos, y t am bién sus análisis son inest ables. Es bien claro para cualquier percepción que acept e sus propias im ágenes, que la m anía est aba em parent ada con un exceso de m ovilidad; la m elancolía, al cont rario, con una dism inución del m ovim ient o. En el caso de la hist eria, y t am bién en el de la hipocondría, es difícil escoger. St ahl opt a m ás bien por un ent orpecim ient o de la sangre, que se hace a la vez t an abundant e y espesa que ya no es capaz de circular regularm ent e a t ravés de la vena port a; t iende a est ancarse allí y a provocar obst rucciones; y la crisis sobreviene " por el esfuerzo que hace para procurarse una salida, ya sea por las part es superiores, ya sea por las inferiores" . ccvi Para Boerhaave y Van Swiet en, al cont rario, el m ovim ient o hist érico se debe a una excesiva m ovilidad de t odos los fluidos, los cuales adquieren t al ligereza y t al inconsist encia que son t urbados por el m enor m ovim ient o: " En las const it uciones débiles —explica Van Swiet en— la sangre est á disuelt a y se coagula dificult osam ent e: el serum no posee ni consist encia ni calidad; la linfa se parece al serum , y lo m ism o sucede con los ot ros fluidos que sum inist ran su caudal a aquellos dos... Por est o, es probable que la pasión hist érica y la enferm edad hipocondriaca, que se consideran independient es de la m at eria, dependan de las disposiciones o del est ado part icular de 79 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault las fibras." A est a m ovilidad, a est a sensibilidad es a lo que se deben at ribuir las angust ias, los espasm os y los dolores singulares que sufren t an generalm ent e las " m uchachas pálidas, o la gent e dem asiado ent regada al est udio y a la m edit ación" . ccvii La hist eria puede ser indiferent em ent e m óvil o inm óvil, fluida o pesada, presa de las vibraciones inest ables, o dem asiado pesada, m erced a los hum ores inact ivos. No se ha llegado a descubrir el est ilo propio de sus m ovim ient os. La m ism a im precisión hay en las analogías quím icas; para Lange, la hist eria es un product o de la ferm ent ación, y precisam ent e de la ferm ent ación " de las sales, que exist en en diferent es part es del cuerpo" y " de los hum ores que se encuent ran allí" . ccviii Para ot ros, es de nat uraleza alcalina. Et t m üller, al cont rario, piensa que los m ales de est e t ipo pueden achacarse a una serie de reacciones acidas; " la causa próxim a de est as enferm edades est á en la crudeza acida del est óm ago; cuando el quilo est á ácido, la sangre se hace de m ala calidad; ya no sum inist ra espírit us; la linfa se hace acida, y la bilis pierde su virt ud; el sist em a nervioso resient e la irrit ación, y la levadura digest iva, viciada, es m enos volát il y m ás acida" . ccix Viridet em prende la t area de reconst it uir, a part ir de los " vapores que nos llegan" , una dialéct ica de los álcalis y de los ácidos, cuyos m ovim ient os y violent os encuent ros, en el cerebro y en los nervios, provocan los sínt om as de la hist eria y de la, hipocondría. Ciert os espírit us anim ales, part icularm ent e libres, son sales alcalinas, que se m ueven con m ucha velocidad y se t ransform an en vapores cuando han alcanzado bast ant e t enuidad; pero hay ot ros vapores que son ácidos volat ilizados; el ét er da a ést os el suficient e m ovim ient o para alcanzar el cerebro y los nervios, donde " al encont rarse con los álcalis, causan m ales infinit os" . ccx Es ext raña la inest abilidad cualit at iva de los m ales hist éricos e hipocondriacos, y es ext raña la confusión de sus propiedades dinám icas y de su quím ica secret a. Mient ras que la m anía y la m elancolía podían est udiarse fácilm ent e dent ro del cuadro de sus caract eríst icas, en cam bio, en las enferm edades que est udiam os, parece dudosa la posibilidad de encont rar la clave que perm it a descifrarlas. Sin duda, el paisaj e im aginario de las caract eríst icas, que fue decisivo para la const it ución de la parej a m anía- m elancolía, ha sido algo secundario en la hist oria de la hist eria y de la hipocondría, donde no ha t enido sino un papel decorat ivo, cont inuam ent e renovado. El conocim ient o de la hist eria no ha avanzado, com o el de la m anía, por m edio de la reflexión m édica, sobre las caract eríst icas oscuras del m undo. El espacio donde ha crecido es de una nat uraleza dist int a: ha crecido en el espacio del cuerpo y en la coherencia de los valores orgánicos y los valores m orales. Es habit ual at ribuir a Le Pois y a Willis el honor de haber liberado a la hist oria de los viej os m it os de los desplazam ient os ut erinos. Liebaud, al t raducir, o m ás bien al adapt ar el libro de Marinello a la ciencia del siglo XVI I , aún acept aba, aunque con ciert as rest ricciones, la idea de un m ovim ient o espont áneo de la m at riz; si ella se m ueve " es por est ar m ás cóm oda; no es que lo haga por prudencia, por obediencia o est ím ulo anim al, sino por un inst int o nat ural, para conservar la salud y t ener el placer de alguna cosa deleit able" . Sin duda, no se le reconoce la facult ad de cam biar de lugar y de recorrer el cuerpo, provocando sobresalt os en razón de su paso, pues est á " est recham ent e anexada" por su cuello, por ligam ent os, por vasos, y finalm ent e por la t única del perit oneo; sin em bargo, posee ciert a m ovilidad: " La m at riz, pues, aunque est é est recham ent e ligada a las part es que hem os descrit o, y que no pueda cam biar de sit io, cam bia a m enudo de posición, y hace una serie de m ovim ient os, bast ant e pet ulant es y ext raños, dent ro del cuerpo de la m uj er. Est os m ovim ient os son dist int os: ascensión, descenso, convulsiones, vagabundeo y prolapso. Sube al hígado, al bazo, al diafragm a, al est óm ago, al pecho, al corazón, al pulm ón, a la gargant a y a la cabeza." ccxi Los m édicos de la época clásica est arán de acuerdo, casi 80 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault unánim em ent e, en rechazar sem ej ant e explicación. Desde los principios del siglo XVI I , Le Pois podrá escribir al referirse a las convulsiones hist éricas: " Eorum om nium unum caput esse parent em , idque non per sym pat hiam , sed per idiopat hiam ." Con m ayor precisión, su origen est á en una acum ulación de fluidos que se localiza en la part e post erior del cráneo: " Así com o un río se form a gracias al concurso de una gran cant idad de arroyuelos, igualm ent e, en los senos que est án en la superficie del cerebro y que t erm inan en la part e post erior de la cabeza, se deposit a el líquido, debido a la posición en declive de la cabeza. El calor que proviene de diferent es part es calient a ent onces el líquido, y llega a la raíz de los nervios..." ccxii Willis, a su vez, hace una crít ica m inuciosa de la explicación ut erina: son principalm ent e las afecciones del cerebro y las del sist em a nervioso las que " provocan t odos los desarreglos y las irregularidades del m ovim ient o sanguíneo, frecuent es en est as enferm edades" . ccxiii Sin em bargo, t odos est os análisis no han conseguido dest ruir la t esis de la unión esencial ent re la hist eria y la m at riz. Pero est e vínculo es concebido de m anera diferent e: no se le considera ya com o un desplazam ient o real a t ravés del cuerpo, sino com o una especie de sorda propagación a t ravés de ios cam inos del organism o y las aproxim aciones funcionales. No se puede decir que se haya localizado la enferm edad en el cerebro, ni que Willis haya hecho posible un análisis psicológico de la hist eria. Pero el cerebro hace ahora el papel de dist ribuidor de un m al cuyo origen es visceral: la m at riz es la causa, conj unt am ent e con el rest o de las visceras. ccxiv Hast a el final del siglo XVI I I , hast a Pinel, el út ero y la m at riz est arán incluidos en la pat ología de la hist eria; ccxv pero su act ividad se explicará por la posibilidad de difusión de los hum ores y de los nervios, y no por una caract eríst ica peculiar de su nat uraleza. St ahl j ust ifica el paralelism o de la hist eria y de la hipocondría por una curiosa aproxim ación del fluj o m enst rual y de las hem orroides. Explica en su análisis de los m ovim ient os espasm ódicos que el m al hist érico es un dolor bast ant e violent o, " acom pañado de t ensión y com presión, que se sient e sobre t odo baj o los hipocondrios" . Se le denom ina m al hipocondriaco cuando at aca a los hom bres " cuya nat uraleza se esfuerza por elim inar el exceso de sangre, ya sea por m edio de vóm it os o de hem orroides" ; se le denom ina m al hist érico cuando at aca a las m uj eres, en las cuales " las reglas no se present an com o debieran. Sin em bargo, no exist e una diferencia esencial ent re las dos afecciones" . ccxvi La opinión de Hoffm ann es m uy parecida, a pesar de t ant as diferencias t eóricas. La causa de la hist eria est á en la m at riz —relaj am ient o y debilit am ient o— pero el sit io donde el m al se localiza, deberá buscarse, com o en la hipocondría, en el est óm ago y los int est inos; la sangre y los hum ores vit ales se est ancan " en las t únicas m em branosas y nerviosas de los int est inos" ; de aquí se siguen pert urbaciones en el est óm ago, las cuales se ext ienden a t odo el cuerpo. En el cent ro m ism o del organism o, el est óm ago sirve de relevo y difunde los m ales que vienen de las cavidades int ernas y subt erráneas del cuerpo. " No es dudoso que las afecciones espasm ódicas que sufren los hipocondriacos y los hist éricos se localicen en las part es nerviosas y principalm ent e en las m em branas del est óm ago y de los int est inos, de donde se ext ienden, a t ravés del nervio int ercost al, a la cabeza, al pecho, a los ríñones, al hígado, y a t odos los principales órganos del cuerpo." ccxvii El papel que Hoffm ann adj udica a los int est inos, al est óm ago, al nervio int ercost al es m uy significat ivo, y m uest ra en qué form a se ent endió el problem a en la época clásica. No se t rat a t ant o de escapar de la viej a localización ut erina, sino de descubrir el principio y las vías de gest ación de un m al diverso, polim orfo, que se dispersa a t ravés de t odo el cuerpo. Es necesario conocer un m al, que llega a la cabeza y a las piernas, que se m anifiest a por una parálisis o por m ovim ient os desordenados, que puede present arse acom pañado por la cat alepsia o el insom nio; explicar un m al que, 81 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault para hablar brevem ent e, se caract eriza por la rapidez con que recorre el espacio corporal, y que, aunque en form a engañosa, est á virt ualm ent e present e en el cuerpo ent ero. Es inút il insist ir sobre el cam bio del horizont e m édico, que se ha efect uado desde Marinello hast a Hoffm ann. Ya no subsist e nada de aquella fam osa m ovilidad que se at ribuía al út ero, y que había figurado const ant em ent e en la t radición hipocrát ica. Nada salvo quizas una t esis, m as not oria ahora que no es exclusiva de una sola t eoría m edicinal, pero que perm anece idént ica en la sucesión de los concept os especulat ivos y de los esquem as explicat ivos. Est a t esis es la del t rast orno dinám ico del espacio corporal, por la ascensión de las pot encias inferiores, que habiendo est ado dem asiado const reñidas, y podríam os decir, congest ionadas, ent ran en ebullición y finalm ent e propagan su desorden —con o sin la int ervención del cerebro— por el cuerpo ent ero. Est a t esis ha perm anecido igual, hast a principios del siglo XVI I I , a pesar de la reorganización com plet a de los concept os fisiológicos. Y, cosa ext raña, en el curso del siglo XVI I I , y sin que haya habido una m odificación t eórica o experim ent al en la pat ología, es cuando la t esis va a alt erarse bruscam ent e y a cam biar su sent ido, ya que la dinám ica del espacio corporal va a ser sust it uida por una m oral de la sensibilidad. Es ent onces, precisam ent e ent onces, cuando van a t ransform arse por com plet o las nociones de hist eria e hipocondría, las cuales, definit ivam ent e, van a ent rar en el m undo de la locura. Es necesario ahora t rat ar de reconst it uir la m anera en que evolucionó est e t em a, cuyo desarrollo podrem os dividir en t res et apas: 1) Una dinám ica de la penet ración orgánica y m oral. 2) Una fisiología de la cont inuidad corporal. 3) Una ét ica de la sensibilidad nerviosa. Si se considera el espacio corporal com o un conj unt o sólido y cont inuo, se debe pensar t am bién que el m ovim ient o desordenado de la hist eria y la hipocondría sólo podrá provenir de un elem ent o que posea una ext rem a finura y una incesant e m ovilidad, que le perm it an penet rar en el lugar ocupado por los propios sólidos. Com o dice Highm ore, los espírit us anim ales " a causa de su ígnea t enuidad pueden penet rar aun en los cuerpos m ás densos y com pact os. ..ya causa de su act ividad, pueden penet rar en el m icrocosm os en un solo inst ant e" . ccxviii Est os espírit us, cuya m ovilidad es exagerada, y que penet ran desordenada e int em pest ivam ent e en aquellas part es del cuerpo que no les corresponden, provocan m il m aneras diversas de pert urbaciones. Para Highm ore, así com o para su adversario Willis, y t am bién para Sydenham , la hist eria es la enferm edad de un cuerpo que ha llegado a ser indiferent e a la penet ración de los espírit us, de m anera que el orden int erior de los órganos sea sust it uido por el espacio de las m asas que se han som et ido pasivam ent e al m ovim ient o desordenado de los espírit us. Ést os " se present an im pet uosam ent e y en gran cant idad en una part e det erm inada del cuerpo, en la cual provocan espasm os o aun dolores... y pert urban las funciones de los órganos, t ant o las de aquellos que abandonan com o las de aquellos en que se present an, ya que t ant o los unos com o los ot ros result an m uy perj udicados por est a dist ribución desigual de espírit us, ent eram ent e cont raria a las leyes de la econom ía anim al" . ccxix El cuerpo hist érico est á indefenso ant e el spirit uum at axia que, fuera de t oda ley orgánica y de t oda necesidad funcional, puede apoderarse sucesivam ent e de t odas las part es del cuerpo. Los efect os varían según la zona afect ada, y el m al, indiferenciado en la fuent e m ism a de su m ovim ient o, adopt a form as diferent es, según los espacios que at raviesa y las 82 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault superficies en las cuales aflora. " Habiéndose acum ulado en el vient re, se arroj an en m asa y con im pet uosidad sobre los m úsculos de la laringe y de la faringe, produciendo espasm os en t oda la región recorrida, y provocan una hinchazón en el vient re que parece una gran bola" . Un poco m ás arriba, la afección hist érica " arroj ándose sobre el colon y sobre la región que est á debaj o de la cavidad del corazón, provoca allí un dolor insoport able que se parece a la pasión iliaca" . Subiendo aún m ás, el m al se lanza sobre " las part es vit ales y causa una palpit ación t an violent a del corazón que el enferm o no t iene la m enor duda de que las personas present es deben oír el ruido que hace el corazón al bat ir cont ra los cost ados" . Finalm ent e, si la enferm edad at aca " la part e ext erior de la cabeza, la part e sit uada ent re el cráneo y el pericráneo, y perm anece fij a en un solo sit io, provoca allí un dolor insoport able acom pañado por vóm it os enorm es..." ccxx Cada part e del cuerpo hum ano det erm ina por sí m ism a, y por su propia nat uraleza la form a del sínt om a que va a producirse. La hist eria aparece, pues, com o la m ás real y la m ás engañosa de las enferm edades; es real, puest o que surge del m ovim ient o de los espírit us anim ales; es ilusoria t am bién, puest o que causa sínt om as que parecen provocados por una pert urbación cent ral, o m ás bien general; es el desarreglo de la m ovilidad int erna que aparece en la superficie del cuerpo con la apariencia de un sínt om a regional. Alcanzado realm ent e por el m ovim ient o desordenado y excesivo de los espírit us, el órgano im it a su propia enferm edad; a part ir de un m ovim ient o vicioso en el espacio int erior, el órgano finge una pert urbación, que aparece en él com o propia; de est a m anera la hist eria " im it a casi t odas las enferm edades que sufre el género hum ano, pues en la part e del cuerpo en la cual se encuent re, produce inm ediat am ent e los sínt om as propios de esa part e, y si el m édico no t iene m ucha sagacidad y experiencia, se equivocará fácilm ent e, y at ribuirá a una enferm edad esencial y propia de t al o cual part e los sínt om as que dependen " únicam ent e de la afección hist érica" : ccxxi ast ucias de un m al que al recorrer el espacio corporal baj o la form a hom ogénea del m ovim ient o, se m anifiest a baj o aspect os dist int os; pero aquí, la especie no es lo m ism o que la esencia; se t rat a de una sim ulación del cuerpo. Cuant o m ás fácilm ent e penet rable sea el espacio int erior, m ás frecuent e será la hist eria y t endrán m ayor m ult iplicidad sus aspect os; pero si el cuerpo es firm e y resist ent e, si el espacio int erior es denso, organizado y sólidam ent e het erogéneo en sus diferent es regiones, los sínt om as de la hist eria son raros y sus efect os, sim ples. ¿No es est o precisam ent e lo que separa la hist eria fem enina de la m asculina, o si se quiere, la hist eria de la hipocondría? En efect o, ni los sínt om as, ni siquiera las causas, const it uyen el principio de separación de las enferm edades, sino solam ent e la solidez espacial del cuerpo, o por decirlo de ot ra m anera, la densidad del paisaj e int erior: " Adem ás del hom bre al que podríam os llam ar ext erior y que est á com puest o de part es percept ibles por los sent idos, hay un hom bre int erior form ado por el sist em a de los espírit us anim ales, y que no puede verse sino con los oj os del espírit u. Est e últ im o, est recham ent e unido a la const it ución corporal, es m ás o m enos afect ado en su est ado, según los principios que form an su m áquina hayan recibido m ás o m enos reciedum bre de part e de la nat uraleza. Por ello, est a enferm edad at aca m ás a las m uj eres que a los hom bres, porque ellas poseen una const it ución m ás delicada, m enos firm e, y porque llevan una vida m ás blanda, y est án acost um bradas a las volupt uosidades y com odidades de la exist encia, y no a sufrir con ella." Ya, en las líneas de est e t ext o, la densidad espacial t iene un sent ido: es t am bién densidad m oral; la resist encia de los órganos a la penet ración de los espírit us no es, posiblem ent e, sino lo m ism o que la fuerza aním ica que hace reinar el orden en los pensam ient os y en los deseos. El espacio int erior que se ha convert ido en algo perm eable y poroso, no es después de t odo sino el relaj am ient o del corazón. Así se explica que m uy pocas m uj eres acost um bradas a la vida dura y laboriosa se pongan 83 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault hist éricas; en cam bio, son m uy inclinadas a serlo aquellas que llevan una exist encia blanda, ociosa, luj osa y relaj ada; y lo m ism o les sucede cuando alguna pena dest ruye su valor: " Cuando las m uj eres m e consult an respect o a cualquier enferm edad de la cual yo no sepa det erm inar su nat uraleza, les pregunt o si el m al del cual se quej an las at aca cuando han t enido alguna pena...; si cont est an afirm at ivam ent e, t engo la seguridad de que su enferm edad es una afección hist érica." ccxxii He aquí, baj o una nueva fórm ula, la ant igua idea m oral que había hecho de la m at riz, desde Hipócrat es y Plat ón, un anim al vivient e y perpet uam ent e m óvil, y que le había fij ado el orden espacial de sus m ovim ient os; est a int uición percibía en la hist eria la agit ación incont enible de los deseos en aquellos que no t ienen la posibilidad de sat isfacerlos, ni la fuerza de dom inarlos; la im agen del órgano fem enino ascendiendo hast a el pecho y la cabeza daba una expresión m ít ica a un t rast orno acaecido en la t riple división plat ónica y en la j erarquía que debía fij ar la inm ovilidad. En la obra de Sydenham , en la de los discípulos de Descart es, la int uición m oral es idént ica; pero el paisaj e espacial donde se expresa ha cam biado; el orden vert ical y j erárquico de Plat ón ha sido sust it uido por un volum en, cuyo desorden no es exact am ent e una revolución de lo inferior cont ra lo superior, sino un t orbellino sin ley en un espacio t rast ornado. El " cuerpo int erior" que Sydenham t rat aba de conocer con los " oj os del espírit u" , no es el cuerpo obj et ivo que se ofrece a la consideración de una observación neut ra; es el sit io donde se encuent ran ciert a m anera de im aginar el cuerpo, ciert a m anera de descifrar sus m ovim ient os int ernos, y ciert a m anera de dot arlo de valores m orales. El devenir se realiza, y el t rabaj o se realiza al nivel de est a percepción ét ica. Es en ella donde vienen a curvarse y a indicarse las im ágenes, siem pre flexibles, de la t eoría m édica; igualm ent e a part ir de esa percepción, t ienden a form ularse, y poco a poco a alt erarse, los grandes t em as m orales. El cuerpo penet rable debe ser, sin em bargo, un cuerpo cont inuo. La dispersión del m al a t ravés de los órganos, no es sino el reverso de un m ovim ient o de propagación que le perm it e pasar del uno al ot ro y afect arlos a t odos sucesivam ent e. Si el cuerpo del enferm o hipocondriaco o hist érico es un cuerpo poroso, separado de sí m ism o, dist endido por la invasión del m al, la invasión no puede realizarse sino m erced a la exist encia de ciert a cont inuidad espacial. El cuerpo en el cual circula la enferm edad debe t ener dist int as propiedades que el cuerpo en el que aparecen dispersos los sínt om as del m al. Ést e es el problem a que obsesiona a la m edicina del siglo XVI I I . Problem a que va a hacer de la hist eria y de la hipocondría enferm edades del " género nervioso" ; es decir, enferm edades idiopát icas del agent e general de t odas las sim pat ías. La fibra nerviosa est á dot ada de not ables propiedades, que le perm it en int egrar los elem ent os m ás het erogéneos. ¿No es ya asom broso que los nervios, encargados de t ransm it ir las im presiones m ás diversas, sean en t odas part es y en t odos los órganos, de la m ism a nat uraleza? " El nervio cuya dilat ación en el fondo del oj o hace posible la percepción de una m at eria t an sut il com o la luz; aquel que en el órgano del oído es sensible a la vibración de los cuerpos sonoros, no difieren nada por nat uraleza de aquellos que sirven para capt ar sensaciones m ás groseras, com o las del t act o, del gust o y el olfat o." ccxxiii Est a ident idad de nat uraleza, en funciones diferent es, hace posible la com unicación ent re los órganos m ás alej ados en el cuerpo, y los m enos parecidos desde el punió de vist a fisiológico: ''Est a hom ogeneidad en los nervios del anim al, j unt o con las com unicaciones m últ iples que conservan j unt as. . . est ablece ent re los órganos una arm onía que a m enudo hace part ícipes a una o a varias part es de las afecciones de aquellos que se encuent ran dañados." ccxxiv Pero lo que es aún m ás 84 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault adm irable, es que la fibra nerviosa pueda conducir a la vez la incit ación del m ovim ient o volunt ario y la im presión dej ada sobre el órgano de los sent idos. Tissot concibe est e funcionam ient o en una sola y m ism a fibra, com o la com binación de un m ovim ient o ondulat orio, para la incit ación volunt aria ( " es el m ovim ient o de un fluido guardado en un depósit o blando, en una vej iga, por ej em plo, que podríam os apret ar, para hacer salir el líquido por un t ubo" ) y un m ovim ient o corpuscular para la sensación ( " es el m ovim ient o de una sucesión de bolas de m arfil" ) . Así, la sensación y el m ovim ient o pueden producirse al m ism o t iem po y en el m ism o nervio: ccxxv cualquier t ensión o cualquier relaj am ient o en la fibra alt erará a la vez los m ovim ient os y las sensaciones, com o podem os observarlo en t odas las enferm edades de los nervios. ccxxvi Y sin em bargo, a pesar de t odas est as cualidades que unifican al sist em a nervioso, ¿se pueden explicar con cert eza, por la red real de sus fibras, la cohesión de las pert urbaciones t an diversas que caract erizan la hist eria y la hipocondría? ¿Cóm o es posible im aginar la unión ent re los sínt om as, que de un ext rem o al ot ro del cuerpo, revelan la presencia de una afección nerviosa? ¿Cóm o explicar y en qué form a unir hechos t an alej ados com o los que observam os en algunas m uj eres " delicadas y sensibles" , a las cuales un perfum e insidioso, o el relat o vivido de un acont ecim ient o t rágico, o inclusive la vist a de un com bat e, les provocan t al im presión que " sufren síncopes o t ienen convulsiones" ?ccxxvii Buscaríam os en vano: no exist e ninguna unión precisa ent re los nervios; no exist e en principio ninguna vía t razada, sino sólo una acción a dist ancia, m ás bien del orden de una solidaridad fisiológica. Lo que sucede es que las diferent es part es del cuerpo poseen una facult ad " perfect am ent e det erm inada, que puede ser general, la cual se ext iende a t odas part es del cuerpo, o part icular, la cual act