KinKaban, N° 3 (ene-jun 2013), pp. 17-24
ISSN: 2007-3690
Recibido: 14 de febrero de 2013
Aceptado: 30 de abril de 2013
Revista digital del
Centro de Estudios Interdisciplinarios de las Culturas Mesoamericanas, A.C.
iMPerioSoS y reBelDeS. conFlictoS SocialeS
en loS altoS De guateMala en loS PriMeroS
aÑoS Del Siglo XiX
Rodolfo González
Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala
Resumen
El presente artículo realiza un análisis geográfico-histórico de la región de Los Altos de Guatemala en los primeros años del siglo XIX, donde se
presenta un panorama general sobre la relación de las principales dinámicas sociales entre los grupos de poder hegemónicos y los subalternos.
Palabras Clave: Los Altos de Guatemala, conflictos sociales.
Abstract
This article is, in a general view, a geographic-historical analysis of Los Altos, Guatemala, during the early XIX century. It seeks to provide a general
view of the area, relative to the main social dynamics raised in hegemony and subaltern groups of the region.
Key words: Guatemalan Los Altos, social conflicts.
En este sentido se analizarán los procesos sociales
generados en la región de Los Altos de Guatemala
(Actuales departamentos de Huehuetenango, Quiché,
Totonicapán, Sololá, San Marcos, Quetzaltenango,
Retalhuleu y Suchitepéquez), generados tanto por
los procesos de producción y comercio como por los
originados por la crisis del sistema colonial y por la
coyuntura gaditana de la segunda década del siglo XIX.
Metodológicamente los principales referentes
para este estudio son el análisis contextual de los estudios
de la subalternidad y de la teoría de la descolonización.
Desde esta perspectiva se pretende mostrar algunas
dinámicas fundamentales en que se encontraban las
poblaciones mayas en los años finales del dominio
hispánico en la región de Los Altos.
Introducción
Un tema esencial en los estudios relativos a las sociedades
indígenas del continente americano son las rebeliones
sociales y las resistencias populares. Esta temática es
ineludible y extremadamente fascinante. Por ejemplo,
desde las primeras resistencias a la dominación hispánica,
pasando por las sublevaciones de la época colonial y
las resistencias frente a los estados expansionistas en el
siglo XIX, hasta llegar a las manifestaciones actuales
de desobediencia civil, las historias de los pueblos
originarios han estado marcadas por la resistencia y la
rebelión.
Sin embargo, no todas las resistencias han tenido
el carácter abierto y telúrico con que han sido concebidas
por parte de las élites dominantes. Por ejemplo, las
formas cotidianas de resistencia que se manifiestan
de múltiples maneras en todo momento y que también
toman en cuenta los recursos de colaboración y diálogo,
solo recientemente han sido estudiadas y por lo tanto
se vislumbran como una vertiente de investigación
innovadora.
Un hecho fundamental en estos estudios es
“situar” a estos procesos tanto en el tiempo como
en el espacio, lo que permite dar cuenta de que los
pueblos indígenas no se encontraban a la deriva de los
acontecimientos, como ha sido interpretado muchas
veces, y mucho menos como acontecimientos que no
tuviesen causas o consecuencias.
En la hegemonía regional: La élite altense
En 1773 se suscitaron los terremotos que cambiarían la
dinámica social de la Capitanía General de Guatemala.
Su principal consecuencia, la urbe de Santiago de
los Caballeros de Guatemala quedó en ruinas. En ese
momento la élite colonizadora1 se dividió en dos grupos
1
La cual, como grupo social, estaba en lo más alto de la escala social. Esta a su vez se subdividía a partir de su ubicación, tanto a nivel
centroamericano o regional. La más importante, la de Guatemala, se
había consolidado gracias al comercio y las redes comerciales construidas desde hacia dos siglos por medio del comercio formal y el
contrabando.
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principales, los que naturalmente tenían intereses socioeconómicos divergentes y que guiaban sus decisiones. Un
primer grupo, los llamados terronistas, sostenía la postura
de mantener su lugar de residencia, ya que obviamente
no deseaban perder las prebendas que habían mantenido
hasta ese momento por encontrarse en una ciudad que
tenía gran cantidad de pueblos que les tributaban y
satisfacían las necesidades de los colonizadores.
El otro sector de criollos, los llamados
traslacionistas, alegaba el traslado de la ciudad hacia
otro valle, que además estuviera cercano a rutas de
comercio. Este grupo se hallaba encabezado por el
marqués de Aycinena, quien era el principal representante
de la nueva élite colonizadora que se sostenía a partir
de las prebendas del sistema comercial transoceánico.
