I. NEOLIBERALISMO Y TURISMO1
Robert Fletcher
(Wageningen University)
Introducción
Si bien el turismo ha sido una pieza clave de la economía mundial durante más
de un siglo, en las últimas décadas ha sido de forma particular un componente
central de un proceso mundial de neoliberalización. La neoliberalización
describe un programa político-económico de «libre comercio» que integra de
manera interrelacionada los mecanismos de desregulación, descentralización,
mercantilización, privatización y mercantilización. Este programa se fundó
sobre la crítica del Estado de bienestar durante la posguerra. Se introdujo
por primera vez en la administración pública en los Estados Unidos y Europa Occidental en la década de los ochenta, y luego se difundió por todo el
mundo en década siguiente a través de programas de ajuste estructural (PAE)
incorporados en la planificación del desarrollo internacional. Siendo una de
las industrias más grandes del mundo, el desarrollo del turismo ha sido un
componente clave de este proceso. De esta manera, la política turística ha
sido progresivamente neoliberalizada en muchos lugares, mientras que, a su
vez, el desarrollo turístico ha servido como un componente clave de la neoliberalización en general, jugando así un papel relevante en la consolidación de
una sola economía integrada a nivel mundial. Por lo tanto, el turismo puede
entenderse no solo como un componente clave de la neoliberalización, sino
como un medio clave a través del cual el neoliberalismo se propaga. En el
proceso, el desarrollo turístico ha desempeñado un papel crucial para ayudar
a estabilizar una economía capitalista neoliberal plagada de contradicciones
fundamentales sometida a crisis periódicas. Este capítulo explora cómo se ha
desarrollado esta dinámica, dónde se encuentra en la actualidad y cómo es
probable que evolucione en el futuro a medida que continúan desplegándose
las contradicciones que subyacen al capitalismo neoliberal.
1. Traducción al castellano de Ivan Murray.
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En primer lugar, empezaré por explorar más específicamente cómo se ha
analizado el neoliberalismo en la investigación académica, luego describiré
mi propia opinión sobre el tema para fundamentar el análisis posterior. En
segundo lugar, describiré cómo se ha manifestado la neoliberalización en el
desarrollo turístico de las últimas décadas. En tercer lugar, explicaré cómo
el desarrollo turístico funciona no solo como una expresión del capitalismo
neoliberal, sino también como una forma clave de la expansión capitalista
en general. Finalmente, terminaré explorando cómo es probable que todo
esto evolucione en el futuro a medida que una industria turística mundial en
constante crecimiento supera los límites de la capacidad de carga planetaria.
Entendiendo el neoliberalismo
A medida que el análisis académico del neoliberalismo ha explotado en las
últimas dos décadas, este se ha vuelto cada vez más complejo. Antes de la
década de los noventa, el término «neoliberalismo» era prácticamente desconocido fuera de las pequeñas comunidades de activistas y académicos. A
mediados de esa década, sin embargo, el movimiento zapatista difundió ese
concepto entre el gran público, cuando organizó una serie de «Encuentros
por la humanidad y contra el neoliberalismo» como parte de su programa
general para crear una nueva forma de revolución. Este enfoque se extendió
posteriormente por el movimiento mundial de la alterglobalización, inspirado
en buena medida por los zapatistas, que criticó los estragos de la globalización neoliberal (McNally, 2006). El término fue rápidamente adoptado por
investigadores académicos que abordaron este movimiento situándolo en el
núcleo de su protesta.2 De un mero puñado de referencias académicas en la
década de los ochenta, el uso del término aumentó drásticamente a partir de
ese momento, de modo que entre 2002 y 2005 apareció en más de cien artículos de ciencias sociales al año (Boas y Gans-Moore, 2009), convirtiéndose
rápidamente en «uno de los grandes conceptos académicos en expansión de
los últimos años» (Flew, 2011: 44).