úa sobre ciert as part es principalm ent e" . ccxxviii Est a propiedad, m uy diferent e " de la facult ad ,de sent ir o de la de m overse" , perm it e a los órganos ent rar en correspondencia, sufrir conj unt am ent e, y reaccionar ant e una excit ación, aunque ést a sea lej ana: es la sim pat ía. En realidad, Whyt t no consigue ni aislar la sim pat ía del conj unt o del sist em a nervioso, ni definirla est rict am ent e en relación con la sensibilidad y con el m ovim ient o. La sim pat ía no exist e en los órganos sino en la m edida en que es allí recibida por int erm edio de los nervios; es t ant o m ás not able cuant o m ás grande es su m ovilidad, ccxxix y es al m ism o t iem po una de las form as de la sensibilidad: " Toda sim pat ía, t odo consenso, supone sent im ient o, y en consecuencia no puede lograrse sin la m ediación de los nervios, que son los únicos inst rum ent os por m edio de los cuales opera la sensación." ccxxx Pero el sist em a nervioso no es invocado aquí para explicar la t ransm isión exact a de un m ovim ient o o de una sensación, sino para j ust ificar, en su conj unt o y en su m asa, la sensibilidad del cuerpo ant e sus propios fenóm enos, y est e eco de sí m ism o, que hace por m edio de los volúm enes de su espacio orgánico. Las enferm edades de los nervios son esencialm ent e pert urbaciones sim pát icas; suponen un est ado de alert a general del sist em a nervioso que hace a cada órgano suscept ible de " sim pat izar" con cualquier ot ro. " En sem ej ant e est ado de sensibilidad del sist em a nervioso, las pasiones del alm a, las falt as cont ra el régim en, los rápidos cam bios del calor al frío, del peso o de la hum edad de la at m ósfera, harán nacer fácilm ent e los sínt om as m orbíficos; una const it ución de est e t ipo no gozará j am ás de una salud firm e o const ant e, sino que, generalm ent e, sufrirá una sucesión cont inua de dolores m ás o m enos grandes." ccxxxi Sin duda, est a sensibilidad exasperada est á com pensada por zonas de insensibilidad y de sueño; de una m anera general, los enferm os hist éricos son aquellos que poseen la sensibilidad int erna m ás exquisit a; los hipocondriacos, al cont rario, la t ienen relat ivam ent e enm ohecida. Las m uj eres, sin duda, pert enecen a la prim era cat egoría: ¿no es la m at riz, j unt o con el cerebro, el órgano que posee m ayores sim pat ías en el conj unt o del organism o? Es suficient e cit ar " el vóm it o que acom paña generalm ent e a la inflam ación de la m at riz; las náuseas y el apet it o desordenado, que se present an después de la concepción; la const ricción del 85 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault diafragm a y de los m úsculos del abdom en en la época del part o; el dolor de cabeza, el calor y los dolores de la espalda, los cólicos int est inales que se sient en cuando la regla se aproxim a." ccxxxii Todo el cuerpo fem enino est á surcado por los cam inos oscuros, pero ext rañam ent e direct os, de la sim pat ía; est á siem pre en una próxim a com plicidad consigo m ism o, y const it uye para las sim pat ías un lugar donde gozan de un privilegio absolut o. Desde un ext rem o al ot ro de su espacio orgánico, el cuerpo fem enino guarda una et erna posibilidad de hist eria. La sensibilidad sim pát ica de su organism o, que vem os en cualquier part e de su cuerpo, condena a la m uj er a esas enferm edades de los nervios que se denom inan vahídos. " Las m uj eres, en las cuales el sist em a generalm ent e posee m ás m ovilidad que en los hom bres, son m ás suscept ibles de sufrir enferm edades nerviosas, y de m anera m ás considerable." ccxxxiii Whyt t asegura haber conocido " a una j oven de nervios débiles, a la cual el dolor de m uelas le causaba convulsiones e insensibilidad que duraban varias horas y se renovaban, cuando el m al se agudizaba" . Las enferm edades de los nervios son enferm edades de la cont inuidad corporal. Un cuerpo m uy próxim o a sí m ism o, dem asiado ínt im o en cada una de sus part es, un espacio orgánico, que ha sido, de alguna m anera, ext rañam ent e reducido: he aquí ahora la t esis m ás com ún sobre la hist eria y la hipocondría; el acercam ient o de un cuerpo a sí m ism o t om a en la obra de algunos aut ores la apariencia de una im agen precisa, dem asiado precisa: por ej em plo, en la célebre " cornificación del género nervioso" , descrit a por Pom m e. I m ágenes parecidas encubren el problem a sin suprim irlo, y no im piden que se prosiga t rabaj ando sobre él. ¿Es la sim pat ía, en el fondo, una propiedad ocult a en cada órgano, el sent im ient o de que hablaba Cheyne, o una propagación real que acaece a lo largo de un elem ent o que sirve de int erm ediario? Y la proxim idad pat ológica que caract eriza a las enferm edades nerviosas, ¿es una exasperación de ese sent im ient o, o una m ovilidad m ayor del cuerpo int erst icial? Es un hecho curioso, pero caract eríst ico sin duda del pensam ient o m édico del siglo XVI I I , el que en la m ism a época en que los fisiológicos se esfuerzan por aislar, por conocer exact am ent e las funciones y el papel del sist em a nervioso ( sensibilidad e irrit abilidad; sensación y m ovim ient o) , los m édicos ut ilizan confusam ent e esas nociones en la unidad indist int a de la percepción pat ológica, art iculándolas a part ir de un esquem a de dist int a nat uraleza del que ha propuest o la fisiología. La sensibilidad y el m ovim ient o no est án dist inguidos. Tissot explica que el niño es m ás sensible que cualquier ot ro suj et o, porque en él t odo es m ás ligero y m ás m óvil; ccxxxiv la irrit abilidad, en el sent ido en que Haller la ent endía, com o una propiedad de la fibra nerviosa, se confunde con la irrit ación, com prendida ést a com o el est ado pat ológico de un órgano víct im a de una excit ación prolongada. Se adm it irá, pues, que las enferm edades nerviosas son est ados de irrit ación unidos a la m ovilidad excesiva de la fibra. " Observam os a veces personas en las cuales el m ovim ient o ext erno m ás pequeño ocasiona m ovim ient os bast ant e m ás considerables que los que produce en las personas sanas; aquéllas no pueden resist ir la m ás pequeña im presión ext raña. El m enor sonido, la luz m ás débil, les provoca sínt om as ext raordinarios." ccxxxv En est e concept o am biguo, volunt ariam ent e conservado, de la noción de irrit ación, la m edicina de finales del siglo XVI I I puede m ost rar la cont inuidad ent re la disposición ( irrit abilidad) y el acont ecim ient o pat ológico ( irrit ación) ; puede igualm ent e sost ener a la vez la t esis de la pert urbación de un órgano que resient e, con una singularidad que le es propia, una afección de alcance general ( es la sensibilidad propia del órgano lo 86 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault que asegura est a com unicación a pesar de cualquier discont inuidad) , y la idea de una propagación en el organism o de una m ism a t urbación que puede alcanzar cualquiera de sus part es ( es la m ovilidad de la fibra la que asegura est a cont inuidad, a pesar de las form as diversas que adopt a en cada órgano) . Pero si la noción de " fibra irrit ada" t iene ese papel de confusión concert ada, perm it e por ot ra part e una dist inción decisiva en la pat ología. Por un lado, los enferm os nerviosos son los m ás irrit ables, es decir, los m ás sensibles: t enuidad de la fibra, delicadeza del organism o, pero t am bién alm a im presionable, corazón inquiet o, sim pat ía dem asiado viva para t odo aquello que sucede a su alrededor. Est a especie de resonancia universal —a la vez sensación y m ovilidad— const it uye el principal det erm inant e de la enferm edad. Las m uj eres que t ienen la " fibra frágil" , que se dej an llevar por la ociosidad y por los vivos m ovim ient os de su im aginación, sufren m ás a m enudo los m ales nerviosos que el hom bre " m ás robust o, m ás seco, m ás encallecido por el t rabaj o" . ccxxxvi Est e exceso de irrit ación t iene de part icular que, por su m ism a vivacidad, at enúa y en ocasiones t erm ina por ext inguir las sensaciones del alm a; es com o si la sensibilidad del órgano nervioso agot ase la capacidad sensit iva del alm a, y guardara para su solo provecho la m ult iplicidad de sensaciones que su ext rem a m ovilidad suscit a; el sist em a nervioso " est á ent onces en t al est ado de irrit ación y reacción, que es incapaz de t ransm it ir al alm a lo que sient e; t odos sus caract eres est án alt erados, y el alm a ya no los lee." ccxxxvii Así se configura la idea de una sensibilidad que no es sensación, y la de una relación inversa cut re la delicadeza, t ant o la del alm a com o la del cuerpo, y una ciert a som nolencia de la sensación que evit a a los t rast ornos nerviosos t ener acceso hast a el alm a. La inconsciencia del hist érico no es sino el reverso de su sensibilidad. Est a relación, que no podía definir la noción de sim pat ía, ha sido aport ada por el concept o de irrit abilidad, a pesar de que ést e est aba m al elaborado, y seguía siendo confuso en el pensam ient o de los pat ólogos. Pero, por el m ism o hecho descrit o ant eriorm ent e, la significación m oral de las " enferm edades nerviosas" se alt era profundam ent e. Mient ras las enferm edades nerviosas est uvieron asociadas a los m ovim ient os orgánicos del cuerpo ( incluso por los m últ iples y confusos cam inos de la sim pat ía) , fueron sit uadas dent ro de una ciert a ét ica del deseo; significaban el desquit e de un t osco cuerpo; la enferm edad se originaba en una gran violencia. En adelant e, uno se enferm a por sent ir dem asiado; se sufre por una solidaridad excesiva con t odos los seres que rodean a uno. Ya no se est á forzado por su nat uraleza secret a; se es víct im a de t odo aquello que, en la superficie del m undo, solicit a el cuerpo y el alm a. De t odo est o se desprende que el enferm o es a la vez m ás inocent e y m ás culpable. Más inocent e, puest o que es arrast rado por t oda la irrit ación del sist em a nervioso hacia vina inconsciencia m ayor cuando est á m ás enferm o. Pero m ucho m ás culpable, puest o que t odo aquello a lo cual est á ligado en el m undo, la vida que ha llevado, las afecciones que ha t enido, las pasiones e im aginaciones que t enga, que han sido cult ivadas con com placencia, se funden y provocan la irrit ación de los nervios, lo cual es al m ism o t iem po un efect o y un cast igo. Toda la vida puede j uzgarse a part ir del grado de irrit ación: abuso de las cosas no nat urales, ccxxxviii vida sedent aria en las ciudades, lect ura de novelas, espect áculos de t eat ro, ccxxxix celo inm oderado por las ciencias, ccxl " pasión excesiva por el sexo, o ese hábit o crim inal, t an reprensible en lo m oral com o dañoso en lo físico" . ccxli La inocencia del enferm o nervioso, que no sient e ya ni siquiera la irrit ación de sus nervios es en el fondo el j ust o cast igo de una profunda culpabilidad: la de haber preferido el m undo sobre la nat uraleza: " ¡Terrible est ado! ... Ést e es el suplicio de t odas las alm as afem inadas a las cuales la inacción ha precipit ado a peligrosas volupt uosidades, y que por evit ar los t rabaj os que im pone la nat uraleza, se han ent regado a t odos los fant asm as de la opinión... Así son cast igados 87 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte los ricos por el deplorable em pleo de su fort una." Michel Foucault ccxlii Est am os en la víspera del siglo XI X. La irrit abilidad de la fibra t endrá un dest ino dent ro de la fisiología y la pat ología. ccxliii Lo que ha dej ado por el m om ent o en el dom inio de los m ales - nerviosos es, a pesar de t odo, algo m uy im port ant e. Por una part e, es la asim ilación com plet a de la hist eria y de la hipocondría a las enferm edades m ent ales. Por la dist inción capit al ent re sensibilidad y sensación, ent ran en el dom inio de la sinrazón, el cual, com o hem os vist o, est aba caract erizado por el m om ent o esencial del error y el sueño, es decir, por la obcecación. Mient ras los vahídos fueron convulsiones o ext rañas com unicaciones sim pát icas a t ravés del cuerpo, no const it uyeron m anifest aciones de locura, aunque conduj eran al desm ayo y a la pérdida de la conciencia. Pero cuando el espírit u no com prende el exceso m ism o de su sensibilidad, ent onces aparece la locura. Por ot ra part e, da a la locura t odo un cont enido de culpabilidad, de sanción m oral, de j ust o cast igo, que no era propio de la experiencia clásica. Dot a a la sinrazón con una serie de nuevas valoraciones: en lugar de hacer de la obcecación la condición de posibilidad de t odas las m anifest aciones de la locura, la describe com o el efect o psicológico de una falla m oral. Y por est a razón pone en duda t odo lo que es esencial en la experiencia de la sinrazón. Lo que era obcecación va a convert irse en inconsciencia, lo que era error va a t ransform arse en falt a; y t odo lo que dent ro de la locura era paradój ica afirm ación del no- ser, llegará a ser un cast igo nat ural de un m al m oral. En pocas palabras, t oda la j erarquía vert ical, que const it uía la est ruct ura de la locura clásica, desde el ciclo de las causas m at eriales hast a la t rascendencia del delirio, va a oscilar y a caer dent ro de un dom inio que ocuparán conj unt am ent e, para disput árselo inm ediat am ent e, la psicología y la m oral. La " psiquiat ría cient ífica" del siglo XI X ha llegado a ser posible. Es en est os " m ales de los nervios" y en est as " hist erias" , que pront o result arán irónicas, donde encont rará su origen. 88 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault I V. MÉDI COS Y ENFERMOS EL PENSAMI ENTO y la práct ica de la m edicina no t uvieron, en los siglos XVI I y XVI I I , la unidad, o al m enos la coherencia que les conocem os ahora. El m undo de la curación se organiza según los principios que, en ciert a m edida, le son part iculares y que la t eoría m édica, el análisis fisiológico, la observación m ism a de los sínt om as no cont rolan siem pre con exact it ud. La hospit alización y el int ernam ient o: hem os vist o ya cuál era su independencia de la m edicina; pero la m edicina m ism a, t eoría y t erapéut ica sólo se com unican con una reciprocidad im perfect a. En un sent ido, el universo t erapéut ico sigue siendo m ás sólido, m ás est able, m ás aferrado a sus est ruct uras, m enos m óvil en sus desarrollos, m enos libre para una renovación radical. Y lo que la fisiología ha podido descubrir de nuevos horizont es con Harvey, Descart es y Willis, no ha ent rañado en las t écnicas de la m edicación invenciones de un orden proporcional. En prim er lugar, el m it o de la panacea aún no ha desaparecido por com plet o. Sin em bargo, la idea de la universalidad en los efect os de un rem edio com ienza a cam biar de sent ido a fines del siglo XVI I . En la querella del ant im onio, se afirm aba ( o negaba) t odavía ciert a virt ud que pert enecía, por derecho propio, a un cuerpo, y que sería capaz de act uar direct am ent e sobre el m al; en la panacea, es la nat uraleza m ism a la que act úa y borra t odo lo que pert enece a la cont ra- nat uraleza. Pero pront o las disput as del ant im onio son seguidas por las discusiones sobre el opio, que se ut iliza en un gran núm ero de afecciones, especialm ent e en las " enferm edades de la cabeza" . Whyt t no t iene suficient es palabras para celebrar sus m érit os y su eficacia cuando se le ut iliza cont ra los. m ales de los nervios: debilit a " la facult ad de sent ir propia de los nervios" , y en consecuencia dism inuye " esos dolores, esos m ovim ient os irregulares, esos espasm os que son ocasionados por una irrit ación ext raordinaria" ; es m uy út il para t odas las agit aciones, t odas las convulsiones; se le da, con éxit o, cont ra " la debilidad, la lasit ud, y los bost ezos ocasionados por las reglas m uy abundant es" , así com o en " el cólico vent oso" , la obst rucción de los pulm ones, la pit uit a y " el asm a propiam ent e espasm ódica" . En resum en, com o la sensibilidad sim pát ica es el gran agent e de com unicación de las enferm edades en el int erior del espacio orgánico, el opio, en la m edida en que t iene un prim er efect o de insensibilización, es un agent e ant isim pát ico, que form a un obst áculo a la propagación del m al a lo largo de las líneas de la sensibilidad nerviosa. Sin duda, est a acción no t arda en em bot arse; el nervio vuelve a ser sensible a pesar del opio; ent onces el único m edio " de obt ener algún frut o consist e en aum ent ar la dosis de t iem po en t iem po" . ccxliv Puede verse que el opio no debe exact am ent e su valor universal a una virt ud que le pert eneciera com o fuerza secret a. Su efect o es circunscrit o: insensibiliza. Pero siendo su punt o de aplicación — el género nervioso— un agent e universal de la enferm edad, por est a m ediación anat óm ica y funcional el opio t om a su sent ido de panacea. El rem edio no es general en sí m ism o, sino porque se insert a en las form as m ás generales del funcionam ient o del organism o. El t em a de la panacea en el siglo XVI I I es un com prom iso, un equilibrio m ás a m enudo buscado que obt enido ent re un privilegio de nat uraleza que habría t ocado en suert e al m edicam ent o y una eficacia que le perm it iría int ervenir en las funciones m ás generales del organism o. De ese com prom iso, caract eríst ico del pensam ient o m édico de la época, es t est im onio el libro de Hecquet sobre el opio. El análisis fisiológico es m inucioso; la salud est á definida allí por el " t em peram ent o j ust o" de los fluidos y la 89 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault " flexibilidad del resort e" de los sólidos; " en una palabra, por el j uego libre y recíproco de esas dos pot encias m aest ras de la vida" . A la inversa, " las causas de las enferm edades se t om an de los fluidos o de los sólidos, es decir de los defect os o alt eraciones que ocurren a su t ext ura, a su m ovim ient o, et c." ccxlv Pero, de hecho, los fluidos carecen de cualidades propias: ¿son dem asiado espesos o dem asiado líquidos, agit ados o est ancados o corrom pidos? Ést os no son m ás que efect os de los m ovim ient os de los sólidos, únicos que pueden " arroj arlos de sus depósit os" y " hacerlos rodar en los vasos" . El principio m ot or de la salud y la enferm edad son, pues, " vasos que bat en... m em branas que oprim en" y est a " virt ud de resort e que m ueve, que agit a, que anim a" . ccxlvi Ahora bien, ¿qué es el opio? Un sólido que, baj o el efect o del calor, t iene la propiedad de " desarrollarse casi t odo en vapor" . Por t ant o, hay razón para suponer que est á com puest o por un " conj unt o de part es espirit uosas y aéreas" . Esas part es pront o son liberadas en el organism o en cuant o el opio es absorbido por el cuerpo: " El opio, reabsorbido en las ent rañas, se conviert e en una especie de nube de át om os insensibles que, penet rando súbit am ent e en la sangre, la at raviesan pront am ent e para, con ayuda de la linfa, ir a filt rarse en la sust ancia cort ical del cerebro." ccxlvii Allí el efect o del opio será t riple, conform e a las. cualidades físicas de los vapores que libera. Esos vapores, en efect o, est án const it uidos por espírit us o por " part es ligeras, finas, levigadas, no salinas, perfect am ent e pulidas com o briznas de una pelusa pequeña, ligera e im percept ible, y sin em bargo elást ica, se insinúan sin pert urbación y penet ran sin violencia" . ccxlviii En la m edida en que son elem ent os lisos y pulidos, pueden adherirse a la superficie regular de las m em branas, sin dej ar ningún int erst icio " de la m ism a m anera que dos superficies, perfect am ent e planas, se pegan la una a la ot ra" ; refuerzan así las m em branas y las fibras, y adem ás, su flexibilidad, que les hace parecerse a " briznas o lam inillas de resort e" , afirm a el " t ono de las m em branas" y las hace m ás elást icas. Finalm ent e, siendo " part ículas aéreas" , son capaces de m ezclarse ínt im am ent e con el j ugo nervioso y de anim arlo " rect ificándolo" y " corrigiéndolo" . ccxlix El efect o del opio es t ot al porque la descom posición quím ica a la que est á som et ido en el organism o lo liga, por est a m et am orfosis, a los elem ent os que det erm inan la salud en su est ado norm al y, en sus alt eraciones, la enferm edad. Por el largo cam ino de las t ransform aciones quím icas y las regeneraciones fisiológicas, el opio t om a valor de m edicam ent o universal. Y sin em bargo Hecquet no abandona la idea de que el opio cura por una virt ud de la nat uraleza, que en él ha deposit ado un secret o que le pone en com unicación direct a con las fuent es de la vida. El vínculo del opio con la enferm edad es doble: un vínculo indirect o, m ediat o y derivado por relación con un encadenam ient o de m ecanism os diversos, y un vínculo direct o, inm ediat o, ant erior a t oda causalidad discursiva, un vínculo originario que ha dej ado en el opio una esencia, un espírit u —elem ent o espirit ual y espirit uoso a la vez— que es el espírit u m ism o de la vida: " Esos espírit us que han quedado en el opio" son los " fieles deposit arios del espírit u de vida que el Creador les ha im prim ido... pues en fin fue a un árbol ( el árbol de la vida) al que el Creador confió, por preferencia, un espírit u vivificant e que, conservando la salud, debía preservar al hom bre de la m uert e si hubiera perm anecido inocent e; y quizás, así m ism o, haya confiado a una plant a el espírit u que debe devolver la salud al hom bre vuelt o pecador" . ccl El opio no es eficaz, a fin de cuent as, m ás que en la m edida en que, desde el origen, era bienhechor. Act úa según una m ecánica nat ural y visible, pero porque había recibido un don secret o de la nat uraleza. A lo largo de t odo el siglo XVI I I la idea de la eficacia del m edicam ent o se ceñirá alrededor de ese t em a de la nat uraleza, pero sin librarse j am ás de sus equívocos. El m odo de acción del m edicam ent o sigue un desarrollo nat ural y discursivo; pero al principio de su acción es una proxim idad de esencia, una com unicación originaria con 90 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault la nat uraleza, una apert ura sobre su Principio. ccli Es en est a am bigüedad com o deben com prenderse los privilegios sucesivos acordados durant e el siglo XVI I I a los m edicam ent os " nat urales" , es decir a aquellos cuyo principio est á escondido en la nat uraleza, pero cuyos result ados son visibles para una filosofía de la nat uraleza: el aire, el agua, el ét er y la elect ricidad. En cada uno de esos t em as t erapéut icos sobrevive la idea de la panacea, m et am orfoseada com o hem os vist o, pero obst aculizando siem pre la búsqueda del m edicam ent o específico, del efect o localizado en relación direct a con el sínt om a part icular o la causa singular. El m undo de la curación, en el siglo XVI I I , sigue est ando, en gran part e, en est e espacio de la generalidad abst ract a. Pero en part e solam ent e. Al privilegio de la panacea se oponen, siguen oponiéndose desde la Edad Media, los privilegios regionales de las eficacias part iculares. Ent re el m icrocosm os de la enferm edad y el m acrocosm os de la nat uraleza, se t raza desde hace t iem po t oda una red de líneas, que est ablece y m ant iene un com plej o sist em a de correspondencia. I dea ant igua: no hay en el m undo una form a de enferm edad, un rost ro del m al que no pueda borrarse, si se t iene la suert e de encont rar su ant ídot o que, por ciert o, no puede dej ar de exist ir, pero quizás en un cant ón de la nat uraleza infinit am ent e rem ot o. El m al no exist e en est ado sim ple. Siem pre est á ya com pensado: " Ant año, la hierba era buena al loco y host il al verdugo." Bast ant e pront o, el uso de los veget ales y las sales será reint erpret ado en una farm acopea de est ilo racionalist a, y puest o en una relación discursiva con las pert urbaciones del organism o que, supuest am ent e, debe curar. Hubo, no obst ant e, en la época clásica un sect or de resist encia: es el dom inio de la locura. Durant e largo t iem po perm anece ést a en com unicación direct a con elem ent os cósm icos que la sabiduría del m undo ha repart ido en los secret os de la nat uraleza. Y, cosa ext raña, la m ayor part e de esas ant ít esis const it uidas de la locura no son del orden veget al, sino del reino hum ano o bien del reino m ineral. Com o si los poderes inquiet ant es de la alienación, que le hacen un lugar apart e ent re las form as de la pat ología, no pudieran ser reducidos m ás que por los secret os m ás recóndit os de la nat uraleza o, al cont rario, por las esencias m ás sut iles que com ponen la form a visible del hom bre. Fenóm eno del alm a y del cuerpo, est igm a propiam ent e hum ano, en los lím it es del pecado, signo de una decadencia, pero salvación, igualm ent e, de la caída m ism a, la locura sólo puede ser curada por el hom bre y su envolt ura m ort al de pecador. Pero la im aginación clásica aún no ha expat riado por com plet o el t em a de que la locura se halla ligada a las fuerzas m ás oscuras, las m ás noct urnas del m undo y que figura com o una subida desde esas profundidades de baj o la t ierra en que vigilan deseos y pesadillas. Por lo t ant o, est á em parent ada con las piedras, con las gem as, con t odos esos t esoros