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HISTORIOGRAFÍA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA Entre los paradigmas y los discursos hegemónicos Martín López Ávalos El Colegio de Michoacán, México Introducción Carlos Franqui cuenta que en la Sierra Maestra Celia Sánchez, fue con cada uno de los oficiales rebeldes para pedirles que devolvieran cualquier tipo de documentación relacionada con sus funciones, con el objetivo de resguardar la memoria de la revolución para cuando la historia de ésta se empezara a escribir. A excepción del propio Franqui y Huber Matos, que se negaron a hacerlo, los demás cumplieron con el mandato. Han pasado varias décadas desde entonces y la historia de la Revolución Cubana sigue siendo un proceso en construcción debido, precisamente, a ese intento por resguardar la memoria de la Revolución para escribir su verdadera historia. En este sentido, la Revolución Cubana se ha convertido en un campo político en disputa, no muy ajeno a los acontecimientos sociales que le dieron origen y la conformaron. La escritura de la historia o historiografía se encuentra aquí en un campo minado donde ha de transitar con cuidado debido a esta lógica de campo de batalla que todavía subsiste. El proceso historiográfico de este fenómeno puede estudiarse desde diversos aspectos, pero consideramos pertinente hacer algunas referencias a la lógica de producción de la historia como disciplina, así como las condiciones políticas nacionales e internacionales que permiten el trabajo del historiador para poder revelar las fases o periodos historiográficos de la Revolución Cubana desde su inicio como acontecimiento periodístico hasta su condición de proceso histórico que intenta explicarse. A la par de estos niveles, este tipo de estudios demandan encontrar el sustrato de un discurso político que ordena a la historiografía en su búsqueda por el saber histórico. Es decir, en la medida que se vincule la elaboración de un discurso sobre la historia nacional con la escritura de la misma, cerraremos el círculo de cómo y por qué de la producción historiográfica de un tema determinado. En el caso que nos ocupa, el presente estudio parte de la consideración que la historiografía en torno a la Revolución Cubana se ha convertido en el mayor campo de legitimación que Fidel Castro ha preferido desarrollar a todo lo largo de su carrera política, primero como conspirador revolucionario y luego como dirigente de una revolución y un Estado emanado de ella. La vinculación entre los niveles 45 Martín López Ávalos enunciados anteriormente nos permitirá explicar las redes de producción historiográfica sin importar su origen, ya sea académico, periodístico o incluso político. El trayecto de esta ruta estaría enmarcado por la justificación de la revolución de 1959 en términos del propio desarrollo de la historia nacional a partir del ciclo de revoluciones inconclusas desde el siglo XIX, y que culminaron precisamente en el año anunciado como de inicio de la nueva historia que, a su vez, terminaría por completar lo que las anteriores experiencias revolucionarias no pudieron realizar. Esta historia se completa con un factor externo decisivo como lo ha sido la traumática relación con Estados Unidos, sobre todo en el periodo de la Guerra Fría, vector básico que entrelaza el contexto de las diversas producciones historiográficas. A partir de esta base se instaló la transformación socialista, la cual se ha explicado a partir del carácter de la propia revolución. En sentido estricto, todo esto dio cabida al verdadero debate historiográfico entre las diversas corrientes que se han ocupado de ella, las cuales podríamos dividirlas en dos, los liberales y los marxistas. Una vez acabado el periodo de la revolución como tal, el debate ha seguido ya no en torno al carácter del modelo insurreccional y su impacto e influencia, sino en la evaluación de las estructuras institucionales creadas y echadas a andar en 1975 hasta el colapso del modelo de la Unión Soviética en 1989 que las inspiraba. Ahí dio inicio otra etapa que nos llevaría hasta nuestros días. Existen trabajos de recopilación bibliográfica desde finales de la década de 1960; en este sentido, la historiografía de la historiografía también tiene su camino recorrido: Gilberto V. Fort, The Cuban revolution of Fidel Castro viewed from abroad: An annotated bibliography, University of Kansas Publications, 1969. Jaime Suchlicki, The Cuban Revolution: A Documentary Bibliography 1952-1958, University of Miami, 1968. Nelson P. Valdes and Erwin Lieuwen, The Cuban Revolution. A research-study Guide (1959 -1969), University of New Mexico, 1971. El destacado historiador cubanoamericano Louis A. Pérez Jr., ha incursionado en este tipo de temas y a él le debemos la mayor parte de los primeros estudios: The Cuban Revolutionary War 1953 -1958: A Bibliography, The Scarecrow Press, 1976; “In the Service of the Revolution: Two Decades of Cuban Historiography 1959-1979” Hispanic American Historical Review, 60 (1), 1980; Historiography in the Revolution: A Bibliography of Cuban Scholarship, 1959 -1979, Garland Publishing, 1982; “Toward a New Future, from a New Past: The Enterprise of History in Socialist Cuba” Cuban Studies, vol. 15 (1), 1985; Essays on Cuban History: Historiography and Research, University Press of Florida, 1995. Entre las aportaciones más recientes, aunque centradas en las condiciones de producción de los historiadores cubanos y no tanto en la historiografía temática del periodo de la revolución castrista: José Manuel Aguilera Manzano, “La revolución cubana y la historiografía” Anuario de Estudios Americanos, vol. 65, núm. 1, 2008; Ricardo Quiza Moreno, “Historiografía y revolución: la ‘nueva’ oleada de historiadores cubanos” en Millars, XXXIII, 2010; Laura García Freyre, Historiografía de la revolución cubana 1959 -2002, Facultad de Filosofía y Letras UNAM, 46 Historiografía de la Revolución Cubana 2004, y la compilación de Rolando Julio Rensoli Medina, La historiografía en la revolución cubana. Reflexiones a 50 años, Instituto de Historia, 2010.1 El presente estudio no pretende ser exhaustivo, dado las limitaciones de espacio, y por el abundante material en torno a la Revolución Cubana producido en cincuenta años, tanto al interior de la isla como fuera de ella; el objetivo es mostrar una clasificación que sirva de guía para estudios mucho más profundos donde se puedan establecer las conexiones necesarias para analizar la producción historiográfica en su propia historicidad, como producto de su época, con sus condicionantes y sus geografías institucionales y disciplinarias, para el caso de la academia.2 Por último, es necesario aclarar que la historiografía, a la que está abocado el presente estudio, es la producida fuera de Cuba por una cuestión temática de la organización del presente libro en su conjunto. Lo que