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08 | Formas líquidas contingentes.
Posiciones en la aproximación al concepto de contingencia en
arquitectura _Antoni Gelabert Amengual
[1]
[2]
La arquitectura –como profesión y como objeto– opera en entornos dinámicos, inestables e
impredecibles. En entornos contingentes. Y es en ese sentido en que el término es considerado
en este artículo. La introducción del “concepto de contingencia en Arquitectura” supone una
toma de conciencia radical acerca del peso del tiempo en la configuración de la arquitectura
como producto, pero también en el desarrollo de la arquitectura como profesión. La toma en
consideración del hecho –evidente por otro lado– de que la arquitectura ni se desarrolla ni es
puesta en carga en entornos absolutamente controlados y predecibles.
La contingencia se refiere, por lo tanto, a la importancia del tiempo en la arquitectura. Y en la necesidad, como expone el arquitecto británico Jeremy Till1, de “invertir la ecuación moderna que
manipula el tiempo, para pasar de ver el tiempo como algo contenido dentro de la arquitectura a
entender la arquitectura en el tiempo” (TILL, 2009: 92).
Introducción. Modernidad líquida. La necesidad de la contingencia
El ensayista polaco Zygmunt Bauman describe en su obra Modernidad Líquida el desvanecimiento de cualquier orden social preestablecido sobre el que pudiéramos haber asentado hasta
ahora decisiones o comportamientos. Bauman expone cómo la ciencia estuvo “movida en el
pasado por la creencia de que “Dios no juega a los dados”, de que el universo era esencialmente determinista y de que la labor humana consistía en hacer un inventario completo de sus leyes
para que los hombres no anduvieran a tientas y sus acciones dieran infaliblemente en el blanco”
(BAUMAN, 2003: 145). Y continúa relatando que hoy esa misma ciencia describe cómo el
orden y el equilibrio son estados excepcionales en nuestro entorno. Podemos asumir entonces
que la arquitectura opera en un escenario en el que la casualidad juega un papel crucial y cuyo
discurrir es endémicamente indeterminado2.
Resumen pág 45 | Bibliografía pág 51
Antoni Gelabert (Palma 1983) es arquitecto. Tras acumular varias experiencias
académicas internacionales (Davos,
Rotterdam, Bandiágara, La Habana)
obtiene el título de arquitecto por la
ETSAB en 2008. En 2011 obtiene el título de Master en Proyectos Arquitectónicos Avanzados por la ETSAM. En su
Departamento de Proyectos Arquitectónicos, desarrolla hoy su tesis doctoral,
“Sobre el Concepto de Contingencia
en Arquitectura”, para la definición de
estrategias arquitectónicas de respuesta
ante la incertidumbre. La investigación
ha sido ampliamente publicada y ha
sido finalista en la categoría de investigación de la VIII Bienal Iberoamericana
de Arquitectura y Urbanismo. Es profesor asistente en el Departamento de
Proyectos de la ETSAM desde el curso
2009-2010, labor docente que compagina con las clases que imparte en el
Máster Tricontinental de la Universidad
Europea de Madrid. Ha sido también
profesor extranjero invitado en la Farq Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República de Montevideo. En
el ámbito profesional, dirige su propio
estudio desde el año 2008.
El presente ensayo asume que la arquitectura opera hoy necesariamente en el seno de esa
incertidumbre descrita por el ensayista polaco. Un territorio en el que “solo pueden encajar
cosas o personas fluidas, ambiguas, en perpetuo estado de devenir, en un constante estado de
transgresión” (BAUMAN, 2003: 219).
La arquitectura que pueda dar respuesta a esas nuevas condiciones integrará la idea de inestabilidad en sus representaciones disciplinares del universo. La consideración de estos conceptos
conduce a una nueva formulación de las leyes de los entornos en los que la arquitectura opera,
una formulación que ya no reposa en certidumbres, sino que se postula sobre la base de despliegues de posibilidades.
El Movimiento Moderno tuvo la obligación de hacer frente a la condición del tiempo, ya que esta
fue una de las rupturas que la modernidad supuso respecto de la tradición anterior3. Espacio,
Tiempo y Arquitectura, la obra que Sigfrid Giedion publicó originalmente en 1941, marcó la
introducción del factor temporal como condición del proyecto arquitectónico moderno, una condición enunciada desde el mismo título de la obra.
Palabras clave
Contingencia, arbitrariedad, probabilidad, inestabilidad, forma, líquida.
[1] Maison Dom-Ino, 1914. Escaneada del libro LE CORBUSIER. Le Corbusier 1910-65.
Barcelona: Gustavo Gili, D.L. 1971. p. 24
[2] Fragmento de un carnet del viaje a oriente
de Le Corbusier, 1911. Escaneada del libro
LE CORBUSIER. Hacia una arquitectura.