Finalmente, este último sector fue el que logró convencer
a las autoridades estatales sobre el traslado hacia el Valle
de las Vacas (también denominado de la Virgen o de la
Asunción). ¿Pero qué tiene que ver el traslado de la urbe
colonial con el desarrollo de los acontecimientos de Los
Altos? Mucho, y no está por demás decirlo.
Los terremotos de 1773 y la crisis urbana que
se desarrolló tuvieron un efecto derivado, como lo fue
la migración de población hacia otras regiones; y en
este sentido Los Altos, y en particular Quetzaltenango,
fueron un lugar privilegiado de inmigración. El aumento
del comercio, de la producción artesanal (en particular
de telas) y sobre todo una enorme vitalidad económica
manifiesta en redes comerciales, tuvieron como principal
consecuencia que la élite colonial de dicha ciudad se
fortaleciera de manera significativa (en particular con
casos concretos como los de Ignacio Urbina, Domingo
Gutiérrez) y que la misma desarrollara un “sentimiento”
de regionalismo particular, el cual estaba mediado, sobre
todo, por los principios de casta, en contraposición a la
población mestiza2 y con mucho rechazo a las poblaciones
mayas de Los Altos.
Dicha élite estaba, como suele suceder (Casaus
2010), íntimamente relacionada a partir de redes familiares
y matrimoniales, con el fin principal de mantener dentro
de su “círculo social” el acceso a las fuentes de riqueza
como casas comerciales y propiedades territoriales
adquiridas en la costa y bocacosta, de las divisiones
administrativas de Quetzaltenango y Suchitepéquez
(Taracena 1999).
La forma en la que esta élite buscó consolidar
2
Aunque es de notar el hecho de que ello no implicó per se una alianza inmediata entre estos grupos de españoles, a lo cual es necesario
agregar que los mestizos y mulatos fueron desde ese momento una
incipiente base social para los futuros proyectos altenses.
18
su poder desde los años finales del dominio colonial
refleja su pragmatismo y su oportunismo político. Para
esos años, a través de la Reformas Borbónicas, el Estado
hispánico reordenó las provincias del imperio en el
territorio centroamericano en la forma de Intendencias
que se sumaban a las ya conocidas Alcaldías Mayores y
los Corregimientos. Esta fue una oportunidad de oro para
esta élite, cuando fundó un Ayuntamiento en 1806. En
este espacio se reflejarían los intereses de este segmento
social. Este espacio político estatal, de vital importancia,
tuvo como principal fin el hacer manifiesto su poder y
competir con la omnímoda élite guatemalteca:
En este convenio político estaban presentes los poderes
económicos más representativos de la élite altense (…)
Un elemento sin duda imprescindible, para entender
la agresividad del proceso de ascenso político y social
reclamado por esta élite. La representación edilicia era
considerada como un privilegio, obtenido en función de
los méritos y la preeminencia (Taracena 1999: 71).
A pesar de lo importante que fue en ese momento
la situación política, esta solo fue el primer paso de
un continuo proceso, en el cual esta élite regional
eventualmente constituiría un proyecto de Estado. Sin
embargo, esta historia no es más que una dentro del
marco de la región de Los Altos. De nada sirve conocer
la historia de los poderes hegemónicos si no atendemos a
quienes verdaderamente son los sujetos esenciales de la
historia: aquellos que se encuentran en la subalternidad.
Y el grupo subalterno más importante en este caso es la
población maya.
Si bien el poder económico de la élite de
Quetzaltenango alcanzaba otras regiones más allá de Los
Altos (como El Salvador, por ejemplo), existían otras
redes comerciales de no menos importancia. Si bien ésta
no alcanzaba los volúmenes de la producción de telas y
granos, manejada por los grandes comerciantes altenses,
la población maya sí tenía otras redes y bienes que la
fortalecían como grupo de poder. Pero más importante
aún era el hecho de que las poblaciones mantenían una
dinámica social de gran importancia que les permitía
crear lazos con otras regiones:
Aunque no todos los indígenas viajaban, algunos sí lo
hicieron extensamente, y es probable que algunos en cada
pueblo se aventuraron a salir regularmente para trabajar,
comercial, realizar peregrinaciones religiosas, asistir
a las ferias, a bodas, realizar trámites administrativos y
judiciales, y por una variedad de otros motivos posibles.
