Turbo Comercio: los nuevos grandes
edificios de Bogotá
Por: Mauricio Muñoz1
Facultad de Arquitectura, Diseño Industrial y Bellas Artes
Universidad Antonio Nariño
Fecha de recepción: 30/09/2006, Fecha de aceptación 11/12/2006
Resumen
Abstract
El siguiente artículo es una reflexión acerca del
continuo aumento de la escala de las intervenciones arquitectónicas construidas en Bogotá en los
últimos años, y los efectos que este incremento trae
a nivel urbano, más específicamente, la producción
y apropiación de enormes centros comerciales
como parte de un discurso de modernización de la
ciudad, en total contraposición con el interés de la
administración distrital de proyectar una urbe más
peatonal, volcada hacia las calles, mientras estos
nuevos edificios amenazan con absorber todas las
actividades urbanas en un solo espacio, bajo el amparo del intercambio comercial.
The following article is a reflection on the continuing enlargement of scale of certain architectural interventions built
in Bogotá during the last few years, and the urban effects of
such growth, more specifically, the production and appropriation of big malls as part of a modernization discourse
about the city, in an absolute opposition to the policies outlined by the city’s administration, which search for a more
pedestrian-driven, street-friendly metropolis, while these new
buildings threaten to absorb all urban activities under one
single roof, safely guarded by the commercial exchange.
Keywords
Commerce, city, big stores, commercial malls, urban scale,
urban proportion, urbanism, architecture.
Palabras clave
Comercio, ciudad, grandes almacenes, centros comerciales, escala urbana, proporción urbana, urbanismo, arquitectura.
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1.Arquitecto, M. Arq. en Arquitectura.
Correo electrónico: munoz.mauricio@gmail.com
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Introducción
En una reciente estadística publicada por la Federación Nacional de
Comerciantes, en Colombia se levanta un centro comercial cada 23
días (La Republica: 2006). Esto, sin duda alguna, pone de manifiesto
que diseñar/construir un establecimiento de este tipo es la opción
arquitectónica más rentable.
Así lo demuestran las estadísticas. En la Capital hay más centros comerciales que museos, bibliotecas, teatros y centros culturales juntos
(Bogotá: 2006).2 Y tal es la magnitud de la construcción en este sector que fuera del país retumban los ecos de sus virtudes, al punto
que, quizás víctimas de un exceso de su propia medicina, hay quienes
sugieren que dicho crecimiento es un signo cuantificable de desarrollo que nos deja en aparente ventaja frente a otras ciudades de la
región (El Nuevo Herald, 2005).
El problema no surge por la presencia del comercio en el tejido urbano, desde épocas inmemorables se sabe que el intercambio económico es uno de los factores decisivos para la supervivencia de una ciudad, o, más recientemente, que ir de compras (shopping) es la última
forma de actividad pública que queda (Koolhaas, 2001).
Por eso, que se construyan o no más centros comerciales no es algo
que esté dentro de nuestro control; este es un fenómeno que cuenta
con un sin número de matices políticos, económicos, sociales, y hasta
psicológicos que, por supuesto, superan el objetivo de este artículo.
Por el contrario, aparte de los vericuetos financieros que aunan las
constructoras para adelantar dichos proyectos, desde una estricta perspectiva arquitectónica y urbanística, lo que sí nos compete es la discusión que se quiere instigar aquí, la cual se centra, primordialmente,
en la escala de dichos edificios.
Metodología
A partir de 16 criterios de carácter interdisciplinario, se realiza una
aproximación a los efectos que generan los grandes centros comerciales que se construyen actualmente en Bogotá.
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2.Según el portal oficial en Internet, Bogotá tiene alrededor de 42 museos, 12 bibliotecas, 21 teatros y 20 centros culturales, es decir, 95 establecimientos. Aunque
no se menciona el número de centros
comerciales, en las páginas amarillas de
la ciudad aparecen registrados 143.
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Los criterios tenidos en cuenta son: cantidad, estrategia, anacronismo, crecimiento, localización, contexto, tamaño, concentración, fragmentación, movilidad, arquitectura vs. urbanismo, rentabilidad, arquitectura vs. medio ambiente, magnificencia, anonimato y redundancia.