presentamos a continuación es apenas un muestrario de la amplia variedad de productos que nos ofrece el tema, sin embargo, consideramos que a partir de tres ámbitos podemos ofrecer un cuadro básico de esta historiografía, que no necesariamente corresponde a una rígida periodización del propio proceso histórico, pues cada una de ellas se desarrollará cruzándose una con otra a lo largo de la temporalidad que ocupa este estudio. Así, tenemos que primero aparecen las noticias como crónicas y entrevistas, además de la fotografía como documento, primero para ilustrar la noticia, pero después convertida al paso del tiempo en documento visual. Aquí están los periodistas, pero sobre todo los primeros ejercicios de memoria y crónica testimonial elaborados por los propios protagonistas de los hechos; de manera temprana, abrieron un rico debate en torno a las particularidades de la nueva realidad cubana en la dinámica descrita arriba. Los reportajes extensos, aparecidos en formato de libro, han sido, y siguen siendo, una de las ramas más frondosas de esta historiografía. Florecen como consecuencia de los primeros reportajes, a los cuales habría que añadir las biografías elaboradas por periodistas como un subproducto del mismo medio. Por último, los libros de viaje de destacados intelectuales también cubren una gama en el mismo sentido. El segundo nivel corresponde a los primeros análisis académicos, tales como historias generales interpretativas, ensayos de todos los tamaños y justificados por diversos motivos, aunque casi todos recayendo en la ideología de la Guerra Fría como alegato (la pugna entre liberalismo y marxismo). En este nivel encontramos las primeras investigaciones aplicadas, 1. 2. En este somero recuento es importante advertir la geografía de la producción historiográfica fuera de Cuba. Destaca obviamente Estados Unidos, sin embargo, el impacto en los países latinoamericanos y España no es menor, véase como ejemplo la “Introducción” de José Antonio Piqueras, Diez nuevas miradas de historia de Cuba, Universitat Jaume I, 1998 y Claudia Wasserman, “Historiografia sobre a revolucão cubana no Brasil” Revista Historia Caribe, vol. 4, núm. 12, 2007. Otros aspectos que se dejarán de lado, pero no por ello menos importantes, son los nuevos vehículos de difusión de la investigación historiográfica, tales como documentales y películas, así como la abundante producción literaria que ha crecido a la par de la que nos ocupa. No sólo se trata de ficción en sí como novela histórica, sino de un híbrido donde se combina la historia con el ensayo, las memorias e incluso la autobiografía. Véase Norberto Fuentes, La autobiografía de Fidel Castro, Ediciones Destino, 2007, 2 v., y Abel Posse, Cuadernos de Praga, Editorial Atlántida, 1998. Esta última dedicada al Che Guevara. Por último, la aparición de los portales web de la internet ha venido a modificar de manera significativa tanto la recopilación de datos como su circuito de distribución de consumo no sólo entre el público lector de historia, sino incluso entre los propios profesionales de la misma. 47 Martín López Ávalos fundamentalmente estudios de caso, emanados de la antropología, la teoría política y la sociología. La declaración socialista de la revolución modificó radicalmente este espacio, pues los autores de izquierda marxista, latinoamericanos y norteamericanos, principalmente, buscaron explicar el fenómeno para entender al socialismo cubano, su génesis y su carácter distintivo, sobre todo, después de la aparición de la teoría del foco guerrillero elaborada por Che Guevara y sistematizada por Régis Debray. Al mismo tiempo, los autores liberales, sobre todo cubanos del exilio, se encargaron de elaborar la réplica de cuándo y dónde la revolución liberal se desvió de su propósito. En el tercer nivel podríamos inscribir a las obras históricas propiamente dichas, la historiografía pura, hecha por historiadores que utilizan y recrean los paradigmas de la disciplina. Basados en la documentación disponible para el investigador,3 además del auxilio de otras ciencias sociales. Este tipo de obras empezó por cubrir el primer segmento de la Revolución Cubana, el de la etapa de preparación insurreccional y sus diversos tramos (Moncada, prisión, exilio, desembarco) y el desarrollo de la Sierra Maestra como teatro de operaciones revolucionarias, sin olvidar la resistencia urbana. Paradójicamente, en este punto la activa participación de Fidel Castro4 asoma nuevamente para discutir la agenda de investigación al aportar nueva documentación sobre el periodo que había permanecido inédita hasta entonces. Retirado formalmente del ejercicio del poder desde febrero de 2008, sus opiniones suelen encaminarse a crear y recrear lo que Celia Sánchez justificaba cuando demandaba a los jóvenes rebeldes de la Sierra Maestra: entregar toda la documentación para escribir “la verdadera historia de la Revolución Cubana”. La historia como discurso del poder La creación de un discurso político hegemónico y su relación con una nueva interpretación de la historia nacional cubana fueron de la mano en la consolidación del propio poder revolucionario, incluso antes de que éste fuera una realidad con capacidad de transformación Fidel Castro dejó planteada su visión de la historia cubana en su célebre autodefensa por el ataque al Cuartel Moncada del 26 de julio de 1953. Conocida como La historia me absolverá, este discurso se convertiría a posteriori en la semilla de un proyecto mucho más amplio, donde se incluiría el papel de la historia. La gestación y la evolución del mismo se fue transformando, de hecho, en los temas de inicio de las primeras investigaciones sobre los antecedentes de la revolución hasta el discurso del 10 de octubre de 1968, pronunciado por el propio Castro para celebrar el centenario de la primera revolución cubana.5 3. 4. 5. 