am biguos que llevan en su brillo t ant o una riqueza com o una m aldición: sus vivos colores ciernen un fragm ent o de la noche. El vigor, durant e largo t iem po int act o, de esos t em as m orales e im aginarios explica sin duda por qué, hast a el fondo de la época clásica, se encuent ra la presencia de esos m edicam ent os hum anos y m inerales y se les aplica obst inadam ent e a la locura, pese a la m ayoría de las concepciones m édicas de la época. En 1638, Juan de Series había t raducido aquellas fam osas Obras farm acéut icas de Juan de Renou en que se dice que " el aut or de la nat uraleza ha infundido divinam ent e a cada una de las piedras preciosas alguna virt ud part icular y adm irable que obliga a los reyes y a los príncipes a t achonar con ellas su corona... para servirse de ella garant izándose así de los encant am ient os, para curar varias enferm edades y conservar su salud" ; cclii el lapislázuli, por ej em plo, " llevado, no sólo fort ifica la vist a, sino que t am bién m ant iene alegre el corazón; est ando lavado, prepara y purga el hum or m elancólico sin ningún peligro" . De t odas las piedras, la esm eralda es la que cont iene los poderes m ás num erosos y t am bién los m ás am bivalent es; su virt ud m ayor es velar sobre la sabiduría y la virt ud m ism as; según Juan de Renou, puede " no sólo preservar del m al caduco a t odos los que la port an en el dedo, m ont ada en 91 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault oro, sino t am bién fort ificar la m em oria y resist ir a los efect os de la concupiscencia. Pues se cuent a que est ando un rey de Hungría en em presas am orosas con su m uj er, sint ió que una bella esm eralda que llevaba en el dedo se rom pía en t res piezas ant e su conflict o: t ant o así le gust a a est a piedra la cast idad" . ccliii Est e conj unt o de creencias no valdría la pena de ser cit ado, sin duda, si no figurase y de m anera m uy explícit a en las farm acopeas y los t rat ados de m edicina m édica de los siglos XVI I y XVI I I . Sin duda se dej an de lado las práct icas cuyo sent ido es dem asiado m anifiest am ent e m ágico. Lem ery, en su Diccionario de las Drogas, se niega a prest ar crédit o a t odas las supuest as propiedades de las esm eraldas: " Se pret ende que son buenas para la epilepsia y que apresuran el part o, siendo llevadas com o am ulet o; pero esas últ im as cualidades sólo son im aginarias." Pero si se recusa el am ulet o com o m ediación de la eficacia, se guarda uno bien de despoj ar a las piedras de sus poderes; se las rem plaza por el elem ent o de la nat uraleza en que las virt udes t om an el aire de un zum o im percept ible cuyos secret os pueden ser ext raídos por quint aesencia; la esm eralda llevada en el dedo carece ya de poderes; pero m ézclesela con las sales del est óm ago, con los hum ores de la sangre, con los espírit us de los nervios: sus efect os serán ciert os y su virt ud nat ural; " las esm eraldas" —sigue hablando Lem ery— " son propias para endulzar los hum ores dem asiado acres, si se las m achaca sut ilm ent e y se las t om a en la boca" . ccliv En la ot ra ext rem idad de la nat uraleza, t am bién el cuerpo hum ano es considerado, hast a m ediados del siglo XVI I I , com o uno de los rem edios privilegiados de la locura. En la com plej a m ezcla que form a el organism o, la sabiduría nat ural sin duda ha ocult ado secret os que, sólo ellos, pueden com bat ir lo que la locura hum ana ha invent ado de desorden y de fant asm al. Tam bién allí, t em a arcaico del hom bre m icrocosm os en quien vienen a unirse los elem ent os del m undo, que son al m ism o t iem po principio de vida y de salud; Lem ery verifica en " t odas las part es del hom bre, sus excrecencias y sus excrem ent os" , la presencia de cuat ro cuerpos esenciales: " aceit e y sal volát il m ezclados y envuelt os en flem a y t ierra" . cclv Curar al hom bre por el hom bre es luchar por el m undo cont ra los desórdenes del m undo, por la sabiduría cont ra la locura, por la nat uraleza cont ra la ant ifisis. " Los cabellos del hom bre sirven para abat ir los vapores, si al quem arlos se les hace oler a los enferm os... La orina del hom bre recién expelida... es buena para los vapores hist éricos" . cclvi Buchoz recom ienda la leche de m uj er, el alim ent o nat ural por excelencia ( Buchoz escribe después de Rousseau) para cualquiera de las afecciones nerviosas, y la orina para " t odas las form as de enferm edades hipocondriacas" . cclvii Pero son las convulsiones, desde el espasm o hist érico hast a la epilepsia, las que at raen con m ayor obst inación los rem edios hum anos, sobre t odo aquellos que se pueden t om ar del cráneo, part e la m ás preciosa del hom bre. Hay en la convulsión una violencia que sólo puede ser com bat ida por la violencia m ism a; por ello durant e largo t iem po se ha ut ilizado el cráneo de los ahorcados, m uert os por la m ano del hom bre, y cuyo cadáver no ha sido ent errado en t ierra bendit a. cclviii Lem ery cit a el frecuent e uso de polvo de los huesos del cráneo; pero si le creem os, ese m agist erio sólo es de " una cabeza m uert a" y privado de virt udes. Mej or será em plear, en su lugar, el cráneo o el cerebro " de un hom bre j oven recién m uert o de m uert e violent a" . cclix Así, cont ra las convulsiones se ut ilizaba sangre hum ana aún calient e, t eniendo cuidado sin em bargo de no abusar de est a t erapéut ica, cuyo exceso puede provocar la m anía. cclx Pero ya est am os aquí, con la det erm inación de est a im agen de sangre, en ot ra región de la eficacia t erapéut ica: la de los valores sim bólicos. Fue ést e ot ro obst áculo al aj ust e de las farm acopeas a las form as nuevas de la m edicina y de la fisiología. Ciert os sist em as puram ent e sim bólicos conservaron su solidez hast a el fin de la época clásica, t ransm it iendo, m ás que recet as, m ás que secret os t écnicos, im ágenes y sordos sím bolos rem isibles a un onirism o inm em orial. La serpient e, causa de la caída, 92 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault y form a visible de la t ent ación, enem igo por excelencia de la m uj er, es al m ism o t iem po para ella, en el m undo de la redención, el rem edio m ás precioso. ¿No era necesario que lo que fue causa de pecado y de m uert e se convirt iera en causa de curación y de vida? Y ent re t odas las serpient es, la m ás venenosa debe ser la m ás eficaz cont ra los valores y las enferm edades de la m uj er. " Es a las víboras" , escribe Madam e de Sévigné, " a las que debo t oda la salud de que disfrut o... Ellas t em plan la sangre, ellas la purifican, ellas la refrescan" . Y llega a desear verdaderas serpient es, no un rem edio en vaso del product o del bot icario, sino de la buena víbora de los cam pos: " Es necesario que sean verdaderas víboras de carne y hueso, y no en polvo; el polvo se calient a a m enos que se lo t om e en papilla, o en crem a cocida, o en alguna ot ra cosa refrescant e. Pedid al señor de Boissy que os m ande t raer docenas de víboras del Poit ou, en una caj a, separadas por t res o cuat ro, a fin de que est én a su gust o con salvado y m usgo. Tóm ense dos cada m añana; córt eseles la cabeza, quít eseles la piel y córt eselas en pedazos, y rellénese con ellos el cuerpo de un pollo. Obsérvese eso t odo un m es." cclxi Cont ra los m ales de los nervios, la im aginación desordenada y los furores del am or, los valores sim bólicos m ult iplican sus esfuerzos. Sólo el ardor puede apagar el ardor, y hacen falt a cuerpos vivos, violent os y densos, llevados m il veces a la incandescencia en los hogares m ás roj os, para saciar los apet it os desm esurados de la locura. En el " Apéndice de las fórm ulas" que sigue a su Trat ado de la ninfom anía, Bienville propone 17 m edicaciones cont ra los ardores del am or; en su m ayor part e est án t om ados de las recet as veget ales t radicionales; pero la decim oquint a nos int roduce en una ext raña alquim ia del cont ra- am or: hay que t om ar " plat a viva revivificada de cinabrio" , m achacarla con dos dracm as de oro, y est o cinco veces sucesivas, luego hacerla calent ar sobre cenizas con espírit u de vit riolo, dest ilarlo t odo cinco veces ant es de ponerlo al roj o durant e cinco horas sobre carbón ardient e. Se la reduce en polvo, y se dan t res granos a la m uchacha cuya im aginación est é inflam ada por vivas quim eras. cclxii Todos esos cuerpos preciosos y violent os, anim ados secret am ent e por ardores inm em oriales, enroj ecidos t ant as veces y llevados hast a la llam a de su verdad, ¿cóm o no habían de t riunfar de los calores pasaj eros de un cuerpo hum ano, de t oda est a ebullición oscura de los hum ores y de los deseos, y ello en virt ud de la m uy arcaica m agia del sim ilis sim ilibus} Su verdad de incendio m at a est e calor som brío e inconfesable. El t ext o de Bienville dat a de 1778. ¿Podem os asom brarnos de encont rar asim ism o en la m uy seria Farm acopea de Lem ery est a recet a de un elect uario de cast idad que se recom ienda para las enferm edades nerviosas y cuyos significados t erapéut icos son port ados por los valores sim bólicos de un rit o? " Tóm ese alcanfor, regaliz, sim ient es de viña y de beleño, conserva de flores de nenúfar, y j arabe de nenúfar... Se t om an por la m añana dos o t res dracm as, y luego se bebe un vaso de suero de la leche en el que se haya apagado un hierro enroj ecido al fuego." cclxiii El deseo y sus fant asm as se apagarán en la calm a de un corazón, com o est a pieza de m et al ardient e se apaga en el m ás inocent e y m ás infant il de los brebaj es. Obst inadam ent e sobreviven esos esquem as sim bólicos en los m ét odos de curación de la, época clásica. Las reint erpret aciones que de ellos se proponen- al est ilo de la filosofía nat ural, los arreglos por los cuales se at enúan sus form as rit uales dem asiado acent uadas no logran acabar con ellos, y la locura, con t odo lo que com port a de poderes inquiet ant es, de parent escos m orales condenables, parece at raer hacia ella y prot eger de los esfuerzos de un pensam ient o posit ivo esas m edicaciones de eficacia sim bólica. ¿Durant e cuánt o t iem po aún est ará encargada el assa fét ida de reprim ir en los cuerpos de los hist éricos t odo ese m undo de m alos deseos, de apet it os prohibidos que, se suponía, habían de subir hast a el t echo, hast a el corazón, hast a la cabeza y el cerebro con el cuerpo m óvil del propio út ero? Represión aún considerada com o real 93 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault por Et t m üller, para quien los olores t ienen un poder propio de at racción y de repulsión sobre los órganos m óviles del cuerpo hum ano, represión que se vuelve cada vez m ás ideal hast a que, en el siglo XVI I I , llega a est ar fuera de t oda m ecánica de los m ovim ient os cont rarios, esfuerzo sencillo por equilibrar, lim it ar y finalm ent e borrar una sensación. Prest ándole est e significado, Whyt t prescribe el assa fét ida: la violencia desagradable de su olor debe dism inuir la irrit abilidad de t odos los elem ent os sensibles del t ej ido nervioso que no sean afect ados por ella, y el dolor hist érico, localizado sobre t odo en los órganos del vient re y del pecho, desaparece al punt o: '" Al producir una fuert e y súbit a im presión sobre los nervios m uy sensibles de la nariz, esos rem edios no sólo excit an los diversos órganos con los cuales esos nervios t ienen alguna sim pat ía de ent rar en acción, sino que t am bién cont ribuyen a dism inuir o a dest ruir la sensación desagradable que experim ent a la part e del cuerpo que, por sus sufrim ient os, ha ocasionado desm ayo." cclxiv Se ha borrado la im agen de un olor cuyos fuert es efluvios rechazan al organism o, en provecho del t em a m ás abst ract o de una sensibilidad que se desplaza y se m oviliza por regiones aisladas, pero ése no es m ás que un paso a las int erpret aciones especulat ivas de un esquem a sim bólico que sigue siendo perm anent e: el esquem a del rechazo de las am enazas de abaj o por las inst ancias superiores. Todas esas cohesiones sim bólicas alrededor de im ágenes, de rit os, de ant iguos im perat ivos m orales, cont inúan organizando en part e las m edicaciones en curso durant e la época clásica, form ando nudos de resist encia difíciles de com bat ir. Tant o m ás difícil es acabar con ello cuant o que la m ayor part e de la práct ica m édica no est á ent re las m anos de los propios m édicos. A fines del siglo XVI I I exist e t odo un corpus t écnico de la curación que ni los m édicos ni la m edicina han dom inado j am ás, porque pert enece por ent ero a los em píricos, fieles a sus recet as, a sus cifras y a sus sím bolos. Las prot est as de los m édicos no dej an de crecer hast a el fin de la época clásica; un m édico de Lyon publica en 1772 un t ext o significat ivo, La Anarquía Médica: " La m ayor ram a de la m edicina práct ica est á en m anos de gent es nacidas fuera del seno del art e; las com adronas, las dam as de m isericordia, los charlat anes, los m agos, los chapuceros, los hospit alarios, los m onj es, las religiosas, los droguist as, los herborist as, los ciruj anos, los bot icarios, t rat an m ucho m ás enferm edades y dan m uchos m ás rem edios que los m édicos." cclxv Est a fragm ent ación social que separa la t eoría y la práct ica de la m edicina es sensible, sobre t odo, para la locura: por una part e, el int ernam ient o hace escapar al alienado del t rat am ient o de los m édicos; y por la ot ra part e, el loco en libert ad, de m ej or grado que cualquier ot ro enferm o, es confiado a los cuidados de un em pírico. Cuando durant e la segunda m it ad del siglo XVI I I se abren en Francia y en I nglat erra casas de salud para los alienados, se reconoce que sus cuidados deben ser aplicados por los vigilant es, ant es que por los m édicos. Habrá que esperar la circular de Doublet en Francia, y la fundación del Ret iro en I nglat erra para que la locura sea anexada oficialm ent e al dom inio de la práct ica m édica. Ant es, perm anecía ligada, por m uchos lados, a un m undo de práct icas ext ram é- dicas, t an bien recibidas, t an sólidas en su t radición, que se im ponen nat uralm ent e a los propios m édicos, lo que da est e aire paradój ico, est e est ilo t an het erogéneo, a las prescripciones. Las form as de pensam ient o, las épocas t écnicas, los niveles de elaboración cient ífica se afront an allí sin producir la im presión de que la cont radicción sea considerada nunca com o t al. Y sin em bargo, es la época clásica la que ha dado la plenit ud de su sent ido a la noción de cura. I dea viej a sin duda, pero que ahora va a t om ar t oda su dim ensión por el hecho de 94 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault haber sust it uido a la panacea. Ést a debía suprim ir t oda enferm edad ( es decir, t odos los efect os de t oda enferm edad posible) , en t ant o que la cura va a suprim ir t oda la enferm edad ( es decir al conj unt o de lo que, en la enferm edad, es det erm inant e y det erm inado) . Los m om ent os de la cura deben art icularse, pues, sobre los elem ent os const it ut ivos de la enferm edad. Y es que a part ir de est a época se em pieza a percibir la enferm edad en una unidad nat ural que prescribe a la m edicación su orden lógico y la det erm ina con su propio m ovim ient o. Las et apas de la cura, las fases por las cuales pasa y los m om ent os que la const it uyen deben art icularse sobre la nat uraleza visible de la enferm edad, abarcar sus cont radicciones y perseguir cada una de sus causas. Más aún: debe regularse sobre sus propios efect os, corregirse, com pensar progresivam ent e las et apas por las cuales pasa la curación, de ser necesario cont radecirse a sí m ism a, si así lo exigen la nat uraleza de la enferm edad y el efect o provisoriam ent e producido. Toda cura es, pues, al m ism o t iem po que una práct ica, una reflexión espont ánea sobre sí m ism o y sobre la enferm edad, y sobre la relación que ent re am bos est ablece. El result ado ya no es sim ple verificación, sino experiencia; y la t eoría m édica cobra vida en una t ent at iva. Est á a punt o de abrirse algo que pront o caerá dent ro del dom inio clínico. Dom inio en que el nexo const ant e y recíproco ent re t eoría y práct ica se encuent ra duplicado por una inm ediat a confront ación del m édico y del enferm o. Sufrim ient o y saber se aj ust arán el uno al ot ro en la unidad de una experiencia concret a. Y ést a exige un lenguaj e com ún, una com unicación, al m enos im aginaria, ent re m édico y enferm o. Ahora bien, a propósit o de las enferm edades nerviosas, las curas en el siglo XVI I I han adquirido m ás m odelos variados y se han reforzado com o t écnica privilegiada de la m edicina. Com o si, a propósit o, se est ableciera al fin y de m anera part icularm ent e favorecida, est e int ercam bio ent re la locura y la m edicina que, obst inadam ent e, rechazaba el int ernam ient o. En esas curas, pront o consideradas com o fant ást icas, nacía la posibilidad de una psiquiat ría de observación, de un int ernam ient o de índole hospit alaria, y de ese diálogo del loco con el m édico que, de Pinel a Leuret , a Charcot y a Freud, t om ará vocabularios t an ext raños. Trat em os de rest it uir alguna de las ideas t erapéut icas que han organizado las curas de la locura. 1) La consolidación. La locura, incluso en sus form as m ás agit adas, es un com puest o de debilidades. Si los espírit us est án som et idos a m ovim ient os irregulares, es porque no poseen bast ant e fuerza y peso para seguir su curso nat ural; si se encuent ran t ant as veces espasm os y convulsiones en los m ales de los nervios, se debe a que la fibra es dem asiado m óvil, o dem asiado irrit able, o dem asiado sensible a las vibraciones: de t odas m aneras, carece de vigor. Baj o la violencia de la locura, que a veces parece m ult iplicar la fuerza de los m aniacos en proporciones considerables, se esconde siem pre una secret a debilidad, una falt a esencial de resist encia; los furores del loco verdaderam ent e no son sino violencia pasiva. Se buscará ent onces, pues, un sist em a de curar que deberá dar a los espírit us y a las fibras un vigor, pero un vigor apacible, una fuerza que ningún desorden podrá desencadenar, pues desde el principio est ará colocada baj o las leyes nat urales. Más que la im agen de la vivacidad y el vigor, es la im agen de la robust ez la que se im pone, dando a la t esis una resist encia nueva, una elast icidad j uvenil, pero ya sum isa y dom est icada. Es preciso encont rar una fuerza que prevalezca sobre la nat uraleza, para reforzar a la m ism a nat uraleza. 95 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Se im aginan rem edios " que t om en, por decirlo así, el part ido" de los espírit us, y " los ayuden a vencer la causa que los ferm ent a" . Tom ar el part ido de los espírit us, es luchar cont ra la vana agit ación a la cual est án som et idos a su pesar; es perm it irles t am bién el escape de t odas las ferm ent aciones quím icas que los calient an y los pert urban; es, finalm ent e, darles bast ant e solidez para resist ir los vapores que int ent an sofocarlos, hacerlos inert es y arrast rarlos en su rem olino. Cont ra los vapores, se refuerza a los espírit us " con los olores m ás hediondos" ; la sensación desagradable vivifica a los espírit us que se resuelven de alguna m anera y se t rasladan vigorizados al sit io donde hay que rechazar el asalt o; con est e fin se usarán " el asa fét ida, el aceit e de ám bar, los cueros y las plum as quem adas, t odo aquello que pueda dar al alm a sent im ient os vivos y desagradables" . Cont ra la ferm ent ación, es preciso dar al pacient e t eriaca, " el espírit u ant iepilépt ico de Charras" , y sobre t odo, la fam osa agua de la reina de Hungría; cclxvi las acideces desaparecen y los espírit us recobran su peso exact o. Finalm ent e, para inst it uirlos a su exact a m ovilidad, Lange recom ienda que se som et a a los espírit us a sensaciones y a m ovim ient os que son a la vez agradables, m edidos y regulares: " Cuando los espírit us anim ales est án separados y desunidos, les hacen falt a rem edios que calm en su m ovim ient o y que los devuelvan a su sit uación nat ural; est os rem edios son aquellos obj et os que dan al alm a un sent im ient o de placer dulce y m oderado, t ales com o los olores agradables, los paseos por sit ios deliciosos, la presencia de personas que se t rat an con gust o, la m úsica." cclxvii Est a form a de dulzura, una gravedad convenient e, una vivacidad que est é dest inada a prot eger el cuerpo, he aquí varios m edios para consolidar en el organism o los elem ent os frágiles que com unican al alm a con el cuerpo. Pero indudablem ent e no exist e m ej or procedim ient o para robust ecer al cuerpo que el em pleo de ese elem ent o, a la vez el m ás sólido y el m ás dócil, el m ás resist ent e, y el m ás dúct il para las m anos del hom bre que sabe forj arlo para alcanzar ciert os fines: el hierro. El hierro posee, en su nat uraleza privilegiada, t odas esas cualidades que se vuelven cont radict orias cuando est án aisladas. Nada resist e m ej or, nada obedece t an bien; es un product o de la nat uraleza, pero est á a disposición de t odas las t écnicas hum anas. ¿Cóm o podría el hom bre ayudar a la nat uraleza y darle un exceso de fuerza, si no es por el m edio m ás seguro —es decir, el m ás próxim o a la nat uraleza y el m ás sum iso al hom bre— que es la aplicación del hierro? Se cit a siem pre el ej em plo de Dioscórides, que daba a la inercia del agua virt udes vigorizant es, que le eran ext rañas, hundiendo en olla una barra de hierro enroj ecido. El ardor del fuego, la m ovilidad t ranquila del agua, la rigidez de un m et al que ha sido t rat ado para convert irlo en algo dúct il: t odos est os elem ent os reunidos conferían al agua poderes de reforzam ient o, de vivificación, de consolidación, que podía t ransm it ir al organism o. Pero m ás aún, el hierro es eficaz, aunque no est é preparado. Sydenham lo prescribe baj o su form a m ás sim ple, por la absorción direct a de lim aduras de hierro. cclxviii Whyt t conoció a un hom bre que para curarse de una debilidad de los nervios del est óm ago, que lo m ant enían en un est ado perm anent e de hipocondría, t om aba cada día 230 granos. cclxix A t odas sus virt udes, el hierro agrega la not able propiedad de t ransm it irse direct am ent e sin int erm ediario ni t ransform ación. No es su sust ancia la que com unica, sino su fuerza; paradój icam ent e, él, que es t an resist ent e, se disipa al punt o en el organism o, dej ando en ést e sus cualidades, desprovist as de herrum bre y sobrant es. Es claro aquí que t oda una im aginería del hierro bienhechor gobierna el pensam ient o y aun t riunfa sobre la observación. Si se experim ent a, no es para verificar un encadenam ient o posit ivo, sino para aislar est a com unicación inm ediat a de sus cualidades. Wright hace absorber sal de Mart e a un perro; una hora m ás t arde observa que el quilo, si se le m ezcla con t int ura de nuez gálica, no t iene el color púrpura oscuro que no habría dej ado de t om ar si el hierro est uviera asim ilado. Así, 96 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault pues, el hierro, sin m ezclarse a la digest ión, sin pasar por la sangre, sin penet rar sust ancialm ent e en el organism o, fort ifica direct am ent e las m em branas y las fibras. Más que com o un efect o verificado, la consolidación de los espírit us y de los nervios, es ent endida m ás bien com o una m et áfora operat oria que im plica una t ransferencia de t uerza sin ninguna dinám ica discursiva. La fuerza se t ransm it e por cont act o, fuera de t odo int ercam bio sust ancial y de t oda com unicación de m ovim ient os. 2) La purificación. Am ont onam ient o de visceras, agit ación de ideas falsas, ferm ent ación de vapores y de violencias, corrupción de los líquidos y de los espírit us; t odas est as m anifest aciones de la locura requieren diversas t erapéut icas, que pueden unirse en una m ism a operación de purificación. Se sueña con una especie de purificación t ot al, que es la m ás sim ple, pero t am bién la m ás im posible de las curaciones. La operación consist iría en sust it uir la sangre sobrecargada y llena de hum ores acres de los m elancólicos, por una sangre clara y ligera cuya circulación disiparía el delirio. En 1662, Morit z Hoffm ann había sugerido la t ransfusión sanguínea com o rem edio de la m elancolía. Algunos años m ás t arde, la idea ha t enido el éxit o suficient e para lograr que la Sociedad de Filosofía de Londres proyect e realizar una serie de experiencias en los suj et os encerrados en Bedlam ; Alien, el m édico encargado de la em presa, se niega. cclxx Pero Denis la int ent a en uno de sus enferm os que padece de m elancolía am orosa; le ext rae 10 onzas de sangre, que rem plaza por una cant idad ligeram ent e m enor ext raída de la art eria fem oral de un t ernero; al día siguient e, recom ienza, pero est a vez se ext rae una m enor cant idad, algunas onzas. El enferm o se calm a; al día siguient e su espírit u se ha esclarecido; y en breve est á t ot alm ent e curado; " t odos los profesores de la escuela de cirugía lo confirm aron" . cclxxi Sin em bargo, la t écnica es abandonada rápidam ent e, a pesar de algunas t ent at ivas post eriores.