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Foto: Mauricio Muñoz
Resultados
Cantidad
¿Qué hace que el centro comercial sea la tipología que más se construya actualmente en Bogotá? Los economistas aseguran que es una
cuestión de mercado, es decir, que hay —ahora— una mayor demanda de estos espacios y, por ende, se produce una mayor oferta de los
mismos. Eso explica en cierta forma por qué, de existir inicialmente
sólo en aquellos barrios donde residía la población con mayor capacidad adquisitiva, los centros comerciales se han propagado hasta los
sectores menos favorecidos, en la medida en que estos últimos han
sido incluidos “exitosamente” en la dinámica producción/consumo.
El Centro Comercial La Gran Estación,
inagurado el 1º de Diciembre de 2006,
cuenta con 160.000 m2 (aprox.) en su
primera etapa. La segunda etapa del
complejo, la cual estará lista en un año,
contará con un hotel de lujo, centro de
convenciones, edificio de rehabilitación para
discapacitados, parque y una iglesia.
Estrategia
Con esto dicho, desde la óptica de los inversionistas, la concepción
de un proyecto de esta envergadura no parece tener tampoco muchos inconvenientes: “La clave para lograr un centro comercial exi-
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toso es elegir un punto muy estratégico; una adecuada mezcla de
mercado que cubra todas las necesidades de sus visitantes con plazoleta de comidas, suficientes parqueaderos, varios negocios ancla e
innumerables opciones de entretenimiento” (Dinero, 2004).
¿Demasiado simple? Sin hacer caso omiso a la frase aquella que pasa
de voz en voz y que afirma que “Bogotá siempre está a la penúltima
moda”, la estrategia para lograr un centro comercial exitoso en la
Bogotá del 2004, 41 años antes, era la del arquitecto diseñador del
primer centro comercial cerrado en EE.UU., quien escribía: “Tome
100 acres de terreno plano con una forma ideal. Rodéelo de 500.000
consumidores que no tengan acceso a ningún otro enclave comercial. Acondicione el predio y cubra la parte central con 1.000.000 pies
cuadrados de área construida. Llénelos con comerciantes de primera
clase que vendan conjuntos de utensilios de excelente calidad por
precios encantadoramente bajos. Arregle el conjunto en su exterior
con 10.000 estacionamientos y asegúrese de dejarlos accesibles desde
autopistas en buen estado con bajos niveles de trafico en todas las
direcciones. Finalmente, decore el lugar con algunas plantas sembradas en materas, camas de diferentes flores, una pequeña escultura, y
sirva siempre la comida caliente y crujiente a los clientes” (Koolhaas, 2001).3
Anacronismo
De manos del arquitecto inventor de esta “receta” (Víctor Gruen),
en 1956 se construyó en Minneapolis, Minnesota, el Southdale Center
con 74.000 m2. Veinte años después, Bogotá celebró su entrada a la
fiebre con Unicentro, el cual contaba con aproximadamente 64.000
m2. Después, mientras la euforia por agrandar los centros comerciales recorría el mundo furibunda, en Bogotá sufrimos un “estancamiento”, gracias a condiciones económicas impredecibles.
Treinta años después de la construcción de Unicentro, hoy nos hallamos igualmente inaugurando con bombos y platillos el centro comercial Santa fe, con sus casi 162.000 m2, mientras nos enteramos
con estupor que todas las naciones “desarrolladas” compiten para
quedarse con el título de la desmesura: China, 600.000 m2; Malasia,
700.000 m2; Emiratos Árabes, 930.000 m2. A pesar de la evidencia,
sin embargo, ya se habla en Bogotá de algunos proyectos que se acercan a los 300.000 m2.
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3.Rem Koolhaas citando a Victor Gruen,
“Recipe for the ideal Shopping Center“,
1963. Traducción del autor del presente
artículo.
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En este sentido, igual que ocurrió en Norteamérica y en Europa, y
ahora también en Oriente Medio y Asia, el nacimiento y el desaforado incremento de centros comerciales en Bogotá no tiene por qué
sorprendernos. Dada la influencia que ejercen los países desarrolla-
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dos sobre nuestro estilo de vida, la discusión, lógicamente, no está
dirigida hacia la relevancia de esta tipología en el paisaje urbano bogotano, sino hacia la conciencia de que la ciudad se vuelca hacia una
competencia perdida desde el comienzo.
