Dossier. El pasado de las provincias.
Actores, prácticas e instituciones en
la construcción de identidades y
representaciones de los pasados
provinciales en la Argentina entre la
segunda mita del XIX y la entreguerra.
El pasado de las provincias. Actores, prácticas e
instituciones en la construcción de identidades y
representaciones de los pasados provinciales en la
Argentina entre la segunda mitad del XIX y la
entreguerra.
Alejandro Eujanian
En los últimos veinticinco años, la historia de la historiografía argentina
experimentó una renovación alentadora, acorde con las transformaciones que
desde antes se venían produciendo en otros campos de la historiografía y de
las Ciencias Sociales. Esos cambios fueron el resultado de la recepción de
herramientas, enfoques, conceptos y problemas que afectaron a la historia
cultural e intelectual en su conjunto: el abandono de una perspectiva
genealógica e historizante; el desplazamiento desde los textos canónicos y
los autores consagrados a las representaciones del pasado y sus usos; la
atención a las interpretaciones considerando los contextos de recepción y
producción, los canales de circulación y los diversos lenguajes y soportes
utilizados; el estudio de las prácticas, los actores y las instituciones
dedicados a producir, difundir y debatir acerca de esas representaciones.
Sin embargo, el área de investigación así conformada continuó siendo
relativamente acotada en cuanto a sus temas y, sobre todo, en lo que respecta
al espacio en el que concentró su interés. La nación fue el territorio y el
problema central y, en ambos sentidos, la referencia fue Buenos Aires. Había
motivos para ello. Allí estaban radicados quienes impulsaron esa renovación;
a ese espacio atendieron la mayor parte de los trabajos que habían abordado
el tema desde los propios orígenes de la disciplina; allí se habían iniciado
los procesos de especialización, institucionalización y profesionalización de
las disciplinas dedicadas al estudio del pasado. El caso de Buenos Aires, por
otra parte, parecía más compatible con las experiencias europeas y
norteamericanas que servían de referencias teóricas y metodológicas, además
de definir los problemas que alentaron la reflexión sobre la situación
nacional. Por estos motivos, los estudios historiográficos hicieron foco en
tres procesos articulados y a la vez analíticamente diferenciables: la
formación de los Estados Nacionales; la elaboración de relatos y
representaciones sobre los orígenes de la nación; y la progresiva
transformación de un oficio en una disciplina y luego en una profesión
amparada por el Estado y, al mismo tiempo, relativamente autónoma de él.
En diálogo con los trabajos centrados en la experiencia metropolitana pero
atendiendo a la especificidad de los procesos provinciales, un conjunto de
investigadores radicados en las provincias han realizado importantes
contribuciones que han servido para ampliar esos enfoques al reflexionar
sobre dichos procesos considerando casos que se resisten a entrar en los
modelos metropolitanos y que obligan a repensarlos a la luz del aporte de
nuevas evidencias. Sin duda, el interés por las provincias fue favorecido por
las transformaciones que se operaron en el campo historiográfico desde
finales del siglo XX, alentados por el surgimiento de nuevas carreras
universitarias, por la multiplicación de congresos y por la ampliación del
Conicet, que favoreció el desarrollo de condiciones más propicias para las
investigaciones en áreas no convencionales. También por la convicción de que
las provincias y sus intelectuales habían sido ignorados por historias
generales que, sin embargo, no dudaron de calificarse nacionales. De todos
modos, es probable que el interés por los pasados de provincia tenga raíces
más profundas, que se remontan a la peculiar conformación de la nación y las
provincias en los territorios que habían formado parte del Virreinato del Río
de la Plata. Durante mucho tiempo, las preguntas que ponían en cuestión la
legalidad y legitimidad de la nación y la de los estados provinciales,
reclamaron al pasado los argumentos que permitieran fijar sus respectivos
orígenes y, posteriormente, que contribuyeran a la elaboración de relatos
identitarios.
Los estudios que aquí hemos reunido tienen como objeto esos relatos,
elaborados entre fines del siglo XIX y la entreguerra por intelectuales que
dedicaron una parte importante de su obra a recuperar hechos y hombres
olvidados del pasado provincial; que crearon instituciones, asociaciones y
museos; y que escribieron obras que tradicionalmente habían sido consideradas
menores por las elites culturales radicadas en Buenos Aires.