Buenos Aires: Poseidon, 1964. p. 182
Durante su desarrollo, leemos una voluntad de estetización del tiempo por parte de los maestros
de la arquitectura moderna, una voluntad que expresa la intención de contenerlo en su interior,
de domesticarlo. Para Giedion, la obra arquitectónica “se basa en la representación del movi118
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miento.” (GIEDION, 1968: 462) De esta forma el proyecto moderno crea una apariencia de control sobre el tiempo, un sometimiento que expulsa la incertidumbre, tal y como sostiene Solà-Morales cuando afirma que los maestros de la arquitectura moderna no entendieron el tiempo en su
condición de “explosión difractada” 4 propia de su época sino que “pensaron que lo que convenía era un tiempo alejado del centralismo de la visión perspectiva, pero que podía ser un tiempo
perfectamente organizado dese el punto de vista lineal.” (SOLÀ-MORALES, 1995: 72)
Solà-Morales insiste en la misma idea al afirmar que debemos leer la promenade architecturale
de Le Corbusier, en la Maison La Roche-Jeanneret o la Ville Savoye, como “recorridos que tienen la posibilidad de ser controlados”, constituyendo respecto de su relación con el tiempo “una
ilusión engañosa que al igual que en Le Corbusier podríamos encontrar en otras arquitecturas
fundacionales de la experiencia moderna.” (SOLÀ-MORALES, 1995: 73)
Es en esa voluntad de sometimiento del tiempo que podemos interpretar también a Adolf
Loos cuando afirmaba que “la obra de arte no debe quedar deteriorada por el uso. Es eterna.”
(LOOS, 1993: 159) El monumento se convierte en símbolo del tiempo congelado; pasado,
presente y futuro condensados en un solo instante cuya esencia no puede verse afectada por
eventos temporales no previstos –por el uso–. “La monumentalidad como representación de lo
absoluto”5.
Le Corbusier incluso teorizó sobre esa cuestión. En su artículo “L’espace indecible”, publicado
en la revista francesa l’Architecture d’Aujourd’hui en abril del año 1946, se planteaba el ejercicio de describir cuál sería la forma más elevada de apropiación y gestión del espacio por parte
de la arquitectura, y afirmaba que el “milagro del espacio inefable” solo sería alcanzado a través
de la “expulsión de las presencias contingentes”6. [1][2]
Su posición es firme al describir cuál debe ser el papel de las incertidumbres en la arquitectura.
No deja lugar a la interpretación. Cualquier rastro del paso del tiempo será expulsado en la búsqueda del éxito de la obra arquitectónica.7
1
Jeremy Till, arquitecto y director de la Central
Saint Martins School de Londres, desarrolla
en su obra Architecture Depends un discurso
sobre la contingencia en arquitectura, que
utiliza a continuación para construir una teoría
sobre la responsabilidad social y moral del
arquitecto. Aunque esa intención última no es
compartida por la tesis de la que este artículo
forma parte, mucho más instrumental que
ética, sí nos referiremos de forma recurrente a
las cuestiones más demostrativas de su texto.
2
Un contexto en el que se ha tomado ya conciencia de que nuestras acciones jamás dan
en el blanco –o al menos no dan en el blanco
al que apuntaban en primera instancia– y en
el que sabemos también del enorme esfuerzo que requiere mantener inmutables unas
estructuras que sufren frente a las fluctuaciones azarosas de su entorno. Al respecto, ver
ARROYO, Eduardo “‘Principios de incertidumbre” en El Croquis 118. El Escorial, Madrid,
Croquis cop., 2003.
3
Al respecto, ver SOLÀ-MORALES, Ignasi
de. Diferencias: topografía de la arquitectura
contemporánea. Barcelona: Gustavo Gili ,
1995, p. 72.
4
“El tiempo en la arquitectura de la Edad
Clásica, podía o estar simplemente reducido
a cero (era la experiencia de la centralidad
renacentista) o en todo caso ser un tiempo
controlado, un tiempo que tenía un principio
y un orden en la expansión (y ésta es toda
la experiencia de la temporalidad barroca).
Pero el tiempo moderno no es así sino que se
presenta como una explosión difractada en la
que no hay un tiempo único como material con
el que podemos construir la experiencia, sino
que lo que hay son tiempos, tiempos diversos,
los tiempos con los que se nos produce la
experiencia de la realidad” (SOLÀ-MORALES,
1995: 71).
Tal y como sostiene el autor Martí Peran, la modernidad trató a toda costa de anular cualquier
rastro de incertidumbre de sus proyectos. De esta manera daba respuesta a su aspiración de
“suspender el tiempo y ofrecer el trampolín desde donde soñar el futuro, […] levantándose
como un cuerpo gigante e impoluto desde donde vociferar un Gran Plan de futuro” (PERAN,
2009: 8). El motivo sobre el que se sustentaba su trabajo era el progreso de la sociedad en su
conjunto, mientras seguía una trayectoria bien definida, un objetivo aparentemente legítimo en
la época de reconstrucción posterior a la IIGM en la que Le Corbusier redactaba su texto. Ese
objetivo claro de orden y progreso justificaba que cualquier alteración susceptible de afectarlo
fuera en apariencia eliminada con el fin de alcanzar el más alto de los objetivos8.
Esta línea de pensamiento, que encontró en Le Corbusier a uno de sus principales garantes9,
puede ser trazada a través de la historiografía clásica del Movimiento Moderno, por lo menos,
desde los movimientos constructivistas rusos10, que planteaban lo preceptivo de su obra con
argumentos como la necesidad de “alentar la transición hacia un modo de vida socialmente
superior”, una actitud profundamente vinculada al “reduccionismo de tábula rasa del Movimiento
Moderno” (FRAMPTON, 2009: 294) y cuyo cometido era el de crear objetos capaces de alzarse inalterables como guías del nuevo porvenir moderno.