Crecimiento
Batalla perdida porque no solo estamos ante una multiplicación del
centro comercial por toda la ciudad, independientemente del usuario, o del nicho de mercado, sino que, como el programa arquitectónico también ha sufrido notorias alteraciones a través de los años, se
ha “obligado” al crecimiento exponencial —en metros cuadrados—
de estas construcciones, ya sean nuevas, o también antiguas, por medio de remodelaciones, ampliaciones y extensiones.
Desde el punto de vista de los constructores, la razón es que el fin de
un centro comercial hoy en día “no es solamente vender almacenes
sino ofrecer un concepto de diversión para la familia; para la gente
que no tiene nada que hacer” (El Nuevo Herald, 2005).4 Del mismo
modo, los arquitectos añaden que “el concepto de los centros comerciales se ha ido ampliando hacia un punto de encuentro y socialización de los ciudadanos, muy ligado al desarrollo de las ciudades”
(Dinero: 2004).5 Los usuarios, por su parte, simplemente encuentran
que el centro comercial es más cómodo, más recursivo y, ante todo,
más seguro para realizar sus compras.
En todos los casos, el centro comercial, llenando el vacío de la oferta
de entretenimiento, como nuevo punto de encuentro, o como espacio protegido de la delincuencia, en la medida que cambia de escala y
aumenta su oferta de servicios, compite directamente con la ciudad,
la reemplaza y, posteriormente, la anula. Y esto es sin traer a colación
los que actualmente se instalan en las denominadas “ciudades intermedias”, donde el tamaño de los centros comerciales literalmente
rivaliza con el tamaño mismo de la ciudad.
Por esta razón, desde hace ya un par de años, conscientes de que la
única manera de devolver la ciudad a sus habitantes es llenando las
calles de transeúntes, los alcaldes de Bogotá nos tienen acostumbrados a la necesidad de invertir más recursos en espacio público urbano, asunto ese que empezó con la adecuación de andenes y la limitación del espacio de los vehículos en pos de una cultura de respeto por
el peatón. A esa intervención le siguieron la construcción de una red de ciclorutas,
la ejecución de parques, bibliotecas y otros espacios netamente públicos, y la
implementación de un sistema de transporte masivo por toda la ciudad.
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Foto: Mauricio Muñoz
Con sus 12.000 m2, la plaza central de
eventos del Centro Comercial La Gran
Estación, es 3.000 m2 más grande que la
Plaza de Bolívar.
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4.La fuente cita más precisamente a
Maria del Rosario Lizarralde, ejecutiva de
Pedro Gómez y Cia.
5.La frase es acuñada por Edgar Bueno,
arquitecto diseñador de los centros comerciales Hacienda Santa Bárbara y Plaza de las Américas.
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Localización
Sin embargo, de la mano de las obras de infraestructura, los terrenos
contiguos a las nuevas avenidas, especialmente aquellos en los nodos
de intercambio de pasajeros, se convirtieron de la noche a la mañana,
auspiciados en parte por un cambio substancial en los usos del suelo
que sólo pretendía consolidar los procesos de descentralización de la
ciudad, en los predios predilectos de los comerciantes, mientras la
administración distrital seguía en su empeño idílico de llenar las aceras de gente, sin tener en cuenta al gran generador de vida pública
urbana: el comercio.
Así, mientras que las inversiones públicas están sujetas a los tradicionales vaivenes de la burocracia y, por ende, se retrasan considerablemente en su implementación, los centros comerciales se erigen, sufragados por el capital privado, en cuestión de meses y, además, según su localización, vienen con frecuencia con un “valor agregado”:
basta mencionar el puente vehicular “pagado” por los constructores
del centro comercial Santa fe o los emplazamientos en el occidente
de la ciudad que trajeron consigo la construcción de parques y colegios, en vista de su ausencia en este sector.
