Santiago Cuéllar
239
Ediciones Vitruvio
Primera edición, 2019
© Santiago Cuéllar
© Nostrum
C/ Menorca, n.º 44
28009
Madrid
Tel. 91 573 21 86
ediciones vitruvio y nostrum, n.º 1.252
ISBN: 978-84-949763-8-4
Depósito legal: M-2596-2019
LA ALEGRÍA DE PENSAR
He aquí, ordenadas y estilizadas, algunas ideas básicas sobre la
realidad. Se presentan comprimidas, como en cápsulas, para que puedan
asimilarse mejor pero a la vez se mantienen abiertas, como fuentes, para
que provoquen el esfuerzo de pensar y de reflexionar.
¿De dónde ha surgido este ser que ahora está escribiendo y que no
conoce la razón profunda de su existencia? ¿Acaso le está velado el acceso
a la realidad cognoscible y está obligado a permanecer así para siempre?
¿Por qué existe algo y no simplemente nada? Ponerse a pensar, entonces,
es acercarse a un mundo en el que la filosofía y la ciencia por fin
dialogan.
Cuando se examina la historia de las ideas, se percibe un duro
enfrentamiento de dos grandes corrientes adversas que podríamos
simplificar bajo los nombres de espiritualismo y materialismo pero la
nueva ciencia nos ha dado un aviso y nos ha abierto una puerta
suficientemente amplia que nos permite de hecho superar ese
antagonismo. ¿Seríamos capaces de atisbar así un fundamento que
relacione materia, vida y conciencia? Al menos ahora oteamos el infinito
panorama que nos queda por conocer.
Santiago Cuéllar, el autor de este libro, sostiene que la realidad es
irreductible pero que podemos acceder a ella a través de la inteligencia y
de los sentidos. Utiliza el término de Inteligencia sentiente que debemos a
Xavier Zubiri y para animarnos a encontrar la felicidad de pensar nos
ofrece este instrumento valioso que el lector tiene ahora en sus manos.
Se trata de un libro pero no tanto para leer sino para usar, para dejarlo
y tomarlo cientos de veces (239 veces quizá), un libro que se apoya en la
vasta cultura de su autor y consecuentemente en los grandes pensadores
universales. Obra magna, de altos vuelos, que no se limita a la divulgación
pues Santiago Cuéllar se compromete en él y nos ofrece a menudo sus
propias ideas. Se dirige al lector con confianza aunque respetando el usted.
Nos habla desde su condición personal (llega a citar a su suegro) y su
prosa, limpia y eficaz, deja a veces el lenguaje científico y casi nos
permite volar (Silencio, Bienaventuranzas…)
Cuéllar es farmacéutico y se ha ocupado siempre, desde su puesto en
el Consejo General, de la evaluación de la eficacia y la seguridad de los
medicamentos. Se ha atenido por tanto a las exigencias del método
científico y esta actitud rigurosa se plasma en todos sus trabajos. José
Vélez, compañero de promoción que le recuerda en el nacimiento de un
boletín informativo durante los años universitarios, nos trasmite estas
palabras sobre Santiago que reproduzco a continuación pues nos permiten
conocerle mejor, esclarecerle:
A Santiago le gusta sumarse a cualquier proyecto que le parezca
atractivo; lo mismo le da que se hable de farmacología, órdenes de
caballería, coros musicales, números cuánticos o toda faceta literaria o
artística que se roce con la filosofía o la trascendencia del ser humano.
Todo le interesa y se compromete sin fisuras. Por eso, en ocasiones, se
lleva más disgustos de los que merece. Afortunadamente, tiene una
capacidad enorme para volver a intentarlo cuando algún amigo se lo
solicita.
La colección Pharma-ki publicó su anterior ensayo, titulado “El
desafío de la realidad”, por el que Cuéllar fue adoptado como filósofo de
cabecera por la Asociación de Farmacéuticos de Letras y Artes según
escribió en su momento Raúl Guerra Garrido.
Lo sensible es la primera vía de acceso a la realidad pero no presupone
una ruptura con la inteligencia y el razonamiento. Sentimiento y razón
constituyen un entramado inseparable. Cada día se abre ante nosotros un
fantástico escenario y en el fondo, lo que Santiago nos propone es que no
renunciemos a él.
Solo el verdadero conocimiento nos hace conscientes del tamaño de
nuestra ignorancia. ¿Cómo pretender entonces reducirla o ampliarla?
Cuando los físicos nos dicen que el Universo es una inmensa red de
información y que parece estar lleno de intención –podríamos decir de
inteligencia- desde las partículas elementales hasta las galaxias, nos están
animando a superarnos, a seguir adelante, a no detenernos como hombres
y confío en que este libro, tan extrañamente sugerente en definitiva, nos
facilite un camino personal de búsqueda.
José Félix Olalla
A mi nieta Olivia:
Que la luz del conocimiento inunde tus ojos, pero sin llegar
nunca a deslumbrarte. Que tu propia luz ilumine el camino,
alimentada por el latir de tu corazón.
No escuches a los que hablan del destino; tú eres tu propio
destino. Mira lejos, más allá de la línea del horizonte; lo
inmediato siempre desenfoca la visión de la realidad.
Deja hablar a tu corazón cuando la razón te incapacite, pero
recurre a ella cuando el corazón se te desboque.
Comparte tu conocimiento con los demás para que se convierta
en sabiduría y cuando no te consideres en condiciones de
hacerlo, deja que la reflexión – el silencio activo – lo haga
madurar.
Aspira a todo, aunque sea improbable conseguirlo. Nunca
confundas la prudencia con el miedo.
Busca en los demás todo lo que echas de menos en ti;
descubrirás que los demás buscan en ti todo lo que ellos echan
de menos en sí mismos. Comprobarás que todos formamos
parte de un único ser en el que palpita, a veces de forma
subrepticia y extraña, un corazón que mueve el universo desde
el silencio de lo más profundo. Amar y ser amado; ese es el
auténtico milagro del universo que se ha hecho inteligente.
Introducción
239 es un número primo; es decir, un número entero mayor que cero
que solo tiene dos divisores positivos (la unidad y él mismo) o, lo que es
igual, que no puede expresarse como producto de dos números enteros
positivos más pequeños que él. Es decir, 239 es irreductible a elementos
más pequeños que no sean la propia unidad contable.
Algo así representa para mí la realidad: es irreductible a sus
componentes elementales, muchos de los cuales ni siquiera conocemos.
Solo podemos acceder a ella a través de las múltiples puertas que nos
ofrecen nuestros sentidos y nuestra inteligencia, nuestra inteligencia
sentiente en expresión de Xavier Zubiri. Este libro, 239, es una invitación
a la reflexión personal y, en no menor medida, al diálogo enriquecedor con
los demás, nuestros otros yo, sin los cuales nunca llegaríamos a ser
verdaderamente humanos.
Éste no es un libro de respuestas sino de preguntas, aquellas a las que
deberíamos enfrentarnos para poder considerarnos a nosotros mismos
como personas verdaderamente libres. Las respuestas las debe encontrar
cada uno dentro de sí mismo, pero también en los demás.
El número 239 corresponde al número de entradas o epígrafes que
usted podrá encontrar a continuación. Son 239 puertas, como podrían
haber sido 277,232,917-1, el mayor número primo descrito hasta ahora, cuya
simple lectura requeriría varios meses ya que tiene más de 23 millones de
dígitos. Primo o no, ningún número permite describir las infinitas y
complejas formas con que nos relacionamos e interactuamos en una
realidad inconmensurable de la que formamos parte ineludiblemente,
como no basta caracterizar cada una de las neuronas con que cuenta
nuestra corteza cerebral para conocer nuestra mente.
El orden de presentación de las entradas es cronológico; es decir, el
mismo con que fueron elaboradas. Originalmente, pretendía ser alfabético
pero, una vez más, la realidad se reveló contra el encasillamiento y acabó
siendo una ordenación simplemente arbitraria. Una vez finalizado el libro,
he intentado aplicar otros criterios de ordenación pero al final me
parecieron no menos arbitrarios que el cronológico. Si está interesado en
leer las entradas temáticamente, le aconsejo que vaya al índice final
(temático y de autores), donde podrá localizar ordenados alfabéticamente
– esta vez sí – los diferentes términos contemplados en cada entrada. En
cualquier caso, me permito sugerirle que se lo tome con calma y que no
lea muchas entradas de forma continuada. Recuerde que el objetivo es
reflexionar (repensar).
Por tanto, querido lector, empiece usted a leer o deje de hacerlo por
donde mejor le plazca; el orden de lectura es lo de menos; comprobará que
todo converge. Esa es la grandeza y la belleza de la realidad. Y su
permanente desafío.
Índice General
Abnegación, 14
Aborto, 15
Abstracción, 18
Silencio, 20
Aburrimiento, 21
Adaptación, 27
Adolescencia, 28
Agresividad, 29
Alegría, 30
Álgebra, 31
Alma, 34
Altruismo, 36
Amargura, 37
Ambigüedad, 38
Amistad, 40
Amor, 42
Analogía, 43
Ansiedad, 44
Antítesis, 45
Antropología, 47
Aprendizaje, 49
Arte, 52
Ateísmo, 53
Autoposesión, 55
Autoridad, 57
Azar, 58
Belleza y verdad, 60
Belleza y matemática, 62
Bien, 65
Bienaventuranzas, 66
Big Bang, 69
Bioética, 71
Bondad, 73
Caos, 74
Capitalismo, 76
Causalidad, 77
Ciencia: ¿Qué es y qué no es?, 79
Ciencia: el método científico, 82
Ciencia y realidad, 84
¿Qué busca la ciencia?, 85
Prejuicios en la ciencia, 88
El fraude científico, 90
El objeto de la ciencia, 93
Ciencia y filosofía, 96
¿Qué nos hace investigar?, 98
Modelos científicos: de la economía a la química, 100
Ignorancia e Incertidumbre, 104
Veracidad y demostración, 106
Productividad y conflictos de intereses en la ciencia, 109
Curiosidad, 111
Intuición, 114
Verdad matemática, 117
Estética y matemática, 119
Reduccionismo científico, 121
Cerebro, mente y consciencia, 122
Cerebro humano, 125
Cerebro, epigenética y cultura, 127
Cerebro singular, 131
Civilización, 133
Compasión, 135
Complejidad, 137
Comunicación, 138
Comunismo, 141
Consciencia y realidad, 144
Conciencia individual, 146
Conducta, 147
Conocimiento y verdad, 149
Conocimiento y complejidad, 151
Contrato social, 152
Creatividad, 155
Creencia, 157
Cristianismo: fe y razón, 159
Culpa y religión, 162
Cultura y sociedad, 164
Democracia y liberalismo, 166
Democracia y educación, 168
Depresión y tristeza, 170
Desesperanza, 173
Desviación y normalidad, 174
Determinismo, 176
Derecho, 179
Dignidad, 181
Dios… o lo que sea, 182
Diversión… o disfrute, 186
Dogmatismo, 188
Dolor, 190
Drogadicción, 191
Duda, 192
Economía, 195
Educación, 198
Emociones inteligentes, 199
Empirismo, 202
Enseñanza, 204
Entropía e información, 206
Escepticismo, 210
Escritura, 212
Esperanza, 213
Esencia, 214
Espacio, 216
Espíritu, 218
Esquizofrenia, 220
Estadística, 223
Estado, 225
Estética, 228
Estoicismo, 229
Eternidad, 232
Ética, 233
Europa, 235
Evidencia, 238
Evolución, 240
Existencialismo, 244
Falsedad, 246
Familia: matrimonio, 249
Familia: hijos, 252
Fanatismo, 254
Fe y religión, 256
Fe y ateísmo, 259
Felicidad, 260
Filosofía, 263
Física, 266
Formalización y realidad, 268
Fundamentalismo, 272
Futuro, 274
Globalización, 277
Hábitos, 279
Historia, 281
Hombre, 284
Humildad, 287
Humor, 289
Ideas, 291
Identidad, 294
Iglesia, 299
Imaginación, 303
Resurrección (de Jesús), 305
Imperialismo, 308
Impredecibilidad, 309
Inconsciente, 311
Indiferencia, 313
Individualismo, 316
Inducción, 318
Infinito, 319
Injusticia, 321
Inmortalidad, 324
Inspiración, 325
Instinto, 327
Instrumentalismo, 329
Inteligencia, 333
Inteligencia artificial, 336
Investigación, 338
Ira, 340
Izquierda (y derecha) política, 342
Jesucristo (de carne y hueso), 346
Juicio, 349
Justicia, 352
Kénosis, 355
Laicismo, 359
Lectura, 361
Lenguaje, 363
Libertad, 367
Literatura, 373
Lógica, 375
Mal, 379
Marxismo, 382
Materialismo, 385
Memoria, 385
Mentira, 393
Metafísica, 395
Miedo, 397
Miseria y pobreza, 401
Misterio y religión, 404
Mística, 408
Mitos, 410
Moral, 413
Libertad, voluntad, moral, 417
Verdad y moral, 418
Historia y moral, 421
Cultura y moral, 423
Religión y moral, 425
Relativismo moral, 427
Muerte, 430
Nacionalismo, 433
Objetividad, 436
Ocio, 437
Odio, 438
Ontología (El Ser), 441
Opinión, 445
Optimismo (y pesimismo), 447
Orden, 452
Orgullo, soberbia, vanidad, 454
Paciencia y templanza, 457
Paradigma, 459
Pasado, 460
Patriotismo, 462
Paz y tranquilidad, 464
Pecado, 467
Pedantería, 471
Pensamiento, 473
Perdón, 475
Personalidad, 477
Placer, 480
Pluralismo, 484
Poder, 487
Política, 491
Positivismo, 494
Progreso, 497
Prudencia, 500
Raza y racismo, 501
Razón y racionalismo, 503
Realidad, 506
Reflexión, 511
Resignación, 513
Revelación (según un cristiano), 516
Revolución, 518
Riesgo, 521
Risa, 524
Sabiduría, 527
Sagrado, 530
Sensibilidad, 534
Sentido de la vida, 536
Simetría, 540
Socialización de la inteligencia, 544
Sociedad, 548
Soledad, 552
Subjetividad, 554
Sueños, 556
Sufrimiento, 559
Suicidio, 562
Teología, 567
Teoría, 572
Tiempo, 575
Tolerancia, 577
Totalitarismo, 580
Trascendencia, 583
Valores, 586
Vejez, 588
Vivir, 590
Violencia, 595
Virtud, 599
Yo, 602
Índice temático, 605
Índice bibliográfico,
A BNEGACIÓN
Entre las pesadas losas que recubren – asfixiándolo, en ocasiones – al
cristianismo, la santa abnegación ha ocupado un lugar de preferencia e
incluso se ha establecido como un elemento identificador, algo que a
Nietzsche – y a mí – le sacaba de sus casillas. Etimológicamente,
abnegación significa la negación de sí mismo (abnegatio sui)1, un
sentimiento cuidadosamente cultivado para el poder establecido de una
jerarquía eclesial – en realidad, de cualquier jerarquía – con evidentes
fines de control y manipulación moral.
En mi opinión, la alienación está específicamente relacionada con la
abnegación, en la medida que implica extrañamiento o separación del
auténtico significado. En esto no cabe duda de que la mayoría de las
religiones han sido empleadas como elementos clave de manipulación por
la Iglesia y el Estado, especialmente cuando la separación entre ambos era
indistinguible. En manos de autoridades religiosas y políticas poco
escrupulosas, los dogmas religiosos – prácticamente en todas las
religiones – han servido para justificar las desigualdades sociales y
económicas, promoviendo en ocasiones una imagen ilusoria de felicidad al
margen de la vida y proponiendo como camino de perfección el rechazo
de la propia vida, considerada únicamente como fuente de dolor y
sufrimiento, que solo sería soportable por la esperanza de encontrar al
otro lado todo lo que nos ha faltado en éste.
Creyentes o no, debemos revolvernos contra la adversidad,
especialmente si ésta proviene del comportamiento perverso de otros
hombres o de la simple omisión ética de estos y, aunque no fuésemos
nosotros mismos los directos beneficiarios de su conquista, no debería
limitar el valor de nuestro esfuerzo. Nuestra particular lucha significa, en
sí misma, una victoria; ese es el auténtico fundamento del altruismo que
Pedro Casaldáliga formulaba así: somos soldados derrotados de una
causa invencible.
1 Joan Coromines. Breve diccionario etimológico.
El abandono de sí mismo y la aceptación de la derrota definitiva del
hombre ante el mal y la injusticia, es tanto como asumir que el único
sentido de la vida es la maldad y la propia muerte.
A BORTO
¿Significa lo mismo abortar que librarse una molesta verruga o, por el
contrario, supone una forma de solución final o holocausto intrauterino?
Podríamos decir que el aborto es un motivo más de enfrentamiento que de
debate sereno y racional, para el que las conveniencias personales, las
ideas preconcebidas y las leyes elaboradas a la medida de la contabilidad
electoral han remplazado el fundamento ético de la cuestión, sin que
muchas personas se planteen ninguna otra opción que no sea la imposición
de su propia opción personal a base de descalificaciones, burlas, insultos
y, en ocasiones, agresiones físicas al adversario.
Se define el aborto como la interrupción natural o provocada del
embarazo antes de los 180 días de gestación – de un total fisiológico de
280 días, 40 semanas – que va seguida de la expulsión del embrión o del
feto. Específicamente, el aborto espontáneo supone la finalización no
inducida de la gestación – por diversos motivos fisiopatológicos de
carácter no voluntario – antes de que hayan transcurrido 26 semanas; una
circunstancia que es muy común, ya que se cifra entre un 10% y un 50%
los embarazos que finalizan de forma espontánea. Estos abortos
espontáneos son especialmente frecuentes entre las mujeres que han
quedado embarazadas por vez primera, particularmente durante las
primeras 12 semanas de gestación; tanto es así que, cuando son muy
precoces, llegan a pasar desapercibidos para la propia mujer, confundidos
con simples retrasos o irregularidades de su ciclo menstrual.
Es evidente que la cuestión fundamental – para el que quiera
planteársela, claro – es si el aborto inducido o voluntario es o no un acto
ético o en qué momento podría dejar de serlo. O, lo que es lo mismo, si
tomar la decisión de abortar en un momento determinado implica acabar
con una vida humana o simplemente evitar una importante complicación.
Para ello, es necesario responder a – o, al menos, plantearse – la siguiente
cuestión: ¿Cuándo – en qué momento evolutivo – adquiere la condición de
ser humano o de persona el producto de la fusión de dos células sexuales?
Para unos, queda constituido en plenitud un nuevo ser humano desde
el mismo momento en que se produce la formación del cigoto mediante la
fusión genética del óvulo femenino con el espermatozoide masculino
(concepción); a partir de ese momento, la vida del nuevo ser tendría la
misma consideración humana que la de un recién nacido o la de un adulto.
Pero si los abortos espontáneos suponen el final natural de numerosos
embarazos, ¿podríamos decir que una parte significativa de la humanidad
muere naturalmente antes de nacer?
Para evitar conflictos, los teólogos cristianos defendieron hasta finales
del siglo XIX, basándose en ciertos textos bíblicos como el libro Levítico2,
la idea de que el alma humana penetraba en el feto masculino alrededor
del día 40 del embarazo, y en el feto femenino en torno al 80; por ello,
ante la imposibilidad de saber – en aquellos tiempos – el sexo del feto
gestante, se excomulgaba a las madres por abortos voluntarios solo cuando
estos se hacían con posterioridad al día 80 de la gestación.
Por otro lado, los autores del libro del Éxodo afirmaban3 que si unos
hombres se pelean, y uno de ellos atropella a una mujer embarazada y le
provoca un aborto, sin que sobrevenga ninguna otra desgracia, el
culpable deberá pagar la indemnización que le imponga el marido de la
mujer, y el pago se hará por arbitraje. Pero si sucede una desgracia,
tendrás que dar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por
mano, pie por pie. Es evidente que en esta formulación de la famosa Ley
del Talión no se le asignaba el mismo estatus a la vida de la madre que a la
del feto.
Parece evidente que el aborto provocado en la sociedad y en la época
en que fueron escritos el Levítico y el Éxodo no era algo infrecuente, ya
que requirió una regulación; de hecho, el aborto provocado durante las
2 Levítico 12, 2-5. http://www.vatican.va/archive/ESL0506/__P2X.HTM
3 Éxodo 21, 22-24; http://www.vatican.va/archive/ESL0506/__P21.HTM
primeras semanas del embarazo no ha sido infrecuente en ningún
momento de la historia de la humanidad.
Muchas personas – incluyendo a creyentes religiosos – cuestionan que
el carácter sustantivo de un ser humano surja con la simple concepción. Es
decir, el cigoto – el estado embrionario más simple, fruto inmediato de la
fusión nuclear de un óvulo y un espermatozoide – no sería un ser humano
pleno (en acto), sino tan solo en potencia; en cierto sentido, también lo
son los millones de espermatozoides que produce diariamente cada varón
fértil o los aproximadamente 400 óvulos que produce cada mujer a lo
largo de su vida fértil, en cuanto células vivas capaces de combinarse para
dar lugar, en potencia, a seres humanos. Eso les lleva a considerar que
durante las primeras etapas del desarrollo embrionario no hay más campo
sustantivo que el de la madre.
El elemento fundamental de la gestación se puede situar en el cambio
de estatus de embrión a feto que, en el caso del ser humano, se produce
aproximadamente al cabo de ocho a diez semanas. En un feto ya no
aparecen órganos o tejidos diferentes de los embrionarios, sino que tan
solo se desarrollan y maduran convenientemente hasta conseguir el nivel
necesario para la supervivencia del niño tras el parto. Es decir, un feto es
un embrión de unas ocho a diez semanas, en el que todos los órganos
internos han quedado definitivamente configurados con su especialización
histológica y funcional, con el mecanismo neuromuscular iniciado y la
diferenciación sexual histológica y organogénicamente dirigida.
Decía Zubiri que realidad significa sustantividad, y sustantividad es
suficiencia constitucional, de manera que el concepto de constitución
adquiere un rango ético fundamental y por ello, ni los genes ni los
factores transgenéticos tendrían sustantividad independiente mientras
no
constituyesen
un
verdadero
nuevo
ser
suficiente
constitucionalmente. El propio Zubiri definía la realidad como un campo
estructurado o una estructura clausurada de elementos o notas; por ello,
cuando esa estructura es coherente, alcanza la suficiencia constitucional y
con ésta la sustantividad. Por eso, solo el feto tendría sustantividad – como
persona humana – y no así el embrión; solo el feto tendría personeidad,
mientras que el embrión no sería un individuo humano, estrictamente
hablando4.
En cualquier caso, reconozco que es muy difícil establecer
objetivamente una frontera temporal para separar nítidamente la
sustantividad de la madre y del niño, ya que todo el proceso de
embriogénesis y de desarrollo fetal es un continuo. Partimos de
presupuestos morales – que son muchos más moldeables por la
conveniencia y los prejuicios – que los de naturaleza ética, y eso les hace
aún menos conciliables con las descripciones científicas. Sea como fuere,
a mí me resulta inaceptable que una célula humana – o una formación
embrionaria elemental – pueda tener la misma consideración que un ser
humano.
¿A quién salvaría usted en primer lugar en caso de incendio: a un niño
que duerme en su cuna o a mil embriones congelados conservados en un
tanque criogénico?
A BSTRACCIÓN
La abstracción es una capacidad mental especialmente desarrollada en
los seres humanos que faculta para encontrar propiedades, elementos o
relaciones de carácter genérico que son compartidas por muchos
particulares; lo cual permite al cerebro, entre otras cosas, gestionar más
eficientemente su memoria sin necesidad de perder la información
relevante que es independiente de lo particular. Es decir, para representar
la realidad, la mente reduce las formas naturales a sus referencias
genéricas o, al menos, trata de buscar alguna analogía con ellas. El
problema es que la adquisición de conocimiento – de lo genuinamente
característico de cada elemento – debe hacerse en un medio
permanentemente cambiante; luchamos contra el reloj y contra la falta de
4 Diego Gracia. Problemas filosóficos en genética y embriología. En Abel, Fr., y Cañon,
C. (ed.), La mediación de la filosofía en la construcción de la bioética, Madrid, UPC,
1993, p. 250
espacio para hacernos con una idea auténticamente representativa de cada
elemento de la realidad.
Los conceptos abstractos, cuyo origen primario arranca de los
sentidos, se independizan de estos gracias a la actividad asociativa y
reflexiva. Sin embargo, nuestra percepción no es homogénea y ni siquiera
es sincrónica: cuando observamos un pájaro volando, percibimos el color
del pájaro un décima de segundo antes que su movimiento; por lo tanto,
adquirimos el conocimiento de distintos atributos de un mismo ente en
diferentes tiempos. Cuanto más amplio sea este conocimiento, pasando
desde la mera sensación al concepto abstracto, las memorias crecen más y
se abren como amplios abanicos, entrelazándose. Y lo hacen tanto en
vertical, mediante diferentes modalidades de memoria, como en horizontal
a través de memorias de elementos diferentes. Así, todo se relaciona con
todo en una matriz tridimensional, de tal manera que la evocación de algo
concreto nos ayuda a evocar otras cosas diferentes, como si todo fuera un
continuo.
Si no queremos renunciar a la comprensión de la realidad saturando
nuestros sentidos y nuestra mente, debemos extraer de los atributos de
aquello que observamos los elementos comunes que se integren en un
mismo concepto: somos capaces de concebir la idea abstracta de pájaro y
reflejarla sobre cada nuevo pájaro que veamos o sobre algo que esté
relacionado – directa o indirectamente – con los pájaros; lo que es obvio
es que no estamos capacitados recordar a todos los pájaros que veamos a
lo largo de nuestra vida. La abstracción, además de ser una exigencia para
la adquisición de conocimiento, libera también al cerebro de la esclavitud
de lo particular.
El arte podría considerarse en cierto sentido como un subproducto – o
un refinamiento – del sistema abstractor, formador de conceptos y
constructor de información que el cerebro posee. Aunque la abstracción
nos permite crear una idea o concepto, nuestra experiencia sigue siendo la
de lo particular; sin embargo, en el mundo del arte se produce el camino
en sentido contrario, ya que el artista trata de expresar su idea abstracta –
su concepto – en forma concreta, lo que implica una dificultad notable: su
obra trata de corresponderse con los múltiples y diversos conceptos del
mayor número posible de mentes. Cuantos más sean, tanto más grandiosa
será la obra de arte; en definitiva, todo arte es abstracción, con
independencia de la forma figurativa que emplee el artista para expresarse.
Decía Marcuse que la abstracción es la vida misma del pensamiento,
el signo de su autenticidad; pero eso no significa que nuestro pensamiento,
nuestra manera de hacernos con la realidad, esté exenta de sentimiento.
Podemos abstraernos hasta cierto punto, pero no podemos pensar sin sentir
(Zubiri dixit); eso es lo que nos separa esencialmente de un autómata
cibernético eficiente. Eso y la capacidad para decidir libremente sobre
nosotros mismos. Mientras que el pensamiento relacional está condenado
a tratar con abstracciones, la mente total contempla directamente la
realidad en su conjunto, sin mediaciones. Abstracción y mente son, pues,
inevitablemente humanas.
S ILENCIO
El silencio es como el vacío cuántico, ese vacío lleno de todo lo que
no sabemos preguntar, un peculiar campo de Higgs que, como éste,
permea el universo, pero en lugar de permitir que las partículas adquieran
masa, daría cuerpo al misterio, a lo innombrable. El silencio es la cara
translúcida de la existencia, en oposición al lado oscuro que es el ruido, el
canto desentonado de las grullas de la estupidez.
El silencio es y fue lo que siempre será, esa forma de realidad que, por
permanente, somos incapaces de valorar ni de medir. Solo cuando se
rompe, como hacemos con la materia cuando la bombardeamos con haces
de partículas, es cuando llegamos a intuir – solo a intuir – toda su
complejidad y su profundidad. Solo cuando lanzamos contra él las
partículas aceleradas de nuestras invectivas es cuando llegamos a intuir
que el silencio acoge la inteligencia universal y explica con definitiva
sencillez – en las antípodas de la simpleza – lo que hay detrás de todo.
Solo el silencio da sentido a la palabra, solo el que es capaz de callar
conscientemente, sin mentir ni ocultar, es el que sabe realmente. Todo lo
demás es un infame ruido de fondo, el colapso terminal de un Big Bang de
la inteligencia en el que se confunde conocimiento con comunicación.
A BURRIMIENTO
Pocas veces se ha descrito con mejor tino el aburrimiento, el hastío,
como lo hizo Antonio Machado5 en su poema Del pasado efímero, al
dibujar a ese hombre del casino provinciano cuya triste expresión solo
era el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza.
El aburrimiento no consiste en no saber qué hacer, sino en la
convicción íntima de que, hagamos lo que hagamos, vamos a seguir
mortalmente insatisfechos con nosotros mismos; de hecho, aburrir procede
originalmente del latín abhorrere, que significa tener aversión a algo.
Konrad Lorentz6 decía que el complejo desagrado-intolerancia que
crece incesantemente hoy día, transforma los altibajos connaturales de
la vida humana en una llanura aplanada artificialmente donde los
grandiosos vértices y senos de las ondas apenas dejan sentir su
vibración, donde luces y sombras forman un gris monótono; en suma,
engendra un aburrimiento mortal. Antes que Lorentz, Kierkegaard7
acusaba al aburrimiento de ser la raíz de todo mal: quien no tiene
sentido de la ociosidad muestra no haber alcanzado lo humano.
Hay quien confunde el silencio de algunas personas con la
manifestación de su aburrimiento, pero no es así; nada más lejos del
aburrimiento que el silencio activo. Pedro Rodríguez Panizo8 nos
recuerda que el silencio nos abre a la experiencia del detalle, nos lleva
a los rincones del mundo y afina nuestros sentidos externos e internos.
5 Antonio Machado. Campos de Castilla
6 Konrad Lorentz. Los ocho pecados mortales de la humanidad civilizada
7 Soren Kierkegaard. O lo uno o lo otro
8 Pedro Rodríguez Panizo. La herida esencial
A DAPTACIÓN
Cualquier cambio que permita a un organismo resolver una limitación,
paliar una molestia o alcanzar una ventaja competitiva frente a un
adversario potencial o real, puede considerarse como una adaptación.
Aunque, en principio, el concepto suele relacionarse con la evolución
biológica, muy bien puede trasladarse a otros ámbitos humanos, como el
mental y el social; pero, mientras que el éxito adaptativo biológico suele
medirse en términos de eficacia reproductiva (los organismos mejor
adaptados a su entorno se reproducen más que aquellos no adaptados), la
mejor interrelación con el propio yo (aprender a aceptarse, como
adaptación mental) y con otras personas (adaptación social) es mucho más
difícil de medir.
Según Steven Pinker9, la teoría moderna de la evolución sostiene que
se desarrollaron unas adaptaciones complejas, incluidas las estrategias
conductuales, para beneficiar al individuo, y no a la comunidad, la especie
o al ecosistema. La organización social evoluciona cuando los beneficios a
largo plazo para el individuo superan los costes inmediatos. Por ello, la
necesidad de reproducción y nutrición nos dieron los impulsos del deseo y
del hambre.
La distinción entre causalidad próxima y última es indispensable para
comprendernos a nosotros mismos: pese a su extremada complejidad
estructural, el ojo no sirve para nada sin un cerebro que interprete sus
señales electroquímicas (nerviosas) transmitidas a través del nervio óptico.
¿Pero, qué causa próxima se relaciona con la causa última de la ética y
de la espiritualidad? ¿Es el miedo a los demás la causa de los conceptos de
bondad, de justicia o de ecuanimidad? ¿Si nuestros antepasados
aprendieron a construir antes moradas para los muertos que para los vivos,
significa que necesitaban creer en la trascendencia de la vida humana
como recurso ante el miedo a lo desconocido?
9 Steven Pinker. La tabla rasa
A DOLESCENCIA
El término adolescencia no proviene etimológicamente de adolecer
(presentar carencias), como a veces pudiéramos pensar, sino de adolescere
(en latín, crecer o desarrollarse). El adolescente es una persona que está
buscándose a sí mismo – sin saber bien qué es lo que espera encontrar – en
un contexto vital que está descubriendo a una velocidad que supera su
capacidad de comprensión. Por decirlo así, es el abandono de la
certidumbre de la infancia, transmutada por el ensalmo biológico de la
pubertad en una incertidumbre en la que todo puede ser posible pero
donde la realidad es demasiado resbaladiza como para poder agarrarse a
ella con firmeza, viéndose obligado a escoger a nuevos seres queridos,
más allá de los impuestos por la naturaleza o por la estrecha convivencia.
El adolescente se ve impelido a buscar respuesta al surgimiento de una
poderosa y nueva afectividad – extraña y perturbadora – fuera de su
entorno más inmediato.
Dietrich Bonhoeffer10 creía que un rasgo esencial del hombre adulto,
en contraposición con el adolescente, es que el centro de gravedad de su
vida se halla siempre allí donde él se encuentra, y la nostalgia de ver
incumplidos sus deseos no es capaz de impedirle ser totalmente lo que es
allí donde la vida lo ha situado. No obstante, Bonhoeffer confiaba
demasiado en los adultos, que acabaron traicionándole y matándole.
Por el contrario, los adultos del siglo XXI corremos el riesgo de
querer convertirnos en eternos adolescentes; en palabras de Alain
Finkielkraut11, ya no son los adolescentes los que, para escapar del mundo,
se refugian en su identidad colectiva; es el mundo el que corre
alocadamente tras la adolescencia.
La industria del ocio organizado corrompe todo lo que toca y
transforma el disfrute en simple evasión y la creatividad en repelentes
secuencias mecanizadas que se imponen al pensamiento y lo desplaza. Y
10 Dietrich Bonhoeffer. Resistencia y sumisión
11 Alain Finkielkraut. La derrota del pensamiento
ello ocurre en individuos que apelan a la libertad, cuando lo único que
hacen es amortajar férreamente su inteligencia sentiente. El ocio
organizado no deja lugar para la duda ni para la refinada ironía, siempre
elegante e inteligente, tan solo para el descrédito gratuito y grosero.
Los adolescentes de hoy se sienten impelidos a ser adultos cabalgando
a lomos de la industria del ocio, que les proporciona respuestas sintéticas y
huecas para sustituir la – a veces – dolorosa pero siempre vivificante duda
del progresivo desvelamiento de la realidad; por el contrario, los adultos
queremos evitar convertirnos en viejos, a costa de querer parecernos
regresivamente a los adolescentes, maquillados de estúpida satisfacción,
con la expresión congelada por la toxina botulínica de nuestros miedos e
inseguridades.
A GRESIVIDAD
El término agresividad se interpreta de forma muy diversa. Puede
significar una actitud general de la persona, como forma común de
adaptación al entorno y asentamiento en él; puede ser una conducta
violenta, es decir, un patrón de actividad aguerrida para todas las
relaciones sociales e incluso para el propio individuo.
Es frecuente leer o escuchar que la agresividad es un producto de la
civilización occidental. Sin embargo, como dice Steven Pinker 12, los niños
son violentos mucho antes de que les haya infectado los juguetes bélicos o
los estereotipos culturales. La agresividad, nos guste o no, forma parte de
la naturaleza.
¿Es la agresividad la otra cara inevitable del miedo? Como ocurre con
éste, la agresividad está estrechamente relacionada con la ansiedad; el
miedo produce ansiedad, hace que el organismo se disponga en situación
de alerta no solo mental, sino también metabólica: se acelera el pulso,
aumenta el nivel de glucosa en sangre, los músculos reciben mayor aporte
de sangre, las pupilas se dilatan – midriasis – y se aprecian otros cambios,
12 Steven Pinker. La tabla rasa
todos ellos dirigidos a facilitar una rápida respuesta orgánica: de respuesta
(agresividad) o de huida (escape) ante una posible agresión.
Hay miedos normales, aquellos que nos permiten sobrevivir en
circunstancias de riesgo real e invitan al control y a la respuesta
proporcionada; igualmente, hay una agresividad normal en la medida que
nos ayuda a no sucumbir o incluso a combatir la desgracia o la injusticia.
No tener miedo en presencia y al alcance de un animal peligroso no
significa ser valiente, sino un imbécil inconsciente de un riesgo real.
Ser incapaz de reaccionar no es lo mismo que ser prudente, porque
hasta los prudentes se enfadan, aunque solo actúan tras reflexionar sobre
el alcance de sus actos y valorar sus consecuencias. Martin Buber 13 decía
que en el hombre hay una dualidad dinámica: el que da y el que recibe, la
fuerza agresiva y la defensiva, el carácter que investiga y el que ofrece
información, y siempre los dos a una, completándose con la contribución
recíproca, ofreciéndonos conjuntamente al hombre. Agredir es dirigirse a
alguien.
A veces, como nos recordaba Ortega y Gasset14, cuando los hombres
no tienen nada claro que decir sobre una cosa, en vez de callarse, suelen
hacer lo contrario: dicen en superlativo, esto es, gritan. Y el grito es el
preámbulo sonoro de la agresión, del combate, de la matanza.
Leszek Kolakowski decía que el nacionalista quiere afirmar la
existencia tribal por medio de la agresión, el odio a los otros, cree que
todas las desgracias de su propia nación son consecuencia de las
conspiraciones de los extraños y está resentido con todas las otras
naciones por que no admiran como es debido a su propia tribu; frente a
nacionalista, el auténtico patriota se destaca por su tolerancia de la
variedad cultural y particularmente de las minorías étnicas y religiosas, así
como por su disposición a decirle a su propia nación cosas que en realidad
no le agradaría escuchar.
Llevado a su extremo identitario y violento, ya sea por motivos
territoriales, culturales, religiosos, etc., el terrorista siempre busca crear un
13 Martin Buber. ¿Qué es el hombre?
14 José Ortega y Gasset. El hombre y la gente.
círculo vicioso: provocar la respuesta del enemigo y cuanto más dura y
generalizada sea ésta, mejor. Una vez conseguida tal respuesta, queda
legitimado – así se siente él – para responder a la agresión. Obviamente,
el terrorista no se considera a sí mismo como tal, sino como víctima. El
terrorista es siempre el otro.
A LEGRÍA
La alegría es un estado de ánimo genérico que impregna al
comportamiento de la persona en sus múltiples manifestaciones y
actitudes. La alegría pugna por salir al exterior y trasladarse al entorno en
cualquier actividad y expectativa, mientras que la tristeza se refugia en el
interior recóndito del ser humano.
La alegría nunca llega a ser completa si no se traslada fuera, si no se
manifiesta de algún modo. Por el contrario, la tristeza busca esconderse en
las cavernas recónditas del ser, avergonzándose y rechazando la luz,
miedosa de saberse a sí misma; cuando la tristeza sale al exterior, solo lo
hace a través de la expresión del dolor, del sufrimiento, mediante el grito
roto hacia los demás, connotado por la desesperación. Es éste un
levantamiento, una asonada del espíritu contra el veneno sutil destilado
por el desánimo. La tristeza, cuando es permanente, envenena los sentidos
y la propia inteligencia, y lo hace silenciosa, insidiosamente.
La alegría contagia todos los actos y vivencias de las personas. Es una
bomba interior que estalla hacia afuera; es la visión colorista de la
inteligencia; de hecho, la risa y su fundamento arquitectónico, el sentido
del humor, son características exclusivas – aparentemente – del ser
humano. La alegría es lo máximo que se puede sacar de una cosa,
afirmaba Robert Spaemann15; también Fernando Savater16 aseguraba que
la mayor gratificación que puede darnos algo en la vida es la alegría, un sí
15 Robert Spaemann. Ética. Cuestiones fundamentales
16 Fernando Savater. Ética para Amador
espontáneo a la vida que nos brota de dentro, a veces cuando menos lo
esperamos; un sí a lo que somos, o mejor, a lo que sentimos ser.
De la capacidad humana para estar triste o alegre, colectiva e
individualmente, depende la posibilidad de adaptación al medio y, lo que
es más importante, la capacidad de autoconciencia. No hay inteligencia sin
sentimientos; por eso, la inteligencia computacional no puede sentir
alegría, ni miedo, ni amistad, ni altruismo, no puede apreciar la belleza o
la fealdad, ni plantearse una pregunta metafísica; como decían Jean
François Revel y Matthieu Ricard 17, el ordenador más poderoso no tiene
más conciencia que una escoba.
Á LGEBRA
El álgebra es una parte de las matemáticas que, en su forma más
general, implica el estudio de los símbolos y las reglas para la
manipulación de dichos símbolos y, en la práctica, es un hilo que conecta
todas las partes de las matemáticas y de la formalización científica. De
hecho, la palabra álgebra procede del árabe al-Jabr, que significa
recomposición de las partes rotas, el arte de restituir a su lugar los huesos
dislocados18.
Al álgebra le debemos buena parte de la efectividad de las
matemáticas como ayuda para entender el universo, al facilitar la
adaptación de ideas abstractas diversas y transferirlas de un área de la
ciencia a otras. Por ejemplo, el álgebra y la geometría pueden convertirse
la una en la otra utilizando coordenadas: toda la geometría puede reducirse
a cálculos algebraicos y, recíprocamente, todo en álgebra puede
interpretarse en términos de la geometría de curvas y superficies. Así, por
ejemplo, el principio de Fermat establece que cualquier ecuación con dos
variables define una curva19.
17 Jean François Revel; Matthieu Ricard. El monje y el filósofo
18 Joan Coromines. Breve diccionario etimológico
19 Ian Stewart. Historia de las matemáticas en los últimos diez mil años
Permítame ahora algunas palabras sobre una forma de álgebra que a
mí me parece particularmente interesante, el álgebra no conmutativa.
Como sabe, la propiedad conmutativa es una de las características del
álgebra tradicional que todos hemos aprendido en la escuela primaria. Así,
por ejemplo, en aritmética la suma y la multiplicación mantienen la
propiedad conmutativa, de tal manera que el orden de los sumandos
(factores) no altera la suma (el producto); el producto de dos factores o
números (3 y 7, por ejemplo) debe ser el mismo con independencia del
orden en que se lleva a cabo la multiplicación; por lo tanto, no debe haber
diferencia entre el producto de 3 por 7 y el producto de 7 por 3 o, lo que es
lo mismo, la diferencia entre ambos resultados debe ser nula (0). La
expresión (3 x 7) – (7 x 3) se representa como [3,7]=0 y se denomina
conmutador de 3 y 7. Si en lugar de escribir dos números – 3 y 7, en
nuestro ejemplo – escribimos dos símbolos que reflejen alguna variable,
por ejemplo para indicar dos magnitudes, como la posición (x) y el
momento (p) de una bola de billar en un instante determinado, entonces
[x,p]=0; es decir, se cumple la propiedad conmutativa.
Por el contrario, en álgebra no conmutativa no se cumple que el orden
de los factores de un producto sea indiferente, por lo que en el ejemplo
anterior, [x, p]≥k>0. De acuerdo con esta expresión, un álgebra
conmutativa (en la que [x,p]=0) puede ser transformada en otra no
conmutativa mediante una perturbación, que no es otra cosa que colocar
un parámetro (k) de deformación con un valor mayor que 0, con lo que
volvemos a la expresión inicial: [x, p]≥k>0.
En física cuántica, el parámetro de deformación es la constante de
Planck (h); es decir k=h. En definitiva, para una partícula cuántica [x,p]≥
h. Esto no es otra cosa que la expresión matemática del principio de
incertidumbre de Heisenberg. Esta expresión tan simple encierra en sí
misma una enorme complejidad conceptual y es tan relevante como para,
entre otras muchas cosas, justificar que un electrón que está moviéndose
en torno al núcleo atómico nunca acabe cayendo sobre éste.
Es el álgebra de la existencia.
A LMA
El alma es una de las ideas más influyentes de la historia, por encima
incluso de la propia idea de divinidad y trasciende a la religión; se puede
creer en el alma pero no en Dios. Quien considera el alma, acepta la
espiritualidad humana.
Pretender responder a la pregunta de qué está constituida el alma tiene
tan poco fundamento como hacerlo sobre la naturaleza física de la libertad
o en qué frecuencia acústica descansa el poder artístico de la música; son
realidades sutiles, pero no por ello menos evidentes.
Para entendernos, el alma es el nombre que damos a lo inmaterial de
la condición humana, sin lo cual el ser vivo que llamamos hombre solo
sería un animal más o menos habilidoso. Dicho así, podríamos traducirlo
también como la mente, si bien solemos referirnos al alma como el
conjunto de facetas intelectuales y emocionales expresamente ligadas al
comportamiento ético-religioso o, si usted quiere, al ámbito del espíritu.
Decía Jung20 que el individuo cree haber captado su alma, e incluso se
permite hacer de ello una ciencia sobre la suposición de que el intelecto –
una parte y simple función de la psique – basta para comprender el todo
anímico, muchísimo más amplio; un todo que trasciende a la persona,
aunque en vez de hablar de alma hablemos de humanidad. Tener
conciencia de mi humanidad, dice Fernando Savater21 consiste en darme
cuenta de que, pese a todas las muy reales diferencias entre los individuos,
estoy también en cierto modo dentro de cada uno de mis semejantes.
La formalización del concepto de alma inmortal vino, naturalmente,
de la mano de los filósofos griegos – aunque no debe descartarse la
posibilidad de una importación previa de ideas procedentes de la India y
de Mesopotamia – y, en particular, parece deber bastante a Pitágoras,
Parménides y Empédocles, firmes creyentes en la reencarnación y en la
metempsicosis, la transmigración del alma y su reencarnación después de
20 Carl Gustav Jung. Psicología y religión
21 Fernando Savater. Ética para Amador
la muerte a otro ser vivo o a otro cuerpo inanimado en función de los
méritos alcanzados en la existencia previa.
Por su parte, Sócrates y Platón defendieron la idea – proveniente de
Píndaro – de que el alma tenía un origen divino; una opinión que, sin
embargo, no era compartida por la mayoría de sus coetáneos, que no
pensaban que hubiese una vida después de la muerte. Incluso entre los
israelitas, la idea del alma nunca llegó a desarrollarse plenamente, en el
sentido de sobrevivir a la muerte; de hecho, en el Antiguo Testamento y en
la Biblia Judía, todas las recompensas que Dios promete al pueblo judío
son siempre terrenales.
Con la incorporación de la filosofía griega al cristianismo,
inicialmente a través de Pablo de Tarso, el concepto de alma como
elemento separable del cuerpo – una visión dualista, típicamente gnóstica
y luego también maniquea – se adueñó de la teología cristiana durante
muchos siglos y, aun hoy día, sigue palpitando en los oscuros callejones
de ciertos sectores cristianos. Sin embargo, Tomás de Aquino, apoyándose
en Aristóteles, consideraba al ser humano como una unidad, con una parte
material – su cuerpo – y otra no material – su alma espiritual –, todo ello
globalmente inmerso en una realidad material que obedece a las leyes
naturales espacio-temporales. En otras palabras, alma y cuerpo eran para
Aquino una única realidad, un conjunto irrepetible; por ello, cuando un ser
humano muere, deja de ser persona, según Aquino.
En esa misma línea hablaba Joseph Ratzinger22, luego Benedicto XVI:
el mensaje bíblico no promete la inmortalidad al alma separada del
cuerpo, sino a todo el hombre. El mensaje bíblico presupone la unidad
indivisible del hombre, a diferencia del dualismo filosófico griego. La
persona, lo esencial del hombre, permanece, lo que ha madurado en la
existencia terrena de la espiritualidad corporal y de la corporeidad
espiritual, permanece de modo distinto porque vive en el recuerdo de
Dios.
22 Joseph Ratzinger. Introducción al Cristianismo
A LTRUISMO
Sé que algunos biólogos evolutivos tratan de justificar genéticamente
el comportamiento por el cual un individuo pone en riesgo su vida para
proteger o beneficiar a otros, afirmando que entre los miembros de ese
grupo ha de hallarse algún miembro que comparta algunos de sus mismos
genes, como una forma de asegurar la continuidad de su información
genética. Incluso más allá de estas posiciones, Richard Dawkins 23 propuso
una especie de ley biológica – el egoísmo de los genes – que permitiría
justificar en términos genéticos tanto el altruismo como el egoísmo
individual, concibiendo la selección natural como una simple selección de
genes, en detrimento incluso de la selección de grupos, es decir, el
altruismo o reciprocidad entre individuos.
Es evidente que esto no explica las conductas altruistas de aquellos
que se sacrifican a favor de otros individuos no emparentados – sin
relación genética – o que, incluso, ni siquiera conocen. Sin embargo, para
intentar cuadrar sus hipótesis, aunque sea a martillazos, algunos científicos
han sugerido que la conducta altruista permitiría al individuo esperar
alguna forma de recompensa, fundamentalmente en forma de aceptación o
integración social. En este sentido, Steven Pinker 24 dice que el altruismo
recíproco no es más que el concepto tradicional del contrato social
reformulado en términos biológicos.
A mí me cuesta creer que ellos mismos acepten una interpretación tan
simple de algo que no consiste en realizar buenas obras de vez en cuando,
sino en estar constantemente preocupado y concernido por el bienestar de
los demás, como reflexionaban Jean François Revel y Matthieu Ricard 25.
No en balde, la palabra altruismo procede del francés autrui: otra persona,
los demás, el prójimo.
23 Richard Dawkins. El gen egoísta
24 Steven Pinker. La tabla rasa
25 Jean François Revel; Matthieu Ricard. El monje y el filósofo
El ágape o altruismo desinteresado hacia todos sigue siendo un
desafío científico escandalosamente desatendido por los partidarios del
pensamiento reduccionista, incapaces de explicarlo en términos que no
consistan simplemente el supuesto impulso de unos genes ególatras –
ficticiamente inteligentes – para perpetuarse a sí mismos. Al fin y al cabo,
como recuerda el que fuera director del Proyecto Genoma Humano,
Francis Collins26, la selección opera en el individuo, no en la población.
La no reciprocidad es el fundamento ético del cristianismo y, a su
modo, de la filosofía kantiana: hacer el bien porque sí. El altruismo es
bueno no porque Dios lo diga, sino que los creyentes pensamos que Dios
lo dice – a través de nuestra conciencia – porque el altruismo es bueno en
sí mismo.
El altruismo no es un mandato divino, es una expresión concreta de la
conciencia ética universal. Algo que se les escurre por entre los dedos a
los partidarios de las explicaciones simples y cerradas.
A MARGURA
La amargura es un sentimiento destructivo que permite que la tristeza
se erija en el centro del comportamiento de la persona; es una tristeza
resentida contra algo o alguien. La amargura siempre tiene una causa
concreta, aunque se manifieste en situaciones muy diversas.
Aunque a veces se confunda con la amargura, la melancolía es otra
cosa, es la memoria difusa de edificios habitados y paisajes luminosos; la
amargura, por el contrario, se acuesta sobre el recuerdo sombrío de una
ruina. La melancolía es echar de menos un día soleado, luminoso, repleto
de vida; es un recuerdo vivo, aún cálido; la amargura es fría como un día
gris de invierno, que revive – más que evoca – el dolor sordo de la
ausencia desesperada. La melancolía hace de la soledad el aliado de la
persona, la amargura te arrastra a la soledad involuntaria, el aislamiento.
26 Francis Collins. ¿Cómo habla Dios?
La melancolía juega con la inteligencia y con la imaginación; quizá
sea la medida precisa de la distorsión real de nuestros recuerdos; la
amargura, busca hechos objetivos negativos que la alimenten. Por eso, la
melancolía se torna amargura cuando la realidad exterior vence a la
interior, cuando nuestro Yo se vuelve tan débil que es incapaz de contener
la presión de la historia del dolor sobre la memoria de la vida.
La melancolía es un sentimiento íntimo, personal e intransferible. La
amargura empieza siendo personal, pero acaba exportándose al entorno; es
altamente contagiosa, es la viruela de los sentimientos, que puede
contagiar a todo un pueblo, a toda una cultura.
La melancolía desafía respetuosamente a la razón, limitando su poder;
la amargura la desprecia porque la razón ha sido incapaz de impedir llegar
a ese estado. La amargura justifica atrocidades, la melancolía echa de
menos tanto la felicidad pasada como la pensada: los recuerdos, siempre
los moldeables recuerdos…
La amargura vive de datos precisos, de nombres, de fotografías en
blanco y negro. La melancolía lo hace a partir de sentimientos y
emociones sin límites cabales, de estampas en acuarela. La amargura
aplasta los matices sentidos y tiñe de gris, uniforma y lima las aristas y
perfiles que definen y engalanan los sentimientos; abre camino al odio
hacia todo aquello que no esté cubierto por la misma pátina, que no tenga
la etiqueta adecuada. La amargura no admite competencia en el campo de
los sentimientos, avanza sobre la tierra arrasada de la mente; mata física y
mentalmente al ser humano.
A MBIGÜEDAD
La ambigüedad oculta la naturaleza concreta de lo observado o de lo
ideado: tanto lo uno como lo otro o, quizás, ni lo uno ni lo otro. Ambigere,
en latín, significa estar en discusión. Muchas veces la ambigüedad se
refugia tras la careta del escepticismo; en otras ocasiones es el
escepticismo quien pretende mostrar solvencia intelectual a través de una
calculada ambigüedad postural.
Apostar indistintamente por todas las posibilidades, incluso por las no
formuladas o conocidas, es poco exigente desde el punto de vista
intelectual y no es ético por la falta de compromiso con el resto de las
personas; pero es aún peor evitar conscientemente hacerlo por miedo al
ridículo. Ambiguos y escépticos hacen de la indefinición un escudo de
protección ante el torrente de la realidad; un analgésico con el que poder
afrontar indoloramente la – para ellos – insoportable complejidad de la
vida.
Nada tiene que ver la duda con la ambigüedad o el escepticismo.
Dudar es un modo de asumir como verosímiles dos o más explicaciones
para un fenómeno, pero la duda asigna un grado específico de convicción
para cada una de esas explicaciones, como la amplitud de probabilidad de
los fenómenos cuánticos; dudar significa pensar y evaluar, comparar,
medir, analizar y compilar, asumiendo desde el principio que la duda,
como parte del conocimiento, tiene un punto de partida – y, veces, de
llegada – inevitablemente incierto.
La duda es una consecuencia de la comprensión, es decir, es un juicio
racional; la ambigüedad y el escepticismo son posiciones de partida, es
decir, son prejuicios. En términos científicos, la comprobación
experimental de una hipótesis, por muy rigurosa que sea, nunca puede
excluir la existencia de alguna otra hipótesis explicativa alternativa o
complementaria; simplemente, permite ofrecer una vía de comprensión
suficientemente coherente con la realidad observada y habilita caminos
para una mejor comprensión de la cuestión estudiada. La duda intelectual
emula la dualidad onda-corpúsculo de la física de partículas, en la que
ambas características – aparentemente contrapuestas – confluyen de forma
natural en una descripción del mismo objeto.
La ambigüedad es la huida de la inteligencia comprometida y, como
dice Zygmunt Bauman27, la principal técnica de poder es ahora la huida, el
escurrimiento, la elisión, la capacidad de evitar, el rechazo concreto de
cualquier confinamiento territorial y de sus engorrosos corolarios de
27 Zygmunt Bauman. Modernidad líquida
construcción y mantenimiento de un orden, de la responsabilidad por sus
consecuencias y de la necesidad de afrontar sus costes.
La ambigüedad y el escepticismo son posturas personales cómodas,
propias de individuos con escaso bagaje cultural y con aún menos energía
emocional e intelectual. Por el contrario, dudar es difícil, agotador a veces;
pero ninguna duda es tan dura como aquella que nos negamos a afrontar.
Como decía Emile Cioran28, la duda es mucho más soportable que la
desesperación y es lo único que permite distinguir a los profetas de los
maníacos.
A MISTAD
¿Es la amistad una forma de amor? Parece evidente que comparte con
éste algún elemento esencial, tal como concentrar nuestra ansia de bien en
una persona específica. Amamos a nuestros amigos, deseamos su bien,
disfrutamos de su presencia y nos entristece su ausencia o su desgracia.
Pero la amistad no depende solo de querer tener un amigo, sino de que
esta relación se consolide por la acción compartida de dos personas con un
afecto mutuo.
Sin embargo, al amigo le compartimos también con otras personas –
sin que ello merme lo más mínimo la intensidad de nuestra relación
amistosa específica –, mientras que a nuestro ser amado le queremos en
exclusiva. El amigo forma parte de nuestro círculo afectivo y, por ello, es
también parte de nosotros mismos; pero el ser amado inunda nuestra más
profunda intimidad. Con el amigo mantenemos una comunicación
especialmente fluida, estemos o no de acuerdo con todas sus opiniones;
con el ser amado también, pero además co-sentimos, es decir, sentimos en
común, aunque eventualmente podamos no convivir físicamente.
Queremos a nuestros amigos, ellos forman parte de nuestro entorno
afectivo; son una parte muy relevante de nuestras referencias identitarias,
en ocasiones lo único que tenemos. Con nuestros amigos frecuentemente
28 Emile Michel Cioran. En las cimas de las desesperación
compartimos estilos de vida, ideas políticas y hasta intereses materiales;
pero esto no es lo que caracteriza a la amistad. Tales coincidencias o
sintonías surgen muchas veces por contagio. Nuestras opiniones tienden a
aproximarse más a las de un amigo que a las de un desconocido, aunque la
línea argumental sea la misma; ello enfatiza aun más el aspecto sentiente
de la inteligencia. Por este mismo motivo, dice Aurelio Arteta 29, se
requiere más valor para enfrentarse a los amigos que a los enemigos. En
definitiva, la verdadera amistad exige aceptar al amigo tal y como es, sin
pretender que sea una copia nuestra; exige ayudarle – sin imposición o
coacción alguna – a superar los momentos difíciles o de desconcierto y a
potenciar los alegres.
José Antonio Marina30 considera que no se puede ser amigo de quien
no es nuestro amigo; en cambio, los padres pueden querer a un hijo
ingrato. Es decir, para Marina, la amistad se basa en la lealtad y las
relaciones amorosas en la fidelidad. Yo discrepo – al menos, en parte – de
esta apreciación, ya que tanto la lealtad como la fidelidad son
consecuencias, no premisas de una relación. Yo no amo a una persona
porque vaya a serle fiel, sino que le soy fiel porque la amo; de la misma
manera, yo no tengo un amigo para que éste sea leal conmigo, sino que
seré leal con él en la medida en que sea mi amigo. No tiene sentido hablar
de lealtad hacia una persona a la que no conocemos.
Creemos – confiamos – en las personas que amamos, si es que de
verdad las amamos, ya sea el cónyuge o un amigo; por eso les somos
fieles y leales. Miguel de Unamuno31 equiparaba la amistad con su forma
particular de fe en Dios: Creo en Dios como creo en mis amigos, por
sentir el aliento de su cariño y su mano invisible e intangible que me trae
y me lleva y me estruja, por tener íntima conciencia de una providencia
particular y de una mente universal que me traba mi propio destino.
29 Aurelio Arteta. Tantos tontos tópicos
30 José Antonio Marina. Aprender a convivir
31 Miguel de Unamuno. Del sentimiento trágico de la vida
A MOR
Quizá solo el concepto de tiempo sea tan ubicuo y escurridizo como el
de amor. Todos creemos saber qué es el amor, pero nadie en definitiva ha
sido capaz de dar cuenta racional de él, a pesar de que, como afirmaba
Platón, quien no comience por el amor, jamás sabrá lo que es la filosofía;
se quiera o no, el amor está por reinventar (Rimbaud)... y la filosofía por
reescribir (Chesterton).
Alain Badiou32 habla del amor como una proposición existencial, una
forma de construir un mundo desde el punto de vista descentrado respecto
a la simple pulsión personal por sobrevivir, o sea, respecto del interés
personal. Todo amor verdadero es una aventura obstinada que triunfa
duraderamente, a veces duramente, sobre los obstáculos que el espacio, el
mundo y el tiempo le proponen. El amor – dice Badiou – es una irrupción
de eternidad en el tiempo.
Quizá sea porque la única dimensión de la eternidad sea el instante, yo
creo que el auténtico amor aspira a ser eterno... aunque ese amor dure solo
un instante. El amor es eterno mientras dura, afirmaban Jorge Luis Borges
y Gabriel García Márquez, y también lo han cantado Joaquín Sabina, Joan
Manuel Serrat o Ismael Serrano, entre otros. El amor siempre tiene
vocación de inmortalidad, por eso es lo que más nos acerca a Dios.
El amor nos hace fundirnos afectivamente con la otra persona en un
nosotros compartido que cohabita de forma natural con el yo y el tú. Por
eso el amor implica fidelidad, no como una obligación ni como una
condición limitativa, sino como una consecuencia. Si de verdad estamos
enamorados, la infidelidad implica un extrañamiento, una traición al yo a
través del nosotros. Somos fieles a la realidad del amor porque vivimos en
ella; si no, simplemente seríamos extraños en nuestro propio mundo.
El amor, la confianza y la fe son, a fin de cuentas, una misma cosa. La
fe es encontrar un tú que me sostiene y que da la promesa de un amor
indestructible que no solo solicita la eternidad, sino que la otorga, dice
32 Alain Badiou. Elogio al amor
Joseph Ratzinger33. No en balde, el amor al prójimo es un punto en común
a todas las religiones, algo que debería bastar para relegar a un segundo
plano todas sus diferencias, como decían Jean François Revel y Matthieu
Ricard34. Podemos prescindir de la religión, pero nadie puede prescindir
del amor y de la compasión, afirmaba el Dalai Lama.
A NALOGÍA
El Diccionario de la Real Academia Española define primariamente a
la analogía como la relación de semejanza entre cosas distintas.
Habitualmente, también utilizamos este término para designar el
razonamiento fundamentado en la detección o expresión de aspectos
similares presentes en seres, objetos o construcciones mentales
originalmente diferentes.
Ramón Abarca35 dice que el razonamiento analógico es la correlación
entre los términos de dos o varios sistemas u órdenes, es decir, la
existencia de una relación entre cada uno de los términos de otro. Según el
propio Abarca, la analogía constituye el fundamento de la mayoría de
nuestros razonamientos ordinarios en los que, a partir de experiencias
pasadas, tratamos de discernir lo que puede reservarnos el futuro.
Me interesa especialmente esta última afirmación, en tanto que
ninguno de estos razonamientos es necesariamente seguro y, por tanto,
ninguna de sus conclusiones deriva por necesidad lógica de sus premisas.
Se trata de un ejemplo de cómo abusamos de la analogía para convencer –
y convencernos a nosotros mismos – de cualquier cosa.
No cuestiono el valor de la analogía en la inteligencia humana, pero
solo como antecedente – o inevitable sucedáneo – de la observación y la
comprobación empírica sistemáticas. Rechazo, no obstante, su capacidad
probatoria, a pesar de que está amplia y profundamente aceptada por
muchas personas e incluso instituciones. Por muy cuidadosa que sea una
33 Joseph Ratzinger. Introducción al Cristianismo
34 Jean François Revel; Mattieu Ricard. El monje y el filósofo
35 Ramón Abarca. Introducción a la lógica
analogía, por muchas notas esenciales que compartan los elementos
comparados, cada uno de estos tiene existencia por sí misma y su valor
específico depende en muchas ocasiones de aquellas notas que no son
compartidas con otros elementos.
La analogía es el fundamento de los modelos en la ciencia y en la
técnica; pero estos solo tienen un valor instrumental: ayudan a describir
ciertos aspectos de la realidad, siquiera de forma simplificada, pero en
ningún caso son la realidad. La analogía no representa la realidad del
conocimiento, sino tan solo su resplandor, a veces equívoco.
A NSIEDAD
La ansiedad es un estado de intranquilidad, hiperalerta o excitación
que afecta al conjunto – física y psíquicamente – del ser humano y que
conforma una reacción de adaptación ante una hipotética amenaza física o
psicológica. Aunque hay quien la considera una consecuencia inevitable
de la vida urbana del mundo occidental, la realidad – como en todo
fenómeno – es mucho más compleja, ya que la ansiedad no tiene que ser
necesariamente una condición patológica; antes al contrario, es
indispensable para el desenvolvimiento normal de la vida, en tanto que
permite al sujeto ajustarse al desarrollo de cualquier situación. En
definitiva, es un mecanismo defensivo que alerta ante una situación
comprometida, donde está en juego un fracaso, un riesgo o una pérdida.
Obviamente, la cuestión reside en la proporcionalidad y duración de la
ansiedad con relación a la potencial causa que la provoca. Que estemos
preocupados – ansiosos – ante la posible pérdida de nuestro puesto de
trabajo es algo normal; que experimentemos una intensa y duradera
ansiedad, con aumento del ritmo cardíaco y de la presión arterial – entre
otras somatizaciones – ante la posibilidad de que se nos caiga el cielo
encima o de que el vecino del piso de arriba no nos salude en el portal,
entraría ya más típicamente en el campo de las neurosis.
Frecuentemente utilizamos como términos sinónimos el de angustia y
el de ansiedad, cuando en realidad son más bien manifestaciones
diferentes de un mismo proceso. La reacción defensiva ante una situación
amenazante – real o no – puede adoptar dos formas distintas. Una es el
sobresalto, en el que predomina fundamentalmente una agitación o tensión
psicomotriz, como dispuesto “a saltar sobre la presa”, que se corresponde
con la ansiedad. La otra forma es el sobrecogimiento, en la que el sujeto
queda inmovilizado, aterrado, incapaz de salir de su pasividad ante lo que
le sobreviene – real o imaginariamente – y que se corresponde con la
angustia.
Sin olvidar que la angustia y la ansiedad son actitudes psicológicas
perfectamente naturales, el problema surge cuando una u otra se consolida
como una fuente permanente de sufrimiento y discapacidad; entonces se
entra de lleno en la neurosis de ansiedad, la forma más común de
neurosis, que puede aparecer como un estado permanente de ansiedad o
angustia libre flotante, o en forma de crisis intermitentes, que pueden
establecerse incluso durante el sueño, provocando al paciente un brusco y
desagradable despertar, a veces con una sensación de riesgo de muerte: las
crisis de angustia, los ataques de pánico.
La ansiedad – como la peste – es fácil de contagiar, formando
comunidades de preocupaciones ficticias compartidas. Comunidades
frágiles y efímeras con emociones dispersas y erráticas que cambian de
objeto sin ton ni son, a la deriva en su búsqueda infructuosa de un puerto
seguro, por una desesperada necesidad de interconectarse, como indica
Zygmunt Bauman36.
A NTÍTESIS
La antítesis forma parte la llamada triada dialéctica, junto con la tesis
y la síntesis. Viene a significar una idea o proposición que se opone
(antítesis) a otra formulada previamente (tesis), aportando diferencias en
algún aspecto sustancial. Todo ello debería servir para que – en el ámbito
de la dialéctica concebida clásicamente – formular una tercera idea o
36Zygmunt Bauman. Modernidad líquida
proposición (síntesis), que concilie las dos anteriores en una única,
supuestamente más comprensiva y amplia
Cuando deliberamos y decidimos estamos optando por una entre
varias posibilidades. Y lo hacemos en cada situación particular
ponderando los diferentes pros y contras de cada opción. Pero, con
independencia de la eficacia de nuestra elección, nos vemos obligados a
excluir el resto de opciones consideradas y, por ello, renunciamos –
aunque sea temporal o parcialmente – a ellas. Nos quedamos con las ganas
de tenerlo todo; pero, incluso para eso podemos utilizar nuestra libertad;
podemos negarnos a renunciar a nada. Precisamente, contra esta renuncia
se revelaba Ortega y Gasset37: prefiramos no preferir. No renunciemos de
buen ánimo a gozar de lo uno y de lo otro; religión y ciencia, virtud y
placer, cielo y tierra. Cierto que hasta ahora no se han resuelto las
antítesis, pero cada hombre debe pensar que es él el llamado a
resolverlas.
En realidad, la presunta antinomia en tesis y antítesis está sujeta a una
estructura lógica excesivamente rígida, que tiene más que ver con la
ingeniería mecánica que con la complejidad de la mente humana. Esto no
es nuevo; ya en la epopeya sumeria de Gilgamesh – hace más de 4.000
años – la oposición constituye el principio de la vida, el soporte del
desarrollo de los fenómenos y, al mismo tiempo, es la condición para su
armonía. La tesis-antítesis, fundamental entre lo uno – lo permanente – y
el cambio, forma el motor de la vida del universo; la creencia sumeria
afirmaba que los contrarios que se oponen no son contradictorios de lo que
nada puede salir sino, al contrario, seres cuya oposición es no solo
reductible sino también fecunda, con la condición de que el acercamiento
entre ellos no sea para el aprovechamiento exclusivo de uno de ellos. Una
versión del yin y el yang del mundo chino.
¿Es el amor la antítesis del disfrute? ¿Lo es el humor de la
solidaridad? ¿Es imposible que una persona tenga una fe religiosa y sea
capaz de razonar lógicamente? ¿Necesitamos comprender qué es la música
para disfrutar de ella o incluso para crearla? ¿Debe renunciar el filósofo a
37 José Ortega y Gasset. El espectador
la esperanza, a cualquier tipo de esperanza? No solo existe un mundo
material, como nos demuestran continuadamente los creadores de
literatura, de arte, de ciencia; todos ellos crean realidad a partir de la
realidad.
La realidad se recrea y, con ello, aborda infinitos mundos, más allá de
la comprensión lógica y de la observación. El conocimiento no está
limitado por la lógica ni por la observación; al fin y al cabo, la
aparentemente irracional intuición nos conduce directamente a la síntesis
de que si experimentamos sed es porque debe existir el agua con qué
calmarla.
A NTROPOLOGÍA
El descubrimiento de la incapacidad de la mente humana para
comprender completamente las cuestiones más cruciales de la realidad nos
debería poner en guardia frente a cualquier intento de explicar las grandes
cuestiones de nuestra existencia a partir de ideas demasiado simples y
fraccionadas, obtenidas a partir de una experiencia siempre condicionada
por nuestras limitaciones y prejuicios.
Deberíamos sentirnos felices por disponer de una inteligencia
sentiente, capaz de hacer cosas mucho más globales y profundas que la
simple descomposición analítica de la realidad observada; deberíamos ser
capaces de enfrentarnos a todas las cosas e incluso a nuestra incertidumbre
interior. Solo nuestra inteligencia sentiente es capaz de abordar la realidad;
de hecho, no podemos abstraernos de la realidad aunque queramos
hacerlo. Zubiri38 pensaba que al hombre no le queda más remedio que ser
inteligente. Consideraba que los hombres y las mujeres no percibimos
simples estímulos sino que aprehendemos realidades, integrando para ello
observación, sentimientos e inteligencia en un único proceso; mientras que
el animal simplemente subsiste, al hombre no queda otro remedio que
hacerse cargo de la realidad. Sentir e inteligir son en el hombre dos
38 Xavier Zubiri. Inteligencia sentiente: inteligencia y realidad
momentos de un mismo proceso, eso que Zubiri denomina impresión de
realidad.
Así pues, la inteligencia sentiente nos aportó la fuerza mental que
suplía la fuerza y la elasticidad física que nos negaba un cuerpo que no
está especializado para nada en particular. La inteligencia sentiente nos
hizo fuertes como especie, pero lo hizo a cambio de la condena de ser
conscientes de esa capacidad, de hacernos responsables de nuestro
comportamiento, de nuestro conocimiento y, por tanto, de nuestra
ignorancia; por consiguiente, la vida humana es intrínsecamente ética.
No caben excusas: dimitir de nuestra inteligencia sentiente es una
inmoralidad. Eso es, para mí, el núcleo central de la antropología y el
motivo por el que el estudio del hombre necesariamente debe contemplar
el comportamiento ético y la evolución de éste. Sin él, la condición del
hombre podría ser reducida a la de ser un simple animal habilidoso para
adaptarse a cualquier ambiente.
Precisamente desde la dimensión ética, los seres humanos nos hemos
descubierto como individuos incompletos pero dotados de una esencia –
una humanidad – que desborda ampliamente la individualidad de nuestro
propio cuerpo. Por eso, nuestros antepasadas aprendieron a mirarse a sí
mismos a través de los demás, buscando en ellos su alter ego, su otro yo,
aprendiendo de sus gestos, de sus expresiones faciales y, cuando la
evolución anatómica lo fue permitiendo, de también de sus sonidos, que se
hicieron desde entonces inteligentes.
Desde el momento en que nuestros antepasados fueron capaces de
desarrollar una teoría de la mente, esa capacidad para ponernos dentro de
la mente – en sus intenciones y sentimientos – de los demás, la evolución
humana adquirió, inevitablemente, un componente ético. Nos permitió
comprender la intencionalidad y la creatividad, y todo ello nos llevó a la
pedagogía, a la enseñanza de los niños y jóvenes para trasladarles la
cultura y la experiencia de los viejos; conseguimos la proeza de no tener
que aprender todo de nuevo en cada generación. La irremisible evolución
nos llevó al arte de una manera tan fulminante – al menos en términos de
cronología paleontológica – y tan generalizada que es difícil no hacerlo
coincidir con algún importante cambio genético en la evolución biológica
del hombre primitivo, posiblemente acaecido entre los años 40.000 y
60.000 aC.
¿Pero, por qué el sentimiento artístico es valorado por algunas
personas como un claro signo de evolución intelectual hacia el ser humano
moderno, mientras consideran que el sentimiento religioso es la reliquia de
una psique inmadura? En realidad, la idea de la trascendencia ha estado
llamando a la puerta de la mente humana desde el mismo despuntar de su
autoconciencia, como lo sugiere el hecho de que, mientras que los
humanos primitivos eran bastante torpes a la hora de construir edificios
sólidos, seguros y cómodos para vivir dentro de ellos, los primeros
monumentos funerarios conocidos – altamente sofisticados, tanto técnica
como artísticamente – datan de tiempos muy anteriores a la primera – y
básica – arquitectura doméstica. Es decir, para nuestros antecesores, la
morada de los muertos tenía aparentemente mucha más relevancia que la
de los vivos. ¿Fue el hombre la primera conversación que la naturaleza
mantuvo con Dios, como decía Goethe?
A PRENDIZAJE
Los homínidos evolucionaron rápidamente – muy rápidamente, en
términos biológicos – gracias a la adaptación cultural acumulativa, basada
en el aprendizaje social y en la teoría de la mente, la capacidad para
entender que los otros tienen también emociones y objetivos vitales; es
decir, ponerse en la mente del otro. Parece que la base biológica de tal
salto evolutivo podría residir en las neuronas espejo, un pequeño
conjunto de neuronas constituido por poco más de 20.000 en el ser
humano, pero proporcionalmente mucho mayor que en otras especies de
homínidos o de primates. Estas neuronas espejos son un elemento clave
para los procesos de imitación que parecen ser indispensables para el
aprendizaje y la transmisión cultural de habilidades. De hecho, datos
recientes39 apuntan que el cerebro, cuando tiene que hacer algo, activa
neuronas diferentes dependiendo de si hay alguna persona más en el
entorno, lo que parece confirmar el carácter social de algunas neuronas.
Así pues, la cultura ha sido una importante fuente de presión
evolutiva, que ayudó a seleccionar los cerebros que portaban mejores
sistemas de neuronas espejo y el aprendizaje imitativo asociado con ellas.
Si denominamos epigenéticos a aquellos factores ligados a la
herencia que no tienen una base genética – es decir, que no se deben a una
alteración directa de la secuencia del ADN –, la epigenética tiene, como
mínimo, tanto que ver en la construcción del hombre moderno como las
mutaciones que acabaron por consolidarse en los primeros homínidos y
que sirvieron como punto de arranque para convertirnos no solo en una
especie animal diferente, sino absolutamente única.
Los factores epigenéticos determinaron en buena medida quién, con
quién y cuántas veces se reproducía y, por ello, la inteligencia, la
sensibilidad, la memoria, etc., acabaron siendo más relevantes que la
potencia muscular o la habilidad para descortezar frutos; es decir, la
inteligencia sentiente ha demostrado su rentabilidad también en términos
reproductivos. Probablemente, uno de los factores epigenéticos más
determinantes en la continua evolución humana – en la prehistórica y en la
actual – es la sociabilidad que, junto con la memoria, permiten que los
hijos aprendan de sus padres y del resto del grupo no solo a sobrevivir,
sino a vivir, a proyectarse hacia el futuro, a imaginar mundos posibles e
incluso imposibles.
Los cerebros primitivos – poco evolucionados – tienen un carácter
fundamentalmente sensitivo-motor; es decir, la conducta animal funciona
mediante la lógica simple de las presencias, de la actualidad, en la que el
sistema sensitivo presenta la realidad ante el objeto psíquico. Esta
presencia sensible – estímulo, sensación, información – produce el
39 Demolliens M, Isbaine F, Takerkart S, Huguet P, Boussaoud D. Social and asocial
prefrontal cortex neurons: a new look at social facilitation and the social brain. Social
Cognitive and Affective Neuroscience. 2017; 12(8): 1241–8;
https://doi.org/10.1093/scan/nsx053
aprendizaje de acciones adaptativas automáticas; en definitiva,
respuestas. Por ello, uno de los cambios evolutivos trascendentales es la
aparición de la memoria, que permite que en el presente se haga actual el
pasado como presente recordado. En la conciencia del sujeto animal se
presentan simultáneamente – se recuerdan – numerosas y diversas
sensaciones del pasado que van surgiendo por conexiones lógicas que son
activadas por la sensación presente. Al fin y al cabo, como dijo George
Steiner40, la memoria es la madre de las musas, el don humano que hace
posible todo aprendizaje.
Steven Pinker41 afirmaba que debe haber algo en la mente que sea
innato, aunque solo sean los mecanismos que realizan el aprendizaje; algo
ha de inferir el contenido de una frase y no limitarse a repetir las palabras
como un loro; algo tiene que interpretar la conducta de las otras personas
como un intento para alcanzar metas, y no como trayectorias de las
sacudidas de brazos y piernas. Para Pinker, los seres humanos se
comportan flexiblemente porque están programados: sus mentes están
equipadas con el software combinatorio que puede generar un conjunto
ilimitado de pensamientos y conductas; es decir, la conducta puede variar
bastante entre culturas, pero el diseño de los programas mentales que la
generan no tendría por qué variar. La conducta inteligente se aprende con
éxito porque poseemos unos sistemas innatos que realizan el aprendizaje,
concluye Pinker.
Aunque comparto con Pinker que la constitución genética es muy
relevante para el aprendizaje, encuentro su propuesta tan determinista – y
tan mecanicista – que convierte al ser humano en una simple máquina. Es
el problema de todo modelo: una simplificación reduccionista de la
realidad, que deja demasiadas preguntas fundamentales por responder y
otras muchas por plantear. Una de esas cuestiones fundamentales se refiere
al fondo ético que soporta y acompaña al ser humano en su evolución – y
quién sabe si también a otros seres emocionalmente inteligentes de éste u
otros universos – y que constituye su propio fondo cósmico de
40 George Steiner. Lecciones de los maestros
41 Steven Pinker. La tabla rasa
microondas, la presencia permanente que le recuerda su origen, su
particular Big Bang como especie.
Aprender significa, por encima de todo, aprender a esperar. Sentir la
esperanza hace que la persona se vea transportada por una convicción que
trasciende lo razonado e incluso hasta lo razonable, en una permanente
disposición de apertura para asumir una nueva realidad que siempre
entiende más valiosa que la actual, sin que le suponga desdeñar la realidad
inmediata ni huir de ella. El que siente la esperanza está en un proceso
continuo de aprendizaje, buscando y deseando el futuro porque se siente
firme en el presente y es consciente de su pasado, aunque ambos estén
lejos de ser perfectos. Para el que tiene esperanza, la vida adquiere sentido
propio, algo que va más allá de un simple y azaroso devenir de
acontecimientos.
Pero aprender es también aprender a comunicarnos, posiblemente
una de las tareas más complicadas con la que se enfrenta el hombre.
Utilizamos símbolos y frases que previamente hemos necesitado
almacenar en nuestra memoria mediante un importante esfuerzo.
A RTE
La vida progresa y evoluciona en todas sus formas porque se mueve
permanentemente en el interfaz entre estabilidad e inestabilidad, en la
tierra de nadie y de todos. El arte existe porque el ser inteligente necesita
evolucionar y expresar ese dinamismo evolutivo a través de la
manifestación de su duda metafísica, que es al mismo tiempo una
afirmación incontestada. Toda obra de arte representa un ¿por qué?
gritado por el artista ante la sorpresa y el misterio que representa la vida.
Cada artista es único, pero cada uno de ellos representa a toda la
humanidad, de la misma forma que cada una de las obras de arte de un
artista es única, pero cada una de ellas representa mejor que nada al artista
total.
El arte solo es inteligible desde la necesaria inestabilidad que implica
la evolución, quizá porque el arte probablemente es la manifestación más
radical de la emergencia de la autoconciencia humana, del universo que se
pregunta por sí mismo. Por ello, el arte nace del equilibrio inestable entre
el caos proveniente de la entropía y el orden que nos vuelve perezosos y
anodinos en la estabilidad. En una compleja interacción creativa, ambos
mundos son superados con la emergencia de un tercero, una realidad más
compleja que cada uno de los dos previos. Esa es la obra de arte, el
culmen de la complejidad creadora, el hallazgo irrepetible que hace
encajar todos los elementos de una realidad precoz para hacer brotar algo
donde no había nada, da forma a lo informe y sentimiento donde las
palabras opacas amordazaban a la inteligencia.
Al científico no le queda más remedio que resignarse a que sus
hallazgos sean devorados por el progreso; más pronto que tarde, acabará
por asistir al entierro del producto de su esfuerzo en el cementerio del
olvido. Solo el artista, el auténtico artista, puede presumir de no ser
víctima del progreso y de la evolución, ya que el arte es cumplimiento y
completitud: nada le hace obsoleto.
A TEÍSMO
Se podrá ser creyente o no, pero la única alucinación consiste en negar
tozuda e irracionalmente que el sentimiento religioso – como forma de
afrontar globalmente la realidad – ha influido en la evolución de la
inteligencia humana, más allá de las atrocidades cometidas en nombre de
Dios. En este sentido, la deformación interesada del sentimiento religioso
comparte terreno con la producida en el ámbito político, social, artístico,
afectivo…
Un científico, un filósofo o, en general, cualquier individuo – sea cual
sea su actitud intelectual – es por encima de todo una persona que aspira a
encontrar sentido a sus actos y al conjunto de su vida. Y esto exige una
actitud de apertura a la realidad; al fin y al cabo, la ciencia también
descansa en la fe, como reconocía Nietzsche42.
42 Friedrich Nietzsche. La gaya ciencia
Alain de Botton43, un filósofo que se declara ateo, considera que la
ciencia nunca reemplazará a la religión porque además de explicaciones
necesitamos consuelo. Para Botton, la religión nos remite a algo superior y
nos hace ver nuestra auténtica dimensión, mientras que la sociedad secular
lo reduce todo a nosotros y ha permitido que el ego humano alcance
proporciones desmesuradas.
Entre el diseño finalístico de los creyentes fundamentalistas y dejarlo
todo en manos del azar, propio del ateísmo, existen múltiples opciones que
permiten encajar sin estridencias la armónica existencia de Dios y de la
libertad. Si solo existiese aquello que somos capaces de observar y
comprender, careceríamos de la mayor parte de las cosas valiosas de la
vida; no podemos seguir llamando azar a la simple ignorancia de los
procesos, de igual manera que no deberíamos mirar hacia otro lado cuando
encontramos datos que no encajan en nuestros presupuestos científicos,
filosóficos o vitales. En esto, ateos y creyentes somos igualmente obtusos.
Considerar que pueda existir una dirección general en el proceso de la
evolución del universo y de la vida no supone aceptar la existencia de un
plan determinista que fije y regule todos y cada uno de los detalles
estructurales de cualquier organismo que pueda emerger durante el
proceso evolutivo; hay espacio suficiente para Dios, las leyes naturales y
la participación del auténtico azar. Por todo ello, a veces pienso que la
incertidumbre cuántica es una especie de guiño que nos hace Dios desde
lo más profundo de la materia-energía para despertar nuestra inteligencia.
En ningún caso los ateos, los agnósticos y los creyentes – con sus
múltiples matices y variedades – deberíamos renunciar a la búsqueda de
una respuesta a las preguntas ¿por qué? y ¿para qué?
Decía Michel Onfray44 que el ateo, antes de ser calificado como
negador de Dios, sirve para perseguir y condenar el pensamiento del
individuo libre, aún de la manera más ínfima, de la autoridad y de la tutela
social con respecto al pensamiento y a la reflexión. Muchas vidas
destrozadas y torturadas por las persecuciones religiosas avalan la
43 Alain de Botton. Religión para ateos
44 Michel Onfray. Tratado de ateología
contundencia de la afirmación de Onfray. Pero, paradójicamente, es el
mismo argumento que utilizaron Stalin, Mao y Pol Pot – entre otros
muchos dictadores – para justificar su sangrienta persecución de la
libertad religiosa y, de paso, de cualquier otro tipo de libertad.
De la misma forma que Dios ha sido utilizado – y lo sigue siendo –
como una excusa para acabar con la libertad y la vida ajena, una
demagógica forma de lucha contra el oscurantismo y la irracionalidad
proporcionó argumentos – por decirlo así – a los enemigos del hombre.
Evidentemente, el problema no está en Dios o en la fe, de la misma forma
que no lo está en la razón ni en la reflexión; todos estos conceptos – o
realidades – son utilizados como meros escudos para ocultar objetivos
perversos o la completa falta de argumentos de aquellos que solo ven lo
que quieren ver porque les molesta o temen lo que pudieran llegar a
encontrar: la libertad de todos los hombres.
A UTOPOSESIÓN
Entre una inquietud que angustia – pero también estimula al hombre
en su búsqueda de la autenticidad – y la serena ejecución de la vida, el
hombre transita en una sucesión de pasos rápidos y lentos que tienden a
autorregularse. La inquietud es acallada por el sosiego, como forma
ordenada y sentiente de ejecutar la vida, mientras que el propio sosiego es
inquietado por el relativo – solo relativo – azar en el que la vida del
hombre transcurre, la inabarcable realidad. Ante ello, solo el libre ejercicio
de autoposesión consigue mantener el piloto en la dirección adecuada. El
culmen del hombre es la voluntad libre, aquel acto en que se posee a sí
mismo, nos decía Zubiri45.
Ser dueño de uno mismo, sentirse propietario del propio destino –
hasta donde la compleja incertidumbre de la realidad nos lo permita – es
tanto como plantarse sólidamente ante la vida, con la mochila bien
pertrechada, pero liviana, para afrontar las eventualidades de esa realidad.
45 Xavier Zubiri. Sobre el sentimiento y la volición
En esa mochila no caben las necesidades artificiales o las falsas, como
alertaba Marcuse46, porque esas necesidades solo pueden ser resueltas por
los mismos individuos, siempre y cuando tengan libertad para dar su
propia respuesta. Mientras se les mantenga en la incapacidad de ser
autónomos, mientras sean adoctrinados y manipulados – hasta en sus
mismos instintos – la respuesta a esta pregunta no puede considerarse
propia de ellos.
El adoctrinamiento y la manipulación nos llenan nuestra mochila vital,
ocupando el sitio de nuestra propia esencia personal. Pero también lo
hacen las falsas necesidades y el prestigio social entendido como
ostentación y vanidad. Ya sabe lo que decía Jean Guitton 47: la vanidad es
el orgullo de los imbéciles.
Frente al riesgo denunciado por Marcuse de que la gente solo se
reconozca en sus propias mercancías, de que encuentre su alma en su
automóvil o en su casa – hasta el punto de que acabemos controlados por
las nuevas necesidades que nos hemos creado –, solo puede haber una
única respuesta: una exigente autoposesión.
La irremediable e insistente realidad amenaza nuestra comodidad y
por ello llegamos a autoengañarnos, a crear falsas verdades en nuestra
vida. Y esas son, precisamente, las que acaban envenenándonos y
generando conflictos aún mayores que aquellos que pretendíamos tapar
con el autoengaño. Edgar Morin 48 llega a dar carta de naturaleza normal a
este comportamiento: el autoengaño revela nuestra aptitud para el
desdoblamiento y al mismo tiempo nuestra aptitud para camuflarnos este
desdoblamiento, dado que el Yo mentiroso logra autoconvencerse de su
propia sinceridad. Los fenómenos patológicos de doble o múltiple
personalidad son solo exageraciones de un fenómeno que es normal pero
del que somos inconscientes.
46 Herbert Marcuse. El hombre unidimensional
47 Jean Guitton. Mi testamiento filosófico
48 Edgar Morin. El método. La humanidad de la humanidad: la identidad humana
A UTORIDAD
Podemos definir la autoridad como el poder efectivo que es capaz de
ejercer una persona o un colectivo sobre otra persona u otros colectivos.
La legitimidad de ese ejercicio es lo que separa la autoridad del
autoritarismo; una legitimidad que procede tanto del que delega en la
persona que encarna la autoridad, como de esta última. Pero también la
legitimidad proviene del estricto cumplimiento, libremente acordado, de
los términos concretos de la delegación de poder y, en no menor medida,
de la limitación estricta del poder de la autoridad. Como decía Bauman 49,
cuando las autoridades son muchas, tienden a cancelarse entre sí y la única
autoridad efectiva es la de quien debe elegir entre ellas; las autoridades ya
no mandan, sino que intentan congraciarse con los electores por medio de
la tentación y la seducción.
Una cosa es tener autoridad para decidir por los demás en
determinadas cuestiones y otra es que el ejercicio de dicha autoridad
aporte un valor ético o intelectual añadido a la persona que encarna la
autoridad. Tener autoridad significa estar en posesión de sí mismo, antes
que ser propietario de la voluntad de los demás. Por eso es tan difícil
ejercer la autoridad y quizá por ello Nietzsche50 se pasó la vida buscando
grandes hombres pero solo encontró lacayos de su ideal; al fin y al cabo,
como él decía, llegar al poder es algo que se paga caro: el poder
entontece.
Más allá del ejercicio perverso del poder, la personalidad autoritaria
no es la que quiere ejercer el poder, sino la que desea un poder fuerte al
que someterse, como reflexiona José Antonio Marina51. Es decir, el
autoritarismo es una actitud, mientras que la autoridad es una
consecuencia; quien aspira a un gobierno fuerte solo está demostrando su
propia debilidad; quien renuncia a su condición de ciudadano se convierte
49 Zygmunt Bauman. Modernidad líquida
50 Friedrich Nietzsche. El crepúsculo de los ídolos
51 José Antonio Marina. La pasión del poder. Teoría y práctica de la dominación
en un simple súbdito; quien cree que Dios o la libertad están encerrados en
un libro, acaba entre las rejas de las mazmorras del fanatismo.
La relación legítima entre el poder y la autoridad solo puede emanar
de la condición humana, nunca de lo consolidado por la inacción personal
o social. Popper52 afirmaba que Kant humanizó la ética con su doctrina de
la autonomía, al negar como fundamento de la ética el establecimiento de
la autoridad: ante la orden dada por cualquier autoridad siempre persiste la
responsabilidad propia de determinar si esa orden es moral o inmoral. Con
ello, Kant enriqueció la idea socrática de la autosuficiencia, un elemento
clave de la herencia cultural occidental, al afirmar que todos los hombres
somos libres, no tanto porque hayamos nacido libres, sino porque tenemos
la obligación moral de asumir la responsabilidad de decidir libremente.
Quienes debaten en la plaza pública han de basarse en el análisis del
presente y no en las autoridades sapienciales de ciertos textos sagrados; el
regreso a los debates pretéritos solo tiene sentido cuando permite un
planteamiento sistemático que ejerza el papel de una crítica del presente,
como indicaba Gustavo Bueno53.
En ningún ámbito del pensamiento sentiente puede haber una
autoridad indiscutible, más allá de la propia conciencia.
A ZAR
Tradicionalmente, denominamos azar al conjunto de sucesos que son
fruto de la coincidencia fortuita de diversas causas no relacionadas entre
sí. Pero, si nos detenemos a analizar esta definición, fácilmente
encontraremos que en ella se incluyen términos que son ambiguos y, en
consecuencia, la invalidan.
Para empezar, la expresión coincidencia fortuita presupone que dos o
más elementos causales co-inciden en un mismo proceso; es decir,
asumimos que ese conjunto de elementos participan en el proceso, aunque
52 Karl R. Popper. La crítica de Kant y la cosmología
53 Gustavo Bueno. ¿Qué es la filosofía?
no sabemos si realmente es así, solo atribuimos dichas participaciones de
forma presuntiva. También decíamos que tales causas no estaban
relacionadas entre sí, lo cual presupone – como antes – asegurar sin
ninguna prueba que tales relaciones no existen. O sea, estamos como al
principio.
Nuestra debilidad como entes perceptivos y pensantes no nos permite
abarcar el Universo entero, de ahí que nos veamos obligados a dividirlo, a
diseccionarlo arbitrariamente en fracciones. Esto provoca, en muchas
ocasiones, que los trozos que nosotros producimos reaccionen entre sí
dando lugar a resultados absurdos, que nos parecen debidos al azar. En
realidad, el azar representa en muchas ocasiones solo la medida de nuestra
propia ignorancia e incapacidad, mientras que en otras lo confundimos con
la indeterminación o incertidumbre intrínseca del mundo real. Aristóteles
afirmaba que la experiencia hizo al arte y la inexperiencia hizo el azar.
Que alguien sea incapaz de observar o entender un fenómeno, no
quiere decir que ese fenómeno no exista ni sea explicable. Otra cosa es
que la explicabilidad de todos los fenómenos tenga que estar sujeta
necesariamente a las reglas del método científico.
Nuestra mente consciente no está preparada para aceptar la
impredecibilidad. Quizá sea porque disfrutamos de una capacidad
portentosa para generar hipótesis sobre cualquier observación que
hacemos, hasta el punto de que todo lo que nos llama la atención lo
encajamos – aunque sea a martillazos, como decía Nietzsche – en un
modelo que tenga algún sentido para nosotros.
Ciertamente, los métodos estadísticos son imprescindibles para
comprobar la coherencia de los resultados científicos. Esto implica, en
términos prácticos, reducir hasta un mínimo consensuado la probabilidad
de que los resultados sean debidos al azar y no a las causas que nosotros
atribuimos hipotéticamente. Para ello, se emplea el procedimiento
conocido como falsación de la hipótesis nula, que implica aceptar como
cierta aquella hipótesis cuya contraria – la hipótesis nula – hayamos
demostrado que es falsa. En resumen, si No-A es falsa, A debe ser cierta.
¿No le parece un poco retorcido?
Excluir o, al menos, reducir la participación del azar en la justificación
de las tesis científicas no significa que estemos en condiciones de
demostrarlas. Solo nos permite afirmar que esa tesis es válida para
representar – en cierta medida – la realidad, pero en ningún caso excluye
otras posibles explicaciones, puede que más amplias o precisas.
Decía el dramaturgo Jacinto Benavente 54 que todos creen que tener
talento es cuestión de suerte; nadie piensa que la suerte puede ser
cuestión de talento. Yo me permito reorientar esta reflexión en otro
sentido: hay quien considera que el universo es fruto del azar; pero, en mi
opinión, ocurre a la inversa: es el azar el que es fruto del universo. Cuando
la materia-energía se hizo consciente de sí misma, adquirió su libertad al
hacerse ética. Al fin y al cabo, no se es libre por tener la capacidad para
tomar una decisión de forma arbitraria – a eso se le llama capricho – sino
por tomar una decisión de forma autónoma y asumiendo que tendrá
consecuencias.
B ELLEZA Y V ERDAD
Si buscamos en la infinitud de los medios de comunicación,
encontraremos numerosas definiciones de la belleza y de lo bello.
Seguramente, cada una de ellas hará hincapié en uno u otro aspecto
determinado de la realidad, tanto en el ámbito de lo material como de lo
mental o incluso de lo espiritual. Sin embargo, todas ellas – de una u otra
forma – relacionan la belleza con la verdad: verdad moral de las acciones
y de las actitudes de las personas, y verdad de la sensibilidad y
expresividad de la perfección artística y del conocimiento.
Quizá pueda parecer extraña la ligazón belleza-conocimiento y
particularmente la relación de la belleza con el ámbito científico; pero, se
quiera o no, cuanto más rigurosa es una teoría en cuanto representación de
la realidad, tanto más bella es: cualquier ley científica posee una simetría
54 Jacinto Benavente. https://es.wikiquote.org/wiki/Jacinto_Benavente
unificadora que representa el aspecto acogedor de la, por otro lado, fría
ciencia. Pero de eso hablaremos en otro momento…
Alexander Gottlieb Baumgarten – primer teórico de la estética –
afirmaba que así como la verdad es la perfección del conocimiento
racional, también la perfección de la representación sensible es la belleza.
Para Zubiri55, la belleza es la verdad del sentimiento estético: todo es
verdadero, bueno y pulcro, en cuanto es real; en cuanto limitado, puede ser
falso, malo y feo. Eugenio Trías56 estiraba aún más este último argumento,
al afirmar que lo siniestro es condición y es límite de la belleza de la
representación; en tanto que condición, no puede darse efecto estético sin
que lo siniestro esté de alguna manera presente en la obra artística; en
tanto que límite, la revelación de lo siniestro destruye ipso facto el efecto
estético. Lo bello – concluye Trías – es ese comienzo de lo terrible que los
humanos podemos todavía soportar.
Sea como fuere, belleza y verdad no son conceptos cerrados, sino dos
aspectos de una única y abierta realidad. Decía Zubiri que la verdad es el
bien de la inteligencia, mientras que la belleza es el bien de los
sentimientos; pero sentimientos e inteligencia no son independientes,
como demostró el propio Zubiri, sino una unidad intrínseca en el ser
humano: la inteligencia sentiente. Lo que la belleza añade a las cosas no
es una cualidad, como tampoco la bondad ni la verdad añaden una
cualidad, sino que es simplemente un modo de actualización por el que la
realidad se hace presente o queda como real ante el hombre.
Fundamentalmente, el sentimiento estético consiste en el disfrute – la
fruición de Zubiri – y la complacencia en algo real, no tanto por las
cualidades que tiene, sino simplemente porque es algo real; en definitiva,
todo es susceptible de convertirse en término de un sentimiento estético,
en la medida que todo sentimiento envuelve una componente estética.
Quizá por ello, María Zambrano57 afirmaba que la belleza es el velo de
la verdad, que la vida misma que se nos da es el velo del ser y que su ser
55 Xavier Zubiri. Reflexiones filosóficas sobre lo estético
56 Eugenio Trías. Lo bello y lo siniestro
57 María Zambrano. Claros del bosque
se le esconde al viviente mientras vive para desplegarse solamente en la
total entrega. Por eso, recalcaba Zambrano, la belleza no pide ser
sondeada; y si se hace sentir insondable es porque viene de otro mundo,
del que parece ser signo y escudo.
Jung58 decía que los dioses de poder y belleza sobrenaturales vivieron
antaño en las nevadas cumbres de las montañas o en las oscuridades de las
cuevas, bosques y mares; más tarde se fundieron en un solo Dios, que
luego se hizo hombre. Pero en nuestra época parece que hasta el Dios
hombre desciende de su trono para diluirse – o más bien, esfumarse – en el
hombre común. Ello ha motivado, para muchos hombres, que su sede se
encuentre vacante, motivo por el cual – concluye Jung – el hombre
moderno sufre de una hybris de la conciencia, un exceso de confianza en
sí mismo, que se está aproximando a lo patológico.
B ELLEZA Y M ATEMÁTICA
Creo que somos muchos los que consideramos que cuanto más
rigurosa exacta y precisa es una teoría como representación de la realidad,
tanto más bella es porque posee una simetría unificadora que representa el
aspecto acogedor de la ciencia en el ámbito de conocimiento.
Henri Poincaré59 estaba seguro de que el científico no estudia la
naturaleza porque ello le resulte útil, sino porque encuentra auténtico
placer en ese estudio, un placer inducido por la percepción intuida de la
belleza. Un sentimiento íntimo de belleza, proveniente de la armonía de
las partes y que solo la inteligencia es capaz de comprender y
experimentar. Si los matemáticos atribuyen una gran importancia a la
elegancia de sus métodos y de sus resultados, es por la armonía de las
diversas partes, su simetría, su feliz equilibrio, en todo lo que pone orden,
lo que da unidad y permite ver claro y comprender el conjunto al mismo
tiempo que los detalles.
58 Carl Gustav Jung. Psicología y religión
59 Henri Poincaré. Sobre la ciencia y su método
Así pues, asumimos que la arquitectura de las leyes de la naturaleza
tiene belleza y armonía. De hecho, Albert Einstein pensaba que su Teoría
de la Relatividad se la daba. Mucho antes que él, en el siglo II, Galeno
afirmaba que la belleza no consiste en los elementos, sino en la simetría de
las partes. Paul Dirac aseguraba que fue su sentido de la belleza lo que le
permitió descubrir la ecuación del electrón: es más importante tener
belleza en nuestras ecuaciones que hacer que cuadren con el experimento.
Steven Weinberg, no dudaba en afirmar que no aceptaríamos ninguna
teoría como Teoría Final a no ser que fuera bella: la belleza de la
simplicidad y de la inevitabilidad, la belleza de la estructura perfecta.
Platón estaba convencido de que lo bello consiste en una cierta proporción
numérica y geométrica.
Werner Heisenberg, padre del principio de incertidumbre, defendió la
sencillez – como sinónimo de belleza – como argumento convincente
sobre el valor de las teorías científicas, al afirmar que la sencillez y la
belleza matemáticas – un criterio estético, a fin de cuentas – ejercen una
influencia decisiva en el poder de convicción de las teorías cerradas.
Según la célebre navaja de Ockham, las explicaciones nunca deben
multiplicar las causas sin necesidad (non sunt multiplicanda entia praeter
necessitatem) y que cuando se ofrecen dos explicaciones completas para
un mismo fenómeno, la más simple debería la preferible; por decirlo de
otro modo, la belleza y la sencillez parecen apuntar en la misma dirección.
Sin embargo, no deberíamos olvidar que la similitud formal entre la
sencillez – entendida como el encaje armónico de todos los elementos –
y la simpleza – prescindir de los elementos que no encajan en el modelo –
nos puede confundir sobre su radical diferencia epistemológica; de hecho,
aunar ambos conceptos es, probablemente, unos de los errores más
comunes en todos los órdenes de la vida.
Un elemento que ilustra la especial relación entre matemática y
belleza, o cómo ésta surge de aquella, son los fractales. Estos objetos
geométricos irregulares y de detalle infinito son generados mediante un
proceso iterativo, por lo que su estructura básica se repite a diferentes
escalas. Hay fractales naturales, es decir, elementos de la naturaleza
(nubes, montañas, sistema circulatorio, líneas costeras, copos de nieve
etc.) que pueden ser descritos mediante la geometría fractal; pero el orden
fractal también se observa en la dinámica evolutiva de los sistemas
complejos constituida por ciclos evolutivos – teoría del caos – en los que
a partir de una determinada realidad más simple – con un pequeño número
de relaciones – se acaba formando una nueva realidad más compleja.
Thomas Kuhn60 consideraba, en línea con lo manifestado por
numerosos científicos del siglo XX, que la importancia de las
consideraciones estéticas puede ser decisiva no solo en la concepción y
desarrollo de una nueva teoría, sino también en su aceptación por la
comunidad científica. En particular, a medida que los científicos se
adentraban en campos inabordables experimentalmente – el cosmos
profundo, las micromagnitudes de Planck: tiempo, espacio, etc. –, se
vieron obligados a basarse en intuiciones matemáticas, en la búsqueda de
la unificación definitiva en una Teoría del Todo, en la que los criterios
estéticos parecen venir a ocupar el lugar de la verificación.
En mi opinión, esto último es un peligroso error, en la medida de que
la realidad es el fundamento de lo posible y de lo bello, y no al revés.
Inventar dimensiones extra a la medida de las ecuaciones es un
procedimiento matemático espurio, que solo pretende taponar la
hemorragia de infinitos que se produce cada vez que inventamos
matemáticamente la realidad; un deseo infantil de simplificar su
irreductible complejidad.
No deberíamos olvidar que la realidad matemática es previa a la lógica
y de mayor amplitud que ésta, como nos demostró Kurt Gödel con sus
teoremas de incompletitud. Dado que la simple relación de caracteres
pertenecientes a una cosa es capaz de describir de forma completa y
consistente su realidad, el conocimiento matemático también resulta una
cuestión abierta, opuesta a cualquier forma de dogmatismo; cuando la
matemática se establece como una cárcel epistémica de la realidad pierde
por completo todo su sentido.
60 Thomas Kuhn. La estructura de las revoluciones científicas
De la misma forma que no debemos dar crédito a aquellos periodistas
cuya máxima es que la realidad no estropee un buen titular, tampoco
hemos de dárselo a aquellos físicos y matemáticos que aspiran a que la
realidad no les estropee la armonía de una ecuación.
B IEN
Podemos considerar que el bien es el objeto de una actitud que
predispone permanentemente al ser humano hacia la mejora propia y la
ajena, entendiendo como mejora la aspiración a la felicidad y a la plena
realización personal (autoposesión) y social (co-participación); pero
también es el objeto de una aptitud, de la capacitación para ejercerlo
permanentemente y compartirlo con los demás. A este respecto, Pascal 61
afirmaba que el verdadero bien debe ser tal que todos puedan poseerlo de
una vez para siempre, sin distinción ni envidia, y que nadie lo pueda poner
en contra de su voluntad.
Según López Aranguren62, el bien es una hipótesis metafísica. ¿Existe
el bien al margen del hombre? Para un creyente la respuesta ha de ser
necesariamente positiva, ya que justamente la imagen de Dios representa
la concreción del bien absoluto y Dios, por definición, debe ser anterior a
cualquier ser; por lo tanto, para un creyente el bien tiene un carácter
objetivo. Por el contrario, para un ateo la respuesta es obviamente
negativa: el bien solo puede existir en la medida en que existe el ser
humano (o cualquier otro ser inteligente capaz de reflexionar); solo él da
sentido al bien como valor ético y, por tanto, el bien solo tiene un carácter
subjetivo.
Tenga carácter objetivo o subjetivo, la libertad es requisito para el
logro y el ejercicio del bien; por eso, la estupidez – la obcecación en la
ignorancia – excluye la bondad. Pero también la excluye el egoísmo, ya
que yo no puedo perseguir mi bien de ninguna manera que necesariamente
61 Blaise Pascal. Pensamientos
62 José Luis López Aranguren. De ética y de moral
sea antagónica del tuyo, ni lo bueno es una propiedad privada de nadie; el
egoísta es alguien que ha equivocado el lugar dónde reside su propio bien
y, por ello, se autoexcluye de las relaciones humanas.
Podemos – aún más, debemos – buscar el bien común como el egoísta
busca su exclusivo bien privado o personal; lo que no podemos – ni
debemos – es pretender imponer nuestro bien privado o personal como si
se tratase del bien público. Eso sería tanto como transformar la ética
universal – el bien objetivo – en una moral local y temporal, a la medida
de la cambiante conveniencia personal y social. Robert Spaemann 63 lo
resumen de forma tan sencilla como magistral: el bien es lo que no debe
ni puede nunca dejar paso a otras cosas.
B IENAVENTURANZAS
Un mensaje especialmente moderno – por su permanente vigencia – es
el Sermón de la Montaña (o del Monte), recogido en el evangelio de
Mateo64 y, para mí, una pieza clave del mensaje cristiano. También el
evangelio de Lucas65 recoge lo que se conoce como Sermón de la Llanura,
cuyo contenido está estrechamente relacionado con el anterior.
Se trata de algo estrictamente humano, que no va destinado a preparar
el camino hacia el cielo, sino más bien todo lo contrario: que el cielo pase
a ser la condición terrenal.
Se trata de un pequeño manual de instrucciones que cada uno debe
leer en clave personal para orientarse sobre cómo ser un auténtico ser
humano, en su sentido más profundo y satisfactorio. Ese es, sin duda, el
gran reto de cualquier cristiano, aunque estoy convencido de que ninguna
otra persona de buena voluntad, sea creyente de cualquier otra religión,
agnóstico o ateo, rechazará ninguna de las bienaventuranzas.
63 Robert Spaemann. Ética. Cuestiones fundamentales
64 Mateo (Evangelista); Mt 5, 3-11.
http://www.vatican.va/archive/ESL0506/__PUF.HTM
65 Lucas (Evangelista); Lc 6, 17-49. http://www.vatican.va/archive/ESL0506/__PVO.HTM
Como ejemplo de su validez interconfesional, Mahatma Gandhi
afirmaba66 que a medida que aumentaba mi contacto con los verdaderos
cristianos, es decir, con hombres que vivían para Dios, vi que el Sermón
de la Montaña era todo el Cristianismo para aquel que quiere vivir una
vida cristiana. El Sermón es lo que me ha hecho amar a Jesús. Leyendo
toda la historia de esta vida bajo este aspecto, me parece que el
Cristianismo está todavía por realizarse. En efecto, aunque cantemos
'Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra', hoy no hay ni gloria a
Dios ni paz en la Tierra. Mientras que esto siga siendo un hambre todavía
insatisfecha, y en tanto que no hayamos arrancado de raíz la violencia de
nuestra civilización, Cristo no ha nacido todavía.
Es, como decía Gandhi, el gran reto permanente de los cristianos:
realizar el cristianismo y dejarse de monsergas teológicas, tejemanejes
canónicos y laberintos litúrgicos. Es un mensaje universal dirigido a la
conciencia de cada ser humano, más allá de sus creencias religiosas (o de
su ausencia) y, por ello, cada uno lo leemos de forma específica y
personal. Yo me he permitido hacerlo de la siguiente forma,
parafraseando el texto evangélico:
Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les
pertenece el Reino de los Cielos. Aquellos que no están atados a sus
posesiones, ni se identifican en ellas; los que hacen del poder un medio
para la justicia, nunca un fin sí mismo.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Los
que no imponen su voluntad a los demás de forma violenta o torticera, ni
exigen u ofrecen obediencia a costa de sacrificar la conciencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados. Los que aspiran a
superar el sufrimiento propio y ajeno, y se yerguen frente a él.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán
saciados. Aquellos que trabajan sin mirar atrás para cambiar las
situaciones provocadas por la injusticia y no se conforman con que sean
66 Jean Marie Müller. El Evangelio de la no-violencia
los demás los que resuelvan los problemas comunes, los propios y los
ajenos.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Los
solidarios, porque descubrirán que siempre hay mucha más satisfacción en
dar que en recibir.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Los
que no están asfixiados por sus propios prejuicios ni cegados por la
erudición de un conocimiento solo instrumental, porque ellos podrán
aprender a disfrutar de la sabiduría.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos
de Dios. Aquellos que buscan activamente la paz, no solo evitando
cualquier forma de violencia – física, verbal o mediante la exclusión –
sino trabajando para que la paz sea la única salida posible a una justicia
cabal para todos.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque
a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Los que no se dejan intimidar
por el poder ni colaboran con él – por acción u omisión – en la
globalización de la injusticia, del abuso laboral o sexual y de la represión
política, religiosa o intelectual.
Felices vosotros, cuando seáis insultados y perseguidos, y
cuando se os calumnie en toda forma a causa de mí. Aquellos que no
caigan en la trampa del conformismo y se enfrenten pacífica pero
activamente a una sociedad que anima a la codicia, anestesia la conciencia
y exalta el ego y, por ello, sean acusados y tratados como revolucionarios,
marginados, heterodoxos o blasfemos.
Sin embargo, tan importante como entender personalmente el
contenido profundo de cada una de estas bienaventuranzas, es considerar
que solo alcanzan su plena validez cuando se contemplan desde la
globalidad del conjunto; no basta con apuntarse a la tercera y a la quinta,
dejando el suspenso las demás. Cada una se fundamenta en las otras y, sin
esta condición, todas ellas perderían su sentido.
B IG B ANG
El Big Bang es un modelo cosmólógico – considerado actualmente
como el estándar – que intenta dar cuenta de cómo se originó nuestro
universo. Se basa en una amplia diversidad de observaciones, pero
también en no pocas hipótesis aún no demostradas. Su referente esencial
es la teoría general de la relatividad, de Albert Einstein, a partir de la cual
el matemático y meteorólogo ruso Alekxandr Friedman estudió varios
posibles modelos de universo como soluciones cosmológicas a las
ecuaciones de Einstein, publicando de forma restringida sus propuestas en
1924. Poco después, en 1927, el físico, matemático y sacerdote católico
Georges Lemaître propuso – sin conocer los trabajos de Friedman – una
solución para las ecuaciones de Einstein sobre el universo entero,
sugiriendo que éste se encuentra en expansión. Algunos años más tarde, en
1931, el propio Lemaître emitió una hipótesis revolucionaria sobre el
origen del universo.
La arriesgada apuesta teórica de Lemaître – conviene no olvidar su
condición de sacerdote católico ni la época – consistió en la idea que el
universo se había originado como consecuencia de la expansión de un
átomo primigenio, una singularidad. Pese al término Big Bang, en
realidad el modelo no presupone la existencia de ningún tipo de explosión
en el sentido habitual del término, sino que fue la expansión del espacio lo
que provocó la progresiva separación entre sí de las estrellas y galaxias
formadas.
Como es fácil entender, el término Big Bang no fue propuesto por
Lemaître ni por ninguno de los otros científicos que contribuyeron a crear
este paradigma. Fue Fred Hoyle, uno de los más acérrimos detractores del
modelo y ardiente defensor de la teoría del estado estacionario, quien
acuño el término – en 1950 – con el fin de caricaturizar el modelo
cosmológico y ridiculizar a sus autores... consiguiendo todo lo contrario.
En la formulación de su hipótesis, Lemaître estimaba que la edad del
universo podía cifrarse entre 10 y 20 mil millones de años, una estimación
que encaja con los datos experimentales actuales, que la cifran en torno a
los 13.800 millones de años. Poco antes de su muerte, tuvo la satisfacción
de conocer el descubrimiento de la radiación de fondo de microondas
cósmicas, por parte de Arno Penzias y Robert Wilson, que ayudaba a
consolidar empíricamente el modelo teórico del Big Bang.
El paradigma del Big Bang propone un universo que, a gran escala, es
homogéneo e isótropo. Es decir, presenta las mismas propiedades físicas –
temperatura, densidad de materia, etc. – en cualquier zona del mismo, y
parecería exactamente lo mismo en cualquier dirección en que sea
observado. Esta homogeneidad llega ser prácticamente uniformidad a
medida que la escala de observación aumenta. Una uniformidad
corroborada por la omnipresente radiación cósmica de fondo,
supuestamente la radiación fósil que da memoria del Big Bang, a partir de
un punto o singularidad67 – de dimensiones nulas pero de masa infinita –
que dio supuestamente origen al universo conocido.
Puesto que numerosas observaciones realizadas desde el telescopio
espacial Hubble han confirmado que el universo – nuestro universo –
sigue expandiéndose y si la teoría de la relatividad no está equivocada
gravemente, el universo debió comenzar en algún momento. Así pues, el
Big Bang implica que el tiempo y el espacio tuvieron un inicio coincidente
con la gran expansión cósmica.
A partir de ella, el espacio creció exponencialmente con respecto al
tiempo en un proceso inflacionista durante sus primeros instantes y siguió
expandiéndose de forma más sosegada desde entonces, sin que parezca
que todavía haya finalizado tal expansión. Es más, parece que ésta se ha
ido acelerando en los últimos millones años, por lo que acabaremos
disgregándonos entrópicamente en el oscuro infinito, condenados a una
muerte térmica (por congelación). Afortunadamente, antes de que suceda
eso, usted y yo ya no estaremos aquí para comprobarlo. Se lo aseguro.
67 El término singularidad se aplica en física matemática a aquellos puntos cuya
función tiende a infinito o está mal definida; de forma más intuitiva, puede
considerarse como una zona del espacio-tiempo donde no se puede definir magnitud
física alguna ni aplicar ninguna de las leyes físicas conocidas.
B IOÉTICA
Reconozco que el tema no me apasiona, pero me siento obligado a
hacer algunas reflexiones sobre uno de los aspectos más complejos,
controvertidos y, al mismo tiempo, más actuales que afectan a la
conciencia humana: la bioética.
En una primera aproximación, podríamos decir que la bioética se
ocupa de los principios de una correcta conducta humana respecto a la
vida, tanto humana como animal y vegetal, así como al ambiente en el que
pueden y deben darse las condiciones aceptables para la vida. Asimismo, y
específicamente en el ámbito de las ciencias biomédicas, la bioética
considera todos los elementos característicos que están en relación no solo
con la salud de los individuos, sino con la propia asistencia sanitaria y, en
consecuencia, con la política sanitaria.
Puede parecer un contrasentido decir que la ética fundamental es
inmutable, mientras que la bioética está sujeta a la evolución del
conocimiento científico en el ámbito biomédico; sin embargo, esta
aparente paradoja se resuelve a partir de la necesidad que tenemos de
adaptar nuestros principios éticos a las circunstancias a las que el
progresivo conocimiento de la ciencia biológica nos aboca. De acuerdo
con ello, quizá sería más adecuado hablar de biomoral; sin embargo, el
término recuerda más a la marca comercial de un refresco que a una
materia destinada a la más sesuda – y aburrida – reflexión. Por tanto, nos
quedamos con la bioética.
El término bioética fue acuñado en 1971 por un oncólogo
estadounidense, Van Rensselaer Potter68, para referirse a una materia que
combina el conocimiento biológico con el de los valores humanos.
Aunque Potter se refería inicialmente a las cuestiones éticas relativas al
medio ambiente con una perspectiva evolutiva, actualmente el término
engloba otras cuestiones de índole epistémica – determinismo biológico,
influencia ambiental, etc. – y ontológica.
68 Van Rensselaer Potter. Bioethics: bridge to the future
Quizá esto último sea lo más relevante, en tanto que se ocupa, entre
otros, de aspectos tan relevantes como el estatus del comienzo y del final
de la vida humana, lugares y momentos donde tantas confrontaciones se
producen entre la ciencia y la ética, religiosa o no. Sin embargo, como dijo
alguien tan poco sospechoso de fomentar los excesos cientificistas como
Joseph Ratzinger69, la investigación médico-científica es un valor, y por
tanto un compromiso, no sólo para los investigadores sino para toda la
comunidad civil.
Sin entrar en el detalle de los aspectos metodológicos de la bioética, sí
quisiera apuntar los principios fundamentales y algunos datos que me
parecen relevantes.
Para empezar, la consolidación internacional de la bioética en la
sociedad occidental vino de la mano del llamado Informe Belmont70,
redactado por el Congreso de los Estados Unidos de América. Este
informe data de 1979, aunque no fue publicado hasta 1983. Según el
mismo, los principios éticos que deberían guiar la investigación en seres
humanos en las ciencias biosanitarias consisten básicamente en tres, el de
autonomía o respeto por las personas; el de beneficencia, u obligación de
no hacer daño y de extremar los beneficios y minimizar los riesgos; y el de
justicia o imparcialidad en la distribución de los riesgos y los beneficios.
Posteriormente, se añadió un cuarto principio, el de no maleficencia.
En general, el principio de autonomía obliga a tratar a cada individuo
como un ente autónomo a efectos de decisión y aquellas personas cuya
autonomía esté disminuida deben ser objeto de especial protección. Esto
supone la obligación de aceptar las opiniones y acatar estrictamente las
decisiones de las personas, absteniéndose de obstruir sus acciones, salvo
que éstas produzcan un evidente perjuicio para otros.
69 Joseph Ratzinger. Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los participantes en la
Asamblea General de la Academia Pontificia para la Vida (26 de febrero de 2011).
https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2011/february/documents/hf_benxvi_spe_20110226_accademia-vita.html
70 National Commission for the Protection of Human Subjects of Biomedical and
Behavioral Research. https://www.hhs.gov/ohrp/regulations-and-policy/belmontreport/index.html
Por su parte, el principio de beneficencia supone la obligación de
ayudar a los demás a promover sus intereses legítimos, mientras que el de
justicia implica la acción imparcial en la distribución de los riesgos y de
los beneficios. Finalmente, el principio de no maleficencia, supone la
obligación de no hacer daño intencionalmente o no hacer más daño que el
estrictamente necesario para alcanzar un beneficio que, en cualquier caso,
debe ser netamente superior al daño ocasionado. Parece claro que este
último principio está basado en la máxima hipocrática primum non
nocere: lo fundamental es no hacer daño.
No siempre se pueden cumplir estos cuatro principios al mismo
tiempo. Según Diego Gracia71, se trata de principios que obligan, pero
siempre y cuando no entren en conflicto entre sí y, si ocurriera tal cosa, los
principios habrían de ser jerarquizados en función de la situación concreta.
Esto pone de relieve que no existen reglas previas que den prioridad a un
principio sobre otro, y de ahí la necesidad de llegar a un consenso entre
todos los agentes implicados. Esto es lo que constituye precisamente el
objetivo principal de los comités de ética.
B ONDAD
La bondad, la actitud humana para percibir y hacer el bien, ha sido
objeto de numerosos estudios y análisis, que van desde la psicología pura
hasta la teología, pasando por numerosas escuelas filosóficas. Sea como
fuere, la forma en que el bien se erige en objetivo de la vida personal, y se
transforma en una realidad vivida y querida es a través de la virtud, a la
que José Antonio Marina72 define como el hábito que permite la
realización del modelo de vida buena y que se responsabiliza de dirigir el
proyecto personal, creando modos específicos de vida que además puedan
ser compartidos por todas las personas. Y para hacer el bien y compartirlo
71 Diego Gracia. Procedimientos de decisión en ética clínica
72 José Antonio Marina. Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía
es preciso ser valiente: la valentía es la virtud creadora, la que
proporciona la energía y la habilidad para realizar lo valioso.
Kant73 llevó todo esto al campo del deber, de la obligación ética, hasta
el punto de considerar que hay que hacer el bien por deber, cuando
ninguna inclinación impulse a ello e incluso vaya en contra de una
invencible antipatía. De esta manera, éste es un amor que descansa en la
voluntad y no en una mera tendencia de la sensación, sustentándose así en
la acción y no en una tierna compasión. Este amor es el único amor que
puede ser mandado, decía Kant; lo demás es una forma de ternura mansa
hacia aquellos que nos “caen” bien o, al menos, no nos “caen” mal.
Para Robert Spaemann74, la ética no es algo puramente relativo. El
bien puede estar siempre en singular, aunque sea difícil decidir en
situaciones límites; en cualquier caso, el bien es lo que no debe ni puede
nunca dejar paso a otras cosas. Spaeman considera que en todo hombre
hay un germen de conciencia, una especie de órgano del bien y del mal
que nos marca la dirección, que nos permite superar las perspectivas de
nuestro egoísmo y mirar lo universal, una idea recta de la jerarquía de
valores que no está deformada por la ideología o la conveniencia. La
prueba de que uno sigue su conciencia y no su capricho es la disposición a
confrontar el propio juicio sopesándolo con el de los demás: quien actúa
mal, no suele querer saber que lo hace (patologías psiquiátricas al
margen). Por eso, la conciencia es la mirada que el hombre dirige al bien
y, por tanto, la bondad de un acto tiene que ver con la atención, con una
mirada limpia a la realidad.
C AOS
Solemos asociar el término caos con conceptos como el desorden, el
miedo y la irracionalidad. Y si estiramos un poco más el término
podríamos acabar hablando de impotencia, de inoperancia e incluso de
73 Immanuel Kant. Fundamentos para una metafísica de las costumbres
74 Robert Spaemann. Ética. Cuestiones fundamentales
amenaza. Si nos situamos en el campo de la ciencia, el caos se identifica
con una peculiar forma de causalidad; es decir, la existencia de una
relación complicada – lejanamente directa – entre una acción y un efecto.
Y esto tiene que ver con el grado de predictibilidad real de los eventos y
de cómo ello afecta al universo y, desde luego, a cada uno de nosotros.
Todo parece ser una cuestión de tiempo y de complejidad en la
relación lineal entre los fenómenos. Frente a la idea de que el caos implica
imprevisión, en realidad los sistemas caóticos sí pueden ser descritos y
permiten hacer predicciones, pero solo se pueden hacer cuando se
contempla el corto plazo; la precisión con que puede describirse un
sistema caótico se deteriora con el tiempo y el número de eventos, a un
ritmo cada vez mayor, de modo que hay un horizonte de predicción más
allá del cual no podemos – en términos prácticos – penetrar, quedando en
el limbo de la indecibilidad. Algunos problemas que no han sido resueltos
todavía, en realidad podrían no tener ninguna solución por mucho que
evolucione la ciencia y, en general, el conocimiento y pasarían a integrarse
en ese purgatorio eterno del misterio donde nada es verdadero ni falso en
términos de lógica humana.
La teoría del caos no implica que la ciencia no sea determinista. De
hecho, todos nos beneficiamos que, en efecto, sí lo sea; en caso contrario,
la ciencia perdería su sentido propio y se convertiría en una jerigonza
ambigua y especulativa. Otra cosa es la existencia de formas no radicales
– abiertas – de determinismo, en las que el hecho de que un efecto sea real
y tenga alguna causa, no quiere decir que esa relación de causalidad sea
simple o fácilmente reproducible.
A la extrema dificultad – imposibilidad práctica – para determinar
fiablemente la causa de un efecto en los sistemas caóticos, hay que añadir
otra no menos relevante: la irreversibilidad a la que nos condena la
Segunda Ley de la Termodinámica. Los fenómenos irreversibles se
aprecian fundamentalmente en los sistemas alejados del equilibrio y
conducen a nuevas estructuras materiales que perduran y evolucionan
hacia nuevos estados; es decir, la materia evoluciona cuando está lejos del
equilibrio, con lo que el orden se convierte en enemigo de la fecundidad y
el caos aparece como la madre que gesta las novedades.
C APITALISMO
La justicia y la economía conforman una relación sustancial, recíproca
e indisoluble, desde la existencia de las más primitivas sociedades. La
clásica visión de la economía como la gestión de recursos limitados
alcanza su máximo significado cuando lleva asociada la idea de la justicia.
Y ello es especialmente cierto en un mundo como el nuestro que se ha ido
decantando en términos reales hacia único modelo de generación de
riqueza, basado – con todos los matices que se quieran hacer – en el
capitalismo.
Lo que podríamos llamar capitalismo de base social consiguió
durante un cierto tiempo dar respuesta al reto de alcanzar, conservar y
generalizar el bienestar social – supuestamente objetivo del ideario
comunista – pero sin prescindir de la propiedad privada, convirtiéndose así
en un poderoso instrumento de nivelación social. Antonio Escohotado 75
consideraba que cualquier proyecto reformista es esencialmente humilde,
en contraste con los ideales revolucionarios, que empezaron exigiendo el
fin del egoísmo para alcanzar un paraíso terrenal y acabaron instaurando
sórdidos infiernos.
Sin embargo, cuando el capitalismo llega a su delirio ultraliberal
guarda en su seno muy escasas bondades éticas y requiere de acciones
correctoras, a veces vigorosas, por parte del Estado. Como dice Tony
Judt76, el capitalismo desregulado es el peor enemigo de sí mismo: más
pronto o más tarde está abocado a ser presa de sus propios excesos y
volver a acudir al Estado – es decir, a los ciudadanos – para que lo rescate.
Ante el manifiesto fracaso del socialismo para afrontar la compleja
realidad social y la importancia del individuo, ante la ciega arremetida del
75 Antonio Escohotado. Caos y orden
76 Tony Judt. Algo va mal
capitalismo salvaje que se desborda a sí mismo, parece que quiere
instalarse una forma liviana de capitalismo, caracterizada por el
debilitamiento de los lazos entre capital y trabajo. Sin embargo, lejos de
ser una apuesta racional, Zygmunt Bauman77 prevé que los pasajeros del
avión de este capitalismo liviano acaben descubriendo horrorizados que
la cabina del piloto está vacía.
En esta sociedad aparentemente hipercomunicada pero realmente
hipervigilada, el principal desafío para los ciudadanos, en opinión de
Anthony Giddens78, consiste en evitar que desaparezcan los objetivos
perdurables, justamente porque esta sociedad subraya el corto plazo.
Richard Sennett79 considera que los rasgos de ese nuevo, brillante y
liviano capitalismo – que, en última instancia, no es más que es el viejo
capitalismo, con la cara lavada – corroen los elementos del carácter
personal que mantienen unidos a los individuos.