Mediante estos contactos continuos, la información se
transmitió de un pueblo a otro por medio de canales no
Rodolfo González
oficiales, y las relaciones, casi imposibles de ver, pero que
sin duda existieron, se mantuvieron entre las provincias
(Pollack 2008: xxxv).
En este sentido es necesario mencionar la
existencia de las principales redes productivas y
mercantiles en dos de las principales alcaldías mayores
de Los Altos. La primera era la de Totonicapán donde:
Existía una clara lógica en la predilección hacia la costa
por parte de los pobladores asentados en las vecinas
alturas del altiplano, como San Martín Sacatepéquez,
Concepción Chiquirichapa y Ostuncalco. Era una lógica
agro-económica por un lado, y ecológica por otro lado
(Gallini 2009: 39).
A principios del siglo XIX, casi todos los pueblos de la
provincia de Totonicapán participan en cuatro sistemas
principales de producción y distribución en los que
estaba involucrada directamente la venta de bienes a otras
provincias: 1) maíz, para la subsistencia y el mercado; 2)
trigo, principalmente para la venta en la capital y otras
provincias; 3) hilado y tejido de algodón para el consumo
local y para su venta en otras partes; y 4) el pastoreo
de ovejas, el hilado y el tejido de lana para el consumo
local y su venta en otras partes. Además de participar
en estos cuatro sistemas, muchos pueblos producían
artículos específicos que eran intercambiados en las redes
regionales dentro de la provincia y en otras regiones, como
frutas, productos forestales, ganado, sal, caña de azúcar,
panela, cerámica, productos de carpintería, petates, plomo
y otros (Pollack 2008: 56).
La población del altiplano se beneficiaba del
cultivo del cacao, el maíz (a pesar de su pobre constitución
nutritiva en comparación con el maíz del altiplano), la
caña de azúcar, estando ésta última íntimamente ligada
a la ganadería. Ahora bien, si estos son los principales
cultivos que aparecen en las fuentes históricas, Gallini
hace ver la realidad sobre otras producciones no menos
importantes tales como la sal, la cal, el ocote, los metates,
el algodón, el aguacate, el jocote, el pataxte, entre un
sinfín más (Gallini 2009: 39-47).
Lo que estos ejemplos demuestran es que en
Los Altos se hacía manifiesta una intrincada red de
producción, comercio e intercambio en los diferentes
espacios productivos. Asimismo, se evidencia la infinita
cantidad de redes de interrelación social y, por ende, la
posibilidad de organizaciones regionales que permitían
trascender lo meramente local.
De la misma manera Quetzaltenango estaba dentro de
este intrincado sistema de comercio y de relaciones
sociales ya que:
Desde la subalternidad: entre el consenso y la
confrontación
Los k´iche´s del pueblo de Zunil, que vivían separados
entre la costa y el altiplano, comerciaban algodón,
derivados de la caña de azúcar y cítricos a cambio de trigo
y ganado. Las comunidades que poblaban los valles de
Quetzaltenango y Totonicapán comerciaban puercos, aves
de corral, trigo, maíz, verduras, frijol y frutas. Al noreste
del valle, las comunidades mames criaban ganado y
vendían maíz y piedra caliza (…) Cantel, con sus grandes
reservas de pino y suelos fértiles, mercadeaba madera
para leña, mobiliario y trabajos de construcción. Los
mames de los pueblos montañosos de los Cuchumatanes
suplementaban el suministro propio de lana para la región
(Grandin 2007: 54).
Un elemento que caracterizaba a la región de Los
Altos es la existencia de una interrelación entre dos áreas
fundamentales, el altiplano y la bocacosta. Esta dinámica
implicaba en ese momento una complementariedad en la
producción de ambas áreas. Por la importancia ecológica
que manifestaba la bocacosta, es necesario puntualizar
la importancia de la producción de dicha región y sus
implicaciones para la sociedad maya:
Partiendo de lo anterior podemos comprender que en
realidad el mundo indígena no ha sido meramente un
“actor pasivo” de las dinámicas sociales sino todo lo
contrario. Si bien los efectos inmediatos de la invasión
hispánica del siglo XVI tuvieron efectos catastróficos
para la sociedad maya del Posclásico, ello no implica que
estuviesen incapacitados en su praxis histórica. Cientos
de manifestaciones de formas cotidianas de resistencia
y, sobre todo, la capacidad de utilizar los recursos del
sistema dominante a su favor, así como una multitud
de motines, rebeliones y levantamientos a lo largo del
período hispánico dan fe de ello.