Estos planteamientos, presentes también en el racionalismo italiano, se mantuvieron hasta el
levantamiento contestatario del Team X a mediados de la década de los 50 del pasado siglo11.
Como afirma Henri Lefebvre, “la expulsión manifiesta del tiempo es sin duda uno de los sellos
distintivos de la modernidad,” (LEFEBVRE, 1991: 95) también en la obra de los maestros modernos de la arquitectura. Entendiendo el tiempo, tal y como expone este texto, como el margen
de acción que los eventos no controlables por el arquitecto tienen sobre el objeto arquitectónico. Posiciones como las de Adolf Loos o Le Corbusier se convierten en síntomas de los planteamientos de Lefebvre.
Frente a ese dogma contra la incertidumbre, ciertas prácticas de la arquitectura contemporánea
han buscado establecerse como contrapunto fuerte en cuanto a su relación con la contingencia,
construyendo un nuevo acercamiento fundamentado en la convicción de que “sin la promesa
de un estado último de perfección en el horizonte, sin la confianza en la infalible efectividad de
cualquier esfuerzo, poco sentido tiene la idea de un orden “total” que se vaya erigiendo piso por
piso gracias a un laborioso, consistente y prolongado empeño” (BAUMAN, 2003: 147). Como
apoyan numerosos autores contemporáneos, la producción artística –y por extensión arquitectónica– contemporánea ha abandonado el moderno “campamento de certezas desde el que
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[3] Esquemas de la propuesta de OMA para
el Parque de la Villette de París, 1982. Escaneada del libro KOOLHAAS, Rem; MAU,
Bruce. S, M, L, XL : Small, Medium, Large,
Extra-Large. Rotterdam: The Monacelli Press,
1995. pp. 923, 925, 927, 929.
anunciar un mundo futuro” para moverse a un nuevo espacio desde el que “modelar universos
posibles” (BOURRIAUD, 2008: 11).
Teóricos como Kenneth Frampton comparten este análisis de la situación, constatando que la
arquitectura necesariamente deberá atender su vínculo íntimo con la indeterminación si quiere
ser capaz de dar respuesta al contexto en el que trabaja. En su artículo “Reflections on the Autonomy of Architecture: A Critique of Contemporary Production” el arquitecto norteamericano
expone que “entre los muchos aspectos de la empresa cultural, se puede afirmar que la arquitectura es, en realidad, el menos autónomo, obligándonos a reconocer la naturaleza contingente
de la arquitectura como práctica.” (FRAMPTON, 1994: 259) . El mismo artículo concluye planteando cómo la capacidad de respuesta ante estos nuevos condicionantes se encuentra en el
control de “los efectos de la gravedad y la luz” operando a través de la tríada conformada por la
“topografía, la tectónica y el tipo”.
Resulta seriamente cuestionable que la salida a una cuestión como la descrita pase por insistir
en la voluntad autorreferencial de la disciplina12.
De forma alternativa, se construye un nuevo modo de operar, estratégico y abierto; consciente
de la “centralidad de la noción contemporánea del tiempo” descrita por Solá-Morales en su
texto Arquitectura débil13. Con el fin de trazar una vía de aproximación a él, se desarrolla en la
segunda parte de este artículo un acercamiento centrado en la definición, acumulativa y dialógica, del “concepto de contingencia en Arquitectura”. Un acercamiento construido sobre tres
aproximaciones, sostenida cada una sobre la figura de un autor vinculado en mayor o menor
medida a la disciplina, que componen la definición tentativa que se desarrolla a continuación. Un
acercamiento inductivo extraído a partir de tres pares de conceptos: contingencia y arbitrariedad, contingencia y probabilidad, contingencia e inestabilidad.
Contingencia y probabilidad. Los juegos de Leibniz
La Teoría de la Probabilidad es un modelo matemático capaz de parametrizar, de alguna forma, lo aleatorio. El filósofo y matemático alemán Gottfried Leibniz se encuentra en la base del
desarrollo de esta teoría que establece el que posiblemente sea el único campo que puede
llegar a ser compartido por la contingencia y el positivismo, en la medida en que es capaz de
“evaluar la alternativa más probable en razón de las circunstancias dadas” (DE MORA CHARLES, 2005: 161). La probabilidad, a la que Leibniz se acercó a través de los juegos de azar,
representa en sí misma un grado de certeza frente a la incertidumbre. En De conditionibus, el
autor propone una cuantificación numérica de la probabilidad: cuando un hecho es necesario,
se le asigna como valor 1; cuando es imposible el valor es 0; y, finalmente, cuando el hecho
que se parametriza es contingente –como el mismo autor alemán lo llama14– le es asignado
como valor una fracción, mayor en proporción a la cantidad de evidencias disponibles sobre
que el hecho acabe ocurriendo. Se establecen así “grados de probabilidad” numéricos, se
cuantifica la contingencia.