- " cclxxii Se ut ilizan de preferencia los m edicam ent os que previenen la corrupción. Sabem os " por una experiencia de m ás de t res m il años que la m irra y el áloe preservan los cadáveres" cclxxiii . ¿No son las alt eraciones del cuerpo de la m ism a nat uraleza que las que acom pañan a las enferm edades de los hum ores? Nada será pues m ás recom endable cont ra los vahídos que los product os com o la m irra o el áloe y, sobre t odo, el fam oso elixir de Paracelso. cclxxiv Pero es preciso hacer algo m ás que prevenir las corrupciones; es necesario dest ruirlas. Por eso exist en t erapéut icas que se dirigen a la alt eración, que buscan desviar las m at erias corrom pidas o disolver las sust ancias corrupt oras; t écnicas de la derivación y t écnicas de la det ersión. A las prim eras pert enecen t odos los m ét odos propiam ent e físicos, que t ienden a producir en la superficie del cuerpo heridas o llagas, a la vez cent ros de infección que liberan el organism o y cent ros de evacuación hacia el m undo ext erior. Fallowes explica el m ecanism o benefact or de su Oleum Cephalicum de la siguient e m anera: en la locura, " unos vapores negros t apan los vasos finísim os por los cuales deberían pasar los espírit us anim ales" ; la sangre, ent onces, pierde su dirección; se agolpa en las venas del cerebro, donde perm anece inact iva de no ser agit ada por un m ovim ient o confuso " que em brolla las ideas" . El Oleum Cephalicum t iene la vent aj a de provocar " pequeñas púst ulas sobre la cabeza" ; se las unt a con el aceit e para im pedir que se sequen, de t al m anera que perm anezca abiert a la salida " de los vapores negros que se hallan en el cerebro" . cclxxv Pero las quem aduras y caut erizaciones en el cuerpo producen el m ism o efect o. Se supone, incluso, que las enferm edades de la piel, com o la sarna, el eczem a, la viruela, pueden dar fin a un acceso de locura; la corrupción abandona las visceras y el cerebro, para derram arse sobre la superficie del cuerpo y escapar hacia el ext erior. A finales de siglo exist irá la cost um bre de inocular la sarna, en los casos m ás persist ent es de locura. Doublet , en su I nst ruct ion de 1785, dirigida a los direct ores de los hospit ales, recom ienda que en los casos en que no pueda curarse 97 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault la m anía con sangrías, purgaciones, baños y duchas, se recurra a " los caut erios, sedales, a los abcesos superficiales y a la inoculación de la sarna" . cclxxvi Pero la t area principal consist e en disolver t odas las ferm ent aciones que, al form arse en el cuerpo, han det erm inado la locura. cclxxvii Para hacerlo, se recurre prim eram ent e a los am argos. La am argura posee t odas las ásperas virt udes del agua de m ar; purifica al usarse y ej erce su poder de corrosión sobre t odo lo que el m al ha podido dej ar de inút il, de m alsano y de im puro en el cuerpo o en el alm a. El café, am argo y vivo, es út il para las " personas gordas cuyos hum ores espesos circulan penosam ent e" ; cclxxviii reseca sin quem ar, pues es una propiedad de est as sust ancias la de disipar las hum edades su- perfluas sin provocar un calor peligroso; exist e en el café un fuego sin llam a, una pot encia de purificación que no calcina; el café som et e al im puro: " aquellos que lo t om an saben, por una larga experiencia, que com pone el est óm ago, que consum e las hum edades superfluas, disipa los vient os y disuelve las flem as int est inales, a las cuales purifica, y, lo que es m uy im port ant e, im pide a los hum os subir a la cabeza, y en consecuencia, m it iga los dolores y las punzadas cuando se sufren ést as por cost um bre; finalm ent e, dot a de fuerza, de vigor y de precisión a los espírit us anim ales, sin dej ar una considerable im presión de calor; así acont ece incluso en las personas m ás quem adas, que t ienen la cost um bre de t om arlo" . cclxxix Am arga, pero t am bién t onificant e, es la quinina, la cual es gust osam ent e recom endada por Whyt t a las personas " cuyo género nervioso es m uy delicado" ; es eficaz en " la debilidad, el desalient o y el abat im ient o" ; dos años de un t rat am ient o, que consist ía únicam ent e en usar una t int ura de quinina, " discont inuada de t iem po en t iem po, durant e un m es o m ás" fue suficient e para curar a una m uj er que sufría una enferm edad nerviosa. cclxxx Para las personas delicadas, es preciso m ezclar la quinina " con un am argo gracioso al gust o" ; pero si el organism o puede resist ir at aques m ás vivos, lo m ás recom endable es el vit riolo m ezclado con la quinina. 20 o 30 got as de elixir de vit riolo son un m edicam ent o est upendo. cclxxxi Los j abones y los product os j abonosos, nat uralm ent e, poseen t am bién efect os privilegiados en est a em presa de purificación. " El j abón disuelve casi t odo lo que es concret o." cclxxxii Tissot piensa que se puede consum ir el j abón direct am ent e, y que así se calm an bast ant e los m ales de los nervios; pero con m ayor frecuencia se considera suficient e consum ir, en ayunas, solas o acom pañadas de pan " frut as j abonosas" ; es decir cerezas, fresas, grosellas, higos, naranj as, uvas, peras de m ant equilla y " ot ras frut as de esa especie" . cclxxxiii Pero exist en casos en que la t urbación es t an seria, y la obst rucción t an irreduct ible, que no hay ningún j abón que pueda vencerla. cclxxxiv Se ut iliza ent onces el crém or t árt aro soluble. Muzzel fue el prim ero que t uvo la idea de prescribir el crém or t árt aro cont ra " la m anía y la m elancolía" , y publicó a est e respect o varias observaciones que fueron bien acogidas. Whyt t las confirm a, y enseña al m ism o t iem po que el crém or t árt aro act úa com o det ersorio, puest o que es eficaz cont ra t odas las enferm edades provocadas por la obst rucción; " por lo que yo he not ado, el crém or t árt aro soluble es m ás út il en las afecciones m aniacas o m elancólicas originadas por hum ores dañosos, am asados en las prim eras vías, qoie en aquellas que son producidas por un vicio en el cerebro" . cclxxxv Ent re los disolvent es, Raulin cit a la m iel, el hollín de las chim eneas, el azafrán orient al, la cochinilla, el polvo de las pat as de los cangrej os y el bezoar j ovial. cclxxxvi Ent re los m ét odos int ernos de disolución y las t écnicas ext ernas de derivación, encont ram os una serie de práct icas, de ent re las cuales las m ás frecuent es son las aplicaciones de vinagre. En su calidad de ácido, el vinagre disipa las obst rucciones y dest ruye los cuerpos en el m om ent o de ferm ent ar. Pero al aplicarse ext ernam ent e, puede servir com o revulsivo, y at raer hacia el ext erior los hum ores y los líquidos nocivos. Es una cosa curiosa, pero caract eríst ica del pensam ient o t erapéut ico de la época, que no se observen com o cont radict orias est as dos m odalidades de acción. 98 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Siendo com o es por nat uraleza, det ersorio y revulsivo, el vinagre act uará, de t odas m aneras, según est a doble det erm inación, sin que para ello im port e el hecho de que uno de los dos m odos de acción no pueda ser analizado de una m anera racional y discursiva. El vinagre ej ercerá su acción curat iva, direct am ent e, sin int erm ediario y por el sim ple cont act o de dos elem ent os nat urales. Por est e m ot ivo se recom ienda la fricción, con vinagre, en la cabeza y el cráneo, de preferencia afeit ado. La Gaznt le de Médecine cit a el caso de un m édico em pírico, que había curado " una gran cant idad de locos, con un m ét odo m uy rápido y m uy sim ple" . He aquí en qué consist e su secret o: después de haberlos purificado por arriba y por abaj o, hace que hundan los pies y las m anos en vinagre, cclxxxvii y los dej a en est a sit uación hast a que se duerm en, o m ej or dicho, hast a que despiert an; y en su m ayor part e, se encuent ran curados al despert ar. Es preciso t am bién aplicar sobre la cabeza afeit ada del enferm o unas hoj as t rit uradas de Dipsacus, o cardos. cclxxxviii 3) La inm ersión. Aquí se cruzan dos t em as: el de la ablución, con t odo lo que la hace sim ilar a los rit os de purificación y de renacim ient o; el ot ro, m ucho m ás fisiológico, de la im pregnación, que m odifica las cualidades esenciales de los líquidos y de los sólidos. A pesar de su origen dist int o, y de la dist ancia exist ent e ent re los dos niveles de elaboración concept ual, am bos t em as form an hast a finales del siglo XVI I I una unidad lo bast ant e coherent e para que la oposición sea com prendida com o t al. La idea de nat uraleza, con sus am bigüedades, les sirve de elem ent o de cohesión. El agua, el líquido m ás sim ple y prim it ivo, es algo que pert enece al aspect o m ás puro que exist e en la nat uraleza; t odo lo que el hom bre ha podido aport ar com o dudosas m odificaciones a la bondad esencial de la nat uraleza, no ha podido alt erar el efect o bienhechor del agua. Si la civilización, si la vida en sociedad, si los deseos im aginarios suscit ados por la lect ura de novelas o por los espect áculos del t eat ro, han provocado los m ales nerviosos, el ret orno a la lim pidez del agua t om a el sent ido de un rit ual de purificación; en est a frescura t ransparent e vuelve a renacer la inocencia. Pero al m ism o t iem po, el agua, a la que la nat uraleza ha hecho ent rar en la com posición de t odos los cuerpos, rest it uye a cada uno su propio equilibrio; es un regulador universal fisiológico. Todos est os t em as los ha t rat ado Tissot , discípulo de Rousseau, con una im aginación t ant o m oral com o m edicinal: " La nat uraleza ha dado a t odas las naciones el agua com o único brebaj e; le ha dado la fuerza necesaria para disolver cualquier alim ent o; es agradable al paladar. Escoged, pues, una buena agua fría, dulce y ligera; ést a lim pia y fort ifica las ent rañas; los griegos y los rom anos la m iraban com o un rem edio universal." cclxxxix El uso de la inm ersión t iene rem ot os ant ecedent es en la hist oria de la locura; los baños en Epidauro son un buen t est im onio; es necesario acept ar que las aplicaciones frías de t oda clase eran com unes en la ant igüedad, puest o que Soran de Éfeso, si creem os a Celio Aureliano, prot est aba cont ra su uso inm oderado. ccxc En la Edad Media, cuando se t rat aba de curar a un m aniaco, era t radicional sum ergirlo varias veces en el agua, " hast a que hubiera perdido su fuerza y olvidado su furor" . Silvio recom ienda las im pregnaciones en los casos de m elancolía y de frenesí. ccxci Es, pues, una nueva int erpret ación del t em a, la hist oria adm it ida en el siglo XVI I I , de un descubrim ient o súbit o, hecho por Van Helm ont , de la ut ilidad de los baños. Según Mem uret , est e descubrim ient o, que dat aría de m ediados del siglo XVI I , sería el feliz result ado del azar: un dem ent e, sólidam ent e at ado, era t ransport ado sobre una carret a; sin em bargo, el loco consiguió deshacerse de sus cadenas, salt ó a un lago, int ent ó nadar y se desm ayó; cuando lo rescat aron, lo creyeron m uert o, pero se recuperó, con sus espírit us súbit am ent e rest ablecidos dent ro del orden nat ural, y " vivió m ucho t iem po sin volver a ser víct im a de la locura" . Est a anécdot a ilum inó a Van Helm ont , quien com enzó a sum ergir a los alienados en el m ar o en el agua dulce; " el único cuidado que se debe t ener, es el de sum ergir rápidam ent e y de im proviso a los enferm os en el 99 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault agua y hacerlos que perm anezcan allí largo t iem po. No exist e nada que nos deba hacer t em er por su vida" . ccxcii I m port a poco la exact it ud del relat o; una cosa es ciert a, de lo que se nos ha t ranscrit o baj o una form a anecdót ica: a part ir del fin del siglo XVI I , la curación por m edio de baños vuelve a ocupar un lugar im port ant e ent re las t erapéut icas de la locura. Cuando Doublet redact a su I nst ruct ion, poco ant es de la Revolución, prescribe, para las cuat ro form as pat ológicas que él reconoce ( frenesí, m anía, m elancolía, im becilidad) , el em pleo regular de los baños, agregando para las dos prim eras, el uso de duchas frías. ccxciii Hacía ya m ucho t iem po que Cheyne había recom endado a " t odos los que t ienen necesidad de fort ificar su t em peram ent o" , est ablecer baños en su casa, y hacer uso de ellos cada dos, t res o cuat ro días; o " si no t ienen los m edios, sum ergirse en un lago, o en algunas aguas vivas, cada vez que puedan hacerlo" . ccxciv Los privilegios del agua son evident es para una práct ica m edicinal dom inada por el cuidado de equilibrar los líquidos y los sólidos. El agua t iene poderes de im pregnación, que la colocan en prim er lugar ent re los hum ect ant es, pero t am bién t iene, en la m edida en que puede recibir cualidades suplem ent arias com o el frío.y el calor, virt udes de const ricción, de frescura, de calent am ient o, e incluso efect os de consolidación, sem ej ant es a los del hierro. En realidad, el j uego de las cualidades es m uy débil en la fluida sust ancia del agua; com o ella, penet ra fácilm ent e en la t ram a de t odos los t ej idos, y se im pregna fácilm ent e de t odas las influencias cualit at ivas a las cuales est á som et ida. Paradój icam ent e, la universalidad de su em pleo en el siglo XVI I I , no es debida al reconocim ient o general de su efect o y de su m odo de acción, sino m ás bien a la facilidad con que puede usarse eficazm ent e, aunque se adopt en las form as y las m odalidades m ás cont radict orias. El agua es el lugar de referencia de t odas las t eorías t erapéut icas posibles, y una fuent e inagot able de m et áforas operat orias. En est e elem ent o fluido, se hace el int ercam bio universal de cualidades. Desde luego, el agua fría refresca. De ot ra m anera, no sería ut ilizada en el frenesí o en la m anía, enferm edad del calor en la cual los espírit us ent ran en ebullición, los sólidos se dist ienden, los líquidos se calient an hast a el punt o de evaporarse, dej ando " seco y friable" el cerebro de est os enferm os, com o puede verificarlo a diario la anat om ía. Razonablem ent e, Boissieu cit a al agua fría ent re los m edios esenciales de curas refrescant es; baj o la form a del baño es el prim ero de los " ant iflogíst icos" , y quit a al cuerpo las part ículas ígneas que se hallan en exceso; baj o la form a de bebida es un " am ort iguador desleído" , que dism inuye la resist encia de los fluidos ant e la acción de los sólidos, y hace por eso que baj e, indirect am ent e, el calor general del cuerpo. ccxcv Pero se puede decir t am bién que el agua fría calient a, y la calient e, enfría. Ést a es precisam ent e la t esis que sost iene Darut . Los baños fríos expulsan la sangre que est á en la periferia del cuerpo, y la " rechazan con m ayor vigor hacia el corazón" . Pero siendo el corazón el cent ro del calor nat ural, la sangre, al llegar allí, se calient a, pues " el corazón que lucha solo cont ra las ot ras part es hace nuevos esfuerzos para expulsar la sangre y vencer la resist encia de los capilares. Est o provoca una gran int ensidad de la circulación, la división de la sangre, la fluidez de los hum ores, la dest rucción de las obst rucciones, el aum ent o de las fuerzas del calor nat ural, del apet it o de las fuerzas digest ivas, de la act ividad del cuerpo y del espírit u" . La paradoj a del baño calient e es sim ét rica: at rae la sangre hacia la periferia, así com o los hum ores, la t ranspiración, y t odos los líquidos út iles o nocivos. Por efect o del baño calient e, los cent ros vit ales se encuent ran desiert os; el corazón funciona m ás lent am ent e; y el organism o se enfría. ¿Est e hecho no est á confirm ado por " esos síncopes, esas lipot im ias. .. esa debilidad, esa languidez, esos cansancios, ese poco vigor" , que acom pañan a quienes hacen uso const ant e de los baños calient es? ccxcvi 100 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Pero hay algo m ás aún: es t an rica la polivalencia del agua, t an grande su apt it ud para som et erse a las cualidades que la acom pañan, que llega a perder su eficacia com o líquido, para act uar com o rem edio desecant e. El agua puede conj urar la hum edad. Reencuent ra el viej o principio sim ilia sim ilibus, pero en ot ro sent ido, y por int erm edio de t odo un m ecanism o visible. Para algunos, el agua fría deseca, m ient ras que el calor, por el cont rario, preserva a la hum edad del agua. El calor, en efect o, dilat a los poros, dist iende las m em branas y perm it e a la hum edad el im pregnarlas, por m edio de un efect o secundario. El calor abre paso al líquido. Es por eso precisam ent e por lo que pueden llegar a ser nocivas t odas las bebidas calient es, de las que se usa y se abusa en el siglo XVI I : relaj am ient o, hum edad general, blandura del organism o: he aquí lo que espera a aquellos que consum en en dem asía esas infusiones. Y puest o que ésos son los rasgos caract eríst icos del cuerpo fem enino, por oposición a la sequedad y a la solidez varoniles, ccxcvii el abuso de las bebidas calient es puede conducir a la especie hum ana a un afem inam ient o general. " Se reprocha, con razón, a la m ayor part e de los hom bres el haberse degenerado, al adopt ar la m olicie, los hábit os y las inclinaciones de las m uj eres; ya no les falt a para parecerse a ellas sino el t ener la m ism a const it ución corporal. El uso abusivo de los hum ect ant es aceleraría la m et am orfosis y haría a los dos sexos m uy parecidos, t ant o en lo físico com o en lo m oral. ¡Ay de la especie hum ana si est e prej uicio ext endiera su im perio sobre la gent e del pueblo! Ya no habría labradores, ni art esanos, ni soldados, porque bien pront o est arían desprovist os de la fuerza y del vigor necesarios para el desem peño de su profesión." ccxcviii En el agua fría, el frío t riunfa sobre t odos los poderes de la hum edad, porque al cerrar los t ej idos, im pide t oda posibilidad de im pregnación: " ¿No vem os cóm o nuest ros vasos, cóm o el t ej ido de nuest ra carne se apriet a cuando nos lavam os con agua fría o cuando est am os t ransidos de frío?" ccxcix Los baños fríos poseen, pues, la paradój ica propiedad de consolidar al organism o, de prevenirlo cont ra las m olicies de la hum edad, " de ent onar a las part es" , com o decía Hoffm ann, y " de aum ent ar la fuerza sist ólica del corazón y de los vasos" . ccc Pero en ot ras int uiciones cualit at ivas, la relación es inversa; ahora es el calor el que nulifica los poderes hum ect ant es del agua, m ient ras que la frescura los sost iene y renueva sin cesar. Cont ra las enferm edades nerviosas que son debidas a " un encogim ient o del sist em a nervioso" , y a " la sequedad de las m em branas" , ccci Pom m e no recom ienda los baños calient es, cóm plices del calor que reina en el cuerpo, sino los baños t ibios o fríos, capaces de em beber los t ej idos del organism o y de devolverles su flexibilidad. ¿No es ést e el m ét odo que se pract ica espont áneam ent e en Am érica? cccii Y sus efect os, su m ism o m ecanism o, ¿no son visibles a sim ple vist a? Durant e el desarrollo del t rat am ient o, en el punt o m ás agudo de la crisis, los enferm os flot an en el agua del baño, debido a que el calor ha rarificado el aire y los líquidos de su cuerpo; pero si perm anecen m ucho t iem po en el agua, " t res, cuat ro, o seis horas dianas" , ést a im pregna progresivam ent e las m em branas y las fibras, haciendo pesado al cuerpo, y provocando que ést e se hunda hast a el fondo. ccciii A finales del siglo XVI I I , los poderes del agua se agot an por el exceso m ism o de sus riquezas cualit at ivas: fría, puede calent ar; calient e, refresca; en vez de hum edecer, es capaz aun de solidificar, de pet rificar por el frío, o de alim ent ar un fuego por su propio calor. Todos los valores del bien y .del m al se m ezclan en ella indiferent em ent e. Est á dot ada de t odas las com plicidades posibles. En el pensam ient o m édico, const it uye una t eoría t erapéut ica dócil y út il que puede em plearse cont inuam ent e, y que es em pleada por las fisiologías y pat ologías m ás diversas. Tiene t ant os valores, t ant os m odos de acción diferent e que t odo lo puede confirm ar e invalidar. Sin duda es est a m ism a polivalencia, y las discusiones que nacen de ella, las que t erm inan por neut ralizarla. En la época de Pinel, se usa t odavía el agua, pero un agua que ha vuelt o a ser com plet am ent e lím pida, un agua a la cual se le han quit ado sus cargas cualit at ivas, y 101 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault cuyo m odo de act uar es sim plem ent e m ecánico. La ducha, hast a ent onces m enos ut ilizada que los baños y las bebidas, se conviert e en la t écnica privilegiada. Y, paradój icam ent e, el agua vuelve a encont rar por ese m edio t odas las variaciones fisiológicas de la época precedent e, y su función sim ple com o elem ent o de purificación. La única cualidad que se le agrega es la violencia, pues se piensa que debe arrast rar en un fluj o irresist ible t odas las im purezas que const it uyen la locura; por su propia fuerza curat iva, debe reducir al I ndividuo a su m ás sim ple expresión posible, a su form a de exist encia m ás est recha y m ás pura, ofreciéndole así un segundo nacim ient o; se t rat a, explica Pinel, " de dest ruir hast a las huellas prim it ivas de las ext ravagant es ideas de los alienados, lo que no puede suceder sino oblit erando esas ideas, por decirlo así, conduciéndolas a un est ado próxim o a la m uert e" ccciv De aquí provienen las fam osas t écnicas ut ilizadas en asilos com o Charent ón a finales del siglo XVI I I y principios del XI X: la ducha, propiam ent e dicha ( " el alienado colocado sobre un diván est aba debaj o de un depósit o de agua fría que se derram aba direct am ent e sobre su cabeza por m edio de un gran t ubo" ) ; y los baños por sorpresa ( " el enferm o descendía por unos corredores a la plant a baj a, y llegaba a una sala cuadrada, abovedada, en la cual se había const ruida un est anque; se le arroj aba hacia at rás para precipit arlo al agua" ) . cccv Est a violencia prom et ía el renacim ient o de un baut ism o. 4) La regulación del m ovim ient o. Si es verdad que la locura es una agit ación irregular de los espírit us, un m ovim ient o desordenado de las fibras y de las ideas, t am bién es ciert o que es obst rucción del cuerpo y del alm a, est ancam ient o de los hum ores, inm ovilización de las fibras cuando adquieren rigidez, fij ación de las ideas y de la at ención sobre un t em a que poco a poco prevalece sobre los ot ros. Se t rat a ent onces de dar al espírit u y a los espírit us, al cuerpo y al alm a, la m ovilidad que necesit an para vivir. Es preciso, sin em bargo, m edir y gobernar la m ovilidad, evit ar que se conviert a en una agit ación vana de las fibras que no obedecen ya a los est ím ulos del m undo ext erior. La idea que anim a a est a t eoría t erapéut ica es la de la rest it ución de un m ovim ient o ordenado hacia la m ovilidad m oderada del m undo ext erior. Puest o que la locura puede ser igual inm ovilidad sorda, fij ación obst inada, que desorden y agit ación, el t rat am ient o consist e en suscit ar en el enferm o un m ovim ient o a la vez regular y real, y en est e sent ido, que obedezca a las reglas del m ovim ient o del m undo. Se recuerda con gust o la firm e creencia de los ant iguos que at ribuía efect os saludables a las diferent es m aneras de andar y de correr; la m archa sim ple, hacía al cuerpo a la vez m ás flexible y m ás firm e; la carrera en línea rect a, a una velocidad siem pre crecient e, repart ía m ej or los j ugos y los hum ores a t ravés del cuerpo, al m ism o t iem po que dism inuía la pesadez de los órganos; la carrera que se hace com plet am ent e vest ido, calient a y suaviza los t ej idos y reblandece las fibras dem asiado rígidas. cccvi Sydenham recom ienda sobre t odo los paseos a caballo para los casos de m elancolía y de hipocondría. " Pero lo m ej or que he conocido hist a el present e para fort ificar y anim ar la sangre y los espírit us, es pasear a caballo casi t odos los días y hacer recorridos un poco largos al aire libre. Est e ej ercicio, por las sacudidas redobladas que causa a los pulm ones, y sobre t odo a las visceras del baj o vient re, desem baraza a la sangre de los hum ores del excrem ent o que allí reposan, da energía a las fibras, rest ablece las funciones de los órganos, reanim a el calor nat ural, evacúa por la t ranspiración o por ot ro conduct o los j ugos degenerados, o bien los rest ablece en su prim er est ado, disipa las obst rucciones, abre t odos los conduct os, y finalm ent e, por el m ovim ient o cont inuo que provoca en la sangre, la renueva, por así decirlo, y le da un vigor ext raordinario." cccvii El balanceo del m ar, que es el m ás regular, el m ás nat ural, el m ás conform e al orden cósm ico de t odos los m ovim ient os del m undo ( ese m ism o m ovim ient o que De Lancre j uzgaba t an peligroso para el 102 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault corazón hum ano, al ofrecerle t ant as t ent aciones riesgosas, t ant os sueños im posibles y j am ás sat isfechos, esa im agen del m al infinit o) es considerado por el siglo XVI I I com o un regulador privilegiado de la m ovilidad orgánica. En él habla el propio rit m o