Alan Pauls. Fiesta china
Revista de estudios literarios latinoamericanos
FIESTA CHINA
Alan Pauls
Número 4 / diciembre 2017 / pp. 18-22
ISSN 2422-5932
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Alan Pauls. Fiesta china
Revista de estudios literarios latinoamericanos
RESUMEN
PALABRAS CLAVE
experiencia
memoria
seminarios
Cómo evocar lo que, por experimentado, se vuelve inalcanzable
para la mera memoria, se pregunta Alan Pauls en este ensayo. Y
responde: quizá eso que uno recuerde mal, como flotando en una
nube que nubla la cabeza de otro, sea algo muy parecido a lo que
uno sueña todo el tiempo con llamar, sin pudor alguno, pero también sin peligro de equivocarse, la felicidad. Pauls alcanza así, algunas de las claves de los seminarios de Ludmer, una época personal y
pública de excepción en la que, a diferencia de lo que el sentido
común hegemónico de la actualidad cree, fue posible enseñar porque nadie sabía nada.
ABSTRACT
KEYWORDS
experience
memory
seminars
How do we remember what in experience was unapproachable? In
this essay, Alan Pauls asks this question and answers himself:
maybe what we cannot remember properly, what floats in a cloud
that confuses somebody else’s mind, is in fact very similar to what
one dreams and wishes to call (with no shame and no fear of making a mistake) happiness. In this sense, Pauls grasps some of the
key concepts in Ludmer’s seminars, an exceptional time in her personal and public life, in which, unlike what is believed by current
common sense, it was possible to teach because nobody knew anything.
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Un Williams que nunca nos gustó, pero cada tanto soltaba unas
ocurrencias bastante inspiradas, decía que nadie que hubiera vi vido realmente los años 60 podía decir que los recordara. Algo
así me pasa a mí en relación con estos “Seminarios Ludmer”
que nos hemos reunido para evocar. 1 Los veo borrosos, como si
flotaran en una nube que nublara la cabeza... de otro. Ni si quiera recordaba, por ejemplo, que se llamaban “seminarios”.
Naturalmente, todos éramos jóvenes, más jóvenes, etc., etc.
Pero la juventud, como sabemos, nunca ha explicado nada. Bien
mirada, esta dificultad mía para recordarlos prueba varias cosas:
que yo estuve ahí, efectivamente (primera y principal); que los
“Seminarios Ludmer” fueron mis años 60; y que quizás eso que
uno recuerde mal, como flotando en una nube que nubla la cabeza de otro, sea algo muy parecido a lo que uno sueña todo el
tiempo con llamar, sin pudor alguno, pero también sin peligro
de equivocarse, la felicidad.
Puesto a pensar –buen remedio, si no el único, para la memoria remisa–, lo que me viene a la cabeza son preguntas, preguntas muy parecidas a las que uno se hace al día siguiente de
una fiesta especialmente lograda: ¿Cuánto duró? ¿Quiénes esta ban? ¿Qué tomamos? ¿De quién son estos zapatos? Es así, lo
siento: veo los “Seminarios Ludmer” como una fiesta. Si hasta
veo el cartel, el pasacalle cruzando Marcelo T. de Alvear: ¡Fiesta
en la Maternidad Pardo! Porque lo que veo flotando en una
nube de otro es la mezcla rara, rarísima, de euforia, deter minación, ansiedad, avidez, desconcierto y placer que sólo
ofrece una verdadera fiesta.
Iba a decir: “una fiesta excepcional”, pero dudo que haya
algo más pleonásmico. Una fiesta es eso: una excepción. Todo
lo que Agamben describe del atroz “estado de excepción”, sólo
que... pervertido y redimido por un deseo loco: un estado de
excepción bueno, entusiasta, jugoso, magnético, inesperado... Yo
me veo yendo a dar clase en los “Seminarios Ludmer” y la
combinación de fervor y de pánico que me empuja vuelve a dejarme helado. ¿Un “seminario” para 500, 800, 1000 estudiantes?
Otra que Barthes y sus falansterios de la rue d'Ulm. Sí, ése era
un punto experimental fuerte de la fiesta: aparear la lógica mi noritaria y resistente de una institución privada (el “grupo de
estudio”) con la lógica pública, monumental, de una institución
Este texto fue leído en el homenaje “A 30 años de los Seminarios Ludmer”, organizado en la Facultad
de Filosofía y Letras, UBA, el miércoles 26 de agosto de 2015.
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universitaria de masas. Esa apuesta a la desproporción era exi gente, pero no creo que fuera lo que más a la intemperie nos
dejaba. Lo peor –lo mejor– era que no sabíamos nada. En 1984,
a punto de entrar a enseñar en la universidad, nadie sabía nada.
No sabíamos cómo se hacían las cosas. Así que, a la manera del
punk, nos pusimos a hacer eso: a enseñar no lo que sabíamos
(eso lo hace cualquiera), no lo que “traíamos” de otro lado (los
grupos de estudio), no nuestro capitalcito de egresados de la
“universidad de las catacumbas”, sino lo que no sabíamos, lo
que nos moríamos por saber, lo que alucinábamos que era saber
en el contexto específico de la institución universitaria.
Éramos un equipo. Es una palabra que vuelve mucho:
“equipo”. Nos llamábamos a nosotros mismos así: “el equipo”.
“Entonces el equipo va el lunes al teórico y dice...”, “El equipo
se presenta y después de repartir el texto de Tinianov...”. Nos
veo avanzando por los pasillos de Marcelo T. todos en hilera,
casi coreografiados, cargados de fotocopias hasta reventar, con
el dejo insobornable de Los Intocables y algo, mucho, de la
convicción de una brigada de boy scouts dispuestos a todo, pero
sobre todo a matar y a morir por la teoría. Porque no sa bíamos
nada pero teníamos una misión, o dos: razonar la creencia en la
literatura (una) y (dos) hacer visible el inconsciente de la teoría,
de toda teoría, de todas las teorías, y poner todos esos dobles
fondos en contacto, no tanto para que dialogaran (dialo gar no
era un verbo de la época) como para que discutieran, se
pelearan, se sacaran chispas. Promovíamos todas las disidencias;
nada nos reconfortaba más que el cisma, la secesión, el dife rendo. Nuestra misión era ilustrada y beligerante: queríamos la
verdad verdadera (la del inconsciente), no queríamos la reconciliación. (Reconciliar era un verbo de la época).
Unos pesados.
Pero así son los que sucumben a la pasión de producir
efectos.
Como se habrán dado cuenta, empecé a escribir esto en
singular, como un testimonio “personal”, y hace renglones ya
que nado en el plural, y es algo que me pone contento. Contento hoy, ahora, como lo estaba entonces. Porque el plural, por
supuesto, no es más que el otro nombre de la fiesta, el nombre
político, el que está llamado a perdurar. Quizá los “Seminarios
Ludmer” hayan sido el único plural que articulé en mi vida con
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sentido, y no sólo con sentido sino con alegría, y no sólo con
alegría sino con felicidad.
Ese plural-fiesta –y otras muchas cosas que nadie hará caber jamás en cinco minutos– se lo debemos todos a Josefina
Ludmer, alias China, la mujer diminuta y genial en la que todos
pensamos cada vez que pensamos algo, cualquier cosa.
Alan Pauls
Recibido:
5/6/2017
Aceptado: 9/7/2017
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