En algunas investigaciones sociales se apunta
que los pueblos “indígenas” se caracterizan por su
aislamiento, pasividad y por su estado bucólico (Wolf
1978). Dicha situación es producto de su tiempo y su
contexto histórico. De hecho, los recientes estudios
históricos enfocados en la población maya muestran
resultados por completo diferentes (Grandin 2007;
Pollack 2008). En este sentido, el caso de San Miguel
Totonicapán durante este período es un caso ejemplar ya
que:
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Los líderes k´iche´s de Totonicapán actuaron como una
élite provincial, afirmando su fuerza en relación a la de
su rival regional, Quetzaltenango, en forma parecida a la
de las rivalidades que se dieron en el mismo período entre
Tegucigalpa y Comayagua o Granada y León (Pollack
2008: 4).
Y este no era un caso aislado, de la misma forma
en que en Quetzaltenango, además de la élite criolla,
también existía una importante élite k´iche´. Esta, por
mucho, fue uno de los principales rivales “internos” para
la élite altense, debido a su posición privilegiada, al estar
inserta tanto dentro de redes comerciales como dentro
de las luchas por el poder y el control de la hegemonía
social:
Entre la segunda mitad del siglo XVII y las Reformas
Borbónicas del siglo XVIII, un segmento de la población
k´iche´ de Quetzaltenango se constituyó en clase
terrateniente. La habilidad de las elites k´iche´s para
asegurar sus derechos de propiedad -lo que a su vez les
permitió prosperar como agricultores, comerciantes,
mercaderes y artesanos- reforzó su autoridad política y
cultural dentro de un marco colonial más complejo. Esta
interacción entre poder de clase y de casta, les permitió a
los k´iche´s de Quetzaltenango responder con efectividad
ante las diferentes amenazas a su bienestar económico y
político (Grandin 2007: 37).
Sin embargo, como suele suceder, la presencia de
esta élite k´iche´ se caracteriza no sólo por tener un poder,
bien sea económico, político o cultural. También debe
existir una población que la reconozca como tal y que,
a la vez, en situaciones concretas no solo sea un grupo
de poder sino que sea una clase dirigente que manifieste
una oposición frente a situaciones que amenacen a la
población que argumenten representar.
Para los casos arriba mencionados, el desarrollo
de los acontecimientos los llevó por dos procesos
bien distintos. Por ejemplo, en el caso de los k´iche´s
de Quetzaltenango dos fueron las ocasiones que
manifestaron la necesidad de que esta élite se pusiera
frente a las exigencias de los “indios del común” o
maceguales contra las autoridades hispánicas. En
1786, frente a la imposición de medidas relativas a la
producción de alcohol y con la amenaza de perder tierras
comunales, los maceguales se sublevaron y exigieron a
los principales que mantuvieran su lealtad hacia ellos.
Estos acontecimientos derivaron en una división
entre los principales. Mientras unos apoyaban a la
comunidad, otros se aliaron al poder colonial. En este
20
contexto los maceguales buscaron alianzas con otros
sectores populares, a fin de definir sus propios estatutos
como un colectivo agraviado. La consecuencia de este
conflicto significó que en adelante los principales aliados
al régimen colonial buscaran las formas de mantener
su estatus social dentro del pueblo, y al mismo tiempo
satisficieran algunas de las exigencias de la comunidad:
(Las élites k´iches) para evitar el ostracismo social y
la pérdida de poder colonial, tenían que responder a la
presión popular y limitar, hasta cierto punto, sus esfuerzos
en pos de beneficios privados y la aculturación hispánica.
(…)
Como resultado de esto, las élites k´iche´s intensificaron
su confianza en la autoridad española mientras luchaban
por aferrarse a su poder y privilegio en relación a otros
principales, principales potenciales y una ansiosa y
colérica población urbana. (…)
Para conservar sus prerrogativas políticas y movilizar los
recursos comunitarios, las élites k´iche´s precisaban las
divisiones de casta para poder perdurar; los españoles, y
más tarde los ladinos, necesitaban a los principales para
que les ayudaran a administrar la ciudad y mantener el
orden (Grandin 2007: 96-98).