de la nat uraleza. Gilchrist escribe t odo un t rat ado " on t he use of sea voyages in Medicine" ; Whyt t encuent ra que es incóm odo aplicar est e rem edio a los suj et os enferm os de m elancolía; " es difícil convencer a sem ej ant es enferm os de que em prendan un largo viaj e por m ar; pero es preciso cit ar un caso de vahídos hipocondriacos que desaparecieron súbit am ent e cuando el enferm o, un hom bre j oven, se vio obligado a viaj ar en barco durant e cuat ro o cinco sem anas" . El viaj e t iene el int erés suplem ent ario de act uar direct am ent e sobre el curso de las ideas, o si no direct am ent e, al m enos por una vía m ás rect a puest o que no pasa por la sensación. La variedad del paisaj e disipa la obst inación del m elancólico: viej o rem edio usado desde la ant igüedad, pero que el siglo XVI I I prescribe con una insist encia nueva, cccviii y con grandes variaciones, que van desde el desplazam ient o real hast a los viaj es im aginarios a t ravés de la lit erat ura y el t eat ro. Le Cam us prescribe para " relaj ar el cerebro" en t odos los casos de afecciones vaporosas, " los paseos, los viaj es, la equit ación, el ej ercicio al aire libre, la danza, los espect áculos, las lect uras divert idas, las ocupaciones que pueden hacer olvidar la cara ideal" . cccix El cam po, por la dulzura y variedad de sus paisaj es, arranca a los m elancólicos de su único cuidado " al alej arlos de lo que podría recordarles el origen de sus dolores" . cccx Pero, a la inversa, la agit ación de la m anía puede ser corregida por los buenos efect os de un m ovim ient o regular. No se t rat a aquí de volver a poner en m ovim ient o, sino de regular, la agit ación, de parar m om ent áneam ent e el curso, de fij ar la at ención. El viaj e no será eficaz por las rupt uras incesant es de cont inuidad, sino por la novedad de los obj et os que propone y la curiosidad que hace nacer. Debe perm it ir al espírit u el capt ar de lo ext erior algo que escape a t oda regla, y perm it irle que se escape de sí m ism o en la vibración de su m ovim ient o int erior. " Si pueden percibirse personas u obj et os que puedan llam ar la at ención, que apart en las ideas desordenadas y que le hagan fij arse sobre ot ras cosas, es preciso present árselas a los m aniacos m uy a m enudo, y es por eso por lo que puede t ener grandes vent aj as un viaj e que int errum pa la cont inuidad de las viej as ideas y que ofrezca a sus sent idos obj et os que le llam en la at ención." cccxi Ut ilizada por los cam bios que provoca en la m elancolía, o por la regularidad que im pone a la m anía, la t erapéut ica por el m ovim ient o esconde la idea de una conquist a que realiza el m undo sobre el espírit u del alienado. Es al m ism o t iem po un " m arcar el paso" y una conversión, puest o que el m ovim ient o prescribe su rit m o, pero const it uye, por su novedad o su variedad, un llam ado const ant e al espírit u para que salga de sí m ism o y ent re en el m undo. Si es verdad que en las t écnicas de la inm ersión se escondía siem pre la m em oria ét ica, casi religiosa, de la ablución y del segundo nacim ient o, en los t rat am ient os por el m ovim ient o, puede reconocerse t odavía una t eoría m oral sim ét rica, cont raria a la prim era: volver al m undo, confiar en su sabiduría, t om ar el lugar correspondient e dent ro del orden general, olvidar por m edio de est o la locura, que es el m om ent o de la pura subj et ividad. Se ve cóm o hast a en el em pirism o de los m edios de curación vuelven a encont rarse las grandes est ruct uras que organizaron la experiencia de la locura en la época clásica. Error y falt a, la locura es t am bién im pureza y soledad; se lia ret irado del m undo y de la verdad; pero por lo m ism o, es prisionera del m al. Su doble nada consist e en ser la form a visible del no- ser que es el m al, y de proferir, en el vacío, y en la apariencia coloreada, de su delirio, el no- ser del error. Es t ot alm ent e pura, puest o que no es nada, sino el punt o fugaz de una subj et ividad a la que se ha sust raído la verdad; y t ot alm ent e im pura, puest o que siendo nada, es el no- ser del m al. La t écnica de curación, hast a en sus sím bolos físicos m ás sobrecargados de int ensidad im aginaria 103 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault ( consolidación y vuelt a a poner en m ovim ient o, por un lado, purificación e inm ersión, por el ot ro) , se ordenan secret am ent e en est as dos t esis fundam ent ales; se t rat a a la vez de volver al suj et o a su pureza originaria y de arrancarlo de su pura subj et ividad para iniciarlo en el m undo; aniquilar el no- ser que lo aliena y reabrirlo a la plenit ud del m undo ext erior, a la sólida verdad del ser. Las t écnicas durarán m ás que su sent ido. Cuando, fuera de la experiencia de la sinrazón, la locura haya recibido un est at ut o puram ent e psicológico y m oral, cuando las relaciones del error y de la falt a, elem ent os por m edio de los cuales el clasicism o definía la locura, sean abarcados por el solo concept o de culpabilidad, las t écnicas perm anecerán, pero con una vocación bast ant e m ás rest ringida; no se buscará sino un efect o m ecánico o un cast igo m oral. De est a m anera, los m ét odos de regulación del m ovim ient o degenerarán en la fam osa " m áquina rot at oria" cuyo m ecanism o m ost raba Masón Cox a principios del siglo XI X, y cuya eficacia dem ost raba: cccxii un pilar perpendicular est á fij ado a la vez en el piso y en el t echo; se at a el enferm o a una silla o un lecho suspendido de un brazo horizont al que se m ueve alrededor del pilar; gracias a " un engranaj e poco com plicado" se im prim e " el grado de velocidad que se desee" . Cox cit a una observación propia; se t rat a de un hom bre al que la m elancolía ha provocado una especie de est upor; " su t int e era negro y plom izo, sus oj os am arillos, su m irada cont inuam ent e fij a en la t ierra, sus m iem bros parecían inm óviles, su lengua est aba seca y agriet ada y su pulso lent o" . Se le coloca sobre la m áquina rot at oria y se le im prim e a ést a un m ovim ient o cada vez m ás rápido. El efect o sobrepasa las esperanzas; se le ha sacudido dem asiado; la rigidez m elancólica es sust it uida por la agit ación m aniaca. Pero pasado el prim er efect o, el enferm o vuelve a su est ado inicial. Se m odifica ent onces el rit m o; se hace girar la m áquina rápidam ent e, pero parándola a int ervalos regulares, de una m anera brut al. La m elancolía desaparece, sin que la rot ación haya dado t iem po de provocar la agit ación m aniaca. cccxiii Est a " cent rifugación" de la m elancolía es m uy caract eríst ica del nuevo em pleo de las viej as t eorías t erapéut icas. El m ovim ient o no t rat a de rest it uir al enferm o a la verdad del m undo ext erior, sino de producir solam ent e una serie de efect os int ernos, puram ent e m ecánicos y psicológicos. El t rat am ient o no t iene com o fin alcanzar la presencia de lo verdadero, sino conseguir una norm a de funcionam ient o. En est a reint erpret ación del viej o m ét odo, el organism o es puest o en relación consigo m ism o y con su propia nat uraleza, a diferencia de la versión inicial, en la que debía rest it uirse la relación del enferm o con el m undo, que era su lazo de unión con el ser y con la verdad; si se agrega a est o que en breve la m áquina rot at oria fue ut ilizada com o am enaza y cast igo, cccxiv se ve cóm o se han est rechado las pesadas significaciones que habían est ado present es en los m ét odos t erapéut icos durant e t oda la época clásica. Es suficient e reglam ent ar y cast igar valiéndose de los m edios ut ilizados ant iguam ent e para conj urar la falt a y para disipar el error de la locura, al rest it uir el enferm o a la resplandecient e verdad del m undo. En 1771 escribía Bienville, a propósit o de la ninfom anía, que exist en ocasiones en que puede curarse " lim it ándose a t rat ar la im aginación; pero no hay ningún caso, o casi ninguno, en el que sólo los rem edios físicos puedan operar una cura radical" . cccxv Y Beauchesne, un poco m ás t arde: " Será en vano em prender la curación de un hom bre at acado de locura si no se em plean para curarlo sino los m edios físicos... Los rem edios m at eriales no t endrán j am ás un éxit o com plet o sin los socorros que el espírit u j ust o y sano debe proporcionar al espírit u débil y enferm o." cccxvi Est os t ext os no descubren la necesidad de un t rat am ient o psicológico; señalan m ás bien el fin de una época; la diferencia ent re los m edicam ent os físicos y los t rat am ient os m orales no era aún considerada com o evident e por el pensam ient o 104 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault m édico. La unidad de los sím bolos com ienza a deshacerse y las t écnicas se separan de su significación global. No se les concede sino una eficacia regional ( sobre el cuerpo o sobre el alm a) . El t rat am ient o cam bia de sent ido nuevam ent e; no es ya conducido por la unidad significat iva de la enferm edad, agrupado alrededor de sus cualidades m ayores; sino que, segm ent o por segm ent o, deberá dirigirse a los diversos elem ent os que la com ponen; será una cont inuidad de dest rucciones parciales, cont inuidad en que se yuxt aponen y se agregan el at aque psicológico y la int ervención física, pero sin penet rarse j am ás. En realidad, lo que aparece ant e nosot ros com o un principio de t rat am ient o psicológico, no era t al para los m édicos clásicos que lo aplicaban. Desde el Renacim ient o, la m úsica había recobrado t odas las virt udes t erapéut icas que le había conferido la ant igüedad. Sus efect os eran not ables, principalm ent e sobre la locura. Schenck curó a un hom bre que había " caído en una m elancolía profunda" haciéndolo escuchar " unos conciert os de inst rum ent os m usicales que le gust aban part icularm ent e" . cccxvii Albrecht igualm ent e curó a un delirant e, después de haber probado en vano t odos los ot ros rem edios, haciendo cant ar, durant e uno de sus accesos, " una pequeña canción que despert ó al enferm o, le causó placer, lo hizo reír, y disipó para siem pre el paroxism o" . cccxviii Se cit an igualm ent e casos de frenesí curados por la m úsica. cccxix Ahora bien, las observaciones no se refieren a una int erpret ación psicológica. Si la m úsica alivia, es porque act úa sobre t odo el ser hum ano, porque penet ra en el cuerpo t an direct a y eficazm ent e com o en la propia alm a. ¿No conoció Diem erbroek a unos apest ados a los que curó la m úsica?cccxx Sin duda ya no se adm it e, com o lo hacía aún Port a, que la m úsica, en la realidad m at erial de sus sonidos, llevaba hast a el cuerpo las virt udes secret as escondidas en la sust ancia m ism a de los inst rum ent os; sin duda ya nadie creía com o él que los linfát icos se curan con " un aire vivo t ocado por una flaut a de t irso" , ni que los m elancólicos se aliviaban " con un aire dulce t ocado por una flaut a de eléboro" , ni que era preciso servirse " de una flaut a hecha de j aram ago o de sat irión para los im pot ent es y los hom bres fríos" . cccxxi Pero si la m úsica ya no t ransport a las virt udes guardadas en las sust ancias, es eficaz sobre el cuerpo gracias a las cualidades que le im pone. Form a, incluso, la m ás rigurosa de t odas las m ecánicas de la cualidad, puest o que en sus orígenes no es ot ra cosa que m ovim ient o, aunque al llegar al oído se conviert e inm ediat am ent e en un efect o cualit at ivo. El valor t erapéuico de la m úsica se debe a que est a t ransform ación se deshace en el cuerpo, donde la cualidad vuelve a descom ponerse en m ovim ient os, donde el agrado de la sensación vuelve a ser lo que siem pre había sido, es decir, vibraciones regulares y equilibrio de t ensiones. El hom bre, com o unidad de alm a y cuerpo, recorre en sent ido inverso el ciclo de la arm onía, al descender de lo arm onioso a lo arm ónico. La m úsica se anula en el cuerpo, m as la salud se rest ablece. Pero hay ot ro cam ino aún m ás direct o y eficaz. El hom bre no t iene ent onces el papel negat ivo de ant iinst rum ent o, pues reacciona com o si él m ism o fuera un inst rum ent o: " Si consideram os el cuerpo hum ano com o un conj unt o de fibras, excepción hecha de su sensibilidad, de su vida, de su m ovim ient o, se acept ará sin dificult ad que la m úsica debe causarle el m ism o efect o sobre las fibras, que el que causa sobre los inst rum ent os próxim os" ; efect o de resonancia que no t iene necesidad de seguir las vías siem pre largas y com plej as de la sensación audit iva. El sist em a nervioso vibra con la m úsica que est á en el aire; las fibras sem ej an " bailarinas sordas" cuyo m ovim ient o se hace al unísono de una m úsica que no oyen. Y en est a ocasión, es en el propio int erior del cuerpo, desde la fibra hast a el alm a, donde se hace la recom posición de la m úsica, y es la est ruct ura arm ónica de la consonancia la que vuelve a conducir el funcionam ient o arm onioso de las pasiones. cccxxii El uso m ism o de la pasión en la t erapéut ica de la locura no debe ser ent endido com o 105 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault una form a de m edicación psicológica. Ut ilizar la pasión en cont ra de la dem encia no es ot ra cosa que dirigirse a la unidad del alm a y del cuerpo en lo que t iene de m ás riguroso, y servirse de un acont ecim ient o para provocar ciert os efect os en el doble sist em a, y en la correspondencia inm ediat a de su significación. Curar la locura por la pasión supone que uno se coloca dent ro del sim bolism o recíproco del alm a y del cuerpo. El m iedo, en el siglo XVI I I , est á considerado com o una de las pasiones que m ás se recom ienda suscit ar en el loco. Se j uzga que es el com plem ent o nat ural de los const reñim ient os que se im ponen a los m aniát icos y a los furiosos: se piensa incluso en una especie de am aest ram ient o, en el cual cada acceso de cólera de un m aniaco fuera acom pañado y com pensado inm ediat am ent e por una reacción de m iedo: " Es por m edio de la fuerza com o se t riunfa de los furores del m aniaco; es oponiendo el m iedo a la cólera, com o ést a puede ser dom ada. Si el t error del cast igo y de la vergüenza pública se asocia en el espírit u de los accesos de cólera, lo uno no se m anifest ará sin lo ot ro; el veneno y el ant ídot o son inseparables." cccxxiii El m iedo no sólo es eficaz al nivel de los efect os de la enferm edad; act úa sobre la enferm edad m ism a y llega a hacerla desaparecer. En efect o, t iene la propiedad de fij ar el funcionam ient o del sist em a nervioso, de pet rificar de alguna m anera las fibras dem asiado m óviles, de frenar t odos los m ovim ient os desordenados; " siendo el m iedo una pasión que dism inuye la excit ación del cerebro, puede consecuent em ent e calm ar sus excesos, y sobre t odo la excit ación irascible de los m aniacos" . cccxxiv Si la parej a ant it ét ica del m iedo y de la cólera es eficaz cont ra la irrit ación m aniaca, t am bién puede ser ut ilizada en sent ido inverso en cont ra de los m iedos infundados de los m elancólicos, de los hipocondriacos, y de t odos aquellos que t ienen un t em peram ent o linfát ico. Tissot , volviendo a la idea t radicional de que la cólera es una descarga de la bilis, piensa que es út il para disolver las flem as am asadas en el est óm ago y en la sangre. Al som et er a las fibras nerviosas a una t ensión m ás fuert e, la cólera les da m ás vigor, les rest it uye la energía perdida, y perm it e así que se disipe el m iedo. cccxxv El t rat am ient o pasional reposa sobre una const ant e m et áfora de las cualidades y de los m ovim ient os; ella im plica la posibilidad de que las cualidades y los m ovim ient os sean inm ediat am ent e t ransferíbles, de una m odalidad propia del cuerpo a una m odalidad del alm a, e inversam ent e. Debe ut ilizarse, dice Scheidenm ant el en la obra que consagra a est e t rat am ient o, " cuando la curación exij a que el cuerpo sufra cam bios idént icos a aquellos que producen est a pasión" . En est e sent ido, el m encionado t rat am ient o puede ser sust it ut o universal de cualquiera ot ra t erapéut ica de t ipo físico; no es sino ot ra form a de producir el m ism o encadenam ient o de efect os. Ent re un t rat am ient o por las pasiones, y uno por m edio de las recet as de la farm acopea, no hay diferencia de nat uraleza, sino una diversidad en la m anera de acceder a los m ecanism os com unes al cuerpo y al alm a. " Es preciso servirse de las pasiones, si el enferm o no puede ser conducido por la razón a hacer lo que sea necesario para el rest ablecim ient o de su salud." cccxxvi Así pues, no es posible en rigor ut ilizar com o una división válida de la época clásica, o al m enos com o una diferencia llena de significado, la diferencia, para nosot ros m uy clara, ent re m edicaciones físicas y m edicaciones psicológicas o m orales. La diferencia com enzará a exist ir, con t oda su profundidad, el día en que el m iedo no sea ya ut ilizado com o m ét odo de fij ación del m ovim ient o, sino com o cast igo; cuando la alegría no signifique la dilat ación orgánica, sino la recom pensa; cuando la cólera no sea ya m ás que una respuest a a la hum illación concent rada; en resum en, cuando el siglo XI X, al invent ar los fam osos " m ét odos m orales" haya int roducido la locura y su curación dent ro del j uego de la culpabilidad. cccxxvii La dist inción de lo físico y de lo m oral no se ha vuelt o un concept o práct ico de la m edicina del espírit u sino en el m om ent o en que la problem át ica de la locura se desplazó hacia una int errogación del suj et o responsable. El espacio puram ent e m oral, que se delim it a ent onces, da las 106 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault m edidas exact as de est a int erioridad psicológica, donde el hom bre m oderno busca a la vez su profundidad y su verdad. La t erapéut ica física t iende a convert irse, en la prim era m it ad del siglo XI X, en el t rat am ient o del det erm inism o inocent e, y desde el punt o de vist a m oral, en el t rat am ient o de la libert ad culpable. La psicología, com o m edio de curación, se organiza de ahora en adelant e alrededor del cast igo. Ant es que t rat ar de apaciguar, ordena el sufrim ient o, en el rigor de una necesidad m oral. " No em pléis las consolaciones, pues son inút iles; no recurráis a razones que no persuadan; no seáis t rist es con los m elancólicos, pues vuest ra t rist eza aum ent ará la de ellos; no dem ost réis alegría, pues se sent irán heridos. Mucha sangre fría, y cuando sea necesario, severidad. Que vuest ra razón sea su regla de conduct a. Tan sólo la cuerda del dolor vibra en ellos; t ened bast ant e valor para t ocarla." cccxxviii La het erogeneidad de lo físico y de lo m oral en el pensam ient o m édico no ha surgido de la definición de Descart es, de las sust ancias ext endida y pensant e; después de un siglo y m edio de m edicina poscart esiana, no se ha llegado a com prender est a separación al nivel de sus problem as y de sus m ét odos, ni a ent ender la dist inción de las sust ancias com o una oposición de lo orgánico y de lo psicológico. Cart esiana o ant icart esiana, la m edicina clásica no ha t rasladado al cam po de la ant ropología el dualism o m et afísico de Descart es. Y cuando se hace la separación, no es por una renovada fidelidad de las Medit at ions, sino por una caract eríst ica nueva que se at ribuye a la falt a. Sólo la práct ica de la sanción ha separado en el loco las m edicaciones del cuerpo y del alm a. Una m edicina exclusivam ent e psicológica no fue posible sino hast a el día en que la locura se encont ró alienada en la culpabilidad. Sin em bargo, t odo lo dicho podría ser desm ent ido con t raer a colación un aspect o m uy im port ant e de la práct ica m edicinal durant e la época clásica. El elem ent o psicológico, en su pureza, parece haber t enido su lugar en la práct ica. ¿Cóm o se podría explicar, de ot ra m anera, la im port ancia que se concede a la exhort ación, a la persuasión, al razonam ient o, al diálogo que el m édico clásico ent abla con su pacient e, independient em ent e del t rat am ient o por m edio de rem edios del cuerpo? Si no acept am os la t esis, no podrem os explicarnos lo que escribe Sauvages, de acuerdo con t odos sus cont em poráneos: " Es preciso ser filósofo para poder curar las enferm edades del alm a. Si el origen de est as enferm edades consist e en un deseo violent o de una cosa que el enferm o considera un bien, es un deber del m édico el probarle, con sólidas razones, que aquello que desea con t ant o ardor es un bien aparent e y un m al real, con el fin de hacerlo volver de su error." cccxxix En realidad, est e enfoque de la locura es t an psicológico com o lo son aquellos de que ya hem os hablado. El lenguaj e y las form ulaciones m orales act úan direct am ent e sobre el cuerpo; y es el m ism o Bienville quien m uest ra en su t rat ado de la Nym phom anie com o la acept ación o el rechazo de un principio ét ico puede m odificar direct am ent e el curso de los procesos orgánicos. cccxxx Sin em bargo, hay una diferencia de nat uraleza ent re las t écnicas consist ent es en la m odificación de las cualidades com unes del cuerpo y del alm a, y aquellas que procuran at acar la locura por m edio de la palabra. En un caso, se t rat a de una t écnica de m et áforas, que considera la enferm edad com o una alt eración de la nat uraleza; en el ot ro, se t rat a de una t écnica del lenguaj e que ve a la locura com o el debat e de la razón consigo m ism a. Est e art e, concebido de la últ im a m anera, se desarrolla en un dom inio donde la locura es " t rat ada" —en el sent ido preciso de la palabra— en t érm inos de verdad y de error. En resum en, siem pre exist ió, durant e la época clásica, una yuxt aposición de dos sist em as t écnicos en la t erapéut ica de la locura. Uno, que reposa sobre una m ecánica im plícit a de las cualidades y que considera la locura com o pasión; es decir, com o algo m ixt o ( m ovim ient o- cualidad) , que pert enece t ant o al cuerpo com o al alm a; el ot ro, que 107 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault reposa sobre un m ovim ient o discursivo de la razón, que razona consigo m ism a, y que ent iende la locura com o error, com o una doble inanidad del lenguaj e y de la im agen, por lo m ism o que es delirio. El ciclo est ruct ural de la pasión y del delirio que const it uye la experiencia clásica de la locura reaparece aquí, en el m undo de las t écnicas, pero baj o una form a sincopada. Su unidad no se percibe aquí fácilm ent e. Lo que puede ent reverse inm ediat am ent e, escrit o con glandes caract eres, es la dualidad, casi la oposición dent ro de la m edicina de la locura, de los m ét odos de supresión de la enferm edad y de las form as de at acar la sinrazón. Ést as pueden resum irse en t res form as esenciales. 