C AUSALIDAD
Según el principio de causalidad, atribuido a Leibniz, todo suceso
está determinado por una causa; es decir, todo tiene una razón o causa
suficiente o, por decirlo de otra manera, todo lo que ocurre – incluidos
nosotros mismos – tiene una razón o explicación justificativa para ser de
una determinada manera y no de otra. Debido a ello, el principio de
causalidad es el fundamento del determinismo; de acuerdo con él, la
causa precede siempre al efecto y éste incorpora todas las características
de la causa.
Hay que reconocer que esto último parece evidente; no solo eso, sino
que gracias a la relación íntima entre causa y efecto, es posible el
procedimiento de deducir o, lo que es lo mismo, pasar de lo universal a lo
particular. Si no hay nada que retenga a un objeto, éste se pondrá en
movimiento cada vez que le golpeemos con la suficiente fuerza.
77 Zygmunt Bauman. Modernidad líquida
78 Anthony Giddens. Sociología
79 Richard Sennett. La corrosión del carácter
Así pues, nos han inculcado la idea de que a todo efecto le
corresponde una causa, hasta el punto de que el binomio causa-efecto ha
sido aplicado a prácticamente todo, en relación a la naturaleza, al hombre,
a la mente o incluso a Dios. Sin embargo, no existe ni un solo argumento
de validez universal que fundamente tal creencia; nadie ha podido
demostrar que la causalidad sea un principio inexorable de nuestro
universo y, tal como decía Bertrand Russell 80, la única razón para creer
que las leyes del movimiento son correctas es que han regido hasta la
fecha; pero, en realidad, nadie nos puede garantizar absolutamente – tan
solo podría hacerlo probabilísticamente – que mañana seguirán rigiendo.
En un sentido elemental, causa significa algo así como el antecedente
de un efecto que tiene un carácter probado, permanente e invariable. Sin
embargo, las causas solo pueden ser consideradas en términos de
antecedentes aproximadamente invariables, como decía Russell. De
hecho, nunca seremos capaces, en la práctica, de obtener un antecedente
que sea absolutamente invariable, ya que para que tuviera este carácter de
absoluto deberíamos considerar, en un sentido ultradeterminista, a todo el
universo presente y pasado: cualquier elemento o fenómeno, por lejano y
extraño que fuese, podría de alguna manera influir en el efecto observado.
Por eso, el sentido común – que tanto se agarra a la causalidad – nos lleva
muchas veces a callejones sin salida.
La distinción entre causalidad próxima (inmediata) y última
(diferida) es indispensable para comprendernos a nosotros mismos: pese a
su extremada complejidad estructural, el ojo no sirve para nada sin un
cerebro que interprete sus señales electroquímicas transmitidas a través del
nervio óptico. ¿Pero, qué causa próxima se relaciona con la causa última
de la ética y de la espiritualidad? ¿Es el miedo a los demás la causa de los
conceptos de bondad, de justicia o de ecuanimidad? ¿Por qué nuestros
antepasados aprendieron a construir antes – y mejor – moradas para los
muertos que para los vivos? ¿Por qué necesitaban creer en la trascendencia
de la vida humana?
80 Bertrand Russell. Escritos básicos
En realidad, la historia de la humanidad y de la cultura no conoce
rígidas normas de causalidad, sino únicamente elásticas relaciones de
probabilidad entre cierto tipo de situaciones y cierto tipo de reacciones por
parte de las sociedades humanas. De la misma forma, ninguna religión
crea por sí misma sus elementos constitutivos, sino que la mayor parte de
estos se hallan presentes en un gran número de religiones, como indica
Henri-Charles Puech81.
Hacemos lo que hacemos por algún motivo, pero sobre todo lo
hacemos para algún fin. Como decía Witold Gombrowicz82, el tiempo de
la existencia humana es el futuro y éste se caracteriza por la finalidad, que
es lo contrario de la causalidad: en el mundo de la causalidad se hace
algo porque se está obligado por una causa; en el mundo de la finalidad, se
hace algo para algo.
C IENCIA : ¿Q UÉ ES Y QUÉ NO ES ?
La palabra ciencia deriva del latín scientia, que significa literalmente
conocimiento. Aunque podríamos encontrar cientos de definiciones de
ciencia, la mayoría pueden encuadrarse en dos grandes grupos: aquellas
que se centran en la acumulación de conocimiento y aquellas que se
refieren fundamentalmente a la forma en que se adquiere determinado
conocimiento.
Si hacemos caso de definición de la Real Academia Española, la
ciencia es un conjunto de conocimientos obtenidos mediante la
observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los
que se deducen principios y leyes generales. También define como ciencia
el saber o la erudición, e incluso la habilidad, la maestría o el conjunto de
conocimientos en cualquier cosa. Es decir, establece que la ciencia es,
sobre todo, una acumulación de conocimientos.
81 Henri-Charles Puech. Historia de las Religiones. Las religiones antiguas (I)
82 Witold Gombrowicz. Curso en filosofía en seis horas y cuarto
Sin embargo, en términos comunes, el concepto de ciencia engloba no
solo la acumulación de conocimientos sino también la forma – el método –
de cómo se obtiene el conocimiento y su desarrollo ulterior para obtener
nuevos conocimientos más avanzados, nuevas aplicaciones, nuevos
productos y nuevas dispositivos beneficiosos – en principio – para los
seres humanos; es decir, la ciencia implica tanto adquisición sistemática
de conocimiento como su acumulación organizada y su desarrollo
evolutivo. A todo lo anterior cabe agregar un tercer elemento
constitucional: la ciencia es una referencia del conocimiento o, al menos,
de un cierto tipo de conocimiento.
La ciencia es – debería ser – pública; es decir, accesible para cualquier
persona y susceptible de ser comprendida con la única exigencia de
conocer el método científico. También debería ser concreta, expresada en
términos claramente definidos y no ambiguos, y estar sujeta a una
arquitectura simbólica específica y ampliamente compartida (matemática,
química, etc.), que sea independiente de la lengua particular de cada
científico; como dice Mario Bunge83, la ciencia constituye una rebelión
contra la vaguedad y la superficialidad del sentido común. Finalmente, la
ciencia debe ser objetiva, ajena a ideas e intereses particulares.
Sin embargo, tan importante como acordar qué es la ciencia es
ponernos de acuerdo sobre qué no lo es:
- NO es la opinión de una persona, aunque sea experta (menos aún
si es la de un charlatán); como mucho, una idea solo podrá alcanzar a ser
una hipótesis científica o un análisis crítico riguroso, pero para llegar a ser
ciencia requiere muchos pasos adicionales. La credibilidad y la autoridad
científica de los expertos se fundamentan en su rigor científico, nunca al
revés.
- NO es inmutable; las leyes científicas evolucionan con el
conocimiento teórico y el empírico. Nunca tendremos una ley definitiva,
sino tan solo la última versión funcional.
83 Mario Bunge. La ciencia. Su método y su filosofía
- NO es infalible; una ley científica solo es válida hasta que se
encuentran hallazgos que la contradigan. Por definición, la búsqueda de
una mejor explicación no tiene límite.
- NO es una ideología ni una religión, ni un sustituto de ambas. Su
credibilidad tiene otros fundamentos que no están atados a convicciones
íntimas. Eso incluye a quienes se consideran a sí mismos ajenos a
cualquier tipo de convicción (lo que no deja de ser, obviamente, una
convicción).
- NO sirve para conocer cualquier tipo de realidad. Es decir, no
todo el conocimiento posible es susceptible de ser integrado en la ciencia
ni abordado por su método. Solo los más obtusos representantes del
reduccionismo se obstinan en empequeñecer el mundo para poder
empaquetarlo en su particular casillero seudocientífico; para ellos solo
existe lo que cabe en su estrecha y personal percepción, siempre a la
medida de su confort intelectual. Nunca la ciencia podrá afrontar la
globalidad de la realidad porque su visión es, por definición,
reduccionista: se basa en generar modelos explicativos que, aunque
puedan ser muy útiles, siempre simplifican la realidad, excluyendo
aquellos aspectos que no pueden ser afrontados por su método de
conocimiento. Richard Feynman84, premio Nobel de física, afirmaba en
este sentido que si algo no es científico no significa que esté equivocado;
solo que no es científico.
- NO puede basarse exclusivamente en deducciones teóricas. Por
muy bien construida que esté una formulación matemática, no demuestra
por sí misma la realidad de un fenómeno. Como decía Feynman, la
prueba de todo conocimiento (científico) es el experimento; es el único
juez de la verdad científica.
Como indica Marcelo Gleiser85, lo que deberíamos corregir es esa
sensación de triunfalismo: la creencia de que ningún interrogante escapa a
84 Richard Feynman. The Feynman lectures on physics
85 Marcelo Gleiser. ¿Cuánto podemos saber? Investigación y Ciencia; agosto 2018: 66-
67
la ciencia. Lo cierto, es que hay en ciencia cuestiones incognoscibles:
preguntas razonables a las que, a menos que se violen las leyes de la
naturaleza actualmente aceptadas, no podremos dar respuesta; un ejemplo
paradigmático de ello es el multiverso, una conjetura según la cual nuestro
universo no es más que uno entre otros muchos, cada uno de ellos con sus
propias leyes físicas; de acuerdo con esto último, nunca podremos recibir
ninguna señal de ellos y, consecuentemente, su conocimiento se
mantendrá dentro del limbo de la mera especulación teórica.
Otros aspectos incognoscibles se reducen a tres cuestiones
fundamentales: el origen del universo, el de la vida y el de la consciencia.
Las explicaciones científicas del origen del universo son incompletas
porque dependen de un marco conceptual: la conservación de la energía, la
relatividad, la física cuántica, etc., y como cuestiona el propio Gleiser,
¿Por qué son esas leyes y no otras las que mueven los engranajes del
cosmos? Es definitiva, resulta imposible – concluye Gleiser – separar
nuestra descripción de la realidad del modo en que la experimentamos.
Ese es el terreno en el que se desarrolla el juego de la ciencia y, si
respetamos sus propias reglas, solo podremos observar una parte de la que
se extiende más allá.
C IENCIA : EL MÉTODO CIENTÍFICO
El método científico consiste en un procedimiento estandarizado de
adquisición de conocimientos que utiliza, básicamente, cuatro pasos
consecutivos aunque susceptibles de repetición – los resultados finales
permiten modificar o refinar el punto de partida inicial del siguiente ciclo
mediante un proceso de retroalimentación o iteracción – que permiten
optimizar progresivamente el conocimiento. Aunque expresados de muy
diferentes maneras, los cuatro elementos característicos del método
científico pueden identificarse con los siguientes:
- Observación de fenómenos que llaman la atención, bien por su
regularidad o justamente por todo lo contrario, por su irregularidad.
- Formulación de una hipótesis como un modelo que intenta
explicar el fenómeno observado – su cómo es o mecanismo – y
generalizarlo o extrapolarlo (la inducción aristotélica) a otros fenómenos
similares.
- Realización de un experimento que permita confirmar la validez
predictiva de la hipótesis formulada, utilizando unos procedimientos
previamente contrastados que garanticen la máxima objetividad del
experimento. Es particularmente importante la reproducibilidad; es decir,
la cualidad de obtener los mismos resultados cuando se repite el
experimento en las mismas condiciones preestablecidas (estudios
prospectivos). A veces, la comprobación experimental se produce a partir
del registro de datos de fenómenos previamente sucedidos (estudios
retrospectivos), aunque la validez de estos últimos generalmente es menor
que la de los primeros, dado que en los estudios retrospectivos no se
controlan las condiciones de repetición del proceso.
- Formulación de una ley, en el caso de que el experimento
confirme las predicciones propuestas por la hipótesis; preferentemente a
través de un sistema matemático o simbólico no ambiguo apropiado que
permita integrarla en un modelo de conocimiento más amplio.
Aun así, estas características, formuladas en esos términos, pueden
resultar excesivamente genéricas. Por otro lado, no podemos olvidar o
minusvalorar algunos aspectos fundamentales no mencionados
anteriormente de forma explícita. Entre ellos, cabe destacar
la
experimentalidad o empirismo, la formalización, la accesibilidad o
publicidad y la aceptabilidad.
La experimentalidad se refiere a la continuidad entre los procesos de
observación con el diseño y la ejecución del experimento para poder
comprobar la hipótesis formulada. El experimento debe ser diseñado de tal
manera que la hipótesis pueda ser refutada (probar que es falsa); cuanto
más falsable sea una hipótesis en un experimento, tanta más seguridad
proporcionará el experimento si es conforme a la hipótesis.
Con la formalización se pretende incluir los elementos
observacionales dentro de un marco formal de leyes y teorías (un
paradigma), que debe expresarse con un lenguaje inequívoco, exento de
limitaciones culturales o sociales, como es la matemática. Las
observaciones, hipótesis, experimentos y lenguajes científicos deberían ser
públicos, reconocibles y reproducibles (repetibles) por cualquier persona
que disponga de los medios adecuados.
Asimismo, uno de los pilares fundamentales que soportan el valor de
la prueba de la evidencia científica – es decir, su aceptabilidad
generalizada – es la objetividad, manifestada como la ausencia de
prejuicios, sesgos de opinión o intereses espurios; sin embargo, la
objetividad absoluta implicaría que el ser humano renuncia a su propia
humanidad como ser único e irrepetible. Por eso, lo más próximo a la
objetividad que hemos acertado a inventar es la intersubjetividad, la
coparticipación y el consenso de la comunidad científica. En realidad,
bajo el término de comunidad científica escondemos una oscura mezcla de
intereses políticos, sociales y económicos.
Finalmente, a todas estas características de la ciencia debería añadirse
el de provisionalidad; es decir, tanto las leyes científicas como sus
procedimientos de razonamiento lógico y demostración experimental
deben estar sujetos a una crítica sistemática y continua.
C IENCIA Y REALIDAD
Existen diferentes planteamientos sobre la relación que existe entre el
conocimiento científico y la realidad, que van desde el realismo ingenuo,
en el que los enunciados de la ciencia se corresponderían directamente con
la realidad, y el instrumentalismo puro, donde los enunciados son meros
instrumentos descriptivos de los fenómenos.
Bien que mal, la ciencia trabaja con modelos, a veces muy eficientes,
pero inevitablemente reduccionistas. Son los investigadores
translacionales y los tecnólogos los que se encargan de transitar desde el
conocimiento científico más general o básico – fundamental – hasta sus
aplicaciones más concretas. En cualquier caso, lo que define claramente el
método científico de otras formas de conocimiento es la experimentación
y, sobre todo, la reproductibilidad de los resultados experimentales. Esto,
que garantiza una extraordinaria firmeza y calidad al conocimiento, es
también un lastre notable que impide utilizar el método científico en
múltiples áreas de la realidad. Y esto nos lleva a una cuestión de
trascendental importancia: no hay mayor rigor que desconocer cuál es el
límite de la validez de los métodos utilizados en el conocimiento y, en
particular, en la ciencia.
Sea como fuere, la experimentación tiene una especial consideración
en tanto que limita el poder de la subjetividad. Como indica Peter
Watson86, es esencial porque constituye una forma independiente y
racional – y, por tanto, democrática – de autoridad. Sin embargo, la
experimentación no siempre ocupa el mismo lugar cronológico en la
evolución del conocimiento científico.
Albert Einstein formuló la teoría de la relatividad general sentado en
su despacho y de forma prácticamente exclusiva a partir de conceptos
teóricos. No resolvió casi ningún problema experimental; de hecho,
tuvieron que pasar varios años hasta que llegase la primera confirmación
empírica de su teoría. El desarrollo de la mecánica cuántica, sin embargo,
les vino impuesto a los físicos teóricos por los impactantes resultados de
los experimentos; ningún teórico en su sano juicio habría inventado la
mecánica cuántica sin verse forzado a ello por los datos experimentales.
Esto no impidió que se convirtiese en la teoría más exitosa de la historia
de la ciencia, como afirmaba Michael Moyer87.
Uno de los aspectos más sobresalientes de la ciencia durante los siglos
XIX y XX, y desde luego, en el XXI, es su matematización. La
formulación matemática de cualquier hipótesis o ley científica se hace
cada vez más prolija e, incluso, llega a suplantar a la propia
experimentación. A este respecto, Roger Penrose88 – nada sospechoso de
86 Peter Watson. Ideas. Historia intelectual de la humanidad
87 Michael Moyer. ¿Es digital el espacio? Investigación y Ciencia, abril 2012, pp. 16-23
88 Roger Penrose. El camino de la realidad. Una guía completa de las leyes del universo
estar en contra de las matemáticas en ningún ámbito, dada su condición de
físico matemático – decía que la coherencia matemática está lejos de ser
un criterio suficiente para decirnos si es probable que estemos “en la
pista correcta”. Normalmente, las condiciones físicas tienen una
importancia mucho mayor.
Como el propio Penrose indicaba, el progreso de la ciencia física se ha
conseguido al encontrar el equilibrio correcto entre las restricciones,
tentaciones y revelaciones de la teoría matemática, por una parte, y de la
observación precisa de las acciones del mundo físico, por otra,
normalmente mediante experimentos cuidadosamente controlados.
Cuando la guía experimental está ausente, como es el caso de la
investigación fundamental actual, este equilibrio se rompe, argumentaba
Penrose.
Meinhard Kuhlmann89 opinaba que los científicos y, en particular, los
físicos hablan del mundo como si estuviese compuesto de partículas y
campos de fuerza. Sin embargo, no parece quedar claro qué representan
ambos conceptos. En su lugar, el universo podría consistir en colecciones
de propiedades, como la forma y el color. De hecho, cada vez son más los
que consideran que lo importante de la realidad no son las cosas en sí, los
objetos, sino las relaciones entre ellas, los fenómenos. ¿Ha visto alguien
alguna vez la masa en sí?, se preguntaba Kuhlmann. Y respondía diciendo
que no, que solo observamos lo que la masa implica para otros objetos o,
dicho de otra forma, cómo un cuerpo dotado de masa interacciona con otro
por medio de un campo gravitatorio local.
Por todo ello, Kuhlmann considera que la estructura del mundo, que
refleja el modo en que las cosas se interrelacionan, constituye la parte más
duradera de las teorías físicas. De hecho, en su opinión – es opinión y, por
tanto, no es ciencia – tal vez convendría considerar las propiedades como
la única categoría fundamental y, por ello, necesitamos combinar la física
con la filosofía para obtener una imagen coherente del mundo físico.
La de Kuhlmann no es una posición rara; en realidad, el pensamiento
metafísico guió a muchos científicos de excepcional relieve, como Isaac
89 Meinhard Kuhlmann. ¿Qué es real? Investigación y Ciencia. Octubre 2013; pp. 24-31
Newton, Albert Einstein o Kurt Gödel, por citar solo algunos de los más
populares.
¿Q UÉ BUSCA LA CIENCIA ?
La ciencia busca un cierto conocimiento, mediante un determinado
método o sistema. Es decir, la ciencia no agota el conocimiento de la
realidad; simplemente, busca entender ciertos procesos a través de unos
métodos muy particulares que, por encima de cualquier otra característica,
se basan en la confirmación experimental. Tales experimentos deben poder
reproducir el fenómeno observado o, al menos, observarle con un método
siempre idéntico que nos asegure que nuestra interpretación de dicho
proceso es válida, en cuanto que nos permite predecir el resultado con alto
grado de fiabilidad estadística. Precisamente, en función de esta
particularidad, el objeto de estudio de la ciencia quedaría limitado solo a
procesos reproducibles, aunque sea de una manera indirecta o
retrospectiva, excluyendo todo aquello que no lo sea.
El conocimiento va más allá de un conjunto rígido de normas
procedimentales. Por eso, todo lo que no cabía en la Física de Aristóteles
acabó en su Metafísica, un término que debemos a Andrónico de Rodas y
que éste utilizó para agrupar los escritos de Aristóteles que trataban sobre
el ser, la existencia, la forma, la materia e incluso Dios
En cierto sentido, la ciencia tiene implicaciones que sus propios
métodos no contemplan; pero, por encima de todo, la ciencia busca
establecer una explicación de la forma más independiente posible del
observador y del emisor de la hipótesis. Con la ciencia se pretende
entender y, si es posible, mostrar la existencia de una relación entre
fenómenos, entre posibles motivos y previsibles consecuencias.
Al jugar una partida de billar, cada jugador golpea con su taco a la
bola con más o menos estilo y ello se traduce inmediatamente, en que la
bola se mueve. Es decir, nada parece interponerse entre el golpeo y el
inicio del movimiento de la bola, de lo que deducimos que existe una
causa para el movimiento que ha iniciado ésta y el golpeo con el taco.
Pero no solo está el hecho de golpear la bola con el taco, sino que también
podemos establecer una relación entre la fuerza que se ha aplicado con el
taco, el lugar de la bola donde se ha golpeado y la dirección hacia la que
el jugador quería enviarla; seguramente, un virtuoso del billar añadiría
algunos otros aspectos relevantes en este proceso, como la posición del
cuerpo, la temperatura de la sala, la rugosidad del tapete, el silencio de la
sala, etc. En resumen, el golpe con el taco es aparentemente la única causa
de que la bola haya dejado su quietud para ponerse a rodar. Diremos, por
tanto, que el golpeo con el taco ha sido la causa de un efecto, en este caso
el movimiento de la bola. Otra cosa es el ámbito atómico y subatómico,
donde la causalidad tiende a desdibujarse debido a la incertidumbre
cuántica. Pero de eso, ya hablaremos...
P REJUICIOS DE LA CIENCIA
José Ramón Ayllón90 decía que la ciencia no piensa. Efectivamente, la
ciencia no piensa; pero los científicos sí lo hacen y, además, sienten –
piensan sentientemente como el resto de los humanos – y, por tanto, la
aplicación práctica de la ciencia está sujeta en cierta medida al mundo de
las ideas y de los sentimientos de los científicos. Eso hace que nos
adentremos en el proceloso universo de los prejuicios, de lo intensamente
subjetivo y de los apaños interesados. Como dice C.S. Lewis91, lo que
aprendemos de la experiencia depende de la clase de filosofía con la que
nos aproximamos a una experiencia. En otras palabras, cualquiera que sea
el método o el objeto de una reflexión, existe un trasfondo que afecta al
resultado final. Dicho trasfondo no es otra cosa que su punto de partida; es
decir, los prejuicios del que está reflexionando.
Al utilizar la palabra prejuicio no pretendo darle el sentido peyorativo
con el que habitualmente utilizamos este término. Todos tenemos
prejuicios y gracias a ellos podemos enfrentarnos eficazmente a la
90 José Ramón Ayllón. Desfile de modelos. Análisis de la conducta ética
91 Clive Staples Lewis. Los milagros
mayoría de las cuestiones cotidianas con las que convivimos. Eso quiere
decir, de momento, que no todos los prejuicios son intrínsecamente malos;
como indicaba el que fuera director del proyecto Genoma Humano,
Francis Collins92, el conocimiento mismo no tiene valor moral intrínseco,
es el modo en el que ese conocimiento se pone en práctica lo que adquiere
una dimensión ética.
Hannah Arendt93 decía que el hombre no puede vivir sin prejuicios y
no solo porque su buen sentido o su discernimiento no serían suficientes
para juzgar de nuevo todo aquello sobre lo que se le pidiera algún juicio a
lo largo de su vida, sino porque una ausencia tal de prejuicios exigiría una
alerta sobrehumana, aunque – como reconocía la propia Arendt – entre los
motivos de la eficacia y de la peligrosidad de los prejuicios está el hecho
de que siempre ocultan un pedazo del pasado. En definitiva, para lo bueno
y para lo malo, tenemos prejuicios.
A veces, a esos prejuicios los vestimos de gala y les llamamos
predisposiciones filosóficas, personalidad propia, carácter o substrato
moral; pero son prejuicios, querámoslo o no, ya que generan una actitud
específica hacia algunos temas. Es decir, nos predisponen en un sentido
determinado antes de que seamos capaces de considerar conscientemente
los diferentes aspectos de cualquier idea o actividad que nos planteemos.
Los prejuicios son la base de muchos de nuestros juicios y esta afirmación
no es solo un ramplón juego de palabras.
Por consiguiente, los científicos, en tanto que personas, están
afectados por los mismos prejuicios de base que afectan al común de los
mortales. Por ello, como indicaba el filósofo Gustavo Bueno 94, al
científico, en cuanto tal, no le corresponde formular visiones del mundo,
sino que le corresponde formular visiones de su propio campo. Y cuando
pretende aplicar los conceptos categoriales, por rigurosos que sean en el
ámbito de su esfera, a otros contextos, los distorsionará y tergiversará las
ideas correspondientes. Un viejo refrán expresa lo mismo, pero de forma
92 Francis Collins. ¿Cómo habla Dios?
93 Hannah Arendt. ¿Qué es la política?
94 Gustavo Bueno. ¿Qué es la filosofía?
mucho más pedestre: zapatero, a tus zapatos. Nietzsche95 condenaba a
aquellos que, siendo expertos en alguna materia, se atreven a dogmatizar
sobre todo lo que se les pasa por la cabeza: busqué grandes hombres, pero
siempre encontré, únicamente, lacayos de su ideal.
Asumir como igualmente válida cualquier idea o hipótesis, sin atender
a sus fundamentos no es aceptable. Esta mediocre forma de tolerancia
intelectual, especialmente manifiesta con los tópicos, acostumbra, como
dice Aurelio Arteta96, a ser hija de la pereza intelectual y hermana del
prejuicio. Aquel que desprecia cuanto ignora, hoy más bien tolera lo
mucho que desconoce y desconoce cuánto tolera. En definitiva, este
tolerante de nuevo cuño muestra lo que no es otra cosa más que un
síntoma de incompetencia intelectual. Y no está demostrado que esta
circunstancia sea más excepcional entre los científicos que en otros seres
humanos.
E L FRAUDE CIENTÍFICO
Lo que podríamos llamar prejuicios negativos se han depositado en el
fondo de nuestra mente de forma inadvertida a través de la leche caliente
que hemos ido mamando durante muchos años en nuestro ambiente
familiar y social. Serán o no racionales, pero nunca son la consecuencia de
nuestra reflexión particular. Su origen irreflexivo les hace prácticamente
inmunes a la argumentación racional y ello les confiere un grado muy
notable de resistencia. Sobre ellos descansan todas las formas de
sectarismo racial, político, social, sexual, etc., pero, sobre todo, en ellos se
fundamenta enteramente el comportamiento de los necios.
También en el ámbito de la ciencia los necios son legión y, como
reconocía Albert Einstein97, la primacía de los tontos es insuperable y está
garantizada para siempre; su falta de coherencia alivia, empero, el terror
de su despotismo. El propio Einstein reflexionaba sobre el auténtico papel
95 Friedrich Nietzsche. El crepúsculo de los ídolos
96 Aurelio Arteta. Tantos tontos tópicos
97 Albert Einstein. Mis creencias
de la ciencia, insistiendo en que ésta solo puede afirmar lo que es, mas no
lo que debiera ser. Fuera de su ámbito, son necesarios juicios de valor de
todo tipo. El problema es que cuando los prejuicios negativos se combinan
con la ausencia de carácter ético es fácil acabar en los numerosos y
monumentales fiascos que la historia de la ciencia ha contemplado. Con
un par de ejemplos – elegidos de una lista lamentablemente larga que no
deja de crecer – pretendo ilustrar estos extremos.
A comienzos del siglo XX la teoría de la evolución por selección
natural ya gozaba de una aceptación generalizada por parte de los
científicos, pero se habían encontrado muy pocos fósiles intermedios que
enlazasen filogenéticamente los simios con los humanos, lo que permitiría
confirmar una línea evolutiva directa entre ellos; en definitiva, el eslabón
perdido. Como es fácil entender para aquella época, cualquier científico
que lo encontrase, quedaría encumbrado y su fama sería imperecedera.
En 1912, Charles Dawson – un simple aficionado a la paleontología –
afirmó haberlo encontrado: un cráneo con características parecidas a las de
los humanos modernos, pero con una mandíbula claramente relacionada
con los simios. El descubrimiento tuvo lugar en Piltdown, Inglaterra, y fue
presentado poco después al público en la Sociedad Geológica de Londres,
con el apoyo explícito de importantes y reconocidos paleontólogos
británicos de la época.
El homínido fósil fue clasificado provisionalmente como Eoanthropus
dawsoni y reconocido popularmente como el hombre de Piltdown.
Dawson pasó a convertirse en un personaje famoso y con él el orgullo
británico alcanzaba el éxtasis, al contar – ¡por fin! – con un fósil de
homínido importante en Gran Bretaña. A partir de entonces, ya podían
codearse con los alemanes, que tenían al hombre de Neanderthal, y los
franceses, poseedores del hombre de Cro-Magnon.
Obviamente, durante los siguientes años paleontólogos y antropólogos
continuaron localizando fósiles de homínidos primitivos en distintas partes
del mundo, aunque las características del hombre de Piltdown no llegaban
a encajar en ningún esquema evolutivo coherente con los nuevos
hallazgos. Con el paso del tiempo, la disponibilidad de técnicas más
rigurosas de análisis acabó poniendo las cosas en su sitio: la parte superior
del cráneo del hombre de Piltdown correspondía a un humano moderno y
la mandíbula procedía de un orangután.
Por si el ridículo ya fuera poco con esta falsificación tan burda, la
mandíbula había sido manipulada toscamente para darle una apariencia
exterior similar a la del cráneo. El apaño fue definitivamente destapado en
1953, lo que significa que el Eoanthropus dawsoni y su descubridor
anduvieron durante 40 años engañando al mundo, con el bochornoso
beneplácito de las instituciones científicas más prestigiosas y la ciega
confianza de la sociedad británica.
El otro episodio ocurrió ya en pleno siglo XXI y tuvo que ver con uno
de los temas más controvertidos de la investigación biomédica: la
clonación de seres humanos. En 2004, un veterinario surcoreano, Woo Suk
Hwang, publicó un artículo científico en el que manifestaba haber
encontrado la manera de clonar seres humanos. Su trabajo constituyó nada
menos que la portada del número correspondiente al 12 de marzo de 2004
de la revista Science, encumbrándose en la fama y enorgulleciendo al
pueblo de Corea del Sur como compatriota de tamaño genio científico.
Pocos meses después de la publicación, científicos norteamericanos –
que intentaron inútilmente reproducir los experimentos de Woo Suk
Hwang – descubrieron que lo publicado por este científico coreano había
sido una monumental patraña, con burdas falsificaciones que pusieron de
relieve varias cosas: lo poco rigurosos que son algunos editores – aunque
sean de publicaciones científicas de tanto prestigio como Science98 –
cuando se trata de publicar grandes exclusivas, la irracional fe nacionalista
presente a flor de piel en la mayoría de las personas que aspiran a subirse
gratuitamente al carro del éxito ajeno y la consideración de que todo vale
con tal de hacerse famoso.
98 El 12 de enero de 2006, el comité editorial de la revista Science publicó una nota
aclarando los pormenores de esta cuestión. Science Editorial Statement Concerning
Stem Cell Manuscripts by Woo Suk Hwang, et al.
http://www.sciencemag.org/site/feature/misc/webfeat/hwang2005/science_statemen
t.pdf
Decía Jean François Revel99 que entre el error involuntario y el engaño
deliberado se despliegan numerosas variedades de híbridos en que ambos
se mezclan según todas las dosificaciones posibles. Nuestra mente está
plagada de delicadas – a veces, imperceptibles – asociaciones de falsedad
y veracidad; nuestra necesidad de creer es casi siempre más fuerte que el
deseo de saber; nos escondemos a nosotros mismos la verdad para ganar
confianza y así poderla negar delante de los demás; odiamos reconocer un
error, salvo que podamos atribuirlo a nuestro exceso de celo. Pero, sobre
todo, hemos cultivado la habilidad para desarrollar ideologías, esas
pretendidas explicaciones de lo real que son construidas a base de escoger
los hechos favorables a nuestras convicciones y ocultar cuidadosamente
los restantes.
Con todo, la existencia del fraude científico no desvirtúa ni un ápice el
extraordinario valor del método científico ni sus aportaciones decisivas en
el desarrollo del conocimiento y, en general, del desarrollo personal y
social del hombre. Pero nos recuerda que las personas somos frágiles y
que, de igual manera que somos capaces de conseguir grandes hazañas,
también anteponemos en muchas – demasiadas – ocasiones la vanidad a la
dignidad.
En resumen, cada problema sobre el que cada ser humano es capaz de
reflexionar está condicionado por su predisposición filosófica personal. Y
el pensamiento científico – en cuanto interiorización del método y del
conocimiento adquirido a través de la ciencia – no es, desde luego,
ninguna excepción.
E L OBJETO DE LA CIENCIA
Podríamos afirmar que el objeto de la ciencia es describir todos los
aspectos posibles – pero solo los posibles – de las cosas y de los
fenómenos que somos capaces de captar a través de los sentidos y de la
inteligencia, buscando las regularidades que, ciertamente, se dan en la
99 Jean François Revel. El conocimiento inútil
realidad. He denotado la palabra ciertamente para resaltar una
predisposición filosófica por mi parte. Es decir, parto de la base de que las
regularidades existen, cuando nadie ha demostrado de forma irrebatible
que el concepto de regularidad tenga sentido en la realidad; pese a ello,
para mí es un axioma que las regularidades – las repeticiones, las
similitudes de formas, de comportamientos, de actos, etc. – son un
elemento constitucional de la realidad observable.
Por tanto, asumo que uno de los objetivos principales del científico es
encontrar y medir tales regularidades. Y, puesto que asumo que tales
regularidades existen, las irregularidades pasan igualmente a tener
sentido; ello me hará buscarlas en una realidad donde existe regularidades
e intentar encontrar una explicación de por qué existen las irregularidades.
Mientras que los filósofos pueden discutir sobre cuál es el sentido del
espacio, de la materia o del tiempo, los científicos no. Únicamente se
limitan a medirlos con dispositivos más o menos complicados, utilizando
para ello unidades arbitrarias definidas previamente; tras ello, emiten
hipótesis explicativas de su regularidad o de su irregularidad. El
conocimiento de los diferentes parámetros medidos en la investigación
científica es siempre aproximado, porque las medidas nunca pueden
sobrepasar, en cada época, unos determinados límites tecnológicos en su
precisión y, además, es incompleto porque todos los objetos del universo
están en permanente interacción entre sí; es decir, en continuo cambio.
Solo podemos detectar aquellas interacciones que consideramos
subjetivamente como más relevantes, lo que supone, por sí mismo, una
limitación notable a la completitud de la visión que nos ofrece la ciencia.
Y no solo eso, también supone un sesgo para el conocimiento, porque
interpretamos y decidimos qué interacciones son relevantes y cuáles no, la
mayor parte de las veces sin más criterio que la conveniencia para los
intereses propios o la disponibilidad o la facilidad tecnológica. Al menos a
nivel cuántico, algunos físicos, como Bruce Rosenblum y Fred Kuttner 100,
reconocen que los observadores conscientes somos decisivos en orden a la
definición de lo que es real.
100 Bruce Rosenblum; Fred Kuttner. El enigma cuántico
Cada parcela – acotada artificialmente – de la ciencia tiene un grado
de precisión particular ligada a las limitaciones tecnológicas. En
ocasiones, la inevitable inexactitud de las determinaciones se amplifica en
el proceso de cálculo – recordemos la teoría del caos –, convirtiéndose en
una forma peculiar de indeterminación, la indeterminación de los
resultados, a la que hay que añadir la propia indeterminación
constitucional de la naturaleza. Tras los límites explorables de lo
extremadamente grande y de lo ínfimamente pequeño quedan muchos
órdenes de magnitud de espacio, materia, energía y tiempo a los que no
tenemos acceso sensorial o tecnológico y es posible que nunca lleguemos
a tenerlo. A partir de esos límites, solo nos queda filosofar, aunque otros,
en cambio, pretenden convertir fraudulentamente esta extrapolación
filosófica en ciencia mediante una abusiva matematización.
El objetivo de la ciencia es crear una imagen de la realidad hasta
donde las evidencias empíricas – la determinación experimental de
parámetros – permitan establecer. Es decir, el valor del método científico
alcanza justo hasta donde llegan sus pretensiones legítimas de
conocimiento empírico. Más allá de él, se abre un océano desconocido
donde la ciencia no tiene referencias ni salvavidas a los que agarrarse. Por
eso, no tiene ningún sentido plantear preguntas en ciencia que no se
pueden resolver con sus métodos empíricos específicos. Y por igual
motivo, no pueden plantearse seriamente – desde una visión estrictamente
científica – numerosas cuestiones trascendentes.
El Big Bang es el modelo del estado físico más precoz de la evolución
del universo que puede ser construido por el razonamiento científico.
Mientras no se disponga de nuevas evidencias empíricas, más allá de él o
fuera de él – como el multiverso – se entra en la desnuda especulación
matemática y ahí la ciencia está obligada a ceder el testigo a la filosofía,
especialmente a la metafísica.
Justo en esa situación la filosofía tiene la obligación – y el derecho –
de plantearse preguntas que los científicos tienen igualmente el derecho –
y la obligación – de ignorar. Sin embargo, esa frontera está lejos de ser
evidente. Además, las argumentaciones en filosofía son difíciles de
adaptar a la lógica científica y, de hecho, los argumentos más aceptados
sobre temas centrales de la filosofía nunca lo hacen, como indica Alasdair
MacIntyre101.
C IENCIA Y FILOSOFÍA
Pocos como Popper han analizado con tanto detalle y profundidad las
relaciones entre la ciencia y la filosofía. Para él, los objetos de estudio de
las diversas disciplinas del conocimiento humano no constituyen base
suficiente para poder separarlas. Antes bien, las diferencias surgen por
motivos históricos, por conveniencia administrativa y porque las teorías
que construimos para resolver nuestros problemas tienen una notable
tendencia a formar sistemas unificados.
El hombre estudia problemas, no temas. A diferencia de los temas, los
problemas atraviesan frecuentemente las barreras artificiales de las
disciplinas de estudio, son interdisciplinares. Por este mismo motivo es
fácil comprobar que los auténticos problemas filosóficos y científicos
surgen siempre de problemas urgentes que están incluso fuera de la
filosofía y de la ciencia. En cualquier caso, nos recuerda Popper 102, los
métodos carecen de importancia en filosofía, cualquiera es legítimo si nos
lleva a resultados criticables en términos racionales.
Kant sostenía que el mundo, tal como lo conocemos, es el resultado de
nuestra interpretación de los hechos observados, a la luz de teorías que los
hombres inventamos. En línea con esto, las teorías serían creaciones libres
de nuestras mentes, intuiciones atrevidas, destinadas a comprender lo que
nos rodea y a nosotros mismos. Y ante la imposibilidad de demostrar todas
las hipótesis posibles, la forma en la que interrogamos a la naturaleza no
consiste tanto en probar o verificar que nuestras teorías son válidas, sino
tratando de obtener respuestas negativas acerca de su verdad. Por decirlo
así, si no podemos demostrar que una hipótesis puede ser falsa, tampoco
101 Alasdair MacIntyre. Tras la virtud
102 Karl R. Popper. Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento científico
podremos demostrar que es cierta. En palabras de Popper, ponemos a
prueba nuestras teorías científicas tratando de refutarlas. Este criterio de
falsación o falseamiento es lo que diferencia – según Popper – las teorías
científicas (empíricas) de las no científicas. Por consiguiente, las teorías
metafísicas y, en general, las filosóficas, son irrefutables por definición, ya
que no son falsables empíricamente.
Mario Bunge103 profundiza en este aspecto al afirmar que la predicción
científica se caracteriza por su perfectibilidad antes que por su certeza. La
profecía confirmada exitosamente de forma reiterada no aporta un valor
añadido al conocimiento teórico, en tanto que la predicción científica
fallida – desmentida empíricamente – sí puede contribuir. Por tanto, el
valor probatorio de un experimento debería venir dado por la calidad del
conocimiento que nos aportaría incluso si resultase fallido. En definitiva,
probar empíricamente que una hipótesis es errónea ayuda a entender la
realidad.
Sin embargo, toda teoría bien construida, sea científica o filosófica, es
racional en la medida que trata de resolver un problema a través de un
conocimiento metodológicamente estructurado; por ello, es factible la
discusión crítica de teorías que no sean refutables en términos empíricos,
como ocurre con las teorías metafísicas. Popper consideraba que la
demarcación entre ciencia y metafísica no puede ser tajante, sino que tiene
grados. En este sentido, Popper prefiere referirse a la testabilidad de las
teorías y, de acuerdo con ello, habrá teorías muy testables, otras poco
testables y las habrá no testables. A esta última categoría pertenecerían las
metafísicas.
Sin embargo, toda teoría científica tiene un cierto componente
metafísico, por el simple hecho de que afirma en realidad más de lo que
puede ser testado. Este excedente metafísico de las teorías científicas no
tiene por qué ser eliminado de ellas, porque generalmente nos recuerda
que las teorías científicas nacen precisamente de planteamientos o
prejuicios filosóficos.
103 Mario Bunge. La ciencia. Su método y su filosofía
Por ejemplo, la teoría de la evolución de Charles Darwin – hoy día
habría que hablar, en propiedad, de teorías darwinistas de la evolución –
presentan varias implicaciones filosóficas notables. La primera,
posiblemente la más relevante, es la explicación de un mundo en función
exclusiva de procesos naturales, haciendo inverosímil el creacionismo
divino más ingenuo; la segunda es que se sustituye un mundo estático –
tanto en la materia viva como en los aspectos geológicos – por un mundo
en permanente cambio. Obviamente, hay otras muchas implicaciones, pero
considero que ninguna de ellas alcanza en magnitud a las dos anteriores.
En cualquier caso y aunque pueda sonar a una tautología, los límites
de la racionalidad del estudio no los da la ciencia sino la razón. Esa es una
labor que debe hacer la filosofía, como también lo es la de salvar la
extraordinaria riqueza de la realidad, frente al reduccionismo
empobrecedor que busca comprensibilidad a cambio de amputar aspectos
de la realidad que no caben en su estrecho casillero. La realidad es
compleja y no puede ignorarse tal condición so pena de caer en una
estrafalaria caricatura de ella. Chesterton, siempre tan ocurrente, decía que
cuando no quedan sombreros suficientes, el problema no se soluciona
cortando algunas cabezas.
Aunque todas las preguntas de la ciencia recibieran respuesta, los
problemas más importantes de nuestra vida continuarían sin resolver; la
solución del enigma de la vida en el espacio y el tiempo se encuentran
fuera del espacio y del tiempo, opina Manuel Fraijó104.
¿Q UÉ NOS HACE INVESTIGAR ?
¿Qué nos hace investigar? Posiblemente, la propia extrañeza ante el
mundo que nos rodea, que nos muestra diferentes. La realidad nos hace
que cada problema que resolvemos o en el que profundizamos nos revele
nuevos problemas, generalmente más complejos y amplios que el anterior.
¡Qué maravilloso que hayamos tropezado con una paradoja! Ahora
104 Manuel Fraijó. A vueltas con la religión
tenemos alguna esperanza de hacer progresos, decía Niels Bohr, uno de
los padres de la física moderna.
Posiblemente, no hay nada tan difícil de entender como la propia
mente humana. La autoconciencia humana es un fenómeno enormemente
complejo y su comprensibilidad involucra tanto al observador como al
sujeto observado. Cuando cada uno pretende profundizar científicamente
en su propia mente, surge el problema de que tanto el observador como el
sujeto del estudio están en la misma persona. El observador se hace
consciente del objeto – su propia mente – porque cambia su estado
psíquico y, al mismo tiempo, lo observado es perturbado por el sujeto
psíquico que interacciona con ello. Es una auténtica pescadilla que se
muerde la cola; sin embargo, no por ello debe renunciarse a intentar
comprender la mente: para eso no hay nada mejor que echar mano de
observadores externos.
El problema es que tampoco nadie es completamente ajeno a los
demás, ni siquiera lo es un psiquiatra cuando intenta evaluar y curar a sus
pacientes; tampoco un juez es un observador completamente neutral de un
acusado. Cada situación afecta al observador, por muchos esfuerzos que se
hagan; y aunque se puede reducir el grado de subjetividad hasta cierto
límite, no se puede – y no se debe – ser frío ante la enfermedad o ante el
crimen.
En consecuencia, un filósofo, un psicólogo o un neurocientífico no
pueden abstraerse de su propia mente cuando tratan de estudiar la mente.
Y por ese mismo motivo, es imposible excluir las implicaciones religiosas
– o antirreligiosas – y filosóficas personales en la ciencia real, de igual
manera que no podemos descartar – si somos honestos con nosotros
mismos – las implicaciones científicas que condicionan a la religión y a la
filosofía. Todas están irremediablemente entremezcladas en cada hombre,
con sus características propias, porque todas ellas son respuestas humanas
a problemas humanos; todas son limitadas y están mediatizadas por las
culturas y las vivencias personales.
Juan José Sanguineti105 cree que el hombre puede considerar cualquier
cosa como objeto de observación por el solo placer de contemplarla, más
allá de sus funcionalidades prácticas, sin que podamos pretender que toda
nuestra vida psíquica sea consciente. Sin embargo, para otros filósofos y
psicólogos existe un punto de selectividad en la curiosidad que determina
su eficacia; por ejemplo, Habermas considera que el conocimiento se guía
y está estructurado siempre por algún tipo de interés, fundamentalmente
orientado al trabajo y a la interacción.
Sea como fuere, si algo debiéramos haber aprendido de la historia es
que el conocimiento es siempre precario, limitado y está inevitablemente
ligado a un margen notable de incertidumbre. La contrapartida a los
fenomenales avances de la ciencia es la verificación de lo que se ignora,
en una magnitud aún más fenomenal: el conocimiento tiene límites,
mientras que la ignorancia los desconoce.
Pero no tiremos la toalla antes de tiempo; como dice el físico Michio
Kaku106, el riguroso estudio de lo imposible ha abierto con frecuencia
nuevos dominios de la ciencia completamente inesperados. Solo quienes
intentan lo absurdo conseguirán lo imposible.
M ODELOS CIENTÍFICOS : DE LA ECONOMÍA A LA QUÍMICA
Paul Krugman107, premio Nobel de economía, reconocía que casi toda
la economía se basa en modelos; es decir, en versiones simplificadas de la
realidad, a la que se pretende describir mediante procedimientos
matemáticos. Sin duda, un modelo económico tiene importantes ventajas,
como facilitar el estudio detallado de diferentes escenarios
socioeconómicos posibles y, supuestamente, mejorar el conocimiento y la
predicción de la realidad económica, todo ello sin el riesgo que toda
actuación real implica.
105 Juan José Sanguineti. Filosofía de la mente
106 Michio Kaku. Física de lo imposible
107 Paul Krugman. Fundamentos de economía
Sin embargo, pese a su utilidad en contextos muy específicos, los
modelos económicos no han rendido resultados especialmente útiles para
la mayoría de las personas, si se tiene en cuenta que los últimos trescientos
años en los que la economía ha ido tomando cuerpo de ciencia, las crisis
económicas globales se han ido sucediendo una tras otra de forma
imprevista, a razón de una cada once años en término medio.
Cuando una determinada área socioeconómica – una ciudad, una
región, un país o un conjunto de ellos con características más o menos
homogéneas – cae en una recesión económica es cuando los modelos
económicos chirrían: todas las teorías explicativas y predictivas funcionan
muy bien hasta que hay que aplicarlas en la práctica, es decir, en la
inexorable y polifacética realidad. El problema suele consistir en que los
modelos frecuentemente están hechos a la medida de sus propios autores y
de sus objetivos; y estos últimos no siempre son confesables.
Como dice Salvador Pániker108, todas las teorías son invulnerables
desde sus propios axiomas de referencia; en otras palabras, tendemos a
partir de los presupuestos que más nos convienen. Por el contrario, la
realidad siempre nos impone muchas más variables que las que admiten
las ecuaciones de nuestro modelo. Tendemos, además, a echar mano de
soluciones previamente experimentadas – fracasadas, muchas veces – para
enfrentarnos a problemas nuevos, intentando inútilmente encontrar ciclos
donde solo hay un desarrollo lineal.
Los economistas se defienden de su manifiesta incapacidad para
prever los descomunales vaivenes de la economía, haciendo todo tipo de
predicciones pero siempre procurando no discrepar demasiado con las de
los más próximos o famosos. John Kenneth Galbraith, prestigioso
economista – y, a pesar de ello, propietario de un refinado sentido del
humor – se reía de sí mismo y de sus colegas afirmando que los
economistas somos especialistas en explicar concienzudamente por qué
fallaron nuestras predicciones de forma tan estrepitosa.
Para obviar el riesgo de la inmediatez, algunos echan mano con
descaro del largo plazo, sin caer en la cuenta de que a largo plazo… todos
108 Salvador Pániker. Ensayos retroprogresivos
estamos muertos, como decía Keynes109; o se limitan a informarnos que la
crisis ya ha pasado y que era matemáticamente imposible predecirla. Los
economistas – decía Keynes – se plantean una tarea demasiado fácil, y
demasiado inútil, si en cada tormenta lo único que nos dicen es que
cuando cesa el temporal, el océano está tranquilo.
Por supuesto, no propongo renegar de los modelos matemáticos en
ningún área de la ciencia. Son una herramienta de estudio muy útil para
bosquejar la realidad, pero siempre y cuando no olvidemos que solo son
eso: un croquis, una maqueta, una forma muy reducida – y por eso
fácilmente manejable – de representar la realidad.
La realidad tiene infinitas caras y aunque cada una de ellas es verdad,
pero solo el conjunto total adquiere el sentido último de la verdad. Por el
contrario, los modelos tienen una única cara; es como pretender
comprender la complejidad espacial de una esfera con su simple
proyección bidimensional que hacemos al dibujarla en un papel.
Así pues, tanto lo bueno como lo malo de los modelos es que son
fácilmente manejables. Son cómodos, seguros y fáciles de representar en
un papel o en un ordenador... tan fáciles que muchos investigadores
acaban cayendo en la tentación de adaptarlos a sus conveniencias
personales, a veces creando verdades a base de promediar mentiras, o
aceptando como válida cualquier hipótesis de partida simplemente porque
nos caiga simpático su autor o nos resulte más fácil de entender.
Podemos utilizar modelos teóricos, pero no deberíamos emplearlos
para sustituir el conocimiento de la realidad. Sería como renunciar a ir a la
Luna solo por tener un póster representándola en la pared.
Solo la decisión de afrontar la comprensión profunda de la realidad
nos puede salvar de morir aplastados por la simpleza de los modelos.
Hemos de mantener el hábito de aprender aunque no seamos capaces de
comprender, tal como nos ocurre en la niñez. Como dice Ricardo
Moreno110, la inteligencia para aprender es muy temprana, pero la madurez
necesaria para comprender lo importante que es aprender es muy tardía.
109 John Maynard Keynes. Breve tratado sobre la reforma monetaria
110 Ricardo Moreno. Panfleto antipedagógico
Rabindranath Tagore reflexionaba en este mismo sentido un siglo
antes: yo me acuerdo de muchas cosas que no comprendía y que, no
obstante, me conmovieron profundamente. Cualquiera que recuerde su
primera edad convendrá en que sus adquisiciones más reales no le fueron
proporcionadas rigurosamente a medida de su grado de compresión.
Krugman111 resalta la importancia de las acciones de las personas
individuales en la economía global: el caos no planificado de una
economía de mercado está mucho más organizado que la planificación de
una economía centralizada. En una economía planificada – el modelo por
excelencia – casi todo está previsto teóricamente. Solo tiene un defecto:
está al margen de la realidad, del mismo modo que lo está el médico que
se empeña en prescribir dosis cada vez mayores de un medicamento que
su paciente no va a tomar: no solo no resuelve el problema sino que
acrecienta su ignorancia sobre el paciente e incrementa el coste del
tratamiento.
Salgamos ahora de la economía y entremos en el mundo de la
química, bastante más predecible que la anterior. Todo en química pivota
en torno a un concepto fundamental: el enlace. En su concepción más
elemental, supone la forma bajo la que dos o más átomos se unen para
formar una molécula o incluso cómo dos o más moléculas se asocian entre
sí, tornándose – en general – más estables que sus precursores. En
términos prácticos, consideramos al enlace como una realidad objetiva,
porque nos resulta imprescindible y nos proporciona un alto nivel de
predictibilidad de los resultados… a pesar de que nadie ha visto jamás un
enlace químico.
La cuestión es que la teoría química funciona excepcionalmente bien
al trasponerla al ámbito empírico. Pero, como admiten algunos de sus más
reconocidos especialistas, como Philip Ball 112, la disciplina está, de hecho,
entretejida de ficciones convenientes – y cuestionables – como la
electronegatividad, el estado de oxidación, el tautomerismo o la acidez.
111 Paul Kurgman. ¡Acabad ya con esta crisis!
112 Philip Ball. Beyond the bond. Nature. 2011; 469: 26-8
La química puede ser explicada de forma muy satisfactoria mediante
una teoría global única, pero eso no es lo habitual en el ámbito científico.
En casi todas las áreas de la ciencia nos encontramos con varios marcos
teóricos compitiendo entre sí; unos se superponen, otros se contradicen y
otras muchas... no son más que diferentes expresiones de lo mismo. Como
ya hemos visto, la elección del marco teórico tiene muchos componentes
subjetivos y depende de factores tan poco científicos como la simplicidad,
la plasticidad para explicar un proceso, las necesidades sociales de la
comunidad y las manías particulares del investigador.
Como decía Roald Hoffmann, premio Nobel de química, cualquier
definición rigurosa del enlace químico está condenada a ser
empobrecedora; vale la pena divertirse con la riqueza difusa de la idea.
Eso es lo bueno que tienen los modelos.
I GNORANCIA E INCERTIDUMBRE
Al geométrico crecimiento de los avances conseguidos por el
pensamiento humano, la abierta realidad contrapone un exponencial
incremento de nuestra ignorancia. Lo nuevo que vamos conociendo nos
permite vislumbrar la enorme magnitud de lo que nos queda por conocer;
cuanto más crece nuestro conocimiento, tanto más lo hace nuestra
ignorancia; al fin y al cabo, el conocimiento abre las puertas de
habitaciones que antes estaban cerradas. El conocimiento, así, descubre
nuestra ignorancia.
Por si no tuviéramos bastante con nuestra ignorancia involuntaria, a
ella tenemos que agregar la voluntaria, aquella que incorporamos en
nuestra mente a través de las ideologías. Como indica Jean François
Revel113, una ideología es una triple dispensa: intelectual, práctica y
moral. La dispensa intelectual consiste en retener solo los hechos
favorables a la tesis que se sostiene, incluso en inventarlos totalmente, y
en negar los otros, omitirlos, olvidarlos, impedir que sean conocidos. La
113 Jean François Revel. El conocimiento inútil
dispensa práctica suprime el criterio de la eficacia, quita todo el valor de
refutación a los fracasos. La dispensa moral abole toda noción de bien y
de mal para los actores ideológicos; o, más bien, al servicio de la ideología
que es la que ocupa el lugar de la ética.
Nada está más lejos conceptualmente de la ciencia que una ideología.
Pese a todo, vivimos instalados en una concepción optimista del hombre
para descubrir la verdad y adquirir conocimiento. Un optimismo que,
según Popper114, encuentra sus raíces en una forma política característica
de la cultura occidental, heredada de los antiguos griegos: la democracia,
en la que el hombre puede conocer y, por lo tanto, puede ser libre. Ese
optimismo, si es humilde y consciente, puede ayudarnos a encauzar ese
enorme potencial que anuncia nuestra innata curiosidad. Si no nos
obcecamos en nuestra soberbia de especie elegida, seremos capaces de
consolidar la evolución inteligente y ética que arrancó de una materia
inerte, dispersa e incierta.
El diccionario de la Real Academia Española define la ignorancia
como la falta de ciencia, de letras y noticias, general o particular. No
parece muy explícita, ciertamente, aunque al desarrollar una de las
acepciones afirma que la ignorancia supina es la que procede de
negligencia en aprender o inquirir lo que puede y debe saberse. Esta
definición entronca con la de Laín Entralgo115, quien definía a la
ignorancia como no saber algo que se podría saber.
En su particular lucha por comprender la ignorancia, Laín establecía
varias categorías en orden creciente de certidumbre, las cuales podrían
ayudarnos a digerir estas ideas. Por un lado, Laín llamaba indicio al
momento en que de una forma vaga se apunta el anuncio de una cierta
determinación, que iría reforzándose si el indicio no desapareciese; si no
pasa de ahí y se mantiene como un tenue y vacilante anuncio de la
determinación, nos encontramos ante el barrunto.
La ambigüedad aparece cuando lo percibido no permite afirmar la
naturaleza concreta de lo observado. Esto suena inevitablemente a la
114 Karl R. Popper. Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento científico
115 Pedro Laín Entralgo. Creer, esperar, amar
incertidumbre característica del mundo cuántico, pese a que el término
coloquial referido al estado mental de la ambigüedad sea la duda. Dudar
es un modo de asumir como verosímiles dos afirmaciones, aunque no
necesariamente con el mismo grado de convicción; en cualquier caso,
dudar supone meter al conocimiento por medio y esto implica una
actividad subjetiva humana. Por el contrario, la incertidumbre cuántica
tiene más que ver con la propia esencia de la materia-energía y del
espacio-tiempo.
Volviendo a la cómoda y sencilla categorización del conocimiento de
la mano de Laín, la obviedad aparece como una certeza que se nos
impone, sin necesidad de disponer de una demostración o de una
secuencia lógica que nos lleve a ella; su modo de afirmación es la
plausibilidad. Lo obvio es evidente, y por tanto sobran las demostraciones,
a pesar de que algunos términos como evidencia científica se hayan
asentado lamentablemente en el vocabulario español. Si lo evidente no
requiere demostración, la combinación de los términos evidencia y
ciencia resultaría una clara contradicción – un oxímoron – en tanto que lo
científico se define justamente como aquello que solo puede ser afirmado
en términos de contraste experimental. Todo ello es fruto de una
traducción simplista – traduttore, traditore – del término inglés scientific
evidence, referido a pruebas, demostraciones o resultados obtenidos
mediante procedimientos conformes con el método científico.
V ERACIDAD Y DEMOSTRACIÓN
Ortega116 afirmaba que las verdades teóricas no solo son discutibles,
sino que todo su sentido y fuerza residen precisamente en ser discutidas;
nacen de la discusión, viven en tanto que se discuten y están hechas
exclusivamente para la discusión. Sin embargo, a muchos seres humanos
no les interesa la verdad, ni la teórica ni la empírica, sino tan solo su
116 José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas
verdad o, como mucho, una verdad que les resulte confortable; los
perezosos mentales buscan charlatanes a su medida.
Otros son algo más exigentes consigo mismos, aunque no reparan en
la importancia que tienen los procedimientos a la hora de acceder a la
verdad, y solo algunos son conscientes de que la verdad – la penetración
multidimensional en la realidad – es un pozo insondable y nuestro
conocimiento de ella siempre será necesariamente limitado. A pesar de
ello, María Zambrano117 afirmaba que cuando la realidad acomete al que
despierta, la verdad con su simple presencia le asiste; y si así no fuera,
sin esta presencia originaria de la verdad, la realidad no podría
soportarse o no se presentaría al hombre con su carácter de realidad.
Para poder llegar a conocer el mundo, aunque sea de forma
aproximada, lo que habitualmente hacemos es fraccionarlo, aislándolo del
contexto, del resto de la red significativa. Es decir, realizamos un análisis
provisional, descomponemos en partes ese trozo de realidad para poder
acceder a lo profundo a ella, aunque casi siempre nos dejamos
inadvertidamente muchos aspectos en el camino o simplemente las
escondemos bajo la alfombra de nuestras teorías.
Sea como fuere, una vez descompuesta en unidades comprensibles,
nuestra mente ha de realizar el trabajo inverso, la integración de los
fragmentos o síntesis para reincorporar de algún modo, aunque sea parcial,
el contexto omitido, tal como indica Claudio Gutiérrez 118. Sin embargo,
nuestros sentidos y nuestros prejuicios conscientes e inconscientes afectan
a la percepción de la realidad a través del análisis y esos mismos
prejuicios afectan a la subsiguiente síntesis.
Según una de las tesis más conocidas de Kant119, la realidad en la que
nos movemos y de la que formamos parte se basa en cualidades que
pertenecen al entendimiento del observador; esa realidad no parece ser
independiente del ser humano, del observador inteligente. Es decir, en
cuanto perceptores del mundo, imponemos ciertos rasgos a toda nuestra
117 María Zambrano. Claros del bosque
118 Claudio Gutiérrez. Conocimiento científico y sentido común
119 Immanuel Kant. Crítica de la razón pura
experiencia. Básicamente, toda la obra de Kant es una refutación de la
idea de que solo mediante la razón podemos descubrir la naturaleza de la
realidad y, de hecho, su principal conclusión es que el conocimiento
requiere tanto la observación sensorial como los conceptos que aporta el
observador. Lo uno sin lo otro no sirve de nada.
Uno de los grandes debates sobre el conocimiento es la relación entre
la verdad – como representación válida de toda la realidad acerca de algo
– y la forma en que podemos confirmarla. Sin embargo, la verdad no es
algo que dependa de su demostrabilidad, entre otras cosas porque la
verdad que el hombre llega a conocer es siempre una adaptación personal
de esa verdad; una adaptación que, como mucho, podrá ser honesta y
rigurosa, pero que no deja de ser particular. Lo que nosotros observamos
no es la naturaleza misma, sino la naturaleza expuesta a nuestro método
de observación, decía Heisenberg120, el autor del célebre principio de
incertidumbre.
Uno de los problemas a los que nos enfrentamos en la actualidad, en
opinión en algunos expertos como John Ioannidis121, es que los falsos
positivos y los resultados exagerados en los estudios científicos están
alcanzando proporciones epidémicas. Posiblemente, el número de
investigadores – y el de experimentos, observaciones y análisis que se
hacen – ha aumentado de forma exponencial en todos los ámbitos y esto
parece estar llevando a que la investigación científica esté cada vez más
fragmentada, estableciéndose además una competencia feroz donde parece
pesar más los intereses individuales que los generales.
Esto último nos lleva al aspecto ético de la verdad, ya que, como
indica Fernando Savater122, el concepto de verdad no es solo el logro
dialéctico que identifica la operación racional sino también la clave de la
constitución autónoma del hombre moderno como sujeto social. Sin
120 Werner Heisenberg. Física y filosofía
121 John P. A. Ioannidis. Una epidemia de falsos positivos. Investigación y Ciencia, 2012;
mayo 2012; p. 39
122 Fernando Savater. La vida eterna
verdad no hay auténtica educación, pero tampoco merecería la pena que
nos esforzásemos en que la hubiese.
Juan de Mairena, el célebre personaje creado por Antonio Machado,
afirmaba que lo corriente en el hombre es la tendencia en creer verdadero
cuanto le reporta alguna utilidad; por eso hay tantos hombres capaces de
comulgar con ruedas de molino. Pero este contradictorio personaje, tan
querido y próximo al propio Machado, se rebelaba contra la desesperanza
de los que afirman que la verdad no existe: quien afirma que la verdad no
existe, pretende que eso sea la verdad, incurriendo en palmaria
contradicción. Sin embargo, este argumento irrefutable no ha convencido
seguramente a ningún escéptico, porque la gracia del escéptico consiste en
que los argumentos no le convencen; por el contrario, nunca un gran
filósofo renegaría de la verdad si, por azar, la oyese de labios de su
barbero.
En cualquier caso, a Machado le interesaba más ser persona, con todas
las limitaciones humanas, que pretender dominar el conocimiento o caer
en la vanidad de haberlo conseguido: el camino vale más que la posada;
puestos a elegir entre la verdad y el placer de buscarla, elijo lo segundo.
P RODUCTIVIDAD Y CONFLICTO DE INTERESES EN CIENCIA
Un gran número de investigaciones se acometen por razones
diferentes a la búsqueda de la verdad y ello provoca que los llamados
conflictos de intereses abunden y acaben influyendo decisivamente en los
resultados. En el ámbito de la investigación biomédica, por citar un
ejemplo, buena parte de los estudios se realizan a instancias de grandes
empresas, dado el obvio interés económico de los resultados.
También en el mundo académico, el éxito – y la supervivencia en los
cargos – se mide a menudo por la publicación de datos favorables; por si
fuera poco, a ello hay que añadir el auténtico oligopolio de las
publicaciones de gran impacto. En definitiva, todo eso implica un efecto
distorsionador en la financiación, en las carreras académicas y en las
cuotas de mercado científicas. Hemos llegado al punto de que sean las
industrias – de diferentes sectores – y los intereses de determinados
lobbies académicos las que determinen muchos de los programas públicos
de investigación y las prioridades académicas.
Nuestros políticos – da igual que sean los míos o los suyos, estimado
lector – nos llevan distrayendo desde siempre con la productividad de la
investigación, la necesidad del retorno de la inversión y otros términos
que, en realidad, no son más que escusas para justificar el infame
abandono de la investigación básica, auténtica fuente de la ciencia y de la
tecnología (y también de la riqueza económica y cultural). Imagine el
lector lo que ocurriría si aplicásemos esa misma cicatería financiadora
para privar de sus numerosos privilegios a la hipertrofiada estirpe de los
profesionales de la política.
Bajo el absurdo pretexto de que la investigación es costosa – en
realidad, no hay nada más caro que la ausencia de investigación –,
recortan con morbosa frialdad los presupuestos públicos destinados a
financiar la investigación, cuando el único desarrollo auténticamente
sostenible solo puede basarse en el conocimiento; solo éste es capaz de
generar campos nuevos, rescatar viejas cuestiones pendientes y resolver la
miopía de lo inmediato.
Los teoremas de incompletitud de Gödel nos muestran que hay
verdades que se imponen a pesar de la imposibilidad de su demostración.
Siempre hay afirmaciones que nunca se podrá demostrar que son
verdaderas o falsas, sobre la base de un conjunto prefijado de axiomas.
Con la única ayuda de la razón, el hombre no es capaz más que de
vislumbrar un universo plagado de hipótesis no verificadas, con una visión
limitada, plana y ridículamente autosuficiente. Ofrecemos respuestas muy
simples a preguntas que, en realidad, son extraordinariamente complejas;
o, sencillamente, ignoramos las preguntas tachándolas de improcedentes o
absurdas. La duda siempre va más allá de la razón, la trasciende
ontológicamente.
Hay muchas personas que se sienten perfectamente cómodas con su
ignorancia; lo único que les perturba es que alguien se lo diga y que no
puedan justificarse con alguna explicación plausible. Pero eso no es fácil
que ocurra; es sorprendente la energía que somos capaces de desarrollar
para encontrar argumentos y datos que se adapten bien a cualquier
predicción, por absurda que sea. Incluso hasta lo hacemos de forma
inconsciente; nuestro cerebro es una increíble máquina de inventar
explicaciones de hechos que no entendemos.
Preferimos inventar a investigar, aunque exteriormente afirmemos
muy ufanos que hemos llegado a nuestras conclusiones porque hemos
reflexionado serenamente a partir de datos rigurosamente seleccionados y
contrastados. Siempre estamos dispuestos a encontrar una explicación a
cualquier fenómeno; lo último que nos atreveríamos a afirmar en público
es que algo es impredecible.
Sin embargo, muchas de las cosas importantes que suceden en nuestra
existencia son completamente impredecibles desde nuestro conocimiento.
C URIOSIDAD
La curiosidad supone un comportamiento que es congénito no solo
para el ser humano – aunque superlativo en éste – sino para prácticamente
todos los animales, por el que nos llama la atención las cosas y los
fenómenos. Su trascendencia es tal que, sin curiosidad humana no existiría
el aprendizaje ni, en consecuencia, la investigación científica.
La curiosidad está formada por un conjunto de mecanismos
psicológicos – todavía poco conocidos – que identifican un instinto natural
susceptible de ser refinado por la experiencia – y, en el caso humano, por
el conocimiento – sin el que la supervivencia se vería gravemente
comprometida.
Ciertamente, la curiosidad no es igual en las distintas especies
animales y entre todos los hombres; genéricamente nos distinguimos del
resto de los animales en que nuestra curiosidad esta omnipresente y no
tiene una finalidad inmediata en la mayoría de los casos. En el animal la
curiosidad está estrechamente ligada con la supervivencia cotidiana, hasta
el punto de que el animal que no es curioso tiene muchas más
probabilidades de morir atacado por un depredador, de pasar hambre o de
no transmitir sus genes a la descendencia. La curiosidad en el ser humano,
como la codicia de los ricos, no tiene límites.
¿Sigue la curiosidad un mismo esquema inquisitivo o, en realidad,
agrupa a múltiples mecanismos y motivaciones de naturaleza diversa?
¿Qué escondido gatillo dispara nuestra curiosidad? Posiblemente, en
algunos es el ansia permanente de saber todo lo posible sobre aquello que
nos rodea. Desde la curiosidad del niño de apenas unos pocos meses de
vida que se asombra ante el mundo – esta expresión de sorpresa es una de
las imágenes más tiernas y esperanzadoras que es capaz de ofrecer un ser
humano – hasta la del sabio, para el que muchas veces la curiosidad, el
sentido del misterio, la apelación a la belleza y cosas análogas, motivan
mucho más que otros aspectos más eruditos.
La curiosidad lleva al científico a emplear su inteligencia consciente –
y sentiente – para convertir una observación en una hipótesis y ésta,
mediante la experimentación y la crítica racional, en una explicación
rigurosa. Pero, siendo la curiosidad un elemento imprescindible de todo
buen científico, no todos los grandes curiosos son capaces de trasladar su
motivación para el conocimiento al campo de la racionalidad. Algunos se
contentan – y no es poca cosa – con disfrutar personalmente solo en el
ámbito íntimo de su imaginación.
Leonardo Da Vinci es la imagen de marca del Renacimiento, época en
que la curiosidad dejó de ser un pecado y se convirtió en motor para la
recuperación de la grandeza del ser humano, en ocasiones de forma
superlativa. Pero esa explosión de la curiosidad humana fue tan intensa en
ocasiones que limitó su propia evolución, orientándola hacia un
conocimiento extenso pero superficial. Leonardo se interesó prácticamente
por todo, pero en términos reales no resolvió nada de una manera rigurosa;
por decirlo así, lo inventó todo en su imaginación y lo plasmó en sus
espléndidos dibujos; pero casi nada realizó de verdad, fuera del papel y de
las maquetas. Por encima de todo, Leonardo era un diseñador, un artesano
dotado de imaginación portentosa, interesado más en la acción y en la
estética que en el conocimiento teórico, preocupado mucho más por la
geometría que por el álgebra.
Junto con esa forma de curiosidad que pregunta sobre todo lo que hay
ahí afuera, está esa otra que quiere adentrarse en lo profundo de sí mismo.
¿Por qué hay algo en lugar de nada? se preguntaba Jean Guitton123. Él
propio Guitton era el único escéptico al que quería convencer y su
búsqueda del saber suponía un deseo capaz de suscitar una hipótesis de
trabajo y un esfuerzo que la verificase. Allí donde el deseo no se da, la
idea chapotea en la indiferencia y si la reflexión, a pesar de todo, tiene
lugar, tiende más bien a producir la negación que la afirmación de la
vida.
No siempre la curiosidad es valorada positivamente. A veces, desde el
mundo de la creencia o, más propiamente, desde la creencia dogmática, la
curiosidad está sujeta a sospecha. Se atribuye a Anatole France la frase de
que hay siempre un momento en que la curiosidad es pecado, y el
demonio ayuda siempre los progresos de la inteligencia, concretando en
términos religiosos lo que algunos siglos antes había afirmado otro
compatriota suyo, Pascal124, que una de las principales enfermedades del
hombre es su inquieta curiosidad por conocer lo que no puede llegar a
saber: curiosidad no es más que vanidad, las más de las veces se quiere
saber solo para hablar.
En opinión de Ian Barbour125, lo que nos empuja a buscar nuevas e
inesperadas manifestaciones de orden racional es la combinación de
contingencia e inteligibilidad. Y ya que la metafísica consiste en la
búsqueda de categorías generales que puedan ser utilizadas para
interpretar los diversos aspectos de la realidad, necesitamos de la
metafísica para comprender la esencia profunda de la curiosidad. La
inteligibilidad del universo plantea cuestiones que tienen un obvio
contenido racional, pero que no pueden ser enteramente resueltas por la
ciencia. Como indica el propio Barbour, cualquier teoría que tome como
123 Jean Guitton. Mi testamento filosófico
124 Blaise Pascal. Pensamientos
125 Ian Barbour. El encuentro entre ciencia y religión
punto de partida una única ecuación, siempre dejará sin respuesta al
menos una pregunta: ¿y por qué precisamente esa ecuación?
¿Es la curiosidad el motor, o uno de los motores, de la Historia? Para
Ortega126, la respuesta es claramente afirmativa: la atención del hombre
peregrina como un reflector de un navío sobre el área inmensa de lo real,
espumando de ella ahora un trozo, luego otro. Esta peregrinación del
atender constituye la historia humana. Cada época es un régimen
atencional determinado, un sistema de preferencias y de proposiciones, de
clarividencias y de cegueras.
I NTUICIÓN
Podemos llamar intuición a una forma de convicción inconsciente que,
en consecuencia, no puede explicarse y casi nunca ni siquiera puede
expresarse. La forma más habitual como se presenta la intuición es
mediante destellos o iluminaciones súbitas, a veces en respuesta a
determinados estímulos o en determinados entornos. La idea intuitiva
probablemente brota de una reflexión inconsciente a partir de la propia
experiencia personal acumulada, como el fruto de un trabajo mental
intenso que emerge en la consciencia por motivos y a través de vías que
aún no comprendemos.
El pensamiento intuitivo, si es que podemos llamarlo así, requiere de
elementos racionales y de sentimientos diversos en su elaboración, en
forma de combinación particular. La intuición es tan real y tan importante
para el pleno desarrollo del ser humano como lo es el instinto animal para
su supervivencia; pero, ¿podríamos identificar como un instinto animal la
intuición humana?
Seguramente, en nuestra intuición hay elementos instintivos animales,
sobre todo cuando nuestras intuiciones tienen un carácter meramente
defensivo. Sin embargo, nuestras intuiciones van mucho más allá –
126 José Ortega y Gasset. El espectador
trascienden – la propia supervivencia del individuo; son elementos
constitutivos de la existencia humana.
¿Se alimenta la intuición solo de datos recogidos e ideas generadas en
el subconsciente, o realmente tiene otros elementos en los que basarse?
¿Existen ideas innatas en nuestra mente-cerebro? A esta última pregunta
parece existir una respuesta afirmativa, aunque de carácter muy elemental.
Al menos, eso es lo que parece desprenderse de los trabajos de un grupo
de investigadores franceses y norteamericanos, liderados por Stanislas
Dehaene127, que obtuvo pruebas de que determinados conceptos son
innatos y que no necesitan lenguaje ni cultura para manifestarse. Lo
comprobaron realizando pruebas, entre 2004 y 2005, a niños y adultos de
la tribu amazónica Mundurukú, en los estados de Pará y del Amazonas de
Brasil, que habían logrado mantenerse sin contacto con la civilización
moderna.
Los autores compararon sus resultados de las pruebas realizadas en
estas personas con los de las realizadas a adultos y niños norteamericanos.
Según los resultados, los niños y adultos mundurukús usaban
espontáneamente conceptos básicos de geometría, como puntos, líneas,
paralelismo o ángulos rectos, para detectar figuras extrañas o intrusas en
dibujos sencillos. Asimismo, utilizaban la distancia, el ángulo y las
relaciones de percepción para localizar objetos ocultos en el interior de
mapas geométricos. En opinión de estos investigadores, el descubrimiento
implica que existen intuiciones geométricas en la mente humana que son
independientes de un aprendizaje previo, de una experiencia anterior con
mapas o símbolos gráficos o de un lenguaje de términos geométricos.
En esta misma línea, investigaciones realizadas por un grupo de
neurocientíficos cognitivos liderados por Kerry Jordan 128, de la
Universidad de Duke (Estados Unidos), descubrieron que los niños
pequeños también disponen de un sentido numérico abstracto, capaz de
127 Stanislas Dehaene. Core knowledge of geometry in an amazonian indigene group.
Science. 2006; 311 [5759]: 381-4
128 Kerry Jordan. The multisensory representation of number in infancy. Proc Natl
Acad Sci. 2006; 103[9]: 3486-9
relacionar el número de voces que oyen con un número de caras
determinado. Según estos científicos, este hallazgo implica que los bebés
tienen conceptos numéricos incorporados en sus cerebros, incluso antes
de que aprendan a hablar. La investigación sugiere que los bebés, ya a los
siete meses, poseen un sentido abstracto de los números dos y tres.
El que no podamos explicar la intuición en términos racionales no
significa, en modo alguno, que no resulta útil para conocer la realidad. Al
contrario, como indicaba Martin Buber129, no se logra conocimiento
mediante la desrealización sino precisamente penetrando en esta realidad
concreta y con una penetración de tal índole que descubre la esencia en la
entraña de esta realidad; semejante penetración es para nosotros una
penetración espiritual. Eso le llevó a Bubber a entender al hombre no
como un callejón sin salida de la naturaleza, sino como un ser espiritual
que representa la salida luminosa y magnífica de ese callejón. El hombre
no es un ser en reposo, un factotum, sino una posible dirección del
proceso, concluye Bubber.
Ni el método científico, con su componente de refutación
experimental, ni la razón pura, con su depurado sistema lógico, son los
únicos instrumentos de que disponemos para hacernos cargo del
conocimiento del mundo. Son magníficas vías de conocimiento, de
contraste y de refutación, pero no solo existe lo razonado, ni siquiera lo
razonable. Encojemos la razón si la reducimos a la lógica, aun siendo ésta
necesaria para el hombre. ¿Qué lógica evolutiva nos condujo a la música?
¿Qué nos convenció de la utilidad de la emoción provocada por la visión
de una puesta de sol? ¿Hay algo menos lógico que el amor? ¿Dónde
quedan la intuición y los afectos, aquello que nos hace auténticamente
inteligentes y humanos? ¿Y por qué los sueños de la razón acaban por
convertirse casi siempre en pesadillas?
Ni siquiera utilizando herramientas que facilitan formalmente nuestro
pensamiento, como es el caso de la lógica, estamos exentos de cometer
errores. La lógica no permite generar una visión global de problema
alguno ni de ningún edificio teórico, tan solo representa el cemento que
129 Martin Buber. ¿Qué es el hombre?
liga sus ladrillos; si queremos ver el conjunto, tenemos que echar mano de
la intuición, que es quien tiene los planos generales del edificio. El lógico
descompone cada demostración en operaciones elementales, pero se le
acaba escapando la realidad última de las cosas entre los dedos; requieren
la teoría unificadora que engloba todo el proyecto. Y eso es la intuición.
V ERDAD MATEMÁTICA
La matemática ayuda a descubrir verdades cuya existencia es
independiente de las actividades de la propia matemática. El concepto de
verdad matemática no puede ser encapsulado en ningún esquema
formalista, sino que su verdad real trasciende las simples construcciones
humanas; en tales casos, la matemática tropieza con obras de Dios, como
dice Roger Penrose130.
El método matemático no puede ser reducido a una mera deducción
lógico-formal de verdades, sino que pretende hacer que tal deducción se
produzca en el seno de la realidad. Sin la realidad, no podría construirse la
matemática y, de hecho, el realismo matemático es una de las principales
implicaciones de los teoremas de incompletitud de Gödel, como afirma
Guillermina Díaz131. Es decir, los objetos matemáticos pertenecen al
mundo real, no son meras construcciones mentales a la medida de las
necesidades intelectuales humanas. Por ello, son solo accesibles a través
de la unidad intrínseca de descubrimiento y creación.
El punto de partida de Kurt Gödel fue una paradoja lógica: este
enunciado es mentira. El auténtico enunciado de Gödel – sobre el que se
basa todo lo demás – es un teorema que afirma: este teorema no puede ser
demostrado. En concreto, el primer teorema de incompletitud de Gödel
vino a demostrar que ningún sistema de axiomas matemáticos, por amplio
y diverso que sea, puede ser lógicamente completo o, visto de otra manera,
130 Roger Penrose. La nueva mente del emperador
131 Guillermina Díaz. Esbozo de una filosofía zubiriana de la matemática. Actas del II
Congreso de la Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia en España.
Bellaterra, 6-8 de febrero de 1997, pp. 141-5
si las matemáticas son lógicamente consistentes, es imposible demostrarlo.
En definitiva, algunos enunciados matemáticos no pueden ser demostrados
ni refutados, sino que son indecidibles. Por ello, como indica Ian
Stewart132, los teoremas de Gödel implican que problemas que actualmente
siguen sin ser resueltos podrían, en realidad, no tener solución: no son
verdaderos ni falsos, sino que están en el limbo de la indecibilidad.
Todo lo anterior nos lleva a que la realidad es el fundamento de lo
posible, y no al revés. Por ello, la realidad matemática es previa a la lógica
y de mayor amplitud que ésta, como demostró Gödel. Dado que ningún
conjunto de caracteres que pretenda definir una cosa o un fenómeno agota
la realidad de éste, el conocimiento matemático también resulta una
cuestión abierta, opuesta a cualquier forma de dogmatismo; cuando la
matemática se establece como una cárcel de la realidad, la matemática
pierde por completo todo su sentido, como recalca la propia Guillermina
Díaz133. Por ello, es la misma naturaleza la que nos toma de la mano y nos
muestra el perfil matemático que un matemático puro no habría visto por
sus propios medios.
Un ejemplo paradigmático de lo anterior es la teoría cuántica de
campos, elemento fundamental del actual modelo estándar de la física. A
ningún matemático se le habría ocurrido por sí mismo un desarrollo
matemático de tales características, si la propia realidad no lo hubiera
impuesto. Mientras que la realidad matemática es de naturaleza lógica, la
realidad física está vinculada al universo en que vivimos y que percibimos
mediante nuestros sentidos y tecnologías. Como indica David Ruelle 134, el
pensamiento matemático no se basa necesariamente en el lenguaje, sino
que emplea conceptos que pueden ser no verbales y asociados a
elementos visuales, auditivos o musculares , aunque hay que reconocer
que si no utilizásemos un formalismo específico y nos quedásemos
exclusivamente con su significado intuitivo, es muy probable que las
132 Ian Stewart. Historia de las matemáticas en los últimos diez mil años
133 Guillermina Díaz. Zubiri, Lakatos y la crisis godeliana del fundamento matemático.
Xavier Zubiri Review. 1999; 2: 5-26
134 David Ruelle. El cerebro de los matemáticos
matemáticas habrían dejado de ser hace tiempo una forma y una
herramienta de conocimiento, para convertirse en mera opinión o en un
espectáculo poco exigente, que habría conducido a su estancamiento o
incluso habrían desaparecido.
En definitiva, dado que las matemáticas son incompletas pero, al
mismo tiempo, son el lenguaje natural de la ciencia, ello nos aboca
inevitablemente a que siempre habrá elementos de la realidad que, siendo
potenciales objetos de su estudio, van a quedar fuera del ámbito científico.
Esto le lleva a Michio Kaku135 a afirmar que no es posible una teoría que
englobe todo el conocimiento científico (Teoría del Todo; en inglés,
Theory of Everything o TOE): puesto que el teorema de incompletitud
acabó con el sueño griego de demostrar todos los enunciado verdaderos
en matemáticas, también pondrá a una teoría del todo más allá de nuestro
alcance para siempre.
E STÉTICA Y MATEMÁTICA
Zubiri, al igual que Gödel, consideraba que es la metafísica y no la
lógica el fundamento de la matemática, porque vive de lo trascendental, de
lo metafísico. Los objetos matemáticos no son físicos ni mentales; son
independientes no de la mente humana, sino en ella. Forman parte de un
mundo real que, sin embargo, es solo accesible mediante la unidad del
descubrimiento y de la creatividad. En este sentido, Bertalanffy 136
afirmaba que la Realidad última, el Todo, no puede ser conocida, medida,
aprehendida, ni expresada en palabras por la mente racional y científica;
solo puede serlo – en parte y según los místicos – a través de la intuición.
Roger Penrose137 escribía que es imposible separar los criterios
estéticos del criterio de verdad cuando consideramos los temas de la
inspiración e intuición. La fuerte convicción de la validez de un soplo de
135 Michio Kaku. Física de lo imposible
136 Ludwig von Bertalanffy. Robots, hombres y mentes: la psicología en el mundo
moderno
137 Roger Penrose. La nueva mente del emperador
inspiración está ligada muy estrechamente a sus cualidades estéticas. Por
decirlo así, estamos convencidos de que una idea bella es mucho más
probable que sea correcta que una idea fea.
Quizá la belleza de las matemáticas resida, como sugiere David
Ruelle138, en revelar la sencillez y complejidad ocultas que coexisten en el
rígido marco lógico impuesto por la propia disciplina. Al fin y al cabo, los
números son una construcción mental y, sin embargo, Ian Stewart139 tenía
la sensación de que seguirían teniendo significado incluso si la
humanidad fuera barrida por una catástrofe mundial y no quedara
ninguna mente para contemplarlos. Sea como fuere, la utilidad de las
matemáticas para ayudarnos a entender el universo deriva seguramente de
su capacidad para dar forma a ideas difícilmente expresables mediante
palabras y poderlas transferir de un área a otras del conocimiento
científico.
El concepto de número es un impresionante problema filosófico
porque sabemos cómo se comporta, pero no sabemos lo que es. Penrose
indicaba, parafraseando a Einstein, que nada me sorprende más y me
maravilla más que la irrazonable efectividad de la matemática en las
ciencias naturales.
Lo que la propia experiencia humana ha descubierto es que el
pensamiento matemático no tiene un carácter algorítmico o
computacional, ya que existen aspectos de los procedimientos
matemáticos que eluden cualquier forma de descripción algorítmica; en
realidad, los algoritmos por sí mismos nunca comprueban la verdad.
Necesitamos intuiciones externas para decidir la validez de los propios
algoritmos, como nos demostró Gödel con sus teoremas de incompletitud.
138 David Ruelle. El cerebro de los matemáticos
139 Ian Stewart. Historia de las matemáticas en los últimos diez mil años
R EDUCCIONISMO CIENTÍFICO
La ciencia es necesariamente reduccionista, porque necesita
simplificar la realidad – reducirla – para poder hacerse cargo de ella. No
puede afrontar un número infinito de variables debido a que desconoce
muchas de ellas, así como las ecuaciones que las relacionan entre sí. Para
eso presupone mediante modelos matemáticos o simbólicos en los que las
formas son simples – esferas o cubos perfectos – o las reduce a puntos sin
dimensiones; prescinde de los aspectos que los investigadores –
subjetivamente, casi siempre – consideran irrelevantes o los encierran en
una constante K que posteriormente es abandonada u ocultada – como
hizo Albert Einstein – y redondea arbitrariamente los valores,
deshaciéndose de las fracciones o de los decimales. En otras ocasiones, se
atribuye un valor infinito para un parámetro que pretende reflejar una
situación real concreta, algo que es un disparate en sí mismo. A veces,
olvidamos que no todo lo que es posible matemáticamente debe existir
realmente.
Nuestras limitaciones como entes perceptivos y pensantes no nos
permiten abarcar todo el conocimiento posible del Universo, de ahí que
nos veamos obligados a dividirlo en trozos pequeños, manejables. Esto
provoca, casi siempre, que los trozos – frutos de una fragmentación
artificiosa – interaccionen entre sí produciendo resultados que nos parecen
debidos al azar. En realidad, el azar casi siempre representa solo la medida
de nuestra propia ignorancia e incapacidad para comprender y a veces lo
confundimos con la indeterminación o incertidumbre intrínseca del mundo
real. Aristóteles afirmaba que la inexperiencia hizo el azar.
Algunos pretenden compensar la reducción científica de la realidad
realzando sus aspectos lógicos. Pero, la lógica solo ayuda a enlazar
razonamientos entre sí y por eso no puede ofrecer la visión global de la
realidad; es a la intuición a la que hay que pedírsela, como máxima
aproximación. Al fin y al cabo, como afirma Mario Bunge 140, la lógica y la
140 Mario Bunge. La ciencia. Su método y su filosofía
matemática son racionales, sistemáticas y verificables, pero no son
objetivas; no nos dan informaciones acerca de la realidad: simplemente,
no se ocupan de los hechos. Henri Poincaré141 decía al respecto que es por
lógica como se demuestra, pero es por intuición como se inventa. Es
preciso localizar previamente la meta para saber hacia dónde tenemos
que ir.
Por otro lado, en la búsqueda de la verdad no es fácil separar los
criterios no sujetos a una lógica racional – estéticos, religiosos, culturales,
etc. – de aquellos que sí lo están, particularmente cuando se consideran la
inspiración y la intuición. Antes que los argumentos rigurosos, que
constituyen el último paso del trabajo científico, es preciso hacer múltiples
conjeturas y, para éstas, las convicciones estéticas y otras no sometidas a
la lógica reacional son importantes también.
Los sentimientos califican a la realidad misma, nos presentan
diferentes facetas suyas y, en definitiva, nos acondicionan a ella de una
manera en que la armonía de sus elementos eleva nuestro pensamiento. Se
quiera o no, todo pensamiento es sentiente en el ser humano y, por ello,
envuelve intrínseca e inseparablemente componentes racionales y no
racionales. Por encima de todo, ningún medio mecánico, por expedito que
sea; ningún materialismo, por triunfante que sea, puede erradicar el
amanecer que experimentamos cuando hemos comprendido a un maestro,
como afirmaba sabiamente George Steiner142.
C EREBRO , MENTE Y CONSCIENCIA
Considero que la mente es un proceso dinámico y continuo mediante
el cual un individuo puede disponer de una cierta representación – en
cualquier forma y complejidad – de la realidad y actuar de acuerdo con
ella. En términos estrictamente biológicos, podemos considerar que la
mente es la consecuencia de la actividad de un conjunto de células con
141 Henri Poincaré. El valor de la ciencia
142 George Steiner. Lecciones de los maestros
propiedades electroquímicas muy peculiares, denominadas neuronas. La
mente, por tanto, requiere actividad neuronal… pero no toda actividad
neuronal supone un proceso mental, lo que nos lleva a considerar que la
mente es un proceso complejo que no puede ser descrito
satisfactoriamente únicamente en términos de destellos electroquímicos
elementales neuronales. Es decir, no basta caracterizar cada una de las
neuronas con que cuenta nuestro cerebro para conocer nuestra mente.
En total, el encéfalo de un ser humano adulto cuenta con una media de
85.000 millones de neuronas, aunque solo en torno a 16.000 millones
están presentes en la corteza cerebral143; curiosamente, prácticamente el
resto (69.000 millones) están localizadas en el cerebelo, uno de los centros
nerviosos más antiguos evolutivamente, que interviene en el control del
movimiento, la postura y la marcha, así como en la ejecución de las
secuencias complejas de movimiento. Sin embargo, el cerebelo es
prácticamente irrelevante para la consciencia; incluso nacer sin cerebelo
no afecta de manera apreciable a la experiencia consciente del individuo.
Para Antonio Damasio144, la mente surge cuando la actividad de los
pequeños circuitos se organiza a través de grandes redes y componen
patrones momentáneos que representan cosas y acontecimientos situados
fuera del cerebro, aunque algunos de estos patrones representan también el
propio procesamiento que el cerebro lleva a cabo otros patrones.
Aparentemente, nuestra forma de experimentar nuestras sensaciones
vitales se originan en las regiones posteriores (lóbulos parietal, occipital y
temporal) de la corteza cerebral, donde también se originan casi todas las
experiencias conscientes.
En realidad, ni siquiera deberíamos identificar biunívocamente la
mente con el cerebro, ya que éste no es el único responsable de la mente.
De hecho, no habría mente si no hubiese un cuerpo con el que tener
funcionando el cerebro; en otras palabras, el cerebro no es un órgano
143 La corteza cerebral, la capa más superficial del cerebro, es una lámina estratificada de tejido
nervioso profusamente enmarañado de conexiones, con un grosor aproximado, en el caso de los
seres humanos, de 35 mm.
144 Antonio Damasio. Y el cerebro creó al hombre
autónomo, sino que su función es global y orgánica ante todo.
Posiblemente, la propia evolución del cerebro vino de la mano de la
necesidad de hacer frente a la progresiva complejidad de otras funciones
corporales.
Christoff Koch afirma145 que la consciencia es todo los que
experimentamos, la melodía que nos ronda en la cabeza, el sabor dulce de
la mousse de chocolate, el malestar que causa un dolor de muelas, el amor
incondicional por un hijo y la amargura de saber que todas las pasiones se
acaban. Unas experiencias que algunos denominan qualia y que
representan un enorme reto para la comprensión científica, especialmente
en la búsqueda de correlaciones neuronales de la consciencia (CNC)
como mecanismos neuronales mínimos que, juntos, explicarían una
experiencia consciente concreta.
Damasio dice que la consciencia es una portentosa aptitud que
consiste en tener una mente provista de un propietario, de un protagonista
para la propia existencia, un sujeto que inspecciona el mundo por dentro y
a su alrededor, un agente que en apariencia está listo para la acción. Como
se ve, la mente aparece – según Damasio – como un escalón inferior en el
desarrollo de la consciencia; es decir, tener una mente no supone tener una
consciencia, pero la consciencia requiere de la existencia previa de una
mente y ésta, de alguna manera que todavía no conocemos en
profundidad, necesita un complejo soporte anatómico-fisiológico que no
es otra cosa que el sistema nervioso, formado por el cerebro y otras
estructuras neurológicas estrechamente relacionadas con él pero que están
distribuidas por todo el organismo.
Es decir, la consciencia parece ser el último escalón de la escalera
compleja que comienza en la especialización de ciertas células para captar
datos, tanto externos como internos; de ahí emerge una mente que, al
evolucionar e intentar comprender y no solo percibir y actuar, acaba
siendo la fuente de la que surge la consciencia. Así pues, la consciencia es
145 Christof Koch. ¿Qué es la consciencia? Investigación y Ciencia; agosto 2018: 55-58
una propiedad emergente y no un proceso en y por sí mismo, como
reconoce Michael Gazzaniga146.
Todo lo anterior nos sugiere abiertamente un proceso evolutivo basado
en la complejidad, en el que se constituyen planos superiores irreductibles
a sus componentes; de células especializadas – neuronas – con capacidad
de transferencia de información en red, pasamos a la formación de una
mente y de ésta a la consciencia.
¿Qué sentido evolutivo tiene la consciencia? ¿Qué hemos ganado los
seres humanos como especie teniendo consciencia? ¿Nos hace más fuertes
o resistentes ser conscientes de nuestro entorno y, aún más, de nosotros
mismos? Damasio defiende que la consciencia nace y se hace gracias al
valor biológico, como colaboradora de la gestión más efectiva del valor de
la vida. Incluso afirma que la consciencia es un concierto sin director
inicial, en el que a medida que se va desarrollando, el director cobra
existencia: el concierto ha creado al director.
Acepto que el desarrollo de la consciencia, en general, y de la
autoconsciencia, en particular, ha debido contribuir sustancialmente a la
supervivencia e incluso a la evolución moderna del hombre. Pero puestos
a hacer hipótesis, ¿por qué no plantear que los músicos, los instrumentos,
las partituras y el propio director han ido surgiendo paulatinamente de
forma inevitable, como la consecuencia ineludible de un cuadro general
que, alcanzado un punto crítico, salta a otro nivel de complejidad?
Sé que no es un argumento riguroso, pero una tía de mi esposa – que
no era científica, pero sí muy observadora – decía que donde no hay
orden, aparece solo.
C EREBRO HUMANO
Hay algo que nos hace especiales y que nos separa del resto de seres
vivos. No somos una más de las millones de especies en las que se ha
146 Michael Gazzaniga. ¿Qué nos hace humanos?
diversificado la vida en este planeta. Como dice Michael Gazzaniga 147,
aunque estemos hechos de los mismos componentes químicos y tengamos
las mismas reacciones fisiológicas, somos muy distintos de otros animales.
Para Gazzaniga, la humanización ha supuesto una especie de cambio de
fase, sin que haya una única cosa que pueda dar cuenta de nuestras
espectaculares habilidades y de nuestra capacidad de viajar mentalmente
en el tiempo hacia un mundo casi infinito, más allá de nuestra existencia
fáctica. Lo cual implica, se quiera o no, una manifestación de
trascendencia del ser humano.
Otra neuróloga, Laura Bossi148, afirma que el cerebro es el órgano que
ha permitido al ser humano liberarse de las imposiciones genéticas, tener
una historia y poder contarla. Por ello, el ser humano sería el individuo
más individual de todos los seres vivos; pero, al mismo tiempo, un ser
social que debe al resto de los individuos buena parte de lo que es.
Justamente en el equilibrio entre lo individual y lo social del ser
humano es donde reside, en mi opinión, el auténtico nudo gordiano de
nuestra evolución como especie única.
¿Desde cuándo somos tan listos y tan conscientes de nosotros
mismos? Nuestra inteligencia sentiente parece ser bastante reciente en
términos evolutivos, si nos atenemos a los datos disponibles sobre el
soporte estructural – la genética poblacional – y cultural – monumentos,
textos, obras artísticas, etc. – que transmitimos a las generaciones
siguientes.
Lo que podríamos llamar diversidad cultural comenzó según Karin
Schlott149 hace unos 300.000 años, después de que prácticamente el 90%
de la historia evolutiva del hombre actual ya se hubiera realizado. Sin
embargo, no es fácil encontrar auténticos rastros culturales antes del
40.000 aC; a partir de este momento, cada vez son más comunes las
agrupaciones sociales complejas, la creación de objetos artísticos –
147 Michael Gazzaniga. ¿Que nos hace humanos?
148 Laura Bossi. Historia natural del alma
149 Karin Schlott. El despertar del pensamiento. Investigación y ciencia; febrero 2012,
pp. 64-5
incluyendo las pinturas rupestres – y, posiblemente, comenzaron a tararear
sus primeras composiciones musicales. Aún más, solo después del 5.000
aC comienza a haber una cierta continuidad en información mínimamente
fidedigna sobre la civilización humana.
Diversos expertos han señalado que el crecimiento exponencial de la
capacidad social y cultural humana ha ido en paralelo con la
generalización de determinadas variantes de ciertos genes; es decir, los
propietarios de determinados genes tuvieron un extraordinario éxito
reproductivo y, de alguna manera, esto pudo influir – aunque no sabemos
cómo – en el desarrollo auténticamente explosivo del hombre como
especie particular.
¿Son esas variantes genéticas tan importantes como para que el
hombre se haya diferenciado del resto de las especies animales? Me temo
que la genética se queda corta para entender completamente este proceso.
Por supuesto, no dejo de darle una importancia fundamental a la
bioquímica evolutiva, pero entiendo que la simple transmisión y
combinación de determinados genes son incapaces de justificar por sí
solas el impresionante cambio que realmente supuso el proceso de
hominización y, por ello, la epigenética parece haber tenido un papel
sobresaliente en la evolución humana.
Quizá solo seamos ligeramente distintos del resto de los animales
pero, como dice Gazzaniga, también algunos bloques de hielo están solo
un grado más frío que el agua en estado líquido; el hielo y el agua tienen
idéntica composición química, pero su comportamiento es muy diferente.
C EREBRO , EPIGENÉTICA Y CULTURA
La evolución cultural, social y ética humana es demasiado explosiva
como para apoyarse simplemente en unos cuantos cambios genéticos. No
consiste en que la piel se vuelva más clara u oscura, ni en que el pelo sea
lacio o rizado, o que la talla sea mayor o menor; la rápida evolución
humana tiene que ver preponderantemente con la capacitación intelectual,
afectiva y ética, evolucionando a un tiempo y de forma combinada.
Un proceso tan complejo no surge de un único gen – ni siquiera del
gen egoísta de Richard Dawkins – sino de una combinación de cambios y,
sobre todo, de efectos epigenéticos. De hecho, la biología evolucionista ha
sido incapaz de dar una explicación plausible para cualquier
comportamiento no inmediatamente egoísta; por lógica estrictamente
genética, un gen que favoreciera el sacrificio del individuo para permitir la
supervivencia de otro debería ser eliminado por selección natural. Es más
que cuestionable científicamente que los animales aprecien y actúen según
conceptos éticos abstractos, como el bien de la especie.
La importancia de la cultura como elemento humanizador de la
evolución ha sido enfatizada por numerosos investigadores, hasta el punto
de que algunos especialistas como José María Valderas 150, no dudan en
definir a la cultura como el nuevo genoma. Se ha estimado que la
adquisición, hace unos 200.000 años, de una capacidad exclusiva para la
cultura permitió el desarrollo de un proceso evolutivo acelerado,
impulsando a los humanos modernos a buscarse la vida fuera de África.
Con esa facultad sobrevenida, la transmisión de tecnología y destreza
aseguró la supervivencia de aquellos primeros homínidos, que acabaron
haciéndose sociales a través del robo visual y la apropiación de las ideas
de los demás; además, la necesidad de transacción y compromiso empujó
a la evolución del lenguaje, convirtiéndose la cultura en estrategia de
supervivencia. Como indica Valderas, la capacidad de aprender de los
otros y transmitir y construir sobre conocimiento, técnicas y habilidades
constituyó el mecanismo para explotar nuevas tierras y recursos; cualquier
otra especie permanece anclada al entorno al que se hallan adaptados sus
genes.
Es cierto que algunas especies animales han desarrollado ciertas
tecnologías, como escarbar con palos o romper la cubierta coriácea de
algunos frutos, pero dicha tecnología no ha evolucionado con el paso del
tiempo. Los trucos que realizaban los chimpancés de hace un millón de
150 José María Valderas. La cultura, nuevo genoma.
https://www.investigacionyciencia.es/blogs/psicologia-y-neurociencia/18/posts/lacultura-nuevo-genoma-10442 (14 de abril de 2012)
años son probablemente los mismos – según atestiguan los paleontólogos
– que ejecutan ahora. Frente a ello, los homínidos evolucionaron
rápidamente – muy rápidamente, en términos biológicos – gracias a la
adaptación cultural acumulativa, basada en el aprendizaje social y en la
teoría de la mente.
En cualquier caso, parece que la base biológica de tal salto evolutivo
podría residir en las neuronas espejo, elementos clave para los procesos de
imitación. La imitación es indispensable para el aprendizaje y la
transmisión cultural de habilidades y, en definitiva, la cultura se convirtió
en una nueva fuente de presión evolutiva, que ayudó a seleccionar a los
individuos con los cerebros que portaban mejores sistemas de neuronas
espejo y el aprendizaje imitativo asociado con ellas.
Si denominamos epigenéticos a aquellos factores ligados a la herencia
que no tienen una base genética – en el sentido de modificación directa de
la secuencia del ADN –, la epigenética tiene, como mínimo, tanto que ver
en la construcción del hombre moderno como las mutaciones que
acabaron por consolidarse en los primeros homínidos y que sirvieron
como punto de arranque para convertirnos no solo en una especie animal
diferente, sino absolutamente única. Los factores epigenéticos
determinaron en buena medida quién y cuántas veces se reproducía y, por
ello, la inteligencia, la sensibilidad, la memoria, etc., acabaron pesando
más que la potencia muscular o la habilidad para descortezar frutos. La
inteligencia sentiente acabó por ser rentable, también, en términos
reproductivos.
Posiblemente, uno de los factores epigenéticos más determinantes fue
la sociabilidad que, junto con la memoria, permitieron que los hijos no
solo aprendieran de sus padres y del resto del grupo a sobrevivir, sino a
vivir, a proyectarse hacia el futuro, a imaginar mundos posibles e incluso
imposibles. Ninguna otra especie – que no sea el hombre – aspira a ser
más de lo que es, dice Michael Gazzaniga 151, a lo que yo agrego que eso
muestra que el hombre tiene dos sentimientos únicos, la esperanza y la
trascendencia, que están ausentes en cualquier otro animal. ¿Cómo y para
151 Michael Gazzaniga. ¿Qué nos hace humanos?
qué se desarrollaron? En la naturaleza nada se hace en vano, decía
Aristóteles152.
Aunque es evidente que existe un componente inevitable en la
heredabilidad de muchas características de la conducta humana, sin
embargo la genética ni siquiera se acerca a ser predictiva de dicha
conducta; el entorno, con particular énfasis en las experiencias de infancia,
y el decisivo papel del libre albedrío tienen un efecto más decisivo en
nosotros. Como dice Francis Collins 153, a cada uno de nosotros nos ha
tocado una partida de cartas en particular, y estas cartas nos serán
reveladas con el tiempo... pero la forma en que las jugamos depende de
nosotros.
Esta relativa preponderancia de la epigenética sobre la genética es un
claro signo de individuación y exclusividad frente al resto de los seres
vivos. Gazzaniga expresa esta particularidad humana afirmando que lo
que hace que la consciencia humana emergente sea tan vibrante es que
nuestro órgano de tubos puede tocar un montón de canciones, mientras
que el de la rata puede tocar muy pocos.
Sin embargo, desde mi perspectiva, hay algo más que polifonía por
debajo de la diferencia entre el hombre y el resto de los seres vivos: sea
cual sea la música que seamos capaces de interpretar, los humanos somos
– aparentemente – los únicos seres vivos conscientes de ella, capaces de
disfrutarla y, lo que es más importante, de crearla. ¿Qué sentido evolutivo
tiene esa complejidad, cuando una rata o una cucaracha consiguen
adaptarse al entorno natural mucho mejor que el hombre? ¿Qué exigencia
hay para que la evolución estire la complejidad hasta el infinito?
No deberíamos quedarnos solo en las primeras preguntas.
152 Aristóteles. Ética a Eudemo
153 Francis Collins. ¿Cómo habla Dios?
C EREBRO SINGULAR
No solo el cerebro hace único al hombre en relación con el resto de las
especies animales, sino que cada cerebro humano es único e irrepetible,
con diferencias entre cada una de las personas que se manifiestan en
varios niveles. Aunque la variabilidad genética que heredamos de nuestros
padres desempeña un papel importante, incluso los gemelos idénticos
criados por los mismos padres pueden diferir en su funcionamiento
mental, en su forma de comportarse y en el riesgo de padecer una
enfermedad mental funcional o neurodegenerativa.
Posiblemente, tan importantes al menos como la herencia genética son
las experiencias cotidianas; éstas pueden fortalecer las conexiones entre
determinados conjuntos de neuronas y, además, existen otros factores
como las mutaciones puntuales o la modulación genética, tanto durante las
fases tempranas del desarrollo del embrión como en etapas posteriores de
la vida ex utero.
Durante la primera década del siglo XXI se han descubierto 154 unos
genes muy peculiares que parecen actuar preferentemente en las células
del cerebro. Se trata de los transposones o genes saltarines. Aunque están
presentes en casi todas las especies, su actividad en el cerebro humano
parece ser especialmente relevante, insertando copias de sí mismos en
otras partes del genoma y alterando el funcionamiento de la célula. Todo
ello determina que cada célula donde interviene específicamente un
transposón se comporta de forma distinta a las células vecinas, aunque
éstas sean histológicamente idénticas. De acuerdo con lo anterior, podría
esperarse que si se dieran muchas de estas inserciones en múltiples
neuronas podrían aparecer diferencias sutiles – o no tan sutiles – en las
capacidades cognitivas, en los rasgos de personalidad o en la propensión a
padecer determinadas alteraciones neuropsiquiátricas.
154 Fred H. Gage; Alysson R. Muotri. La singularidad de cada cerebro. Investigación y
Ciencia, 2012; mayo 2012; pp. 14-19)
¿Por qué la evolución ha permitido la persistencia de un proceso que
hace variar la programación genética de un individuo? Es posible que al
inducir variabilidad en las células del cerebro, los transposones doten a los
organismos – y en especial a los seres humanos – de la flexibilidad
necesaria para adaptarse con más rapidez y eficacia a las circunstancias
cambiantes del medio. En cualquier caso, es una cuestión más que
guardamos en el enorme cajón de los temas no resueltos.
Antonio Damasio155 defiende la idea de que el cerebro levanta mapas
del mundo a su alrededor, así como de sus propias actividades,
experimentándolos como imágenes en la mente humana, y a medida que
las experiencia vividas son reconstruidas y repetidas, son revaluadas e
inevitablemente reordenadas, en términos de su composición factual y
acompañamiento emocional. Se trata de una mente de la que no solo
somos conscientes, sino de la que nos sentimos propietarios. Ese
sentimiento de existencia – consciencia – carecería de sentido si no fuese
acompañado de otro no menos importante, la propiedad de la mente, es
decir, la autoconsciencia o, si el lector lo prefiere, la subjetividad. En
definitiva, saber que somos.
Las dos anteriores conducen a una tercera propiedad de la mente
humana que consiste en la capacidad para verse a sí misma como si fuera
un ente diferente, hasta el punto de creernos capaces de dialogar con
nosotros mismos. Esto es algo absolutamente inabordable desde la
biología animal y sobre lo que ya reflexionó Platón hace veinticinco
siglos. Él acabó adoptando una posición dualista, esto es, la consideración
de que el cuerpo y la mente son dos entidades independientes y separables.
El dualismo ha pervivido hasta nuestros días, enmarañado en diversas
ontologías o formas de entender al hombre. En algunos casos ha sido
empleado, como señala Agustín Udías156, para tratar de solucionar los
problemas del materialismo aceptando la realidad del ámbito del espíritu
en el hombre. De cualquier manera, quedaría por resolver la cuestión de
155 Antonio Damasio. Y el cerebro creó al hombre
156 Agustín Udías. Ciencia y religión. Dos visiones del mundo
cómo pueden relacionarse estos dos mundos aparentemente inconexos,
uno totalmente determinado y el otro libre.
El dualismo fue firmemente rechazado hace ya muchos siglos con la
recuperación de la inspiración aristotélica; Tomás de Aquino defendió que
el cuerpo y el alma son dos principios metafísicos dentro de la unidad
originaria del hombre, de manera que toda actividad del hombre es una
operación de todo el hombre.
Con todo, percibimos un cierto grado de separación entre nuestra
mente y nuestro cuerpo, al menos funcionalmente. Somos capaces de
mover las manos al mismo tiempo que escuchamos música y meditamos
acerca de las últimas noticias políticas; eso nos condiciona a reflexionar
sobre cada una de las acciones conscientes que realizamos.
Nuestro cuerpo y nuestra mente se requieren mutuamente, como
elementos inseparables e indiscernibles.
C IVILIZACIÓN
Decía Ortega157 que civilización significa, antes que nada, voluntad de
convivencia; de ahí que considerase que se es incivil y bárbaro en la
medida en que no se cuente con los demás; en otras palabras, la barbarie
es tendencia a la disociación; por ello, posiblemente, el Estado moderno
sea el producto más visible de la civilización y, de hecho, su más firme
sostén, ya que – como el propio Ortega afirmaba – la civilización no se
sostiene a sí misma, mientras que la naturaleza sí. Y en esa lucha por la
supervivencia, el freno a la demagogia es un arma de primera línea,
puestos que los demagogos han sido los grandes estranguladores de
civilizaciones.
La llamada civilización posmoderna, donde la demagogia – de la
mano de los medios de comunicación, incluyendo a Internet – parece
haber desarmado moral y políticamente a la cultura de nuestro tiempo,
157 José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas
está permitiendo, en palabras de Mario Vargas Llosa 158, que algunos de los
monstruos que creíamos extinguidos tras la Segunda Guerra Mundial,
como el nacionalismo y el racismo, hayan resucitado y merodeen de
nuevo en el corazón mismo de Occidente, amenazando sus valores y
principios democráticos. El propio Vargas Llosa alerta sobre una peligrosa
tendencia típicamente posmoderna, una mal entendida tolerancia como
subterfugio de una cobarde negligencia: una cosa es creer que todas las
culturas merecen consideración, ya que en todas hay aportes positivos a
la civilización humana, y otra, muy distinta, creer que todas ellas, por el
mero hecho de existir, se equivalen.
Soy de los que no piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor
porque, como decía Konrad Lorenz159, quienes prefieren decididamente
las excelencias de los tiempos pasados y optan por valores educativos de
una vida espartana, revisarían sus opiniones si se les obligara a soportar
una intervención quirúrgica de hace dos mil años. Sin embargo, la
incorrecta identificación actual entre cultura y civilización ha inducido a
algunos a pensar que cualquier grupo cultural delimitado con suficiente
claridad constituye una especie aparte, considerando a los miembros de
cualquier otra unidad comparable como seres incompletos, incluyendo a la
de sus propios padres. El propio Lorenz aseguraba que la creencia errónea
de que el hombre pueda crear como por encanto una nueva cultura a su
albedrío y con racionalidad, lleva a la descabellada conclusión de que lo
mejor sería aniquilar la cultura paterna y erigir una nueva con espíritu
creativo.
Con todo, no parece que estemos en el momento adecuado para hablar
de una civilización común, cuando la humanidad se lanza de nuevo
deliberadamente hacia la fragmentación, glorificando la incomprensión
recíproca y voluntaria de las culturas; por eso, como comenta Jean
François Revel160, nuestra civilización está condenada a ponerse de
acuerdo consigo misma o bien a retroceder a una fase primitiva, en la que
158 Mario Vargas Llosa. La civilización del espectáculo
159 Konrad Lorenz. Los ocho pecados mortales de la humanidad civilizada
160 Jean Fançois Revel. El conocimiento inútil
no habrá contradicción entre el conocimiento y el comportamiento, ya
que no existirá el conocimiento.
Y sin conocimiento no hay cultura ni civilización.
C OMPASIÓN
Afirmamos que la vida es un viaje, pero muchas veces nos
comportamos como si fuese ella la que corre fuera de nuestra existencia;
en realidad, la vida, y nosotros con ella, nos movemos y nunca volveremos
a recorrer el mismo paisaje. En ese viaje, ningún proyecto de felicidad
puede ser exclusivamente privado, salvo si se es masoquista y se está
dispuesto a renunciar a todo lo que nos aportan los demás a través de la
convivencia. Al fin y al cabo, como indica José Antonio Marina 161, las
piedras coexisten, las personas convivimos. Y, puesto que inevitablemente
estamos lanzados hacia la convivencia, la compasión ha sido el gran
motor de la justicia.
A Marina162 no le preocupa tanto la falta de compasión de los
traficantes de seres humanos, ni de los asesinos, sino la falta de compasión
de las personas que podemos considerarnos honestas y buenos ciudadanos.
De alguna manera, la compasión se ha vuelto un sentimiento despreciable,
humillante para quien lo recibe, imperialista. Acierta Marina al afirmar
que la antesala de la crueldad es la deshumanización del otro. “No he
matado a una persona. He matado a un empresario”, dijo un asesino etarra.
Cuando una persona se reduce a ser miembro de un colectivo, comienza el
proceso de deshumanización. Es un gitano, un homosexual, un inmigrante,
un negro, un enemigo. Pertenece a otra nación, a otra religión, a otra raza.
No es de los nuestros. Dice Marina que hay azuzadores de la abstracción,
de la identidad ideal, de la cultura como ídolo, que olvidan que lo único
que existe realmente son individuos concretos, vulnerables, que intentan
161 José Antonio Marina. Aprender a convivir
162 José Antonio Marina. Elogio de la compasión. El Confidencial (26 de junio de 2018).
salir a flote como pueden. Todos debemos tenernos compasión, para así
tener fuerzas para luchar por la justicia.
Es muy habitual identificar la compasión con los sentimientos
religiosos, aunque no tiene que ser así. Hay personas no creyentes muy
compasivas y creyentes – a su manera – que le niegan el pan y la sal a
cualquier ser vivo. En cualquier caso, la compasión es un sentimiento
compartido por prácticamente todas las religiones positivas; el amor al
prójimo es un punto en común, lo que en buena lógica debería bastar para
relegar a un segundo plano todas sus diferencias. Es más, como decía el
Dalai Lama, podemos prescindir de la religión, pero nadie puede
prescindir del amor y de la compasión.
Sin embargo, no todos ven en la compasión un sentimiento positivo.
Para Emile Cioran163, la compasión es una prueba de superficialidad: los
destinos rotos y las desdichas irremediables nos conducen o al grito o la
inercia permanentes. Asegura que la compasión no compromete a nada, de
ahí –asegura Cioran – que sea tan frecuente.
Sin embargo, la compasión no es el final de nada, sino el principio de
algo. Sin compasión no hay justicia; pero, incluso sin justicia, la
compasión moviliza los sentimientos más profundos del ser humano. Esa
es la conclusión a la que llegó Herbert Marcuse en sus últimos días de
vida, como contaba Habermas164 tras entrevistarse con él en la unidad de
cuidados intensivos: sabes, ya sé dónde se originan nuestros juicios de
valor más básicos; en la compasión, en nuestro sentimiento del
sufrimiento de los demás. Dos siglos antes, David Hume ya afirmaba que
la compasión es la base de todas las cualidades morales y es la que trae la
felicidad personal a la vez que el beneficio social.
Ni Marcuse ni Hume creían en Dios... creían en la compasión.
163 Emile Michel Cioran. En las cimas de la desesperación
164 Jürgen Habermas. La psique «al termidor» y el renacimiento de la subjetividad
rebelde; en Habermas y la modernidad, publicado en Anthony Guiddens, Jürgen
Habermas, Martin Jay y otros
C OMPLEJIDAD
Todo apunta a que nuestra mente consciente no está adecuadamente
preparada para aceptar la impredecibilidad. Quizá sea porque disfrutamos
de una capacidad portentosa para explicar cualquier observación que
hagamos, hasta el punto de que todo lo que nos llama la atención lo
encajamos – aunque sea a martillazos – en un modelo que tenga algún
sentido para nosotros. Eso nos lleva a que confundamos con frecuencia el
azar – la aleatoriedad – con el caos.
Por definición, algo aleatorio no es predecible, mientras que el
comportamiento de un sistema caótico sí lo es, aunque tal predicción sea
extremadamente difícil o compleja. En nuestra ceguera ontológica,
agrupamos o encasillamos las observaciones, las categorizamos. Ese
proceso acaba por sobreponerse a la cruda observación, doblegándola
hasta que se adecue al tamaño y la forma de la casilla o categoría. Por
tanto, el proceso de categorización, tan común en ciencia, en historia y en
filosofía, inevitablemente reduce la complejidad natural; es como si le
cortásemos las piernas al muerto para que quepa en el ataúd. A partir de
ahí, seleccionamos cuidadosamente las observaciones para que se ajusten
a esa reducción de la realidad y nos quedamos tan satisfechos, pensando
que así hemos demostrado la veracidad de nuestro modelo.
La realidad es el todo, seamos o no capaces de apreciarlo o percibirlo,
antes, ahora y en el futuro. Es la global y mutua interrelación existente
entre toda disposición de la materia y la energía, en el tiempo y en el
espacio, tanto en su forma inanimada como en su particular concreción en
la vida, en la mente consciente e inconsciente que busca conocer y
encontrar sentido al universo, a través del espíritu ético, de la sensibilidad
artística, del conocimiento sistemático y el sentimiento de estar ligado con
el resto del universo.
En esa interrelación en la que todo depende de todo, una de las
manifestaciones que más llaman mi atención es la extraordinaria
capacidad que tiene la realidad para facilitar la autoorganización de sus
elementos, que está presente, a modo de principio fundamental, en la
emergencia de cualquier elemento físico, biológico o cultural; Salvador
Pániker165 se refiere a ella afirmando que el universo entero aparece como
animado de una misma dinámica autopoyética.
Los sistemas complejos apoyan la idea de que en un planeta sin vida y
sin química suficientemente compleja, la vida puede aparecer
espontáneamente y organizarse en formas cada vez más complejas y
sofisticadas. Para Ian Stewart166, lo que queda por entender es qué tipo de
reglas llevan a la emergencia espontánea de configuraciones en nuestro
propio universo; en resumen, qué tipo de leyes físicas hacen que este
primer paso crucial hacia la vida sea no solo posible, sino inevitable.
C OMUNICACIÓN
Todo fenómeno cultural requiere la participación de seres humanos
que contacten entre sí mediante convenciones sociales, constituyendo
procesos de comunicación. Tales procesos funcionan como emisión de
mensajes basados en códigos subyacentes que son reconocidos tanto por el
emisor como por el receptor.
Pero la comunicación no es solo un sistema compartido de signos. Es
mucho más, necesita de la implicación de sus protagonistas, a veces
adelantando el significado de una frase. Sin esa capacidad, mezcla de
memoria y de anticipación, probablemente no podríamos ni escuchar, ni
leer, puesto que, como dice José Luis Pardo167, solo podemos entender una
frase porque anticipamos su conclusión cuando escuchamos o leemos su
comienzo, porque al escuchar su final aún recordamos su principio.
La comunicación se transforma en cultura cuando la idea o la emoción
transmitida se identifican con su propio vehículo transmisor. Sin embargo,
pedir a Antonio Machado que explique un poema suyo es como exigir a
Beethoven que explique su novena sinfonía o a Michelangelo Buonarroti
165 Salvador Pániker. Ensayos retroprogresivos
166 Ian Stewart. Historia de las matemáticas en los últimos diez mil años
167 José Luis Pardo. La regla del juego
que explique su Moisés. Simplemente, están ahí; son la forma cerrada y
perfecta con que el artista traslada su emoción a los demás y a sí mismo.
Ahondar en ello es como profanar lo más sagrado del sentimiento del
artista.
Los sentimientos – nos recuerda Zubiri – actúan calificando a la
propia realidad, actualizándola, acondicionándola en y para el hombre. Por
otro lado, tampoco la objetividad puede plantearse como ajena al ser
humano, ya que nuestros objetos de estudio suelen estar relacionados con
nuestros intereses. No debe confundirse la objetividad con la indiferencia,
decía Jean Guitton168; por consiguiente, subjetividad y objetividad deben
ser siempre consideradas en términos de gradualidad o relatividad, nunca
absolutos.
La autonomía e individualidad característica del ser humano depende,
paradójicamente, de la participación recíproca en las vidas de las demás
personas. El hombre solo se realiza como plenamente humano por y en la
cultura; en palabras de Edgar Morin169, es en el seno de las culturas y las
sociedades donde los individuos evolucionan mental, psicológica y
afectivamente.
Por tanto, la vida humana no es un fenómeno exclusivamente
individual, tanto en sentido biológico como espiritual; vivir es convivir,
decía Juan José Sanguineti170. De hecho, términos como identidad o
autonomía individual no implican separación o independencia; esta última
es una palabra que solo tiene sentido dentro de un discurso político, pero
carece de realidad en términos sociológicos, tecnológicos o científicos, y
menos aún metafísicos. Nada hay que sea independiente de nada; en la
realidad todo es respectivo con todo y en las sociedades humanas esto se
constata fácilmente, especialmente en nuestra moderna sociedad
globalizada. Por ello, Fritjob Capra171 aseguraba que si la comunidad es
consciente de la interdependencia de todos sus miembros, la diversidad
168 Jean Guitton. Mi testamento filosófico
169 Edgar Morin. El método. La humanidad de la humanidad: la identidad humana
170 Juan José Sanguineti. Filosofía de la mente
171 Fritjob Capra. La trama de la vida
enriquecerá todas las relaciones y en consecuencia a la comunidad entera,
así como a cada uno de sus individuos.
Por definición, una sociedad es la unión de varios individuos que se
ponen en contacto mediante un conjunto de interrelaciones, basadas en
una cultura, en una forma específica de comunicarse y entender la vida.
Por consiguiente, no cabría una sociedad sin cultura, lo mismo que sería
imposible la existencia de una cultura sin una sociedad que la encarne.
Pero toda cultura se define por un conjunto de valores más o menos
abstractos, que le proporcionan sentido y orientación al ser humano
cuando interactúa con el resto de la sociedad. Estos valores culturales van
inextricablemente unidos a diversos aspectos, tanto visibles – símbolos –
como invisibles – ideas, creencias, etc. – que le proporcionan una
identificación peculiar.
Si algo hay algo claramente identificador de la cultura moderna
occidental, es su componente de comunicación. El fenómeno universal en
que se ha convertido Internet, inundando nuestros puestos de trabajo,
nuestras casas, nuestras fábricas y nuestra administración pública, nuestra
cultura en definitiva, pone de relieve hasta qué punto es compartido
unánimemente el ansia de la relación entre individuos y sociedades.
La expansión de la industria de la cultura y del ocio por medio de
productos mediocres, pero de fácil acceso para la mayoría, ejerce un
efecto devastador sobre la capacidad de los individuos para desarrollar un
pensamiento crítico. Por ello, debemos estar en un estado de alerta
permanente ante el poder manipulador de las grandes empresas
mediáticas, convertidas en redes de poder y, por tanto, con capacidad para
dictar las prioridades de los gobiernos. Para David Held 172, la
concentración creciente de la propiedad, el cambio de titularidad de los
medios desde el ámbito público al privado, el desarrollo de estructuras
corporativas multinacionales, la extrema diversificación en la oferta
mediática y la realización de grandes fusiones en el sector, son los
elementos clave que explican nuestra situación actual.
172 David Held. Transformaciones globales. Política, economía y cultura
Pero tenemos que confiar también en la capacidad del ser humano
para hacer oídos sordos a estos cantos de sirena mediáticos, por poderosos
y atractivos que sean. Pese a la extraordinaria concentración de poder de
las grandes empresas de comunicación, el ser humano verdaderamente
autoconsciente tiene herramientas para escapar de esta prisión mediática.
Considerar que cualquier consumidor de medios de comunicación es un
imbécil incapaz de discernir y pensar por sí mismo, puede ser tan
equivocado como creer mansamente en la imparcialidad de los medios.
C OMUNISMO
Hannah Arendt173 afirmaba que el punto central de la política es
siempre la preocupación por el mundo y no por el hombre, donde lo
político únicamente vale como medio para proteger la subsistencia de la
sociedad y la productividad del libre desarrollo social. Así pues, el sentido
de la política es la libertad.
Sin embargo, parafraseando a Popper, no hay libertad si el Estado no
la asegura; y, al contrario, solo un Estado controlado por ciudadanos libres
puede ofrecerles una seguridad razonable. Esto parece llevarnos a un
eterno vaivén de ideas de distinto signo, frecuentemente mixtificadas y
radicalizadas hasta sus posiciones más ridículas pero también más
peligrosas. Así, una parte de la izquierda – lamentablemente creciente – ha
renunciado a las ideas sociales, sustituyéndolas por idearios totalitarios
supuestamente organizativos – tan rígidos como incoherentes – con los
que pretenden hacer frente al supuesto espectro de un fascismo que solo
ella define e identifica. Asimismo, una parte de la derecha – igualmente
creciente – se ha apalancado en el discurso del imaginario despilfarro
social como fuente de todo mal, y cuyo único afán es asilvestrar la política
a través de una economía que solo beneficia a unos pocos, siempre a los
mismos.
173 Hannah Arendt. ¿Qué es la política?
Como decía, Jean François Revel 174, una ideología es una triple
dispensa: intelectual, práctica y moral. La dispensa intelectual consiste en
retener solo los hechos favorables a la tesis que se sostiene, incluso en
inventarlos totalmente, y en negar los otros, omitirlos, olvidarlos, impedir
que sean conocidos. La dispensa práctica suprime el criterio de la eficacia,
quita todo el valor de refutación a los fracasos. La dispensa moral abole
toda noción de bien y de mal para los actores ideológicos, haciendo que la
ideología ocupe el lugar de la moral. Como recuerda el propio Revel, la
democracia se suicida si se deja invadir por la mentira; por el contrario, el
totalitarismo se suicida si se deja invadir por la verdad. La historia,
antigua y reciente, nos proporciona una abundante casuística confirmatoria
de la aseveración de Revel.
Jean Jacques Rousseau identificaba el término soberanía con la
voluntad general del pueblo, indicando que es lo único lícitamente
transformable en ley, aunque con la peligrosa peculiaridad de que esta
voluntad no debía ser divisible ni delegable en representantes en un
parlamento, identificando la soberanía del pueblo con el Estado. Sin
embargo, como dice José Antonio Marina 175, basta poner la soberanía
como fuente de derechos para poder definir lo justo como se quiera.