Podemos entender la Teoría de la Probabilidad como lugar de paso posible para una arquitectura que pretenda dar respuesta a los entornos inciertos descritos en la introducción de este
texto. Las formas arquitectónicas serían entonces capaces de dar respuesta a una contingencia “domesticada”, por ejemplo a través de los “grados de probabilidad” que introduce Leibniz.
La verosimilitud o facilidad de un hecho, que algo ocurra sea más o menos factible, tiene
influencia en la construcción de una respuesta efectiva ante la contingencia que la presente
investigación propone. Sería insensato requerir de la arquitectura que fuera capaz de lidiar
con familias de contingencia de cualquier nivel y, a la vez, sin tener noción alguna de la verosimilitud de que los hechos ocurran15. El hecho de que se defina el entorno en el que opera
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5
Como escribe Solà-Morales respecto de la
monumentalidad clásica al contraponerla a
la monumentalidad de su “arquitectura débil”
(SOLÀ-MORALES, 1995: 75).
6
El fragmento completo es el siguiente: “No
es un efecto del tema elegido, sino una victoria de la proporción en todas las cosas, tanto
en los aspectos físicos de la obra como en la
eficiencia de las intenciones, reguladas o no,
aprehendidas o inaprensibles y, no obstante,
existentes y deudoras de la intuición, milagro
catalizador de saberes adquiridos, asimilados
aunque tal vez olvidados. Pues en una obra
concluida con éxito hay masas intencionales
ocultas, un verdadero mundo que revela su
significado a quien tiene derecho, es decir,
a quien lo merece. Se abre entonces una
profundidad sin límites que borra los muros,
expulsa las presencias contingentes y realiza
el milagro del espacio inefable.”
7
De aquí derivan manifiestos de Le Corbusier
como los que desarrollaban las cuestiones
referentes a la Ley Ripolin o al Muralnomad, ya
que ambas son expuestas como fórmulas de
supresión de las manifestaciones temporales
en la superficie del objeto arquitectónico.
8
“El mesianismo social moderno” al que hace
referencia Ábalos en ÁBALOS, Iñaki. La buena
vida: visita guiada a las casas de la modernidad. Barcelona: Gustavo Gili, 2000.
9
Además del citado anteriormente, es interesante ver al respecto el texto de Josep
Quetglas La línea vertical, donde se señala
cómo Le Corbusier insiste en la idea fundamental de la suspensión del tiempo (de las
contingencias, podemos añadir) a través de la
arquitectura.
10
Existió un vínculo explícito entre los movimientos constructivistas rusos y Le Corbusier,
que Frampton explica en el capítulo 19 de su
Historia Crítica de la Arquitectura Moderna
(FRAMPTON, 2009: 170).
11
Por primera vez durante el CIAM IX, el
grupo de jóvenes arquitectos encabezados
por Alison y Peter Smithson o Aldo van Eyck
alzaron su voz reclamando una mayor atención
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por parte de la arquitectura hacia el tiempo y
proponiendo el trato privilegiado del presente
–frente a la atención nostálgica al pasado o
las justificaciones basadas en el futuro utópico–. Una reclamación que fue posteriormente
recogida en el trabajo de arquitectos como
Yona Friedman o Nicolaas Habraken en la
forma de “infraestructuras públicas pluralistas,
diseñadas para su apropiación individual”(FRAMPTON, 2009: 183).
12
Como también resulta cuestionable para
Solà-Morales cuando afirma que “La propuesta de Frampton, (…) es enormemente ingenua
al aceptar la viabilidad de unas categorías
que de alguna manera sólo se explicarían en
el orden de la vieja cultura urbana de la edad
clásica, (…) se convierte en una recuperación
ingenuamente fenomenológica alejada de
cualquier sentido de la crisis contemporánea.”
(SOLÀ-MORALES, 1995: 70).
13
Se trata precisamente de un tiempo distinto
al tiempo de la edad clásica. El tiempo contemporáneo se presenta en James Joyce, en
Robert Musil, en Mario Vargas Llosa, en tantas
obras literarias y artísticas, precisamente
como yuxtaposición. Una discontinuidad; algo
completamente distinto de un sistema único,
cerrado y acabado. El tiempo en la arquitectura de la edad clásica podría o estar simplemente reducido a cero –era la experiencia de
la centralidad renacentista– o, en todo caso,
ser un tiempo controlado, un tiempo que tenía
un principio y un orden en la expansión –y
esta es toda la experiencia de la temporalidad
barroca (SOLÀ-MORALES, 1995: 72).
14
En realidad, Leibniz no nombrará a lo que
no es ni necesario ni imposible como “contingente” hasta la segunda versión de su trabajo
De conditionibus escrita en 1672, ya que en
la primera versión, de 1665, es nombrado
como “incierto” (DE MORA CHARLES, 2009:
152).
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la arquitectura como inestable no le resta, en absoluto, especificidad. Las formas arquitectónicas se insertarán en cada uno de esos contextos siendo capaces de dar respuesta a su
contingencia particular, probable.