1) El despert ar. Puest o que el delirio es el soñar de las personas que velan, es necesario apart ar a los que deliran de ese sem isueño, sacarlos de su velar lleno de sueños, ent regado a las im ágenes, para llevarlos a una vigilia aut ént ica, donde el sueño desaparece frent e a las figuras que se perciben. Est e despert ar absolut o, que elim ina una por una t odas las form as de la ilusión, era buscado por Descart es en el principio de sus Médit at ions y lo encont ró, paradój icam ent e, en la m ism a conciencia del sueño, en la de la conciencia engañada. Pero en los locos, es la m edicina la que debe provocar el despert ar, t ransform ando la soledad del valor cart esiano al int ervenir aut orit ariam ent e, com o quien vela y est á seguro de est ar despiert o, en la ilusión del que vela en sueños: es un at aj o que cort a dogm át icam ent e el largo cam ino de Descart es. Lo que Descart es descubre al cabo de su resolución y en el redoblam ient o de una conciencia que no se separa nunca de sí m ism a y que no se desdobla, la m edicina lo im pone desde el ext erior y en la disociación del m édico y del enferm o. El m édico se halla en la m ism a relación con el loco que el cogit o respect o al t iem po del sueño. Cogit o com plet am ent e ext erno, ext raño al m ism o razonam ient o e incapaz de im ponerse a ést e si no es baj o la form a de la irrupción. Est a est ruct ura de irrupción de la vigilia es una de las form as m ás const ant es de la t erapéut ica de la locura. Tom a a veces los aspect os m ás sim ples, que son a la vez los m ás provist os de im ágenes, así com o los m ás dot ados de poderes inm ediat os. Se adm it e que un t iro de fusil disparado de m uy cerca ha curado a una m uchacha de convulsiones que había cont raído a consecuencia de una pena profunda. cccxxxi Sin ir hast a est a realización im aginaria de los m ét odos para despert ar, las em ociones repent inas y vivas obt ienen los m ism os result ados. Con est a idea ha logrado Boerhaave su fam osa curación de los convulsionarios de Harlem . En el hospit al de la ciudad se había ext endido una epidem ia de convulsiones. Los ant iespasm ódicos, adm inist rados en grandes dosis, no habían producido efect o. Boerhaave ordenó " que se llevaran est ufas llenas de carbones ardient es, y que se pusieran al roj o unos ganchos de hierro de una form a peculiar; en seguida, dij o en voz alt a que puest o que ninguno de los m edios em pleados para curar las convulsiones había sido efect ivo, él no conocía sino un rem edio, que era el de quem ar hast a el hueso, con el hierro al roj o un sit io det erm inado del brazo de la persona, m uchacho o m uchacha, que t uviera un at aque de la enferm edad convulsiva" . cccxxxii El despert ar provocado por la propia prudencia, que se ha abiert o paso insist ent e e im perat ivam ent e a t ravés de los paisaj es de la locura, es m ás lent o, pero est á m ás seguro de la verdad que ha encont rado. A esa prudencia, en sus diferent es form as, le pide Willis la curación de los locos. Prudencia pedagógica para los im béciles a los cuales " un m aest ro con const ancia y devoción puede educar com plet am ent e" ; debe enseñárseles poco a poco y m uy lent am ent e, lo que se enseña a los niños en las escuelas. Prudencia que t om a com o m odelo las form as m ás rigurosas y evident es de la verdad, cuando se t rat a de curar m elancólicos: t odo lo que hay de im aginario en su delirio se disipará a la luz de una verdad incont est able; por eso se les recom iendan vivam ent e " los est udios m at em át icos y quím icos" . Para los ot ros, es la prudencia de una vida bien ordenada, lo que reducirá su delirio; no hay necesidad de im ponerles ot ra verdad que la de la 108 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault vida cot idiana; perm aneciendo en su dom icilio " deben cont inuar dirigiendo sus negocios, gobernando a su fam ilia, ordenando y cult ivando sus propiedades, sus j ardines, sus huert as y sus cam pos" . Al cont rario, en el caso de los m aniacos, es la exact it ud del orden social, im puest o desde el ext erior y por la fuerza si es necesario, lo que puede reconducirlos progresivam ent e a la luz de la verdad. " Para eso, el insensat o colocado en una casa especial será t rat ado, t ant o por el m édico com o por los ayudant es prudent es, de m anera que siem pre se pueda hacerle cum plir con su deber, con su form a de vest ir, con sus cost um bres, por advert encias, regaños, o penas que se le inflij an inm ediat am ent e." cccxxxiii Poco a poco, durant e la época clásica, est e despert ar aut orit ario de la locura perderá su sent ido original, para lim it arse a ser solam ent e rem em oración de la ley m oral, ret orno al bien, fidelidad a la ley. Lo que Willis ent endería aun com o regreso a la verdad no será ya ent eram ent e com prendido por Sauvages, que hablará de lucidez en el reconocim ient o del bien. " Es así com o puede volverse a la razón a aquellos a los cuales los falsos principios de filosofía m oral los habían apart ado de ella, con t al de que quieran exam inar con nosot ros cuáles son los verdaderos bienes, los bienes que debem os preferir." cccxxxiv No es ya t rat ando de despert ar al enferm o com o deberá act uar el m édico, sino m ás bien com o un m oralist a. Tissot piensa que una " conciencia pura e irreprochable es un excelent e preservat ivo" cont ra la locura. cccxxxv Y he aquí lo que dice Pinel, para el cual el despert ar a la verdad no t iene ya sent ido en la curación, pues no conoce ot ro m ét odo que la obediencia y la ciega sum isión: " Un principio fundam ent al para curar la m anía en un gran núm ero de casos es el de recurrir prim eram ent e a una represión enérgica, seguida por m uest ras de benevolencia." cccxxxvi 2) La realización t eat ral. En apariencia, por lo m enos, se t rat a de una t écnica rigurosam ent e opuest a a la del despert ar. En ést a, el delirio y su vivacidad inm ediat a eran confront ados con el pacient e t rabaj o de la razón. Sea baj o la form a de una lent a pedagogía, sea baj o la form a de una irrupción aut orit aria, la razón se im ponía por sí m ism a y por el peso de su propio ser. El no- ser de la locura, la inanidad de su error, t enían que ceder finalm ent e a la presión de la verdad. En el m ét odo que t rat arem os, la operación t erapéut ica se realiza por ent ero en el espacio de la im aginación; se t rat a de una com plicidad de lo irreal consigo m ism o; lo im aginario debe acept ar su propio j uego, suscit ar volunt ariam ent e nuevas im ágenes, delirar en la línea del delirio, y, sin oposición ni confront ación, e incluso sin una dialéct ica visible, paradój icam ent e, curar. La salud debe cercar y vencer a la m ism a nada donde la enferm edad se ha encerrado. La im aginación " cuando est á enferm a no puede ser curada sino por efect o de una im aginación m uy sana y ej ercit ada... Es indiferent e que la im aginación del enferm o sea curada por el m iedo, por una im presión viva y dolorosa sobre los sent idos, o por una ilusión" . cccxxxvii La ilusión puede curar lo ilusorio. ¿En qué consist e, pues, ese confuso poder de lo im aginario? En la m ism a m edida en que est á en la esencia de la im agen el hacerse pasar por realidad, es esencial en la realidad, recíprocam ent e, el poder de im it ar a la im agen, de present arse com o si t uviese la m ism a sust ancia y la m ism a significación que ella. Sin cont rast e ni rupt ura, la percepción puede cont inuar el sueño llenando sus lagunas, confirm ar aquello que t iene de precario, y llevarlo a su cum plim ient o. Si la ilusión puede parecer t an verdadera com o la percepción, la percepción a su vez puede llegar a ser la verdad visible, irrecusable de la ilusión. Tal es el prim er m om ent o de la cura por la " realización t eat ral" : int egrar la irrealidad de la im agen en la verdad percept iva, sin que aquélla aparent e cont radecirse, o incluso rechazar la segunda. Lusit anus relat a la curación de un m elancólico que se creía condenado, ya desde est a vida, a causa de los enorm es pecados que había com et ido. En la im posibilidad de convencerlo m ediant e argum ent os razonables de que podía salvarse, se acept a su delirio, y se le 109 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault hace aparecer un ángel vest ido de blanco, con una espada en la m ano, que t ras una severa exhort ación le anuncia que sus pecados han sido perdonados. cccxxxviii Aun en est e ej em plo se ve cóm o se elabora el segundo m om ent o. La realización en la im agen no es suficient e; es preciso cont inuar el discurso delirant e, pues en las palabras insensat as del enferm o hay una voz que habla; obedece a su gram át ica y enuncia un sent ido. La gram át ica y la significación deben ser respet adas de t al m anera que la realización del fant asm a en la realidad no aparezca com o el t ránsit o de un regist ro a ot ro, com o una t rasposición a un nuevo lenguaj e, con un sent ido m odificado. Debe seguir oyéndose el m ism o lenguaj e, y aport ar solam ent e al rigor del discurso un elem ent o deduct ivo nuevo. Est e elem ent o, sin em bargo, no es indiferent e; no se t rat a de proseguir el delirio, sino al cont inuarlo, de t rat ar de darle realización. Es preciso llevarlo a un est ado de paroxism o y de crisis, donde, sin la int ervención de ningún elem ent o ext raño, será confront ado consigo m ism o y discut irá con las exigencias de su propia verdad. El discurso real y percept ivo que prolonga el lenguaj e delirant e de las im ágenes debe, pues, sin escapar de las leyes de est e últ im o, sin salir de su j urisdicción, ej ercer en relación con él una función posit iva; lo debe encerrar dent ro de aquello que posee de esencial; si lo realiza, baj o el riesgo de confirm arlo, es para dram at izarlo. Se cit a el caso de un enferm o que se creía m uert o y que se m oría realm ent e, por no com er; " un grupo de personas que art ificialm ent e se habían puest o pálidos y que vest ían com o m uert os, ent ra en su cuart o, arregla una m esa, lleva alim ent os y se pone a com er y a beber enfrent e del lecho. El m uert o, ham brient o, los m ira; ellos se sorprenden de que perm anezca en la cam a; se le persuade de que los m uert os com en por lo m enos t ant o com o los vivos. El enferm o se acom oda m uy bien a est a cost um bre" . cccxxxix En el int erior de un discurso cont inuo es donde los elem ent os del delirio ent ran en cont radicción y desencadenan la crisis. La crisis es, de una m anera am bigua, a la vez m edicinal y t eat ral; t oda una t radición de la m edicina occident al, que se rem ont a a Hipócrat es, recupera allí repent inam ent e, y por algunos años solam ent e, una de las form as principales de la experiencia t eat ral. Se ve aparecer el gran t em a de una crisis que sería la confront ación del insensat o con su propio sent ido, de la razón con la sinrazón, de la ast ucia lúcida del hom bre con la obst inación del alienado, una crisis que m arca el punt o donde la ilusión, vuelt a cont ra sí m ism a, va a abrirse ant e la deslum brant e verdad. Est a apert ura es inm inent e en la crisis; hast a es ella, con su proxim idad inm ediat a, lo que t iene aquélla de esencial. Pero la apert ura no surge de la propia crisis. Para que la crisis sea m edicinal y no sim plem ent e dram át ica, para que no sea el aniquilam ient o del hom bre, sino pura y sim plem ent e la supresión de la enferm edad, en resum en, para que est a realización dram át ica del delirio t enga un efect o de purificación cóm ica, es preciso que un engaño sea int roducido en un m om ent o dado. cccxl Un engaño, o cuando m enos un elem ent o que alt ere subrept iciam ent e el j uego aut ónom o del delirio, y que, sin cesar de confirm arlo, no lo ligue a su propia verdad sin encadenarlo al m ism o t iem po a la necesidad de su supresión. El ej em plo m ás sim ple de est e m ét odo es el engaño em pleado con los enferm os delirant es que im aginan percibir sobre su cuerpo un obj et o, o un anim al ext raordinario: " Cuando un enferm o cree que en su cuerpo est á encerrado un anim al vivient e, hay que aparent ar que se le expulsa. Si est á en el vient re, se puede producir el efect o deseado, con un purgant e que lo sacuda vivam ent e, arroj ando al anim al en el bacín sin que él enferm o se dé cuent a." cccxli La puest a en escena realiza el obj et o del delirio, pero no puede hacerlo sin ext eriorizarlo, y si da al enferm o una confirm ación percept iva de su ilusión, t am bién lo libera forzosam ent e. La reconst rucción art ificiosa del delirio const it uye el espacio real en el cual el enferm o recobra su libert ad. Pero en ocasiones, no hay necesidad siquiera de est e dist anciam ient o. Es en el int erior de la sem i- percepción del delirio donde viene a aloj arse, m ediant e un engaño, un 110 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault elem ent o percept ivo, al principio silencioso, pero cuya afirm ación progresiva pondrá en duda a t odo el sist em a. Es en sí m ism o, y en la percepción que confirm a su delirio donde el enferm o percibe su realidad liberadora. Trallion relat a cóm o disipó un m édico el delirio de un m elancólico que im aginaba no t ener cabeza, y que sent ía en su lugar una especie de vacío; el m édico, acept ando el delirio, y de acuerdo con la pet ición del enferm o, t rat a de t apar el aguj ero, y le coloca sobre la cabeza una gran bola de plom o. Muy pront o, la m olest ia result ant e del peso se conviert e rápidam ent e en algo doloroso, y convence al enferm o de que t enía cabeza." cccxlii Finalm ent e, el engaño y su función de reducción cóm ica puede present arse con la com plicidad del m édico, pero sin ot ra int ervención direct a de su part e, por el j uego espont áneo del organism o del enferm o. En el caso ant eriorm ent e cit ado del m elancólico que m oría realm ent e por no querer com er porque se creía m uert o, la realización t eat ral de un fest ín de m uert os lo incit a a com er; est a alim ent ación lo rest aura, " el consum ir los guisos lo hace m ás apacible" , y al desaparecer la pert urbación orgánica, el delirio que era indisociablem ent e t ant o su causa com o su efect o, no dej ará de desaparecer. cccxliii Así la m uert e real que iba a result ar de la m uert e im aginaria es elim inada de la realidad, por la sola realización de la m uert e irreal. El int ercam bio del no- ser consigo m ism o se logra en est e j uego sabio: el no- ser del delirio se ha t rasladado al ser de la enferm edad, y la ha suprim ido, por el solo hecho de que ha sido expulsado del delirio por la represent ación dram át ica. La realización del no- ser del delirio en el ser llega a suprim irlo, incluso com o no- ser; est o acont ece por el m ecanism o puro de su cont radicción int erna, m ecanism o que es a la vez j uego de palabras y j uego de ilusión, j uego del lenguaj e y de la im agen; el delirio, en efect o, es suprim ido en t ant o que no- ser, puest o que se t ransform a en ser percibido; pero com o el ser del delirio consist e en no- ser, es suprim ido en t ant o que delirio. Y su confirm ación dent ro de la fant asía t eat ral lo rest it uye a una verdad que, al ret enerlo caut ivo dent ro de lo real, lo expulsa de la m ism a realidad, y lo hace desaparecer en el discurso sin delirio de la razón. Tenem os allí com o una m inuciosa puest a en obra, irónica y m édica a la vez, del esse est percipi; su sent ido filosófico se encuent ra seguido al pie de la let ra, y al m ism o t iem po ut ilizado en dirección cont raria a su im pulso nat ural; ha subido a cont racorrient e de su significado. En efect o, a part ir del m om ent o en que el delirio penet ra en el cam po del percipi, se rem it e, a pesar suyo, al ser, es decir, ent ra en cont radicción con su ser propio que es el non- esse. El j uego t eat ral y t erapéut ico al que ent onces se j uega consist e en poner en cont inuidad, en el desarrollo del delirio m ism o, las exigencias de su ser con las leyes del ser ( es el m om ent o de la invención t eat ral, de la puest a en escena de la ilusión cóm ica) ; después, consist e en prom over, ent re ést as y aquéllas, la t ensión y la cont radicción que ya se encuent ran allí inscrit as pero que pront o dej an de ser silenciosas ( es ést e el m om ent o del dram a) ; finalm ent e, consist e en descubrir, poniéndola baj o una luz cruel, est a verdad que en las leyes del ser del delirio son t an sólo apet it os y deseos de la ilusión, exigencias del no- ser; y en consecuencia, el percipi que la insert aba en el ser la condenaba ya secret am ent e a su ruina ( es la com edia, es el desenlace) . Desenlace en el sent ido est rict o de que el ser y el no- ser son liberados el uno y ot ro de su confusión en la casi- realidad del delirio, y devuelt os a la pobreza de aquello que son. Puede verse la curiosa analogía de est ruct ura, en la época clásica, ent re los diversos m odos de liberación; t ienen el m ism o equilibrio y el m ism o m ovim ient o en el art ificio de las t écnicas m édicas, y en los j uegos serios de la ilusión t eat ral. Puede com prenderse por qué la locura com o t al ha desaparecido del t eat ro a fines del siglo XVI I para no reaparecer casi ant es de los últ im os años del siglo siguient e: el t eat ro de la locura era efect ivam ent e realizado en la práct ica m édica; su reducción cóm ica era del orden de la curación cot idiana. 111 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault 3) El ret orno a lo inm ediat o. Puest o que la locura es ilusión, la curación de la locura, si es ciert o que puede lograrse por m edio del t eat ro, t am bién puede realizarse, y aún m ás direct am ent e, por la supresión del t eat ro. Confiar direct am ent e la locura y su m undo vano a la plenit ud de una nat uraleza que no se engaña porque su inm ediat ez no conoce el no- ser, es a la vez ent regar a la locura a su propia verdad ( puest o que la locura, com o enferm edad, no es, después de t odo, m ás que un ser de la nat uraleza) y a su m ás próxim a cont radicción ( puest o que el delirio com o apariencia sin cont enido es incluso el cont rario de la riqueza a m enudo secret a e invisible de la nat uraleza) . Así, ést a aparece com o la razón de la sinrazón, en un doble sent ido, pues en ella se encuent ran las causas de lo irrazonable y est á ocult o el principio de su supresión. Es preciso hacer not ar, sin em bargo, que est os t em as no est án present es desde el principio de la época clásica. Aunque est án ordenados dent ro de la m ism a experiencia de la sinrazón, son una cont inuación de las t esis de la realización t eat ral; y su aparición indica el m om ent o en que la int errogación sobre el ser y el engaño com ienza a desaparecer para dej ar sit io a una problem át ica de la nat uraleza. Los j uegos de la ilusión t eat ral pierden su sent ido, y las t écnicas art ificiosas de la realización im aginaria son sust it uidas por el art e, sencillo y confiado, de una reducción nat ural. Est o últ im o debe ent enderse en un sent ido am biguo, pues se t rat a t ant o de una reducción por la nat uraleza com o de una reducción a la nat uraleza. El ret orno a lo inm ediat o es la t erapéut ica por excelencia, puest o que es el absolut o rechazo de la t erapéut ica; cura en la m edida en que es olvido de t odos los cuidados. Es en la pasividad del hom bre con respect o a sí m ism o, y en el silencio que im pone a su art e y a sus art ificios, donde la nat uraleza despliega una act ividad que es exact am ent e lo recíproco del renunciam ient o. Pues si la vem os de m ás cerca, esa pasividad del hom bre es act ividad real; cuando el hom bre se confía al m edicam ent o, escapa de la ley del t rabaj o que la m ism a nat uraleza le im pone; se hunde en el m undo del art ificio y de la cont ranat ura, en un m undo del que form a part e la locura, la cual es una de sus m anifest aciones; es olvidando la enferm edad, y t om ando nuevam ent e su lugar dent ro de la act ividad de los seres nat urales, com o el hom bre llega a curarse, por m edio de una aparent e pasividad que no es, en el fondo, sino una indust riosa fidelidad, Bernardino de Saint - Pierre explica de la m anera siguient e cóm o se libró de un " m al ext raño" , el cual, " com o a Edipo, le hacía ver dos soles" . La m edicina le había ofrecido su auxilio y le había enseñado que " su m al radicaba en los nervios" . En vano se aplicó los m edicam ent os m ás apreciados; se dio cuent a, en breve, de que los m ism os m édicos m orían por causa de sus rem edios: " Es a JeanJacques Rousseau a quien debo el haber recuperado la salud. Yo había leído, en sus escrit os inm ort ales, ent re ot ras verdades nat urales, que el hom bre est á hecho para t rabaj ar, no para m edit ar. Hast a ent onces había ej ercit ado m i alm a y dej ado en reposo m i cuerpo; cam bié de régim en; ej ercit é el cuerpo y di reposo al alm a. Renuncié a la m ayor part e de los libros; puse los oj os sobre las obras de la nat uraleza, que hablaban a m is sent idos con un lenguaj e que ni el t iem po ni las naciones pueden alt erar. Mi hist oria y m is periódicos fueron las hierbas del cam po y de las praderas; no eran ya m is pensam ient os los que en form a penosa se dirigían a ella, com o ocurre dent ro del sist em a de los hom bres, sino que eran sus pensam ient os los que venían a m í baj o m il form as agradables." cccxliv A pesar de las form ulaciones propuest as por algunos discípulos de Rousseau, ese ret orno a lo inm ediat o no es absolut o ni sencillo. Sucede que la locura, aunque sea provocada, alim ent ada por t odo aquello que hay de m ás art ificial dent ro de la sociedad, aparece, en sus form as violent as, com o la expresión salvaj e de los deseos hum anos m ás prim it ivos. La locura en la época clásica proviene, com o lo hem os vist o, de las am enazas de la best ialidad dom inada por la depredación y el inst int o hom icida. 112 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Confiar la locura a la nat uraleza sería abandonarla, a t ravés de un t rast rocam ient o incont rolable, a esa rabia de la cont ranat ura. La curación de la locura supone, pues, un regreso a lo que es inm ediat o no para el deseo, sino para la im aginación; es un ret orno que expulsa de la vida del hom bre y de sus placeres t odo aquello que es irreal, art ificial e im aginario. Las t erapéut icas que part en de la inm ersión reflexiva en lo inm ediat o suponen secret am ent e la m ediación de una sabiduría, que divide a la nat uraleza, y que coloca de un lado lo que es propio de la violencia, y del ot ro lo que es propio de la verdad. Es la m ism a diferencia que exist e ent re el salvaj e y el labrador. " Los salvaj es... viven m ás bien la exist encia de un anim al carnicero que la de un ser razonable" ; la vida del labrador, al cont rario, " es m ás feliz, en realidad, que la del hom bre de m undo" . Del lado del salvaj e, el deseo inm ediat o, sin disciplina, sin const reñim ient o, sin m oralidad real; del lado del labrador, el placer sin m ediación, es decir, sin solicit aciones vanas, sin excit ación ni realización im aginaria. Lo que en la nat uraleza y sus virt udes inm ediat as cura la locura es el placer, un placer que por un lado hace vano el deseo, que ni siquiera necesit a reprim irlo, puest o que ofrece al hom bre, por adelant ado, una sat isfacción plena, y por el ot ro lado hace irrisoria a la im aginación, puest o que aport a espont áneam ent e la feliz presencia de la realidad. " Los placeres part icipan del orden et erno de las cosas; exist en invariablem ent e; para form arlos, son precisas ciert as condiciones...; est as condiciones no son arbit rarias; la nat uraleza las ha t razado; la im aginación no puede crearlas y el hom bre m ás apasionado por los placeres no podrá aum ent ar los suyos sino renunciando a t odos aquellos que no llevan la huella de la nat uraleza." cccxlv El m undo inm ediat o del labrador es, pues, un m undo dot ado de sabiduría y m esura, y que es capaz de curar la locura en la m edida en que hace inút il el deseo y los m ovim ient os de la pasión que ést e suscit a, y en la m edida en que reduce t am bién, j unt o con la im aginación, t odas las posibilidades del delirio. Lo que Tissot ent iende por " placer" es est a curación inm ediat a, liberada a la vez de la pasión y del lenguaj e, es decir, de las dos grandes form as de la experiencia hum ana que dan origen a la sinrazón. Y posiblem ent e la nat uraleza, com o form a concret a de lo inm ediat o, posea ot ro poder fundam ent al para curar la locura, ya que puede liberar al hom bre de su libert ad. En la nat uraleza ( por lo m enos en esa que es m edida por la doble exclusión de la violencia, del deseo, y de la irrealidad de lo fant ást ico) , el hom bre sin duda est á liberado de las obligaciones sociales ( de aquellas que lo fuerzan " a calcular y a hacer el balance de sus placeres im aginarios, y que llevan ese nom bre sin ser t ales" ) y del m ovim ient o incont rolable de las pasiones. Pero por el hecho m ism o del ret orno a la nat uraleza, es poseído lent am ent e, y com o desde el int erior m ism o de su vida, por el sist em a de las obligaciones nat urales. La presión de las necesidades m ás sanas, el rit m o de los días y de las est aciones, la necesidad sin violencia de alim ent arse y abrigarse, obligan al desorden de los locos a t ransform arse en una regular observancia. Lo que la im aginación invent a com o dem asiado lej ano es olvidado j unt o con t odo aquello que t iene de dem asiado urgent e el placer. En la dulzura del placer que no const riñe, el hom bre encuent ra su lazo de unión con la sabiduría de la nat uraleza, y su fidelidad hacia ella, que t iene form a de libert ad, disipa a la sinrazón, la cual yuxt apone paradój icam ent e el ext rem o det erm inism o de la pasión con la ext rem a fant asía de la im agen. Así, se sueña, en m edio de est os paisaj es donde se m ezclan la ét ica y la m edicina, en una liberación de la locura: liberación en la que no hay que ver, en principio, el descubrim ient o hecho por la filant ropía de la hum anidad de los locos, sino sim plem ent e com o el deseo de colocar a la locura baj o el suave const reñim ient o de la nat uraleza. La viej a aldea de Gheel que, desde el fin de la Edad Media, daba t est im onio de la relación, ahora olvidada, que exist ió ent re el confinam ient o de los locos y la exclusión de los leprosos, recibe t am bién en los últ im os años del siglo XVI I I una brusca 113 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault reint erpret ación. Todo aquello que en ese pueblo m arcaba la separación violent a, pat ét ica, del m undo de los hom bres y del m undo de los locos, se conviert e en el depósit o de los valores idílicos de la unidad que se ha vuelt o a encont rar ent re la sinrazón y la nat uraleza. Est e pueblo significaba ant iguam ent e que los locos est aban encerrados y el hom bre razonable prot egido de ellos; pero ahora es una m anifest ación de que el loco se ha liberado y, en est a libert ad que lo coloca en consonancia con las leyes de la nat uraleza, vuelve a aj ust arse con el hom bre razonable. En Gheel, según el cuadro que describe Jouy " las cuat ro quint as part es de la población son locos, pero locos en t oda la ext ensión del t érm ino, y gozan sin inconvenient es de la m ism a libert ad que los ot ros ciudadanos... Alim ent os sanos, aire puro, un sist em a de libert ad, t al es el régim en prescrit o, al cual la m ayor part e de ellos le debe, al t érm ino de un año, su curación" . cccxlvi Sin que nada haya cam biado realm ent e en las inst it uciones, el sent ido de la exclusión y el confinam ient o em pieza a alt erarse: t om a lent am ent e valores posit ivos, y el espacio neut ro, vacío, noct urno, en el cual se rest it uía ant iguam ent e la sinrazón a su nada, com ienza a poblarse de una nat