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Vol. 10, No. 2, Winter 2013, 287-323 www.ncsu.edu/acontracorriente Debate ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’?: sobre la dificultad de ser escritor literario hoy en día Stephen Gregory The University of New South Wales La Historia no llegó Aún Hasta hoy No llegó el pasado a Todavía —Héctor Libertella (2000), citado en Ludmer 2010: 112-3 Si la historia te ha gustado Un consejo puede darte: Que por mucho buen oficio Sin los medios no hay arte. Friedrich II, ‘el Grande’, ‘Le conte du violon’ [1751], citado en Manguel 2011: 275 El primer párrafo del primer capítulo de un libro sobre la literatura publicado a principios del siglo veintiuno empieza así: El fin de la literatura se acerca. La era de la literatura se está acabando. Ya era hora. O sea, se trata de eras distintas de medios distintos. No obstante, la literatura, pese a su próximo fin, es perenne y universal. Sobrevivirá cualquier cambio histórico y tecnológico. La literatura es un rasgo de cualquier cultura humana de cualquier época y de cualquier lugar. Se deben tomar en cuenta estas dos premisas contradictorias al Gregory 288 hacer cualquier reflexión seria sobre ‘la literatura’ de nuestros días. (Miller 2003: 1 [trad. de SG]) El tono apocalíptico viene acompañado de una vena de optimismo que tal vez no resuelva del todo el conflicto entre las dos ‘premisas contradictorias’ que Miller considera inevitables. Unos treinta años antes, desde una perspectiva todavía hondamente involucrada en las posibilidades creadoras y explicativas del vanguardismo tardío, Octavio Paz había atisbado el mismo conflicto entre lo permanente y lo perecedero como dos fuerzas antagónicas en el campo del arte: No digo que vivimos el fin del arte: vivimos el fin de la idea de arte moderno. El arte y la poesía son inseparables de nuestro destino terrestre: hubo arte desde que el hombre se hizo hombre y habrá arte hasta que el hombre desaparezca. Pero nuestras ideas sobre lo que es el arte son tantas y tan diversas…como las sociedades y las civilizaciones. (Paz 2008: 159, énfasis en el original) Esta misma problemática se manifiesta oblicuamente en los dos epígrafes que preceden estas citas: el primero junta a dos autores argentinos preocupados por el estado precario de la literatura en Buenos Aires y América Latina a principios del siglo veintiuno, mientras que en el segundo un emperador austro-húngaro de dos siglos y medio atrás medita sobre el ‘soporte’ material de la literatura de su tiempo en una estrofa citada en un libro escrito por otro ensayista argentino, que vive en Canadá y escribe en un inglés que tiene que ser traducido por otro a su lengua materna. Esta aceleración o confusión histórica o temporal, más la mezcla de referencias no diferenciadas a un mundo superdesarrollado y otro en vías de desarrollo (elemento que hace sólo unos treinta años habría provocado acusaciones de imperialismo cultural), posibilitada primero por las traducciones literarias y después más difusamente por las nuevas tecnologías digitales, es lo que va haciendo cada vez más cuestionable el papel social y cultural del escritor literario y de la literatura que escribe. Todo lo cual significa, aunque por razones que más adelante se verán más amplias y más evidentes que las dadas por Paz en 1972, que la opinión de éste de que “a despecho de las diferencias de lenguas y culturas nacionales, la poesía de Occidente es una” (Paz 2008: 5) se puede aplicar con cada vez mayor justificación a la literatura en general, aunque la poesía haya pasado a ocupar un lugar menos central pero igualmente importante en la coyuntura actual. ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 289 El subtítulo de estas reflexiones sobre la situación del escritor literario actual recuerda el del ensayo ‘Sobre la dificultad’ [1978] de George Steiner, al que tampoco le faltaba cierta cuota de desesperación apocalíptica, y del libro epónimo que integraba (Steiner 2007: 37-81). Nacido en Francia de padres judíos, formado en universidades estadounidenses e inglesas, Steiner poseía una erudición abiertamente elitista de densa estirpe europea, lo cual en los años sesenta y setenta convirtió su trabajo sobre la literatura inglesa y norteamericana en un aire rejuvenecedor, cosmopolita y a menudo polémico dentro de un ambiente mayormente provinciano y autocomplaciente. El conocimiento de distintas tradiciones y culturas nacionales y la capacidad de escribir, leer y citar en varias de las principales lenguas occidentales le brindaron la oportunidad de vislumbrar temas importantes que se convertirían sólo décadas después en fuentes de preocupación general dentro de los mundos de la creación y crítica literarias. Su visión algo de forastero (outsider) bajado del Olimpo le permitió anticipar algunas de las amenazas que se erguirían sobre la concepción tradicional de la literatura, cuando no el giro que tomarían las consecuencias (por ejemplo, las de un capitalismo globalizado para la industria editorial o de la evolución de Internet para todos). Ya en 1976, en “Texto y contexto” Steiner veía claramente que el conflicto entre las exigencias cada vez más imperantes y minoritarias de la especialización literaria o humanística y las consignas de la democratización de la enseñanza superior llevaban inexorablemente a lo que para él era nada menos que la masificación de una ignorancia autodestructiva: Enfrentar incluso el asunto de las correlaciones entre la cultura letrada genuina y una estructura de valores autoritaria es repudiar de entrada la jerga, las ilusiones narcóticas y la alegre vulgaridad de acento populista que caracterizan el clima actual de la discusión cultural-educativa en Occidente … [C]ualquier modelo de verdadera lectura…es, fundamentalmente, un modelo político. Y las políticas del “texto”, excepto en momentos de enorme buena suerte y de liberalismo centrífugo, no son libertarias…El intento de imponer hábitos “textuales” o una convención trascendental de lo “clásico” a un público masivo, como se está haciendo en muchas de nuestras universidades, es una hipocresía contraproducente. (Steiner 2007: 32-3) Sin embargo, Steiner no apreciaba las posibles contradicciones entre estas observaciones y las limitaciones impuestas a la capacidad Gregory individual por la industrialización 290 y cuantificación de las investigaciones académicas que ya le habían llamado la atención trece años antes al comentar la figura entonces muy polémica de Marshall McLuhan: Si Dante y Donne podían ampliar su alcance poético para incluir una gama más completa de la experiencia, era sólo porque el total de lo conocible era más reducido y porque las palabras podían expresar un mapa más inclusivo y adecuado de la realidad. Hoy en día, nos enfrentamos con una topografía experimental en la que la palabra ocupa un precario terreno central; a cada lado se ven las provincias de los números. (Steiner 1969: 266 [trad. de SG]) Lo que sigue intentará trazar algunos hitos en la evolución del papel social del escritor literario a través del siglo veinte hasta nuestros días, o sea, desde un momento en que los escritores literarios podían todavía darse el lujo de dar por sentado que, como en tiempos de Dante y Donne, las palabras dibujaban adecuadamente todas las dimensiones de la realidad que los rodeaba, hasta nuestra segunda década del siglo veintiuno. Hoy, las nuevas tecnologías informáticas (etapa probablemente sólo transicional de la evolución tan rápida de “las provincias de los números” de Steiner) han ampliado los límites de lo “conocido” (y quizás lo conocible) hasta horizontes inabarcables por la mente y la imaginación individual y en que la relación problemática entre realidad y lenguaje erosionan el predominio de la palabra escrita en el conocimiento de nuestro universo. En “Sobre la dificultad”, además de clasificar distintas formas de complejidad, Steiner lamentaba la situación en que “la distancia entre una cultura y ciertos textos puede volverse tan drástica que todo tenga que averiguarse” y el “museo imaginario” actual se ha vuelto “espurio” porque “el collage y la reproducción hacen posible la intimidad yuxtapuesta” de cualquier elemento de cualquier lugar o periodo. Steiner parece no reconocer aquí la legitimidad de lo que sería una de las características de la estética postmodernista, aunque sí identifica uno de los problemas analizados por el postestructuralismo francés: la “precaria posibilidad de existencia [del sentido] en un espacio ‘abierto’ de colisiones, de fusiones momentáneas entre la palabra y el referente” (Steiner 2007: 51, 60 y 79, cursiva en el original). No es de sorprenderse de que ya en 1972 hubiera hecho sin rodeos tanto a sí mismo como a nosotros, sus lectores, esta pregunta profética: “Después del libro, ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 291 ¿qué?”, donde preveía que “el almacenamiento y la recuperación de la información por medio de bancos de datos y computadoras…alterarán profundamente no sólo la estructura física de las bibliotecas sino de nuestro proceder en ellas” (Steiner 2007: 295). Sin embargo, antes de arriesgar algunas conclusiones sobre la validez o no de las profecías pesimistas de Steiner, cabe repasar algunos de los momentos clave del siglo de historia cultural que ha llevado al escritor literario desde su eminencia vanguardista a través de su conversión en intelectual políticamente concientizado hacia su lugar precario en nuestro transitorio presente cultural.1 El escritor como experto en el siglo XX “En diciembre o hacia finales de 1910, cambió la naturaleza humana,” escribiría catorce años más tarde Virginia Woolf en su célebre ensayo “El Sr. Bennett y la Sra. Brown”. Un poco más adelante continuó: “cuando hay un cambio en las relaciones humanas, hay a la vez un cambio en la religión, los modales, la política y la literatura” (Woolf 1966: 320 [trad. de SG]). Woolf tenía en mente la idea de que los cambios que ya se efectuaban en Europa iban también poco a poco registrándose aun en una Inglaterra que esperaba (como siempre) mantenerse a salvo de lo que pasaba en esa Europa tan peligrosa en la otra orilla de La Mancha, y que esto iba a exigir unos enfoques nuevos en la literatura inglesa moderna, acercamientos experimentales tanto a la vida como a la cultura que ya estaban fomentando y practicando la misma Woolf y otros de su grupo de Bloomsbury.2 Uno de los cambios producidos en el vanguardismo europeo e inglés de principios del siglo veinte era la transformación del escritor profesional del siglo XIX (como un Charles Dickens, por ejemplo, o un Arnold Bennett, el “Señor Bennett” del título de Woolf) en un experto, evolución de la idea romántica del artista como igualmente independiente y ciudadano útil, Una versión anterior de este trabajo fue leído como ponencia en el panel ‘Circulación de ideas y trayectorias políticas’ del coloquio Cine, arte y política: Aproximaciones desde la historia intelectual, siendo éste el título de las Segundas Jornadas de Investigación del Archivo General de la Universidad de la República, celebradas en Montevideo el 13-14 de octubre de 2011. El título de este ensayo emplea dos términos de la descripción de los temas tratados en dicho panel (el neologismo ‘escrilector’ se explicará más tarde). Le agradezco a los organizadores de las Jornadas y a los que asistieron al panel la posibilidad de debatir algunas de las ideas expresadas en las páginas que siguen. 