Esta situación suele ser típica de cualquier
régimen colonial: parte de la élite colonizada se alía
con el orden colonizador para mantener no solo las
prebendas y los espacios que ha mantenido en el régimen
sino para que, a la vez, ello le permita sostener su poder
político-social dentro de los márgenes de la situación
del colonizado. Esto fue lo que aconteció en Los Altos
de Guatemala, ya que hay que recordar que “no hay un
colonizado que no sueñe cuando menos una vez al día en
instalarse en el lugar del colonizador” (Fanon 1965: 34).
Al mismo tiempo el sector colonizador se
caracteriza por el hecho de que sin esa élite “indígena”
no puede bajo ninguna forma, consolidar su poder.
Esta situación del colonizador se denominado como
“Complejo de Nerón” y depende íntimamente de la
existencia del colonizado, al mismo tiempo que lo niega.
(Memmi 1966: 70-73)
Sin embargo, ello no implicó que se concretaran
formas a través de las cuales los colonizados confrontaran
el orden colonial, ello dependería del contexto histórico.
Una situación que generó una conflictividad social sin
precedentes fue la imposición de impuestos dentro de
la lógica de la “ciudadanía”, o sea exacciones fiscales
pagadas de forma individual. Esto significaba que cada
habitante debía contribuir directamente para mantener
con un capital constante los recursos fiscales del Estado.
Y no era por decisiones arbitrarias que se intensificó
Rodolfo González
la recaudación fiscal, el Imperio estaba técnicamente
en quiebra debido a su participación en guerras y
revoluciones desde el último cuarto de siglo XVIII y las
primeras dos décadas del XIX.
Este fue el principal objetivo de protestas, motines
y levantamientos en los años finales de la Colonia. Pero si
bien esta situación manifestaba por demás el descontento
social, solo era el preludio de acontecimientos que se
exacerbarían en la segunda década del nuevo siglo.
En esta época una serie de cambios acaecidos
a lo largo del Atlántico norte supusieron un cambio
radical en la historia del Sistema-Mundo. Por ende, las
consecuencias de este gran contexto cambiaron la vida de
cientos de personas. En el caso de la Capitanía General
de Guatemala, la mezcla de los efectos de una crisis
económica provocada por la caída de la producción del añil
en Centroamérica generó cambios que paulatinamente el
sector criollo del itsmo comenzaba a plantear y aplicar a
partir de la ilustración; una mayor tensión social derivada
en gran medida por los cambios fiscales fue la puerta de
entrada de Los Altos y de Centroamérica en general al
siglo XIX.
Fue precisamente en estos años cuando se dieron
más amotinamientos en “pueblos de indios”. Un estimado
de cerca de más de treinta motines en la región durante
veinte años da cuenta de una enorme conflictividad
social. Hubo tres períodos en que ésta se hizo manifiesta.
Primero hasta 1810:
En respuesta a un incremento en el tributo, exacerbado
por las condiciones sociales específicas; entre 1811 y
1814, durante el período de las Cortes de Cádiz; y en los
últimos años antes de la independencia, entre 1818 y 1821
(Pollack 2008: 81).
En el marco del primer ciclo se halla Santa
Catarina Ixtahuacán en la forma de a negativa a tributar.
Esto se ve registrado por el comisionado para recaudar
tributos en 1806 y en 1809 por el Alcalde Mayor de Sololá,
Don Rafael de la Torre3. Esta situación, naturalmente no
es exclusiva de dicho pueblo ya que se hace manifiesta
como un hecho generalizado en Los Altos, sobre todo en
la Alcaldía mayor de Totonicapán.
Sin embargo, en 1812 las personas del Imperio
fueron testigas de una nueva dinámica social en la
región como lo fue el constitucionalismo, debido a
la promulgación de la Constitución de Cádiz. Esto
significó un parteaguas socio-histórico, sobre todo para
3
AGCA. Sig. A3. 16 Exp. 4949 Leg. 247. y Sig. A3.16. Exp 5017
Leg. 249.
la población maya de la región. Con la supresión de
los tributos y la instauración de un régimen censatario
se comenzaba a resquebrajar el orden social que había
imperado hasta entonces y al mismo tiempo se abría
la puerta a nuevas praxis políticas, particularmente lo
respectivo a la legitimidad política de las autoridades
locales. Este es un punto clave, ya que en torno a él se
puede comprender la razón de esta efervescencia social.
La insubordinación social al régimen. El caso de
Santa Catarina Ixtahuacán y Nahualá en 1813 y 1814
En el año de 1813, los habitantes de Nahualá se
amotinaron en el mes de mayo contra el gobernador
indígena y algunos de los principales de Ixtahuacán.