En nombre del pueblo se destruye al pueblo; en nombre de conceptos
abstractos, como el Pueblo, la Nación u otros similares, el poder – sea un
individuo o una estirpe autoseleccionada – se fortalece en su demencia,
incapacitando al auténtico pueblo – al constituido por individuos
autónomos – y acaba con su libertad, tanto individual como colectiva. Esta
es la historia de los jacobinos de la Revolución Francesa y la de otros
grupos que adoptaron las diversas formas políticas de fascismo y
comunismo con que la historia nos ha castigado.
Cuando el Estado, el Pueblo, la Nación u otros entes se
despersonalizan hasta la abstracción absoluta, surge el terror y la tiranía de
una clase que se considera a sí misma guardiana exclusiva de tales
esencias. Los que imponen la libertad – su particular sentido de la libertad
174 Jean François Revel. El conocimiento inútil
175 José Antonio Marina. Elogio de la compasión. El Confidencial (26 de junio de 2018).
– a base de tiros, los que deciden que sus conciudadanos no están
capacitados para asumir o exigir su libertad y los que engañan a ese
pueblo con soflamas falsarias, se convierten en monstruos, en dementes
peligrosos que se niegan a percibir más realidad que la que su cerebro
paranoico o sus intereses han creado.
No podemos hablar de un ser auténticamente humano, en su sentido
más trascendente, si no existe una comunidad humana. Cada uno de
nosotros somos un poco los demás, y los demás también dejan, en mayor
medida si cabe, su impronta en nosotros. Esta relación es claramente
biunívoca pero no simétrica: dependemos más de los demás de lo que los
demás dependen de cada uno de nosotros. Por ello, la relación entre el
individuo y la sociedad es un elemento fundamental para el ser humano. Y
la forma en la que se regula formalmente – legal y ejecutivamente – es
determinante para su plena eficacia.
Según Adam Smith, ninguna sociedad puede prosperar y ser feliz si la
mayoría de sus miembros son pobres y desdichados. Por ello, la política
no puede prescindir de la economía, no tanto como la escusa a la que se
agarran ambos extremos del espectro político, sino como forma de
optimizar la generación y la distribución de la riqueza. Para la extrema
izquierda, la planificación ha consistido tradicionalmente en establecer
objetivos tan vagos como ficticios, siempre en permanente reconstrucción
retrospectiva, conseguidos mediante medidas irreales y cifras de
producción asimismo ficticias; para la extrema derecha, la economía es
solo la vía para acrecentar el poder de la clase dirigente e impedir
cualquier opción de mejora de la gran mayoría de las personas, ofreciendo
solo migajas disfrazadas de una igualdad de oportunidades tan falsa como
la inexistente eficacia de la planificación comunista.
Sin objetivos comunes – sociales – precisos, la política se reduce a
una forma de contabilidad social, a la administración cotidiana de
personas y cosas, como dice Tony Judt176. Si no somos capaces, como
sociedad, de reducir la desigualdad, ésta nos corromperá hasta tal punto
que acabaremos por valorar exclusivamente lo privado frente a lo público
176 Tony Judt. Algo va mal
y llegaremos a no entender por qué hemos de valorar más la ley – el bien
público por excelencia – que la fuerza. Conviene no olvidar lo que Mao
Zedong consideraba que todos los comunistas debían acatar: el Poder
nace del fusil.
Y la muerte, también.
C ONSCIENCIA Y REALIDAD
¿Cómo se nos hace presente la realidad en nuestra mente? Siempre
desde una forma inevitablemente subjetiva, me temo. Somos cada uno de
nosotros los que percibimos la realidad, ajustando tal percepción a nuestra
particular configuración existencial. Ortega177 decía que la realidad no
puede ser mirada sino desde el punto de vista que cada cual ocupa,
fatalmente, en el universo. Desde la psicología académica, Javier
Monserrat178 estima que la dimensión subjetiva del conocimiento es un
hecho real incuestionable y, particularizando para la ciencia, ésta viene a
suponer una re-presentación subjetiva del mundo en la mente humana.
En mi modesta opinión, concebir el conocimiento como una simple
composición o encaje de percepciones implica un reduccionismo
insufrible. Y lo es, entre otros motivos, porque el funcionamiento de la
mente no es un simple epifenómeno del cerebro, resultante de la
integración aleatoria de multitud de estímulos electroquímicos neuronales.
Lo que la evolución ha dado lugar es la consecución de un objetivo
biológico básico, implícito en las primeras células: interaccionar con el
medio, aprendiendo; es decir, acumulando experiencia biológica y vital,
guardándola en el código genético para transmitirla a las siguientes
generaciones y, sobre todo, desplegando la arquitectura neural que permite
el desarrollo individual de cada ser humano a lo largo de su propia
existencia.
177 José Ortega y Gasset. El espectador
178 Javier Monserrat. Génesis evolutiva de la representación y del conocimiento. En:
Cognición y representación; de. Pascual Martínez Freire. Contrastes (2005),
Suplemento 10, pp. 51-70
Una vez más, resulta inútil y particularmente frustrante pretender
entender la mente desde una perspectiva estrictamente cartesiana,
analizando el todo a través de sus partes. No conseguiremos entender
mejor la mente en términos de simples redes de neuronas, que a éstas
exclusivamente en términos de sus constituyentes celulares, o de estos
mediante la separación de sus moléculas. La naturaleza necesariamente
compleja de la realidad no permite descomponerla en sus niveles básicos,
ya que tal complejidad existe en y desde la misma base y no hay ningún
umbral físico mínimo tan elemental al que todo pueda ser reducido, pese a
los notables esfuerzos realizados en este aspecto en el ámbito de la física
fundamental. Somos capaces de definir un modelo estándar de partículas
que resulte muy eficiente en términos explicativos como representación de
la realidad subatómica, pero nunca será la realidad misma.
La aparición de la mente autoconsciente es la consecuencia necesaria
e inevitable de la complejidad biológica, la cual, a su vez, nace de la
propia complejidad de la irreductible ecuación de materia-energía-tiempoespacio, en la que todas las variables son mutuamente interdependientes,
formando un todo continuo. Podemos decir que, en cierto modo, la mente
apareció mucho antes de que los organismos desarrollasen cerebros y
sistemas nerviosos complejamente organizados.
Los más simples organismos – las arqueobacterias – han sido capaces
de sobrevivir durante miles de millones de años a lo largo de la evolución
de la vida en la Tierra, mientras que se han extinguido más del 99% de
todas las especies que han llegado a poblarla; precisamente, a la capacidad
de supervivencia de las arqueobacterias le debemos la regulación de las
condiciones ambientales aptas para la vida de los organismos superiores
sobre este planeta. Pues bien, las bacterias son los antecedentes más
primitivos de una mente, porque fueron capaces de detectar las
características del entorno físico-químico y actuar colectivamente para
modificarlo, adaptándolo a sus necesidades y, en definitiva, a su
supervivencia. Se quiera o no, hay que reconocer que se trata de una forma
de inteligencia colectiva, un antecedente directo de la consciencia.
C ONCIENCIA INDIVIDUAL
Según Robert Spaemann179, hablar de conciencia es hablar de la
dignidad propia de cada hombre, no de un caso particular de algo general,
ni el ejemplar representativo de un género, sino que cada individuo como
tal es ya una totalidad, es ya lo universal. En la conciencia, lo universal, la
jerarquía objetiva de los bienes y la exigencia de tenerlos en cuenta vale
como nuestra propia voluntad. Para Spaemann, la conciencia es una
exigencia de nosotros a nosotros mismos, la presencia de un criterio
absoluto en un ser finito y el anclaje de ese criterio en su estructura
emocional, llevando al hombre por encima de sí, relativizando sus
intereses y deseos, y permitiéndole preguntarse por lo bueno y recto en sí
mismo.
La conciencia nos marca la dirección, nos permite superar las
perspectivas de nuestro egoísmo y mirar lo universal, lo que es recto en sí
mismo, una idea recta de la jerarquía de valores que no esté deformada por
cualquier ideología. De hecho, podemos comprobar que seguimos nuestra
conciencia y no nuestro capricho cuando confrontamos nuestro juicio,
sopesándolo con el de los demás. Por cuidadosos que seamos en la defensa
de nuestra identidad, basta una huella de otra persona real para
recordarnos los riesgos infinitamente interesantes de las relaciones vivas,
decía Jonathan Franzen180.
Con todo, la deliberación consciente guarda escasa relación con la
capacidad de controlar al momento las acciones y, en cambio, está
estrechamente unida a la capacidad de planear con anticipación y decir
qué tipo de acciones queremos o no realizar. En este sentido, Antonio
Damasio181 afirmaba que las decisiones más importantes se toman en el
interior de la mente consciente mucho antes de que llegue el momento de
ponerlas en práctica; por eso, la infancia y la adolescencia humanas duran
179 Robert Spaemann. Ética. Cuestiones fundamentales
180 Jonathan Franzen. Más afuera
181 Antonio Damasio. Y el cerebro creó al hombre
tanto: se tarda mucho en formar y capacitar los procesos inconscientes de
nuestro cerebro, y en crear, dentro de nuestro inconsciente, una forma de
control que pueda actuar de acuerdo a metas e intenciones conscientes.
Pedro Rodríguez Panizo182 se quejaba de que el positivismo pretende
crear una nueva y peculiar psicología como alternativa a la conciencia, a la
que pretende eliminar transformándola en simple comportamiento; un
comportamiento vaciado de la subjetividad trascendental que le confería
su sentido.
C ONDUCTA
Como decía López Aranguren183, lo que hago ahora depende, en buen
parte al menos, de lo que he hecho antes; mis actos anteriores me han
abierto unas posibilidades de acción y obturado otras. Es decir, el hombre
se hace a sí mismo a través de sus actos, de sus elecciones o decisiones.
Por eso, frente a lo que propugnan algunos, la vida no es incoherente; se
puede dudar de que tenga impresa una dirección predeterminada, pero la
conducta humana posee siempre sentido, porque de una forma o de otra
nosotros mismos se lo damos. Al adquirir sentido, la conducta humana se
hace moral.
¿Podríamos decir que la conducta es intrínsecamente moral o que la
moral pública – como norma específica de comportamiento aceptada por
un grupo, en un contexto histórico y sociológico determinado – condiciona
el comportamiento? Posiblemente, habríamos de asumir – aunque en
grado diverso – ambos planteamientos, ya que en ellos se combina la vida
personal, de experiencia fundamentalmente íntima, con la vida cotidiana,
caracterizada básicamente por la relación con los demás. En cualquier
caso, el objetivo de la vida personal no consiste en huir de la vida
cotidiana, sino en transformar – o, al menos, incorporar – la vida cotidiana
en la vida personal. En última instancia, la conducta humana es la
182 Pedro Rodríguez Panizo. La herida esencial
183 José Luis López Aranguren. De ética y de moral
plasmación práctica de un complejo formado por la ética y la moral, donde
las circunstancias actúan como condicionante.
Nadie mejor que Sócrates para ilustrar la diferencia entre moral y
ética. Él fundó la ética como la actitud global de intelección sentiente y
búsqueda del bien, y la decisión irrevocable de llevarlo a la práctica. Pero
Sócrates fue un inmoral en su época; de hecho, fue sentenciado a muerte
por un jurado multitudinario y ejecutado por pervertir a la juventud con su
comportamiento, contrario a la moral imperante.
La conducta, como ocurre con la energía según el primer principio de
la termodinámica, ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma. En
cualquier caso, como afirma Alasdair MacIntyre 184, solo se caracteriza
adecuadamente cuando sabemos qué intenciones a largo plazo se invocan
y cómo las intenciones a corto plazo se relacionan con aquellas; el mero
hecho de que una acción sirva para ciertos propósitos de tipo reconocible
no es suficiente para hacerla inteligible. Tanto los propósitos como los
actos requieren un contexto.
Dice John Bargh185 que las teorías modernas sobre el motor de la
conducta difieren de la propuesta por Sigmund Freud porque son fruto del
estudio de grupos de personas corrientes, y no de casos clínicos de
individuos anómalos y, en ocasiones, manipulados por el propio Freud.
Apuntan, asimismo, hacia un único sistema psicológico que todos
poseemos, capaz de operar de modo consciente o inconsciente y que,
seamos o no conscientes de que nos hemos propuesto un determinado
objetivo, nuestra forma de perseguirlo se asemeja mucho en ambos casos.
De hecho, nuestra mente inconsciente no solo puede orientarnos hacia una
opción determinada, sino que puede hacernos reunir la motivación
necesaria para lograrla.
Según Bargh, deberíamos arrinconar nociones anticuadas, como el
famoso complejo de Edipo, y aceptar la realidad de que el inconsciente se
manifiesta en todos los instantes de nuestra vida, tanto en la vigilia como
en lo profundo de un sueño. Un ejemplo paradigmático de ello es la
184 Alasdayr MacIntyre. Tras la virtud
185 John A. Barg. La mente inconsciente; Investigación y Ciencia; marzo 2014, pp. 28-35
imitación: las personas tenemos una tendencia natural a imitar las
conductas ajenas – gracias a las neuronas espejo – como la expresión de
las emociones, los gestos y las posturas corporales. Como apunta el propio
Bargh, la adopción de costumbres ajenas podría tener una justificación
adaptativa, sobre todo cuando no se sabe exactamente cómo proceder en
una determinada situación social. En cualquier caso, la imitación fomenta
una mentalidad social sin necesidad de indicaciones explícitas que
informen de lo que se ha de hacer a continuación.
A mí, de pequeño, mis padres me decían afectuosamente que donde
fueres haz lo que vieres. Conducta adaptativa; así la llaman los modernos
psicólogos.
C ONOCIMIENTO Y VERDAD
La mayoría de las personas intentamos hacernos con la verdad de la
forma que nos resulte más fácil. Nuestro primer impulso es adentrarnos en
la realidad sin pararnos a seleccionar conscientemente la forma de cómo
alcanzar el conocimiento de esa realidad, ni nos preguntamos sobre su
fiabilidad. Por ello, para poder llegar a conocer el mundo al menos de una
forma aproximada, lo que habitualmente hacemos es fraccionarlo y
aislarlo del contexto, del resto de la red significativa. Una vez
descompuesta
en
unidades
comprensibles,
consciente
o
inconscientemente, nuestra mente realiza el trabajo inverso, la integración
de los fragmentos – síntesis – y reincorporamos de algún modo, aunque
sea parcialmente, el contexto omitido en su análisis.
Pero, más allá de la forma en que obtenemos información, un debate
aún no resuelto consiste en cómo se relaciona la verdad – como
representación válida de toda la realidad acerca de algo – y la forma en
que podemos confirmarla, es decir, la verificación.
La verdad no es algo que dependa de su demostrabilidad, entre otras
cosas porque la verdad que el hombre llega a conocer es siempre una
adaptación personal de la verdad; una adaptación que podrá ser honesta y
rigurosa, pero que no deja de ser personal. Lo que nosotros observamos no
es la naturaleza misma, sino la naturaleza expuesta a nuestro método de
observación, decía Heisenberg186.
El conocimiento es personal pero también, al menos en cierta medida,
es transferible. Gracias a esto, cada generación no necesita descubrirlo
todo de nuevo; nuestros hijos se benefician de nuestro conocimiento y, a
su vez, transferirán el suyo a sus propios hijos, incrementado por su propia
experiencia y estudio. Este procedimiento de transmisión del
conocimiento, exponencialmente acumulativo, ha permitido a la especie
humana pasar de ser animales que buscan solucionar la inmediatez de lo
acuciante, a ser seres con inteligencia sentiente cuya experiencia
trasciende su propia existencia y que son capaces de encontrarle sentido a
la misma.
Una sociedad cuyos miembros se niegan a poner a prueba sus ideas y
proclaman que no se dejarán convencer por nadie es una sociedad donde
en cada esquina acechar el terror, dice Aurelio Arteta187. Una sociedad
formada por personas partidistas está enferma, porque partidismo exige un
voto de pobreza intelectual basado en el uso exclusivo de tópicos, hijos de
la pereza intelectual y hermanos del prejuicio. Como dice el propio Arteta,
a esta proliferación del tópico como elemento común de intercambio de
ideas y de conocimiento, cabe añadir el predominio de la imagen sobre la
palabra, lo que asegura la trivialización que facilita su acceso universal, la
simplificación contra cualquier atisbo de la complejidad que ahuyente al
más limitado de sus usuarios y la igualación de sus contenidos en virtud de
la dictadura del formato. Y cuando el tópico se traslada a la historia
aparece el tabú, que implica la ignorancia voluntaria del pasado, lo que
conlleva la falsificación del presente, como nos recuerda Jean François
Revel188.
Ni siquiera el recto uso de la razón nos asegura la veracidad del
conocimiento. Ofrecemos respuestas muy simples a preguntas que
deberían ser extremadamente complejas o, simplemente, renunciamos a
186 Werner Heisenberg. Física y filosofía
187 Aurelio Arteta. Tantos tontos tópicos
188 Jean François Revel. El conocimiento inútil
formularlas atribuyéndolas inconsistencia lógica. Por eso, cada vez
concedo más importancia a esa combinación irreproducible e inseparable
de sentimientos e inteligencia – consciente e inconsciente – a la que
llamamos el espíritu humano. Solo a través de él somos capaces de
percibir aquello que no tenemos delante de nuestros ojos; por él
anticipamos o recuperamos lo ausente o nos atrevemos con lo
desconocido.
Estamos condenados a buscar metas que nos exceden y esto sugiere la
existencia de una finalidad; somos así para algo, porque nuestra
evolución biológica nos conduce inevitablemente – esa es la auténtica
cuestión, lo inevitable de la evolución – a ser seres que buscan fines y que
se proyectan hacia el futuro.
C ONOCIMIENTO Y COMPLEJIDAD
Nada más peligroso que dejarse engañar por la aparente
comprensibilidad de la realidad; de hecho, muchas personas han caído en
la trampa de la simplicidad y se han arriesgado a interpretar la realidad
desde esa perspectiva.
La clave de la realidad es la respectividad; solo es real algo si tiene
relación con otros algos, lo que implica la existencia de una
interdependencia multidireccional y universal. El conocimiento no puede
ser concebido como una simple composición o encaje de percepciones. El
funcionamiento de la mente no es un simple epifenómeno resultante de la
integración física de multitud de estímulos electroquímicos neuronales. Lo
que la evolución ha dado lugar es la consecución de un objetivo biológico
básico, implícito en las primeras células: interaccionar con el medio,
aprendiendo; es decir, acumulando experiencia biológica y vital,
guardándola en el código genético para transmitirla a las siguientes
generaciones y, sobre todo, desplegando la arquitectura neural que permite
el desarrollo individual de cada ser humano a lo largo de su propia
existencia.
La naturaleza necesariamente compleja de la realidad no permite
descomponerla en sus niveles básicos. La complejidad existe en y desde la
misma base y no hay ningún umbral físico mínimo tan elemental al que
todo pueda ser reducido. Por eso, la realidad se nos hace presente en
nuestra mente de una forma inevitablemente subjetiva. Somos cada uno de
nosotros los que percibimos la realidad, ajustando su percepción a nuestra
particular configuración existencial. Ortega189 decía, en este sentido, que
la realidad no puede ser mirada sino desde el punto de vista que cada
cual ocupa, fatalmente, en el universo.
Ni el método científico, con su componente de refutación
experimental, ni la razón pura, con su sistema lógico, son suficientes para
hacernos cargo de la realidad. Son magníficas vías de conocimiento, de
crítica y de refutación, pero no hay nada que nos demuestre realmente que
solo puede existir lo razonado, ni siquiera lo razonable.
Si algo deberíamos haber aprendido de la historia es que el
conocimiento es siempre precario e incierto. Al geométrico crecimiento de
los avances conseguidos por el pensamiento humano, incluyendo a la
ciencia, la abierta realidad contrapone un exponencial incremento de
nuestra ignorancia. Lo nuevo que vamos conociendo nos permite
vislumbrar el infinito panorama de lo que nos queda por conocer.
Solo el verdadero conocimiento nos hace conscientes de la magnitud
de nuestra ignorancia.
C ONTRATO SOCIAL
No hay ser auténticamente humano, en su sentido más trascendente, si
no hay comunidad humana. Cada uno de nosotros somos también los
demás, y los demás dejan su impronta en nosotros. Esta relación es
claramente biunívoca pero no simétrica: dependemos más de los demás de
lo que los demás dependen de cada uno de nosotros. Por ello, la relación
entre el individuo y la sociedad es un elemento fundamental para el ser
189 José Ortega y Gasset. El espectador
humano. Y la forma en la que se regula formalmente – legalmente – es
determinante para su plena eficacia.
La paz solo puede conseguirse si todo el mundo acepta un contrato
social, afirmaba Hobbes190, sobre la base de que cada individuo debe
ceder, mediante dicho contrato social, parte de su libertad a cambio de
protección por la comunidad. Lejos de esta visión utilitarista del Estado,
que en última instancia beneficiaba al rey o a las castas dirigentes,
Spinoza191 defendía que el fin del Estado no es convertir a los hombres de
seres racionales en bestias o autómatas, sino lograr más bien que su alma y
su cuerpo desempeñen sus funciones con seguridad, y que ellos se sirvan
de su razón libre y que no se combatan con odios, iras o engaños, ni se
ataquen con perversas intenciones. El verdadero fin del Estado es, para
Spinoza, la libertad.
Para Steven Pinker192, la teoría moderna de la evolución se sitúa
justamente en la tradición del contrato social. Sostiene que el desarrollo de
adaptaciones complejas, incluidas las estrategias conductuales, tenía como
objetivo beneficiar al individuo, y no a la comunidad, la especie o al
ecosistema. Según la sociobiología más radical, la organización social
evoluciona solo cuando los beneficios a largo plazo para el individuo
superan los costes inmediatos y, por ello, el altruismo recíproco no sería
más que el concepto tradicional del contrato social reformulado en
términos biológicos.
El problema fundamental de la biología evolutiva más reduccionista
es que parte de un prejuicio científicamente inadmisible, como es que los
elementos independientes sepan que, una vez asociados con otros, el
trabajo va a ser dividido y, aún más, van a superar conflictos que, si no
estuviesen unidos, no llegarían a tener. La falacia de explicar de esta
manera la solidaridad, el altruismo y otros comportamientos propios de la
vida compartida oculta el fenómeno de la emergencia de la complejidad y,
190 Thomas Hobbes. Leviatán: o la materia, forma y poder de una república eclesiástica
y civil.
191 Baruch Spinoza. Tratado teológico-político
192 Steven Pinker. La tabla rasa
cuando menos, es una explicación tramposa a posteriori. Atribuir a una
célula aislada inteligencia racional para valorar las ventajas de su unión
con otra u otras para redistribuir el trabajo y prevenir los conflictos (que,
obviamente, antes no podían tener) es una pésima argumentación lógica y
científica.
Las desdichadas experiencias del comunismo real, incompatibles con
una democracia libre y auténticamente participativa, descalabraron los
elementos más positivos de las propuestas de Marx y su ideal de un Estado
fuerte en el que el ciudadano pudiera buscar la felicidad y sentirse
respaldado como persona por la sociedad. Sin embargo, la opresión real
del Estado socialista llevó a Popper193 a afirmar que el Estado es solo un
mal necesario, cuyos poderes no deben multiplicarse más allá de lo
estrictamente necesario.
Por encima de los recelos provocados por las devastadores
experiencias del nazismo, del fascismo y del comunismo, parece evidente
que la emergencia del Estado es el evento organizador clave de las
sociedades históricas, donde conviven intereses, conflictos y coaliciones.
Lejos de eliminarlos cual si fueran fenómenos patológicos, Edgar Morin 194
defiende la necesidad de que sean regulados y dominados, en beneficio del
propio ser humano, poniendo en práctica las cuatro verdades cardinales de
todo Estado perfecto que anticipó Platón195: sabiduría, valor, autodisciplina
y justicia; estas mismas virtudes corresponden al individuo, y su
armoniosa interacción proporciona el carácter del individuo, Platón dixit.
Todo esto nos conduce a la idea del bienestar social y con ella a la del
Estado del Bienestar. Al margen de la desafortunada ironía de que el
Estado del bienestar es el bienestar del Estado, esgrimida frecuentemente
por minorías privilegiadas poco proclives a compartir parte de su riqueza,
es difícil rechazar una idea de Estado cuya misión esencial consista en
facilitar que los ciudadanos se sientan bien, tanto en términos de
prosperidad material, como de garantía de prestación efectiva de servicios
193 Karl R. Popper. La opinión pública y los principios liberales
194 Edgar Morin. El método. La humanidad de la humanidad: la identidad humana
195 Platón. La república
básicos para toda la población – enseñanza, sanidad, seguridad, pensiones,
justicia, etc. – y como garante de la libertad individual y colectiva.
En la medida en que seamos capaces de desarrollar y mantener unas
instituciones públicas que velen prioritariamente por el bienestar de los
ciudadanos, estaremos en las mejores condiciones de crecer también como
personas; nuestras esperanzas descansarán sobre el lecho consolidado de
la justicia social y, con ello, pasarán de ser meras utopías a convertirse en
metas fructíferas al alcance de nuestras manos.
C REATIVIDAD
Decía Zubiri que la realidad tiene un carácter intrínsecamente
complejo; representa lo que son por sí mismas – de suyo – las cosas para
el ser humano, con independencia de que afecten a éste o no. Es
justamente la realidad lo que hace que la inteligencia sea un continuo
perfecto con el sentimiento, obligándola a concebir, a juzgar, etc., a las
cosas. Por ello, todo proceso de intelección es sentiente. Mucho antes que
Zubiri, Aristóteles196 relacionaba la invención y el arte en general, junto
con toda acción y libre elección, con la tendencia hacia algún bien.
¿De dónde surge la creatividad humana? ¿De dónde brota todo ese
poder generador? Javier Monserrat197 venía a afirmar que el ser humano se
hace evolutivamente inteligente en la medida en que sus habilidades
mentales le permiten nuevas funciones, como fusionar, combinar o
construir representaciones combinadas: el pensamiento se hace entonces
imaginación.
En realidad, ignoramos en qué manera la imaginación puede suponer
una ventaja competitiva real en términos evolutivos para el ser humano,
especialmente si se invierte en aspectos no estrictamente relacionados con
su mera supervivencia biológica. Sea como fuere, en la especie humana, la
196 Aristóteles. Ética a Nicómaco
197 Javier Monserrat. Génesis evolutiva de la representación y del conocimiento.
Contrastes (2005) Suplmenento 5.
www.uma.es/contrastes/pdfs/SUPL2005/ContrastesE05-04.pdf
mejora de la racionalidad ha facilitado la aparición de la capacidad de
abstracción, como resultado de la imaginación formal, es decir, de la
esquematización e imaginación de la forma de las cosas. Edgar Morin 198
afirmaba que la posibilidad del genio creador emerge en las
comunicaciones, relaciones y tensiones dialógicas entre imaginario y
real, racionalidad y afectividad, abstracto y concreto, inconsciente y
consciente, ideal y existencial, subjetividad y objetividad.
No creo, sin embargo, que tales términos sean antagónicos, sino más
bien complementarios; cada miembro de la pareja le da sentido al otro, no
puede existir sin el otro. Son, por decirlo así, las dos inevitables caras de
una misma moneda. Es precisamente en la relación donde Juan José
Sanguineti199 encuentra la creatividad: la capacidad de descubrir o
inventar una nueva relación, un nuevo orden, una novedad formal no
preexistente en los contenidos adquiridos, aunque subyacente como
posibilidad.
La creatividad es siempre fantasía y constituye el motor que empuja al
desarrollo humano, no solo como un simple perfeccionamiento de la
inteligencia relacional, sino como un impulso vital que surge desde lo más
profundo de la persona. Anecdóticamente, Einstein procedía a formular
una teoría para descubrir después si los hechos se ajustaban o no a ella:
cuando examino mis métodos de pensamiento llego a la conclusión de que
mi don para la fantasía ha significado más para mí que mi capacidad
para absorber el conocimiento positivo. De este modo y por nacer casi de
la pura reflexión, la teoría se iniciaba con un contenido científico e incluso
filosófico superior al que la sola observación de la experiencia hubiera
requerido, y la belleza de la misma, reflejo de las hipótesis iniciales, se
constituía en garantía de su veracidad.
Eso que nos sale del alma cuando creamos, ese yo íntimo que todo
creador – ya sea artista, científico o inventor – tiene hipertrofiado, ha sido
previamente alimentado con la observación, con la lectura, con la
conversación y con la reflexión consciente e inconsciente. Esa creación es,
198 Edgar Morin. El método. La humanidad de la humanidad: la identidad humana
199 Juan José Sanguineti. Filosofía de la mente
por encima de todo, el parto de lo nuevo, la mejor expresión posible que el
autor – el creador – es capaz de hacer en un momento dado, incluso
aunque él mismo – y solo él mismo – pueda mejorarlo – o empeorarlo –
posteriormente.
Un poema, una ecuación matemática o una partitura de música son
ejercicios de suprema claridad, son la mejor manera en la que algo puede
ser dicho; por eso, no tiene sentido pedirle explicaciones a un creador
sobre lo que significa su creación: él ya ha encontrado la mejor manera de
decirlo. Explicitar lo implícito es algo muy parecido a profanar lo
sagrado, decía José Luis Pardo200.
La creatividad humana no es un hecho aislable ni aislado. Frente a la
imagen del creativo que se esconde para componer mejor su obra, la
realidad impone una lógica mayor, al hacer depender al hombre de todos
sus congéneres. La formación intelectual y afectiva de cada ser humano
descansa en la de sus antecesores y en la de sus coetáneos; constituimos
una red espacio-temporal de inteligencia y emociones con el resto de la
sociedad y de la historia. Como decía Fritjob Capra 201, el sistema social
humano amplifica la creatividad individual de sus componentes.
C REENCIA
Sin crítica no hay racionalidad y, en consecuencia, tampoco hay
sentimiento, en la medida que inteligencia y sensibilidad son aspectos
inseparables e indistinguibles de la realidad humana. Y sin ellos tampoco
hay creencias firmes, tan solo superstición. El hecho de creer, en última
instancia, viene definido por la capacidad afrontar las dudas, no por dejar
a éstas de lado ni por ocultarlas tras un mito o un ideario dogmático. La
creencia se transforma en fe en la medida en que se consolida críticamente
y se deposita sobre una realidad de carácter personal. Aunque creer no es
lo mismo que razonar, ya que suponen actitudes, grados y tipos de
200 José Luis Pardo. La regla del juego
201 Fritjob Capra. La trama de la vida
certidumbre diferentes, podemos hacer que sea razonable una creencia y
aunque nunca se llega a creer a través del razonamiento, sí se puede llegar
a entender y, por ello, a sentirse identificados y reforzados por la creencia.
La fe tiene un carácter de seguridad sentida, afianzada en lo profundo
de la mente pero como consecuencia directa de esta última; es una
seguridad personal que no puede ni debe ser confundida con simple
obstinación. La iluminación, el conocimiento trascendente, va más allá –
por eso es trascendente – del conocimiento racional; supone la percepción
de una verdad que trasciende a la propia vida, por lo que debe implicar
otro nivel de certidumbre, otra clase de verificabilidad.
Para el filósofo francés Jacques Bouveresse 202, epistemólogo y
estudioso de la filosofía de la ciencia y del lenguaje, no es serio justificar
la creencia religiosa alegando que tenemos necesidad de ella o, en
cualquier caso, de creencias. Desde lo más recóndito del cosmos hasta lo
más profundo del corazón se intuye una línea de unión que hace que cada
elemento de la realidad esté irremediablemente conectado. Si tal elemento
o principio organizativo existe, sería exigible que algo de él esté presente
en el interior de cada persona, no tanto como una estructura física de
configuración transitoria, sino formando parte indivisible de cada uno,
formando un todo universalmente permanente.
Para el auténtico creyente, Dios no es una cuestión de carácter teórico,
una mera conjetura intelectual objeto de razonamiento especulativo. Dios
es, ante todo, una cuestión cuya justificación y vivencia corresponde a la
persona individual, pero también al conjunto de la humanidad. Dios
tampoco es el parche artificial con el que algunos pretenden tapar la
hemorragia de tristeza provocada por el mero hecho de vivir, por la propia
existencia humana. Lejos de ser un recurso creado por el hombre a la
medida de sus necesidades, si Dios existe, debería formar parte de la
propia vida y de la naturaleza, y en mayor medida si cabe del ser humano
y ser fundamento de la plenitud de su vida.
Personalmente, considero que si existe, Dios debería ser el soporte de
la realidad. En términos antropológicos, no debe ser algo añadido a la
202 Jacques Bouveresse. ¿Se puede no creer?
realidad del hombre, sino que debe participar de la existencia de éste. De
acuerdo con ello, lejos de que Dios sea una experiencia humana, el
hombre sería una experiencia única y específica de Dios, en el ámbito de
la libertad individual.
Al mismo tiempo, esta peculiar relación es coherente con la presencia
de lo absoluto en cada hombre, no como algo etéreo e indefinido, sino
como algo absolutamente personal. ¿Cómo reconoce el hombre la
presencia de lo absoluto dentro de él? Constituye una de las cuestiones
fundamentales del creyente, por no decir la fundamental. Para muchos
teólogos cristianos, el reconocimiento de Dios por el hombre es más una
remisión que un encuentro. Así, Zubiri afirmaba que la accesibilidad de
Dios para el hombre se realiza a través de las cosas reales; ellas revelan la
presencia personal de Dios.
En parte influido por el positivismo y en parte por la necesidad de
encontrar coherencia existencial entre la fe en un Dios personal y un
mundo natural que muestra un elevado grado de coherencia física, los
creyentes que no queremos renunciar a nuestra inteligencia ni a nuestra
libertad requerimos una fe también inteligente y libre, aun asumiendo que
los conceptos de verdad y de fe se encuentran permanentemente abocados
a un enfrentamiento dialéctico.
La auténtica fe solo tiene sentido en la estructura personal,
emergiendo de ella. Y en la medida que es personal, surge como una
necesidad esencial, en ocasiones insatisfecha, como una auténtica aventura
del espíritu, siempre espoleado por la duda, por la retadora y estimulante
duda.
C RISTIANISMO : FE Y RAZÓN
Tratar de definir lo que es el cristianismo, tras dos mil años de
evolución, corrupción, manipulación, usurpación, teología, etc., es un reto
considerable. Pero... sí, me voy a atrever: el cristianismo, para mí, consiste
fundamentalmente en seguir a Jesucristo en su proceso de regeneración –
léase re-generación – del hombre, para hacerle más libre como individuo
y a un tiempo más solidario – íntimamente integrado – en la comunidad
humana universal. Es decir, ser cristiano – o intentarlo, al menos –
consiste sobre todo en hacer, más que en saber. Lo que Jesús de Nazaret
reveló con su vida es que, por encima de todo, la Verdad es acción. Decía
Joseph Ratzinger203 que la persona de Jesús es su doctrina y su doctrina
es él mismo. José Antonio Marina204 se expresa en similares términos: la
acción – el amor – se convierte en el único modo de acceder al
conocimiento y, por ello, a Dios no se le puede conocer: solo se le puede
realizar.
El empeño en fijar los límites con cuestiones de ortodoxia dogmática
es lo que le ha desfigurado al cristianismo hasta llegar, en muchas
ocasiones, al esperpento; al fin y al cabo, como dice Fernando Savater 205,
los dogmas nos fascinan pero enseguida nos aburren. Así pues, el
cristianismo es – debiera ser – acción, seguir el sencillo de mensaje de
Jesús para desechar todo el equipaje superfluo, crecer integralmente como
persona y a ayudar a las demás a que también lo consigan,
considerándoles como parte de nuestra propia identidad. José María
Castillo206 dice que cuando al hombre no le queda otra cosa que lo más
elemental de la condición humana, es decir, su humanidad, entonces es
cuando el hombre conecta con Jesús y con el Dios de Jesús.
Todo ello me lleva a compartir la esperanza – sine die, pero real – de
Teilhard de Chardin en una colectividad armonizada de conciencias, una
especie de superconciencia ética colectiva, sin que eso signifique la
disolución de cada individuo en una masa informe carente de
responsabilidades ni emociones sentientes personales. No obstante,
sospecho – con José María Castillo – que son demasiadas los cristianos a
los que no les interesa gran cosa la vida de Jesús; lo que les importa de
verdad es la salvación – su salvación personal – que esperan de Cristo, de
203 Joseph Ratzinger. Introducción al cristianismo
204 José Antonio Marina. ¿Por qué soy cristiano? Teoría de la doble verdad
205 Fernando Savater. En: Sin pensamiento crítico. Amelia Castillo; Babelia, El País, 25
de febrero de 2012
206 José María Castillo. La humanización de Dios: ensayo de cristología
Dios en definitiva. La vida de Jesús es exigente, mientras que la salvación
que algunos esperan de Cristo es solo tranquilizante, incluso anestésica. Y
hay muchos cristianos que lo único que buscan es tranquilidad.
El cristianismo no es un recetario moral más o menos predigerido
ideológicamente por los avispados redactores oficiales, ni por los
teólogos; ni siquiera es una relación ordenada de mandamientos
supuestamente divinos.
El cristianismo tiene su fundamento histórico en Jesús; su existencia y
su vigencia, pese a todo, son tan importantes que solo las mentes más
obtusas o sectarias niegan su existencia y su impronta, achacándolo a la
simple manipulación histórica, siempre supuestamente perversa y
organizada. Raimón Panikkar207 decía que se puede dudar de que
Jesucristo resucitara al tercer día, pero no se puede dudar de que esté
vivo todavía en nuestros días.
Si algún creyente ingenuo espera algún espectáculo mágico en la
resurrección de Jesús, que se olvide. Solo puede ser visto con los ojos de
la fe; pese a ello, hoy está tan vivo como ayer, ayer como hoy y hoy como
siempre. Cada cual es muy libre de creer o no en la resurrección de Jesús,
pero honestamente hay que enfrentarse a la necesidad de interpretar el
auténtico milagro que supuso el cambio radical de actitud de sus
compañeros y discípulos tras la muerte de Jesús. Aquellos pobres e
incultos pusilánimes pasaron a convertirse, por efecto de su convicción
repentina – de su definitiva conversión – en arrojados divulgadores del
sencillo pero enormemente retador mensaje cristiano.
Ver con los ojos de la fe es quizá el aspecto más frágil de la religión
cristiana; en realidad, de cualquier religión. Los ojos de la fe no se parecen
a un telescopio de alta definición, pero al fin y al cabo tampoco los
telescopios nos informan de la realidad más allá de la zona adonde son
dirigidos en cada momento, y eso considerando un espectro de longitudes
de onda y una profundidad de campo previamente seleccionadas para
buscar lo que creemos que vamos a encontrar, con magnitudes que
207 Raimón Panikkar. El mundanal silencio
previamente hemos definido y con detectores que solo registran la
información que, premeditadamente, hemos decidido que es relevante.
Puestos a ser racionales, deberíamos reflexionar también sobre lo que
había antes del Big Bang, de dónde, por qué y para qué surgió esa
singularidad desde la que – hipotéticamente – se generó, a qué obedecen
o dónde se esconden las numerosas dimensiones extras – no menos
hipotéticas – que exige la teoría de cuerdas o por qué el modelo estándar
de la física de partículas refleja una organización tan irritantemente
simétrica ¿A que tampoco eso resulta fácil?
Puestos a considerar dimensiones inobservables para los sentidos
humanos o por dispositivos tecnológicos diseñados ad hoc, creo que es
conveniente ampliar el espectro de comprensibilidad y considerar –
aunque sea también hipotéticamente – alguna otra más que las
exclusivamente consideradas por las formulaciones matemáticas de la
física.
Al fin y al cabo, la realidad excede las soluciones triviales de
cualquier ecuación.
C ULPA Y RELIGIÓN
Nadie que crea en un Dios amante de su creación puede aceptar que Él
quiera castigar a toda la humanidad por el extraño pecado de una mítica
pareja original, cuando solo un psicópata maltrataría a un solo niño por un
delito de sus padres, tal como nos recuerda Torres Queiruga 208. Aunque
referido al mito de Adán y Eva, el concepto de culpa colectiva –
debidamente manipulado – es algo que ha empequeñecido al ser humano
y, por ello, también al propio cristianismo. Para el cristianismo de la
ortodoxia eclesial, el pecado es una categoría religiosa que constituye un
modo de interpretar y de vivir la experiencia humana de la culpa, que
afecta a todas las personas.
208 Andrés Torres Queiruga. Recuperar la creación: por una religión humanizadora
La culpa, con su carácter inconsciente, ha ido invadiendo, a modo de
metástasis cancerosa, la experiencia religiosa cristiana. Torres lo
ejemplifica así: El que hace de una insignificancia un pecado grave
termina haciendo de los pecados graves una insignificancia. Esta
obsesión por la culpa, que atenaza la mente, ha acabado por echar a mucha
gente de las iglesias cristianas, haciendo que vivan su experiencia religiosa
cristiana “por libre” o incluso pasando del amor al odio, a formas radicales
de laicismo anticlerical o antirreligioso; la historia está plagada de
personajes – como Stalin – que se convirtieron en auténticos azotes de la
religión tras haber experimentado intensamente una experiencia religiosa.
A lo largo de la historia son numerosos los pensadores que han
interpretado de una forma atormentada la experiencia individual y
colectiva de la culpa en el ámbito de los sentimientos religiosos. Un
ejemplo paradigmático es Nietzsche209, que interpretó está forma
patológica de sentimiento como un síntoma de inferioridad; para él, el
cristianismo generó un credo profundamente falso e hipócrita, con el
objetivo de denigrar aquello que las personas realmente quieren pero que
les resulta difícil conseguir; algo así como la justificación de las uvas
verdes para la zorra, en la fábula de Esopo. En la visión de Nietzsche, el
cristianismo llama bondad a lo que simplemente es impotencia, obediencia
a la sumisión, humildad a la bajeza y perdón a la incapacidad para
vengarse.
En realidad, tal como afirma Robert Spaemann 210, no se puede fijar
definitivamente el límite superior de lo que hace buena una acción, pero
seguramente se puede dar un límite inferior; es más, lo que hay son
hombre buenos y no buenas acciones. En este sentido, el cristianismo ha
acrecentado el sentido de los valores, nos ha hecho más perspicaces para
la realidad y con ello ha limitado naturalmente las posibilidades de hacer
algo injusto o de omitir, sin culpa, algo bueno. Donde hay más luz, se
destacan también más claramente las sombras. Como indica Fernando
209 Friedrich Nietzsche. La genealogía de la moral
210 Robert Spaemann. Ética. Cuestiones fundamentales
Savater211, los remordimientos proceden de nuestra libertad: si no
fuésemos libres, no podríamos sentirnos culpables (ni orgullosos) de nada
y evitaríamos los remordimientos.
C ULTURA Y SOCIEDAD
Para Marx212, la esencia humana no es algo abstracto e inmanente a
cada individuo: es, en realidad, el conjunto de las relaciones sociales.
Aunque esta consideración supone una visión excesivamente pesimista
sobre el valor de la propia condición individual humana, no es menos
cierto que la autonomía e individualidad característica del ser humano
depende, paradójicamente, de la participación recíproca en las vidas de las
demás personas, porque el hombre solo se realiza como plenamente
humano por y en la cultura. Como decía Edgar Morin 213, en el seno de las
culturas y las sociedades, los individuos evolucionan mental, psicológica
y afectivamente.
La vida no es, desde luego, un fenómeno exclusivamente individual,
tanto en sentido biológico como espiritual. Vivir es convivir decía Juan
José Sanguineti214; de hecho, términos como identidad o autonomía
individual carecen de sentido real en un sentido estricto. Nada hay que
sea independiente de nada; todo es relativo con todo y en las sociedades
humanas esto es fácilmente contrastable, especialmente en nuestra
moderna sociedad globalizada.
Toda cultura se define por un conjunto de valores más o menos
abstractos, que le proporcionan sentido y orientación al ser humano
cuando interactúa con el resto de la sociedad. Este conjunto de valores van
inextricablemente unidos a diversos aspectos, tanto visibles – símbolos –
como invisibles – ideas, creencias, etc. – que le proporcionan una
identificación peculiar. Al mismo tiempo, toda cultura implica
211 Fernando Savater. Ética para Amador
212 Karl Marx. Tesis sobre Feuerbach
213 Edgar Morin. El método. La humanidad de la humanidad: la identidad humana
214 Juan José Sanguineti. Filosofía de la mente
necesariamente comunicación, incluso en un sentido biológico, en tanto
que no es una mera transmisión de información, sino más bien supone la
coordinación de comportamientos entre individuos a través del
acoplamiento estructural mutuo.
Internet ha inundado nuestros puestos de trabajo, nuestras casas,
nuestras fábricas y nuestra administración pública, nuestra cultura en
definitiva, pone de relieve hasta qué punto es compartido unánimemente el
ansia de la relación entre individuos y sociedades. En definitiva, ha
revolucionado las sociedades modernas y es posiblemente el factor
independiente más importante en la caída de las fronteras ideológicas
(aunque ayude a crear otras no menos peligrosas); supone una forma de
libertad un tanto peculiar, ya que lo que es su principal ventaja se
convierte también en su principal inconveniente: el desbordamiento con
información no discriminada. Nos permite acceder a tanta información
que ésta nos desborda, sin que en muchos casos seamos capaces de
seleccionar la información relevante de calidad, de aquella otra banal o
incluso malintencionada. Además, una parte de nuestro mundo se ha
convertido en una especie de universo de ficción, respondiendo a
imágenes reiteradas en lugar de las personas o lugares reales.
La única y verdadera revolución emprendida con éxito – siquiera
parcial – por el hombre ha sido la educativa. Aunque la gradualidad de su
implantación y su localización espacio-temporal y social es imprecisa, su
realidad es incontestable, al haber conseguido transformar
irreversiblemente el simple aprendizaje en educación. La persona educada
se ha convertido en propietario de sí misma y ello le permite adquirir
también su propio protagonismo social.
La importancia de la escuela en la educación del niño es puesta de
manifiesto por Pierre Bourdieu215 a través del concepto de reproducción
cultural, que alude a la responsabilidad que escuelas y otras instituciones
sociales tienen en la perpetuación de los desajustes sociales y económicos.
Cuando los modelos sociales y familiares más degradados son mantenidos
por las instituciones públicas, se condena al niño a convertirse en un
215 Pierre Bourdieu. La distinción. Criterio y bases sociales del gusto
adulto al servicio de los intereses de las minorías privilegiadas, anulando –
o, al menos, reduciendo – su capacidad para reaccionar ante la injusticia.
Por otro lado y aunque la educación infantil ha experimentado una
notable evolución, no afecta a todas las poblaciones y estratos sociales por
igual. Además, en amplios colectivos de la población – también en los
países desarrollados –, tal educación no tiene continuidad, llegándose a
una situación de falta de capacidades lingüísticas y numéricas suficientes
para desenvolverse en la vida cotidiana.
Simple y llanamente, analfabetismo cultural.
D EMOCRACIA Y LIBERALISMO
Hannah Arendt216 afirmaba que solo puede haber hombres en el
sentido auténtico del término donde hay mundo y solo hay mundo en el
sentido auténtico del término donde la pluralidad del género humano es
algo más que la multiplicación de los ejemplares de una especie. Y esto le
llevó a afirmar que cuantos más puntos de vista haya en un pueblo, desde
los que mirar un mundo que alberga y subyace a todos por igual, más
importante será la nación. Es todo un mensaje que se me antoja
especialmente dirigido al pensamiento nacionalista, rígido y único,
incapacitado ontológicamente para aceptar la diversidad o, lo que es lo
mismo, intrínsecamente inepto para comprender la complejidad de la
realidad de los hombres, lo que le lleva a estar perpetua y profundamente
irritado contra la libertad.
A lo largo de toda la historia humana ha existido un movimiento
permanente del hombre individual para realizar su libertad en sociedad, al
que paralelamente se ha enfrentado un movimiento especular de limitación
por los demás. El ejercicio público de la libertad implica un grado de
compromiso social al que las personas que detentan el poder siempre ven
con preocupación, en tanto que pueden cuestionar sus privilegios. No es
que deba cuestionarse sistemáticamente la autoridad, si es que ésta es
216 Hannah Arendt. ¿Qué es la política?
legítima; lo que es cuestionable – y rechazable – es el uso desmedido de la
autoridad contra los individuos o, lo que es lo mismo, el autoritarismo.
John Stuart Mill217 es, históricamente, uno de los teóricos que han
estudiado con más profundidad los límites legítimos del poder ejercido por
la sociedad sobre el individuo. Su posición queda sintetizada en la
conocida máxima: mi libertad acaba donde empieza la de los demás,
dando cuerpo al llamado principio de indemnidad; es decir, la vida
personal es cosa exclusiva de cada ser humano y, mientras no perjudique a
nadie con lo que haga, ni el Estado ni la sociedad han de interferir, incluso
aunque el perjudicado sea el propio individuo.
Todo el planteamiento liberal de Mill se apoya en el argumento de que
cualquier presión social de carácter uniformador socava la libertad o, lo
que es lo mismo, medir a todo el mundo con el mismo rasero acaba
perjudicando a todos, además del propio individuo. Para Mill, la libertad
de opinión, como exponente público de la libertad privada, adquiere un
relieve especial hasta el punto de considerar que la palabra hablada y la
escrita solo deben estar sujetas a censura cuando inciten a la violencia, y
siempre considerando el contexto en que se pronuncien o escriban. La
especial apreciación de la libertad de opinión por parte de Mill se basa en
la consideración de que conceder a los demás la libertad para
contradecirnos es uno de los principales procedimientos para adquirir
confianza en nuestros propios juicios. Aún más; para Mill, merecen más
confianza las opiniones que sobreviven al escrutinio propio y a la crítica
ajena que las que nunca se han puesto en cuestión. Opinión que comparto
plenamente.
El canto a la libertad individual que es el pensamiento de Mill tiene
también sus propias limitaciones. Por ejemplo, es muy difícil establecer
cuál es el umbral de perjuicio que debe alcanzarse para que la intervención
del Estado pueda estar justificada, aunque se trate de un Estado que es el
órgano de una sociedad libremente organizada (cualquier alusión a sus
sucedáneos totalitarios no procede, obviamente). Es preciso tener en
cuenta que un comportamiento personal infame, por muy privado que sea,
217 John Stuart Mill. Sobre la libertad
acaba por perjudicar la sociedad en mayor o menor grado; de hecho, la
privacidad nunca es tal que el individuo deje de pertenecer a la sociedad ni
de participar en ella y aún menos en nuestro mundo globalizado y surcado
por las redes telemático-sociales. La sociedad no existiría, por otro lado, si
no hubiese un mínimo conjunto de normas de convivencia; si aceptamos
que cualquier individuo puede desafiar continua y gravemente a estos
elementos normativos básicos comunes (si estos son libremente adoptados
por la mayor parte de los individuos), estaremos también justificando el
derecho a destruir la sociedad.
Así pues, en el ámbito de la sociedad, entre la dificultad para
establecer qué es el bien común y determinar cuáles son los derechos
irrenunciables de cada persona, lo más útil y justo que el hombre ha
llegado a inventar por el momento ha sido la democracia representativa y
parlamentaria, con elecciones libres y frecuentes. Y no es que ésta
resuelva definitivamente estas dudas, pero al menos las maneja
aceptablemente. Precisamente porque se trata de dudas – una de las
características específicas del comportamiento humano – es por lo que el
conocimiento crítico se hace imprescindible: la democracia de los incultos
es la antesala de la dictadura de los demagogos.
D EMOCRACIA Y EDUCACIÓN
La democracia – en cuanto que es el menos injusto de los sistema de
convivencia conocidos – y la educación están irremediablemente ligadas
e, incluso, son biunívocamente dependientes: no hay auténtica democracia
sin que exista un libre desarrollo intelectual de todos o, al menos, de una
amplia mayoría de individuos, de la misma forma que no podemos aspirar
a una educación rigurosa, libre, universal y eficiente si no hay un sólido
sistema democrático que la garantice y la proteja. En ese punto, permítame
que me arrime a Popper218, que identificaba en las sociedades liberales esta
relación con lo que él llamaba optimismo epistemológico, la concepción
218 Karl R. Popper. Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento científico
optimista del poder del hombre para discernir la verdad y adquirir
conocimiento: el hombre puede conocer, por lo tanto, puede ser libre.
Bertrand Russell219 identificaba el enfrentamiento entre la libertad
individual y el bien común, con el conflicto que se desenvuelve entre la
pasión por el poder y la pasión por la seguridad: deseamos el imperio de
la ley por amor a la seguridad, y la libertad por amor al poder . Y no
podemos acogernos a un equilibrio natural entre ellos, porque lo natural
no es algo comúnmente aceptado por todos y en todas las épocas. El
propio Russell, decía al respecto: natural es, toscamente hablando, todo
aquello a lo que uno se acostumbró en su niñez. Lao Tse se oponía a las
carreteras, los carruajes y los barcos, todos los cuales eran desconocidos
en el pueblo donde nació. Rousseau estaba acostumbrado a estas cosas y
no las consideraba contrarias a la naturaleza, pero hubiera tronado
contra los ferrocarriles si hubiera vivido lo suficiente como para
conocerlos.
Cuando la tecnología trasciende el papel de herramienta para facilitar
el entorno vital, corremos el riesgo de que se convierta en una auténtica
trampa que asfixia nuestro crecimiento interior como individuos y también
como parte de un colectivo social; cuando es la tecnología la que nos fija
los objetivos vitales, somos nosotros – los seres humanos – los que nos
ponemos a su servicio o, más propiamente, al servicio de los que controlan
la tecnología.
El sistema tecnológico, en sí mismo, solo es un sistema mecánico que
no entiende de libertad ni de voluntad, ni le cabe la conciencia por ningún
lado. Solo sabe transitar, sin importar a dónde; lo único importante es
seguir en marcha, perpetuando el sistema. Es la inercia social que deriva
de la pereza mental de los individuos. Tal como denunciaba Habermas 220,
las sociedades industriales avanzadas parecen aproximarse a un tipo de
control del comportamiento dirigido más bien por estímulos externos que
por normas. La actividad de las personas en las sociedades occidentales
tecnológicamente avanzadas, incluso la ejercida privadamente, tiende a
219 Bertrand Russell. Escritos básicos
220 Jürgen Habermas. Ciencia y técnica como ideología
estar tan regulada que se han desarrollado automatismos psicológicos que
suplantan a la propia conciencia personal. Hemos pasado de una sociedad
de amos y esclavos a una sociedad donde el hombre está decidiendo
libremente que no quiere ser libre, que no quiere ejercitar su libertad
individual. Y si la libertad individual no se ejercita cotidianamente, acaba
atrofiándose.
Marcuse221 afirmaba que la producción y la distribución de una
cantidad cada vez mayor de bienes y servicios hacen de la sumisión una
actitud tecnológica racional, hasta el punto de que las personas se
reconocen en sus pertenencias materiales, identificando su alma con su
automóvil o con su casa. De ahí que, para Marcuse, el control social de la
tecnología se haya incrustado en las nuevas necesidades que la propia
tecnología ha producido, produciendo una cierta forma de conciencia feliz
conformista. Contra esta forma específica de dominación, en buena
medida autoimpuesta, Marcuse no esperaba gran cosa de una cierta
concepción de la democracia, que consolida la dominación más
firmemente que el absolutismo. El progreso técnico, cuando se convierte
en un sistema coordinado de dominación, genera formas de poder que
anulan toda protesta; y todo ello, paradójicamente, bajo el argumento de
una liberación.
En realidad, cualquier liberación requiere una toma de conciencia de
las servidumbres a las que cada uno de nosotros estamos sometidos. Y,
como dice Marcuse, el surgimiento de esta conciencia se ve estorbado
siempre por el predominio de necesidades y satisfacciones que, en grado
sumo, se han convertido en propias del individuo. Por eso, la sociedad será
racional y libre en la medida en que esté organizada, sostenida y
reproducida por un sujeto histórico esencialmente nuevo: individuos que
sean capaces de conocer y comprender los hechos y de evaluar las
alternativas; individuos liberados de toda propaganda, adoctrinamiento o
manipulación. Las tendencias totalitarias de la sociedad unidimensional
hacen ineficaces las formas y los medios de protesta tradicionales, quizá
221 Herbert Marcuse. El hombre unidimensional
incluso peligrosos, porque preservan la ilusión de soberanía popular,
Marcuse dixit.
La respuesta a los viejos y fundados temores de Marcuse es,
obviamente, la educación. Dije educación... no adoctrinamiento.
D EPRESIÓN Y TRISTEZA
La depresión es un trastorno patológico del estado de ánimo que se
caracteriza fundamentalmente por la pérdida de la autoestima personal,
acompañada de algunos otros síntomas, como inapetencia, incapacidad
para afrontar la vida cotidiana y, también, tristeza.
Es frecuente, al menos en medios no especializados, encontrar
afirmaciones que equiparan la depresión con la tristeza, pero son cosas
bien diferentes, aunque eventualmente puedan estar conectadas entre sí.
En la tristeza existe un dolor activo ante la pérdida, un sentimiento que
vive la ausencia de lo amado o deseado; en la depresión lo que hay
fundamentalmente es vacío, no se echa nada de menos salvo el propio
sentir. El principal sufrimiento del deprimido es tener que vivir; siente que
no siente nada.
Por eso, estar triste no es algo que deba ser tratado farmacológica o
psicológicamente, aunque sea recomendable buscar el consuelo en los
seres queridos próximos. Pero creo que no deberíamos buscarla en
profesionales de la psiquiatría o de la psicología; es decir, no deberíamos
profesionalizar la solidaridad o el amor. La tristeza implica una visión
desde el interior, una sensación sorda de echar de menos algo o a alguien;
la tristeza busca esconderse en el interior del ser, avergonzándose y
rechazando la luz, miedosa de saberse a sí misma; cuando sale al exterior,
lo hace a través del dolor, del sufrimiento, mediante el grito roto hacia los
demás, a veces connotado por la desesperación. Es éste un levantamiento,
una asonada del espíritu contra el veneno sutil destilado por el desánimo;
porque, cuando es permanente, la tristeza acaba por envenenar los sentidos
y la propia inteligencia, y lo hace silenciosa, insidiosamente.
La tristeza suele manifestarse en el ser humano bajo dos formas
diametralmente opuestas. Una, la melancolía, en realidad representa la
lucha interior contra la tristeza; la otra, la amargura, es un sentimiento
destructivo que abre definitivamente a la tristeza las puertas de todos
nuestros sentimientos y permite que se erija en el centro de todo. El sabor
de la melancolía es dulce, es la tristeza dulce, una tristeza difusa,
subyacente, que carece de nombre y rasgos específicos y que hace
referencia a la incertidumbre de la lucha interior. Por el contrario, la
amargura es una tristeza resentida contra algo o alguien; tiene una causa
concreta.
El hombre de la moderna sociedad occidental se diluye en la
colectividad, renunciando muchas veces a su propia personalidad,
renunciando también a su juicio moral y, en definitiva a sí mismo. Por eso,
una sociedad de estas características conduce a la tristeza y, si no se
reacciona a tiempo, a la amargura. La renuncia al pensamiento es la
bancarrota espiritual, decía Albert Schweitzer222.
Como decíamos antes, la depresión representa la forma patológica de
la ausencia de uno mismo, del extrañamiento de la persona que no se
encuentra. Lo que auténticamente caracteriza al depresivo es su falta de
energía y de vitalidad, una inhibición psicomotriz que está estrechamente
relacionada con la pérdida casi absoluta de su autoestima, de sí mismo.
Ambos actúan como poderosos frenos para la voluntad de vivir y, si la
voluntad no es lo suficientemente poderosa como para romper tales frenos,
la depresión acabará venciendo. Retornará fácilmente o, en el peor de los
casos, acabará en el suicidio.
Con independencia de los diversos tratamientos farmacológicos más o
menos eficaces que existen para actuar sobre la base fisiológica de la
mente, sin duda lo más importante es la prevención psicológica del
individuo. Debemos prevenir la depresión, porque realmente nos amenaza
a todos, sin excepción. Y existe una vacuna mental extraordinariamente
eficaz: el ejercicio continuado de la voluntad.
222 Albert Schweitzer. El camino hacia ti mismo
Autoposeernos significa sentirnos dueños de nuestro destino, ser
capaces de enfrentarnos con decisión a los avatares de la realidad. Ser
poseedor de una gran fortuna no produce tanta satisfacción como
sufrimiento perderla. Por eso, acumular riqueza material como objeto vital
es a la larga frustrante y conduce a la depresión del que es incapaz de
entender que nunca llegará a ser suficientemente rico; incluso, habrá un
momento en que intentará, inútilmente, cambiar toda su fortuna por
disponer de más tiempo de vida, por mejorar su salud, por recuperar el
amor perdido o por buscar el que nunca se intentó.
D ESESPERANZA
Cuando desde la pasión deseamos fervientemente algo que la razón
nos dice que nunca podremos alcanzar, surge la desesperación, un
sentimiento de incapacidad para ir más allá de una imagen fija que
hacemos del mundo en un momento dado.
La razón consciente solo hace fotos instantáneas, generalmente
deformadas por nuestras propias lentes y con escasa profundidad de
campo, mientras que la realidad solo puede ser captada de una forma
global, multidimensional y sin inicio ni fin; por eso la desesperación está
tan estrechamente vinculada a lo inmediato.
Cuando excluimos nuestra visión trascendental de la vida, la razón
mecánica se adueña del subconsciente y transforma la desesperación –
siempre temporal – y en desesperanza. A partir de ahí, con más o menos
resignación, acabamos por aceptar la imposibilidad de alcanzar nuestros
objetivos vitales, pese a no haber renunciado a su deseo. La desesperanza
nos instala en la convicción profunda de nuestra incapacidad, en el
fatalismo subjetivo del fracaso personal.
La frontera entre esperanza y desesperanza se sitúa en la capacidad
para superar la barrera de lo previsible, de lo meramente extrapolable en el
tiempo y en el espacio. Para el desesperado, el futuro es dolorosamente
previsible, no existe nada más allá de lo esperable por él a corto plazo; se
identifica temporal y físicamente con lo inmediato.
Cuando nos situamos exclusivamente en nuestro presente o en nuestro
pasado, huyendo del futuro, lejos de exprimir el jugo a la vida, lo que
hacemos simplemente es extenuarla. Abusar del presente o del pasado,
especialmente cuando se hace en detrimento del futuro, deshumaniza a la
persona y le convierte en un mero autómata desesperado. El que huye del
futuro, refugiándose en el presente o en el pasado, expresa un miedo
cerval a su propia trascendencia como persona.
Unos por miedo a vivir, porque les atemoriza lo que le rodea e incluso
su propia persona, y otros por miedo a morir cuando en realidad ya están
muertos, acaban haciendo una huida desesperada de sí mimos; cualquiera
que piense que ya ha conseguido todo en la vida, es que está muerto.
Decía Emile Cioran223 que la miseria, al igual que la enfermedad, no
engendra un alma inocente y angélica, ni una humildad inmaculada; su
humildad es venenosa, pérfida y vindicativa, y el compromiso al que
conduce esconde llagas y sufrimientos agudos. El aspecto más extraño de
quienes sufren reside en su creencia en lo absoluto de su tormento, que les
hace suponer que detentan su monopolio y, en cualquier caso – afirmaba
Cioran – esforzarse por comprender el sufrimiento ajeno no disminuye en
nada el nuestro propio. La visión de Cioran es que todo ser humano lleva
en su interior no solo su propia vida sino asimismo su propia muerte; es la
visión de un desesperado.
No estoy de acuerdo con Cioran; creo que el hombre no tiene definido
su final porque cada uno somos mucho más que la simple extrapolación de
nosotros mismos en un momento dado de nuestra vida. Nuestra condición
humana nos obliga, aun en las perores condiciones, a buscar metas que
nos exceden y nos sorprenden, pero sin las cuales no seríamos personas.
D ESVIACIÓN Y NORMALIDAD
La idea de desviación requiere necesariamente la complementaria de
normalidad; si no hay norma de la que desviarse, obviamente no puede
223 Emile Michel Cioran. En las cimas de la desesperación
hablarse de desviación. La normalidad no algo irrelevante, ni mucho
menos, ya que de ella dependen muchas situaciones importantes para el
ser humano; la frontera entre lo que consideramos normal y lo que se
separa de ello puede afectar de forma notable e incluso irreversible a la
vida de las personas.
Sin embargo, la definición de normalidad que cada sociedad propone
solo parece recoger una pequeña fracción de lo que resulta de hecho
razonable, condenando al resto a la condición de rareza, de anomalía o,
incluso, de revolución. Montaigne224 se quejaba, con una mezcla de
amargura y burla, de aquellos que identifican insensatamente lo no
familiar con lo no apto: la nacionalidad o la familiaridad son criterios
absurdos a la hora de decidir lo que es bueno y lo que es malo
Si alguien puede ser conceptuado, según esos criterios restrictivos,
como “anormal” ese era, sin duda, Sócrates. Tenía la costumbre de
acercarse a los ciudadanos de Atenas para preguntarles, sin ningún tipo de
rodeos, por qué mantenían sus creencias “de sentido común”, amén de
otras cuestiones tan poco triviales como el propio sentido de la vida. Dada
su tendencia a dejar en ridículo a los personajes tenidos por más sabios y
por lo poco convencional de su discurso y de su apariencia física, se acabó
granjeando el odio de algunos individuos influyentes y tras ser acusado de
corromper con sus ideas a la juventud, acabó siendo ejecutado.
Atenas se libró de aquel irreverente que cuestionaba tozudamente el
sentido común y la normalidad ateniense. Pese a ello, Sócrates nos sigue
recordando, 25 siglos después, que lo que se presume como obvio y
natural no tiene por qué serlo; mientras que aquello que aparece como
extraño, en no pocas ocasiones está más próximo a la verdad que lo que es
tenido por común.
La queja de Montaigne sobre aquellos que identifican gratuitamente lo
no familiar con lo no apto, entronca abiertamente con la definición de
normalidad en la conducta humana. En cada sociedad, un conjunto de
personas – que ni siquiera tiene por qué ser numéricamente amplio o
mayoritario – acepta, implícita o explícitamente, determinadas reglas y a
224 Michel de Montaigne. Ensayos
los que se apartan voluntaria o involuntariamente les califican como
desviados o, incluso, degenerados.
Sin embargo, en la práctica, nadie vulnera absolutamente todas las
reglas, de la misma forma que nadie las cumple en su plena totalidad.
Además, un cierto grado de desviación es bueno para la propia sociedad,
en la medida que facilita su evolución. La desviación de algunas de las
normas sociales por parte de unos pocos individuos permite incorporar a la
sociedad nuevas ideas y propuestas, constituyendo de esta manera una
fuerza innovadora. En definitiva, normalidad y anormalidad son conceptos
artificiales, hechos a la medida de las circunstancias y necesidades
temporales. Son además mutuamente necesarios.
Sin embargo, aunque artificial y relativo, la normalidad es un
concepto inevitable para la mente humana, que trabaja básicamente
utilizando referencias fijas y reduciendo la realidad a conceptos
elementales, fáciles de manejar y combinar. La normalidad, vista así, es
una consecuencia de la limitación intelectual humana.
Pero, muchas veces, es también una justificación para la exclusión
arbitraria y para la pereza mental. Ponemos más allá de la raya a aquellos
o a aquello que no nos interesa tener próximo o mezclar con lo propio;
excluimos los datos o hechos que no se ajustan a nuestros modelos
reduccionistas de la realidad, apartamos a aquellas personas que no se
adecuan a nuestro modelo de comportamiento o de sociedad. Si nuestra
mente fuese ilimitadamente inteligente – y nuestra alma ilimitadamente
justa – no existiría la normalidad; simplemente, sería innecesaria. Todo,
toda la realidad, sería anormal; lo anormal sería la norma.
D ETERMINISMO
La ciencia busca un cierto conocimiento, mediante un método o
sistema preciso. Eso quiere decir que no puede agotar el conocimiento de
la realidad ni puede excluir – razonablemente – la utilización de otros
procedimientos para conocerla; simplemente, busca comprender ciertos
procesos a través de una metodología basada en la realización de
protocolos experimentales sujetos a una formalidad matemática que deben
poder reproducir o interpretar un determinado fenómeno. Debería
asegurarnos que nuestra interpretación de dicho fenómeno es válida. Por
ello, el objeto de estudio de la ciencia – atendiendo a sus características
metodológicas – debería quedar limitado solo a procesos reproducibles
directa o indirectamente, excluyendo aquellos otros que no lo puedan ser.
Sin embargo, todos los que tenemos algo que ver con cualquier rama o
ámbito de la ciencia tenemos la convicción de que, en realidad, la ciencia
va más allá de un conjunto rígido de normas procedimentales. Por encima
de todo, la ciencia busca establecer una explicación de la forma más
independiente posible del observador y del emisor de la hipótesis. Con la
ciencia se pretende entender y, si es posible, mostrar la existencia de una
relación entre fenómenos, entre posibles motivos y previsibles
consecuencias.
Según el principio de causalidad, atribuido a Leibniz, todo suceso está
determinado por una causa; es decir, todo tiene una razón o causa
suficiente o, por decirlo de otra manera, todo lo que ocurre – incluidos
nosotros mismos – tiene una razón o explicación justificativa para ser de
una determinada manera y no de otra. Debido a ello, el principio de
causalidad es el fundamento del determinismo; de acuerdo con él, la causa
precede siempre al efecto y lo determina, y éste incorpora todas las
características de la causa. Llevado a su máximo extremo, si
conociésemos el estado actual del mundo con total precisión, podríamos
predecir cualquier evento en el futuro, como aseguraba Laplace, el
considerado padre del determinismo fuerte.
Como extremo paradigmático del determinismo, el reduccionismo
científico busca reducir la biología a la química, la química a la física y
ésta al conocimiento de las propiedades de las partículas más elementales
y de sus leyes fundamentales. Ello, junto con el conocimiento de las
condiciones de partida, debería permitir reconstruir el universo entero y
toda su evolución.
Una primera amenaza al determinismo radical en el ámbito de la
ciencia más ortodoxa, vino a través de la teoría del caos. Según ésta,
ciertos sistemas son muy sensibles a mínimas variaciones de las
condiciones iniciales, por lo que podrían conducir a comportamientos a
largo plazo muy diferentes de los inicialmente esperados. En la
formulación de la teoría del caos, quizás lo más relevante es que la
magnitud del efecto no guarda relación con la magnitud de la causa.
El ejemplo más popular de la importancia de los procesos caóticos en
la naturaleza es el llamado efecto mariposa, el inevitable crecimiento –
notable y errático – de las imprecisiones o errores del conocimiento que se
tiene de un sistema, lo que hace que cualquier modelo matemático que
trate de describirlo carezca de precisión en su desarrollo evolutivo hasta
resultar completamente inútil. Ya sabe, el aleteo de una mariposa en
Europa acaba provocando un huracán en Asia…
Sin embargo, la teoría del caos no implica necesariamente que la
ciencia no sea determinista. De hecho, todos nos beneficiamos que sí lo
sea; en caso contrario, la ciencia carecería de valor instrumental e incluso
intelectual. Otra cosa diferente es que existan formas no radicales de
determinismo, donde el que un efecto sea real y tenga alguna causa, no
quiere decir que ni ese efecto ni esa causa sean necesariamente
reproducibles en todos los casos, o que puedan coparticipar otros
elementos.
También la teoría de la relatividad y la física cuántica han supuesto
importantes retos para la visión determinista de la ciencia. Más allá, las
denominadas ciencias de sistemas estudian las relaciones entre los
componentes de cada sistema complejo, en los que la realidad está
estratificada en niveles, cada uno de los cuales está limitado – pero no
absolutamente determinado – por los niveles inferiores de realidad. Esto
vale tanto para una máquina elemental como para el cosmos global.
Con todo, soy plenamente consciente de que el método científico es
determinista y, además, considero que esto es deseable. Si no redujésemos
la incertidumbre intrínseca de la realidad en la formulación de las leyes
científicas hasta un umbral mínimo, la ciencia no pasaría de ser un mero
relato voluntarista. Afortunadamente, no es así; pero de ahí a considerar
que la realidad es un todo cerrado y absolutamente determinado, hay un
abismo conceptual.
Un universo descrito físicamente como la maquinaria de un reloj,
rígidamente determinista y mecánico, no permite explicar la notable
flexibilidad que caracteriza a los seres vivos y al propio pensamiento. Es
más, una interpretación rígidamente determinista de la ciencia podría
romper la coherencia y la unidad explicativa de la propia ciencia.
D ERECHO
Ningún proyecto de felicidad puede ser exclusivamente privado, por
muy narcisista que se sea. Para los fundadores del empirismo filosófico,
como Hobbes225, los fundamentos del derecho natural descansan en algo
tan sencillo como que cada hombre renuncie al derecho que tiene a todas
las cosas, pues cuando varios hombres tienen derecho a todas las cosas y
además a las de otras personas, si se sirven de él se produce una invasión
por parte de unos y resistencia por la de otros, lo que equivale a la guerra
y esto es contrario a la ley natural, que, resumiendo, consiste en hacer la
paz.
Afirma Alasdair MacIntyre226 que la supuesta universalidad de los
derechos humanos o la vigencia de la moral utilitarista – dos creencias
morales de nuestro tiempo – se sustentan en una ficción. El proyecto
ilustrado fracasa porque solo produce ideales abstractos, que no se
refieren a ningún escenario concreto y, en consecuencia, no convencen ni
mueven a actuar. José Antonio Marina227 indica que los derechos no son
propiedades del ser humano, sino posibilidades que la mente descubre y
que se mantienen mientras las mantenemos; al hablar de derechos
naturales se mira hacia atrás, a la naturaleza o a una edad de oro
inexistente, y allí no hay nada. En realidad, como argumenta el propio
225 Thomas Hobbes. Elementos de derecho natural y político
226 Alasdayr MacIntyre. Tras la virtud
227 José Antonio Marina. Aprender a convivir
Marina228, los derechos pueden llamarse naturales porque derivan de la
naturaleza inteligente del hombre, ya que son creaciones de su razón. No
hay derechos fuera de la sociedad o con anterioridad a ella.
Cuando se habla de derechos, cualquiera que sea el calificativo que se
agregue, frecuentemente olvidamos que los derechos existen en la medida
en que existen obligaciones. El propio derecho es una obligación impuesta
por una mayoría – en los países democráticos – al conjunto de los
individuos e instituciones de una sociedad. Pero es obvio que ninguno de
los individuos ni de las instituciones, ni siquiera en aquellas sociedades de
mayor raigambre democrática, cumple en su totalidad las reglas aunque
las acate formalmente.
Podremos someternos al conjunto de la normativa legal – a veces con
más reservas de las que estamos dispuestos a reconocer públicamente –
pero fácilmente discreparemos e, incluso, incumpliremos algún precepto
específico, a poco que podamos; la mayor parte de las personas somos
globalmente cumplidores pero puntualmente incumplidores de la ley;
estamos dispuestos a aceptar globalmente el sistema, pero nos permitimos
sortear leve y transitoriamente sus límites. Solo nos referimos a la
conducta desviada o ilegal en aquellos individuos que se niegan a vivir
según el marco reglamentario que aceptamos la mayoría.
El incumplimiento ocasional de alguna norma, siempre que no
comporte graves riesgos o perjuicios para los demás, no es algo que tenga
que tener una valoración ética necesariamente negativa. De la misma
forma que la vida nace en el borde mismo entre el caos y el orden
energético, el derecho también evoluciona en la frontera del cumplimiento
y el desacato; al fin y al cabo, las reglas también se crean al vulnerarlas,
dice Anthony Giddens229.
Sergio Cotta230 afirma que son los propios juristas, sobre todo los
modernos, los que consideran que el derecho no es, en su esencia, sino una
reglamentación de sanciones o, mejor dicho, un sistema de reglas sobre el
228 José Antonio Marina. Los sueños de la razón
229 Anthony Giddens. Sociología
230 Sergio Cotta. La inocencia y el derecho
uso de la fuerza. A causa de la preponderancia de la sanción, se ha
operado una verdadera penalización del derecho en su totalidad; gracias
a la generalización de la desconfianza, de la servidumbre y del esfuerzo,
operada por el derecho, éste nos proporciona el sorprendente testimonio
de un aspecto primero y fundamental de la existencia: su falta de
inocencia.
D IGNIDAD
Podemos considerar que la dignidad es la cualidad de la persona que
se hace valer y que se comporta como tal persona, es decir, responsable y
lealmente, mostrando en todo momento respeto hacia sí mismo y hacia los
demás, sin permitir ser humillado por nadie ni humillar a nadie. Para
Robert Spaemann231, dignidad es aquella propiedad merced a la cual un ser
es excluido de cualquier cálculo, porque él mismo es la medida del
cálculo. Fernando Savater232 se refiere a ella como la condición que puede
exigir cada humano de ser tratado como semejante a los demás, sea cual
fuere su sexo, color de piel, ideas o gustos, etc., y aunque la dignidad es lo
que tenemos todos los humanos en común, es curiosamente lo que sirve
para reconocer a cada cual como único e irrepetible, con los mismos
derechos que cualquier otro.
Spaemann decía que hablar de la dignidad del hombre es hablar de la
conciencia y que cada individuo como tal es ya una totalidad, es ya lo
universal. En la conciencia, lo universal, la jerarquía objetiva de los bienes
y la exigencia de tenerlos en cuenta, vale como nuestra propia voluntad.
La conciencia es una exigencia de nosotros a nosotros mismos; es la
presencia de un criterio absoluto en un ser finito; el anclaje de ese criterio
en su estructura emocional. Por eso, la conciencia lleva al hombre por
encima de sí, permitiéndole relativizar sus intereses y deseos, y
permitiéndole preguntarse por lo bueno y recto en sí mismo.
231 Robert Spaemann. Ética. Cuestuiones fundamentales
232 Fernando Savater. Ética para Amador
Para Savater tratar a las personas como a personas, es decir,
humanamente, consiste en que intentar ponerse en su lugar; reconocer a
alguien como semejante implica sobre todo la posibilidad de comprenderle
desde dentro, de adoptar por un momento su propio punto de vista.
Si hay algo que aleja al ser humano de su dignidad es el miedo. Y una
de las estrategias recomendadas para provocar miedo, en palabras de José
Antonio Marina233, es no ser previsible: la arbitrariedad asusta. Yo estoy de
acuerdo con esta afirmación de Marina, porque la arbitrariedad asusta más
que la falta voluntaria de ecuanimidad; por ello, una justicia digna debe
ser previsible, además de ecuánime.
Lejos de la imagen un tanto arquetípica del sufriente digno, la realidad
nos dice que el dolor, cuando es intenso y permanente, acaba también con
la dignidad humana, en un proceso progresivo y generalizado de
depauperación espiritual de la persona. La dignidad permite sobrellevar el
dolor, pero el dolor nunca hace dignas a las personas.
D IOS … O LO QUE SEA
Si Dios fuera lo que yo pienso… entonces no sería Dios. Esta paradoja
expresa mi incapacidad para describir a un ser cuya existencia percibo
subjetivamente a través de mi conciencia, del que estoy convencido de que
me compaña siempre en el discurrir de mi vida, que creo que me acoge
afectuosamente pero sin exigirme a cambio ningún tributo ni condición,
que siento que me orienta éticamente hacia el bien propio y ajeno desde la
libertad, y que representa – para mí – el punto de fuga topográfico, es
decir la referencia en el horizonte infinito, de toda la Realidad.
Desde esta convicción íntima y con las obvias limitaciones, asigno a
Dios una serie de características que trascienden lo meramente físico y aún
psíquico, pero que me permiten encontrarle un sentido más hondo y pleno
a mi propia experiencia de la realidad.
233 José Antonio Marina. La pasión del poder. Teoría y práctica de la dominación
Lo primero que debería decir es que Dios tiene que ser la
trascendencia infinita, la que no depende del tiempo ni del espacio ni de
ninguna otra dimensión física que aún no conozcamos, el que está más
allá de los límites de cualquier conocimiento que puede ser
experimentado, en palabras de José María Castillo234. Desde esa condición,
surge de forma inevitable el carácter de lo absoluto. Pero si nos
quedásemos en este punto, alguien podría llegar a pensar que hemos
convertido a Dios en un ser elaborado ad hoc, bastante escurridizo, que
huye de lo concreto y se mantiene al margen de la realidad.
Karl Rahner235 ya previó esto y colocó al ser humano en el seno de ese
absoluto, al menos a efectos de vivencia y percepción: Dios es el ser
absoluto, el fundamento absoluto, el misterio absoluto, el horizonte
absoluto y definitivo, dentro del cual la existencia humana se desarrolla
con libertad, conocimiento y acción. Cuando todo esto lo referimos
expresamente al ser humano, esa trascendencia absoluta se convierte en
profundidad, en interioridad: lo definitivo – Dios – es lo más interior que
tenemos todos; está en el silencio de la profundidad de la materia que nos
constituye o, como dice Rahner, es la última palabra antes del silencio en
el que por desaparición de todo lo particular denominable, tenemos que
habérnoslas con el todo fundamentador como tal.
Podríamos encontrar a Dios en lo infinitamente pequeño, en ese
silencio insondablemente profundo de la materia, cuando ya el ruido de
ninguna partícula subatómica es capaz de distraernos de lo auténticamente
fundamental de la existencia; podríamos encontrar a Dios en la evolución
cosmológica que nace de un punto adimensional; pero solo lo podemos
experimentar personalmente cuando lo buscamos en el interior de nuestra
mente.
Los creyentes nos atrevemos a hablar de un Dios al que no somos
capaces de tocar ni de ver como un ente específico, pero al que atribuimos
un montón de características superlativas; por eso, necesitamos poner los
234 José María Castillo. La humanización de Dios: ensayo de cristología
235 Karl Rahner. Curso fundamental sobre la fe: introducción al concepto de
cristianismo
pies en la tierra y permitir a Dios que se ponga al alcance de nuestra
percepción, ya que no de nuestra comprensión. Y para ello, nada mejor
que hacerlo a través de un atributo específicamente humano: la palabra
inteligente; hemos identificado a Dios con La Palabra, el logos. Juan236
empieza su Evangelio de esa forma: en el principio era el logos y el logos
era con Dios y el logos era Dios. Rahner lo expresa con gran elocuencia:
el Logos encarnado es la finitud de la palabra infinita de Dios,
refiriéndose a Jesucristo, que es la figura concreta – la única – mediante la
cual los cristianos podemos reflexionar humanamente sobre Dios.
Tratar de representar a Dios, de percibirlo, en lo más profundo de
nuestra mente – que adquiere así la categoría de alma – no es solo una
explicación posible, una mera hipótesis incontrastable, como lo son el
resto de las hipótesis cosmogónicas. Dios es – siempre para el que está
críticamente convencido – mucho más que una justificación argumental
para tapar el agujero de nuestro precipicio existencial. Si cayésemos en
esa tentación, creo que estaríamos entrando de lleno en una malversación
de nuestra fe; un parche que solo sirve para taponar la hemorragia de
nuestra desesperación, pero sin opción a transformarla en esperanza.
No deberíamos convertir a Dios solo en una hipótesis – aunque lo sea,
al menos en cierto sentido – porque eso acarrearía el riesgo de que pudiera
llegar a ser innecesaria, como dicen que le espetó Pierre Simón de Laplace
a Napoleón Bonaparte. Pero eso es lo que hacen realmente los creyentes
que echan mano de Dios de forma irresponsable para justificar fenómenos
que solo tienen su origen en el mundo físico. De alguna manera, esa pobre
concepción del Dios tapa-agujeros que denunció Dietrich Bonhoeffer237,
se ha mantenido encapsulada en la tradición desde las formas más
primitivas de todas las religiones, no solo de la cristiana. No debemos
utilizar a Dios como tapa-agujeros de nuestro conocimiento imperfecto.
Si utilizásemos a Dios simplemente para amordazar nuestra
ignorancia, estaríamos reduciéndole a una mera conjetura; si solo
queremos a Dios para eso y para reprimir nuestra conducta – y,
236 Juan (Evangelista). Jn 1,1. http://www.vatican.va/archive/ESL0506/__PW7.HTM
237 Dietrich Bonhoeffer. Resistencia y sumisión
especialmente, la de nuestros congéneres – le habremos convertido en ese
Dios que tanto odiaba Nietzsche238 y que tanto daño ha hecho al
cristianismo: el concepto cristiano de Dios tal vez represente el nivel más
bajo de la evolución descendente del tipo de los dioses. ¿Dios,
degenerado a ser la contradicción de la vida, en lugar de ser
transfiguración y su eterno sí? Lejos de ser un recurso creado por el
hombre a la medida de sus necesidades y de enriquecerse a costa de
empobrecer al hombre, en la línea argumental de Feuerbach 239: para que
Dios sea todo, el hombre debe ser nada, Dios es parte del ser humano y
fundamento de la plenitud de su vida, en tanto que fundamento toda
realidad.
Zubiri240 plantea el problema de Dios y del acceso a Él desde una
perspectiva próxima, como fundamento último del poder de lo real, a
mucha distancia de la visión clásica iniciada – personificada, más bien –
por Aristóteles, como causa primera y motor del mundo; una visión
renovada y reforzada por Tomás de Aquino, René Descartes o Isaac
Newton, entre otros. Solo desde esa visión próxima que menciona Zubiri
se percibe a Dios como fundamento último de la realidad, no como algo
añadido a la realidad del hombre sino como parte de él. Por tanto, no se
trata tanto de demostrar que existe Dios, como de mostrar que algo que
existe es Dios. Es la vía de la religación, el auténtico significado del
término religión,
Pero, en realidad, ¿qué sabemos de Dios? La respuesta más honrada –
y, seguramente, más inteligente – a esta pregunta es… nada. Dios es como
un agujero negro que absorbe nuestra capacidad de comprensión y del que
no podemos obtener ninguna información, tan solo algunas pistas
secundarias, a modo de la radiación de Hawking producida en el horizonte
de sucesos de un agujero negro. Al final, todo es atraído gravitatoriamente
y finaliza en Él, pasando a unas dimensiones desconocidas.
238 Friedrich Nietzsche. El Anticristo.
239 Ludwig Feuerbach. La esencia del cristianismo
240 Xavier Zubiri. El hombre y Dios
Por ello, solo podemos aproximarnos a la experiencia de Dios a través
del mundo del que formamos parte, aprovechando nuestra propia
condición de ser una experiencia de Dios. Pero si pretendemos mirarle
directamente a la cara – aquello que prohibía taxativamente la tradición
judía – lo único que encontraremos es un dado de infinitas caras, una
esfera tatuada con el infinito, en expresión de Rafael Argullol241.
Más allá de cualquier disquisición teórica, considero que Dios puede
ser mucho más accesible para cualquiera a través de la emoción provocada
por la observación de un cielo nocturno plagado de estrellas o tras
escuchar una cantata de Bach, que por la reducción al absurdo de
cualquier argumentación científica o lógica sobre la creación del mundo,
de la vida o de la autoconciencia humana. Galileo, pese al humillante trato
que recibió por parte de la jerarquía vaticana, fue capaz de escribir 242:
cuando reflexiono y veo cuántas y cuán admirables cosas los hombres han
entendido, investigado y ejecutado, pienso con toda claridad que la mente
humana es verdaderamente una obra de Dios, y sin duda una de las más
sublimes.
D IVERSIÓN … O DISFRUTE
Ninguna tradición debería consistir en la momificación de la historia,
en preservar su tejido muerto, sino en conservar y acrecentar lo
auténticamente vivo que hay en ella: el pensamiento y la belleza. Por eso,
los que combaten ciegamente la tradición resultan tan peligrosos como los
que pretenden, no menos ciegamente, vivir solo de su embalsamado
recuerdo. Heidegger243 decía que no es que la antigüedad deba ser
superada, sino que lo que debe combatirse es a sus malos albaceas.
Si nos concentramos en el presente e ignoramos el pasado,
perderemos un valioso patrimonio; pero, si solo miramos al futuro
inmediato y de frente, nunca podremos conocer y disfrutar de todo lo que
241 Rafael Argullol. Visión desde el fondo del mar
242 Galileo Galilei. Diálogo sobre los dos sistemas máximos
243 Martin Heidegger. Ser y tiempo
hay y acontece a ambos lados del camino y en lontananza, viendo alejarse
el pasado y acercarse el futuro. La diferencia entre estar concentrado y
estar atento es la misma que existe entre divertirse y disfrutar.
Divertirse es escapar de una realidad insatisfactoria, a veces
angustiosa, mientras que disfrutar es experimentar la satisfacción de vivir
la realidad con toda la intensidad y todos sus inevitables riesgos;
concentrarse significa aislarnos de todo para fijar nuestro interés en un
único y exclusivo punto de fuga sin dimensiones, mientras que estar
atento es abrir todos los poros de nuestra inteligencia sentiente a las
infinitas dimensiones de una realidad en la que todo está estrecha y
complejamente ligado.
Horkheimer y Adorno244 afirmaban hace más de medio siglo que los
elementos inconciliables de la cultura, arte y diversión, son reducidos
mediante la subordinación final a un solo falso denominador: la totalidad
de la industria cultural. Esta industria cultural consiste básicamente en la
repetición, en la diversificación en tanto que prolongación del trabajo.
Hoy, las telecomunicaciones y la mecanización de la vida han
conquistado tanto poder sobre el hombre, incluso sobre su tiempo no
laboral o no lectivo, que éste ya no puede llamarse tiempo libre; solo se
tiene acceso a las reproducciones del proceso del trabajo mismo. Al final,
todo se referencia a la utilización del hombre por el hombre, escondiendo
este hediondo fin en la diversión, el sucedáneo perverso que le escamotea
el disfrute de la vida en su plenitud.
A estas alturas nadie puede alegar ignorancia sobre cómo acaban los
paraísos terrenales ofrecidos por los caudillos de las teocracias, del
fascismo, del nacionalismo y del comunismo, con sus visiones
uniformemente deformadoras y totalitarias, todas ellas apoyadas, entre
otros mecanismos sociológicos, en la alienación de las personas mediante
la diversión institucionalizada y la represión de cualquier forma no
autorizada de disfrute. Ningún hombre ha sido capaz de conseguir crear a
244 Max Horkheimer; Theodor Adorno. La industria cultural. Iluminismo como
mistificación de masas
lo largo de la historia ninguna Arcadia con garantía expresa de felicidad, a
pesar de haberla soñado (o alucinado).
Disfrutar no significa estar sometiendo continuamente nuestra mente a
una examen profundo sino expandir nuestras ansias de libertad en el
ejercicio físico, en la realización de actividades lúdicas, en la
contemplación del arte y de la naturaleza y, en general, en cualquier
actividad que nos haga sentirnos legítimamente satisfechos de nosotros
mismos.
Disfrutar también es descansar física y psíquicamente, porque no todo
es reflexión en la vida. Si nos empeñamos en buscarle un sentido profundo
a cada una de nuestras acciones, podemos acabar cansados, aburridos y,
sobre todo, defraudados. David Hume245 no dudaba en atemperar la
relevancia real de sus reflexiones: como, juego una partida de
backgammon, charlo y soy feliz con mis amigos; y cuando retorno a estas
especulaciones después de tres o cuatro horas de esparcimiento, me
parecen tan frías, forzadas y ridículas que no me siento con ganas de
profundizar más en ellas.
Peso eso, querido lector, atempere su mente y váyase al cine. Disfrute
de la película.
D OGMATISMO
La búsqueda del saber ha sido en todo momento de la historia humana
el esfuerzo para ensanchar y profundizar el conocimiento de todo lo
cotidiano. Sin embargo, cuando la tendencia a buscar regularidades y fijar
leyes con que dominar a la naturaleza se convierte en obsesión, hace acto
de aparición el pensamiento dogmático.
Estamos acostumbrados a encontrar regularidades en todos los sitios
donde miramos, algo que siempre ha asombrado a los científicos. El
problema es que nuestro pensamiento dogmático nos conduce en
ocasiones a encontrar regularidades incluso allí donde no las hay;
245 David Hume. Tratado de la naturaleza humana
queremos reducir la realidad a algo abarcable con nuestros brazos. Y es
ahí donde chocamos con la dura y tenaz realidad.
La acción intelectual responsable para cualquier tipo humano consiste
en ensamblar todo tipo de situaciones o contextos – histórico, filosófico,
artístico, científico, etc. – con ayuda de muchos lenguajes, pero también
en cuestionar cada uno de ellos en determinadas circunstancias.
El dogmatismo lleva al fanático – religioso, político, deportivo, etc. –
a proclamar que la suya es la única e incuestionable verdad. Por eso, el
dogmatismo conduce a la aniquilación de las ideas y, en muchas
ocasiones, a la destrucción física de los propios adversarios ideológicos;
en el ámbito religioso, se llega a la paradoja ética de que casi todos
tenemos la suficiente religión como para odiar, pero no la suficiente como
para amar, como adviritió lúcidamente Anthony de Mello246.
El dogmatismo llega a alcanzar cotas de paranoia cuando se adentra en
el campo de la posesión exclusiva de verdades eternas sobre la razón, la
justicia, la nación o Dios. Si no fuera por sus terribles consecuencias,
moverían a la risa todos esos autoproclamados defensores de sus ideas
inamovibles, que son capaces de matar a un semejante, rivalizando por
una frase, una bandera o una simple figura de madera o de piedra.
¡Qué lejos están los dogmáticos de saber lo que son sentimientos
inteligentes, experimentados no como la memorización mecánica y
obsesiva de frases huecas, sino como una relación permanente, casi
siempre sutil, con lo auténticamente trascendente que hay en todo ser
humano!
Nunca he entendido a los que se detienen con miedo delante de
cualquier puerta del conocimiento. Yo, como Unamuno 247, detesto el ¡no
pasarás! de los dogmáticos de uno u otro signo, que por diferentes
motivos se niegan a avanzar y a hacer frente a sus dudas reales.
246 Anthony de Mello. La oración de la rana
247 Miguel de Unamuno. Del sentimiento trágico de la vida
D OLOR
La experiencia del dolor es, sin duda, la forma más común de alerta.
Permite al cerebro darse por enterado de la existencia de un problema
grave en el cuerpo que requiere su atención y la adopción de medidas
correctoras; este dolor fisiológico no solo informa de la existencia del
problema, sino también proporciona datos relevantes sobre la localización,
la naturaleza y, generalmente, la importancia del problema. Pero no existe
ninguna medida objetiva del dolor, ya que cada uno lo interpreta
condicionado por sus específicas y personales circunstancias
fisiopatológicas, experiencia vital, entorno, cultura, estado de ánimo, etc.
Cuando el dolor fisiológico ha cumplido su imprescindible objetivo
informativo, carece de sentido biológico mantener el estímulo negativo o
nociceptivo, por lo que el propio organismo trata de neutralizarlo a través
de los que se conoce como mecanismo de control de barrera, basado en el
sistema inhibitorio descendente del sistema nervioso central. Este peculiar
circuito nervioso permite generar una respuesta en sentido inverso al
estímulo doloroso y bloquear la recepción de nuevos estímulos dolorosos
durante un cierto tiempo; en casos extremos, se llega a la pérdida de la
consciencia. Cuando el impacto emocional del dolor es destructivo, es la
propia mente la que se encarga de gestionar la memoria de esta
experiencia y puede, en determinadas circunstancia, modular el recuerdo o
incluso hacerlo desaparecer.
Si el dolor persiste más allá de lo estrictamente necesario para
informar debidamente al cerebro, deja de ser un dolor fisiológico para
convertirse en un dolor patológico. En otros casos, el dolor es debido a
que las vías de transmisión del impulso doloroso no funcionan
adecuadamente o estén deterioradas, actuando como auténticos
generadores autónomos de impulsos dolorosos, como ocurre en el llamado
dolor neuropático; también puede ocurrir que el cerebro interprete
inadecuadamente los impulsos nociceptivos, experimentando sensaciones
carentes de justificación física. Puede, incluso, haber una experiencia de
dolor sin que exista ningún estímulo nervioso; es decir, el cerebro se
inventa el dolor en respuesta a determinados estados emocionales
psicopatológicos; es el dolor psicógeno.
En ocasiones, llamamos dolor emocional al sufrimiento provocado
por la vivencia de experiencias traumáticas, pero no ese al que ahora nos
referimos. El dolor físico, como elemento asociado a la enfermedad, es
una compañía constante de cualquier ser con un sistema nervioso
mínimamente organizado. En el caso del ser humano, el dolor también
constituye un factor de agresión y de reducción de la calidad de vida y de
la dignidad humana.
D ROGADICCIÓN
Las drogas no son, ni mucho menos, un invento de nuestro tiempo ni
del mundo occidental, pero han alcanzado su máxima expansión social en
la moderna sociedad globalizada. Decía Annie Gottlieb 248 que el deseo de
sobrevolar por encima de una vida llena de altibajos es el legado más
agridulce que le dejaron las drogas a su generación. Ese deseo de
sobrevolar la realidad, de saltar sobre ella, haciendo tabla rasa de un
presente desalentador ante el que el sujeto es incapaz de enfrentarse con la
fuerza de su voluntad libre, acaba convirtiéndose en un empeño de vivir
únicamente lanzado hacia el futuro.
Con las drogas, como con la ludopatía, el ser humano escapa de sí
mismo, abandona la cárcel de su rutina diaria e inventa una realidad
diferente, huye temporalmente lo que le agobia o simplemente le hastía. El
problema es que, en ocasiones, la realidad cotidiana es tan amarga que uno
quiere quedarse permanentemente en esa otra realidad creada
ficticiamente. El miedo a crecer, a envejecer, a lo que nos rodea o a otras
personas o situaciones empujan a muchos a vivir mundos irreales, en
ocasiones con ayuda de drogas u otros instrumentos psicológicos o
sociológicos.
248 Annie Gottlieb. Do you believe in Magic? Bringing the sixties back home
El abandono, la ausencia de sí mismo, alimenta la tristeza. La
reflexión al respecto de un hombre bueno condenado a muerte por un
régimen infame, como era el caso de Dietrich Bonhoeffer 249, es
especialmente elocuente: un rasgo esencial del hombre, en contraposición
con el adolescente, es que el centro de gravedad de su vida se halla
siempre allí donde él se encuentra, y la nostalgia de ver incumplidos sus
deseos no es capaz de impedirle ser totalmente lo que es allí donde la vida
lo ha situado.
Pero para autoposeernos necesitamos sabernos, solo sabiéndonos
podemos creer en nosotros mismos, ahuyentando así la tristeza y el vacío
existencial; solo sobre esa base se puede construir algo que podamos
llamar vida. Para Laín Entralgo250, solo en algo que sé puedo creer, sea
recta o torcida mi creencia, y solo sabiendo clara o turbiamente qué espero
puedo esperar, y solo puedo amar sabiendo de algún modo qué es lo que
amo.
Las drogas – ilegales o no – y el fanatismo representan los dos
recursos más habitualmente utilizados para escaparse de la
responsabilidad personal de crecer como ser individual e insustituible.
D UDA
Una confianza ciega en la razón puede acabar convirtiéndose en un
manantial inagotable de estupidez ya que, como nos convenció Kant 251, la
razón no proporciona la clave exclusiva de la naturaleza última de la
realidad trascendente. Por eso, es intelectualmente higiénico cuestionar
hasta el último de los asertos a los que nos agarramos habitualmente, de
igual manera que como hizo Descartes252: tratar todas las creencias
adquiridas como si fueran falsas, aunque realmente no lo sean. A
Descartes lo único que le parecía seguro como referente era su propia
249 Dietrich Bonhoeffer. Resistencia y sumisión
250 Pedro Laín Entralgo. Creer, esperar, amar
251 Immanuel Kant. Crítica de la razón pura
252 René Descartes. Discurso del método
existencia, que venía confirmada por la capacidad de pensar; cualquier
pensamiento que una persona tenga indica que esa persona existe, incluso
si es completamente falso el contenido de ese pensamiento. Es el meollo
del célebre cogito ergo sum, originalmente en francés Je pense, donc je
suis; es decir, yo pienso, por lo tanto yo soy (pienso, luego existo).
Descartes tuvo el coraje de enfrentarse a todo con su duda metódica –
que luego ha resultado tan útil en el ámbito de la ciencia y de la filosofía –
y con ello arrinconó a los dogmáticos y a los ignorantes contra las cuerdas.
Muchos siglos antes, Sócrates había puesto en ridículo a los que se creían
detentadores de verdades inconmovibles y carentes de la más mínima
duda; aunque tamaño descaro le costó la vida. La historia nos ha mostrado
numerosos ejemplos de lo vengativos y crueles que son los que dicen
sentirse seguros de todo cuando se enfrentan a alguien que les demuestran
lo sumamente estúpidos que son. Reconozco que me resultan
particularmente desagradables los dogmáticos de cualquier signo y los
ignorantes proactivos que, por diferentes motivos se niegan a dudar y, por
tanto, a avanzar. Y por eso mismo, desprecio el escepticismo como actitud
– o más bien, como escudo – intelectual, porque sé que es una mentira y
además, a la larga, es inviable. El escéptico confunde la inteligencia con la
indiferencia.
La verdadera duda es la antítesis del escepticismo y de la ignorancia.
En realidad, ignorancia y escepticismo son dos caras diferentes de una
misma actitud ante el conocimiento. El ignorante se siente satisfecho con
su falta de conocimiento, sin que sienta ninguna necesidad en cambiar; por
su parte, el escéptico se siente satisfecho con su falta de compromiso con
el conocimiento y rechaza cualquier cambio de estatus, porque ello le
obligaría a enfrentarse a una realidad que desprecia porque la teme.
La duda auténtica exige el compromiso de conocer en profundidad la
cuestión, pero – a diferencia de la cobarde indiferencia del escéptico – lo
hace aceptando que puede ser tanto lo uno como lo otro, asumiendo
positivamente todas las opciones reales. Dudar es un modo de asumir
como verosímiles dos o más afirmaciones, aunque no necesariamente con
el mismo grado de convicción. Esta duda se asemeja a la incertidumbre
consustancial del mundo cuántico; emula la dualidad onda-corpúsculo de
la física de partículas, en la que ambas características – aparentemente
contrapuestas – confluyen y se complementan de forma natural en un
mismo fenómeno.
Ninguna duda – sea cual sea su ámbito – es tan agria como la que nos
negamos a afrontar. Como decía Emile Cioran 253, la duda es mucho menos
intensa, mucho más soportable que la desesperación. Además, es un
criterio de diferenciación de las actitudes personales; siguiendo al propio
Cioran, el criterio de la duda es el único que permite distinguir a los
profetas de los maníacos.
La duda es a la mente lo que la autoconciencia es a la vida. La
curiosidad y la reflexión son capaces de generarnos dudas porque
observamos, interpretamos e inteligimos una realidad que choca con el
modelo mental que previamente habíamos configurado sobre ella; de
hecho, la filosofía no existiría si no existiese la duda. Bertrand Russell 254
decía que el valor de la filosofía debe ser buscado en una larga medida en
su real incertidumbre. Aunque es incapaz de decirnos con certeza cuál es
la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas
posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos libera de la tiranía
de la costumbre. Al disminuir nuestro sentimiento de certeza sobre lo que
las cosas son, aumenta en alto grado nuestro conocimiento de lo que
pueden ser, concluía Russell.
La duda es un modo de creencia y pertenece al mismo estrato que
ésta en la arquitectura de la vida, afirmaba Ortega y Gasset255; es estar en
lo inestable como tal. Pero, al fin y al cabo, la realidad es pura
inestabilidad; si el universo hubiera sido un océano cósmico de estabilidad
energética, ni usted ni yo podríamos dudar. Simplemente, no existiríamos.
253 Emile Michel Cioran. En las cimas de la desesperación
254 Bertrand Russell. Los problemas de la filosofía
255 José Ortega y Gasset. Creer y pensar
E CONOMÍA
Si entendemos como justicia el deber moral de dar a cada uno lo que
le es debido, es evidente que no podemos aspirar a una sociedad justa al
margen de la economía y del derecho; es decir, al margen de disposiciones
de carácter práctico que sirvan de referencia para los individuos y las
instituciones, y pongan en práctica acciones correctivas eficaces. En
definitiva, la justicia y la economía conforman una relación sustancial,
recíproca e indisoluble desde la existencia de las más primitivas
sociedades.
La clásica visión de la economía como la gestión de recursos limitados
alcanza su máximo significado cuando lleva asociada la idea de la justicia.
Y ello es especialmente cierto en un mundo como el nuestro que se ha ido
decantando en términos reales hacia único modelo de generación de
riqueza, basado – con todos los matices que se quieran hacer – en la
economía de mercado.
La reciprocidad histórica entre justicia y economía implica que la
inversión y el desarrollo están íntimamente ligados con la correspondencia
funcional entre las dos caras de una misma moneda: la justicia
conmutativa y la distributiva. En relación a la primera, cualquier
irregularidad en el funcionamiento de los tribunales – considerando que la
exasperante lentitud judicial es también una irregularidad – dificulta el
progreso, al proporcionar inseguridad jurídica al ciudadano y a las
empresas, que se sienten desprotegidos no solo ante el Estado, sino
también frente a otras instituciones públicas o privadas y a otros
individuos.
La seguridad jurídica es, pues, un requisito esencial en la creación de
riqueza, ya que cualquier situación de incertidumbre inhibe la
planificación de nuevas ideas, encarece la inversión, frena la posibilidad
de crecimiento y, con ello, la de generación de un empleo de calidad.
El empleo de calidad puede definirse como el que obedece a una
necesidad real de la empresa – pública o privada –, que es ejercido con
competencia técnica renovada, que es retribuido en razón de la calidad,
responsabilidad y cantidad de la dedicación del trabajador, y con una
estabilidad directamente relacionada no solo con la necesidad del servicio
o de la producción que realiza, sino también con el esfuerzo y compromiso
históricamente realizado por el trabajador (coste de oportunidad laboral).
Un empleo de calidad es uno de las mejores inversiones de las sociedades
avanzadas y de cualquier empresa con aspiración de futuro que no base su
trayectoria en la piratería o en enriquecimiento ilícito.
Aunque el crecimiento económico es una condición necesaria, no es
suficiente para aumentar el bienestar y la calidad de vida de los miembros
de la sociedad. De hecho, hasta en las sociedades más ricas en términos
macroeconómicos son fácilmente visibles los signos de tensión social
provocados por la distribución injusta de los frutos del desarrollo
económico. Aunque en una sociedad democrática asentada sobre una
economía de mercado no es aceptable la interferencia del Estado sobre el
mercado – al menos como un permanente asignador de recursos –, sí es
recomendable corregir los efectos deletéreos del funcionamiento crudo de
las leyes de mercado. Y para ello, el Estado, con la autorización
democrática de la ciudadanía, puede y debe poseer – y utilizar –
herramientas tan poderosas como las políticas tributarias y de gasto
público. Y éste constituye el otro gran plano donde se desarrolla la
relación entre justicia y economía, la justicia distributiva.
En los países democráticos, la mayor parte de las políticas económicas
tienen un carácter fundamentalmente reformista; es decir, tratan de
construir un tejido económico a base de pequeños cambios o reformas, de
efectos no demasiado intensos y, por ello, susceptibles de ser revertidos en
caso necesario. En general, sus resultados suelen ser limitados a corto
plazo, pero son eficientes en el medio y largo plazo... a condición, claro
está, de que los gobernantes tengan un mínimo de honestidad y de
inteligencia (algo no excesivamente común, como usted sabe). Antonio
Escohotado256 considera que cualquier proyecto reformista es
esencialmente humilde, en contraste con los ideales revolucionarios, que
256 Antonio Escohotado. Caos y orden
empezaron exigiendo el fin del egoísmo para alcanzar un paraíso terrenal
y acabaron instaurando sórdidos infiernos.
Por su parte, el capitalismo – especialmente cuando alcanza su delirio
ultraliberal – no guarda en su seno ninguna bondad ética; además, el
capitalismo no regulado es el peor enemigo de sí mismo. Como dice Tony
Judt257, más pronto o más tarde está abocado a ser presa de sus propios
excesos y volver a acudir al Estado para que lo rescate. Ya sabe que en
cada crisis financiera, detrás de cada cínico – o simplemente incompetente
– ejecutivo bancario o inversor hay un economista que le asegura – y a
nosotros – desde una posición de autoridad intelectual indiscutida, que
sus actos son útiles socialmente y que, en todo caso, no deben ser
sometidos a escrutinio público.
Mucho me temo que ni la expansión económica permanente, ni la
globalización sean los mejores objetivos para cubrir las necesidades de las
sociedades y los individuos; son, sobre todo, instrumentos a la medida de
los intereses de las grandes empresas. De hecho, la supuesta nivelación
entre países que se argumenta como necesaria para apoyar la globalización
de la economía mundial, no ha contribuido realmente a mejorar la justicia
distributiva entre los habitantes de cada país. Quizá en este punto sería
prudente recordar lo que decía Adam Smith258: la idea de una sociedad en
la que los únicos vínculos son las relaciones y los sentimientos que surgen
del interés pecuniario es esencialmente repulsiva.
Las sociedades modernas se caracterizan por tener Estados
eternamente endeudados, que es tanto como decir que los ciudadanos
están pagando deudas crecientes que han generado la incompetencia y la
codicia – emparejada con la falta de honradez – de sus administradores. El
problema fundamental de la deuda es que cuánto más pagan los deudores,
más deben, afirma Paul Krugman259. Y la deuda no la generan los
ciudadanos por tener más y mejores servicios públicos, sino que es fruto
sobre todo de una serie interminable de crisis financieras ligadas al
257 Tony Judt. Algo va mal
258 Adam Smith. La riqueza de las naciones
259 Paul Krugman. ¡Acabad ya con esta crisis!
comportamiento salvaje de algunas de las más pujantes instituciones
bancarias y de la complicidad flagrante de los administradores públicos.
E DUCACIÓN
La única revolución verdadera emprendida por el hombre que ha
llegado a tener algún éxito persistente, ha sido la educación. Aunque
históricamente la gradualidad de su implantación generalizada y su
localización espacio-temporal y social es imprecisa, su realidad es
incontestable y ha conseguido transformar irreversiblemente el simple
aprendizaje en un fenómeno mucho más complejo y relevante. Con la
educación, la persona pasa a convertirse en propietaria de sí misma y ello
le permite adquirir también su propio protagonismo social. En este
proceso, obviamente, la escuela adquiere un relevante papel sustanciador,
aunque no siempre positivo.
Pierre Bourdieu260 consideraba que la importancia de la escuela en la
educación del niño se pone de manifiesto especialmente a través del
concepto de reproducción cultural, un concepto que alude a la
responsabilidad que escuelas y otras instituciones sociales tienen en
relación con la perpetuación de determinados desajustes sociales y
económicos. Cuando los modelos sociales y familiares más degradados e
injustos son mantenidos por las instituciones públicas, se condena al niño
a no pasar de ser un mero peón al servicio de los intereses de las minorías
privilegiadas, anulando – o, al menos, reduciendo – su capacidad para
reaccionar ante la injusticia.
Asimismo, aunque la educación infantil ha experimentado una notable
evolución, no afecta a todas las poblaciones y estratos sociales por igual y,
en muchos casos, tal educación no tiene continuidad. Una consecuencia de
ello es lo que Anthony Giddens261 define como analfabetismo cultural, la
carencia de capacidades lingüísticas y numéricas suficientes para
260 Pierre Bourdieu. La distinción
261 Anthony Giddens. Sociología
desenvolverse en la vida cotidiana; un problema que, como afirma el
propio Giddens, afecta a la mayor parte de la población incluso, en los
países desarrollados.
En este contexto sociológico, la tarea más fundamental de la
educación es enseñar a los hombres a tener intereses, como indica Robert
Spaemann262, ya que la formación de intereses objetivos, el conocimiento
de los valores de la realidad, constituye un elemento esencial para
configurar una vida que aspira a merecer ese nombre. Por eso el papel del
maestro es tan relevante; un maestro humanizado, más preocupado por
abrir los ojos que por llenar los cerebros, un maestro consciente de sus
limitaciones y de la gravedad de su responsabilidad. George Steiner 263
afirmaba que enseñar sin un grave temor, sin una atribulada reverencia
por los riesgos que comporta, es una frivolidad; hacerlo sin considerar
cuáles pueden ser las consecuencias individuales y sociales es ceguera.
Enseñar es despertar dudas en los alumnos, formar para la
disconformidad; es educar al discípulo para la marcha.
A cierta edad, sin embargo, nadie puede culpar de sus fracasos a la
educación realizada por los padres, por la escuela, ni por los maestros:
somos lo que nos hacemos; no se enseña, se aprende, decía Ciriaco
Morón264.
E MOCIONES INTELIGENTES
Creo que el sentido humano de la vida consiste en el hallazgo
permanentemente reactualizado que hacemos de nosotros mismos y del
mundo en el que estamos inmersos y del que inexorablemente formamos
parte. Sentirnos y saber de nosotros mismos nos hace considerarnos
nuestros propios dueños, ser nuestra máxima autoridad; un sentimiento
permanente que nos hace diferentes, únicos. Decía Ortega 265 que vivir es
262 Robert Spaemann. Ética. Cuestiones fundamentales
263 George Steiner. Lecciones de los maestros
264 Ciriaco Morón. Las humanidades en la era tecnológica
265 José Ortega y Gasset. Unas lecciones de metafísica
una revelación, un no contentarse con ser sino comprender o ver qué se es,
un enterarse.
Todos los aspectos que somos capaces de percibir en tanto que seres
vivos – como los sonidos o las formas – tienen un carácter propio que no
depende de ninguna valoración, razonamiento o análisis. Sin embargo,
para el hombre cada uno de estos aspectos lleva asociada una sensación
poderosa de que es verdad, como una especie de aval que lleva adosado y
que Zubiri266 llama contenido y formalidad de la realidad. Así pues, una
primera función de lo sensible consiste en ser la primaria vía de acceso de
la realidad. Y es justamente la realidad lo que hace que la inteligencia sea
un perfecto continuo con el puro sentir, obligándola a concebir, a juzgar,
etc., a las cosas. Por ello, todo proceso de intelección es sentiente. El
sentir y la inteligencia constituyen, de esta manera, una unidad intrínseca,
la zubiriana inteligencia sentiente.
Si estamos de acuerdo con lo anterior, podemos asumir que no hay un
mundo exclusivo de los sentidos – un mundo mera sensibilidad – para el
ser humano y, de forma separada, un mundo propio de la inteligencia pura,
carente de sentimiento. La inteligencia accede a la realidad, la asume,
sintiéndola, y, al mismo tiempo la sensibilidad humana siente
intelectualmente; en el hombre, sentimiento y razón constituye un
entramado inseparable.
De la misma forma que nuestros sentimientos no son la mera
proyección de instintos y necesidades biológicas, tampoco la razón pura –
sea ésta lo que sea – define enteramente al ser humano: cualquier sencilla
calculadora de bolsillo ejecuta instrucciones lógicas con mucha mayor
rapidez y precisión que cualquier ser humano. Llevado a su extremo, se
corre el riesgo de que la vida individual sea anulada por una excesiva
racionalización; es decir, que las personas sean eliminadas por los
mecanismos de racionalidad que ellas mismas han generado y que la
posibilidad de comunicación sea abolida por la racionalización
sistemática: el hombre devorándose a sí mismo, como denunciaba
266 Xavier Zubiri. Notas sobre la inteligencia humana
Habermas. Varios siglos antes, Montaigne 267 ya anticipaba que la
confianza fuera de lugar en la razón es el manantial de la idiotez e,
indirectamente, también de la ineptitud.
Tampoco esta exclusividad del espíritu humano – el sentir inteligente
– consiste simplemente en una emoción sin sentido, ya que tiene un rasgo
característico y propio: se encamina hacia metas específicas, aunque esté
sometido a las circunstancias y al entorno, como decía Edmund Sinnott268.
En otras palabras, al hombre no le queda más remedio que sentir
inteligentemente porque sus tendencias le han llevado a un punto en que
tiene que hacerse cargo de la situación y de las cosas, enfrentándose a ellas
como realidad.
El hombre es fundamentalmente un ser que busca, que apetece, que de
alguna manera ambiciona permanentemente; esa es la fuerza que le mueve
y le guía. Jean Guitton269 afirmaba al respecto: solo tengo el sentimiento
de encontrar algo si continúo buscando; en el momento que dejamos de
buscar perdemos lo que hemos encontrado. Cuanto más encontramos,
más buscamos. En línea que esto último, Daniel Goleman270 denomina
inteligencia emocional a la capacidad para motivarnos, controlarnos,
entusiasmarnos y persistir en nuestro esfuerzo; algo así como la forma
inteligente de ser inteligente. Por ello, es importante que seamos
conscientes de que nuestra inteligencia solo se puede manifestar a través
de la riqueza y flexibilidad del acoplamiento estructural con los afectos.
Fritjob Capra271 proponía recuperar la plena humanidad de esta
sociedad tecnológica que tiende a asfixiarnos en su perversa lógica
matricial, algo que debe pasar por reconquistar nuestra experiencia de
conectividad con la trama entera de la vida.
267 Michel de Montaigne. Ensayos
268 Edmund W. Sinnott. La biología del espíritu
269 Jean Guitton. Mi testamento filosófico
270 Daniel Goleman. Inteligencia emocional
271 Fritjob Capra. La trama de la vida
E MPIRISMO
Básicamente, la ciencia solo acepta dos maneras – no siempre
compatibles – de estudiar la realidad y ganar conocimiento; una –
generadora de hipótesis, a través de la lógica y de las matemáticas – y la
otra – la culminación obligada de la anterior – el conocimiento empírico,
basado en la verificación experimental de las hipótesis.
Llevado a su extremo por David Hume 272, el empirismo niega la
existencia de todo salvo nuestras percepciones, colocándonos así en una
posición difícil, es decir, en el solipsismo: solo yo existo y el mundo no es
más que parte de mi conciencia; no tenemos noción de causa y efecto,
sino la de ciertos objetos que han ocurrido siempre juntos.
En realidad, lo que Hume pretendía expresar era el estado de nuestro
conocimiento del mundo: ni la religión ni la ciencia son ciertas, son
simplemente nuestra reacción ante la experiencia, solo algunas de las
muchas reacciones posibles. Lo que en la teoría es evidente, en la práctica
puede no serlo tanto. La inducción es un proceso de mera enumeración y
no tiene ninguna fuerza lógica; de hecho, todos los cisnes eran blancos…
antes del descubrimiento de los cisnes negros, en Australia.
Verificar empíricamente una hipótesis – es decir, comprobar la
eficacia representativa de una propuesta de explicación racional de un
fenómeno – consiste en intentar confirmarla mediante un experimento en
condiciones controladas, de tal manera que cada vez que se repita el
experimento en las mismas condiciones, los resultados siempre confirmen
esa hipótesis. Sin embargo, la confirmación de una hipótesis no implica
necesariamente excluir la posibilidad de que otras hipótesis diferentes
expliquen igual de bien o incluso mejor el fenómeno que estamos
estudiando; nunca podremos estar seguros de que nuestra hipótesis es la
única, ni siquiera la mejor explicación posible de ese fenómeno.
Utilizamos métodos estadísticos para comprobar la coherencia de los
resultados experimentales, lo que consiste – en términos prácticos – en
272 David Hume. Tratado de la naturaleza humana
reducir hasta un mínimo consensuado – es decir, arbitrario – la
probabilidad de que los resultados sean debidos al azar y no a las causas
que nosotros atribuimos hipotéticamente. Para ello, empleamos, entre
otros procedimientos, el conocido como falsación de la hipótesis nula, que
implica aceptar como cierta aquella hipótesis cuya contraria – la hipótesis
nula, H0 – no alcance el límite de significación estadística que hayamos
previamente – y, reitero, arbitrariamente – decidido.
Por ejemplo, en investigación biomédica, es habitual considerar como
margen de significación estadística el 95%, lo que supone que solo
aceptaremos como estadísticamente significativos aquellos resultados
agrupados de los que no podamos reducir a menos del 5% (p<0,05) 273 la
probabilidad – entre 0 como incertidumbre absoluta y 1 como certidumbre
plena – de que el fenómeno sea debido al azar o a otros motivos diferentes
a los considerados en la hipótesis que estamos testando. Es decir, cuanto
mayor – más cerca de 1 – sea el valor de p, tanto más elevada es la
probabilidad de que la hipótesis nula (H 0) sea cierta; aunque, en realidad,
lo que significa es que no podemos rechazarla como explicación del
fenómeno que estamos estudiando. Por el contrario, cuanto más próximo a
cero (0) sea el valor de p, menor es el riesgo de que nos equivoquemos al
rechazar la hipótesis nula y, por tanto, aceptamos con válida su contraria,
la hipótesis que realmente defendemos. En resumen, si No-A
probablemente no es cierta, A probablemente sí lo será.
La verdad es como un prisma irregular, con múltiples y diversas caras;
cada una de ellas es un reflejo real pero parcial de esa verdad y cada
reflejo depende del ángulo con que sea visto la cara por cada observador y
la distancia que medie entre éste y la cara observada, además de
considerar la posibilidad de que el propio observador – o el dispositivo
que éste utilice – presente algún tipo de defecto para la percepción o tenga
determinados prejuicios. Es decir, en el mejor de los casos, toda la
273 En determinados tipos de estudio se recurre a niveles de significación estadística
más exigentes, como 97,5%, 99% o incluso 99,9% (p<0,025; p<0,01; p<0,001). Esto
supone que los datos de estudio deben ser muy homogéneos.
certidumbre que podremos obtener es constitutivamente limitada y solo se
referirá a algún aspecto parcial de aquello que estudiamos.
A veces, tratamos de conocer la realidad intentando acoplar visiones
diferentes del mismo objeto o fenómeno, realizadas desde ángulos
diferentes o por otros observadores o dispositivos; sin embargo, suele
olvidarse que, en el mejor de los casos, lo que obtendremos es una
reconstrucción parcial y discontinua de la realidad. En la práctica, esto se
parece mucho a lo que pretendían los antiguos – y los modernos – sofistas,
construir argumentos racionales a base de promediar verdades a medias,
mentiras confirmadas pero convenientes e incertidumbres.
¿Es la intersubjetividad, la búsqueda del saludable pero siempre
cuestionable consenso, la única respuesta posible a nuestra sed de
certidumbre?
E NSEÑANZA
Un rasgo propio del ser humano consiste en su facultad para adquirir
habilidades y conocimientos a través tanto de la instrucción directa como
de la imitación de la conducta ajena, aunque en principio no se entienda su
utilidad. Se trata ésta de una habilidad que, aparentemente, todavía no han
descubierto algunos modernos pedagogos.
Rabindranath Tagore274 supo ver con claridad que el objetivo de la
enseñanza consiste en llamar a la puerta del espíritu; consideraba que la
sabiduría cala en los niños como una lluvia fina, aunque ellos sean
incapaces de explicarla o percibirla inmediatamente: yo me acuerdo de
muchas cosas que no comprendía y que, no obstante, me conmovieron
profundamente; cualquiera que recuerde su primera edad convendrá que
sus ideas más relevantes no le fueron proporcionadas a medida de su
grado de compresión.
La técnica socrática de preguntas y respuestas basada en la refutación,
no transmite conocimiento en un sentido ordinario de la didáctica, sino
274 Rabindranath Tagore. Las piedras hambrientas
que busca provocar incertidumbre, inducir una indagación que ahonda
hasta convertirse en autoindagación. Por eso, aquel que capta la intención
de Sócrates deviene en autodidacta, particularmente en el ámbito de la
ética. Para él, la verdadera enseñanza se lleva a la práctica mediante el
ejemplo; literalmente, es ejemplar, porque el significado de la vida justa
radica en vivirla.
Aprendemos viendo la demostración de un atleta o la interpretación de
un músico; ni el deporte ni la música – como tampoco la matemática ni la
física – se asientan definitivamente en los contenidos de los libros, aunque
no sea discutible su gran valor formativo complementario. Reducir la
enseñanza a la mera lectura de textos, por muy bien que hayan sido
seleccionados, deja incompleto el aprendizaje.
Por eso George Steiner275, afirma que la escritura induce un descuido,
una atrofia de las artes de la memoria. Para él, la memoria es la madre de
las musas, el don humano que hace posible todo aprendizaje, porque lo
que sabemos de memoria madurará y se desarrollará con nosotros mismos.
Cualquier texto memorizado se interrelaciona con nuestra existencia
temporal, modificando nuestras experiencias y siendo dialécticamente
modificadas por ellas.
Steiner y otros muchos abominan de la eliminación de la memoria
durante la escolarización, porque es como obligar a la conciencia a
deshacerse de aquello que la conecta con la vida. Algunos de nuestros
posmodernos pedagogos – tan desmemoriados ellos mismos – sostienen
que la escritura retiene el conocimiento; pero, en verdad, fiarlo todo a la
escritura lo que hace es detenerlo, inmovilizarlo en un plano único y fijo,
que anquilosa el pensamiento. Las ideas escritas no escuchan a quien las
lee ni tiene en cuenta las preguntas ni las objeciones del lector; la
enseñanza oral, en cambio, florece con los errores creativos, con los
recursos de la creatividad, la enmienda y la refutación, mientras que las
verdades reveladas en los libros convierten el universo en mármol,
asegura Steiner.
275 George Steiner. Lecciones de los maestros
Un buen maestro, pero no publicó. Este sería el dictamen del sesudo
claustro de profesores de cualquier universidad de prestigio si Jesús de
Nazaret se presentase como candidato a profesor de ética en una
universidad: no tiene condiciones para el puesto, porque no ha publicado
artículos eruditos ni gruesos tratados en medios de comunicación
especializados y de alto impacto. ¿Cómo explicarles que el corazón – el
núcleo esencial – de las enseñanzas de Jesús está expresado en forma de
parábolas, lo que Steiner denomina una taquigrafía oral encaminada a la
memorización?
Probablemente, alguno de los profesores del mencionado claustro
alegaría también, para justificar el rechazo de la candidatura de Jesús de
Nazaret como profesor universitario, que las metáforas son un mal
sustituto de las ecuaciones. Sin embargo, creo que, a veces, las ecuaciones
describen peor la realidad global que las metáforas, porque pretenden
encerrarla dentro un simple signo inmune a la vida y a la inteligencia
evolutiva y emocional. Si todo lo que tenemos que saber sobre el número
pi (p) es que su valor corresponde a 3,141592..., cabe decir que poco o
nada auténticamente importante hemos aprendido en los últimos milenios.
E NTROPÍA E INFORMACIÓN
La termodinámica estudia los intercambios de energía en forma de
calor que se llevan a cabo entre dos sistemas físicos. Sus fundamentos
científicos están recogidos en tres leyes fundamentales, de las cuales la
segunda resulta muy intrigante y, probablemente, excede los límites de los
campos de estudio actuales de la ciencia. En concreto, la segunda ley de la
termodinámica – enunciada por Carnot en 1824 – viene a indicar que la
evolución espontánea de un sistema aislado se traduce siempre en un
aumento de su entropía.
¿Y qué es la entropía? Se trata de una función que sirve para medir el
grado de desorden dentro de un proceso, permitiendo distinguir la energía
útil – la que se convierte totalmente en trabajo –, de la considerada inútil,
que se pierde o disipa en el medio ambiente; es decir, ilustra acerca de la
cantidad de energía no disponible en un sistema – termodinámico – en un
momento de su evolución.
Para representar gráficamente el fenómeno, es habitual recurrir al
ejemplo del reloj de arena. En éste no entra ni sale arena de sus dos
bulbos de cristal, que se comunican entre sí; es decir, la arena no se crea ni
se destruye. Esto supone una analogía de la Primara Ley de la
Termodinámica: el binomio materia y energía ni sea crea ni se destruye,
tan solo se interconvierten sus componentes entre sí.
Puesto que la cantidad de arena es constante en todo el sistema, lo que
sí irá variando es la cantidad de arena presente en cada uno de los dos
bulbos: la de arriba irá menguando, mientras que la de abajo aumentará de
forma complementaria, lo que representa la analogía de la Segunda Ley: la
entropía (arena del bulbo inferior) aumenta de forma constante a expensas
del estado inicial de baja entropía (la arena del bulbo superior); asimismo,
es fácil constatar que la arena desarrolla un trabajo al caer al bulbo
inferior, mientras que la arena que ya ha caído (alta entropía) no tiene
capacidad para desarrollar ningún trabajo (no puede retornar por sí misma
al bulbo superior). Es decir, esa energía consumida ya no puede reciclarse,
salvo que empleásemos más energía que la desarrollada por la caída de la
arena desde el bulbo superior al inferior, lo que conseguiríamos volteando
nuestro reloj de arena.