48 No tocaremos un problema fundamental para la historiografía predominante en la disciplina histórica: el acceso a los materiales documentales, pues éstos forman parte una política restringida por el Estado cubano. La victoria estratégica por todos los caminos de la Sierra y La contraofensiva estratégica: de la Sierra Maestra a Santiago de Cuba, ambos de 2011. Véase “En la velada conmemorativa de cien años de lucha (10 de octubre de 1968)” en Fidel Castro, Discursos, I, pp. 60-97. Historiografía de la Revolución Cubana Convertida en paradigma, esta alocución se ha tornado en la piedra angular en la cual la amplia gama de orientaciones historiográficas han tenido que coincidir; a partir de su significado paradigmático se estableció la agenda de investigación que se mantiene con pocas modificaciones hasta nuestros días. Dos son las premisas que la sustentan: la primera tiene que ver con la relación de Cuba con Estados Unidos, pues ésta determina la condición neocolonial de las dos repúblicas liberales; la segunda está relacionada con la interpretación de que la revolución castrista es la consecuencia de una herencia histórica que arranca con el primer intento de independencia en 1868, y continuada en 1895 y 1933 cuando se tuvo la oportunidad de romper con la relación neocolonial que impedía el verdadero desarrollo de la nación cubana. Establecidas las coordenadas básicas de la historia nacional, 1959 se convirtió en la culminación del ciclo histórico de la vida independiente cubana. Y por lo tanto, con “la verdadera” revolución se empezó a construir una nueva sociedad que, a su vez, demandaba establecer una identidad renovada para ser movilizada por una élite política destinada a gobernarla como conclusión de una herencia construida en tres tiempos revolucionarios. Para esta interpretación, todos los cubanos eran víctimas del viejo orden, sin importar etnia, clase o género, de tal manera que un siglo después de 1868 todos convergían en un mismo proyecto: los campesinos sin tierras, los obreros por mejores condiciones de vida, las mujeres por la igualdad de género, e, incluso, los comunistas, quienes simbolizaban la construcción de un mejor futuro, sin exclusiones. La Revolución, la emanada de la Sierra Maestra, sería la encargada de realizar todas estas aspiraciones que representaban a la nación en un proceso de redención del pasado, indigno de recordarse fuera del único aspecto que valía la pena rescatar: la dinámica de rebeldía-revolución de los últimos cien años que da sentido a la historia nacional cubana. Este es un aspecto que varios historiadores han destacado al advertir que Fidel Castro se convirtió, de facto, en el creador de la historia oficial revolucionaria y, por tanto, del Estado nacional. En su discurso conmemorativo del centenario de las guerras de independencia en 1968 crearía la periodización y características de cada una de ellas, señalaba a los héroes que definían a esta historia e implantaba una comparación del pasado republicano o prerrevolucionario donde el presente actual de la revolución rompería con la dinámica de subordinación neocolonial, producida por el capitalismo encarnado por la relación de Cuba con Estados Unidos, para establecer en su lugar la verdadera historia nacional, para rematar con “Nosotros entonces habríamos sido como ellos; ellos hoy habrían sido como nosotros”.6 6. Esta frase sintetiza la naturaleza del discurso hegemónico que derivaría en historiografía nacional. Punto de partida para la labor de los historiadores, ya sea a favor o en contra, pues define la construcción del pasado a partir de la conciencia presente que beneficia el horizonte de expectativas (futuro). Esta conciencia está en formar revolucionarios capaces de actuar de acuerdo a esto. El ser revolucionario define el nuevo estándar, intelectual y ético, del presente, y condiciona la forma de construir el pasado histórico nacional. Para una discusión amplia Cf. Laura García Freyre, op. cit.; Louis A. Pérez, “Toward a New Future…” y José M. Aguilera Manzano, op. cit. Al interior de Cuba, José A. Portuondo, “Hacia una nueva historia de Cuba” Cuba Socialista, núm. 24, 1963, y, sobre todo, “Palabras pronunciadas por el comandante Faustino Pérez” y Julio Le Riverend, “Discurso de inauguración del Instituto de Historia, 28 de enero de 1969” ambos en Inauguración del Instituto de Historia, La Habana, Instituto de Historia, 1969. Tal vez el texto más famoso sobre este punto sea el de Manuel Moreno Fraginals, “La historia como arma” aparecido 49 Martín López Ávalos En el citado discurso de 1968, Fidel Castro distinguía muy bien este propósito: No sé cómo es posible que habiendo tantas tareas tan importantes, tan urgentes, como la necesidad de la investigación de la historia de este país, en las raíces de este país, sin embargo, son tan pocos los que se han dedicado a estas tareas. Y antes prefieren dedicar sus talentos a otros problemas, muchos de ellos buscando éxitos baratos mediante lecturas efectistas, cuando tienen tan increíble caudal para conocer primero que nada las raíces de este país.7 A los años del fervor revolucionario de la década de 1960, le siguieron los años de la institucionalización de las nuevas estructuras políticas y, con ellas, la prolongación de este discurso que se atornillaba a un eje paralelo, el del partido político hegemónico, el Partido Comunista. Aunque fundado en 1965, su Primer Congreso se llevaría a cabo diez años después, y en él se añadiría una nueva variante no prevista en 1968, la conexión con la revolución bolchevique de octubre de 1917, sobre todo con el antiimperialismo como vínculo que haría compatible la propia experiencia nacional decimonónica con la moderna revolución socialista. En el documento central del Congreso, presentado por Fidel Castro, se señaló este paralelismo, pues al referirse a Martí y a Lenin: El uno, símbolo de la liberación nacional contra la colonia y el imperialismo, el otro, forjador de la primera revolución socialista en el eslabón más débil de la cadena imperialista: liberación nacional y socialismo, dos causas estrechamente hermanadas en el mundo moderno. Ambos con un Partido sólido disciplinado para llevar adelante los propósitos revolucionarios, fundados casi simultáneamente entre fines del pasado siglo y comienzos del actual.8 Esta vinculación con la experiencia soviética no durará más allá de la disolución de la propia URSS en 1989. Sin embargo, y pese a ello, el discurso de liberación nacional seguirá planteándose. Si bien la Guerra Fría condicionó la mirada para ver la experiencia cubana en términos binarios de liberalismo versus socialismo, una vez superado dicho contexto la premisa básica de la historia cubana sigue manteniéndose, ahora en un mundo unipolar con mayores peligros y acosos por parte del mismo imperialismo norteamericano. El nacionalismo se ha tornado en la única fuente de reivindicación en el nuevo contexto de relaciones internacionales globalizadas. 7. 8. 