La violencia ejercida por los nahualeños se manifestó
contra los guardias de la prisión. Las acciones fueron las
siguientes:
Comenzaron a herirlos con palos, piedras y machetes los
hombres, y las Indias con brasas, agua caliente, ceniza
y tierra que arrojaban a la cara con la mayor fuerza y
temeridad, hiriendo gravosamente a más de cuarenta de
ellos con el comisionado, a quien rompieron el bastón
a pedradas y despojaron del sable con que se defendía
(Pollack 2008: 91).4
Como consecuencia de este suceso, los líderes de
Nahualá fueron encarcelados y algunos de ellos llevados
a la prisión de Sololá. Al año siguiente fue la misma
población de Santa Catarina la que se levantó contra las
autoridades.
Este movimiento fue encabezado por Francisca
Ixquiactap5, una líder k’iché que manifestó haber tenido
en diversas ocasiones conflictos con los Justicias del
pueblo quienes, según denunció, en varias ocasiones se
embriagaron y ella se interpuso entre los mismos y a
quienes castigaban (Ericastilla 2000: 28).
Parece que el punto culminante fue cuando la
comunidad se levantó contra el Alcalde Nicolás Xquen,
“al cual despojaron de su bastón, patearon e hicieron
burla” (Ericastilla 2000: 27). Al parecer, incluso fue la
misma Francisca quien hirió personalmente al Alcalde
debido a que éste la golpeó con su bastón haciéndola
sangrar, el cual ella posteriormente le arrebató y entregó
a un funcionario del Ayuntamiento de Guatemala
4
AGCA. Sig. A1 Leg. 204 Exp. 4130.
En los tres estudios de Pollack 2008, Ericastilla 2008 y Peláez 1991,
donde se hace la relación de este hecho, se ha seguido la ortografía
de los documentos. Sin embargo, he decidido transcribir el apellido
como se escribe actualmente.
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cuando fue llevada a juicio. A continuación, y acorde
con declaraciones de testigos, “le pegó con el mismo,
le abofeteó y latigueó con el cuero de castigo”. En este
punto se desbordó la violencia popular y los objetivos
de la misma fueron la esposa del Alcalde, María Ajqui,
su hijo pequeño, el cual fue asesinado, y su suegra
(Ericastilla 2000: 29).
Por ello, cuando estos capturaron a Alonso Sac
y a su esposa en el momento en que eran llevados a la
cárcel del pueblo el 31 de octubre –y haciendo franco
abuso de su autoridad debido a que los presos eran
atacados con fuertes golpes provocándoles heridas—
Francisca Ixquiactap dirigió a la población en contra de
los Justicias. Estos lograron dispersar a la población y
prender a Francisca y a su esposo, Diego Mas, quienes
fueron conducidos a la cárcel (Ericastilla 2000: 27).
Francisca esa misma noche escapó de la cárcel,
y de acuerdo a sus posteriores declaraciones, ella tenía
cerca de 40 años y estaba embarazada. Al día siguiente
dirigió a la parcialidad de carpinteros y a más población
de Nahualá a fin de liberar a los presos. Posteriormente
lograron sacar a los encarcelados y manifestar su abierta
rebeldía:
Con gran escándalo vociferaban que tenían tanto poder
como el Alcalde Mayor y que no reconocían ninguna
autoridad, quedando desde esta hora el pueblo en “total
insubordinación”. Se organizaron en grupos armados que
salieron en busca del Gobernador para matarlo, armados
de lanzas, cuchillos, machetes, palos y piedras (Ericastilla
2000: 27).
En los días posteriores a estos acontecimientos
la situación del pueblo no descendió en sus niveles
de tensión. Un hecho importante a destacar es que
un posible móvil de la insubordinación fuesen las
elecciones anuales de autoridades, dado que la mayoría
de éstas se realizaban el 1 de noviembre, dos meses antes
de la instauración de los nuevos gobiernos municipales
(Pollack 2008: 91).
Por ello, el cura párroco Nicolás Pontigo, luego
de haber finalizado las festividades del mes el día 2
de noviembre, suspendió los sufragios y decidió salir
huyendo del pueblo hacia Quetzaltenango. Pero ante
la noticia de que había pobladores en rebeldía en el
camino, desistió de la idea. Y no fue el único, ya que las
autoridades locales decidieron esconderse en la iglesia
para no ser asesinados (Ericastilla 2000: 27 y 31).