Sin embargo, a medida que la literatura sobre el neoliberalismo ha proliferado, el uso del término se ha vuelto cada vez más difuso, lo que lleva a Boas
y Gans-Moore, en su revisión de 2009, a quejarse de que «su aparición en un
artículo dado ofrece pocas pistas de lo que realmente significa» (2009: 139).
Ferguson (2010: 170) lamenta la «gran diversidad y variaciones en la forma
en que se usa la palabra ‘neoliberalismo’ por parte de los académicos contemporáneos». En el peor de los casos, el delirio relacionado al uso indiscriminado
2. Dado este legado, está claro que el término es utilizado principalmente por los críticos
en lugar de los defensores de las políticas neoliberales (Larner, 2006; Boas y Gans-Morse,
2009; Ferguson, 2010).
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del término, hace que se corra el riesgo de que el término neoliberalismo
acabe por convertirse en «nada más que un vehículo para académicos a quien
les gusta criticar cosas que no les gustan» (Igoe y Brockington, 2007: 445),
mientras que en su forma más amplia puede usarse simplemente «como un
sinónimo blando del capitalismo en sí mismo, o como una forma de referirse
a la economía mundial y sus desigualdades» (Ferguson, 2010: 171).
En general, existe una fuerte división en la investigación académica entre
los análisis de inspiración marxista y foucaultiana. Los de inspiración marxista entienden el neoliberalismo como una forma particular de capitalismo
sobre la base de la «acumulación por desposesión» (Harvey, 2005; Castree,
2008). Los de inspiración foucaultiana lo entienden como una particular
«gubernamentalidad» que persigue la modificación del comportamiento a
través de la construcción y manipulación de las estructuras de incentivos,
en función de los actores que toman decisiones (Foucault, 2008; Fletcher,
2010). Más específicamente, independientemente de la orientación teórica
de cada uno, el neoliberalismo se caracteriza comúnmente por comprender
un conjunto de principios clave que han sido expuestos por Harvey (2005) y
otros. Sin embargo, cuando se busca aplicar estos principios abstractos en el
análisis empírico, rápidamente se vuelve evidente que no hay una correlación
directa con muchos de los procesos reales que pretenden describir. Así, de
estos principios son operativos solamente algunos, todos al mismo tiempo, o
combinaciones de algunos de ellos, dependiendo de los contextos particulares. Brenner, Peck y Theodore (2010) enfatizan la naturaleza esencialmente
variada y dependiente del contexto de la neoliberalización entendida como
un despliegue procesual. Estos autores insisten en que el reconocimiento de
la diversidad de sus formas «existentes» no cuestiona una conceptualización
de estas como meras variantes de un proceso más general. En este sentido,
Brenner, Peck y Theodore (2010) afirman que una de las características que
mejor definen a la neoliberalización es precisamente su inherente flexibilidad
y adaptabilidad a las circunstancias locales. Estos autores sostienen que «la
evidencia empírica que subraya el carácter estancado, incompleto, discontinuo o diferenciado de los proyectos para imponer el poder del mercado,
o su coexistencia con proyectos potencialmente antagónicos (por ejemplo,
la socialdemocracia) no proporciona una base suficiente para cuestionar sus
dimensiones neoliberales o neoliberalizantes» (Brenner et al., 2010: 332).
Respondiendo a este problema al sintetizar la creciente literatura sobre
el tema, Castree (2010) distinguió lo que él denomina las «3P» del neoliberalismo como: primero, una filosofía3 general o cosmovisión; segundo, un
programa político en sentido amplio; y, tercero, un conjunto de políticas
3. En inglés philosophy empieza por P, de aquí que Castree la defina como la primera P
(N. del T.).