2 Sobre algunos intentos de desmantelar las prácticas de la familia victoriana tradicional, ver Nicholson 2002. 1 Gregory 292 y consecuencia inevitable de la progresiva especialización de labores dentro del capitalismo metropolitano. En 1910, el hito más importante de este proceso ya había llegado a su fin el año anterior en Nueva York. Entre 1907 y 1909 la editorial Scribners había vuelto a publicar, en edición especial, todas las obras principales de Henry James, novelista norteamericano radicado mayormente en Inglaterra y Europa, cuya novelística figura entre las que sirven de bisagra entre los siglos XIX y XX, pidiéndole al autor un prefacio especial para cada volumen de la serie. Estos trabajos resultaron ser no sólo una introducción a cada novela o colección de relatos sino una larga meditación sobre la narración como forma estética y sobre las técnicas narrativas empleadas para lograr los efectos perseguidos por el autor. Si los escritores y lectores de novelas ya estaban más que familiarizados con la idea de los novelistas que comentaban sobre su propia obra en el curso de ella misma (Cervantes, Sterne, Unamuno), James fue el primero en elaborar a base de sus propios textos lo que se convertía en una auténtica teoría de la ficción. En una carta de 1908 el mismo James había reconocido que estas introducciones constituían “un manual o vade mecum exhaustivo para los que aspiran a practicar nuestra ardua profesión,”3 y anticipaba el momento en que serían recogidos en libro para tal fin, aunque de hecho no fue hasta 1934—dieciocho años después de su muerte—que el crítico y poeta R. P. Blackmur realizó la tarea en un volumen que titulaba El arte de la novela (véase James 2011). A su manera y muy antes de tiempo, James se había convertido en algo así como el autor del primer libro de texto para un programa de escritura creativa (creative writing program), ahora tan de moda en muchas universidades del mundo actual, tema sobre el cual volveré más adelante. Sin embargo, el ejemplo de James era quizás demasiado circunstancial y excéntrico para servir de modelo, aunque sí dejaría su huella en cierta crítica literaria posterior, pero una versión menos exigente se encontraba en el comentario sobre la poesía en la figura del crítico practicante de T. S. Eliot, otro escritor norteamericano radicado en Inglaterra con un conocimiento íntimo y detallado de la literatura europea, quien resaltaba la crítica sobre poesía escrita por los que Henry James, en una carta al novelista y compatriota W. D. Howells, el 17 de agosto, 1908, poco después de terminar el último de los prefacios. Citado por Dover [trad. de SG]. 3 ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 293 también eran poetas de alto nivel estético, ya que, según Eliot en un famoso ensayo de 1923, la mejor crítica literaria tenía un importante componente creador (Eliot 1932: 30-1).4 Es éste el ejemplo seguido por la misma Virginia Woolf en sus muchos ensayos y, sobre todo, en las dos series de El lector común (1925 y 1932), a pesar del deseo ambiguo de asociarse con el lector común frente al crítico o especialista académico: en el prólogo al primer volumen citaba al doctor Johnson, apoyando su preferencia por “el sentido común…incorrupto por los prejuicios literarios” de los que leen por placer, ya que tal lector, por “apresurado, impreciso y superficial” que sea, “tiene voz en el reparto último de los honores poéticos,” y por eso espera que “merezca la pena anotar unas cuantas de las ideas y opiniones que, insignificantes por sí mismas contribuyen, no obstante, a tan grandioso resultado” (Woolf 2010: 9-10).5 Si cabe recordar que Woolf nunca disfrutó de una educación universitaria, cualesquiera que fueran los otros privilegios socioeconómicos o culturales de los que sí gozaba, es aun más importante subrayar que escribía sus reseñas y artículos a medida que desarrollaba una carrera literaria que la convirtiera en una de los mejores novelistas del siglo XX, proeza que la diferencia de todos los lectores comunes habidos y por haber.6 Es indudable la vigencia en Europa de este modelo del escritor literario como experto que comenta el arte propio o ajeno desde una perspectiva fundada en el conocimiento adquirido en una práctica cuyo alto valor ha sido reconocido por sus colegas y lectores contemporáneos (piénsese en ejemplos tan diferentes entre sí como Paul Verlaine, Ezra Pound, André Breton, Gunther Grass y Milan Kundera), pero es preciso reconocer su importancia en América Latina también. Es Mario Benedetti quien subraya en 1964 la importancia para él de la figura del crítico practicante de T. S. Eliot (Benedetti 1974: 78-82), y con razón, ya que si tardó en escoger entre la crítica y la creación literaria, a partir de los años cincuenta Benedetti se convertía en quien era probablemente el 4 Más de treinta años después, Eliot llamaba esta crítica de practicantes “crítica de taller” (“workshop criticism”) en una visión retrospectiva de su trabajo crítico (Eliot 1956: 529-30). 5 Ver también ‘¿Cómo debería leerse un libro?’ [1926] (Woolf 2010: 233-49). 6 Una reseña anónima pero perspicaz en el New York Times también cuestionaba la descripción de sí misma como ‘lectora común’ hecha por la escritora inglesa (Anón 1925). Gregory 294 mejor periodista literario latinoamericano de su generación, al mismo tiempo que también se desempeñaba como el poeta y narrador uruguayo de más amplio renombre internacional de todo el siglo veinte. Sin embargo, mutatis mutandis, algo parecido se observa en las carreras de varios de los escritores latinoamericanos mejor conocidos. Entre 1963, año de La ciudad y los perros, y La guerra del fin del mundo (1981), Mario Vargas Llosa elaboró lo que podría llamarse una psicopolítica de la novela a través de estudios sobre García Márquez, Tirant lo Blanc y Gustave Flaubert;7 Octavio Paz realizó estudios de poesía mexicana y europea (Paz 1972, 1983 y 2008) a la vez que encabezaba la lista de poetas mexicanos y latinoamericanos de mayor peso; Julio Cortázar delineaba el cuento como forma literaria8 a medida que se transformaba en uno de los cuentistas que más experimentaban y jugaban con el género; Jorge Luis Borges daba conferencias y elaboraba cursos enteros sobre la literatura anglosajona, inglesa y estadounidense (Borges 1971, 1974 y 2000) mientras su combinación única de narrativa y filosofía estimulaba a nuevas generaciones de practicantes no sólo latinoamericanos a crear al nivel de lo mejor de la literatura occidental. Hay excepciones (ni Neruda ni García Márquez se han destacado como críticos aunque se nota en su obra el valor dado a lo que leían), pero el escritor literario como experto en un campo especializado y altamente estimado se impuso tanto en América Latina de la segunda mitad del siglo XX como en la Europa de la primera. De experto a intelectual Una publicación de 1948 muy difundida por todo el mundo occidental puede servir de enlace entre la figura del escritor literario como experto y como intelectual. En ese año Jean-Paul Sartre publicó, primero en su revista Les Temps Modernes y después como libro, su manifiesto polémico ¿Qué es la literatura? Sartre ya era un crítico practicante, habiendo desarrollado junto a su obra teatral, narrativa y filosófica una larga serie de ensayos y reseñas sobre libros y escritores 7 Ver Mario Vargas Llosa, ‘Carta de batalla por Tirant lo blanc’ (1969), García Márquez: historia de un deicidio (1971), La orgía perpetua: Flaubert y ‘Madame Bovary’ (1975) en Vargas Llosa 2006. 8 Ver Julio Cortázar, ‘Para una poética’ (1954), ‘Algunos aspectos del cuento’ [1962-3] (Cortázar 1994); ‘Del sentimiento de lo fantástico’ (1967) (Cortázar 1972, tomo 1) y ‘Encuentros a deshora’ [1967] (Cortázar 1972, tomo 2), ‘Del cuento breve y sus alrededores’ (1969) Cortázar 1974, tomo 2. ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 295 de los siglos XIX y XX,9 así que no había nada sorprendente en el mero hecho de que quisiera enfocar el tema de la literatura desde una perspectiva filosófica. Lo realmente nuevo, y lo que iba a tener tanto peso en el ámbito literario y artístico de gran parte del planeta, era la conclusión a la que llegó a partir de la aplicación de su acercamiento existencialista politizado al acto de escribir: la casi obligación que, al juicio de Sartre, tenían los escritores de tomar el partido de las mayorías populares en los asuntos sociales y políticos del mundo en que vivían: Hay que historializar la buena voluntad del lector, es decir, provocar, si es posible, por la disposición formal de nuestra obra, su intención de tratar en todo caso al hombre como fin absoluto y dirigir, por el tema de nuestro trabajo, su intención sobre sus vecinos, o sea, sobre los oprimidos del mundo. Pero no haremos nada, si no le mostramos al mismo tiempo…que le es imposible tratar a los hombres concretos como fines en la sociedad moderna…En pocas palabras, debemos militar en nuestros escritos a favor de la libertad de la persona y de la revolución socialista. Se ha afirmado muchas veces que son dos cosas inconciliables: nuestra misión es mostrar de modo incansable que se suponen mutuamente. (Sartre 1950: 235-6, énfasis en el original) Es innegable que teóricos y militantes posteriores se verían obligados a aclarar las ambigüedades e imprecisiones de estos pensamientos, pero igualmente innegable es el efecto optimista y alentador que podían tener (y quizás todavía sigan teniendo) sobre escritores seriamente preocupados por el estado social y político de la sociedad que les rodeaba. Los términos de esta exigencia convertían al experto literario en intelectual en el sentido de ser alguien que salía de los confines estrechos de su especialización para aplicar los conocimientos técnicos y teorías abstractas a una interpretación de las actualidades del momento de tal manera que influyera en las opiniones y actitudes del público que leía sus escritos o escuchaba sus charlas. Esta nueva relación con su “situación” (en el sentido sartreano de la palabra)10 convertía lo que era un grupo social minoritario en una elite cultural potencialmente de gran Ver, por ejemplo, los célebres ensayos sobre Dos Passos (1938), Faulkner (1938-9), Mauriac (1939), Giraudoux (1940) y Baudelaire (1947). 