Contexto
Por esta razón —el bolsillo sin fondo de la inversión privada— el
centro comercial no se adapta al contexto en el cual se ubica, sino
que lo crea a su antojo. Y entre más grande, además, reproduce (simula) la experiencia de la ciudad, pues esa es su función: tenerlo todo. O
casi todo: como si se tratara de las otrora calles comerciales en las que
colindaban almacenes de lo mismo, o casi lo mismo, ya fueran
licuadoras, lámparas, gafas o joyas de fantasía; los grandes centros
comerciales de hoy conviven unos al lado de los otros, con las mismas tiendas de artículos, presentando las mismas películas, y el mismo menú en las mismas cadenas de restaurantes, tal como ocurre en
la calle 82, donde coexisten Andino, Atlantis, El Retiro, y La Cabrera
(próximamente), todos en un radio de 500 metros.
No importa que la implementación de un masivo centro comercial
trastorne el tráfico de su contexto inmediato, ni que su existencia
traiga consigo nuevos acechos, ni que su presencia amenace con acabar el comercio local más reducido, ni que se planee sobre una autopista de 14 carriles o en un barrio residencial, en un distrito financiero, en un barrio de conservación, o en un lote desierto. La nueva
escala de los centros comerciales y su consecuente oferta los hace
“queridos” en cualquier parte, pues representan “progreso”… Y entre un progreso pequeño y uno grande, mejor el grande.
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Tamaño
Grande, en el sentido que entraña la palabra según el Diccionario de
la Real Academia Española es algo “que supera en tamaño, importancia, dotes, intensidad, etc., a lo común y regular”. En el caso del
centro comercial, entonces, la acepción tácitamente implica “mejoría”. Lo pequeño, en términos de comercio, sugiere falta de recursos,
limitación, estrechez, incomodidad… Por eso se impone lo grande.
Un análisis somero de los centros comerciales de la capital evidencia
un aumento considerable en la extensión de dichas estructuras y en la
concentración de actividades, antes desperdigadas de manera aleatoria
por toda la ciudad, de tal forma que, como si se tratara de una bola de
nieve, ya no es posible imaginar enclaves comerciales más reducidos.
Por el contrario, después de casi una década de estancamiento en la
cual la construcción de centros comerciales fue prácticamente inexistente, salimos del letargo y, por arte de magia, todo se volvió más
grande y se llenó de prefijos: GRANDES superficies, HIPER mercados, SUPER almacenes, MEGA outlet…EXTRA, GIGA, ULTRA,
MAX… TURBO¯COMERCIO.
Programáticamente, si antes fue azaroso “llenar” 64.000 m2, ¿cómo
cubrir 100.000, 200.000 o 300.000 m2? Hoy por hoy, en un centro
comercial cualquiera es posible encontrar, aparte de las marcas tradicionales de ropa y accesorios, los cinemas y las tiendas por departamentos, guardería para los niños, serviteca, revelado fotográfico, óptica, droguería, servicios odontológicos, sala de belleza, taller de reparación de electrodomésticos, cajeros automáticos, área de comidas, Internet por cable, impresión a color y blanco y negro, lavado de
vehículos, bancos, servicio de taxi para los clientes, servicio gratis a
domicilio para productos de gran volumen, atención de primeros
auxilios, giros y remesas, sastrería, estación de gasolina, cerrajería,
mensajería y correo, llamadas nacionales e internacionales, joyería,
punto de pago de servicios públicos, víveres, licores, frutas, vegetales, ropa, electrodomésticos, ferretería, muebles, panadería, salsamentaria, lencería, etc…
Foto: Mauricio Muñoz
Concentración
Nuevas especies “nativas de los centros
comerciales”: 100% resina sintética.
Sin embargo, existe una variación. Si una técnica es concentrar diferentes actividades o servicios, como si se tratara de la versión corregida y aumentada de la miscelánea de barrio elevada a la (n) potencia,
hay algunas proyectos colosales en los que algunas marcas compran/
arriendan varios locales, de manera que, dentro del mismo centro
comercial es posible pasar de la Plaza A a la B sin notar ninguna
diferencia… La total apología de la repetición.
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Del mismo modo, el centro comercial es la tipología a la que se acude
con mayor frecuencia para “hacer ciudad”, y se hace uso de ella como
cualquier otra herramienta de diseño: si se necesita trasladar todos
los vendedores ambulantes de un sector, la primera idea que sale a
colación es, precisamente, hacer un centro comercial para concentrarlos a todos… E igual pasa con los vendedores de esmeraldas, los
mimos de los semáforos o los desplazados de la violencia: “mandémoslos a vivir a X barrio y hacemos un centro comercial donde puedan vender lo
que hagan (¿canastos, gelatina de pata?) y así puedan conseguir el sustento de
sus familias sin tener que mendigar”.