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específicas. Entonces, como visión general del mundo, el neoliberalismo
puede entenderse como «una teoría de las prácticas político-económicas que
afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano, consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades
empresariales del individuo, dentro un marco institucional caracterizado por
derechos de propiedad privada, fuertes mercados libres y libertad de comercio»
(Harvey, 2005: 2). Como programa socioeconómico general, se considera
que el neoliberalismo persigue un conjunto de principios interrelacionados:
1) privatización; 2) comercialización; 3) desregulación y re-regulación (tanto
fuera como a través de actores estatales); 4) mercantilización; 5) uso de poderes de mercado en procesos estatales; y 6) la promoción desde el Estado de
mecanismos provenientes de la sociedad civil para cubrir, precisamente, las
deficiencias o la falta de presencia estatal (Harvey, 2005; Castree, 2010). Las
políticas específicas para activar estos principios incluyen los diversos «instrumentos de mercado» que han sido categorizados por Pirard (2012) y otros.
A partir de lo expuesto, podemos entender la neoliberalización como un
régimen específico de gobernanza dentro de la economía capitalista que se
manifiesta como un proceso heterogéneo que combina las «P» expuestas por
Castree, en diferentes composiciones y en contextos particulares. Esta es la
noción que se empleará en la siguiente discusión sobre la neoliberalización
de la industria turística mundial.
Neoliberalización en el desarrollo turístico
La neoliberalización dentro de la industria del turismo se puede observar de
varias maneras. En general, se puede ver en la tendencia del llamado «nuevo
turismo» o «turismo alternativo» que ha surgido como un antídoto ante el
turismo masivo convencional desde la década de los setenta. El auge del
turismo de masas centrado en vacaciones colectivas pre-empaquetadas en la
era posterior a la Segunda Guerra Mundial coincidió con la consolidación de
un régimen de acumulación de capital «organizado», llamado fordista, que
pone énfasis en empresas cada vez más grandes integradas verticalmente. En
contraste, el auge del turismo nuevo o alternativo, que ofrece una diversidad
de viajes flexibles y personalizados, se produjo en el contexto del cambio del
capitalismo hacia una nueva forma neoliberal «desorganizada» o «postfordista»
centrada en la «acumulación flexible» a través de diversas estructuras (Harvey, 1989). Esto ha llevado al desarrollo de un gran número de «nichos de
mercado» diseñados para ofrecer un producto para el gusto particular de cada
turista, incluidos productos tan diversos (e inquietantes) como la guerra, el
sexo y el turismo slum (chabolista) (Mowforth y Munt, 2008; Gibson, 2009).
El aumento del nuevo turismo alternativo se vio facilitado por la reestructuración neoliberal que tuvo lugar en relación con los llamados «programas
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de ajuste estructural» (PAE) implementados en sociedades de todo el mundo
durante los años ochenta y noventa. Desde su inicio, el turismo de masas
de posguerra se había gestionado explícitamente como un elemento de la
expansión capitalista por una coalición de intereses privados y públicos.
Mientras que el primer núcleo de la economía mundial capitalista —Europa
occidental, y en particular Gran Bretaña— quedó paralizado por la Segunda
Guerra Mundial, Estados Unidos emergió del conflicto con su infraestructura
en gran parte intacta y su economía revitalizada por un aumento espectacular
en la producción en tiempos de guerra. Sin embargo, para sostener esa productividad económica en el período de posguerra, se requeriría la expansión
de la economía a escala global. Como pronunció el subsecretario de estado
estadounidense, Clayton, en 1945, «tenemos que exportar tres veces más que
lo que exportamos justo antes de la guerra si queremos que nuestra industria
funcione en un nivel cercano a su capacidad» (citado en Savran, 1998: 45).
Una estrategia importante fue la provisión de ayuda internacional para el
desarrollo, que a menudo dependía de la contratación de empresas estadounidenses en proyectos financiados (Escobar, 1995; Korten, 2001). Y aunque
su papel en este sentido nunca se ha destacado, sugeriría que el estímulo de la
industria turística también funcionó significativamente en este mismo sentido.
El crecimiento del turismo de masas de postguerra fue respaldado por
el apoyo gubernamental a las corporaciones estadounidenses con el interés
explícito de la expansión económica. Tal como lo describe Honey:
después de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de los Estados
Unidos utilizó su excedente de aviones militares para subsidiar a la industria aeroespacial. Creó instituciones financieras, como el Banco de
Exportación e Importación de los EE UU, que otorgó préstamos a bajo
interés a corporaciones para la compra de aviones y equipos fabricados
en los EE UU. Los programas de asistencia de los EE UU construyeron y
ampliaron los aeropuertos en el extranjero, mejoraron la navegación de
larga distancia y financiaron aeronaves de gran alcance y gran autonomía.