Por ese camino, nos obligan a repensar la relación entre metrópoli y
periferia, entre Buenos Aires y las principales capitales provinciales. Entre
otros motivos, porque nos permiten observar un haz de relaciones que incluyen
aquellas que se traman con las elites sociales, culturales, políticas y
económicas de la capital nacional y las burocracias estatales. También porque
muestran que lejos de ser las provincias consumidoras pasivas de los
productos culturales elaborados en Buenos Aires, fueron proveedoras de
imágenes, representaciones y símbolos utilizados en diversos momentos como
hebras para hilvanar relatos identitarios con pretensión nacional.
Quienes se dedicaron más activamente a contribuir a la elaboración de estas
representaciones no eran profesionales de ninguna de las ramas dedicadas al
estudio del pasado, tampoco lo eran en Buenos Aires para la entreguerra. No
poseían el monopolio de la práctica del oficio, ni una formación compartida o
una acreditación reconocida por los pares y por el Estado; tampoco obtenían
ingresos que les permitieran dedicarse de tiempo completo a esa actividad; ni
autonomía relativa respecto de la sociedad, el Estado, los partidos políticos
y, menos aún, de las elites tradicionales a las que se hallaban en más de un
sentido vinculados.
Sí, en cambio, solían reconocer que aquello que se afirmaba debía ser
demostrado con pruebas documentales y que un método , como lo habían
sostenido los historiadores de la Nueva Escuela Histórica, debía guiar sus
estudios. Sin embargo, mientas que en la capital nacional comenzaban a
organizarse espacios de formación e instituciones específicamente dedicadas
al estudio del pasado, en las provincias la institucionalización fue un poco
más tardía. Allí prevaleció durante más tiempo una sociabilidad de notables
de la que participaron historiadores, literatos, coleccionistas, eruditos,
etnógrafos, arqueólogos, etc., relativamente especializados, que formaban
parte de una todavía indiferenciada república de las letras. La ausencia de
canales estrictamente académicos de formación y legitimación interpares,
junto a una todavía difusa distinción entre lo público y lo privado, lejos de
representar un obstáculo favoreció las posibilidades de desarrollar diversas
actividades en el ámbito público y privado, a la vez que permitió a los
intelectuales de las provincias moverse con notable versatilidad de uno a
otro género literario.
Por otra parte, muchos de ellos eran descendientes o se hallaban emparentados
por matrimonio con personajes de un pasado turbulento, siempre a la espera de
ser rehabilitados del olvido o la acusación injusta recibida por un activo
centralismo porteño. De ello resultó una historia atenta a los grandes
hombres y episodios históricos provinciales en los que los sectores populares
fueron presentados como una masa indiferenciada, escasamente autónoma
respecto de las elites dirigentes y respetuosas del orden y las jerarquías
naturales.
Otro rasgo compartido por las diversas situaciones provinciales estudiadas es
que en los casos relativamente exitosos se percibe la importancia de esas
figuras que podríamos denominar operadores culturales, en el sentido que le
atribuye Michel de Certau. Es decir, intermediarios, mediadores y
articuladores de discursos, lenguajes y relaciones de diverso tipo: entre los
relatos identitarios elaborados por miembros de las elites y los sectores
populares entre quienes esos relatos se difundieron a través de las escuelas,
museos y celebraciones locales; entre los intelectuales que elaboraron esas
representaciones y el público amplio al que se hallaban dirigidas; entre el
estado que promovía, financiaba y legitimaba esas operaciones culturales y la
sociedad civil; entre los diversos espacios de producción de conocimiento y
los diversos dispositivos destinados a su difusión social; entre los que
poseían los recursos (financieros, simbólicos, políticos y materiales) y los
especialistas, eruditos y amateurs que requerían de ellos para llevar a cabo
sus empresas; entre los coleccionistas y poseedores de reliquias históricas y
los museos e investigadores que podían acceder a través de ellos a los
archivos privados. Enrique Udaondo, cuya participación en la formación del
museo evocativo de Dolores es minuciosamente analizada por María Élida Blasco
o Bernardo Canal Feijoó en Santiago del Estero, fueron algunos de esos
operadores culturales que cumplieron la función de mediadores al articular
intereses y voluntades de diverso tipo y de diversas esferas sociales y
públicas. Al tiempo que dedicaron su tiempo y esfuerzos impulsando diversas
iniciativas en el campo cultural: fundación de asociaciones;
emprendimientos editoriales, promoción de conmemoraciones y organización de
museos, entre muchas otras empresas similares.