10 En la cuarta parte, segunda sección (‘Libertad y facticidad: la situación’) de El ser y la nada (1943) se lee: ‘Así comenzamos a entrever una de las paradojas de la libertad: no hay libertad sino en situación y no hay situación sino por la libertad’ (Sartre 1993: 514, énfasis en el original). Cabe agregar que el título colectivo de los volúmenes que recogen ensayos literarios y políticos donde Sartre iba descubriéndose frente a los problemas o casos culturales y coyunturas históricas que le preocupaban es, precisamente, Situaciones. 9 Gregory 296 incidencia en el cuerpo social. Pero es indispensable agregar que fue precisamente la alta calidad de su aporte, junto con el respeto que merecía, como expertos en el campo formalmente literario lo que facilitaba su transformación en intelectuales de alcance más general. Después de todo, ¿para qué buscarle la opinión sobre cualquier tema candente del momento a alguien que sólo supiera escribir banalidades en obras mediocres de baja calidad estética o intelectual? Como veremos más adelante, esta circunstancia es la que más ha cambiado en nuestro siglo veintiuno. Ahora bien, los escritores venían comentando diferentes aspectos del mundo en que vivían desde hacía muchos siglos, y en un sentido que se puede llamar moderno desde la generación de la Enciclopedia y de la revolución francesa de 1789 en el siglo de la Ilustración. Ya en el siglo veinte, y tomando sólo algunos de los arriba nombrados, T. S. Eliot parecía querer anhelar nostálgicamente resucitar algo así como un imperio católico anglo-romano para contrarrestar el avance de la mediocridad sucia auscultada en La tierra baldía [1922];11 Ezra Pound elaboraba toda una teoría sobre el papel de la poesía en la cultura moderna,12 además de las políticas económicas que le llevarían a hacer propaganda profascista en la radio italiana;13 y con Un cuarto propio [1929] Virginia Woolf producía uno de los pilares de la evolución del feminismo, mientras ofrecía enfoques aun más radicales y polémicos sobre el masculinismo, la guerra y el fascismo en el actualmente menos leído Tres guineas (1938). Sin embargo, la fórmula sartreana convertía lo que eran posiciones circunstanciales y ocasionales en un sólido papel público que si implicaba graves responsabilidades individuales, también parecía conferir significado social y político a lo que hacían los escritores a solas en su escritorio. En América Latina, los escritores y la literatura ya habían jugado un papel importante en la formación tanto de las repúblicas que emergían de las guerras de la independencia como del sentido de la identidad nacional y continental que acompañaba su evolución hasta 11 En su “¿Qué es un clásico?” (1944) y las Notes Towards the Redefinition of Culture [Apuntes para la redefinición de la cultura] (1948). 12 Por ejemplo, ABC of Reading (1934) y Guide to Kulchur (1938). 13 Ver ABC of Economics (1933), Social Credit: An Impact (1935) y Ezra Pound Speaking (1979), antología de sus charlas en la radio italiana durante la segunda guerra mundial pero no publicadas hasta después de su muerte en 1972. ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 297 llegar a ser estados modernos, pero, a partir de la revolución cubana de 1959, la idea sartreana del compromiso del escritor o intelectual, aunque sea con un toque gramsciano, guevarista o leninista, le daba mayor urgencia a esta larga tradición en un continente que daba señales de querer derrocar el capitalismo imperialista (ver Rama 1984; Miller 1999; Franco 2002; Gilman 2003; Aricó 2005; Altamiro & Myers 20082010; Ludmer 2010; Moraña & Gustafson 2010; Krauze 2011). El triunfo de la contrarrevolución de los años setenta y la consiguiente implantación de dictaduras militares u otros sistemas más o menos autoritarios en casi todo el continente modificaban muchas posiciones revolucionarias, aunque tener un enemigo en común ayudaba a mantener la viabilidad de un concepto del papel social del intelectual que ya tenía casi medio siglo de vida. Mario Benedetti seguía citando a Sartre hasta en sus artículos de los años noventa,14 e incluso Mario Vargas Llosa, que había abandonado la izquierda alrededor de 1970 para aproximarse a un centro derecha cada vez más neoliberal, se refería a la polémica de 1952 entre Sartre y Albert Camus para dar título a la primera colección de sus artículos periodísticos (Entre Sartre y Camus, 1981) y repitió este gesto en el prólogo a las nuevas ediciones y reimpresiones del primer volumen de Contra viento y marea durante el resto del decenio. Aun sin referencias tan explícitas a sus orígenes, aun sin el involucramiento directo con movimientos o partidos específicos de los mismos dos escritores,15 el modelo del compromiso político del intelectual con su entorno marcó profundamente a dos generaciones de intelectuales latinoamericanos, desde las inclinaciones más bien socialistas de un Cortázar o un García Márquez a las posiciones centristas o liberales de un Carlos Fuentes o un Octavio Paz. Por esta Ver, por ejemplo, “Convalecencia del compromiso”, en Benedetti 1993: 169-77. 15 En 1971 Benedetti co-fundó y co-lideró en Montevideo el Movimiento de Independientes “26 de Marzo”, fachada legal del grupo guerrillero clandestino Movimiento de Liberación Nacional “Tupamaros.” El “26 de Marzo” pasó a integrar el Frente Amplio, coalición de centro-izquierda que se presentó por primera vez en las elecciones nacionales del mismo año. Debido a esta militancia y las opiniones políticas que se manifestaban en todos aspectos de su obra, la dictadura militar uruguaya (1973-1985) vedó la circulación de los libros del autor, mientras que Benedetti mismo tuvo que pasar once años de exilio forzoso a partir de 1974. En Perú, Vargas Llosa se opuso a la nacionalización de la banca propuesta por Alán García en 1987, y llegó a ser candidato presidencial del Movimiento Libertad (del centro-derecha liberal) en 1990, cuando perdió frente a Alberto Fujimori. 14 Gregory 298 razón, en 2008 una cita reproducida en la contratapa de la traducción al inglés del largamente esperado último volumen de los cuadernos de Albert Camus (fallecido en 1960, cuando la Guerra Fría todavía daba plena vigencia a las presuposiciones sartreanas sobre las relaciones entre intelectuales y política) decía que era un “recuerdo nostálgico” de los tiempos cuando los escritores “eran participantes importantes en el diálogo internacional sobre la buena gobernación” (Camus 2008 [trad. de SG]). De intelectual a “escrilector” Lo que rompió este nexo entre literatura y política, privándole al escritor literario de un papel social aparentemente seguro, fue una combinación de procesos simultáneos: la implosión del llamado socialismo real y su corolario, la implementación globalizada de un modelo capitalista de fuerte impronta neoliberal que incluía un concepto de la democracia que acercaba el voto electoral más a una elección consumista que a un acto de responsabilidad cívica. Además, facilitó la evolución de tales fenómenos un desarrollo de la tecnología informática tan rápido que amenaza cambiar cada vez más profundamente nuestra acostumbrada manera de evaluar los efectos del paso del tiempo y de producir, guardar y leer textos escritos. Las consecuencias de esta pérdida de prestigio para el escritor literario a principios del siglo XXI constituyen una temática tan vasta como nueva, y cualquier posición frente a ella difícilmente puede llegar a ser más que una mera opinión personal, pero cabe decir aquí que algunas de las dificultades fueron anticipadas dentro de las tendencias literario-críticas que tienen su punto de partida en la teoría de la ficción esbozada en los antes mencionados prólogos de Henry James. La progresiva amputación de su papel social llevó al escritor casi inevitablemente a un cuestionamiento de las bases de la escritura en sí. No es una mera casualidad que los ensayos de novelistas como Alain Robbe-Grillet (Pour un nouveau roman, 1963) y Michel Butor (Répertoires, 1962-82) coincidan en los años cincuenta y sesenta con los principios del arte minimalista y conceptualista, ya que todos tenían como propósito poner en tela de juicio las bases y principios de la teoría, práctica y significado de las artes a las que se aplicaban. Es en esta línea que vemos una crítica de estampa postestructuralista seguir la célebre ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 299 observación de Borges, inventándolo a él como precursor en la empresa de radicalizar las observaciones de Eliot sobre el papel de la capacidad crítica en la creación artística casi hasta el punto de transformar en obra literaria la crítica supuestamente dedicada a su elucidación (ver Bloom et al 2003). En la América Latina de los años setenta y ochenta, la coyuntura política extendió el período durante el cual pudo seguir vigente el paradigma del escritor literario como intelectual comprometido (en el sentido sartreano) u orgánico (en el gramsciano), ejemplificado en el análisis antiimperialista (mientras duraban las luchas revolucionarias) y contrahegemónico (prevaleciente durante el período de las dictaduras militares),16 pero esto sólo postergó el momento en que empezaban a darse allí también fenómenos que ya ocurrían en los países occidentales más desarrollados. Con la redemocratización y las postdictaduras que siguieron el retiro de la ola autoritaria, con la progresiva globalización de un capitalismo neoliberal y con el cada vez más fácil acceso, aun en las partes menos desarrolladas del planeta, a la nueva tecnología informática que lo hizo más impactante e ubicuo, se impuso por todo occidente el sometimiento del escritor a las leyes del mercado que ya se había venido implantando en el llamado primer mundo. La lucha en América Latina contra esta tendencia se mide en los muchos debates en torno del posmodernismo, consideración que abre una discusión, breve pero imprescindible, del espinoso tema de la globalización y la literatura,17 el que se puede abarcar también desde la perspectiva más humanística de la literatura mundial o la república mundial de las letras.18 Un intento de unir estas distintas corrientes aparentemente contradictorias es Mateo Palmer 2010. 