50 originalmente en Casa de las Américas, núm. 40, 1967 y reeditado en La historia como arma y otros estudios sobre esclavos, ingenios y plantaciones, 1983. Fidel Castro, op. cit. “Porque la Revolución es el resultado de cien años de lucha, es el resultado del desarrollo político, de la conciencia revolucionaria, armada del más moderno pensamiento político, armada de la más moderna y científica concepción de la sociedad, de la historia y de la economía, que es el marxismo-leninismo: arma que vino a completar el acervo, el arsenal de la experiencia revolucionaria y la historia de nuestro país”. Informe Central del I Congreso del Partido Comunista de Cuba, 1990. Historiografía de la Revolución Cubana La historia como noticia Los reporteros fueron los primeros en dar testimonio de lo que sucedía en Cuba cuando el grupo sobreviviente al desembarco del yate Granma dio señales de vida. Se iniciaba la primera batalla de la revolución: el de la información en los medios de comunicación, curiosamente no en el medio nacional dada la censura de información que el gobierno de Fulgencio Batista ejercía sobre la prensa cubana, sino en los medios internacionales,9 cuando éstos vieron en la experiencia cubana un acontecimiento digno de ser noticia narrada y fotografiada para un público fuera del contexto nacional donde se producía. Este tipo de material tiene que explicarse por el contexto mismo que lo produce, por un lado, como reflejo de una nueva rebeldía en el mundo de la posguerra y la Guerra Fría, “enviando el viento de una nueva rebelión a nuestros pulmones” como diría H. Matthews, entusiasta cronista de estos momentos. La noticia se vuelve la primera crónica y testimonio temprano de la heroicidad de un puñado de valientes, defendiendo a un pueblo azotado por una dictadura. Desde las montañas del oriente de la isla, la Sierra Maestra, las crónicas se irán sucediendo para llenar el espacio periodístico norteamericano y latinoamericano. Por tanto este segmento tiene que dividirse en dos periodos, el primero, dedicado a la insurrección de la Sierra Maestra y los primeros años signados por las coyunturas más significativas: Playa Girón, la Crisis de los Misiles, la muerte del Che. El segundo, a partir del proceso de institucionalización y hasta la desaparición de la Unión Soviética y el inicio del periodo especial donde los reporteros esperaban narrar la caída del régimen; podríamos añadir uno más desde 2006 cuando el deterioro en la salud física de Fidel Castro abrió un nuevo espacio para obtener lo que muchos buscaban como la primicia de su muerte. Como una prolongación del mismo, es necesario advertir que han sido los periodistas los que empezaron a manufacturar un espacio historiográfico tradicional para la disciplina, como lo es la biografía. Dos figuras llenan casi todo este rubro, Fidel Castro y Che Guevara, en menor medida Camilo Cienfuegos, aunque recientemente han aparecido ejercicios biográficos en torno a Celia Sánchez y Vilma Espín. En el primer tramo, la crónica de la insurrección, el primero de la lista es Herbert L. Matthews respetado periodista del New York Times, miembro de su Consejo Editorial y especialista en temas latinoamericanos, y con reconocida experiencia por haber cubierto la Guerra Civil española. Curiosamente se encuentra en ambos lados de la moneda, fue el primer reportero internacional en estar en la Sierra Maestra y uno de los primeros biógrafos de Fidel Castro.10 Después de él, el desfile de reporteros para cubrir la insurrección fue liderado 9. Esta política continuará dado el interés estratégico que Fidel Castro puso en los medios internacionales, promoviendo las visitas de periodistas e intelectuales; la fascinación de estos últimos es otro capítulo interesante que ha dejado mucho material escrito. Al respecto, dos textos han venido a aportar nuevas vertientes para mirar la política de los años 1960, Kepa Artaraz, Cuba and the western intellectuals since 1959, 2009, e Iván de la Nuez, Fantasía roja: Los intelectuales de izquierdas y la revolución cubana, 2006. Otro ejemplo estaría en Ángel Esteban y Stéphanie Panichelli, Gabo y Fidel. El paisaje de una amistad, 2004. 10. Su reportaje en el New York Times apareció en febrero de 1957 y se convertiría en un sonado éxito de propaganda revolucionaria. Al ritmo de “Una campana dobló en Sierra Maestra” Matthews iniciaría el largo idilio de la Revolución Cubana no sólo con la 51 Martín López Ávalos por latinoamericanos: Carlos María Gutiérrez, periodista uruguayo enviado por el semanario Marcha de Montevideo, publicó Sierra Maestra y otros reportajes en 1967, en cuyo análisis observaba que el mérito de Fidel Castro está en haber propiciado la insurrección como punto de partida para la transformación del país. Le siguen Manuel Camín, del diario mexicano Excélsior,11 Ricardo Bastidas (Ecuador), y Enrique Meneses, periodista español del París Match, quien cubrió el secuestro del campeón de automovilismo Juan Manuel Fangio y las primeras fotos de la Sierra Maestra como escenario revolucionario. Sin embargo, el más emblemático de todos ellos sería Jorge Ricardo Masetti, pues de reportero se convertiría en conspirador revolucionario siguiendo los pasos del Che Guevara. En su libro Los que luchan y los que lloran, 1958, Masetti realizó una crónica pormenorizada de los problemas y acontecimientos que envolvieron su aventura periodística en la Sierra Maestra, y la asimilación que posteriormente se forjó en él sobre lo vivido. Enviado de la estación de radio argentina El Mundo, los relatos recogidos en su libro forman parte de las transmisiones radiofónicas que, paradójicamente, no se pudieron escuchar en Argentina pero sí en varios países latinoamericanos. Destaca, desde el principio, su admiración al ver el tipo de organización que se estaba llevando a cabo en los frentes guerrilleros de la Sierra Maestra, tal fue el caso de la organización de la reforma agraria en las tierras liberadas por el Ejército Rebelde repartidas entre los campesinos, y distribuidas de acuerdo a las necesidades de cada familia; así como otras cuestiones relevantes como la aplicación de un sistema judicial, inexistente hasta entonces en las montañas cubanas; la creación de escuelas, fábricas de armas, zapaterías, panaderías, y toda una nueva realidad para una población olvidada y marginada de los beneficios de la economía existente hasta ese momento en Cuba. Otros ejemplos de crónicas que anticipaban las transformaciones que se venían, podemos encontrarlos en esta muestra: Rafael Otero Echeverría, Reportaje de una revolución; de Batista a Fidel Castro, 1959, que contiene una investigación histórica desde el asalto al Moncada hasta los primeros días de la revolución, y Fernando Benítez, La batalla de Cuba, 1960, donde se narra la caída del régimen de Batista y los primeros meses de la revolución. Al final se incluye un ensayo histórico sociológico de Enrique González Pedrero, “Fisonomía de Cuba”. Empero, paralelamente también se publicaron visiones opuestas donde el énfasis estaba en la postura que se asumía frente al peligro comunista. Irving Peter Pflaum, Tragic island; how communism came to Cuba, 1961, presenta sus impresiones sobre el futuro de Cuba atestiguando el ascenso de los comunistas en el régimen, luego de tres visitas a la isla (1958, 1959 y 1960), y Jules Dubois, Fidel Castro ¿dictador o liberador?, 1959, que si bien refleja un muy buen oficio como reportero de los primeros años de la revolución por el manejo de abundantes prensa sino con diversos intelectuales del mundo occidental. Para él, la insurrección era una causa digna por la democracia en América. Su fascinación por la nueva Cuba que percibió en 1957 lo llevaría a escribir un par de monografías históricas (The Cuban History, 1961 y Cuba, 1969) y la biografía Castro. A Political Biography, 1969. La antítesis de la postura de Mattews fue la de Jules Dubois, reportero del Chicago Tribune y también biógrafo temprano del mismo líder cubano. Otros reporteros norteamericanos en la Sierra Maestra fueron Homer Bigart y Roy Brennan. 