También se alentó a otras naciones a establecer sus propias líneas aéreas
nacionales, que generalmente requerían aeronaves, equipos de navegación
y servicios de la Boeing Company y otras corporaciones de los EE UU,
cuya compra fue con frecuencia financiada por el Banco de Exportación
e Importación de los EE UU. (Honey, 2008: 41)
Por lo tanto, la creciente industria turística mundial estaba cada vez más
dominada por un pequeño número de empresas con base en los países ricos y
apoyadas por sus gobiernos de origen. Esta tendencia simplemente aumentó
en la década de los ochenta, ya que la neoliberalización defendida por el
Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial abrió cada vez más las
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sociedades de todo el mundo a la competencia de empresas extranjeras en
busca de nuevos mercados en los que invertir el capital acumulado durante la
crisis de los setenta (Arrighi, 1994). Como resultado, las industrias turísticas
nacionales nacientes en todo el mundo fueron controladas rápidamente por
operadores extranjeros (Mowforth y Munt, 2008; Honey, 2008). Mientras
tanto, la creciente competencia global, estimuló la proliferación de formas
alternativas de turismo en nuevos espacios y nuevos nichos de mercado en
todo el planeta.
Neoliberalizando la naturaleza
El neoliberalismo parece tener una afinidad particular por el ecoturismo
—llamado también como el turismo basado en la naturaleza— que supuestamente busca brindar beneficios ambientales y sociales a las comunidades
rurales. El surgimiento del neoliberalismo puede entenderse en gran parte
como un esfuerzo por introducir un nuevo enfoque para el manejo de los
recursos naturales como base para la renovación de la acumulación de capital tras la recesión económica de 1973, que socavó el keynesianismo que
había dominado la planificación político-económica anterior. Por lo tanto,
el neoliberalismo inició lo que Martin O’Connor (1994) denomina la «fase
ecológica» contemporánea del capitalismo, cuyo objetivo es internalizar los
recursos como componentes integrales de la producción en busca de mayores
ganancias, en lugar de externalizarlos como había sido la estrategia dominante durante la era anterior (Brockington et al., 2008). De esta manera, el
neoliberalismo promulgó lo que Boyd et al. (2001), Smith (2007) y otros
etiquetan como un cambio de la subsunción «formal» a la subsunción «real»
de la naturaleza dentro de la producción capitalista.
Varios investigadores han señalado que el ecoturismo, en su enfoque
hacia el desarrollo y la conservación, a menudo incorpora elementos del
capitalismo neoliberal (cf. Harvey, 2005). En particular, se considera que
el desarrollo del ecoturismo expresa mecanismos neoliberales como la
privatización, la mercantilización y la desregulación, utilizando el turismo
de naturaleza como una fuerza para el desarrollo económico dirigido localmente basado en el espíritu empresarial individual, mediante la fijación
de valor monetario a los recursos naturales y creando así un mercado e
incentivo para su manejo sostenible (véanse, por ejemplo, Vivanco, 2001,
2006; Duffy, 2002, 2008; Mowforth y Munt, 2008; West y Carrier, 2004;
Bianchi, 2005; Carrier y Macleod, 2005; Fletcher, 2009, 2014; Duffy y
Moore, 2010; Neves, 2010). De este modo, West y Carrier (2004: 484),
describen el ecoturismo como «la expresión institucional de conjuntos
particulares de valores capitalistas tardíos en un clima político-económico
particular», mientras que Cater (2006), de manera similar, etiqueta al eco-
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turismo como un «constructo occidental» que expande la hegemonía del
capitalismo global. Duffy (2013: 605) va más allá al afirmar que el ecoturismo «no es solo un reflejo del neoliberalismo global, sino que constituye
uno de sus impulsores clave, que extiende los principios neoliberales a toda
una amplia gama de fenómenos biofísicos».