Fragmentación
A este paso, no es difícil imaginar la ciudad más parcelada que concentrada, más dividida y menos peatonal, como la sueñan los arquitectos, los urbanistas o los alcaldes de Bogotá. La razón es muy sencilla: el centro comercial es, por antonomasia, un simple contenedor
de marcas nacionales e internacionales, las cuales basan gran parte de
su éxito en el reconocimiento de una imagen y su asociación con un
producto; por ende, el centro comercial tiende a ser “igual” en todos
los lugares donde se instale, independientemente de la geografía y del
paisaje circundante, y hasta del edificio mismo. Y si antes quedaba
alguna posibilidad de encontrar diferencias entre unos y otros, con el
incremento de la escala, todos podrán ofrecer lo mismo en cualquier
parte de la ciudad o del país.
Movilidad
Entonces, ¿para que liberar los andenes para el uso de los peatones, si
a la larga, todas las personas y los automóviles se concentran dentro
de los centros comerciales? Si por un lado se busca el crecimiento
económico de la ciudad y el aumento de la capacidad adquisitiva de
los habitantes; por el otro se provee un sistema de transporte que
promete recorrer la ciudad a su largo y ancho en tan solo unos minutos, con el fin de “llegar” sin percances hasta los “distintos” atractivos de la ciudad; y por el otro se promueve la construcción de centros comerciales con más oferta a la vuelta de la esquina en cada
barrio, ¿cómo se piensa instigar la movilidad de la mayor parte de la
población, fuera de su entorno local?
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6.Según dicho estudio, realizado en Junio del 2006, a la pregunta “¿qué factores lo animarían a volver a Bogotá?”, el
26% de los encuestados responde que
“por los centros comerciales”, mientras
que el 13% afirma que por “el patrimonio
arquitectónico y cultural”, y sólo el 2% por
“los atractivos naturales”.
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¿Cómo se pretende, además, alentar la movilidad de turistas de otros
rincones del planeta, si nuestro mayor atractivo turístico, publicado
por la misma administración distrital (IDCT, 2006),6 son los centros
comerciales y, como se mencionó anteriormente, estos ni siquiera le
llegan a los talones a sus homólogos de otros países?
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Foto: Mauricio Muñoz
Arquitectura vs. Urbanismo
La escala de algunos centros comerciales
dificulta su inserción en el tejido urbano de
la ciudad. En la foto, el Centro Comercial
Santafé, en el cual “caben cerca de 23
canchas de fútbol” (El Tiempo, Dic 1/06).
En este sentido, los grandes centros comerciales se vuelven un obstáculo para la recuperación del espacio público urbano, pues a su
paso desocupan las calles y las dejan a su suerte como simples corredores viales, meras conexiones entre barrios y distritos.
Los defensores de estas construcciones, sin embargo, argumentan
que el gran centro comercial constituye una ciudad dentro de otra
ciudad, lo que sin duda “beneficia” directamente a los habitantes,
pues les evita desplazamientos difíciles e incalculables perdidas de
tiempo. Y, como bien es sabido, “el tiempo es dinero”.
La oposición surge, de nuevo, debido a la escala: si un edificio es
capaz de albergar todos y cada uno de los espacios que antes constituían los equipamientos de un sector determinado, ¿puede la viven-
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cia de la ciudad trasladarse a un objeto arquitectónico singular? ¿Debemos incluir como parte de los contenidos de las asignaturas relacionadas con diseño urbano, el tema de las “Grandes Superficies”?
Del mismo modo, otro argumento que se esgrime para defender el
cambio de escala de los centros comerciales es su supuesto anhelo de
organización social, acercando el discurso hacia peroratas utópicas,
como si en realidad la puesta en escena de un centro comercial de
gran tamaño, por el hecho de albergar en determinado momento
unos cuantos miles de personas, constituyera un lugar democrático,
como se alude, donde conviven todas las personas, sin distingo de
raza, sexo, color, y religión… ¿De qué “convivencia” se habla? ¿De
caminar por pasillos atestados de gente “feliz”, todos en busca del
último artículo que devuelva el sentido a sus vidas?