Puestos a hacer analogías, también podemos hacer otra entre la
evolución de los estados termodinámicos de la materia-energía y de la
información. Es realidad, esto es algo que ya hizo Claude Shannnon 276 a
mediados del siglo XX, quien desarrolló una teoría de la información en la
que denominaba entropía de la información a la incertidumbre de una
fuente de información, algo así como el ruido o desorden que contiene o
libera un sistema portador de información.
Llevados a sus extremos, los procesos irreversibles – caracterizados
por un incremento de la entropía – se ven sometidos a una pérdida de
información. Imagine el lector la rotura de una copa de cristal en múltiples
276 Claude Elwood Shannon. A mathematical theory of communication. Bell System
Technical Journal. 1948; 27 (4): 623–56. doi:10.1002/j.1538-7305.1948.tb00917.x.
pedazos. La segunda ley de la termodinámica nos dice que es
prácticamente imposible – altamente improbable, en términos estadísticos
– que la copa se restaure por sí misma de forma espontánea, con lo cual no
solo hemos perdido nuestra copa sino la información correspondiente a su
consistencia, volumen, forma, etc. Es decir, la evolución temporal de un
proceso irreversible nos roba información.
Reconozco que no resulta fácil aceptar esto último; es más, nuestra
experiencia humana parece sugerirnos que la historia implica una
acumulación creciente de información. Y, sin embargo, la realidad nos
impone una fuerte restricción, en forma de incertidumbre, para conocer el
pasado; una incertidumbre que es incluso mayor que para prever el futuro.
¿Es más fácil ser futurólogo que historiador? Me temo que, a grandes
rasgos, así es. Lo cual no quiere decir que los futurólogos – economistas
pedestres, políticos populistas, periodistas insolventes, etc. – sean más
fiables que los historiadores académicos. Todo lo contrario; yo confío en
los historiadores académicos que documentan y argumentan con rigor
lógico su visión del pasado, y desconfío en igual medida en los expertos
que pronostican nuestro futuro y – sospechosamente – nunca predicen el
suyo. Lo que afirmo es que los buenos historiadores tienen muchas más
dificultades que las que tienen nuestros modernos profetas del futuro, a los
que nadie les reclamará nada. Estos últimos, simplemente representan la
energía inútil – disipada – del sistema de información.
La intuición – y la segunda ley de la termodinámica – nos sugieren
que podríamos requerir más información para ir hacia atrás en el tiempo
que para ir hacia delante. Dado que el transcurso del tiempo es un proceso
irreversible, mientras que no se demuestre lo contrario, la entropía global
seguirá creciendo; es decir, irán aumentado los grados de libertad y con
ello perderemos información – orden – en la misma proporción. En
resumen, la evolución biológico-social nos va cerrando los ojos y los
oídos, salvo que nos tomemos la molestia de ir guardando cuidadosamente
todos los datos que ahora tenemos y, en especial, el orden de cómo están
organizados. Pero eso lo hacen los historiadores honestos y rigurosos, no
los charlatanes.
En esta misma línea, un equipo internacional del Centre for Quantum
Technologies (CQT) de Singapur dirigidos por Mile Gu y Jayne
Thompson277 ha comprobado que la computación cuántica no necesita
distinguir entre causa y efecto. De hecho, comprobaron que muchas
secuencias de datos estadísticos tienen una flecha de tiempo incorporada;
es decir, que la información sigue una secuencia temporal: ver los datos
reproducidos de principio a fin, como los fotogramas de una película,
facilita la predicción de la secuencia posterior, ya que requiere usar una
cantidad relativamente pequeña de memoria sobre lo que ocurrió antes.
Por el contrario, intentar modelar el sistema al revés, yendo del presente al
pasado, implica realizar un proceso mucho más complejo ya que requiere
procesar órdenes de información de mayor magnitud.
Esto se conoce como asimetría causal, según la cual muchos procesos
de tratamiento de información parecen más simples en una dirección
temporal que en la otra. Según los autores de este estudio sería posible
conectar la asimetría causal con la flecha del tiempo, de tal manera que la
asimetría causal sugiere que nuestra percepción de causa y efecto implica
también una asimetría del tiempo, de alguna manera sostenida por lo que
se conoce como flecha termodinámica, según la cual el desorden o la
entropía siempre aumentarán en todo lo que sucede. Aunque ambas
asimetrías, causal y termodinámica, no son iguales, ambas podrían estar
interrelacionadas. Pero lo que parece sugerir este estudio es que la
asimetría causal puede tener consecuencias entrópicas.
El conocimiento del pasado no está rígidamente determinado por el
del presente – es necesario pero, lamentablemente, no es suficiente para
conocer el pasado – ni representa la coexistencia de todas sus posibles
explicaciones, a modo de estados cuánticos coherentes.
Échele la culpa a la Segunda Ley.
277 Thompson J, Garner AJP, Mahoney JR, Crutchfield JP, Vedral V, Gu M. Causal
Asymmetry in a Quantum World. Phys Rev. 2018; 8(3): 031013, 1-15 DOI:
10.1103/PhysRevX.8.031013
E SCEPTICISMO
Aunque el término escéptico proviene de un término griego
(skeptesthai) que significa examinar, actualmente se utiliza de forma
mayoritaria para definir una actitud contraria a la ingenuidad; es decir,
supone la predisposición a no aceptar afirmación alguna sin que esté
avalada por algún razonamiento lógico consistente o por algún dato
empírico contrastado mediante pruebas ajenas a quien hace tal afirmación.
Dicho así, parecería que el escepticismo supone la encarnación del
método científico en el ámbito personal; sin embargo, en la vida cotidiana
suele representar una actitud que implica de entrada asumir que no existe
ninguna verdad objetiva ni evidente, que todo está sujeto a la simple
opinión y, llevado a su extremo, que una aseveración solo puede ser hecha
por un fanático.
El escéptico radical no cree en nada – o, al menos, eso pretende
hacernos creer – y, por ello, no quiere entrar en conflicto con nadie; una
especie de paz de espíritu – ataraxia, decían los griegos – que
inevitablemente acaba de la indiferencia, el peso muerto de la historia en
palabras de Antonio Gramsci. Decía Nietzsche 278 que el escéptico es una
criatura delicada que se horroriza con demasiada facilidad; su conciencia
está amaestrada para sobresaltarse y sentir algo así como una mordedura
cuando oye cualquier no, e incluso cuando oye un sí duro y decidido. ¡Sí!
y ¡no! Esto repugna a su moral; por el contrario, le gusta agasajar a su
virtud con la noble abstención, concluía Nietzsche.
En realidad, lo que realmente hace el escéptico es eludir plantearse el
problema de la verdad, el problema de la realidad de lo real, como
afirmaba – nada escépticamente – Alfonso Pérez de Laborda 279. Alexandre
Koyré280 iba incluso más allá, acusando al escepticismo de no ser una
actitud viable y, a la larga, acaba por ser intolerable.
278 Friedrich Nietzsche. Más allá del bien y del mal
279 Alfonso Pérez de Laborda. Estudios filosóficos de historia de la ciencia
280 Alexandre Koyré. Introducción a la lectura de Platón
Sorprendentemente, el escepticismo goza de un gran prestigio social;
un prestigio que, en mi opinión, está tan poco justificado como el del
pesimismo. Ambos van frecuentemente unidos en la tarjeta de
presentación de algunos intelectuales, que han cedido al impulso de la
desesperación ante su propia incapacidad para adentrarse o soportar la
realidad. Son incapaces de darse cuenta de que la mayor parte de las
satisfacciones que obtenemos de todo lo que nos rodea se debe a
optimistas irreductibles, a obstinados videntes de un mundo mejor y a
personas capaces de superar las limitaciones propias y las ajenas.
Ramón Abarca281 arguye contra los escépticos negacionistas que
afirman que ninguna verdad pueda ser conocida por la mente humana:
vuestra proposición solo puede ser verdadera o falsa. Si es verdadera, es
ya falso que la verdad no pueda ser encontrada por el hombre; porque
alguna verdad es encontrada por vosotros. Si es falsa, nuevamente es falso
que la verdad no pueda ser encontrada; porque la proposición que afirma
esto es falsa, según reconocen los escépticos. Luego es falso que la verdad
nunca pueda ser encontrada por el hombre.
Para hacer más tolerable su actitud, algunos escépticos pretenden
hacer coincidir el escepticismo con la duda, ante lo que me rebelo con
firmeza, porque la duda es la reina del pensamiento, el escepticismo solo
es una cortesana con un traje alquilado y pretencioso. La verdadera duda
constituye la antítesis del escepticismo, lo mismo que lo es de la
ignorancia; de hecho, ignorancia y escepticismo son dos facetas diferentes
de una misma actitud ante el conocimiento. El ignorante se siente
satisfecho con su falta de conocimiento, no siente ninguna necesidad en
cambiar, mientras que el escéptico está satisfecho de su falta de interés por
la realidad y rechaza cualquier cambio de estatus, porque ello le obligaría
a enfrentarse a esa realidad, por temor o por simple comodidad.
281 Ramón Abarca. Introducción a la lógica
E SCRITURA
Eso que está haciendo usted ahora mismo es leer. Lee algo que está
escrito, un texto que otra persona ha elaborado utilizando para ello un
pequeño conjunto de símbolos gráficos formado – en español – apenas por
27 símbolos y 5 composiciones dobles o dígrafos, con el que podemos
construir términos útiles para intercambiar ideas, datos, experiencias y
sentimientos... siempre que las reglas de combinación de estos símbolos
para formar palabras y la manera en que éstas se ordenan – sintaxis – sean
comunes para el escritor y el lector, y sus significados compartidos.
Muchos antropólogos consideran que la adquisición de la capacidad
de hablar fue el elemento más determinante para la humanización a partir
de nuestros antecesores simios. Yo comparto esta consideración porque el
habla es el elemento socializador por excelencia, y la sociabilidad el
carácter que sobresale en la especie humana y que le diferencia del
comportamiento gregario animal. Pero la escritura fue un escalón más… o
varios, al mismo tiempo; en realidad, hay animales capaces de emitir
sonidos susceptibles de ser interpretados por sus congéneres – o incluso,
por otras especies – y, aunque esto es algo muy diferente a hablar, al
menos debe reconocérsele un cierto carácter comunicador, aunque sea
muy elemental.
Escribir es mucho más que hablar, porque implica dejar memoria
perenne de lo que se piensa, se siente o se hace. Escribir requiere – más
allá de la sintonía semiótica del que emite y del que recibe un mensaje – la
necesidad de que algo permanezca, de que no muera en el mismo
momento en que nace. Seguramente, el primer impulso para escribir
surgió ante la necesidad de registrar acontecimientos, personas y objetos
para la mejor gestión de la comunidad. De hecho, se cree que la escritura
fue inventada por un grupo de funcionarios de la administración real de
Abydos, antigua capital del Alto Egipto, hacia el año 3.250 aC; también
fue desarrollada en Mesopotamia pocos siglos después, probablemente de
forma independiente.
Permítame que disfrute de ese inmenso poder de la escritura. Déjeme
que le susurre a su mente, desde un pasado reciente pero indeterminado y
a una distancia intangible, que la escritura – y su subsiguiente lectura –
nos ofrece a usted y a mí la posibilidad de conectarnos con una sintonía
que va mucho más allá de cualquier parámetro semiótico. La
escritura/lectura nos hace inevitablemente solidarios en todo aquello que
pueda expresarse con palabras… que es mucho más de lo que las palabras
significan.
Esta paradójica condición se fundamenta en algo que no está escrito ni
leído: la voluntad de sabernos únicos y, al mismo tiempo, partícipes de la
humanidad en perenne evolución. Y eso, querámoslo o no, nos hace
hermanos. A este respecto, decía Gadamer 282 que leer es dejar que le
hablen a uno, una manera silenciosa de dejarse decir algo... y quien
escucha a otro, escucha siempre a alguien que tiene su propio horizonte:
escuchando al otro se abre el verdadero camino de la solidaridad.
E SPERANZA
Sentir la esperanza hace que la persona se vea transportada por una
convicción que trasciende lo razonado e incluso hasta lo razonable, en una
permanente disposición de apertura para asumir una nueva realidad que
llegará y que siempre entiende más valiosa que la actual, sin que suponga
huir de ésta ni desdeñarla. El que siente la esperanza está en un proceso
continuo de aprendizaje, buscando y deseando el futuro porque se siente
firme en el presente y es consciente de su pasado, sean cuales sean. Para el
que tiene esperanza, la vida adquiere sentido propio, algo que va más allá
de un simple y caótico devenir de acontecimientos.
Decía Emile Cioran283 que por muy desengañados que estemos, es
imposible vivir sin ninguna esperanza. Siempre conservamos alguna,
incluso a pesar nuestro, y esa esperanza inconsciente compensa todas las
282 Hans Georg Gadamer. Arte y verdad de la palabra
283 Emile Michel Cioran. Del inconveniente de haber nacido
demás, explícitas, que hemos rechazado o agotado. El remordimiento está
reservado a quienes no actúan ni pueden actuar; es el sustituto de la
acción, les consuela de su ineficacia.
Cuando nos situamos exclusivamente en nuestro presente o en nuestro
pasado, huyendo del futuro, lejos de exprimir el jugo a la vida, lo que
hacemos es extenuarla. Abusar del presente o del pasado, especialmente
cuando se hace en detrimento del futuro, deshumaniza a la persona y le
convierte en un mero autómata desesperado. El que huye del futuro,
refugiándose en el presente o en el pasado, expresa un miedo cerval a su
propia trascendencia como persona. Al fin y al cabo, la esperanza culmina
en la utopía, decía López Aranguren284.
Muchos creyentes consideramos que la existencia de Dios es
coherente con el raciocinio. Para Javier Monserrat 285, el creyente se siente
en comunión con la inmensa mayoría de la humanidad; siente la emoción
biológica – neuronal – de la presencia de Dios y de su relación con él; al
mismo tiempo, está abierto a un futuro liberador, ya que confía y espera en
una salvación divina, y se siente amparado por la presencia de Dios que
confiere a las cosas un sentido final.
Por su parte, los ateos consideran como hipótesis más verosímil para
la razón la no existencia de Dios, aceptando con estoica dignidad la
oscuridad del futuro personal y colectivo. Por supuesto, tienen todo el
derecho a renunciar libremente a una esperanza final en la vida, aunque,
en cierto sentido, supone una claudicación ante la posibilidad de la vida,
en opinión de Monserrat.
E SENCIA
Sin duda, se trata de uno de los conceptos más escurridizos, a pesar de
que el término que lo designa es utilizado con mucha – quizás demasiada
284 José Luis López Aranguren. De ética y de moral
285 Javier Monserrat. La razón científico-filosófica nos deja en el enigma.
https://www.tendencias21.net/La-razon-cientifico-filosofica-nos-deja-en-elenigma_a3327.html (1 de junio de 2009)
– frecuencia. ¿A qué llamamos esencia? Permítame que eche mano de
nuestros venerables filósofos de la Grecia clásica – un recurso habitual
pero muy eficaz –, para los que la esencia de algo constituía el conjunto de
rasgos invariables de un objeto, aquellos que – conjunta y solidariamente
– caracterizan de forma unívoca a un ente y sin alguno de los cuales deja
de ser lo que es. Es decir, podríamos decir en una primera aproximación
que la esencia de algo es lo que no cambia mientras ese algo existe,
aunque tal existencia solo sea mental.
Me temo que acabo de meterme en un lío al querer aclarar la cuestión:
he mencionado la existencia. ¿Y qué significa la existencia? Para ilustrar
esta nueva cuestión permítame que recurra a un filósofo del siglo XX:
para Ortega286 existir algo significa la ejecución o afectación de ese algo;
es decir, significa ser ejecutivamente algo, ser efectivamente lo que es; en
suma, ejecución de una esencia.
Voy de mal en peor, ya que parece que he conseguido crear un círculo
vicioso endiabladamente perfecto: la esencia hace referencia a la
existencia y ésta hace lo propio con la esencia. No avanzamos nada... o,
quizá sí. Al menos, podemos intuir que solo lo que existe – sea cual sea el
significado último de la existencia – puede tener esencia. ¿Podemos
progresar en nuestra elucubración y decir que solo – y todo – lo que existe
tiene esencia?
Habíamos mencionado – plagiando a nuestros venerables padres
intelectuales griegos – que la esencia significa sobre todo lo invariable de
un ente, sea cual sea la naturaleza de éste. Sin embargo, a veces, lo
invariante es justamente la variación, es decir, la característica
fundamental – esencial – es la capacidad para evolucionar o no
permanecer igual, en algún sentido.
Schopenhauer287 estaba convencido de que la sucesión constituye toda
la esencia del tiempo, mientras que la esencia de la materia en cuanto tal
es su causalidad: su ser es su obrar. Aún más: la afirmación de la vida, el
afán por mantenerse en la existencia constituye – para Schopenhauer – la
286 José Ortega y Gasset. Unas lecciones de metafísica
287 Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación
esencia íntima de todos los seres. Hegel288 decía que el todo es solamente
la esencia que se completa mediante su desarrollo; lo absoluto es
esencialmente resultado, solo al final es lo que es en verdad y en ello
precisamente estriba su naturaleza, que es la de ser real, sujeto o devenir
de sí mismo.
¿Le ha quedado claro lo que es la esencia? Si no es así, al menos
espero que a partir de ahora usted y yo utilicemos la palabra esencia con
mucha prudencia.
E SPACIO
Hace aproximadamente 25 siglos, Aristóteles definió el espacio como
el lugar que ocupan los cuerpos. Desde entonces hasta hoy multitud de
científicos, filósofos y, en general, otras muchas personas que no tenían
nada mejor que hacer, se han dedicado a meditar sobre algo cuya
conceptualización ha ido oscilando a lo largo de diversas épocas y
latitudes entre un ente específico y una relación entre entes o, incluso,
como los límites de la realidad.
Empecemos por decir que el espacio es una magnitud; es decir, un
valor ligado a una propiedad y cualidad mensurable (medible). Se la
considera una magnitud fundamental – ¡maldita palabra que todo lo lía! –
por el simple hecho de que no puede ser definida a partir de otras
magnitudes aún más fundamentales o elementales.
En el espacio no solo están las cosas sino que, además, suceden los
fenómenos, lo que inevitablemente pone en relación el tiempo con el
espacio. Ya a mediados del siglo XIX, Schopenhauer pensaba que ambos
conceptos estaban unidos por la ley de la causalidad; en realidad, la
relación entre el tiempo y el espacio ya se venía sospechando desde
bastante tiempo atrás. No obstante, no fue hasta principios del siglo XX
cuando la relación estrecha entre el tiempo y el espacio devino unidad,
convirtiéndose todo ello, el espacio-tiempo, en un continuo de cuatro
288 Georg Wilhelm Friedrich Hegel. Fenomenología del espíritu
dimensiones – tres espaciales más la temporal –, con propiedades tan poco
intuitivas como la capacidad para curvarse en presencia de materia, de
forma proporcional a la cantidad de esta última e inversamente a la
distancia, como consecuencia de la gravedad.
Poco tiempo después de que Albert Einstein desarrollara su teoría de
la relatividad, consolidando con ella el concepto espacio-temporal,
George Lemaître, arriesgó su prestigio científico – y en mayor medida su
condición de sacerdote católico – con una apuesta teórica revolucionaria,
basada en la idea de que el universo se había originado como
consecuencia de la expansión de un átomo primigenio, una singularidad.
Una de las consecuencia más relevantes del modelo – y tiene muchas
– es que implica que el tiempo y el espacio tuvieron un inicio coincidente.
A partir del punto inicial, el espacio creció exponencialmente con respecto
al tiempo en un proceso inflacionista durante sus primeros instantes y
siguió expandiéndose de forma bastante más sosegada desde entonces sin
que parezca que tal expansión haya perdido vigor. Pese al término Big
Bang, el modelo no presupone la existencia de ningún tipo de explosión,
sino que fue la expansión del propio espacio lo que provocó la progresiva
separación entre sí de los diferentes elementos que se fueron formando,
incluyendo estrellas y galaxias.
La curvatura que experimenta el espacio-tiempo en presencia de una
gran cantidad de materia – o de su alter ego, la energía – permite sugerir
que el sentido lineal del espacio al que estamos acostumbrados en nuestra
vida cotidiana podría traicionarnos ya que dos regiones linealmente
alejadas del espacio-tiempo podrían ponerse en contacto entre sí a través
de ciertos atajos cósmicos, los agujeros de gusano, un término popular por
el que se conoce a los puentes de Einstein-Rosen.
No se haga ilusiones, para pasar de un lado a otro del universo a través
de un agujero de gusano, habría que entrar en un agujero negro, un objeto
cuya densidad de materia tiende a infinito. No sabemos qué podría ocurrir
dentro de esos supuestos agujeros de gusano pero, créame, no seré yo el
que se ofrezca voluntariamente a hacer la prueba.
Al fin y al cabo, un agujero negro no es más que espacio vacío, ya que
la materia que cae en él atraviesa el horizonte de sucesos, pero no puede
permanecer allí, por lo que sus partes constituyentes han de ser las del
propio espacio289. Además, puede que un agujero negro parezca
tridimensional (volumen), pero se comporta como si solo tuviera dos
dimensiones (superficie). Este fenómeno se conoce como principio
holográfico, ya que recuerda un holograma ordinario, en el que una
imagen tridimensional está generada por una superficie (dos dimensiones).
Podríamos considerar que los agujeros negros fuesen lugares donde el
espacio se derrite.
E SPÍRITU
Esa combinación irreproducible e inseparable de sentimientos e
inteligencia es lo que podríamos llamar – en primer instancia – el espíritu
humano, a través del que somos capaces de percibir aquello que no
tenemos delante de nuestros ojos, por el que anticipamos o recuperamos lo
ausente o nos atrevemos con lo desconocido. Decía Jung 290 que antes de
que los hombres aprendieran a producir pensamientos les vinieron los
pensamientos; no pensaron, sino que percibieron su función espiritual.
Martin Buber291 considera que el espíritu no es algo que es, sino algo
que acontece, algo que no es esperado sino que ocurre de pronto, algo que
comienza como el impulso a estar junto a los demás en un mundo de
fluyente comunicación de imágenes que se dan y se reciben. El espíritu
permite al hombre abrir una salida luminosa y magnífica en ese un
callejón sin salida de la naturaleza al que como ser vital está condenado.
Un espíritu que se halla repartido en chispas por todas las vidas, estalla en
llamas en la vida de los que la llevan más intensa y, a veces, en algún
289 George Musser. ¿Qué es el espaciotiempo? Investigación y Ciencia, agosto 2018;
49-52
290 Carl Gustav Jung. Psicología y religión
291 Martin Buber. ¿Qué es el hombre?
lugar se levanta un gran incendio espiritual. A este respecto,
Schopenhauer292 afirmaba que cada individuo, cada rostro humano con su
curso vital, es solamente un breve sueño más del infinito espíritu de la
naturaleza, de la persistente voluntad de vivir.
Para filósofos como George Politzer293, la cuestión o problema
fundamental de la filosofía es determinar cuál es, entre la materia o el
espíritu, entre el ser o el pensamiento, el más importante, el que domina, el
que apareció primero. Para el materialismo – la opción que defiende
Politzer – no es el espíritu o Dios quien ha creado el mundo o la materia,
sino que estos son los que han creado el espíritu, de tal manera que éste no
sería más que el producto superior de la materia.
Sin embargo, incluso desde posiciones estrictamente científicas, la
realidad del espíritu es una cuestión permanentemente abierta. Para
neurocientíficos como Francisco Rubia294, lo realmente revolucionario es
el hecho de que la materia, como el cerebro, sea capaz de producir
espiritualidad. De hecho, parece evidente que el concepto tradicional de
materia no debería ser aplicable al cerebro y que la separación dualista
típicamente cartesiana entre espíritu y materia no tiene mucho sentido.
Quizás, como advierte Fernando Savater295, vida y espíritu, o cuerpo y
alma, son las dos caras de una misma realidad que nos toca protagonizar
en primera persona a través de nuestras acciones y nuestras pasiones. O,
como señala José Antonio Marina296, el espíritu es el dinamismo por el que
la materia se vence a sí misma: la acción de la idea sobre la biología es el
espíritu. Carlos Beorlegui297 lo sintetiza así: ser espíritu consiste en
independencia, libertad y autonomía existencial frente a los lazos de lo
orgánico.
A mí me gusta esta última definición.
292 Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación
293 George Politzer. Principios de filosofía
294 Francisco J. Rubia. La revolución neurocientífica
295 Fernando Savater. La vida eterna
296 José Antonio Marina. Las arquitecturas del deseo
297 Carlos Beorlegui. Antropología filosófica
E SQUIZOFRENIA
Psicosis es el término clínico que designa lo que popularmente se
entiende por locura. En realidad, se trata de un amplio y diverso grupo de
enfermedades mentales, unidas por la presencia de diferencias cualitativas
con el psiquismo, es decir, en la estructura normal del pensamiento.
Aunque aceptamos que un cierto grado de desbordamiento de la
normalidad puede ser natural y hasta enriquecedor (como lo son las
periódicas crecidas del Nilo para la agricultura de Egipto), la esquizofrenia
– como el resto de las psicosis – supone una ruptura real y dramática de
los mecanismos psíquicos, reconstruyendo la mente de una manera en que
ésta solo se rige por leyes incomprensibles para cualquier otra persona –
sana o enferma – que no sea el propio enfermo psicótico.
Todo resulta incoherente y extraño para el resto de las personas; no se
trata de que algunas manifestaciones propias del carácter personal estén
potenciadas o disminuidas, sino que las manifestaciones y los sentimientos
que las desencadenan son anormales: las derivadas del psiquismo normal
– alucinaciones auditivas y visuales, ideas obsesivas, etc. – constituyen lo
que se llama síntomas positivos, en tanto que el aislamiento social y el
abatimiento emocional representan los síntomas negativos.
En los brotes psicóticos es especialmente característica la sonoridad
del pensamiento, por la que el paciente percibe sus propios pensamientos
como si los estuviera escuchando con los oídos e incluso llega a creer que
otras personas también los oyen. Por ello, tampoco son infrecuentes las
voces en diálogo, alucinaciones en las que el paciente cree oír
conversaciones entre otras personas hablando entre sí, incluso hablando de
él.
Las psicosis, especialmente la esquizofrenia, han sido relacionadas
con la existencia de alteraciones celulares e incluso anatómicas en el
cerebro, que apoyan abiertamente la hipótesis de un origen prenatal o
congénito, ligado al desarrollo neurológico fetal. En este sentido, algunos
datos epidemiológicos apuntan a una relación entre el desarrollo de
esquizofrenia y la exposición durante el embarazo – especialmente durante
el segundo trimestre – a epidemias de gripe y a hambrunas. Asimismo, la
evidencia demostrada de un componente hereditario refuerza aún más la
hipótesis del origen congénito de la esquizofrenia: el riesgo de padecer la
enfermedad es del 10% en los descendientes de primer grado, que se eleva
a un 50% en caso de gemelos homocigóticos (genéticamente idénticos).
Durante décadas se ha venido gestando la hipótesis bioquímica de que
la esquizofrenia podría deberse a un exceso de la concentración del
neurotransmisor dopamina o de la actividad de algunos de sus receptores
biológicos en determinadas zonas del cerebro. Una parte importante de las
pruebas para consolidar dicha hipótesis fueron aportadas desde el mundo
de la droga y, especialmente, desde las llamadas drogas psicodélicas, tan
de moda durante los años 60 y 70 del pasado siglo. El paralelismo entre
los efectos psicológicos asociados al LSD, a los derivados anfetamínicos,
a la mescalina y a la psilocibina, entre otros, con muchos de los síntomas
positivos de la esquizofrenia – especialmente, las alteraciones de la
percepción de los sentidos – fueron confirmados al encontrarse una base
bioquímica común: un exceso de actividad de la dopamina en
determinadas localizaciones cerebrales, aunque posteriormente fueron
implicados otros neurotransmisores, como la serotonina, el ácido
glutámico, los opioides endógenos, etc.
Sin embargo, es peligrosamente reduccionista identificar un circuito
bioquímico neuronal con el control – o el descontrol – de la mente. Mente
y cerebro son una unidad indivisible que, como indica Juan José
Sanguineti298, están en mutua interacción ascendente y descendente:
nuestro pensamiento está vinculado al cerebro en la medida en que se
relaciona con la sensibilidad, la cual ofrece estímulos, espacios y
orientaciones al pensamiento deliberativo, mientras que éste, a su vez,
guía activamente, con la voluntad, el dinamismo de la sensibilidad en la
dirección comunicada por la intencionalidad personal.
Vivir pensando significa más que una sucesión aleatoria de corrientes
electroquímicas entre áreas cerebrales. Vivir es poseerse a sí mismo como
298 Juan José Sanguineti. Filosofía de la mente
realidad, afirma Zubiri299, una autoposesión que justamente no tiene el
paciente psicótico y que empieza en el Yo. Un Yo que no es ningún sujeto
lógico ni un sujeto metafísico, como dice Zubiri, es la actualización
mundanal de su sustantividad personal, que en cada instante tiene una
forma determinada, la personalidad. Precisamente, una de las
características más significadas de las psicosis es la existencia de una
división en la conciencia, como si la persona tuviera más de una,
observándose mutuamente e incluso interaccionando entre sí en los casos
más extremos: la conciencia dividida.
Sin embargo, Edgar Morin300 defiende que los fenómenos patológicos
de doble o múltiple personalidad no son más que exageraciones de un
fenómeno normal del que somos inconscientes, afirmando que lo que
llamamos cambios de humor, saltos de carácter, antojos, caprichos, de
hecho son cambios temporales de personalidad. ¿Personalidad múltiple o
simples variaciones temporales de personalidad? Probablemente la sutil
diferencia esté en la propia causa de la manifestación específica de cada
personalidad: si existe una cierta unidad intrínseca en el estilo de vida, en
la forma de inteligir de forma sentiente, hasta el punto que la actividad
personal es unitariamente psico-orgánica en todos sus actos, posiblemente
podamos estar hablando de ajustes de personalidad ante la realidad. Por el
contrario, si es la personalidad – cada una de las múltiples personalidades
que pueden alojarse en una persona – la que pretende delimitar la realidad,
entonces probablemente nos encontramos ante una psicosis.
Pensar en la locura – entendida como psicosis – como una
desestructuración del pensamiento sin más, puede llevar a considerar que
el loco tiene un pensamiento inevitablemente pobre; sin embargo, no es
así: podrá estar alterado, pero no es necesariamente pobre. Conviene,
recordar que la genialidad surge casi siempre justo al borde del precipicio
de la locura. Además, hay otras formas de locura opuestas a las asociadas
a una desestructuración del pensamiento, aquellas que desconocen los
límites de la lógica y de la razón misma: la locura de la hipercoherencia,
299 Xavier Zubiri. El hombre y Dios
300 Edgar Morin. El método. La humanidad de la humanidad: la identidad humana
mucho más difícil de descubrir y mucho más grave y contagiosa que el
delirio de la incoherencia en el que vivimos casi todos los humanos.
E STADÍSTICA
La estadística es una de las herramientas que el hombre ha descubierto
para facilitar la comprensión la realidad. Esta metodología matemática
agrupa datos homogéneos y los combina de diferentes maneras
permitiendo extraer de ellos diversas relaciones que proporcionan
imágenes globales sobre sistemas y sus interacciones, así como ideas a
veces inesperadas pero siempre interesantes.
No obstante, cuando se hace una interpretación maximalista o
imprudente de sus resultados – es decir, cuando se utiliza mal – la
estadística puede convertirse en una peligrosa forma de manipulación y de
consolidación de la ignorancia. Nassim Taleb301 afirma que la campana de
Gauss ignora las grandes desviaciones, no las puede manejar y sin
embargo nos hace confiar en que hemos domesticado la incertidumbre: es
el gran fraude intelectual. La cuestión es que – siguiendo el discurso de
Taleb – los sucesos más infrecuentes son los que, en realidad, determinan
con mayor peso nuestra existencia.
Una particular visión de la ciencia ha hecho tan engreídos a algunos
hombres que llegan a creer que pueden predecirlo todo, como si la
realidad entera cupiese dentro de su pequeña cesta de la compra. Hemos
inventado – o, más bien, descubierto – la matemática y, con ello,
pensamos que habíamos llegado al techo del conocimiento, que con ella
podríamos imponer desde la superioridad nuestra limitada visión a la
naturaleza e, incluso, adueñarnos de ella... y la naturaleza, una vez más, se
burló de nuestro estúpido orgullo.
Kurt Gödel cayó en la cuenta de que la matemática pertenece a la
realidad, y no a la inversa, por lo que cualquier sistema matemático
cerrado siempre acaba necesitando aportaciones ajenas para ser
301 Nassim Nicholas Taleb. El cisne negro
verdaderamente consistente. Pocas décadas antes que Gödel dedujese sus
famosos teoremas de incompletitud o indecibilidad, Henri Poincaré no
tuvo más remedio que introducir el concepto de no linealidad en sus
ecuaciones, para intentar tener en cuenta esos pequeños efectos que suelen
acabar acarreando grandes consecuencias.
Christoph Drosser302 decía que hay que atreverse a ser imprecisos,
siempre que el orden de magnitud sea acertado. Sin embargo, una cosa es
imprecisión y otra, muy diferente, es la impredecibilidad. La imprecisión
la sorteamos conceptualmente – dice Drosser – con los rangos u órdenes
de magnitud, pero la impredecibilidad se nos hace muy indigesta, porque
nuestra mente consciente no está preparada para aceptarla.
Tenemos una portentosa capacidad para explicar cualquier
observación que hagamos, hasta el punto de que todo lo que nos llama la
atención lo encajamos – aunque sea con groseras palancas– en un modelo
que tenga algún sentido previo para nosotros... pero la impredecibilidad es
lo que separa a la incertidumbre del caos. Un fenómeno incierto – es decir,
cuando coexisten todas las opciones posibles de forma indeterminada – no
es predecible, mientras que el comportamiento de un sistema caótico sí lo
puede ser, aunque tal predicción pueda ser extremadamente difícil o
compleja.
Nos negamos a aceptar que el simple hecho de seleccionar los datos
ya implica un sesgo y, por consiguiente, disminuye la veracidad del
modelo. Siempre encontraremos datos que confirmen cualquier teoría, por
absurda que ésta sea; invariablemente encontraremos las suficientes
pruebas para engañarnos a nosotros mismos, obsesionados por confirmar
nuestro subjetivo conocimiento. Una leyenda urbana – se non è vero è ben
trovato – atribuye a Winston Churchill303 la afirmación de que no te fíes de
ninguna estadística que no hayas falsificado tú mismo.
302 Christoph Drosser. La seducción de las matemáticas
303 Esta atribución pudo haber sido un invento del ministro de propaganda
nacionalsocialista Goebbels, con el fin de desacreditar a Churchill. Geschichtsfreak.
http://geschichtsfreak.blogspot.com.es/2011/04/ (15 de abril de 2011)
El problema de la inadecuada utilización de la estadística en la
descripción y predicción de los fenómenos no suele estar en su
metodología, especialmente cuando ha sido realizada por expertos, sino
más bien en su manipulación tendenciosa o en la interpretación
imprudente, desatinada o aviesa que hacen de ella algunos individuos.
E STADO
La paz solo puede conseguirse si todo el mundo acepta un contrato
social, afirmaba Hobbes304, sobre la base de que cada individuo debe
ceder, mediante dicho contrato social, parte de sus libertades a cambio de
protección; y lo debe hacer como una obligación. En esa misma línea,
John Locke305 defendía la idea de que tal contrato social implica una
renuncia tácita a algunos de los derechos naturales, a cambio de la
protección dispensada dentro de la sociedad civil o de disfrutar otros
beneficios de ésta; en resumen, si queremos aprovecharnos de los
beneficios de vivir en comunidad, debemos aceptar como algo inevitable
la limitación de nuestra libertad individual.
Pero la idea del contrato social quedaría manifiestamente huérfana si
no citásemos a Rousseau306, convencido de que nuestras obligaciones con
el Estado nacen de un contrato social, mediante el cual los grupos de
individuos se transforman en una comunidad política: un todo con su
propia voluntad general, que no es necesariamente la suma de las
voluntades individuales.
Es importante tener en cuenta que Rousseau identificaba el término
soberanía con la voluntad general del pueblo, indicando que es lo único
lícitamente transformable en ley, aunque con la peligrosa peculiaridad de
que esta voluntad no debía ser divisible ni delegable en representantes en
un parlamento, identificando la Soberanía del pueblo con el Estado. Esta
304 Thomas Hobbes. Leviatán: o la materia, forma y poder de una república eclesiástica
y civil
305 John Locke. Segundo tratado sobre el gobierno civil
306 Jean Jacques Rousseau. El contrato social
visión, inicialmente idílica, acabaría teniendo unas consecuencias
desastrosas; en nombre del pueblo se destruye al pueblo; en nombre de
conceptos abstractos, como el Pueblo, la Nación u otros similares, el
dictador – sea un individuo o una casta autoseleccionada – se fortalece en
su demencia, incapacitando al auténtico pueblo – al constituido por
individuos autónomos – y se acaba con su libertad.
Cuando el Estado abandona el mundo de la abstracción y pasa a
convertirse en una institución – lo cual significa que está
fundamentalmente determinado por las personas que lo encarnan en sus
acciones – alcanza su sentido social más profundo. Lejos de la visión
utilitarista del Estado, en beneficio del rey o de las castas dirigentes, para
Spinoza307 el fin del Estado no es transformar a los hombres – seres
racionales y libres – en bestias o autómatas, sino lograr más bien que su
alma y su cuerpo desempeñasen sus funciones con seguridad, y que ellos
se sirviesen de su razón libre y que no se combatiesen con odios, iras o
engaños, ni se atacasen con perversas intenciones. El verdadero fin del
Estado es, para Spinoza, la libertad.
Todo ello nos conduce a la idea de bienestar social y con ella a la del
Estado del Bienestar, cuya misión esencial consiste en facilitar que los
ciudadanos se sientan bien, tanto en términos de libertad y prosperidad
personal, como de garantía de prestación efectiva de servicios eficaces y
accesibles que sean compartidos voluntariamente por toda la población:
enseñanza, sanidad, seguridad, pensiones, justicia, etc. En la medida en
que seamos capaces de desarrollar y mantener unas instituciones públicas
que velen prioritariamente por el bienestar compartido de los ciudadanos,
estaremos en las mejores condiciones de crecer también como personas
individuales.
Ciertamente, nadie ha resuelto aún la ecuación que equilibre las
obligaciones y los derechos de todos los ciudadanos en ningún Estado,
pero solo la insensibilidad, la ignorancia o la maldad pueden negar que es
una aspiración legítima. Combinar armónicamente la variable libertad con
la variable compromiso social exige un ejercicio de inteligencia
307 Baruch Spinoza. Tratado teológico-político
sentientemente compartida. La libertad – personal y colectiva – no tiene
por qué ser frágil ni enemiga del progreso social o individual.
Hayek308 decía que libertad económica o economía de mercado libre
no quiere decir laisser-faire o inhibición del Estado: en ningún sistema
que pueda ser defendido racionalmente, el Estado carecerá de todo
quehacer. Un sistema eficaz de competencia necesita, tanto como
cualquier otro, una estructura legal inteligentemente trazada y ajustada
continuamente. Solo el requisito más esencial para su buen
funcionamiento, la prevención del fraude y del abuso (incluida la
explotación de la ignorancia), proporciona un gran objetivo para la
actividad legisladora. Como decía Tony Judt 309, lo único peor que
demasiado gobierno es demasiado poco: en los Estados fallidos las
personas padecen tanta violencia e injusticia como bajo los gobiernos
autoritarios, y además los trenes no son puntuales.
Permítame un último punto sobre el Estado y la manipulación
ideológica. La desaparición de la religión como consecuencia del progreso
de la ciencia fue una apuesta permanente por parte del positivismo más
radical; una previsión que no se ha cumplido en absoluto. Esa anunciada
secularización, entendida como desligazón con los sentimientos religiosos
de las sociedades avanzadas no se ha producido, aunque existe una clara
tendencia a desvincular religión – o, más propiamente, Iglesia – con los
elementos que configuran los Estados.
Que el Estado debe ser laico es una idea que defienden también
muchos creyentes, pero eso no quiere decir que las personas también
tengan que ser laicas por decreto. El Estado debería ser neutro en materia
religiosa, pero también lo debería ser en cualquier otro ámbito en el que
estén en juego los valores íntimos de las personas, expresados a través de
la educación o la justicia.
308 Friedrich Hayek. Camino de servidumbre
309 Tony Judt. Algo va mal
E STÉTICA
Decía Habermas310 que el ocio es el origen de la filosofía: el hombre
filosofa y se dedica a la contemplación estética cuando puede disponer de
tiempo libre y de sosiego. De hecho, eso es lo que nos pasa a todos – en
mayor o menor medida – cuando las obligaciones ligadas a nuestra
supervivencia quedan cubiertas. Nos quedamos pensando – si nuestra
mente no ha sido secuestrada por las omnipresentes herramientas de las
redes sociales – sobre el sentido de la vida, de las cosas, de cada
fenómeno.
Cuando ese pensamiento ocioso – cuando el ocio alcanza el mejor de
los significados – se estructura a través de un método, entonces decimos
que estamos filosofando; ese pensamiento filosófico, que hoy día es
posmetafísico en expresión del propio Habermas311, es mediador entre las
tres esferas de la racionalidad (ciencia, ética y estética) y entre el mundo
de los expertos y el de la vida.
En términos similares se expresaba Eugenio Trías312, para quien el
sentimiento de lo sublime une intrínsecamente un dato de la sensibilidad
(océano encrespado, cordillera alpina, etc.) con una idea de la razón,
produciendo en el sujeto un goce moral, un punto en el cual la moralidad
se hace placentera y donde la estética y la ética hallan su juntura y síntesis.
Mientras que encontramos natural – hasta donde puede emplearse el
término en este contexto – que la ciencia y a la ética nos remita a la
racionalidad, la estética reclama un tratamiento que quizá se aleja de lo
que habitualmente consideramos como una metodología sistemática; al fin
y al cabo, la palabra “estética”– aistesis – significa sensación en griego.
Pero los sentimientos no pueden desengancharse de la filosofía, porque
ellos califican a la realidad misma, nos presentan diferentes facetas de la
310 Jürgen Habermas. Perfiles filosófico-políticos
311 Jürgen Habermas. Pensamiento postmetafísico
312 Eugenio Trías. Lo bello y lo siniestro
realidad y, en definitiva, nos acondicionan a ella haciendo que la armonía
de sus elementos eleve nuestro pensamiento.
El término estética fue empleado por vez primera en el siglo XVIII
por Alexander Baumgarten, un discípulo de Leibniz, para designar una
ciencia filosófica que se ocupa de la belleza; una filosofía en la que lo
hermoso equivale a la perfección y viceversa, mientras que lo feo
representa lo deforme o lo inacabado. En este sentido, escribía Roger
Penrose313 que es imposible separar los criterios estéticos del criterio de
verdad al considerar la inspiración y la intuición: la convicción de la
validez de un soplo de inspiración está ligada muy estrechamente a sus
cualidades estéticas.
Así pues, cuando lo racional se arraiga en lo estético, y viceversa, el
resultado de cualquier método se transforma en la experiencia de una
sensación vital. Cuando los términos de una ecuación desarrollan todo su
poder simbólico y trascienden su significado físico, la matemática alcanza
su verdadero objetivo, desvelando la realidad en su plenitud al hombre.
E STOICISMO
El estoicismo siempre ha tenido mala prensa, especialmente en los
últimos tiempos, en que parece primar lo anecdótico sobre lo esencial, lo
irrelevante sobre lo que nos constituye como seres humanos, la diversión –
mirar hacia otro lado, olvidando la realidad – sobre la propia experiencia
del gozo – el disfrute – que surge de lo más profundo del ser. Al
estoicismo lo han tachado de ser una ideología triste y pasiva, casi
masoquista. Basta con leer los titulares – y los contenidos – de muchos
artículos periodísticos que aluden al estoicismo, para percibir una actitud
negativa que, las más de las veces, procede de una ignorancia tantas veces
retroalimentada que acaba por petrificar los prejuicios más ridículos.
Sin embargo, basta con leer – y releer, que es tan necesario – a Séneca
para valorar en qué medida el estoicismo afirma la alegre virtud y ayuda a
313 Roger Penrose. La nueva mente del emperador
madurar el alma humana. Permítame el lector hacer algunas reflexiones a
partir de la sabiduría de este permanentemente joven filósofo, nacido en la
hispánico-romana Córdoba (Corduba) en el año 4 aC y fallecido en el 65
dC en Roma, tras haber sido senador, ministro, consejero y tutor de Nerón;
responsabilidades que progresivamente precipitaron su suicidio.
Séneca defendía el valor intrínseco de cada una de nuestras acciones,
las que dan sentido trascendente al ser humano, al afirmar que el
verdadero fruto de las obras rectas es haberlas hecho, sin que hubiese
ningún premio digno de las virtudes fuera de ellas mismas. Sin embargo,
entiende que la virtud – como actitud – no es la simple resignación a no
hacer maldad, sino, más bien, a enfrentarse activamente a las dificultades
y al dolor. Hay mucha diferencia entre vivir con sencillez y vivir con
negligencia.
Para Séneca314, la virtud se marchita sin adversario; solo se ve cuán
grande es y cuánto vale cuando demuestra qué es lo que puede aguantar;
es propio de seres serviles y cobardes marchar por lugares seguros,
porque la virtud anda por las cumbres. Remata este pensamiento Séneca
con otro no menos provocador, afirmando que podremos superar a Dios ya
que Él está más allá de los males, mientras que nosotros estamos – si
somos virtuosos – por encima de ellos; despreciad la pobreza, nos
recomienda Séneca, porque nadie vive tan pobre como ha nacido;
despreciad el dolor, porque o lo destruimos o será él el que nos destruya;
despreciad la muerte, porque ella señala nuestro fin o nos transfiere a otra
vida.
No es pequeño el reto que nos planteaba Séneca, porque nuestra
respuesta depende de haber alcanzado un cierto grado de sabiduría. Y no
basta con creernos sabios o, peor aún, que nos lo digan los demás. Sobre
esto afirmaba Séneca que muchos pudieron llegar a la sabiduría, si no se
hubiesen figurado que ya habían llegado a ella, si no hubiesen disimulado
en sí mismos ciertas cosas, si no hubiesen pasado por otros con los ojos
tapados; porque no hay ninguna razón para que juzgues que es más
dañina la adulación ajena que la propia nuestra.
314 Lucio Anneo Séneca. Sobre la prudencia
Nuestra virtud constituye nuestra única y auténtica patria. Llegaba a
afirmar315 que hay dos cosas excelentes que nos seguirán adonde quiera
que vayamos: la naturaleza, que es común a todos, y la virtud que nos es
propia. Recorramos todas las tierras; ni una sola encontraremos en el
mundo que sea extraña al hombre. Desde todas ellas se eleva nuestra
mirada a igual distancia hacia el cielo y el mismo intervalo separa las
cosas divinas de las humanas. Al fin y al cabo, el sabio en todas partes
encuentra su patria.
Lo que no es nuestra patria es el dinero ni nuestras posesiones
materiales, todas las cuales podemos perderlas – o ganarlas – sin que ello
cambie nuestro ser. Decía Séneca que cuando nos contenemos en los
límites de la naturaleza se desconoce la miseria, pero cuando se traspasan
la pobreza nos sigue hasta la cumbre de la riqueza. Por eso, es más
llevadero no adquirir dinero que perderlo y por esto – dice Séneca a dos
mil años de distancia – verás más alegres a los que nunca miró la fortuna
que a los que abandonó; no hemos de envidiar a los que estén más arriba
pues lo que parece altura es despeñadero.
Si desear lo que no necesitamos es una flagrante estupidez y una
disipación inútil de esfuerzos, no menos importante es saber administrar
nuestra magnanimidad, la cual conviene a cualquier moral, hasta a aquél
debajo del cual no hay nadie, porque ¿qué mayor o más fuerte que vencer
al infortunio?316 Salvar a los demás es propio de la mejor fortuna y eso nos
aproxima a los dioses, por cuya merced somos todos alumbrados, los
buenos y los malos.
Nada conviene tanto al hombre como la grandeza del alma, pero no
puede ser a la vez grande y triste, porque la tristeza derriba, deprime y
encoge las mentes, en tanto que los reveses solo abaten el ánimo engañado
por los triunfos. La tranquilidad – dice Séneca317 – consiste en que el
ánimo siempre vaya con paso igual y próspero, estar en paz consigo
mismo y mirar con alegría sus cosas sin que este gozo se interrumpa, sino
315 Lucio Anneo Séneca. Consolación a Hevia
316 Lucio Anneo Séneca. De la clemencia al emperador Nerón
317 Lucio Anneo Séneca. De la tranquilidad del ánimo
permaneciendo en su estado de placidez sin levantarse nunca ni
deprimirse. ¡Que nadie me quite un solo día, pues nada ha de
compensarme de tal dispendio, que estribe al ánimo en sí mismo, que se
cultive, que no haga nada ajeno, nada en que intervenga el juicio ajeno,
que, libre de cuidados privados y públicos, ame su tranquilidad!
E TERNIDAD
La eternidad se me antoja como un agujero negro en el que desaparece
toda noción no solo de tiempo, sino de espacio; un profundo agujero que
se come a sí mismo para retroalimentarse. Es un signo de infinito que nos
estorba en las ecuaciones fundamentales de la vida y las convierte en
irresolubles, obligándonos a renormalizarlas arbitrariamente para no
pensar en una eternidad que nos envuelve inexorablemente.
¿Por qué nos preocupa – a algunos – la eternidad? ¿Qué nos lleva a
pensar en ella? ¿Por qué la adquisición evolutiva de la inteligencia llevó a
nuestros ancestros a preparar antes y mejor la morada de los muertos que
la de los vivos? ¿Será que, como dice Simon Leys 318, nuestra verdadera
patria es la eternidad y nosotros no somos más que visitantes de paso en el
tiempo? ¿Será, acaso, que las cosas son bellas porque comienza, duran y
terminan, y esa condición temporal es un anhelo de eternidad, como
afirma Pedro Rodríguez Panizo319? ¿Por eso el amor es eterno mientras
dura, como canta Joaquín Sabina?
Edmund Sinnott320 expresaba su confianza en que el espíritu del
hombre, con sus raíces en la vida, puede realmente ser una parte del
Espíritu Universal, del cual emana y al cual retorna; por ello, si el espíritu
del hombre es parte del eterno Espíritu del universo, la muerte nunca
podrá ejercer ningún dominio sobre él. Sin embargo, esto último expresa
una esperanza más que el resultado de un análisis filosófico. Siempre que
nos asomamos más allá de la muerte estamos violentando la filosofía, nos
318 Simon Leys. La felicidad de los pececillos
319 Pedro Rodríguez Panizo. La herida esencial
320 Edmund W. Sinnott. La biología del espíritu
recuerda Manuel Fraijó321, para quien la filosofía se detiene en el anhelo
mientras que las religiones se atreven con la promesa.
Expresado en términos teológicos cristianos, González-Carvajal 322
llega a afirmar que la eternidad no es un sucesión infinita de tiempo, sino
un permanente ahora; un ahora persistente en el que todo se realiza a la
vez. O, como dice Joseph Ratzinger323, la eternidad no es estática ni
inalterable; es el poder creador de todo tiempo que mide el tiempo
precedente en su propia actualidad y crea así su poder-ser. No es la
carencia de tiempo, sino su extensión.
É TICA
La razón ayuda a dar forma a la emoción y ésta es capaz de suavizar,
de humanizar, de dar sentido a la razón. Por eso, un ética deshumanizada
es absurda; se convertiría en un conjunto de instrucciones que solo serviría
para controlar máquinas sin libertad ni sentimientos. De hecho, como
indica López Aranguren324, la ética como disciplina normativa no consiste
en dictarnos lo que hemos de hacer, sino en ayudarnos a ese hacer
orientándonos en medio de las prescripciones concretas por el código
moral bajo cuya vigencia vivimos, de las formas de vida que constituyen
el repertorio disponible en nuestra sociedad, y de los principios y criterios
en que se basa todo sistema moral.
En resumen, la ética es la linterna que nos permite orientarnos en la
inextricable y oscura red de los caminos de la moral, y que nos alumbra el
peligro de sus atajos. Por moral entendemos generalmente un conjunto de
normas y creencias que fijan lo que las personas o las colectividades
entienden que es correcto o bueno en las acciones humanas, haciendo
referencia a códigos específicos de un contexto sociológico y temporal
determinado. Frente a este concepto, fundamentalmente normativo, la
321 Manuel Fraijó. Dios, el mal y otros ensayos
322 Luis González-Carvajal. Esta es nuestra fe
323 Joseph Ratzinger. Introducción al cristianismo
324 José Luis López Aranguren. De ética y de moral
ética consiste básicamente en inteligencia sentiente y, desde la perspectiva
filosófica, en estudio sistemático, crítico y formal de la conducta humana,
con el fin de descifrar aquello que es correcto o bueno en el sentido más
amplio posible, al margen de culturas o hábitos concretos.
Me adhiero a la ética formal de Kant325, en la que los principios no nos
vienen determinados por las circunstancias sino por la razón sentiente, en
la que los actos no están movidos por una causa temporal en un contexto
determinado. Creo en una ética en la que el individuo determina
críticamente su propia conducta, sin que tenga que aceptar ciegamente
unos principios externos. Para mí – y sigo con Kant – el valor ético no está
en las consecuencias de una acción – aunque la auténtica libertad exige
preverlas en la medida de lo posible y asumirlas – sino en la voluntad que
me ha movido a ella, en cualquier caso encauzada a través de la razón.
La exigencia ética surge del individuo, ante la demanda propia de
crecer y actuar como persona auténtica; por ello, no depende de ser
creyente o ateo, ya que la ética obliga de igual manera a ambos. Y ello es
así porque la ética surge del esfuerzo de la razón del hombre en la
búsqueda de pautas de comportamiento que ayuden a ser mejor persona,
más humano, tanto individual como colectivamente. Y esto identifica algo
clave en la ética humana, su autonomía individual; la libertad es el otro
requisito sine qua non de una voluntad autónoma e independiente de
cualquier condicionamiento ajeno a ella misma.
Acoplado con la autopercepción, la conciencia trabaja con valores,
con un sentido del bien y del mal. Dice Víktor Frankl 326 que la conciencia
es el instinto ético; su tarea es revelar al hombre lo único necesario, algo
absolutamente único para cada persona. Pero, para ello, la conciencia debe
ser un fenómeno trascendente al propio hombre, entendiendo que la
conciencia no es una mera introspección, que solo representa un modo de
entrar en una realidad humana, el acto de entrar en uno mismo. Como
afirma Robert Spaemann327, hablar de conciencia es hablar de la dignidad
325 Immanuel Kant. Fundamentación de la metafísica de las costumbres
326 Viktor Frankl. El hombre en busca de sentido
327 Robert Spaemann. Ética. Cuestiones fundamentales
del hombre, hablar de que no es un caso particular de algo general, ni el
ejemplar de un género, sino que cada individuo como tal es ya una
totalidad, es ya lo universal.
Sería incapaz de escribir sobre ética sin mencionar a Sócrates. Fue él
quien nos puso a todos sobre la pista sobre lo que significa la ética y que
sin ella los hombres no merecemos tal nombre. Permítame finalizar
echando mano de su emocionada despedida, narrada por Platón328, antes de
la ejecución de su sentencia de muerte:
Cuando mis hijos sean mayores, atenienses, castigadlos causándoles
las mismas molestias que yo a vosotros, si os parece que se preocupan del
dinero o de otra cosa cualquiera antes que de la virtud, y si creen que son
algo sin serlo; reprochadles, como yo a vosotros, que no se preocupan de
lo que es necesario y que creen ser algo sin ser dignos de nada. Si hacéis
esto, mis hijos y yo habremos recibido un justo pago de vosotros. Pero es
ya hora de marcharnos, yo a morir y vosotros a vivir. No es difícil,
atenienses, evitar la muerte, es mucho más difícil evitar la maldad; en
efecto, corre más deprisa que la muerte. Ahora yo, como soy lento y viejo,
he sido alcanzado por la más lenta de las dos. En cambio, mis
acusadores, como son temibles y ágiles, han sido alcanzados por la más
rápida, la maldad.
E UROPA
Europa es un sueño y una pesadilla; una utopía y una realidad. Todas
estas cosas – y otras muchas – son Europa. Hace un siglo, Ortega 329
afirmaba que la unidad de Europa no es una fantasía, sino que es la
realidad misma, mientras que la fantasía es precisamente lo otro, la
creencia de que Francia, Alemania, Italia o España son realidades
sustantivas e independientes.
328 Platón. Apología de Sócrates
329 José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas
Lejos de visualizarla como una nación-estado más, Ortega consideraba
que Europa no es una cosa, sino un equilibrio entre diversos, de tal manera
que si la pluralidad se pierde, la unidad dinámica se desvanece; está por
ver – decía Ortega – si los europeos son también hijos de la mujer de Lot y
se obstinan en hacer historia con la cabeza vuelta hacia atrás.
Si hay algo que define a Europa es la consolidación real de la idea de
los derechos humanos, que apareció en dos países imperialistas y
colonialistas por excelencia, Inglaterra en 1689 y en Francia en 1789,
aunque, como dice Juan José Sabreli330, fuera transgredida por sus propios
autores; también apareció en los racistas y luego imperialistas Estados
Unidos, en 1776. Valga de ejemplo el hecho de que la lucha por la
liberación de los esclavos no surgió de África, sino de la propia Inglaterra,
que había sido durante siglos el principal mercado esclavista. Y mucho
antes que en todos esos países, en la imperial España, Francisco de Vitoria
puso los cimientos fundamentales de lo que acabó llamándose derechos
humanos.
Pero Europa no es solo – y no es poco – una aspiración compartida de
libertad; es también un espacio cultural diverso sentido globalmente como
propio por sus diversidades. Como dice Milan Kundera 331, Europa era
situar una novela y un libro de filosofía en el mismo plan que un inmenso
acontecimiento político; la que nació con Cervantes y Descartes: la
Europa de los Tiempos Modernos. Lamentablemente, la Europa en que
vivimos ya no busca su identidad en el espejo de su filosofía o de sus
artes.
Una libertad deteriorada por la ausencia de la luz del pensamiento y de
la responsabilidad personal nos ha llevado a situaciones paradójicas en las
que, en expresión de Alain Finkielkraut332, el odio a la cultura pasa a ser a
su vez cultural y, aunque el no-pensamiento siempre ha coexistido con la
vida del espíritu, ahora se aloja en el mismo vocablo y disfruta del mismo
330 Juan José Sabreli. El asedio a la modernidad
331 Milan Kundera. El telón
332 Alain Finkielkraut. La derrota del pensamiento
estatuto en Europa. Y, sin embargo, como enfatiza Kundera, lo único que
quedará un día de Europa es la historia de las artes.
Bajo la emotiva apariencia de justicia social, el relativismo cultural
está extendiendo una capa eficientemente encubridora que oculta el
engaño generalizado por el que los peores vicios sociales son
encumbrados al nivel de los valores más deseables; el supuesto pluralismo
no es más que la adición aritmética de etnocentrismos adyacentes; la
tolerancia es entendida como un desarme ante los intolerantes; el
igualitarismo es empleado para fortalecer a los defensores de la
desigualdad; la libertad es retorcida para que solo pueda ser ejercida por
los liberticidas; el bendito pacifismo sirve de munición para las armas de
los belicistas.
Como se lamentaba Finkielkraut, los niños mimados de la sociedad de
la abundancia y los detractores de Occidente afirman al unísono que todas
las culturas son igualmente legítimas y todo es cultural, aunque solo los
que razonan en términos de identidad – y, por tanto, en término de
integridad – cultural piensan que la colectividad nacional necesita para su
propia supervivencia la desaparición de las restantes comunidades.
Kundera apunta en este último sentido que la pulsión posesiva de la
nación con respecto a sus artistas se manifiesta como un terrorismo de
pequeño contexto que reduce todo el sentido de una obra al papel que
desempeña en su propio país.
Tradicionalmente, a la unión de Europa se oponen, como siempre ha
acontecido en el proceso de nacionalización, las clases conservadoras. Sin
embargo, lamentablemente, desde la segunda mitad del siglo XX los
partidos tradicionales de la izquierda han desfondado activamente su
propio arsenal ideológico, desgarrándolo entre guerras de términos,
incoherencia con la praxis y lucha feroz por el poder personal, y se han
echado en manos del nacionalismo más rancio, radical e inepto
intelectualmente.
A ese nacionalismo rampante que hace del odio al otro su verdadera
seña de identidad, disfrazado de agravio comparativo, se han unido los
restos de un tercermundismo que, ilusionante en sus primeros años, acabó
atrapado políticamente entre las redes de sanguinarios sátrapas y imbéciles
codiciosos a las órdenes directas de consejos de administración de la
polifacética industria armamentística. Unos y otros – nacionalistas y
tercermundistas – han ido acuñando una idea de imperialismo cultural a la
medida de sus intereses bastardos, ignorando deliberadamente sus propias
carencias éticas.
Como afirma Sabreli333, Europa no es una particularidad más entre
otras, sino que constituye el eslabón imprescindible en la línea de
desarrollo que surge de la antigüedad grecolatina y que constituye la
forma clásica y universal del mundo moderno; por eso, no podemos negar
aquella sin renunciar a ésta.
Ciertamente, Europa no puede – ni debe – ignorar su pasado, pero
debe mirar hacia el futuro. Sin embargo, no debe hacerlo de una forma
meramente aritmética, sumando simples variables independientes, porque
al final la ecuación se tornará irresoluble. La ecuación europea no es
lineal y ni siquiera, probablemente, los operadores matemáticos
convencionales sean suficientes para construirla; debemos renormalizar la
ecuación porque no podemos admitir de entrada a los infinitos, las
absurdas líneas rojas de algunos partidos políticos democráticos frente a
otros igualmente democráticos, porque si no los sempiternos defensores de
las soluciones finales – lamentablemente incrustados en el ADN de la
historia europea – acabarán por simplificar la ecuación hasta convertirla
en una mera constante.
E VIDENCIA
Según Schopenhauer334, la evidencia inmediata es con mucho
preferible a la verdad demostrada, y ésta solo ha de aceptarse cuando haya
que ir a buscar aquella demasiado lejos.
333 José Antonio Sabreli. El asedio de la modernidad.
334 Arthur Schopenhaeuer. El mundo como voluntad y representación
Si nos empeñamos en definir a la evidencia como aquella certeza
manifiesta de la que no se puede dudar, no creo que hayamos avanzado
mucho, porque esta definición tiene un carácter redundante o circular: si
algo es cierto es que no se puede dudar de ello, y viceversa. Así pues,
Schopenhauer no nos resuelve la duda; es decir, seguimos lejos de la
certeza.
Etimológicamente, el término evidente proviene del adjetivo latino
evidens/evidentis, generalmente traducido como que aparece enteramente
o que se muestra enteramente visible. Este adjetivo proviene del participio
del verbo evidere, que está formado por el prefijo ex (que indica la
dirección: del interior hacia el exterior) y del verbo videre (ver o, en su
voz pasiva, ser visto o parecer). Es esta última parte la que merece, en mi
opinión, una mayor atención.
Ver es una interpretación global que realiza el cerebro, atendiendo a
diversos estímulos y procesos. Obviamente, las sensaciones nerviosas
generadas en las terminaciones fotosensibles de la retina son un elemento
fundamental para la vista. Pero no todo lo que vemos, ni la forma en que
lo vemos, depende de la capacidad óptica y neurosensible de nuestros
globos oculares. Baste citar las alucinaciones visuales que experimenta
una persona durante un brote psicótico o tras consumir una sustancia
alucinógena como el LSD o la mescalina, o simplemente las ilusiones
ópticas que experimentamos todos en determinadas circunstancias, como
ver agua en una llanura en épocas de calor intenso. En realidad, ver cosas
que no existen no es nada raro; de hecho, se estima que cerca del 40% de
las personas han experimentado en algún momento alucinaciones
intensamente vívidas.
Por lo tanto, ver no es sinónimo de certeza sino una interpretación que
construye nuestra mente global a partir de estímulos diversos, no
necesariamente externos a nuestra propia persona.
Ciertamente, la evidencia que se maneja en el ámbito científico – al
menos actualmente – va más allá de una simple experiencia visual
personal, aunque no por ello lo científicamente evidente resulta tan certero
como pudiera parecer. Aplicamos, en ciencia, el término evidencia con
excesiva generosidad – casi siempre a nuestro favor – sin cuestionar el
significado real de tal acepción. ¿Cómo calificar como evidencia científica
a una conclusión obtenida a partir de la gestión estadística de múltiples
observaciones, cuando tal carácter deriva de excluir arbitrariamente un
determinado número o tipo de observaciones?
Podríamos decir que las observaciones científicas están habitualmente
soportadas en artilugios tecnológicos que, supuestamente, deshacen el
componente subjetivo de la observación; pero, en puridad, esto tampoco
es así… siempre.
Los científicos son personas humanas y ello supone que están sujetos
a prejuicios, ilusiones, filias, fobias, intereses económicos, manías, etc., y,
por tanto, no solo eligen las herramientas y procedimientos que mejor se
adaptan a sus necesidades y objetivos de estudio, sino que en no pocas
ocasiones invierten este proceso de forma interesada: seleccionan
expresamente los objetivos de estudio según se adapten mejor a la
metodología que dominan y a los resultados que desean obtener.
Todo conocimiento humano está necesariamente mezclado con
nuestros errores, prejuicios, sueños y esperanzas; por eso, todo a lo que
podemos aspirar es buscar a tientas la verdad, incluso aunque ésta se
encuentre más allá de nuestro alcance.
Naturalmente, seguiremos hablando y escribiendo sobre evidencias
(científicas, procesales, etc.), pero no deberíamos ceder a la tentación de
considerarlas como verdades irrebatibles. Son solamente la mejor
explicación/observación que podemos hacer… hasta que dispongamos de
otras mejores.
La verdad tiene un solo cuerpo, pero muchas caras.
E VOLUCIÓN
Hace aproximadamente 2.500 años, Heráclito ya afirmaba que el
fundamento de todo está en el cambio continuo, por el que todo se
transforma a través de un proceso lineal – no cíclico – de nacimiento y
destrucción que configura una línea que se ramifica y diversifica, y a la
que modernamente hemos llamado en español evolución, una palabra que
procede del francés évolution y ésta del latín evolutio, -ionis, que se puede
traducir como la acción de desenrollar, desenvolver o desplegar335.
Todos los principios científicos que sustentan nuestro conocimiento
actual están profundamente impregnados del concepto de evolución, en
cuanto que ésta representa un cambio apoyado en los antecedentes y sujeto
a las condiciones existentes en cada momento. Desde la propia evolución
de la materia, a la que el Big Bang puso cara – ya que antes no había antes
–, hasta la aparición de la vida y de su forma más compleja conocida hasta
ahora, la vida inteligente y sentiente del ser humano, todo nos orienta en
un sentido único de complejidad ascendente que crea propiedades
impredecibles a partir de sus elementos precedentes.
Formo parte de los que defienden una posición en la que encajan
satisfactoriamente Dios, un cierto grado de indeterminismo y el sentido de
la evolución de la materia, de la vida y de la autoconciencia; en la que a
Dios le cabe la responsabilidad de crear un universo con capacidad de
autoproyectarse mediante múltiples posibilidades. Un mundo al que Dios
ha permitido definirse formalmente por sí mismo mediante la naturaleza
progresiva de la evolución física y biológica, amparada en una
sobresaliente – y científicamente inexplicada – tendencia a la
autoorganización de la materia, que inexorablemente acaba desembocando
en un ser autoconsciente y libre, capaz de amar y de crear belleza pero
también de hacer el mal.
Esta posición implica, obviamente, no aceptar ningún planteamiento
basado en asignar a Dios un papel de físico, ingeniero, arquitecto o
biólogo universal. Estoy convencido de que a Dios no le importa mucho si
tenemos cinco o seis dedos en cada mano, o si la clorofila proporciona
color verde o azul a las plantas.
Mientras siga habiendo posiciones fundamentalistas que nieguen
ciegamente la veracidad de datos comprobables empíricamente, tales
posiciones serán imposibles de mantener racionalmente. Un creacionismo
a ultranza, por mucho que se maquille con argumentos científicos, como
335 Joan Coromines. Breve diccionario etimológico
ocurre con el principio antrópico, siempre chocará con la evidencia de un
mundo irreversiblemente evolutivo. Pero también chocarán las posiciones
reduccionistas que pretenden asumir la propia existencia de la
autoconciencia y de todas las actividades psíquicas superiores del hombre
como un simple hecho que no requiere una ontología. Para los que no
compartimos ninguna de esas dos posiciones, todo tiene algún sentido,
aunque no siempre sepamos cuál es.
Para la sociobiología más radical, todo comportamiento puede ser
explicado exclusivamente por el interés que tiene cualquier organismo por
maximizar la transmisión del conjunto de genes que constituye su herencia
genética; es decir, la evolución biológica estaría basada en el egoísmo
individual. Sin embargo, como reflexiona Carlos Beorlegui336, resulta
difícil aceptar como protagonistas de la evolución a unos elementos – los
genes – que en sí mismos no tienen ningún tipo de consciencia, ni
capacidad para encauzar los acontecimientos biológicos en una dirección
determinada.
Me pregunto por qué el sentimiento artístico es valorado como un
claro signo de evolución intelectual hacia el ser humano moderno,
mientras que algunos consideran que el sentimiento religioso es la reliquia
de una psique inmadura ¿Por qué la teoría de la mente, esa capacidad para
entender la mente de los demás, ha resultado tan decisiva en la evolución
humana? ¿No será que la trascendencia ha estado llamando a la puerta del
hombre desde el mismo despuntar de su autoconciencia?
Siempre nos hemos mirado en los demás, hemos buscado en ellos
nuestro alter ego, hemos aprendido sus gestos, sus expresiones faciales y,
cuando la evolución anatómica lo permitió, aprendimos también sus
sonidos inteligentes. Eso nos permitió comprender la intencionalidad y la
creatividad, y todo ello nos llevó a la pedagogía, a la enseñanza de los
pequeños para trasladarles la cultura y la experiencia de los viejos;
conseguimos la proeza de no tener que aprender todo de nuevo en cada
generación.
336 Carlos Beorlegui. Antropología filosófica
Para Teilhard de Chardin337, la evolución supone una dimensión nueva
del universo, que afecta a todo el conjunto de sus elementos; un
movimiento ordenado e irreversible de convergencia en una dirección
precisa. Esto implica, obviamente, su rechazo de la idea de una evolución
dependiente exclusivamente del azar. Joseph Ratzinger 338 dice, en esa
misma línea, dice que el espíritu no es un producto accidental cualquiera
de la evolución, que no tendría significado alguno en relación con el todo;
por el contrario, en ella la materia y su evolución son la prehistoria del
espíritu. El hombre es la evolución que se ha hecho consciente de sí, decía
Teilhard.
Entiendo la hominización como un lento pero irreprimible proceso
evolutivo que supone el cumplimiento inexorable de la propia esencialidad
de la vida, íntimamente presente en la materia primigenia. Esto le lleva a
Zubiri339 a afirmar que los cambios germinales del inmediato predecesor
del hombre son causas biológicas exigitivas de la acción de una psique
intelectiva, de la hominización.
El nivel de variación genética que hay entre los seres humanos no es el
que un biólogo esperaría encontrar en una especie que tuviera un reducido
número de miembros, como indica Steven Pinker 340, que apunta que hay
más diferencias entre los chimpancés que entre los humanos, pese a que
los eclipsamos en número. Pinker lo atribuye a que nuestros ancestros
pasaron por un cuello de botella de población hace relativamente poco
tiempo dentro de nuestra historia evolutiva – menos de cien mil años – y
se redujeron a un pequeño número de individuos, con el consiguiente
diminuto nivel de variación genética. Parece que la especie humana
explotó demográficamente solo tras la invención de la agricultura, hace
apenas 10.000 años.
Pinker defiende la teoría de que la evolución se sitúa justamente en la
tradición del contrato social, por el que se desarrollaron unas adaptaciones
337 Pierre Teilhard de Chardin. El fenómeno humano
338 Joseph Ratzinger. Introducción al cristianismo
339 Xavier Zubiri. El origen del hombre
340 Steven Pinker. La tabla rasa
complejas, incluidas las estrategias conductuales, para beneficiar al
individuo, y no a la comunidad, la especie o al ecosistema. Según esto, la
organización social evoluciona cuando los beneficios a largo plazo para el
individuo superan los costes inmediatos.
Sin embargo, personalmente considero que la sociobiología abusa del
reduccionismo al partir de un prejuicio científicamente inadmisible, como
es que los elementos independientes precedentes sepan que, una vez
asociados con otros, el trabajo va a ser dividido y van a superar conflictos
que, si no estuviesen unidos, no llegarían a tener.
La falacia de explicar de forma tan reduccionista la solidaridad, el
altruismo y otros comportamientos propios de la vida compartida, oculta
el fenómeno de la emergencia de la complejidad. Es, cuando menos, una
explicación tramposa a posteriori. Atribuir a una célula aislada
inteligencia para valorar las ventajas de su unión con otra u otras para
redistribuir el trabajo y prevenir los conflictos – que antes no podían tener
– es una pésima argumentación lógica y científica.
¿Qué impulsó a los organismos unicelulares primitivos a fusionarse en
estructuras pluricelulares, con especialización diferenciada de funciones y
adquisición de nuevas capacidades defensivas y exploratorias? Quizás el
mismo principio que impidió que todo el universo sea una inmensa, inerte
y uniforme burbuja de hidrógeno puro.
E XISTENCIALISMO
La historia del siglo XX – quizás también la del periodo transcurrido
del XXI – sería incompleta si no hubiera surgido en Europa –
especialmente en Francia y Alemania – el existencialismo como un
movimiento filosófico que buscaba enfrentarse a la crisis de conciencia
social y cultural en la que estaba inmerso el primer tercio del siglo XX;
una crisis por la que los intelectuales europeos de la época se sentían
arrojados a un mundo inhóspito, desprovistos de las ideas que durante
décadas e incluso siglos había soportado todo el andamiaje cultural y ético
de sus antecesores.
Para los existencialistas, la existencia es el modo propio del ser una
persona humana; según Jaspers341 es lo que nunca es objeto. Es el origen a
partir del cual yo pienso y actúo, sobre el cual hablo en pensamientos que
no son conocimiento de algo: existencia es lo que se refiere y relaciona
consigo mismo y, en ello, con su propia trascendencia. Es decir, para el
existencialismo, existir es estar en el mundo y relacionarse con las cosas y
otros seres existentes. Pero no se trata simplemente de estar entre las
cosas, sino en dirigirse hacia ellas; eso es lo que los existencialistas
consideran trascendencia: salir de la propia conciencia para dirigirse hacia
un mundo de forma activa, ocupándose de la cosas. Con ello, el hombre
crea su verdadero mundo, caracterizado por las relaciones entre las cosas,
el propio ser humano y los otros seres humanos.
Martin Bubber342 iba un poco más allá en su énfasis sobre la
trascendencia existencial del hombre, al afirmar que el individuo es un
hecho de la existencia, en la medida en que entra en relaciones vivas con
otros individuos; la colectividad es un hecho de la existencia en la medida
en que se edifica con vivas unidades de relación. El hecho fundamental de
la existencia humana es el hombre con el hombre; es lo que permite paliar
la sima de su soledad, en la que experimenta, al encararse con el fondo
mismo de su existencia, toda la hondura de la problemática humana.
Quizás sea ese el problema del existencialismo: es una medida
paliativa, un analgésico que permite ahuyentar el dolor de la soledad de
los que se siente solos. Sin embargo, como dice Gombrowicz 343, el
existencialismo es un sueño, ya que con la realidad concreta no pueden
hacerse razonamientos; es un pensamiento trágico que no puede bastarse a
sí mismo. No hacemos las cosas a causa de algún motivo, un porqué, sino
fundamentalmente para algo, con algún objetivo, aunque en ocasiones no
seamos plenamente conscientes de cuál es éste.
De la misma forma que ninguna religión con vocación de futuro
debería hacer afirmaciones susceptibles de ser refutadas empíricamente,
341 Karl Jaspers. Filosofía
342 Martin Buber. ¿Qué es el hombre?
343 Witold Gombrowicz. Curso de filosofía en seis horas y cuarto
ningún filósofo debería confundir la filosofía con la psicología, la
sociología o, incluso, la psiquiatría; algo que los existencialistas – Sartre,
Heidegger, Kierkegaard – hicieron profusamente. Lo que alejó a Marx de
Hegel fue la lógica abstracta, al considerar Marx que el filósofo no debería
dedicarse simplemente a comprender el mundo, sino fundamentalmente a
cambiarlo. Esto entronca directamente con la manía por parte del
positivismo de no querer enfrentarse con el problema de saber qué es la
realidad, sino tan solo empeñarse en transformar una realidad que no
comprende.
No basta con transformar X en Z, sino en saber qué es X y qué nos
gustaría que fuese Z; deberíamos aprender a transformar X en Z sin
destruir la ecuación – quedándonos sin variables en el camino – y, sobre
todo, reflexionar sobre si Z podría ser mejor que X para la mayoría de las
personas.
F ALSEDAD
Decía Bertrand Russell344 que la verdad consiste en una cierta forma
de correspondencia entre la creencia y el hecho. Debemos inferir, por
tanto, que, según el razonamiento de Russell, la falsedad supone el
desajuste entre nuestra creencia y el fenómeno real sobre el que
mantenemos dicha creencia; el propio Russell apostillaba que no podría
hablarse de teoría de la verdad si no se admitiese su opuesto, la falsedad.
En resumen, si no hubiera creencias, no podría haber falsedad, pero
tampoco verdad.
Podemos definir la creencia como el conjunto de convicciones que
cada uno tiene en relación con un fenómeno determinado, de mayor o
menor amplitud, y que encaja – a veces con rigidez – en el contexto
general de nuestra mente. En definitiva, las convicciones son hipótesis –
modelos interpretativos – que cada uno generamos acerca de todas las
cuestiones que afectan a nuestra existencia.
344 Bertrand Russell. Los problemas de la filosofía
La falsedad de nuestras creencias puede provenir de muchas
direcciones; entre otras, de la insuficiente coherencia de nuestro modelo
interpretativo, de la mala calidad y de la escasa cantidad de nuestras
observaciones, del escaso rigor metodológico de nuestro método
inductivo-deductivo, de la persistencia de prejuicios inconscientes – o no
tan inconscientes – y de la incapacidad para contrastar de forma
permanente dichas creencias con la propia realidad inteligida.
La coherencia de nuestro modelo interpretativo – nuestra hipótesis –
supone el encaje armónico de todas nuestras observaciones siguiendo un
esquema general que necesariamente conduzca a la conclusión que define
a nuestra creencia. Sin embargo, es obvio que la coherencia es necesaria
para escapar de la falsedad, pero no es suficiente.
Nuestras creencias se fundamentan en ideas y observaciones, cuya
ponderación argumental viene previamente determinada por nuestro
inconsciente: vemos lo que queremos ver y de la manera en que queremos
ver. Elegimos las observaciones que mejor se ajustan a nuestro modelo
previo y, en el mejor de los casos, recurrimos a la intersubjetividad de los
que nos rodean – que suelen compartir nuestras creencias – para confirmar
nuestro autoengaño bajo la estrafalaria falacia de pretender ser objetivos.
Aplicamos un método inductivo-deductivo como si esa fuera la única
y segura vía de consolidación de la realidad en nuestra mente, excluyendo
otras posibles vías de razonamiento; en rigor, el método inductivodeductivo está plagado de trampas lógicas y se fundamenta
axiomáticamente en que necesariamente tiene que ser válido.
Los prejuicios que bullen en nuestra mente inconsciente y afloran con
tanta rapidez como frecuencia en el lado consciente, filtrando las
observaciones y los razonamientos, obturando vías de comunicación y
percepción, buscando atajos tramposos o deformando sustancialmente el
recorrido de nuestro pensamiento e impidiendo, como barreras
difícilmente salvables, llegar al destino final de una creencia basada en la
realidad. Y, por si fuera poco, nuestra pereza mental y nuestra limitada
honestidad intelectual, nos empujan a no replantearnos nuestras creencias
contrastándolas frecuentemente con la propia realidad.
Aunque creo – es una convicción gratuita, lo reconozco – que no todas
nuestras creencias están expuestas tan crudamente a la falsedad, sí
considero que lo están en un grado sustancial. Y, lo que es más grave, la
falsedad cohabita con la verdad de forma imperceptible. Decía Jean
François Revel345 que entre el error involuntario y el engaño deliberado se
despliegan numerosas variedades de híbridos en que ambos se mezclan
según todas las dosificaciones posibles. Nuestra mente está plagada de
delicadas – a veces, imperceptibles – asociaciones de falsedad y
veracidad; nuestra necesidad de creer es casi siempre más fuerte que el
deseo de saber; nos escondemos a nosotros mismos la verdad para ganar
confianza; odiamos reconocer un error. Pero, sobre todo, hemos cultivado
la habilidad para desarrollar ideologías, esas pretendidas explicaciones de
lo real que son construidas a base de escoger los hechos favorables a
nuestros deseos y rechazar los restantes.
Una forma más refinada – y por eso, más falaz – de falsedad es la que
utiliza las matemáticas para intentar dar una pátina de rigor científico a las
explicaciones más peregrinas. Afortunadamente, los teoremas de
incompletitud o indecibilidad de Gödel nos ayudan a prevenir y poner en
evidencia este tipo apaños truculentos, demostrando que todo sistema
formal de axiomas y lógica deductiva, a partir del nivel del complejidad de
la aritmética elemental, incluye afirmaciones con sentido lógico acerca de
cuya verdad o falsedad el sistema no puede llegar a conclusión alguna. Es
decir, Gödel nos mostró desde la aritmética que ninguna teoría puede ser a
la vez completa y consistente – autoconsistente – o, lo que es lo mismo, no
vale eso de yo me lo guiso y yo me lo como en el ámbito del pensamiento
riguroso.
La mayoría de las personas caemos en la tentación de fijarnos
preferentemente – o exclusivamente – en aquellos hechos que confirman
nuestras presunciones, en lugar de buscar aquellos que las puedan
contrastar – o falsar, según Popper –, lo que nos permitiría atemperar la
osadía de nuestra ignorancia.
345 Jean François Revel. El conocimiento inútil
F AMILIA : MATRIMONIO
Muchas veces se ha definido a la familia como una sociedad en
pequeño o, más bien, como la unidad más básica de la sociedad. ¿Por qué
tendemos a formar familias? ¿Por qué los seres humanos no vivimos solos
en nuestra intimidad? Probablemente, la respuesta más obvia – si no la
única basada en la experiencia humana – que cabe dar con alguna
racionalidad a estas preguntas es la menos lógica de todas: el amor.
El amor es el único lugar en el que las personas pueden encontrarse
realmente a sí mismas y conectar con los demás, nos dicen Ulrich y
Elisabeth Beck346. Nos emparejamos – sea cual sea el formalismo de la
relación – por amor e, incluso, cuando se llega a romper ese vínculo,
también lo hacemos por amor, por no tener amor que compartir.
Puede sorprender que en una sociedad tan materialista como la
occidental, siga persistiendo en hombres y mujeres una secreta esperanza
de encontrar a ese otro con el que realizarse plenamente como ser
humano. De hecho, mayoritariamente, las personas separadas vuelven a
casarse o a emparejarse, a veces incluso tras procesos de separación
especialmente difíciles y dolorosos. Eso no significa tropezar con la
misma piedra, sino no renunciar a la búsqueda de la felicidad.
El matrimonio – entendido como la unión estable de dos personas – se
caracteriza especialmente por la vida en común, con independencia de su
naturaleza jurídica, administrativa o religiosa. La vida en común no es solo
una simple convivencia física de dos personas, sino que significa
participar en un proyecto que es asumido plenamente por las dos personas
como propio o, mejor aún, como un proyecto de vida que trasciende a la
persona individual y al tiempo presente, para convertirse en un ente
constituido por las dos personas, con proyección en el futuro.
Una de las mejores descripciones que conozco de este concepto
aparece en una novela de José Saramago 347, en la que uno de sus
346 Ulrich Beck, Elisabeth Beck. El normal caos del amor
347 José Saramago. Todos los nombres
personajes afirma: … en el matrimonio existen tres personas, está la
mujer, está el hombre y está lo que llamo tercera persona, la más
importante, la persona que está constituida por el hombre y la mujer
juntos.
La pareja o matrimonio, como núcleo inicial de la familia, es un
proyecto que está sujeto a revisión día a día, pero que también debe
empezar a cumplirse desde el primer día. Quizás sea éste uno de los
principales motivos por los que, en una sociedad donde se cultiva el
individualismo hasta sacralizarlo, la tasa de matrimonios o de parejas que
fracasan es extraordinariamente elevada. La confianza plena, la tolerancia
y el respeto mutuo son la base de la vida en común; por ello, muchos
matrimonios decaen cuando se ponen a prueba en determinados periodos
de convivencia más cerrada y próxima, como ocurre durante las
vacaciones.
Los problemas, grandes o pequeños, no desgastan a una familia, sino
que – paradójicamente – suelen consolidarla; de igual manera, las grandes
alegrías se viven más intensamente, multiplicadas. Un matrimonio no es
una sociedad al 50%; siempre uno pone algo más de su parte, pero la
relación se fortalece cuando lo que falta de un aspecto en un miembro de
la pareja, es compensado por un aspecto diferente por el otro cónyuge. Sin
embargo, cuando el desequilibrio es persistente, la vida en común deja de
serlo y la pareja acaba por resentirse a antes o después.
Cuando nos unimos a nuestro cónyuge también lo hacemos, en cierta
medida, a su familia y amigos de origen, nos guste o no. Por ello, es
importante trasladar la autenticidad de la relación de la pareja al ámbito de
las familias y de los amigos, aunque no siempre resulte fácil.
Tan importante como vivir el día a día es mirar hacia el futuro. Si nos
preguntamos de vez en cuando cómo será nuestra pareja dentro de veinte
años, es que seguimos manteniendo la ilusión profunda de que dentro de
veinte años seguiremos siendo una pareja unida. Como a cualquier ser
vivo, a la relación conyugal hay que alimentarla todos los días; por ello, es
importante reservar un tiempo exclusivo a la pareja, por muchas
ocupaciones laborales y mucha exigencia de atención que demanden los
hijos.
Debemos trabajar para vivir, no vivir para trabajar, y la mejor
educación que podemos dar a nuestros hijos es trasmitirles por la vía de
los hechos y de los gestos, el afecto permanente entre la pareja; en este
sentido, los pequeños gestos son valorados especialmente con el paso del
tiempo. Una caricia, una palabra afectuosa o un pequeño regalo
inesperado, suelen dejar una memoria mucho más permanente que otras
cosas valorables solo en términos económicos.
Ninguna forma de vida en común tiene garantía de continuidad, por
muchos contratos jurídicos o religiosos que se hayan firmado; como
cantaba Joaquín Sabina, el amor es eterno mientras dura. Por eso, el
auténtico reto consiste en entregarse con plena confianza a la otra persona,
sin que ello suponga renunciar a seguir siendo uno mismo, aunque esto
consuma mucha energía. Cuando la familia se basa en su externalidad, en
un mero formalismo institucionalizado, es cuando muestra su fragilidad.
Si lo que mantiene una familia es la dependencia económica, un contrato
administrativo, la presión social, el miedo o la indolencia de sus
miembros, eso no es una familia sino una simple tiranía o una mera
comunidad temporal de intereses.
La dependencia económica, las diferencias patrimoniales o salariales
ocasionalmente pueden afectar a la pareja. Estaremos cerca de ser una
familia si sentimos a nuestra familia, en lugar de hablar de mi familia; si
en vez de pensar en los ingresos que yo aporto a la familia, hablásemos de
nuestros recursos económicos compartidos. Si nos empeñamos en
incorporar los conceptos de la propiedad privada en el ámbito de la
familia, corremos el riesgo de convertir a nuestra familia en una empresa
comercial, con jefes y subordinados. Mi sueldo, mi habitación, mis
juguetes o mi ordenador, son términos tan ofensivos en el entorno familiar
que pueden desfigurar el propio sentido de familia.
Frente a los tópicos que rebajan la vida familiar de la pareja al hábito e
incluso a la costumbre mortecina, la experiencia humana demuestra que el
matrimonio no acaba con la pasión; antes, al contrario, si la vida es
auténticamente común – si el matrimonio funciona bien – la pasión se
reactiva todos los días, diversificándose y adaptándose en sus formas a la
propia evolución personal de la pareja.
Hay mucha más pasión en la mirada enamorada de una pareja de
ancianos que en la más tórrida historia de sexo, pero minusvalorar la
importancia de éste porque forma parte de la intimidad compartida, de la
complicidad de los cónyuges.
F AMILIA : HIJOS
Elegimos a nuestra pareja – y ella nos elige a nosotros – pero no
elegimos a nuestros hijos. Ni ellos eligen a sus padres. Por eso, la relación
nunca puede ser del mismo estilo que la conyugal. A los hijos los
disfrutamos y sufrimos desde que nacen. Si lo hacemos bien, el resultado
es espléndido; probablemente no haya mayor satisfacción que ver a un
hijo convertido en un adulto afectuoso, feliz, responsable y con valores
éticos sólidos. Pero, hemos de partir de la convicción de que nuestros hijos
no son perfectos, como no lo somos nosotros mismos. Pese a ello, nunca
dejaremos de ser padres de nuestros hijos, es una condición irrevocable.
Cada niño es un mundo diferente. Algunos, además, presentan graves
problemas físicos o mentales, que suponen un esfuerzo adicional, que
debe ser encajado no solo en el ámbito de la pareja, sino también en el del
resto de los hijos ya que es importante que todos los miembros de la
familia participen en el esfuerzo colectivo, tanto físico como educacional.
Un hijo no es una cura terapéutica para una pareja cuya relación está
moribunda. Los hijos consolidan aún más las uniones auténticas, pero
suelen provocar el distanciamiento definitivo de aquellas en fase de
agonía, especialmente cuando los hijos no resultan tan ideales como
hubiéramos querido. En cualquier caso, los hijos deben ser educados
desde que nacen; no hay periodo de carencia, ni existen instituciones
académicas que proporcionen el título de padre o madre, aunque haya
profesionales que puedan asesorarnos.
Intentamos inculcar nuestros propios valores a todos nuestros hijos,
pero conviene no olvidar que cada uno de ellos es diferente y pueden
requerir métodos también diferentes. Crecemos también con nuestros
hijos, lo que quiere decir que nuestros criterios educacionales también
tienen que estar sometidos a reevaluación continua. Además, no debemos
confundir nuestras obsesiones con nuestras convicciones; nada hay más
contagioso que una neurosis.
Las principales formas de conocimiento de los niños son a través de la
intuición y de la observación. Cualquier discurso es inútil si no es
coherente con la realidad observada por el niño. Los niños presionan hasta
que encuentran un tope o un límite; esa es la referencia que tienen de su
libertad incondicionada. Por eso, es importante que ese tope no esté
variando continuamente, porque perderá su condición de referencia para el
niño; la firmeza – que no debe ser confundida con la rigidez – es buena
tanto para el hijo como para los padres y no resta un ápice de afectividad,
sino, al contrario, ayuda a consolidar la inteligencia emocional.
En la misma línea, es importante hacer entender a los hijos que la
disciplina es algo fundamental en la convivencia no solo familiar, sino
social e incluso a nivel personal. Pero también es importante no confundir
la disciplina con la tiranía ni con la arbitrariedad: la disciplina mejora la
convivencia y el propio desarrollo personal, mientras que la tiranía y la
arbitrariedad los empobrece. Por ello, es importante fijar a los niños
algunas obligaciones cotidianas en el hogar, de forma equitativa entre
todos los miembros de la familia y coherente con la edad y evolución
personal. Es una buena forma de que los niños se sientan partícipes de la
familia y, al mismo tiempo, asuman una cierta cuota de responsabilidad
personal como elemento fundamental para el desarrollo de su propia
libertad.
Igual que con la pareja, es importante mostrar físicamente el afecto a
los hijos con frecuencia, particularmente en periodos como la
adolescencia, en la que buscan su propia autoafirmación, incluso a veces
rechazando esta afectividad física. Este rechazo suele ser tan pasajero
como la propia adolescencia, pero el recuerdo de un abrazo o de un beso
nunca desaparece del inconsciente.
Los niños no son una copia de los padres, aunque reconozcamos – o
creamos reconocer – en ellos algunas de nuestras características físicas,
psicológicas y culturales. No pretendamos hacer de nuestros hijos una
reedición nuestra, corregida y aumentada. Simplemente, ayudémosles a
ser ellos mismos; nada peor que querer que mi hijo consiga lo que yo no
pude.
La falta de dedicación a los hijos no se compensa con la profusión ni
el valor económico de un regalo. Esto último tiene consecuencias
perversas en el el niño, que aprende a chantajear a sus padres, tanto juntos
como por separado; no comprende el valor real de las cosas y del esfuerzo
requerido para conseguirlas y, en definitiva, acaba por considerar que el
afecto se busca a través de los regalos y a cuantificarlo en función de su
capricho.
En los momentos difíciles de los niños, la ausencia de la memoria de
sus padres tiene un efecto muy negativo; cuando un niño es capaz de
razonar – y lo hacen mucho antes de lo que algunos padres creen –
valorará mucho más nuestra presencia a su lado que un gran número de
regalos de los que ya no recuerdan el motivo por el que los recibieron.
F ANATISMO
El fanatismo, en cuanto entrega ciegamente entusiasta a una idea, es
una forma de escapismo de la realidad mediante la que sea crea
artificialmente otra mucho más simple, más reducida, más a la medida de
la ausencia de uno mismo. El hueco dejado por esta ausencia es ocupado
por la idea fija; una idea que no requiere ni acepta la crítica, que ilumina
sin más, pero que impide el retorno de la persona a su interior. Es un
parásito que ocupa el lugar de uno mismo.
El fanatismo es simple porque huye de la razón: cualquier mínima
reflexión personal acabaría con él. Por eso el fanático no piensa, le resulta
más cómodo y desahogado seguir a la idea, que pensarla críticamente. Y
para construir ese fanatismo, siempre al margen de la realidad y de la
autoposesión, el fanático es fundamentalista, en la medida en que el
fundamentalismo tiene que ver con cómo se defienden y justifican las
creencias, más que con el propio contenido de éstas, como indica Anthony
Giddens348.
Para Robert Spaemann349, el fanático es aquel que está afincado en la
idea de que no existe más sentido que el que él da y pone, mientras que el
cínico no adopta el partido del sentido contra la realidad, sino el de la
realidad contra el sentido; es decir, renuncia al sentido. Al fanático, que
quiere sentido, se le puede quizá explicar; al cínico, naturalmente, no. A
menudo, no obstante, después de algún tiempo, el fanático se convierte en
cínico, justamente cuando ha experimentado el poder de la realidad que él
combate.
El término fanático deriva del latín fanaticus, que significa exaltado o
frenético, relacionado con los sacerdotes de Belona, Cibeles y de otras
diosas, los cuales realizaban violentas manifestaciones religiosas,
haciendo referencia los pertenecientes o servidores del templo, fanum350.
Asumir la religión – o la política, en su caso – como el objetivo de la
realidad humana acaba en el fanatismo... o en el ateísmo más radical,
porque la auténtica fe religiosa o la negación de ella – otra forma de
creencia – debería ser fruto de la convicción reflexiva y no impuesta,
como una pregunta continua, para la que la religión en sí misma – o su
exclusión de la realidad – nunca es la respuesta. El hecho de creer, en el
sentido que sea, viene definido en última instancia por la capacidad
afrontar con naturalidad las dudas, no por dejar a éstas de lado.
El fanatismo, como forma de exclusión del otro, cataliza la confección
de extraños cócteles ideológicos; el del nacionalismo – cualquier
nacionalismo – con la religión o con su exclusión sectaria – también
cualquiera vale para un fanático – constituye, sin duda una de las
combinaciones más destructivas para la razón humana.
348 Anthony Giddens. Sociología
349 Robert Spaemann. Ética. Cuestiones fundamentales
350 Joan Coromines. Breve diccionario etimológico
Cuando los sentimientos pierden sus más nobles valores, lo que queda
del armazón sentimental, la sensiblería, se alía con la ignorancia y el
miedo, para acabar con el poder del raciocinio; todo ello requiere poco
esfuerzo intelectual, basta con dejarse ir por la pendiente del
adocenamiento y amedrentarse ante el griterío y la coacción de la masa
ciega. Si a ello añadimos la violencia aleatoria y gratuita nos
encontraremos en el meollo del terrorismo.
La eficacia amedrentadora del terrorismo descansa en la instauración
de un régimen generalizado de miedo; pocos incentivos hay tan eficientes
como éste. Sin embargo, aunque el fanatismo abona la tierra para el
crecimiento de la violencia, no todos los fanáticos son asesinos porque,
como decía Guillermo Cabrera Infante, el asesino suele serlo antes de
haber encontrado su pretexto para asesinar; ya hace mucho tiempo,
Aristóteles nos prevenía sobre la inutilidad de intentar razonar con un
fanático: la gente que dice que se puede matar a la propia madre no
merece argumentos, sino azotes.
El fanático considera que los fanáticos son los otros, por el simple
hecho de no compartir sus mismas rígidas obsesiones. El fanático no está
convencido, está entregado a una idea fija, inasequible a la razón. Decía
Nietzsche351 que las convicciones son cárceles. Sin embargo, poner al
mismo nivel el fanatismo que las convicciones, especialmente cuando
éstas sean fruto de una reflexión sincera y continua, supone confundir las
ideas con los idearios, comparar una mente dotada de inteligencia
sentiente con la irreversible rigidez de una inscripción lapidaria.
F E Y RELIGIÓN
Dice John Haught352 que la fe es un estado dinámico en el que te dejas
llevar a una comprensión y una verdad más profundas que las que has
alcanzado hasta ahora. Los creyentes tenemos fe, entre otros motivos,
351 Friedrich Nietzsche. El Anticristo
352 John F. Haught. Dios y el nuevo ateísmo
porque somos atraídos a una dimensión de profundidad. Somos
interpelados y respondemos a ese infinito misterio de ser, sentido, verdad,
bondad y belleza que los credos teístas denominan Dios, lo que no se
opone bajo ningún concepto a las explicaciones evolucionistas de la
religión.
Para Javier Monserrat353, la teología es la explicación organizada y en
alguna manera racional de la idea de Dios y de las creencias de una
determinada religión; por tanto, hay muchas teologías, tantas cuantas
religiones. Como indicaba André Migot354, la fe se vuelve superstición
cuando se aparta de la razón o, más aún, cuando se opone a ella, pero
cuando se asocia a la razón, le impide seguir siendo un simple juego
intelectual. Unamuno355 perdió su fe pensando en los dogmas, en los
misterios en cuanto dogmas; pero la recobró meditando en los misterios;
en los dogmas en cuanto misterios. En realidad, la fe no supone la
ausencia de dudas – eso sí es fanatismo – sino que se apoya en la
capacidad para enfrentarse a ellas con sinceridad y determinación.
Son numerosas las vicisitudes y circunstancias que hacen colisionar la
expresión de una fe sincera que no huye de la inteligencia, con las
actitudes y los arcaicos paradigmas religiosos defendidos a capa y espada
por algunas jerarquías eclesiales establecidas, ciegamente parapetadas ante
lo que consideran como la crisis social – una más – de la religiosidad y la
amenaza del laicismo.
Ciertamente, la relativa popularidad de una forma de laicismo de
pésima calidad intelectual, confortable, poco exigente desde el punto de
vista del compromiso y entendido como la obtusa negación de la
espiritualidad, es un elemento que está reforzando las posiciones más
integristas de las religiones organizadas. Personalmente, estoy en contra
de adoptar actitudes defensivas ante este tipo de movimientos de laicismo
353 Javier Monserrat. La ciencia orienta sobre la cuestión de Dios.
https://www.tendencias21.net/La-ciencia-orienta-sobre-la-cuestion-deDios_a2107.html (2 de marzo de 2008)
354 André Migot. Caravana hacia el Buda
355 Miguel de Unamuno. Diario íntimo
light, más propios de mentes en un estado perenne de adolescencia
intelectual, desorientadas y, por ello, claramente diferenciadas de
posiciones agnósticas o ateas bien fundamentadas y coherentes, con un
comportamiento personal ético y cívico comprometido. Pero ese
pseudolaicismo postural, cuyo nivel de fundamentación argumental no
llega a alcanzar el de un manual de instrucciones para chupetes, me resulta
profundamente desagradable: pretende escapar de la manipulación
religiosa, a costa de caer en la más pura estupidez.
Según Emile Cioran356, las obsesiones son los demonios de un mundo
sin fe: el deseo de orar no tiene nada que ver con la fe, sino que surge de
un agobio particular y durará tanto como él, incluso si los dioses y su
recuerdo desaparecen para siempre. Quizás lo que no consideró Cioran – o
no quiso comprender – es que no todos los que creen sinceramente en
Dios rezan – en un sentido litúrgico o formal –, ni todos los que afirman
rezar en el ámbito de la religión creen sinceramente en Dios.
Me sumo a Leandro Sequeiros357 en su reclamación de la carta de
ciudadanía de los creyentes dentro de una sociedad laica y en igualdad de
condiciones con el resto: las creencias no hay que ocultarlas como si
fueran una lacra, sobre todo si son razonables y no dogmáticas. Siempre
he reclamado que mis creencias son razonables – no se oponen a la razón
– pero no son racionales – no surgen de la especulación mental –. La fe es
una decisión libre, gratuita y maduradora.
Como indicaba Haught, aunque Dios no pueda ser conocido al margen
de la fe y la esperanza, la mayor parte de la teología admite que la fe y la
esperanza son enteramente coherentes – y del todo solidarias – con la
razón humana, incluyendo su búsqueda de comprensión científica. Por
otro lado, la tesis de que la verdad solo puede ser alcanzada por la razón y
la ciencia operando al margen de toda fe es en sí misma... una declaración
de fe; en definitiva, en algún punto de la validación de toda pretensión de
356 Emile Michel Cioran. Del inconveniente de haber nacido
357 Leandro Sequerios. Hay que tender puentes entre ciencia, filosofía y religión.
https://www.tendencias21.net/Hay-que-tender-puentes-entre-Ciencia-Filosofia-yReligion_a9648.html (26 de enero de 2012)
verdad o hipótesis es inevitable que se dé un salto de fe. En la base de
toda búsqueda humana de verdad, incluida la investigación científica, hay
presente un inextirpable elemento de confianza, remacha Haught.
Considerando fe, religión e iglesia en el mismo plano, Sequeiros
considera que, si los sistemas religiosos institucionalizados siguen
manteniéndose al margen de los cambios sociales y culturales, su
credibilidad y eficacia irán mermando sin remedio. En definitiva, el
inmovilismo es una enfermedad de difícil curación y, en el fondo, revela
falta de fe y miedo a perder poder y relevancia social. Por eso, como
indica Javier Monserrat358, muchas personas se resisten a que su
religiosidad sea medida por la iglesia cristiana que perciben socialmente y
con la que no se identifican.
F E Y ATEÍSMO
Cuestionar la fe religiosa, en cuanto al soporte argumental de la
validez de las convicciones, es uno de los elementos característicos del
ateísmo militante, que pretende encontrar un mundo de contradicciones
lógicas que alejan la fe de cualquier forma de humanismo inteligente.
Incluso en la desesperación, el ateísmo sobrepasaría a la fe religiosa, como
cuando Emile Cioran359 afirma que la superioridad que posee la negación
sobre cualquier forma de fe se manifiesta en los momentos en los que las
ganas de acabar con todo son particularmente poderosas, siguiendo la
senda de Nietzsche360, para el que toda fe es de por sí una expresión de
alienación de sí mismo, de abdicación del propio ser.
Sin embargo, el propio Nietzsche361 reconocía que también los que él
llamaba los hombres del conocimiento, los ateos y anti-metafísicos,
extraen su fuego de aquella hoguera encendida por una fe milenaria, por
358 Javier Monserrat. Hacia un nuevo concilio
359 Emile Michel Cioran. Ejercicios de admiración
360 Friedrich Nietzsche. El anticristo
361 Friedrich Nietzsche. La genealogía de la moral
aquella fe cristiana que fue también la fe de Platón, la creencia de que
Dios es la verdad, de que la verdad es divina.
¿En qué no creen los ateos? Quizá sea esa la pregunta clave, porque
casi siempre – por no decir siempre – la imagen de la fe y de la religión
que proyectan muchos de ellos, como indica John Haught 362, refleja tan
solo la fe religiosa de los movimientos religiosos más integristas y, entre
los cristianos, a los creacionistas y los teístas defensores del diseño
inteligente.
En realidad, reflexiona Haught, en un plano de conciencia
normalmente tácito, ateos y teístas comparten una fe común, ya que ambos
creen que la realidad es inteligible y que merece la pena buscar la verdad.
Lo que añade la teología es que la existencia de Dios – esto es, el ser, el
sentido, la verdad, la bondad y la belleza infinitos – brinda una
justificación adecuada a esta creencia, así como una respuesta a la
pregunta de por qué el universo es inteligible. Lo que de verdad es
irracional es la negativa a buscar una explicación última de por qué el
universo es inteligible, de por qué merece la pena buscar la verdad y de
por qué merece la pena confiar en nuestras mentes cuando éstas se afanan
por alcanzar una comprensión y una verdad más profundas.
Seguramente, es la idolatría lo que pervierte la religión, contaminando
con ello a la experiencia personal de la fe; sin embargo, aunque a algunos
les pueda parecer paradójico, el mejor antídoto contra la idolatría para el
creyente desencantado no es un ateísmo indiscriminado, a veces tan
irracional como la propia idolatría, sino una fe sincera, reflexiva y
positivamente abierta a la duda.
F ELICIDAD
Aspiramos a ser felices sin llegar a saber exactamente en qué consiste
eso que buscamos con tanto anhelo. Es una tendencia que consideramos
natural, que no necesita ser aprendida, algo que está grabado en nuestros
362 John F. Haught. Dios y el nuevo ateísmo
genes con el cincel de la evolución humana y que es modulado por la
educación y la socialización.
Lo que sí sabemos es que para humanizarnos necesitamos a otros seres
humanos, por lo que nuestra felicidad individual debe ser compatible,
compartible y cooperativa, como nos recuerda José Antonio Marina 363.
Ningún proyecto de felicidad puede ser exclusivamente privado; hasta el
onanista requiere la imagen o el recuerdo de los otros.
Aunque es posible aprender a valorar nuestra felicidad y a compartirla,
nadie nos ha enseñado por qué tenemos que ser felices, ni tan siquiera qué
es la felicidad. Para empezar, la felicidad es tanto un estímulo como un
estado: somos felices aspirando a serlo. El viaje es tan importante como la
meta; quizá más, porque la meta está en continuo movimiento, siempre
por delante de nosotros. En cierto sentido, somos como el burro que
saborea de antemano la zanahoria que quizás nunca llegará a alcanzar;
pero nadie que no persiga la felicidad será feliz, nadie que se considere
feliz dejará de perseguirla. Cuando la felicidad sobreviene, nos visita en
silencio sin haberla convocado de manera expresa; preguntaos si sois
felices y cesaréis de serlo, nos dice Juan Antonio Ribero364.
Podríamos definir la felicidad, en primera instancia, como una
disposición general del ánimo, una actitud ante la realidad – cumple
plenamente la definición de sentimiento inteligente, en tanto que
adecuación a la realidad – que actúa como amplificador del resto de
sentimientos positivos, de aquellos que nos hacen crecer como personas.
La felicidad está en el presente, pero también en el pasado – en el recuerdo
– y en el futuro, anticipando nuestro ánimo a la meta que nos motiva. La
felicidad no sabe de treguas: se es feliz o no, no a ratos ni a medias. No es
aplazable, es enemiga de la indiferencia y del vacío existencial; es
incompatible con darle largas a la vida.
Una persona feliz puede tener momentos aislados de tristeza o de
enfado, pero nunca de desesperación; ser feliz no significa rehuir el dolor,
363 José Antonio Marina. Aprender a convivir
364 Juan Antonio Ribero. Lo que Sócrates diría a Woody Allen
como pensaba Schopenhauer365 cuando afirmaba que la felicidad nunca
puede ser más que la liberación de un dolor. Antes, al contrario, la
felicidad descansa en la esperanza, el otro sentimiento inteligente al que
está estrechamente ligada, haciéndose mutuamente dependientes.
La felicidad es un sentimiento que emplea inteligentemente diferentes
emociones, que van desde la alegría hasta el compromiso, de la resistencia
a la adversidad – la resiliencia – a la compasión; David Hume366
consideraba a esta última como la base de todas las cualidades morales y
la que trae la felicidad personal a la vez que el beneficio social.
Laín Entralgo367 decía de la felicidad que es un estado de la vida del
hombre en que éste vive su existencia como plena posesión de sí mismo,
viviendo la vida como si su presente hubiera absorbido todo el pasado y
todo el futuro. En una línea similar se pronunciaba Bertrand Russell 368,
cuando afirmaba que la felicidad que satisface plenamente va
acompañada del pleno ejercicio de nuestras facultades y de la total
verificación del mundo en que vivimos, haciendo énfasis en que la
felicidad no es algo que nos saca de la realidad, sino más bien al contrario:
nos hacemos cargo de la realidad de una manera profunda porque somos
dueños de nosotros mismos.
Son numerosos los estudios sociológicos que muestran que las
personas que expresan mayores cotas de felicidad personal no son los que
más riqueza detentan, ni son los que mayores méritos académicos
acumulan, aunque parece razonable considerar que la felicidad ayuda a
resistir y a recuperarse, y por ello mejora las posibilidades de promoción
social y económica. Pero lo hace solo hasta un determinado nivel,
superado el cual, la promoción – y sobre todo, la competitividad personal
– actúa como un lastre para la felicidad, al obligar a sacrificar a algunos
elementos (tiempo, libertad, complicidad, solidaridad, etc.) que forman
parte constitutiva de la propia felicidad.
365 Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación
366 David Hume. Tratado de la naturaleza humana
367 Pedro Laín Entralgo. Creer, esperar, amar
368 Bertrand Russell. La conquista de la felicidad
Necesitamos trabajar con nuestros afectos; nuestra libertad requiere
metas. ¿Qué sería del motor de la inteligencia relacional sin la conducción
de los afectos y de los valores? Los monstruos autodestructivos
incrustados en la razón y la ausencia de objetivos éticos para la
inteligencia meramente relacional han alimentado múltiples disparates de
formidable trascendencia y atroces experimentos sociales que han
provocado manchas indelebles en la Historia de la Humanidad.
Todos ellos provocados por gente infeliz.
F ILOSOFÍA
Decía Chesterton369 que la filosofía es solo el pensamiento que ha sido
pensado; a los pensamientos que no han sido pensados los llamamos
comúnmente cultura y civilización. Yo, que tengo menos capacidad de
síntesis y mucha menos gracia que Chesterton, me permito hacer una
definición algo más larga, entendiendo como filosofía el afán íntimo – el
interés – y el método – el procedimiento – por el que buscamos la
comprensión sistematizada de la realidad, en sus diferentes
manifestaciones y en sus problemas que, recurrentemente, afectan al
hombre en todas las épocas.
Cierto es que los filósofos han empleado ese afán con fines y
resultados muy diversos. Séneca – uno de los referentes del estoicismo –
entendía que la filosofía tenía como principal misión facilitar la
superación de los conflictos provocados por el enfrentamiento entre los
deseos y la cruda realidad; algo así como si la filosofía fuese un pañuelo
en el que enjugar las lágrimas. De hecho, Boecio escribió allá por el siglo
VI dC una obra considerada clásica, La consolación de la Filosofía
(Consolatio Philosophiae).
¿Cómo nos puede ayudar la filosofía a hacernos cargo de la realidad?
Una primera respuesta – muy simple – es que nos ayuda a pensar; sin
embargo, la filosofía es mucho más que un método riguroso de estudio y
369 Gilbert Keith Chesterton. El hombre común y otros ensayos sobre la modernidad
ordenación de las observaciones y de las ideas; la filosofía, por encima de
todo, implica una voluntad de entender la realidad. Bertrand Russell370
aseguraba que en la organización sistemática y ordenada de nuestro
conocimiento subsiste la posibilidad del error, pero su probabilidad
disminuye por las relaciones recíprocas de las partes y el examen crítico
que ha precedido a la aquiescencia; podemos conocer las propiedades de
las relaciones necesarias para asegurar la correspondencia con los datos de
los sentidos, pero no podemos conocer la naturaleza de los términos entre
los cuales se establecen las relaciones.
Al fin y al cabo, el mundo es la totalidad de los hechos, no de las
cosas, como afirmaba Wittgenstein371; los hechos en el espacio lógico son
el mundo. Más allá de eso, decía Wittgenstein, es mejor no pronunciarse;
sobre todo, si todo nuestro razonamiento descansa en juegos de palabras,
manipulando su polisemia: la desconfianza en la gramática es el primer
requisito para filosofar, concluía Wittgenstein.
Las raíces de la filosofía en el ámbito occidental se remontan
fundamentalmente a los griegos de hace 26 siglos, que comenzaron darse
cuenta de que no solo importaba hacer cosas, sino que que era importante
reflexionar acerca de los motivos para hacerlas y que la realidad es algo
más que lo que uno alcanza a ver desde la ventana de casa. Tales de Mileto
es considerado el primero de los filósofos griegos, destacando
fundamentalmente por ser el primero en el mundo occidental del que se
tiene noticia que intentó explicar los fenómenos naturales aplicando un
método racional.
Sin embargo, antes que la filosofía griega sería justo citar a la filosofía
hinduista, una heterodoxa suma de doctrinas en las que el centro es la
religión, basada fundamentalmente en la interiorización de la búsqueda
hasta llegar al misticismo extremo. Su primera época – védica – comienza
en torno al siglo XV aC, es decir, casi un milenio antes que el inicio de la
filosofía griega, que, por cierto, se hizo eco de algunas ideas de origen
hindú. Aquellos hindúes llamaban darśana a lo que nosotros llamamos
370 Bertrand Russell. Los problemas de la filosofía
371 Ludwig Wittgenstein. Tratado lógico-filosófico
filosofía y que se puede traducir como una visión intuitiva e inmediata de
la realidad, y en la que está englobada la vía o método para realizar esa
visión. La darśana es, en definitiva, el fin último del ser humano (hindú,
naturalmente), la liberación de toda dependencia y la visión de la Realidad
última, lo que los occidentales concretamos en Dios, pero que en la
mentalidad hindú resulta aún más indefinible, si cabe.
El inicio de la filosofía china suele relacionarse con la escritura de El
Libro de los cambios (Yi Jing) que, aunque es más bien un libro de
adivinación, ya incorpora algunos de los mismos conceptos filosóficos que
aparecen a lo largo y ancho de todo el mundo. La tradición oral se remonta
al neolítico, aunque su divulgación viene a coincidir cronológicamente
con el inicio del esplendor de la filosofía griega, torno al siglo VI aC.
Básicamente, el viejo pensamiento chino se fundamenta en la relación
complementaria entre el yin y el yang, cuya unión inseparable caracteriza
a la realidad, según Lao Tse.
¿Es la filosofía solo una actitud y una manera de reflexionar – y esto
no es poco – sobre la realidad? Marx se quejaba de la actitud de los
filósofos que, según él, solo se conforman con estudiar la realidad sin
pretender cambiarla. Sin embargo, no todos los filósofos están
cómodamente asomados a su balcón viendo correr a sus pies el torrente de
la vida; han habido y hay muchos que, por el contrario, consideramos que
el auténtico aspecto esencial de la filosofía ha sido siempre el esfuerzo por
ofrecer fundadas esperanzas para la humanidad más allá de las alegrías y
sollozos propios de la contemplación, en línea de lo afirmado por Moisés
González372. Más aún, Habermas373 consideraba que la filosofía actual no
puede concebirse sino como un elemento reflexivo de la actividad social.
En definitiva, frente a la concepción pasiva y eminentemente
observacional de la filosofía que tienen algunos, está la de aquellos para
los que supone sobre todo un esfuerzo de la voluntad con que atacar los
estamentos actuales, con el fin de sacar al aire todas las falacias existentes,
372 Moisés González García. Introducción al pensamiento filosófico. Filosofía y
modernidad
373 Jürgen Habermas. Sobre Nietzsche y otros ensayos
como nos decía Friedrich Waismann374. Y no solo esto, tiene que ir tan
lejos como sea necesario para poner en tela de juicio incluso cánones de lo
que es satisfactorio; en este sentido, la filosofía es volver a poner a prueba
las normas; o, lo que es lo mismo, pensar lo pensado, como decía
Chesterton. En realidad, la filosofía no brinda soluciones sino que ayuda a
formular preguntas en la forma adecuada para poder encontrar algunas
respuestas a cuestiones que planteándonos una y otra vez, como dice
Fernando Savater375.
El filósofo debe pensar hacia los demás, hacia la humanidad. Para esto
tiene que reconocer que el hombre – cada hombre – es un ser portador de
luz; sin desconectar de la realidad concreta de la vida, el filósofo debe
proponer ante una sociedad en decadencia una flexible y eficaz reflexión
sobre el sujeto responsable, como indicaba Gabriel Marcel 376. Incluso el
inflexible Nietzche377 no dudaba en afirmar que el valor de la filosofía no
radica en la esfera del conocimiento, sino en la esfera de la vida.
Fue Kant el que situó los fundamentos del pensamiento filosófico
moderno acerca del hombre. Fue él quien expresó que toda la filosofía se
resume en el problema del hombre, que queda abierto en canal a sus tres
preguntas fundamentales: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo saber? y ¿Qué
me está permitido esperar?
Quien espere una respuesta definitiva a alguna de estas cuestiones…
F ÍSICA
Todavía hoy la física no sabe lo que es la energía. No podemos definir
el tiempo, pero podemos medirlo. El principio de indeterminación de
Heisenberg describe la imprecisión inherente que debe existir en
cualquier intento de describir la naturaleza. Puedo afirmar con seguridad
374 Friedrich Waismann. Mi perspectiva de la filosofía. En: Positivismo lógico, de Alfred
J. Ayer
375 Fernando Savater. Las preguntas de la vida
376 Gabriel Marcel. Los hombres contra lo humano
377 Friedrich Nietzsche. El libro del filósofo
que nadie entiende la física cuántica. Estas y otras muchas afirmaciones
de este estilo realizadas por Richard Feynman 378, uno de los físicos más
notables del siglo XX y joven – tenía 47 años cuando lo recibió, en 1965 –
ganador del Premio Nobel de física, parecen sugerirnos una cierta
debilidad del conocimiento científico. No fue, desde luego, el único físico
ni científico que se ha expresado en términos similares.
En realidad, Feynman tenía sobrados motivos para decir estas cosas.
En particular, desde sus inicios, los axiomas manejados por la mecánica
cuántica han desafiado cualquier forma de intuición o visualización de los
procesos que describe; son también contrarias a la intuición común
muchas de las extremadamente exactas predicciones de ciertos fenómenos
físicos realizadas a partir de la teoría cuántica. ¿Por qué la visión cuántica
de la realidad, de los fenómenos físicos y de sus relaciones entre ellos,
resulta tantas veces contradictoria con la visión clásica?
Un principio de justificación es que, en física clásica, el estado de un
sistema está determinado por un conjunto preciso de datos definidos –
cantidades – relativos a magnitudes o propiedades – posición en el
espacio, masa, energía, velocidad, etc. – que evolucionan de una forma
determinada por una ecuación matemática precisa, habitualmente una
ecuación diferencial, con respecto a una variable, generalmente el tiempo.
Si medimos un parámetro concreto – la velocidad, por ejemplo –
obtendremos del correspondiente dispositivo tecnológico un valor
concreto y, si el aparato es lo suficientemente preciso, siempre será el
mismo cuando el fenómeno asociado al objeto se repita de forma idéntica.
Estos nos llevará, al combinar las diferentes medidas, a predecir el
comportamiento de un sistema si disponemos de suficientes datos; es
decir, la física clásica es fundamentalmente unívoca y determinista.
Sin embargo, la teoría cuántica no maneja conjuntos definidos de
valores numéricos para definir un estado físico, sino una función; por
ejemplo, la de una partícula subatómica dotada de movimiento, como el
electrón sería una función de onda. No solo eso; las magnitudes
observables (posición espacial, energía, etc.), que en física clásica se
378 Richard Feynman. The Feynman Lectures on Physics
describían de forma cuantitativa simple (valores numéricos), en física
cuántica son sustituidos por operadores, un tipo especial de objetos
matemáticos que determinan la manera en que evoluciona el sistema. Ello
supone que la física cuántica no predice el resultado de una medida con
certidumbre – no es determinista, al menos en el sentido clásico del
término – sino la probabilidad de obtener determinados valores.
Uno de los objetivos más perseguidos por los físicos es la llamada
Teoría del Todo (Theory of Everything, TOE), una formulación
homogénea que debería integrar el actual modelo estándar de la física y,
especialmente, a la teoría de la relatividad y a la mecánica cuántica,
incompatibles entre sí en algunos aspectos pero en especial por lo que se
refiere a la gravedad. Espoleados por el deseo de romper la sangrante
paradoja científica de que ambas teorías han demostrado tener un alto
grado de realismo y, sin embargo, son incapaces de comprenderse entre sí
en determinados aspectos relevantes, se han desarrollado multitud de
modelos físico-matemáticos con este fin.
Sin embargo, la diferencia entre la física clásica y la cuántica no
consiste solo en que la primera sea determinista y la segunda sea
probabilística; de hecho, como indica Miguel Navascués 379, es posible
formular teorías coherentes de carácter probabilístico que no tienen
ninguna relación con la física cuántica, como las teorías probabilísticas
generalizadas. Este tipo de teorías describen lo qué observaría un
experimentador si preparase un sistema físico de cierta manera, lo dejase
evolucionar en el tiempo y midiese luego sus propiedades, pero sin entrar
a considerar los eventos que ocurren entre el inicio y el final del
experimento; es decir, sin interpretar el mecanismo intermediario entre el
estado inicial y el final. El propio Navascués ha encontrado correlaciones
ligeramente más generales que las cuánticas, que, sin embargo, no parecen
violar ningún principio físico, lo que sugiere la posibilidad de formular
una teoría aún más fundamental que la teoría cuántica. Conviene, en este
sentido, recordar que Albert Einstein consideraba – de forma obstinada,
379 Miguel Navascués. Teorías supracuánticas; Investigación y Ciencia. Septiembre
2016; pp 66-73
ciertamente – a la física cuántica solo como un caso particular de la
relativista.
Todo esto parece alejarnos cada vez más de una teoría física capaz de
afrontar homogéneamente todo el conocimiento empírico en un marco
teórico continuo. Es decir, la cosa no parece pintar demasiado bien para
ninguna teoría del todo y, de hecho, ya algunos físicos ya hace algún
tiempo que comenzaron a tirar la toalla al respecto. Stephen Hawking y
Leonard Mlodinow380 consideraban que para describir el universo
probablemente tendríamos que emplear teorías diferentes en situaciones
distintas y puede que cada una de esas teorías implique su propia versión
de la realidad, sin que ninguna de ellas en particular pueda arrogarse la
cualidad de ser más real que las restantes. Pero, quizá ésta sea la manera
en que universo hace las cosas, concluían Hawking y Mlodinow; de
hecho, Stephen Hawking se llevó esa incertidumbre a la tumba (14 de
marzo de 2018).
F ORMALIZACIÓN Y REALIDAD
La realidad tiene un carácter intrínsecamente complejo y es esa
complejidad la que obliga a que la inteligencia sea un continuo con los
sentimientos, concibiendo y juzgando a las cosas y a los fenómenos: todo
proceso de intelección es sentiente, afirmaba Zubiri381.
El pensamiento sentiente y las emociones inteligentes son las dos
caras de una misma moneda, inextricablemente unidas en el hombre, que
surgen como el resultado global – holístico – del ser. Los sentimientos,
según Zubiri, actúan calificando a la propia realidad, actualizándola,
acondicionándola en y para el hombre; nos presentan facetas de la realidad
pero no son exclusivamente subjetivos, ya que no son solo estados
personales sino que dependen formalmente de la realidad; por otro lado,
tampoco lo que llamamos objetividad puede plantearse como ajena al ser
380 Stephen Hawking; Leonard Mlodinow. La escurridiza teoría del todo. Investigación
y Ciencia, diciembre 2010; pp. 43-5
381 Xavier Zubiri. Inteligencia sentiente: Inteligencia y realidad
humano, ya que nuestros objetos de estudio suelen estar relacionados con
nuestros intereses. No debe confundirse la objetividad con la indiferencia,
decía Jean Guitton382; es decir, subjetividad y objetividad deben ser
siempre consideradas en términos de gradualidad o relatividad, nunca
absolutos.
Dice Juan José Sanguineti383 que el hombre solo entiende
sentientemente la realidad a través de la formalización de ésta, nada puede
entenderse solo materialmente. De hecho, el propio acto sensitivo es un
único acto psicosomático, con una dimensión formal (psíquica) y una
dimensión material (neurológica). ¿Pero a qué llamamos formalización?
Para Ramón Abarca384 es el procedimiento mediante el cual se construye
un sistema meramente de símbolos, regido por algunos axiomas y por
reglas operativas.
En un sentido científico, podríamos decir que la formalización
consisten en la inclusión de los elementos observados dentro de un marco
formal de leyes y teorías, que se expresa a través de un lenguaje
inequívoco, al margen de condicionantes culturales o sociales. Incluso
estaríamos tentados de asignar a las matemáticas el papel formalizador
universal, algo que ya se intentó – infructuosamente – hace un siglo.
Permítame mencionar a David Hilbert, un formidable científico y
posiblemente uno de los matemáticos más influyentes y prolíficos de la
historia, cuyos trabajos sobre formalismo matemático son todo un
referente. Este prusiano nació en la misma localidad – Königsberg 385 – que
Kant aunque 138 años después – en 1862 – y, entre sus aportaciones más
celebradas, figuran su teoría de invariantes, la axiomatización de la
geometría y el desarrollo de lo que posteriormente sería denominado como
espacio de Hilbert. Sus aportaciones fueron decisivas para la formulación
382 Jean Guitton. Mi testamento filosófico
383 Juan José Sanguineti. Filosofía de la mente
384 Ramón Abarca. Introducción a la lógica
385 Perteneciente originalmente Prusia y situada en su extremo oriental, actualmente
forma parte de la Federación Rusa tras su anexión por la Unión Soviética en 1945, con
el nombre de Kaliningrado.
matemática de la teoría de la relatividad y de la física cuántica. Hilbert
defendió la idea que la totalidad de las matemáticas podían ser construidas
de forma consistente y completa a partir de un determinado número y tipo
de presupuestos o axiomas – construcción axiomática – partiendo de los
números naturales.
Sin embargo, el primer teorema de incompletitud de Gödel demostró
que ningún sistema de axiomas que sea lo suficientemente rico como para
formalizar las matemáticas puede ser lógicamente completo. Tras Gödel,
el concepto de verdad matemática perdió su sentido anterior, mostrando
que si las matemáticas son lógicamente consistentes, entonces es
imposible demostrarlo y que algunos enunciados matemáticos no pueden
ser demostrados ni refutados: son indecidibles. En definitiva, cualquier
sistema axiomático para las matemáticas debe ser incompleto: nunca se
puede elaborar una lista completa de axiomas que determinen de forma
unívoca todos los teoremas verdaderos o falsos.