Este análisis es parte de un cuerpo de investigación en expansión que
describe una tendencia creciente hacia la neoliberalización en la gestión de
los recursos naturales en general en todo el mundo. Aunque inicialmente
esta investigación se centró en las formas convencionales de extracción y
procesamiento de recursos (véanse, por ejemplo, McCarthy y Prudham,
2004; Heynen et al., 2007; Castree, 2008, 2010; Bakker, 2009, 2010), más
recientemente se ha centrado en la cuestión de la conservación ambiental en
particular (véanse, por ejemplo, Sullivan, 2006, 2013; Igoe y Brockington,
2007; Brockington et al., 2008; Fletcher, 2010; Neves, 2010; Büscher et
al., 2012). Mientras que la industria extractiva crea valor al transformar los
recursos naturales en productos que pueden ser transportados hasta su punto
de consumo, la conservación, por el contrario, busca la mercantilización de
los recursos in situ, lo que requiere mecanismos particulares para generar
valor sin extracción (Büscher et al., 2012). Al transportar a los consumidores
al punto de producción donde pagan por interactuar con los recursos preservados, el ecoturismo sirve como un mecanismo de financiación, quizás el
más importante, para la conservación neoliberal.
La convicción de que la gobernanza en general funciona de manera más
eficiente cuando no implica una regulación directa es clave en la neoliberalización de la gestión ambiental. La gobernanza neoliberal, en cambio, se
fundamenta en unas prácticas más blandas mediante la creación de estructuras de incentivos para influir en la forma en que las personas eligen entre
medidas alternativas (Fletcher, 2010). Desde esta perspectiva, se entiende que
los individuos son «actores racionales» que calculan los costos y beneficios
de estas diferentes acciones posibles y eligen aquello que maximice su utilidad material. La gobernanza efectiva, en este sentido, implica proporcionar
suficientes incentivos para que los individuos elijan el comportamiento
deseado, evitando así la necesidad de una regulación directa. En la promoción del ecoturismo, Honey (2008: 14) lo define mediante la «teoría de las
partes interesadas» (stakeholders), según la cual se afirma que «las personas
protegerán aquellas cosas de las cuales reciben un valor». Esta perspectiva se
repite hasta la actualidad en la literatura académica y en la prensa popular
(Stronza, 2007; Fletcher, 2009). Como un solo ejemplo, Crapper (1998: 21)
sostiene sobre un proyecto de ecoturismo en Perú que «a medida que más
comunidades nativas comienzan a cosechar beneficios económicos directos
como propietarios y socios de servicios turísticos, los locales tendrán más
incentivos, y retos, para proteger lo que los turistas vienen a ver».
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La solución está dentro
El desarrollo turístico puede entenderse no solo como una expresión del
capitalismo neoliberal, sino también como una de las formas principales
mediante las que el sistema capitalista, en general, busca sostenerse en la era
neoliberal. Marx, en los Grundrisse (1973), identificó como contradicción
central del capitalismo, la tensión entre el deseo de los capitalistas de extraer
beneficios del sistema y la necesidad de transferir capital suficiente a la clase
trabajadora para poder consumir lo producido (véase también Harvey, 1989).
La obtención de ganancias del capital mediante la apropiación de la plusvalía
del trabajo requiere que los trabajadores perciban una cantidad inferior al
valor total de venta de su producto. Sin embargo, si a los trabajadores se les
paga menos de este valor total, entonces, en conjunto, no podrán comprar
lo que han producido, lo que dará lugar a una sobreproducción, a una sobreacumulación y al estancamiento económico.