11. Las notas de Manuel Camín se publicaron del 23 de marzo al 3 de abril de 1958. 52 Historiografía de la Revolución Cubana documentos y entrevistas a los actores del proceso, también es una muestra del sutil manejo del anticomunismo como política de información. Lee Lockwood, Castro’s Cuba, Cuba’s Fidel, 1969, se presenta como la experiencia de un periodista norteamericano en la Cuba castrista; antecedente de la siguiente generación de reportajes extensos que buscan mostrar una fotografía de la sociedad, tratando de establecer el impacto de las políticas de la Revolución en la cultura cubana. Entre el primero y segundo tramo podemos colocar a los entrevistadores, también reporteros que, fascinados por la figura del gran líder que emergía victorioso de uno de los puntos álgidos de la Guerra Fría, proporcionan una nueva plataforma para difundir las nuevas ideas de la Revolución Cubana. El formato le permitió a Fidel Castro revalorar la experiencia cubana tras cerrar el capítulo de las insurrecciones en América Latina y analizar a los nuevos movimientos sociales, su relación con la religión católica, así como para hacer el recuento de las ausencias y las pérdidas. Gianni Minà, Un encuentro con Fidel, 1988, y Fidel. Presente y futuro de una ideología en crisis analizada por un líder histórico, 1991; Alfredo Conde, Una conversación en La Habana, 1989, y Frei Betto, Fidel Castro y la religión, 1986. Ignacio Ramonet, Biografía a dos voces, 2006, es uno de los últimos ejemplos del formato de entrevista realizados a Fidel Castro. En un segundo tramo encontramos los reportajes que intentaron anticiparse a los acontecimientos, una vez que la Unión Soviética dejó de existir como Estado nación, y que auguraban la caída del castrismo y su principal figura, como había sucedido en Europa del Este. El texto más ilustrativo de esta tendencia es el de Andrés Oppenheimer, La hora final de Castro. La historia secreta detrás de la inminente caída del comunismo en Cuba, 1992. El subtítulo no deja nada a la especulación, y le sigue el de Román Orozco, Cuba roja. Cómo viven los cubanos con Fidel Castro, 1993, que en cierta medida mantiene el interés sobre Cuba al ofrecer un retrato de vida cotidiana, y desde el punto de vista del autor, entre más contradictoria mejor. Sobre el último tramo, el retiro político de Fidel Castro, Ann Louise Bardach, Sin Fidel. La casi muerte del comandante, sus enemigos y la sucesión del poder en Cuba, 2012, nos ofrece la crónica de los últimos años de la vida política de Castro como epílogo de más de dos décadas de confrontación con Estados Unidos, al mismo tiempo que plantea los posibles escenarios tras la muerte del comandante. Por último, es necesario mencionar a los biógrafos desprendidos desde el propio periodismo. Entre la abundante fuente de títulos sobresalen dos, aun hoy día. Tad Szulc, Fidel un retrato crítico, 1987, y Jon Lee Anderson, Che Guevara una vida revolucionaria, 2006. Ambos trabajos en torno a las dos figuras principales de la Revolución Cubana ocupan una gran documentación desconocida, ya que muy pocos historiadores han tenido acceso a ella, lo mismo que a entrevistas con personajes clave en momentos precisos. Las biografías sobre Fidel Castro son, como él mismo se ha encargado de decirlo consentidas en el entendido que se 53 Martín López Ávalos guarda su opinión para disentir en el momento que lo considere pertinente.12 El asunto refleja una de las grandes asignaturas pendientes de esta historiografía, como es el acceso a las fuentes documentales primarias, no sólo para las biografías sino para cualquier tema que el historiador considere relevante estudiar. En Cuba, el acceso a este material es un asunto político, donde el investigador depende de decisiones que no necesariamente coinciden con un genérico derecho a la información. En cierta medida la desaparición de los países socialistas de Europa del Este ha permitido ampliar el acceso a este tipo de materiales resguardados en sus archivos nacionales, por lo menos en lo que respecta a sus relaciones con Cuba.13 La historiografía académica La Revolución Cubana apareció en el horizonte académico con la urgente necesidad de explicarla, sobre todo en el contexto bipolar de la Guerra Fría; hasta entonces no se tenía noticia de una revolución nacionalista devenida en socialista, razón por demás importante para su análisis.14 Los acontecimientos que siguieron a la declaración socialista de la revolución: la invasión a Playa Girón y sobre todo la Crisis de los Misiles, remarcarían la urgencia. La historiografía académica hizo frente con estudios de caso, los más importantes provenientes de las ciencias sociales, así fue como politólogos, antropólogos y sociólogos disputaron el camino, animados por los buenos deseos de encontrar un caso novedoso sobre el cambio social y económico o, de plano, descubrir las debilidades del modelo para combatirlo. Dos paradigmas: liberalismo y marxismo, como reflejo de la propia Guerra Fría, entronizarían los análisis producidos, independientemente de su origen institucional. Al igual que en el apartado anterior, las etapas por las que transitan se explican por las coyunturas y los ciclos establecidos, como la institucionalización y la desaparición del bloque socialista de Europa del Este y la entrada del llamado periodo especial y el retiro político del propio Fidel Castro en 2008, con la salvedad de que 12. La referencia dicha a una de sus más recientes biógrafas, Claudia Furiati, Fidel Castro. La historia me absolverá, 2003; el título del original en portugués indica la advertencia: Fidel Castro: uma biografia consentida, 2001. Che Guevara también ha sido uno de los objetos de esta corriente biográfica de la última década, la producción sigue dividida en torno al papel del héroe y la dimensión de la obra revolucionaria. Véase Jorge Castañeda, La vida en Rojo, 1997; Paco Ignacio Taibo II, Ernesto Guevara también conocido como El Che, 1996; Pacho O’Donnell, La vida por un mundo mejor Che, 2003. Dentro de la misma línea pero con un formato experimental, Simon Reid-Henry, Fidel & Che. A revolutionary frendship, 2009. 13. La interesantísima biografía del periodista alemán Volker Skierka, Fidel, 2002, es una muestra de las nuevas oportunidades de esta apertura y acceso a los nuevos archivos nacionales en Rusia y Alemania, por lo menos. 