uraleza ant e la cual la locura liberada se som et e. El confinam ient o, com o separación de la razón y de la sinrazón, no ha sido suprim ido: pero en el int erior m ism o de su designio, el espacio que ocupa dej a act uar a los poderes nat urales, que const riñen aún m ás a la locura, que son m ás propios para som et erla en su esencia que t odo el viej o sist em a lim it at ivo y represivo. Es preciso liberar a la locura de est e sist em a para que en el espacio del confinam ient o, cargado ahora de efect ividad posit iva, sea libre para deshacerse de su salvaj e libert ad, y para acoger las exigencias de la nat uraleza que son para ella, a la vez, ley y verdad. En t ant o que ley, la nat uraleza const riñe y lim it a la violencia del placer; en t ant o que verdad, reduce la cont ranat ura y t odos los fant asm as de la im aginación. Pinel describe así est a nat uraleza, a propósit o del hospit al de Zaragoza: allí se est ablece " una especie de cont rapeso a los ext ravíos del espírit u por m edio del at ract ivo y del encant o que inspira el cult ivo de los cam pos, por el inst int o nat ural que lleva al hom bre a fecundar la t ierra y proveer así a sus necesidades por m edio de los frut os de su indust ria. Desde la m añana se les ve separarse con alegría por las diversas part es de un vast o cercado dependient e del hospicio, repart irse con una especie de em ulación los t rabaj os propios de la est ación, cult ivar el t rigo candeal, las legum bres, las plant as de los huert os, ocuparse por t urno en la cosecha, la t rilla, la vendim ia, la recolección de aceit unas, y en volver a encont rar por la noche, en un asilo solit ario, la calm a y un sueño t ranquilo. Una experiencia const ant e ha enseñado a las aut oridades del asilo que ése es el m edio m ás seguro y eficaz para recobrar la razón" . cccxlvii Baj o las im ágenes convencionales encont ram os un sent ido riguroso. El ret orno a lo inm ediat o no posee eficacia cont ra la sinrazón sino en la m edida en que se t rat a de una inm ediat ez preparada y dividida por ella m ism a; una inm ediat ez donde la violencia es aislada de la verdad, el salvaj ism o apart ado de la libert ad, donde la nat uraleza dej a de poder reconocerse en las figuras fant ást icas de la cont ranat ura. En resum en, una inm ediat ez donde la nat uraleza es m ediat izada por la m oral. En un espacio así preparado, la locura no podrá nunca hablar el lenguaj e de la sinrazón, con t odo aquello que t rasciende los fenóm enos nat urales de la enferm edad. Est ará por com plet o dent ro de la pat ología. Est a t ransform ación ha sido acogida por las épocas post eriores com o una adquisición posit iva, com o el advenim ient o, si no de la verdad, por lo m enos de la posibilidad del conocim ient o de la verdad; pero ant e la hist oria debe aparecer com o lo que realm ent e ha sido: es decir, com o la reducción de la experiencia clásica de la sinrazón a una percepción est rict am ent e m oral de la locura, que será el núcleo secret o de t odas las concepciones que el siglo XI X hará valer com o cient íficas, posit ivas y experim ent ales. Est a m et am orfosis que se realiza en la segunda m it ad del siglo XVI I I se ha deslizado 114 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault inicialm ent e en las t écnicas de la curación. Pero rápidam ent e se ha m anifest ado a la luz del día, ganando el espírit u de los reform adores y guiando la gran reorganización de la experiencia de la locura en los últ im os años del siglo. Poco después escribe Pinel: " ¡Cuan im port ant e es, en la prevención de la hipocondría, la m elancolía o la m anía, seguir las leyes inm ut ables de la m oral! " cccxlviii Es inút il t rat ar de dist inguir las t erapéut icas físicas y las m edicaciones psicológicas en la época clásica; por la sim ple razón de que la psicología no exist e. Cuando se prescribe la absorción de am argos, por ej em plo, no se t rat a de rem edios físicos, puest o que va a lim piarse t ant o el alm a com o el cuerpo; cuando se prescribe a un m elancólico la vida sencilla de los labradores, o cuando se represent a la com edia de su delirio, no se t rat a de int ervenciones psicológicas, puest o que el m ovim ient o de los espírit us en los nervios y la densidad de los hum ores const it uyen el principal int erés del t rat am ient o. Pero en un caso, se t rat a de un art e de la t ransform ación de las cualidades, de una t écnica en la cual la esencia de la locura es considerada com o nat uraleza y com o enferm edad; en el ot ro, se t rat a de un art e discursivo y de la rest it ución de la verdad, donde la locura significa sinrazón. Cuando est é disociada, en años post eriores, est a gran experiencia de la sinrazón, cuya unidad es caract eríst ica de la época clásica, cuando la locura, confinada por com plet o en una inst it ución m oral, no sea m ás que enferm edad, ent onces la dist inción que acabam os de est ablecer t om ará ot ro sent ido; lo que era enferm edad dependerá de lo orgánico; y lo que pert enecía a la sinrazón, a la t rascendencia de su discurso, será colocado dent ro de la psicología. Así es precisam ent e com o nace la psicología, no com o verdad sobre la locura, sino com o señal de que la locura est á ahora desunida de su verdad que era la sinrazón, y que ya no es sino un fenóm eno a la deriva, insignificant e, que flot a en la superficie indefinida de la nat uraleza. Enigm a sin ot ra verdad que la que puede reducirlo. Por eso es preciso hacer j ust icia a Freud. Ent re los 5 psicoanálisis y la cuidadosa invest igación de los Medicam ent os psicológicos, hay algo m ás que un descubrim ient o: hay allí la violencia soberana de un ret orno. Janet enum eraba los elem ent os de una separación, hacía el invent ario, anexaba aquí y allá, acaso conquist aba. Freud volvía a t om ar a la locura al nivel de su lenguaj e, y reconst ruía uno de los elem ent os esenciales de una experiencia acallada por el posit ivism o; no agregaba a la list a de los t rat am ient os psicológicos sobre la locura nada im port ant e; rest it uía al pensam ient o m édico la posibilidad de un diálogo con la sinrazón. No nos asom brem os de que el m ás " psicológico" de los m edicam ent os haya encont rado t an pront o su cam ino, y haya sido confirm ado orgánicam ent e. No se t rat a de psicología lo qué se t rat a en el psicoanálisis, sino precisam ent e de una experiencia de la sinrazón que la psicología del m undo m oderno t uvo por obj et o ocult ar. N OTAS SEGUN D A PARTE I N TROD UCCI ÓN 115 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault i Ré gn ie r , Sa t ir e XI V. ( Eu vr e s com ple t e s, cd. Ra ila u d, v. 9 . I bid., vv. 1 3 - 1 4 . iii I bid., vv. 7 - 8 . iv W . Bla k e , Le M a r ia ge du de l e t de l'e n fe r , t r a d. A. Gide , p. 2 4 . v I bid., p. 2 0 . vi Ré gn ie r , loc. cit ., v. 1 5 5 . ii I . EL LOCO EN EL JARD Í N D E LAS ESPECI ES vii Pygm a lion , pr in ce de Tyr . Pr ólogo. ( Eu vr e s de Fon t e n e lle , Pa r ís, 1 7 9 0 , I V, p. 4 7 2 . Ba yle , cit a do e n D e lvové , Essa i su r Pie r r e Ba yle , Pa r ís, 1 9 0 6 , p. 1 0 4 . ix Fon t e n e lle , D ia logu e s de s m or t s m ode r n e s. D iá logo I V. ( Eu vr e s, 1 7 9 0 , I , p. 2 7 8 . x Cf. M a n de ville , e n La Fa ble de s a be ilt e s, y M on t e squ ie u a pr opósit o de la locu r a de l h on or e n t r e los n oble s ( Espr it de s lois, lib. I I I , ca p. VI I ) . xi H ist oir e de Aca dé m ie de s scie n ce s. An n é e 1 7 0 9 , cd. 1 7 3 3 , pp. 1 1 - 1 3 . Su r le de lir e m é la n coliqu e . xii D ia logu e s de m or t s m ode r n e s. D iá logo I V, ( Eu vr e s, I , p. 2 7 8 . Lo m ism o a pr opósit o de la libe r t a d, Fon t e n e lle e x plica qu e los locos n o son n i m á s n i m e n os de t e r m in a dos qu e los ot r os. Si se pu e de r e sist ir a u n a disposición m ode r a da de l ce r e br o, se de be pode r r e sist ir a u n a disposición m á s fu e r t e : " Y a sí, de bie r a se r posible t e n e r gr a n in ge n io pe se a u n a m e diocr e disposición a la e st u pide z." O, a la in ve r sa , si n o se pu e de r e sist ir a u n a disposición viole n t a , u n a disposición dé bil e s igu a lm e n t e de t e r m in a n t e . ( Tr a it e de la libe r t é de l'á m e , a t r ibu ido a Fon t e n e lle e n la e dición D e ppin g, I I I , pp. 6 1 1 - 6 1 2 .) xiii Boissie r de Sa u va ge s, N osologie m é t h odiqu e , t r a d. Gou vion , Lyon , 1 7 7 2 , t . VI I , p. 33. xiv I bid., t . VI I , p. 3 3 . xv Volt a ir e , D ict ion n a ir e ph ilosoph iqu e , a r t . " Locu r a " , e d. Be n da , Pa r ís, 1 9 3 5 , t . I , p. 286. xvi Boissie r de Sa u va ge s, loc. cit ., t . VI I , p. 3 4 . xvii Volt a ir e , D ict ion n a ir e ph ilosoph iqu e , a r t . " Locu r a " , p. 2 8 5 . xviii Cice r ón , Tu scu la n a s, lib. I I I , I , 1 . xix I bid., lib. I I I , I V, 8 . xx I bid., lib. I I I , I I I , 5 . xxi I bid., lib. I I I , V, 1 1 . xxii I bid. xxiii En e sa s m ism a s Tu scu la n a s se e n cu e n t r a u n e sfu e r zo por su pe r a r la oposición fu r or - in sa n ia e n u n a m ism a a sign a ción m or a l: " u n a lm a r obu st a n o pu e de se r a t a ca da por la e n fe r m e da d, e n t a n t o qu e e l cu e r po pu e de se r lo; pe r o e l cu e r po pu e de ca e r e n fe r m o sin qu e h a ya cu lpa n u e st r a ; lo cu a l n o pu e de ocu r r ir a l a lm a , t oda s cu ya s e n fe r m e da de s y pa sion e s t ie n e n por ca u sa e l de spr e cio de la r a zón " ( ibid., lib. I V, XI V, 3 1 ) . xxiv En cyclopé die , a r t . " Locu r a " . xxv Pla t e r , Pr a x e os m e dica e t r e s t om i, Ba le , 1 6 0 9 . xxvi Sa u va ge s, N osologie m é t h odiqu e , t r a d. fr ., I , p. 1 5 9 . xxvii I bid., p. 1 6 0 . xxviii I bid., p. 1 5 9 . xxix I bid., p. 1 2 9 . xxx I bid., p. 1 6 0 . xxxi W illis, D e m or bis con vu lsivis. Ope r a , Lyon , 1 6 8 1 , t . I , p. 4 5 1 . xxxii Sa u va ge s, loc. cit ., I , pp. 1 2 1 - 1 2 2 . xxxiii Cf. t a m bié n Syde n h a m , D isse r t a t ion su r la pe t it e vé r óle . M é de cin e pr a t iqu e , t r a d. Ja u lt , 1 7 8 4 , p. 3 9 0 . xxxiv Sa u va ge s, loc. cit ., t . I , pp. 9 1 - 9 2 . Cf. igu a lm e n t e A. Pit ca ir n , Th e W h ole W or k s ( don e fr om t h e la t in or igin a l by G. Se w e l e I . T. D e sa gu lie r s, 2 °e d., 1 7 7 7 , pp. 9 - 1 0 ) . xxxv Syde n h a m , M é de cin e pr a t iqu e , t r a d. Ja u lt , Pr e fa cio, p. 1 2 1 . viii 116 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault xxxvi Ga u biu s, I n st it u t ion e s pa t h ologia e m e dicin a le s, cit a do por Sa u va ge s, loc. cit . Le s N ou ve lle s Cla sse s de s m a la die s da t a n de 1 7 3 1 o 1 7 3 3 . Cf., a l r e spe ct o, Be r g, Lin n é e t Sa u va ge s ( Lych n os, 1 9 5 6 ) . xxxviii Syde n h a m , cit a do e n Sa u va ge s, loc. cit ., I , pp. 1 2 4 - 1 2 5 . xxxix I bid. xl Lin n e o, Le t t r e á Boissie r de Sa u va ge s, cit a da por Be r g ( loc. cit .) . xli Ese pr oble m a pa r e ce se r r é plica de ot r o qu e h e m os e n con t r a do e n la pr im e r a pa r t e , cu a n do se t r a t a ba de e x plica r cóm o h a podido coin cidir la h ospit a liza ción de los locos con su in t e r n a m ie n t o. Ést e sólo e s u n o de los m u ch os e j e m plos de a n a logía s e st r u ct u r a le s e n t r e e l dom in io e x plor a do a pa r t ir de la s pr á ct ica s, y e l qu e pu e de ve r se a t r a vé s de la s e spe cu la cion e s cie n t ífica s o t e ór ica s. Aqu í y a llá , la e x pe r ie n cia de la locu r a e st á sin gu la r m e n t e disocia da de sí m ism a y e s con t r a dict or ia ; pe r o n u e st r a t a r e a con sist e e n e n con t r a r , e n la sola pr ofu n dida d de la e x pe r ie n cia , e l fu n da m e n t o y la u n ida d de su disocia ción . xlii Pa r a ce lso, Sä m t lich e W e r k e , e d. Sü dh off, M u n ich , 1 9 2 3 : I Abt e ilu n g, vol. I I , pp. 3 9 1 ss. xliii Ar n old, Obse r va t ion s on t h e n a t u r e , k in ds, ca u se s, a n d pr e ve n t ion of in sa n it y, lu n a cy a n d m a dn e ss, Le ice st e r , t . I , 1 7 0 2 , t . I I , 1 7 8 6 . xliv Vit e t , M a t ié r e m e díca le r é for m é e ou ph a r m a copé e m é dico- ch ir u r gica le ; Pin e l, D ict ion n a ir e de s Scie n ce s m e dica le s, 1 8 1 9 , t . XXXVI , p. 2 2 0 . xlv Sa u va ge s, loc. cit ., VI I , p. 4 3 ( cf. t a m bié n t . I , p. 3 6 6 ) . xlvi I bid., VI I , p. 1 9 1 . xlvii I bid., VI I , p. 1 . xlviii I bid., VI I , pp. 3 0 5 - 3 3 4 . xlix W illis, Ope r a , I I , p. 2 5 5 . l I bid., pp. 2 6 9 - 2 7 0 . li Pin e l, N osogr a ph ie ph ilosoph iqu e , Pa r ís, 1 7 9 8 . lii Esqu ir ol, D e s m a la die s m e n t a le s, Pa r ís, 1 8 3 8 . liii Cu lle n , I n st it u t ion s de m é de cin e pr a t iqu e , I I , t r a d. Pin e l, Pa r ís, 1 7 8 5 , p. 6 1 . liv D e la Roch e , An a lyse de s fon ct ion s du syst é m e n e r ve u x , Gin e br a , 1 7 7 8 , I , Pr e fa cio, p. VI I I . lv Vir ide t , D isse r t a t ion su r le s va pe u r s, Yve r don , 1 7 2 G, p. 3 2 . lvi Be a u ch e sn e , D e s in flu e n ce s de s a ffe ct ion s de Vá m e , Pa r ís, 1 7 8 3 , pp. 6 5 - 1 8 2 y 2 2 1 223. lvii Pr e ssa vin , N ou ve a u t r a it e de s va pe u r s, Lyon , 1 7 7 0 , pp. 7 - 3 1 . xxxvii I I . LA TRASCEN D EN CI A D EL D ELI RI O lviii Volt a ir e , D ict ion n a ir e ph ilosoph iqu e , a r t ícu lo " Locu r a " , e d. Be n da , t . I , p. 2 8 5 . Sa in t e - Be u ve , Ré solu t ion de qu e lqu e s ca s de con scie n ce , Pa r ís, 1 6 8 9 , I , p. 6 5 . Ta m bié n e s la r e gla qu e se a plica a los sor dom u dos. lx Cf. u n a disposición de l Pa r la m e n t o de Pa r ís de l 3 0 de a gost o de 1 7 1 1 . Cit a do e n Pa r t u r ie r , L'Assist a n ce á Pa r t s sou s l'An cie n Ré gim e e t la Ré volu t ion , Pa r ís, 1 8 9 7 , p. 1 5 9 n ot a 1 lxi L'Am e m a t é r ie lle , u n n u e vo sist e m a sobr e los pu r os pr in cipios de los a n t igu os filósofos a n t igu os y m ode r n os qu e sost ie n e n su in m a t e r ia lida d. Ar se n a l, m s. 2 2 3 9 , p. 1 3 9 . lxii I bid. lxiii Volt a ir e , loc. cit ., p. 2 8 6 . lxiv Por e j e m plo, los cola bor a dor e s de l D ict ion n a ir e de Ja m e s. lxv Sa u va ge s, loc. cit ., t . VI I , pp. I SO, 1 4 1 , y pp. 1 4 - 1 5 . lxvi Volfa ir e , loc. cit ., p. 2 8 6 . lxvii Tissot , Avis a u x ge n s de le t t r e s. t r a du cción fr a n ce sa , 1 7 6 7 , pp. 1 - 3 . lxviii Evide n t e m e n t e , h a y qu e su pon e r qu e h a bía n le ído a D ie m e r br oe k . lix 117 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte lxix Za cch ia s, Qu a e st ion e s m é dico- le ga le s, Lyon , 1 6 7 4 , I I , p. 1 1 4 . Michel Foucault libr o I I , t ít u lo I , cu e st ión Por lo qu e con cie r n e a la im plica ción de l a lm a y e l cu e r po e n la locu r a , la s de fin icion e s pr opu e st a s por ot r os a u t or e s son de l m ism o e st ilo. W illis: " Afe ccion e s de l ce r e br o e n qu e qu e da n le sion a da s la r a zón y la s ot r a s fu n cion e s de l a lm a " ( Ope r a , t . I I , p. 2 2 7 ) ; Lor r y: " Cor por is a e gr ot a n t is con dit io illa in qu a j u dicia a se n sibu s or ie n da n u lla t e n u s a u t sibi in t e r se a u t r e i r e pr e se n t a t a e r e spon sa n t " ( D e M e la n ch olia , 1 7 6 5 , t . I , p. 3 ) . lxx W illis, Ope r a , t . I I , pp. 2 5 5 - 2 5 7 . lxxi En ge n e r a l, los e spír it u s a n im a le s son de l dom in io 'de lo im pe r ce pt ible . D ie m e r br oe k ( An a t om ía , libr o VI I I , ca p. 1 °) e st a bl e ce su in visibilida d, con t r a Ba r t h olin , qu ie n a fir m a h a be r los vist o ( I n st it u t ion s a n a t om iqu e s, libr o I I I , ca p. 1 °) . H a lle r ( Ele m e n t a ph ysiologia e , t . I V, p. 3 7 1 ) a fir m a ba su in sipide z, con t r a Je a n Pa sca l, qu ie n los h a bía gu st a do y e n con t r a do á cidos ( N ou ve lle dé cou ve r t e e t le s a dm ir a ble s e ffe t s de s fe r m e n t s da n s le cor ps h u m a in ) . lxxii Syde n h a m , D isse r t a t ion su r l'a ffe ct ion h yst é r iqu e ( M é de cin e pla t iqu e , t r a d. Ja u lt , p. 4 0 7 ) . lxxiii I bid., n ot a . lxxiv H a y por h a ce r t odo u n e st u dio sobr e lo qu e e s ve r e n la m e dicin a de l siglo XVI I I . Es ca r a ct e r íst ico qu e e n la En cyclopé die , e l a r t ícu lo fisiológico con sa gr a do a los N e r vios, fir m a do por e l ca ba lle r o de Ja u cou r t , cr it ica la t e or ía de la s t e n sion e s qu e e s a ce pt a da com o pr in cipio de e x plica ción e n la m a yor ía de los a r t ícu los de pa t ología ( cf. e l a r t ícu lo " D e m e n cia " ) . lxxv Pom m e , Tr a it e de s a ffe ct ion s va por e u se s de s de u x se x e s, Pa r ís, 3 ° e d., 1 7 6 7 , p. 94. lxxvi Bon e t , Se pu lch r e t u m , Gin e br a , 1 7 0 0 , t . I , se cción VI I I pp. 2 0 5 ss y se cción I X, pp. 2 2 1 ss. D e l m ism o m odo, Lie u t a u d h a vist o, e n los m e la n cólicos, " la m a yor ía de los va sos de l ce r e br o a t ibor r a dos de sa n gr e n e gr u zca y e spe sa , con a gu a e n los ve n t r ícu los; e l cor a zón se h a e n con t r a do, e n a lgu n os, de se ca do y ca r e n t e de sa n gr e " ( Tr a it e de m e de cin e pr a t iqu e , Pa r ís, 1 7 5 9 , I , pp. 2 0 1 - 2 0 3 ) . lxxvii N u e va s obse r va cion e s sobr e la s ca u sa s física s de la locu r a , le ída s e n la ú lt im a a sa m ble a de la Aca de m ia Re a l de Pr u sia ( Ga ze t t e Sa lu t a ir e , XXXI , 2 de a gost o, 1 7 6 4 ) . lxxviii Cit a do por Cu lle n , I n st it u t ion s de m e de cin e pr a t iqu e , I I , p. 2 9 5 . lxxix I bid., I I , pp. 2 9 2 - 2 9 6 . lxxx M . Et t m ü lle r , Pr a t iqu e de m e de cin e spú cia le , Lyon , 1 0 9 1 , pp. 4 3 7 ss. lxxxi W h yt t , Tr a it e de s m a la die s n e r ve u se s, t r a d. fr ., Pa r ís, 1 7 7 7 , t . I , p. 2 5 7 . lxxxii En cyclopé die , a r t ícu lo " M a n ía " . lxxxiii Cf. An on ym e , Obse r va t ion s de m e de cin e su r la m a la die a ppe lce con vu lsión , Pa r ís, 1 7 3 2 , p. 3 1 . lxxxiv Cf. Tissot , Tr a it e de s N e r fs, I I , 1 , pp. 2 9 - 3 0 : " La ve r da de r a pa t r ia de la de lica de za de l gé n e r o n e r vioso se h a lla e n t r e 4 5 ° y 5 5 ° de la t it u d." lxxxv Ar t ícu lo a n ón im o de la Ga ze t t e Sa lu t a ir e , XL, 6 de oct u br e , 1 7 6 8 . lxxxvi Cf. D a qu in , Ph ilosoph ie de la folie , Pa r ís, 1 7 9 2 , pp. 2 4 - 2 5 . lxxxvii J.- Fr . D u fou r : Essa i su r fe s opé r a t ion s de l'e n íe n de m e n t h u m a in , Am st e r da m , 1 7 7 0 , pp. 3 6 1 - 3 6 2 . lxxxviii Bla ck , On I n sa n it y, cit a do e n M a lt h cy, p. 3 6 5 . lxxxix Cit a do e n Esqu ir ol, loc. cit ., I I , p. 2 1 9 . xc En la m ism a é poca , D u m ou lin e n N ou ve a u t r a it e du r h u m a t ism e e t de s va pe u r s, 2 ° e d., 1 7 1 0 , cr it ica la ide a de u n a in flu e n cia de la Lu n a sobr e la pe r iodicida d de la s con vu lsion e s, p. 2 0 9 . xci R. M e a d, A Tr e a t ise Con ce r n in g t h e I n flu e n ce of t h e Su n a n d t h e M oon , Lon dr e s, 1748. xcii Ph ilosoph ie de la folie , Pa r ís, 1 7 9 2 . xciii Le u r e t y M it ivé . D e la fr é qu e n ce de pou ls ch e z le s a lie n e s, Pa r ís, 1 8 3 2 . xciv Gu isla in , Tr a it e de s ph r é n opa t h ie s, Br u se la s, 1 8 3 5 , p. 4 6 . xcv D a qu in , Ph ilosoph ie de la folie , Pa r ís, 1 7 9 2 , pp. 8 2 , 9 1 ; cf. igu a lm e n t e : Toa ldo, 118 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault Essa i m é t é or ologiqu e , t r a du cido por D a qu in , 1 7 8 4 . Sa u va ge s, N osologie m é t h odiqu e , t . VI I , p. 1 2 . xcvii Ba yle y Gr a n ge on , Re la t ion de l'é t a t de qu e lqu e s pe r son n e s pr é t e n du e s possé dé e s fa it e d'a u t or it é a u Pa r le m e n t de Tou lou se , Tou lou se , 1 6 8 2 , pp. 2 6 - 2 7 . xcviii M a le br a n ch e , Re ch e r ch e de la vé r it é , libr o V, ca p. I I I , e d. Le w is, t . I I , p. 8 9 . xcix Sa u va ge s, N osologie m é t h odiqu e , t . VI I , p. 2 9 1 . c W h yt t , Tr a it e de s m a la die s n e r ve u se s, I I , pp. 2 8 8 - 2 8 9 . ci I bid., p. 2 9 1 . El t e m a de l m ovim ie n t o e x ce sivo qu e lle va a la in m ovilida d y a la m u e r t e , se e n cu e n t r a m u y fr e cu e n t e m e n t e e n la m e dicin a clá sica . Cf. va r ios e j e m plos e n Le Te m ple d'Escu la pe , 1 6 8 1 , t . I I I , pp. 7 9 - 8 5 ; e n Pe ch lin , Obse r va t ion s m e dica le s, libr o I I I , obs. 2 3 . El ca so de l ca n cille r Ba con qu e ca ía víct im a de sín cope s cu a n do ve ía u n e clipse de Lu n a e r a u n o de los lu ga r e s com u n e s de la m e dicin a . cii La n cisi, D e n a t ivis Rom a n i coe li qu a lit a t ibu s, ca pít u lo XVI I . ciii Cf. e n t r e ot r os Tissot , Obse r va t ion s su r la sa n t é de s ge n s du m on de , La u sa n n e , 1 7 6 0 , pp. 3 0 - 3 1 . civ Sa u va ge s, N osologie m é t h odiqu e , t . VI I , pp. 2 1 - 2 2 . cv D u fou r ( Essa i su r l'e n t e n de m e n t , pp. 3 6 6 - 3 6 7 ) a dm it e e n la En cyclopé die qu e e l fu r or sólo e s u n gr a do de la m a n ía . cvi D e la Rive . Sobr e u n e st a ble cim ie n t o pa r a la cu r a ción de los a lie n a dos. Bibliot h é qu e Br it a n n iqu e , VI I I , p. 3 0 4 . cvii En cyclopé die , a r t ícu lo " M a n ía " . cviii L'Am e m a t é r ie lle , p. 1 6 9 . cix Za cch ia s, Qu a e st ion e s m é dico- le ga le s, libr o I I , t . I , cu e st ión 4 , p. 1 1 9 . cx Sa u va ge s, N osologie , t . VI I , p. 1 5 . cxi I bid., p. 2 0 . cxii Cf. D a qu in , Ph ilosoph ie de la Folie , p. 3 0 . cxiii Za cch ia s, Qu a e st ion e s m é dico- le ga le s, libr o I I , t ít u lo I , cu e st ión 4 , p. 1 2 0 . cxiv D ie m e r br oe k , D ispu t a t ion e s pr a ct ica e , de m or bis ca pít is, e n Ope r a om n ia a n a t óm ica e t m e dica , Ut r e ch t , 1 6 8 5 , H ist or ia , I I I , pp. 4 - 5 . cxv Bíe n ville , D e la n ym ph om a n ie , Am st e r da m , 1 7 7 1 , pp. 1 4 0 - 1 5 3 . cxvi Ja m e s, D ict ion n a ir e u n ive r se l de m é de cin e , t r a d. I r ., Pa r ís, 1 7 4 6 - 1 7 4 8 , I I I , p. 977. cxvii ibid., p. 9 7 7 . cxviii Sa u va ge s t oda vía con side r a qu e la h ist e r ia n o e s u n a ve sa n ia , sin o u n a " e n fe r m e da d ca r a ct e r iza da por a cce sos de con vu lsion e s ge n e r a le s o pa r t icu la r e s, in t e r n a s o e x t e r n a s" ; e n ca m bio, cla sifica e nt r e la s ve sa n ia s e l m a r e o, la a lu cin a ción y e l vé r t igo. cxix D u La u r e n s, D iscou r s de la con se r va t ion de la vu e , de s m a la die s m é la n coliqu e s, de s ca t a r r h e s, de la vie ille sse , Pa r ís, 1 5 9 7 , e n ( Eu vr e s, Ru á n , 1 6 6 0 , p. 2 9 . cxx Za cch ia s, Qu a e st ion e s m é dico- le ga le s, libr o I , a r t ícu lo I I , cu e st ión 4 , p. 1 1 8 . cxxi I bid. cxxii Cf., por e j e m plo, D u fou r : " Con side r o com o e l gé n e r o de t oda s e sa s e n fe r m e da de s e l e r r or de l e n t e n dim ie n t o qu e j u zga m a l du r a n t e la vigilia de la s cosa s sobr e la s cu a le s t odo e l m u n do pie n sa de la m ism a m a n e r a " ( Essa i, p. 3 5 5 ) ; o Cu lle n : " Yo cr e o qu e e l de lir io pu e de de fin ir se com o u n j u icio fa lso y e n ga ñ oso de u n a pe r son a de spie r t a , sobr e la s cosa s qu e se pr e se n t a n m á s fr e cu e n t e m e n t e e n la vida " ( I n st it u t ion s, I I , p. 2 8 6 ) . El su br a ya do e s n u e st r o. cxxiii Pit ca ir n : cit a do por Sa u va ge s ( loc. cit .) , VI I , p. 3 3 y p. 3 0 1 , cf. Ka n t , An t h r opologie . cxxiv Za cch ia s, loc. cit ., p. 1 1 8 . cxxv En cyclopé die , a r t ícu lo " Locu r a " . cxxvi Sa u va ge s, loc. cit ., VI I , p. 3 3 . cxxvii Za cch ia s, loc. cit ., p. 1 1 8 . cxxviii En cyclopé die , a r t ícu lo " Locu r a " . cxxix Tom a do e n e l se n t ido qu e N icolle da ba a e sa pa la br a , cu a n do se pr e gu n t a ba si e l cor a zón t om a ba " pa r t e e n t odos los de slu m br a m ie n t os de l e spír it u " ( Essa is, t . VI I I , I I ° pa r t e , p. 7 7 ) . cxxx Te m a ca r t e sia n o r e t om a do va r ia s ve ce s por M a le br a n ch e ; n o pe n sa r n a da e s n o xcvi 119 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault pe n sa r ; n o ve r n a da , e s n o ve r . H a br ía qu e a ñ a dir An dr óm a ca , viu da y ca sa da , y n u e va m e n t e viu da , e n su s ve st idos de du e lo y su t oca do de fie st a , qu e a ca ba n por con fu n dir se y sign ifica r la m ism a cosa ; y e l br illo de su r e a le za e n la n och e e s su e scla vit u d. cxxxii En e se se n t ido, u n a de fin ición de la locu r a com o la qu e pr opon e D u fou r ( y n o difie r e e n lo e se n cia l de su s con t e m por á n e os) pu e de pa sa r por u n a t e or ía de l in t e r n a m ie n t o, pu e st o qu e de sign a a la locu r a com o u n e r r or on ír ico, u n doble n o- se r in m e dia t a m e n t e se n sible e n la dife r e n cia con la u n ive r sa lida d de los h om br e s: " Er r or de l e n t e n dim ie n t o qu e j u zga m a l du r a n t e la vigilia , de cosa s sobr e la s cu a le s t odo e l m u n do pie n sa de la m ism a m a n e r a " ( Essa i, p. 3 5 5 ) . cxxxiii Cf., por e j e m plo, a n ot a cion e s com o é st a s, a pr opósit o de u n loco in t e r n a do e n Sa n Lá za r o de sde h a cía die cisie t e a ñ os: " Su sa lu d va de bilit á n dose m u ch o; pu e de e spe