Esto la obligará, por un lado, a atender al tiempo de los lugares como un factor esencial en su
definición; y, por otro lado, a definir constantes16 para cada forma que estén vinculadas con
esos grados de probabilidad. [3]
La probabilidad en arquitectura se transforma en instrumento operativo de proyecto cuando
es capaz de acotar un “campo de incertidumbres” sobre el que el proyecto tiene capacidad
de respuesta. La búsqueda de un estado ideal para el objeto es sustituida por la definición de
una serie de caracteres pragmáticos que, en colisión con las condiciones de realidad del lugar,
formalizarán la arquitectura. Al cambiar eventualmente esas condiciones, variará la formalización.
En esta arquitectura cualquier estado derivado de la contingencia a la que la forma arquitectónica se ve sometida es un estado deseable –y temporalmente final.
Un claro ejemplo de esta estrategia es la propuesta para el Parque de la Villette de París de
OMA, de 1982. Koolhaas plantea su propuesta como respuesta a una “enumeración” de “elementos deseables (…) no definitiva, que estará en constante cambio y ajuste durante su vida
útil. Cuanto más en carga esté el parque, mayor será el estado de revisión perpetua en que se
encuentre.” (KOOLHAAS, 1995: 921) Nos encontramos ante un diseño explícitamente “indeterminado”. Planteado como la acumulación de bandas programáticas paralelas –y puntos y
circulaciones y objetos significativos– cuya interacción será acordada a través del uso. En la
definición táctica de cada uno de los elementos que configuran la propuesta, Koolhaas traza ese
“campo de incertidumbre”.
En la Villette de OMA podrán suceder muchas cosas, pero solo aquellas que el proyecto ha
tenido la voluntad de señalar como probables.
Contingencia y arbitrariedad. El capitel corintio de Rafael Moneo
15
Es por ello que no es objeto de interés de
esta investigación, por ejemplo, la Non-stop
City de Archizoom (1970).
16
“Hablamos mucho de ductilidad, de nubes
o incluso de lo fragmentado, pero ¿y las
constantes? No puede haber ningún proceso
o cambio si algo no se mantiene constante.
Si el cambio es absoluto, hablamos de una
creación desde la nada. […] Estaría bien que
intentáramos señalar en un proyecto esas
constantes, pero sin rendirles culto.” FERNÁNDEZ MALLO, Agustín en “Agustín Fernández
Mallo / Federico Soriano / 30.06.2014” en
Arquitectura nº 370. Revista de Arquitectura y
Urbanismo del Colegio Oficial de Arquitectos
de Madrid. Madrid, noviembre 2014.
17
“Una muchacha corintia, de buena familia,
dispuesta ya para sus esponsales, enfermó y
murió. Tras el funeral, su sierva recogió en un
cestillo las vasijas y las copas que la muchacha amó en vida y las llevó al monumento,
dejándolas en lo más alto del mismo. Cubrió
el cestillo con un ladrillo garantizando así el
que sus pertenencias sobrevivirían tanto más
que si el cestillo hubiera quedado abierto.
Por caso, colocó el cestillo sobre una raíz
de acanto que, a pesar de estar sometida al
peso del cestillo, floreció en primavera con
profusión de tallos y hojas. Los tallos al crecer,
forzados por la presencia del ladrillo sobre el
cestillo, se rizaron, formando volutas en los
ángulos. Calímaco, a quien por la elegancia y
el refinamiento de sus labras llamaban Catatechnos los atenienses, pasó frente al monumento y reparó en el cestillo y en las tiernas
hojas. Atraído por el conjunto y la novedad de
aquella forma, labró para los corintios columnas inspiradas en aquel modelo, fijando así las
normas de sus proporciones”. VITRUVIO; Los
diez Libros de Arquitectura, Libro 4, Capítulo
I. Agustín Blánquez (trad.). Barcelona: Editorial
Iberia, 1955.
18
Moneo muestra en la conferencia una
actitud de devoción hacia el “arquitecto creador” capaz de hacer un edificio con cualquier
forma, a pesar de la contingencia. “Buena
parte de la historia de la arquitectura puede
ser entendida como el denodado esfuerzo que
los arquitectos hacen para que se olvide aquel
pecado original que la arbitrariedad implica.”
(MONEO, 2005: 14).
En su discurso para el acto de recepción en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
en 2005, el arquitecto Rafael Moneo analizó la influencia de lo que él vino a llamar “arbitrariedad” en la arquitectura. “Pues, ¿no es sorprendente que el capitel corintio, el elemento por antonomasia de la arquitectura occidental, sea fruto del azar?” (MONEO, 2005: 14), es la pregunta
que se pretende responder en la disertación planteada tras abrir con una cita de Los diez libros
de Arquitectura en la que Vitruvio narra el nacimiento casual de ese elemento17. El discurso se
centra en la influencia del azar –de las decisiones aparentemente azarosas– en la determinación
de la forma de la arquitectura18.
Tras la introducción del tema a través del relato de la “creación” del capitel corintio, Moneo da
cuenta de los esfuerzos del médico y biólogo francés Claude Perrault por convertir la arquitectura en una ciencia susceptible de ser practicada a través de la aplicación de “reglas positivas”,
“capaces de infundir sentido a las construcciones” (MONEO, 2005: 24) desterrando de esta
forma “al fantasma de la arbitrariedad”.