Otra razón plausible del movimiento está
ligada al aguardiente, ya que entre las quejas del
Alcalde segundo, Pascual Grabe, con respecto a los
22
acontecimientos posteriores, se menciona que, al no
haber autoridades presentes, se intensificó el consumo
del mismo por la población.
Siguiendo a Ericastilla hay que recordar dos
cuestiones fundamentales con respecto a este producto.
Primero, que era un producto estancado, es decir
monopolizado por el Estado hispánico. Y segundo, la
preeminencia de las mujeres en su producción tanto legal
como clandestina, debido a que la ley prohibía otorgar
licencias de fabricación a hombres y a que el carácter
de su producción era sobre todo doméstico (Ericastilla
2000: 31).
Ante esta situación de tan impresionante
desobediencia, ¿qué podían hacer los colonialistas?
Sencillamente reprimir, a fin de mantener el orden
social imperante. En tal sentido, el Alcalde Mayor de
Sololá, Gabriel García Ballecillos manifestó su opinión
con respecto a la “anarquía” del pueblo recordando los
acontecimientos suscitados el año anterior.
Acto seguido, tanto éste como las autoridades
locales solicitaron al Comandante de Armas de
Quetzaltenango que enviara apoyo armado a fin de que
“el pueblo cobre temor al castigo y poner presos a los
autores del alboroto, que dan mal ejemplo a la indiada
vecina”, según las palabras del mismo Alcalde Mayor
(Ericastilla 2000: 31-32).
Según las autoridades locales, en el pueblo
se organizó un gobierno al margen de las autoridades
indígenas no reconocidas y con respecto a Francisca
decían “que en público gritaba que allí no mandaba nadie,
que no permitiría que hubiera Justicia que los estuviera
incomodando, prometiendo que para cualquier resultado
tenía ella dinero con qué seguir el pleito” (Ericastilla
2000: 31-32).
Como sucedía en esta época de constantes
movilizaciones sociales en Los Altos, el factor coerción
era fundamental para poder imponer el orden colonial.
El día 30 de noviembre Francisca y su esposo fueron
llevados a prisión y se inició el proceso judicial contra
ambos al año siguiente.
Ahora bien, conviene hacer unas reflexiones
preliminares en torno a este movimiento. Primero, la
importancia que tuvieron las mujeres dentro del mismo
gracias a sus actividades económicas. Como ya ha sido
mencionado, la situación generada por el repartimiento
de hilados tuvo como consecuencia, a pesar de la
explotación, un incipiente empoderamiento social de las
mujeres mayas en el siglo XVIII. Esto se debió a que
la actividad hilandera implicaba un trabajo pagado que
se articulaba con el sistema fiscal de mediados de ese
Rodolfo González
siglo6. Otro sistema de producción relacionado era la
producción de aguardiente. Debido a las implicaciones
de género que conllevaba, la producción de estas
bebidas era considerada exclusiva de mujeres. Esto
probablemente tuvo consecuencias similares al caso
descrito anteriormente durante dicha época, ya que serían
de vital importancia a lo largo del siglo XIX.
Segundo, ¿era Francisca Ixquiactap una líder
popular? Sin lugar a dudas. Todo su accionar en el
movimiento, tanto frente a las autoridades locales como
liberando a los presos en el desarrollo de lo que podríamos
definir como autogobierno y con el presunto capital del
que ella disponía para el mismo, son muestras de ello. Sin
embargo, estas mismas características hacen dudar de un
origen macehual y la ubican entre los estratos altos de la
sociedad catarina. O sea, era una mujer privilegiada con
capacidad de movilizar a otros grupos sociales.
Tercero, el alcance de su influencia
indudablemente era grande. Su relación con los
subalternos de Santa Catarina Ixtahuacán, como con
los de Nahualá, hace presumir que ella estaba dentro de
redes sociales que le permitieron movilizar a una gran
cantidad de población contra las autoridades locales. Es
importante tomar esto en cuenta, tanto por los precedentes
de 1813 como por el hecho de que Nahualá se encontraba
en ese momento en una situación de subordinación
administrativa con respecto a Ixtahuacán.