14. Theodore Draper, Castrismo teoría y práctica, 1965, advertía esta circunstancia de que ante el vacío de estudios de corte académico, el análisis sobre Cuba fue llenado por los periodistas de la mejor manera en que se entendía la función de la comunicación, con entrevistas, viajes in situ, para recoger opiniones caleidoscópicas, etc. Debido a la naturaleza misma de la disciplina histórica el autor cuestionó la imposibilidad de ocuparse de los acontecimientos inmediatos: “la revolución cubana ya es demasiado vieja para que los periodistas puedan comprenderla en su totalidad y no es bastante vieja para que los historiadores la estudien por partes. Pero estamos metidos en ella y debemos intentar comprenderla con los materiales que tenemos a la mano y que seguramente resultarán inadecuados dentro de diez o veinte años. No es demasiado temprano, sin embargo, para iniciar la transición del periodismo a la historia”. 54 Historiografía de la Revolución Cubana los estudios propiamente históricos son producidos en el último tramo y están dedicados a la etapa insurreccional (1953-1958). Otra característica que vale la pena marcar es la producción hecha por académicos de origen cubano pero formados en Estados Unidos, que lejos de mantener una postura revanchista han venido a renovar el examen de cómo miramos a la historia contemporánea de Cuba. En buena medida gracias a su labor el concepto cuban studies se ha afianzado como parte de los estudios de área sobre América Latina en la academia de Estados Unidos. Los marxistas de todo tipo, y de todos lados, tuvieron que tropicalizarse para tratar de entender al modelo cubano. En primera instancia, la experiencia cubana no se consideraría un modelo para la izquierda hasta su transformación socialista en 1962. Como producto de la Revolución Cubana, empezaría a desarrollarse una Nueva Izquierda en América Latina, que modificaría las prácticas de lo que se consideraba de izquierda y definidas en algunos casos como nacionalistas o juveniles católicas, y que buscaban como objetivo político amplio y general la liberación nacional. Empero, la relación de la izquierda socialista con la Revolución Cubana resultó temprana por los debates intelectuales que provocaron entre los diversos aparatos políticos de las organizaciones de izquierda y los espacios de pensamiento de izquierda como las revistas y otros foros sociales.15 En el contexto cubano, la aparición de los escritos del Che Guevara no puede desligarse de las necesidades políticas del naciente grupo en el poder en su afán por definir las características del nuevo aparato político de la revolución. Primero, en contra del propio Movimiento 26 de Julio y, posteriormente, contra el Partido Socialista Popular (PSP), que había sido su aliado reciente. En este sentido, la aparición de la interpretación de que el Ejército Rebelde había sido la parte fundamental del esfuerzo revolucionario, coincidió con la radicalización hacia el socialismo y el abandono de la estrategia de huelga general. Así, la publicación de Guerra de Guerrillas del Che Guevara empata con la aplicación de la primera reforma agraria y el avance en los altos cargos de los oficiales formados en las batallas de la Sierra Maestra. Aunque el propio Che advertía que la experiencia cubana no debería ser asimilada acríticamente, por lo que debería verse a la luz del estado de derecho disuelto por una dictadura, como suponía había sucedido en Cuba con Batista. Al llegar la revolución al primer quinquenio de vida en 1965, la experiencia serrana se convirtió en la parte fundamental del nuevo discurso hegemónico que sirvió para alimentar el debate interno con el PSP, y en cuyo contenido la insurrección se puso al frente como motor revolucionario en contra del etapismo promovido por el marxismo de los partidos comunistas latinoamericanos. La aparición de Régis Debray 15. Un capítulo importante de este espacio lo desarrollan los marxistas norteamericanos de Monthly Review. Paul A. Baran publicó en 1961, Reflections on the Cuban Revolution, al mismo tiempo que la revista se hizo eco de un rico debate desde diversos ángulos del marxismo, véase, por ejemplo, Adolfo Gilly, “Cuba en octubre”, octubre de 1964, y, posteriormente, reeditado en su obra Por la senda de la guerrilla, por todos los caminos 2, 1986. 55 Martín López Ávalos como escritor revolucionario en 1967 con ¿Revolución en la revolución?,16 cerraría la pretensión cubana de equiparar su experiencia con una teoría revolucionaria. Con Debray, el foco resulta una vanguardia marxista que debe prescindir del partido político por elementales cuestiones de seguridad. Al mismo tiempo, la fundación de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), promovida desde La Habana, se mostraría como el modelo que los demás revolucionarios deberían seguir. Sin embargo, un año después las condiciones regionales dieron un giro que exigió revisar las premisas elaboradas por Guevara y Debray. La más importante, la muerte del propio Che en Bolivia en su intento por mostrar lo correcto de su experiencia revolucionaria; otras cuestiones de geopolítica mundial forzaron a Fidel Castro a mostrarse más cauto, en primera instancia, la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968, y, en segundo término, las variadas experiencias políticas que experimentaron algunos países de la región como Chile y Perú, donde un candidato socialista llegó al poder por medios electorales, para el primer caso, y una junta militar aplicó un ambicioso programa reformista de liberación nacional para el segundo. Aquí se encuentra uno de los capítulos más abundantes en torno al modelo cubano debatido por la izquierda en América Latina y Estados Unidos, dando pie a una historiografía militante17 que buscó afanosamente la validación teórica de la experiencia histórica concreta, o, en otros términos, el desfase existente entre la teoría y la práctica marxista. ¿Cómo explicar la construcción del socialismo en Cuba sin un partido político marxista que lo construyera desde el inicio? Esta situación permitió unificar a una ascendente izquierda inspirada en la Sierra Maestra, y de manera tangencial a los partidos comunistas de América Latina ligados a la Unión Soviética. Sin embargo, la propia dinámica de la Guerra Fría terminaría por dividir a estas partes recientemente unidas. Esta división, paradójicamente, aisló a la nueva izquierda de su ámbito natural, los partidos marxistas, a la vez que reforzó su rechazo con la izquierda nacionalista debido a la polarización que la Guerra Fría introdujo en la región. La creación de la OLAS y su rápida declinación como aparato revolucionario, en parte por el firme rechazo de los partidos comunistas latinoamericanos a sus tesis insurreccionales, dejó como saldo abandonar la discusión del carácter de la revolución para volcarse al desarrollo interno de la isla a partir de 1970, sobre todo al plantear la meta de 10 millones de toneladas de caña para la zafra de ese año, y culminando con el Primer Congreso del PCC en 1975 y la promulgación de la Constitución Socialista un año después. En términos historiográficos, la producción emanada de la izquierda se distingue por elaboradas interpretaciones teóricas con una base empírica endeble. Por su parte, la investigación académica se puede diferenciar, en esta etapa, porque los estudios de caso se ven limitados 16. Publicado originalmente en Casa de las Américas en enero de 1967, el texto integra la segunda parte de Ensayos sobre América Latina, 1969. 