Eso es lo que se inventan los constructores y los arquitectos para
salirse con la suya. Piensan con el deseo. El gran centro comercial no
anhela nada de eso: sólo quiere vender.
Rentabilidad
Esa sencillez programática es, incluso, su mayor triunfo. El gran centro comercial tiende a reemplazar el espacio publico urbano y a succionar todas las actividades de las calles comerciales hasta dejarlas
desocupadas, como ya lucen muchas de ellas, otrora bastiones de la
imagen de la ciudad, sencillamente porque es más rentable: mientras
que un metro cuadrado de espacio comercial en un exclusivo pasaje
peatonal puede costar hasta cinco millones de pesos y en un centro
comercial de ultima generación la misma área puede bordear los veinte
millones de pesos, el volumen de ventas que registra el último es
tantas veces superior al primero que para cualquier inversionista el
dilema no es ideológico sino matemático: gana el centro comercial.
Es más, en su fase de concepción, la calle y el centro comercial están
en bandos irreconciliables. Para lograr una calle comercial “exitosa”
no basta con proyectar los locales donde funcionará la compra/venta
de artículos y servicios: se requiere además de una estructura de apoyo (diseño urbano y paisajístico, iluminación, accesibilidad, servicios
públicos, estacionamientos, seguridad, etc.), sin los cuales es improbable atraer a los comerciantes, mientras que el centro comercial, sin
poner un solo ladrillo, solo necesita de un estudio de mercado que
asegure la inversión… La ciudad se puede estar derrumbando alrededor: mientras existan esas personas ávidas de su presencia, así el
terreno sea la oreja de un puente, las probabilidades de éxito son más
certeras. El resto de los aspectos, como vimos anteriormente, se pueden simular.
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Arquitectura vs. Medio Ambiente
Esto es especialmente cierto en el caso del medio ambiente. Lo que
antes se justificaba como la gran ventaja de los espacios abiertos (el
aire puro, el contacto con la naturaleza), en el centro comercial todo
eso colapsa bajo otro enunciado igualmente escueto: el confort.
Indudablemente, en los países donde surgió esta tipología, las condiciones climáticas favorecieron su consolidación, en vista de la imposibilidad de mantener las personas al aire libre durante un gran porcentaje del año. Por eso recrean paisajes “naturales”, como si se tratara de parques temáticos, con el fin de proveer al visitante de una
experiencia “igual” a la que se tendría fuera de sus límites construidos.
Pero en el caso de nuestra ciudad, más “tropical”, ¿valdrá la pena
confinar los usuarios a ambientes controlados, con el firme propósito de semejar a sus homólogos norteamericanos, europeos o asiáticos? En realidad, los constructores no dicen que sea con el fin de
“copiar” formulas extranjeras; lo hacen “ellos mismos” por rentabilidad. Entonces, igual que en los países del hemisferio norte, los grandes centros comerciales de Bogotá, gracias a los beneficios —de puertas para adentro— del aire acondicionado (el otro viejo descubrimiento), ahora se pueden dar el lujo de mantener sus visitantes durante largos periodos de tiempo, en cualquier época del año, llueva o
haga calor, sin la molesta contaminación de los vehículos, o de la
temida lluvia ácida. Lógicamente, también podemos ya apreciar los
especímenes sintéticos de árboles nativos que requieren cero mantenimiento: “perfectos”.
Magnificencia
Perfecta la naturaleza, que podía causar “asombro”, es decir, aquel
estado del alma en el que todos los movimientos se suspenden con
cierto grado de horror (Burke, 1995). Aún así, escribe el autor, aún
queda esperanza para nuestros artificios: “un requisito de lo sublime
en la construcción parece ser la grandeza de dimensiones, pues en
unas cuantas partes, y en aquellas pequeñas, la imaginación no puede
despertar ninguna idea de lo infinito”. Desafortunadamente, en el
caso de los grandes centros comerciales de Bogotá estamos ante la
simple masa colosal, y nos quedamos sin “las pasiones” que un edificio magnificente debería producir en el observador. Ni siquiera generan los “efectos inferiores” de admiración, reverencia y respeto.