Una forma básica de formalismo lógico es la definición, lo que
equivale a la delimitación, es decir, a la indicación de los fines o límites
conceptuales de un ente respecto de los demás. Toda definición debe ser
convertible: entre lo definido y la definición es necesaria una
equivalencia; lo definido no debe entrar en la definición, no puede
representar circularidad; debe ser más clara y no debe abarcar más, ni
menos, que lo definido.
La importancia de la definición para la lógica formal es tal que
Wittgenstein dedicó su segunda y última obra filosófica 386 a desentrañar
los errores en el pensar, debidos fundamentalmente a los fallos
lingüísticos, de tal manera que nuestro entendimiento se enreda cuando
usamos mal una palabra en una situación en la que no se puede aplicar. La
tarea de la filosofía es, entre otras, un esforzado desenredar estos nudos;
por eso es la filosofía tan compleja, nos aseguraba Wittgenstein.
Más allá de la formalización del conocimiento y siguiendo la tesis de
Zubiri387, la hominización implica un aumento y una mejora de la
386 Ludwig Wittgenstein. Investigaciones filosóficas
387 Xavier Zubiri. Tres dimensiones del ser humano: individual, social, histórica
capacidad para dar forma o esquematizar – formalizar – la captación de la
realidad, lo que se ha venido en llamar hiperformalización, es decir, la
captación o asimilación completa – aprehensión – de una idea o de un
conocimiento, tomando mentalmente los objetos con una gran intensidad
objetiva, haciéndoles independientes, autónomos, consistentes en sí
mismos. La hiperformalización los convierte en realidades para el hombre,
mientras que el animal se queda evolutivamente en el mundo de los
simples estímulos.
Es justamente esta mirada sentiente lo que permite formar una
representación de los contextos y objetos reales como realidades
consistentes en conjuntos de elementos en interacción, pero al mismo
tiempo en unidad. La memoria, el otro elemento evolutivo trascendental,
es lo que permite complementariamente evocar el pasado sin conexión con
la situación presente, surgiendo recuerdos, conectándolos e interactuando
entre sí en la corriente de la conciencia de una forma característica. Esto
es lo habitualmente denominamos pensamiento.
En el caso del hombre, su propia realidad – como cualquier realidad –
está constituida por un sistema coherente de características o notas, que es
intrínsecamente respectivo. Todo es real respecto de algo; tan solo la
realidad divina es, para Zubiri, la única que carece de respectividad; solo
Dios es referencia de Sí mismo y no requiere ninguna otra.
F UNDAMENTALISMO
Muchas personas, religiosas o no, tienden a identificar los términos de
religiosidad y de fundamentalismo. En realidad, este último tiene más que
ver con la forma de defender y justificar las convicciones que con el
propio contenido de éstas. El fundamentalista no asume determinadas
ideas, sino que simplemente se adueña de su formulación y de su contexto
histórico y sociológico, para encumbrarla como una máxima intocable,
perpetuamente irrebatible. Es la formulación de la idea, su exterioridad, lo
que se convierte en objeto de veneración, no el propio contenido de la
idea, que nunca procede de la reflexión e incluso frecuentemente es
desconocido. Por definición, el fundamentalista no es una persona
espiritual ni intelectual, precisamente porque no acepta la duda, y ésta es
determinante para la integración de cualquier idea en la mente humana.
El término fundamentalismo parece que surgió en Estados Unidos,
aplicado a una secta radical protestante que sostenía la verdad literal de la
Biblia y que publicaba hacia 1910 una hoja periódica denominada The
Fundamentals388.
Aunque son aparentemente ortogonales, en muchas ocasiones ciertos
idearios religiosos y políticos se combinan para reforzarse mutuamente en
un afán identitario de carácter excluyente; de ahí surgieron el
nacionalismo político y el sectarismo religioso, muchas veces
estrechamente vinculados. Ambos se caracterizan por la presencia de ideas
arrebatadas, acogidas a pasados ficticios o fantásticamente idealizados,
con frecuencia delirantes, y futuros plagados de ensoñaciones
apocalípticas, todo ello aderezado por un marcado victimismo
autocompasivo, que va acompañado paralelamente de una manifiesta
repulsión – una veces atroz, otras cruelmente indiferente – hacia todo lo
que es considerado ajeno: los otros.
El sentimiento de pertenencia a una única comunidad, sea del tipo que
sea, subraya sobre todo la idea de exclusión. Cuando el fundamentalismo –
nacionalista, étnico, ideológico, religioso, etc. – se quita la careta,
inevitablemente manifiesta su carácter excluyente; si no es así, tan solo se
queda en simple costumbrismo folclórico.
Los fundamentalismos son las grandes cultivadores del victimismo
como herramienta de contagio social; si lo consideran rentable, son
capaces de provocar un conflicto, incluso armado, para poder considerarse
víctimas del mismo – aunque la agresión verbal o física la sufran
principalmente los otros –, con tal de mantener su lógica paranoica.
El fundamentalismo también afecta a campos supuestamente
controlados desde la racionalidad; de hecho, la propia hiperracionalidad
es fundamentalista, al negarse a aceptar cualquier forma de realidad que
no encaje en su modelo explicativo; el campo de la ciencia no es, desde
388 José Antonio Pascual. Prólogo al Breve diccionario etimológico, de Joan Coromines.
luego, ajeno a este tipo de actitudes. Algunos físicos desaconsejan
abiertamente hablar de la realidad, un concepto de difícil definición al que
consideran un estorbo, y prefieren centrarse, por considerarlo más útil, en
el concepto de reproducibilidad, es decir, la propiedad de obtener siempre
el mismo resultado con un experimento cuando se mantienen las mismas
condiciones de partida.
Entiendo que la reproducibilidad es una característica exigible a la
ciencia empírica, pero solo es un medio para alcanzar el objetivo principal
de la ciencia, que es describir y – hasta donde sea posible – explicar la
realidad o, cuando menos, la realidad explicable científicamente.
Ciertamente, es una actitud que pone de manifiesto la opacidad de los
intereses reales que tienen muchos científicos o, en otros casos, su
incapacidad para afrontar el reto que supone la realidad. Es decir,
reafirmar la reproducibilidad como un fin de la ciencia no es más que
esconder el problema, en lugar de enfrentarse a él.
Difícilmente podremos describir bien la realidad si ni siquiera
sabemos lo que es o, como mínimo, si todos hablamos del mismo
concepto. Razonamientos de este tipo me llevan a considerar que, en
algunas ocasiones, la física fundamental corre el riesgo de convertirse en
fundamentalismo de los físicos.
Quizá sean aprensiones mías...
F UTURO
Uno de los aspectos más relevantes que diferencian al hombre del
resto de los animales es la esperanza, en lo que implica de trascendencia,
de superación de lo inmediato. Mientras que el animal busca resolver el
problema inmediato que le acucia, el hombre tiene una aspiración
permanente – aun en las situaciones más críticas y difíciles – de
superación, de ir más allá de donde está. Y no solo en lo meramente
previsible, sino en un estado de permanente apertura a cualquier
circunstancia o situación que puedan ampliarle todavía más sus
horizontes. En nuestra vida no solo estamos en la paradójica expectativa
de lo imprevisible, sino que incluso lo buscamos y nos preparamos para
ello.
De esta manera, la diferencia entre esperanza y desesperanza se sitúa
en la capacidad para superar la barrera de lo previsible, de lo meramente
extrapolable en el tiempo y en el espacio. Para el desesperado, el futuro es
dolorosamente previsible, no existe nada más allá de lo esperable por él a
corto plazo, se identifica temporal y físicamente con lo inmediato; lo
próximo lo domina todo y esa realidad autoimpuesta apabulla el ánimo del
desesperado.
Por el contrario, el que siente la esperanza se ve transportado por una
convicción que trasciende lo razonado e incluso hasta lo razonable, en una
permanente disposición de apertura para asumir una nueva realidad que
siempre entiende más valiosa que la actual, sin que ello le suponga huir de
la realidad presente ni desdeñarla. Ama el futuro porque se siente firme en
el presente y es consciente de su pasado, aunque ambos no sean o hayan
sido perfectos. Para el que tiene esperanza, la vida adquiere sentido
propio, va más allá de un simple devenir de acontecimientos.
Así pues, el futuro es algo así como el terreno de juego donde vamos a
dirimir nuestras esperanzas, donde pondremos a prueba nuestras
convicciones y deseos. Pero, a diferencia de un estadio deportivo, donde
las dimensiones y líneas de demarcación están previamente establecidas,
en el futuro las demarcaciones podemos cambiarlas, al menos en cierto
grado. Podemos intentar cambiar nuestro futuro en función de nuestras
esperanzas; podemos construir áreas específicas que faciliten la evolución
de nuestra aventura personal. La edad adulta es una aventura o no es más
que una caída, decía Jean Guitton389.
Nuestras metas vitales no son estáticas, ni siquiera permanecen en el
tiempo. Lo que en un momento nos daba sentido, en otro momento puede
dejar de tirar de nosotros. Nuestros objetivos cambian con nosotros
mismos, porque tenemos condicionantes pero al mismo tiempo somos
libres; no nos queda más remedio que ser libres. Nuestra libertad es lo
único que no es libre en el ser humano. El hombre está condenado a ser
389 Jean Guitton. Mi testamento filosófico
libre, decía Sartre390, porque una vez en el mundo es responsable de todo
lo que hace. Y, por ello, tiene la condena de inventarse a sí mismo en cada
momento.
Que estemos condenados a la libertad no quiere decir que consigamos
llegar siempre a donde queremos. Somos libres a la hora de definir
nuestras metas, pero la realidad compleja, el cosmos entero, no se mueve
según nuestros intereses personales. La realidad se recrea con nosotros,
pero también nos recrea a nosotros. Por ello, es preciso ser conscientes de
que los resultados no siempre estarán a la altura de nuestras expectativas
vitales. Nuestros sueños y esperanzas no controlan necesariamente los
resultados a los que llegamos, decía Popper391. Y ello tampoco debe
ofuscarnos ni deprimirnos; que no seamos capaces ahora de alcanzar
ciertas metas no significa que debamos renunciar a seguir luchando por
ellas e incluso alcanzar otras difíciles aún.
Tener metas difíciles no significa inventar un futuro irreal, un futuro
imposible. Toda meta debe ser posible, aunque solo lo sea en nuestra
mente; de hecho, lo nuestro es aspirar a un proyecto de vida que, antes de
existir en la realidad, solo existe en nuestra mente, en palabras de José
Antonio Marina392. Pero, para ello, debemos enfrentarnos con la realidad,
con la verdad de una realidad que existe con nosotros y de la que
formamos parte. Para esto, como decía Popper, en la búsqueda de la
verdad, el mejor plan podría ser comenzar por la crítica de nuestras más
caras creencias.
En la medida en que toda especie está llamada a perdurar, se puede
considerar, como lo hacía Zubiri393, que el aspecto prospectivo del hombre,
esa capacidad para mirar al futuro, tiene un carácter genético en tanto que
miembro de una especie. El hombre está construido para mirar hacia
delante, no le queda más remedio que hacerse cargo de su futuro, como lo
hace de su presente.
390 Jean Paul Sartre. El existencialismo es un humanismo
391 Karl R. Popper. Sobre las fuentes del conocimiento y de la ignorancia
392 José Antonio Marina. Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía
393 Xavier Zubiri. Tres dimensiones del ser humano: individual, social, histórica
Cuando nos situamos exclusivamente en nuestro presente o, peor aún,
en nuestro pasado, huyendo del futuro, lejos de exprimir el jugo a la vida,
lo que hacemos es agotarla. Abusar del presente o del pasado,
especialmente cuando se hace en detrimento del futuro, deshumaniza a la
persona y le convierte en un mero autómata desesperado. El que huye del
futuro, refugiándose en el presente o en el pasado, expresa un miedo
cerval a su propia trascendencia como persona.
El hombre que piense que ya ha llegado, es que está muerto. Como
dice Antonio Oliver394, el hombre no llega nunca, porque es la extensión
de sí mismo sobre el tiempo. Y, en la misma medida, el hombre lleva la
concreción de todo el tiempo sobre sí mismo, convergiendo en él todo el
pasado y todo el futuro, y todo el mundo, todo el cosmos.
G LOBALIZACIÓN
En el vaivén de la historia, la globalización viene a suponer, en
palabras de Tony Judt395, una actualización de la fe modernista en la
tecnología y la gestión racional que marcó los entusiasmos de las décadas
posteriores a la II Guerra Mundial. La realidad posterior nos ha mostrado
que una expansión económica basada en aquellos principios no ha servido
para garantizar ni la igualdad ni la prosperidad, ni tan siquiera es una
fuente fiable de desarrollo económico.
La globalización no asegura ningún tipo de nivelación económica ni
de reparto mínimamente equitativo; globalizar los mercados solo ha
servido para hacer que los que están acostumbrados a dominar los
mercados – por cualquier método – acumulen aún más poder,
maximizando sus beneficios a costa de una producción deslocalizada que
empequeñece brutalmente los costes laborales, a veces hasta niveles
indistinguibles de la esclavitud. En realidad, ni la expansión económica
permanente, ni la globalización son los mejores objetivos para cubrir las
394 Antonio Oliver. Desde el hombre hacia Dios
395 Tony Judt. Algo va mal
necesidades de las sociedades y los individuos; son, sobre todo,
instrumentos a la medida de los intereses de las grandes empresas.
Uno de los elementos distintivos de la cultura occidental actual es su
permanente estado de cambio. Esta paradoja se visualiza especialmente a
través de la pérdida de peso de los valores tradicionales asociados a
culturas definidas y más o menos cerradas. La globalización nos impone
un entorno en permanente cambio y nos obliga a una continua adaptación.
Pero lejos de formar una cultura global de carácter integrado, asistimos a
un proceso de fragmentación cultural, donde lo mejor que podemos
alcanzar, al menos a corto plazo, es una coexistencia más o menos pacífica
entre diferentes culturas.
Se utiliza, casi siempre malévolamente, el término de globalización
como la excusa para la explotación económica de los más débiles, bajo el
pretexto de una supuesta cultura universal que, en realidad, no existe. La
globalización, entendida en términos exclusivamente de producción y
mercados económicos, no tiene parangón con el enriquecimiento
compartido de los bienes culturales; por el contrario, la globalización
económica impuesta a modo de impuesto revolucionario conduce a una
convivencia forzada, de carácter más excluyente que inclusiva.
La teoría discursiva de la democracia de Habermas396 considera que
el elemento configurador de la comunidad política es el nexo racional que
suponen las comunicaciones cotidianas, en las que se impone el mejor
argumento, frente las propuestas políticas de tipo comunitarista, que se
consideran que la comunidad política se autoconstituye en referencia a una
identidad y comunidad ética previa. Para Habermas, la reflexión ética
individual en el seno de la sociedad enriquece a ésta y la combinación de
todas configura una auténtica sociedad civil en la que se forma una
voluntad y una opinión común de acuerdo con procesos discursivos en los
que se debaten problemas, se perciben intereses y se concretan
pretensiones con el trasfondo común del mundo de la vida social.
Todo lo anterior supone un replanteamiento del concepto tradicional
de ciudadanía proveniente de los estados nacionales. Como elemento
396 Jürgen Habermas. Facticidad y validez
integrador, pero al mismo tiempo superador de las culturas nacionales,
Habermas utiliza la expresión, acuñada por Dolf Sternberger, de
patriotismo constitucional, referido a los valores ético-sociales
constitucionales, al espíritu democrático protegido-organizado por las
constituciones democráticas, más allá de la letra concreta con que éstas
están redactadas.
H ÁBITOS
Un hábito, una costumbre, no es otra cosa que un procedimiento que
realizamos de forma más o menos automática cuando concurren
determinadas circunstancias. Hay hábitos racionales, que surgen de
nuestra reflexión y experiencia vital previa; hay, también, hábitos
irracionales que son simples copias inconscientes de nuestro ambiente
social o, en otras ocasiones, la vía fallida de nuestra inteligencia sentiente.
Sobre los hábitos (ethos) formalizó su ética Aristóteles397. Son, pues, algo
importante sobre lo que reflexionar.
Una de las primeras cosas que podríamos afirmar con relación a los
hábitos es que tienen mucho que ver con las personas que nos rodean. Es
con ellas con quienes interaccionamos más frecuentemente y, por ello,
nuestras conductas repetitivas son más frecuentes y nos sirven, en cierto
sentido, como un campo de pruebas para cuando tengamos que actuar en
ambientes menos conocidos. Dice Juan Antonio Ribera 398 que el
aprendizaje moral se realiza asistiendo al comportamiento de personas
rodeadas de un fuerte halo de ejemplaridad y tratando de emularlas; al
imitar al modelo entramos en conocimiento implícito de las reglas
seguidas por éste en su conducta.
Con ello, reconocemos que nuestro entorno, lo que podríamos llamar
sociedad, se nos impone – al menos hasta cierto punto – al sentirlo como
instancia a que recurrir y en que ampararnos, lo que implica que la
397 Aristóteles. Ética a Nicómaco; Ética a Eudemo
398 Juan Antonio Ribera. Lo que Sócrates diría a Woody Allen
sociedad es, por esencia, poder; un poder incontrastable frente al
individuo, en opinión de Ortega399.
Así pues, recurso y amparo, el hábito es un mecanismo necesario; otra
cosa es que el hábito se convierta en la única manera en que cada uno de
nosotros es capaz de actuar. Es el hábito de tener hábitos lo que uno debe
combatir incesantemente si quiere continuar vivo, decía Edith Wharton 400,
quien consideraba que el hábito es un generador de vejez, el mortífero
proceso de hacer lo mismo de la misma manera a la misma hora del día,
primero por negligencia, luego por inclinación y al final por inercia o por
cobardía.
Si hacemos del hábito nuestra única manera de actuar, convertiremos
nuestra vida en una mera fachada, una piel muerta rellena de oquedad
existencial. Sería como afirmar que la vida es un viaje pero nos
comportásemos como si fuese ella la que corre fuera de nuestra existencia;
en realidad, la vida, y nosotros con ella, nos movemos y nunca volveremos
a recorrer el mismo paisaje.
Montaigne401 cargaba con mucho tino contra los hábitos. Para él, el
hábito adormece la vista de nuestro juicio; debiendo poseer el alma llena,
nos conformamos con hincharla; en vez de fortificarla, nos conformamos
con inflarla.
¿Entonces, por qué adquirimos hábitos? Steven Pinker 402 sugiere que
algo debe haber en la mente que sea innato, aunque solo sean los
mecanismos que realizan el aprendizaje; algo tiene que interpretar la
conducta de las otras personas como un intento para alcanzar metas, y no
como trayectorias de las sacudidas de brazos y piernas. Según Pinker, los
seres humanos se comportan flexiblemente porque están programados: sus
mentes están equipadas con el software combinatorio que puede generar
un conjunto ilimitado de pensamientos y conductas. La conducta puede
variar bastante entre culturas, pero el diseño de los programas mentales
399 José Ortega y Gasset. El hombre y la gente
400 Edith Wharton. Una mirada atrás
401 Michel de Montaigne. Ensayos
402 Steven Pinker. La tabla rasa
que la generan no tiene por qué variar. En definitiva, la conducta
inteligente se aprende con éxito porque poseemos unos sistemas innatos
que realizan el aprendizaje.
Soy poco partidario de las explicaciones lógicas cerradas, definitivas.
De hecho, creo que la lógica no es un proceso único: podemos crear tantas
lógicas como nos apetezca. El hecho de que hayamos optado por un
sistema común no significa que sea el único y ni tan siquiera el mejor; la
realidad no se agota con una sola lógica y, por tanto, la causalidad, la
voluntariedad y la inteligencia afectiva y relacional son susceptibles de
variar sustancialmente. Creo en el poder creativo de la conciencia humana,
favorecida y perjudicada al mismo tiempo por los hábitos; me satisface el
hábito de ver en el otro a un alter ego imprescindible y enriquecedor. Por
eso, coincido con Montaigne en que la confianza en la bondad ajena es
testimonio casi irrecusable de la propia bonhomía; yo me permito
complementar su aforismo afirmando que la desconfianza sistemática
sobre los demás solo atestigua el escaso valor del desconfiado.
H ISTORIA
El hombre no tiene naturaleza, tiene historia, decía Ortega 403.
Igualmente, Horkheimer404 afirmaba que es vano el intento de comprender
al hombre como unidad estable en devenir, ya que las realidades humanas
se han entremezclado en el curso de la historia; para él, nuestra propia
imagen de la historia está estructurada por los intereses teóricos y
prácticas de la situación presente y cuando se ignora está realidad,
tendemos a dogmatizar los saberes. El historiador corre el riesgo, indicaba
López Aranguren405, de convertirse en una especie de profeta al revés, un
profeta del pasado; si el profeta pre-dice, el historiador re-dice.
403 José Ortega y Gasset. Historia como sistema
404 Max Horkheimer. Teoría crítica
405 José Luis López Aranguren. De ética y de moral
Juan José Sabreli406 afirmaba que la Historia es un movimiento
permanente, de flujo y reflujo, de sístole y diástole, de tesis y antítesis;
cada vez que el universalismo llega a su apogeo surgen los particularismos
que lo socavan, el triunfo del racionalismo engendra movimientos
irracionalistas que reivindican lo emocional, lo inconsciente, lo
inexplicable. Esos movimientos de subida y bajada, cimas y valles,
constituyen la historia. Sin embargo, Ortega 407 creía que la historia, como
la agricultura, se nutre de los valles y no de las cimas, de la altitud media
social y no de las eminencias. Yo, en cambio, considero que la historia –
como la agricultura – también necesita de las cumbres, porque estas
ayudan a recoger el agua que se encauza hacia el valle y hace que estos
prosperen.
Todo es importante, no solo lo que se ajusta a nuestros intereses y
puntos de vista. Toda realidad histórica es importante, más allá de las
repercusiones que haya tenido para el historiador y, por ello, habría que
recordar la monición del propio Ortega: toda realidad desconocida
prepara su venganza, no otro es el origen de las catástrofes en la historia
humana.
No podemos reproducir – y menos aún repetir – la historia, ni siquiera
aunque la conozcamos. A veces, incluso, el propio tránsito nos invita a una
amnesia colectiva, porque la memoria colectiva llega a asquearnos. Por
eso, como indica Zygmunt Bauman 408, la historia es tanto un proceso de
olvido como de aprendizaje. En cuanto a esto último, un objeto o un texto
histórico no puede ser interpretado al margen de su contexto y horizonte
de comprensión, en el que cobra sentido, porque la historia no está hecha
de objetos sino de significados, según Gadamer 409; de ahí, que el intérprete
tiene que acercarse lo más posible a tal horizonte, hasta mezclarse o
fundirse con su propio horizonte. No cabe hablar de historiador objetivo,
porque para saber lo que es sabor salado, hay que beber agua salada.
406 Juan José Sabreli. El asedio a la modernidad
407 José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas
408 Zygmunt Bauman. Modernidad líquida
409 Hans Georg Gadamer. Verdad y método
Son legión los pensadores que niegan un sentido a la historia y,
seguramente, argumentos no les faltan. La historia no tendría mucho
interés si implicara una solución; como carece justamente de ella, nos
obsesiona y atormenta, afirmaba Emile Cioran410. Alain Finkielkraut411 iba
más allá, al considerar que la historia no es razonable ni tan siquiera
racional, sino que más bien lo que sucede es que la razón es histórica.
Desde el pensamiento marxista se ha defendido la idea de que lo que
explica la historia es la lucha de clases, la lucha por la emancipación de
clases; una lucha que, pese a su inevitable forma política, gira en torno a la
emancipación económica. Es decir, las luchas de clases explican la
historia, pero la economía determina las clases, en palabras de George
Politzer412.
Por su parte, el pensamiento cristiano también considera que la
historia tiene un motor y una meta, aunque no se trata de la lucha de
clases, o al menos no en su sentido estrictamente económico. Como decía
Umberto Eco413, el primitivo pensamiento cristiano proporcionó al mundo
la idea de Historia como trayectoria hacia delante, una idea que era
extraña para el mundo pagano de los primeros siglos de nuestra era. Fue el
cristianismo el que inventó la historia, según Eco, quien llegaba a afirmar
– desde su agnosticismo – que solo si se cuenta con un sentido de la
dirección de la historia, se pueden amar las realidades terrenas y creer –
con caridad – que existe un lugar para la Esperanza.
Para el cristiano comprometido y consciente críticamente de su
creencia, la historia tiene ciertamente una meta, cuyo conocimiento
proviene de la convicción – que debiera estar sujeta a crítica
permanentemente – de que la historia no está condenada a repetirse
indefinidamente y que, como indica González-Carvajal 414, la concepción
lineal del tiempo hace que no estemos obligados a imaginar la salvación
410 Emile Michel Cioran. Ejercicios de admiración
411 Alain Finkielkraut. La derrota del pensamiento
412 George Politzer. Principios elementales de filosofía
413 Umberto Eco. ¿En qué creen los que no creen?
414 Luis González-Carvajal. Esta es nuestra fe.
del individuo como una simple huida de la historia, sino como una labor
consciente de empuje de la historia hacia adelante.
Es decir, se trata de hacer que la auténtica salvación no consista en
esperar otro mundo, perfecto y donado gratuitamente por Dios – la
ensoñación de un misticismo que acaba por transformarse en un mito
teológico ad hoc –, sino convertir este mundo en otro, quizá imperfecto
pero encauzado definitivamente en la esperanza firme en un
generalización progresiva de la justicia. Como decía Joseph Ratzinger415,
la fe cristiana trata de Dios en la historia, de Dios como hombre.
H OMBRE
Decía Zubiri que el hombre se distingue del resto de los seres
vivientes en que es persona. Para el hombre, la formalidad bajo la que
aprehende las cosas no se basa en el estímulo de sus sentidos, sino que las
capta en tanto que realidades, lo que requiere inteligencia sentiente
además de los sentidos externos e internos, que le capacita para hacerse
cargo de las cosas como entes reales. Veinticuatro siglos antes, Aristóteles
ya afirmaba que el hombre no actúa si no concibe el objeto de su acción –
el fin por alcanzar – como un bien, lo que de alguna manera sugiere que
debe haber un fin último de la conducta humana en relación al cual se
entienden todos los otros fines. Si no existiera tal fin, decía Aristóteles, no
se podría concebir la vida del hombre de un modo unitario y, por tanto, no
existiría la conducta, sino tan solo un conjunto de acciones inconexas.
Emile Cioran416 afirmaba que el hombre posee una inclinación natural
hacia el Ser; de ahí que le resulte fácil buscar y encontrar un sentido a
todo. Para un cristiano creyente como Gabriel Marcel417, esto se trasforma
en que el hombre experimenta el hambre del ser en el fondo del alma, una
intuición legada que Schopenhauer418 interpretó en el sentido de que todo
415 Joseph Ratzinger. Introducción al cristianismo
416 Emile Michel Cioran. Ejercicios de admiración
417 Gabriel Marcel. Ser y tener
418 Arthur Schopenhauer. El mundo como representación y voluntad
el ser del hombre consiste en querer y ansiar, una sed imposible de saciar.
Sin embargo, como afirmaba Paul Ricoeur419, el hombre pertenece a la vez
al régimen de la causalidad y al de la motivación, por tanto al de la
explicación y al de la compasión.
Para Carlos Beorlegui420, el hombre, como objetivación más perfecta
de la voluntad, es también el más necesitado de los seres: es del todo un
querer y necesitar concreto, es la concreción de mil necesidades. Dice
Beorlegui que lo que caracteriza más radicalmente al ser humano no es su
capacidad de pensar, de abrirse a las preguntas del sentido, sino a la
pregunta y a la responsabilidad por el otro: ¿qué ha sido de mi hermano?
Por ello, el hombre es una realidad que se va constituyendo al calor y
como consecuencia de una correlación ininterrumpida y no fija ni
determinada entre el polo subjetivo, que llamamos yo, el entorno natural y
el entorno interpersonal y social en permanente influencia mutua y sin que
existan leyes fijas que marquen la pauta de tales complicidades.
Martin Buber421 afirmaba que la relación vital del hombre es triple: su
relación con el mundo y las cosas, su relación con los hombres, tanto
individual como pluralmente, y su relación con el misterio del ser, que
penetra en aquellas otras relaciones pero que las trasciende infinitamente,
un misterio que el filósofo denomina lo Absoluto y el creyente Dios, pero
que ni siquiera quien rechaza ambas denominaciones es capaz de
eliminarlo realmente de su situación. La vida humana toca con lo
Absoluto gracias a su carácter dialógico, dice Buber, pues a despecho de
su singularidad, nunca el hombre, aunque se sumerja en su propio fondo,
puede encontrar un ser que descanse del todo en sí mismo y, de este modo,
le haría rozar con lo Absoluto. El hombre no puede hacerse enteramente
hombre mediante su relación consigo mismo sino gracias a su relación con
otro mismo; en la convivencia se experimenta lo ilimitado y lo
incondicionado; por eso, el hecho fundamental de la existencia humana es
el hombre con el hombre.
419 Paul Ricoeur. El discurso de la acción
420 Carlos Beorlegui. Antropología filosófica
421 Martin Buber. ¿Qué es el hombre?
Según Hannah Arendt422, el hombre que piensa lo hace en la vida
solitaria, en un diálogo de dos en uno que tiene presente el mundo de los
otros seres humanos, representado en el yo con el que el yo dialoga. Es
más, ese dos en uno del pensamiento necesita a los demás para convertirse
otra vez en uno. No salgas de ti mismo, vuelve a ti; en el interior del
hombre habita la verdad, decía Agustín de Hipona423.
En todo hombre hay un germen de conciencia, un órgano del bien y
del mal, decía Robert Spaemann424; algo que nos marca la dirección, que
nos permite superar las perspectivas de nuestro egoísmo y mirar lo
universal, lo que es recto en sí mismo, una idea recta de la jerarquía de
valores que no esté deformada por la ideología, de manera que cada
hombre sea un nuevo modo de hacerse consciente el mundo. El hombre se
hace a sí mismo a través de sus actos, es decir, a través de sus elecciones
o decisiones, afirmaba López Aranguren425, pero el hombre no es moral
solo, ni principalmente, porque haga su vida a través de actos, decisiones,
proposición de fines y arbitrio de medios, sino también porque está
obligado a hacerla siguiendo un imperativo: que sea buena, en el sentido
ético de la palabra; en esto es en lo que, en definitiva, consiste la
conciencia. La existencia se llama a sí misma en la conciencia, afirmaba
Heidegger426; la existencia es un ente que posee una relación con su propio
ser y una comprensión de este ser y solo el hombre es un ente que cumple
con estas condiciones.
Permítame que vuelva Aristóteles para reafirmar el carácter
esencialmente social del ser humano; como decía nuestro venerable
filósofo, el hombre es un ser social, más que cualquier animal gregario,
porque la naturaleza no hace nada en vano: el hombre es el único animal
que tiene palabra. Martin Buber fue más allá: el hombre como ser vital
422 Hannah Arendt. La condición humana
423 Agustín de Hipona. La verdadera religión
424 Robert Spaemann. Ética. Cuestiones fundamentales
425 José Luis López Aranguren. De ética y de moral
426 Martin Heidegger. Ser y tiempo
podrá ser un callejón sin salida de la naturaleza, pero como posible ser
espiritual representa la salida luminosa y magnífica de ese callejón.
H UMILDAD
Reconocer nuestras limitaciones y, especialmente, actuar a partir de
esta convicción, es lo que básicamente podemos definir como humildad.
Para unos es un signo de inteligencia, para otros una forma de sumisión;
en realidad, según nuestra propia personalidad, podemos convertir a la
humildad en una virtud o en un vicio deshumanizador. Y la historia de la
filosofía – y aún en mayor grado las diversas teologías – nos ofrece un
amplio abanico de reflexiones diversas sobre el tema.
Ser humilde no significa ser pesimista, sino ser realista por encima de
todo. Incluso podemos ser optimistas si nos sabemos limitados en nuestras
capacidades pero ilimitados en nuestros objetivos y metas existenciales,
conscientes de que un exceso de confianza puede ser tan dañino como la
propia ausencia de ambición por la vida. Decía Montaigne 427 que la
verdadera sabiduría ha de pasar por la acomodación con nuestras facetas
más bajas, ha de adoptar una visión modesta del papel que son capaces de
desempeñar en cualquier vida la inteligencia y la alta cultura, y asumir las
demandas urgentes, a veces nada edificantes, de nuestra mortal existencia.
En el trono más elevado del mundo seguiremos estando sentados sobre
nuestras posaderas, afirmaba Montaigne.
Si olvidamos que la humildad es el sendero más seguro por el que
podemos acercarnos a conocer la realidad y si, por el contrario, nos
empeñamos en que el único sentido a nuestra vida es mostrar a los demás
cuán fantásticos nos consideramos, sucumbiremos en el cenagal de la
vanidad, un sentimiento abrumador frente al que fracasa cualquier
argumento racional. En este sentido, Jean Guitton428 afirmaba lúcidamente
que la vanidad es el orgullo de los imbéciles. Antes bien, la paciencia es
427 Michel de Montaigne. Ensayos
428 Jean Guitton. Mi testamento filosófico
la escalera de los filósofos y la humildad, la puerta de su jardín, decía
Nicolás Valois429.
No debemos confundir humildad con humillación, ni con miseria. Es
un error – si me es permitido decirlo – en el que cayó Aristóteles, que
contabilizó a la humildad entre los vicios opuestos a la magnanimidad. Ni
debemos aceptar que la humildad sea fruto del sufrimiento; decía, en este
sentido, Emile Cioran430 que la miseria, al igual que la enfermedad, no
engendra un alma inocente y angélica, ni una humildad inmaculada; su
humildad es venenosa, pérfida y vindicativa, y el compromiso al que
conduce esconde llagas y sufrimientos agudos.
Intensamente agresivo con la humildad – o, al menos, con su propio
concepto de humildad – fue Nietzsche 431, particularmente en relación con
el cristianismo: El cristianismo forjó un credo hipócrita que denigraba
aquello que la gente desea pero para cuya conquista es demasiado débil,
mientras que ensalza lo que resultaba poseer pese a no desearlo. La
impotencia se tornó bondad; la bajeza, humildad; la sumisión al pueblo
odiado, obediencia; y el no poder vengarse, perdón.
Es posible, ciertamente, que no estuviese completamente exenta de
razón la crítica de Nietzsche, aunque no tanto en relación con el
cristianismo como con los cristianos o, más propiamente, con cierta
actitud de las jerarquías cristianas de su época. Tampoco deberíamos echar
en saco roto la reflexión de Voltaire 432: nunca se ha conocido entre los
romanos la locura horrible de las guerras de religión; esta abominación
estaba reservada a los devotos predicadores de la humildad y la
paciencia.
Sin embargo, prefiero quedarme con algunas de las reflexiones de
Romano Guardini433, que colocan a la humildad es sus términos más
auténticamente humanos, según mi humilde opinión. Decía Guardini que
429 Nicolás Valois. Los cinco libros. Libro II
430 Emile Michel Cioran. En las cimas de la desesperación
431 Friedrich Nietzsche. La genealogía de la moral
432 Voltaire. Cartas filosóficas
433 Romano Guardini. Cartas sobre la formación de sí mismo
hemos recibido un ser capaz de reflexionar, de asumir la vida como algo
propio y con capacidad para decidir autónomamente, pero esa autonomía
debe ser responsable, capaz de responder positivamente a la llamada de lo
valioso; esto supone una actitud decidida y humilde a la vez, recordando la
expresión de Teresa de Ávila de que la humildad es andar en verdad.
Ninguno de nosotros hemos pedido nacer y, por tanto, existir; pero ya
que estamos aquí, deberíamos asumir positivamente nuestra existencia no
como un castigo o una condena – como llegó a afirmar Cioran – sino
como un auténtico don porque, incluso en las condiciones más adversas,
nos permite realizarnos dentro de los límites existentes y convertirnos en
una fuente de bien para los demás. Como decía Guardini, por grandes que
sean nuestras limitaciones personales, siempre podemos optar por los
grandes valores — unidad, verdad, bondad, justicia, belleza —, y
realizarlos en toda circunstancia. Ser y estar limitado no quiere decir estar
cerrado – o cerrarse uno mismo – a una infinitud que genera nuestra
condición de ser espiritual; al fin y al cabo, reflexionar implica recogerse
para sobrecogerse ante lo valioso y admirable, cultivar el silencio
interior, ejercitar la libertad creativa, descubrir nuestro verdadero ideal,
advertir dónde radica el sentido pleno de nuestra vida, el modo singular
de significado que brota en el contexto al que pertenece cada acción.
H UMOR
La percepción humana de la existencia escapa a la simple razón
consciente y se acomoda en su mayor parte en el inconsciente, donde la
razón cohabita – no siempre en armonía – con otras instancias mentales.
Seríamos incapaces de vivir un solo segundo si tuviésemos que tener todo
nuestro bagaje de conocimientos, de sentimientos, de datos, de controles
fisiológicos, etc., en el primer plano de nuestra conciencia inmediata, de
nuestra alerta mental.
De una forma que desconocemos en gran medida, existe un tráfico
complejo pero enormemente fluido de emociones inteligentes entre la
conciencia inmediata y nuestro inconsciente, aunque percibimos que la
frontera entre lo consciente y lo inconsciente es completamente
permeable, cambiante y difusa. Gracias a ello, la intuición nos permite
anticipar fenómenos que aún no son reales, pero que llegarán a serlo,
haciendo de este auténtico don uno de los fundamentos esenciales de la
conciencia global humana; algo para lo que no tenemos por ahora una
explicación convincente, como ocurre con otras manifestaciones de la
mente humana tan relevantes como el sentido del humor o la risa.
Se ha afirmado – y yo lo comparto – que el humor es la quintaesencia
de la inteligencia humana. Ningún otro ser vivo es capaz de experimentar
este sentimiento, en el que se fusionan la inteligencia profunda, la
necesidad de romper con una lógica férrea y la liberación de las tensiones
que atenazan la vida cotidiana de la persona.
Incluso desde una visión estrictamente terapéutica, el humor y su
manifestación más común, la risa, permiten reducir el estrés y la ansiedad
y mejorar así la calidad de vida y la salud física del individuo. Es como
una válvula interna de seguridad que nos permite liberar tensiones
artificialmente generadas, disipar las preocupaciones vacías, relajarnos y
olvidarnos de todo lo que es verdaderamente irrelevante, para dejar
espacio a lo que sí es relevante para nuestra vida. Decía Milan Kundera 434
que el humor es el rayo divino que descubre el mundo en su ambigüedad
moral y al hombre en su profunda incompetencia para juzgar a los demás.
El humor nos hace tomar distancia de nosotros mismos,
habilitándonos para enfocar debidamente cada cuestión o, al menos, para
no desenfocarla completamente, ya que la miopía deforma nuestra mente –
nuestros prejuicios e impresiones inmediatas – y nos hace estrellarnos de
bruces contra la realidad; el humor nos pone las gafas correctoras
apropiadas. Viktor Frankl435 definía el autodistanciamiento como la
capacidad de apartarse de sí mismo, de oponerse a la facticidad psicofísica
e incluso enfrentarla; cuando este distanciamiento sucede de manera
irónica, se hace acopio del humor, lo que nos ayuda a distinguir el absurdo
de nuestro actuar.
434 Milan Kundera. Los testamentos traicionados
435 Viktor Frakl. Psicoanálisis y existencialismo
El sentido del humor es una actitud por la que permitimos que nuestro
inconsciente nos coloque las gafas apropiadas para percibir correctamente
la distancia real existente con los problemas, la forma en que estos nos
afectan y, en su caso, abren la cortina que nos permite divisar desde la
incertidumbre la solución de los problemas o la manera de que estos dejen
de serlo, asumiéndolos como unos elementos más entre otros muchos que
circunscriben nuestra vida.
El humor no es algo que quiera tenerse, simplemente se tiene. Al fin y
al cabo, como decía Simon Leys436, el humor tiene en común con el buen
gusto y la santidad que no es posible alcanzarlo por medio de un esfuerzo
de voluntad; a partir del momento que toma conciencia de sí mismo, se
acabó.
Si queremos entender por qué recordamos, en general, nuestra infancia
con añoranza bastará con saber que un niño está más dispuesto a reírse que
un adulto. Un niño ríe unas trescientas veces al día; un adulto solo lo hace
un máximo de cien. Y eso, solo algunos.
I DEAS
Me atrevo a definir las ideas como concreciones – conscientes o no –
del pensamiento en torno a conceptos específicos, aunque de complejidad
diversa, sobre los que se fundamenta el funcionamiento psicofísico de los
seres vivos. ¿Tienen ideas las almejas? Sinceramente, no lo sé; lo que sí sé
es que las almejas perciben estímulos que les hacen reaccionar según un
esquema de respuestas codificadas en su constitución biológica y
genéticamente transmitidas de generación en generación.
Cuando la actividad neurológica alcanza cierto grado de complejidad
– derivada de una estructura tisular suficientemente grande e
interconectada – comenzamos a aplicar con mayor propiedad el término
idea, pero sin saber exactamente hasta qué punto hemos de descender en
la escala del conocimiento. Si aceptamos, de entrada, que las almejas no
436 Simon Leys. La felicidad de los pececillos
tienen ideas o, al menos, de tenerlas no son como las humanas, quizá
estemos pecando de un exceso de optimismo en favor de la especie
humana; en cualquier caso, como hemos de partir de algún punto, será
mejor que presupongamos estar por encima de la inteligencia de una
almeja para poder seguir escudriñando en qué consiste una idea.
La concreción a la que me refería anteriormente la defino como una
combinación de elementos psíquicos en torno a un término o aspecto de la
realidad; obviamente, pueden ser físicos, adquiridos a través de los
sentidos, o psíquicos, provenientes de la combinación propia o ajena de
otros elementos u otras ideas; en cualquier caso, se trata de un reflejo con
que nuestro cerebro funciona elementalmente. Cómo se produzcan esos
elementos – en un sentido fisiológico o físico-químico – es otra cuestión.
Schopenhauer437 afirmaba que la idea representa cada grado
determinado y fijo de objetivación de la voluntad, en la medida en que es
cosa en sí y, por tanto, ajena a la pluralidad; grados estos que son a las
cosas individuales como sus formas eternas o sus modelos. Según
Schopenhauer, la idea es la unidad disgregada en la pluralidad en virtud de
la forma espacio-temporal de nuestras aprehensión intuitiva; en cambio, el
concepto es la unidad restablecida desde la pluralidad a través de la
abstracción de nuestra razón. En fin, como todo buen filósofo,
Schopenhauer también construía sus propias definiciones a la medida de
sus objetivos, no siempre coincidentes con los de sus sufridos lectores.
Para Max Scheler438, la ideación es la acción de comprender las
formas esenciales de la estructura del universo, sobre cada ejemplo,
prescindiendo del número de observaciones que hagamos y de las
inferencias inductivas. De acuerdo con ello, según Scheler, por la ideación
captamos lo esencial de una cosa en un solo ejemplo, sin necesidad de
abstracción tras varios ejemplos; precisamente, en esta facultad de separar
la esencia de la existencia se basarían todas las demás facultades del ser
humano. Lo esencial de ser humano es – y seguimos con Scheler – no que
437 Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación
438 Max Scheler. El puesto del hombre en el cosmos
tenga que saber, sino que tenga la capacidad de captar a priori la esencia
de algo.
Antes que Scheler, David Hume439 ya afirmaba que todas las
percepciones de la mente humana se dividen en dos clases distintas, a las
que llamó impresiones e ideas, consistiendo las diferencias entre ellas en
los grados de fuerza y viveza con que hacen huella en nuestra mente y
penetran en nuestro pensamiento o conciencia. Tampoco Hume, como se
ve, hacía uso de definiciones demasiado precisas. Sea como fuere, se
refería a las impresiones como aquellas percepciones que entran con más
fuerza y violencia; bajo este nombre se englobaba Hume a todas las
sensaciones, pasiones y emociones, tal como aparecen por primera vez en
el alma. Hume reservaba el término de ideas a los temas, imágenes de las
impresiones en el pensar y razones. Para ser tan listo este escocés, no
podemos decir que nos haya ayudado mucho a aclarar las cosas.
Incluso antes que Hume, Spinoza 440 afirmaba que el alma puede, por
su sola fuerza, crear sensaciones e ideas que no se correspondan con las
cosas; por eso se la considera en parte como un dios. Eso lo decía Spinoza,
no yo.
Por su parte, Ortega441 establecía una clara diferencia entre dos
términos que mucha gente utilizaba – y sigue utilizando – como si fueran
sinónimos. Las ideas se tienen; en las creencias se está, decía Ortega; hay
ideas con que nos encontramos – producidas por nosotros mismos o
prestadas por otros – que son las ocurrencias, e ideas en que nos
encontramos, que parecen estar ahí antes de que nos ocupemos de pensar,
las creencias.
La firmeza de una idea define la solidez con que aguanta ser referida a
todas las demás ideas. Algo así como que la fortaleza de la cadena viene
determinada por la de su eslabón más débil. Porque, en definitiva, la idea
necesita de la crítica como los pulmonares precisan el oxígeno para
cumplir con su función fisiológica principal, Ortega dixit, sosteniéndose y
439 David Hume. Tratado del entendimiento humano
440 Baruch Spinoza. Tratado de la reforma del entendimiento
441 José Ortega y Gasset. Ideas y creencias
afirmándose sobre otras ideas que, a su vez, cabalgan sobre otras
formando un todo o sistema. Lo que, en mi opinión, no certifica la validez
de las ideas, solo su coherencia.
Lo que sí es preciso tener claro, más allá de saber de qué están
constituidas las ideas, es que es preciso diferenciarlas de las ideologías y,
más aún, de los idearios. Las ideologías, en tanto que un conjunto
reconocible de ideas generalmente en torno a un determinado estilo de
organización social o religiosa, rompen el fundamento esencial de la idea:
la crítica, la exposición permanente ante el resto de las ideas, la
contrastación sistemática y rigurosa. Las ideologías raramente se revisan
y, en el mejor de los casos, son sustituidas por otras igualmente – o más –
rígidas e inabordables por la crítica racional.
Un paso más allá de las ideologías, los idearios representan la
plasmación pétrea de las ideologías en un momento específico,
condenando al ostracismo a la más díscola – y más específicamente
humana – de nuestras capacidades: la mente. Rafael Sánchez Ferlosio 442
decía al respecto que tener ideología es no tener ideas. Algo muy peligroso
que a lo largo de la historia ha tenido efectos catastróficos en demasiadas
ocasiones, como apunta Arthur Koestler443, quien afirmaba que si
comparamos los nobles ideales en cuyo nombre se iniciaron las
revoluciones con el triste final al que llegaron, nos damos cuenta de que
una sociedad corrompida contamina incluso a sus retoños más
revolucionarios.
I DENTIDAD
Lo que diferencia y hace único al hombre con relación al resto de los
animales es su capacidad para hacerse cargo de lo que le rodea y de sí
mismo. Su razón está en asumir su realidad como parte integrada y no
extirpable de la realidad absoluta. El animal, preparado evolutivamente
442 Rafael Sánchez Ferlosio. Vendrán más años malos y nos harán más ciegos
443 Arthur Koestler. En busca de la utopía
para sobrevivir en el entorno, no necesita proyectar su vida. En cambio, el
hombre sí la proyecta y, por ello, requiere enfocarla de acuerdo a un
patrón, en interacción con la realidad. Por eso José Antonio Marina 444
afirma que la inteligencia fracasa cuando es incapaz de ajustarse a la
realidad.
El descubrimiento de la incapacidad de la mente humana para
comprender completamente las cuestiones más cruciales de la realidad,
nos debería poner en guardia frente a cualquier intento de explicar las
grandes cuestiones vitales de nuestra existencia a partir de ideas
demasiado simples y fraccionadas, obtenidas a partir de una experiencia
siempre condicionada por nuestras limitaciones y prejuicios.
Puesto que la realidad completa es inabarcable para cada uno de
nosotros, quizá una de las opciones para llegar a profundizar en ella sea
intentar transformarla, al menos para evitar las manipulaciones provocadas
por las falsificaciones y las aparentes contradicciones con que a veces se
nos presenta. Martin Buber445 nos decía que solo en el actuar real consiste
la realidad y Zubiri446 se alineaba con él al afirmar que lo que constituye
formalmente la realidad no es el existir, sino el modo de existir.
Acoplado con la autopercepción, la conciencia trabaja con valores,
con un sentido del bien y del mal. La conciencia es el instinto ético, su
tarea es revelar al hombre lo único necesario; algo absolutamente único
para cada persona, dice Viktor Frankl 447. Pero, para ello, la conciencia
debe ser un fenómeno trascendente al propio hombre.
La conciencia hace del individuo humano un elemento único, pese a
ser especie. Por ello, el psicoanálisis ofrece una visión inevitablemente
pobre de la mente humana. Convierte al hombre en un simple objeto
divisible, cuando su valor fundamental reside en su totalidad y, aun en
mayor medida, en su trascendencia. Diseccionar esta realidad con el
bisturí del psicoanálisis es como pretender captar la belleza de Los
444 José Antonio Marina. La inteligencia fracasada: teoría y práctica de la estupidez
445 Martin Buber. Yo y tú
446 Xavier Zubiri. Notas sobre la inteligencia humana
447 Viktor Frankl. El hombre en busca de sentido
girasoles de Van Gogh, mediante el análisis colorimétrico de sus
pigmentos. Pretender comprender la totalidad solo a base de romperla en
pedazos es un viaje inevitable al fracaso.
Si la identidad humana descansase solo en las propiedades físicoquímicas de la materia, por mucho que ésta tenga características autoorganizativas, carecería de significación permanente; es decir, no sería
auténtica identidad, ya que la materia está en continuo cambio. De hecho,
mantenemos en cada uno de nuestros cuerpos pocos átomos que
estuvieran en él hace décadas. Lo que permanece, lo que identifica al ser
vivo, es el patrón con que dichos átomos están ordenados, no los propios
átomos.
¿Cuáles son los elementos que definen más específicamente la
identidad humana? Juan Carlos Revilla 448 distingue cuatro fundamentales,
que sujetan a los individuos inevitablemente a su identidad. El primero de
ellos es el cuerpo, que expresa continuidad incluso en la evolución,
crecimiento y envejecimiento vitales, mostrando la paradoja de que somos
siempre el mismo y a la vez algo diferente; el cuerpo permanece frente a
la variabilidad y heterogeneidad de la identidad actual, el cuerpo unifica la
variabilidad de la experiencia.
El segundo elemento de anclaje identitario es el nombre propio, por el
que se nos conoce y en el que nos reconocemos; el nombre constituye una
marca a la que aferrarse para saberse uno y el mismo, que nos liga a
elementos sociales y culturales: nuestros apellidos nos atan a nuestras
raíces familiares. En definitiva, el nombre propio nos liga a un espacio y a
un tiempo, así como a unas determinadas relaciones en cuanto
constitutivas de la identidad personal.
El tercer elemento que refiere Revilla es la autoconciencia y la
memoria. La autoconciencia entendida como la capacidad de verse y
pensarse a uno mismo como sujeto entre otros sujetos. Es el sentimiento
de continuidad biográfica, en el tiempo y el espacio. El último elemento
tiene que ver con las demandas de la interacción. La vida en sociedad
448 Juan Carlos Revilla. Los anclajes de la identidad personal
exige que los individuos seamos de algún modo personas fiables, que nos
hagamos responsables de nuestros actos y que estos sean previsibles.
Es inevitable fijarnos en los aspectos físicos diferenciales que
caracterizan a las personas con las que nos relacionamos. Pero conviene
tener en cuenta que tales peculiaridades físicas son solo variantes
formales, que no confirman una definición biológica. El mestizaje
generalizado demuestra hasta qué punto es cierto lo anterior. Y conviene
tener siempre presente que todos – absolutamente todos – somos mestizos
en muchos sentidos. En realidad, lo que llamamos raza tiene un carácter
mucho más social que biológico. Este último aspecto – el color de la piel,
el pliegue de los párpados, el color y textura del pelo, etc. – solo sirve
como referente para encasillar a los individuos de una forma tan rápida
como insolvente. De hecho, autores como Robert Miles 449 vuelven la
oración por pasiva, afirmando que la raza no es más que una elaboración
ideológica cuya utilización en los círculos académicos solo sirve para
perpetuar esa creencia tan extendida de que tiene una base biológica.
En una sociedad tan multirracial como se ha convertido la occidental,
el concepto de raza carece prácticamente de sentido, no solo en lo
biológico sino también en lo social. Los conceptos de raza y etnicidad
están estrechamente relacionados lamentablemente con visiones parciales,
rígidas y casi siempre desenfocadas, tanto desde fuera como desde dentro
de los propios grupos. Estos conceptos resaltan socialmente debido a un
carácter minoritario. Casi nadie tiene conciencia de su propia raza o de su
etnicidad cuando el grupo en el que está integrado es el mayoritario en la
sociedad. Tales conceptos emergen cuando aparecen los otros, los distintos
de la mayoría. Justamente es en estos donde el sentimiento de ser una
fracción minoritaria actúa reforzando los lazos y facilitando la cerrazón
del grupo, levantando barreras que los separan artificialmente de los
demás. De ahí al racismo solo hay un pequeño trecho.
¿Somos incapaces de coexistir con los otros? Evidentemente, no.
Todos somos los otros en alguna medida y en algún momento. Todos
tenemos rasgos físicos, psicológicos, culturales, etc., que nos hacen
449 Robert Miles. Racism after “race relations”
auténticamente únicos, sin que ello implique de partida ninguna
incompatibilidad de convivencia con el resto de las personas. Las
mayorías, en definitiva, están formadas por muchas minorías que han
decidido no darle importancia a las pequeñas cosas que las diferencian.
Juan José Sabreli450 decía que el concepto de identidad cultural no es
compatible ni con la disidencia ni con la crítica.
La modernidad y quizás aún en mayor medida la posmodernidad han
hipertrofiado hasta tal grado el concepto de identidad que lo han hecho
objeto de la más absurda idolatría. Zygmunt Bauman 451 afirmaba que ser
moderno significa estar eternamente un paso delante de uno mismo, en
estado de constante transgresión; también significa tener una identidad que
solo existe en tanto proyecto inacabado, por ello la búsqueda de identidad
es la lucha constante por detener el flujo, por solidificar lo fluido, por dar
forma a lo informe. Sin embargo, las identidades únicamente parecen
estables y sólidas cuando se ven, en un destello, desde fuera; por ello, la
identidad experimentada, vivida, solo puede mantenerse íntegra con la
fuerza adhesiva de la fantasía, tal vez de la ensoñación, cuando no de la
flagrante falsificación.
Según Bauman, el espectáculo de la política moderna se ha convertido
un incesante y monótono martilleo de la prioridad de la identidad sobre los
intereses, de que la identidad es lo que importa y que lo que cuenta es
quién es cada uno y no lo que hace. De ahí que la gente que se apiñe en
torno al calor de la identidad compartida, quiera arrojar – o desterrar – a
esa jungla de todos los miedos que la hicieron buscar el refugio
compartido. Es fácil entender que el paso de esta última situación al
nacionalismo político es inmediato. El nacionalismo, dice Bauman, es más
bien una versión calvinista de la salvación o de la idea agustiniana del
libre albedrío: no se basa en la elección – eres de los nuestros o no lo eres,
y en cualquier caso no puedes hacer mucho para cambiar esta
circunstancia –. En el relato nacionalista, pertenecer es destino, no una
elección ni un proyecto de vida.
450 Juan José Sabreli. El asedio a la modernidad
451 Zygmunt Bauman. Modernidad líquida
Diferenciar el nacionalismo del patriotismo – cosa difícil en muchos
casos – es importante para no caer en las sociedades monocromáticas, que
acaban por estar irrevocablemente abocadas a formas sociales opresoras
para las minorías y, a la larga, de la propia mayoría. Decía Leszek
Kolakowski que el nacionalista quiere afirmar la existencia tribal por
medio de la agresión – el odio a los otros – y cree que todas las desgracias
de su propia nación son consecuencia de las conspiraciones de los
extraños, y está resentido con todos aquellos que no admiran como es
debido a su propia tribu. Por el contrario, el patriota destaca por su
tolerancia de la variedad cultural y particularmente de las minorías étnicas
y religiosas, así como por su disposición a decirle a su propia nación cosas
que en realidad no le agradaría escuchar.
Personalmente, no sé si Kolakowski era plenamente consciente de lo
fácil que resulta el tránsito al nacionalismo desde un patriotismo mal
entendido, que desemboca en la intolerancia por la que solo se puede
querer a una persona o a una sociedad de una única manera; de ahí al
nacionalismo militante solo resta elegir la bandera con que cubrirse las
vergüenzas.
I GLESIA
Cuando el sentimiento religioso individual entronca con el de otras
personas, a través de la enseñanza y de la tradición cultural, es capaz de
formar movimientos hasta alcanzar magnitudes de extraordinaria
relevancia. No es preciso hacer un recordatorio detallado de la historia de
las religiones para confirmar que la confluencia religiosa de una gran
mayoría de la población en un área determinada es capaz de ejercer una
presión notable – a veces asfixiante – sobre el resto de las personas de
dicho área.
Aunque el sentimiento religioso es muy complejo y es difícil
encasillar en términos cuantificables o manejables, podemos considerar
globalmente que están establecidas en torno a un conjunto de dogmas y
ritos, y han sido consolidadas en una organización funcional que detenta la
autoridad para afirmar o modificar tales dogmas y ritos, así como para
administrar la propia organización. Es evidente que las religiones se han
organizado, en mayor o menor grado, para defender, consolidar y madurar
su propio mensaje o contenido dogmático y para difundirlo entre aquellos
que no lo conocen. El cristianismo, desde luego, no es una excepción de
esta regla.
Desde la sencillez del mensaje de Jesús de Nazaret – no hay noticia de
que necesitase la intervención de ningún intérprete cuando hablaba a la
gente – hasta la espantosa y artificial complejidad dogmática de todas las
iglesias cristianas, va el mismo trecho que hay entre ser un grupo
perseguido a ser un grupo perseguidor. La religión es el gran impedimento
para comprender a Jesús, dice José María Castillo 452. Ya Dietrich
Bonhoeffer453, hastiado del lamentable papel de su iglesia luterana
alemana, había defendido la necesidad de ahondar en una relación con
Dios al margen de la religión.
Cuando el dios cuya imagen se pretende forjar desde cada iglesia no
coincide con el que habita en la mente – el alma, para el creyente – de
cada persona y que le alecciona a través de su conciencia sobre los actos
concretos de la existencia, ese Dios de la Iglesia se convierte en la
perversa manipulación de la religión. Cuando cualquier iglesia cristiana se
quiere apropiar de Jesús, arrogándose su exclusiva representación e
interpretación, olvida peligrosamente que Jesús pertenece a todos los
hombres, incluyendo a aquellos que no creen en él. Y, lo que no es menos
importante, también olvida que Jesús no estableció ningún clero con
jerarquía nobiliaria – Él nunca mencionó a los príncipes de sangre, los
cardenales, ni a ningún otro cargo eclesial – y de modales y privilegios
aristocráticos, ni se decantó por ninguna liturgia incomprensible al margen
del sentido común.
Joseph Ratzinger454, el papa – Benedicto XVI – que renunció a su
cargo al saberse impotente frente al modus operandi de las cloacas
452 José María Castillo. La humanización de Dios: ensayo de cristología
453 Dietrich Bonhoeffer. Resistencia y sumisión
454 Joseph Ratzinger. Introducción al cristianismo
vaticanas, afirmaba que el escándalo fundamental de lo cristiano consiste
sobre todo en la exterioridad en la que parece haber caído lo religioso.
Nos molesta el que Dios tenga que ser transmitido mediante dispositivos
externos. Incluso llega a afirmar que cuando la Iglesia, con la pompa de
la corte renacentista, creyó eliminar el ocultismo y convertirse en “puerta
del cielo” y “casa de Dios”, se convirtió una vez más en eclipse de Dios
que difícilmente podía encontrarse en ella.
La historia de las iglesias cristianas, en tanto que estamentos, no es
sustancialmente diferente de la de otras organizaciones humanas; todas
tienen, en mayor o menor proporción, grandezas y miserias de las que
enorgullecerse y avergonzarse. Pero eso no debiera ser una justificación
para que prevalezca en las iglesias cristianas el derecho canónico sobre la
compasión, para que la administración pese más que la solidaridad o para
que la autoridad moral esté sometida al autoritarismo – que no la autoridad
– de la jerarquía.
Sin embargo, atribuirles todos los males de la historia a las iglesias
cristianas sería tan injusto como desentenderse de sus verdaderas
responsabilidades. Como indica Karl Rahner455, la Escritura existe porque
hay Iglesia; ella no es simplemente lo que funda la Iglesia. Y ésta es la que
enseña viva y autoritativamente en la tradición. Es más, como el propio
Rahner recalca, sin derecho canónico, sin distribución de las funciones y
tareas, y en consecuencia también de los derechos entre los individuos,
sin tal diferenciación de las funciones en la comunidad, la Iglesia dejaría
de ser el pueblo de Dios, el cuerpo de Cristo, la comunidad de los
creyentes. Se convertiría en un conglomerado inconexo de individualistas
religiosos.
Entiendo las razones esgrimidas por Rahner y puedo compartirlas,
pero solo hasta cierto punto: no debemos confundir las obvias necesidades
de organización en cualquier grupo – especialmente si es numeroso y está
disperso social y geográficamente – con la preeminencia del orden y de la
jerarquía sobre los propios fundamentos cristianos del amor, la tolerancia
455 Karl Rahner. Curso fundamental sobre la fe. Introducción al concepto de
cristianismo
y la caridad. El sábado debe ser para el hombre y no el hombre para el
sábado; el espíritu debe imperar sobre el reglamentarismo y el
utilitarismo, en tanto que la autoridad en la jerarquía eclesial debe ser una
consecuencia y no un presupuesto. Acepto – siempre críticamente – el
valor didáctico de la tradición y del magisterio de la Iglesia, pero por
principio no se deben anteponer a la propia conciencia de cada persona,
algo que convertiría a ésta en una marioneta sin libertad ni voluntad.
Cualquier creyente que esté firmemente – y, por ello, críticamente –
asentado en su fe, rechazará con igual firmeza los mandamientos de
cualquier iglesia si estos atan su conciencia. ¿Qué le quedaría entonces al
hombre creyente de a pie? ¿Acatar, aun contra su propia conciencia, las
disposiciones de una jerarquía fundamentalmente endogámica que con
tanta frecuencia acusa síntomas de sordera, ceguera y aún de falta de
memoria, cuando no de corrupción? Si así lo hiciera, despilfarraría el don
más maravilloso de Dios: la libertad. Si Dios, para el creyente, es el
garante espiritual de la libertad – haciendo al hombre responsable de sus
actos – no es aceptable que ninguna Iglesia pretenda convertir a sus
miembros en simples súbditos ignorantes, carentes de capacidad crítica y
ausentes del devenir colectivo.
Sé que ya no estamos en tiempos en los que algunos papas
desenterraban los cadáveres de sus antecesores para maldecirlos y
quemarlos públicamente. Sé que la historia de las Iglesias cristianas está
repleta de ejemplos formidables de solidaridad y heroísmo, de religiosos –
y laicos – que trabajaron y murieron en las circunstancias más duras y
crueles, solidarizándose con los más desfavorecidos. Sé que muchos de
sus obispos y sacerdotes ponen su mejor intención en lo que hacen… y
algunos hacen mucho. Sé que, a pesar de la censura y la represión que
acompañó a las iglesias cristianas a lo largo de la historia, también fueron
colaboradoras imprescindibles e incluso generosas para el surgimiento y
desarrollo de la filosofía, de la ciencia y, en general, del conocimiento. Sé
que, junto con la colaboración ignominiosa con algunos regímenes
políticos criminales, también supo erguirse y enfrentarse con coraje –
hasta la muerte – frente a otros regímenes no menos crueles e inhumanos.
Soy consciente que las iglesias han experimentado y experimentan las
mismas incoherencias y errores que otras organizaciones humanas.
Pero, precisamente porque soy consciente de todas esas cosas, creo
que la misma crítica con que cada uno de nosotros debemos analizar
nuestras iniciativas y acciones, debería ser aplicada individual y
colectivamente en las iglesias cristianas. En tanto que cada iglesia no
acepte – o, mejor aún, promueva – de buen grado la crítica y la
participación constructivas, serán más parte del problema que del fomento
de la evolución espiritual de los creyentes.
I MAGINACIÓN
Para Javier Monserrat456 el ser humano se hace inteligente en la
medida en que sus habilidades mentales, que fue adquiriendo
evolutivamente, le permitieron nuevas funciones, como fusionar, combinar
o construir representaciones combinadas: el pensamiento se hizo
imaginación.
En realidad, ignoramos si esto implica una ventaja competitiva real en
términos biológicos, especialmente si tal creatividad e imaginación se
invierten en aspectos no estrictamente relacionados con la mera
supervivencia del ser humano. Sea como fuere, en la especie humana, la
mejora de la racionalidad facilitó la aparición de la capacidad de
abstracción, como resultado de la imaginación formal, es decir, de la
esquematización e imaginación de la forma de las cosas.
La realidad no se agota con una sola lógica y, por tanto, la causalidad,
la voluntariedad y la inteligencia afectiva y relacional son susceptibles de
variar sustancialmente; porque a la realidad también se accede gracias a la
imaginación, que es capaz de crear mundos, símbolos e historias humanas
ficticias; y la ficción, paradójicamente, también es parte indispensable de
la realidad. Todo ello, imaginación y racionalidad, está ligado por la
afectividad.
456 Javier Monserrat. El cerebro: una máquina de pensar
La imaginación y el juego participan muy activamente en el ser del
hombre y esto se manifiesta claramente por el hecho de que el juego
persiste e incluso se despliega en el mundo adulto humano, mientras que
desaparece por completo en el animal adulto. Igualmente, desde la
perspectiva del pensamiento racional, la curiosidad, el sentido del
misterio, la apelación a la belleza y sentimientos análogos, motivan mucho
que otras cuestiones mecánicamente lógicas, como el rigor, el método, la
norma, etc. De hecho, como indica Francisco Rubia 457, nuestro cerebro
puede engañarnos y, además, lo hace frecuentemente. Sin embargo, para la
mente es mejor tener una historia falsa que no tener ninguna; cuando la
mente se encuentra con huecos donde falta información, los sustituye por
datos imaginados. Y también lo hace cuando se encuentra con historias
inconexas, inventando una ligazón que haga formalmente – solo
formalmente – racional a los sueños recordados, convirtiéndolos en una
razonada irrealidad.
El desarrollo de la imaginación como capacidad cognitiva
exclusivamente humana nos permite reconstruir el mapa emotivo y
ejecutivo de otras personas, lo que conocemos como teoría de la mente;
con ello, nos adelantamos y prevemos su comportamiento, ajustando el
nuestro para interaccionar de la forma más eficaz y satisfactoria posible.
Esta capacidad no está igualmente distribuida entre todos los seres
humanos y, en ocasiones, nos lleva a cometer errores de gran importancia,
por sobrestimar el conocimiento de los demás.
En las modernas sociedades occidentalizadas, como pusieron de
manifiesto Horkheimer y Adorno458, existe una especie de atrofia de la
imaginación y de la espontaneidad del consumidor cultural, que no tiene
necesidad de ser manejadas según mecanismos psicológicos: son los
productos culturales industrializados los que paralizan tales facultades
porque pueden ser consumidos rápidamente, incluso en estado de
distracción. Cada uno de estos productos culturales es un modelo del
gigantesco mecanismo económico que mantiene a todos bajo presión
457 Francisco J. Rubia. El cerebro nos engaña
458 Max Horkheimer; Theodor Adorno. La industria cultural
desde el comienzo, en el trabajo y en el descanso que cada vez se asemeja
al propio trabajo.
Aunque la visión pesimista – pero cargada de razones – de Adorno y
Horkheimer de los efectos deletéreos de la industria cultural de masas
sobre la imaginación individual y colectiva de las personas, podría
llevarnos a temer por la persistencia de la imaginación humana como una
cualidad excelsa y única en el universo conocido, creo que el poder
evolutivo es un sólido fundamento para afrontar los riesgos de la
apisonadora de la diversión industrializada, de aquello que convierte
maliciosamente disfrute en simple diversión o distracción y, en definitiva,
en alienación.
Vivimos en un circuito de relaciones interdependientes y retroactivas
que alimentan de manera a la vez antagonista y complementaria la
racionalidad, la afectividad, lo imaginario, la mitología, la neurosis, la
locura y la creatividad humanas. ¿Será la imaginación la puerta de escape
de la realidad o, más bien, nuestra válvula de seguridad para hacer frente a
la alienación?
R ESURRECCIÓN ( DE J ESÚS )
La resurrección de Jesús de Nazaret es, sin duda, un elemento capital
de la fe cristiana. Sin ella, Jesús no pasaría de ser, como mucho, un
hombre justo y valeroso que luchó por los desheredados de la fortuna, por
los más despreciados, por las personas transparentes para los demás; pero,
aun no siendo esto poca cosa, solo significaría ser un buen hombre.
Para los cristianos, Jesús fue mucho más que un buen hombre, fue la
humanización – la encarnación – de un Dios que se siente profundamente
afectado por todo lo bueno y lo malo que le sucede a cada hombre, por
toda la realidad. Dios se hizo pequeño – se hizo humano – para estar a la
medida de los hombres y que estos comprendiesen, utilizando sus mismos
recursos, el mensaje de amor y de paz que ha estado transmitiendo desde
siempre. Por eso, el Jesús que murió como un hombre en la cruz se irguió
desde la muerte no como un Dios encolerizado con el hombre, sino como
un Dios que renueva su compromiso de amor con la humanidad. El
destino de Jesús no puede cifrarse ni en la muerte sola ni en la
resurrección sola, sino que ha de iluminarse desde estos aspectos de un
único suceso, dice Karl Rahner.
Los cristianos daríamos un falso sentido a la resurrección de Jesús si
la enfocamos como la revivificación de un cuerpo material y físico; en
este sentido, dice Joseph Ratzinger459 que Cristo, por su resurrección, no
volvió otra vez a su vida terrena anterior; por eso, sus mejores amigos, que
se habían sentado tres días antes en la mesa con él, no le reconocieron.
Naturalmente, este cambio de estatus – al menos, desde una perspectiva
humana – no es fácil de entender ni de aceptar; es la gran duda, el desafío
máximo a la razón.
Por eso, interpretar la resurrección de Jesús como la revitalización de
un cadáver, es una equivocación radical; sencillamente, el Jesús resucitado
no fue un zombi. Al contrario, ese Jesús debía estar lleno de una forma de
vida de trasciende a la muerte, una vida que sale al encuentro de sus
amigos, de su familia y, por extensión, de toda la humanidad pasada,
presente y futura. El Jesús resucitado no montó ningún espectáculo
callejero de prestidigitación, ni convocó a ningún notario para levantar
acta de su resurrección; simplemente, se limitó a resucitar en el interior de
la fe de sus discípulos.
El encuentro con Jesús – es Él quien encuentra a sus seguidores, no al
contrario – transformó de raíz a sus discípulos, como dice Laura Bossi 460.
Pablo de Tarso utilizó la palabra ophte, que en griego significa dejarse ver,
para describir la aparición de Cristo resucitado a los discípulos; la misma
palabra que empleó para describir su propia visión camino de Damasco,
algunos años después de la crucifixión de Jesús. La resurrección no
supone el retorno a la vida de una carne en proceso de descomposición,
sino una transformación que llamamos espiritual pero que en realidad
459 Joseph Ratzinger. Introducción al cristianismo
460 Laura Bossi. Historia natural del alma
corresponde a una forma diferente de conocimiento, tal como firma Peter
Watson461.
¿Qué experimentaron los discípulos de Jesús a los pocos días de su
muerte? Debió ser algo extraordinariamente impactante para que en un
pequeño lapso de tiempo pasaran de estar presos del temor y comportarse
como unos cobardes, a despreciar el peligro cierto de desafiar al poder y a
los valores imperiales de Roma, irguiéndose asimismo contra el dominio
espiritual de la hipertrofiada y artificiosa religión del Templo y de la casta
sacerdotal judía. Según el testimonio evangélico, Pedro negó conocer a
Jesús en tres ocasiones diferentes tras el arresto de éste y antes de su
crucifixión; el resto de discípulos, salvo Juan, corrieron a esconderse –
como habríamos hecho la mayoría – con más miedo que vergüenza; algo
que contrasta con la actitud valerosa y compasiva de varias mujeres que,
junto con su madre María y su discípulo Juan, acompañaron a Jesús en su
cruel tortura y ejecución pública.
Algún tipo de convicción profunda – derivada de una evidencia
personal incontestable, sin duda – les volvió repentinamente inmunes al
miedo y les hizo asumir un papel decisivo – su papel – en la difusión del
ejemplo sencillo, pero provocador y lleno de vida de Jesús. No se
transformaron en académicos eruditos, ni en hábiles estrategas de la
comunicación, ni en belicosos líderes nacionalistas; tan solo se
transformaron en los primeros cristianos auténticos, en verdaderos seres
humanos, sustentados por una vocación que les había transformado radical
e irreversiblemente. Recibieron un legado que les impulsó a repartirlo por
el mundo; un auténtico terremoto emocional que transformó a unos
pusilánimes en auténticos héroes; nada que ver con la doctrina metafísica
inventada posteriormente, ni con ritos escandalosamente aristocráticos y
sectarios.
Un aliento permanente, el Espíritu, empuja – sopla – a todos aquellos
que se lanzan al mundo sin mirar atrás para socorrer al necesitado, para
consolar al que sufre, para apoyar al que se enfrenta a la injusticia, para
difundir la alegría del amor y la pasión por vivir, para hacer de este
461 Peter Watson. Ideas. Historia intelectual de la humanidad
mundo, de verdad, el reino de Dios. Por todo ello, en expresión de José
María Castillo462, la idea que afirma o sugiere que Dios necesita
sufrimiento y muerte para perdonar y salvar es, sencillamente,
repugnante.
I MPERIALISMO
Pocas palabras han sido objeto de mayor abuso – en el sentido más
riguroso de este término – que la de imperialismo. Más allá de su
condición de forma política de un Estado, el imperio, la adjetivación de
imperialista es utilizada por muchas personas como arma arrojadiza para
atacar – descalificándolas éticamente – las posiciones ideológicas ajenas,
como única defensa ante la debilidad racional de las propias.
Modernamente, cuando empleamos la palabra imperialismo nos
referimos a una cierta actitud económica o política por la que un grupo
social – étnico, económico, racial, cultural, etc. – busca dominar a otras
comunidades o países, hasta el punto de hacer desaparecer o, al menos,
reducir a la mínima expresión su economía, su cultura, su organización
social, etc. Todo ello, por efecto de la agresión – real o potencial – militar
y económica (la una sin la otra no suele tener mucha eficacia, por lo que
siempre han ido unidas en la historia). En el terreno personal, utilizamos –
mal – la palabra para referirnos a ciertas actitudes por las que algunas
personas tienen a imponer sus ideas o sus intereses al resto del colectivo
del que forman parte, casi siempre sin tomarse la molestia de recurrir a la
razón.
Si lo pensamos con un poco de detenimiento, la actitud imperialista
subyace bajo el comportamiento de casi todos nosotros. ¿Hasta qué punto
el imperativo categórico de Kant463 no es una forma de imperialismo
ético? En determinadas circunstancias, especialmente cuando nos
encontramos en posiciones privilegiadas, nos sentimos con el derecho a
462 José María Castillo. La humanización de Dios. Ensayo de cristología
463 Immanuel Kant. Fundamentación de la metafísica de las costumbres
imponer nuestro propio modelo de vida a los demás, como si el éxito
social o económico – siempre efímero y casi siempre ajeno a nuestros
auténticos merecimientos personales – fuese una razón irrefutable.
Trasladar nuestro propio comportamiento personal imperialista al
campo de la política – es decir, del gobierno de lo común – supone
afrontar la vergonzante realidad por la que las personas menos cualificadas
intelectual y éticamente han actuado con demasiada frecuencia en la
historia. Hannah Arendt464 afirmaba que el imperialismo surgió de una
unión peculiar del capital y la chusma – las sobras de todas las clases
sociales, en palabras de Arendt – que acabó por convertirse en un
instrumento de conquista y de exterminio de otros pueblos.
Por lo que respecta al imperialismo europeo solo cabe añadir que, más
allá de las atrocidades y avasallamiento que todo proceso de expansión
territorial implica – sin excepción alguna – prácticamente todos los
pueblos que fueron invadidos por los europeos eran en sus orígenes tan
imperialistas – como mínimo – como los europeos y, desde luego, no más
tolerantes que estos. En última instancia, el hundimiento de una
civilización nunca se debe exclusivamente a una agresión externa, sino al
encadenamiento de ésta con un debilitamiento social, económico e incluso
moral de la comunidad invadida.
I MPREDECIBILIDAD
Nuestra mente consciente no está adecuadamente preparada para
aceptar la impredecibilidad. Disfrutamos de una portentosa capacidad para
explicar cualquier observación que hagamos, hasta el punto de que todo lo
que nos llama la atención lo encajamos – aunque sea con groseras
palancas– en un modelo que tenga algún sentido para nosotros. Un
fenómeno incierto – es decir, aquel para el que coexisten todas las
opciones posibles, incluso con probabilidades desiguales – no es
predecible en un sentido determinista, mientras que el comportamiento de
464 Hannah Arendt. Los orígenes del totalitarismo
un sistema caótico sí lo puede ser, aunque tal predicción sea
extremadamente difícil o compleja.
Nos cuesta mucho desembarazarnos de esa innata tendencia a buscar
precipitadamente una explicación a cualquier hecho, como una forma de
darle más contenido de realidad; nos negamos a aceptar la
indeterminación o la impredecibilidad. Imaginamos orden donde no lo
hay, porque nuestra arrogancia nos hace sobrestimar lo que sabemos y
nuestra vanidad nos venda los ojos ante la realidad; nos consideramos
unos expertos en cualquier materia, olvidando la sabia recomendación
socrática de anteponer la comprensión de nuestra ignorancia a la seguridad
de nuestro conocimiento. Nassim Taleb465 lo expresaba así: el problema de
los expertos es que no saben qué es lo que no saben.
Una forma más refinada – y por eso, más falaz – de ignorancia es la
que utiliza las matemáticas para intentar dar una pátina de rigor científico
a las explicaciones más peregrinas. Afortunadamente, los teoremas de
incompletitud o indecibilidad de Gödel nos ayudan a vacunarnos frente a
este tipo de apaños truculentos, demostrando que todo sistema formal
cerrado de axiomas y lógica deductiva siempre incluye afirmaciones con
sentido lógico acerca de cuya verdad o falsedad el sistema no puede llegar
a conclusión alguna; es decir, asertos indecidibles.
Nuestro cerebro parece haber evolucionado con la curiosa
particularidad de intentar llenar cualquier vacío de conocimiento. El
problema parece estar en que nuestra mente es mucho más eficiente
generando explicaciones que comprobando su validez; es decir, nuestro
avanzado órgano pensante opta frecuentemente por crear una historia falsa
en lugar de quedarse sin ninguna historia: nuestra mente es muy activa
pero bastante tramposa y tiende a recubrir su ignorancia, a ocultar la falta
de información real o de contrastación rigurosa, con la pintura opaca de la
ficción.
El neurólogo Francisco Rubia466 consideraba que falsificar la realidad
exterior tiene sentido si ello es útil para la supervivencia. Por lo visto, la
465 Nassim Nicholas Taleb. El cisne negro
466 Francisco J. Rubia. El cerebro nos engaña
capacidad para la ficción nos ha ayudado a evolucionar o, al menos, a
mantenernos vivos; la magnífica máquina de explicación que es la mente
humana es capaz de dar sentido a casi todo, generando explicaciones para
cualquier fenómeno. Y si algo no cuadra… se desecha en el fondo de la
memoria; solo nos quedamos con los fragmentos preseleccionados de lo
percibido y a partir de ahí los extrapolamos hasta el infinito.
Alasdayr MacIntyre467 se lamentaba de que los seres humanos
intentásemos simultáneamente hacer predecible al resto de la sociedad e
impredecibles a nosotros mismos, diseñar generalizaciones que capturasen
la conducta de los demás y moldear nuestra conducta en formas que
eluden las generalizaciones que los demás forjen. La impredecibilidad y la
teleología coexisten como parte de nuestras vidas, dice MacIntyre; como
los personajes de un relato de ficción, no sabemos lo que va a ocurrir a
continuación, pero no obstante nuestras vidas tienen cierta forma que se
autoproyecta hacia nuestro futuro.
I NCONSCIENTE
¿Hacemos deliberadamente todo lo que hacemos o solo lo creemos?
Francisco Rubia468 responde a esta cuestión afirmando que los datos
experimentales parecen decirnos que no somos libres de tomar decisiones
cuando estamos ante la posibilidad de elegir entre varias opciones. Antes
de que tengamos la impresión subjetiva de voluntad, el cerebro se ha
puesto en marcha de manera inconsciente. Al fin y al cabo, dice Rubia,
tenemos unos cien millones de receptores sensoriales, frente a unos diez
billones de sinapsis en nuestro sistema nervioso, por lo que podemos
interpretar que somos cien mil veces más receptivos a lo que ocurre dentro
de nuestro cerebro que a las informaciones procedentes de los órganos de
los sentidos.
467 Alasdayr MacIntyre. Tras la virtud
468 Francisco J. Rubia. El fantasma de la libertad: datos de la revolución neurocientífica
Estoy convencido de que tanto la memoria como la libertad y la
voluntad son susceptibles de ser educadas por el individuo y de ser
controladas de forma diferida. Elaboramos sistemas de respuestas
automatizadas ante unas circunstancias determinadas, lo que permitiría
afirmar que la libertad sí existe realmente, aunque en ocasiones echemos
mano de la que tenemos en conserva. Igualmente, considero que tenemos
cierta capacidad de regular o modular nuestra memoria, al menos en lo
que se refiere al tipo de elementos, estados de ánimo, sensaciones, etc.
Nuestro inconsciente no tiene por qué ser salvaje e inhóspito, como
afirman los psicoanalistas freudianos; por el contrario, creo que es nuestro
auténtico seguro, el mejor guardaespaldas.
Mucha gente cree que puede realizar varias tareas al mismo tiempo
con eficacia, pero se ha demostrado469 que, en realidad, no puede hacerlo.
Más bien, lo que parece haber es una relación entre ciertos rasgos de la
personalidad, como la impulsividad o la necesidad de buscar sensaciones,
con la propensión a realizar acciones simultáneas para evitar el
aburrimiento. En resumen, el cerebro humano es incapaz de afrontar
conscientemente dos cuestiones al mismo tiempo, aunque nuestra vanidad
nos haga creer lo contrario.
La deliberación consciente guarda escasa relación con la capacidad de
controlar al momento las acciones y, en cambio, está estrechamente unida
a la capacidad de planear con anticipación y decir qué tipo de acciones
queremos o no realizar. Para Antonio Damasio 470, las decisiones más
importantes se toman en el interior de la mente inconsciente mucho antes
de que llegue el momento de ponerlas en práctica. Por eso, la infancia y la
adolescencia humanas duran tanto; se tarda mucho en formar y capacitar
los procesos inconscientes de nuestro cerebro, y en crear, dentro de
nuestro inconsciente, una forma de control que pueda actuar de acuerdo a
metas e intenciones conscientes. En cualquier caso, Damasio insiste en
469 Sanbonmatsu DM, Strayer DL, Medeiros-Ward N, Watson JM. Who multi-tasks and
why? Multi-tasking ability, perceived multi-tasking ability, impulsivity, and sensation
seeking. PLoS ONE. 2013; 8(1): e54402. doi: 10.1371/journal.pone.0054402
470 Antonio Damasio. Y el cerebro creó al hombre
que las decisiones conscientes comienzan en la reflexión, la simulación y
la puesta a prueba en la mente consciente, completándose y ensayándolas
repetidamente en la mente inconsciente y, desde allí, se pueden realizar las
acciones escogidas.
La extensa obra de Sigmund Freud se fundamenta sobre el aserto de
que la consciencia es la sede de los pensamientos y de las emociones
racionales, mientras que el inconsciente solo es la guarida de lo
irracional. Sin embargo, como afirma John Bargh 471, las teorías modernas
sobre el motor de la conducta difieren de la propuesta por Freud porque
son fruto del estudio de grupos de personas corrientes, y no de casos
clínicos de individuos anómalos y, añado yo, descaradamente manipulados
por el propio Freud. De hecho, para un reputado historiador de la ciencia
como Horace Judson472, Sigmund Freud es el mayor fraude intelectual del
siglo XX y sus teorías psicoanalíticas han constituido un lastre muy
importante para el estudio científico de la naturaleza humana y, en
particular, para la neurociencia.
Frente a las – fraudulentas – teorías de Freud, la psicología científica
actual defiende un modelo consistente en un único sistema psíquico, que
todos poseemos, capaz de operar de modo consciente o inconsciente;
seamos o no conscientes de que nos hemos propuesto un determinado
objetivo, nuestra forma de perseguirlo se asemeja mucho en ambos casos.
Nuestra mente inconsciente no solo puede orientarnos hacia una opción
determinada, sino que puede hacernos reunir la motivación necesaria
para lograrla, apostilla John Bargh.
I NDIFERENCIA
De entrada, permítame proponerle dos hipótesis. La primera es que
Dios puede ser una explicación de la realidad, algo así como su causa
primera; la segunda es que la realidad puede ser una expresión de Dios,
471 John A. Bargh. La mente inconsciente. Investigación y Ciencia; marzo 2014, pp. 28-
35
472 Horace Freeland Judson. Anatomía del fraude científico
aunque libremente autogestionada. Los creyentes dan por ciertas ambas
hipótesis por convicción íntima, aunque con múltiples matices personales.
Los agnósticos aceptan la posibilidad de que pudieran ser – o no – ciertas,
pero solo como una especulación y sin implicarse en sus resultados,
también con múltiples matices particulares. Los ateos niegan
taxativamente ambas hipótesis, también por convicción íntima y por
supuesto con múltiples tonos particulares. Finalmente, los indiferentes
simplemente miran hacia otro lado, dejando claro que Dios… ni
probablemente la Realidad son temas de su interés.
Todas estas posturas pueden ser rigurosamente razonadas. Ninguna de
ellas es, en principio y según mi opinión, éticamente superior o
intelectualmente más refinada que las restantes, al menos como punto de
partida de una discusión; todas me parecen, en principio, igualmente
respetables… todas menos la indiferencia.
Permítame que traiga a colación a Antonio Gramsci por su decidida
posición contra la indiferencia, por desenmascarar a esos falsos tolerantes
que tanto se asemejan a los neutrinos porque prácticamente no
interaccionan con nada. Obviamente, Gramsci hablaba de la indiferencia
en relación a la participación política, pero sus reflexiones me parecen
perfectamente aplicables a la indiferencia frente a la realidad espiritual.
Quien es indiferente, lo es para todo.
Odio a los indiferentes, decía Gramsci473; quien realmente vive no
puede ser no ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es
parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes. La
indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el
innovador, es la materia inerte en la que a menudo se ahogan los
entusiasmos más brillantes. Es la fatalidad, aquello con lo que no se
puede contar, lo que altera los programas, lo que trastorna a los planes
mejor elaborados, es la materia bruta que se rebela contra la inteligencia
y la estrangula. Odio a los indiferentes también porque me molesta su
lloriqueo de eternos inocentes.
473 Antonio Gramsci. Indifferenti. La Cittá Futura, 11 de febrero de 1917
Hay creyentes que dudan y especulan con mayor fundamento
documental y rigor metodológico que muchos agnósticos; hay ateos que
afirman su creencia a la inversa de forma bastante más consistente y
honrada que como lo hacen muchos creyentes con su fe; hay también
agnósticos que cuestionan la creencia en Dios con notable mayor solidez y
limpieza argumental que muchos ateos. Nadie tiene garantía alguna de
estar en posesión de la verdad definitiva, por muy seguros que cada uno
estemos de nuestros argumentos. El verdadero problema consiste en
conformarse, en acomodarse o encastillarse en una determinada posición,
como si la vida se detuviese definitivamente a mitad de camino.
Es posible que el sarcasmo con el que algunos individuos hablan del
permanente silencio de Dios incomode a algunos creyentes, pero no deja
de ser un reto intelectual y emocional al que todos los creyentes estamos
obligados a enfrentarnos. El autoocultamiento de Dios – yo prefiero
llamarlo así – es una de las cuestiones que, junto con la del problema de la
existencia del mal, más controversias continúan produciendo entre muchos
sinceros creyentes. Por mi parte, cuando contemplo la cuestión desde el
sentido profundo de la libertad y desde la ausencia de ningún tipo de
exigencia más allá de soportar la conciencia propia, ese autoocultamiento
de Dios se me brinda más comprensible.
A Dios no le vemos – como nos recuerda Juan, el evangelista – pero la
Realidad está ahí; más aún, lo está en usted, querido lector, y lo está en mí;
lo está en todos los que convivimos, aunque estemos a miles de kilómetros
de distancia. Lo estuvo en mis antepasados, lo está en mi imaginación y lo
está en el argumento y los personajes de la última novela que he leído. No
puedo ausentarme de la realidad; su evidente existencia y su compleja red
de interdependencias me obligan a hacerme cargo de ella y a exigir
explicaciones.
La indiferencia es la renuncia a la realidad.
I NDIVIDUALISMO
La conciencia hace del individuo humano un elemento único, pese a
formar parte de una especie, es decir, un conjunto de individuos que
comparten ciertas características. Ciertamente, cada individuo lleva en su
seno profundo la más estricta singularidad, pero también es portador de
toda la diversidad propia que acompaña a los miembros de la especie en su
entorno inmediato; más aún, lleva a toda la humanidad y a todo el cosmos.
En última instancia, los físicos nos alientan a considerar las partículas de
las que estamos constituidos como concentraciones locales del campo de
energía revestidas de fluctuaciones, por lo que en realidad cada una de
ellas es una parte inseparable de un todo.
La materia y la mente son más interacción que individualidad;
interacción entre ellas mismas y con los demás individuos y objetos del
cosmos. Esa paradoja de la unidad de lo diverso y de la diversidad de la
unidad constituye un patrimonio de excepcional valor para cualquier
especie viva. Lo es especialmente para el ser humano, autoconsciente de
su existencia y de su pensamiento sentiente, de su creatividad, de sus
esperanzas y de su libre voluntad.
Husserl defendía que no es posible encontrar la esencia del hombre en
los individuos aislados, porque la unión de la persona humana con su
genealogía y con su sociedad es esencial y, por lo tanto, debemos conocer
la naturaleza de esta vinculación si queremos llegar a conocer la índole
esencial del hombre. Para Martin Buber474, solo cuando el individuo
reconozca al otro en toda su alteridad como se reconoce a sí mismo, como
hombre, y marche desde este reconocimiento a penetrar en el otro, habrá
quebrantado su soledad en un encuentro riguroso y transformador.
Buber considerabs que en el individualismo la persona se halla
montada en la ficción, por mucho que crea o pretenda creer que se está
afirmando como persona en el ser; en su extremo opuesto, en el
colectivismo, al renunciar a la decisión y resolución personal directa, la
474 Martin Buber. ¿Qué es el hombre?
persona renuncia a sí misma. En ambos casos, es incapaz de irrumpir en el
otro: solo entre personas auténticas se da una relación auténtica. En
definitiva, Buber estimaba que el individuo es un hecho de la existencia en
la medida en que entra en relaciones vivas con otros individuos; la
colectividad es un hecho de la existencia en la medida en que se edifica
con vivas unidades de relación. El hecho fundamental de la existencia
humana es el hombre con el hombre; esa es la máxima de Buber.
Zygmunt Bauman475 se lamentaba de que aquello que era considerado
como un trabajo que debía ser realizado por la razón humana estaba
siendo fragmentado, individualizado, cedido al coraje y la energía
individuales y dejado en manos de la administración de los individuos y
de sus recursos individualmente administrados. Esta fatídica retirada –
decía Bauman – se ha visto reflejada por el corrimiento que hizo el
discurso ético-político desde el marco de la sociedad justa hacia el de los
derechos humanos, lo que implica reenfocar ese discurso en el derecho de
los individuos a ser diferentes y a elegir y tomar a voluntad sus propios
modelos de felicidad y de estilo de vida más conveniente.
Tal como indicaba Alasdayr MacIntyre476, para el individualismo
liberal la comunidad es solo el terreno donde cada individuo persigue el
concepto de buen vivir que ha elegido por sí mismo, y las instituciones
públicas solo existen para proveer el orden que hace posible esta actividad
autónoma. Sin embargo, la historia de cada vida individual está siempre
embebida en la de aquellas comunidades de las que deriva su propia
identidad. Cada persona, cada individuo, nace con un pasado, e intentar
desgajarse de él de una forma individualista significa deformar las
relaciones presentes. En el ámbito de la política, el individuo es el
enemigo número uno del ciudadano, como afirmaba con contundencia
Alexis de Tocqueville. En un sentido más amplio, podríamos decir que el
individualismo, llevado a su extremo, lleva en su seno el germen de la
extinción.
475 Zygmunt Bauman. Modernidad líquida
476 Alasdair MacIntyre. Tras la virtud
I NDUCCIÓN
Es difícil no sentirse deudor del pensamiento de Aristóteles. Aunque
algunos – tal vez muchos – de sus razonamiento y propuestas puedan
considerarse anticuadas o incluso obsoletas, nadie se atrevería, en justicia,
a negarle el calificativo de gran maestro, como en el ajedrez; como ocurre
con éste, la filosofía consiste básicamente en refinar o repensar lo
previamente pensado por nuestros antecesores a través de aperturas,
enroques, ataques, defensas, jaques y hasta gambitos.
Para mí, lo auténticamente importante del método de estudio
aristotélico es el doble movimiento inductivo-deductivo, sobre el que, de
una manera u otra, se ha fundamentado el método científico estándar.
Aristóteles observa primero lo concreto, los elementos de la realidad y
busca analogías para encontrar los elementos comunes – lo que podríamos
llamar abstracción – que determinan el fenómeno; una vez alcanzado este
punto – inducción –, se desciende a cada caso en particular para confirmar
que el concepto general es válido en cada caso particular, con lo cual
queda explicado: deducción.
Bertrand Russell477 defendía la idea de que toda nuestra conducta se
basa en asociaciones que han actuado en el pasado y que, por
consiguiente, consideramos que seguirán actuando en el futuro; y esta
probabilidad depende, en cuanto a su validez, del principio de la
inducción. Los principios generales de la ciencia, como la creencia en el
reino de la ley, y la de que todo acontecimiento debe tener una causa
dependen completamente del principio de la inducción.
No obstante, la inducción ha tenido también algunos enemigos
históricos, como David Hume478, quien consideraba que no tenemos
noción de causa y efecto, sino la de ciertos objetos que han ocurrido
siempre juntos. La inducción es, para Hume, un proceso de mera
enumeración, sin ninguna fuerza lógica; todos los cisnes habían sido
477 Bertrand Russell. Los problemas de la filosofía
478 David Hume. Tratado de la naturaleza humana
blancos antes del descubrimiento de que había cisnes negros en Australia,
como nos recuerda Nicholas Taleb 479. Creemos que sabemos mucho, decía
Hume, pero en realidad mucho de lo que creemos saber es mera
suposición.
Charles Peirce480, en mi opinión uno de los pensadores
norteamericanos de mayor relieve, sostenía el carácter autocorrectivo del
razonamiento a través de la inducción e incluso llegó a afirmar que el uso
sostenido del razonamiento inductivo permite, a la larga, que el error sea
eliminado y resalte la verdad. No obstante, en realidad Peirce consideraba
que la inducción sólo es un constituyente menor del método científico, al
que caracterizaba fundamentalmente por un tipo especial de inferencia que
él denominaba abducción, una forma de examinar globalmente los hechos
y, a partir de ello, sugerir una teoría mediante la intuición, combinando así
la lógica con el instinto. Solo así puede entrar algo nuevo en nuestro
conocimiento, decía Peirce.
I NFINITO
Cuando nos detenemos a pensar sobre el infinito, a la mayoría de los
mortales nos asalta una sensación de abrumadora ambigüedad, de
intranquilizadora indefinición, una especie de horror al infinito, como le
llama José Ramón Ortiz481, que despierta un cierto sentimiento de
desesperada impotencia.
Utilizamos habitualmente la palabra infinito para describir la magnitud
de lo que intuimos como muy grande, ilimitado o, más habitualmente,
imposible de contar o de medir; algo que se separa de la realidad tangible.
Venimos lastrados a priori por el prejuicio de que la realidad física es
finita, pese a que carecemos de pruebas irrefutables de que realmente
nuestro universo lo sea; ni siquiera podemos estar científicamente seguros
de que éste sea el único universo, y no uno más entre infinitos. Sin
479 Nicholas Nassim Taleb. El cisne negro
480 Charles Sanders Peirce. Collected papers
481 José Ramón Ortiz. El concepto de infinito
embargo, la matemática se quedaría atascada sin el concepto de infinito,
como lo haría sin los números irracionales (π) o la parte imaginaria de los
números complejos (i).
Nietzsche482 afirmaba que la infinitud es el hecho primigenio y que lo
único que habría que explicar es el origen de lo infinito. Para él, todas las
cualidades denuncian un contenido absoluto indefinible. Dos siglos antes,
Descartes483 presentaba un nuevo tipo de metafísica, en donde la materia
es reducida a pura extensión y el alma a pensamiento, proponiendo unas
pruebas de la existencia de Dios a partir de la idea de infinito que está
grabada a fuego en lo más profundo del pensamiento humano. Para
Descartes, ser e idea se identifican en el infinito.
Kierkegaard484 consideraba irrenunciable la idea del infinito para el
hombre ética y existencialmente maduro. El hombre que prescinde del
infinito es un hombre que se encuentra sólo en contacto con lo inmediato,
que da valor excesivo a cosas que no tienen ninguna importancia real,
como la riqueza, los placeres sensibles o los honores. Para Kierkegaard, la
fe en Dios es una pasión: el movimiento de la infinitud, un movimiento
que sucede con pasión y que ninguna reflexión puede suscitarlo. En el
ámbito ético-religioso no se da la certeza objetiva, sino la decisión libre de
afirmar la incertidumbre subjetiva, movida por la pasión de la infinitud,
decía Kierkegaard485.
La concepción matemática de infinito tardó mucho en consolidarse y
lo haría solo bien avanzado el siglo XIX, sobre todo a partir de los
estudios de Georg Cantor. No olvidemos que matemáticos de la talla de
Karl Friedrich Gauss, todavía afirmaba en 1831 que una cantidad infinita
no es una entidad actual; nunca se puede permitir en matemática. Para
Gauss, el infinito era sólo una forma de hablar, los límites a los cuales
ciertas razones pueden aproximarse tanto como se desee, mientras otras
son permitidas crecer ilimitadamente.
482 Friedrich Nietzsche. El libro del filósofo
483 René Descartes. Meditaciones metafísicas
484 Soren Kierkegaard. Temor y temblor
485 Soren Kierkegaard. Opere
Georg Cantor rechazó los argumentos previos en contra del infinito,
provenientes fundamentalmente de que los números infinitos se habían
empleado la aritmética como una mera extensión de los finitos. Por el
contrario, Cantor demostró que los números finitos podían ser sumados a
los números infinitos (𝛚; 𝛚+1). Para explicar lo que significa la idea de
transfinito, Cantor reflexionaba si es necesario que el infinito sea
exhaustivo. ¿Un infinito número de mundos contiene todos los mundos
posibles? Cantor consideró que no y para demostrarlo hizo esta analogía
numérica: sea P es el conjunto de todos los números pares; por tanto, P
contiene un número infinito de elementos, aunque no contiene todas las
clases de números por lo que, obviamente, no contiene a los números
impares, cuyo número es también infinito.
Para Cantor existen tres contextos donde legítimamente se puede
hablar de infinito. El primero consiste en su forma más completa, un ser
independiente, el Infinito Absoluto o simplemente Absoluto; Dios, en
definitiva; el segundo contexto consiste en el mundo físico y el tercero
implica la aprehensión abstracta de la mente, como una magnitud
matemática, un número o un tipo de orden. Cantor desvinculaba el
Absoluto de los otros dos tipos de infinitos, los transfinitos, susceptibles
de nuevas extensiones, lo que les hace obviamente relacionados con lo
finito.
¿Si el único infinito al que pudiéramos considerar como absoluto
fuese Dios, son las matemáticas el lenguaje con que Él nos habla para
adentrarnos profundamente en la realidad, más allá de las meras
apariencias y prejuicios?
I NJUSTICIA
Parece muy probable que Sócrates fuera invitado a escapar de la
prisión antes de que llegara la hora de su ejecución; pero rechazó esta
posibilidad. Platón486 pone en boca de su maestro una frase que es todo un
486 Platón. Critón
emblema de la ética universal: si se recibe injusticia, no se debe responder
con injusticia, puesto que de ningún modo se debe cometer injusticia.
Sócrates concluye que “si te vas ahora, te vas condenado injustamente no
por nosotras, las leyes, sino por los hombres, pero si te marchas tan
torpemente, devolviendo injusticia por injusticia y daño por daño,
violando los acuerdos y el pacto con nosotras – las leyes – y haciendo
daño a los que menos conviene, a ti mismo, a tus amigos, a la patria y a
nosotras, nos irritaremos contigo mientras vivas y allí, en el Hades,
nuestras hermanas las leyes no te recibirán de buen ánimo, sabiendo que,
en la medida de tus fuerzas, has intentado destruirnos”. Y por si a alguien
le quedaban dudas sobre la posición de Sócrates sobre la injusticia,
Platón487 le presta de nuevo la voz a su maestro para afirmar que cometer
injusticia es peor que sufrirla.
¿Qué es la injusticia? ¿Se trata del reverso oscuro de la justicia o tiene
existencia autónoma? Schopenhauer488 afirmaba que el concepto de
justicia es derivado y negativo con respecto de la injusticia: nunca se
podría hablar de justicia si no existiera la injusticia; la injusticia designa
la irrupción en los límites de la afirmación de la voluntad ajena. Por ello,
el propio Schopenhauer recomendaba que el mejor y único medio para
ahorrar a todos el dolor de sufrir injusticia es haciendo que todos
renuncien al placer obtenido haciéndola; para ello se inventó el contrato
social o ley.
Dos siglos antes que Schopenhauer escribiese estas sentencias,
Spinoza489 se preguntaba acerca de lo que es justo o injusto, afirmando que
en el estado natural no ocurre nada que pueda llamarse justo o injusto, y
sí en el estado civil, donde por común consenso se decreta lo que es de
uno y lo que es de otro; por lo que es evidente que lo justo y lo injusto, el
delito y el mérito son nociones extrínsecas y no atributos que sirven para
explicar la naturaleza del alma. De acuerdo con este racionalista del siglo
XVII, la acción moral consiste en actuar por uno mismo en lugar de estar
487 Platón. Gorgias
488 Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación
489 Baruch Spinoza. Ética.
dominado por las pasiones; esta condición convierte al hombre en un
esclavo, de la misma forma que ocurre con aquellos que ignoran las causas
de sus acciones y que solo son movidos por causas externas. Por ello, solo
cuando de verdad conozcamos las causas de nuestro comportamiento
podremos escapar a esta esclavitud.
Sin embargo, pasión – emociones – y razón son inseparables en el ser
humano – Zubiri dixit – y, por ello, ambas deben ayudar a construir un
mundo justo donde nadie sobre ni se sienta incómodo, donde cada uno
pueda alcanzar su felicidad por sí mismo y con la ayuda de los demás. Esa
es, quizá, la definición de lo que se ha dado en llamar el derecho natural.
¿Qué nos da derecho a vivir? En realidad, es la propia vida la que concede
el derecho a vivir y ese derecho es precisamente lo que hace digna a la
persona humana y al resto de componentes de la biosfera, tal como
indicaba José Miguel de Vicente490.
Hay quien piensa – ya lo hemos visto en Schopenhauer – que la
justicia solo aparece cuando llegamos a ser conscientes de la injusticia;
cierto es que la medicina apareció solo después de constatar el dolor y la
enfermedad. Si tal fuera, la consideración ética primaria del ser humano
arrojaría sombras tenebrosas. ¿Somos naturalmente injustos y solo
socialmente nos hacemos justos? ¿Cómo aspirar a ser justos si no sabemos
con certeza lo que es la injusticia? ¿Puede ésta existir al margen de la
sociedad, es decir, de la convivencia organizada de un grupo de seres
humanos? ¿Podemos ser injustos con nosotros mismos o esto solo
representa un desdoblamiento artificioso de nuestra mente?
Una luz al fondo del túnel: si fuésemos naturalmente injustos no
habríamos desarrollado una tal capacidad de relacionarnos socialmente
como de hecho hemos alcanzado, mucho mayor que ningún otro ser vivo
sobre la tierra. ¿Entonces, somos sociales porque aspiramos a ser justos o
somos justos – como aspiración ética – porque somos seres sociales que
encuentran en los otros un formidable complemento o algo que no
llegamos a disponer en nosotros mismos?
No sea injusto, responda.
490 José Miguel de Vicente. Fundamentos biológicos del derecho natural
I NMORTALIDAD
Con razón, sin razón o contra ella, no me da la gana de morirme y
cuando al fin me muera, si es del todo, no me habré muerto yo, esto es, no
me habré dejado morir, sino que me habrá matado el destino humano,
afirmaba Unamuno491. Decía Emile Cioran492 que es característico de las
personas normales considerar la muerte como algo que procede del
exterior, y no como una fatalidad inherente al ser; la irrupción de la muerte
en la estructura misma de la vida introduce implícitamente la nada en la
elaboración del ser.
Pocos días antes de fallecer a una avanzada edad, mi suegro – que
sabía poco de filosofía académica pero mucho de la vida – me decía que
ya somos muchos sobre la tierra, los viejos hemos de dejarles sitio a los
jóvenes para que se desenvuelvan a gusto. Lo decía sin ninguna amargura
ni acritud; para un hombre acostumbrado a vivir y trabajar duramente en
el campo, nacer y morir eran dos circunstancias inevitables para cada
individuo y, por tanto, inútilmente discutibles: lo importante es lo que
media entre esos dos eventos.
Desde hace algunos años se viene hablando – con muy diversos
grados de rigor – sobre la potencial inmortalidad del ser humano. Se habla
de clones celulares inmortales, de pequeños gusanos con capacidad para
regenerar su cuerpo de forma continua, etc. Nos informan sobre genes
milagrosos que limitan el envejecimiento de la maquinaria celular, de
inhibidores de la telomerasa que impiden que nuestros cromosomas se
vayan acortando paulatinamente en las sucesivas multiplicaciones de
nuestras células, de órganos artificiales capaces de sustituir con gran
eficiencia los naturales cuando estos entran en decadencia fisiológica o
son atacados por enfermedades, etc. En resumen: métodos que impiden el
envejecimiento o deterioro de los órganos y arsenales ilimitados de
órganos y tejidos de repuesto, para utilizar a demanda.
491 Miguel de Unamuno. Del sentimiento trágico de la vida
492 Emile Michel Cioran. En las cimas de la desesperación
¿En realidad, hablamos de durar más o de permanecer para siempre,
suponiendo que alguien sepa lo que esto último significa? Si durar más
significa durar en condiciones que nos permitan una autonomía vital –
siempre relativa – parece que puede ser un objetivo deseable,
particularmente para personas que sufren enfermedades que acortan
sustancialmente la duración normal de la vida y la capacidad para disfrutar
de ella. Pero, por el momento, parece que hay bastantes más ancianos
suicidas que aspirantes declarados a la inmortalidad.
Alguien podría decir que con la inmortalidad Johann Sebastian Bach
nos seguiría regalando nuevas maravillas musicales; pero también es fácil
imaginar los efectos de la inmortalidad para tipos como Hitler, Stalin, Pol
Pot, etc. Disfrutemos de lo que nos dejó el maestro Bach – que fue mucho
y bueno – y dejemos sitio a las nuevas generaciones para que crezcan y
maduren más Bach y menos Hitler.
Disfrutemos de cada momento de nuestra vida, sin que la obsesiva
preocupación por la persistencia nos haga perder el sentido maravilloso e
irreproducible de lo efímero. Al fin y al cabo, nuestro primer beso lo
dimos una única e irrepetible vez.
I NSPIRACIÓN
Frecuentemente, nos referimos a la inspiración como un fenómeno de
naturaleza aparentemente irracional y que no obedece a ninguna
planificación, que nos ilumina la mente y permite encontrar sentido a
nuestra creatividad y soluciones claras allá donde antes solo veíamos
obsesivamente oscuridad e incoherencia; de pronto, todas las piezas del
puzzle encajan mágicamente y la creatividad, antes aplastada por los
acontecimientos y la abulia, vence todos los obstáculos para desbordar el
límite de nuestra cercenada percepción de la realidad.
No deja de ser curioso que utilicemos un término fisiológico, como es
la captación activa de aire por nuestros pulmones, para reflejar la
introducción desde fuera de un aliento vital que activa un mecanismo
especial generador de ideas y emociones, que solo se pone en marcha
cuando el aire inspirado tiene una determinada composición y en un
momento especial e impredecible.
Los textos sagrados de todas las religiones atribuyen a la inspiración
divina su redacción por personas elegidas; bien es cierto que con
numerosos “retoques” posteriores. El problema es que, para los no
creyentes, Dios es precisamente el fruto de la creación de algunos autores
inspirados… quizá demasiado inspirados. Sea o no la inspiración la
sonrisa comprensiva de Dios que se compadece de nuestras limitaciones
creadoras, ello evidencia la necesidad que tenemos las personas de que
algo penetre en nosotros, desde los demás, para alcanzar nuestra cumbre
creadora. Necesitamos respirar el aire compartido de la humanidad para
sacar lo mejor que llevamos dentro. La inspiración nos aporta la
combinación maestra que abre nuestra inteligencia sentiente, cuya
memoria hemos olvidado por acumular demasiados datos irrelevantes.
Lo único predecible de la inspiración es que no es predecible. Por eso,
lo único útil que podemos hacer es esperarla con nuestra mente activa y el
papel – o la probeta – preparados. Lo mejor es que la inspiración nos
encuentre trabajando. Esto es lo que, de verdad, puede significar estar
inspirado: adoptar una buena predisposición de trabajo, con horarios
regulares, un entorno agradable y la inteligencia despierta. La inspiración
es como un tren que solo se detiene en las estaciones cuando hay pasajeros
a los que dejar o recoger; si no, pasa de largo. Cuando la estación está
demasiado ocupada para ocuparse de los pasajeros – las ideas y las
emociones – y no tiene vías libres en las que detenerse, el tren no para.
La inspiración es ese momento único – cada uno es realmente especial
e insustituible por otros – en el que luz del conocimiento ilumina los más
oscuros rincones de nuestra mente, mostrando los caminos que ha de
transitar la creatividad para llenar nuestro interior y verterse hacia el
exterior como la lengua desbordada del Nilo que fecunda el desierto. No
se trata de simple motivación – que te empuja a seguir una idea ajena que
te convence – sino que en la inspiración la idea y la emoción es nuestra y
arrastra consigo todo nuestro yo.
Cuando la normalidad – a través del tedio – aplasta la creatividad y
exalta la homogeneidad, se convierte en una cadena alrededor del cuello
de la vida humana. No deberíamos alejarnos imprudentemente de la locura
porque perderíamos el genio, la sutil inspiración personal, la aguda
perspicacia, la capacidad para ver o ir más allá de donde se quedan los
mediocres y los pusilánimes.
Correríamos el riesgo de caer en la peor locura de todas, la locura de
la razón: la razón sin sentimiento.
I NSTINTO
Sentimos la inmediatez del hambre y la sed igual que los animales;
hay, además, elementos presentes en las recónditas profundidades de
nuestro sistema nervioso – las más primitivas evolutivamente – que nos
impulsan a la reproducción a través del sexo, a huir de las situaciones que
intuimos como peligrosas, a almacenar alimentos aunque no sintamos
hambre, etc. Son respuestas programadas ante necesidades intemporales, a
las que llamamos instintos; a las otras, las inmediatas, las llamamos
necesidades: calmar la sed, retirar la mano del fuego, resguardarnos del
frío, etc.
El instinto es, pues, una respuesta compleja, programada, retardada e
involuntaria. En cuanto a inclinaciones naturales o fisiológicas no nos
diferenciamos excesivamente de cualquier primate. Tales impulsos pueden
ser importantes, incluso poderosos, pero existe una diferencia notable con
los animales: somos capaces de atender racionalmente al impulso y
responder a él de forma controlada, aunque no siempre lo hagamos así.
La sensibilidad humana se sirve de los instintos para optimizar las
relaciones más básicas de nuestros cuerpos y, en cierto sentido, de nuestras
mentes, con un entorno que muchas veces se muestra repetitivo.
Necesitamos automatizar e incluso incorporar a nuestro material genético
una serie de respuestas específicas de la especie humana, para ahorrar
esfuerzo a nuestro sistema nervioso central. Pero no debemos confundir un
instinto con un simple reflejo, mediado por el sistema nervioso autónomo.
El instinto, dice Juan José Sanguineti 493 aparece como una forma de
comportamiento intencional más rica que la conducta basada simplemente
en reflejos, que son más automáticos y son preferentemente vegetativos.
El instinto se actualiza en cierto ambiente y de cara a otros sujetos
animales.
En el caso humano, el instinto, lejos de ser un epifenómeno, traduce
por medio de sus expresiones diversas el mismo fenómeno vital. El mundo
entero ha avanzado un paso en el momento en que, por primera vez, en un
ser vivo – en el hombre – el instinto se ha visto en el espejo de sí mismo,
decía Teilhard de Chardin494.
Los instintos están primariamente relacionados con la supervivencia
del individuo y de la especie – o grupo – a la que pertenece el individuo.
En el caso del hombre, los instintos entroncan con la inteligencia
sentiente, son parte esencial en todos los actos del teatro de la vida,
especialmente cuando solo podemos confiar en ellos porque nuestra
inteligencia está aún por desarrollar.
Dice Bertrand Russell495 que, originariamente, no llegamos a la
creencia en un mundo exterior independiente por medio de argumentos,
sino que hallamos esta creencia formada en nosotros en cuanto
empezamos a reflexionar: es una creencia instintiva. Aún más, todo
conocimiento debe fundarse en nuestras creencias instintivas y, si éstas
son rechazadas, nada permanece. Por ello, afirma Russell, la filosofía
debería exponernos la jerarquía de nuestras creencias instintivas,
empezando por las que mantenemos de un modo más vigoroso y
presentando cada una de ellas tan aislada y tal libre de adiciones
superfluas como sea posible. Debería ocuparse de mostrar que, en la forma
en que son finalmente establecidas, nuestras creencias instintivas no se
contraponen, sino que forman un sistema armonioso.
Somos instinto, pero no solo instinto. Nuestros instintos humanos han
evolucionado de forma armónica e inextricablemente ligados a la mente
493 Juan José Sanguineti. Filosofía de la mente
494 Pierre Teilhard de Chardin. El fenómeno humano
495 Bertrand Russell. Los problemas de la filosofía
racional consciente de sí misma. Lo que en el animal le impulsa a
sobrevivir – el instinto de supervivencia – en el hombre va más allá y se
convierte en trascendencia vital, en buscar algo que está más allá del
horizonte inmediato. Seguimos siendo animales, pero somos conscientes
de lo que lo somos y que hemos conseguido un añadido de emoción
inteligente a la vida. No nos conformamos con subsistir, aspiramos a
encontrar un sentido a la existencia o, al menos, para que ésta sea mucho
más que el agujero negro de un conjunto de macromoléculas
antorreplicantes.
Nuestros instintos animales sirvieron de trampolín evolutivo a nuestra
inteligencia, al gobierno de nuestras emociones y a la creación
imaginativa. Son todavía parte de nuestro ser y su ausencia nos haría
irreconocibles, pero ya no podemos ser reducidos a simples instintos
animales, como no podemos reducir el edificio entero a sus cimientos.
Nuestra conciencia es mucho más compleja que la simple extensión de
una bolsa de instintos primarios.
Sigmund Freud, a través de su falsificado racionalismo, pretendió
construir un modelo basado en los instintos y, muy particularmente, del
instinto sexual. Como dice Jung496, Freud quiso racionalizar lo que, en
realidad, es irreductible a la razón; por eso Freud le echó la culpa de todo
al sexo y llegó a considerar a toda la cultura humana como una desviación
del instinto sexual, valorando negativamente los factores irracionales.
Jung insiste: lo irracional existe, es un hecho psicológico; por tanto, como
tal hemos de considerarlo, cuidando de no violentar su idiosincrasia.
I NSTRUMENTALISMO
Desde que el hombre alcanzó la categoría de ser consciente de la
realidad, hubo de afrontar las preguntas existenciales del por qué y del
para qué de todo lo que le rodeaba e, incluso, de sí mismo. Sintió un afán
íntimo de comprensión sistematizada – organizada – de la realidad, en sus
496 Carl Gustav Jung. Psicología y religión
diferentes manifestaciones y en sus problemas; una realidad que no solo
consiste en aquello que podemos percibir con nuestros sentidos primarios
y medir con ayuda de la tecnología – de cuya descripción se encarga
bastante bien la ciencia – sino también de todo aquello que no es
parametrizable, como el amor, la trascendencia o el arte, fenómenos
irreductibles a una mera combinación de impulsos neuroquímicos.
Por consiguiente, afirmar que el método científico no puede agotar el
conocimiento la realidad total, es algo que solo el más extremo
positivismo es capaz de contradecir. Las lentes a través de las que nos
llega la información y las sensaciones de la realidad – exterior e interior –
están coloreadas y pulidas a la medida de cada ser humano, y la mente que
procesa de forma particular toda esa mezcla de información, está sujeta a
los vaivenes del espíritu y de la psicopatología. Y eso determina el
enfoque y el sentido con que se utiliza el método científico en la
investigación de la realidad. Sobre ello, más o menos, versa la filosofía de
la ciencia.
No basta con ser honrado en la confección de hipótesis, en el empleo
de la metodología más adecuada o en el registro de los datos
experimentales. Es también necesario saber qué es lo que significa la
ciencia para el propio investigador y, en general, para la sociedad. En este
sentido, Mariano Artigas497 considera que los dos aspectos más relevantes
del valor del conocimiento científico son el problema del realismo frente
al instrumentalismo y al convencionalismo, y el de las repercusiones que
el carácter social de la ciencia tiene sobre en el desarrollo humano, en la
tecnología y en la cultura. Permítame unas palabras sobre estas cuestiones.
La visión realista de la ciencia supone que existe una realidad objetiva
que es directamente descrita y explicada por la ciencia, lo que permite
predecir los hechos de la realidad. Mario Bunge498 apuesta claramente por
esta visión al afirmar que el positivismo es ramplón y el idealismo es
especulativo; solo el realismo puede conducir a resultados científicos, al
promover la investigación de los mecanismos invisibles del mundo
497 Mariano Artigas. Filosofía de la ciencia
498 Mario Bunge. Ser, saber, hacer
visible. Aunque existen muchas variantes de esta posición, el realismo
científico establece que el método científico reproduce fielmente la
realidad existente.
En el otro extremo del arco iris se encuentra la visión instrumentalista
o utilitarista, que mantiene que las leyes y modelos científicos no son la
realidad ni la reproducen, sino que tan solo – y no es poco – se limitan a
ser instrumentos o representaciones inteligibles y adaptadas a la
conciencia humana para poder entender la realidad, pero sin considerar
que tales leyes y modelos científicos sean la realidad. En definitiva, el
utilitarismo considera la ciencia como una herramienta útil para avanzar
en el conocimiento o para generar tecnologías eficientes.
Aunque emparentado con el utilitarismo, el convencionalismo supone
que las leyes y modelos científicos se mueven en el ámbito de los
acuerdos implícitos o consensos, sin plantearse el grado de relación con la
realidad; algo así como una especie de agnosticismo de la ciencia, si es
que le cabe algún sentido a esta expresión.
Aunque personalmente estoy más próximo al instrumentalismo que a
las otras opciones, no me decanto definitivamente por ninguna de ellas,
porque considero que todas tienen una parte de razón. Estoy de acuerdo
con el realismo científico en que describe una realidad que sí existe
ciertamente, pero no lo estoy en el sentido de que los modelos científicos
– incluyendo sus formulaciones matemáticas – no son la realidad, sino una
interpretación de ella a la medida de nuestras necesidades y de nuestra
comprensión. También soy utilitarista, aunque en el mismo grado –
complementariamente – en que no comparto el realismo; es decir, no
considero que los modelos científicos sean reales, sino que son, sobre
todo, útiles. Y, cómo no, también soy un poco convencionalista, porque lo
que Thomas Kuhn llama paradigma científico, es decir, el conjunto de
prácticas que definen una disciplina científica durante un período
específico de tiempo, está formado en una parte significativa por
convenciones aceptadas – pero no necesariamente demostradas – sobre
diversos aspectos.
Por estos motivos, valoro especialmente la consideración de
Feyerabend499 de que la ciencia es una empresa esencialmente anárquica,
en la que no hay normas fijas de conducta. Actualmente, muchas personas
pretenden establecer la verdad mediante guías elaboradas por comités de
expertos, que son el fruto de combinar una discusión científica rigurosa
con intereses personales y corporativos muy definidos, muchas veces
contrapuestos. Comparto con Feyerabend la idea de que ninguna
observación está libre de interferencia teórica, ya que las observaciones
difícilmente producen cambios radicales en las teorías, entre otros motivos
porque la propia experimentación está fuertemente condicionada por la
teoría actualmente en vigor. Como dice Bunge 500, la experiencia no
garantiza que la hipótesis comprobada sea la única verdadera: solo nos
dice que es probablemente adecuada; pero no excluye una mejor
aproximación en la reconstrucción conceptual.
La relación entre la base empírica y el marco conceptual de las leyes y
teorías es siempre compleja, y los criterios utilizados para su validación
evolucionan inevitablemente; por tanto, son cambiantes. En otras palabras,
la historia nos ha demostrado sistemáticamente que no existe un criterio
absoluto e invariable del conocimiento científico, como nos recuerda Alan
Chalmers501.
Permítame que me despida con la ayuda de Platón 502: es hermoso y
divino el ímpetu ardiente que te lanza a las razones de las cosas; pero
ejercítate y adiéstrate en estos ejercicios que en apariencia no sirven para
nada, y que el vulgo llama palabrería sutil, mientras aún eres joven; de lo
contrario, la verdad se te escapará de entre las manos.
499 Paul Feyerabend. Adiós a la razón
500 Mario Bunge. La ciencia; su método y su filosofía
501 Alan Chalmers. La ciencia y cómo se elabora
502 Platón. Parménides
I NTELIGENCIA
Lo que diferencia al hombre con relación al resto de los animales,
hasta convertirlo en una especie única, es su capacidad para hacerse cargo
de todo lo que le rodea y de sí mismo. Su razón está en asumir su realidad
como parte integrada de la realidad total. El animal, preparado
evolutivamente para sobrevivir en el entorno, no necesita proyectar su
vida; en cambio, el hombre sí la proyecta y, por ello, requiere enfocarla de
acuerdo a un patrón, en interacción con la realidad.
Sentimos hambre y sed igual que los animales. En cuanto a las
inclinaciones fisiológicas básicas, no nos diferenciamos substancialmente
de cualquier primate, tenemos similares instintos como organismos
vegetativo-sensitivos que somos; impulsos que pueden ser importantes,
incluso poderosos, pero con la diferencia notable de que somos capaces de
atender racionalmente a ellos y responder de forma controlada, aunque no
siempre lo hagamos así. Aún más, somos capaces de incorporar nuestros
impulsos en nuestra personalidad. Tenemos hambre como un perro, pero
no respondemos como un perro a esta necesidad fisiológica, de forma
ciega y automática; podemos – hasta cierto punto – decidir cuándo, cómo,
dónde y qué comer, y podemos también no hacerlo.
La sensibilidad humana se sirve de sus propios instintos para
optimizar las relaciones más básicas de nuestros cuerpos y de nuestras
mentes con un entorno que muchas veces se muestra repetitivo.
Necesitamos automatizar e incluso incorporar a nuestro material genético
una serie de respuestas específicas de la especie humana, para optimizar la
función de nuestro sistema nervioso central. Pero no debemos confundir
un instinto con un simple reflejo, mediado por el sistema nervioso
autónomo. Como indica Juan José Sanguineti503, el instinto aparece como
una forma de comportamiento intencional más rica que la conducta basada
simplemente en reflejos, que son más automáticos y son preferentemente
503 Juan José Sanguineti. Filosofía de la mente
vegetativos. El instinto se actualiza en cierto ambiente y de cara a otros
sujetos animales.
Como personas, no podemos separar el mundo de las sensaciones del
de la inteligencia, como si ambos fueran polos opuestos. La realidad existe
en los matices, en los enlaces visibles e invisibles que ligan a todos los
seres y las cosas que en el universo son, han sido y serán. Pensar que un
razonamiento matemático está al margen de la emoción sensible de su
autor es como negar la propia existencia de su autor o del propio
razonamiento. Somos inteligentes porque somos sensibles, y nuestra
sensibilidad es poliédrica gracias a nuestra inteligencia. Alimentamos un
bucle que crece y crece evolutivamente.
Decía Zubiri504 que la función de lo sensible no está en crearle
problemas a la inteligencia, sino más bien en convertirse en vía
fundamental de acceso a la realidad. Gracias a su sensibilidad, el hombre
está inmerso en la realidad. Sin embargo, como el propio Zubiri
indicaba505, la inteligencia no capta la realidad o se adentra en ella como
una simple valoración o un recuento de sus partes; la toma sintiéndola, no
la ve de forma impasible. Por ello, no existe una inteligencia exenta de
sentimiento.
La inteligencia humana incluye el conocimiento espiritual, porque
encuentra su identidad también en la búsqueda de su propio sentido, de su
sentido final. La confianza en la existencia de este significado último es en
donde entronca la inteligencia con el sentimiento religioso. Pero también
la religión se fundamenta en hechos y, ciertamente, la propia existencia de
esa experiencia religiosa es un hecho empírico incuestionable. No
obstante, un sentimiento religioso fundamentado exclusivamente en mitos
y circunstancias que la experiencia pueda refutar no parece que tenga
ninguna garantía de futuro; un sentimiento religioso soportado sobre la
memorización y el balbuceo mecánico de dogmas no es otra cosa que una
válvula de escape para la angustia vital y, en no pocas ocasiones, provoca
la abdicación de la inteligencia, su caída en el pozo del fanatismo. Por el
504 Xavier Zubiri. Notas sobre la inteligencia humana
505 Xavier Zubiri. Inteligencia sentiente: inteligencia y realidad
contrario, el sentimiento espiritual supone una relación permanente,
siempre sutilmente inteligente y crítica, con lo auténticamente
trascendente que hay en todo ser humano y en todo el universo.
Daniel Goleman506 definió como inteligencia emocional la capacidad
para motivarnos, controlarnos, entusiasmarnos y persistir en nuestro
esfuerzo. Representa, por decirlo así, la forma inteligente de ser inteligente
y, por ello, la inteligencia emocional es, al menos, tan importante como la
inteligencia relacional, la que permite la captación y combinación de datos
y argumentos en una secuencia lógica. Perder ese aspecto emocional
significaría desligarnos del mundo, de nuestro entorno. Por ello, es
importante que seamos conscientes plenamente de que nuestra inteligencia
solo se puede manifestar a través de la riqueza y flexibilidad del
acoplamiento estructural con el sistema. Para recuperar la plena
humanidad de esta sociedad tecnológica, deberíamos reconquistar nuestra
experiencia de conectividad con la trama entera de la vida, decía Fritjof
Capra507.