Los trabajos de éste dossier tienen la cualidad de mostrarnos esta
articulación de intereses entre las abigarradas elites provinciales, los
gobiernos y estado nacional y provincial, y un pequeño grupo de personas
(historiadores, arqueólogos, etnógrafos, etc.) interesados en el pasado de su
comunidad. Ellos formaron parte de un grupo relativamente reducido en cada
provincia, tanto en lo que se refiere a la cantidad de personas que se
dedicaron más o menos sistemáticamente a esta actividad cómo al espacio
social del que formaban parte. En general, estaban relacionados entre sí por
vínculos familiares y políticos, además de compartir trayectorias como
condiscípulos de las escuelas y colegios, que en las provincias se
constituyeron en espacios de sociabilidad de elites. Más tarde, esas
relaciones se ampliaron en las Universidades de Buenos Aires y Córdoba, en un
principio, y luego también en las principales capitales de provincia durante
la entreguerra. Participaron así en una trama social que era previa pero a
cuya reproducción y transformación contribuyeron como parte del proceso
dinámico de construcción de las elites sociales de provincia y su
articulación con las elites sociales y políticas metropolitanas.
Por otra parte, como puede observarse en las trayectorias de Bernardo Frías
en Salta, Bernardo Canal Feijoó en Santiago del Estero; D. Peña en Santa Fe;
Ramón Cárcano en Córdoba y Manuel F. Mantilla en Corrientes, la etapa porteña
de formación aportaba un plus de distinción. Entre otros, éste puede haber
sido un factor que favoreció su posición entre las elites locales al acortar
la distancia relativa con las elites nacionales, radicadas generalmente en la
capital del país, sede del estado nacional y, sobre todo, principal centro de
acumulación de capital simbólico, financiero, cultural, social y político. La
mayoría de ellos, se incorporaron como miembros de número o correspondientes
de la Junta de Historia y Numismática Americana, junto otras instituciones
culturales metropolitanas, y desempeñaron cargos de cierta relevancia en los
poderes públicos nacionales y provinciales. Si bien en las capitales de
provincia tenían la posibilidad de insertarse rápidamente en sus
instituciones por su pertenencia a las elites provinciales, su paso por
Buenos Aires les agregaba un plus de capital relacional que les permitía
aspirar a posiciones relevantes en el ámbito local y gozar de cierto
reconocimiento adicional. Además, tendría cierta importancia a la hora de
gestionar subsidios, impulsar leyes o atraer personalidades nacionales e
internacionales con el fin de dictar conferencias.
En este sentido, es notable la diferencia que presentan los casos estudiados
en las provincias, donde las elites tradicionales seguían gozando de
prestigio en el campo social y cultural, respecto de los territorios
nacionales del Chaco y La Pampa, estudiados por María de los Ángeles
Lanzillota y María Silvia Leoni, cuya formación era más reciente y en los que
esas elites estaban ausentes. En esos casos, el poblamiento reciente y la
ausencia de un pasado distante al de los propios actores, abrió el camino
para la tarea de colaborar en la construcción de identidades colectivas a
intelectuales con menor capital simbólico: periodistas y directores de
periódicos, o diversos agentes del estado nacional, como maestros y
directores de escuela. Allí la formación de asociaciones o instituciones
dedicadas al estudio o divulgación de representaciones del pasado fue un poco
más tardía que en las provincias. Al mismo tiempo, se observa una mayor
predisposición a participar sin matices en el gran relato del pasado
nacional, resaltando la contribución de esas poblaciones para la expansión de
la soberanía nacional, ofreciendo menos reparos a los efectos del progreso y
la modernización. En tanto que en las provincias tradicionales, la historia
tenía la intención de dar sentido a un proceso histórico no siempre percibido
como exitoso, como en el caso de Corrientes y Santiago del Estero, con la
intención de elaborar con retazos los cimientos de una identidad local que
por ser histórica y geográficamente más genuina, se ofrecía como alternativa
de una identidad nacional que en las décadas de 1920 y 1930 comenzaría a
estar en disputa.