17 La bibliografía sobre estos temas es vasta, así que me limito aquí a nombrar unos pocos títulos recientes que me han ayudado en la preparación de estas páginas: García Canclini 2009 y 2010, aunque el segundo trata mayormente las artes visuales; Gupta 2009. Para un resumen útil aunque a veces polémico pero enfocado sobre América Latina, ver Pérus 2009. Toda la sección monográfica del mismo número de Revista de Crítica Literaria Latinoamericana explora distintos aspectos de la misma temática. 18 Los que leen en inglés tienen una excelente introducción a esta temática en la larga polémica desplegada en distintos números de la segunda serie de New Left Review de Londres. Entre las contribuciones más valiosas figuran Moretti 2000; Kristal 2002; Casanova 2005, elaboración posterior y revisión parcial de algunos de los conceptos ya esbozados en Casanova 1999, uno de los puntos de arranque de todo el debate; Schwarz 2007; Beecroft 2008. Nótese la traducción de ensayos de dos críticos latinoamericanos, ejemplo del fenómeno que todos intentan iluminar. 16 Gregory 300 Lamentablemente, la cómoda visión liberal de Zaid según la cual “la cultura es una conversación cuyo centro no está en ninguna parte” (Zaid 2010: 28) todavía dista mucho de describir el estado actual de las cosas, debido a lo que García Canclini (2010: 85-6) llama la “globalización selectiva.” Por lo tanto, siguen vigentes los elementos más polémicos de esta vasta área de investigaciones al mismo tiempo tan contradictoriamente teorizadas y tan pormenorizadas: la relación entre la evolución literaria e intelectual y la historia económica y política; la dependencia o independencia relativa de periferia y metrópolis o ex-colonia y antiguo imperio; el desarrollo desigual de diferentes regiones del mundo y su impacto en las actividades literarias y artísticas; el peso importante aunque no constante de la nomadización de las teorías y la permeabilidad de las fronteras intelectuales y estéticas que han sido la consecuencia de grandes poblaciones flotantes de exiliados, refugiados, inmigrantes y trabajadores extranjeros. Sin embargo, tales fenómenos parecidos no han producido aún la nivelación implantada de ciertos estilos internacionales literarios, a pesar de los efectos ambivalentes en el mundo anglohablante de la proliferación de cursos sobre la escritura creativa.19 Por lo contrario, pese a todas las carencias y desigualdades provocadas por el uso casi exclusivo de criterios mercantiles conducente a una falta de disponibilidad recíproca entre literaturas metropolitanas y periféricas,20 la abundancia de traducciones a los idiomas principales y la venta de libros nuevos y usados a través de sitios de Internet han proporcionado un acceso cada vez más universal a literaturas antes totalmente desconocidas, abriendo un abanico más amplio de recursos técnicos para escritores de oeste y este, norte y sur.21 Por lo tanto, no debe sorprendernos el empeño de algunos por construir mapas de la literatura mundial análogos a los sistemas universales usados para trazar los movimientos del capitalismo Una selección de contribuciones latinoamericanas sobre el tema se encuentran en Sánchez-Prado 2006. 19 Ver Batuman 2010 y Schone 2010, y también las quejas sobre un postvanguardismo homogeneizado, blando y domesticado importado a la Argentina de Europa y Estados Unidos en Tabarovsky 2011: 75-6. 20 Ver, por ejemplo, Apter 2006; Gupta 2009: 146-50 y Grossman 2011. 21 Para un análisis crítico de los efectos negativos de dichos fenómenos, ver Pérus 2009: 11-14. ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 301 globalizado.22 Frente a tal complejidad híbrida, lo esencial, afirma Monsiváis, es la manera en que el individuo se acerca a ella: “Ante el arte más globalizable que globalizado importan la suma de respuestas, las contrariedades, las afirmaciones, el deleite del espectador que es el cómplice (crítico) de la obra” (Monsiváis 2007: 45). Lo más notable de este comentario es que lo último que busca el comentarista es una respuesta de consumidor; más bien parece preferir un enfoque mucho más cercano al del “lector cómplice,” “copartícipe y copadeciente” del autor, buscado en 1962 por Cortázar en el célebre capítulo 79 de Rayuela (Cortázar 1984: 560). Vázquez Montalbán va aún más allá, sosteniendo que, “para enfrentarse a la dictadura del mercado” en el siglo veintiuno, se necesita “el sujeto colectivo del lector ilustrado” capaz de asumir demostración del “la inutilidad crecimiento del vanguardismo continuo del como espíritu” una (Vazquez Montalbán 1998: 179). Como veremos más adelante, hoy tal lector sólo puede existir si acepta plenamente el mundo virtual de la tecnología digital. La ubicuidad de las demandas de un mercado global ha llevado a la concentración de las fuerzas editoriales en un número reducido de casas multinacionales, tanto en los países hispanohablantes como en los angloparlantes. Sin embargo, aunque profusamente lamentado, este fenómeno ha fomentado la creación de pequeñas editoriales independientes dedicadas no sólo a rescatar la producción literaria nacional poco rentable a nivel internacional23 sino también a alcanzar nichos cada vez más especializados creados por la división del trabajo intelectual y artístico en labores y oficios técnicamente específicos.24 Si la producción de un libro es relativamente barata (en comparación, por ejemplo, con un programa de televisión, una película, o una instalación hecha a base de computadoras), haciendo posible cubrir los gastos editoriales con un tiraje de dos o tres mil ejemplares, las posibilidades para los escritores literarios se mantienen o multiplican, pero a costo de 22 El ensayo de Beecroft 2008 reseña y critica brevemente los esfuerzos de Moretti 2000 y Pascale 2005 al respecto antes de adumbrar el suyo propio. 23 Como apunta Ludmer (2010: 88 y 208-9), por ejemplo, en el caso argentino. Ver también Gupta 2009: 159-70 y Zaid 2010: 40. 24 Ver la entrevista con Juan Casamayor, fundador de la editorial española Páginas de Espuma, concedida durante su visita a Montevideo para participar en una mesa redonda organizada por la Asociación de Editores Independientes (Recoba 2012). Gregory 302 convertirse en el equivalente de un especialista más en un mercado creado por y para esa otra minoría que son sus lectores, quienes a su vez fácilmente pueden ser escritores también.25 De allí, la opinión de Eco que, a pesar de lo que se temía, “la globalización contribuye a la fragmentación del saber común” (Eco & Carriere 2010: 77). Dicho todo esto, dado que “la Web se ha convertido en la mayor editorial y fotocopiadora que el mundo haya visto”,26 un bien bastante menos que indiscutible como veremos, es inevitable intentar comprender algo del impacto de lo que indudablemente va cambiando nuestros hábitos como escritores y lectores más que cualquier otro acontecimiento de la historia reciente: la evolución imprevisiblemente rápida de las tecnologías digitales. Ya en los años cuarenta durante la segunda guerra mundial, hubo la casi coincidencia de tres acontecimientos que daban una pauta del futuro. En 1942 Jorge Luis Borges escribió su cuento “La biblioteca de Babel”, en que la quizás infinita capacidad de la biblioteca agota los esfuerzos de generaciones de bibliotecarios por abarcar todos sus libros y entenderlos. En 1945 apareció un artículo (Bush 1945) donde se anticipaba la necesidad de buscar o crear nuevos métodos no secuenciales o lineales de organizar y guardar datos debido al exceso de información, así anunciando lo que veinte años después se llamaría “hipertexto”.27 En el mismo año, al final de un célebre libro de crítica literaria escrito durante la guerra cuando su autor, un alemán judío exiliado en Tánger, confesó que sólo había podido terminar un proyecto que comprendía unos dos mil años de historia literaria occidental por no haber tenido acceso a una “biblioteca amplia y especializada” que le hubiera obligado a leer “todo lo que se había publicado sobre tantos temas”, ya que nunca hubiera llegado el momento de empezar a escribir.28 O sea, hacia finales de la segunda 25 Estos aspectos son subrayados por el liberalismo empresarial e individualista de Zaid (2010: 40, 45-6 y 68). 26 Según Jeff Bullas, “gurú del marketing digital”, citado en Zuazo 2011: 37. 27 Sobre la coincidencia cronológica del cuento de Borges y el ensayo de Bush, ver Zaid 2010: 122. Sobre Bush y el mundo como una “biblioteca de Babel” hipertextual, ver Vouillamoz 2000: 38-41 y 64. 28 Auerbach 2003: 557 [trad. de SG]. La relación entre las observaciones de Auerbach y la evolución de la informática también se menciona en de Larre Borges 2011: 20. Ya en 1935, el poeta y crítico literario inglés William Empson se mostraba preocupado por la división cada vez más abismal entre la especialización creciente del conocimiento y lo que un autor letrado podía razonablemente esperar que supiera su lector. Ver Empson 2001: 111 y 113. ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 303 guerra mundial, ya se vislumbraban procesos culturales o intelectuales que cuestionaran una fácil división del mundo en sectores desarrollados y subdesarrollados que se oponían (así anunciando uno de los efectos más destacados de la globalización en el ámbito literario: la progresiva nivelación en todo el planeta de las condiciones de producción y recepción de los textos), y que amenazaran una tradición cuya existencia y razón de ser dependían de la capacidad individual cada vez más precaria de absorberla en toda su magnitud multifacética. Veinte años después ocurrió otra coincidencia parecida. En 1965, T. H. Nelson utilizó por primera vez los términos “hipertexto” e “hipermedia” en un artículo profesional sobre los archivos (ver Vouillamoz 2000: 41), al mismo tiempo que el novelista argentino Julio Cortázar ya atentaba contra la uni-dimensionalidad del texto impreso, primero por un asalto a la obligatoria lectura secuencial en su antinovela Rayuela (1962-3), y después en Ultimo round (1969), donde, aprovechando las posibilidades anárquicas del collage que arriba vimos lamentadas en los mismos años por George Steiner, cortó horizontalmente las páginas en dos para que la parte superior se pudiera leer independientemente de la inferior, permitiendo un número finito pero inconcebiblemente grande de combinaciones azarosas o absurdas, además de las obvias o sensatas. Como es de esperar, la libertad creativa de los lectores de tales experimentos literarios se han visto como anticipo de la accesibilidad democrática a la creatividad individual y colectiva posibilitada por la tecnología digital.29 Estas consideraciones llevan directamente al primero de dos lugares comunes en todas las consideraciones sobre esta temática: la idea, alarmante para críticos—como el arriba citado Steiner de los años setenta—de que la literatura en su forma de libro impreso se encuentre rodeada si no amenazada por otros medios de información y diversión que la condenan a ser elitista o minoritaria, aunque todavía no redundante. En 2006 Carlos Monsiváis sugería, sin mencionar específicamente al hombre de letras inglés, que todo lo vislumbrado y temido por Steiner ya se había realizado, opinando que “al humanismo se lo expulsa en definitiva del currículum educativo en la década de 1970,” con el resultado que, de ser “punto de partida de la estructura del Ver, por ejemplo, Vouillamoz 2000: 68-100 y 140-58, donde, además de ejemplos europeos y norteamericanos, menciona Rayuela pero no los libros-collage de Cortázar. 29 Gregory conocimiento,” la literatura pasa 304 a ser “francamente, un entretenimiento” (Monsiváis 2007: 59). Lyotard ya había sabido ser más preciso a finales de la década en cuestión: Nadie habla todas esas lenguas [de las nuevas ciencias], carecen de metalenguaje universal, el proyecto del sistemasujeto es un fracaso, el de la emancipación no tiene nada que ver con la ciencia, se ha hundido en el positivismo de tal o tal otro conocimiento particular, los savants se han convertido en científicos, las tareas de investigación desmultiplicadas se convierten en tareas divididas en parcelas que nadie domina…la filosofía especulativa o humanista sólo anula sus funciones de legitimación, lo que explica la crisis que sufre allí donde pretende asumirlas todavía… El Estado y/o la empresa abandona el relato de legitimación idealista o humanista para justificar el nuevo objetivo creíble que es el poder. No se compran savants, técnicos y aparatos para saber la verdad, sino para incrementar el poder. (Lyotard 1993: 87-8 y 98) Como agregó Manguel en su muy difundido y traducido ensayo “La computadora de San Agustín” (1997), tal aparato “no pertenece a la tradición hebrea librocentrista” (Manguel 2011: 308). Hay que agregar que estos factores sólo confirman lo que ya venimos diciendo sobre la reconversión actual a principios del siglo veintiuno del escritor literario en especialista técnico, que es lo que se subrayaba también a principios del siglo anterior, con la diferencia ineludible de que en 1900 el papel de escritor literario empezaba a ser clave para merecer ser considerado como fuente acreditado de opiniones sobre las cuestiones candentes del momento porque todavía regían las humanidades como pasaporte al conocimiento general, mientras que unos cien años después el escritor literario se había vuelto simplemente otro experto técnico más entre muchos otros que parecían más útiles y más rentables. Vivimos en plena época en que la información es mercancía, situación prevista en 1979 con certeza por un Lyotard que veía lúcidamente con ojos secos lo que había hecho prácticamente llorar al inglés George Steiner: La pregunta, explícita o no, planteada por el estudiante profesionalista, por el Estado o por la institución de enseñanza superior, ya no es: ¿es eso verdad?, sino ¿para qué sirve? En el contexto de la mercantilización del saber, esta última pregunta, las más de las veces, significa: ¿se puede vender? Y, en el contexto de argumentación del poder: ¿es eficaz?… La perspectiva de un vasto mercado de competencias operacionales está abierta. Los detentadores de este tipo de saber son y serán objeto de ofertas, hasta de políticas de seducción. Desde ese punto de vista, lo que se anuncia no es el fin del saber, al ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 305 contrario. La Enciclopedia de mañana es el banco de datos. Estos exceden la capacidad de cualquier utilizador. Constituyen la “naturaleza” para el hombre postmoderno. (Lyotard 1993: 108-9) Tanto para Lyotard como para Steiner o Paz, el banco de datos es una negación de la herencia intelectual de la tradición iluminista (de allí la ‘E’ mayúscula de ‘Enciclopedia’), no su continuación por otros medios. Desde dentro de este proceso que conducía inexorablemente al ocaso del humanismo, ya en 1972 el poeta mexicano había sabido identificar las carencias de formas de pensar, sentir y entender el mundo con las que él mismo todavía se sentía identificado: Demógrafos, ecologistas, sociólogos, físicos y genetistas denuncian la marcha hacia el futuro como una marcha hacia la perdición… Las obras del progreso se llaman hambre, envenenamiento, volatilización. No me importa saber si estas profecías son o no exageradas: subrayo que son expresiones de la duda general sobre el progreso. (Paz 2008: 160) Sin embargo, los que Lyotard bautizó “decididores” a lo largo de La condición postmoderna, los que distribuyen para su propio bien las ganancias invisibles pero cada vez más valiosas de un mundo deslegitimado porque todavía no se han descubierto y hecho vigentes nuevas formas más eficaces de legitimación ética para reemplazar las ya caducas de antes, todavía no nos han impuesto una ley de copyright que les permita a los amos de la economía global convertir el impulso liberador de la Red en mercado liberal. Pero al mismo tiempo, cualquiera puede ganarse la vida escribiendo libros si logra venderlos, pero nadie puede alimentarse de las ganancias de la compilación colectiva y altruista de textos virtuales como los blogs o la arbitraria y polémica Wikipedia. Las vicisitudes del “escrilector” No obstante, tales cambios y otros parecidos resultan ser una espada de doble filo. Según el segundo de los lugares comunes de las discusiones de esta problemática, los aparatos de tecnología informática favorecen la activa participación colectiva de los consumidores de tal manera que el acto solitario de leer exigida por una buena obra literaria puede ser percibida como un pobre sucedáneo de otras mucho más sociables y apasionantes. Casi todos los que escriben sobre la Web Gregory 306 aplauden sus ventajas en nombre de una mayor apertura democrática y las oportunidades que ésta representa para todos los usuarios: “El modelo hipermedia lleva implícito un proceso de descentralización que conduce a la desmitificación del texto,” llevando a la creación de un “escrilector” que no sólo elige y lee sino que adapta cada texto a sus propios gustos o necesidades (Vouillamoz 2000: 148 y 173), y a la consecuente borradura de la frontera entre crítico o lector y autor (ver también el optimismo de Lanham 1993). Es quizá el hecho de también ser poeta lo que permitiera a Octavio Paz descubrir con optimismo casi ingenuo la potencialidad hermosa de la poesía de un futuro dominado por nuevas tecnologías cuya evolución él apenas podía imaginar. Rechazando el “fin de la escritura” que vio prevista por Apollinaire junto con el de la tipografía, Paz prefirió seguir las huellas de Un coup de dés de Mallarmé, viendo en “la disposición tipográfica” el “verdadero anuncio del espacio que ha creado la técnica moderna,30 en particular la electrónica…una forma que corresponde a una inspiración poética distinta.” Paz concibió el espacio abierto por la nueva tecnología electrónica—en ese momento todavía en forma embriónica—como un “mundo sin imagen, realidad sin mundo e infinitamente real”, “un ahora en perpetua rotación, un mediodía nocturno—y un aquí desierto. Poblar: tentación del poeta por venir” (Paz 1983: 86, 271, 275-6).31 Lo que Paz no anticipa son los cambios efectuados sobre el acto de leer en sí y la retroalimentación de éstos a la creación literaria, así que hay los que se preguntan hoy hasta qué punto el hipertexto facilita la creación literaria o su apreciación.32 Pese a cualquier duda, tal situación no puede sino subvertir cualquier concepto de literatura que se vaya manejando desde hace siglos ya que parece ser corolario de otra: no tanto el afán de leer sino el 30 Sería posible leer como una larga glosa a esta profecía de Paz el libro de Marjorie Perloff sobre la poesía en una era dominada por otros medios masivos e invasivos (ver Perloff 1994). 31 La referencia a Apollinaire ya estaba en la primera edición de El arco y la lira [1956], mientras las demás vienen del ensayo antológico, “Los signos en rotación”, agregado a la segunda de 1967. 32 Ver, por ejemplo, Kirby 2009, donde el autor ve la supuesta liberación del ‘escrilector’ como espuria (los escritores tradicionales nunca tiranizaban a nadie y la analogía entre secuencia de páginas y autoritarismo es tenue y muy ‘sesentaiochoista’), pero sobre todo, porque, en la práctica, tanto a lectores como a creadores literarios les ha resultado tan complicado utilizar imaginativamente el hipertexto que a partir de 2000 ha habido escaso interés en explotarlo (221-2). ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 307 deseo de ser leído. Zaid cita la estadística de que ya en 1977-8 The New Yorker recibió 40.000 poemas de los que pudo publicar sólo unos ciento cincuenta (Zaid 2010: 78-9), mientras que treinta años más tarde Jean-Claude Carriere cuenta el chiste de dos poetas argentinos que se encontraron en la calle, ambos amenazando leerle al otro un poema que acababa de componer, ninguno de los dos ofreciendo escuchar o leer el de su colega (Eco & Carriere 2010: 259), y en la otra orilla del Río de la Plata el librero Alvaro Risso (de la famosa librería montevideana Linardi & Risso) recurre al fenómeno de la edición de autor para explicar la diferencia entre el porcentaje de lectores que leen poesía (10%) y el alto porcentaje de títulos publicados (37%) dedicados a libros de poemas (Campodónico 2009: 43). Es difícil no estar de acuerdo con Zaid: “Si todos los que quieren ser leídos leyeran, habría un auge nunca visto, porque nunca jamás tantos millones de personas habían soñado con publicar un libro” (Zaid 2010: 80), conclusión aparentemente confirmada por la proliferación de ediciones de autor facilitadas por la computadora y la impresora caseras, de blogs y sitios de Internet dedicados a textos individuales de toda índole, además del antes mencionado número creciente en todas partes del mundo de pequeñas editoriales tradicionales independientes. Un razonamiento similar parece animar la amargura y desencanto con que Gilman, en un nuevo “posfacio” a la reedición de su libro clásico sobre los intelectuales y las luchas revolucionarias en la América Latina de los años sesenta y setenta del siglo pasado, anota la erosión actual de la figura elitista del intelectual: “inmensas mayorías no sólo saben leer y escribir sino que leen y escriben o, más bien, escriben” (Gilman 2012: 395). Como arriba mencionamos, hace años que se suele citar en tal contexto el cuento “La biblioteca de Babel” de Borges como anticipo literario de las realidades y potencialidades de ese recurso virtual que es Internet (ver, por ejemplo, Caietele Echinox 2010), llegando a sugerir Zaid el título borgesiano como nombre del “genoma cultural de la especie humana” (Zaid 2010: 141). Desafortunadamente, a menudo se olvida que los bibliotecarios de Borges se pierden en el laberinto pesadillesco de anaqueles, muriéndose o volviéndose locos sin encontrar lo que buscaban, triste situación extrema casi parodiada por la multiplicación explosiva de blogs y páginas personales que ha convertido lo que se quería un recurso de información en un basurero Gregory 308 no manejable de datos tan numerosos que es imposible abarcar todos los que hay, ni siquiera sobre los temas más específicos, para distinguir los realmente informativos, originales y bien fundados en una investigación seria. Como opina Eco, parece que “hay…un umbral de la información: si no se cruza, la información se percibe; si se supera, la información se vuelve un ruido de fondo,” ya que si “imprimimos todo lo que encontramos, terminaremos inundados de documentos que no leeremos jamás” (Eco en Eco & Carriere 2010: 48 y 51). Incluso en un mercado tan reducido como el uruguayo, periodistas culturales y comentaristas sociales se quejaban en 2007 de un exceso de propuestas no manejable por lectores, productores ni administradores del campo cultural e intelectual (Campodónico 2009: 109-11). Con razón quizás, se preguntó—y nos sigue preguntando a nosotros, sus lectores—un Monsiváis exasperado y desesperado, haciendo otra referencia borgesiana: “¿qué puede Funes el memorioso contra Google o YouTube que ni siquiera tardan un día en recordar un día entero?” (Monsiváis 2007: 82). Por consiguiente, escritores como José Saramago se han visto perversa e irónicamente obligados a recoger en libro impreso versiones editadas de sus blogs para asegurar que se destaquen del montón y se puedan encontrar por los realmente interesados, quienes ahora los pueden comprar debidamente guardados y ordenados (ver Saramago 2009 y 2011, y Gubern 2010: 100 y 108). Abril Trigo resume con jugosa y agria elocuencia las consecuencias para la “labor quijotesca” del “crítico cultural” en América Latina (y en otras partes): Mientras por un lado se le exige un saber tan variado y universal que sería legítimo calificar de neohumanista, por el otro se le obliga a la tarea imposible de estar al tanto de un volumen de información que se expande exponencialmente y a mantenerse a la par de la moda, cuyo ciclo de obsolescencia declara la caducidad de las ideas en períodos cada vez más breves. (Trigo 2000-1: 239) La digitalización de un número creciente de elementos de la vida diaria ha subrayado un rasgo de la experiencia de vivir en esta época cada vez más acentuado desde los años ochenta: los cambios se superponen con tanta rapidez que el concepto del tiempo se va transformando de tal modo que lo que constituye el pasado ahora incluye lo que hace sólo una generación habría sido visto como parte del presente. El pasado se nos está acercando: es actualmente cada vez más ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 309 fácil que cualquier momento deje huella de su presencia fugaz, creando la impresión de que un mayor número de acontecimientos ocurren en cada período de tiempo, por breve que sea, así haciendo borrosa la distinción entre lo importante y lo trivial. Cualquier evento puede despertar cualquier número de ideas o sentimientos en cualquier número de participantes o testigos, motivando a su vez un sinfín de comentarios en Twitter o Facebook, además de sitios enteros. Estos textos-memoria sepultan el acontecimiento dentro de una montaña textual casi inagotable a la vez que ellos mismos se convierten en potenciales documentos históricos. De allí el tono urgente de estas palabras del historiador y politólogo uruguayo, José Rilla: Creo que desde hace 30 o 40 años el mundo se está descomponiendo rápidamente y nuestra relación con el pasado es muy distinta. Ya no nos sentimos tanto parte de él. Hasta lo vivimos con nostalgia, como una cosa que es totalmente otra con la que tenemos poco que ver…ya sea para continuarlo, para corregirlo, para romper con él. (Mantero & Giorgi 2011) Como explica Vicente Serrano, si antes la palabra “antiguo” se refería a acontecimientos, objetos o personas de varios siglos o generaciones atrás, “hoy incluso estéticamente en apenas un lustro apreciamos la misma distancia que antes necesitaba varios de ellos”, en parte porque “la estructura de Internet y del universo que hace posible es una estructura en permanente movimiento y aceleración”, con el resultado de que hasta lo que eran las preocupaciones principales de la postmodernidad ahora han adquirido un barniz de pasado perdido (ver Serrano 2011: 52-3 y 206), de paso creando campos de investigación de tanta pertinencia actual como la llamada historia del presente o del pasado reciente. La combinación de los cambios tecnológicos vertiginosos que “contribuye[n] a borrar la memoria” y el capitalismo con alcance global que ellos mismos posibilitan “nos obliga…a un ritmo insostenible de reorganización de nuestras costumbres mentales” (Eco en Eco & Carriere 2010: 30 y 45), produciendo consecuencias entre tristes y desorientadoras: “la tradición es aquello que vendrá o sobrevendrá, no el punto de partida” (Monsiváis 2007: 36); “un mundo acaba no sólo cuando hay que archivar las repuestas, sino cuando las preguntas que las originaron pierden sentido” (García Canclini 2010: 42). Ya en 1972 Paz había expresado las consecuencias para las artes en términos que progresivamente se aplicaban a todas las áreas artísticas, Gregory 310 intelectuales y científicas: “El fin de la modernidad, el ocaso del futuro, se manifiesta en el arte y la poesía como una aceleración que disuelve tanto la noción de futuro como la de cambio” (Paz 2008: 167). En el prólogo a la reedición en 2009 de su libro sobre Juan Carlos Onetti para homenajear al novelista uruguayo en el centenario de su nacimiento, Ludmer tenía que explicar a sus lectores el contexto literario, teórico e histórico de los años setenta cuando lo escribió: las modas de la crítica literaria cambian tanto y con tanta velocidad como las otras. “El mundo era otro”, observó certeramente (Ludmer 2009: 9). ¿El retorno del escritor literario como experto? Tal drástica aceleración del tiempo es funesto para el escritor literario. Desde la antigüedad y los tiempos bíblicos el tema principal de los grandes libros de la literatura occidental ha sido precisamente los otros libros, aunque sea sólo en el sentido débil de que cualquier obra inevitablemente recuerda otras que la preceden, sobre todo si buscan subvertir el pasado que resumen y sobrepasan.33 Monsiváis sólo confirma en 2006 lo que hemos visto a Steiner temer y anticipar casi cuatro décadas antes: “el desvanecimiento de contextos y de referencias” culturales, religiosas, literarias e históricas “antes seguras” (Monsiváis 2007: 81), lo cual se debe tanto al crecimiento anual de la cantidad de material impreso convencional34 como a la acumulación incontrolable sin filtraje de materiales virtuales en la red mundial (ver Esta es la tesis central de The Sense of an Ending (Kermode 2000), una brillante obra de crítica literaria concebida al principio del período de los cambios examinados en este ensayo y cuya retórica, terminología y bibliografía son penetradas por la misma conciencia apocalíptica que estudia. Un ejemplo no mencionado por Kermode es Rayuela, cuyo personaje Morelli, doppelgänger de su autor Julio Cortázar, sueña con acabar con la novela como forma, mientras que en realidad lo único que se logra es sumar un ejemplo más a lo que ya era una larga tradición que empezó con el Quijote: las novelas que marcan hitos en la evolución del género. En palabras de Kermode, “la historia de la novela es la historia de la antinovela” (131 [trad. de SG]). Esta actitud no es inevitablemente conservadora; es que Kermode todavía no había conocido la orfandad del presente de la que habla Rilla en la entrevista antes citada, aunque hay que decir también que prefiere enfatizar continuidades en vez de rupturas en el epílogo a la nueva edición (181-97). Ver en este contexto el destino de la antipoesía del Nicanor Parra de 1954 en la afirmación del yo hablante convencional en Chistes paRRa desorientar a la poesía/poesía de 1983, y el polémico artículo de Jorge Volpi sobre “el futuro de la narrativa latinoamericana” titulado precisamente “El fin de la narrativa latinoamericana” (Volpi 2004). 34 Zaid (2010: 20) nos informa que se publicaron unos 35.000 libros en los cien años entre 1450 y 1550, mientras que en el mero medio siglo entre 1950 y 2000, aparecieron unos 36.000.000. 