Marx entendió esta tensión como una característica inevitable del capitalismo que finalmente contribuiría a la autodestrucción del sistema. Investigadores posteriores, sin embargo, han identificado una serie de mecanismos
mediante los cuales el capitalismo puede aliviar las crisis de sobreproducción
a través del crecimiento económico. Así, sostienen que el capitalismo requiere
una expansión continua para sobrevivir, lo que Sandler (1994) parodia como
el principio de DIOS («crecer o morir»).4 Harvey (1989), por ejemplo, observa
que el exceso de capital puede ser reabsorbido en el sistema por medio de una
variedad de diferentes desplazamientos espaciales y temporales o «soluciones», previniendo (temporalmente) una crisis de sobreproducción. Se puede
considerar que el turismo proporciona una serie de «soluciones» de este tipo.
La «solución espacial» elaborada por David Harvey implica exportar el
exceso de capital a una nueva ubicación geográfica donde pueda reinvertirse
en un nuevo desarrollo. El desarrollo del turismo internacional puede verse
como un medio ideal por el cual esto se logra y, el ecoturismo en particular,
en su búsqueda por áreas relativamente poco desarrolladas, puede entenderse
como el epítome de esta estrategia.
Una «solución temporal», por el contrario, implica desplazar el excedente
de capital hacia una rentabilidad futura, ya sea invirtiendo en empresas que
obtendrán ganancias en el futuro o reduciendo el tiempo de rotación del
capital, es decir, «la velocidad con la que los inversores obtienen beneficios
procedentes del capital» de tal manera que «dicha aceleración absorbe en el
presente el exceso de capacidad del pasado» (Harvey, 1989: 182). Harvey
identifica que esto último se lleva a cabo mediante la venta de un evento
transitorio que se consume instantáneamente, y no un producto no duradero,
4. En inglés es GOD: Growth or Die (N. del T.).
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lo que reduce el tiempo de rotación al mínimo. Así pues, se puede considerar
que el turismo también proporciona una solución temporal ya que se trata
de una actividad basada en la venta de eventos transitorios.
La combinación de las formas de desplazamiento identificadas anteriormente en una «solución espacio-temporal», según Harvey, se logra
principalmente a través de la provisión de préstamos, que a la vez desplazan
el capital en nuevos espacios y también en el futuro, que se recuperarán en
el momento del reembolso. Así pues, los préstamos para el desarrollo del
turismo como los proporcionados por el Banco Mundial y el Programa de
las Naciones Unidas para el Desarrollo, entre otras muchas organizaciones
(Honey, 2008), también logran esta solución espacio-temporal. Después de
suspender sus préstamos para el turismo en la década de los ochenta, por
ejemplo, el Banco Mundial comenzó a otorgar préstamos nuevamente en los
noventa y, para 2009, otorgaba ya más de 550 millones de dólares anualmente
(Hayakawa y Rivero, 2009).
Entonces, de varias maneras, se puede entender que el desarrollo turístico
proporciona un medio para que el capitalismo encuentre salidas al exceso de
capital que, de otro modo, podrían conducir a una crisis de sobreproducción,
y de esta manera ayudar al sistema a mantenerse a lo largo del tiempo. Además de proporcionar una salida para el capital procedente de otros sectores,
la expansión del turismo puede ayudar a superar el exceso de acumulación
dentro de la propia industria turística, además de facilitar el desplazamiento
del capital de lugares que se han desarrollado en exceso hacia aquellos otros
que están en ascenso, tal como Butler (1980) demostró en el ya clásico trabajo
sobre el «ciclo de vida de un área turística».