Desde el último cuarto del siglo XIX, los historiadores de provincia (Benigno
Martínez, en Entre Ríos, Bernardo Frías en Salta, Manuel Florencio Mantilla
en Corrientes, Ramón Lassaga en Santa Fe, J. V. Gonzalez y Ramón Cárcano en
Córdoba) se ocuparon de escribir historias en la que los episodios nacionales
eran revisados desde los espacios provinciales y sus intereses. No tuvieron
la intención de reescribir la historia nacional sino recuperar aquello que
había sido olvidado o injustamente valorado. Por ello, ofrecieron obras que
tomaban como referencia a la provincia y su región, dedicadas a exaltar el
aporte de sus hombres a la historia nacional, así como a recuperar sus
tradiciones y leyendas. Su intención no era cuestionar el relato cristalizado
del proceso que se iniciaba con la Revolución de Mayo de 1810 y culminaba en
Caseros y la Organización Nacional, ni tampoco enfrentar el consenso liberal,
sino recuperar el rol de las provincias es esa historia de la que se sentían
desplazadas por el triunfo de la tradición unitaria y portenista. En ese
sentido, se emparentaban con el mismo clima de ideas en el que Adolfo Saldías
publicó la Historia de Rosas y su época (1881), Ramón Lassaga su Historia de
López (1881); Manuel F. Mantilla Perfiles históricos (1882), Estudios
biográficos sobre patriotas correntinos (1884) y la Crónica histórica de la
provincia de Corrientes (1897); Benigno Martinez El general Ramirez en la
historia deEntre Ríos (1885); Ernesto Quesada La època de Rosas (1898);
Bernardo Frías la Historia del general Guemes y de la provincia de Salta
(1902); David Peña Juan facundo Quiroga. Contribución al estudio de los
caudillos argentinos (1906).
De este modo, mientras la polémica entablada por Bartolomé Mitre y Vicente
Fidel López, entre 1881 y 1882, estabilizaba un relato sobre el pasado
nacional y un modo de hacer historia, comenzaban a surgir desde las
provincias, incluida la díscola Buenos Aires, versiones del pasado provincial
que proponían una revisión de esa historia que había coincido en otorgarle a
las provincias, sus hombres y los episodios producidos en esos territorios,
un carácter marginal en un relato cuyo eje se hallaba en la que había sido
capital del Virreinato del Río de la Plata y ahora lo era de la nación
organizada. Dichos relatos tenían en común la intención realizar una revisión
del pasado que suponía un acto de reparación y justicia, antes que ser la
expresión de una iconoclasia contra la memoria de los héroes que la nación
había consagrado. Representaban una reacción contra la nacionalización del
pasado que comenzaba a ser puesta en marcha desde el Estado como parte de un
proceso de apropiación de diversas esferas de la actividad social, política,
económica y cultural que hasta entonces habían quedado en manos de los
gobiernos provinciales y que pasarían a la órbita del Estado Nacional.
Lentamente, los agentes de ese Estado, a través de sus instituciones, como
los Colegios nacionales, fueron los medios y los vehículos de nacionalización
de las elites de provincia, de cuyo seno salieron también quienes comenzaron
a plantear la necesidad de reivindicar sus héroes y retener en la memoria los
hechos heroicos del pasado que comenzaban a ser olvidados por las currículas
nacionales y los manuales escolares distribuidos por el ministerio de
educación. Las provincias carecían de manuales alternativos, aún cuando ese
relato ya hubiese sido elaborado. La falta de recursos para financiarlos, el
desinterés político o la inconveniencia en la medida que podía afectar las
relaciones intraelites o con el poder central, sumado a la estreches de los
mercados locales y regionales. María Gabriela Quiñonez, señala que recién en
1928 se publicó la Crónica histórica de la provincia de Corrientes que Manuel
Mantilla había escrito treinta años antes y que se ofrecía como versión que
reivindicaba el rol de su provincia en la lucha contra Rosas, complementaria
de otra que sólo reconocía como sus héroes a los generales unitarios Paz y
Lavalle.