17. Vania Bambirra, La revolución cubana: una reinterpretación, 1976, es un buen ejemplo de esta necesidad de explicar el desfase entre la teoría y la práctica marxista, además de criticar el modelo foquista de Debray. Joseph Hansen, trotskista norteamericano, publicó una serie de trabajos sobre la Revolución Cubana como The truth about Cuba, 1960; In defense of the Cuban Revolution: an answer to the State Departament and Theodore Draper, 1961, y The Theory of the Cuban Revolution, 1962. 56 Historiografía de la Revolución Cubana en su interpretación, por su propio objetivo, al no incorporar la comparación que acompañe a la información empírica para valorar y contextualizar. Los primeros en llegar son los norteamericanos, como Charles Wright Mills, con Listen yankee: the Revolution in Cuba, 1960, donde se percibe la simpatía a favor de la experiencia revolucionaria y la advertencia que de no escuchar los reclamos de libertad, Estados Unidos se enfrentará a muchas revoluciones como ésta. Como buena parte de la producción de la izquierda norteamericana, Cuba fue un espejo donde se reflejó el lado corrompido del imperialismo norteamericano pero, al mismo tiempo, las alternativas para superarlo. El antropólogo Oscar Lewis, Four Men: Living The Revolution, 1977, y Four Women: Living The Revolution, 1977, a través del trabajo etnográfico mostró las transformaciones que la Revolución ha realizado entre la población cubana. Las historias generales de Cuba hicieron una interesante aportación con la obra del historiador británico Hugh Thomas, Cuba la lucha por la libertad, 1973, que nos presenta un gran mosaico desde la colonización española hasta el momento mismo del ascenso al poder de Castro en la Sierra Maestra. Obra historiográfica influyente, no deja de inscribirse, por un lado, en el debate en torno a la dinámica de la historia nacional cubana abierto por Fidel Castro, mientras que en otro nivel resulta reactiva a la disputa de la Guerra Fría entre el liberalismo y el marxismo para preguntarse por qué la república liberal propició las condiciones para el advenimiento de una revolución marxista “totalitaria”. A esta interrogante ha tratado de responder un segmento de la producción académica. Tres historiadores de la Diáspora en Estados Unidos, Jorge I. Domínguez, Cuba order and revolution, 1978; Louis A. Pérez Jr., Cuba between reform and revolution, 1988, y Marifeli Pérez-Stable, La Revolución Cubana, orígenes, desarrollo y legado, 1998 (el original en inglés es de 1993), a través de una mirada a las estructuras sociales y económicas en cuanto a la construcción del propio capitalismo cubano y su condición dependiente respecto al norteamericano, y el efecto que esto trajo para la estructura política, señalaron aspectos que por primera vez fueron más allá del discurso liberal básico, coincidiendo en valorar al nacionalismo radical como una fuerza política capaz de dar forma al nuevo Estado cubano. La institucionalidad generada en la década de los años setenta con el Primer Congreso del PCC y la promulgación de la Constitución Socialista en 1976, cambiaría la orientación de los estudios prevalecientes en la década anterior.18 A la par de los primeros esfuerzos por dar una interpretación histórica, vamos a encontrar un espacio dedicado a la evaluación de esta 18. Una publicación fue la encargada de sistematizar esta etapa: Cuban Studies. Fue creada originalmente como un boletín bibliográfico a iniciativa de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, ya en 1970 aparecería con el título de Cuban Studies Newsletter con una periodicidad semestral. Al crecer el proyecto y las necesidades de información, el Newsletter se transformaría en Journal of Cuban Studies a partir de 1975. Coincidiendo con la celebración del I Congreso del Partido Comunista de Cuba, la publicación se trazó el objetivo de estudiar el proceso de institucionalización de la revolución en cada aspecto de la vida social, cultural, económica y política. Esta publicación es uno de los medios académicos de mayor prestigio en los estudios de área. Actualmente es una publicación del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Pittsburg. Para un análisis centrado en los estudios cubanos, véase Damián J. Fernández, Cuban Studies Since the Revolution, 1992, y Jorge I. Domínguez, “Twenty five years of Cuban Studies”, Cuban Studies, núm. 25, 1995. 57 Martín López Ávalos institucionalidad política y al mismo tiempo un abanico de temas de la historia social y cultural como efecto de esa misma dinámica, dejando atrás el análisis del carácter del modelo revolucionario como el único tema posible. Es importante destacar la labor del primer editor (del Newsletter) y director del Cuban Studies, Carmelo Mesa-Lago,19 quien impulsó el debate desde diversas posturas, en torno a las características de la institucionalización y la importancia de Fidel Castro, y el subsidio soviético a la economía cubana; otros debates se focalizaron en el impacto internacional, como las guerras africanas, y en el modelo económico de Cuba, sobre todo en torno al crecimiento y la planificación.20 Resalta el hecho, privativo de la historia como disciplina, de revisar las conmemoraciones, es decir, los estudios dedicados por el décimo, vigésimo y vigésimo quinto aniversario de la Revolución Cubana, como coyuntura de análisis. Sin embargo, este no fue el rasgo distintivo de la producción académica, sino el plantear con este motivo nuevas interrogantes sobre el futuro de la experiencia cubana, es decir, en qué medida es viable mantener el modelo cubano de socialismo no sólo por el bloqueo norteamericano sino también por las modificaciones de la economía internacional. Jean Stubbs, Cuba: The Test of the Time, 1989; Antonio Jorge, et al., Cuba in a Changing World, 1991; Hugh Thomas et al., La Revolución Cubana 25 años después, 1985, son algunos ejemplos21 de esta dinámica que si bien se mantuvo todavía dentro de la visión de la Guerra Fría, previó las interrogantes que se plantearían al final de los años ochenta cuando la Unión Soviética dejó de existir como Estado, y con ella, la lógica política internacional mantenida por el enfrentamiento ideológico entre el liberalismo y el marxismo de las últimas cuatro décadas. Las consecuencias del fin de este ciclo, modificaron las fórmulas establecidas por la Guerra Fría en los regímenes autoritarios, como lo estaban experimentando los países de Europa del Este y las dictaduras de seguridad nacional en América Latina. La transición