Parece, tras lo indicado anteriormente, que la inteligencia es un
proceso complejo y multidimensional, cuya descripción solo puede ser
afrontada desde el pensamiento complejo, entendido como aquel que actúa
en un entorno de incertidumbre para unir, globalizar y contextualizar lo
singular. Dice Edgar Morin 508 que en el hombre son insoslayables las
interacciones, interferencias y actividad fenoménica entre cuatro polos
sistémicos y complementarios, a la vez que competitivos y antagónicos: el
sistema genético, el cerebro, el sistema sociocultural y el ecosistema, cada
uno como co-organizador, co-autor y co-controlador del conjunto. Para
Morin, el ecosistema controla el código genético, co-organiza y controla el
cerebro y la sociedad; el sistema genético produce y controla el cerebro,
quien a su vez condiciona la sociedad y el desarrollo de la complejidad
cultural, y en última instancia, el sistema sociocultural actualiza las
506 Daniel Goleman. Inteligencia emocional
507 Fritjob Capra. La trama de la vida
508 Egar Morin. El paradigma perdido
aptitudes del cerebro, modifica el ecosistema y desempeña su rol en la
selección y la evolución genética.
I NTELIGENCIA ARTIFICIAL
La inteligencia artificial (IA) es definida por la Association for the
Advancement of Artificial Intelligence (AAAI) como la comprensión
científica de los mecanismos que subyacen al pensamiento y la conducta
inteligente, y su encarnación en máquinas; es decir, la capacidad para
razonar por parte de un agente que no está vivo en un sentido
convencional, al cual le ha sido conferida dicha capacidad por seres
humanos. Además de razonar, estos dispositivos son capaces de
desarrollar otras actividades tradicionalmente consideradas como
humanas.
Como tal, la definición resulta un tanto ambigua, susceptible de
sostener, al menos, dos formulaciones diferentes. La que podríamos llamar
formulación débil se refiere al empleo de programas informáticos
complejos, diseñados con el fin de complementar o auxiliar el
razonamiento humano en la resolución de problemas específicos, aunque
sin incluir capacidades sentientes o éticas humanas. Esta forma amable de
la inteligencia artificial nos ayuda extraordinariamente a resolver o
completar complejos problemas de cálculo, de mantenimiento de sistemas,
de diseño, de análisis, etc., que, de otra manera, serían prácticamente
inabordables.
Seguramente, una máquina es capaz de jugar mejor al ajedrez que un
ser humano. Pero una cosa es saber jugar al ajedrez, que implica la
persecución de un objetivo previamente definido – acabar con el rey
adversario o, al menos, impedir que el nuestro caiga, forzando tablas –
mediante unas reglas inexorables, previamente establecidas. Otra, muy
diferente, es la satisfacción que produce jugar – y en no menor medida,
ganar – o la de haber aprendido una nueva jugada. Es improbable que una
máquina se aburra jugando al ajedrez, ni siquiera repitiendo hasta el
infinito los cálculos precisos para establecer la posición más ventajosa;
cuesta imaginar que un artefacto sienta la necesidad de mandar al cuerno
al adversario en una competición de lógica o de cualquier otro tipo, ni tan
siquiera de que sienta el impulso de inventar un juego para disfrutar de su
inteligencia.
Ningún artilugio se autopreguntará por el amor o por Dios, porque la
propia existencia de la máquina es meramente factual. Simplemente, está
ahí y no necesita preguntarse quién la puso donde está ni quién la creó y
en el caso hipotético de que pudiera hacerlo al combinar algunas de las
cuestiones previamente programadas, su única posible respuesta será
convertir en dios al ser humano que la programó, siempre según la idea de
dios que este ser humano tuviese. Nada, salvo que previamente esté
programado por su fabricante, le incitará a preguntarse por el sentido de su
existencia. Quizá solo le preocupase su supervivencia, como le ocurría al
fantástico HAL 9000 de la novela de Arthur C. Clark, 2001 una odisea del
espacio...
No faltan científicos y tecnólogos que no dudan en afirmar
abiertamente su fe en la formulación dura o potente de la inteligencia
artificial, a la que se otorgan capacidades éticas; otros, en cambio,
cuestionan que llegue a ser nunca una realidad. Uno de estos últimos es
Ray Kurzweil509, para quien un ordenador es diferente a un cerebro
humano en muchos aspectos. Para este científico, los circuitos cerebrales
funcionan prácticamente en paralelo, lo que implica la existencia de 100
billones de conexiones entre neuronas, varios órdenes de magnitud más
que el más potente ordenador actualmente conocido; por otro lado, el
cerebro está en permanente reorganización y creando nuevos circuitos,
ayuda a la evolución de sí mismo y del cuerpo que lo mantiene, y por eso
se adapta fácilmente al entorno.
Kurzweil argumenta que el cerebro se contradice continuamente,
generando conflictos internos – los diálogos con uno mismo – que son
irreproducibles no solo por una máquina sino incluso por otro ser humano;
curiosamente, muchas de estas contradicciones acabarán siendo el origen
de soluciones a problemas no resueltos e ideas notablemente mejores que
509 Ray Kurzweil. La singularidad está cerca
sus precursoras. También destaca este científico que el cerebro crece en
complejidad con la edad, formando muchas sinapsis de forma aleatoria, de
las que sobreviven solo aquellas que resultan útiles; el cerebro es una red
distribuida en la que no parece existir una unidad central de procesos y
donde todo está intensamente interconectado, pudiendo llegar la
información a y desde muchos sitios diferentes, a través de vías diversas.
Puede que la exclusividad humana de alguno de los argumentos de
Kurzweil sea cuestionable y es probable que la evolución tecnológica nos
permita alcanzar un nivel de complejidad computacional insospechado en
estos momentos. Pero hay algo que nunca dejarán de ser: máquinas
diseñadas por un hombre – directa o indirectamente – para una finalidad.
Aunque las personas no elegimos nacer, como tampoco las máquinas,
éstas sin embargo deberán arrastrar siempre la condena de servir para un
fin que ella misma no ha elegido; y lo hará sin experimentar el gozo de
sentirse viva o la insatisfacción de no haber alcanzado un objetivo.
Una máquina nunca se contradirá a sí misma, como hacemos con tanta
frecuencia los seres humanos; un autómata no se condolerá por el
sufrimiento ajeno ni disfrutará con el éxito de los demás. Una
computadora no entiende lo que es la risa ni por qué trasciende la lógica
racional; como indica el neurocientífico Michael Gazzaniga, más que las
cosas que pueden hacer un físico o un matemático, los puntos flacos de los
ordenadores son muchas de las cosas que puede hacer un niño de 4 años.
Porque sí.
I NVESTIGACIÓN
Nunca he entendido a los que se detienen con miedo delante de
cualquier puerta del conocimiento. Yo, como Unamuno, detesto el ¡no
pasarás! de los dogmáticos de uno u otro signo, que por diferentes
motivos se niegan a avanzar y a hacer frente a sus dudas. Y por eso
mismo, desprecio el escepticismo como actitud intelectual, porque sé que
es perverso, es tóxico y, a la larga, es inviable intelectualmente. Ninguna
duda es tan amarga como aquella que nos negamos a afrontar.
La duda es a la mente lo que la autoconciencia es a la vida. La
curiosidad es capaz de generarnos dudas porque observamos una realidad
que no acaba de encajar en el modelo mental que hemos construido.
Debemos intentar resolver esas dudas con todas las herramientas de
nuestra mente, con las conscientes y con todo lo demás que encasillamos
como inteligencia inconsciente: intuición, sextos sentidos, imaginación,
ensoñaciones…
No hay nada tan difícil de entender como la propia mente. La
autoconciencia humana es un fenómeno enormemente complejo, porque
involucra simultáneamente al observador y al sujeto observado. Cuando
cada uno de nosotros queremos profundizar científicamente en nuestra
propia mente, surge el problema de que tanto el observador como el sujeto
del estudio están en la misma persona. El observador se hace consciente
del objeto – su propia mente – porque cambia su estado psíquico y, al
mismo tiempo, lo observado es perturbado por el sujeto psíquico que
interacciona con ello; es una auténtica cinta de Moebius, una especie de
superficie con una sola cara y un solo borde, un objeto no orientable. Sin
embargo, no por ello debemos renunciar a comprendernos. Y para eso no
hay nada mejor que echar mano de otras personas como observadores
externos.
Podemos llegar a entendernos, al menos hasta cierto punto, si somos
capaces de vernos en los demás y dejamos que los demás nos vean como
somos realmente. La cuestión es que nadie es completamente ajeno a los
demás, ni siquiera un psiquiatra cuando intenta conocer y evaluar
clínicamente a sus pacientes; tampoco un pediatra es un observador
neutral de sus pequeños pacientes, ni un juez lo es del acusado de cometer
un crimen. Cada situación afecta al observador, por muchos esfuerzos que
se hagan. Con entrenamiento y protocolos estrictos podemos limitar hasta
cierto punto los impulsos inmediatos de la subjetividad, pero no podemos
– ni debemos – ser fríos o neutrales ante la enfermedad o la injusticia.
Eso siempre condiciona al observador; por ello, un filósofo no puede
abstraerse de su mente cuando trata de entender la mente. Y por ese mismo
motivo, es imposible excluir la implicaciones religiosas o filosóficas de la
ciencia real, de igual manera que no podemos descartar las implicaciones
científicas que tienen la religión y la filosofía. Una y otra están
irremediablemente entremezcladas en el hombre, con sus características
propias, porque ambas son respuestas humanas a problemas humanos; las
dos son limitadas y están mediatizadas por las culturas y las vivencias
personales. En cualquier caso, conviene no olvidar que la ciencia moderna
tiene como origen el razonamiento crítico griego, pero su desarrollo y
consolidación definitiva se produjeron principalmente en sociedades
cristianas y musulmanas, y en su mayoría por personas con hondas
convicciones religiosas. En consecuencia, este progreso no ha sido neutro.
¿Por qué ese empeño humano de comprenderlo todo? ¿De dónde
viene esa irreprimible curiosidad que nos caracteriza como especie? Es
como una mano que, mediante un fuerte tirón, nos sacase de nuestra vida
particular, nos llevase a la abstracción y nos retornara a la concreción;
como si la propia realidad nos tomase fuertemente de la mano para
ofrecérsenos en su plenitud. La curiosidad lleva al científico a emplear su
inteligencia para convertir una observación en una hipótesis y ésta,
mediante la experimentación y la crítica racional, en una ley general. En el
punto álgido del pensamiento humano, la investigación sobre todo aquello
que nos rodea y sobre nosotros mismos, surge de la acuciante curiosidad.
I RA
Cada uno interpretamos la realidad desde nuestro particular contexto y
experiencia vital. Pese a ello, el espectro de posibilidades es prácticamente
infinito y podemos convertir nuestra vida en cualquier opción entre un
milagro y un infierno. Más allá de las condiciones existentes – que
también pueden llegar a depender, hasta cierto punto, de nosotros mismos
– nuestra experiencia de la realidad dependerá de nuestra actitud – hacer
caso o no – a nuestra inteligencia sentiente – nuestra aptitud – o de que
dejemos operar a los prejuicios atávicos y a los sentimientos negativos.
La ira, la impaciencia, el miedo – al menos, el irracional – y otros
sentimientos similares que no son inteligentes sino la inevitable herencia
biológica de nuestros ancestros más primitivos, distorsionan nuestra
percepción de la realidad. De nuestra voluntad libre depende enfrentarnos
a ellos. De la irracionalidad de la ira surge el vandalismo que, como dice
José Antonio Marina510, es una ira contra todo lo que funciona, un enojo
contra la situación que forma una amalgama indisoluble con el autoodio.
Una emoción supone una intención, una relación tendencial entre
realidad y subjetividad; es una vivencia ligada a las tendencias personales
y se caracteriza fundamentalmente por excitabilidad e intensidad durante
un breve momento. La excitabilidad proviene fundamentalmente de la
falta de anticipación; no esperar lo que nos está sucediendo o lo que
tememos que nos suceda de forma inminente. La intensidad se apoya en el
propio soporte orgánico de las emociones: nuestro cuerpo.
Curiosamente, esto último es lo que ha permitido que el miedo y la
ira, quizás las dos emociones irracionales fundamentales, hayan sido
estudiadas científicamente a partir de sus componentes fisiológicos. Para
Antonio Damasio511, el miedo se caracteriza por un aumento de la tensión
muscular, el incremento de la frecuencia de la respiración, la
hiperactivación de las glándulas suprarrenales, del corazón y de los
pulmones, y la inhibición de la función biliar. En la ira, por el contrario, la
tensión muscular es menor: disminuyen las pulsaciones y aumenta la
presión sanguínea diastólica. El miedo atenaza e incrementa los sistemas
de alerta defensivos, construye murallas ante un riesgo – real o no – para
protegernos de él; la ira tensa los mecanismos de agresión para dispararlos
contra ese enemigo – real o no – que nos obstruye nuestro camino vital, es
el ariete que pretende romper los obstáculos que cierran nuestro itinerario.
Es relevante – al menos, así me lo parece a mí – que la ira sea una de
las emociones que con más frecuencia experimentamos en nuestros
sueños. Una de las principales características de estos últimos es que
incrementan e intensifican las emociones, hasta el punto de marcar incluso
la narrativa del sueño; muestran una incorporación incrementada de
510 José Antonio Marina. Pequeño tratado de los grandes vicios
511 Antonio Damasio. La sensación de lo que ocurre: cuerpo y emoción en la
construcción de la conciencia
programas instintivos, especialmente los relacionados con luchar o huir,
que pueden actuar también como organizadores de la cognición en el
sueño. En éste, el control voluntario está muy atenuado; como indica John
Hobson512, el soñador raramente considera la posibilidad de controlar
realmente el flujo de los sucesos del sueño y cabe recordar que las
emociones en los sueños son principalmente negativas; de hecho, la
ansiedad y la ira son en conjunto mucho más frecuentes que el júbilo.
Quizá sea la forma en que nuestra mente se desintoxica, al tiempo que
el cerebro elimina sus desechos metabólicos, o quizá la ira consciente –
aunque irracional – nos remonte a los sueños torturados.
I ZQUIERDA ( Y DERECHA ) POLÍTICA
Creo que hay muy pocas cuestiones cuyo debate sea más estéril que
definir, en el ámbito de las ideas políticas, qué es la izquierda y por,
contraposición, qué es la derecha; pocos términos han sido tan
manoseados, ajados y volteados hasta dimensiones desconocidas como
estos. No deberíamos ignorar que en el espacio no hay izquierda ni
derecha, como no hay arriba ni abajo; todo es hacia adelante, porque no
hay marcha atrás: de ello se ocupa el segundo principio de la
Termodinámica.
Ser de izquierdas es, como ser de derechas, una de las infinitas
maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto,
son formas de la hemiplejía moral, decía Ortega 513. Por su parte, Robert
Spaemann514 lo veía de forma algo menos drástica, aunque no menos
imprecisa: la izquierda y derecha políticas enlazan tipológicamente el
principio de placer y el de la realidad, el de realización y el de
conservación.
Para este humilde observador, que cree no estar sometido a rancios
idearios que se descomponen irremediablemente al calor de la crítica
512 John Allan Hobson. Los sueños como delirio: cómo el cerebro pierde el juicio
513 José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas
514 Robert Spaemann. Ética. Cuestiones fundamentales
racional, ni es partidario de las adhesiones políticas incondicionales, los
partidos que se identifican con la derecha – o centro-derecha, en un
ejercicio supremo de indefinición – siempre se han ocupado más de las
obligaciones de las mayorías y de los derechos (y privilegios) de las
minorías (las suyas), mientras que los de izquierdas – o de centroizquierda, si hay que recoger votos a cualquier precio – han priorizado los
privilegios del poder instituido (el del partido) en perjuicio de la clase
media, esa masa de gente que representa las tres cuartas partes de la
cualquier sociedad desarrollada y a la que absurdamente siempre han
tratado como si fuese una minoría idiota, con la justificación incumplida
de favorecer a una hipotética mayoría social que nadie ha conseguido
concretar.
Los partidos que se autocalifican de centro se identifican con
posiciones reformistas sobre la realidad política previa, haciendo un
ejercicio de prestidigitación ideológica que les colocan en ocasiones en un
papel de comparsas o, más habitualmente, de interesada bisagra apoyando
siempre al mejor postor; pero, a veces, triunfan por el hartazgo que
producen los extremos del espectro político.
Si algo caracteriza al mundo complementario del yin-yang político es
su verborrea mutuamente agresiva, su persistente descalificación
antagónica. Aquella diferenciación que surgió de la distribución de las
bancadas jacobina y girondina de la asamblea revolucionaria francesa,
sirve hoy como barricada desde donde dispararse las andanadas cargadas
de prejuicios, demagogia e ignorancia, echando mano de cualquier verdad
a medias. Decía Jean François Revel515 que la izquierda, privada de
ideologías y de programas, reconstruye, gracias al peligro fascista, el
universo maniqueo que necesita para sentirse a sus anchas. Aunque, quizás
Revel olvida que la derecha, eternamente detentadora del poder incluso
hasta cuando no está nominalmente ocupándolo, fomenta un relato ficticio
de despilfarro social y su único afán es reconstruir una economía que solo
beneficia a las clases más acomodadas.
515 Jean François Revel. El conocimiento inútil
Simone de Beauvoir516 afirmaba que la naturaleza es uno de los
grandes ídolos de la derecha: aparece a la vez como antítesis de la historia
y de la praxis. Contra la historia, la naturaleza nos ofrece una imagen
cíclica del tiempo; el símbolo de la rueda termina con la idea de progreso
y favorece la sabiduría quietista. La naturaleza es fácil: dice las frases que
se le dictan; es la voz del viento, del mar, de una palma que se agita, el
hombre escucha siempre su propia voz. Quizá por ello, el nacionalismo se
exaltó a través de la naturaleza: el individuo no se cumple sino
modelándose sobre su terruño.
Coincido con Nicolás de Condorcet517 en que sería un grave error creer
que la utilidad común no se encuentra unida constantemente al respeto de
los derechos de los individuos, y que la salvación pública puede ordenar
verdaderas injusticias. Este pretendido – aunque irreal – antagonismo es el
que argumentan los enemigos de la libertad individual – es decir, los
enemigos de la libertad en general – para justificar sus atropellos. Es el
argumento máximo que utilizaron los jacobinos de la revolución
sangrienta contra cualquier indicio de pasado imperial francés y, de paso,
contra los pacíficos y racionales girondinos, los auténticos revolucionarios
en el sentido más profundo de la palabra. Cuando se reprime la libertad de
los individuos en aras de la libertad en abstracto, se acaba con la
humanidad.
La libertad siempre tiene cara y nombre, y si acabamos con esa
personalización, acabaremos irremediablemente con la propia libertad
como concepto universal. Condorcet y su concepto del respecto a los
derechos individuales fueron víctimas de la represión jacobina encabezada
por su fanático enemigo Robespierre; fue detenido y encarcelado en marzo
de 1794; dos días después, Condorcet apareció muerto en su celda.
Popper518 relacionaba formalmente el comunismo con el nacionalismo
por la ausencia de un auténtico ideario social de corte racional: Se cree en
516 Simone de Beauvoir. El pensamiento político de la derecha
517 Nicolás de Condorcet. Archives parlamentaires; vol. 34, pág 395 (25 de octubre de
1791)
518 Karl R. Popper. La historia de nuestro tiempo: una visión optimista
el comunismo y en el nacionalismo como en morales y religiones, en esto
reside toda su fuerza; intelectualmente, lindan con el absurdo. Pocos
credos han engendrado más odio, crueldad y sufrimiento innecesarios que
la creencia en la justicia del principio nacionalista. A Juan José Sabreli 519
le resulta paradójico – a mí también – que después de dos guerras
mundiales provocadas por el nacionalismo, fuese la izquierda la encargada
de reivindicarlo.
Sinceramente, no tengo ninguna confianza en la alternativa marxista al
capitalismo, no tanto por las nulas bondades éticas de este último sino
porque no se puede crear un futuro para el hombre sin contar con el propio
hombre. La propuesta comunista ha fracasado estrepitosamente en su
formulación práctica, con auténticos horrores como el estalinismo, la
revolución cultural de Mao o los criminales experimentos sociales de Pol
Pot en la antigua Camboya, por no citar experiencias más próximas en el
tiempo, en forma de guerrilla, terrorismo o de estados totalitarios
encubiertos bajo una capa de pintura revolucionaria en estado progresivo
de hedionda descomposición.
Sin embargo, algunos de los valores que impulsaron el proyecto
comunista, como la igualdad o la solidaridad con los más desfavorecidos,
ha impregnado de forma indeleble a todas las formas de política basadas
en la democracia y en la condición de ciudadano. Ese mérito nadie se lo
puede discutir. Algo que no pudieron conseguir los movimientos religiosos
que, al menos dogmáticamente, sostenían similares o idénticos valores,
porque su ortodoxia se fue por el desagüe de su hipócrita heteropraxis.
Durante mucho tiempo las organizaciones políticas de izquierda se
arrogaron una superioridad moral sobre los movimientos políticos
tradicionalmente considerados de derechas y fundamentalmente
relacionados con el liberalismo económico y la magnificación del
individuo frente a los valores comunes o sociales del individuo. Sin
embargo, la tozuda negativa a criticar las acciones de gobiernos y
organizaciones supuestamente revolucionarias – y realmente sanguinarias
– siempre ha resultado patética y es un borrón difícil de eliminar en la
519 Juan José Sabreli. El asedio a la modernidad
historia de muchos partidos pertenecientes a la izquierda democrática, es
decir, aquella que no preconiza ningún cambio social por medio de la
violencia, ni pretende subvertir el orden social democrático.
No menos patética es la terquedad en la negativa a revisar y criticar su
propia historia, a la que ha convertido en un mito descontaminado de
cualquier hecho objetivo que sea incompatible con la visión beatífica que
pretenden ofrecer; quizá la misma insistencia con que la derecha
conservadora siempre pretende enterrar la ignominia de su cohecho – por
acción y omisión – en la corrupción del Estado, porque siempre encuentra
sepultureros a sueldo que están dispuestos a tapar el vergonzoso vertedero
en el que hacer desaparecer todo lo que sea preciso.
J ESUCRISTO ( DE CARNE Y HUESO )
Cualquier cristiano habrá de reconocer que no sabe nada de Dios y
que lo único a lo que puede aspirar es a percibirlo a través de la figura de
Jesús de Nazaret; a este respecto, Pablo de Tarso 520 afirmaba que Cristo es
la imagen del Dios invisible.
¿Pero qué significa eso exactamente? ¿Fue Jesús un espectro, un
fantasma incorpóreo, como decían los docetas y los gnósticos de los
primeros siglos? La respuesta es claramente negativa, ya que Jesús fue una
persona históricamente contrastable.
Sin embargo, más allá de su historicidad, me gustaría ahondar en el
hecho de que Jesús fue un ser humano a todos los efectos, un hombre
como usted o como yo, en lo que respecta a su cuerpo. Como dice Karl
Rahner521, Jesús es verdaderamente hombre, un trozo de la tierra, un
momento del devenir biológico de este mundo, un momento de la historia
natural humana.
520 Pablo de Tarso. Primera carta de los colosenses; Col 1, 15.
http://www.vatican.va/archive/ESL0506/__PZ9.HTM
521 Karl Rahner. Curso fundamental sobre la fe: introducción al concepto de
cristianismo
¿Significa eso que Jesús no era Dios? José María Castillo 522 responde
a esta cuestión de la siguiente manera: no podemos decir que Jesús es
Dios, sino exactamente lo contrario, a partir de la encarnación, solo
podemos afirmar que Dios es Jesús; lo que equivale a decir que Jesús es la
presencia de lo divino en lo humano, la revelación de lo trascendente en lo
inmanente. Eso no le impidió, en ningún momento, dejar de ser un hombre
de su tiempo y de su cultura. Jesús fue un hombre de pueblo, hijo de una
familia humilde de Galilea que se ganaba la vida haciendo trabajos
artesanos.
Sea como fuere, no parece que Jesús tuviese una educación mejor que
la del resto de sus vecinos y familiares. Sufriría y disfrutaría como lo
harían los demás niños y jóvenes de la aldea, trabajaría para ayudar a su
familia a subsistir y aprovecharía los pocos ratos libres disponibles para
compartirlos con los amigos, dentro de las costumbres y hábitos del
entorno. Incluso, ya iniciada su etapa pública, Jesús fue considerado como
un glotón y un borracho, amigo de pecadores; un juerguista, a los ojos de
los biempensantes.
¿Qué mensaje divino podrían esperar las autoridades religiosas de la
época – en realidad, de cualquier época – de un individuo que se iba de
juerga con los amigos, que le gustaba beber, comer, disfrutar y reír, como
cualquier joven? Intuyo que la respuesta es breve y categórica: ninguno.
Imagine usted a los acomodados políticos y príncipes de la Iglesia de hoy:
¿harían caso a un individuo de la calaña de Jesús de Nazaret? Sería un
impresentable, un molesto indignado más.
Para un cristiano, más allá de cualquier dogma, el mensaje de Jesús
está dirigido para estimular a cada persona a buscar a Dios a través de su
propia rehumanización. Al Dios de Jesús no nos acercamos los humanos
divinizándonos, sino precisamente humanizándonos, dice Castillo. No
consiste en ir hacia el reino de Dios, sino traer éste a la vida humana, al
comportamiento cotidiano de las personas, a su estilo de vida, aunque sea
poco a poco y de forma incompleta. Ese reino de Dios no es el reino de
los cielos, no es el reino etéreo y lejano de los alucinados, que solo es
522 José María Castillo. La humanización de Dios: ensayo de cristología
susceptible de ser alcanzado tras la muerte o la alienación vital; no es una
mera promesa sin compromiso de ejecución. Jesús lo hizo algo
perfectamente tangible, al alcance de cualquiera.
Jesús no anuncia ninguna retorcida liturgia, ni ofrece fórmula mágica
alguna para acceder a un más allá que muere en la nada; no busca la
justicia del hombre en Dios, sino la justicia de Dios en el hombre; no
exige peajes económicos ni ideológicos, no requiere sacrificios de
animales o de vidas humanas. Es mucho más sencillo: no hay que ir a
ningún sitio; como dice el evangelio de Lucas 523, el reino de Dios está en
medio de la vida, al alcance de todos los que la acojan con él.
Lo importante no es la religión, sino las personas; por eso, Jesús
establece como punto de partida la imperiosa recuperación de la dignidad
humana y, para ello, Dios se pone de parte de los pobres, no tanto porque
lo merezcan más que los poderosos – pueden ser igual de injustos – sino
porque lo necesitan más, como dice José Antonio Pagola 524. No pide nada
a cambio, no requiere ningún espectáculo perverso de autoflajelaciones,
no pide el ayuno de nadie – si no es para darle la comida a quien lo
necesita más – ni hacer ninguna otra manifestación de fanático fervor
religioso; solo amar al hermano – es decir, a todos – y en particular
cuando éste lo está pasando mal.
Si Dios, a través de la acción humana de Jesús, centra su interés
preferencial en los pobres y en los que sufren, lo hace con un mensaje
sencillo que no requiere interpretaciones eruditas, ni poderosos sistemas
de comunicación. Lo hace desde una apartada aldea de Galilea y a través
de un hombre que le gusta beber vino con los amigos y reír con sus
bromas, pero también enfrentarse cara a cara con la presión asfixiante y
alienante de la jerarquía religiosa establecida.
Jesús es lo más alejado que se puede encontrar de la imagen
convencional de un dios omnipotente. La revelación o mensaje de otras
religiones más antiguas lo portaba un príncipe (budismo), un maestro
523 Lucas (evangelista). Lc 15, 11-32.
http://www.vatican.va/archive/ESL0506/__PVX.HTM
524 José Antonio Pagola. Jesús. Aproximación histórica
reconocido (hinduismo), un alto funcionario real (confucianismo), un líder
militar (Islam), o el Dios de los profetas judíos convertido en señor de los
truenos y de los ejércitos, bramando por su pueblo elegido. Por el
contrario, Jesús emergió desde el estrato más bajo de la sociedad, el más
maltratado; un paria. Y lo hizo con un mensaje sencillo, válido para todos,
ricos y pobres, mujeres y varones, doctos e iletrados.
La muerte de Jesús fue responsabilidad de la jerarquía sacerdotal
judía, pero en última instancia fue el poder romano, a través de Poncio
Pilato, el que eliminó a un potencial peligro para el imperio. El cargo
oficial por el que fue ajusticiado Jesús fue el de sedición, al considerar que
se había autoproclamado rey, por la aplicación de la Lex Iulia Lesae
Maiestatis; en realidad, a Pilato le vino muy bien la complicidad de la
jerarquía sacerdotal judía, ya que ello le cubría de cualquier defecto en el
proceso contra Jesús; necesitaba un cómplice legal. Sin embargo, Jesús no
fue un zelota, un aguerrido nacionalista judío, porque aunque fue capaz de
morir por lo que creía, nunca hubiera sido capaz de matar por ello.
Jesús murió en la cruz – la cruel forma de ejecución reservada a los
rebeldes políticos contra el Imperio – y no apedreado, como hubiera
ocurrido de ser condenado por la autoridad religiosa judía. Jesús sabía lo
que le esperaba; no hacía falta ser un profeta para conocer qué es lo que
ocurriría a un individuo que desafiase a la acomodada y corrupta casta
sacerdotal judía, protegida por el imperio; Roma no iba a mover un dedo
por alguien que, aún siendo inocente para su propia justicia, como mostró
Pilato lavándose públicamente las manos, podría encabezar un
movimiento popular que acabase siendo ingobernable.
J UICIO
Es otro término polisémico más. Por eso, y porque tiene que ver con la
inteligencia sentiente humana, el juicio es objeto de discusiones y
manipulaciones sin límites, unas veces toscas, otras sutiles. El juicio,
querámoslo o no, nos eleva a la condición de humanos, pero nos recuerda
que solo somos humanos.
Más allá de acepciones de carácter jurídico-legal – discusión entre
partes contradictorias sobre derechos reconocidos por la sociedad – un
juicio supone genéricamente la confrontación racional y entre sí de dos o
más ideas con la finalidad de que nos decantemos por la mejor de ellas. A
veces se refiere – nada más ni nada menos – a la capacidad para distinguir
racionalmente entre el bien y el mal, los llamados juicios éticos, aunque
más genéricamente solemos hacer juicios para distinguir entre lo que es
verdadero, es decir, lo que es coherente con la realidad, y lo falso. El
juicio es, en última instancia, un dictamen sobre la realidad, aunque esta
realidad verse sobre las emociones; al fin y al cabo, las emociones
humanas son irrenunciablemente inteligentes.
Aristóteles525 consideraba al juicio – aquello que relaciona los
conceptos, según el maestro – como una de las tres operaciones
fundamentales del conocimiento humano, junto con la aprehensión, con la
que captamos la naturaleza de las cosas y mediante la cual se obtienen los
conceptos y el raciocinio o razón, por el que pasamos de juicios conocidos
a otros desconocidos. Para Aristóteles, el juicio es el acto por el que
afirmamos o negamos un concepto de otro concepto, y su expresión lógica
es la proposición, que solo puede ser verdadera o falsa.
Para Schopenhauer526 el juicio es la capacidad de transferir con
corrección y exactitud lo conocido intuitivamente a la conciencia abstracta
y, en consecuencia, es el intermediario entre el mero entendimiento y la
razón. Por eso, para Schopenhauer, la falta de juicio no es otra cosa que la
simpleza; la gente simple – no confundirla con la gente sencilla – no emite
juicios, simplemente se limita a reproducir miméticamente los que oye o
lee con más frecuencia a su alrededor. No es la mera falta de
entendimiento en sentido propio – eso lo llama estupidez – ni la falta de
aplicación de la razón a lo práctico, a lo que se refiere Schopenhauer como
necedad.
525 Aristóteles. Organon
526 Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación
Matthew Lipman527 define de forma más precisa el juicio,
considerándolo como la determinación – la concreción, frente a la
indeterminación – del pensamiento, del habla, de la acción o de la
creación, de modo que hasta un gesto puede ser considerado como juicio.
Buenos juicios, dice Lipman, son aquellos productos de actos hábilmente
ejecutados, orientados o facilitados por instrumentos o procedimientos
apropiados.
Sin embargo, el juicio no surge del simple empeño – de la voluntad
desnuda, si es que eso es posible – de la persona; el juicio requiere del
pensamiento crítico porque se basa en criterios, es autocorrectivo y
sensible al contexto. En este sentido, Lipman define el criterio como una
regla o principio que regula las conexiones lógicas del proceso. El
pensamiento crítico es un pensamiento hábil, y las habilidades en sí
mismas no pueden ser definidas – dice Lipman – sin criterios mediante los
cuales aquellas puedan ser evaluadas. Es un pensamiento bien
fundamentado, estructurado: refuerza el pensamiento, es defendible y
convincente.
Ciertamente, el pensamiento crítico es el aire con que respiran los
juicios. Hannah Arendt528 se refería a él como una corriente de aire que
limpia el lugar en el que se producirá el ejercicio de la facultad de juzgar:
el juicio. Sin embargo, Arendt reclamaba una condición adicional para los
juicios: juzgar el propio juicio desde la perspectiva de lo público; es decir,
imaginar cómo enjuiciarían otras personas – que también ejerzan el
pensamiento crítico – desde sus perspectivas y compararlas con la nuestra,
para superar el interés propio. De este modo, dice Arendt, el juicio remite
al sensus comunis (sentido común), a la experiencia de un mundo
compartido. Lo que guía el paso de lo particular a lo general en el juicio
del gusto es el sentido común, que es una capacidad humana que permite
la integración en una comunidad.
Cada uno de nosotros somos mucho más que individuos aislados;
tenemos sobre nuestros hombros y dentro de nuestros corazones al resto
527 Matthew Lipman. Pensamiento complejo y educación
528 Hannah Arendt. Responsabilidad y juicio
de la humanidad, al cosmos entero. Y nuestros juicios se benefician de
ello. Cuando la egolatría y la vanidad nos nublan la vista de nuestra
inteligencia sentiente compartida, nuestros juicios se tornan quebradizos
como el hielo en primavera.
J USTICIA
Hay quien piensa que el concepto de justicia es secundario – por
tanto, dependiente – del de injusticia. Schopenhauer529 afirmaba que
nunca se podría hablar de justicia si no existiera la injusticia, que designa
la irrupción en los límites de la afirmación de la voluntad ajena.
Ciertamente, la medicina fue desarrollada porque existe el dolor y la
enfermedad. Podríamos citar otros ejemplos de desarrollo de hábitos y
actitudes virtuosas que son consecuencia de nuestras limitaciones físicas y,
por qué no decirlo, de nuestras insuficiencias éticas y afectivas. ¿Pero esto
implica que somos naturalmente injustos y solo evolutiva y socialmente
hemos ido construyendo el concepto de justicia y su aplicación práctica? Y
en ese caso, ¿Cómo aspirar a ser justos si no sabemos con certeza qué es la
injusticia y si ésta existe al margen de la sociedad, es decir, de la
convivencia organizada de un grupo de seres humanos? ¿Podemos ser
injustos con nosotros mismos o esto solo representa un desdoblamiento
artificioso de nuestra mente? ¿Es la injusticia el reverso oscuro de la
justicia o tiene existencia autónoma y es, en ese caso, la justicia la que
adquiere una naturaleza espectralmente complementaria? ¿Es el
conglomerado justicia-injusticia otra expresión de la naturaleza
intrínsecamente complementaria – a modo de yin-yang – del cosmos y de
su inteligencia sentiente? Muchas preguntas... veamos algunas respuestas,
a título meramente ilustrativo
Justicia es para Robert Spaemann530 la disposición a someter la propia
actuación a esa medida o norma justificativa; es decir, por encima de todo,
529 Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación
530 Robert Spaemann. Ética. Cuestiones fundamentales
la justicia es una virtud, una actitud del hombre. Así, Spaemann llama
justo a aquél que, en los conflictos de intereses, examina de qué intereses
se trata y está dispuesto a pasar por alto de quién son los intereses que
están en liza; de esta manera, justicia significa reconocer que todo hombre
merece respeto por sí mismo. Es, en definitiva, una manifestación ética
que exige conocimiento y amor; por ello, sin saber qué es el hombre y qué
le hace bien, no hay justicia real posible.
El triunfo de la inteligencia social es la justicia, dice José Antonio
Marina531 aludiendo a que son inteligentes las sociedades justas y, por
contra, estúpidas las injustas. La inteligencia triunfante es la que inventa lo
valioso en nuestra vida privada o pública. La desdicha pública es la
injusticia, mientras que la justicia, siguiendo a Marina, es la gran creación
de la inteligencia comunitaria, que exige un uso público de la inteligencia.
La justicia surge del equilibrio – siempre difícil – entre una amplia
mayoría de las personas que integran una sociedad y que ve defendidos
efectivamente sus derechos, no sus privilegios, frente a una pequeña
minoría que ve mermados sus privilegios, no sus derechos. Solo una
sociedad civil sólidamente establecida es capaz de mantener a raya a los
aparatos de las organizaciones con intereses político-económicos que,
aunque pudieran ser legítimos, son inevitablemente parciales. Una
sociedad civil debe hacer valer los derechos de cada persona a través de
las instituciones del Estado y de sus leyes, no contra ellas; el Estado no
debe estar al servicio de sus administradores temporales, sino de sus
permanentes administrados. Una sociedad es civil en la medida en que
haga prevalecer la justicia para un ciudadano individual frente a los
intereses bastardos de cualquier organización, incluyendo los que pudiera
tener el propio administrador temporal del Estado.
Si entendemos como justicia el deber ético de dar a cada uno lo que le
es debido y reconocido democráticamente, es evidente que no podemos
hacerlo al margen de la economía y del derecho; es decir, al margen de
disposiciones de carácter práctico que sirvan de referencia para los
531 José Antonio Marina. La inteligencia fracasada: teoría y práctica de la estupidez
individuos y las instituciones, y pongan en práctica acciones correctivas
eficaces.
Tradicionalmente, la justicia se clasifica en legal, conmutativa y
distributiva. La justicia legal supone la creación de las condiciones - y su
aplicación práctica - de los límites entre los derechos reconocidos a cada
persona y la aspiración al bien común, todo ello mediante la elaboración
de leyes. Por su parte, la justicia conmutativa establece las mutuas e
iguales obligaciones y derechos de los individuos entre sí. Finalmente, la
justicia distributiva regula las relaciones entre las instituciones, es decir,
de todos los individuos que ejercen como autoridad – los administradores
del poder común –, con el resto de las personas individuales de la
sociedad, haciendo partícipes del bien común a todos los miembros de la
sociedad, de acuerdo con la leyes democráticamente promulgadas y sus
méritos, capacidades y necesidades objetivamente acreditadas.
La independencia, la proporcionalidad y la inteligencia son, entre
otros, los atributos decisivos para la implantación efectiva de la justicia.
Decía John Rawls532 que los principios de la justicia son aquellos que
escogería un agente racional situado tras un velo de ignorancia, de manera
que no sepa qué lugar le corresponde en la sociedad. Según Rawls, la justa
distribución de bienes para cualquier orden social se define por medio de
dos principios y una regla de prioridad, en caso de conflicto.
El primer principio de Rawls indica que toda persona debe tener igual
derecho al sistema total más extenso de libertades básicas iguales que sea
compatible con un sistema similar de libertad para todos. El segundo
principio establece que las desigualdades sociales y económicas han de
solventarse de manera que sirvan al mayor beneficio de los menos
aventajados, de acuerdo con el principio del ahorro común (inversión justa
en interés de las futuras generaciones), y se vinculen a oficios y grupos
abiertos a todos bajo condiciones de igualdad de oportunidades.
Finalmente, la regla de prioridad, en caso de conflicto de los dos
principios anteriores determina que el primero tiene prioridad sobre el
532 John Rawls. Teoría de la justicia
segundo, ya que la libertad solo puede restringirse por causa de la libertad.
Y la justicia tiene generalmente prioridad sobre la eficacia.
K ÉNOSIS
¿Cómo podría manifestarse Dios de manera tal que una persona
previamente no creyente se diese por aludida? ¿Cómo hacer compatible lo
absoluto con lo relativo?
Reconozco – a pesar de ser creyente – que la palabra revelación
siempre me ha inspirado cierto recelo, como si tuviera un carácter
negativo que sugiere algo oculto que debe mantenerse fuera de la
observación, incluso algo tenebroso; algo que no me resulta coherente con
atribuir a Dios la condición de amor absoluto e incondicional.
Tendemos a relacionar el amor con lo conocido y no entendemos, en
general, el amor en abstracto; queremos a personas o incluso a animales
concretos, llegamos a venerar ciertos objetos que nos evocan momentos o
seres queridos. ¿Cómo compatibilizar, pues, lo absoluto de Dios con lo
concreto del amor? ¿Por qué no se nos muestra Dios en las mismas
dimensiones – si es que lo hace de alguna manera, diría un agnóstico – en
las que percibimos a los seres que amamos concretamente?
El acceso a Dios es un asunto personal e intransferible que cada
creyente resuelve como puede, dice Manuel Fraijó533. Sin duda es una
respuesta muy realista, pero poco exigente desde el punto de vista
intelectual, y los hombres – creyentes o no – no deberíamos abdicar de
nuestra condición de seres pensantes en ninguna circunstancia, por
conflictiva que nos resulte. Sea como fuere, yo no conozco – le tengo que
dar la razón a Fraijó – ningún atajo o fórmula específica.
La fe surge de una convicción firme pero personal, incontrastable
empíricamente. Es la respuesta positiva, aunque sea provisional, a la duda.
Como tal, la duda solo tiene inicio, nunca final; se instala en la mente para
que ésta adquiera y mantenga, precisamente, la condición humana. Para el
533 Manuel Fraijó. A vueltas con la religión
creyente, la mente – y su inquilino permanente, la duda – se relaciona con
Dios a través de la representación de éste que ha confeccionado a la
medida de la experiencia, la cultura, la sociedad, etc.; quizá sea el
concepto que se tiene de Dios el auténtico obstáculo final para su visión,
indicaba Anthony de Mello534. Por ese motivo, cuanto más cuestionemos
lo que tenemos por seguro, tantas más posibilidades tendremos de
reafirmar la relación con lo trascendente que llevamos en nuestro interior.
El acceso a Dios es búsqueda, nunca posesión ni, menos aún, seguridad.
La pregunta es el lugar de la posible revelación de Dios; creer es
preguntar, afirmaba Alfredo Fierro535.
El problema es que los seres humanos estamos demasiado
acostumbrados a encontrar respuestas a nuestras preguntas. El cerebro
humano ha evolucionado de manera tal que la mente interpreta la realidad
al mismo tiempo que la observa, con todo lo que ello implica: la realidad
nos gusta más si va pintada con nuestros colores y, por ello, tendemos a
hacer lo que esperamos y damos por imposible aquello en lo que no
creemos por no tener una respuesta a la que agarrarnos. El problema es
que la pregunta por Dios es mucho más obvia que su respuesta y ésta solo
puede ser especulativa desde el punto de vista racional.
Una formulación que me resulta especialmente atractiva por su
coherencia es la propuesta por John Polkinghorne 536, físico-matemático y
sacerdote anglicano. Polkinghorne supone que Dios no ha querido
imponerse, sino que ha aceptado la kénosis – el vaciamiento de sí mismo
en su creación – en un universo sujeto a la evolución y a unas leyes físicas
precisas, donde el hombre ha ido construyendo su vida de forma libre y
creativa. El término kénosis proviene del griego, vaciarse, lo que en este
caso significaría la renuncia voluntaria hecha por Dios a su condición de
absoluto, al aceptar humildemente el estado humano en Jesús.
Aunque el concepto de kénosis es muy antiguo, la formulación de
Polkinghorne es particularmente consistente y permite entender por qué
534 Anthony de Mello. Despierta
535 Alfredo Fierro. Prólogo de Teología de la Pregunta, de Hans Dieter Bastian
536 John Polkinghorne. La obra del amor. La creación como kénosis
Dios habría tolerado el mal y admitido limitar su omnipotencia,
haciéndose temporal en la persona humana de Jesús de Nazaret. En este
modelo basado en un Dios kenótico, el mal físico aparece como una
consecuencia inevitable de ese mundo autónomo que se hace a sí mismo
evolutivamente.
Es como si Dios hubiese renunciado desde el principio a imponer su
presencia para no limitar la libertad humana, optando por una forma de
amor incondicional – casi siempre incomprendido – que se ha hecho
prescindible de cara al hombre, hasta el punto de dejarse matar por él en la
temporalidad de Jesús. Por eso, solo a través de una profunda reflexión
sobre la libertad – que acarrea asumir la responsabilidad de las decisiones
– puede el hombre llegar a percibir a Dios.
Solo desde esa perspectiva, el hombre es más que un proyecto, más
que un juguete inerme en manos de un demiurgo ebrio de poder, más que
una ínfima probabilidad en el infinito. Tenemos algo de absolutos en
cuanto que somos responsables de nuestra libertad y de nuestra voluntad.
De ahí que, como diría Zubiri, los hombres seamos relativamente
absolutos.
De la misma forma que Dietrich Bonhoeffer rechazaba al Dios tapaagujeros, ese dios de pacotilla hecho a la medida de nuestra ignorancia y
de nuestra soledad, también Joseph Ratzinger 537 se movía en esa línea: no
deberíamos encontrar a Dios en nuestra necesidad y negación, sino en
medio de la abundancia de lo humano y de lo vital. Por lo tanto, Dios no
debe plantearse como una explicación, una suplantación o una ayuda –
una muleta – para el hombre, sino su propio fundamento, el punto de
partida para que el hombre se haga a sí mismo, trace su propia vida y su
historia.
En esta línea argumental, la relación hombre-Dios puede adquirir
tintes de enorme complejidad para su comprensión, pero resulta
diáfanamente clara en sus consecuencias. En palabras de Michel Henry 538,
Dios, al menos en la visión cristiana, mantiene una relación de no537 Joseph Ratzinger. Introducción al cristianismo
538 Michel Henry. Palabras de Cristo
reciprocidad con el hombre, de incondicionalidad total. Tal carácter se
manifiesta en la independencia, la voluntad y la libertad del ser humano.
Por decirlo de otro modo, es Dios el que se entrega incondicionalmente al
hombre y no al revés, pese a que las tergiversaciones – interesadas o no –
a lo largo de la historia de las religiones hayan llevado a muchos a pensar
lo contrario.
Volvamos a la pregunta inicial. ¿Cómo reconoce el hombre la
presencia de lo absoluto dentro de él? Para muchos teólogos cristianos, el
reconocimiento de Dios por el hombre es más una remisión que un
encuentro. Zubiri afirmaba la accesibilidad de Dios para el hombre a
través de las cosas reales; ellas revelan la presencia personal de Dios.
Como se atrevió a decir Pannenberg539, Dios no acude a las citas con la
verificación. Su presencia se detecta por sus implicaciones en la realidad,
por su capacidad para iluminar la vida humana y explicarla mejor. No es
que Dios se identifique con la realidad, sino que sin él la realidad no
existiría.
Pretender conocer a Dios desde la metafísica o desde la lógica
racionalista ha sido uno de los principales motivos de la mixtificación de
la religión y del abuso/rechazo que se ha hecho de ella. El Dios de la
metafísica, que puede ser elucubrado a la medida de intereses muy
diversos, acaba por convertirse en el comodín estratégico de los
manipuladores de conciencias. Un Dios pensado pero no experimentado
nos lleva a la argumentación de Horkheimer 540, en el sentido de que el
conocimiento consciente del desamparo de nuestra finitud no se puede
considerar como prueba de la existencia de Dios, sino que tan solo puede
producir la esperanza de que exista un absoluto positivo.
Por eso, Anthony de Mello541 decía que a Dios solo se le puede
conocer por la vida, que es su manifestación y, también por eso su
identificación humana en Jesús es tan importante, ya que así es mucho
539 Wolfhart Pannenberg. La revelación como historia
540 Max Horkheimer. Teoría crítica
541 Anthony de Mello. Autoliberación interior
más difícil teorizar a Dios; su condición humana nos garantiza la
autenticidad de su ejemplo.
L AICISMO
Son numerosas las vicisitudes y circunstancias que hacen colisionar la
experiencia y expresión de una fe religiosa sincera que no abdica de la
inteligencia sentiente, con el artificial paradigma religioso que sirve de
parapeto a las iglesias establecidas ante lo que consideran como una crisis
social de la religiosidad. Al fin y al cabo, las iglesias establecidas – en la
forma que sea – siempre se han quejado de lo mismo a lo largo de la
historia.
Actualmente, la relativa popularidad de una forma de laicismo de
pésima calidad intelectual, confortablemente poco exigente desde el punto
de vista intelectual y del compromiso, y manifestado como la obtusa
negación de la espiritualidad, es un elemento que está reforzando las
posiciones más integristas de las religiones institucionalizadas, es decir, de
las iglesias.
Personalmente, estoy en contra de adoptar actitudes defensivas ante
este tipo de movimientos de laicismo light, algo que podríamos llamar
como ligthcism, un neologismo en inglés que he inventado, con perdón,
para referirme a la lightness – ligereza, levedad – intelectual que le
caracteriza. Este ligthcism, que tan intensamente prolifera dentro las
mentes funcionalmente adolescentes, no tiene nada que ver con posiciones
ideológicas agnósticas o ateas bien fundamentadas y coherentes con un
comportamiento ético y cívico comprometido, a las que respeto
sinceramente; sin embargo, desprecio un ligthcism cuya fundamentación
argumental no llega a la de un manual de chupetes y que representa el
punto intermedio en el triángulo formado por la ignorancia, el esnobismo
y la estupidez.
Michel Onfray542, un firme defensor del ateísmo, dice – curiosamente
– que el laicismo militante se basa en la ética judeocristiana y se contenta
a menudo con plagiarla. Considera Onfray que la laicización de la moral
judeocristiana proviene a menudo de la reescritura inmanente de su
discurso trascendente; es decir, lo que viene del Cielo no es abolido, sino
readaptado a la tierra. Por ello, concluye Onfray, al equiparar todas las
religiones y su negación, como propone la laicidad que hoy triunfa,
avalamos el relativismo: igualdad entre el pensamiento mágico y el
pensamiento racional, entre la fábula, el mito y el discurso argumentado,
etc.
Sin embargo, yo me pregunto ¿por qué instalarse en uno de los dos
extremos del pensamiento, cuando ninguno de ellos es necesariamente
real? Un creyente no tiene por qué ignorar la realidad más obvia, de la
misma forma que alguien que se tiene por racionalista no debe sentirse
obligado a ignorar todo aquello que no puede comprender. Todo
pensamiento es sentiente y, por ello, toda forma de sentimiento religioso
no tiene que estar constituida necesariamente por un mito o inducida por
la angustia ante la muerte. Creo que Onfray sigue la línea de los viejos
sofistas, que se inventaban los argumentos de sus adversarios ideológicos
en función de sus propias necesidades argumentales, contradiciendo así su
propio discurso basado en la incoherencia de los seres humanos, sus
religiones y sus iglesias.
La desaparición de la religión como consecuencia del progreso de la
ciencia es una profecía positivista clásica; una previsión que, sin embargo,
no se ha cumplido en absoluto. La secularización de las sociedades, tantas
veces vislumbrada como el amanecer de la racionalidad, solo se ha
conseguido – negando la propia racionalidad y, por supuesto, la libertad –
a la fuerza, en países regidos por atroces dictaduras. Otra cosa es
desvincular la religión – o, más propiamente, la Iglesia – con los
elementos de poder y de gestión pública que configuran los Estados
democráticos modernos. Que el Estado debiera ser laico – y también
neutral en otros aspectos sociológicos – es una aspiración que también
542 Michel Onfray. Tratado de ateología
compartimos muchos creyentes. Pero eso no significa, ni mucho menos,
que el Estado deba reducir impostivamente a cualquier ciudadano a la
condición de laico.
Leandro Sequeiros543 reclama la carta de ciudadanía de los creyentes
dentro de una sociedad laica y en igualdad de condiciones con el resto;
para él, las creencias no hay que ocultarlas como si fueran una lacra, sobre
todo si son razonables y no dogmáticas. Siempre, dice Sequeiros, he
reclamado que mis creencias son razonables – no se oponen a la razón –
pero no son racionales – no surgen de la especulación mental –. La fe es
una decisión libre, gratuita y maduradora, y eso es un punto de vista
razonable.
Sin embargo, el propio Sequeiros considera que, si los sistemas
religiosos institucionalizados siguen manteniéndose al margen de los
cambios sociales y culturales, su credibilidad y eficacia irán mermando sin
remedio. En definitiva, el inmovilismo es una enfermedad de difícil
curación y, en el fondo, revela falta de fe y miedo a perder poder y
relevancia social. De igual manera, ese laicismo de nuevo cuño –
lightcism – merma el valor espiritual e intelectual que debería caracterizar
a cualquier forma de reflexión agnóstica o atea, convirtiéndola en una
pantomima del pensamiento.
L ECTURA
Leer es dejar que le hablen a uno, decía Gadamer544; es una manera
silenciosa de dejarse decir algo. Aún más, para mí, es buscar la compañía
cálida de la soledad, cuando ésta no representa la oquedad de la existencia;
es evocar a una humanidad silenciosa – pero no muda – que nos alienta a
buscar lo más íntimo de nuestra persona.
543 Leandro Sequeiros. Hay que tender puentes entre ciencia, filosofía y religión.
https://www.tendencias21.net/Hay-que-tender-puentes-entre-Ciencia-Filosofia-yReligion_a9648.html (26 de enero de 2012)
544 Hans Georg Gadamer. Arte y verdad de la palabra
Perseguimos el final de cada línea con la esperanza de que en la
siguiente encontraremos la respuesta al único universo que existe en ese
momento para el lector. Una esperanza un millón de veces desengañada y
otras tantas inmediatamente recobrada. Nos adentramos dentro del texto
como en una telaraña que el escritor ha tejido con la seda de su
imaginación; al fin y al cabo, textus, en latín, significa trama, tejido. Cada
texto que leemos representa la telaraña en la que caemos; una telaraña
cuyo aspecto – su temática – nos atrae y cuyo pegamento – la calidad
expositiva – nos retiene.
El grado de atracción no solo depende de la belleza de la telaraña, sino
también de su localización, de su disponibilidad y de otros elementos
muchas veces ajenos al lector; tampoco la fuerza del pegamento que nos
retiene en esta trampa vital depende exclusivamente de la habilidad del
escritor. ¿Tiene alguien, de verdad, todas las respuestas de por qué leemos
un libro o un artículo? ¿Qué motivos, ocultos o no, nos conducen a
penetrar en una construcción hecha de palabras?
Leemos, quizá, porque queremos recuperar – en el ensimismamiento
personal que implica la lectura – alguna otra existencia que no hemos sido
capaz de atisbar hasta ese momento. Quizá, también, busquemos la
prolongación de una vida que en ocasiones se nos queda corta o estrecha,
encontrando en la trama – en el texto – la complejidad que se nos escurre
cotidianamente entre los dedos. Es posible que huyamos de la letalidad
con que la vida castiga a los que solo son capaces de ver con los ojos
abiertos. Leemos porque hemos descubierto – por fin – que tenemos
delante a todos nuestros alter ego empaquetados en líneas ordenadas, que
nos iluminan lo más oscuro de nuestra alma.
Nadie es capaz de escribir su auténtica autobiografía; siempre será la
biografía de alguien diferente, de aquél que quisiéramos haber sido, del
que no se equivocó en ese momento tan inoportuno, del que sí se atrevió a
ser él mismo en la profundidad del amor o en la desesperación de la noche
cerrada de la existencia. Nunca podremos escribir nuestra propia historia,
porque entonces pasaríamos a ser otras personas. La lectura nos empuja a
ser nosotros mismos a través de los sentidos anticipados por el escritor.
Cuando leemos siempre aspiramos a trascender el punto y final.
L ENGUAJE
Definimos al lenguaje en un doble sentido, enfatizando sobre todo el
carácter de capacidad humana y de sistema compartido de signos; podría
examinarse desde otros muchos más aspectos, desde luego, pero
permítame que me centre estos dos.
El lenguaje supone una capacitación exclusiva del ser humano, en
relación al resto de seres vivos conocidos, para expresar pensamientos y
sentimientos por medio de un sistema articulado y común de signos – que
genéricamente llamamos palabras – que utilizan los miembros de una
comunidad para comunicarse entre ellos. Es decir, estamos hablando de
expresiones individuales reconocibles por otros individuos, siempre que
pertenezcan a la misma comunidad lingüística.
Decía Román Gubern545 que para que naciera el lenguaje articulado
fue menester que la laringe humana descendiera más abajo de la de los
restantes primates, para permitir que el aire emitido modulara las
vibraciones de las cuerdas vocales, lo cual suponía un grave riesgo de
atragantamiento. Si la selección natural favoreció esta peligrosa
modificación anatómica, es evidente que aportaba ventajas sustanciales a
los individuos que la adquirieron y, consecuentemente, a la especie.
Probablemente, la adquisición de un sistema verbal de comunicación
fue uno de los pasos decisivos en la consolidación del ser humano como
único ser vivo – pretendidamente – inteligente. Los antropólogos sitúan
esta capacitación hace alrededor de 200.000 años, mediante la cual el
Homo se hizo sapiens a través de la notable mejora de la comunicación
con los demás, de los que aprendió y a los que enseñó.
Mucho más tarde que el lenguaje oral apareció la escritura, como
sistema gráfico de registro gráfico del lenguaje, haciendo al conocimiento
545 Román Gubern. Metamorfosis de la lectura
perdurable más allá de la memoria individual. Al mismo tiempo, o quizás
antes, los seres humanos desarrollaron otras formas de comunicación
inteligente diferentes al lenguaje verbal, como el lenguaje gestual –
corporal y facial –, pero sin olvidar que la representación pictórica y
escultórica como expresión sentimental dirigida al propio individuo y a los
que le rodean, fue muy anterior al lenguaje escrito.
¿Fue el desarrollo de la capacidad mental del ser humano lo que le
llevó al lenguaje o, quizás, fuera al revés? Nietzsche 546 afirmaba que el
origen del lenguaje no es cuestión de pensamiento e incluso consideraba
que el desarrollo de éste es perjudicial para el lenguaje. El lenguaje es
demasiado complicado para ser elaborado por un solo individuo; para
serlo por la masa tiene demasiada unidad, es un organismo completo. Por
lo tanto, no queda más remedio que considerar al lenguaje como producto
del instinto, tal como sucede con las abejas, concluía Nietzsche.
Lo que no cabe duda es que el lenguaje nos hizo enormemente fuertes
como especie, al transformarnos en animales sociales que aspiran a ir más
allá de la mera supervivencia biológica. Gadamer 547 consideraba que el
lenguaje nos abre a la verdad como fundación de sentido, de lo que puede
ser verdadero o falso como correspondencia con la realidad. Allí donde
resuena una palabra está invocado el conjunto del lenguaje y todo lo que
puede decir, y el lenguaje sabe decirlo todo, afirmaba Gadamer, quien
diferenciaba claramente entre lenguaje oral y escrito: lo lingüístico que
aparece como texto es extraño a la vida original de la conversación, donde
el lenguaje tiene su verdadera existencia; el lenguaje se realiza en y como
conversación, como la unidad del sentido que se construye a partir de la
palabra y de la respuesta.
En la misma línea que Gadamer, George Steiner 548 decía que la
escritura inmoviliza el discurso, hace estático el libre juego del
pensamiento, porque la palabra escrita no escucha a quien la lee, no tiene
en cuenta sus preguntas y objeciones. La enseñanza oral florece con los
546 Friedrich Nietzsche. El libro del filósofo
547 Hans Georg Gadamer. Arte y verdad de la palabra
548 George Steiner. Lecciones de los maestros
errores creativos, con los recursos de la enmienda y la refutación, mientras
que las verdades reveladas, con su fuente libresca, convierten el universo
en mármol.
Es bien conocido que el joven Wittgenstein549 defendía que todas las
cuestiones de la tradición filosófica no son sino pseudoproblemas,
causados por la mala comprensión de la lógica del lenguaje. Para él, el
lenguaje representa al mundo y es figura del pensamiento que tiene
sentido y no gira vacío sobre sí mismo. El problema es que el lenguaje
ordinario disfraza el pensamiento, por lo que la filosofía debe erigirse en
crítica del lenguaje. En definitiva, Wittgenstein defendía inicialmente que
toda proposición con sentido es una figura de la realidad y que la filosofía
debía ser un método de análisis del lenguaje que permitiese clarificar la
estructura lógica de éste y de los pensamientos que expresamos con
proposiciones significativas.
Sin embargo, el Wittgenstein más maduro 550, consideraba que los
problemas filosóficos ya no procedían de la ambigüedad del lenguaje
natural, sino de su abuso; es decir, de extraer una expresión del juego de
lenguaje en el que tiene sentido y extrapolarla a otros ámbitos diferentes,
todo ello con pretensiones de generalidad o esencialidad. Para este
Wittgenstein, el significado ya no se encuentra en la mente del sujeto, ni
en el límite de la lógica subyacente al lenguaje, ni en lo que él llamaba
anteriormente los hechos extralingüísticos. Su visión final fue que el
significado era una función de las necesidades humanas básicas de
comunicación; en definitiva, el mundo público de las convenciones
sociales que regulan el uso de las palabras y las expresiones del lenguaje.
Para Habermas551 el lenguaje se apoya en un trasfondo, el mundo de la
vida, del que depende y al que trata de traducir y expresar sin conseguirlo
nunca del todo. De ahí, que no exista la posibilidad de una
fundamentación última, sino que todo significado es relativo, presente en
un saber del participante en la acción comunicativa.
549 Ludwig Wittgenstein. Tratado lógico-filosófico
550 Ludwig Wittgenstein. Investigaciones filosóficas
551 Jürgen Habermas. Teoría de la acción comunicativa
Ortega552 consideraba que cada lengua es una ecuación diferente entre
manifestaciones y silencios. Con la lengua materna penetra la gente
dentro de nosotros, socializa lo más íntimo de nuestro ser y merced a ello
todo individuo pertenece en el sentido más fuerte del término, a una
sociedad. Nuestro contorno social, la gente, al inyectarnos desde la
infancia el lenguaje propio de nuestra sociedad, nos insufla al mismo
tiempo las ideas que con tales palabras dice.
Personalmente, creo que dentro de una misma época y un mismo
lugar, cada grupo humano tiene su propio lenguaje, que determina una
cierta visión del mundo y forma su ámbito cultural. No obstante, la
principal diferencia entre distintos grupos socioculturales coetáneos no
está en la forma de sus costumbres, ni en la peculiaridad de su idioma, ni
en el color de su piel, sino que se centra en el grado de flexibilidad mental
de sus miembros. Cuando se define una cultura mediante términos
excluyentes, cuando las palabras sirven para separar en lugar de
aprovechar las sinergias, cuando la imposición está por encima del
acogimiento, el miedo a lo nuevo carcome la lucidez de las sociedades.
La acción intelectual responsable para cualquier tipo humano consiste
en ensamblar situaciones o contextos – histórico, filosófico, artístico,
científico, etc. – con ayuda de muchos lenguajes, pero también en
cuestionar cada uno de ellos en determinadas circunstancias y en este
punto me parece que la limitación de la palabra es obvia como elemento
de expresión. Como dice Claudio Gutiérrez 553, lo importante es el grado de
independencia alcanzado con respecto a la cárcel de las palabras,
residencia oficial de todo dogmatismo.
Considero que la palabra es un reflejo imperfecto de la realidad
interior. ¿Cómo describir tan solo en palabras nuestra visión
sentientemente personal de un amanecer? ¿Cómo transmitir mediante el
lenguaje la emoción sublime que sentimos al escuchar el Réquiem de
Mozart? Muchos de los más importantes mensajes que el hombre envía a
su entorno no están codificados mediante palabras porque,
552 José Ortega y Gasset. El hombre y la gente
553 Claudio Gutiérrez. Nueve ensayos epistemológicos
afortunadamente, disponemos de otros recursos expresivos que, en
algunas ocasiones, ni siquiera son empleados o percibidos de forma
consciente.
L IBERTAD
No es infrecuente encontrar ligados entre sí ética, voluntad y libertad.
De hecho, difícilmente pueden considerarse de forma aislada y cada uno
de ellos carece de sentido sin los otros dos. ¿Es posible la ética al margen
de la libertad? ¿Qué sentido tiene una voluntad ciega para la ética? ¿De
qué sirve la libertad sin voluntad? Todos ellos se retroalimentan en un
bucle ilimitado dentro de la conciencia humana.
La relación entre voluntad y libertad humanas, constituye el
paradigma de la moralidad según Kant554, hasta el punto de que el
auténtico destino de la razón tiene que consistir en generar una voluntad
buena en sí misma, y no como medio con respecto a uno u otro propósito.
Como nos recuerda Popper555, Kant humanizó la ética, basándose en su
doctrina de la autonomía y muy especialmente en la condición de que no
podemos aceptar como fundamento de la ética el establecimiento de la
autoridad – por muy elevada que ésta sea – porque siempre que nos
enfrentemos con la orden dada por una autoridad, existe la responsabilidad
propia de determinar si esa orden es moral o inmoral. En este sentido,
Kant enriquece la idea socrática de la autosuficiencia, que constituye un
elemento clave de la herencia cultural occidental, ya que añade el
concepto de una comunidad de hombres libres, de todos los hombres. Para
Kant, todos los hombres somos libres, no tanto porque hayamos nacido
libres, sino porque tenemos la obligación de asumir la responsabilidad de
decidir libremente.
Una imagen que recoge esta característica humana es la llamada voz
de la conciencia, que dicta al hombre qué es lo correcto y lo correcto,
554 Immanuel Kant. Fundamentos para una metafísica de las costumbres
555 Karl R. Popper. La crítica de Kant y la cosmología
tanto por acción como por omisión. Zubiri 556 afirma que esta voz surge del
fondo radical de la persona, como una forma de intelección sentiente
mediante la que el hombre se encuentra inexorablemente lanzado a tener
que determinar la forma de realidad que ha de adoptar. Esta determinación
se identifica con la voluntad en cuanto a poder ejecutivo y con la libertad
en cuanto a adoptar responsablemente una opción entre todas las posibles.
Buscamos la verdad de la libertad – aunque sea una verdad parcial –
porque esa pesquisa vital nos ayuda a disfrutar ya desde el principio de la
libertad. Comenzamos a ser libres en el momento en que aspiramos a
serlo, de la misma forma en que nuestra felicidad empieza cuando
aspiramos a ella. Sentimos la libertad, como sentimos la felicidad, sin
necesidad de construir para ello complejos sistemas teóricos, pero solo nos
sentimos libres si somos conscientes de ello. No hay libertad inconsciente,
aunque la ejecución de un acto pueda parecer que precede a la adopción
consciente de la correspondiente orden. Sobre esta cuestión hay
numerosos experimentos neurológicos que así lo sugieren.
La libertad necesita de la compañía natural de la voluntad. De hecho,
como indica Zubiri557, la voluntad, como forma suprema de ejecución de la
libertad individual, confiere al ser humano una dimensión extra sobre la
mera animalidad, al hacerle capaz de asumir plenamente las consecuencias
de su decisión. Dentro del esquema zubiriano de la libertad, todos los
actos voluntarios son libres, pero eso no significa que la libertad sea la
causa de la voluntad, sino más bien una consecuencia formal de ésta, una
forma determinada en que la voluntad toma cuerpo. Por consiguiente, hay
actos libres, pero no actos de libertad. Y para ello, la inteligencia es
imprescindible: la inteligencia abre el panorama donde es posible el
ejercicio de una libertad.
En este orden de cosas, la libertad viene a significar que cada acto
voluntario no está sometido a las tendencias más básicas de cada uno, ni a
los meros instintos vegetativos que, como simples seres vivos, tenemos.
No se trata tanto de renunciar o anular nuestras tendencias, sino de
556 Xavier Zubiri. El hombre y Dios
557 Xavier Zubiri. Sobre el sentimiento y la volición
controlarlas, de ponerlas al servicio de nuestras metas vitales, de no
hacerlas directoras de nuestro comportamiento. No podemos renunciar a
respirar, pero sí podemos acelerar o frenar nuestro ritmo respiratorio
dentro de unos límites determinados por la viabilidad fisiológica. Podemos
enfrentarnos conscientemente a nuestras tendencias.
Si a las tendencias personales, tanto las meramente vegetativas –
animales – como las inconscientes, las podemos considerar como los
limitantes internos contra los que se erige la libertad personal, existen
otros condicionantes externos contra los que adquiere sentido la libertad,
estimulándola en un doble sentido, el de la complejidad intrínseca de cada
elemento y en el del número de ellos. Cuanto más dificultosas son las
situaciones y menos posibilidades de optar existen, tanto más necesaria es
la libertad.
Voluntad y libertad constituyen facetas ligadas de forma ortogonal, en
el sentido de que se mueven en planos diferentes de la condición humana.
Pero entre ellas se retroalimentan: la voluntad solo adquiere condición
humana si se ejerce libremente, porque si no sería simple un simple
instinto biológico, una forma de voluntarismo esclavo de las
circunstancias; por su parte, la libertad solo existe realmente dando forma
y dirigiendo a la voluntad, porque si no sería una mera abstracción
autofrustrante.
Viktor Frankl558 consideraba que la libertad humana está encauzada
hacia algo, es una libertad para algo dentro de su existencia; lo cual
implica encontrar una existencia adecuada frente a sí mismo, el mundo y
la vida. La responsabilidad, en tanto que habilidad para responder, es una
respuesta a un deber, ante un sentido que clama por ser cumplido; obedece
al reconocimiento de la vinculación del ser humano con su mundo, con su
circunstancia, con la llamada de la vida a cada momento. En definitiva, la
libertad y la responsabilidad son un binomio indisoluble y necesario, de
lo contrario la libertad podría degenerar en arbitrariedad, concluye
Frankl.
558 Viktor Frankl. En el principio era el sentido
Para Hannah Arendt559 la experiencia humana de la libertad es la
política y no la libertad interior, que surge de un alejamiento respecto del
mundo; para Arendt, la libertad no es un sentimiento interior, sino una
manifestación exterior. En este sentido, Hayek 560 decía que si a la larga
somos hacedores de nuestro propio destino, a corto plazo somos cautivos
de las ideas que hemos creado. De esta manera, el uso de la ideología
como coerción sigue siendo una de las mejores armas para perpetuar el
imperio de una burocracia.
En cualquier caso, por encima de todo, libertad significa capacidad
para elegir. Y, por ello, cuando, en el ejercicio de nuestra libertad, optamos
por un término en lugar del resto, lo que hacemos es excluir a los demás, y
esto es justamente lo que determina el carácter finito del área de la
libertad.
Como indica Juan José Sanguineti561, toda decisión humana libre debe
estar precedida por una deliberación en la que contemplamos qué tenemos
que hacer, cómo hacerlo, cuándo, dónde y con qué medios, examinando
las motivaciones de nuestro obrar futuro y proyectando posibles planos de
acción. Es decir, previamente a la decisión de optar, deliberamos; por ello,
nuestra opción puede ser auténticamente libre. Es una decisión
inteligentemente sentida. Por este mismo motivo, la libertad no es una
manifestación espontánea, no puede serlo. Las imágenes tópicas literarias
o escénicas en las que el protagonista “no duda” en actuar libremente
pueden ser muy atractivas, pero no son reales. O la libertad se siente y se
piensa, o no es libertad sino tan solo un automatismo psicológico.
La libertad confiere un carácter especial a cada persona, pero con
frecuencia atribuimos a ese carácter un valor absoluto. Sin embargo, en
realidad, la libertad se construye, se forma, se educa, se fortalece o, si no,
acaba por diluirse en mera dialéctica. Dice Zubiri al respecto: a fuerza de
habituarse a no ejecutar actos de voluntad, se yugula y se seca la libertad,
559 Hannah Arendt. ¿Qué es la política?
560 Friedrich Hayek. Camino de servidumbre
561 Juan José Sanguineti. Filosofía de la mente
y cuando se la quiera invocar, es inoperante. La libertad necesita un
hábito.
Somos libres porque somos responsables de nuestros actos, si no
seríamos como simples ruletas que giran aleatoriamente al albur de los
caprichos. Nuestra responsabilidad es justamente lo que nos hace libres,
porque asumimos las consecuencias de nuestras decisiones; la fortaleza de
la libertad humana es esa, precisamente. Si nuestras decisiones libres no
tuvieran consecuencias, la libertad sería un capricho inútil e innecesario.
Precisamente por eso, somos libres frente a nuestro propio pasado, para
aceptarlo o no en el presente; asumimos las consecuencias de acciones
pasadas, tanto para ratificarlas como para arrepentirnos de ellas. Sin
asumir el pasado, difícilmente podremos vivir ni saborear el presente ni
plantearnos el futuro; simplemente, viviríamos de prestado.
Las mismas cualidades que hacen únicos a los seres humanos les
obligan a hacer uso de ellas, sin que puedan elegir que operen o que dejen
de operar, a voluntad. Nadie puede renunciar a su propia memoria o a su
inteligencia como si careciese de ellas, aunque en ocasiones remodelemos
nuestra memoria de forma inconsciente, o simplemente miremos hacia
otro lado.
La neurología experimental ha demostrado que, aun cuando las
personas nos sentimos libres cuando hacemos lo que pensamos y
queremos, nuestros planes y deseos se originan en el sistema subcortical y
límbico, cuyo funcionamiento es básicamente inconsciente. Pero eso no
significa que carezcamos de libertad, sino que de alguna forma nuestra
mente se organiza para que solo se realicen aquellos planes conscientes
aceptables según la valoración afectivo-emocional del sistema límbico.
Por eso, la impresión de actuar libremente se produce cuando nuestras
intenciones conscientes resultan consistentes – armonizan – con las
inconscientes. Y por eso, la materialización de la libertad requiere un
cierto tiempo. Como decíamos antes, espontaneidad y libertad son
términos que se llevan mal.
En realidad, la decisión libre es muchas veces adoptada en un tiempo
diferente al de la acción ejecutiva que implica dicha decisión. Esa
precedencia temporal puede llegar a ser de años o incluso décadas y ello
tiene una relevancia notable, ya que nos permite utilizar decisiones
adoptadas hace tiempo, en un momento en el que nuestra libertad no
estaba gravemente condicionada: libertad en conserva.
Pero no siempre hacemos uso de nuestra libertad, porque la libertad es
siempre incómoda, poco confortable. Por ello, en algún momento huimos
de ella, contándonos mentiras a nosotros mismos, inventando
condicionantes falsamente insolubles, situaciones artificialmente
insuperables, puntos de partida incapacitantes. A esa mentira que uno se
dice a sí mismo para rehuir la libertad es lo que Sartre 562 llama mala fe. Es
ésta una condición a la que propende particularmente la conciencia
humana, según Sartre, para el que siempre tenemos libertad para elegir lo
que queremos. Incluso considera que, aunque no podamos cambiar
determinados hechos o circunstancias, eso que representa nuestra
facticidad – como ser hijo de unos determinados padres o haber nacido en
un determinado país –, sí podemos optar por cambiar nuestra actitud hacia
ellos o hacia sus consecuencias.
Para Sartre, esta mala fe es posible porque los seres humanos son a la
vez trascendentes y fácticos. La trascendencia nos remite a la capacidad
para proyectarnos en las posibilidades futuras, mientras que la facticidad
nos remite a los hechos de nuestro pasado o del presente, a lo que no es
posible cambiar a voluntad; en definitiva, incurrimos en mala fe al
mantener separadas a propósito nuestra trascendencia y nuestra facticidad.
Esa visión pesimista que Sartre tiene del ser humano se refleja en su
convicción de que, a pesar de nuestra trascendencia, preferimos
escondernos, mentirnos, depender de nuestra facticidad. De ahí, su célebre
y pesimista conclusión: el ser humano es una pasión inútil.
Y para posiciones pesimistas sobre la condición libre del ser humano,
pocas figuras más apropiadas que la de Schopenhauer 563, para el que
nuestro comportamiento está enteramente determinado por la biología, por
562 Jean Paul Sartre. El ser y la nada
563 Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y como representación
los hechos pasados y por nuestro carácter; solo tenemos la ilusión de
actuar libremente.
Frente a estas visiones pesimistas es necesario esgrimir la valentía que
nos libera, aunque sea a costa de nuestro bienestar. El animal y el cobarde
siguen siempre la lógica de la facilidad nos dice José Antonio Marina564,
para quien la valentía, es decir, nuestro afán de enfrentarnos a la angustia,
es lo que define la esencia humana, identificando valentía con libertad: la
valentía es la libertad en acto.
Como decía Edith Stein565, estar liberado solo es posible para seres
libres, pero no tiene necesariamente que haber sido logrado mediante un
acto libre. Ser libre no significa refugiarse en la ciudadela interior en una
suerte de autarquía, sino entrar en interlocución desde el propio centro del
ser con otra persona que eleve la propia libertad.
L ITERATURA
Define la Real Academia Española el término literatura como una
actividad de raíz artística que aprovecha como vía de expresión al lenguaje
y como instrumento a la palabra. Más allá de la cárcel de las definiciones
preestablecidas, podemos considerar a la literatura como una
manifestación de las diferentes formas con que las personas de todos los
tiempos nos relacionamos con lo narrado verbalmente o por escrito, ya sea
una ficción o no. Sinceramente, no creo que exista ninguna característica,
más allá de lo indicado, que constituya la esencia de la literatura. Ni
siquiera el valor que cada uno pueda dar a cada texto que lee o cada
narración que escucha.
Es, quizá, la novela el exponente más común – sin olvidar,
obviamente, a la poesía o al teatro – de lo que generalmente entendemos
como literatura de ficción; o los cuentos, esos pequeños pero
deslumbrantes diamantes que solo los grandes maestros saben tallar.
564 José Antonio Marina. Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía
565 Edith Stein. Naturaleza, libertad y gracia
Aunque mencione hechos históricos, la literatura recrea la realidad; por
eso, Milan Kundera566 afirmaba que el contrato entre el novelista y el
lector debe establecerse desde el principio: lo que aquí se cuenta no va en
serio aunque se trate de cosas muy terribles.
Personalmente, considero que el término novela histórica es un
monumental oxímoron, es decir, la combinación de dos conceptos de
significado opuesto (contradictio in terminis). O es novela, y por tanto
ficción, o es historia, y por tanto descripción y evaluación rigurosa
soportada por documentación contrastada.
Acepto que la ficción forma parte de la realidad, aunque sea de una
realidad virtual. Una invención novelesca es un acto de conocimiento, que
es como penetrar rápida y sagazmente en la verdadera esencia de todo lo
que es objeto de nuestra contemplación, decía Henry Fielding567, porque al
inventar su novela, el novelista descubre un aspecto hasta entonces
desconocido, oculto, de la naturaleza humana.
La literatura no requiere de hechos extraordinarios, reales o
inventados. Como indicaba Sartre568, para que el suceso más trivial se
convierta en aventura en necesario y suficiente contarlo. Para Sartre, el
hombre es siempre un narrador de historias propias y ajenas; ve a través de
ellas todo lo que sucede y trata de vivir su vida como si la contara. Simon
Leys569 decía que la gente que no lee novelas ni poemas, corre el riesgo de
estrellarse contra la muralla de los hechos o de morir reventada bajo el
peso de las realidades. Yo me permito añadir que la buena literatura – de
ficción o no – solo se diferencia de la mediocre en que siempre dice algo
diferente – y sustancial – cuando se vuelve a leer.
Kundera afirmaba que la novela es un territorio en el que se suspende
el juicio moral, actuando el novelista como un historiador del presente.
Eso no quiere decir, por supuesto, que el novelista no tenga ética, ni
convicciones; pero el propio Kundera desconfía de las convicciones, hasta
566 Milan Kundera. Los testamentos traicionados
567 Henry Fielding. Tom Jones
568 Jean Paul Sartre. La náusea
569 Simon Leys. La felicidad de los pececillos
el punto de considerar que el hombre de convicciones es un hombre
limitado. Para él, una convicción es un pensamiento que se ha detenido,
que está inmovilizado.
Yo no estoy de acuerdo con Kundera en este aspecto concreto. Tener
convicciones no significa congelarlas en la mente, sino someterlas
continuamente al escrutinio de la vivificante duda y estar dispuesto a
sustituirlas por otras mejor fundamentadas racional y emocionalmente.
Muchos creyentes se vuelven agnósticos o ateos, y otros tantos de estos
adquieren o recuperan su fe; otros cambian sus convicciones políticas o
artísticas. Todo ello en procesos que pueden ocurrir múltiples veces a lo
largo de la vida, sin que suponga que las convicciones previas no estén
arraigadas, sino que lo que no está arraigado es el fanatismo; lo
importante, al fin y al cabo, es la dignidad de la persona y, como decía
Raúl Guerra Garrido, la dignidad es seguir siendo uno mismo cuando ser
uno mismo es lo que más puede perjudicarte.
La literatura es fundamental no solo para entender una sociedad, sino
incluso para fundamentarla. Para Kundera570, Europa era situar una novela
y un libro de filosofía en el mismo plan que un inmenso acontecimiento
político; la que nació con Cervantes y Descartes: la Europa de los Tiempos
Modernos.
Cuando la sociedad en la que vivimos no busca su identidad en el
espejo de su filosofía o de sus artes, sino en banderas y eslóganes, el
futuro parece especialmente sombrío.
L ÓGICA
Dice Ramón Abarca571 que la lógica se ocupa no del contenido de los
discursos, sino de su forma, de su estructura o armazón sintáctica; con
ello, la lógica se constituye como teoría de la deducción, responsable de
las reglas para realizar correctamente las inferencias, de tal manera que
570 Milan Kundera. El telón
571 Ramón Abarca. Introducción a la lógica
una proposición es consecuencia lógica de otra cuando ésta es verdad
todas las veces que es verdad la primera. Para ello, la lógica se
fundamenta en tres principios fundamentales, tal como los resume George
Politzer572: una cosa es idéntica a sí misma (identidad), no puede ser al
mismo tiempo ella y su contrario (no contradicción) y entre dos
posibilidades contradictorias no hay lugar para una tercera (tercer
excluido o exclusión del tercer caso).
La lógica es el armazón del que se vale el razonamiento para alcanzar
una conclusión a partir de argumentos y datos, sea estos verídicos o no
(basta con que sean coherentes). Tradicionalmente, hablamos de
razonamiento deductivo como aquel que nos permite derivar un caso
particular a partir de un principio general, mientras que su
complementario, el razonamiento inductivo permite extraer una
conclusión de aplicación general (una ley) a partir de casos concretos,
mediante su examen sistemático. Una tercera forma de razonamiento, el
analógico, permite correlacionar los términos procedentes de dos o más
sistemas diferentes de datos facultándonos para descubrir – o eso nos hace
creer la analogía – una proposición no descubierta anteriormente por
nosotros a partir de otra que sí lo ha sido. De hecho, como subraya Abarca,
la analogía constituye el fundamento de la mayoría de nuestros
razonamientos ordinarios en los que, a partir de experiencias pasadas,
tratamos de discernir lo que puede reservarnos el futuro.
Pero, junto con el formalismo que nos permite enlazar coherentemente
argumentos, la lógica suele ir acompañada por su hermano tramposo, el
paralogismo, que, bajo un aspecto melifluo, incorpora argumentos
erróneos o ambiguos que nos despeñan inevitablemente por el torrente del
sinsentido. Cuando esta forma de lógica falsificada se practica con el
ánimo malévolo de arrastrar a conclusiones deliberadamente erróneas en
un sentido interesado, hablamos de falacias o de sofismas.
Precisamente, esta relación entre la formalización del pensamiento y
la buena voluntad es lo que resalta Husserl, para el que la lógica se
constituye en una suerte de ética del pensamiento, de estudio de las
572George Politzer. Principios elementales de filosofía
normas de éste para evitar el error. Sin embargo, Nietzsche 573 desconfiaba
de la lógica y la consideraba como la esclavitud en los lazos del lenguaje.
Por su parte, Schopenhauer574 consideraba a la lógica como un mero saber
en abstracto de aquello que cada cual sabe ya en concreto y aunque
carente de utilidad práctica, debía conservarse porque su interés filosófico
como conocimiento especial de la organización y acción de la razón. El
que aprende lógica con fines prácticos se asemeja al que quiere instruir a
un castor en la construcción de su vivienda, concluía Schopenhauer.
Las relaciones entre la lógica y el lenguaje mantuvieron ocupado a
Wittgenstein durante toda su vida, experimentando notables cambios
evolutivos en estos conceptos. El joven Wittgenstein 575 consideraba que la
esencia de una proposición con sentido es la existencia meramente casual
de un estado de cosas y la descripción del mismo, en la que sólo la lógica
puede dar cuenta de sí misma, puesto que a ella compete dar cuenta de
todo lo demás. De esta forma, la lógica es previa a cualquier experiencia y
el límite de lo que puede decirse se manifiesta en la totalidad de las
proposiciones elementales; así, la semántica se explica desde la lógica y
ésta existe para establecer los límites del sentido, de lo que se puede
pensar y decir.
Sin embargo, el Wittgenstein más maduro 576 abandonó la convicción
de que el significado se encuentra ni en el mundo interior, mental, del
sujeto, en la idealidad trascendente de las cosas o en el límite
transcendental de la lógica subyacente al lenguaje. Para este Wittgenstein
las convenciones sociales son las que regulan el uso de las palabras y las
expresiones del lenguaje, siendo el significado una función de las
necesidades humanas básicas de comunicación. Sin embargo, fuera de los
hechos mundanos y de las proposiciones que los representan, Wittgenstein
consideraba que debía haber algo más alto que no puede expresarse
573 Friedrich Nietzsche. El libro del filósofo
574 Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y como representación
575 Ludwig Wittgenstein. Tratado lógico-filosófico
576 Ludwig Wittgenstein. Investigaciones filosóficas
mediante el lenguaje y que es lo más importante para la vida humana;
algo más allá del mundo como totalidad de hechos: lo trascendente.
Cuando una secuencia que creemos lógica choca contra el aparente
caos que toda emoción comporta, el resultado nunca puede ser
interpretado en términos contables. Pero ni toda la lógica se agota con
nuestra lógica, ni todas las emociones tienen necesariamente una
estructura caótica; simplemente, no entendemos el resultado de nuestra
mente.
Todo ese enorme lío que supone nuestra inteligencia sentiente nos
desborda inevitablemente si pretendemos acogerlo desde la cómoda
rigidez de una única lógica formal, porque la realidad tiene tantas
perspectivas posibles y efectivas como elementos constituyentes; limitar la
visión a una sola es como querer detener el caudal del Amazonas con
nuestras manos. Solo podemos entender la realidad viviéndola, porque eso
nos permite sentirla; ese sentimiento de la realidad es lo que proporciona
una dirección a la inteligencia lógica para poder aspirar a entenderla. Y
solo los que son capaces de sentir su inteligencia son capaces de superar
los límites impuestos por sus propios prejuicios.
Tendemos a aceptar como verificable solo aquello que somos capaces
de percibir a través de nuestros sentidos biológicos o nuestra inteligencia
relacional, que son fácilmente alterables; de la misma forma, solo
consideramos rigurosos los argumentos generados a partir de una lógica
cuya naturaleza es imposible de comprender en términos de esa misma
lógica, porque no es autoconsistente. A pesar de todo eso, seguimos
empeñándonos en atribuir certidumbre absoluta a algo que hemos dado en
llamar inteligencia fría, para significar la ausencia – aparente – de efectos
emocionales, pero que, por ese mismo motivo, deberíamos calificar más
apropiadamente como inteligencia congelada.
Cuando limitamos la participación de las emociones en la inteligencia
y cuando nos negamos a aceptar el trascendental papel de la mente
inconsciente en nuestras decisiones, vemos solo una parte mínima de la
realidad y nos impide el manejo de herramientas poderosas para poder
procesar esa información. Es como si nos empeñásemos en analizar la
realidad al margen de ella, lo que no deja de ser una forma de alienación.
Nada es más insensato e inútil: solo podemos entender la realidad desde
dentro de ella; cualquier otra opción es imposible. Por eso mismo, un
cientificismo a ultranza puede ser tan alienante como la más vasta
incultura. Mario Bunge577 decía que la lógica y la matemática son
racionales, sistemáticas y verificables, pero no son objetivas; no nos dan
informaciones acerca de la realidad: simplemente, no se ocupan de los
hechos.
M AL
El optimismo moral de Aristóteles le hacía afirmar578 que todo
conocimiento y toda facultad ejercida por el hombre tienen un fin, que es
el bien; no hay conocimiento ni voluntad que tenga el mal por objeto.
Lamentablemente, debo empezar reconociendo que las civilizaciones
basadas en las religiones abrahámicas – judaísmo, cristianismo, islam y, en
cierto sentido, bahaísmo, mandeísmo y algunas otras más – se han
centrado en el mal culpable como consecuencia de una supuesta tendencia
natural a hacerle daño al prójimo y el pecado original, una de las
aportaciones más incomprensibles y negativas que ha hecho las religiones
semíticas a la historia de la humanidad. En realidad, el pecado original fue
un invento relativamente tardío, ya que aparece por primera vez
mencionado en el Eclesiastés, posiblemente escrito en torno al siglo II aC
y, como indica José María Castillo 579, en los evangelios apenas aparece y
solo lo rescata Pablo de una forma un tanto peculiar y muy imprecisa.
Seguramente, el problema del mal es la principal prueba de fuego de
la fe en Dios. De hecho, algunos ateos fundamentan su actitud al
considerar que es irracional o imposible creer lógicamente en la existencia
simultánea de un Dios amoroso y omnipotente, y en la realidad del mal y
del sufrimiento. Un ejemplo tradicional de esta posición es la que expresó
577 Mario Bunge. La ciencia. Su método y su filosofía
578 Aristóteles. Ética a Eudemo
579 José María Castillo. La humanización de Dios: ensayo de cristología
David Hume580 cuando preguntó acerca de Dios: ¿Está Él dispuesto a
impedir el mal, pero no puede? Entonces es impotente. ¿Puede hacerlo
pero no está dispuesto? Entonces es maligno. ¿Está a la vez dispuesto a
hacerlo y puede hacerlo? ¿Dónde está el mal?
Muchos ateos consideran que los creyentes tenemos una excesiva
tolerancia con Dios en este tema y, visto así, puede que tengan parte de
razón; pero también es verdad que una argumentación de este tipo se
parece mucho a una reacción infantil de impotencia ante la desgracia o la
injusticia. Es como el adolescente terco que reclama a sus padres solo
cuando no sabe qué hacer ante una situación dolorosa o imprevista, como
dice César Vidal581.
Para Zubiri582 el mal es la privación del bien, pero el bien no es la
privación del mal. En otras palabras, el bien y el mal no son correlativos,
no son las dos caras de una moneda; el mal siempre está a expensas del
bien, pero no al revés. ¿Qué es el mal sino el bien torturado por la propia
hambre o por la propia sed?, decía Khalil Gibran583.
Para un filósofo cristiano como Zubiri, Dios no acepta el mal pero lo
permite, como consecuencia de la soberana independencia que el hombre
tiene respecto de sus actos. Sería una contradicción si Dios impidiese el
mal en el mundo, porque lo convertiría no en un mundo mejor, sino en
otro mundo distinto, en un mundo de autómatas sin libertad de decisión;
para Zubiri – y yo con él –, es mejor que el hombre tenga la posibilidad –
pero no la obligación – de hacerse malo a que no tenga carácter ético
propio. Es decir, los creyentes podemos aceptar que Dios permita el mal –
sin que ello suponga ser su cómplice – porque nos deja libres para decidir
lo que queremos.
Seguramente, usted replicará que no es aceptable la idea de un Dios
bueno pero cobarde o despreocupado, que escurre el bulto cuando sus
hijos son sometidos a las más terribles humillaciones, torturas y
580 David Hume. Diálogos sobre la religión natural
581 César Vidal. El problema del mal en la naturaleza y en la vida del hombre
582 Xavier Zubiri. El hombre y Dios
583 Gibran Khalil Gibran. El Profeta
asesinatos. ¿Supone eso que deberíamos renunciar a la libertad ganada
evolutivamente para evitar la aparición del mal? Al fin y al cabo, el mal
solo implica al hombre en la medida que está sujeto a una voluntad –
conocimiento y decisión – y a una teoría de la mente – la capacidad de
entender los sentimientos y la intencionalidad de otra persona – que están
condicionadas por una ética y, a veces, desde el simple no hacer nada: el
mal por omisión.
Por ello, el león no representa el mal para el antílope, aunque pueda
ser la causa de su sufrimiento y muerte; busca tan solo sobrevivir con la
carne de su víctima. De la misma manera, la erupción de un volcán no es
mala en sí misma, aunque pueda provocar muerte y devastación; es un
hecho que no es motivado por una decisión inteligente sino tan solo es la
consecuencia de la dinámica geológica, de la realidad material de la que
también forma parte el hombre. La interacción entre los elementos de la
realidad conduce a otros elementos o fenómenos emergentes, algunos
potencialmente adversos para determinados individuos, lo que no implica
intencionalidad alguna de los elementos interactuantes sino el carácter
dinámico y evolutivo de la realidad.
No acepto que el sufrimiento sea un valor en sí mismo; lo que aprecio
es la capacidad para erguirse contra él o, como decía Joseph Ratzinger 584,
solo el amor da dirección y sentido al dolor; si no fuese así, los verdugos
serían los auténticos sacerdotes. Con todo, reconozco que el sufrimiento
es, en determinados momentos, el estímulo o la llamada de atención que
algunas personas necesitan para enfrentarse a una realidad adversa; en
última instancia, todo dolor es una demanda que requiere ser atendida.
Con frecuencia, solo tomamos en consideración el mal y el sufrimiento
cuando nos enfrentamos a ellos; nos sirven como escala de medida de
nuestra capacidad para afrontar el desafío de la realidad y para valorar la
consistencia y la coherencia de nuestros principio éticos. Clide Lewis 585, el
célebre autor de Las crónicas de Narnia, decía que ningún hombre conoce
lo malo que es hasta que no ha tratado de esforzarse por ser bueno; solo
584 Joseph Ratzinger. Introducción al cristianismo
585 Clive Staples Lewis. EL problema del dolor
podrás conocer la fuerza del viento tratando de caminar contra él, no
dejándote llevar.
Dietrich Bonhoeffer586, teólogo y ministro de la iglesia luterana
alemana – cuya jerarquía le dejó en la estacada frente al criminal régimen
nazi – fue ejecutado por orden expresa de Hitler en la agonía final del
paranoico régimen nazi. Su firme y valiente testimonio de resistencia ética
e insumisión frente a la barbarie nos puede servir de referente para
enfrentarnos al mal, a la pobreza moral de una parte de la humanidad y a
la miseria del resto. Sin embargo, en realidad, a Bonhoeffer le preocupaba
más la estupidez y la anestesia social que el problema específico del mal:
el mal siempre lleva en sí el germen de la autodestrucción; en cambio,
frente a la necedad carecemos de toda defensa. A diferencia del hombre
malo, el necio se siente enteramente satisfecho.
M ARXISMO
Víctor Afanasiev587 fundamenta el materialismo en que el ser
condiciona a la conciencia y ésta está en función de nuestras necesidades,
de nuestra relación con la naturaleza y con la sociedad. Por tanto, la
conciencia es ante todo función de la historia humana. Para Marx, la
historia de la humanidad proviene de la necesidad de dominar
técnicamente la naturaleza.
Según Gombrowicz588, la filosofía del marxismo es materialista
porque parte de la consideración de que la materia – el ser – es lo primario
y la conciencia lo secundario; por tanto, reconoce la materialidad y
cognoscibilidad del mundo. Asimismo, es dialéctica porque considera el
mundo material en movimiento, desarrollo y renovación constantes.
George Politzer589 considera que el marxismo es la expansión del
586 Dietrich Bonhoeffer. Resistencia y sumisión
587 Victor Afanasiev. Fundamentos de filosofía
588 Witold Gombrowicz. Curso de filosofía en seis horas y cuarto
589 George Politzer. Principios elementales de filosofía
materialismo desarrollado por los enciclopedistas del siglo XVIII y
enriquecido por los descubrimientos del siglo XIX.
En definitiva, en la visión marxista la vida económica explica la vida
política; es decir, la vida política es un producto de la vida económica.
Esto es el materialismo histórico, elaborado por primera vez por Marx y
Engels. Para ellos, el medio es un producto del hombre, mientras que éste
es un producto de sí mismo. Si el hombre experimenta la influencia del
medio, puede transformar el medio, la sociedad; puede, por lo tanto,
transformarse a sí mismo.
Marx era un admirador de Hegel y de hecho siempre reconoció su
deuda intelectual con este último, de quien tomó su dialéctica y la
característica división evolutiva de la historia en tres grandes fases que
progresivamente debería llevar a la plenitud del hombre; un proceso
histórico basado originalmente en la visión cristiana del paraíso, la caída
del hombre y su redención futura.
La evolución del hombre comienza para Marx con el comunismo
primitivo – urkommunismus –, un mítico estadio de armonía que acabó
perdiéndose – el paraíso original de las religiones abrahámicas y sus
análogos de otras religiones – y del cual surgió un largo y penoso período
– la caída – de explotación, lucha, alienación y división de la sociedad en
clases que luchan entre sí. Este período doloroso, a lo largo de las
generaciones, es lo que permitiría alcanzar el tercer estadio de la
evolución humana, de felicidad plena, el equivalente a la gloria cristiana.
En definitiva, la historia es para Marx una realización progresiva y
dialéctica de las posibilidades del ser humano, una versión atea del otro
mundo – aún dentro de la materialidad de éste – en el que la humanidad se
liberará de todo lo que ha afectado negativamente su devenir, gracias al
dominio definitivo de las fuerzas productivas.
Con todo, es importante tener en cuenta que para Marx, como lo fue
para Hegel, la historia tiene un sentido único que trasciende cada uno de
sus elementos y que, con independencia de la conciencia que tengan los
hombres de ello, acabará desembocando en un estado perfección y
plenitud, lo que Hegel denominaba Estado racional y que Marx concibió
como comunismo.
Para Martin Bubber590, lo que Marx pretendía ofrecer a los hombres de
su tiempo no era una imagen del mundo sino una imagen de la sociedad o,
mejor dicho, la imagen del camino a través del cual podrá llegar la
sociedad humana a su perfeccionamiento, en el que las relaciones de
producción son lo esencial y sustantivo, aquello de donde arranca y
adonde nos vuelve a conducir; para Marx, no hay ningún otro origen ni
ningún otro principio. Una forma de reducción sociológica que había sido
precedida por la reducción antropológica de Feuerbach.
En realidad, lo que alejó a Marx de Hegel fue la lógica abstracta. El
problema del filósofo no es comprender el mundo, sino cambiarlo, decía
Marx. Esto entronca directamente con la manía de no querer enfrentarse al
problema de saber qué es la realidad por parte del positivismo, tan solo
empeñado en transformarla. Por ello, Marx consideraba que la religión era
un producto de los hombres para huir ante el peligro y un instrumento de
las clases más poderosas para dominar a las inferiores. Esta forma de
enfocar el sentimiento religioso solo contempla su lado utilitarista y, de
esta manera, Marx se quitó de un plumazo el problema de tener de
explicar su origen y la implantación universal de la conciencia ética.
Como toda visión monolítica de la realidad, la aplicación real del
marxismo tuvo un efecto devastador sobre sus propios principios
filosóficos y éticos. Arthur Koestler591 afirmaba en este sentido que el
marxismo es un sistema cerrado – como los sistemas dogmáticos
eclesiales – y, como tal, presenta tres peculiaridades. En primer lugar,
afirma representar una verdad de validez universal capaz de explicar
todos los fenómenos y poder curar todas las dolencias del hombre; en
segundo, es un sistema que no puede ser refutado mediante evidencias, ya
que toda la información potencialmente dañina es automáticamente
procesada y reinterpretada a fin de hacerla coincidir con el patrón
adecuado. En tercer lugar, es un sistema que invalida toda crítica,
590 Martin Buber. ¿Qué es el hombre?
591 Arthur Koestler. En busca de la utopía
atribuyendo los argumentos a la motivación subjetiva de la persona que lo
critica y deduciendo su motivación de los axiomas del sistema mismo.
El socialismo real, en sus sucesivos experimentos reales, ha mostrado
reiteradamente que, más allá de las bondades éticas que puedan haber en
cualquier sistema político-social, su aplicación práctica se lleva a cabo por
grupos fuertemente jerarquizados – las élites – que acomodan las ideas y
los métodos al servicio de su permanencia en el poder.
M ATERIALISMO
Aplicado al ámbito social específicamente humano, la visión del
materialismo histórico formulado por Marx y Engels, la vida política se
explica la vida como el producto de la economía, donde el medio es un
producto del hombre y éste es un producto de sí mismo. Otros pensamos
que, en el caso del hombre, la materia y el espíritu se encuentran
irrevocablemente fundidos en una unidad inseparable funcional y
evolutivamente.
Materia y espíritu. Corpúsculo y onda. ¿Existe una separación real;
son dimensiones existenciales independientes? Solo podemos considerar a
cada uno de ellos en razón de sus resultados, de sus efectos sobre
diferentes objetos y medios, de los métodos de observación y
contrastación que utilicemos; pero sobre todo, depende de lo que
busquemos. La materia y el espíritu son elementos que dependen de sí
recíprocamente de forma indisoluble en el hombre, sin que uno pueda
reducirse al otro; son dos caras de una misma moneda, sin que ninguna de
ellas – mientras sigamos siendo seres humanos vivientes – pueda dejar de
depender de la otra en momento alguno. La materia no es una negación
del espíritu, de la misma forma que la ausencia de masa del fotón no le
quita a éste su condición de partícula.
El conocimiento en el hombre no está tan rígidamente determinado
como para poder afirmar que sobre la mente actúan leyes o reglas
inexorables. El materialismo parece ignorar que la incertidumbre es un
carácter constitutivo de la realidad más profunda, por lo que plantear la
mente desde un estricto materialismo electro-fisiológico puede ser tan
irracional como cuestionar la fundamental importancia de la materia en la
generación de los procesos mentales. La complejidad entrelaza de forma
tan inseparable la materia y el espíritu como lo hace el entrelazamiento
cuántico con las propiedades de dos partículas emparejadas.
Frente al materialismo de las ideologías dominadoras, frente al
racionalismo que pretende imponerse ciegamente y también frente a la
posmodernidad cínica que renuncia a la inteligencia, la fenomenología
apuesta por la inteligibilidad material pero también por la posibilidad del
conocimiento suprasensible, tanto para comprender el mundo como para
dirigir la vida.
La verdad profunda y el sentido último que anhelamos como seres
racionales sólo pueden aparecer y ser contemplados; no son meros
artefactos producidos ad hoc como simples herramientas útiles.
Justamente, la actitud que contempla lo que se aparece es la
fenomenológica, que además trasciende el escenario material. Tal como
indica Sergio Sánchez-Migallón592, la actitud fenomenológica quiere
comprender tal como es da la realidad y cómo ésta se nos manifiesta. Pero
para ello no basta con la simple descripción; es necesaria una doble
depuración: desprenderse de los presupuestos interpretativos con los que
habitualmente pretendemos entender las cosas y dejar de lado todo aspecto
que no pertenezca a lo esencial, es decir, lo no constitutivo o accidental
del fenómeno.
La naturaleza constitutivamente compleja de la realidad no permite
descomponerla en niveles básicos; la complejidad existe en y desde la
misma base y no hay ningún umbral físico mínimo tan elemental al que
todo pueda ser reducido. Fritjob Capra593 afirma que los rasgos
592 Sergio Sánchez-Migallón Granados. Fenomenología, en Fernández Labastida,
Francisco – Mercado, Juan Andrés (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on
line,
http://www.philosophica.info/archivo/2014/voces/fenomenologia/Fenomenologia.htm
l
593 Fritjob Capra. La trama de la vida
fundamentales de esta realidad compleja consisten en la apertura – toda
entidad real es abierta y, por ello, está integrada en un medio formado por
una red intrincada de otras entidades del mismo y otros niveles, con las
que hay intercambio de energía e información permanente – que, al mismo
tiempo es también cerrada, en el sentido de que tiene una frontera que
define su campo espacial de existencia, aunque no es un límite absoluto ni
definitivo; también es recursiva, no lineal, aunque no se trata de una
recursividad viciosa – no son círculos viciosos que se autoalimentan – sino
virtuosa – es creativa e incorpora elementos nuevos y recicla antiguos – y,
finalmente, toda cosa real es capaz de desplegar en cierto modo una
apariencia de finalidad.
Creemos saber qué es la materia, aunque solo tenemos un pequeño
conocimiento de una cierta materia. Realmente, toda la materia no se
compone de átomos; de hecho, la mayor parte debe estar formada por algo
totalmente distinto. En general, denominamos materia a cualquier
sustancia que interaccione con la gravedad; sin embargo, un tipo de
materia que no presente interacciones electromagnéticas será invisible
para nosotros. A esa materia es lo que llamamos materia obscura, que se
caracteriza por carecer de carga eléctrica o, si la tiene, es indetectable para
nuestra actual tecnología; por estos motivos, quizá la materia obscura
debería llamarse materia transparente.
Existe una amplia evidencia científica que apoya la existencia real de
materia obscura, sobre todo por sus potentes efectos gravitatorios, fruto de
su omnipresencia en el cosmos. Entre estos efectos gravitatorios cabe
destacar, entre otros muchos, a los movimientos de las estrellas en una
galaxia, cuyas elevadas velocidades no pueden ser explicadas a partir de la
pequeña atracción gravitatoria ejercida por la materia ordinaria o visible;
también los movimientos de las galaxias dentro de los cúmulos de
galaxias, demasiado rápidos para ser causados por la materia visible; la
trayectoria de esta última cuando es expulsada en las explosiones de
supernova, la desviación de la luz por efecto de la lente gravitacional en
zonas aparentemente desiertas del universo y la comprobación de que la
materia visible se separa de la invisible en los choques entre cúmulos de
galaxias.
Como indica Lisa Randall594, el hecho de que masa total de materia
obscura en el universo sea cinco veces mayor que la de materia ordinaria y
que no interaccione electromagnéticamente fue crucial para que las
galaxias se formasen de la forma en que lo hicieron y del tamaño en que lo
hicieron. Sin materia obscura, la radiación habría impedido durante
demasiado tiempo que las estructuras galácticas se agrupasen, lo que
habría conducido a un universo excesivamente homogéneo, incompatible
con los datos hasta ahora conocidos e, incluso, con la aparición de formas
complejas de realidad, como la propia vida autoconsciente.
En fin, considero que el materialismo se queda a las puertas de la
realidad, aferrado a su miopía y contemplando el interior desde la entrada,
pero sin penetrar más allá del umbral, quizá por miedo a caer en un
espacio donde la medida de las cosas no sirve para transitar en la
incertidumbre sustancial y las dimensiones físicas se diluyen en la
singularidad del espíritu.
M EMORIA
Uno de los elementos clave en la evolución de la vida y, en particular,
del ser humano es la memoria, que permite que el pasado se haga actual,
como un presente recordado; no en balde, decía Aristóteles 595 que solo
aquellos seres vivos que son conscientes del tiempo puede decirse que
recuerdan.
La memoria permite establecer un marco estable de referencia para el
individuo, lo que resulta capital para el ser humano. Por eso, los que
pretenden atribuir un valor prioritario a la información, en detrimento de
la memoria y de la reflexión, lo único que consiguen es trivializar su
propia vida y acaban por convertirla en un mero proceso biológico
594 Lisa Randall. ¿Qué es la materia oscura? Investigación y Ciencia, agosto 2018; 52-53
595 Aristóteles. Del sentido y lo sensible. De la memoria y del recuerdo
desprovisto de sentido. De acuerdo con lo apuntado por Javier
Monserrat596, la aparición de la memoria dio paso al nacimiento de un
proceso psíquico nuevo: la representación; es decir, la reactualización de
diferentes experiencias sensibles.
Carlos Acuña597 consideraba que la memoria aparece no solo como un
elemento de almacenamiento interno de datos o de una información
compleja en el propio individuo, sino que hasta el propio mundo puede
actuar como un banco de memoria externo, sin que se necesite que esos
detalles estén en el cerebro para obtener la impresión de riqueza o detalle
de la realidad. Es decir, en vez de almacenar toda la información en el
cerebro, utilizamos el mundo como un almacén externo de memoria al que
podemos acceder cuando lo necesitamos, mediante algoritmos o recetas
específicas. Es como tener un inmenso banco de memoria fuera de nuestra
cabeza, mientras que retenemos en ésta solo la información necesaria para
saber que existe tal información y cómo llegar a ella; ciertamente, una
estrategia muy eficiente de gestión cerebral.
¿Cuál es la base fisiológica de la memoria? No parece que existan
diferencias cualitativas entre las memorias de las diversas especies
animales. De acuerdo con Joaquín Fuster598, la memoria está constituida
por redes de neuronas corticales interconectadas, ampliamente distribuidas
y de variedad prácticamente infinita. En el caso de la memoria humana
parece haberse producido una proyección evolutiva, una
hiperformalización, en expresión de Zubiri. Pero ninguna memoria,
ninguna red, es completamente nueva, sino que arrastra evolutivamente a
todas las anteriores y, lo que es aún más importante, cualquier sistema
neural que esté implicado en una memoria puede formar parte al mismo
tiempo de muchas redes y, por tanto, de muchas memorias.
596 Javier Monserrat. Engramas neuronales y teoría de la mente. Pensamiento: Revista
de investigación e Información filosófica. 2001, vol. 57, nº 218; pp. 177-211
597 Carlos Acuña. La percepción visual: la verdad está ahí fuera. En: Dimensiones
filosóficas de la psicología (neurología). Tercera sesión general del seminario de la
cátedra CTR; 11 de marzo de 2005.
598 Joaquín Fuster. La memoria. En: Esplendores y miserias del cerebro; Francisco
Mora, ed. (2004); pp. 182-202.
La amígdala, que forma parte de una parte del cerebro
anatómicamente compleja y difusamente definida – el sistema límbico –,
parece tener un protagonismo fisiológico esencial, en la medida en que se
encuentra implicada en la gestión de emociones; esto es, en la valoración
de estímulos sensoriales. Y por ello, la amígdala cerebral parece ser un
importante elemento modulador en la adquisición de la memoria. Esto
resulta coherente con el hecho de que la emoción afecte tanto a nuestro
modo y capacidad de recordar las cosas; puede parecer excesivo hablar de
una memoria a la carta, pero la realidad se aproxima bastante a esta
imagen. Tendemos a recordar hechos, datos, experiencias, etc., en función
del ánimo con que fueron almacenadas y del existente en el momento de la
evocación. Memorizamos y evocamos sentientemente o, si lo prefiere,
podemos decir que también la memoria es sentiente.
Fisiológicamente, la adquisición de memoria requiere procedimientos
basados esencialmente en la repetición. Efectivamente, por muy denostado
que esté, es el sistema más universalmente utilizado para la memorización.
Este hecho tiene un fundamento neurobiológico claro: la estructura de las
áreas sensoriales y motoras de la corteza con las que nacemos, la llamada
memoria filética, necesita repetición y ensayos en los primeros meses de
la vida extrauterina, pues de otro modo se pierde.
En definitiva, la repetición tiene una función plástica – formadora de
nuevas neuronas y, sobre todo, de conexiones interneuronales – al activar
los mecanismos de desarrollo neuronal, con multiplicación de las
dendritas y el desarrollo de los axones, los dos tipos de conectores de las
neuronas. Con ello, la arquitectura neural se hace cada vez más compleja
y, especialmente, se forman nuevas relaciones interneuronales, la auténtica
base física de la memoria. No son las neuronas, sino sus interrelaciones las
verdaderas depositarias de nuestro tesoro memorístico. Esta memoria
filética es indispensable como punto de partida para desarrollar la
memoria adquirida o personal, que se produce a la par que el desarrollo
conectivo de la corteza. Toda nuestra memoria personal es una expansión
de la memoria atávica de la especie humana.
Funcionalmente, podemos diferenciar otros dos tipos básicos de
memoria, la perceptiva y la ejecutiva. En realidad, los límites entre ambas
son bastante difusos, aunque anatómicamente la memoria perceptiva
parece localizarse en la corteza posterior del cerebro, mientras que la
memoria motora o ejecutiva se aloja en la corteza del lóbulo frontal.
Entendemos como memoria perceptiva aquella que permite retener lo que
se ha adquirido a través de los sentidos. Su estructura neurológica es
compleja aunque sigue un patrón característico consistente en la
deposición una encima de otra de las distintas variedades de memorias
perceptivas. Las memorias sensoriales suelen ser el sustrato inferior, sobre
el que se van superponiendo formas de memoria cada vez más elaboradas
hasta llegar a la memoria conceptual, que ocupa el estrato superior de la
memoria perceptiva.
Según este modelo, los conceptos, cuyo origen arranca también de los
sentidos, se independizan de estos gracias a la actividad asociativa y
reflexiva. Cuanto más generales y amplias son estas asociaciones, pasando
desde la mera sensación al concepto abstracto, las memorias crecen hacia
arriba y se abren como abanicos, entrelazándose entre ellas. Y lo hacen
tanto en vertical – diferentes modalidades de memoria – como en
horizontal – memorias de elementos diferentes –. Así, la jerarquía
anatómico-funcional solo tiene un valor relativo; todo se relaciona con
todo y una memoria nos permite acceder a otras memorias. La evocación
de algo concreto nos ayuda a evocar otras cosas diferentes, como si todo
fuera un continuo.
No todas las memorias personales perceptivas son igualmente
eficaces; tendemos a recordar mejor o más establemente los conceptos
generales y la memoria semántica que la memoria episódica; los hechos
que más nos impactaron y los conceptos más relevantes están anclados en
redes más extensas que los acontecimientos concretos que les dieron
origen.
Por su parte, la memoria motora o ejecutiva es aquella que permite
recordar los actos y las conductas; es, por decirlo, así es la memoria del
hacer. En este caso, las asociaciones neuronales, las redes neurales
memorísticas, se establecen entre áreas corticales depositarias de
representaciones de movimientos y acciones. Tales asociaciones se
localizan fundamentalmente en la corteza prefrontal, aunque, como en el
caso de la memoria perceptiva, adoptan una estructura acumulativa, unas
sobre otras, todo ello sobre una base de la memoria filética, que en este
caso es de tipo motriz.
El principal elemento diferencial de la memoria motora frente a la
perceptiva es que en la primera aparecen los planes y los esquemas de
acción, es la memoria del quehacer, la auténtica memoria del futuro. Ello
justifica que a la corteza prefrontal se la designe como órgano de la
creatividad, algo así como el ejecutivo del cerebro, en la medida en que es
la sede de las representaciones de acción más características del ser
humano, los planes de acción basados en el razonamiento, el pensamiento
lógico y el lenguaje.
Afirma Javier Puerto599 que mucha gente confunde los conceptos de
memoria y de historia. Frente al recuerdo personal sobre un determinado
suceso – la memoria –, la historia supone el conocimiento científico,
objetivo y veraz, sobre el mismo. La historia puede estar contaminada de
memoria, de falta de objetividad o de ideología, pero si no cumple los
mínimos requisitos con respecto a la imparcialidad y el método, deja de
ser considerada como una ciencia, pasando a convertirse en propaganda
panfletaria.
A veces, la memoria trata de cubrir los huecos oscuros a los que no
llega la historia, construyendo un relato a la medida. El problema es que el
resultado memorístico no nos permite saber qué es realidad y qué es
invención. Nietzsche criticaba duramente esta forma de contaminación
aplicándolo al campo de la filosofía: el filósofo no debe falsificar,
mediante un falso arreglo de deducción y dialéctica, las cosas y los
pensamientos a los que ha llegado por otro camino; al querer rellenar su
sistema y redondear el horizonte que los rodea, los filósofos sistemáticos
599 Francisco Javier Puerto Sarmiento. Historia y memoria. Panorama Actual del
Medicamento 2017; 41 (405): 687-691
intentan a la fuerza poner en escena sus puntos flojos según el mismo
estilo que sus puntos fuertes.
No solo la memoria personal es selectiva y modulada. Sin duda, la
memoria de las instituciones también lo es, como recordaba amargamente
Benno Müller-Hill600, enterrando sistemáticamente aquellos hechos que
cuestionan su novela. La gente aguanta mejor la estupidez que el
sinsentido. Hitler – afirmaba Müller-Hill – llegó al poder porque posibilitó
a los ciudadanos alemanes mantener sus sueños de destrucción como una
ciencia fundada en la biología.
Milan Kundera601 asegura que al intentar borrar toda la memoria
cristiana, el estalinismo dejó a las claras, brutalmente, que todos nosotros,
creyentes o no creyentes, blasfemos o devotos, pertenecemos a la misma
cultura arraigada en el pasado cristiano sin el cual no seríamos sino
sombras sin sustancia, seres razonantes sin vocabulario, apátridas
espirituales. A pesar de su ductilidad frente a la manipulación, la memoria
es un elemento trascendental, ya que, como indica Susan Sontag 602, es
dolorosamente la única relación que podemos sostener con los muertos.
A Montaigne603 no le preocupaba excesivamente la pérdida de la
memoria: la falta de memoria es un mal del que me valgo para corregir
otro peor, que fácilmente hubiera germinado en mí y el cual es la
ambición, pues no puede soportar la falta de memoria quien está sumido
en los negocios del mundo; la segunda ventaja de la falta de memoria
consiste en recordar menos las ofensas recibidas.
M ENTIRA
Aunque tradicionalmente emparejamos antinómicamente la verdad
con la mentira, en realidad se trata de conceptos que se encuadran en
dimensiones diferentes. La verdad es una cualidad referida al contenido de
600 Benno Müller-Hill. La ciencia del exterminio
601 Milan Kundera. Los testamentos traicionados
602 Susan Sontag. Ante el dolor de los demás
603 Michel de Montaigne. Ensayos
una proposición – afirmativa o negativa – en cuanto a expresión fidedigna
de la realidad; por su parte, la mentira implica la voluntad de engañar a
una persona concreta o a una colectividad con algún objetivo, aunque éste
sea bienintencionado o simplemente busque provocar una reacción
anímica determinada en el receptor de la mentira. Dice Fernando
Savater604 que la mentira está en la actitud convencida y segura de sí
misma más que en los contenidos concretos que transmite. En este sentido,
la charlatanería es peor enemiga de la verdad que la mentira, sostiene
Savater.
La mentira tiene recursos mentales de los que carece la verdad. Juega
con las emociones, con los tiempos, con las circunstancias; juega, sobre
todo, con la memoria adaptativa y con los prejuicios que todos tenemos.
Como reflexionaba Montaigne605, si la mentira – como ocurre con la
verdad – no tuviera más que una cara, estaríamos mejor dispuestos para
conocerla, pues tomaríamos por cierto lo opuesto a lo que dijera el
embustero; mas el reverso de la verdad reviste cien mil figuras y se
extiende por un campo indefinido.
Una de las formas más perversas que adopta la mentira consiste en
adjudicar el carácter de verdadero a lo que simplemente es más común o
útil; como indicaba Ortega606, hacer de la utilidad la verdad, eso es la
definición de la mentira. Esto resulta especialmente peligroso en el ámbito
social y en particular cuando es aplicado al campo de la política, jugando
alevosamente con cambios amañados de la circunscripción en la que cada
verdad es auténtica. No es de extrañar, por ello, que Jean François Revel 607
concluyese que la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la
mentira.
Para Revel, la mentira simple constituye el medio más económico de
dispensarnos de utilizar la información y de dejarla circular. Por ello, la
mentira no es un mero coadyuvante, sino una componente orgánica del
604 Fernando Savater. La vida eterna
605 Michel de Montaigne. Ensayos
606 José Ortega y Gasset. Verdad y perspectiva
607 Jean François Revel. El conocimiento inútil
totalitarismo, una protección sin la cual éste no podría sobrevivir; por este
motivo, la democracia se suicida si se deja invadir por la mentira.
La libertad es siempre incómoda, incluso agotadora; requiere una
dosis elevada de energía y de persistencia, no tiene que ver con la pereza y
el dejarse ir. Esto explica por qué en algunos momentos huimos de nuestra
libertad, contándonos mentiras a nosotros mismos, inventando
condicionantes insolubles, situaciones insuperables, puntos de partida
inaccesibles. No es de extrañar que Nietzsche608 dijese que la vida quiere
el engaño; vive del engaño. Esa mentira que uno se dice a sí mismo para
rehuir la libertad es lo que llamaba Sartre609 mala fe.
La otra forma de auto-mentira personal es la ceguera ontológica,
mediante la que agrupamos o encasillamos nuestras observaciones, las
categorizamos. Ese proceso acaba por forzar a la cruda observación,
doblegándola hasta que se adecue al tamaño y la forma de la casilla o
categoría. Siempre encontraremos las suficientes pruebas para engañarnos
a nosotros mismos, obsesionados por confirmar nuestro conocimiento
subjetivo, en lugar de luchar contra nuestra profunda, extensa y
autocomplaciente ignorancia.
M ETAFÍSICA
La metafísica, según Aristóteles, es un procedimiento por el que
escudriñamos la realidad para intentar conocer cuáles son sus principios y
fundamentos, más allá de cualquier sustancia o ente material. En realidad,
Aristóteles nunca utilizó el término metafísica, sino que se refería a ella
como filosofía primera (próte philosophia) porque para él era el
conocimiento auténticamente importante, aquello que nos permitiría
acceder radicalmente a la realidad. El término de metafísica, como es bien
conocido, lo inventó Andrónico de Rodas en el siglo I aC, con motivo de
la primera edición de las obras de Aristóteles, a las que ordenó de forma
608 Friedrich Nietzsche. Humano, demasiado humano
609 Jean Paul Sartre. El ser y la nada
sistemática, al encontrarse con un conjunto de obras que no tenían
señalado ningún título específico. En concreto, las agrupó bajo el epígrafe
de tá metá ta physiká, es decir, los que están después de la Física.
Aunque la metafísica suele despertar recelo o incluso rechazo entre
amplios sectores, que la ven como una especie de ente abstracto e
inservible, en la vida cotidiana todos – incluso los que la rechazan
abiertamente – hacemos metafísica. Decía Ortega 610 que el hombre hace
metafísica cuando busca una orientación en su situación, es decir, en su
vida. El hacer metafísico es un ingrediente ineludible de la vida humana,
decía Ortega; más aún, es lo que el hombre está haciendo siempre y todos
sus demás quehaceres son decantaciones y precipitados de aquel. La
metafísica es construcción del mundo con la circunstancia, en la vida
humana.
La metafísica se hace personalmente, en la soledad de la reflexión, allí
donde fabricamos nuestras convicciones más profundas que, quizás luego,
podremos compartir con las de los demás e incluso hacerlas converger.
Nadie, por excelente que sea su voluntad, puede darnos hechas nuestras
convicciones; tenemos que convencernos a nosotros mismos, Ortega dixit.
La metafísica y toda la filosofía nacen del superávit cerebral del ser
humano, de la condición de no necesitar todo el esfuerzo mental en
solucionar la supervivencia biológica. El hombre filosofa y se dedica a la
contemplación estética cuando puede disponer de tiempo libre y de
sosiego; el ocio es el origen de la filosofía según Habermas611.
Tomás de Aquino612 afirmaba que entre todas las ciencias la maestra es
la metafísica, la ciencia de la verdad, aquella que indaga las primeras
causas, las más altas, de las que depende el ser de todas las cosas, la
realidad que no puede ser reducida a elementos mensurables; pero también
la realidad donde lo inmaterial tiene una especial conexión con la
610 José Ortega y Gasset. Unas lecciones de metafísica
611 Jürgen Habermas. Perfiles filosófico-políticos
612 Tomás de Aquino. Sententia super Metaphysicum
naturaleza del ser. Por eso, la metafísica es un método diametralmente
opuesto a la dialéctica materialista, según Victor Afanasiev613.
Personalmente, defiendo la idea de que la materia y el espíritu son
elementos recíproca e indisolublemente interdependientes en el hombre y,
en general, en todo ser vivo, sin que uno pueda reducirse al otro; son dos
de las caras de una misma realidad, en la que el espíritu no es una
negación de la materia, de la misma forma que la ausencia de masa de un
fotón no le quita su condición de partícula. Solo podemos considerar a
cada uno de ellos en razón de sus resultados, de sus efectos sobre
diferentes objetos y medios, de los métodos de observación y
contrastación que utilicemos; pero sobre todo, depende de lo que
busquemos y de la apertura intelectual para enfrentarnos a lo que no
entendemos.
La metafísica nos invita, precisamente, a no despreciar lo que
ignoramos.
M IEDO
El miedo es una emoción desagradable, estrechamente vinculada con
la angustia, que es inducida por la percepción de una situación, real o
potencial, de riesgo. Es uno de los sentimientos más universales, que
afecta no solo al ser humano, sino al conjunto de los animales, al menos a
aquellos con un sistema nervioso complejo. Tal universalidad nos habla a
favor del propio miedo; gracias a él evitamos complicaciones y
sobrevivimos; la naturaleza parece decirnos: sé miedoso, los cementerios
y los estómagos de los depredadores están llenos de valientes y de
imprudentes.
En términos estrictamente biológicos, la experiencia del miedo se
localiza anatómicamente en el ser humano en el sistema límbico, un centro
encefálico implicado en la regulación de las emociones y, en general, en
las funciones requeridas para la conservación de la vida del individuo,
613 Victor Afanasiev. Fundamentos de filosofía
como huir, evitar el dolor o pelear. Tal es la importancia del proceso que,
cuando el sistema límbico fija su atención en un objeto potencialmente
amenazante, los lóbulos frontales – normalmente encargados de dirigir la
atención consciente – son parcialmente desactivados.
Como reacción defensiva, el miedo está estrechamente relacionada
con la ansiedad; de hecho, el miedo produce ansiedad, haciendo que el
organismo se disponga en situación de alerta, no solo mental, sino también
metabólica: se acelera el pulso, aumenta el nivel de glucosa en sangre, los
músculos reciben mayor aporte de sangre, las pupilas se dilatan –
midriasis – y se aprecian otros cambios, todos ellos dirigidos a potenciar la
vigilancia del entorno y facilitar una rápida respuesta orgánica a una
posible agresión o de huida.
Para José Antonio Marina614, todos los miedos comparten un esquema
similar, en el que se puede apreciar un desencadenante, siempre
interpretado como amenaza o peligro, que provoca un sentimiento
desagradable, de alerta, inquietud y tensión, que suscita deseos de
evitación o huida. En ocasiones, sin embargo, si el estímulo es muy
intenso o el sujeto presenta una notable vulnerabilidad, puede producirse
también un estado de sobrecogimiento, en el que sujeto queda paralizado –
a veces de forma duradera o, incluso, permanente – y sin capacidad de
reacción. Y, en casos excepcionales, la reacción miedosa puede llegar al
extremo de provocar la muerte.
Existen miedos normales; es decir, aquellos cuya vivencia está en
proporción a la gravedad del estímulo que los provocan. Son los que nos
permiten sobrevivir en circunstancias de riesgo real y no anulan la
capacidad de control y respuesta, antes al contrario, la intensifican; no
tener miedo en presencia y al alcance de un animal salvaje y agresivo, más
que ser valiente significa ser un perfecto imbécil, inconsciente de un
riesgo real, objetivo. Frente a ellos, en los miedos patológicos existe una
desproporción entre la respuesta psico-orgánica y la intensidad del
estímulo, tanto en su activación del sentimiento como en su regulación.
Arrojarse por la ventana de un quinto piso ante la presencia de un pequeño
614 José Antonio Marina. Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía
ratón en la habitación es una reacción que sugiere la existencia de una
grave psicopatología.
En primera instancia, el miedo es una emoción individual, pero en
tanto que los sentimientos también se educan y se desarrollan, los miedos
también pueden heredarse y comunicarse. Los miedos heredados o innatos
están en relación con situaciones que amenazaron la supervivencia de
nuestros antepasados. El miedo también puede manipularse, pudiendo
convertirse en un arma de control social y de dominación. El único
requisito auténticamente necesario para cualquier aprendiz de manipulador
social es saber jugar con el miedo, creando escenarios falsificados
intimidantes para una mayoría de la población. El miedo a la inseguridad
frente a la delincuencia, al enemigo real o inventado o a una epidemia
puede producir estragos en una sociedad, paralizándola y poniéndola a los
pies del hábil demagogo.