Diversos factores pueden haber contribuido a esta empresa fragmentaria de
revisión del pasado desde las provincias en el último cuarto del siglo XIX:
la sensación de amenaza que fue despertando la inmigración masiva, la
movilidad social y los efectos de la modernización que afectaban a las
sociedades metropolitanas; la derrota de la revolución protagonizada por el
autonomismo tejedorista de la provincia de Buenos Aires en 1880; la política
de integración, cooptación, asimilación de las elites provinciales a las
elites nacionales y a las burocracias estatales; la reacción contra el
notable avance del Estado Nacional en el espacio provincial, que se
verificaba en el aparato escolar, sobre todo en aquellas instituciones que
educaban a los hijos de esas elites con libros de texto que distribuía y en
los que se ofendía la memoria de sus antepasados. Pero sobre todo, para las
elites tradicionales se trataba de la necesidad de saldar viejas deudas del
pasado legitimando o justificando el accionar de sus antepasados, como un
modo de reclamar una legitimidad de origen al momento de negociar su
integración a las elites nacionales que le habían reservado un lugar
relativamente marginal; y también para distinguirse de otros grupos sociales
y de las nuevas elites de provincia.
A partir de la década de 1920, se observa una ampliación de los usos que
adquiría la evocación del pasado, que Andrea Villagrán muestra claramente
para el caso de Salta. Sobre la base de aquellos relatos y argumentos
elaborados en el último cuarto del siglo XIX, el esfuerzo de reivindicación
de las historias provinciales se complementó con otro que buscaba fortalecer
el esfuerzo individual con la organización de instituciones que reunían a
notables locales comprometidos con la misma empresa. A la vez que, la
intención de revisar un pasado amenazado por el olvido y la injusticia,
comenzó a adquirir un sentido identitario. En la medida que buscó en el
pasado las raíces de una identidad provincial con pretensiones de ser la
esencia de una identidad nacional y patriótica. Por su lado, cada provincia
tuvo la ambición de ofrecerse como un reservorio de nacionalidad todavía no
avasallado por la inmigración masiva y la vertiginosa modernización. En
rigor, la tarea era la misma que desde Buenos Aires se había ejecutado con
más éxito, ser el eje de un relato cuyo motivo central seguía siendo el
origen de una nación cuyo destino cada provincia pretendía encarnar sin
matices.
En parte, la reorientación del sentido atribuido a las historias provinciales
estaba vinculado a los intereses de instituciones metropolitanas, como la
Junta de Historia y Numismática y el Instituto de Investigaciones de la
Facultad de Filosofía y Letras, que buscaron trabar lazos con las elites
provinciales para habilitar su acceso a los archivos y a documentos que, en
general, se hallaban en manos privadas. También, respondía a intereses
propios de las elites tradicionales de provincia cuyas posiciones relativas
en el campo político, antes que en el campo social y cultural, habían sido
redefinidas por la llegada del radicalismo al poder, por la movilidad social,
por la aparición de nuevos espacios y nuevas oportunidades asociadas al
crecimiento y diversificación de las agencias estatales. Entre otras
motivaciones propias de un grupo social de tendencia conservadora y
aristocratizante, partidario de cierto progreso en tanto no pusiera en
cuestión su posición social ni en riesgo el orden que consideraban asociado
al mantenimiento de jerarquías naturales.
Tal vez por ello, esa resistencia pasiva frente al centralismo porteño y
contra un relato que marginaba a las provincias y sus hombres no pasó de ser
una empresa de reivindicación. Antes que ofrecer una interpretación
alternativa se conformó con completar, corregir, rescatar sin dejar de
ofrecerse como tributaria de una tradición nacional que reconocía la
centralidad de la injusta Buenos Aires , elaborada por los padres fundadores
de la historiografía cuya autoridad no dejaban de reconocer.
Así, fortalecer una identidad nacional que sentían amenazada y construir una
identidad provincial que preservaba del olvido las memorias familiares podían
ser parte de una misma operación, que no se asumía como contradictoria. No lo
era, en la medida que en ambos casos la historia permitía volver a unir
aquello que había sido roto por la revolución y la guerra. Por otra parte, la
recuperación de ese pasado producía una ilusión de continuidad que filiaba
los hombres célebres a elites tradicionales que veían desafiadas sus
posiciones fuera de la esfera social en la que seguían gozando de un
prestigio menos disputado, como observan Ana Martinez y Costanza Taboada para
el caso de Santiago del Estero. O que encontraban en la colonia un resguardo
del prestigio amenazado por el obligado repliegue de la órbita nacional que
les impuso la derrota del juarismo en 1890, si consideramos el caso de
Córdoba expuesto por Ana Clarisa Agüero.