de los autoritarismos se convirtió en paradigma de investigación de las ciencias sociales, razón por la cual los efectos en la agenda de investigación sobre Cuba no se hicieron esperar. Al igual que los periodistas, los estudios académicos se inclinaron por la predicción de hasta cuándo podría durar el régimen, dando por descontado las posibilidades de sobrevivencia. Al igual que las predicciones apocalípticas aquéllos tampoco funcionaron. Los transitólogos sobre Cuba han tenido que esperar mejores momentos.22 Adriana Hernández, editora, Cuba in the special period: culture and ideology in the 1990s, 2009; Ronald H. Chilcote, The Cuban 19. Por otro lado, la obra del mismo Mesa-Lago es importante mencionarla, sobre todo en torno a la historia económica y las políticas de crecimiento y bienestar social. Citamos sólo una pequeña muestra: Revolutionary Change in Cuba, 1971; La economía de Cuba socialista: una evaluación de dos décadas, 1983; Breve historia económica de la Cuba socialista: Políticas, resultados y perspectivas, 1994. 20. Para esta etapa, véase Andew Zimbalist, Cuban Political Economy: Controversias in Cubanology, 1988. 21. Empero, el texto más emblemático es Irving Louis Horowitz y Jaime Suchlicki (eds.), The Cuban Comunism, que para 2003, año de la onceava edición, se había convertido en una especie de franquicia, cuya finalidad era recordar las advertencias a partir de las coyunturas pasadas en los últimos veinte años. 22. Research Institute for Cuban Studies de la Universidad de Miami, nos ofrece un buen ejemplo de esta tendencia promoviendo eventos académicos y publicaciones. De su fondo editorial, dos muestras: Pedro Ramón López-Oliver, Cuba: crisis y transición, 1992, y S/A, Problems of Succession in Cuba, 1985. 58 Historiografía de la Revolución Cubana Revolution in the 1990s: Cuban perspectives, 1992; Miguel García Reyes y María Guadalupe López de Llergo, Cuba después de la era soviética, 1994. Coincidiendo con estos años, la investigación histórica ha encontrado un espacio de renovación importante. A partir del nuevo siglo, empezaron a aparecer los estudios históricos sobre la insurrección23 y las figuras que la representaron, sobre todo en la resistencia urbana. Samuel Farber, The Origins of the Cuban Revolution, 2006; Manuel Márquez-Sterling, Cuba 1952-1959: The True Story of Castro’s Rise to Power, 2009; Gladys E. García Pérez, Insurrection & Revolution: Armed Struggle in Cuba, 1952-1959, del año 1998; Julia E. Sweig, Inside the Cuban Revolution: Fidel Castro and the Urban Underground, 2002, y Antonio Rafael de la Cova, The Moncada Attack: Birth of the Cuban Revolution, 2007. Conclusión En este somero recuento hemos intentado ofrecer una visión general de las características de la historiografía sobre la Revolución Cubana en alrededor de cincuenta años. No están todos los que son; como en toda compilación, ésta depende de los gustos e intereses del compilador, sin embargo, al establecer el marco histórico que produce a esta historiografía, así como la restricción de no tocar la producción nacional cubana, abarcamos un espacio específico de la producción referida a las relaciones históricas que Cuba mantiene como nación: España, México y Estados Unidos, principalmente. Los núcleos de investigación sobre temas cubanos tienen en este triángulo el mapa donde se pueden establecer las relaciones de comunidades académicas y profesionales abocadas a la historia cubana. Al constituir este mapa, también se tienden los nexos entre las disciplinas sociales y la historia con la problemática interdisciplinaria que definen a los estudios de área. Sin duda alguna podemos decir que los estudios latinoamericanos, en el espacio mencionado, gozan de buena salud en la medida que reflejan la cohesión de una comunidad epistémica que produce y es capaz de reinventarse de acuerdo a las coyunturas por las que ha tenido que adaptarse. Establecimos que las distintas comunidades aceptaron la articulación de un discurso historiográfico nacional como el punto de partida de su propia lógica de producción. Sobresalen dos aspectos, el primero, la revolución como un proceso de largo tiempo que condiciona el tiempo histórico inmediato; el segundo, el impacto del capitalismo norteamericano en la formación de las diversas estructuras del Estado nacional cubano del siglo XX. La conjunción de ambas vertientes explica a la Revolución y, en cierta medida, condiciona sus respuestas en un marco global establecido después de la Segunda Guerra Mundial como lo fue la Guerra Fría. La revolución socialista activa una discusión más allá de los marcos nacionales cubanos para 23. El trabajo clásico sobre el periodo y tema fue el de Ramón L. Bonachea and Marta San Martín, The Cuban Insurrection 1952-1959, publicado en 1974. Poco después aparecería la obra de John Dorschner and Roberto Fabricio, The Winds of December: The Cuban Revolution of 1958, 1980. 59 Martín López Ávalos inscribirse como un debate internacional para la propia izquierda marxista y los liberales de diversos tipos. Una segunda etapa se puede distinguir en los trabajos que buscan la evaluación de la experiencia dentro de un marco institucional en torno a las políticas públicas. El fin de la Guerra Fría cierra una etapa y abre otra, la que vemos actualmente, donde el énfasis se ha puesto en los ejercicios de predictibilidad de los límites de la sobrevivencia. La discusión política ha marcado a toda la historiografía dedicada a la Revolución; ésta se percibe por las posturas tan encontradas que durante las primeras dos décadas hicieron imposible que el marxismo y el liberalismo dialogaran como escuelas de pensamiento, rematando para colmo de males con la presunción pseudocientífica de que el liberalismo es, supuestamente, la única escuela de pensamiento capaz de regular los cambios sociales, tras la quiebra del socialismo realmente existente en Europa del Este. El fin de la Guerra Fría trajo este triste epílogo que está marcando la agenda de investigación actual, sobre todo en los aspectos de los alcances y contenidos de los movimientos sociales, por no decir la completa descalificación de la idea de la insurrección como un ejercicio –paradójicamente– de un derecho democrático. La Revolución Cubana apareció en el horizonte de las revoluciones del mundo postcolonial originadas de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Su importancia se deriva de haberse mantenido no sólo como revolución triunfante sino como experiencia de transformación en ese mundo que convulsionó los marcos estructurales de la Guerra Fría. Fue la primera experiencia latinoamericana que ha trascendido el espacio regional americano para formar parte de este mundo postcolonial de la segunda mitad del siglo XX . Ahí, tal vez, se encontrará la nueva atracción de su futuro historiográfico. 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