Además de ayudar a resolver la contradicción central del capital, formas
de turismo aparentemente «sostenibles», como el ecoturismo en particular,
pueden ayudar a resolver lo que James O’Connor (por ejemplo, 1988,
1994) definió como la «segunda contradicción» del capital. En el análisis de
O’Connor, los esfuerzos por resolver la crisis de sobreproducción a través
del crecimiento tienden a provocar una segunda crisis, lo que Marx (1973)
denominó una «ruptura metabólica» (Foster, 2000), debido al hecho de que
la necesidad del capital de expandirse continuamente para sobrevivir se basa
en última instancia en la extracción de recursos naturales finitos. A medida
que la producción incrementa aumenta la presión sobre unos recursos naturales limitados, las rentas de dichos recursos aumentan, lo que incrementa los
costos de producción que, a su vez, lleva a una disminución de la demanda
y, finalmente, provoca una vez más el estancamiento económico. Al generar
capital basado en el consumo in situ de recursos naturales, en forma de visitas a áreas protegidas, el ecoturismo puede verse como un medio ejemplar
por el cual el capitalismo busca resolver la segunda contradicción expuesta
por O’Connor y proveer un crecimiento económico ecológicamente sos-
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tenible. En este sentido, el turismo «sostenible» puede considerarse como
una «solución ecológica» (Castree, 2008) similar a las diversas soluciones
espacio-temporales que, como componentes del turismo en general, también
proporciona el capitalismo.
Sin embargo, esta no es todavía la historia completa, ya que además de
ayudar a prevenir una crisis ecológica, el ecoturismo también puede capitalizar
esta misma crisis (Igoe et al., 2010; Neves, 2010). Klein (2007) sostiene que
el capitalismo neoliberal en general muestra la notable capacidad de convertir las crisis a las que ha contribuido en oportunidades para el crecimiento
económico. En base a este análisis, Brockington y sus colegas (2008) han
sugerido que la conservación de la naturaleza internacional en general puede
ganar valor a partir de la desaparición de la biodiversidad que busca preservar,
ya que lo que queda es cada vez más deseable. Neves (2010) identifica esta
dinámica en el turismo, concretamente en el caso de observación de ballenas, donde el valor de la actividad ha aumentado en paralelo al agotamiento
de sus objetos; las ballenas. Munt (1994) señalaba que, a través de nuevas
actividades turísticas como el ecoturismo, el capitalismo puede transformar
las crisis a las que ha contribuido en productos comercializables como, por
ejemplo, la venta de la pobreza y la lucha de clases como experiencia turística. Además, se puede considerar que el ecoturismo capitaliza la pérdida de
áreas «subdesarrolladas» debido a la expansión de la producción extractiva
capitalista, de la misma manera que la conservación en general. De hecho,
muchos sitios de ecoturismo se promocionan a sí mismos como destinos
deseables en función de la probabilidad de que dejen de existir en el futuro
(Mowforth y Munt, 2008). En este sentido, el ecoturismo puede funcionar
como una forma de lo que Büscher (2010) denomina «naturaleza derivada»,
ya que los recursos no se valoran en sí mismos sino en términos de su valor
proyectado en relación con un hipotético escenario futuro de degradación y
pérdida. Por supuesto, la medida en que este proceso resulta en una ganancia
neta para el capital en su conjunto es discutible. Sin embargo, es un medio
para generar al menos algún valor desde una situación que de lo contrario
constituiría una quiebra general.
Conclusión: el futuro del turismo
La discusión anterior ha demostrado las diversas formas en que se puede
entender que la industria del turismo global refleja la dinámica del capitalismo neoliberal. Sin embargo, he ido más lejos para demostrar, además, que
el desarrollo turístico también puede entenderse como una forma clave de
solución espacio-temporal para los problemas del desarrollo capitalista en
general. A través de estrategias como las descritas anteriormente, el desarrollo
del turismo ejemplifica la sorprendente capacidad del capitalismo para la auto
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renovación a través de la destrucción creativa (Harvey, 1989). Dichas dinámicas pueden, por lo tanto, permitir que los ostensivos «límites al crecimiento»
(Meadows et al., 1972) planteados por la degradación ambiental provocada
por el capitalismo industrial se transformen en oportunidades para un mayor
crecimiento en sí mismo. En consecuencia, la expansión del turismo puede
proporcionar una «solución» clave para los obstáculos a la acumulación a
través del desplazamiento espacio-temporal del capital acumulado en nuevas
vías para la inversión y la rentabilidad futura. Dado que el turismo es una
de las industrias capitalistas más grandes del mundo (OMT, 2018), este potencial puede no ser insustancial (Fletcher, 2011). Así, la industria turística
puede seguir desempeñando un papel clave en el mantenimiento no solo de
sí misma sino del sistema capitalista en su conjunto.