Por eso se denunciaba el olvido de algunos personajes o episodios
provinciales, sobre todo los caudillos que lejos de ser bárbaros responsables
de la anarquía que siguió a la disolución del poder central, habrían
encarnado la posibilidad de un gobierno posible para América, cuyas raíces se
hallaban en lo más remoto del pasado colonial. Ellos habían sostenido la
autonomía provincial y, al mismo tiempo, garantizado el orden en sus
provincias y la unidad nacional, siempre amenazada por la acción disolvente
del centralismo porteño. Como muestran Gabriela Micheletti y Mariela
Coudannes, ese era el lugar que le correspondía al Brigadier López,
representante genuino de su pueblo surgido del sufragio universal, pero
también a los hombres ilustres de las principales familias santafesinas que
actuaron como sus ilustrados asesores y cuya memoria era preciso reivindicar,
sin por eso dejar de profesar un profundo antirosismo y continuar valorando
una historia nacional que reconocía a Mayo y Caseros como los acontecimientos
fundadores del Estado y de la nacionalidad. Entonces, se trataba de una
revalorización del federalismo siempre sostenido legítimamente por las
provincias, a la vez contrario al centralismo porteño, que había provocado la
anarquía del año XX, y a las tendencias segregacionistas de Artigas.
La motivación original de este dossier era ofrecer la posibilidad de leer en
conjunto trabajos de investigadores que desde hace tiempo vienen estudiando
las formas que asumieron las representaciones del pasado en las provincias,
sus usos públicos, los debates que promovieron y las alternativas que
ofrecieron frente a las interpretaciones preexistentes de la historia
nacional. Sin embargo, el interés que despiertan excede esa motivación
inicial y las breves referencias que podemos hacer de ellos en la
introducción. Permiten revisar la imagen que teníamos de la historiografía
argentina y poner en cuestión la supuesta homogeneidad que habría
caracterizado a las interpretaciones de la historia nacional desde fines del
siglo XIX. Ponen de manifiesto que los problemas relativos a los usos
públicos del pasado son parte del proceso de
formación de las elites sociales y de la construcción de identidades
políticas. También pueden ser leídos como un capítulo de una historia
cultural e intelectual más vasta. A la vez que nos permiten observar los
modos, los mecanismos y los espacios en los que se articularon intereses
sociales, económicos y políticos de esas elites y de otros grupos sociales.
En cualquier caso, como en otros campos, los estudios atentos a casos
provinciales y regionales aspiran a algo más que ser parte de una sumatoria
de experiencias peculiares o a introducir matices en una trama más o menos
conocida. Ofrecen la oportunidad de volver a pensar esa trama atendiendo a la
diversidad de procesos, escenarios y actores que la constituyen. Los trabajos
reunidos en el dossier esperan estimular a quienes
consideren necesario asumir ese desafío.
Gabriela Micheletti analiza dos revistas santafesinas de entresiglos, la
rosarina Revista Argentina dirigida por David Peña y la santafesina Vida
Intelectual en la que participan Ramón Lassaga y José Luis Busaniche, para
analizar la elaboración de relatos de la historia provincial y su relación
con los relatos de la historia nacional, a la vez que la constitución en
torno de esas publicaciones de un espacio de sociabilidad que permite
visualizar un entramado de redes locales, provinciales, regionales y
nacionales. En la misma dirección, Mariela Coudannes estudia el proceso de
institucionalización de la historiografía santafesina a partir de la década
de 1930 y las interpretaciones historiográficas elaboradas durante esos años
por miembros de elites sociales tradicionales, que apelaban al pasado para
recobrar la memoria familiar, reivindicar el rol de la provincia en el
escenario nacional e intervenir en el conflictivo teatro político provincial
y nacional de la década de 1930.
El trabajo de María Gabriela Quiñonez se dedica a explorar los contextos de
producción de las historias de Corrientes entre fines del siglo XIX y la
entreguerra, que si en lo esencial conservan la reivindicación de una
provincia que no había visto retribuidos los enormes sacrificios que realizó
en favor de la emancipación y la organización nacional,
se desplazó del tono faccioso que predominó en la obra de Manuel Florencio
Mantilla a la inflexión identitaria que le impuso Hernán Félix Gómez, entre
otros intelectuales correntinos, en las décadas de 1920 y 1930.