Llegados a este punto, el autor introduce el planteamiento dicotómico del tratadista francés
acerca de la belleza arquitectónica, que puede ser positiva o arbitraria. Perrault define la primera
de las bellezas como aquella derivada de unos valores que considera absolutos, como por ejemplo la simetría entre las partes; mientras que la segunda es dependiente de las condiciones en
las que el edificio se construye y es recibido, a la contingencia.
Estas teorías derivarían en los tratados ilustrados cuyo objetivo fue el de convertir la arquitectura
en ciencia positivista transmitida a través de las Academias. El razonamiento tras estos intentos,
en palabras de Moneo, es el de que “la combinatoria parece garantizar una continua respuesta
diversa y, sin embargo, no aleatoria” (MONEO, 2005: 28); una belleza absoluta, por lo tanto,
que no sujete a la arquitectura a decisiones azarosas.
El interés de Moneo al hablar de incertidumbre –a partir del concepto de arbitrariedad– no
atiende a la indefinición del medio en el que los edificios se insertan. Al contrario, el autor se
centra exclusivamente en el papel de lo azaroso en lo que él entiende como el inicio del proceso
de diseño, un proceso de diseño lineal de pulido y justificación de gestos y en el que la determinación de “la forma” adquiere un peso fundamental19. Moneo reflexiona sobre la capacidad del
arquitecto para justificar –o por lo menos hacer viable– la forma con la que trabaja; sobre una
contingencia, por tanto, que afecta solo a la arquitectura como profesión. [4], [5]
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[4]
[5]
Moneo ilustra su tesis, entre otros ejemplos, con el proyecto para la Ciudad de la Cultura de
Galicia de Peter Eisenman, “donde esta actitud reverencial ante el origen arbitrario de la forma
en arquitectura se hace más evidente” (MONEO, 2005: 49).
El proyecto de Eisenman es pura arbitrariedad formal, justificada bajo analogías semióticas
que vinculan su propuesta con la forma del casco antiguo de Santiago o, en extremo, con una
venera. En un ejercicio de manipulación de la forma, el medio es leído como estructura estable,
inalterable, en la que se insertan objetos igualmente estables e inalterables.
Nos encontramos ante una contingencia sesgada, que tiene su inicio y su fin sobre el tablero del
estudio de arquitectura. Frente a ella, existe un acercamiento disciplinar que entiende la contingencia como aquella incertidumbre a la que tiene que hacer frente el objeto finalizado, cuando
son puestas a prueba sus propiedades y por tanto su capacidad para dar respuesta al entorno,
inestable e incierto, en el que se inserta.
Contingencia e inestabilidad. Los principios del combate aéreo de Boelcke
Sanford Kwinter escribe, en el año 2002, un artículo altamente clarificador acerca de la importancia del tiempo en la práctica arquitectónica. “En ningún lugar existe la necesidad de abrirse
uno mismo y adaptarse a una multiplicidad de dimensiones más crítica que en el combate
aéreo” (KWINTER, 2002: 71). Kwinter utiliza en su artículo “Volar con bala o ¿cuándo empezó el futuro?”20 la metáfora del combate aéreo para aproximarse a la obra de principios de la
década de los noventa de OMA. Narra cómo el combate aéreo requiere de una negociación
espacio-temporal en permanente cambio, capaz de dar respuesta efectiva a la inestabilidad del
medio en el que se encuentra de forma mucho más exigente que, por ejemplo, el combate naval,
ya que este cuenta con restricciones evidentes de movimientos –que están limitados al plano–
además de con la opción del posicionamiento estático, inviable en el aire. La tesis defendida por
Kwinter es que la postura “optimista” y afín al “peligro” del estudio holandés es análoga a la postura que le es demandada al piloto de guerra. La postura del futuro, opuesta al operar moderno
que, en sus palabras, “dibuja su forma (…) a partir del rígido metamundo de lo ideal, del desmedido maquinismo (naif) y de la geometría muerta. Este mundo cautivo, ciego a las dimensiones
temporales, produce una arquitectura igualmente ciega” (KWINTER, 2002: 69).
En 1916, el piloto alemán Oswald Boelcke, enumeró los ocho principios del combate aéreo,
Las ocho máximas de Boelcke21. De esta forma quedaban fijadas las reglas que deberían regir
el comportamiento en combate de los pilotos bajo su mando. La relectura de estas reglas puede
ser útil también para establecer pautas en el proceso de negociación entre la forma arquitectónica y su entorno. En general, los principios remarcan la importancia vital de ser capaces de reconocer en todo momento el terreno en el cual se desarrolla la batalla, tanto en sus componentes estáticos como dinámicos, con el objetivo de asegurar de forma permanente las posiciones
que agilicen y maximicen tanto su capacidad de respuesta como sus probabilidades de éxito.
La voluntad de reconocimiento de las potencialidades del lugar y su observación atenta, precisa
y continuada serán reglas también para una arquitectura capaz de responder a la contingencia,
en especial en lo que respecta a la “envolvente expandida” de la que habla Kwinter en su texto22.
[6]
La inestabilidad es la característica principal del medio que puede acoger a lo contingente. Y
puede ser utilizada como potencialidad, latente, de la arquitectura.