33 ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 311 Eco & Carriere 2010: 63-8, 127 y 243). Esta aceleración del tiempo de la historia literaria dificulta la tarea de mantenerse al día con esta tradición, tanto para los escritores como para sus lectores, ya que agrega cada vez más candidatos posibles para incluirse en el canon además de ampliar o variar lo abarcado por el canon (o quizá sea preciso ahora decir los cánones), fenómenos que una Virginia Woolf nunca tuvo que enfrentar en los primeros años del siglo veinte. Esta no tan lenta evaporación de lo que ha sido una tradición vital se debe a una combinación de varios factores. Primero, como ya hemos visto, existe la desaparición de un concepto del pasado lo suficientemente manejable como para permitir la construcción de un sentido histórico que todavía le sea o parezca imprescindible o por lo menos pertinente a la mayoría de los que vivimos en el presente. Segundo, la erosión de la fe en un futuro sostenible ha viabilizado la mercantilización y cuantificación del conocimiento (más sus consecuencias nefastas para las humanidades en la nueva universidad obligada con frecuencia a buscar fondos de patrocinadores no estatales) de tal manera que, como pudieron ver Lyotard y Paz casi medio siglo atrás, una economía consumista y utilitaria de datos fragmentados ha reemplazado una acumulación progresiva del saber ya amenazada por la profesionalización y atomización provocadas por la implacable especialización académica cada vez más necesaria en un mundo donde se expandía exponencialmente el conocimiento técnico en todos los campos. Tercero, la informática y las computadoras han sido progresivamente adoptadas a todos los niveles de la enseñanza desde los cinco años para adelante con el fin laudable de hacer accesible a las mayorías por lo menos un fragmento de la información disponible, pero con el resultado lamentable del desuso de la memoria personal para dar un significado individualizado y estructurado al fluir de datos interminable. Estos tres elementos se han combinado para producir un resultado totalmente negativo para la literatura y sus creadores: el analfabetismo literario. Escribe Monsiváis, airado, que “el mayor enemigo de la lectura no es el culto de las imágenes…sino las catástrofes de la enseñanza pública…privada”: “Se delegan el arte o incluso la burocracia de la memoria a la tecnología, y con ello se relega la antes tan ensalzada capacidad asociativa. Lo inevitable (la ayuda de la Gregory 312 tecnología) mata lo antes valorado (la cultura como memoria a la disposición) (Monsiváis 2007: 50-1 y 74; ver también Zaid 2010: 5760). Hay tantas posibilidades que pueden merecer ser parte de “la historia” que se ha vuelto casi imposible saber con seguridad cómo seleccionar entre todos los disponibles cuáles son los elementos más adecuados o útiles para ser la “memoria” personal como parte viva e individualizada de una tradición. Es tan fácil como erróneo condenar como ignorancia las lagunas que resultan, ya que son producto de procesos que con la nueva tecnología digital rápidamente alcanzan un estado crítico aunque se vienen dando desde hace muchas décadas. Aun en series editoriales tan responsables y respetables como ‘Penguin Modern Classics’ o ‘Letras Hispánicas’ de Cátedra (ésta incluye ediciones anotadas, con introducción contundente y bibliografía secundaria, de novelas contemporáneas como Rayuela, Los cachorros [Vargas Llosa], De donde son los cantantes [Sarduy], La región más transparente [Fuentes] y Tres tristes tigres [Cabrera Infante]), hace mucho que los “clásicos” se vuelven cada vez más “modernos.” Antes se podía explicar todo en notas a pie de página o depender de lectores entrenados en la academia para explicarle los secretos de un código cada vez menos compartido a los no adeptos en descifrarlo (hace ya casi un siglo, La tierra baldía de Eliot fue la primera gran obra vanguardista que encaraba o ironizaba estas opciones, y Joyce se regocijaba de escribir de tal manera que diera trabajo a centenares de estudiantes e investigadores del futuro). Leer se iba pareciendo a estudiar. Pero en las generaciones para las cuales la memoria o la historia tiende a ser el banco de datos disponibles en la computadora, hasta el pasado reciente puede ser un espacio vacío o un montaje inútil de datos aislados. Kirby nos relata una experiencia que será cada vez más común: para enseñar en una facultad de letras La mujer del teniente francés (1981), de John Fowles, una novela postmoderna “clásica” de los primeros años ochenta del siglo veinte, se vio obligado a explicar no sólo el contexto del argumento de la novela (Inglaterra a finales del siglo diecinueve) sino el de su producción, porque los estudiantes eran demasiado jóvenes para tener experiencia propia de los problemas planteados por la idea de libertad en un mundo ideológicamente dividido por la Guerra Fría, y nunca se les había enseñado la historia de ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 313 la época anterior a la que les tocaba vivir (Kirby 2009: 46). Por el lado creativo, para un poeta uruguayo actual una lista azarosa de sus lecturas preferidas para la contratapa de un libro reciente suyo se convierten en lo que parece ser la única tradición poética que conoce o reconoce como suya: sin ser muy lector de poesía, me gustan mucho los poemas de Bukowski, los de Carver, las letras de Tom Waits, las del Tussi, la protesta del loco de Calle 13, las descripciones de Montevideo de Nico Barcia, la letra de Monos en la mesa que escribió el Topo, la sensibilidad poética del Martín Batallés, y, ¡pah! a pesar de que me faltan más poetas, y que seguro me estoy bandeando, sigo tecleando. Me pidieron unas palabras para intentar venderle este libro al tipo que se ponga a mirar la contratapa en la librería y creo que tenía que ser más breve para lograr ese objetivo. Pero bueno, salió esto y tá, si quedó muy largo, agarren y pongan simplemente que Este es un libro de poesías, y no nos quemamos la cabeza. (Dalton 2010, negrita en el original). Es normal que nuestras lecturas adquieran un indiscutible tono biográfico, pero lo notable aquí es que el autor parece referirse sólo a lo que las vicisitudes de la vida le han dado de leer en las categorías de poesía o canción. El estilo también da la impresión de querer rechazar cualquier toque de aprendizaje formalmente literario, como si fuera sospechosa la mera idea de hacer una selección personal de una tradición preestablecida y aceptada como acreditada por el autor, a pesar de ser él mismo un poeta practicante. Lo disponible es sencillamente tan abundante y variado que cualquier listado individual no puede ser más que una muestra arbitraria: este joven poeta da por sentado lo que no tiene solución y sigue adelante con lo poco que tiene. En un mundo en que las posibilidades se multiplican junto con las presiones sobre la cantidad de tiempo que un individuo puede dedicarles, cobra mayor peso el viejo dicho pragmático y mercantil que “el tiempo es dinero.” En un estudio de lo que llama “la economía de la atención,” donde busca refundar el papel de las letras y ciencias humanas como principal pilar de la prosperidad en un mundo digitalizado donde los datos virtuales determinan lo real, con razón Lanham empieza enfatizando que la aceleración del tiempo nos impone una optimización de la calidad de atención dirigida a cada objeto (Lanham 2007: 21). Este elemento es fundamental para la apreciación de la literatura ya que si, como argumentaba Zaid (2010: 70-77), el tiempo (y no la adquisición del texto) es el elemento más caro de Gregory 314 cualquier acto de leer, el mayor peligro es intentar leer una obra literaria de la misma manera que uno lee por fines utilitarios en busca de datos de información fragmentados, asimilando lo literario a la categoría de lo informativo.35 Incluso los que elogian y anticipan con placer la contribución futura a la literatura (tanto como creación de textos nuevos como lectura original de las grandes obras del pasado) de una hipertextualidad perfeccionada, suelen olvidar que no se lee la literatura para informarse (tendencia ejemplificada en Lanham 1993 y Vouillamoz 2000). Monsiváis (2007: 83) nos advierte acertadamente, “informar es ya usar a fondo la tecnología, no el idioma”, pensamiento del tipo que anima a Manguel a buscar “un nuevo lector humanista” que sepa reproducir bajo las nuevas reglas del juego lo que daban las viejas condiciones de la lectura tradicional de textos convencionales en estudios y bibliotecas, aunque él mismo no sepa hacerlo ya que, llegado el momento, se retira nostálgicamente con su ejemplar manoseado de El Quijote (Manguel 2011: 316 y 449-65). El ineludible elemento utópico y lúdico de la literatura consiste precisamente en el hecho de que sus verdades se inventen; de allí, aunque incluso a un Vargas Llosa se le puede olvidar (ver Vargas Llosa 2002), las ficciones no pueden ni saben mentir. Pero, como nos recuerda diez años más tarde el mismo Vargas Llosa (2012: 204-212) en un texto tan nostálgico como el de Manguel, las ficciones tampoco pueden apaciguar una sed de datos comprobables. Trigo se queja de que todavía no haya ningún análisis de todas las transformaciones culturales desde 1980 que haya logrado…articular una respuesta a los desafíos de la globalización capaz de aunar, en una visión comprensiva y sistemática, una crítica de la producción (lo económico), de la producción de poder (lo político), de la producción de deseos (lo libidinal) y de la producción simbólica (lo imaginario). (Trigo 2008: 45) Esto parece mucho pedir a una mera crítica cultural (ni un Marx llegó a combinar todos estos elementos) ya que supone superar las limitaciones de la capacidad intelectual de cualquier investigador o comentarista individual, las que ya hemos visto subrayadas por el mismo autor (ver Trigo 2000-1). De una manera parecida, Perús quiere fomentar la “recuperación de una memoria literaria” como parte de un intento más Por lo tanto, es fácil despistarse con las estadísticas aparentemente optimistas sobre el crecimiento de la lectura en general. Ver Zuazo 2011: 37. 