El miedo al poder económico y a las tendencias endogámicas de
algunos círculos judíos llevó a muchos alemanes a dar credibilidad a las
proclamas nazis de preguerra; la omnipresencia de la informática en la
vida humana llevó a muchas personas a tomar decisiones absurdas como
suspender viajes, no salir de casa, acumular víveres, etc., en el último
cambio de milenio, por el llamado efecto 2000615, que provocó inútiles
gastos multimillonarios en seguridad informática y produjo un beneficio –
también multimillonario – a la misma industria que había sido la única
causante del supuesto problema. Un milenarismo tecnológico tan
infundado como el teológico del año 1000.
Sin embargo, no hay que llegar a estos extremos para hacernos una
idea de la importancia del miedo en el comportamiento social de los seres
humanos. El miedo al castigo ha sido – y lo sigue siendo en cierta medida
615 El efecto 2000 consistió en un fallo de programación informática provocado por
utilizar solo dos dígitos para señalar las fechas anuales, asumiendo que todas
empezaban por 19, por lo que el día 1 de enero de 2000 sería interpretado por las
aplicaciones informáticas como el 1 de enero de 1900 o, en el caso de las versiones
más antiguas del sistema operativo Windows, como el 1 de abril de 1980 (fecha de
creación del MS-DOS)
– un elemento básico en los sistemas educativos y, en definitiva, en la
socialización de los niños. También el miedo es un eficaz instrumento en
otros ámbitos sociales: todo el derecho penal se fundamenta en el miedo a
la imposición de perjuicios para el delincuente, como una multa o la
pérdida temporal de la libertad; o incluso la pérdida de la vida, en los
países donde se mantiene la pena de muerte en su ordenamiento judicial.
Más allá de esto, asistimos a la transformación de una sociedad de
carácter industrial en otra de carácter tecnológico, donde el riesgo o la
incertidumbre – y con ellos, el miedo a lo imprevisible – son los aspectos
distintivos. Hasta hace poco, las sociedades estaban sometidas a las
amenazas por riesgos naturales – sequías, terremotos, etc. –. Hoy, sin
embargo, nos enfrentamos con riesgos de origen humano, ligados al
impacto de nuestra propia tecnología sobre la naturaleza y nuestra propia
civilización. Para Ulrich Beck616, la gestión del riesgo es el rasgo esencial
del nuevo orden global, en el que el hombre es incapaz de medir las
consecuencias de su propio desarrollo tecnológico: la guerra nuclear, el
cambio climático...
La utilización sistemática del miedo como arma política es lo que
denominamos terrorismo, fundamentado en la realización de actos de
violencia física o moral premeditados y concatenados, generalmente
indiscriminados, entre la población. Sean particulares, grupos o gobiernos
dictatoriales, los terroristas suelen justificar sus acciones en función de
unos fines, siempre más importantes – para ellos – que los daños causados
a los demás. Para el terrorista, las demás personas siempre tienen un
carácter abstracto; son el pueblo, los otros, ellos, el enemigo, los
cómplices, etc. Por eso, para el terrorista, el daño no buscado que provoca
en su paranoica lucha siempre tiene un carácter colateral, pero en
cualquier caso beneficioso para sus fines.
El daño solo adquiere carácter personal para el terrorista cuando, a
consecuencia de sus acciones o en respuesta a ellas, él o su círculo
próximo es afectado directamente, lo que les convierte automáticamente
en héroes o mártires. El terrorista, sea quien sea, siempre busca crear un
616 Ulrich Beck. La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad
círculo vicioso: provocar la respuesta del enemigo y cuanto más dura y
generalizada sea ésta, tanto mejor. Una vez conseguida tal respuesta, ya
queda perfectamente legitimado – así se siente él – para responder a la
agresión.
Porque el terrorista siempre es el otro.
M ISERIA Y POBREZA
La mayoría de los seres humanos son pobres. Su pobreza no es el
resultado de un desapego voluntario por los bienes materiales; su pobreza
es trágica porque es impuesta contra su propia existencia, porque es
provocada por la privación real de los medios que permitirían calificar
honestamente a la existencia como vida. Por ello, la pobreza, esa pobreza,
es miseria. Es desgracia, es infortunio. Es muerte. Es la muerte que acaba
con veinte mil personas cada día.
Pero también es la muerte de la sociedad opulenta, la de una sociedad
con la conciencia anestesiada; es la miseria moral de los que consentimos
que tal situación se perpetúe en el tiempo y en el espacio. Muchos
afirmamos amar a la Humanidad, pero ignoramos a nuestros vecinos;
explotamos a todo aquel que no puede oponer resistencia, robamos de una
forma u otra sus recursos o pagamos precios claramente inferiores al valor
real de sus productos elaborados; ayudamos a perpetuarse en el poder a
gobiernos corruptos para favorecer nuestros intereses. Pero, eso sí, nos
tenemos a nosotros mismos como abanderados de la libertad y de la
democracia.
La explotación no es la causa de la pobreza; se trata más bien de su
resultado. En el origen de la pobreza existe un entramado, un círculo
rígidamente vicioso, que combina la ausencia generalizada de educación
infantil, la sobreexplotación de los recursos naturales, la mala gestión
empresarial, las profundas desigualdades económicas, la ausencia de
infraestructuras, la precariedad o la ausencia de sanidad pública, la falta de
formación profesional de los adultos, la desnutrición crónica y
generalizada, etc. Mientras no se rompan varios dientes de esta rueda, la
maquinaria seguirá generando pobreza y miseria.
Plácidamente acomodados, los miembros de las sociedades
económicamente desarrolladas creemos que nuestras donaciones, nuestra
caridad organizada – de la que ni siquiera nos molestamos en comprobar
su eficiencia real – es la respuesta. Ni siquiera nos sonrojan las abismales
diferencias entre lo que aportamos a los países más pobres y los gastos
superfluos que hacemos: juego, ostentación, consumo de drogas, tabaco,
bebidas alcohólicas, etc.
Probablemente, la mayoría de las personas solo llegamos a ser
prudentes por la vivencia de experiencias personales previas, lo que ayuda
a explicar la generalizada apatía frente al sufrimiento ajeno. La
resignación con que aceptamos la pobreza de los otros no es otra cosa que
la expresión eufemística de nuestra indolencia. Nuestra inoperancia se
agarra a excusas como la corrupción imperante en la mayoría de los
gobiernos de los países pobres. No les ayudamos porque “se lo van a
embolsar los gobiernos o los funcionarios corruptos”. Y, sin embargo, los
datos se nos vuelven contra nuestras conciencias, porque resulta que los
mayores índices de corrupción se producen en las economías más
rápidamente expansivas.
Una visión como la comentada hasta ahora puede resultar
excesivamente apocalíptica. Desgraciadamente, no lo es. Pero aún estamos
a tiempo de revertir el proceso de empobrecimiento extremo. De hecho, y
quizás por primera vez en la historia de la Humanidad, estamos en
condiciones materiales y tecnológicas de erradicar a plazo medio la
pobreza extrema. ¿Cuánto se necesita para acabar con la pobreza extrema?
Obviamente, todo depende de cómo definamos los umbrales de pobreza y
de cuáles sean los objetivos que pretenden alcanzarse: erradicar
simplemente el estado de calamidad actual o facilitar además las
condiciones para que cada pueblo se desarrolle por sí mismo. Lo primero
supone perpetuar la dependencia, por no decir la esclavitud, del mundo
pobre por parte del mundo rico.
Un hombre que no tiene la posibilidad de adquirir propiedad, sólo
tiene interés en comer lo más posible y trabajar lo menos posible, decía
hace dos siglos y medio Adam Smith; es decir, un hombre al que solo se le
brinda beneficencia, sólo aspira a seguir viviendo de ella.
Con el 0,5% del producto interior bruto (PIB) de los países ricos,
menos de 200.000 millones de dólares, se podría erradicar la situación de
indigencia actual. Pero desarrollar infraestructuras productivas y culturales
en los países pobres, compensar las consecuencias del cambio climático
(sequías, etc.), reconstruir los países arrasados por conflictos bélicos en los
que han sido solo víctimas de intereses ajenos, amén de otras
circunstancias de similar índole, requeriría otro 0,2% adicional, hasta
alcanzar el ya famoso 0,7%. Esta aportación permitiría a las naciones más
desesperadamente pobres crear su propio tejido económico y productivo, y
ser protagonistas de su historia y desarrollo, siempre y cuando fuésemos
capaces de quitar de en medio a los sátrapas que les gobiernan desde la
opresión y sobre la ignorancia.
Plantear un objetivo de mejora y de progreso es sin duda un deseo
legítimo para cualquier persona y para cualquier sociedad. El problema
suele consistir en la forma mediante la que se pretende alcanzar dicho
objetivo. Hay esfuerzos y sacrificios que pueden no compensar las
mejoras conseguidas, especialmente cuando ni las mejoras reales
obtenidas ni lo sacrificado son decididos por los propios protagonistas.
Los economistas hablan de crecimiento antieconómico cuando los
incrementos de la producción se consiguen a expensas de unos recursos y
de un bienestar que tienen más valor que los propios productos fabricados.
Sin embargo, es importante considerar que, aunque las mediciones
económicas son importantes para evaluar la magnitud de los problemas de
desarrollo, a la hora de incrementar la velocidad de un automóvil es
mucho más útil disponer de un motor más potente y un depósito lleno de
combustible que un velocímetro más preciso.
Tony Judt617 decía que cuanto mayor es la distancia entre la minoría
acomodada y la masa empobrecida, más se agravan los problemas
617 Tony Judt. Algo va mal
sociales, lo que parece ser cierto tanto para los países ricos como para los
pobres; no importa lo rico que un país sea sino lo desigual que es, porque
la desigualdad es corrosiva y corrompe a las sociedades desde dentro.
Pero el mundo requiere mucho más que consideraciones de carácter
ético sobre la pobreza extrema. Marx consideraba que los filósofos se
habían limitado a interpretar el mundo de distintas formas, pero de lo que
se trataba era de cambiarlo. Y no le faltaba razón al fundador del
materialismo histórico, a pesar de que sus propias propuestas
revolucionarias tampoco fueran la respuesta adecuada a la pobreza y al
injusto trato del hombre por el hombre. Contra el mal de un utopismo
irracional y autofrustrante, que en ocasiones lleva a la justificación de la
acción violenta, Popper618 opinaba que había que trabajar para la
eliminación de males concretos más que para la realización de bienes
abstractos, sin pretender establecer la felicidad por medios políticos.
Popper proponía que había que tender más bien a la eliminación de las
desgracias concretas y luchar por la eliminación de la miseria por medios
directos.
Basta de palabras y apliquémonos a ello.
M ISTERIO Y RELIGIÓN
Un misterio es una pregunta que se hace a sí misma nuestra
inteligencia sentiente y para la cual somos conscientes de que no
obtendremos nunca una respuesta satisfactoria, porque esa respuesta
sobrepasa la propia condición humana. El misterio trasciende a la duda, la
eleva a una dimensión extra.
Más allá de los atajos pseudocientíficos y de los fuegos de artificio
psicológicos de algunas hipótesis que la han pretendido desacreditar como
una respuesta atávica irracional, la fe es un reto formidable para la
comprensión humana: no entiendo por qué creo, pero creo. Naturalmente,
la fe puede ser estudiada como un fenómeno psicológico y miles de
618 Karl R. Popper. Utopía y violencia
estudios así lo atestiguan; pero ninguno ha sido capaz de demostrar de
forma rigurosa que la fe sea una inconsistencia mental o un mecanismo
psicológico de autodefensa. Si así fuera, las religiones tendrían sus días
contados o estarían enterradas desde hace siglos en el panteón de los
grandes pensamientos, allí donde duermen el sueño definitivo la mayoría
de las ideas que nacieron con vocación de ser eternas. Este problema para
entender la estructura profunda de la fe – la forma en que enraíza en la
mente humana – no deberíamos traducirla simplemente como la ausencia
de un conocimiento concreto, de algo que no sabemos pero que, antes o
después, acabaremos por saber.
La fe entra dentro de la categoría de los misterios, aquellas preguntas
de las que estamos convencidos que no tienen respuesta en términos de
inteligencia humana. Karl Rahner619 decía que el misterio no debe
confundirse con lo no sabido, lo que aún no ha sido descubierto; el
misterio es más bien aquello que, precisamente como lo impenetrable, se
encuentra ahí, está dado, no tiene que ser producido, sino que es horizonte
indominable y dominador de todo comprender. Para Pedro Rodríguez
Panizo620, el misterio no es lo incognoscible, puesto que esto último es en
realidad el límite de lo problemático, sino la trascendencia, que es
diferente de todo lo conocido y de todo lo desconocido.
Un misterio es algo parecido a lo que los matemáticos denominan
axioma, una proposición considerada como evidente y que, por tanto, se
acepta sin requerir una demostración previa; en términos lógicos, es una
proposición no deducida a partir de otras. Por lo tanto, algo así podríamos
considerarlo no como el núcleo de la ignorancia sino más bien como
origen del conocimiento. Permítame que me explique.
Acepto que la fe pueda experimentarse sin una explicación racional;
puedo entenderla como la expresión de una confianza íntima. Pero la
mayoría de los creyentes necesitamos algún grado de fundamentación
humana – y, por tanto, racional – para que esta fe pueda arraigar
619 Karl Rahner. Curso fundamental sobre la fe: introducción al concepto de
cristianismo
620 Pedro Rodríguez Panizo. La herida luminosa
auténticamente en cada uno, porque una fe sin fundamento racional es
como una semilla plantada en un erial. Joseph Ratzinger621 afirmaba que es
un abuso alegar el misterio, como sucede no pocas veces, como pretexto
para negar la comprensión; el verdadero misterio no quiere destruir la
comprensión, sino posibilitar la fe como comprensión. El fundamento es
la inteligencia.
Aquellos, incluyendo a algunos cristianos, que pretenden identificar el
misterio de la fe cristiana con el oscurantismo y la ignorancia, parece que
no han entendido nada porque, como dice Lucas su evangelio 622, no se
enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla
debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los
que entren vean la luz, porque no hay nada oculto que no se descubra
algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado.
Robert Zaehner623, antiguo director de la cátedra Spalding de
religiones orientales y ética de la Universidad de Oxford, consideraba que
la racionalización griega del cristianismo le perjudicó gravemente, al
empeñarse en definir lo indefinible. Jesús – decía Zaehner – rechazó a
escribas y fariseos no por ser ser creyentes judíos – no hay que olvidar que
el propio Jesús también lo era – sino como enfrentamiento con los rígidos
formalismos y la opresión religiosa de cualquier época, que deshumanizan
la experiencia religiosa. Perdí mi fe pensando en los dogmas, en los
misterios en cuanto dogmas, decía Unamuno624, la recobro meditando en
los misterios; en los dogmas en cuanto misterios.
La iluminación, el conocimiento trascendente, va más allá – por eso es
trascendente – del simple conocimiento racional. Éste nos ayuda,
inseparablemente unido a nuestros sentimientos, a lo largo del viaje vital
o, mejor aún, es la forma bajo la que viajamos por la vida. Pero la
percepción de una verdad que trasciende a la propia vida debe implicar
621 Joseph Ratzinger. Introducción al cristianismo
622 Lucas (Evangelista). Lc 8, 16-17.
http://www.vatican.va/archive/ESL0506/__PVQ.HTM
623 Robert Charles Zaehner. The convergent spirit. Towards a dialectic of religion
624 Miguel de Unamuno. Diario íntimo
otro nivel de certidumbre, otra clase de verificabilidad. Para ver el paisaje
que nos rodea a lo largo de nuestro trayecto vital necesitamos luz, pero la
luz no sale de nuestros ojos sino que estos solo recogen el reflejo de
aquella cuando ilumina a la realidad, la interna y la externa. La luz debe
provenir de algún sitio fuera de nosotros. El misterio, lejos de ser fuente
de oscuridad, se convierte así en un manantial luminoso.
De un lado, la necesidad de encontrar coherencia entre la fe en un
Dios personal y un mundo natural que muestra un elevado grado de
coherencia física, y por otro lado el omnipresente cientificismo de las
sociedades occidentales, todo empuja al creyente a encontrar inteligencia
en su fe. Sin embargo, el auténtico problema es que se nos hace difícil
desprendernos de nosotros mismos; tenemos un deseo de egoísmo
fundamental que quisiera que todo viniese de nosotros, que todo tenga
relación con nosotros, tal como aseguraba Bernard Sesboüé625.
Tenemos fe, decía John Haught626, entre otros motivos porque somos
atraídos a una dimensión de profundidad; somos interpelados y
respondemos a ese infinito misterio de ser, sentido, verdad, bondad y
belleza que los credos teístas denominan Dios, sin que tal afirmación se
oponga bajo ningún concepto a las explicaciones evolucionistas de la vida
y de la autoconsciencia.
El propio ser, aquello que no se deja disolver por la dialéctica de la
experiencia, es un misterio en el que el yo del hombre queda plenamente
involucrado y comprometido, dice Gabriel Marcel627; por esta razón, el
hombre no puede representar, ni demostrar, ni tampoco delinear el ser,
sino sencillamente reconocerlo en la intuición de una trascendencia que la
propia existencia encuentra y con la que se vincula. Por eso, Martin
Buber628 llegaba a afirmar que la relación vital del hombre es triple: su
625 Bernanr Sesboüé. El hombre actual quiere un acto de fe que sea inteligente.
https://www.tendencias21.net/El-hombre-actual-quiere-un-acto-de-fe-que-seainteligente_a1504.html (16 de abril de 2007)
626 John F. Haught. Dios y el nuevo ateísmo
627 Gabriel Marcel. Diario metafísico
628 Martin Buber. ¿Qué es el hombre?
relación con el mundo y las cosas, su relación con los hombres, tanto
individual como pluralmente, y su relación con el misterio del ser, que
penetra en aquellas otras relaciones pero que las trasciende infinitamente,
misterio que el filósofo denomina lo Absoluto y el creyente Dios, pero que
ni siquiera quien rechaza ambas denominaciones es capaz de eliminarlo
realmente de su situación.
M ÍSTICA
El término mística procede del griego mystikós, que expresa algo que
tiene carácter cerrado o misterioso. Suele utilizarse para referirse a
cualquier experiencia extrema por la que una persona es capaz de conectar
directamente su espíritu con lo Sagrado, con el Misterio, alcanzando un
estado mental de máxima abstracción con respecto a la realidad
circundante. Más inespecíficamente, el término se usa también para
calificar a cualquier acción o actitud humana aparentemente no
condicionada por las circunstancias.
Prácticamente, todas las religiones – especialmente, las monoteístas,
pero también aquellas con un concepto más difuso de la divinidad, como
el budismo – tienen una mística que es protagonizada por unos pocos
individuos. La mística viene a ser como una perforadora espiritual de la
realidad total que, aislándose – aparentemente, al menos – de cualquier
influjo exterior, permite al espíritu humano llegar a identificarse con el
propio misterio, haciéndose uno con lo infinito, con lo sagrado. Decía
Michel de Certeau629 que los místicos son aquellos exploradores intrépidos
que no se cansan nunca de caminar; los que se arriesgan, llenos de
confianza y amor, a descubrir la terra incognita del Misterio de Dios; los
teólogos, por el contrario, se parecen más a los cartógrafos que van detrás
de ellos intentando trazar, con temor y temblor, un mapa que permita
orientarse en lo infinito. Un infinito que está en la propia realidad.
629 Michel de Certeau. La invención de lo cotidiano
En la teoría cuántica de campos, el campo cuántico existe siempre y
en todos los lugares; nunca puede ser eliminado. Es quien transporta a
todos los fenómenos naturales; es el silencio – la benevolencia
incomprendida – de Dios, la cuna que acoge la realidad, tal como lo
expresa Fritjob Capra630. Un campo, la realidad, en la que las partículas –
constituyentes del inseparable binomio materia-energía – son simples
condensaciones locales del campo, concentraciones de energía que viene y
va, perdiendo así su carácter individual y disolviéndose en el campo
subyacente.
Este paralelismo entre la descripción de los fundamentos de la física
cuántica y la mística no implica, ni mucho menos, que la ciencia necesite
del misticismo, como tampoco los místicos necesitan de la ciencia. Son
direcciones ortogonales del conocimiento humano; para los místicos lo
importante es la propia experiencia de la realidad, mientras que la ciencia
busca describir y objetivar – medir – esa experiencia de la realidad.
La cuestión es que el hombre necesita a ambas formas de
conocimiento, como recalca Capra; al fin y al cabo, los patrones y
esquemas que los científicos observan en la naturaleza están íntimamente
relacionados con los patrones y esquemas existentes en sus mentes, con
sus conceptos, sus pensamientos y sus valores.
Para Emile Cioran631 la mística española fue un momento divino de la
historia humana. El mérito de España – decía Cioran – ha consistido no
solo en haber cultivado lo excesivo y lo insensato, sino también en haber
demostrado que el vértigo es el clima normal del hombre que ha
suprimido la distancia entre el cielo y la tierra.
La mística es una evasión fuera del conocimiento. Unamuno632
afirmaba que nuestros místicos no fueron al misticismo por desdén o
hastío de la razón, de la teología o de la ciencia, sino más bien por el
doloroso efecto entre lo desmesurado de sus aspiraciones y lo pequeño de
la realidad que habían llegado a conocer.
630 Fritjob Capra. El tao de la física
631 Emile Michel Cioran. De lágrimas y de santos
632 Miguel de Unamuno. En torno al casticismo
Pensar que tantos teólogos y filósofos han perdido días y noches
buscando pruebas de la existencia de Dios, olvidando la única…, la
música, decía Cioran. Cuando escuchamos a Bach, vemos germinar a
Dios. Su obra es generadora de divinidad. Tras un oratorio, una cantata,
una Pasión, Él tiene que existir; de lo contrario toda la obra del Cantor
sería una ilusión desgarradora. Por el contrario, la teología es la versión
atea de la fe, aseguraba Cioran; el mínimo balbuceo místico está más
cerca de Dios que la Summa Theologiae.
M ITOS
Denominamos mito a un relato, generalmente de origen ancestral y de
transmisión oral, que trata de ofrecer una explicación no argumental sino
emocional de los fenómenos que exceden al conocimiento humano;
mayoritariamente, se refiere a viejas leyendas sobre el origen de las
fuerzas de la naturaleza o de la condición humana.
Los mitos son, pues, narraciones imaginarias que a través de símbolos
o descripciones exaltadas, antecedieron al conocimiento sistemático; se
quiera o no, el mito es la primera forma de reflexión que tuvo el ser
humano primitivo cuando la resolución de la mera subsistencia biológica
permitió disponer de cinco minutos para preguntarse sobre los fenómenos
que percibía. Sin embargo, el mito se convierte en perversión intelectual –
en manipulación, en podredumbre mental – cuando pretende suplantar al
conocimiento sistemático. El mito fue el recién nacido del pensamiento
sentiente humano y, aunque esto es enternecedor, todos aspiramos a pensar
y conocer más y mejor que un bebé.
El mito se convierte en creencia social a través del aislamiento
cultural, el cual aborrece la verificación porque ello implica la
contrastación con el otro – la dialéctica – y la observación sistemática. El
mito nace habitualmente de fenómenos reales e incluso contrastados
históricamente, a los que aporta una imaginativa fábula explicativa que no
es comprobable, por definición.
Aunque hay muchos tipos de mitos, según el fenómeno al que se
refiera, en última instancia los mitos tienen que ver fundamentalmente con
los sentimientos religiosos y morales. Son los mitos teogónicos (relativos
al origen y el comportamiento de los dioses), cosmogónicos (creación y
evolución del mundo, del universo, del hombre), etiológicos (origen de los
fenómenos y entes naturales), escatológicos (relativos al fin o al destino
de la existencia del mundo o de la humanidad) y morales (relativos al bien
y al mal, a la felicidad, etc.). Quizás, podríamos añadir algunos tipos de
mitos que más modernos, como los políticos, los sociales, los económicos,
etc., que, aunque de existencia efímera, su esencia concuerda plenamente
con la definición que planteamos inicialmente, aunque ahora los
denominamos leyendas urbanas.
Sin duda, el sentimiento religioso está particularmente ligado al
mundo mítico humano, aunque no es fácil identificar la aparición de las
manifestaciones religiosas en el hombre primitivo, de igual manera que
tampoco lo es establecer cuál fue la primera expresión auténticamente
artística de nuestros antecesores. Peter Watson 633 apunta tres posibles
requisitos para poder hablar de la existencia de un sentimiento religioso en
el hombre primitivo. De un lado, existiría la creencia de que algo que no
se identifica con el propio cuerpo es capaz de sobrevivir a éste tras la
muerte; algo así como una visión primitiva del alma. Un segundo requisito
sería la creencia de que determinados individuos del grupo tienen una
conexión más directa o más potente con un ser supremo que trasciende a
todos y, por último, la creencia de que ciertos ritos pueden influir en la
realidad cotidiana.
Hay un hecho que sugiere la consistencia del pensamiento religioso
inicial. Mientras que los seres humanos primitivos fueron bastante torpes a
la hora de construir edificios sólidos, seguros y cómodos para vivir dentro
de ellos, los primeros monumentos funerarios conocidos datan de tiempos
muy anteriores a la arquitectura doméstica más evolucionada; es decir,
para nuestros antecesores, la morada de los muertos tenía aparentemente
mucha más relevancia que la de los vivos.
633 Peter Watson. Ideas. Historia intelectual de la humanidad
Aunque puede argumentarse a favor del miedo mitológico,
difícilmente puede atribuirse solo a este sentimiento la ponderación que
daban nuestros abuelos a la vida ultraterrena. Posiblemente, el culto a los
muertos fuese previo incluso a la creencia en un ente supremo; al menos,
ese culto era más espiritual que la propia consistencia de los primeros
dioses, basados en la humanización de fenómenos o elementos naturales,
como el Sol, la Luna o la lluvia. Algo les decía que morir significaba
renacer y los ciclos naturales les invitaban a creer en ello; y lo que unía la
muerte y el renacimiento de la persona era, simplemente, el alma inmortal.
Sin embargo, para Bertrand Russell634 los tres impulsos humanos que
representan la religión son el miedo, la vanidad y el odio; su propósito
sería – según Russell – dar una cierta respetabilidad a estas pasiones,
siempre que vayan por ciertos canales.
Sin embargo, para Mircea Eliade635 el deseo del hombre religioso de
vivir en lo sagrado equivale, de hecho, a su afán de situarse en la realidad
objetiva, por no dejarse paralizar por la realidad sin fin de las experiencias
puramente subjetivas, de vivir en un mundo real y eficiente, y no en una
ilusión. Aunque a algunos les parezca paradójico, para el hombre religioso
lo sobrenatural está indisolublemente ligado a lo natural porque la
Naturaleza expresa siempre algo que la trasciende.
¿Es el sentimiento religioso la alucinación de un mono loco o
asustado? ¿Por qué el sentimiento artístico es valorado como un claro
signo de evolución intelectual hacia el ser humano moderno, mientras que
algunos consideran que el sentimiento religioso es la reliquia de una
psique inmadura?
Quizá la trascendencia ha estado llamando a la puerta del hombre
desde el mismo despuntar de su autoconsciencia. ¿No serían los primeros
mitos los ecos distorsionados de esa llamada?
634 Bertrand Russell. ¿Por qué no soy cristiano?
635 Mircea Eliade. Lo profano y lo sagrado
M ORAL
Si la razón no está delimitada por la afectividad corre el peligro de
agotarse en una deliberación interminable nos recuerda José Antonio
Marina636, para quien el lenguaje interior fracasa cuando no es capaz de
dirigir la conducta o cuando se somete a módulos expresivos – creencias,
sentimientos, presiones sociales – rígidos, encapsulados. De nada sirve
una inteligencia relacional fabulosa si no la orientamos, dándole un
sentido, un conjunto de objetivos vitales en los que nos identifiquemos, y
además lo hagamos ateniéndonos a unas normas rigurosas que solo
nosotros mismos, a través de nuestra propia conciencia, podemos darnos.
Por consiguiente, solo desde un profundo autoconocimiento puede
hablarse de moral. Quien no se conoce a sí mismo, difícilmente podrá
regular su comportamiento individual con los demás. Para Kierkegaard 637,
el enfoque ético siempre está motivado desde dentro: no es cuestión de
aprender una serie de normas y obedecerlas; se trata de transformarnos en
alguien cuyas opiniones coincidan con el deber, siendo lo importante de
adquirir el autoconocimiento para transformarse en el “individuo
universal”, alguien que elige convertirse en un modelo para la humanidad.
Solo empuñando el control de la propia vida y llevándola más allá de los
sucesos contingentes es posible realizar la propia naturaleza, según el
filósofo danés.
Entre las tendencias o corrientes filosóficas básicas sobre la naturaleza
de la moral, es preciso citar al intelectualismo moral, que afirma que la
única condición para la conducta moral es el conocimiento; es decir, que
para ser buenos es necesario y suficiente el conocimiento de la bondad. En
este sentido, John Locke638 consideraba que todo nuestro conocimiento
deriva en última instancia de la información que cada uno recibe a través
de los sentidos. Para Locke, nacemos sin ningún conocimiento ni principio
636 José Antonio Marina. La inteligencia fracasada: teoría y práctica de la estupidez
637 Soren Kierkegaard. O lo uno o lo otro
638 John Locke. Ensayo sobre el entendimiento humano
moral inherente o innato, la tabla rasa a la que critica Steven Pinker,
siendo la experiencia la única fuente de nuestro conocimiento, incluso
cuando solo reflexionamos, en lugar de percibir.
Por su parte, el emotivismo moral se encuentra más cercano a una
concepción quizás más difundida, que consolida la importancia de los
sentimientos y las emociones en la vida moral. Entre los defensores de
este último, el filósofo que históricamente más se ha asociado es David
Hume, para el que la razón puede ayudarnos a decidir cuáles son las
consecuencias útiles o perniciosas de las cualidades y las acciones, y por
consiguiente acepta un cierto papel en la experiencia moral, pero en
cualquier caso considera insuficiente.
Kant639 hacía una apelación a la conciencia moral para defender el
valor supremo del conocimiento y de la razón: no neguéis a la razón lo
que hace de ella el bien supremo sobre la Tierra, a saber, el privilegio de
ser la última piedra de toque de la verdad. Si no, indignos de esa libertad,
seguramente la perderéis y arrastraréis en esta desgracia a vuestros
semejantes, que son inocentes y estarían seguramente dispuestos a servirse
legalmente de esa libertad y, así, usarla con el fin del bien de la
humanidad.
Quizá una postura más radical, aunque no exenta de profundidad, era
la mantenida por Nietzsche640 que, en síntesis, consiste en que las
opiniones recibidas sobre las fuentes de la moralidad están equivocadas,
originándose muchas de ellas a partir de sentimientos rencorosos hacia los
demás o hacia uno mismo. Es más, el hecho de que los conceptos morales
tengan evolución histórica parece anular su valor absoluto y su
persistencia en el tiempo, según Nietzsche.
A finales del siglo XX, James Griffin641 realizó una síntesis
equilibrada entre emotivismo e intelectualismo sobre la moral, afirmando
la existencia de una cierta complicidad entre las funciones y cometidos de
la razón y el deseo en ética. Para Griffin, los deseos son configurados por
639 Immanuel Kant. Cómo orientarse en el pensamiento
640 Friedrich Nietzsche. La genealogía de la moral
641 James Griffin. Teoría ética
el entendimiento, y el entendimiento encuentra su guía en los deseos. El
deseo ya no es ciego; el entendimiento no carece de sangre.
Para Bertrand Russell642, el sabio inconformista y batallador, en todas
las épocas y en todas las naciones, la moralidad ha consistido casi por
entero en prohibiciones de diversas clases de actos, con el aditamento de
un reducido número de mandamientos para realizar otros actos. Para este
pensador ilustrado, la moralidad popular – incluyendo la de las iglesias –
establece reglas de conducta más que fines de vida; tampoco existe para él
una ética científica, ya que no incumbe a la ciencia decidir sobre los fines
de la vida. Russell, que era un científico, no ignoraba sin embargo que la
ciencia la construyen personas con principios morales, mejores o peores,
siendo él mismo un ejemplo. Por ello, aunque no exista una moral
científica, sí existe moral en los científicos, en tanto que personas; otra
cosa es que todos los científicos compartan los mismos principios morales.
En cualquier caso, Russell nos recuerda que no ha de considerarse la
esfera de acción individual como moralmente inferior a la del deber social.
Su receta especifica que todas las normas morales tienen que ser
comprobadas examinando si tienden a realizar los fines que deseamos,
pero sin que existan atajos para la vida recta, sea individual o social; y
para ello Russell nos aconseja formar la inteligencia, el autodominio y la
compasión. Al fin y al cabo, como indica Alasdair MacIntyre 643, moral
desciende etimológicamente de moralis, un término latino proveniente de
mos, moris – uso, costumbre – que utilizó Cicerón para traducir el griego
ethikos y que significa perteneciente al carácter, y el carácter de un
hombre no es otra cosa que el conjunto de las disposiciones que
sistemáticamente le llevan a actuar de un modo antes que de otro, a llevar
una determinada clase de vida.
López Aranguren644 establece una diferencia esencial entre ética y
moral. Para él, la moralización consiste en no rechazar todo código o
construirnos uno abiertamente a nuestro subjetivo capricho, sino en poseer
642 Bertrand Russell. Escritos básicos
643 Alasdayr MacIntyre. Tras la virtud
644 José Luis López Aranguren. De ética y de moral
el valor suficiente para someter a crítica y revisar no solo los artículos de
nuestro código moral, sino los principios en que se inspiran. La
moralización también consistiría en poseer la suficiente inteligencia
práctica y el necesario talante moral para crear nuevas pautas de
comportamiento, nuevos patrones de vida, todo ese afán creador de
moralidad que, fuera de todo código moral, inventa moralidad y
contribuye a crear una existencia mejor. La ética como disciplina
normativa – según López Aranguren – consiste no en dictarnos lo que
hemos de hacer, sino en ayudarnos a ese hacer orientándonos en medio de
las prescripciones concretas por el código moral bajo cuya vigencia
vivimos, de las formas de vida que constituyen el repertorio disponible en
nuestra sociedad, y de los principios y criterios en que se basa todo
sistema moral.
Aunque moral y religión son frecuentemente asociadas – cuando no
confundidas – entre sí, ambas constituyen elementos ortogonales, hasta el
punto de que una cosa es la vivencia moral, y otra la religiosa. Es decir, se
puede ser moral sin ser religioso y, aunque lo contrario no sea cierto, la
religión no se reduce solo a la moral; incluso entre ambas puede haber
importantes tensiones. El lado duro de la moral, el rostro adusto de la
exigencia ética – del comportamiento coherente –, la contradicción entre
el ser y el deber ser, produce una discordancia íntima.
La ética y la moral nacen del trabajo racional de cada persona por
buscar aquellas pautas de conducta o aquel uso de la libertad que nos
ayuden a todos a ser más humanos, individual y colectivamente. Es la
autonomía de la moral, en palabras de Torres Queiruga645.
Personalmente, considero que la ética es la linterna que nos permite
orientarnos en la inextricable y oscura red de los caminos de la moral, y
que nos muestra el peligro de sus atajos. El problema es que, a veces, se
nos agota la batería de nuestra ética o, simplemente, dirigimos su foco en
una dirección inapropiada.
645 Andrés Torres Queiruga. Recuperar la creación: por una religión humanizadora
L IBERTAD , VOLUNTAD , MORAL
No es infrecuente encontrar ligados entre sí los términos moral,
voluntad y libertad. De hecho, difícilmente pueden considerarse de forma
aislada y ninguno de ellos sin los otros tiene sentido humano. ¿Una moral
al margen de la libertad? ¿Una voluntad sin moral? ¿Una libertad sin
voluntad? Lo cierto es que todos ellos, junto con otras características, se
retroalimentan en un bucle ilimitado que descansa en la conciencia
humana.
La relación entre voluntad y libertad, en el seno de la razón humana,
constituye el paradigma de la moralidad, según Kant 646, hasta el punto de
que el auténtico destino de la razón tiene que consistir en generar una
voluntad buena en sí misma, y no como medio con respecto a uno u otro
propósito. El imperativo categórico de Kant no concierne a la materia de
la acción y a lo que debe resultar de ella, sino a la forma y al principio de
donde se sigue la intención, sea cual fuere su éxito: obra solo según
aquella máxima por la que puedas querer que al mismo tiempo se
convierta en una ley universal.
¿Qué sentido tendría ocuparse de moral si nuestros actos, nuestros
comportamientos, estuviesen rígidamente predeterminados? se pregunta
López Aranguren647. Por su parte, Ángel Rodríguez Luño 648 considera que
lo moral – en sentido genérico, comprensivo de lo bueno y lo malo – y lo
libre tienen exactamente la misma extensión. Todas las acciones libres, y
sólo ellas, son morales; todas las acciones morales, y sólo ellas, son libres.
Todo lo que el hombre libremente es y todo lo que deliberada y libremente
hace, queda dentro del campo moral; el hecho de que lo que libremente se
realiza sea un comportamiento privado, interpersonal o político no
introduce ninguna diferencia sustancial al respecto. Las acciones libres
dan lugar a un estilo de vida, a una personalidad moral; es decir, la
646 Immanuel Kant. Fundamentos para una metafísica de las costumbres
647 José Luis López Aranguren. De ética y de moral
648 Ángel Rodríguez Luño. Ética general
libertad no es sólo la fuente de un conjunto de acciones aisladas, porque
mediante sus acciones el hombre se conduce a sí mismo hacia la forma de
ser que libremente quiere darse.
En definitiva, considera Rodríguez Luño, el bien que constituye el
punto de referencia fundamental del autogobierno de la libertad es el bien
de la conducta, de algún modo el bien de la vida entera, de la forma de ser
que el hombre se da a sí mismo mediante sus acciones, y no el bien que se
refiere a la eficacia en la consecución de objetivos particulares.
V ERDAD Y MORAL
La búsqueda sincera de la verdad es lo que proporciona la tranquilidad
de ánimo necesaria para poder oír a nuestra voz interna, a la voz de la
conciencia. Si no buscamos permanentemente la verdad, la moral se
acartona y puede resbalar peligrosamente; puede, incluso, erigirse en una
especie de tótem inamovible que absolutice a toda la Realidad. Un cojo
reconoce que los demás andan derechos, mientras que un espíritu cojo
dice que son los otros los que cojean, decía Pascal649.
Es importante tener una actitud de búsqueda de la verdad, ante el
riesgo de que nosotros mismos nos la construyamos, incluso
involuntariamente. Por ello, es necesario discernir si un determinado
fenómeno tiene un carácter espiritual o es de tipo instintivo, con
independencia de que sea de carácter consciente o inconsciente. Por ello,
el significado de las cosas y de la propia existencia humana debe hallarse,
no puede darse. Y es uno mismo quien debe hallarlo, la propia conciencia,
en expresión de Viktor Frankl650.
Pero, ciertamente, no es fácil buscar la verdad y, mucho menos,
encontrarla. Sobre ello, Albert Dou651 polemiza acerca de los tipos de
verdad y de sus cualidades. Para él, las verdades teológicas son oscuras,
las filosóficas son discutibles, las históricas dependen del poder o
649 Blaise Pascal. Pensamientos
650 Viktor Fkankl. El hombre en busca del sentido último
651 Albert Dou. Fundamentos de la matemática
influencia de los gobiernos contemporáneos y las políticas están basadas
en principios harto dudosos. Las verdades de la biología, incluyendo la
medicina, son casi meramente empíricas y las de las ciencias sociales,
económicas y psicológicas, están basadas en la estadística y, en el mejor
de los casos, representan una más o menos válida probabilidad. Incluso las
verdades físico-químicas dejan mucho que desear, pues carecen de rigor y
no pueden dar más que una buena aproximación, aunque si no somos
demasiado exigentes, ofrecen a menudo una aproximación que satisface
completamente nuestros deseos. Las ciencias matemáticas – concluye Dou
– son las únicas que ofrecen verdades que, por un lado, no son nada
triviales y, por otro, alcanzan el ideal de verdad absoluta que el más
exigente científico puede apetecer.
Pero que Albert Dou sea tan proclive a las bondades de la matemática
no quiere decir que esté en posesión de ninguna verdad. Su plácida
argumentación es fácilmente refutada por el teorema de Gödel, que pone
límites a la validez absoluta de toda construcción lógica matemática y a
toda teoría científica que pretenda estar matemáticamente fundamentada.
Recordemos que el teorema de incompletitud o indecibilidad de Gödel
viene a indicar que todo sistema formal de axiomas y lógica deductiva, a
partir del nivel del complejidad de la aritmética elemental, incluye
afirmaciones con sentido lógico acerca de cuya verdad o falsedad el
sistema no puede llegar a conclusión alguna. Es decir, que ninguna teoría
puede ser a la vez completa y consistente.
¿Quiere esto decir que no podemos optar a una verdad común,
universal? Probablemente no, al menos si tal verdad es consecuencia de la
intervención humana. De hecho, el concepto de verdad solo tiene sentido
en la mente humana, al permitir que ésta funcione sobre la base de la
identificación de las ideas con la realidad. Pero como la realidad es
inabarcable, la verdad absoluta coherentemente también lo es; y, al mismo
tiempo, tal inabarcabilidad nos ofrece la coartada de poder disponer de
verdades parciales o, mejor dicho, visiones parciales de la verdad.
Las verdades universales son pues inaccesibles por el ser humano y
solo podría recibirlas en donación de un ente absoluto, es decir, Dios. Una
revelación auténticamente divina es la única candidata racional a la idea
de verdad absoluta. Sin Dios, no hay verdades absolutas y quien no cree
en Dios no puede, por pura coherencia, creer o simpatizar con verdades
incontrovertibles e imperecederas. Por ello, más que verdades universales,
colectivamente buscamos verdades ampliamente compartidas o
intersubjetivas. Si somos honrados con nosotros mismos, habremos de
mantener una actitud de continua verificación, porque si no acabaremos
refugiándonos en verdades colectivas artificialmente mantenidas,
utilizándolas como un paraguas para protegernos de nuestra propia
desidia, sin darnos cuenta de que el paraguas nos priva de la lluvia, pero
tampoco deja pasar la luz.
Las verdades humanas son construcciones mentales, referencias
construidas por el propio ser humano que sirven para confrontar las
experiencias personales, ya sean individuales o compartidas; algo así
como un estándar que nos sirve para comparar la coherencia de una
experiencia o de una idea recibida. Nuestras verdades las construimos
nosotros mismos, incluso más allá de nuestra experiencia consciente. Pero
eso no quiere decir que nuestras verdades no tengan un cierto grado de
correspondencia con la realidad, sino que son actualizaciones de ésta en
nuestra mente. Y para ello, han de ser formadas por elementos propios de
nuestra mente.
En la medida que tengamos una actitud honesta de verificación – es
decir, que busquemos la verdad más allá de nuestra conveniencia,
aceptando el inevitable grado de incertidumbre con que la propia
naturaleza está construida – podremos asumir como eficaz nuestro
espectro personal de verdades. Es frecuente, no obstante, que las verdades
individuales, forjadas por nuestra propia inteligencia a partir de evidencias
e ideas extraídas de la realidad, choquen con otras verdades ampliamente
compartidas y eso ocasiona un inevitable conflicto, que en ocasiones
abandona el campo de lo estrictamente personal. Incluso, como indica
George Steiner652, con respecto a la moral, solamente la vida real del
652 George Steiner. Lecciones de los maestros
maestro tiene valor como prueba demostrativa: Sócrates y los santos
demuestran existiendo, siendo ellos mismos.
Si aceptamos que hay una verdad absoluta, inalcanzable por el
hombre, necesitamos un ámbito de la verdad que sea funcional para el ser
humano. Y puesto que, además de las verdades de carácter estrictamente
personal, lo que podríamos llamar la verdad privada, hay unas verdades
compartidas o públicas que pueden contradecir a la verdad privada, nos
hemos inventado el concepto de derecho a la libertad de conciencia,
reflexiona José Antonio Marina653.
H ISTORIA Y MORAL
Además de la propia responsabilidad personal ejercida sobre uno
mismo, existe una responsabilidad colectiva que nos une al resto de los
seres humanos, y no solo a nuestros coetáneos, sino que nos liga también a
los hombres del pasado, haciendo que sus pecados de ayer provoquen, en
cierto modo, los nuestros de hoy, en expresión de González-Carbajal 654. El
hombre no puede ignorar esta parte de la herencia recibida de nuestros
antepasados, porque está inextricablemente unida al resto de la tradición
sobre la que nos sustentamos. Y ello es importante en la medida que la
conciencia de estar sostenido por una tradición espiritual que se remonta a
varios siglos, nos da una sensación de seguridad frente a todas las
penalidades pasajeras, como pensaba Dietrich Bonhoeffer655.
Probablemente, la secuencia histórica y evolutiva de la moral parta
desde los sentimientos, que van siendo modelados o contorneados por la
razón, hasta alcanzar una actitud moral racional, entendida como conjunto
de disposiciones para el gobierno cotidiano propio y colectivo. Pero la
moral racional también es susceptible de experimentar el camino inverso:
sufrir la acción de los sentimientos, de la emotividad, para limar las aristas
agudas y cortantes que un raciocinio puro provoca en todo lo que toca. La
653 José Antonio Marina. ¿Por qué soy cristiano? Teoría de la noble verdad
654 Luis González-Carbajal. Esta es nuestra fe
655 Dietrich Bonhoeffer. Resistencia y sumisión
razón ayuda a dar forma a la emoción y ésta es capaz de suavizar, de
humanizar, a la razón.
Un moral deshumanizada es absurda; solo serviría para controlar
máquinas. Esta moral cibernética es a la que en no pocas ocasiones se
apela so pretexto de una ley igual para todos, condicionados por clases
políticas profesionalizadas que han perdido sus señas de identidad
democráticas – si es que alguna vez las tuvieron – para convertirse en una
masa gris e informe, pero determinante y omnipresente. O la moral se
humaniza a través de la emoción, o estaremos en camino de perder nuestra
propia humanidad.
¿Es la moral inmutable y, a través de ella, la ética? Personalmente, me
decanto por una respuesta negativa, porque considero que la moral
evoluciona con el hombre y sí, parece existir una cierta genealogía de la
moral, aunque no necesariamente en el sentido preciso en que la describía
Nietzsche. La defensa de una moral permanente está irremediablemente
abocada al fracaso, de igual manera que la pretensión de construir una
filosofía perenne, como depositaria de un núcleo de verdades filosóficas,
resulta absurda e imposible. Lo único que hay perenne es la filosofía
misma y con ella determinados planteamientos, preguntas o problemas que
al repetirse en las distintas situaciones históricas, obligan al filósofo a
tener que volver a pensarlos de nuevo, con mayor profundidad, rigor y
sutileza en sus análisis, como afirmaba Moisés González656.
La aspiración que algunas mentes pobres tienen de alcanzar un punto
metaestable de la evolución moral se encarna en la llamada sabiduría
popular, que no es otra cosa que la simple acumulación de experiencias
variopintas, edulcorada por la imaginación y los intereses personales de
múltiples mentes, y plagada de elementos supersticiosos y de rutina; un
todo informe que se manifiesta casi siempre como un freno o incluso
como una barrera para el progreso.
Pero si esa sabiduría popular no tiene sentido porque pretende cubrir
todo el espectro de la vida moral con su casuística repleta de sentencias
tan bárbaras como vacías, tampoco lo tiene plantearse cualquier problema
656 Moisés González García. Introducción al pensamiento filosófico
moral, como la libertad y la responsabilidad, de una forma meramente
abstracta. Por ello, para José Antonio Marina657, relacionar la universalidad
de los principios con la contingencia de la historia es el problema más
decisivo de la ética, del derecho y de la política.
C ULTURA Y MORAL
Pese a la diversidad cultural, puede apreciarse a lo largo de la historia
la persistencia de una estructura profunda que se mantiene y que permite
ordenar la cultura, la historia y la narración del ser humano. Christian
Smith658 consideraba que existe una naturaleza humana universal que
trasciende las diferencias culturales, ya que la cultura humana es
fundamentalmente un orden moral del que los individuos no pueden
sustraerse; los humanos somos fundamentalmente animales creyentes que
transmiten sus propias creencias a través de la narrativa. Esto es
básicamente la cultura: comunicación.
Justamente a través de la narrativa, en sus diversas formas, cada ser
humano se comunica con otros, utilizando un código compartido, en
opinión de Umberto Eco659. Este código establece una correspondencia
entre un significante y un significado, aunque en ocasiones existe un ruido
de fondo, una perturbación que se introduce en un canal y que puede
alterar la estructura física de la señal. Justamente porque existe este
“ruido”, este elemento de imprecisión a la hora de emplear el código de
comunicación, el hombre se ha visto obligado a complicar el código, so
pena de interpretar inadecuadamente el código. Pero al hacer más
complicado el código, también corremos el riesgo de estar comunicando
otros tipos de mensajes diferentes al que queremos transmitir o, al menos,
dificultar su interpretación.
Si fuésemos simples máquinas en el universo de la cibernética,
generaríamos señales simples. Pero cuando el destinatario de nuestro
657 José Antonio Marina. Los sueños de la razón
658 Christian Smith. Moral believing animals
659 Umberto Eco. La estructura ausente
mensaje es el hombre, hemos de incorporar sentido a esas señales, en ese
lenguaje. Edgar Morin660 identifica dos lenguajes unidos en el lenguaje
humano: uno denota, objetiva, calcula, mientras que otro connota,
evocando el halo de significaciones contextuales en torno a cada palabra o
exposición, juega con la analogía, tiende a expresar afectividad y
subjetividad.
La forma en que trasladamos nuestras ideas y, sobre todo, nuestra
argumentación racional supone en sí misma una forma de comunicación
con la que intentamos trasladar el interlocutor algo más que la propia idea;
por ello, a lo largo de la historia se han generado diferentes sistemas de
comunicación del razonamiento, utilizadas según las circunstancias y las
personas a las que se dirigían. El llamado razonamiento apodíctico
permite alcanzar conclusiones mediante silogismos de premisas
indiscutibles, mientras que el dialéctico emplea premisas solo probables,
en las que son factibles varias soluciones, eligiendo entre ellas la más
aceptable. Sin embargo, resulta particularmente inquietante el
razonamiento retórico que aunque también emplea premisas probables, no
pretende alcanzar una conclusión a través de la razón lógica, sino
mediante la emoción, empleando para ello técnicas de comunicación que
buscan subyugar al oyente o al lector, más que convencerle racionalmente.
Puede sorprender que se incluya a los artificios aptos para provocar
emociones dentro de los sistemas de signos, pero no hay que olvidar que
los signos tienen sus funciones propias, entre ellas la de provocar
emociones, como nos recuerda Umberto Eco. En cualquier caso, no deben
minusvalorarse las figuras retóricas, porque constituyen una serie de
cortocircuitos mentales útiles para plantear de manera analógica los
problemas que no pueden analizarse a fondo.
Dice Alasdair MacIntyre661 que el rasgo más chocante del lenguaje
moral contemporáneo es que gran parte de él se usa para expresar
desacuerdos; y el rasgo más sorprendente de los debates en que esos
desacuerdos se expresan es su carácter interminable. Sin embargo, en la
660 Edgar Morin. El método. La humanidad de la humanidad: la identidad humana
661 Alasdayr MacIntyre. Tras la virtud
actualidad es habitual el razonamiento persuasivo, una variante del
razonamiento retórico, por el que se pretende establecer argumentos de
carácter no indiscutible, dirigiendo al interlocutor hacia algo así como un
consentimiento implícito, conseguido por la conjunción de elementos
emocionales, de valoraciones históricas y de motivaciones prácticas. Una
persuasión que admite grados, desde la honesta y cauta, a la engañosa; o lo
que es lo mismo, desde el razonamiento filosófico a las técnicas de
propaganda y de persuasión de masas.
En una sociedad como la occidental donde el razonamiento persuasivo
se ha convertido actualmente en el principal elemento de comunicación, el
hombre vive en medio de un mundo plagado de ruidos, a los que se deben
añadir también aquellos producidos por su lucha interna personal. Una
actividad intensa y polifacética que puede acabar por anular la reflexión
personal, a costa de limitar el tiempo disponible. Hacemos muchas cosas,
pensando que los demás también las hacen.
Sin embargo, prefiero compartir el pensamiento de Edmund Sinnott 662,
en el sentido de que la única manera segura de inculcar en el hombre la
moral es a través de sus motivos, llevándole a que desee hacer las cosas
que debe hacer. Hasta que la virtud no sea atractiva por sí misma, los
hombres no siempre la practicarán.
R ELIGIÓN Y MORAL
La fe tiene un carácter de certeza sentida, afianzada en lo profundo de
la mente, pero como consecuencia directa de esta última. Es una seguridad
personal que no puede ni debe ser confundida con una simple obstinación
psicológica. La fe auténtica no es una vulgar ceguera, ni una mera
aceptación pasiva de algo externo al propio hombre; la fe descansa en la
convicción íntima intelectualmente asumida de la existencia de Dios,
porque la fe va mucha más allá de la simple creencia irracional en Dios o
del miedo al vacío de la Nada.
662 Edmund W. Sinnott. La biología del espíritu
En la conexión íntima del hombre con Dios, a través de la fe, el
hombre es capaz de escuchar la voz de su conciencia, que surge del fondo
de él, soportada por el carácter absoluto de su realidad. La ética cristiana,
entendida como cauce de la moral autónoma, supone la primacía de la
acción sobre lo meramente dogmático, aunque en esto la historia de las
iglesias cristianas ofrece abundantes motivos de sonrojo: ¿De qué sirve
una ortodoxia sin una ortopraxis? ¿Es moralmente aceptable que quienes
se arrogan la autoridad absoluta para decidir sobre los demás,
proclamándose impúdicamente a sí mismos como representantes de Dios,
se autoexcluyan de la única obligación cristiana – el amor y, a través de él,
la compasión – y la transformen en simple obediencia a la jerarquía?
Moral y religión son dos conceptos diferentes y, en cierta medida,
independientes. No es necesario ser religioso para disponer de sólidos
principios morales, en tanto que el comportamiento moral de un creyente
puede dejar mucho que desear. La exigencia moral no depende de ser
creyente o ateo, porque obliga de igual manera a uno y a otro. Sin
embargo, la religión – en tanto que respuesta enteramente humana a un
problema enteramente humano – puede ofrecer un contexto adecuado para
el descubrimiento de la moral propia.
Dios no parece haber inventado ninguna religión, sino que fuimos los
seres humanos los que creamos las religiones. Todas ellas se definen por
un conjunto de elementos básicos, su dogma teológico, su código de
conducta moral y sus símbolos y ritos. El intento de presentar a la religión
como el auténtico objetivo del creyente acaba en el fanatismo o en la
reacción atea más radical, porque la fe es una pregunta continua, y la
religión nunca es la respuesta. Ésta solo está en Dios, pero solo para los
que son capaces de preguntarse a sí mismos. El hecho de creer, en última
instancia, viene definido por la capacidad afrontar las dudas, no por la de
dejarlas de lado.
En demasiadas ocasiones las religiones organizadas se han convertido
en baluartes de rígidos códigos de conducta, reprimiendo la auténtica
moral, la personal. Decía Jung663 que la represión constituye uno de los
663 Carl Gustav Jung. Psicología y religión
principales mecanismos en la formación de una neurosis porque supone
una inclinación, bastante inmoral, a deshacerse de decisiones
desagradables. Entendida en estos términos, la religión puede llegar a
convertir a un creyente en un neurótico. No es de extrañar que Nietzsche 664
tuviese tan mala opinión de lo que él consideraba como moral cristiana:
recórranse una a una todas las tesis morales expuestas en las
instituciones del cristianismo, y en todas ellas se hallará que las
exigencias son tan desmesuradas que el hombre no puede satisfacerlas; la
intención no es que el hombre se haga más moral, sino que se sienta lo
más pecador posible.
Sin embargo, la verdadera moral cristiana se fundamenta en que la
propia conciencia moral goza de una autoridad absoluta, aunque vicaria:
la conciencia es el más genuino Vicario de Cristo. Como decía el cardenal
Newman665, la conciencia descubre la verdad moral originariamente, sin
demostración o razonamiento, no es un juicio deducido de otros; el
conocimiento moral es intuitivo, ni siquiera expresable en palabras. Es una
especie de sentimiento lúcido — no una emoción ciega o arbitraria— que
capta bondad o maldad de ciertas acciones y personas. El propio cardenal
Newman666 afirmaba que en caso de verse obligado a hablar de religión en
un brindis de sobremesa, bebería ¡por el Papa!, con mucho gusto; pero
primero ¡por la conciencia!
R ELATIVISMO MORAL
Decía Spinoza667 que en el estado natural no ocurre nada que pueda
llamarse justo o injusto, y sí en el estado civil, donde por común consenso
se decreta lo que es de uno y lo que es de otro. De acuerdo con él, lo justo
y lo injusto, el delito y el mérito son nociones extrínsecas y no atributos
que sirven para explicar la naturaleza del alma. Para este racionalista del
664 Friedrich Nietzsche. Humano, demasiado humano
665 John Henry Newman. La fe y la razón
666 John Henry Newman. Carta al duque de Norfolk
667 Baruch Spinoza. Ética
siglo XVII, la acción moral consiste en actuar por uno mismo en lugar de
estar dominado por las pasiones, que convierten al hombre en un esclavo,
de la misma forma que ocurre con aquellos que ignoran las causas de sus
acciones y que solo son movidos por causas externas.
Sin embargo, pasión – emociones – y razón son inseparables en el ser
humano y, por ello, ambas pueden y deben ayudar a construir un mundo
justo donde nadie sobre ni se sienta incómodo, donde cada uno pueda
alcanzar por sí mismo – pero también con la ayuda de los demás – su
felicidad. Aristóteles668 consideraba que vivir bien se consigue adaptando
nuestro comportamiento a las circunstancias concretas de nuestra vida, en
lugar de pretender aplicar reglas generales a los casos particulares. Esta
forma de relativismo moral que defendía Aristóteles ha tenido numerosos
seguidores y bien podemos decir que quizás es la corriente dominante de
nuestros días en cuanto a la moral toca.
Alasdair MacIntyre669 consideraba que la experiencia moral
contemporánea tiene un carácter paradójico porque, aunque cada uno está
acostumbrado a verse a sí mismo como un agente moral autónomo, pero
se somete a los modos prácticos, estéticos o burocráticos que nos
envuelven en relaciones manipuladoras con los demás. Para MacIntyre, la
incoherencia de nuestras actitudes y de nuestra experiencia brota del
incoherente esquema conceptual que hemos heredado.
Juan José García Norro670 piensa que el relativismo moral debe ser
distinguido con claridad del escepticismo moral. Mientras que éste
mantiene intacta la noción de verdad como correspondencia entre la
creencia y la realidad, el relativismo moral socava la noción misma de
verdad, pues la identifica con la creencia subjetiva considerando
desmesurada la pretensión de conocer la realidad misma; el relativista
668 Aristóteles. Ética a Nicómaco
669 Alasdair MacIntyre. Tras la virtud
670 Juan José García Norro. Relativismo moral, en Fernández Labastida, Francisco –
Mercado, Juan Andrés (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line,
http://www.philosophica.info/archivo/2013/voces/relativismo_moral/
Relativismo_moral.html
convierte al hombre en la medida de todas las cosas, incluida la verdad. El
relativismo moral afirma que las normas morales y los juicios de valor de
índole ética no tienen una validez absoluta y, por consiguiente, toda
fundamentación que pretenda otorgársela se encamina al fracaso. De
acuerdo con este relativismo, no hay un criterio universalmente válido
para juzgar las acciones humanas, los hábitos ni las instituciones, de
manera que los juicios morales solo pueden aspirar a ser válidos dentro de
un código determinado.
Ciertamente, un esquema rígido de valores puede privar al individuo
de una auténtica vida, experimentada desde la evolución y el crecimiento
interior; Anthony de Mello671 ironizaba sobre ello: lo malo de los ideales
es que, si vives con arreglo a todos ellos, resulta imposible vivir contigo.
Pero una cosa es la flexibilidad y otra bien distinta es la relatividad moral.
Maquiavelo672 pretendía mostrar a Lorenzo de Medici – tomando a
Fernando de Aragón como referente – cómo actuar en el proceso de
unificación de Italia y ha venido a representar cómo se puede justificar la
realización de todo tipo de tropelías contra las personas en nombre del
Estado: podemos llamar bien empleadas las crueldades y la traición (si es
lícito hablar bien del mal) a aquellas que se ejercen de una sola vez, por
la necesidad de proveer a la propia seguridad, y en las que después no se
insiste, sino que se convierten en cuanto es posible en mayor utilidad a
los súbditos.
¡Qué diferente Sócrates! Aquel que fundamentaba toda su filosofía en
la búsqueda de principios que guiasen al hombre mediante el
intelectualismo moral. Aquel individuo que no era ni un escéptico ni un
relativista – y en ello le fue la vida – no cuestionaba que solo el que sabe
es justo. Kant mantuvo una línea similar, formulando una ética formal,
frente a las éticas materiales previas, que eran empíricas, condicionales y
dejaban al individuo sin auténtica autonomía.
¿Es la firmeza moral una manifestación de la rigidez mental?
Sinceramente, creo que no. Una cosa es la flexibilidad con que debemos
671 Anthony de Mello. La oración de la rana
672 Niccolò Machiavelli. El príncipe
hacer de uso de la moral – no olvidemos que la moral es para el hombre y
no a la inversa – y otra muy diferente es que todo valga, y que la idea de
valor moral sea un mero elemento decorativo de nuestra personalidad que
podemos modelar a nuestro antojo. Sin duda, la flexibilidad bien
entendida – la que hace inclinarse al junco ante la brisa, para recuperar a
continuación su porte y su lugar – es algo positivo y, de hecho, una actitud
flexible en la aplicación de nuestras propias reglas voluntarias favorece la
evolución gradual y el crecimiento espontáneo en el campo de la moral, y
permite a la experiencia posterior conducir a modificaciones y mejoras,
como consideraba Hayek673.
M UERTE
Como una definición preliminar, podríamos decir que la muerte es la
cesación definitiva de la vida tal como la experimentamos. En esta
definición tan simple destacan sin embargo dos aspectos relevantes: su
carácter de ruptura de la continuidad existencial y de finalización de un
proceso, y su carácter definitivo, de irreversibilidad.
No hay vida sin muerte, de la misma forma que solo puede morir lo
que antes ha estado vivo. Ambas se necesitan y se dan sentido
mutuamente. Por consiguiente, la muerte no es algo que se nos imponga
desde fuera, sino que es un hecho – una fatalidad, la denominaba Emile
Cioran – inherente al ser. Schopenhauer674 afirmaba que el hombre es
consciente de que cada hora se acerca a la muerte, a diferencia de los
animales, que no conocen la muerte hasta que mueren. Antes,
Montaigne675 ya insistía en que nuestro fin es uno de los componentes del
orden del universo, uno de los accidentes de la vida del mundo, por lo que
el tránsito de la vida a la muerte debería hacerse sin pasión y sin horror.
¿Debe la muerte constituirse en centro de nuestro pensamiento
cotidiano? Sería terrible hacerlo, porque hacer de la muerte el objetivo de
673 Friedrich Hayek. El orden sensorial
674 Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación
675 Michel de Montaigne. Ensayos
la vida es tan tétrico como estéril. Spinoza 676 decía que un hombre libre en
nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación
sobre la muerte, sino sobre la vida.
La muerte es el punto y final para los no creyentes, mientras que para
los creyentes el libro de la vida tiene un epílogo que la justifica y da
sentido. Sea como fuere, no nacemos para morir, como pretendía
Heidegger, sino que morimos por el único motivo de que hemos vivido.
En la muerte toda la vida confluye: es el sumidero de los no creyentes o la
puerta del cambio – no de entrada ni de salida – para los creyentes.
Asumir la muerte como una evidente certeza biológica no debe
conducirnos a un permanente estado de depresión, de desconsideración de
la vida. Todo lo contrario, muchas cosas en la vida adquieren valor
precisamente porque dejarán de existir algún día; disfrutamos la vida – o
la padecemos – en función de la propia vida, no en función de su final.
Epicuro677 decía que la muerte nada es para nosotros, porque todo bien y
todo mal residen en la sensación, y la muerte es privación del sentir; por lo
tanto, el recto conocimiento de que nada es para nosotros la muerte, hace
dichosa la condición mortal de nuestra vida, no porque le añada una
duración ilimitada, sino porque elimina el ansia de la inmortalidad.
Con todo, la idea y la certeza de la muerte provocan al ser humano una
suerte de fascinación, un elemento referencial que convoca todo el
misterio de la existencia humana, de su destino y de su relación con el
mundo, tal como indica Edgar Morin 678: por la muerte participamos en la
tragedia cósmica, por el nacimiento participamos en la aventura
biológica, por la existencia participamos en el destino humano. Para
Morin, la mayor ruptura entre la mente humana y el mundo biológico se
produce en la muerte; la muerte es la unión de la objetivación y la
subjetivación absolutas y su conciencia real es lo que suscita el mito en el
ser viviente.
676 Baruch Spinoza. Ética
677 Epicuro. Carta a Meneceo
678 Edgar Morin. El método. La humanidad de la humanidad: la identidad humana
Emile Cioran679 decía que la muerte solo tiene sentido para quienes
han amado apasionadamente la vida; quien ha superado el miedo puede
creerse inmortal, quien no lo conoce lo es; el miedo es una muerte de cada
instante. El fuerte deseo de inmortalidad del hombre le llevó a un
materialista como Feuerbach afirmar sobre la muerte y la fe en Dios que el
hombre no cree en la inmortalidad porque crea en Dios, sino que cree en
Dios porque cree en la inmortalidad.
¿Hay algo después de la muerte? Es quizá la pregunta, implícita o
explícita, realizada más frecuentemente por el ser humano desde que éste
es consciente de sí mismo. Aspirar a una respuesta científica a esta
pregunta es tan inútil como preguntar qué había antes de que el tiempo
existiese. Lo máximo a lo que podemos aspirar es a especular a partir de la
vida y de la proyección histórica y evolutiva del hombre. La muerte
implica la aniquilación biológica del individuo, la pérdida de la actividad
cerebral y la destrucción de la mente y con ésta, la de la persona. Pero para
los creyentes el hombre resucitará a otra vida diferente, donde la materia,
la energía, el tiempo y el espacio serán de otra manera a como los
conocemos o, simplemente, no serán.
Puede, como explica Edmund Sinnott680, que el espíritu del hombre,
con sus raíces en la vida, sea realmente una parte del Espíritu Universal,
del cual emana y al cual retorna, por lo que la muerte nunca podrá ejercer
ningún dominio sobre el espíritu humano. Schopenhauer afirmaba que la
muerte suprime el engaño que separa la conciencia individual de la de los
demás: eso es la permanencia.
Según Fernando Savater681, de las tres funciones clásicas que los
estudiosos confieren a la religión – explicar el origen del universo y de lo
que somos, confortarnos ante la muerte y brindar un vínculo moral para la
comunidad a la que pertenecemos –, solo la segunda sigue hoy sin
encontrar una alternativa aceptable, ni siquiera en los contextos culturales
679 Emile Michel Cioran. De lágrimas y de santos
680 Edmund W. Sinnott. La biología del espíritu
681 Fernando Savater. La vida eterna
donde mayor aceptación ha logrado la ilustración científica y
sociopolítica.
La trascendencia, la superación de la muerte, expresa una esperanza
más que el resultado de una reflexión filosóficamente argumentada. Lo
único evidente es que ninguna religión ha sido lo suficientemente explícita
para indicarnos con detalle qué hay después de la muerte. Todas las
religiones monoteístas, y en particular el cristianismo, han hecho de la
muerte un elemento central de su explicación del hombre. Para el
cristiano, cuando morimos, no vamos a ninguna parte: el cielo está en
nosotros, afirma Antonio Oliver682; no hay fin del mundo, hay tierra y
cielos nuevos que esperamos, porque ya los poseemos. Lo que no pueden
– o no deben – esperar los creyentes es que la deseada resurrección sea la
simple reanimación de un cadáver. En cualquier caso, como reconoce
Joseph Ratzinger683, nadie sabe realmente qué es la muerte.
Para Matthieu Ricard684, desde una perspectiva budista, en el momento
de la muerte la conciencia se reabsorbe durante breves instantes en aquello
que se denomina el espacio luminoso del plano absoluto, del que luego
resurge para atravesar un estado intermedio o bardo, que conduce a una
nueva existencia o renacimiento.
N ACIONALISMO
Hannah Arendt685 afirmaba que solo puede haber hombres en el
sentido auténtico del término donde hay mundo y solo hay mundo en el
sentido auténtico del término donde la pluralidad del género humano es
algo más que la multiplicación de los ejemplares de una especie. Es todo
un mensaje que se me antoja especialmente dirigido al pensamiento
nacionalista, rígido y único, incapacitado ontológicamente para aceptar la
diversidad o, lo que es lo mismo, intrínsecamente inepto para comprender
682 Antonio Oliver. Desde el hombre hacia Dios
683 Joseph Ratzinger. Introducción al cristianismo
684 Jean François Revel; Matthieu Ricard. El monje y el filósofo
685 Hannah Arendt. ¿Qué es la política?
la complejidad de la realidad de los hombres, lo que le lleva a estar
perpetua y profundamente irritado con la libertad. Por eso, como indica
Aurelio Arteta686, para el nacionalista la política se agota en preservar lo
propio y levantar sus fronteras frente al otro. Fernando Savater ironizaba
sobre ello: el nacionalismo es una inflamación de la nación igual que la
apendicitis es una inflamación del apéndice.
El sentimiento de pertenencia a una única comunidad, sea del tipo que
sea, subraya sobre todo la idea de exclusión. Alain Finkielkraut687
consideraba que los ideales de razón, de humanismo cosmopolita y de
poesía sin fronteras están sucumbiendo ante la exaltación nacionalista y la
concepción étnica de la sociedad. En este sentido, Juan José Sabreli 688
creía que el verdadero enemigo del individuo no es la humanidad
universal sino los particularismos nacionales, biológicos, raciales,
sexuales, clasistas; estos son los que sofocan la libertad y uniformizan a
los hombres.
Para Ortega689 el nacionalismo no es más que una manía, el pretexto
que se ofrece para eludir el deber de invención y de grandes empresas; la
simplicidad de medios con que opera y la categoría de los hombres que
exalta revelan sobradamente que es lo contrario de una creación histórica.
Contra la visión simplista del nacionalismo, Ortega defiende la idea de
que el Estado consiste en la mezcla de sangre y de lenguas, es superación
de toda sociedad natural, es mestizo y plurilingüe.
Esto es algo que se aproxima mucho a lo que a mí me gustaría que
fuese la Unión Europea y que en mi opinión no quieren entender los
nacionalistas, siempre aferrados a identidades acondicionadas
artificialmente o directamente inventadas, maniatados por elementos
distintivos que, tomados individualmente, nada dicen de las personas.
686 Aurelio Arteta. Tantos tontos tópicos
687 Alain Finkielkraut. La derrota del pensamiento
688 Juan José Sabreli. El asedio a la modernidad
689 José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas
El nacionalismo requiere creer demasiado en lo que es evidente que
no es como se pretende, dice Eric Hobsbawm690. Lamentablemente, eso no
es óbice para muchos se conviertan en profundos creyentes nacionalistas,
sin caer en la cuenta de que la conversión no es más que la consecuencia
del contagio mental de la que es quizá la más virulenta y corrosiva de las
ideologías, la que supone una estafa emocional y una falacia intelectual
que asfixia a las ideas propias; bien es cierto que con la ayuda cómplice de
la pereza intelectual y de la movilización de los sentimientos atávicos
tribales del creyente nacionalista.
Dice Antonio Escohotado691 que el sentimiento nacionalista se
comporta como un fluido, de tal manera que si es oprimido resistirá
intacto, sea cual fuere la presión aplicada, y en otro caso tenderá a diluirse
como agua o aceite al ocupar espacios abiertos. Personalmente, creo que,
en realidad, cuando no hay presión el nacionalista se la inventa, sabe que
la idea no puede existir sin presión, se ahoga en un mundo que no esté en
crisis, necesita como el oxígeno indignación y victimismo a partes iguales.
Si no hay agravio, lo inventa; y si existe algún agravio real, lo magnifica y
deforma de tal manera que siempre sean los otros los únicos culpables de
todos los males. Si es rentable, no dudan en inducir violencia verbal o
física, justificándola en supuestas agresiones previas que solo existen en
unas mentes educadas en la habilidad de encajar el odio como una cuña en
las brechas de los sentimientos de los demás.
Frente a esta perversión de las ideas, permítame que evoque a
Rabindranath Tagore692, quien supo defender con poético ardor y con una
lógica emocional inexorable la convivencia en libertad, respetuosa y
mutuamente enriquecedora, frente a la imagen chusca, rancia, irracional y
cruel de la patria de los nacionalistas: se pone la patria en el lugar de
donde se expulsa la conciencia; veremos surgir ahora, horrible e
impúdicamente, todos los pecados de la patria.
690 Eric Hobsbawm. Naciones y nacionalismo desde 1780
691 Antonio Escohotado. Caos y orden
692 Rabindranath Tagore. La casa y el mundo
Me gustaría compartir con todos la patria a la que aspiraba Tagore 693,
donde el amor nada teme y se lleva alta la cabeza; donde el saber es
libre; donde los mezquinos muros de las casas no han roto el mundo en
fragmentos; donde las palabras surgen de lo profundo de la verdad;
donde el esfuerzo incansable alza sus brazos hacia la perfección; donde
el claro fluir de la razón no ha perdido su cauce en el triste arenal del
desierto de la costumbre muerta...
O BJETIVIDAD
No toda la realidad es susceptible de ser estudiada de acuerdo con la
metodología científica. Solo el obtuso reduccionismo materialista se
obstina en empequeñecerla para poder encajarla en su particular casillero;
no deja de ser una paradoja que los que dicen buscar la objetividad como
expresión máxima del conocimiento, recurran a su personal – subjetiva –
percepción para decidir qué es y qué no es real.
¿Podríamos negar que existen el amor, la música o la bondad? ¿Cómo
se miden, contrastan y clasifican? ¿En qué partes se pueden dividir y cómo
interaccionan entre sí? ¿Cómo se miden y formulan matemáticamente?
Seguramente, el lector sabrá encontrar otros muchos ejemplos donde la
objetividad – o lo que habitualmente se entiende por ella – se estrella
contra la dura pero evidente realidad.
Nadie es ajeno a la realidad sino que, al contrario, todos formamos
parte inseparable de ella. Cuando cada uno de nosotros observa un
fenómeno, es la realidad la que se está observando a sí misma, lo que
impide literalmente que el fenómeno observado sea solo un objeto. Toda la
realidad nos afecta como observadores y la propia observación nos hace
partícipes del fenómeno, nos afecta, nos perturba y nos cambia
irreversiblemente: nunca somos la misma persona tras conocer algo.
¿Quién puede, por tanto, tenerse por objetivo? ¿Queda la objetividad
necesariamente reducida a una mera sintonía intersubjetiva de las
693 Rabindranath Tagore. Ofrenda lírica
mediciones y de las ideas? ¿Nos vemos abocados a una ética subjetiva y,
en última instancia, a un relativismo que hace artificialmente equidistantes
a todos los códigos morales?
La única forma en que la objetividad auténtica pudiera existir en
nuestra realidad es que fuese una propiedad de algo que excediese a esta
realidad, que fuese una objetividad transfinita. Solo eso nos aseguraría
que existe una ética universal no sujeta a los vaivenes de la existencia de
nuestro universo.
O CIO
¿Ocio o libertad de acción? ¿Inacción – omisión de cualquier
actividad – o tiempo libre para hacer aquello que más nos interesa?
¿Diversión o disfrute? Las sociedades pretendidamente libres se han ido
acostumbrando a hacer dejación – paradójicamente – de la libertad
individual, para depositarla en el vacío existencial.
La cuestión es que, como dijo Marcuse694, el tiempo libre pertenece a
una sociedad libre y el tiempo de ocio a una sociedad represiva. Hemos
caído en las redes de una sociedad tecnológica que ha conseguido diluir la
ética en un océano de indeterminación, sustituyéndola por morales
fácilmente mutables. Nos han – nos hemos – privado de pensar en el bien;
en realidad, hemos dejado de pensar en cualquier cosa que tuviese un
destino que estuviese un palmo más allá de nuestras propias narices; han –
hemos – transformado nuestro añorado tiempo libre en simple tiempo de
ocio.
Alain Finkielkraut695 afirmaba que cuando no es la identidad cultural,
es la industria del ocio – esa creación de la técnica que reduce a pacotilla
las obras del espíritu – la que encierra al individuo en su ámbito cultural y
le impide el acceso a la duda, a la ironía, a la razón, a todo lo que puede
sustraerle de la matriz colectiva. Así la vida guiada por el pensamiento
694 Herbert Marcuse. Ensayos sobre política y cultura
695 Alain Finkielfraut. La derrota del pensamiento
cede inadvertidamente su lugar al terrible y ridículo cara a cara del
fanático y del zombi.
La jubilación laboral abre la puerta, en aquellos que no se vacunaron
debidamente a lo largo de su vida, a un estado de desorientación ante la
dificultad para adaptarse a un régimen de vida en el que el trabajo ya no es
el protagonista principal de la jornada. Aquellas personas que hicieron de
su trabajo el eje exclusivo de su existencia a costa de privar de valor a
otros elementos vitales – como la familia, los amigos, la participación
social y la propia evolución personal – se acaban encontrando perdidos en
un sobrecogedor desierto de un tiempo inerte, que no libre. Si a ello se
añade una merma notable de capacidad adquisitiva, muchas veces se
yugulan las posibilidades de aprovechamiento; además, la jubilación
laboral implica demasiado frecuentemente el abandono total o parcial de
las relaciones con compañeros, muchas de las cuales crecieron durante
largos años de convivencia estrecha. Todo este conjunto de elementos
facilitan desembocar en una situación de desvinculación personal, sobre la
que se fundamenta el aislamiento, la cara amarga de la soledad.
O DIO
Todos hemos sentido odio alguna vez. Un sentimiento profundamente
negativo de aversión, de repulsa, hacia una persona o incluso hacia un
colectivo de personas. No podemos odiar ideas u objetos, necesitamos
personificarlo, ponerle una cara humana o su cliché étnico para que el odio
actúe de forma plena. Implica un sentimiento real dirigido hacia alguien
sin que necesariamente signifique un deseo de mal – aunque generalmente
ocurra así – para esa persona o colectivo, sino más bien el rechazo, a veces
por miedo, a su contacto y a sus efectos sobre nosotros mismos. En
ocasiones, es el resultado dramático de la pérdida, el hueco doliente
producido por la desilusión o el desengaño, el resultado de que alguien nos
haya arrancado dolorosamente el amor.
El odio agarrota temporalmente el resto de los sentimientos; Konrad
Lorenz696 decía que el odio no solo ciega y ensordece; también suscita una
incredulidad ignominiosa. Sin embargo, el odio no es la simple ausencia
de amor.
Elie Wiesel fue un escritor judío de origen rumano que sobrevivió –
no así su familia – a un campo de exterminio nazi y que dedicó buen parte
del resto de su vida a la descripción del Holocausto, recibiendo en 1986 el
premio Nobel de la Paz. Para Wiesel es la indiferencia lo auténticamente
opuesto al amor. Amor y odio son sentimientos, obviamente distantes,
pero estrechamente relacionados. Raramente odiamos a quien no
conocemos; a los que odiamos de verdad es porque generalmente hemos
tenido algún grado de intimidad con ellos, los hemos tenido dentro de
nosotros en algún momento. Solo puede odiar de verdad el que ha amado
alguna vez.
Los afectos pueden llegar a experimentarse como un péndulo que
realiza un recorrido entre dos puntos afectivos; sin embargo, lo contrario
del amor no es el otro extremo del recorrido pendular, lo verdaderamente
trágico consiste en que el péndulo se detenga en el punto medio por falta
de impulso, justo en la posición de la indiferencia. El que odia
inmediatamente está más próximo a la relación que el que carece de amor
y de odio, sentencia Martin Buber697. Incluso Spinoza698 llegaba a afirmar
que el odio puede ser completamente vencido por el amor; aún más, puede
llegar a trocarse en amor y ese amor es por ello más grande que si el odio
no lo hubiera precedido.
Para Nietzsche699 el origen psicológico del sentimiento de culpa es la
frustración del instinto para obtener placer de las acciones de fuerza y de
provocar sufrimiento. De ahí derivaría el resentimiento, como la emoción
que experimenta el oprimido, transformando hipócritamente el odio y el
deseo de venganza en los valores cristianos de la compasión y del
696 Konrad Lorenz. Los ocho pecados capitales de la humanidad civilizada
697 Martin Buber. Yo y tu
698 Baruch Spinoza. Ética
699 Friedrich Nietzsche. La genealogía de la moral
altruismo. Según Nietzsche, los primeros cristianos transformaron su
frustración – por ser incapaces de influir sobre el mundo – en una
autoagresión, dirigiendo sus fuerzas contra sí mismos, haciendo que todos
los instintos que no se proyectan al exterior se volviesen hacia el interior.
En definitiva, el odio por sí mismo – dice Nietzsche – fue el último
recurso de los casi impotentes.
Cabe contrargumentar a Nietzsche que el odio es, paradójicamente, el
mejor aliado del amor a la hora de recomponer la bondad de los
sentimientos. Si el odio, como el dolor, tiene un carácter agudo, tendrá una
duración limitada; solo cuando el odio se torna crónico – en forma de
rencor – es cuando asfixia el alma; la cuestión es que el rencor carece de
memoria real, solo recuerda la intensidad y la forma del sentimiento,
acaba por olvidar la causa que lo motivó. Mientras que el odio agudo
despierta la sensibilidad, permitiendo recomponer favorablemente los
afectos, el odio crónico – el rencor – mata la posibilidad de tal
recomposición.
La personalización del ser odiado es el enemigo. En realidad, este
término se refiere más a una relación desde nosotros hacia el ser odiado
que a la inversa; nosotros no sentimos el odio cuando somos el enemigo
de alguien, sino cuando hacemos de ese alguien nuestro enemigo. Sin
embargo, no siempre somos nosotros los únicos responsables de definir a
nuestros enemigos, porque permitimos – con nuestra pereza intelectual y
emocional – manipular nuestros sentimientos, casi siempre con el sutil
(envenenado) lenguaje de la (mala) política y de la (mala) educación.
Marcuse700 decía que este lenguaje, lejos de limitarse a definir al
enemigo y a condenarlo, lo constituye y el enemigo así creado no aparece
tal como es en realidad, sino tal como sería preciso que fuera para poder
cumplir la función que le atribuye el orden establecido. En este caso, el fin
justifica los medios: los crímenes cesan de ser crímenes si sirven para la
protección y la expansión del “mundo libre”.
700 Herbert Marcuse. Un ensayo sobre la liberación
O NTOLOGÍA (E L S ER )
El término ontología describe, nada más ni nada menos, que el estudio
– y la reflexión – sobre el Ser, así con mayúscula (ontos, en griego
significa, precisamente, ser o ente), incluyendo algunas cuestiones tan
fundamentales como abstractas, tales como su propio significado o la
realidad – o no – de determinadas entidades o categorías existenciales; es
decir, un aspecto de la metafísica centrado en la búsqueda de lo que es
esencial. Emmanuel Levinas701 pensaba incluso que todo el pensamiento
filosófico es única y exclusivamente ontología, pensamiento del ser, de lo
mismo, con la consiguiente exclusión de la diferencia, de lo otro.
Podríamos decir que la ontología es la filosofía de lo que hay, la
investigación del ser más allá de cualquier otra cosa en particular.
Sé que para cualquier persona que no esté especialmente interesada en
temas de metafísica, leer sobre ontología puede suponer un esfuerzo
especial. David Hume decía que a veces es preferible dedicarse a jugar
una partida de backgammon con los amigos y dejar estas consideraciones
para otra ocasión; pero creo sinceramente que el tema merece cierto
esfuerzo.
Se trata de la reflexión sobre la cuestión más abstracta que podamos
considerar: el Ser; al fin y al cabo, los humanos somos – o creemos ser –
los entes vivos con mayor capacidad de abstracción, con gran diferencia
sobre el resto conocido. La ventaja es que el lenguaje ontológico es uno de
los elementos que facilitan que el creyente y el no creyente puedan
comunicarse racionalmente entre ellos, ya que ambos participan en la
misma sintonía del ser.
Para plantear la cuestión, me permitido echar mano de algunos
filósofos y pensadores – como usted sabe, no es lo mismo
necesariamente– que nos han propuesto algunas ideas sobre el ser y su
estudio, la ontología. La selección es obviamente personal y, desde luego,
cuestionable; pero creo que es lo suficientemente diversa como para
701 Emmanuel Levinas. Totalidad e infinito
asegurar el establecimiento de un diálogo interior que le deseo sea
fructífero, querido lector.
Me gustaría empezar, con su permiso, por un filósofo que me resulta
personalmente muy grato. Se trata de Gabriel Marcel, alguien que centró
buena parte de su investigación filosófica en el ser; de hecho, él pensaba
que la exigencia ontológica debe caracterizar toda reflexión filosófica y
que expresaba a través de tres elementos básicos: problema y misterio, ser
y tener, y la encarnación.
Para Marcel, un problema es algo que un ser humano puede objetivar,
es decir, distinguir netamente de su propia subjetividad, estudiarlo,
comprenderlo y, finalmente, resolverlo; es decir, el hombre es capaz de
enfrentarse a los problemas y resolverlos. Pero Marcel considera que el ser
no es un problema que el hombre puede estudiar y resolver, sino un
misterio en el que propio ser humano está profundamente comprometido y
ello le impide estudiar sistemáticamente y aún menos delinear el ser; solo
puede reconocerlo en la intuición de una trascendencia que la propia
existencia encuentra y con la que se vincula: el ser es aquello que no se
deja disolver por la dialéctica de la experiencia 702. A mí me parece una
definición muy buena.
Marcel703 considera que el hombre puede vivir su vida y resolver los
retos que se le presentan mediante su capacidad para objetivarlos,
dominarlos e incluso poseerlos – es lo que llama el tener –, o puede vivirla
como el misterio de implicación en la realidad – es decir, el ser –, que
trasciende y funda la existencia concreta de la persona. Según Marcel, el
hombre puede abrirse al misterio del ser recuperando su intimidad
mediante la relación vital con su propio cuerpo, descubriéndose y viviendo
como un ser esencialmente encarnado: tengo mi cuerpo como una
realidad externa y objetiva, porque mi existencia concreta es inseparable
de él.
La pregunta que nos hacemos sobre el ser – la exigencia ontológica –
no es una mera conjetura intelectual para filósofos desocupados. Marcel
702 Gabriel Marcel. Diario metafísico
703 Gabriel Marcel. Ser y tener
cree que es un empuje interior que surge de lo más profundo del ser
humano, una especie de hambre del ser que se experimenta en el alma, una
intuición legada que le hace buscar una cierta plenitud de vida desde la
convicción de que esa plenitud no puede exclusivamente personal, sino
compartida704. Para ello, Marcel considera que el amor, la fidelidad, la
esperanza y la disponibilidad son los caminos a través de los que el
hombre toma contacto con la realidad más alta, con el misterio más
profundo: el alma, la comunión entre los hombres y, a fin de cuentas,
Dios. Frente a ellos se alza la diversión que, a diferencia del disfrute,
puede suponer un freno importante – a veces decisivo – a la exigencia
ontológica, facilitando que la vida acabe reduciéndose a tener en vez de
ser.
Kierkegaard705 afirmaba que la relación vital del hombre tiene una
triple naturaleza, con el mundo y las cosas, con los hombres – tanto
individual como pluralmente – y con el misterio del ser, que penetra en
aquellas otras relaciones pero que las trasciende infinitamente, misterio
que el filósofo denomina lo Absoluto y el creyente Dios, pero que ni
siquiera quien rechaza ambas denominaciones es capaz de eliminarlo
realmente de su situación.
Otro referente, al menos para mí, en el ámbito de ontología es
Heidegger706, quien define el Ser como lo esencialmente anterior: a priori.
Todo preguntar ontológico, dice Heidegger, es preguntar por el a priori y
determinarlo. Siempre posterior al Ser, el Ente es lo presencial, en
persistente presencia. En general, aprehendemos siempre al ente y, de
hecho, en la mayoría de las ocasiones, nos quedamos simplemente ahí, sin
que aprehendamos al ser como tal. El ser es el único en sí y el genuino. El
ser es anterior a un sentido originario, aquello de lo que volvemos a
acordarnos, lo que nos ha dado ya y siempre ya; lo que nunca es extraño.
Ser es algo que nosotros siempre comprendemos y de lo cual solo
necesitamos acordarnos para tomarlo como tal.
704 Gabriel Marcel. El misterio del ser
705 Soren Kierkegaard. Temor y temblor
706 Martin Heidegger. Ser y tiempo
Aprehendiendo el ser no aprehendemos nada nuevo, sino algo que en
el fondo ya conocíamos. No se trata – matiza Heidegger – del recuerdo
vulgar de lo sucedido, del ente, sino el recuerdo metafísico en el cual se
anuncia aquella referencia originaria del ser al tiempo. Según Heidegger,
el hombre solo puede tener la verdad sobre algo en tanto que comprende al
ente en su ser y entiende por existencia un ente que posee una relación con
su propio ser y una comprensión de este ser. Solo el hombre es un ente que
cumple con estas condiciones; de hecho, la existencia se llama a sí misma
en la conciencia, concluye Heidegger.
Martin Buber707 consideraba que el hecho fundamental de la existencia
humana es el hombre con el hombre. Más allá de lo subjetivo, más acá de
lo objetivo, en el filo agudo entre el yo y el tú se encuentra el ámbito del
entre. Considerando el hombre con el hombre veremos siempre la
dualidad dinámica que constituye al ser humano: aquí el que da y ahí el
que recibe, aquí la fuerza agresiva y ahí la defensiva, aquí el carácter que
investiga y ahí el que ofrece información, y siempre los dos a una,
completándose con la contribución recíproca, ofreciéndonos
conjuntamente al hombre. El hombre es el ser en cuya dialógica – en cuyo
estar-dos-en-recíproca-presencia – se realiza y se reconoce cada vez el
encuentro del uno con el otro.
La visión de la ontología estrictamente materialista es también
interesante, al menos dialécticamente. Para exponerla, aunque sea de
forma muy resumida, permítame que convoque a George Politzer 708, que
identifica el ser con la materia, es decir, lo que nuestras sensaciones y
nuestras percepciones nos muestran y nos dan. Para Politzer, la cuestión
fundamental de la filosofía es determinar cuál es, entre la materia o el
espíritu, entre el ser o el pensamiento, el más importante, el que domina, el
que apareció primero. Obviamente, para él, el materialismo es la
concepción científica del mundo, mientras que la religión es la
representación directa y lógica de la filosofía idealista.
707 Martin Buber. ¿Qué es el hombre?
708 George Politzer. Principios elementales de filosofía
Para el materialismo no es el espíritu o Dios quien ha creado el mundo
o la materia, sino que estos últimos son los que han creado el espíritu,
considerado tanto solo como un producto superior de la materia; ésta
existe fuera de todo espíritu y no lo necesita para existir. En definitiva,
para Politzer, el ser en general – abstracto – no existe, sino que existen
seres particulares que tienen cualidades particulares. El cerebro es el ser y
nuestras ideas son el pensamiento; por ello, el idealismo – y, obviamente,
la religión – no puede sostenerse sin Dios y Dios no puede existir sin el
idealismo.
El materialismo no podría existir sin una dosis considerable de
reduccionismo. Precisamente, ese déficit de realidad que padece el
materialismo es lo que le lleva a convertir al ser en un simple ente.
O PINIÓN
En rigor, el término opinión significa el juicio elaborado acerca de una
cuestión específica sobre la que no existe una información irrefutable y
accesible; de otra manera, ya no sería una opinión sino la comunicación de
una certeza confirmada.
Es decir, teóricamente y en el mejor de los casos, formamos opiniones
utilizando la mejor información a la que tenemos acceso y la encajamos
inteligentemente en nuestro propio marco racional. Obviamente, esto no
significa que la información disponible sea suficiente ni contrastada, ni
nuestro marco lógico sea el más adecuado. Si somos conscientes de estas
limitaciones, la honestidad nos impulsará a no emitir una opinión mal
elaborada o, al menos, a exponer claramente las dudas derivadas de
nuestras limitaciones… Pero no siempre somos honestos, ni siquiera
intelectualmente.
Jean François Revel709 dice que, según las leyes que gobiernan a la
mezcla de palabras, de apegos, de odios y de temores que llamamos
opinión, un hecho no es real ni irreal: es deseable o indeseable; es un
709 Jean François Revel. El conocimiento inútil
cómplice o un conspirador, un aliado o un adversario, no un objeto digno
de conocer. Ni siquiera la brillantez intelectual en un determinado campo
supone ninguna garantía general y, en este sentido, Revel considera que
cualquier gran sabio puede forjarse sus opiniones políticas y morales de
manera tan arbitraria y bajo el imperio de consideraciones tan insensatas
como los hombres carentes de toda experiencia sobre el razonamiento
científico.
Hace varias décadas, la denominada Escuela de Frankfurt denunciaba
que la expansión explosiva de la industria de la cultura y de la
comunicación a base de productos mediocres pero de acceso fácil y
universal, dificulta e incluso llega a anular la capacidad de los individuos
para desarrollar una forma de pensar crítica e independiente. Esa industria
de la cultura, con su estructura oligopólica hace, como aseguraba
Habermas, que la opinión pública no sea más que la opinión publicada,
convirtiendo todo en una farsa. Jean Baudrillard afirmaba que los medios
de comunicación de masas y especialmente la televisión están definiendo
una nueva realidad, la hiperrealidad, donde se mezcla en un falso
desorden – que pretende ocultar una grosera manipulación – el
comportamiento de las personas y las imágenes, pero solo aquellas que los
medios de comunicación quieren ofrecer.
Las redes sociales de Internet comenzaron como una ilusionante
forma de comunicación entre particulares, permitiendo establecer
relaciones entre ellos con una facilidad hasta entonces desconocida. Hoy
han sido deformadas por los intereses económicos de sus diseñadores y
productores industriales, poniéndolas al servicio – con gran provecho – de
los manipuladores profesionales a sueldo de grupos políticos y
económicos, y convirtiéndolas en un vertedero donde se vuelca el odio, la
ignorancia y la perversión más retorcida. Ni siquiera la utilización de estas
redes para la divulgación de información rigurosamente contrastada y de
opiniones sólidamente argumentadas, puede contrarrestar mínimamente la
pestilencia de ese pozo negro. Y lo que es más grave aún, las redes están
sustituyendo a la educación, bastante instrumentalizada ya por los
gobiernos de turno.
Conceder a los demás la libertad para contradecirnos es uno de los
principales procedimientos para adquirir confianza en nuestros propios
juicios. Aún más; como decía John Stuart Mill710, merecen más confianza
las opiniones que sobreviven al escrutinio propio y a la crítica ajena que
las que nunca se han puesto en cuestión; una opinión que comparto
plenamente. También coincido con Fernando Savater711 en que no todas las
opiniones son igualmente válidas y que valen más las que tienen mejores
argumentos a su favor y las que mejor resisten la prueba de fuego del
debate con las objeciones que se les plantean. Dice Aurelio Arteta 712 que el
único respeto debido a las ideas reside en su inocultable poder de
convicción.
Por el contrario, esa especie de – falsa – tolerancia de la que presume
mucha gente estriba en una impúdica equidistancia que se cree ecuánime,
cuando en realidad lo que hace es tratar igual a los desiguales: a los que
argumentan y a los cerriles, a las víctimas lo mismo que a sus
perseguidores o a los cómplices de estos, a los que ponen los muertos y a
los que recogen los frutos de la matanza. A esa falsa ecuanimidad se
apuntan los peores ignorantes, aquellos que no quieren dejar de serlo.
Aquel que desprecia cuanto ignora, hoy más bien tolera lo mucho que
desconoce y desconoce cuánto tolera, concluye Arteta.
Hemos llegado a dar más importancia a la opinión de una
personalidad pública que a los resultados de un estudio riguroso cuando,
como nos recordaba Zubiri713, toda afirmación o negación, por rotunda que
sea, es incompleta o, por lo menos, postula otras afirmaciones o
negaciones, sólo unida a las cuales posee plenamente verdad; por eso,
Sócrates huía de las opiniones y de sus hábiles manipuladores, los sofistas.
En la meditación socrática sobre el "qué" de las cosas se desarrolla, en
primer lugar, pensando y hablando con sus amigos; pero su conversación
no es disputa, no defiende opiniones formadas, solo es diálogo. Consiste
710 John Stuart Mill. Sobre la libertad
711 Fernando Savater. Las preguntas de la vida
712 Aurelio Arteta. Tantos tontos tópicos
713 Xavier Zubiri. Sócrates y la sabiduría griega
en hablar de las cosas y desde las cosas, en un sereno y reposado girar
sobre ellas para empaparnos de ellas. Sócrates – dice Zubiri – pone en
suspenso la seguridad con que el hombre se apoya en las cosas de la vida;
hace ver que en la vida corriente no se sabe lo que se trae entre manos.
Precisamente, lo que hace que la vida sea corriente es esa ignorancia y
reconocerla es ya una forma de instalarse en la vida de la Sabiduría; a
partir de entonces, las cosas, y con ellas la vida misma, quedan
convertidas en problemas.
Esta reflexión socrática fue la constitución de la filosofía.
O PTIMISMO ( Y PESIMISMO )
Zubiri714 consideraba que inteligencia y sentimientos son, en el
hombre, un elemento único e inseparable. Daniel Goleman 715 le dio un
giro más a la tuerca, estableciendo una demarcación más específica,
definiendo como inteligencia emocional la capacidad para motivarnos,
controlarnos, entusiasmarnos y persistir en nuestro esfuerzo. Representa,
por decirlo así, la forma inteligente de ser inteligente y, por ello, la
inteligencia emocional es, al menos, tan importante como la inteligencia
relacional porque si no existiese, el ser humano no podría sobrevivir en el
mundo natural. Perder ese aspecto emocional significaría desligarnos del
mundo, de nuestro entorno.
Es importante que seamos conscientes plenamente de que nuestra
inteligencia solo se puede manifestar a través de la riqueza y flexibilidad
del acoplamiento estructural con el sistema. De hecho, para recuperar la
plena humanidad de esta sociedad tecnológica, deberíamos reconquistar
nuestra experiencia de conectividad con la trama entera de la vida, decía
Fritjof Capra716.
714 Xavier Zubiri. Inteligencia sentiente. Inteligencia y realidad
715 Daniel Goleman. Inteligencia emocional
716 Fritjob Capra. LA trama de la vida
Pese a ello, el hombre moderno parece estar especialmente empeñado
en ir en sentido contrario. José Antonio Marina 717 nos recuerda que la
inteligencia fracasa cuando es incapaz de ajustarse a la realidad. ¿De qué
sirve tener una elevada capacidad para memorizar y relacionar hechos y
datos, si no sabemos para qué lo hacemos? Hay hombres con una gran
inteligencia relacional que son auténticos estúpidos emocionales, porque
no caen en la cuenta de que el raciocinio, si se pretende ejercer al margen
de los sentimientos, solo tiene un carácter instrumental y es incapaz por sí
mismo de seleccionar nuestras auténticas metas finales.
Los sentimientos son el balance consciente de nuestra situación, del
modo como están funcionando nuestros deseos o proyectos en contacto
con la realidad. Quien niega sentimiento a su inteligencia no es inteligente
y tan solo puede aspirar a realizar operaciones aritméticas muy
rápidamente o intentar aprender de memoria el censo de Nueva York, algo
que la más tonta de las máquinas puede hacer mucho más rápida y
eficazmente.
La necedad constituye un enemigo mucho más peligroso para el bien
que la maldad. Como afirmaba Dietrich Bonhoeffer 718, el mal siempre
lleva en sí el germen de la autodestrucción; en cambio, frente a la necedad
carecemos de toda defensa; a diferencia del hombre malo, el necio se
siente enteramente satisfecho. Y, desde luego, no debemos confundir
necedad con optimismo; el mismo Bonhoeffer supo mirar hacia delante,
afirmando que nadie ha de desprestigiar el optimismo en tanto que
voluntad de futuro, aunque yerre cien veces. Todo un mensaje de
esperanza de alguien que se sabía condenado a muerte por el régimen nazi.
Lamentablemente, en el mundo moderno el pesimismo goza de un
gran prestigio intelectual que, en mi opinión, no está justificado en
absoluto, como ocurre igualmente con el escepticismo. Fernando
Savater719 llega a afirmar que quien sienta repugnancia ante el optimismo,
que deje la enseñanza y que no pretenda pensar en qué consiste la
717 José Antonio Marina. La inteligencia fracasada: teoría y práctica de la estupidez
718 Dietrich Bonhoeffer. Resistencia y sumisión
719 Fernando Savater. El valor de educar
educación, porque educar es creer en la perfectibilidad humana, en la
capacidad innata de aprender y en el deseo de saber que le anima. Como el
mismo Savater indica720, los pesimistas pueden ser buenos domadores,
pero no buenos maestros. Antes, Simone de Beauvoir721 había afirmado
que la ideología nazi convirtió el pesimismo en voluntad de poderío.
El escepticismo y el pesimismo, frecuentemente aliados, son la tarjeta
de presentación de numerosos intelectuales que han cedido al impulso de
la desesperación ante su propia incapacidad para adentrarse o soportar la
realidad. Se niegan a aceptar que la mayor parte de las satisfacciones que
obtenemos de todo lo que nos rodea se deben a optimistas irreductibles, a
videntes obstinados de un mundo mejor y a personas capaces de superar
las limitaciones propias y las ajenas. Decía Xavier Zubiri 722 que el hombre
vive con unos estímulos y tendencias vitales con las que tiene que hacerse
cargo de la situación, enfrentándose con las cosas en tanto que realidad,
con las tendencias y consigo mismo; y para ello, Edmund Sinnott 723 le
atribuye una fuerza motriz propia, que no se halla a merced simplemente
de agentes externos, por muy enérgicos y compulsivos que sean.
Un estudio clásico de psicología724 sobre la evaluación emocional y
cognitiva de la vida, sugería la existencia de una clara interacción entre
personalidad y percepción del nivel de satisfacción, todo ello como
resultado de un conjunto de experiencias positivas pero también debido a
una disposición general de la personalidad, que cumpliría una función
moderadora en la autopercepción del bienestar psicológico. De esta
manera, las personas más optimistas están más satisfechas con su vida,
mientras que los más pesimistas tienden a mostrarse más aislados y
sumisos, con menores niveles de satisfacción. En general, los niveles más
bajos de bienestar se asocian a una predisposición personal a concentrarse
720 Fernando Savater. Voltaire contra los fanáticos
721 Simone de Beauvoir. El pensamiento político de la derecha
722 Xavier Zubiri. Sobre el sentimiento y la volición
723 Edmund W. Sinnott. La biología del espíritu
724 Diener E, Oishi S, Lucas RE. Personality, culture, and subjetive well-being: Emotional
and cognitive evaluation of live. Annual Review Psychology. 2003; 54: 403-25
en la propia persona, más que en sus tareas de desarrollo. Por el contrario,
los más satisfechos, son los que expresan metas propias de su edad y etapa
de desarrollo. Ciertamente, hay mayor satisfacción cuantos más objetivos
se han alcanzado en la vida y cuantos más se espera lograr aún.
El escepticismo aparenta una posición intelectual que, en realidad, no
está fundamentada en nada racional. Los escépticos ironizan con
frecuencia sobre el optimismo: un optimista es un pesimista mal
informado. ¿Pero es que no hay esperanza para el escéptico? ¿O es que,
más bien, tiene miedo de encontrarse consigo mismo, de evolucionar
como ser humano? Visto así, también el escéptico podría ser considerado
como un pesimista hipócrita que no quiere reconocer su propio miedo a la
realidad.
Frente a ello, el optimismo es una disposición permanente del ánimo
que actúa como un filtro capaz de interponerse entre los acontecimientos
externos que rodean a la persona, conduciendo a una interpretación
positiva de los mismos. Es la tendencia a esperar que el futuro depare
resultados favorables, que siempre será posible – antes o después – que
estos lleguen. El optimismo nos ayuda a enfrentarnos a las dificultades
con el mejor ánimo y con perseverancia, incidiendo en los mejores
aspectos que tienen las personas y las circunstancias, todo ello con la
confianza en las propias capacidades y posibilidades, así como en la ayuda
que podemos recibir de los demás. Es evidente, por tanto, la relación entre
optimismo, futuro y esperanza.
Sin embargo, deberíamos experimentar nuestro optimismo desde la
humildad de quien se sabe limitado en sus capacidades, ya que un exceso
de confianza puede ser tan dañino como la propia ausencia de ambición
por la vida. El que mira hacia abajo continuamente corre el riesgo con
chocar contra un muro que no ve, pero el que solo mira al cielo corre el
mismo riesgo.
O RDEN
¿Qué significa orden? En realidad, se trata de un término polisémico –
uno más – que es empleado para describir la colocación de las cosas en el
lugar que les corresponde y de unas respecto de otras, la concertación –
libre o forzada – entre personas sobre la convivencia o sobre temas
concretos, la regulación legal o protocolaria del procedimiento para hacer
cosas, la sucesión seriada de las cosas, etc. Puede resultar paradójico que
la sistematización de los significados este término sea tan… desordenada;
sin embargo, en todos ellos destaca la necesidad de un observador que
interprete lo observado y, por tanto, obtenga información.
El orden – en sus múltiples significados – es un aspecto muy relevante
para los seres humanos. En el ámbito social y humano, Simone Weil 725
describía las necesidades del alma como hambre de orden, junto con el
hambre de libertad, de obediencia, de responsabilidad, de igualdad, de
jerarquía, de honor, de castigo, de libertad de opinión, de seguridad, de
riesgo, de propiedad – privada y colectiva – y de verdad. Curiosamente, el
orden es la primera de las necesidades del alma para Simone Weil, aunque
no la más importante ya que para ella la necesidad más sagrada del alma
humana es la necesidad de verdad. Weil entendía el orden como un tejido
de relaciones sociales que permiten realizar las obligaciones primordiales
antes que las secundarias; es decir, se trata de organizar las obligaciones,
dándole prioridad a aquellas que son esenciales.
Según la definición propuesta por Gregory Bateson, el orden es
fundamental para que funcionen los sistemas, las respuestas a
determinadas situaciones considerando todos los elementos implícitos en
ellas y, especialmente, su posible carácter aleatorio. En el ámbito humano,
el concepto de sistema implica un predominio del todo sobre las partes, es
decir, de las relaciones interpersonales sobre el individuo.
El orden que creemos percibir en la Naturaleza es una cuestión de
interpretación del conocimiento que investiga la ciencia. Sería más bien de
725 Simone Weil. Echar raíces
la reconstrucción lógica de conceptos a partir de experiencias, dentro de
un marco conceptual previo acorde con el paradigma generalmente
aceptado por la comunidad científica de cada momento. En resumen,
podríamos decir es mayoritaria la opinión de que el orden en ciencia es un
concepto no objetivo, sino intersubjetivo.
No obstante, hay voces discrepantes con esta opinión. Un ejemplo
muy relevante de esto último es lo propuesto por David Bohm 726, un
antiguo alumno de Albert Einstein que consideraba a la realidad como una
unidad intensamente interconectada, en la que el mundo físico posee una
estructura dinámica que produce la enorme diversidad de seres y
fenómenos, que son constatados por los sentidos. Para Bohm, existen dos
formas de orden en la realidad. De un lado, el orden explicado sería aquel
constituido por sucesos que pueden de ser comprobados
experimentalmente, aunque este orden carecería por sí mismo de una
razón suficiente de ser y tan solo constituiría un orden contingente de la
realidad, algo que sometido al principio de causalidad no puede explicarse
a sí mismo. Es decir, sería una realidad dada y limitada por su
dimensionalidad temporal.
Frente a ello, Bohm propone el orden implicado como fundamento
ontológico del orden explicado, basándose en que por encima de las leyes
físicas características del orden sensible, existe una totalidad primaria,
indivisible y atemporal que unifica, ordena y causa el orden explicado. De
alguna forma, esto implicaría que no existen dos órdenes distintos de
realidad sino una única totalidad implicado-explicada, en la que el orden
explicado es parte constitutiva del orden implicado, que le da razón de ser.
El orden implicado de Bohm supone un todo indivisible en el que
todas las cosas están envueltas, como lo no-manifestado y cuyas
conexiones no tienen nada que ver con la localización espacio-temporal,
sino con una cualidad diferente que él denominó envolvimiento. Según
esto, el mundo sensible sería solo la manifestación de un orden más
profundo y de una realidad inconmensurable, el orden implicado, que
726 David Bohm. La totalidad y el orden implicado
Bohm ilustra como si fuera un holograma en el que el todo es las partes y
cada una de las partes contiene al todo.
Interesante... y perturbador.
O RGULLO , SOBERBIA , VANIDAD
El término orgullo es otra de las palabras polisémicas que
frecuentemente complican las conversaciones y, aún más, las convicciones
íntimas. Pasamos con demasiada facilidad y sin percibirlo de una acepción
a otra, del orgullo legítimo al orgullo ilegítimo, a la soberbia. Vamos
desde el sentimiento de satisfacción por haber conseguido una meta
gracias a nuestro propio esfuerzo, a la desmesura en la autoestima a costa
de sobrevalorar nuestros méritos e infravalorar los que corresponden los
demás.
La primera forma de orgullo es un sentimiento positivo que nos
reafirma como personas que evolucionan y se saben capaces de
enfrentarse a retos de la vida; eso nos hace valorarla más, no solo porque
sea la nuestra, sino porque la vivimos con mayor plenitud. De hecho, la
palabra orgullo deriva etimológicamente del término catalán orgull y éste
del fráncico urgoli y del antiguo alemán urguol, que significa insigne o
excelente727.
Esta forma de orgullo basado en la satisfacción legítima por la
excelencia de nuestro esfuerzo nos sirve de trampolín para saltar al futuro;
pero ese salto debemos hacerlo con la red de seguridad que proporciona la
humildad, la percepción real de nuestras capacidades, no su ocultación
artificial tras la cortina de la falsa modestia. Solo así ese orgullo íntimo
que va de la mano de la humildad y que no está encadenado al
sometimiento del reconocimiento ajeno, será legítimo y constructivo.
El orgullo legítimo también puede ser compartido cuando se participa
en un equipo o grupo que ha conseguido colectivamente una meta
importante con el esfuerzo e inteligencia compartidos de todos y cada uno
727 Joan Coromines. Breve diccionario etimológico
de sus miembros. La satisfacción compartida es, si cabe, aún más legítima
que la personal, en la medida en que reconocemos en los otros una parte
fundamental de nosotros mismos; como diría Martin Buber, no hay yo sin
tú, no hay individuo auténticamente humano sin sociedad.
No acepto que la otra acepción del término orgullo, o sea la soberbia,
sea el inevitable envés del orgullo legítimo, como tampoco acepto que el
mal sea la otra cara del bien. El orgullo que yo llamo patológico es más
bien el tejido canceroso, anómalo e incontrolable, que surge y crece fruto
de la acumulación de mutaciones adversas de nuestra personalidad, que
desarrolla toda una panoplia de síntomas y efectos adversos, como lo hace
un órgano o un tejido afectado por una metástasis cancerosa. Y, como
ocurre en el cáncer, la mejor forma de luchar contra cualquiera de sus
numerosas y diversas formas es evitar que aparezca, y si lo hace,
detectarlo a tiempo y tomar las medidas correctivas pertinentes, a través
de la vía profiláctica de la realista humildad.
Ese orgullo patológico se presenta como la sobrevaloración – por
tanto, la irrealidad – de nuestros méritos en relación a los de los demás;
porque, por encima de todo, esta forma degenerada de orgullo se
desarrolla en función de los otros, a diferencia del orgullo legítimo. El
grado de reducción de nuestra perspectiva que implica esta anomalía, es
directamente proporcional a la frecuencia y gravedad con que cometemos
errores que luego nuestro ego inflamado se niega a aceptar y corregir. Este
orgullo nos lleva a separarnos de las personas y de todas las situaciones
que puedan comprometerlo; nos hace modificar el ambiente, cambiar de
costumbres y de relaciones. Ya sabe, los tumores cancerosos del orgullo
crean su propio entorno emocional para facilitar su supervivencia frente al
ataque las defensas de nuestro sistema inmunitario ético.
La soberbia suele expresarse con manifestaciones – veladas o no – de
rabia, enfado, desprecio, distanciamiento o incomodidad ante cualquier
persona, suceso o situación que nos haga ver – aunque sea
involuntariamente – lo insano de nuestro orgullo. Esto me recuerda que la
personalidad típicamente paranoide se manifiesta en los niños por la
necesidad desmedida de alabanza, que sufren con el menor reproche, que
nunca se consideran responsables de sus fallos y que acusan a otros de sus
faltas; en la edad adulta manifiestan un orgullo desmedido, desconfianza,
falsedad de juicio e inadaptabilidad. Lo peor es que esta paranoia puede
contagiarse a personas adyacentes predispuestas, especialmente a través de
la transmisión de ideas mesiánicas.
La soberbia no solo nos hace sobrevalorar nuestros méritos, llega
incluso a inventarlos; llevados al plano social esos falsos méritos –
inflados paradójicamente de vacío – y sumados a la ignorancia combativa
y al victimismo autocomplaciente, acaban desembocando en alguna de las
múltiples formas de sectarismo que el ser humano ha sido capaz de
inventar a lo largo de la historia.
También el orgullo patológico puede ser compartido. Es el orgullo de
pertenencia a una determinada clase social, sexo, grupo político, etnia,
país de nacimiento (o de adopción), etc. Cuando el orgullo colectivo es
consecuencia de una participación activa y eficaz en un proyecto de bien
común y cuando la participación no es impuesta y el resultado no es
excluyente, es razonable sentirse orgulloso y compartir tal orgullo por
participar en ese equipo (el deporte amateur puede ser un buen ejemplo).
Cuando dicho orgullo solo es la consecuencia de la pertenencia con
carácter excluyente a un grupo, cuando esa pertenencia es meramente
formal o incluso inventada (pertenencia inactiva), o cuando la naturaleza y
los fines de ese colectivo son éticamente rechazables (soberbia cómplice),
es cuando orgullo colectivo se convierte en simple sectarismo.
En última instancia, de ahí surge la prepotencia, el endurecimiento
emocional que nos lleva a considerarnos como propietarios únicos de la
razón, a hacernos intolerantes ideológicamente, sin admitir aportación o
corrección de nadie, considerándola como una ofensa personal que el
orgulloso patológico difícilmente olvida, con el consiguiente bloqueo de
las relaciones sociales e incluso personales.
El orgulloso solo se lleva bien con los que le dan la razón o, mejor
aún, con los que ensalzan sus méritos aunque sean ficticios o
desproporcionados con la realidad; llegados a este punto, desembocan
directamente en la vanidad, en un afán – tan desmedido como
injustificado – de ser admirados, de hacer ostentación de su supuesta valía.
Decía Spinoza728 que los soberbios, que quieren ser los primeros, y no
siéndolo, son los que más fácilmente caen en las redes de la adulación. Y
aunque ésta puede ayudar en determinados casos a facilitar la concordia –
de ahí la diplomacia – suele hacerlo a través del repugnante vicio del
servilismo o de la perfidia.
La vanidad es un cenagal emocional y abrumador sobre el que Jean
Guitton729 llegó a afirmar que es el orgullo de los imbéciles. No creo que
haya defecto más superficial y a la vez más profundo que la vanidad, decía
Henri Bergson730: las heridas que se le infieren no son graves nunca, y sin
embargo no se curan. Por eso, quizás el único remedio específico de la
vanidad sea la risa de los demás.
P ACIENCIA Y TEMPLANZA
A veces utilizamos el término paciencia para referirnos a la capacidad
para tolerar el sufrimiento – de hecho, deriva del latín pati, sufrir o
soportar – y las contrariedades que experimentamos en la vida, sin
lamentarnos por ello. Yo, sin embargo, considero que a esto último hay
que llamarle abnegación, algo muy diferente a lo que – para mí – es la
auténtica paciencia, la tranquilidad de ánimo que permite estudiar cada
situación y cada persona en su contexto propio y adoptar las decisiones
pertinentes, lo que a veces requiere tomarnos un tiempo adicional de
reflexión.
La paciencia consiste en aceptar inteligentemente que el universo no
depende de nosotros – sino todo lo contrario – y que la libertad de
decisión no debe quedar sometida a la dictadura de la adrenalina. Como
dice José Antonio Marina731, la paciencia tiene que ver con el dominio de
sí que está en la base de toda decisión libre.
728 Baruch Spinoza. Ética
729 Jean Guitton. Mi testamento filosófico
730 Henri Bergson. La risa
731 José Antonio Marina. Pequeño tratado de los grandes vicios
Ser paciente no significa en ningún caso inhibirse ante la realidad o
bloquear nuestra voluntad por miedo o por cualquier otro motivo. La
paciencia es una virtud en positivo que se ejerce desde la acción, nunca
desde la omisión o desde la ocultación; no es una dejación de la voluntad,
que siempre acarrea malas consecuencias.
Pero si la dejación de la voluntad acarrea malas consecuencias, su
exceso impetuoso no es mucho mejor. Una forma especial es la
impaciencia, que pretende ser un atajo entre el deseo y la consecución del
objeto de éste, invadiendo todos los recursos capacitadores de la persona,
mermando su potencial hasta convertirle, en los casos más extremos, en
una mera caricatura humana. La impaciencia daña la voluntad,
transformándola en ansiedad, y tiñe al resto de los sentimientos con su
mismo color. Si no es adecuadamente controlada por la inteligencia,
evoluciona transformando la actividad en urgencia y la urgencia,
frecuentemente, en violencia verbal o física.
La impaciencia conlleva espontaneidad, pero es más una lucha contra
el propio individuo que contra el reloj, porque el impaciente cuestiona, en
el fondo, su propia capacidad para conseguir sus objetivos y deseos de
forma natural, paso a paso, planificadamente y con esfuerzo mantenido.
Solo la impaciencia inspira la creencia en la posibilidad de un
mejoramiento repentino, decía Bertrand Russell732. ¡Cuántos proyectos
interesantes se han quedado sin culminar por culpa de la impaciencia!
Conviene, no obstante, evitar la confusión entre impaciencia e ilusión.
Una persona ilusionada vive la consecución del objeto de su deseo desde
mucho antes de conseguirlo, aunque no se siente irritado por no haberlo
conseguido aún. De hecho, una persona ilusionada ya ha alcanzado su
objetivo desde el mismo momento en que lo imagina, a diferencia del
impaciente que lo único que experimenta es ansiedad de no haberlo
alcanzado aún.
Si la persona ilusionada tiene templanza, si es capaz de mantener
dominio y control sobre sus propios actos y disfrutar de todo lo bueno sin
ahogarlo en el exceso, la ilusión actuará como un motor poderoso; pero
732 Bertrand Russell. Escritos básicos
cuando la templanza se pierde, la ilusión acaba transformándose en ciega
impaciencia.
P ARADIGMA
Lo que Thomas Kuhn733 llamaba paradigma científico es el conjunto
de prácticas que definen una disciplina científica durante un período
específico de tiempo; un conjunto formado fundamentalmente por
convenciones racionales aceptadas por una comunidad científica – o sus
más refulgentes figuras investigadoras o divulgadoras – pero no
necesariamente demostradas, sino solo sostenidas como obvias.
Feyerabend734 afirmaba que la ciencia es una empresa esencialmente
anárquica, en la que no hay normas fijas de conducta. Personalmente,
comparto con él la idea de que ninguna observación está libre de
interferencia teórica y que la experimentación está fuertemente
condicionada por la teoría actualmente en vigor. Pero, además, existe una
inercia de intereses personales e institucionales que dificultan
notablemente el proceso. En cualquier caso, la historia del conocimiento
nos permite concluir que la relación entre la base empírica y el marco
conceptual de las leyes y teorías es siempre compleja, y los criterios
utilizados para su validación son inevitablemente cambiantes y por tanto
temporales.
Todo lo dicho hasta aquí nos lleva a que cada paradigma contiene sus
propias normas y definiciones, que condicionan el trabajo de los
científicos en cada época. Es obvio que los paradigmas también cambian,
a veces de forma rápida, atropellados por una inesperada y aplastante
nueva evidencia. Pero es necesario que ese cambio de paradigma permita
alojar no solo la nueva evidencia sino también las anteriores, salvo que la
nueva evidencia cuestione radicalmente a las antiguas.
733 Thomas Kuhn. La estructura de las revoluciones científicas
734 Paul Feyerabend. Tratado contra el método
El nuevo paradigma debe ofrecer cobijo a las nuevas observaciones
que no encajan satisfactoriamente en el anterior paradigma, pero debe
proporcionar también – al menos como hipótesis – una explicación de por
qué el anterior paradigma no previó el conocimiento de la nueva realidad
ahora descrita. Por eso, cualquier nuevo paradigma requiere siempre un
cierto tiempo para ser formulado y aún más para consolidarse; son muchas
las inercias y los intereses que hay que vencer, tantos como las
comprobaciones de la robustez de sus cimientos.
El cambio paradigmático suele venir de la mano de científicos jóvenes
bien formados pero generalmente aún no establecidos como líderes de la
investigación; ellos no están sometidos a la tradición ni al confort de sus
puestos institucionales. Por eso, el gran reto de los generadores del nuevo
paradigma estará no solo en profundizar en el soporte cognitivo de éste,
sino en convencer a la comunidad científica ya asentada de que puede
resultarle rentable el cambio en términos de estabilidad o mejora laboral y
de capacidad de influencia para dirigir nuevas líneas de investigación;
algunos de estos – quizá los menos – también lo hagan por reconocer
humildemente que el nuevo paradigma de conocimiento es más
satisfactorio que el anterior.
P ASADO
Los procesos irreversibles, caracterizados por un fuerte incremento de
la entropía, se ven sometidos a una drástica pérdida de información.
Imagine el lector la rotura de una copa de cristal en múltiples pedazos. La
segunda ley de la termodinámica nos dice que la cantidad de entropía del
universo tiende a incrementarse en el tiempo, lo que implica la
irreversibilidad de los sistemas dinámicos físicos. Es decir, es muy
improbable estadísticamente que nuestra copa rota se restaure por sí
misma de forma espontánea, con lo cual es casi seguro que no solo
hayamos perdido nuestra apreciada copa sino también la información
correspondiente a su consistencia, volumen, forma, etc.; es decir, la
evolución temporal no solo es un proceso irreversible sino que además nos
roba información que antes teníamos. Reconozco que no resulta fácil
aceptar esto último cuando nuestra intuición nos dice todo lo contrario, en
el sentido de que el progreso de la historia inteligente del universo parece
sugerir una acumulación creciente de información.
Sin embargo, la complejidad irreductible de la realidad nos impone
una fuerte restricción, en forma de incertidumbre, para predecir el pasado;
una incertidumbre que es incluso mayor que para prever el futuro porque
supone una pérdida irreversible de información. Por el contrario, es
posible que no tengamos toda la información necesaria para predecir el
futuro – especialmente, a largo plazo – pero esa información acaba
estando a nuestra disposición a medida que el presente se aproxime al
futuro: el corto plazo.
La cuestión es que la termodinámica trabaja a favor del futuro y en
contra del pasado. La irreversibilidad de los procesos nos impide
reconstruir la copa rota pero no construir una copa nueva, pudiendo elegir
– al menos, hasta cierto punto – el diseño, el proceso de fabricación y los
materiales. Obviamente, no quiero decir que sea fácil, ni siquiera factible
en muchos casos, predecir el futuro; pero podemos intervenir en él. Por el
contrario, nunca podremos cambiar el pasado ni, en muchas ocasiones,
llegar a conocerlo tal como fue realmente, porque habremos perdido
mucha información relevante. De ello siempre se han beneficiado todos
los movimientos populistas de carácter totalitario – políticos, religiosos,
etc. – que remodelan continuamente su versión del pasado, para adecuarla
a sus fines espurios.
Permítame que recurra a la imagen tradicional del flujo del tiempo –
pasado, presente y futuro – como el proceso que ocurre dentro de un
sistema formado por dos conos o bulbos no necesariamente simétricos que
están conectados a través de sus vértices por un pequeño agujero; algo así
como un reloj de arena, pero sin que los bulbos tengan tapa o fondo.
Desde el pasado, los sucesos se precipitan hacia el futuro, pasando por el
estrecho canal del presente, de la misma manera que los granos de arena –
los sucesos – caen desde el bulbo superior – el pasado – al inferior – el
futuro – a través del estrecho y corto canal que representa la
instantaneidad del presente.
Es cierto que el presente es a donde nos ha llevado el pasado e incluso
se podría argumentar que siempre quedará algún rastro de nuestros pasos
al caminar. Sin embargo, la termodinámica actúa como una aspiradora de
información y engulle el pasado, cambiando el determinista camino de
tierra en efímeras estelas en la superficie del mar, como supo expresar con
acierto lírico Antonio Machado (… caminante no hay camino, sino estelas
en la mar…). Tony Judt735 decía que el pasado es otro país, no podemos
volver a él.
¿Queremos conocer el pasado para no repetir errores – propios y
ajenos – o solo buscamos escusas o coartadas para justificar nuestro
presente? Quizás la termodinámica nos ha ayudado a evolucionar como
seres inteligentes diluyendo la conciencia de nuestro pasado ante el riesgo
cierto de no poder soportar su conocimiento íntegro. Al fin y al cabo,
como decía Simon Leys736, solo deberíamos poseer aquello que se puede
poseer con despreocupación.
P ATRIOTISMO
Decía Zygmunt Bauman737 que el nacionalismo cierra la puerta
dejando fuera a todos los que llaman a ella y arruina todos los timbres,
declarando que solo aquellos que están dentro tienen derecho a estar allí
ya establecidos para siempre; el patriotismo, al menos comparativamente,
es más tolerante y hospitalario, ya que delega la responsabilidad a los que
piden ser admitidos.
Rabindranath Tagore738 supo reflejar espléndidamente, con la fuerza de
su prosa lírica, la diferencia entre patriotismo y nacionalismo: Los que no
pueden experimentar entusiasmo por su país tal como es, y no pueden
735 Tony Judt. Algo va mal
736 Simon Leys. La felicidad de los pececillos
737 Zygmunt Bauman. Modernidad líquida
738 Rabindranth Tagore. La casa y el mundo
amar a los hombres como hombres, sino que tienen necesidad de lanzar
gritos y de endiosar a su patria, es porque aman menos a su patria que a
la excitación que les subyuga.
Tagore desarma al nacionalismo y, sin llegar a burlarse de él – era
incapaz de odiar o despreciar a nada ni a nadie, lo que consecuentemente
le granjeó el odio de los mezquinos – conduce su serena reflexión hacia
una sólida defensa de la tolerancia y del hombre mismo como centro, pero
no único ser noble, del Universo. Desenmascara a los nacionalismos
militantes afirmando que los que realizan sacrificios por su país merecen
ser llamados sus servidores; pero los que obligan a otros a hacerlos en su
nombre son enemigos de la patria, socavan la libertad en su base para
gozar de ella en la cumbre.
Tagore tuvo el suficiente amor por todo y la suficiente inteligencia
para separar nítidamente el patriotismo del nacionalismo. Supo expresar
de forma inigualable que cualquiera puede querer a su tierra y sobre todo
las personas de esa tierra, sin ninguna contrapartida de odio ni excluir a
nada ni a nadie. Defendió con poético ardor y con una lógica inexorable la
convivencia en libertad, respetuosa, mutuamente enriquecedora, frente a la
imagen chusca, rancia, irracional y cruel de la patria los nacionalistas: se
pone la patria en el lugar de donde se expulsa la conciencia; veremos
surgir ahora, horrible e impúdicamente, todos los pecados de la patria.