122
GELABERT AMENGUAL, Antoni; “Formas líquidas contingentes”, rita, nº4, octubre, 2015, pp. 118-123.
19
El discurso sobre el peso crucial de la
“idea” en el proyecto de arquitectura también
resuena en la práctica profesional de Rafael
Moneo, en palabras de Luis Fernández-Galiano, en su artículo “K de Kursaal. Dados en la
arena: de la necesidad y el azar” –Arquitectura
Viva, nº 69, nov-dic 1999– dice sobre la obra:
“Al final, esta obra deslumbrante sitúa en la
médula de la arquitectura el protagonismo de
la idea. Los dos cubos inclinados y translúcidos tienen tal poder de convocar emociones y
metáforas que cualquier decisión o accidente
ulterior se subordina a esas piezas luminosas”.
20
Publicado en KOOLHAAS, Rem. Rem
Koolhaas: conversaciones con estudiantes.
Barcelona: Gustavo Gili, 2002.
21
Los ocho principios fueron recogidos en
una lista conocida como Dicta Boelcke y publicada en GRATTAN, Robert F. The Origins of
Air War: Development of Military Air Strategy
in World War I. Londres: Tauris Academic
Studies, 2009. Los principios son: 1) Trata
de asegurarte la ventaja antes del ataque.
Si es posible, mantén el Sol a tu espalda;
2) Siempre lleva a cabo tu ataque una vez
que ya lo has comenzado; 3) Dispara solo
a corta distancia y solo si tu oponente está
adecuadamente encuadrado en tu visor; 4) No
pierdas de vista a tu oponente, y no te dejes
engañar por sus tretas; 5) En cualquier forma
de ataque es esencial asaltar a tu oponente
desde atrás; 6) Si tu oponente pica hacia ti,
no trates de evadir su acometida, vuela hacia
su encuentro; 7) Cuando estés tras las líneas
enemigas nunca olvides la dirección de retirada hacia las propias; 8) Para la escuadrilla:
Atacar preferentemente en grupos de cuatro
o seis. Cuando la lucha se fraccione en una
serie de combates individuales, cuidarse de
que varios no van a por un mismo oponente.
22
“Antes de examinar estos principios sería
bueno hacer notar hasta qué punto el concepto de envolvente es en sí mismo significativo.
El origen del término deriva, casi con toda
seguridad, del entorno de la ergonomía militar,
un contexto en el que “envolvente” siempre
implica, al menos, tres ideas: la de que una
interfaz persona-máquina constituye una
unidad sintética de orden superior; la de que
un conjunto de fuerzas en flujo contenidas
homeostáticamente forman un conjunto
temporal, fluido, pero histórico; y la de que
esta unidad o conjunto es orgánica, se define
performativamente y posee sus propias tolerancias y parámetros globales. La envolvente
es, por definición, un aparato comunicativo y
activo” (KWINTER, 2002: 78).
23
“Ya que, si construir es poder formar, poder
dar forma y sentido a los materiales, siempre
será preciso o el apoyo de lo construido en
la forma –bien proceda ésta de un repertorio
lingüístico aceptado o esté libremente elegida
entre las ya existentes– o el establecer los
principios desde los que la forma, y por ende
la arquitectura, se generan. O dicho de otro
modo, el arquitecto no va a quedar liberado
de las obligaciones que frente a la forma tuvo
en el pasado y, puede que entonces, a pesar
de nuestra resistencia a ello, el fantasma de la
arbitrariedad aparezca de nuevo” (MONEO,
2005: 56).
24
“No es cierto que lo que hacemos hoy se
vuelve consistente por su referencia a la experiencia del pasado ni tampoco disponemos de
la ordenación necesaria para justificar lo que
producimos ahora en relación a lo por venir.
(…) [El tiempo de nuestra experiencia] no es
un presente eterno, como el de Dios. No es
un presente en continuidad entre él y el futuro,
como sería vivido en el humanismo optimista
textos de investigación | texto 08
ISSN: 2340-9711 e-ISSN 2386-7027
rita_04 | octubre 2015
“Las formas arquitectónicas se insertan en medios susceptibles de cambiar en cualquier
momento, por lo que se convierte en requerimiento ineludible para ellas el ofrecer la máxima
capacidad de fluctuación para ir encontrando su ajuste instantáneo” (SORIANO, 2009: 29).
Los principios de Boelcke definen la capacidad que otorga la lectura del medio para inyectar
potencialidad en esas formas durante el proceso de proyecto, de manera que sean capaces de
responder eficazmente ante las variaciones del medio. Potencialidad como actitud: atenta, precisa, ágil, consciente de sí misma y del entorno en que se inserta.
OMA ha explorado la condición inestable de los entornos en los que opera su arquitectura
como herramienta de proyecto en varias ocasiones. Una de las más claras quizá sea el proyecto para el Urban Design Forum de Yokohama (1991) en el que, como explican en la memoria,
la voluntad del estudio fue la de “investigar un urbanismo sin pretensiones de permanencia o
estabilidad” (KOOLHAAS, 1995: 1210). El proyecto consistía en el reconocimiento –y representación– de la ocupación temporal del área de intervención a lo largo de un día. Sobre este
diagrama tiempo-uso, la propuesta de OMA trabajaba en la programación de todas las horas
libres, tanto durante los días de diario como durante los fines de semana.
de la Ilustración. Se trata de un presente
intempestivo, es decir, de una temporalidad
carente de justificación, casual, y por esta
misma razón gratuita, carente de finalidad”
(SOLÀ-MORALES, 1995: 94).