35 ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 315 amplio de “recuperar y potenciar una memoria histórica y cultural” donde “las obras artísticas tanto como las modalidades de lectura…vuelvan inoperante cualquier analogía con la actual noción de consumo,” con el fin general de “examinar las figuraciones de los muchos ‘otros’ de la cultura latinoamericana” (Perús 2009: 15 y 27). La principal dificultad con tales enfoques, a mi juicio, es que invierten lo que parece ser el verdadero orden de prioridades en la realidad social tanto latinoamericana como en otras partes del mundo, sin importar mucho el nivel de desarrollo ya conseguido. La incidencia distorsionante del imperialismo cultural y del neoliberalismo económico globalizado en los países en vías de desarrollo es innegable. Sin embargo, parecen ser factores de segundo plano, ya que todo indica que la redistribución igualitaria de los bienes sociales, la nacionalización de los modos de producción y una democracia auténticamente participativa no van a impedir que los gobiernos y los pueblos aprovechen con alacridad todas las nuevas tecnologías digitales para profundizar y acelerar las transformaciones que quieran implantar. La censura y la represión parecen ser los únicos modos de detener el acceso generalizado a los beneficios de esta etapa de la modernización industrial, suponiendo que el producto de tales cambios es el enriquecimiento gradual y general y no simplemente un empobrecimiento redistribuido. Si estas observaciones son correctas, sea lo que sea su organización y modo de gobernarse, a la larga (y probablemente más bien temprano que tarde), cualquier sociedad va a experimentar las consecuencias de las presiones a las que ha sido dedicada la mayor parte de este ensayo: el exceso de información disponible, la aceleración del tiempo, la consiguiente intensificación del presente y futuro y la progresiva desaparición incluso del pasado más reciente, además de las limitaciones de un alfabetismo funcional generalizado por y para la inevitable división de trabajos cada vez más especializados y técnicamente más sofisticados.36 Todo lo cual sugiere que no es sólo el lugar asignado a la literatura por el mercado capitalista mundial lo que la condena a jugar 36 FCForum, por ejemplo, busca impedir que las compañías editoriales multinacionales logren hacer aplicar las leyes de copyright vigentes a los bienes culturales en Internet, a fin de conseguir una redistribución más equitativa de las ganancias entre autores, productores y distribuidores, pero nada dicho allí afecta en lo más mínimo los cambios efectuados por la tecnología digital en sí. Ver http://www.fcforum.net/es/ (accedido el 20 de marzo, 2012). Gregory 316 un papel menor en la organización social del conocimiento y de la cultura. Cuando Perús (2009: 25 y 27) ataca duramente el elitismo intelectual implícito de Angel Rama, y Beverley (2011: 20, 67 y 89), condena el “neoarielismo” de Beatriz Sarlo y otros por darle a los intelectuales literarios un papel privilegiado en la tarea de cualquier sociedad de entenderse y explicarse a sí misma, corre el riesgo de negarle a la literatura un lugar legítimo aunque limitado en una nueva distribución y resignificación de las formas culturales. Es por eso que las soluciones propuestas o buscadas por Trigo, Perús o Beverley se parecen mucho más a programas sociológicos, antropológicos o políticos que literarios. Aunque el precio de adherirse al olimpismo aristocrático de Steiner en formaciones sociales y culturales que lo rechazan se puede medir claramente en el tono entre nostálgico y defensivo de críticos filosóficos como los argentinos Tabarovsky—para quien “la debacle es tal, que Steiner, un pensamiento conservador, en el filo de lo reaccionario, pasa aquí como un ensayista fino, sutil y hasta provocador” (Tabarovsky 2011: 62)—y Ricardo Forster (2011: 13-56), Vázquez Montalbán (1998: 159, 163, 174 y 177-9) demuestra con mayor lucidez que una lectura analítica de su contribución puede ser útil en la evaluación del potencial de la literatura en el mundo del siglo veintiuno. La clave del asunto parece ser la despolitización del concepto de elite para que los escritores literarios, los lectores y críticos de la literatura que escriben puedan formar una minoría especializada a la que se juzga según los resultados de su trabajo, de la misma manera que se evalúa a cualquier otro grupo de especialistas o técnicos. Aun en la universidad republicana ideal que tanto ansía, Perús (2009: 19) admite que será necesario “enseñar a leer” el “legado histórico-literario,” y en las circunstancias actuales, es difícil ver que los que sepan hacer tal tarea especializada puedan ser otra cosa que una minoría meritoria debidamente entrenada y examinada por otros peritos de mayor experiencia en la materia. Y esto no es nostalgia sino el reestablecimiento de la prominencia de esta mezcla de conocimiento, empoderamiento y capacitación que Kirby (2009: 241-5) llama en inglés “competente,” progresivamente erosionado en un sistema de enseñanza superior dominado por los valores pragmáticos e utilitarios de una ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 317 economía de mercado.37 Los expertos literarios deben ser reconocidos, remunerados y honrados como cualquier otra categoría de técnicos, en lugar de ser condenados por ser un peligroso grupo no confiable de intelectuales privilegiados, marginados por ser dotados de inteligencia, conocimiento y sensibilidad estética. En cuanto a la creación literaria, al redactar el borrador de este párrafo, me llegó a las manos el anuncio de un “congreso literario” sobre “Escribir/La escritura [“Writing”] en una era digital”, el 8-9 de junio de 2012.38 Organizado por una empresa comercial (The Literary Consultancy [El Consultorio Literario]), dedicada a fomentar la publicación, venta y distribución de libros de toda índole. Incluye sesiones sobre el uso de la tecnología digital y las redes sociales en la producción y difusión del libro tradicional y electrónico. Sin embargo, también promete paneles sobre los cambios efectuados por las nuevas tecnologías en áreas anglohablantes no metropolitanas, y sobre la invención o revisión de formas literarias posibilitadas por la digitalización (con la ayuda de otra empresa comercial, The Literary Platform [El Soporte Literario]).39 Celebrado en Londres, uno de los centros de la economía editorial globalizada, patrocinado y organizado por empresas abiertamente comerciales, este encuentro nacional y globalizante parece ser sólo una muestra más de la transformación de proyectos y obras intelectuales y artísticos en meros vehículos de comercialización competitiva o turística denunciada por Lipovetsky & Serroy (2010: 114-20). Sin embargo, como cualquier proyecto comercial, para cumplir con sus propios objetivos, este congreso tiene que estar abierto para todos, siempre que entiendan inglés y puedan pagar el costo de inscripción (bastante alto: unas 300 libras inglesas) y del viaje a Londres. O sea, al lado de lo eminentemente comerciable siempre hay fisuras por donde se puede colar lo que no se vende tan estrepitosa y Kirby no lo admite, porque su libro argumenta que el “digimodernismo” es el sucesor legítimo de un postmodernismo ya muerto y enterrado, pero lo que propone es la inversión del mismo proceso que hemos visto correctamente diagnosticado y anticipado por Lyotard en La condición postmoderna de 1979. 38 London Review of Books, vol. 45, núm. 5 (8 de marzo, 2012): 22. 39 El programa completo está disponible en www.literaryconsultancy.co.uk (accedido el 19 de marzo, 2012). Se subraya el multiculturalismo conservador inglés en la sesión plenaria que abre el evento, a cargo del novelista inglés Hari Kunzru. 37 Gregory 318 abundantemente. Cuando se domina lo más rentable, “el interés por lo no comercial” adquiere valor por ser desinteresado, a la manera de una vocación religiosa, lugar de paradójica eminencia marginal ocupado tradicionalmente por la poesía (Monsiváis 2007: 49 y 42). Más allá de tal lirismo convencional, quizá haga falta no sólo una literatura “postautónoma” que absorba o utilice los desencantos de la ciudad no tan letrada y el mundo virtual de la tecnología digital (cuando sea necesario), sino también una literatura post-teórica que reconozca y haga suyas las críticas al capitalismo globalizado en vez de ser seducida por él, rechazando las tentaciones de las retóricas que hechizan para penetrar en lo que va siendo progresivamente la vida cotidiana de todos (Ludmer 2010: 18 y 154-6). Será difícil que el lugar de la literatura vuelva a configurar el círculo encantado pero elitista de una Virginia Woolf de principios del siglo veinte o el papel políticamente liberador de un Sartre de plena Guerra Fría soviética y estadounidense, aunque hasta en 1994 el Subcomandante Marcos de los insurrectos zapatistas de Chiapas tomara su nombre clandestino de un personaje de El cumpleaños de Juan Angel (1971), novela en verso de Mario Benedetti, dedicado al líder y fundador tupamaro, Raúl Sendic. Hoy en día, parece casi inevitable que la literatura sea campo de acción o vocación sólo de una minoría cada vez más reducida de adeptos profesionalmente preparados y que sus productos tengan que competir entre otros proyectos culturales todavía ni siquiera imaginables, en un mundo donde sea cada más fácil que cualquier persona con recursos para comprar un celular con los programas y aplicaciones más recientes pueda rodar su propia película con efectos especiales. A mi juicio, es en tales circunstancias que va a tener que sobrevivir cualquier escritura que, como el “poema venidero” de Paz, “suscit[e] la imagen de una ceremonia: juego, recitación, pasión (nunca espectáculo)”, y que “afirm[e] que entre el pasado abigarrado y el futuro deshabitado,” la literatura (y no sólo la poesía) “sea el presente” (Paz 1983: 281, énfasis en el original, y 2008: 172). Utilizando el soporte o medio que sea, sólo si se logra alguna proeza de tal envergadura, serán compatibles las dos premisas contradictorias de J. Hillis Miller con las que empezamos: la literatura está muerta; ¡viva la literatura! ¿Experto, intelectual o ‘escrilector’? 319 Bibliografía Altamirano, Carlos & Myers, Jorge (comps.). Historia de los intelectuales en América Latina. 2 tomos. Buenos Aires, Katz: 2008-2010. Anón. “Virginia Woolf in Praise of the Common Reader”. New York Times (31 de mayo, 1925). Ver www.nytimes.com/books/97/06/08/reviews/woolfcommon.html (accedido el 28 de mayo, 2011). 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