Conclusiones
La región de Los Altos en Guatemala, en los primeros
años del siglo XIX, se caracterizaba por una fuerte
dinámica social derivada de intrincadas relaciones
sociales construidas en primera instancia a través del
comercio, como también a partir de los procesos sociopolíticos generados en dicha región. Esto iba de la mano
con las propias dinámicas sociales surgidas tanto en los
grupos de poder como en los grupos subalternos de la
región. Por una parte, los procesos de producción que
se daban tanto en las regiones del altiplano como en la
bocacosta y que se entrelazaban por medio de redes de
comercio permitían no sólo un intercambio comercial,
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Robert Patch indica que a mediados del siglo XVIII “muchos indígenas” no pagaban directamente sus tributos, sino que las grandes casas
comerciales en la capital del Reino se encargaban de ello debido a su
participación de los beneficios económicos derivados del sistema de
repartimientos. En el sistema de los repartimientos de hilados intervenían los corregidores y alcaldes mayores, ligados a casas comerciales,
quienes obtenían ganancias de esa forma de explotación. Patch Maya
Revolt and Revolution in the Eighteenth Century, Armonk, N.Y.:M.E.
Sharpe, 2002 citado por Pollack, 2008: 51 y 53-55.
sino también social que derivaba en una capacidad de
articulación social y en la manifestación de una praxis
política.
En este sentido, los pueblos cabecera de las
Alcaldías mayores de la región, Quetzaltenango y
Totonicapán, se vieron como lugares donde se concretaban
y hacían manifiestos tanto estos intercambios sociales
como las contradicciones sociales generadas de estas
dinámicas. Por una parte, en el caso de Quetzaltenango,
hubo la presencia de una élite regional fortalecida a través
del comercio con el Reino, la criolla, en competencia con
otra élite, la k´iche´, fortalecida a través de dinámicas
de articulación comunitaria y solidaridad intraétnica,
pero que también podía hacer alianzas con los sectores
hegemónicos al servicio del régimen. Por otra parte, en
el caso de Totonicapán lo que se hizo manifiesto, sobre
todo debido a los cambios suscitados por la coyuntura
derivada de la promulgación de la Constitución de 1812
durante las Cortes de Cádiz, fue que se abriría un proceso
que sería único en la región de Los Altos: la promulgación
de un gobierno “indígena” encabezado por Lucas Aguilar
y Atanasio Tzul, leal a la Corona Hispánica, pero no así a
las autoridades coloniales del Reino.
El caso de Santa Catarina Ixtahuacán, si bien
puede ser visto como “un pueblo más”, no sólo comprueba
que a nivel general en la región de Los Altos había un
dinamismo social muy fuerte sino que la influencia de
los acontecimientos derivados de la coyuntura gaditana
implicó que se hicieran manifiestos los conflictos
internos del pueblo. Pero de la misma manera eso
permite visualizar las alianzas existentes entre el pueblo
y el, en ese entonces, cantón de Nahualá. Asimismo, en
los motines de 1813 y 1814 es posible dilucidar cómo los
nuevos paradigmas de la representatividad y autoridad
cuestionaron el orden establecido a nivel local abriendo
de esa manera una nueva época en lo respetivo a dicha
forma de poder comunitaria.
De modo general, lo que estos casos evidencian
es no sólo la conflictividad social generalizada de los
primeros años del siglo XIX sino también el mapa
tanto geográfico como humano en que éstas se daban.
Por una parte vemos la importancia de la existencia
de redes humanas construidas en los años finales de la
época colonial y cómo también éstas estuvieron sujetas
a los cambios derivados de los conflictos sociales de los
primeros años del siglo XIX. Éstas sobre todo hacían
manifiestas las principales contradicciones generadas por
el mismo régimen colonial hispánico. Por ejemplo, las
luchas entre las élites de Quetzaltenango son muestra de
lo suscitado en torno al régimen de castas. Por otra parte
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IMPERIOSOS Y REBELDES. CONFLICTOS SOCIALES EN LOS ALTOS DE GUATEMALA
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la dinámica de Totonicapán manifestaba el aumento de
la conflictividad generada por pueblos que manifestaban
un sentido de localismo y competición entre las mismas.
Finalmente, al interior de los pueblos las diferencias entre
miembros de un mismo pueblo manifestaban un conflicto
interno que parecería tener un carácter de clase. Todo esto
evidencia que en las postrimerías del régimen colonial
Los Altos, lejos de ser un área “en paz y tranquilidad”,
al igual que el resto de los territorios controlados por la
corona española se hallaban en plena efervescencia. Pero
muy lejos de estar ligados a los procesos de independencia
política, lo que se vislumbraba era el afloramiento de
tensiones político-sociales derivadas de procesos creados
internamente al sistema.
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