En definitiva, el proyecto funciona reconociendo las dinámicas del lugar para, a continuación,
insertarse en ellas aprovechando las condiciones que estas ofrecen. Las variaciones de estado
de esas dinámicas necesariamente reconfigurarán la propuesta. Arquitectura informal y táctica.
Epílogo. Formas líquidas lejos del equilibrio
25
El análisis que describe como esencialmente incierto el entorno en el que la ciencia y el
arte contemporáneos operan son recogidos
también por autores como Bruno Latour en
LATOUR, Bruno. Reensamblar lo social: Una
introducción a la teoría del actor-red. Buenos
Aires: Ediciones Manantial, 2008 o Nicolas
Bourriaud en BOURRIAUD, Nicolas. Estética
relacional. Buenos Aires: Adriana Hidalgo,
2008.
26
Al respecto ver: DÍAZ MORENO, Cristina,
GARCÍA GRINDA, Efrén, “Placeres cotidianos. Una conversación con Anne Lacaton y
Jean Philippe Vassal” en El Croquis nº 177178. El Escorial, Madrid, Croquis cop., 2014.
La actitud que Moneo explicita en su discurso “Sobre el Concepto de Arbitrariedad en Arquitectura” guarda todavía una clara relación con la voluntad moderna de apartar lo azaroso
y contingente de la práctica arquitectónica, alzando un alegato firme frente al “fantasma de la
arbitrariedad”23.
La postura de Rem Koolhaas descrita por Kwinter trabaja desde la asimilación por parte del
proceso de proyecto de las condiciones temporales y fluctuantes de la realidad en la que opera,
la arquitectura podrá dar respuesta a “la interrupción, la incoherencia y la sorpresa como las
condiciones habituales de nuestra vida” (BAUMAN, 2003: 7).
Además, la introducción del concepto de probabilidad por parte de las teorías de Leibniz permite ir un paso más allá en el acercamiento operativo a la contingencia en arquitectura. Nos sitúa
en un plano en el que el proyecto ya es capaz de definir campos de probabilidad, y de hacerse
responsable entonces de la acción del tiempo sobre los objetos que produce.
[4] Diagrama de generación de forma de la
Ciudad de la Cultura de Galicia, 1999. Escaneada del libro DAVIDSON, Cynthia (ed.) Tras
el rastro de Eisenman: Peter Eisenman obra
completa. Madrid: Akal, 2006. p. 309
[5] Maqueta de la Ciudad de la Cultura de
Galicia, 1999. Web www.eisenmanarchitects.
com
[6] Fragmento del diagrama de usos de la propuesta de OMA para el Urban Design Forum
de Yokohama,1992. Escaneada del libro
KOOLHAAS, Rem; MAU, Bruce. S, M, L, XL
: Small, Medium, Large, Extra-Large. Rotterdam: The Monacelli Press, 1995, pp. 1221.
[6]
Es importante leer cómo, mientras que la primera noción de contingencia afecta a la arquitectura como disciplina –en su producción de formas–, la segunda le afecta como objeto –en su
capacidad de adaptación.
Cierta práctica contemporánea de la arquitectura, recogiendo la lectura que hacen autores
como Bauman del contexto en el que opera, es capaz de reconocer que la inestabilidad de los
escenarios demanda del ejercicio del proyecto un procedimiento de descripción precisa de
sus potencialidades –más allá de lecturas simplificadoras o ventajistas–, como en el proyecto
de OMA para Yokohama; pero también requiere la definición de constantes para cada forma
arquitectónica que se inserte en ellos de manera que sea capaz de responder eficazmente a su
condición “líquida”, como hace también Koolhaas en el concurso de La Villette.
La nueva realidad “casual, gratuita y carente de finalidad” descrita desde la arquitectura por
Ignasi de Solá-Morales24 ha de encontrar una nueva operatividad como ya ha hecho en el arte
con Bourriaud o la antropología con Latour25.
Probablemente es en trabajos como la Escuela de Arquitectura de Nantes (2009) o el Palais de
Tokyo (2012) del estudio francés Lacaton y Vassal donde esa práctica encuentra su manifestación más evidente en la actualidad, el espacio donde esa nueva respuesta se está construyendo26.
Esta nueva forma de operar no trabaja con materiales pasados, ha de deshacerse tanto de la
tríada vitruviana como de la definición semperiana de la arquitectura como herramientas de
producción (aunque ambas puedan seguir siendo válidas como herramienta de crítica). De esta
nueva forma de operar se requiere que sea capaz de construir con cualquier instrumento (el
programa, la estructura, la materia, la imagen…) gracias a la contingencia y no a pesar de la
contingencia, como había venido haciendo.
GELABERT AMENGUAL, Antoni; “Formas líquidas contingentes”, rita, nº4, octubre, 2015, pp. 118-123.
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