Arquitectónicamente, para conseguir la mencionada rentabilidad financiera y su viabilidad técnica, los proyectistas de los grandes centros comerciales han optado unánimemente por el cubo sólido, sin
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ventanas (éstas aumentan los costos de la calefacción), sin consideraciones de longitud, de altura,
de perspectiva… Igual de elementales al programa
funcional al que sirven, el diseño de estos edificios
no deja ninguna sorpresa para su visitante, ni sugiere nada más de lo que está ante sus propios ojos:
grandeza pura… inflexible, torpe, ordinaria.
Urbanamente, además, el edificio tampoco pretende
ser un icono visual. Ni un hito: para identificarlo
basta un aviso luminoso en la fachada. Por lo demás, como no se puede percibir visualmente como
una sola unidad, oculta risiblemente los locales
(fragmentos) que lo componen, y sus proporciones son tan absurdas e implacables en el emplazamiento, que muy pocos han sido los avezados que
han decidido explorar qué hay al otro lado de semejante paquidermo. A nadie le importa. Cuando
se es grande, basta sólo eso. Y entre más grande
mejor. Como reza la expresión popular, “caballo
grande, ande o no ande”.
Anonimato
Paradójicamente, en el afán de lograr la máxima
eficacia programática, el diseño del gran centro
comercial pasa desapercibido. Aunque la búsqueda de la grandeza con el fin de albergar el sinnúmero de actividades que allí se conciben ha conseguido convertirlos en objetos “evidentes”, desaparecen del paisaje urbano, victimas de su propio invento: como todos son “iguales” por dentro (la
misma oferta), el contexto no importa, y en vista
de que no se busca lograr la “sublimidad” por su
desabrido enfoque, ¿para qué luchar por lograr un
edificio armonioso? El gran centro comercial de hoy en
día en Bogotá puede ser “feo” o “bello”…, mientras sea
productivo, todo lo demás es irrelevante. Es pura función.
Redundancia
Según Germán Téllez, en Colombia tenemos más
escuelas de arquitectura que Francia, España e Italia juntas, es decir, 73 programas y 39 facultades
aprobadas, de donde egresan 1800 arquitectos por
32
año (El Tiempo, 2006). Del mismo modo, no hay
una sola institución educativa en Colombia, técnica o profesional, que no dicte un curso, seminario
o charla, aunque sea una vez en toda la carrera, que
se llame o haga alusión al diseño urbano. En dicha
asignatura, aparte del concebido estudio de las diferentes formas urbanas a través de la historia de la
civilización occidental y, en algunos casos, oriental,
se proyectan, libro en mano, alamedas, ejes ambientales, plazas y parques, todos de alguna manera con
presencia del comercio en una mayor o menor escala. Intuitivamente, profesores y alumnos sienten
la necesidad de incluir en el programa de las propuestas algún tipo de estructura, temporal o permanente, donde pueda generarse el intercambio comercial. Es natural: para cualquiera es imposible
imaginar un proyecto que no “venda” algo.
Pero el centro comercial ha demostrado ser no sólo
un edifico; es una estrategia que se aplica en todas
las universidades, incluso antes de que sean los clientes quienes lo demanden. Curiosamente somos nosotros, los arquitectos, quienes inducimos la necesidad de consumo y su incremento en escala en
nuestras propuestas. Por algo no es extraño ver un
proyecto estudiantil que contempla la creación de
un eje peatonal con comercio, el cual, por sugerencia del profesor de diseño, “remata” e “inicia” con
un hito… comercial.
Discusión
Desde una perspectiva netamente cronológica, el
centro comercial es una tipología relativamente
nueva. Sin embargo, a pesar de su rotundo éxito en
todos los rincones del mundo, su uso generalizado
también los ve caer de la misma manera que se elevan. Esto se debe a que son empresas altamente
vulnerables a los cambios de los mismos factores
que una vez le imprimieron su dinámica comercial:
la coyuntura económica, la ubicación, el desarrollo
demográfico, las políticas estatales y la energía impresa por la calidad y actividad de los comerciantes
participantes en la copropiedad (Corredor, 2004).
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Centro Comercial La Gran Estación.
En una sociedad mundial comandada por la adquisición de artículos
de consumo, y particularmente en Colombia, donde la mayoría de la
población es pobre, como nuevos miembros del libre mercado se
presume que entre más oferta haya mayor será el sentimiento de felicidad de los habitantes. Por eso los gerentes de las constructoras de
los centros comerciales no dudan en aseverar que la gente es la gran
beneficiada y, en consecuencia, adelantar proyectos cada vez más grandes.