Ana Clarisa Agüero, nos permitió generosamente incluir el capítulo V de su
tesis doctoral aún inédita: Local / nacional. Córdoba: cultura urbana,
contacto con Buenos Aires y lugares relativos en el mapa cultural argentino
(1880-1918) . En su trabajo podemos observar una formación intelectual en la
que historiadores, coleccionistas, arquitectos, editores, poetas y pintores,
entre otros actores interesados en la historia provincial, participaron del
proceso de construcción de representaciones de pasado elaboradas desde una
Córdoba que encontraba en la colonia menos un lazo con la madre patria y la
tradición hispano católica que la marca de una cultura distintiva y original,
que se ofrecía como matriz de una tradición nacional patrimonial de raíces
mediterráneas.
Andrea Villagrán presenta el dinámico proceso de construcción del general
Güemes como héroe salteño, distinguiendo cuatro periodos en los que el
significado otorgado a su figura es construido al calor de las disputas entre
actores y proyectos políticos que articulan intereses que atraviesan a las
elites provinciales y nacionales. Sin embargo, el
tránsito de gaucho bárbaro a héroe revolucionario, consagrado en las obras de
Bernardo Frías y Juan Carlos Dávalos, no significó el abandono de las líneas
directrices de un relato sobre la historia nacional ya estabilizado en la
Historia de Belgrano de Bartolomé Mitre. De todos modos, observa que en Frías
sirvió para poner en cuestión los
privilegios de Buenos Aires y sus aliados locales, mientras que en Dávalos se
prefiguró un Güemes cuya trascendencia respecto de las disputas políticas lo
convertía en referente de una identidad provincial gaucha y mestiza.
En una civilización sin indios o la sublimación mítica del pasado , Ana
Teresa Martinez y Constanza Taboada, estudian la construcción de la identidad
santiagueña, elaborada sobre los restos arqueológicos recogidos por los
hermanos Wagner, complementado por los ensayos de Bernardo Canal Feijoó. Con
el firme apoyo de los gobiernos provinciales y de las elites locales, durante
la entreguerra ellos imaginaron un pasado que remitía a una civilización
chaqueño-santiagueña extinguida, ancestral, prehispánica y ahistórica.
Elaborada con fragmentos aislados, sedimentos de una identidad provincial
que, por su originalidad, tenía pretensiones de representar lo más
genuino de la nacionalidad.
María Élida Blasco analiza la formación en Dolores, en 1939, de un Museo
dedicado a evocar el levantamiento de los Libres del Sur. Además del obvio
antirrosismo, el interés reside en el modo en que la autora muestra la
variedad de intereses y relaciones que Enrique Udaondo administra y pone en
funcionamiento para el éxito de la iniciativa,
que recupera las formas míticas del indio y el gaucho como símbolos de una
identidad bonaerense.
María de los Ángeles Lanzillotta y María Silvia Leoni analizan dos casos
anclados en los territorios nacionales de La Pampa y Chaco, respectivamente.
También allí comenzó un proceso de elaboración de un relato identitario,
aunque un poco más tardío que en las provincias. Pero la singularidad de
estos casos está dada sobre todo por la ausencia de
elites tradicionales que asumieran la tarea de dar cuenta del pasado de una
comunidad de asentamiento reciente, dependiente administrativamente del
Estado nacional, pero a la vez vinculada a las elites de los centros
políticos y culturales más cercanos. Esa tarea sería asumida por agentes
estatales y periodistas más dispuestos que en las elites de provincia a
filiar su destino al curso de una historia de la que se sentían legítimamente
parte, como abanderados del progreso y el avance de la nación en territorio
hostil.
Finalmente, nuestro trabajo representa una contribución no sólo más modesta
sino temporalmente anterior a las anteriores. Sin embargo, su inclusión tiene
el interés de permitir la posibilidad de evaluar las condiciones de
producción de las representaciones del pasado en el siglo XIX y gran parte
del XX, a partir de la experiencia que llevó a cabo Vicente G. Quesada en
Paraná. Desde allí intentó la empresa de construcción de una historia
nacional, entendida como sumatoria de historias provinciales. El
desplazamiento del poder político a Buenos Aires en 1861 significó algo más
que el fin de ese proyecto, mostró los límites que tendría cualquier intento
similar que no contara con los recursos financieros y simbólicos del poder
central.
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