r a r se qu e pr on t o m or ir á " ( B. N . Cla ir a m ba u lt , 9 8 6 , f° 1 1 3 ) . cxxxi I I I . LOS ROSTROS D E LA LOCURA cxxxiv Ex a m e n de la pr é t e n du e posse ssion de s filie s de la pa r oisse de La u de s, 1 7 3 5 , p. 1 4 . cxxxv W illis, Ope r a , t . I I , p. 2 2 7 . cxxxvi I bid., p. 2 6 5 . cxxxvii I bid., t . I I , pp. 2 6 6 - 2 6 7 . cxxxviii I bid., pp. 2 6 6 - 2 6 7 . cxxxix D u fou r , loc. cit ., pp. 3 5 8 - 3 5 9 . cxl Cu lle n , loc. cit ., p. 1 4 3 . cxli Apologie pou r M on sie u r D u n ca n , pp. 1 1 3 - 1 1 5 . cxlii Fe m , D e la n a t u r e e t du sié ge de la ph r é n é sie e l de la pa r a ph r e n é sie . Te sis sost e n ida e n Got in ga ba j o la pr e side n cia de M . Sch r ode r ; in for m e e n Ga ze t t e sa lu t a ir e , 2 7 de m a r zo de 1 7 6 6 , n ° 1 3 . cxliii Ja m e s, D ict ion n a ir e de m é de cin e , t r a d. fr ., t . V, p. 5 4 7 . cxliv Cu lle n , loc. cit ., p. 1 4 2 . cxlv I bid., pa g1 4 5 . cxlvi Ja m e s, loc. cit ., p. 5 4 7 . cxlvii Cf., por e j e m plo: " H e da do cu e n t a a m on se ñ or e l du qu e de Or le a n s de lo qu e m e h a bé is h e ch o e l h on or de de cir m e sobr e e l e st a do de im be cilida d y de de m e n cia e n qu e h a bé is e n con t r a do a la lla m a da D a r de lle ." Ar ch ivos Ba st illa ( Ar se n a l 1 0 8 0 8 , fo 137) . cxlviii W illis, loc. cit ., I I , p. 2 6 5 . cxlix D u fou r , loc. cit ., p. 3 5 7 . cl I bid., p. 3 5 9 . cli Sa u va ge s, loc. cit ., VI I , pp. 3 3 4 - 3 3 5 . clii Se con side r a r á du r a n t e la r go t ie m po, e n la pr á ct ica , a la im be cilida d com o u n a m e zcla de locu r a y de e n fe r m e da d se n sor ia l. Un a or de n de l 1 1 de a br il de 1 7 7 9 pr e scr ibe a la su pe r ior a de la Sa lpé t r ié r e r e cibir a M a r ie Fich e t , de spu é s de r e cibir in for m e s fir m a dos por m é dicos y por cir u j a n os, " qu e h a n ve r ifica do qu e la lla m a da Fich e t h a n a cido sor dom u da y loca " ( B. N ., col. " Joly de Fle u r y" , m s. 1 2 3 5 , fo 8 9 ) . cliii Ar t ícu lo a n ón im o a pa r e cido e n la Ga ze t t e de m é de cin e , t . I I I , n ° 1 2 , m ié r cole s 1 0 de fe br e r o, 1 7 6 2 , pp. 8 9 - 9 2 . cliv Pin e l, N osu gr a ph ie ph ilosoph iqu e , e d. 1 8 1 8 , t . I I I , p. 1 3 0 . clv J. W e ye r , D e pr a e st igiis da e m on u m , t r a d. fr ., p. 2 2 2 . clvi Syde n h a m , D ise r t a ción sobr e la a fe cción h ist é r ica . En M é de cin e pr a t iqu e , t r a d. Ja u lt , p. 3 9 9 . clvii W e ye r , loc. cit ., ibid. clviii Boe r h a a ve , Aph or ism cs, 1 0 8 9 . clix D u fou r , loc. cit . clx Fe r n e l, Ph ysiologia , e n Un ive r sa m e dica , 1 6 0 7 , p. 1 2 1 . clxi La r a zón de e se de ba t e h a sido e l pr oble m a de sa be r si se podía n a sim ila r los 120 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault pose ídos y los m e la n cólicos. Los pr ot a gon ist a s, e n Fr a n cia , fu e r on D u n ca n y La M e sn a r dicr e . clxii Apologie pou r M on sie u r D u n ca n , p. 6 3 . clxiii I bid., pp. 9 3 - 9 4 . clxiv La M e sn a r dié r e , Tr a it e de la m é la n colie , 1 6 3 5 , p. 1 0 . clxv Apologie pou r M on sie u r D u n ca n , pp. 8 5 - 8 6 . clxvi W illis, Ope r a , I I , pp. 2 3 8 - 2 3 9 . clxvii I bid., I I , p. 2 4 2 . clxviii W illis, Ope r a , I I , p. 2 4 2 . clxix I bid., I I , p. 2 4 0 . clxx Ja m e s, D ict ion n a ir e u n ive r se l de m é de cin e , a r t ícu lo " M a n ía " , t . VI , p. 1 1 2 5 . clxxi " Un solda do se volvió m e la n cólico por h a be r sido r e ch a za do por los pa dr e s de u n a m u ch a ch a a la qu e a m a ba pe r dida m e n t e . Se volvió soñ a dor , se qu e j a ba de u n gr a n dolor de ca be za y de u n e m bot a m ie n t o con t in u o de e st a pa r t e . Ade lga za ba a oj os vist a s; su r ost r o e m pa lide ció; e st a ba t a n dé bil qu e h a cía su s n e ce sida de s sin da r se cu e n t a ... n o h a bía n in gú n de lir io; a u n qu e e l e n fe r m o n o da ba n in gu n a r e spu e st a posit iva , y pa r e cie r a e n t e r a m e n t e a bsor t o. N u n ca pide de com e r n i de be be r " ( Obse r va t ion de M u se ll. Ga ze t t e sa lu ía ir e , 1 7 de m a r zo, 1 7 6 3 ) . clxxii Ja m e s, D ict ion n a ir e u n ive r se l, t . I V, a r t ícu lo " M e la n colia " , p. 1 2 1 5 . clxxiii I bid., p. 1 2 1 4 . clxxiv En cyclopé die , a r t ícu lo " M a n ía " . clxxv Bon e t , Se pu lch r e t u m , p. 2 0 5 . clxxvi A. von H a lle r , Ele m e n t a Ph ysiologia e , libr o XVI I , se cción 1 °, 1 7 , t . V, La u sa n a , 1 7 6 3 , pp. 5 7 1 - 5 7 4 . clxxvii D u fou r , loc. cit ., pp. 3 7 0 - 3 7 1 . clxxviii En cyclopé die , a r t ícu lo " M a n ía " . clxxix Aú n se e n cu e n t r a e st a ide a e n D a qu in ( loc. cit ., pp. 6 7 - 6 8 ) , y e n Pin e l. Ta m bié n for m a ba pa r t e de la s pr á ct ica s de l in t e r n a m ie n t o. En u n r e gist r o de Sa n Lá za r o, a pr opósit o de An t oin e de la H a ye M on ba u lt : " El fr ío, por r igu r oso qu e se a , n o le h a pr odu cido n in gu n a im pr e sión " ( B. N . Cla ir a m ba u lt , 9 8 6 , p. 1 1 7 ) . clxxx En cyclopé die , a r t ícu lo " M a n ía " . clxxxi M on t ch a u . Obse r va ción e n via da a la Ga ze t t e sa lu t a ir e , n ° 5 , 3 de fe br e r o, 1 7 6 3 . clxxxii D e la Rive . Sobr e u n e st a ble cim ie n t o pa r a la cu r a ción de los a lie n a dos. Bibliot h é qu e br it a n n iqu e , VI I I , p. 3 0 4 . clxxxiii W illis, Ope r a , t . I I , p. 2 5 5 . clxxxiv I bid., t . I I , p. 2 5 5 . clxxxv Por e j e m plo, d'Au m on t e n e l a r t ícu lo " M e la n colía " de la En cyclopé die . clxxxvi Syde n h a m , M é de cin e pr a t iqu e , t r a d. Ja u lt , p. 6 2 9 . clxxxvii Lie u t a u d, Pr é cis de m é de cin e pr a t iqu e , p. 2 0 4 . clxxxviii D u fou r , Essa i su r l'e n t e n de m e n t , p. 3 6 9 . clxxxix Boe r h a a ve , Aph or ism e s, 1 1 1 8 y 1 1 1 9 ; Va n Sw ie t e n , Com m e n t a r ia , t . I I I , pp. 519-520. cxc H offm a n n , M e dicin a r a t ion a lis syst e m a t ica , t . I V, pa r t e s, pp. 1 8 0 ss. cxci Spe n gle r , Br ie fe , w e lch e e in ige Er fa h r u n ge n de r e le k t r isch e n W ir k u n g in Kr a n k h e it e n e n t h a lt e n , Cope n h a gu e , 1 7 5 4 . cxcii Cu lle n , I n st it u t ion s de m é de cin e pr a t iqu e , I I , p. S1 5 . cxciii I bid., p. 3 1 5 . cxciv I bid., p. 3 2 3 . cxcv I bid., p. 1 2 8 y p. 2 7 2 . cxcvi Sa u va ge s, loc. cit . La h ist e r ia e st á sit u a da e n la cla se I V ( e spa sm os) y la h ipocon dr ía e n la cla se VI I I ( ve sa n ia s) . cxcvii Lin n e o, Ge n e r a M or boiu m . La h ipocon dr ía pe r t e n e ce a la ca t e gor ía " im a gin a r ia " de la s e n fe r m e da de s m e n t a le s, la e pile psia a la ca t e gor ía " t ón ica " de la s e n fe r m e da de s con vu lsiva s. cxcviii Cf. la polé m ica con H igh m or e , Ex e r cit a t ion e s du a e , pr ior de pa ssion e h yst e r ica , a lt e r a de a ffe ct ion e h ypoch on dr ia ca , Ox for d, 1 6 6 0 , y de pa ssion e h yst e r ica , r e spon sio e pist ola r is a d W illisiu m , Lon dr e s, 1 6 7 0 . cxcix W h yt t , Tr a it e de s m a la die s de s n e r fs, t . I I , pp. 1 - 1 3 2 . Cf. u n a e n u m e r a ción de e se 121 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte Michel Foucault gé n e r o e n Re villon , Re ch e r ch e s su r la ca u se de s a ffe ct ion s h ypocon dr ia qu e s, Pa r ís, 1 7 7 9 , pp. 5 - 6 . cc W illis, Ope r a , t . I ; D e m or bis con vu lsivis, p. 5 2 9 . cci Lie u t a u d, Tr a it e de m é de cin e pr a t iqu e , 2 ° e d. 1 7 6 1 , p. 1 2 7 . ccii Ra u lin , Tr a it e de s a ffe ct ion s va por e a se s, Pa r ís, 1 7 5 8 , D iscu r so Pr e lim in a r , p. x x . cciii J. Fe r r a n d, D e la m a la die d'a m ou r ou m é la n colie é r ot iqu e , Pa r ís, 1 6 2 3 , p. 1 6 4 . cciv N . Ch e sn e a u , Obse r va t ion u m m e dica r ía n libr i qu in qu é , Pa r ís, 1 6 7 2 , libr o I I I , ca p. XI V. ccv T. A. M u r illo, N ovissim a h ypoch on dr ia ca e m e la n ch olia e cu r a t io, Lyon , 1 6 7 2 , ca p. I X, pp. 8 8 Í Í . ccvi M. Fle m yn g, N e u r opa t h ia sive de m or bis h ypoch on dr ia cis e t h yst e r icis, Am st e r da m , 1 7 4 1 , pp. L- I J. ccvii St a h l, Th e or ia m e dica ve r a , de m a lo h ypoch on dr ia co, pp. 4 4 7 ss. ccviii Va n Sw ie t e n , Com m e n t a r ia in Aph or ism os Boe r h a a vii, 1 7 5 2 , I , pp. 2 2 ss. ccix La n ge , Tr a it e de s va pe u r s, Pa r ís, 1 6 8 9 , pp. 4 1 - 6 0 . ccx D isse r t a t io de m a lo h ypon ch on dr ia co, e n Pr a t iqu e de m é de cin e spé cia le , p. 5 7 1 . ccxi Vir ide t , D isse r t a t ion su r le s va pe u r s, Pa r ís, 1 7 1 6 , pp. 5 0 - 6 2 . ccxii Lie ba u d, Tr ois livr e s de s m a la die s e t in fir m it é s de s fe m m e s, 1 6 0 9 , p. 3 8 0 . ccxiii C. Piso, Obse r va t ion e s, 1 6 1 8 , r e e dit a da s e n 1 7 3 3 por Boe r h a a ve , se cción I I , 2 , ca p. VI I , p. 1 4 4 . ccxiv W illis, " D e a ffe ct ion ibu s h yst e r icis" , Ope r a , I , p. 6 3 5 . ccxv W illis, " D e m or bis con vu lsivis" , Ope r a , I , p. 5 3 6 . ccxvi Pin e l cla sifica la h ist e r ia e n t r e la n e u r osis de la ge n e r a ción ( N osogr a ph ie ph ilosoph iqu e ) . ccxvii St a h l, loc. cit ., p. 4 5 3 . ccxviii H offm a n n , M e dicin a r a t ion a lis syst e m a t ica , t . I V, pa r s t e r t ia , p. 4 1 0 . ccxix H igh m or e , loc. cit . ccxx Syde n h a m , " D isse r t a t ion su r l'a ffe ct ion h yst é r iqu e " ; M é de cin e pr a t iqu e , t r a d. Ja u lt , pp. 4 0 0 - 4 0 1 . ccxxi I bid., pp. 3 9 5 - 3 9 6 . ccxxii Syde n h a m , op. cit ., p. 3 9 4 . ccxxiii I bid., p. 3 9 4 . ccxxiv Pr e ssa vin , N ou ve a u t r a it e de s va pe u r s, Lyon , 1 7 7 0 , pp. 2 - 3 . ccxxv I bid., p. 3 . ccxxvi Tissot , Tr a it e de s n e r fs, t . I , I I ° pa r t e , pp. 9 9 - 1 0 0 . ccxxvii I bid., pp. 2 7 0 - 2 9 2 . ccxxviii W h yt t , Tr a it e de s m a la die s n e r ve u se s, I , p. 2 4 . ccxxix I bid., I , p. 2 3 . ccxxx I bid., I , p. 5 1 . ccxxxi I bid., I , p. 5 0 . ccxxxii W h yt t , op. cit ., I , pp. 1 2 6 - 1 2 7 . ccxxxiii I bid., I , p. 4 7 . ccxxxiv I bid., I , pp. 1 6 6 - 1 6 7 . ccxxxv Tissot , Tr a it e de s n e r fs, t . I , I I ° pa r t e , p. 2 7 4 . ccxxxvi I bid., p. 3 0 2 . ccxxxvii Tissot , Tr a it e de s n e r fs, I , I I ° pa r t e , pp. 2 7 8 - 2 7 9 . ccxxxviii I bid., pp. 3 0 2 - 3 0 3 . ccxxxix Es de cir , e l a ir e , los a lim e n t os y la s be bida s; e l su e ñ o y la vigilia ; e l r e poso y e l m ovim ie n t o; la s e x cr e cion e s y la s r e t e n cion e s, la s pa sion e s. ( Cf., e n t r e ot r os, Tissot , Tr a it e de s n e r fs, I I , 1 , pp. 3 - 4 .) ccxl Cf. Tissot , Essa i su r le s m a la die s de s ge n s du m on de . ccxli Pr e ssa vin , N ou ve a u t r a it e de s va pe u r s, pp. 1 5 - 5 5 , pp. 2 2 2 - 2 2 4 . ccxlii I bid.. p. 6 5 . ccxliii M e r cie r . Ta ble a u de Pa r ís, Am st e r da m , 1 7 9 3 , I I I , p. 1 9 9 . 111 Cf. Br ou ssa is, D e L'ir r it a t ion e t de la folie , 2 ª e d. 1 8 3 9 . I V. M ÉD I COS Y EN FERM OS 122 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte ccxliv Michel Foucault W h yt t , Tr a it e de s m a la die s n e r ve u se s, I I , pp. 1 6 8 1 7 4 . P. H e cqu e t , Re fle x ión su r l'u sa ge de l'opiu m , de s ca lm a n t s e t de s n a r cot iqu e s, Pa r ís, 1 7 2 6 , p. 1 1 . ccxlvi P. H e cqu e t , op. cit ., pp. 3 2 - 3 3 . ccxlvii I bid., p. 8 4 . ccxlviii I bid., p. 8 6 . ccxlix I bid., p. 8 7 . ccl I bid., pp. 8 7 - 8 8 . ccli La cr ít ica se h a h e ch o e n e l n om br e de los m ism os pr in cipios qu e su a pología . El D ict ion n a ir e de Ja m e s e st a ble ce qu e e l opio pr e cipit a la m a n ía : " La r a zón de e st e e fe ct o e s qu e e st e m e dica m e n t o a bu n da e n cie r t o a zu fr e volá t il m u y e n e m igo de la n a t u r a le za " ( D ict ion n a ir e de s Scie n ce s m e dica le s, loc. cit .) . cclii Je a n de Re n ou , Eu vr e s ph a r m a ce u t iqu e s, t r a du cida s por D e Se r r e s, Lyon , 1 6 3 8 , p. 405. ccliii I bid., pp. 4 0 6 - 4 1 3 . H a cía m u ch o t ie m po qu e Albe r t de Bollsda t h a bía dich o de la cr isolit a qu e " h a ce a dqu ir ir la sa pie n cia y h u ir de la locu r a " , y qu e Ba r t h é le m y ( D e pr o- pr ie t a t ibu s r e r u m ) a t r ibu ía a l t opa cio la fa cu lt a d de a h u ye n t a r e l fr e n e sí. ccliv Le m e r y, D ict ion n a ir e u n ive r se l de s dr ogu e s sim ple s,e d. 1 7 5 9 , p. 8 2 1 . Cf. t a m bié n M m e . de Sé vign é , ( Eu vr e s, t . VI I , p. 4 1 1 . cclv I bid., a r t ícu lo " H om o" , p. 4 2 9 . Cf. igu a lm e n t e M olse Ch a r a s, Ph a r m a copé e r oya le , e d. de 1 6 7 6 , p. 7 7 1 . " Pu e de de cir se qu e n o h a y n in gu n a pa r t e n i e x cr e m e n t o o su pe r flu ida d- e n e l h om br e ni en la m ujer qu e la qu ím ica n o pu e da pr e pa r a r pa r a la cu r a ción o e l a livio de la m a yor pa r t e de los m a le s a los qu e e st á n su j e t os u n o y ot r a ." cclvi I bid., p. 4 3 0 . cclvii Bu ch oz, Le t t r e s pé r iodiqu e s cu r ie u se s, 2 ° y 3 °. I n for m e e n Ga ze t t e sa lu t a ir e , XX y XXI , 1 8 y 2 5 de m a yo de 1 7 6 9 . cclviii Cf. Ra ou l M e r cie r , Le M on de m e dica l de Tou r a in e sou s la Ré volu t ion , p. 2 0 6 . cclix Le m e r y, Ph a r m a copé e u n ive r se lle , p. 1 2 4 ; pp. 3 5 9 y 7 5 2 . cclx Bu ch oz, loc. cit . cclxi M m e . de Sé vign é , Ca r t a de l 8 de j u lio, 1 6 8 5 , ( Eu vr e s, t . VI I , p. 4 2 1 . cclxii Bie n ville , loc. cit ., pp. 1 7 1 - 1 7 2 . cclxiii Le m e r y, loc. cit . cclxiv W h yt t , Tr a it e de s m a la die s n e r ve u se s, t . I I , p. 3 0 9 . cclxv T.- E. Gilibe r t , L'An a r ch ie m e dicín a le , N e u fch á t e l, 1 7 7 2 , t . I I , pp. 3 - 4 . cclxvi M m e . de Sé vign é se se r vía m u ch o de e lla , e n con t r á n dola " bu e n a con t r a la t r ist e za " ( cf. ca r t a s de l 1 6 y de l 2 0 de oct u br e de 1 6 7 5 , ( Eu vr e s, t . I V, pp. 1 8 6 y 1 9 3 ) . Su r e ce t a e s cit a da por M m e . Fou qu e t , Re cu e il de r e m e de s fá cile s e t dom e st iqu e s, 1 6 7 8 , p. 3 8 1 . cclxvii La n ge , Tr a it e de s va pe u r s, pp. 2 4 3 - 2 4 5 . cclxviii Syde n h a m , D isse r t a t ion su r l'a ffe ct ion h yst é r iqu e , e n M é de cin e pr a t iqu e , t r a d. Ja u lt , p. 5 7 1 . cclxix W h yt t , Tr a it e de s m a la die s n e r ve u se s, t . I I , p. 1 4 9 . cclxx La e h r , Ge de n k t a ge de r psych ia t r ie , p. 3 1 6 . cclxxi Zilboor g, H ist or y of Psych ia t r y, pp. 2 7 5 - 2 7 6 . Et t m ü lle r r e com e n da ba viva m e n t e la t r a n sfu sión e n e l ca so de de lir io m e la n cólico ( Ch ir u r gia t r a n sfu sor ia , 1 6 8 2 ) . cclxxii La t r a n sfu sión a ú n e s cit a da com o r e m e dio de la locu r a por D ion is, Cou r s d'opé r a t ion de ch ir u r gie ( D e m ost r a ción VI I I , p. 4 0 8 ) , y por M a n j e t , Bibliot h é qu e m é dico- pr a t iqu e , I I , lib. I X, pp. 3 3 4 ss. cclxxiii La n ge , Tr a it e de s va pe u r s, p. 2 5 1 . cclxxiv Lie u t a u d, Pr é cis de m é de cin e pr a t iqu e , pp. 6 2 0 - 6 2 1 . cclxxv Fa llow e s, Th e be st m e t h od for t h e cu r e of lu n a t ics t oilh som e a ccou n t s of t h e in com pa r a ble ole u m ce ph a licu m , Lon dr e s, 1 7 0 5 ; cit a do e n Tu k e , Ch a pt e r s on t h e H ist or y of M e de cin e , pp. 9 3 - 9 4 . cclxxvi D ou ble t , Tr a it e m e n t qu 'il fa u t a dm in ist r e r da n s le s diffé r e n t e s e spé ce s de folie . En I n st r u ct ion por D ou ble t y Colom bie r ( Jou r n a l de m e de cin e , j u lio, 1 7 8 5 ) . ccxlv 123 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte cclxxvii Michel Foucault El D ict ion n a ir e de Ja m e s pr opon e e st a ge n e a logía de la s dive r sa s a lie n a cion e s: " La m a n ía ge n e r a lm e n t e t om a su or ige n de la m e la n colía , la m e la n colía de la s a fe ccion e s h ipocon dr ía ca s, y la s a fe ccion e s h ipocon dr ía ca s de los j u gos im pu r os y vicia dos qu e cir cu la n in dole n t e m e n t e por los in t e st in os..." ( D ict ion n a ir e u n ive r se l de m e de cin e , a r t ícu lo " M a n ía " , t . I V, p. 1 1 2 6 ) . cclxxviii Th ir ion , D e l'u sa ge e t de l'a bu s du ca fé . Te sis sost e n ida e n Pon t - á - M ou sson , 1 7 6 3 ( cf. in for m e e n Ga ze t t e sa lu - t a ir e , n ° 3 7 , 1 5 de se pt ie m br e , 1 7 6 3 ) . cclxxix Con su lt a de La Closu r e . Ar se n a l, m s. n f 4 5 2 8 , £ ° 1 1 9 . cclxxx W h yt t , Tr a it e de s m a la die s n e r ve u se s, t . I I , p. 1 4 5 . cclxxxi I bid. cclxxxii Ra u lin , Tr a it e de s a ffe ct ion s va por e u se s du se x e , Pa r ís, 1 7 5 8 , p. 3 3 9 . cclxxxiii Tissot , Avis a u x ge n s de le t t r e s su r le u r sa n t é , p. 7 6 . cclxxxiv M u zze ll. Obse r va cion e s cit a da s e n la Ga ze t t e sa lu t a ir e de l 1 7 de m a r zo, 1 7 6 3 . cclxxxv W h yt t , loc. cit ., I I , p. 3 6 4 . cclxxxvi Ra u lin , loc. cit ., p. 3 4 0 . cclxxxvii F. H . M u zze ll, M e dizin u n d Ch ir u r gie , Be r lín , 1 7 6 4 , t . I I , pp. 5 4 - 6 0 . cclxxxviii Ga ze t t e de m e de cin e , m ié r cole s 1 4 de oct u br e , 1 7 6 1 , t . I I , n ° 2 3 , pp. 2 1 5 216. cclxxxix Tissot , Avis a u x ge n s de le t t r e s su r le u r sa n t é , p. 9 0 . ccxc Au r e lia n o, D e m or bis a cu t is, I , I I . Ascle pía de s gu st a ba de u t iliza r los ba ñ os con t r a la s e n fe r m e da de s de l e spír it u . Se gú n Plin io, h a bía in ve n t a do cie n t os de for m a s dive r sa s de ba ñ os ( Plin io, H ist oir e n a t u r e lle , lib. XXVI ) . ccxci Sylviu s, Ope r a m e dica ( 1 6 8 0 ) , D e m e t h odo m e de n di, libr o I , ca p. XI V. ccxcii M e n u r e t , M é m oir e s de l'Aca dé m ie r oya le de s scie n ce s, 1 7 3 4 . H ist ir é , p. 5 6 . ccxciii D ou ble t , loc. cit . ccxciv Ch e yn e , D e in fir m or u m sa n it a t e t u e n da , cit a da e n Rost a in g, Ré fle x ion s su r le s a ffe ct ion s va por e u se s, pp. 7 3 - 7 4 . ccxcv Boissie u , M é m oir e su r le s m é t h ode s r a fr a ich issa n t e s e t é ch a u ffa n t e s, 1 7 7 0 , pp. 37-55. ccxcvi D a r u t , Le s ba in s fr oids son - ils plu s pr opr e s á con se r ve r la sa n t e qu e le s ba in s ch a u ds? Te sis, 1 7 6 3 . ( Ga ze t t e sa lu t ir é , n ° 4 7 .) ccxcvii Cf. Bca u ch e sn e , D e l'in flu e n ce de s a ffe ct ion s de l'a m e , p. 1 3 . ccxcviii Pr e ssa vin , N ou ve a u t r a it e de s va pe u r s. Pr ólogo, sin pa gin a ción . Cf. t a m bié n Tissot : " D e la t e t e r a se de r iva n la m a yor pa r t e de la s e n fe r m e da de s" ( Avis a u x ge n s de le t t r e s, p. 8 5 ) . ccxcix Rost a in g, Ré fle x ion s su r le s a ffe ct ion s va por e u se s, p. 7 5 . ccc H offm a n n , Ope r a , I I , se cción I I , 5 . Cf. t a m bié n Ch a m bón de M on t a u x , " Los ba ñ os fr íos de se ca n los sólidos" , D e s m a la die s de s fe m m e s, I I , p. 4 6 9 . ccci Pom m e , Tr a it e de s a f[ e ct ion s va por e u se s de s de u x se x e s, 3 ° e d., 1 7 6 7 , pp. 20-21. cccii Lion e t Ch a lm e r s, Jou r n a l de m é de cin e , n ovie m br e , 1 7 5 9 , p. 3 8 8 . ccciii Pom m e , loc. cil., p. 5 8 , n ot a . ccciv Pin e l. Tr a it e m é dico- ph ilosoph iqu e , p. 3 2 4 . cccv Esqu ir ol, D e s m a la die s m e n t a le s, I I , p. 2 2 5 . cccvi Bu r e t t e , M é m oir e pou r se r vir á l'h ist oir e de la cou r se ch e z le s An cie n s, M e m or ia s de la Aca de m ia de Be lla s Le t r a s, t . I I I , p. 2 8 5 . cccvii Syde n h a m , " D isse r t a t ion su r l'a ffe ct ion h yst é r iqu e " ; M é de cin e pr a t iqu e , t r a d. Ja u lt , p. 4 2 5 . cccviii Se gú n Lie u t a u d, e l t r a t a m ie n t o de la m e la n colía n o t ie n e qu e ve r con la m e dicin a , sin o " con la disipa ción y e l e j e r cicio" ( Pr é cis de m é de cin e pr a t iqu e , p. 2 0 3 ) . Sa u va ge s r e com ie n da los pa se os a ca ba llo a ca u sa de la va r ie da d de im á ge n e s ( N osologie , t . VI I I , p. 3 0 ) . cccix Le Ca m u s, M é de cin e pr a t iqu e ( cit a do por Pom m e , N ou ve a u r e cu e il de pié ce s) , p. 7. cccx Ch a m bón de M on t a u x , D e s m a la die s de s fe m m e s, I I , pp. 4 7 7 - 4 7 8 . cccxi Cu lle n , I n st it u t ion s de m é de cin e pr a t iqu e , I I , p. 3 1 7 . Sobr e e st a ide a t a m bié n r e posa n la s t é cn ica s de cu r a ción m e dia n t e e l t r a ba j o, qu e e m pie za n a j u st ifica r , e n e l siglo X V I I I , la e x ist e n cia , por lo de m á s ya a n t e r ior , de t a lle r e s e n los h ospit a le s. 124 Historia de la locura en la época clásica 2ª Parte cccxii Michel Foucault Se discu t e si e l in ve n t or de la m á qu in a r ot a t or ia e s M a u pe r t u is, D a r w in o e l da n é s Ka t ze n st e in . cccxiii M a són Cox , Pr a ct ica l obse r va t ion s on in sa n it y, Lon dr e s, 1 8 0 4 , t r a d. fr ., 1 8 0 6 , pp. 4 9 I Í . cccxiv Cf. Esqu ir ol, D e s m a la die s m e n t a le s, t . I I , p. 2 2 5 . cccxv Bie n ville , D e la n ym ph om a n ie , p. 1 3 6 . cccxvi Be a u ch e sn e , D e l'in flu e n ce de s a ffe ct ion s de l'á m e , pp. 2 8 - 2 9 . cccxvii J. Sch e n ck , Obse r va t ion e s, e d. de 1 6 5 4 , p. 1 2 8 . cccxviii W . Albr e ch t , D e e ffe ct u m u sica e , p. 3 1 4 . cccxix H ist oir e de l'Aca dé m ie r oya le de s scie n ce s, 1 7 0 7 , p. 7 , y 1 7 0 8 , p. 2 2 . Cf. t a m bié n J.- L. Roye r , D e vi son i e t m u sica e in cor pu s h u m a n u m ( Te sis M on t pe llie r ) ; D e sbon n e t s, Effe t s de la m u siqu e da n s le s m a la die s n e r ve u se s ( n ot a e n Jou r n a l de m é de cin e , t . LI X, p. 5 5 6 ) . Roge r , Tr a it e de s e ffe t s de la m u siqu e su r le cor ps h u m a in , 1803. cccxx D ie m e r br oe k , D e pe st e , libr o I V, 1 6 6 5 . cccxxi Por t a , D e m a gia n a t u r a li ( cit a do e n En cyclopé die , a r t ícu lo " M ú sica " ) . Xe n ócr a t e s ya h a bía u t iliza do fla u t a s de e lé bor o pa r a los a lie n a dos, y fla u t a s de m a de r a de á la m o con t r a la ciá t ica , cf. Roge r , loc. cit . cccxxii En cyclopé die , a r t ícu lo " M ú sica " . Cf. igu a lm e n t e Tissot ( Tr a it e de s n e r fs, I I , pp. 4 1 8 - 4 1 9 ) , pa r a qu ie n la m ú sica e s u n o de los m e dica m e n t os " m á s pr im it ivos pu e st o qu e t ie n e su m ode lo pe r fe ct o e n e l ca n t o de los pá j a r os" . cccxxiii Cr ich t on , On M e n t a l D ise a scs ( cit a do e n Re gn a u lt , D u de gr é de com pé t e n ce , pp. 1 8 7 - 1 8 8 ) . cccxxiv Cu lle n , I n st it u t ion s de m é de cin e pr a t iqu e , t . I I , p. 3 0 7 . cccxxv Tissot , Tr a it e de s n e r fs, t . I I . cccxxvi Sch e ide n m a n t e l, D ie Le ide n sch a fíe n , a is H e ile m it t e l be t r a ch t e t , 1 7 8 7 . Cit a do e n Pa ge l- N e u bu r ge r , H a n dbu ch de r Ge sch ich t e de r M e dizin , I I I , p. 6 1 0 . cccxxvii Gu isla in t a m bié n da la list a de los se da n t e s m or a le s: e l se n t im ie n t o de de pe n de n cia , la s a m e n a za s, la s pa la br a s se ve r a s, los a t e n t a dos con t r a e l a m or pr opio, con t r a e l a isla m ie n t o, la r e clu sión , los ca st igos ( com o e l sillón r ot a t or io, la du ch a br u t a l, e l sillón r e pr e sivo de Ru sh ) y a lgu n a s ve ce s e l h a m br e y la se d ( Tr a it e de s ph r é n opa t h ie s, pp. 4 0 5 - 4 3 3 ) . cccxxviii Le u r e t , Fr a gm e n t s psych ologiqu e s su r la folie , Pa r ís, 1 8 3 4 . Cf. 'Un e j e m plo t ípico" , pp. 3 0 8 - 3 2 1 . cccxxix Sa u va ge s, N osologie m é t h odiqu e , t . VI I , p. 3 9 . cccxxx Bie n ville , D e la n ym ph om a n ie , pp. 1 4 0 - 1 5 3 . cccxxxi H ist oir e de l'Acá dé m ie de s scie n ce s, 1 7 5 2 . Re la ción le ída por Lie u t a u d. cccxxxii Cit a do por W h yt t , Tr a it e de s m a la die s n e r ve u se s, t . I , p. 2 9 6 . cccxxxiii W illis, Ope r a , t . I I , p. 2 6 1 . cccxxxiv Sa u va ge s, N osologie m é t h odiqu e , t . VI I , p. 2 8 . cccxxxv Tissot , Avis a u x ge n s de le t t r e s su r le u r sa n t é , p. 1 1 7 . cccxxxvi Pin e l, Tr a it e m é dico- ph ilosoph iqu e , p. 2 2 2 . cccxxxvii H u lsh or ff, D iscou r s su r le s pe n ch a n t s, le ído e n la Aca de m ia de Be r lín . Cit a do e n la Ga ze t t e sa lu t a ir e , 1 7 de a gost o, 1 7 6 9 , n ° 3 3 . cccxxxviii Z. Lu sit a n u s, Pr a x is m e dica , 1 6 3 7 , obs. 4 5 , pp. 4 3 - 4 4 . cccxxxix D iscou r s su r le s pe n ch a n t s, por M . H u lsh or ff, le ído e n la Aca de m ia de Be r lín . Ex t r a ct os cit a dos por la Ga ze t t e sa lu t a ir e , 1 7 de a gost o, 1 7 6 9 , n ° 3 3 . cccxl H ic om n iva r iu s m or bu s in ge n io e l a st u t ia cu r a n du s e st ( Lu sit a n u s, p. 4 3 ) . cccxli En cyclopé die , a r t ícu lo " M e la n colía " . cccxlii I bid. cccxliii Ga ze t t e sa lu t a ir e , 1 7 de a gost o, 1 7 6 9 , n ° 3 3 . cccxliv Be r n a r din de Sa in t - Pie r r e , Pr é a m bu le de l'Ar ca die . ( Eu vr e s, Pa r ís, 1 8 1 8 , t . VI I , pp. 1 1 - 1 4 . cccxlv Tissot , Tr a it e su r le s m a la die s de s ge n s de le t t r e s, pp. 9 0 - 9 4 . cccxlvi Cit a do por Esqu ir ol, D e s m a la die s m e n t a le s, t . I I , p. 2 9 4 . cccxlvii Pin e l, Tr a it e m é dico- ph ilosoph iqu e , pp. 2 3 8 - 2 3 9 . cccxlviii I bid. 125