Por supuesto, a largo plazo, quedan claros los límites (ecológicos y económicos) a este potencial, que finalmente se alcanzará, y se debe desarrollar
un nuevo modelo para la gestión del turismo, así como una gobernanza
económica en general, que no dependa del crecimiento continuo (Hall,
2009; 2010; Higgins-Desbiolles, 2010, 2018; Büscher y Fletcher, 2017). Por
eso, Higgins-Desbiolles afirma que lograr un verdadero «turismo sostenible
requiere un compromiso claro con las nociones de límites que la cultura
actual del consumismo y la ideología pro-crecimiento excluyen» (2010:
125). Dado que, como sistema económico, el capitalismo en su conjunto
depende de dicho crecimiento (Fletcher, 2011), particularmente en la fase
neoliberal actual, en que el crecimiento constituye la «única política social
verdadera y fundamental» (Foucault, 2008: 144), este movimiento debe
alejarse del capitalismo como modo de producción y forma de intercambio.
Afortunadamente, como nos recuerda Robinson, el turismo «no tiene que ser
una actividad capitalista» (2008: 133, cursiva en el original). Para realizar su
potencial «post-capitalista», el turismo debe, ante todo, «pasar radicalmente
de una actividad privada y privatizadora a una fundada en lo común y contribuyendo a lo común» (Büscher y Fletcher, 2017: 664). De esta manera, tal
como sostiene Higgins-Desbiolles (2006, 2008, 2018), la práctica turística
post-capitalista puede ser aprovechada como una fuerza para la consecución
de justicia política, social y ambiental. El éxito del turismo como instrumento
de la política post-capitalista, en suma, debe evaluarse en la medida en que
persigue: (1) formas de producción que no se basan en la apropiación privada
de la plusvalía; y (2) formas de intercambio no dirigidas a la acumulación de
capital; que (3) internalizan completamente los costos ambientales y sociales
de la producción de una manera que no promueve la mercantilización y (4)
están basados en regímenes de propiedad común (Agrawal, 2003).
No obstante, a pesar del imperativo de una transformación a largo plazo, en el corto plazo parece que la industria turística sigue en la senda de
un crecimiento incesante, con la Organización Mundial de Turismo de las
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Naciones Unidas (2018) manteniendo su constante predicción anual de que
las llegadas internacionales se expandirán continuamente para llegar a 1.800
millones para 2030. Sin embargo, al mismo tiempo, las preocupaciones sobre
la masificación turística en muchas áreas en los últimos años como resultado
de la promoción turística han provocado cada vez más protestas sociales. Los
expertos de la industria han respondido etiquetando esta reacción violenta
como «turismofobia» y afirmando que «el crecimiento no es el enemigo;
sino cómo se gestiona este». Por lo tanto, es probable que sigan adoptando
el turismo del Antropoceno y otras formas de capitalismo de desastre como
una «solución» para evitar las crisis económicas y ambientales durante el
tiempo que sean capaces.
Esta estrategia es comprensible. Cuestionar el crecimiento como base
para el desarrollo del turismo sería cuestionar no solo la razón de ser particular de la industria, sino también su función como un pilar clave de la
economía política capitalista en general. Esto sería una tarea difícil para
las organizaciones centrales para el desarrollo de la industria. A parte de
esto, como en muchos otros campos (por ejemplo, Amore et al., 2017),
la redirección a la discusión «post-política» (Swyngedouw, 2010) sobre las
posibilidades de preservar formas de crecimiento «sostenible» o «verde» a
través de meras técnicas de ajuste en lugar de la transformación fundamental
es una opción lógica y pragmática (véase, por ejemplo, PNUMA, 2011). Sin
embargo, si esto puede tener éxito, sigue siendo una cuestión fundamental
para la investigación crítica sobre nuestras perspectivas para desarrollar un
turismo verdaderamente sostenible.
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