El problema es que eso es un arma de doble filo. Como ocurre en
tantas otras ciudades exitosas que funcionan sin centros comerciales
de semejante escala, en la medida en que las economías locales crecen y los habitantes de las ciudades mejoran su capacidad adquisitiva,
como consumidores también vuelven sus gustos y preferencias más
específicos —más sofisticados, si se quiere— por lo que ir de compras a un lugar donde se ofrecen desde tractores hasta agujas de croché, muy seguramente dejará de ser una opción atractiva.
De esta forma, el gran aliado del centro comercial, su función intrínseca, el consumo, paradójicamente se convierte en su letal enemigo.
Como personas, el hecho de estar “obligados” continuamente a tomar decisiones, incluso acerca de los asuntos más triviales, nos forza
a invertir tiempo y dinero, y a enfrentar una cantidad considerable de
dudas personales y temores, hasta el punto que tener opciones se
convierte en algo más debilitante que liberador (Schwartz, 2005).
Entonces, cuando nos llegue —tarde— también esa reflexión, ¿qué
hacer con una mole de 300.000 m2 y un estacionamiento al aire libre
con capacidad para 5.000 vehículos?
Temo, de todas maneras, lo peor: que se llevará hasta extremos inimaginables la construcción masiva en cantidad y en escala de centros
comerciales de 1.000 hasta 1.000.000 de metros cuadrados y, cuando
se quieran volver los ojos hacia esos añorados “localitos” en la calles
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Revista nodo Nº 1, Volumen 1, Año 1: 21-34 Julio-Diciembre 2006
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de antaño, será demasiado tarde. Estos estarán tan deteriorados, y el
sector en que se encuentran tan deprimido, que entonces llegará un
“visionario” que proponga demoler todo el sector y rehacerlo “tal
cual como era en esos años dorados de principios del siglo XXI”.
No es desatinado pensar que estamos recorriendo los mismos pasos
de otras naciones que le apostaron a la felicidad de sus habitantes
basándose de manera exclusiva en la inclusión de todas las personas
en la dinámica de producción y consumo. No hace falta, creo, traer a
colación los resultados funestos de dicha empresa y sus efectos sobre
las ciudades (Jacobs, 1961). En el afán de conseguir el estatus de ciudad “moderna” estamos copiando sin misericordia los esquemas en
desuso de los países desarrollados, sin prever siquiera que recuperarnos tomará más tiempo del que requerirán dichas naciones o ciudades en revertir los mismos procesos.
Referencias
Libros
Burke, Edmund. (1995), De lo Sublime y de lo Bello, Ediciones Altaya S.A.
Jacobs, Jane. (1961), Vida y muerte de las grandes ciudades, Ediciones
Península.
Koolhaas, Rem. (2001), Mutations, ACTAR.
Schwartz, Barry. (2005), Por qué más es menos: la tiranía de la abundancia, Editorial Taurus.
Revistas y Periódicos
La Republica. (2006), Todavía hay espacios para centros comerciales. Abril 25.
Dinero. (2004), Bonanza de Centros Comerciales. Edición 199. Feb. 20.
El Tiempo. (2006), Cinco arquitectos hablan de su profesión al cumplir 40
años la Bienal colombiana de su gremio. Lecturas Fin de Semana, Octubre 29.
El Nuevo Herald. (2005), Colombia, con fiebre de malls. Julio 12.
Recursos de Internet
Bogotá. (2006), Sitio Oficial de la Ciudad: Bogotá, una gran ciudad
http://bogota.gov.co/portel/libreria/php/decide.php?patron=01.0101
IDCT. (2006), Instituto Distrital de Cultura y Turismo. Portal Oficial del Turismo en Bogota: Encuesta Bogota Despierta Junio 2006.
www.bogotaturismo.gov.co/estadisticas/descargas/2006/
Encuesta_BTA_DESPIERTA_Jun06.pdf
Corredor, Rafael. (2004), Perspectivas de valor en los centros comerciales.
www.monografias.com/trabajos20/centros¯comerciales/
centros¯comerciales.shtml
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Turbo Comercio: los nuevos grandes edificios de Bogotá
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