12 de abril de 2020
La increíble y triste historia de
una gata loca que se creía perra
Daniel Torres
“Lloverá y ya no seré tuya,
seré la gata bajo la lluvia
y maullaré por ti”.
Rafael Pérez Botija
Érase la increíble y triste historia de una gata
más loca que una cabra, que se creía perra, y andaba por
la vida con la cola erguida como penacho en estandarte
de guerra. Les ladraba a cuantos pies se cruzaran por
su camino. Maullaba denunciando a todo el mundo de
acoso, señora de horca y cuchillo cuya voluptuosidad de
hacer el mal era el rasgo más humano que podía hallarse
en ella. Hacía llamadas anónimas a gente famosa para
prevenirles que se cuidaran de ella, porque ella era
oriunda de Aguadilla, donde le decían “la húngara”, que
en realidad quería decir: l a u n g a r a b a t o, y por eso,
le pusieron el ilustre nombre, en el bautismo gateril, de
Misinga. Era de mucho cuidado y meterse con ella era
como hacer ruido con el Santo Oficio.
No que fuera misa de difuntos ni agua de piringa
para la sed de nadie, sino que era gaga, porque maullaba
como si ladrara, y a todos engatusaba con sus maullidos
como ladridos, hasta volverse inevitablemente en contra
de todo el mundo conocido y por conocer. Era rabiosa
como perra, pero astuta como felina.
Un día salió de paseo por el vecindario y se
topó de frente con un perro loca que se creía gata, éste
maullaba cuando ladraba, pero era un Sol de mediodía
y era más bueno que el pan. Misinga en seguida se dio
cuenta de que su presa era cosa fácil. Lo trató de seducir
con su gatidad demente, sus maullidos y ladridos de
actriz de cine, y el perro loca que se creía gata le dijo que
no, que él era bien loca, pero no porque estuviera como
las cabras, las pobres, sino porque le gustaban los gatos
supermachos que corrían por las cloacas y los callejones
de Río Piedras y San Juan, de pelos en pecho y garras
de oso. Misinga vivía en Barrio Obrero, y deambulaba
por el Condado mientras Sato, que era el nombre del
perro loca que se creía gata, patiperreaba por la Placita
del Mercado de Santurce, pero era de Yabucoa. Ambos
vivían como dos blanquitos venidos a menos de San
Juan, aunque eran color balsino. Miren ustedes por
dónde hasta se parecían como si fueran madre e hijo.
El encuentro entre los dos fue prodigioso porque
Misinga cayó en cuenta que lo podía coger de mangó
bajito y hacer con Sato lo que le diera la real gana. Lo
puso a trabajar inmediatamente en la edición completa
de sus maullidos y ladridos en celuloide, porque Misinga
era gaguera, y sus gaguerías las tenía desperdigadas
en cortometrajes y películas documentales que no se
habían exhibido ni en un cine de barrio. Pero la gata
loca que se creía perra, y estaba más loca que una cabra,
era genial. Gagueaba como pocas gatas locas frente a
la cámara, y su locura tenía la lucidez del maullido y el
ladrido, a tiempo, de las divas del cine de la época de oro,
en el momento preciso en que encandilaba a quien era
maullado y ladrado a una. Sato quedó prendido de las
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gaguerías exquisitas de Misinga y se hizo su fan número
uno, aunque él era apenas un empleadillo de oficina en
un bufete de abogados del Viejo San Juan, donde le
daban leche tibia y destasajaba cuanto legajo ponían a su
alcance. Se dio a la acuciosa tarea de editar las gaguerías
totales y absolutas de Misinga por las noches, cuando
no había nadie en las oficinas, donde contaba con el
programa iMovie en su MacPro propia. Los abogados lo
usaban para filmar a los testigos mientras los preparaban
para el juicio.
De tal colaboración nació una entrañable
amistad. Misinga le maullaba y le ladraba indistintamente
a toda hora del día y de la noche, desde su ayFón 9, para
pedirle las nuevas tomas. Ella estaba más adelantada que
todo el mundo con sus nueve vidas de gata que se creía
perra. Él le texteaba desde su Go Phone de EiTíanTí que:
“sí, mamita, sí, cambio y edito lo que tú quieras, y pego y
corto la imagen que me pidas, por piedad, que te edite”.
Hasta que un buen día le vino la virazón inevitable
de la lucidez a Misinga y, el pobre Sato fue expulsado
de su reino sin ninguna explicación lógica, posible ni
imposible. Lo acosó i n m i s e r i c o r d e m e n t e,
como decía que la acosaban a ella. Maulló mucho más
todo su escarnio contra Sato y en el bufete de abogados
no le hicieron caso, fallaron al final el desagradable
asunto de la garata de una gata loca cineasta que se creía
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perra, contra el pobre perro editor que se creía gata loca,
como una disputa personal: el caso “Misinga versus
Sato”.
Finalmente, salió la película porno Gaguerías,
protagonizada por Mesingava (que era el nombre
artístico de la gata que se creía perra), en todos los papeles
estelares, narrada con la voz en off secuestrada de Sato,
y la crítica de cine gateril la trató como una auténtica
perra miope, mientras la crítica perruna la acusó de gata
diva loca. Entonces, y solo entonces, Misinga recuperó
otra vez de verdad la razón y siguió maullando diatribas
en Facebook, en Twitter, hasta en (C)Academia.edu, contra
todo mundo, y ladridos al ilustre gobernador del Estado
Libre Asociado y a la honorable plana mayor del PPD
y el PNP, buscando la fama que la atrapó sin tregua en
una azotea de San Juan. Allí donde todos los gatos y los
perros que habían visto su Gaguerías pedían a gritos más,
pero muchas más gaguerías juntas y revueltas, pero ella
los desilusionó a todos y a todas, con un nuevo proyecto
de reflexión, filmado y editado por sus propias garritas.
Llamó la película Perrerías 1969-2019. Cincuenta años de
creerse perra cuando en realidad había sido siempre gata,
filmados y confesados maullido a maullido, entre ladrido
y ladrido, en el film que hizo historia, tanto en el cine
gateril como perril, según crítica famosa del periódico
semanario regional La cordillera de Cidra, Aibonito,
Barranquitas, Cayey, Comerío, Corozal, Naranjito, y
Orocovis.
Y esta historia nunca tiene fin, porque Misinga
sigue filmando, como Andy Warhol, incoherentes
documentales de libelo contra todos los pies que se
cruzan en su camino y, mucho más contra Sato, y otros
perros locas como él, que se creen gatas, así como otras
gatas locas, como ella, que se creen bien perras. Al
final del día, todo sigue siendo cuestión de género y de
mucha mala leche en su altivez, sin tener el menor deseo
de congraciarse con nadie. Beware of Mesingava Because
She ALWAYS Strikes Back! es el título del documental
que prepara, como una amenaza, entre maullidos y
ladridos certeros, en el glorioso Spanglish de un cine
independiente y alternativo que la reclama como propia,
y quiere llevar a la próxima edición del Festival de Cine
de San Sebastián del Pepino, con el motto de toda su
producción cinematográfica: “Nunca dejes que nadie
te desprecie”.
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ESCUELA DE CIENCIAS SOCIALES,
HUMANIDADES Y COMUNICACIONES
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