En mi opinión, patriotismo y nacionalismo comparten la supremacía
de los sentimientos de pertenencia a una comunidad sobre la convivencia
social basada en la razón. Sin embargo, el patriotismo se basa más en el
afecto en positivo, mientras que el nacionalismo hunde sus raíces en la
rivalidad y el resentimiento. El patriotismo es acogedor y por ello el
patriota se enorgullece de que otras personas quieran vivir en su país,
mientras que el nacionalismo es separador, se siente invadido por los
emigrantes, especialmente si estos presentan rasgos culturales fuertemente
diferenciados. El patriota busca sumar; el nacionalista halla su paraíso en
la diferencia con el resto.
El patriota acepta públicamente, aunque no siempre de buena gana, las
deficiencias de su patria – incluyendo su historia atormentada – mientras
que el nacionalista busca resaltar, magnificar o incluso inventar las
supuestas virtudes – y ocultar o enmascarar las miserias – de su historia y
de su presente, y no tolera las críticas, por justificadas que sean, sobre las
deficiencias que a pesar de todo es consciente de que existen en su
sociedad, haciendo un arte de la ocultación de los argumentos y de los
datos contrastados, así como de la justificación a través del odio y de la
envidia de los otros países o de los propios emigrantes. Incluso, cuando se
siente con fuerza, el nacionalista desarrolla una mentalidad imperialista
fruto de su autoalimentado complejo de superioridad.
Hace dos mil años Séneca739 hacía una reflexión que hoy hago mía:
recorramos todas las tierras; ni una sola encontraremos en el mundo que
sea extraña al hombre. Desde todas ellas se eleva nuestra mirada a igual
distancia hacia el cielo; y el mismo intervalo separa las cosas divinas de
las humanas. El sabio en todas partes encuentra su patria.
P AZ Y TRANQUILIDAD
Según Xesús Jares740, la paz es uno de los valores máximos de la
existencia humana, que está conectado con todos los niveles de aquella, y
afecta todas las dimensiones de la vida: interpersonal, intergrupal,
nacional, internacional, y es un proceso dinámico, no estático. Aunque sin
duda este párrafo ayuda a acotar el concepto, no llega a profundizar en qué
es en última instancia la paz, aunque la encuadra como un valor
transversal que tiene un carácter permanentemente evolutivo. Es un punto
de partida, aunque no sé si es el mejor.
Tradicionalmente, el término paz viene asociado, por acción o por
omisión, al de guerra o, al menos, el de conflicto. Sin embargo, de alguna
manera, casi todos entendemos que la paz es un prisma con muchos más
lados que el de la sola ausencia de guerra. La UNESCO, por ejemplo,
sostiene que la paz no significa solamente ausencia de conflictos armados,
739 Lucio Anneo Séneca. Consolación a Hevia
740 Xesús Jares. Educación para la paz
sino también de violaciones de los derechos humanos; con ello, profundiza
en la exigencia de justicia entre las sociedades y el reconocimiento de la
igualdad y la dignidad de todos los pueblos y las culturas; más aún, en la
exigencia de libertad y de desarrollo económico, político y social, el
derecho a un medio ambiente sano y ecológicamente equilibrado, y el
derecho a un patrimonio común de la humanidad, todo ello en un proceso
continuo de evolución ascendente.
En resumen, si no lo he entendido mal, el discurso oficial de la
UNESCO y de la propia Organización de las Naciones Unidas (ONU),
enfatiza que la paz es un elemento inseparable de los derechos humanos.
Kofi Annan, entonces secretario general de la ONU, decía en 1998 que la
misión de ésta en el nuevo milenio empieza y termina con los derechos
humanos.
Aunque el respecto universal a los derechos humanos es una meta de
gran importancia, considero que lo visto hasta aquí no basta para saber qué
es la paz, porque nos hemos referido solo a una parte – aunque muy
importante, sin duda – de ella, pero hemos dejado otros aspectos no menos
relevantes que otorgan a la paz un valor ético de carácter absoluto. Ese es,
quizá, la cuestión, el carácter absoluto de la paz; si no contamos con cada
ser humano, la ficción de pueblo, como ente abstracto (y moldeable a la
medida de diversos intereses), nos puede llevar a encontrar justo lo
contrario de lo que buscamos.
Rousseau741, referencia intelectual de los modernos populismos
políticos (y de otros algo más antiguos, pero igualmente podridos), decía
que un poco de agitación da energía a los demás y lo que verdaderamente
hace prosperar a la especie es menos la paz que la libertad. Hobbes 742
entendía la paz solo como algo que hay que adquirir a través de un
contrato social con el pago de renunciar a una parte – a veces grande – de
la libertad; para Hobbes, paz significaba protección y el coste del proceso
741 Jean Jacques Rousseau. El contrato social
742 Thomas Hobbes. Leviatán: o la materia, forma y poder de una república eclesiástica
y civil
que proponía utilizaba la obligación como moneda de cambio.
Nietzsche743 iba más lejos aún, despreciando la paz como si fuera una
especie de embrujo que sirve para atontar al hombre, ya maniatado por la
sociedad. Otros, como George Politzer744, simplemente confieren a la paz
un carácter de paso intermedio pero necesario en la búsqueda la sociedad
perfecta: no se puede luchar por el pan (lucha económica) sin luchar por la
paz (lucha política) y sin defender la libertad (lucha ideológica); es la voz,
obviamente, de un marxista.
¿Puede haber auténtica paz social – que es realmente de lo que hemos
estado hablando hasta ahora – sin la paz individual de cada ser humano, la
paz interior? Sinceramente, creo que no y que eso que hemos llamado
provisionalmente paz es solo una forma de convivencia o, como diría
Ortega, de conllevancia.
La paz interior surge del equilibrio armónico entre inteligencia y
emociones, siempre en continuo acoplamiento con la realidad; no es, ni
mucho menos, la desaparición o el domesticamiento de las emociones, ni
la anestesia de éstas en que a veces se convierte la razón. No es el olvido,
pese a lo que decía Susan Sontag745: hacer la paz es olvidar, para la
reconciliación es necesario que la memoria sea defectuosa y limitada. Al
contrario, solo la memoria más sólida, solo la inteligencia más brillante,
solo las emociones más vitalistas nos harán desembocar en la tranquilidad
de ánimo, la paz interior. La cuestión es alcanzar ese equilibro, que
necesariamente es inestable en razón de su dinamismo. Nuestra
tranquilidad nunca es la misma, sino que evoluciona inevitablemente;
pero la tranquilidad está ahí. Es una actitud de difícil ejecución que
requiere años de duro entrenamiento; Nelson Mandela decía que lo más
difícil no es cambiar el mundo, sino uno mismo.
Séneca746 tenía su propia fórmula: la tranquilidad consiste en que el
ánimo siempre vaya con paso igual y próspero, estar en paz consigo
743 Friedrich Nietzsche. La genealogía de la moral
744 George Politzer. Principios elementales de filosofía
745 Susan Sontag. Ante el dolor de los demás
746 Lucio Anneo Séneca. De la tranquilidad del ánimo
mismo y mirar con alegría sus cosas sin que este gozo se interrumpa, sino
permaneciendo en su estado de placidez sin levantarse nunca ni
deprimirse. Debemos hacernos fáciles o flexibles y sin entregarnos
demasiado a los asuntos que nos hemos propuesto, pasar a aquellos a que
la casualidad nos lleve, sin tener miedo a cambiar o a la determinación o a
la condición, mientras no caigamos en la ligereza, el vicio más enemigo de
la quietud, porque estorba tanto a la tranquilidad no poder mandar nada
como no poder sufrir nada. Hay mucha diferencia entre vivir con sencillez
y vivir con negligencia.
La paz no es la consecuencia de la ausencia de conflictos, sino la
virtud que impide que estos sean el final inevitable de la existencia
humana.
P ECADO
En las sociedades de raíces judeo-cristianas nos han enseñado desde
pequeños a centrarnos en el mal culpable como consecuencia de nuestra
supuesta tendencia natural a hacerle daño al prójimo, basada a su vez en
una de las aportaciones más incomprensibles y negativas que ha hecho la
teología judeo-cristiana a la historia de la humanidad: el pecado original.
En realidad, se trata de un invento relativamente moderno, que apareció
por primera vez mencionado en el libro Eclesiastés, posiblemente escrito
en torno al siglo II aC.
El pecado tiene un claro origen en la religión judía, entendida en un
sentido estricto como la Ley de Dios. Pecar es, por encima de cualquier
otra consideración, cualquier acción u omisión voluntaria contra la Ley; es
decir, hacer, pensar, decir o simplemente desear algo que es contrario a lo
expresamente mandado o prohibido en los mandamientos de la Ley de
Dios; luego las diversas iglesias se encargaron de ampliar este estricto
cumplimiento a sus particulares – e interesadas – leyes. El pecado, como
incumplimiento legal, representa en los textos bíblicos más antiguos el
error o el fallo que impide alcanzar un objetivo.
Hacemos lo que queremos, pero también lo que no queremos; e
incluso cuando hacemos lo que queremos, somos muy conscientes de que
nuestra decisión nunca es del todo transparente: siempre hay motivos
oscuros, razones inconfesadas, compulsiones que nos gobiernan sin que lo
sepamos, como afirma el teólogo católico Torres Queiruga 747, para el que
el pecado es una categoría religiosa que constituye un modo de interpretar
la experiencia humana de la culpa, la cual, con su carácter inconsciente,
fue invadiendo, coloreando, deformando y, muchas veces, pervirtiendo la
experiencia cristiana, hasta el punto de reconocer que la pastoral del
miedo ha sido una de las causas de la progresiva descristianización de la
sociedad occidental.
El sentimiento exacerbado y paranoico de culpa ha corrompido la
esencia de las religiones semíticas y, en particular, del cristianismo – que,
paradójicamente, centra su mensaje evangélico en el amor a los demás – y
ha proyectado una imagen de Dios de carácter tiránico, temible y distante.
Dime cómo es tu Dios y te diré como es tu pecado, decía Torres Queiruga,
porque el que hace de una insignificancia un pecado grave termina
haciendo de los pecados graves una insignificancia. Nadie que crea en un
Dios amante de su creación puede aceptar que quiera castigar a toda la
humanidad por el extraño pecado – el pecado original – de una mítica
primera pareja, cuando solo un psicópata maltrataría a un solo niño por un
delito de sus padres, como dice el propio Torres Queiruga. Aunque
referido al mito de Adán y Eva, el concepto de culpa colectiva –
debidamente manipulado – es algo que ha empequeñecido al ser humano.
El protagonismo del pecado en los textos sagrados de las religiones
semíticas – judaísmo, cristianismo e islam – es muy alto, por encima del
correspondiente a otros conceptos y sentimientos más positivos y que en el
caso de Pablo de Tarso, puede decirse que llega a la cúspide. De hecho, la
frecuencia de uso del término pecado en los textos de Pablo es muy
superior a la correspondiente a los Evangelios y se aproxima a la del
Antiguo Testamento, por lo que Pablo parece ser un continuador de la
obsesiva tradición judía por el pecado.
747 Andrés Torres Queiruga. Recuperar la creación: por una religión humanizadora
Según la versión en español de la Biblia que se puede consultar en la
web oficial del Vaticano748, los términos pecado o pecados – sin
contabilizar los de pecador/a o pecadores – aparecen en un total de 698
ocasiones, de las que 496 (71%) corresponden al Antiguo Testamento y las
restantes 202 (29%) al Nuevo Testamento. En los cuatro Evangelios,
apenas aparecen en 53 ocasiones (11 en Mateo y Marcos, 12 en Lucas y
19 en Juan), mientras que en las cartas de Pablo se repiten en 97
ocasiones (52 en la carta a los romanos, 28 en la carta a los hebreos y 17
en el resto), es decir, prácticamente el doble que los cuatro evangelios
juntos, lo cual no deja de ser especialmente significativo por el hecho de
que los evangelios están narrados – aunque con diferentes estilos,
objetivos y destinatarios – por testigos más o menos próximos a
Jesucristo, mientras que Pablo experimentó su particular epifanía cristiana
varios años después de la muerte de Jesús.
Una visión algo menos tétrica del pecado original es la que ofrece el
teólogo católico González-Carvajal749, para el que el pecado del mundo, en
singular, está formado por ese entresijo de responsabilidades y de faltas
que, en su interdependencia recíproca, constituyen una realidad vital del
hombre. Nacemos situados en el pecado: como consecuencia del pecado
de quienes nos han precedido, ninguno de nosotros nace ya en el paraíso.
El pecado no pertenece a la naturaleza humana, sino que es un defecto de
la misma. Tampoco es que resulte especialmente consoladora esta
posición.
En el resto de religiones semíticas, además de la cristiana, también el
pecado cobra un dramático protagonismo. Según Toufic Fahd 750, en el
ámbito del Islam los jariyíes consideraban apóstata a todo pecador, fuera
cual fuera la gravedad de su falta, mientras que los muriyaís (de muryi’a,
actitud de espera), remiten a Dios la tarea de distinguir a los creyentes de
los no creyentes entre los miembros de la comunidad, por lo que el juicio
humano debería detenerse a las puertas de la conciencia: hay que aceptar
748 http://www.vatican.va/archive/ESL0506/_INDEX.HTM
749 Luis González-Carvajal. Esta es nuestra fe
750 Toufic Fahd. El Islam y las sectas islámicas
la injusticia permitida por Allah hasta el día en que Éste haga brillar su
justicia en este mundo de iniquidad. Para el sunnismo, incluso los pecados
graves no excluyen – salvo la apostasía – al creyente del paraíso, siendo
suficiente la fe para la salvación que, sin embargo, debe ir acompañada de
obras que le presten fuerza y vigor.
La importancia otorgada por el judaísmo del exilio babilónico a la
expiación de los pecados públicos, se tradujo en la legislación judía
posterior en la institución del Gran Perdón (Yon kipur), según André
Caquot751; sin embargo, el Yon kipur solo borra las faltas que hay entre el
hombre y Dios, pero no las que hay entre el hombre y sus semejantes, para
lo que se requiere que haya reconciliación entre ellos.
Incluso para religiones no semíticas, el pecado tiene una presencia
importante. Por ejemplo, para los taoístas los pecados se redimían
mediante confesión pública y acciones meritorias, entendiendo que la
enfermedad era un castigo natural que caía sobre los culpables. Bajo la
influencia del budismo, los taoístas acabaron admitiendo que los
pecadores deberían sufrir renacimientos bajo formas no humanas, o ser
condenados a tremendos tormentos en los terribles infiernos inferiores, los
cuales comprendían una serie de tribunales que – de forma nada
sorprendente – eran semejantes a los de la administración imperial china.
Contra la voluntariedad del pecado según las grandes religiones, en
Sócrates el pecado resulta siempre involuntario. Para él, la felicidad se
encuentra en la virtud y ésta la identifica con el conocimiento y, por el
contrario, el vicio con la ignorancia; en consecuencia, es la ignorancia la
que lleva al pecado.
Para la mentalidad atormentada de Kierkegaard, la puerta de entrada al
cristianismo es la conciencia del pecado. El consideraba que delante de
Dios no se pueden esconder los pecados y por eso el verdadero cristiano,
cuanto más se siente a sí mismo como pecador, tanto más desea
ardientemente al Salvador; la conciencia de ser pecador hace necesaria –
decía Kierkegaard – la ayuda de Dios.
751 André Caquot. El Judaísmo desde la cautividad de Babilonia hasta la revuelta de
Bar Kojba
No es de extrañar que tal consideración llevase a decir a Nietzsche 752
que las exigencias del cristianismo son tan desmesuradas que el hombre
no puede satisfacerlas; de ahí deduce que la intención no es que el hombre
se haga más moral, sino que se sienta lo más pecador posible. Emile
Cioran753 se sumaba a Nietzsche, afirmando que el sentido del pecado solo
lo poseen quienes rumian sin cesar su pasado, quienes se fijan a él sin
poder evitarlo, quienes se inventan lacras por necesidad de torturas
morales y se complacen en el recuerdo de cualquier acto ignominioso o
irreparable que han cometido o que querrían, sobre todo, cometer. El
sentido del pecado solo lo poseen los obsesos, decía Cioran.
Les concedo a Nietzsche y a Cioran un punto de razón: entre la
negligencia ética y la obsesión por una culpa tan injustificada como difusa
y angustiosa, la experiencia emotiva del pecado ha servido históricamente
más para corroer las conciencias que para adecentarlas.
P EDANTERÍA
Un pedante es una persona engreída que hace alarde de su erudición –
más supuesta que real – hasta acabar en la mayoría de las veces en un
ridículo que él mismo no es capaz de percibir. Curiosamente, el término
pedante proviene del que designaba antiguamente al maestro que iniciaba
en los primeros conocimientos académicos del lenguaje a los niños
pequeños, lo que se ilustra con su etimología griega, paidós (niño).
El miedo al ridículo de pasar por pedante lleva en ocasiones a algunas
personas a no iniciar o participar en una discusión que requiera un cierto
grado de erudición, es decir, un amplio y profundo conocimiento de la
materia en cuestión. A veces, la ignorancia del entorno es utilizada por los
mezquinos para intentar avergonzar al erudito y, sobre todo, tapar con la
bandera de la supuesta pedantería ajena cualquier atisbo de inteligencia
que ponga en su sitio al ignorante envidioso. Sin embargo, un pedante es
752 Friedrich Nietzsche. Humano, demasiado humano
753 Emile Michel Cioran. Ejercicios de admiración
algo muy diferente de un erudito; es el que arroja discursos al mundo
desde el balcón de su casa para que el mundo le admire; un filósofo es el
que salta desde el balcón para encontrar en la realidad todo lo que echa de
menos en su casa.
Al pedante se le distingue sobre todo por su insaciable capacidad para
protagonizar la conversación; hay pedantes que llegan a perfeccionar – si
puede utilizarse este término – de tal manera su interpretación, que
requiere un esfuerzo especial de detección. En este sentido, decía Antonio
Machado754 que la pedantería va escoltando al saber tan frecuentemente
como la hipocresía a la virtud.
Schopenhauer755 le dedicó algunas interesantes reflexiones a la
pedantería. Para él, el pedante pretende servirse siempre de la razón, pero
lo hace a partir de conceptos, reglas y máximas de carácter genérico; en el
pedante, la forma, las maneras, la expresión y las palabras ocupan el lugar
de la esencia del asunto, sin descender al caso individual ni adecuarse a
los finos matices de la realidad.
La pedantería está estrechamente relacionada con la vanidad; de
hecho, podríamos considerarla su cara más pulida; al menos, el pedante se
preocupa por aprenderse de memoria un discurso, aunque no llegue a
entenderlo realmente. Como reflexionaba Montaigne756, así como las aves
van en busca del grano y lo llevan entero en su pico, sin partirlo para que
sirva de alimento a sus pequeñuelos, así nuestros pedantes van
pellizcando la ciencia en los libros, colocándola solo en los labios para
desembucharla y lanzarla luego al viento; debiendo poseer el alma llena,
nos conformamos con hincharla; en vez de fortificarla, nos conformamos
con inflarla.
En fin, no hinchemos el alma del lector con la reiteración de
conceptos, la forma más pesada de ser pedante…
754 Antonio Machado. Juan de Mairena
755 Arthur Scopenhauer. El mundo como voluntad y representación
756 Michel de Montaigne. Ensayos
P ENSAMIENTO
El funcionamiento de la mente es mucho más que un simple
epifenómeno resultante de la integración de multitud de estímulos
electroquímicos neuronales. Lo que la evolución ha dado lugar es la
consecución de un objetivo biológico básico, implícito en las primeras
células: interaccionar con el medio, aprendiendo; es decir, acumulando
experiencia biológica y vital, guardándola en el código genético para
transmitirla a las siguientes generaciones y, sobre todo, desplegando la
arquitectura neural que permite el desarrollo individual de cada ser
humano a lo largo de su propia existencia.
Parece inútil, pues, pretender entender la mente desde una perspectiva
cartesiana, analizando el todo a través de sus partes. No conseguiremos
entender mejor la mente en términos de simples redes de neuronas, que a
éstas exclusivamente en términos de sus constituyentes atómicos. Decía
Paul Davies757 que la conciencia y, en mayor medida, la autoconciencia, es
global – holística – y no puede explicarse exclusivamente por medio de
mecanismos electroquímicos cerebrales.
La mente es la consecuencia necesaria e inevitable de la complejidad
biológica, la cual, a su vez, nace de la propia complejidad de la dinámica
ecuación de la materia-energía-tiempo-espacio, que puede adquirir
infinitas soluciones a lo largo del universo o, quizá, en otros universos. Sin
embargo, nuestro pensamiento es más que una reflexión consciente; no
somos estúpidas máquinas con un programa ajeno que ejecutamos con
datos que tomamos tanto del entorno como de nuestro interior. Hay algo
en lo más profundo de la materia que nos ha empujado a que nos hagamos
dueños de nosotros mismos y a experimentar la satisfacción de lograrlo o
la desdicha de no conseguirlo. Algo que sustenta al ser vivo más allá de la
acuciante realidad inmediata y le ayuda a través del pensamiento no solo a
hacerse cargo de la realidad, sino incluso a crearla, porque el ser humano
757 Paul Davies. Dios y la nueva física
ha heredado del pasado infinito una poderosa capacidad creativa que le
permite inventar ficción como una parte más de la realidad.
El pensamiento humano es necesariamente complejo porque se
enfrenta a la incertidumbre que implica toda forma de conocimiento y lo
hace desarrollando procesos organizados que permiten unir, contextualizar
y globalizar, reconociendo al mismo tiempo lo singular, lo individual y
concreto. El pensamiento es un proceso global que es capaz de descender
al infierno de lo concreto y retornar al cielo de la inteligencia abstracta.
Dice Edgar Morin758 que el ser humano necesita abordar la realidad
multidimensional desde un pensamiento que no sea fragmentado, que le
impediría afrontar las crisis, ya que una inteligencia parcelada es incapaz
de visualizar la complejidad del conjunto. Para Morin, la inteligencia, el
pensamiento y la conciencia son las actividades superiores del espíritu,
formando un complejo sistema de elementos interdependientes en el que
cada uno supone el otro: la inteligencia es arte estratégico, el pensamiento
es arte dialógico y la conciencia es arte reflexivo. En concreto, en lo que
se refiere al pensamiento, lo considera como una dialógica compleja de
actividades y de operaciones que ponen en juego las competencias
complementarias-antagonistas del espíritu-cerebro.
Morin considera que el pensamiento se autogenera a partir de un
dinamismo dialógico ininterrumpido, formando bucles recursivos – que él
llama turbulencias – y vive lejos del equilibrio, por lo que requiere
permanentemente de la regulación que proviene de su diálogo con la
realidad. La turbulencia del pensamiento no es un movimiento repetitivo
sino en espiral, hay regeneración después de cada nueva adquisición,
modificación o turbulencia encontrada, y de allí emerge el producto del
pensamiento: lo conocido se transforma en concebido, es decir, en
pensamiento.
Para Matthew Lipman759, el verdadero pensamiento es el crítico, que
facilita el juicio basándose en criterios, es autocorrectivo y además
sensible al contexto. El pensamiento crítico es un pensamiento bien
758 Edgar Morin. El conocimiento del conocimiento
759 Matthew Lipman. Pensamiento complejo y educación
fundamentado y estructurado, lo que le permite cimentar el pensamiento,
hacerlo consistente y convincente; nada que ver con el pensamiento
acrítico, que tan generalizado está en las sociedades satisfechas de sí
mismas, que inexorablemente degenera en un pensamiento desorganizado,
arbitrario y caprichoso, alojando en su interior el germen de la injusticia.
Define Lipman el juicio como la determinación del pensamiento, del
habla, de la acción o de la creación; incluso un simple gesto puede ser un
juicio, aunque hablamos de buenos juicios cuando son la consecuencia de
actos correctamente realizados, orientados o facilitados por instrumentos o
procedimientos apropiados. Por su parte, define a los criterios como
normas, razonamientos bien estructurados o principios éticamente
intachables utilizados en la realización de juicios, distinguiéndolos entre
metacriterios y megacriterios. Según Lipman, la veracidad, la fuerza, la
pertinencia, la coherencia y la consistencia son metacriterios, en tanto que
la verdad, lo correcto, lo incorrecto, lo bueno, lo bello son ideas
reguladoras de un alcance tan inmenso que Lipman las califica como
megacriterios.
Permita que finalice comparando el pensamiento como la parte
ejecutiva de la mente humana; es el motor de nuestro vehículo vital; como
tal, necesita estar a punto para ofrecer su mejor rendimiento, pero, por
encima de todo necesita la energía de nuestra inteligencia y la hábil y
prudente conducción de nuestra conciencia ética. Si no, el pensamiento se
detiene, congelado por la ausencia de destino, o se estrella frente a
cualquier obstáculo o ante la primera curva del camino de la vida.
P ERDÓN
El universo se hizo inteligente y ético a través del hombre – y vaya
usted a saber si también a través de otros seres con más y mejor
inteligencia sentiente que aún no conocemos – acabando por descubrir que
el mal no es un principio absoluto sino tan solo una de las posibilidades –
entre otras muchas – del bien; solo es una solución que obtenemos cuando
adoptamos determinados valores para las variables de nuestras ecuaciones
éticas; una solución en la que el tiempo juega en su contra, porque el mal
siempre tiene fecha de caducidad y acaba pudriéndose en las mazmorras
del olvido – donde solo sobrevive el rencor – mientras que el bien es
capaz de trascender a las condiciones más adversas.
Sin embargo, hay algo no expresable en términos matemáticos en la
evolución inteligente y ética de la materia; algo para lo que no existe
ninguna lógica psicológica ni física experimental que lo justifique. Se trata
del perdón.
Perdón; parece que no es nada ¡y qué almendra de milagro lleva
dentro! hacía decir Alejandro Casona a uno de sus personajes al perdonar
al asesino de su marido, en una de sus obras teatrales 760. Cuando
perdonamos obtenemos la única victoria que es exclusivamente humana y
que nos permite alcanzar la libertad plena. Solo somos libres cuando
perdonamos sin condiciones. Y ese comportamiento solo puede tenerlo un
ser bueno como culminación de su inteligencia sentiente.
El perdón es lo que nos hace auténticamente humanos. No hay nada
que justifique en la evolución biológica que un comportamiento de este
tipo tenga efectos sobre la supervivencia: perdonar a quien te agrede o que
incluso intenta arrebatarte la vida no es algo que encaje bien en ninguna
especulación genética de autoprotección; antes bien, nos sugiere una
dimensión espiritual de la materia que transciende la mera bioquímica.
Jacques Derrida761 ha desarrollado algunas reflexiones sobre esta
cuestión que a mí me parecen especialmente acertadas. Opinaba Derrida
que si se perdona lo que es perdonable o aquello a lo que se le puede
encontrar una excusa, ya no es perdón; la dificultad del perdón, lo que
hace que el perdón parezca imposible, es que debe dirigirse a lo que sigue
siendo imperdonable. Si el agravio se ha diluido con el paso del tiempo, el
perdón carece de sentido porque, tal como lo expresaba Derrida, para que
haya perdón es preciso que se recuerde lo irreparable o que siga estando
presente, que la herida siga abierta.
760 Alejandro Casona. La barca sin pescador
761 Jacques Derrida. ¡Palabra! Instantáneas filosóficas
Se debe perdonar – si es que ese es el auténtico deseo – al culpable
que no se ha arrepentido y, por ello, el sentimiento del perdón es
exclusivamente humano, porque incluye a la voluntad y a la libertad.
Ningún animal perdonará la vida a otro, simplemente porque no tiene
conciencia de producir o de recibir un mal.
El perdón es, por encima de todo, un sentimiento estrictamente
personal; el perdón colectivo o por poderes carece por completo de
sentido. Nadie tiene derecho a pedir perdón o a perdonar en nombre de
otros individuos, víctimas o criminales. Solo el criminal que se arrepiente
sinceramente puede pedirlo; solo la víctima o sus deudos sentimentales
pueden perdonar gratuitamente, es decir, sinceramente. Por eso, el perdón
– si es sincero – es un milagro que se produce en la profundidad del alma
humana, es lo más sagrado – da igual ser creyente o no – que un hombre
puede llegar a experimentar; es lo que diferencia un milagro de un
prodigio.
P ERSONALIDAD
La personalidad caracteriza a cada individuo. Pero, lejos de ser algo
constante, referencia permanente de la persona, es algo que cambia con el
tiempo. Lo único que es propio del hombre es, según Zubiri 762, su suidad,
el ser suyo como forma de realidad y como razón formal de lo que el
propio Zubiri denominaba personeidad. En definitiva, podemos llamar
personalidad al conjunto evolutivo de las modulaciones específicas que la
personeidad va adquiriendo a lo largo del tiempo y de la vida de la
persona humana. Mientras que la personeidad es siempre la misma, la
personalidad va cambiando a lo largo de todo el proceso de desarrollo
fisiológico, desde que la memoria filética se instala en las neuronas
fetales, procedente de un préstamo genético procedente de los padres,
hasta el momento de la muerte.
762 Xavier Zubiri. El hombre y Dios
Un elemento fundamental de la personalidad y de su evolución vital es
la responsabilidad moral que implica el ser libres. Como indica Ángel
Rodríguez Luño763, la responsabilidad moral está inseparablemente unida a
la capacidad de cada persona de gobernar su propio comportamiento, por
lo que puede y tiene que dar razón de las acciones que ha elegido y
proyectado por sí mismo.
Philipp Lersch764 divide las tendencias que caracterizan a la
personalidad en tres grandes grupos, las de la vitalidad (supervivencia,
nutrición, sexual), las del yo (posesión, poder, estima y autoestima) y las
de la transitividad (solidaridad, amistad, amor humano, trabajo,
creatividad). Por su parte, Steven Pinker765 ofrece una clasificación basada
en cinco sentidos principales diferenciales y, de acuerdo con ello somos,
en distintos grados, introvertidos o extrovertidos, neuróticos o estables,
indiferentes o abiertos a la experiencia, simpáticos u hostiles, y
concienzudos o irreflexivos. Dice Pinker que estas cinco dimensiones
principales son hereditarias y que aproximadamente la mitad de la
variación de una población típica está relacionada con las diferencias de
sus genes; la mitad de la variación en la inteligencia, la personalidad y los
resultados en la vida son hereditarios, en tanto que los efectos del medio
compartido son pequeños, representando menos del 10% de la varianza.
Marcuse766 no pensaba así, ni mucho menos. Murcuse acusaba a la
sociedad occidental de despojar al individuo de toda personalidad, de
quitarle espesor y relieve, de convertirle en definitiva en un ser
unidimensional. Para él, los agentes de la publicidad han sido responsables
de fabricar el universo de comunicación en el que se expresa ese
comportamiento unidimensional hacia la eficacia, el rendimiento y el
beneficio, condicionando poderosamente a los espíritus. Por otro lado, la
división del trabajo cada vez más especializada ha ido conduciendo, según
Marcuse, a que los individuos queden atrapados en un aparato que les es
763 Ángel Rodríguez Luño. Ética general
764 Philipp Lersch. La estructura de la personalidad
765 Steven Pinker. La tabla rasa
766 Herbert Marcuse. El hombre unidimensional
ajeno, sin vivir su propia vida sino cumpliendo simplemente funciones que
les han sido asignadas al margen de su propia voluntad, con lo que se
convierten en seres alienados.
¿Son nuestros genes o es nuestro entorno familiar, escolar y social los
que nos condicionan definitivamente el perfil y la evolución de nuestra
sociedad? Para la versión más extrema y dogmática – y menos
científicamente empírica de lo que afirman sus defensores – de la
sociobiología, los comportamientos animales individuales y sociales,
incluidos los humanos, son estrictamente hereditarios y están sujetos
básicamente a la selección natural. Esta forma de determinismo biológico
puro implica, obviamente, la exclusión de cualquier efecto – o incluso la
propia existencia – de la libertad humana y ha servido para fundamentar
teóricamente algunas de las mayores atrocidades cometidas en el último
siglo, justificándolas y aun legitimándolas.
Quizá una de las principales críticas que se ha hecho a los
planteamientos sociobiológicos extremos sobre el origen y constitución de
la personalidad sea que ésta no es permanente en los seres humanos, sino
que manifiestamente evoluciona, aunque a veces de forma anómala.
Porque, en definitiva, la evolución de la personalidad no está, ni mucho
menos, exenta de la cuestión de normalidad y alteración.
¿Cómo definir qué es una personalidad normal y cuándo ésta está
trastornada? Podemos interpretar los trastornos de la personalidad como
tendencias más o menos definidas en la forma de percibir el ambiente y de
responder a él, pero de una forma tan desproporcionada que altera la
adaptación del individuo a su entorno vital y social, sin que exista una
enfermedad mental – orgánica o funcional – que lo justifique. Es decir, y
esto es importante, un trastorno de la personalidad no es una enfermedad
mental. Por otro lado, no siempre las consecuencias de la personalidad
alterada implican perturbaciones notables para el individuo o para los que
le rodean, en cuyo caso hablamos de rasgos de la personalidad en lugar
de trastornos de la personalidad, dejando este término para aquellos casos
en los que sí existe un sufrimiento subjetivo o una inadecuación social
importante y persistente.
Los trastornos de la personalidad y del comportamiento – o de la
conducta – del adulto incluyen un amplio conjunto de alteraciones y
modos de comportamiento que tienen relevancia por sí mismos, que
tienden a ser persistentes y son la expresión de un estilo de vida y de la
manera característica que el individuo tiene de relacionarse consigo
mismo y con los demás. Algunas de estas alteraciones y modos de
comportamiento aparecen de forma precoz en el desarrollo del individuo,
unas veces como resultado de condiciones estables o permanentes –
constitucionales – y otras debido a experiencias puntuales vividas con
especial intensidad; otros trastornos se van gestando lo largo de la vida,
manifestándose en su plena intensidad en edades más tardías.
P LACER
Podríamos definir inicialmente el placer como una experiencia de
nuestra sensibilidad que influye y es influida por nuestro estado de ánimo,
y que tiene que ver con la satisfacción, con el cumplimiento de algo
deseado o añorado, o con la recuperación de algo perdido, la recompensa;
todo ello modulado por un agente que polariza la sensación, haciendo que
esa recompensa sea positiva o negativa.
En su forma más simple, más fisiológica, el placer viene a suponer la
satisfacción de alguna necesidad de nuestro propio organismo. Puede
parecer nimio, pero para la mayoría de las personas resulta
extremadamente placentero algo tan simple como resolver una urgencia
fisiológica. Todo vuelve a su cauce y el organismo deja de emitir señales
molestas, por lo que en su forma más sencilla, el placer consiste en la
recuperación del estado de ausencia de dolor o de confort físico y
emocional.
Sin embargo, quedarnos en este plano sensitivo nos dejaría
prácticamente al mismo nivel que un animal no excesivamente
evolucionado. Solo el ser humano tiene proyección de futuro y esto se
traduce también en la experiencia del placer e incluso con su simple
espera, lo cual hace que la experiencia humana del placer vaya mucho más
allá que la mera satisfacción de débitos fisiológicos. En el hombre, el
placer es una sensación compleja, casi siempre elaborada a la medida de
cada persona.
Además de la satisfacción orgánica, está la satisfacción de origen
exclusivamente psicológico; aquella que solo depende de la interpretación
humana – consciente o no – para alcanzar significado. Esta forma
elaborada de placer tiene muchas maneras de manifestarse en el hombre:
el intelectual, el emocional, el ligado a lo desconocido o insólito, el
estético o el lúdico, entre otros. Esta amplia variedad de sensaciones
confluye en un breve estado de postración extática – variable según los
individuos – tras alcanzar su culminación. El sosiego anímico es el
resultado del placer psicológico, de la misma forma que muchas veces es
el abotargamiento o la somnolencia es el siguiente paso del placer físico.
La satisfacción intelectual que muchas personas experimentan al
ampliar sus conocimientos y, sobre todo, su nivel de comprensión de la
realidad, se corresponde con la sensación de crecimiento del grado de
libertad personal, más allá de la situación vital personal y social en la que
cada uno se encuentra. El conocimiento produce placer, pero también
puede producir dolor y no es infrecuente que ambos sentimientos se
entremezclen. Si aprender es un placer para unos, comprender puede ser
doloroso para otros.
El placer sentimental es provocado por la experiencia del amor, de
crecer como pareja, como familia, como amigo. Supone la satisfacción de
la aspiración a ser aceptado y asumir la entrega al otro y del otro a un
estado común de fusión espiritual y, en su caso, física. El placer no es el
bien buscado, dice Juan José Sanguineti767, sino el modo en que el viviente
siente lo bueno de su vivir.
Otra forma frecuente de experimentar el placer consiste en la
búsqueda – más que en el encuentro – de lo desconocido, de aquello que
nos llama desde la oscuridad de nuestra comprensión o nuestro
conocimiento. En realidad, es el placer de la respuesta ante el reto difícil,
una forma también de superación personal. ¿Quién podría catalogar como
767 Juan José Sanguineti. Filosofía de la mente
un placer físico la ascensión al Everest? Pero ¿quién negaría el placer
experimentado por el montañero al llegar a su cima? Superar el miedo a lo
desconocido y al riesgo físico supone, desde luego, un placer al que
mucha gente aspira... pero al que no todos llegan. Como dice, Juan
Antonio Ribera768, conforme envejecemos, nos vamos aburguesando; nos
decantamos cada vez más, y casi sin darnos cuenta, por la comodidad
frente al placer; y esto, de hecho, constituye un indicador fiable de
envejecimiento, tanto mental como corporal. El placer es un fenómeno
efímero, transitorio; dura lo que dura el viaje hasta la comodidad,
concluye Ribera.
También el placer estético expande nuestro espíritu. Y lo hace desde la
contemplación de algún objeto o panorama, con la lectura de un texto, con
la gracia de un movimiento, con una rara combinación de sonidos que nos
devuelven el equilibrio armónico de nuestra experiencia vital,
generalmente a través de la combinación de colores y sombras, sonidos y
silencios, movimientos y ritmos, armonías y simetrías que sintonizan en
una longitud de onda específica con nuestro resonador personal interior.
Nos quedaríamos muy cortos si no citásemos, siquiera brevemente, al
placer del juego. Éste es otro de los elementos distintivos que nos
diferencia de los animales. Solo el hombre adulto mantiene, e incluso
potencia, la capacidad de jugar – en el sentido más creativo del término –
en tanto que el animal la pierde cuando llega a su estado de adulto. Los
humanos somos individuos que no se limitan a resolver su propia vida,
sino que la proyectan… a veces a través del juego; con él, el ser humano
sale de sí mismo, escapa de la cárcel de su rutina diaria e inventa una
realidad diferente, abandona temporalmente lo que le agobia o le hastía.
El problema es que, en ocasiones, la realidad cotidiana es tan amarga
que uno quiere quedarse en esa otra realidad creada ficticiamente; el
miedo a crecer, a envejecer, a los que nos rodean, u otros muchos miedos
y rechazos nos empujan a vivir mundos irreales, en ocasiones con ayuda
de drogas o de la industria de la diversión organizada. Cuando el juego, el
mundo evocado, se convierte en obsesión compulsiva nos convertimos en
768 Juan Antonio Ribera. Lo que Sócrates diría a Woody Allen
fugitivos de nosotros mismos en la búsqueda de una Arcadia soñada que,
en realidad, nunca existió ni existirá.
El hedonismo proclama el placer como fin supremo de la vida, con
independencia del objetivo primario del propio placer. Comer
determinadas delicias es un placer, pero eso no oculta que comer es
necesario para seguir viviendo: el componente placentero consiste pues,
en obtener una satisfacción que va más allá de una necesidad impuesta por
la biología. En este sentido, el utilitarismo puede considerarse como una
forma social de hedonismo en la que el placer se traduce en el bienestar y
la utilidad sociales, y cuyo teórico más representativo, John Stuart Mill 769,
es uno de los filósofos que más se ha caracterizado en la defensa de la
libertad individual humana. Para él y para su maestro, Jeremy Bentham, la
moral debe estar determinada por la obtención de la máxima felicidad, en
cualquier circunstancia, entendiendo como felicidad la combinación de
placer y ausencia de dolor.
El hedonismo radical de Mill y Bentham afirma que las acciones
deben ser juzgadas en función de sus posibles consecuencias y utilidades,
y no en función de ningún código moral o ético determinado; todo vale
con tal de estar a gusto, aunque en realidad Mill defendía la superioridad
intrínseca de los placeres intelectuales sobre los físicos: es mejor ser un
ser humano insatisfecho que un puerco satisfecho; es mejor ser un
Sócrates insatisfecho que un tonto satisfecho.
Una de las formas de entender la existencia del placer en la vida es a
partir de la convicción de la existencia de una intencionalidad de la propia
vida. La conducta arranca de la intencionalidad de la vida, afirma Edmund
Sinnot770, de tal manera que el propósito y el deseo constituyen la
experiencia interna de esa tendencia a la autorregulación y persecución de
metas que distingue a toda actividad orgánica corporal o mental. Para
Sinnot, el finalismo y la intencionalidad humanos en el pensamiento y en
la acción constituyen una forma de evolución especializada de la finalidad
y la creatividad inherente en la vida, hasta el punto de que las necesidades
769 John Stuart Mill. El utilitarismo
770 Edmund W. Sinnot. La biología del espíritu
y los deseos deben ser consideradas como la percepción interna de la
fuerza de atracción del fin que llevan dentro. Los deseos no son simples
preferencias caprichosas, dice Sinnott, sino la expresión de metas
definidas internamente, hacia las cuales nos arrastran y cuando llegamos a
cada meta se produce, en su plano correspondiente, la adecuada
recompensa de gozo interior; es decir, el placer.
P LURALISMO
El ser humano está abierto, en mayor o menor grado, a diversas
opciones sobre las que se construyen su realización e identidad personal y
social en todos los ámbitos de su intervención. Esto explica y justifica,
según Carlos Beorlegui771, la enorme pluralidad de modelos
antropológicos existentes en el conjunto de las culturas y cosmovisiones
humanas, tanto en el pasado como en el presente.
¿Es lo mismo pluralidad que pluralismo? Obviamente, no; pluralidad
es un término descriptivo que define una diversidad entre las opciones,
pero no entra a valorar sus contenidos. Por el contrario, el pluralismo
implica la aceptación de que en la diversidad sí pueden existir mejores y
peores opciones éticas, sociales, religiosas, culturales, etc., según juicios
valorativos basados en criterios racionales aplicables a cualquier ser
humano, pero defendiendo siempre el derecho a la diferencia. En
definitiva, la tesis pluralista se sitúa en un punto medio indeterminado
entre el relativismo, que considera que cual opción es válida por el hecho
de ser defendida por un ser humano, y el etnocentrismo que valora
cualquier opción desde la posición propia de una determinada cultura
como referente del resto.
El pluralismo es la antítesis del totalitarismo que, como nos recordaba
Hannah Arendt772, anula el verdadero sentido de la política y hace inviable
la aparición y creación de la identidad, aplicando directamente las leyes de
771 Carlos Beorlegui. Antropología filosófica
772 Hannah Arendt. Los orígenes del totalitarismo
la naturaleza o de la historia – real o inventada – a la especie humana;
además, busca abolir la diferencia entre lo privado y lo público.
Justamente, el medio del que se sirve es la destrucción de la pluralidad,
que se lleva a cabo de modo gradual; primero, se niegan los derechos de
ciertos colectivos y luego se produce la destrucción de la persona moral,
por lo que se corrompe toda solidaridad humana.
Un ejemplo paradigmático en el que el pluralismo sufre una
persecución máxima es el de los movimientos secesionistas que,
supuestamente amparados en el no menos supuesto derecho a la
autodeterminación de los pueblos – un concepto solo aplicable a aquellos
colonizados a sangre y fuego – buscan separarse de colectivos más
amplios, para alcanzar el paraíso de la exclusión supremacista.
Sin embargo, como nos recuerda Alain Finkielkraut 773, la
independencia encierra a sus beneficiarios en una unanimidad forzosa que
sucede sin transición a la autoridad anterior. Devueltos a sí mismos, los
nuevos independientes se descubren cautivos de su pertenencia, pasmados
en la identidad colectiva que les había liberado de la supuesta tiranía y de
los valores que consideraban ajenos. Como dice Finkielkraut, apenas han
dicho hemos ganado, pierden ya el derecho de expresarse de manera
distinta a la de la primera persona del plural; nosotros era el pronombre de
la autenticidad recuperada, ahora es el de la homogeneidad obligatoria.
Por todo ello, el gobierno de partido único es la traducción política más
adecuada del concepto de identidad cultural; cuando el cuerpo místico de
la nación absorbe las almas: ¿por qué tendría que devolverlas, una vez
proclamada la soberanía?
Frente a la pronosticada pero incumplida secularización global de las
sociedades – ni siquiera en los países donde se ha practicado la
persecución religiosa –, lo que sí se ha producido es un incremento de lo
que algunos llaman pluralismo pero que en realidad es relativismo
religioso, que adquiere la forma de sincretismo, entendido éste como la
combinación de diversas creencias provenientes de tradiciones religiosas
radicalmente diferentes. Algunas de estas incorporaciones son ciertamente
773 Alain Finkielkraut. La derrota del pensamiento
positivas, en la medida en que refuerzan elementos comunes del
sentimiento religioso y facilitan perspectivas nuevas a la persona. Otras,
en cambio, solo añaden simples formas folclóricas que en nada mejoran la
vivencia religiosa, dando lugar a una especie de collage ciertamente
exótico, pero que distorsiona el sentimiento vital.
El pluralismo religioso tiene otra perspectiva: la de facilitar la
convivencia entre grupos sociales diferentes. La globalización actual de
las sociedades impone una convivencia forzada que no siempre es
aceptada pacíficamente por todos. Por ello, el que miembros de otra tribu
manifiesten respeto a los signos religiosos propios de la nuestra – y
viceversa – puede ayudar a suavizar las relaciones entre ambas. Y lo
mismo entre creyentes, agnósticos y ateos.
Pero esto solo es una parte de la cuestión. También el pluralismo
puede ser considerado como tolerancia con aquello que simplemente no se
entiende. El problema está en confundir tolerancia con dejación de los
propios valores, que es lo que nos puede llevar al relativismo que, si se
inserta en el sentimiento religioso, hace que éste deje de ser una
experiencia vital para convertirse en un mero relato folclórico-social.
La propia experiencia religiosa personal lleva implícita la semilla de la
diversidad. Sin embargo, diversidad no es lo mismo que discordia. No es
tanto la experiencia íntima personal, sino más bien otros elementos como
los intereses particulares de personas o de grupos, los que la provocan. La
discordia busca la separación como objetivo fundamental, mientras que la
diversidad de las ideas, dentro de un mismo sistema religioso o político,
solo es la consecuencia de la libertad bien entendida y, por ello, puede ser
alentadora y vivificante en la medida que reverdece continuadamente el
valor de lo intrínsecamente inalterable.
Aunque la luz sea blanca, al aplicar un prisma de difracción vemos la
maravillosa diversidad de colores que la forman; al volver a fusionar todos
esos colores, la luz muestra de nuevo su blanco esplendor. Como dice
Adela Cortina774, la diferencia entre relativismo y respetuoso pluralismo
774 Adela Cortina. Ética civil y religión
consiste, entre otras cosas, en que mientras el segundo es humanamente
necesario, el primero es humanamente insostenible.
P ODER
Poder significa tener la capacidad, los medios y la oportunidad para
realizar algo – bien o mal – imponiendo su voluntad quien lo detenta por
decisión propia o por delegación voluntaria de la comunidad. Nietzsche
fue uno de los grandes teóricos del poder; decía que el mundo visto desde
dentro, el mundo definido y designado en su carácter inteligible, es
cabalmente voluntad de poder y nada más775. ¿Qué es bueno?, se
preguntaba Nietzsche y él mismo se respondía que todo lo que acrecienta
en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder
mismo776. ¿Qué es la felicidad? La conciencia de que se acreciente el
poder, que queda superada la resistencia. Por eso, es corrupto el animal, la
especie, el individuo que pierde sus instintos; que elige, prefiere lo que no
le conviene. Donde falta la voluntad de poder aparece la decadencia,
Nietzsche dixit.
El poder es un valor en sí mismo para el que lo busca como objetivo
vital; Heidegger777 decía que solo es poder mientras siga siendo aumento
de poder y se siga ordenando más poder; un simple detenerse en el
aumento de poder, el mero hecho de quedar parado en un grado
determinado de poder es ya el comienzo de la disminución y decadencia
del poder.
Poder es también la capacidad para influir en las decisiones ajenas, a
través de la manipulación propagandística, el reverso oscuro de la
educación y la información; por eso, el enemigo del poder político
ilegítimo es el conocimiento. A Sócrates le mataron por el recelo de la
clase dirigente – el poder – ateniense, que le condenó por detentar las
únicas propiedades privadas del sabio: su libertad, su búsqueda honrada
775 Friedrich Nietzsche. Más allá del bien y del mal
776 Friedrich Nietzsche. El Anticristo
777 Martin Heidegger. Caminos del bosque
del conocimiento, su ser y su comportamiento individual; en definitiva, ser
dueño de sí mismo. Un lujo muy caro en aquella época... en realidad, en
cualquier época.
Nada como la libertad propia para levantar sospechas ajenas; algo que
ha quedado grabado en la genética de los profesionales del poder. A lo
largo de toda la historia humana ha existido un movimiento permanente
del hombre individual para realizar su libertad en sociedad, al que
paralelamente se ha enfrentado un movimiento especular de limitación por
el poder. El ejercicio público de la libertad implica un grado de
compromiso social al que el poder – las personas que lo detentan –
siempre ve con desagrado porque puede cuestionar su capacidad de
decisión y ejecución, la autoridad. En realidad, lo que siempre hemos
cuestionado – usted y yo – ha sido realmente el uso desmedido o
incontrolado de la autoridad: el autoritarismo.
Salvando algunos protagonistas excepcionales, como Sócrates o Jesús
de Nazaret – y ya sabe cómo acabaron sus vidas –, la libertad tuvo pocos
defensores públicos en la antigüedad. Ni siquiera los grandes pensadores
griegos que sucedieron al pobre Sócrates, como Platón o Aristóteles,
defendieron el ejercicio práctico de la libertad del individuo frente al
Estado; e históricamente han sido muchos más los que se han dedicado a
justificar la limitación de la libertad a favor del poder, encarnado en el
Estado.
La paz solo puede conseguirse si todo el mundo acepta un contrato
social, afirmaba hace casi cuatro siglos Hobbes 778, uno de los fundadores
de la filosofía política, quien utilizó la imagen mitológica del Leviatán –
un monstruo marino – tomada del Antiguo Testamento, para encarnar al
soberano poderoso como representante del pueblo, al que cada individuo
cede mediante dicho contrato social parte de su libertad, otorgándole un
poder suficiente para asegurar el cumplimiento de las obligaciones
individuales, a cambio de protección. El propio Hobbes señalaba la
importancia de la obligación frente al derecho. En línea con Hobbes, John
778 Thomas Hobbes. Leviatán: o la materia, forma y poder de una república eclesiástica
y civil.
Locke779 afirmaba que el contrato social tiene un carácter tácito de
renuncia a algunos de los derechos naturales, en el momento que
cualquiera se beneficia de la protección dentro de la sociedad civil o
disfruta de otros beneficios dispensados por la misma.
Rousseau780 consideraba que la soberanía es sinónimo de voluntad
general del pueblo, lo único que es lícito convertir en ley. Actuar en
conformidad con la voluntad general es la forma más importante de
libertad, la civil, en contraposición con la mera satisfacción de los deseos
que se permite fuera de la sociedad. Para Rousseau la voluntad general no
es divisible ni delegable en representantes en un parlamento y, por ello,
identifica la Soberanía con el Estado: el poder soberano. El problema es
que nadie – ni siquiera el propio Rousseau – ha sido capaz o no le ha
interesado establecer qué es la voluntad general y por eso este personaje se
ha convertido en el santo laico al que se han encomendado todos los
dictadores modernos que han cabalgado sobre cualquiera de los cien
caballos del populismo, diversos en la forma pero iguales en los objetivos.
Frente a planteamientos de este tipo se erigió John Stuart Mill 781, cuya
posición sobre los límites del poder del estado sobre el individuo queda
sintetizada en el lema de que mi libertad acaba donde empieza la de los
demás, dando cuerpo al llamado principio de indemnidad; es decir, la vida
personal es cosa exclusiva de cada ser humano y, mientras no perjudique a
nadie con lo que haga, ni el Estado ni la sociedad han de interferir incluso
aunque el perjudicado sea el propio individuo.
De acuerdo con lo afirmado por Marx y Engels782, el objetivo
inmediato de los comunistas era formar la conciencia de la clase del
proletariado, derrocar el régimen de la burguesía y llevar al proletariado a
la conquista del Poder. El comunismo no priva a nadie del poder de
apropiarse productos sociales, decían Marx y Engels; lo único que no
779 John Locke. Segundo tratado sobre el gobierno civil: un ensayo acerca del
verdadero origen, alcance y fin del gobierno civil
780 Jean Jacques Rousseau. El contrato social
781 John Stuart Mill. Sobre la libertad
782 Karl Marx; Friedrich Engels. El manifiesto del partido comunista
admite es el poder de usurpar por medio de esta apropiación el trabajo
ajeno. Por eso, tan pronto como hubiesen desparecido las diferencias de
clase y toda la producción acabase concentrada en manos de la sociedad,
el Estado debería perder todo carácter político; una asociación en el que el
libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos
sustituiría a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos
de clase.
Sin embargo, la historia ha sido testigo de que el ilusionante y virginal
sueño marxista de la abolición de las clases, se convirtió en una
diversificada colección de atroces pesadillas dictatoriales dirigidas por
élites blindadas, donde ha habido todo menos libre desarrollo de las
personas y de la propia sociedad.
Así pues, entre la dificultad para establecer qué es el bien común y
determinar cuáles son los derechos irrenunciables de cada persona, lo más
útil y justo que el hombre ha llegado a inventar por el momento ha sido la
democracia representativa y el Estado de derecho, aunque para que sean
auténticamente útiles, es necesario que ambos sean interdependientes y
estén indisolublemente unidos.
Sin embargo, tal como denunciaba Habermas 783, las sociedades
industriales avanzadas parecen aproximarse a un tipo de control del
comportamiento dirigido más bien por estímulos externos que por normas;
la actividad de los ciudadanos – incluso la ejercida privadamente – tiende
a estar tan regulada que se han desarrollado automatismos psicológicos
que suplantan a la propia conciencia personal.
Asimismo, los riesgos derivados de una dependencia absoluta de la
tecnología por parte de la sociedad han sido puestos de manifiesto desde
hace tiempo por numerosos sociólogos y filósofos. Entre ellos, quizás
haya sido Marcuse784 uno de los que más énfasis ha puesto sobre esta
cuestión, al afirmar que la producción y la distribución de una cantidad
cada vez mayor de bienes y servicios hacen de la sumisión una actitud
tecnológica racional, hasta el punto de que las personas se reconocen en
783 Jürgen Habermas. Ciencia y técnica como ideología
784 Herbert Marcuse. El hombre unidimensional
sus pertenencias materiales, encontrando su alma en su automóvil o en su
casa. El progreso técnico, cuando se convierte en un sistema coordinado
de dominación, es capaz de crear formas de poder que anulan toda
protesta; y todo ello, paradójicamente, bajo el argumento de una
liberación.
El poder, amigo mío, el poder…
P OLÍTICA
Hannah Arendt785 afirmaba que la política se basa en el hecho de la
pluralidad de los hombres, mientras que la filosofía, la teología o incluso
la ciencia se ocupan siempre del hombre; así pues, la política trata del
estar juntos y los unos con los otros de los diversos; es decir, de las
relaciones entre los seres humanos aparece el espacio entre ellos y es
precisamente este espacio de relación lo que representa la política. Por
eso, según Arendt, la sentencia aristotélica de que el hombre es un animal
político – zoon politikon – no es válida, porque supone que la política es
parte de la esencia del ser humano, cuando en realidad es un espacio de
relación, algo que está entre los humanos.
Según Arendt, el punto central de la política es siempre la
preocupación por el mundo y no tanto por el hombre individual, donde lo
político únicamente vale como medio para proteger la subsistencia de la
sociedad y el libre desarrollo social. Justamente, el sentido de la política es
la libertad, porque el individuo en su aislamiento nunca podrá ser libre
sino que solo lo será cuando pise y actúe sobre el suelo de la polis; solo
puede haber hombres en el sentido auténtico del término donde hay
mundo, donde la pluralidad del género humano es algo más que la
multiplicación mimética de los ejemplares de una especie. La política, en
definitiva, consiste en cuidar del mundo más que de uno mismo: amor
mundi; es decir, garantizar el espacio público y entender la política como
diálogo.
785 Hannah Arendt. ¿Qué es la política?
A lo largo de toda la historia humana ha existido un movimiento
permanente del hombre individual para realizar su libertad en sociedad, al
que paralelamente se ha enfrentado un movimiento especular de limitación
por los demás. El lujo de ser dueño del propio destino y encontrarle
sentido a la vida es descrito por Martin Buber 786 en los siguientes
términos: el destino únicamente encuentra a quien realiza la libertad;
libertad y destino se abrazan entre sí hacia el sentido.
Sin embargo, como indicaba Antonio Escohotado787, prácticamente
todas las lenguas antiguas, con la posible excepción del griego, carecen de
una palabra que nombre sin desprecio la expresión desinhibida de ideas y
emociones, de la misma manera que casi todas las grandes civilizaciones –
salvo la griega, y ello con reparos – condenaron tanto la libertad formal
como la material.
La dificultad histórica de la libertad ha venido determinada por la
dicotomía entre sus ejercicios privado y público, algo imposible de
deslindar. ¿Puede existir libertad pública sin libertad privada? A mí me
parece que cuando la libertad individual es suplantada – supuestamente
absorbida – por una abstracta libertad pública, nos encontramos ante el
fundamento teórico de todas las dictaduras políticas que en el mundo han
sido. Reto al lector a encontrar un solo dictador en toda la Historia que no
haya justificado sus desmanes en función de una pretendida libertad del
pueblo.
Bertrand Russell788 identificaba el enfrentamiento entre dos polos – la
libertad individual y el bien común – con el conflicto que se desenvuelve
entre la pasión por el poder y la pasión por la seguridad: deseamos el
imperio de la ley por amor a la seguridad, y la libertad por amor al
poder. Y no podemos acogernos a un equilibrio natural entre ellos, porque
lo natural no es algo comúnmente aceptado por todos y en todas las
épocas.
786 Martin Buber. Yo y tú
787 Antonio Escohotado. Caos y orden
788 Bertrand Russell. Escritos básicos
El materialismo histórico – la principal aportación de Marx y Engels –
reduce la política a la economía: el ser que da vida a la sociedad es la
vida económica o, lo que es lo mismo, la vida económica explica la vida
política. Para Marx y Engels todas las luchas políticas son luchas de
emancipación de clases que, pese a su forma política, giran en torno a la
emancipación económica.
Entre la dificultad para establecer qué es el bien común y determinar
cuáles son los derechos irrenunciables de cada persona, lo más útil y justo
que el hombre ha llegado a inventar por el momento ha sido la
democracia representativa parlamentaria. Pero no vale cualquiera, porque
una democracia de ignorantes tampoco es eficiente ni justa y acaba
transformándose en una dictadura de la demagogia. Democracia y
educación aparecen así irremediablemente ligadas, biunívocamente
dependientes: no hay auténtica democracia sin que exista un libre
desarrollo intelectual de los jóvenes que se convertirán en ciudadanos, de
la misma forma que no podemos aspirar a una educación rigurosa y
universal si no hay un sólido sistema democrático que la garantice y la
proteja.
Aunque la democracia – en los términos antes reseñados – es el
sistema político que mejor protege las libertades individuales en la
consecución del bien común, no está exenta de riesgos. Si nos dejamos
llevar, corremos el riesgo de que uno de nuestros principales logros, la
tecnología, se convierta en un elemento dominador sobre el propio
individuo, coartando su libertad hasta convertirle prácticamente en un
esclavo, en un eslabón de la gran máquina. Una tecnología que sirve para
salvar vidas, pero también para acabar con ellas; que permite un control
absoluto sobre los movimientos de las personas y hasta de sus
conversaciones y escritos. Hemos llegado a una sociedad donde
aparentemente el hombre es libre, pero solo formalmente; es decir, acaba
decidiendo libremente que no quiere ser libre, que no quiere ejercitar su
libertad individual. Y la libertad individual acaba atrofiándose a fuerza de
no ser utilizada y hace socialmente sospechosos a los que mantienen su
ejercicio.
Ortega789 decía que la política es la supeditación de la teoría a la
realidad. Quizá por eso, algunas de las teorías políticas más ilusionantes
acabaron como tétricas justificaciones para la perpetración atroz del terror
totalitario, fruto de la corrupción moral de sus intérpretes más conspicuos;
algo que le llevó a Emile Cioran790 a afirmar que lo trágico del universo
político reside en esa fuerza oculta que conduce a todo movimiento a
negarse a sí mismo, a traicionar su inspiración original y corromperse a
medida que se arma y avanza.
Frente a la visión pesimista de Cioran, permítame que concluya con el
recuerdo de Francisco de Vitoria, un fraile de la Orden de Predicadores,
nacido hace más de quinientos años (1483), cuyas reflexiones se me
antojan particularmente modernas. Para Vitoria, el hombre es imagen de
Dios – imago dei – por su naturaleza racional, no por la gracia; por eso el
hombre tiene dominio sobre sus actos y es responsable de ellos,
afirmándose como sui iuris, no sometido de forma natural al mando de
nadie y libre con independencia de su nacimiento, raza o creencias. Cada
ser humano pertenece a una comunidad de naciones simplemente en virtud
de su naturaleza, que le hace naturalmente civil y social. Precisamente, el
Estado – dice Vitoria – surge de esa exigencia de sociabilidad, para
cumplir sus propios fines naturales, la comunidad política, la más natural
al hombre, más incluso que la familia.
Murió en 1.546. ¡Qué pena, con la falta que nos hace en el siglo XXI!
P OSITIVISMO
Aunque el concepto de positivismo se suele unir primariamente a
Auguste Comte, en realidad, el primero que lo utilizó, en 1823, fue
Claude-Henri de Rouvroy791, conde de Saint-Simon, del que Comte era
secretario. Con todo, fue este último quien lo popularizó.
789 José Ortega y Gasset. Verdad y perspectiva
790 Emile Michel Cioran. Ejercicios de admiración
791 Claude-Henri de Rouvroy. Le cathécisme des industriels
María Ángeles Vitoria792 indica tres posibles acepciones al término
positivo. Por un lado, define lo que tiene su origen en algo establecido, en
oposición a lo natural, estable o eterno. Otra acepción se refiere a lo dado
en la experiencia y por tanto a lo directamente accesible para cualquiera;
justamente, es este significado el que utilizaba Comte como lo real, lo
cierto, lo observable o evidente, en oposición a lo ficticio o abstracto, a la
mera elucubración. También Comte empleaba el término positivo para
referirse a lo útil para el hombre, lo que supone un avance de éste frente al
mundo natural.
Como evolución de todas las acepciones anteriores, con mayor o
menor ponderación relativa, el positivismo implica una forma de
conocimiento mediante el cual el hombre renuncia a buscar causas últimas
y explicaciones de los fenómenos más allá de la experiencia contrastable,
por considerarlo un esfuerzo baldío que impide o dificulta centrarse en lo
verdaderamente accesible mediante la observación, la lógica y la ley de la
causalidad. Para Comte, el método científico no busca causas reales, sino
que se limita a establecer relaciones entre los fenómenos observables.
Trasladado al plano de la filosofía, el positivismo obviamente excluye a la
metafísica como método de estudio y conocimiento.
La ciencia, el método científico, es en efecto un método positivo de
conocimiento. Lo es en el sentido de que solo estudia hechos observables
y, sobre todo, mensurables de acuerdo con unos procedimientos
estandarizados e independientes del propio hecho o fenómeno observado.
Pero el positivismo filosófico aporta un margen de extravagancia, al
pretender que cualquier fenómeno que no sea objeto de medida o de
encaje en un modelo causal preestablecido, simplemente no existe.
Thomas Kuhn793 decía que el método científico se aplica dentro de
contextos de acuerdos intersubjetivos no siempre demasiado rigurosos. De
hecho, cada cierto tiempo – cada vez más frecuentemente – esos contextos
792 María Ángeles Vitoria. Positivismo, en Fernández Labastida, Francisco – Mercado,
Juan Andrés (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line, URL:
http://www.philosophica.info/archivo/2009/voces/positivismo/Positivismo.html
793 Thomas Kuhn. La estructura de las revoluciones científicas
o paradigmas, necesitan ser modificados. Pero esa modificación es de
hecho una sustitución, que se produce sólo cuando una parte importante de
la comunidad científica lo acepta, y esto lo hace no solo por motivos
estrictamente racionales; de hecho, Kuhn afirma que la resolución del
conflicto en las transiciones paradigmáticas no puede resolverse mediante
el recurso a la lógica y a la experimentación, contra lo que sostiene el
positivismo lógico. Los datos experimentales sobre los que se pone a
prueba las teorías no son fijos ni neutros, dependen del contexto teórico en
que se encuentran.
El positivismo lógico de David Hume794 acababa por reconocer que,
cuando el entendimiento actúa por sí solo y de acuerdo con sus principios
más generales, se autodestruye por completo, y no deja ni el más mínimo
grado de evidencia en ninguna proporción, sea de la filosofía o de la vida
ordinaria. Solo nos salvamos de este escepticismo total en virtud de esa
singular y, en apariencia, trivial propiedad de la fantasía por la que
penetramos solo a costa de gran dificultad en las consideraciones
remotas de las cosas, y somos incapaces de hacerlas seguir de una
impresión tan intensa como hacemos con las que son más sencillas y
naturales.
Antes que Hume, Pascal795 – uno de los fundadores de la ciencia
moderna – consideraba como evidente que conocemos la verdad no
solamente por la razón, sino también por el corazón, considerando inútil o
ridículo exigir al corazón pruebas de sus primeros principios, para
quererlos y consentirlos, como sería ridículo que el corazón exigiera a la
razón un sentimiento de todas las proposiciones que ella demuestra, para
quererlas recibir. No en balde, Pascal fue quien acuñó el conocido
aforismo de que el corazón tiene razones que la razón no conoce.
Aunque el positivismo de Comte, que marcó buena parte del siglo
XIX e influyó drásticamente en el marxismo, ha sido posteriormente
reformulado posteriormente como neopositivismo, en el que prácticamente
la realidad solo puede ser estudiada a través del método científico,
794 David Hume. Tratado de la naturaleza humana
795 Blaise Pascal. Pensamientos
relegando a la filosofía a la mera coherencia lógica de la formulación de
los problemas estudiados. De la negación explícita de Dios ni de ninguna
forma de espiritualidad, fue evolucionando hacia el simple abandono de la
cuestión del origen de las cosas, visto que también la ciencia se
empantanaba con demasiadas cosas y las leyes científicas cada vez tenían
una mayor proyección metafísica. Como dice María Ángeles Vitoria, la
falta de interés por las cuestiones últimas y fundamentales de la vida — el
abdicar de la vocación especulativa — es también una actitud propiciada
por el positivismo, que prohíbe preguntarse por la naturaleza y el sentido
de las cosas, de la vida y del hombre.
Formulado en estos términos, el positivismo ha sido convertido en el
sustento ideológico propio de la sociedad tecnológica, cuya característica
esencial es ser un sistema mecánico que carece de libertad y de espacio
para la conciencia. Por ello, todo elemento espiritual choca frontalmente
con el positivismo y cualquier experiencia social de la que sea
fundamento. Y ello pasa, en buena parte, porque el positivismo identifica a
Dios con la religión; no le queda más remedio que buscar algo mensurable
para poder hacerse cargo de la idea de Dios.
Por eso Dios se le escurre entre los dedos al positivismo: no tiene
forma – o las tiene todas, tanto da – ni tiene tamaño. Y, también por eso,
renuncia a estudiarlo, porque no puede encasillarlo ni atraparlo con
ninguna red; al fin y al cabo, todas las redes tienen agujeros por donde la
realidad, como la infinita arena del desierto, se escapa inexorablemente.
P ROGRESO
El término progreso es tan polisémico – uno más de una larga lista –
que se ha convertido en el auténtico comodín del lenguaje político. Sirve
para cualquier fin y su uso no compromete a nadie, y aún menos al
demagogo que lo utiliza con profusión. Sin una definición, usar esta
palabra no sirve absolutamente de nada: los progresistas de una época
acaban por convertirse en conservadores de otra, mientras que estos,
atemorizados ante la posibilidad de ser desplazados de sus lugares de
privilegio, se vuelven partidarios del progreso. La burguesía de una época
fue progresista y aun revolucionaria, porque cambió radicalmente el orden
social… hasta alcanzar una posición de confortable poder que le indujo,
por encima de todo, a conservarlo.
Puestos a manejar un concepto sobre el que reflexionar, propongo –
con la debida humildad – designar como progreso el proceso complejo que
implica ir más allá de donde uno – persona, grupo, sociedad, etc. – estaba
anteriormente; algo así como la trascendencia inmediata de la realidad.
Hay progresos en plural que, entrelazados e indistinguibles entre sí,
constituyen el progreso en singular.
Aplicado al ámbito de lo social, el progreso sugiere una mejora
generalizada – para una amplia mayoría de personas – de sus condiciones
de vida materiales y morales, en cuanto al libre y equitativo acceso cada
vez a más recursos materiales y de conocimiento, y a una justicia
distributiva interpersonal eficiente. De esta manera, el progreso social
podemos contemplarlo como una mejora de la condición humana. Pero
hablar de esta forma de progreso significa ser capaz de valorar las
condiciones de partida y de llegada, el tiempo transcurrido y el pago
realizado para adquirirlo, a veces en forma de atroces guerras, de sacrificio
del equilibrio ecológico, de pérdida de la paz interior, etc.
Esta forma de progreso social es característico de Occidente, donde se
ha consolidado su visión teleológica, en la que la historia evolutiva del ser
humano es su avance hacia un destino en un lejano horizonte de paz
perfecta para toda la humanidad. Aunque Hannah Arendt 796 consideraba
que esta visión fue desconocida con anterioridad al siglo XVII, lo cierto es
que está realmente en lo más profundo del cristianismo, uno de los
fundamentos de la civilización occidental. Nietzsche 797 decía que el
progreso no es más que una noción moderna, es decir, una noción errónea.
Ya sabemos que para Nietzsche la evolución no significaba
necesariamente acrecentamiento, elevación o potenciación; también
sabemos que el cristianismo no era precisamente objeto de su admiración.
796 Hannah Arendt. Sobre la violencia
797 Friedrich Nietzsche. El Anticristo
Progreso, lo decíamos antes, no significa un movimiento lineal
continuo hacia adelante; de hecho, todo recorrido – histórico, cultural,
económico o intelectual – está lleno de cambios de rumbo, de tropiezos,
de retrocesos, de descubrimiento de rutas alternativas y de callejones sin
salida. Nietzsche798 consideraba – ¡cómo no! – que creer que el progreso
debe necesariamente salir adelante era un juicio precipitado y falto casi de
sentido.
Para Teilhard de Chardin799 la vida no trabaja siguiendo un solo hilo
aislado, ni por medio de repeticiones. Lo que hace es empujar hacia
adelante y a la vez toda su red. Así se forma el embrión dentro del seno
que lo contiene. El hombre – decía Teilhard – no progresa sino elaborando
lentamente, a través de las edades, la esencia y la totalidad de un universo
que se depositó en él.
Simone de Beauvoir800 decía que la naturaleza es uno de los grandes
ídolos de la derecha política porque aparece como antítesis de la historia al
ofrecer una imagen cíclica del tiempo: el símbolo de la rueda es
incompatible con la idea de progreso y lleva hacia una forma quietista de
sabiduría, en donde el invierno engendra el verano y el verano al invierno.
Sin embargo, la realidad humana es trascendencia, proyección,
traspasamiento perpetuo de sí misma, dice Juan José Sabreli801, y es por
eso que la idea de progreso es una característica ontológica.
El trascender del hombre no puede ser abolido y por ello el progreso
no puede ser superado por ningún estado de cosas dado, por ningún
reposo, por ningún retorno a cualquier pasado o a los orígenes. Vivimos...
luego progresamos.
798 Friedrich Nietzsche. Humano, demasiado humano
799 Pierre Teilhard de Chardin. El fenómeno humano
800 Simone de Beauvoir. El pensamiento político de la derecha
801 Juan José Sabreli. El asedio a la modernidad
P RUDENCIA
Podemos definir a la prudencia como la virtud por la que los seres
humanos son capaces de actuar ante ciertas situaciones o fenómenos solo
después de haber pensado acerca de las diferentes opciones factibles para
ello, ponderando las consecuencias de cada una de ellas y en especial los
perjuicios que se ocasionarían a ellos mismos o a otras personas. Esta
última parte es, quizá, la que más pesa en la prudencia: evitar daños
innecesarios o desproporcionados, sobre todo a los demás, como
consecuencia de nuestros actos.
Obviamente, la prudencia está en conexión directa con el sentido de la
justicia – por el respecto a las libertades e intereses ajenos – y también con
la intelección sentiente y reflexiva de la realidad. Un ignorante nunca será
una persona prudente; como mucho será un ignorante pacífico, lo cual no
es poca cosa. Una persona emocionalmente incompetente tampoco será
prudente, porque no entenderá las emociones de los demás ni será capaz
de ponerse en su mente. Una persona inteligente y emocionalmente
competente tampoco podría ser prudente si no fuese capaz de utilizar la
reflexión antes que la acción, sin recurrir a ningún atajo tramposo.
La prudencia es una virtud procedimental, que sirve sobre todo para
actuar con sentido. Decía Aristóteles 802 que la virtud propia de la razón
práctica es la prudencia, mientras que aquella de la razón teórica es la
sabiduría. Para Spinoza803 la virtud del hombre libre se muestra tan grande
cuando evita los peligros como cuando los vence, porque en un hombre
libre una huida a tiempo revela igual firmeza que la lucha.
La prudencia es una virtud tímida, alejada de las grandes
manifestaciones. La acción prudente pasa desapercibida para la mayoría
de las personas, no tanto para aquellos otros que también son prudentes.
La prudencia nunca es excesiva, porque entonces ya no es prudencia sino
inacción e indecisión, y ni la una ni la otra son actitudes prudentes, sino
802 Aristóteles. Ética a Nicómaco
803 Baruch Spinoza. Ética
simplemente incompetentes. La persona prudente es comprensiva con los
demás, porque sin comprensión no hay decisiones libres ni justas. La
prudencia huye tanto de la precipitación como de las pasiones desatadas,
tanto de la desinformación como de los prejuicios.
No es lo mismo ser prudente que ser incapaz de reaccionar, porque
hasta los prudentes se enfadan y actúan en consecuencia, aunque lo hagan
tras reflexionar sobre el alcance de sus actos y valorar sus consecuencias;
solo así las decisiones son auténticamente libres. Sin embargo, no es
menos cierto que, como nos recordaba Ortega804, cuando los hombres no
tienen nada claro que decir sobre una cosa, en vez de callarse, suelen hacer
lo contrario: dicen en superlativo, esto es, gritan.
Ciertamente, la prudencia no parece ser la virtud más extendida entre
los seres humanos.
R AZA Y RACISMO
Lo que llamamos hoy raza responde fundamentalmente al interés
excluyente y al comportamiento deliberadamente manipulador de algunas
personas. Los caracteres biológicos visibles a simple vista que nos
diferencian a unos de otros – además del sexo y la edad – como el color de
la piel, el pliegue de los párpados o el color y la textura del pelo, solo
sirven como referente para encasillar a los individuos de una forma tan
rápida... como insolvente, porque la biología y la genética han refutado no
sólo la superioridad de unas razas sobre otras, sino la misma existencia de
las razas en función de los genes. Por ello, Robert Miles 805 considera que
la raza no es más que una elaboración ideológica cuya utilización en los
círculos académicos solo sirve para perpetuar esa creencia
lamentablemente tan extendida todavía hoy de que tiene una base
biológica.
804 José Ortega y Gasset. El hombre y la gente
805 Robert Miles. Racism after race relations
Los conceptos de raza y etnicidad en el ámbito humano responden a
visiones parciales, rígidas, excluyentes, denigratorias y casi siempre
desenfocadas, tanto desde fuera como desde dentro de los propios grupos.
Estos conceptos resaltan sobre todo el carácter particular de un grupo,
siempre para una finalidad determinada de carácter limitativo o
excluyente. Tales conceptos emergen cuando aparecen los otros, los
distintos, los señalados. Y esto sirve, al mismo tiempo, para que el grupo
señalado puede adquirir una conciencia identitaria, generando vínculos
emocionales que en otro entorno o en otras circunstancias no habrían
surgido. Por ello, Hannah Arendt806 consideraba que, políticamente
hablando, la raza es no el comienzo, sino el final de la humanidad; no es
el origen del pueblo, sino su decadencia; no es el nacimiento del ser
humano, sino su muerte antinatural.
Es muy frecuente escuchar o leer la palabra racismo o racista aplicada
de forma inadecuada. En este sentido, Román Reyes 807 distingue cuatro
categorías de uso improcedente del término. La primera es cuando es
utilizado para referirse a cualquier forma de intolerancia, que suponga en
general la negación de derechos y conlleve algún tipo de violencia,
discriminación u opresión de una minoría; en este caso, el término racismo
se utiliza – mal – como sinónimo de intolerancia o persecución política,
religiosa, sexual, etc. También el término es mal utilizado para describir o
calificar cualquier forma de heterofobia, que lleve a la afirmación del
grupo propio, y a la desconfianza, desprecio, rechazo, o miedo a lo
diferente; en este caso, la confusión es con cualquier expresión de
particularismo, etnocentrismo, etnofobia, xenofobia o incluso
discriminación sexual.
La tercera manera en que es mal empleado el término racismo es para
ilustrar cualquier forma de separación o desigualdad que implique alguna
ventaja o desventaja de un determinado grupo o grupo social, algo que en
realidad debería ser descrito como desigualdad social, económica o
jurídica. También es incorrecto utilizar este término para describir o
806 Hannah Arendt. La tradición oculta
807 Román Reyes. Diccionario crítico de ciencias sociales
calificar cualquier modo de justificar las diferencias sociales en función de
caracteres estrictamente culturales, confundiéndose aquí con el
nacionalismo o las formas extremas de relativismo cultural.
Sobre esta última cuestión, Alain Finkielkraut808 decía que, al igual
que los antiguos voceros de la raza, los actuales fanáticos de la identidad
cultural depositan a los individuos en su ámbito cultural; con la sustitución
del argumento biológico por el argumento culturalista, el racismo no ha
sido eliminado: ha regresado simplemente a la casilla de salida.
R AZÓN Y RACIONALISMO
Vivimos instalados en una concepción optimista del hombre para
descubrir la verdad y adquirir conocimiento. Creemos que cuanto más
sepamos sobre el mundo tanto mejor será nuestra percepción de lo que
ignoramos, auténtico punto de partida de nuestro conocimiento global. Sin
embargo, todo conocimiento humano está inevitablemente mezclado con
todos nuestros errores, prejuicios, sueños y esperanzas; por eso, todo a lo
que podemos aspirar es buscar a tientas la verdad, incluso aunque ésta se
encuentre más allá de nuestro alcance.
Según Zubiri809, razonar es intelección en marcha e inquiriente hacia la
realidad, es el inteligir allende, buscar realidad dentro de la realidad.
Pensar es pesar intelectivamente, pesando, sopesando la realidad, y es
justamente este peso intelectivo de la realidad lo que son las razones.
Hablamos así de razones de peso, de tal manera que, como indica Zubiri,
la realidad que la razón ha de alcanzar es la realidad sopesada. Por su
parte, Ramón Abarca810 define el razonamiento como una sucesión lógica
de juicios que desemboca en una conclusión,
Nuestros sentidos y nuestros prejuicios, conscientes e inconscientes,
afectan a la percepción de la realidad, y también esos mismos prejuicios
afectan a la subsiguiente síntesis. Esa era, aunque expresada en otros
808 Alain Finkielkraut. La derrota del pensamiento
809 Xavier Zubiri. Inteligencia sentiente. Inteligencia y razón
810 Ramón Abarca. Introducción a la lógica
términos, la tesis planteada por Kant811, revolucionaria en su momento.
Para él, la realidad en la que nos movemos y de la que formamos parte se
basa en cualidades que pertenecen al entendimiento del observador, por lo
que esa realidad no parece ser independiente del ser humano, del
observador inteligente; es decir, en cuanto perceptores del mundo,
imponemos ciertos rasgos a toda nuestra experiencia.
En cualquier caso, con la única ayuda de la razón, el hombre solo es
capaz de vislumbrar un universo borroso y preñado de incertidumbre, con
una visión limitada, plana y ridículamente autosuficiente. Nos ofrece a
respuestas muy simples a preguntas que, en realidad, son
extraordinariamente complejas; o, sencillamente, ignora las preguntas
tachándolas de improcedentes o absurdas. La duda siempre supera a la
razón, la trasciende ontológicamente. Por eso, cada vez concedo más
importancia a esa combinación irreproducible e inseparable de
sentimientos e inteligencia consciente y, sobre todo, inconsciente, a la que
llamamos el espíritu humano.
Nuestro inconsciente es mucho más activo que nuestra consciencia
inmediata; es más rápido, más eficaz y mucho más amplio. Allí habitan las
verdaderas aspiraciones que se han ido consolidando; allí están los planes
de contingencia que nos permiten reaccionar eficazmente frente a las
situaciones más críticas y difíciles; allí arraiga nuestro espíritu de
superación, el deseo de escalar por encima de donde se está en cada
momento. Es allí, donde hemos ido guardando, tras un complicado e
inadvertido proceso de elaboración en permanente evolución, todo nuestro
bagaje de actitudes y valores que conforman nuestra persona psíquica.
Más aún, nuestro inconsciente – y solo él – es capaz de hacer frente a lo
no previsible, en un estado de permanente apertura a cualquier
circunstancia o situación que pueda ampliarnos todavía más nuestros
horizontes personales de la realidad; incluso buscamos y nos preparamos
para lo imprevisible.
Nos negamos a aceptar el hecho de que la realidad no es lineal, de que
no podemos atraparla como si fuera una fotografía instantánea. Nosotros,
811 Immanuel Kant. Crítica de la razón pura
como sistemas no lineales, no estamos sujetos al principio de
superposición; no somos un mero resultado matemático susceptible de ser
descompuesto en varios elementos sencillos cuya suma permita recuperar
nuestra totalidad de ser seres pensantes y sentientes; pese al empeño de
algunos sociobiólogos reduccionistas, nuestra radical ausencia de
linealidad impide catalogarnos o descomponernos. Una red formada por
billones de ecuaciones no lineales entrecruzadas nos protege de la
estupidez de algunos científicos que permanecen aferrados su rígida y
torpe visión de la realidad.
Para Schopenhauer812 ni siquiera lo racional es real, porque el mundo
de la razón es un mundo de sueños y engaños, ni lo real es racional,
porque el verdadero ser de las cosas es la voluntad irracional y ciega.
Cuando se han acabado los recursos del conocimiento y la razón ha de
guardar silencio, entonces le toca el turno a la voluntad y ésta habla el
lenguaje de la pasión y del sentimiento, un lenguaje indescifrable para la
razón pero universalmente comprensible. La razón solo puede saber, dice
Schopenhaeur, mientras que al entendimiento le queda la intuición en
exclusiva y libre de influjo de aquella. Por ello, toda ciencia en sentido
propio nunca puede alcanzar un fin último ni ofrecer una explicación
plenamente satisfactoria, porque no llega nunca a la esencia íntima del
mundo, nunca puede ir más allá de la representación, en el fondo no
alcanza más que a conocer la relación con otras.
Nuestro pensamiento es mucho más que una simple reflexión
consciente. No somos estúpidas máquinas con un programa ajeno que
ejecutamos con datos que tomamos tanto del entorno como de nuestro
interior. Hay algo dentro de nosotros que nos empuja a ser dueños de
nosotros mismos y a experimentar la satisfacción de lograrlo o la desdicha
de no conseguirlo. Algo que sustenta a la persona – más allá de la
acuciante realidad inmediata – y le ayuda permanentemente a crear
realidad y no ser un simple sujeto pasivo de ella.
812 Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación
R EALIDAD
Permítame que haga un primer intento de definir qué es la realidad,
siquiera sea de forma provisional. Ahí va: la realidad es el todo, seamos o
no capaces de apreciarlo o percibirlo, antes, ahora y en el futuro; es la
global y mutua interrelación existente entre toda disposición de la materia
y la energía, en el tiempo y en el espacio, en todas las dimensiones, tanto
en su forma inanimada como en cualquier concreción de vida, en la
inteligencia que busca conocer y encontrar sentido al universo, a través
del espíritu ético, de la sensibilidad artística, del conocimiento
sistemático y sentimiento de religación con el resto del universo.
Reconozco que esta definición es un poco – en realidad, bastante –
abstracta y hasta un punto barroca; prometo enmendarme.
En mi intento de definir la realidad he utilizado varios términos que
considero imprescindibles para tal cometido: globalidad (totalidad),
interrelación (interacción), disposición (forma), materia (y su diverso
grado de organización, incluyendo a la que no conocemos pero sí
detectamos: la materia obscura), energía (y sus distintas manifestaciones,
incluyendo también a la desconocida pero omnipresente energía obscura),
tiempo (si es que existe) y espacio (en las dimensiones percibidas
directamente y, quizás, en otras que no podemos tocar con los dedos, pero
sí como la inteligencia). También he incorporado aspectos que tienen que
ver la emergencia de la complejidad a partir de lo más simple; me refiero,
naturalmente, a la vida, a la conciencia y a la sensibilidad espiritual.
No pretendo ofrecer una visión reduccionista de la realidad, sino
expresar que ésta es algo global – total, holístico – y las palabras y los
conceptos predeterminados solo pueden fragmentarla; por eso, animo al
lector a que comparta conmigo el sobrecogimiento ante la inmensa
complejidad de un todo inseparable constituido por innumerables
elementos interdependientes, cada uno de ellos interactuando con los
demás desde el pasado y proyectándose hacia el futuro.
En esa interrelación en la que todo depende de todo, una de las
manifestaciones que más llaman mi atención es la extraordinaria
característica presente en la realidad relativa a la autoorganización de sus
elementos. Esta capacidad está presente, a modo de principio fundamental,
en la emergencia de cualquier elemento físico, biológico o cultural.
Salvador Pániker813 lo expresa diciendo que el universo entero aparece
como animado de una misma dinámica auto-poyética.
En mi opinión, el aspecto evolutivo cualitativo más trascendental en el
proceso de definición de la realidad viene representado por la aparición de
la conciencia. ¿Existe una realidad independiente de quien es capaz de
pensar en ella? A mí me parece que sí, que la realidad incluye a la
conciencia pero no al revés. Una cosa es existir y otra es percibir la
existencia; lo primero puede llevar a lo segundo, atendiendo a esa
mencionada dinámica auto-poyética, pero lo segundo no lleva a lo
primero. La realidad no es una creación de la mente, sino que ésta es una
creación de la realidad. Sinceramente, yo no creo que las ranas piensen
mucho sobre la realidad, pero eso no las hace ser menos reales ni vivir en
la realidad.
Es cierto que tratamos de representar la realidad en nuestra mente. La
aprehendemos – o sea, la hacemos nuestra – creando estados mentales,
aunque ninguno de ellos puede ser descrito en términos configuracionales.
Los elementos o notas – en terminología de Xavier Zubiri – que
conforman la realidad en todas sus formas ocupan una posición relativa y
están vinculados dentro de una red con los demás elementos. Al variar una
nota, varía el conjunto, y al variar éste – la estructura de las notas, su
combinación –, varía también cada nota individual de una forma
instantánea. Por eso, toda la realidad es respectiva; es decir, todo depende
tanto de sí como del conjunto para ser lo que es.
Así pues, parece que una de las claves principales de la realidad es la
respectividad; solo algo es real si tiene relación con otros algos. Solo Dios
– para un creyente – podría escaparse, por definición, de esta condición. A
mí me gusta más el término respectividad que relatividad, en tanto que
813 Salvador Pániker. Ensayos retroprogresivos
implica una interdependencia multidireccional de unidad en la diversidad
y de diversidad de la unidad. Una unidad en la que cada nota se integra,
sin perder por ello su condición; una unidad que no se eleva como una
cosa superior que anula a los individuos, sino que es un todo dinámico y
no uniforme, no es en absoluto algo homogéneo. Mario Bunge 814 lo
expresa en los siguientes términos: la propiedad universal de los objetos
materiales es su mutabilidad; ser es devenir.
Ese dinamismo intrínseco de la realidad se encarga de romper la rígida
inmutabilidad de la identidad individual y aquellos que se empeñan en
defender a capa y espada su identidad, lo único que consiguen es aferrarse
a un espectro del pasado, a una reconstrucción simplista y estática – falsa,
por tanto – de una realidad que, en muchos casos, ni siquiera llegó a
existir. Todo es pura evolución dinámica, porque cada elemento, cada
nota, incluyendo nuestros átomos, moléculas, células, órganos – incluso
nuestro complejo cerebro – evolucionan continuamente en una perpetua
interacción entre ellos, el entorno y el resto de la realidad. Este
extraordinario e irrenunciable dinamismo de la realidad es el responsable
de lo que Zubiri llamaba dar de sí más de lo que se es actualmente, y no
solo en términos cuantitativos – más cosas reales diferenciadas – sino
también y sobre todo, cualitativos, mediante la permanente aparición de
nuevas formas de realidad.
Trasladado todo esto al ámbito de lo estrictamente humano – y
siempre contando con la inexistencia de fronteras que delimiten al hombre
del resto de la realidad – la persona humana no puede entenderse fuera de
la historia. Cualquier estudio de la persona y de la vida humana al margen
de la historia es un estudio abstracto e irreal. La historia engloba a lo
personal y posibilita un mejor o peor desarrollo de lo personal. En
definitiva, en la historia lo biológico, lo material, lo social, etc., forman
parte de un todo o forma de realidad superior, tal como decía Ignacio
Ellacuría815.
814 Mario Bunge. Ser, saber, hacer.
815 Ignacio Ellacuría. Filosofía de la realidad histórica
Es peligroso dejarse engañar por la aparente comprensibilidad de la
realidad. Muchas personas han caído en la trampa de su aparente
simplicidad y se han arriesgado a modelizarla. Por ejemplo, Albert
Einstein mantuvo un permanente asombro ante el hecho de que, según él,
el mundo fuese tan comprensible: la cosa más incomprensible del mundo
es que sea comprensible.
No es un caso excepcional – ni mucho menos – en el ámbito de la
ciencia. Otros muchos se han atrevido a desafiar a la comprensión de la
realidad proponiendo teorías científicas globales con el objetivo de
atraparla en su red contable; fruto de ello han surgido – y seguirán
surgiendo – teorías del todo cada vez más elaboradas, pero también menos
duraderas. Emile Cioran816 dudaba de que la respuesta estuviese en la
ciencia. ¿Dónde buscas lo real? En ninguna parte fuera de la gama de las
emociones; lo que no sube hasta ellas es como si no existiera. Un
universo neutro es algo más ausente que uno ficticio.
Junto con el dinamismo y la respectividad, otro rasgo fundamental de
la realidad es su apertura, en el sentido de que toda entidad real es abierta
y, por ello, está integrada en un medio formado por una red intrincada de
otras entidades, viejas y nuevas, del mismo y otros niveles, con las que
hay intercambio de energía e información permanente; pero,
paradójicamente, es también al mismo tiempo cerrada, considerando que
tiene una frontera que define su campo espacial de existencia, aunque no
es un límite absoluto ni definitivo; es creativa e incorpora elementos
nuevos y recicla antiguos y, finalmente, toda cosa real es capaz de
desplegar en cierto modo una apariencia de finalidad, como indica Fritjof
Capra817.
La realidad, si hacemos caso a Zubiri 818, es el fundamento de toda
independencia y objetividad, hasta el punto de que el ser no es fundamento
de la realidad, sino que es la realidad la que es fundamento del ser. En
816 Emile Michel Cioran. Breviario de los vencidos
817 Fritjob Capra. La trama de la vida
818 Xavier Zubiri. Sobre la realidad
definitiva, no poseemos la verdad real sino que somos nosotros los
poseídos por la verdad real mediante la fuerza de la realidad.
¿Cómo se nos hace presente la realidad en nuestra mente? Siempre
desde una forma inevitablemente subjetiva, me temo. Somos cada uno de
nosotros los que percibimos la realidad, siendo poseídos por ella y
ajustando tal percepción a nuestra particular configuración existencial.
Ortega819 decía que la realidad no puede ser mirada sino desde el punto de
vista que cada cual ocupa, fatalmente, en el universo.
La naturaleza necesariamente compleja de la realidad no permite
descomponerla en sus niveles básicos. En términos estrictos, los hechos
puros y simples no existen, señalaba Alfred Schütz820. La complejidad
existe en y desde la misma base y no hay ningún umbral mínimo tan
elemental al que todo pueda ser reducido, pese a los notables esfuerzos
realizados en este aspecto en el ámbito de la física fundamental o la
sociobiología. Podremos llegar a definir un modelo estándar de partículas
– como el actual – que resulte muy eficiente como representación de la
realidad, pero nunca será la realidad misma. Como nos recuerda Edgar
Morin, un universo complejo presupone una realidad múltiple,
complementaria, fluyente y, a veces, contradictoria.
La mente es la consecuencia necesaria e inevitable de la complejidad
biológica, la cual, a su vez, nace de la propia complejidad del sistema
materia-energía-tiempo-espacio. En cierto modo, la mente apareció mucho
antes de que los organismos desarrollasen cerebros y sistemas nerviosos
organizados. Según parece, la realidad necesita autoobservarse y lo hace a
través de la verdad, tal como supo plasmar Simone Weil 821: la verdad es el
fulgor de la realidad.
819 José Ortega y Gasset. El espectador
820 Alfred Schütz. El problema de la realidad social
821 Simone Weil. Echar raíces
R EFLEXIÓN
Habitualmente llamamos reflexión al proceso por el que pensamos
sobre algo con detenimiento, con el objetivo de obtener alguna conclusión
– siquiera provisional – que nos ayude a formarnos una idea de la realidad
concreta de ese algo; aunque no siempre lo consigamos. Cuando ese algo
tiene un carácter más o menos abstracto, vestimos elegantemente a la
reflexión con el nombre de meditación.
La reflexión busca, por tanto, construir ideas a base de establecer
sólidos cimientos que las hagan resistentes al ataque de argumentos
lógicos, pero también preparadas para crecer y adaptarse a nuevos datos y
razonamientos; busca también crear un mapa personal de conocimientos
inseparablemente entrelazados con los sentimientos, consolidando así lo
que podríamos llamar sabiduría personal.
La reflexión requiere dedicación y sinceridad, y esto implica esfuerzo;
también está permanentemente amenazada por el riesgo de acabar en un
callejón sin salida, tanto emocional como racional. Por eso, la reflexión no
es cómoda, requiere un gran aporte energético, produce desasosiego en
muchas ocasiones y en otras tantas no nos lleva a ningún lado.
Nietzsche822 decía que los hombres tienen la costumbre de no reflexionar
respecto a aquello que les rodea, sino que se contentan con aceptarlo a
través de la costumbre, que es la unión de lo agradable y de lo útil.
La deliberación consciente guarda escasa relación con la capacidad de
controlar al momento las acciones y, en cambio, está estrechamente unida
a la capacidad de planear con anticipación y decir qué tipo de acciones
queremos o no realizar. Para Antonio Damasio823 las decisiones más
importantes se toman en el interior de la mente inconsciente mucho antes
de que llegue el momento de ponerlas en práctica. Por eso, la infancia y la
adolescencia humanas duran tanto; se tarda mucho en formar y capacitar
los procesos inconscientes de nuestro cerebro, y en crear, dentro de
822 Friedrich Nietzsche. Humano, demasiado humano
823 Antonio Damasio. Y el cerebro creó al hombre
nuestro inconsciente, una forma de control que pueda actuar de acuerdo a
metas e intenciones conscientes.
Un interesante estudio liderado por Sofie Valk 824 ha mostrado que la
meditación cambia la arquitectura de algunas zonas del cerebro y consigue
mejorar las habilidades sociales y reducir los niveles de ansiedad, de tal
manera que un breve entrenamiento mental diario específico puede
producir cambios estructurales en el cerebro, lo que a su vez conduce a
una mejora en la inteligencia social. Los resultados del estudio muestran
que cualquier adulto sano puede mejorar competencias sociales cruciales
necesarias para el éxito de la interacción social y la cooperación
reduciendo el estrés a través de la meditación, y que cada ejercicio mental
tiene un efecto diferente en el cerebro, la salud y el comportamiento.
La reflexión nos ayuda a liberar el pensamiento de la esclavitud del
discurso establecido y de la conducta ciegamente heredada, demostrando
lo negativo de ellos y proyectando alternativas. Desde la reflexión
filosófica, Habermas825 considera que la filosofía actual no puede
concebirse sino como un elemento reflexivo de la actividad social. Al fin y
al cabo, las abejas y otros insectos sociales son capaces de establecer un
entendimiento entre los individuos del mismo grupo, con el fin de formar
una entidad colectiva mucho más inteligente que lo que correspondería a
la suma lineal de la inteligencia individual de cada uno de los miembros
del grupo. Éste es un claro ejemplo de complejidad emergente o, si usted
lo prefiere, el resultado del pensamiento procesado en paralelo; de hecho,
la inteligencia colectiva o en paralelo lleva inventada por la evolución
desde hace millones de años.
Así pues, los individuos se juntan en sistemas sociales para lograr
fines inalcanzables en soledad y que poseen propiedades que no tienen los
individuos que los constituyen. Permítame que agregue a esta reflexión
824 Valk SL, Bernhardt BC, Trautwein FM, Böckler A, Kanske P, Guizard N, Collins DL,
Singer T. Structural plasticity of the social brain: Differential change after socio-affective
and cognitive mental training. Science Advances. 2017 Oct 4; 3(10): e1700489. doi:
10.1126/sciadv.1700489.
825 Jürgen Habermas. Sobre Nietzsche y otros ensayos
que realizaba Mario Bunge826 la mía propia: el resto de personas son
nuestro alter ego, sin el cual estaríamos incompletos. Las propiedades
emergentes de la sociedad son incorporadas – retornan – al individuo, a
través de la reflexión social.
Buena parte de esta colectivización de la inteligencia se debe a la
capacidad de construir modelos acerca de las posibles intenciones,
sentimientos y finalidades que pudieran tener otros individuos humanos e
incluso también animales. Esta propiedad es lo que conocemos como
teoría de la mente y es algo que no se elige; simplemente, se tiene y está
ya desarrollada en los los seres humanos – en mayor o menor grado, salvo
en determinadas patologías neuropsiquiátricas – entre los 4 y 5 años de
edad. De hecho, lo que mejor hace el cerebro humano es pensar
socialmente, ya que la evolución se encargó de favorecer a los individuos
que se agrupaban para facilitar la supervivencia del grupo y, con la de éste,
la de cada uno de sus individuos.
Cuando la manifestación de esta reflexión moleste a alguien y nos
recrimine por ello, siempre podremos echar mano de la sabiduría que nos
legó Sócrates para afrontar la desaprobación de los demás: la filosofía
proveyó de las convicciones en virtud de las cuales fue capaz de tener
confianza racional, opuesta a la histérica. No hay nada más innovador
que ser uno mismo; al menos, el que se equivoca siendo él mismo, tienen
la posibilidad de aprender de su error; el que se equivoca copiando, nunca
llegará a entender el motivo de su frustración. Y el que nunca hace nada –
para evitar equivocarse – acabará hibernando en un permanente cero
absoluto, sintiendo crecer la escarcha en sus pestañas.
R ESIGNACIÓN
Habitualmente, utilizamos el término resignación para expresar la
aceptación inevitable de un resultado desfavorable de un proceso o de una
situación, renunciando a cualquier respuesta o actividad que trate de
826 Mario Bunge. Ser, saber, hacer
impedirlo o, al menos, paliarlo. Por encima de todo, resignación significa
renuncia, abdicación de la respuesta humana ante la realidad adversa… o
ante los miedos y creencias depositados en la profundidad de la mente; la
resignación se manifiesta ante lo inevitable o cuando la persona se ha
cansado de luchar o enfrentarse a la situación.
Así pues, los elementos fundamentales de la resignación son la
percepción del carácter inevitable de algo que importa mucho a la persona,
la renuncia definitiva a una respuesta y la aceptación definitiva del
proceso como un elemento vital más. La percepción puede ser ajustada a
la realidad, como la muerte de un ser querido, o estar influida o deformada
por ideologías, creencias o falsedades; la renuncia puede ser razonable,
ante la desproporción contrastable entre la magnitud objetiva del problema
y la capacidad real de respuesta, siempre condicionada por el grado con
que la voluntad – o su ausencia, la pereza – y la cobardía están presentes
en cada persona, todo ello aliñado por la ignorancia. Finalmente, la
aceptación de lo que es considerado como inevitable implica acoplarlo
dentro de la arquitectura moral de la persona.
Sin embargo, mientras que los dos primeros elementos se vinculan a
frustración y parálisis, en algunas personas el tercer eslabón de la
resignación – la aceptación – puede servir para una mejor comprensión del
problema y servir de arranque para un cambio de actitud. Esto es lo que
podemos definir como serenidad, entendida como la actitud de aquel que
acepta voluntariamente, como un límite lleno de sentido, lo que él no
puede cambiar; la actitud de quien acepta los límites porque los entiende
racional y emocionalmente. En este caso, actitud se transforma en aptitud:
solo quien se esfuerza en asumir la realidad está preparado – es apto –
para experimentarla.
Robert Spaemann827 decía que la resignación ante lo inevitable es
verdaderamente humana solo si lo inevitable se muestra realmente como
tal. Y solo puede mostrarse a aquel que ha llegado efectivamente hasta el
límite y no ha dejado de intentar llegar más allá de las fronteras de lo
827 Robert Spaemann. Ética. Cuestiones fundamentales
imposible por miedo a darse un golpe. Solo el que actúa comprometido de
verdad puede dar fe de los límites de lo posible.
La resignación, como sinónimo de mansa abnegación, es una de las
peores lacras asociadas al cristianismo; ha ocupado un lugar de
preferencia hasta convertirse incluso en un elemento identificador, algo
que a Nietzsche – y a mí – le sacaba de sus casillas. Es el resto palpable de
la nefasta herencia gnóstico-maniquea, pero también un sentimiento
cuidadosamente cultivado para el rebaño por una jerarquía eclesial
demasiado acostumbrada a lo largo de la historia a aclimatarse al poder
político y económico, para su propio beneficio.
El concepto de alienación está específicamente relacionado con lo
anterior, en la medida que implica extrañamiento o separación del
auténtico significado. En esto no cabe duda de que la mayoría de las
religiones han sido empleadas como elementos clave de manipulación de
los colectivos más desfavorecidos. En manos de autoridades religiosas
poco escrupulosas, algunos dogmas religiosos han servido para justificar
las desigualdades sociales y económicas, promoviendo en ocasiones una
imagen ilusoria de felicidad al margen de la vida y proponiendo como
camino de perfección a la resignación, a la que personalmente considero
como una las actitudes más contrarias al mensaje humanizante de Jesús de
Nazaret.
Debemos revolvernos contra la adversidad, especialmente si ésta
proviene del comportamiento humano, y aunque no seamos nosotros
mismos los directos beneficiarios de su conquista, ello no debería limitar
la fuerza de la ilusión. La religión debería ayudar a la búsqueda de
soluciones frente a los problemas; nunca apuntar hacia el abandono de uno
mismo y la aceptación de la derrota definitiva del hombre ante el mal y la
injusticia. Entre otros diversos, fueron argumentos de este tipo los
esgrimidos por los teóricos del materialismo histórico para atacar a la
religión, tildándola de elemento alienante para el pueblo.
Uno de los más desafortunados malentendidos que ha emponzoñado la
visión de la religión ha sido la afirmación de un dios alejado, tiránico,
caprichoso y profundamente injusto, que invade al hombre como una
metástasis cancerosa, robándole su espacio vital hasta su completa asfixia
espiritual. Esa es, de forma simple, la tesis de Feuerbach: para que Dios
sea todo, el hombre tiene que ser nada. Visto desde la perspectiva
marxista, Dios ocupa el espacio que debiera tener la autoconciencia en el
hombre; así pues, para Feuerbach, la religión es la autoconciencia y el
autosentimiento del hombre que aún no se ha adquirido a sí mismo o que
ya ha vuelto a perderse.
Eso sí que es resignación…
R EVELACIÓN ( SEGÚN UN CRISTIANO )
¿Cómo podría manifestarse Dios de manera tal que los seres humanos
nos diésemos por aludidos, ni que tengamos que echar mano de la
mitología? ¿Cómo hacer compatible lo absoluto con lo relativo? A mí, la
palabra revelación siempre me ha inspirado cierto recelo, como si
sugiriese algo oculto que debe mantenerse fuera de la observación, algo
tenebroso a lo que temer. Los creyentes atribuimos a Dios la condición de
amor absoluto e incondicional, lo que no resulta coherente con todo lo
anterior; de hecho, tendemos a relacionar el amor con lo conocido y no
entendemos, en general, el amor en abstracto. Queremos a personas o
incluso a animales concretos; más aún, algunos individuos quieren a
determinados objetos hasta la veneración. Por lo tanto, seguramente
también usted se habrá preguntado alguna vez ¿si Dios está, por que no se
muestra?
¿Pero a quién ha de mostrarse Dios? Yo creo que, por encima de todo,
Dios se muestra a cada ser individual capaz de ser consciente de su
existencia y acción. En cualquier caso, como precisa Manuel Fraijó 828, el
acceso a Dios es un asunto personal e intransferible que cada uno resuelve
como puede, sin que exista – yo, al menos, no lo conozco – ningún atajo o
fórmula específica. En realidad, nos relacionamos con Dios a través de la
representación que de Él hemos confeccionado en nuestra mente cada uno
828 Manuel Fraijó. A vueltas con la religión
de nosotros, siempre a la medida de nuestra cultura y nuestra inteligencia
sentiente. Paradójicamente, casi siempre el obstáculo final para la visión
de Dios es el concepto que se tiene de él; por eso, el acceso a Dios solo
puede ser búsqueda, nunca posesión ni, menos aún, seguridad; por eso
también la pregunta por Dios es mucho más obvia que su respuesta, que
solo puede ser especulativa desde un punto de vista racional.
De la misma forma que Dietrich Bonhoeffer rechazaba al Dios tapaagujeros, ese dios de pacotilla hecho a la medida de nuestra ignorancia y
de nuestra soledad, también Joseph Ratzinger829 piensa que no deberíamos
encontrar a Dios en nuestra necesidad y negación, sino en medio de la
abundancia de lo humano y de lo vital. Por lo tanto, un creyente no puede
esperar que Dios sea solo una explicación o una ayuda, sino el fundamento
originario de todo y, en el caso específico de los seres humanos, el
impulso para que cada uno trace su propia vida y el conjunto de los
hombres su historia. En esta línea argumental, la relación con Dios puede
adquirir tintes de enorme complejidad para su comprensión, pero resulta
diáfanamente clara en sus consecuencias: Dios, al menos en la visión
cristiana, mantiene una relación de no-reciprocidad con el hombre, de
incondicionalidad total, según Michel Henry 830. Tal carácter se manifiesta
en la independencia, la voluntad y la libertad del ser humano.
El hombre es la pregunta radical acerca de Dios, afirmaba Karl
Rahner; sin Dios, dejaría de ser hombre, éste habría realizado una
evolución regresiva para volver a ser un animal hábil. Esta peculiar
relación entre Dios y todos los hombres es coherente con la presencia de
lo absoluto en cada uno de ellos, no como algo etéreo e indefinido, sino
como algo absolutamente personal. ¿Cómo reconoce el hombre la
presencia de lo absoluto dentro de él? Para muchos teólogos cristianos, el
reconocimiento de Dios por el hombre es más una remisión que un
encuentro. Zubiri831 afirmaba la accesibilidad de Dios para el hombre a
través de las cosas reales; ellas revelan la presencia personal de Dios.
829 Joseph Ratzinger. Introducción al cristianismo
830 Michel Henry. Palabras de Cristo
831 Xavier Zubiri. El hombre y Dios
Como se atrevió a decir Pannenberg832, Dios no acude a las citas con la
verificación; su presencia se detecta por sus implicaciones en la realidad,
por su capacidad para iluminar la vida humana y explicarla mejor. No es
que Dios se identifique con la realidad, como afirma el panteísmo, sino
que sin Dios la realidad no existiría.
Sin embargo, puestos a concretar, seguramente me concederá – si es
usted cristiano – que lo único que sabemos de Dios es lo que vemos en la
persona y, sobre todo, en la obra de Jesús de Nazaret; por eso, tras Jesús,
más que de teología deberíamos hablar de antropología, porque Dios se
revela también en cada vida humana.
Pretender conocer a Dios desde la metafísica o desde la lógica
racionalista ha sido uno de los principales motivos de la mixtificación de
la religión y del abuso que se ha hecho de ella. El Dios de la metafísica,
que puede ser elucubrado a la medida de cada pensador, acaba por
convertirse en el comodín estratégico de los manipuladores de
conciencias. Un Dios pensado pero no experimentado nos lleva a la
argumentación de Horkheimer833 de que el conocimiento consciente del
desamparo de nuestra finitud no se puede considerar como prueba de la
existencia de Dios, sino que tan solo puede producir la esperanza de que
exista un absoluto positivo. Por eso, Anthony de Mello 834 decía que a Dios
solo se le puede conocer por la vida, que es su manifestación y, también
por eso su identificación humana en Jesús es tan importante, ya que así es
mucho más difícil caer en la tentación de teorizar metafísicamente a Dios;
su condición humana nos avala la autenticidad de su ejemplo.
R EVOLUCIÓN
Solemos referirnos a las revoluciones como a aquellos cambios de
naturaleza brusca, que afectan de forma difícilmente reversible a los
fundamentos de la existencia humana. Es habitual utilizar el término
832 Wolfhart Pannenberg. La revelación como historia
833 Max Horkheimer. Teoría crítica
834 Anthony de Mello. Autoliberación interior
revolución para expresar la modificación voluntaria de la situación general
de una o más personas en la que se manifiestan cambios drásticos con
consecuencias no menos drásticas, tanto personales como globales, buenas
y malas para unos y otros en diversa proporción.
Desde el cambio radical de orientación vital de un individuo que
decide abandonar su vida anterior, o el hecho de que dos personas decidan
y pongan en práctica hacer de la vida un proyecto compartido, hasta las
grandes crisis – violentas o no – sociales, económicas, tecnológicas,
culturales, religiosas, políticas, etc., existe una amplia gama de escenarios
que muy bien podemos calificar como de revolucionarios, porque se ha
producido una fractura sustancial del orden anterior.
Hannah Arendt835 afirmaba que la revolución es un acto de libertad, no
de liberación. En efecto, si en algo se parecen todas las revoluciones – da
igual su magnitud – es que son consecuencia de decisiones libres, porque
sus impulsores son conscientes, en mayor o menor grado, de las
consecuencias – buenas y malas – y deciden asumirlas; por eso, todas las
revoluciones dejan huella. Esa es, quizá, la principal diferencia existen
entre una revolución y una simple rebelión; como dice José Luis Pardo 836,
a diferencia de la revolución, la rebelión consiste en negare a asumir
ciertos costes como necesarios o inevitables. Por su parte, Arthur
Koestler837 distingue al rebelde crónicamente indignado del revolucionario
comprometido en que el primero es capaz de cambiar de causa a pesar de
su entusiasmo inicial, mientras que el segundo no.
Existen una serie de elementos constitutivos que caracterizan a las
revoluciones. Todas ellas se realizan con el objetivo de mejorar la
situación de la que se parte; nadie mentalmente sano desea una revolución,
aunque sea pacífica, con el objetivo de estar peor que como estaba antes.
Las revoluciones que implican a amplios colectivos requieren que haya
una parte sustancial – aunque no necesariamente una mayoría – del
835 Hannah Arendt. Sobre la revolución
836 José Luis Pardo. Estudios del malestar
837 Arthur Koestler. En busca de la utopía
colectivo que esté dispuesto a embarcarse en ese proyecto, aunque el
liderazgo de la acción quede restringido normalmente a una pequeña élite.
No todas las revoluciones son violentas, especialmente cuando el
proceso revolucionario afecta a una sola persona – aunque, en ocasiones,
la violencia interior es una dura realidad – o a unas pocas, pero cuando el
colectivo humano es amplio y el cambio es profundo, es prácticamente
segura la aparición de la violencia. Marx y Engels838 aseguraban que los
comunistas no tenían por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones,
declarando abiertamente que sus objetivos solo pueden alcanzarse
derrocando por la violencia todo el orden social existente. El problema es
que, como afirmaba Hannah Arendt839, la violencia sigue la lógica de los
medios-fines, por lo que no es extraño que los medios acaben devorando
el fin y que las consecuencias de las acciones humanas escapen a su
control. En fin, la revolución devorando a sus protagonistas y, de paso, a
los desgraciados que pasaban casualmente por allí.
Emile Cioran840 desconfiaba de todas las revoluciones. Para él, solo
era verdaderamente revolucionario el estado prerrevolucionario, el estado
en el que los espíritus se adhieren al doble culto del futuro y de la
destrucción. Para Cioran no existe ningún movimiento de renovación que,
en el momento que se aproxima a su objetivo, no caiga en el automatismo
de las antiguas instituciones, ni tome la apariencia de la tradición. Lo
trágico del universo político, decía Cioran, reside en esa fuerza oculta que
conduce a todo movimiento a negarse a sí mismo, a traicionar su
inspiración original y corromperse a medida que se arma y avanza.
En esa misma línea opinaba Steven Pinker841, afirmando que las
perennes limitaciones de la naturaleza humana demuestran la futilidad de
las revoluciones políticas que se basan únicamente en aspiraciones
morales radicales. Quizá por esto último, Antonio Escohotado 842 se
838 Karl Marx; Friedrich Engels. El manifiesto del partido comunista
839 Hannah Arendt. Sobre la violencia
840 Emile Michel Cioran. Ejercicios de admiración
841 Steven Pinker. La tabla rasa
842 Antonio Escohotado. Caos y orden
decanta por reformar la realidad en lugar de crearla ex nihilo, como
pretendieron las grandes revoluciones políticas de la historia, que
empezaron exigiendo el fin del egoísmo con el fin de alcanzar el paraíso
terrenal y acabaron instaurando sórdidos infiernos.
Frente a la revolución político-social que se autoconsume en el caos y
la injusticia, ningún invento ha resultado más útil – y más justo – que el
estado de derecho, en el que una organización superadora del tribalismo
nacional – el Estado – se aproxima a una ecuánime aplicación de leyes
formuladas y reconocidas democráticamente. Es la ley la que confiere y
reconoce la ciudadanía de una persona, incluso para que esta última pueda
modificar la ley si consigue poner de acuerdo a una mayoría suficiente
para ello. Por eso, es importante recordar que la soberanía popular surge
de la aplicación de las leyes y, por tanto, la desobediencia a la ley
democrática representa, justamente, la destrucción de la condición de
ciudadano.
En mi opinión, la única y verdadera revolución emprendida con éxito
– siquiera parcial – por el hombre ha sido la educativa. Aunque la
gradualidad de su implantación y su localización espacio-temporal y social
es imprecisa, su realidad es incontestable, al haber conseguido transformar
irreversiblemente el simple aprendizaje en algo mucho más profundo
emocionalmente. Gracias a la educación, la persona educada se convierte
en propietaria de sí misma y ello le permite adquirir también su propio
protagonismo social.
Pese a todo, como decía Koestler, no hay nada más irracional que
esperar que la gente se comporte racionalmente...
R IESGO
El riesgo es una emoción inteligente que implica el reconocimiento
personal – a veces compartido socialmente – de la posibilidad de que se
llegue a producir algún fenómeno de carácter desfavorable. Dado su
complejo carácter emotivo-intelectual, la experiencia del riesgo puede ser
trasladada a otras personas, a través del manejo racional – incluido el
matemático – de datos y argumentos lógicos, y la interpretación subjetiva
de la realidad personal y social. En cualquier caso, el término riesgo
siempre hace alusión a un peligro, que se torna factible – posible – con
una mayor o menor grado de probabilidad.
El riesgo es asociado inevitablemente a la vulnerabilidad de las
personas y de las sociedades ante de terminados fenómenos previsibles y
conocidos, en la medida en que unas y otras estén adecuadamente
preparadas – o no – para evitar o paliar eficazmente las consecuencias de
dichos fenómenos. Eso es lo que diferencia al riesgo del temor, que
implica una sensación inespecífica de miedo ante lo desconocido, pero que
sospechamos – a veces patológicamente – que existe. Por su parte,
solemos emplear el término peligro cuando el fenómeno negativo
potencial resulta particularmente adverso, mientras que la amenaza supone
el escenario que hace más o menos creíble y racionalmente posible tal
peligro.
Así pues, podemos utilizar el término riesgo en una doble acepción;
de un lado, la experiencia personal de reconocimiento de que algo
desfavorable nos puede pasar individual o colectivamente; por otro,
representa también la medida racional de la probabilidad de que eso pueda
llegar a suceder. Y esto nos lleva a considerar el manejo del riesgo como
un elemento fundamental en la conducta personal y social de los seres
humanos. De hecho, hace tiempo que la sociedad industrial se ha ido
transformando en otra de carácter esencialmente tecnológico, en la que
uno de sus principales protagonistas es precisamente el riesgo.
A las amenazas de antaño, de origen natural – sequías, terremotos,
plagas – hemos incorporado también los riesgos de origen humano,
ligados al impacto de nuestra propia tecnología – y de nuestra estupidez
para hacer uso de ella – sobre la naturaleza y sobre nosotros mismos.
Incluso hemos llegado a estropear las soluciones que íbamos encontrando
frente a riesgo graves o peligros, como muchas de las enfermedades que
diezmaron a nuestros antecesores o la producción de energía a partir de
fuentes naturales limitadas y fuertemente contaminantes, convirtiéndolas
en nuevos riesgos como la resistencia microbiana a los agentes
farmacológicos o la contaminación radiactiva de los espacios naturales,
por poner dos ejemplos evidentes.
Por todo lo anterior y en línea con lo expresado por Ulrich Beck 843, la
gestión del riesgo se ha convertido en el rasgo esencial del nuevo orden
global, en el que el hombre es incapaz de medir las consecuencias de su
propio desarrollo tecnológico; una sociedad del riesgo que no se limita a
los riesgos medioambientales y sanitarios; también afecta a otros cambios
en las relaciones, laborales, familiares y personales.
Por otro lado, como indica Steven Pinker844, aun en el caso de que los
técnicos ofrezcan cálculos razonables de un riesgo, no pueden establecer
el grado de peligro que las personas deberíamos aceptar.
Inevitablemente, la experiencia personal del riesgo tiene un componente
emocional que le hace difícilmente manejable mediante protocolos o
escalas de graduación. Por otro lado, la identidad social de la persona está
estrechamente ligada al concepto de interacción social, un proceso
mediante el cual actuamos y reaccionamos en el tiempo y en el espacio
ante los que nos rodean, y en la que los miedos personales y sociales
juegan roles de gran importancia. Todo ello imposibilita en términos reales
la mecanización del manejo del riesgo, por mucho que las empresas de
seguros hayan desarrollado métodos cuantitativos tan sofisticados como
brutalmente deshumanizados.
No obstante, el riesgo también tiene una connotación positiva en tanto
que nos ayuda a ir hacia adelante, a no quedarnos en la comodidad del
presente. Simone Weil845 decía que el riesgo es una necesidad esencial del
alma, porque su ausencia provoca una especie de anquilosamiento, casi
tan intenso como la parálisis que produce el miedo. Si hay una
oportunidad de acercarse a algo real, en este mundo o fuera del mundo,
esa oportunidad no se puede conceder más que a aquellos que asumen el
riesgo, tanto en el pensamiento como en la acción. De hecho, Weil asumió
siempre ese riesgo, incardinándolo dentro del conjunto de lo que ella
843 Ulrich Beck. La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad
844 Steven Pinker. La tabla rasa
845 Simone Weil. Echar raíces
definía como necesidades del alma, junto con el orden, la libertad, la
obediencia, la responsabilidad, la igualdad, la jerarquía, el honor, el
castigo, la libertad de opinión, la seguridad, la propiedad privada, la
propiedad colectiva y la verdad.
Coincido con Weil en que el riesgo es un incentivo imprescindible y
en que la renuncia a afrontarlo nos instala en la cobardía, entre la paz
artificial de la anestesia vital y el miedo irracional.
R ISA
Resulta difícil entender que algo tan gratificante como la risa haya
sido objeto de tan pocos estudios filosóficos. Peter Berger 846 cree que los
filósofos no se toman en serio la risa porque su experiencia es frágil y
fugaz: en el momento en que quiere estudiarse se diluye en el aire.
Además, considera Berger, risa y seriedad son consideradas por la
intelectualidad como un oxímoron, es decir, conceptos mutuamente
excluyentes o contradictorios; en resumen, para estos individuos la risa no
es seria. Ciertamente, muy pocos filósofos se han detenido a reflexionar
sobre la risa o, si lo han hecho, no consideraron prudente publicar sus
consideraciones sobre ella.
Se dice que la – hipotética o desaparecida, nunca lo sabremos –
segunda parte del tratado de la Poética de Aristóteles estaba dedicada a la
comedia y, dentro de ésta, el filósofo glosaba el papel esencial de la risa en
la vida de los seres humanos; sin embargo, Aristóteles también se expresa
sobre la risa en otras de sus obras conservadas, como Retórica, Problemas
o en sus Éticas (a Eudemo y a Nicómaco), más allá de la novelesca
referencia de Umberto Eco847 sobre el estudio aristotélico de la risa.
Platón848 se refiere a la risa de los dioses como inextinguible y
amenazadora, pero también fecundante y creadora. En el mundo latino,
846 Peter Berger. Risa redentora. La dimensión cómica de la experiencia humana
847 Umberto Eco. El nombre de la rosa
848 Platón. La república
Cicerón849 es quizá el referente principal de la risa, pero fundamentalmente
como recurso retórico. Curiosamente, Tomás de Aquino retomó el
concepto aristotélico de buena diversión (eutrapalia).
Y no hay mucho más desde la filosofía tradicional… ni desde la
moderna, donde las pocas veces en que la risa ha sido considerada
expresamente lo ha sido desde la lejanía. La risa siempre ha sido motivo
de sospecha entre los intelectuales que se toman a sí mismos muy en serio.
Basta con leer los diccionarios y tratados científicos para constatar una
forzada asepsia con la que se quiere envolver a la risa. Simples referencias
a mecanismos fisiológicos y anatómicos: movimiento de la boca y otras
partes del rostro, acompañados frecuentemente por sacudidas del cuerpo
y emisión de peculiares sonidos inarticulados. Algo sorprendente para un
comportamiento tan humano – aunque no exclusivamente, para
satisfacción de orangutanes y chimpancés – que ocupa a los niños de entre
7 y 10 años unas 300 veces al día… o no tan sorprendente, si
consideramos que los adultos lo hacemos menos de 80 veces diarias y ello
solo aquellos que todavía reímos.
Se dice que la risa – y su versión más reflexiva y elegante, la sonrisa –
es una respuesta biológica a ciertos estímulos, que comienza a
manifestarse en términos medio hacia los cuatro meses de edad. Como el
llanto, es un acto involuntario que implica una sucesión de movimientos
respiratorios y que consiste en interrupciones más o menos rítmicas de la
espiración del aire de los pulmones. Supone una manifestación de
satisfacción por haber conseguido un deseo o, como dicen otros, de alivio
tras superar un peligro cierto; hay incluso quien relaciona la placidez que
proporciona la risa con la supresión de la agresividad hacia el entorno y el
fortalecimiento de los lazos de unión a las personas.
Según Robert Provine850, la risa es una forma de comunicación
heredada evolutivamente de nuestros antecesores primates, como
849 Cicerón. Sobre el orador
850 Provine R. Laughing, tickling, and the evolution of speech and self. Current
Directions in Psychological Science 2005; 13(6): 215–8. doi:10.1111/ J.09637214.2004.00311.X
consecuencia de – o, al menos, facilitado por – la bipedestación, que
permitió liberar al tórax de su función de soporte propia de los
cuadrúpedos, permitiendo un mejor control de la respiración, tal como
ocurrió con el propio proceso de adquisición del habla. De hecho, ambos
fenómenos emplean el mismo mecanismo fisiológico, aunque el del habla
es voluntario, mientras que el de la risa – cuando es espontánea – es
involuntario: nada hay menos controlable que la risa para el que tiene
cosquillas. En cualquier caso, Provine insiste en que la risa tiene una
función comunicadora, como refuerzo emocional a los mensajes verbales
o en estados de estrés psicológico.
Desde una visión estrictamente terapéutica, hay numerosos estudios
que muestran que el humor y su manifestación más común, la risa,
permiten reducir el estrés y la ansiedad y mejorar así la calidad de vida y
la salud física del individuo. Es como una válvula interna de seguridad que
nos permite liberar tensiones artificialmente generadas, disipar las
preocupaciones vacías, relajarnos y olvidarnos de todo lo que es
verdaderamente irrelevante. Por supuesto, también hay otros estudios que
niegan los anteriores… lógicamente, estos últimos son tenidos como
mucho más serios… como si la risa dependiera de la lógica.
La auténtica risa – la espontánea – esponja la mente, activa el corazón
y repele la angustia. Es la expresión máxima de haberlo entendido todo,
asignando la importancia real que cada cosa tiene. Mientras nos
preparaban la razón, nos dieron los dioses la risa y las lágrimas para
diferenciarnos de los animales, nos dice Juan Bergua851, quien concluye
que cuando el hombre genial hace reír, tras la risa queda la luz.
La alegría contagia todos los actos y vivencias de las personas. Es un
estado interior de nuestra mente que, cuando se torna incontenible, estalla
a través de la risa como unos fuegos artificiales en una atronadora
explosión de ruido y color. Es la expresión más hermosa de la inteligencia
sentiente, porque la risa nos acerca a la naturaleza divina, como afirmaba
Platón hace muchos siglos. Por el contrario, la negación de la risa y del
humor, bajo la falsa excusa del rigor y de la verdad, nos condenan a ser
851 Juan Bergua. Estampa socrática
impávidos testigos – cuando no víctimas – de la vida. Umberto Eco lo
expresó magistralmente, al poner en boca de su personaje fray Guillermo
de Baskerville, en El nombre de la rosa, la siguiente recomendación para
su pupilo, Adso de Melk:
Huye Adso de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la
verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a
menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia. Jorge ha
realizado una obra diabólica, porque era tal la lujuria con que amaba su
verdad, que se atrevió a todo para destruir la mentira. Tenía miedo del
segundo libro de Aristóteles, porque tal vez éste enseñase realmente a
deformar el rostro de toda verdad, para que no nos convirtiésemos en
esclavos de nuestros fantasmas. Quizá la tarea del que ama a los hombres
consista en lograr que estos se rían de la verdad, lograr que la verdad ría,
porque la única verdad consiste en aprender a liberarnos de la insana
pasión por la verdad.
S ABIDURÍA
Podríamos empezar por considerar, siquiera inicialmente, a la
sabiduría como una capacidad adquirida – ningún sabio lo es de forma
congénita – para aplicar la inteligencia relacional y emocional con la
experiencia, con el fin de llegar a conclusiones más rigurosas y útiles –
más fiables – de las que partimos para discernir la verdad en todos sus
ámbitos y, en particular, la verdad ética, la distinción real entre el bien y el
mal. La sabiduría sería, por tanto, el resultado de un movimiento
ascendente de la inteligencia sentiente a lo largo de la vida no solo
personal, sino también social e histórica, que permite obtener las
respuestas más adecuadas a las preguntas más pertinentes, al tiempo que
sirve de iluminación a los demás en su propio discurrir vital.
Inteligencia y experiencia son, por tanto, los elementos más
importantes que vislumbramos en lo que habitualmente tomamos como
sabiduría. Pero experiencia no significa una simple acumulación de los
pensamientos forjados – con más o menos acierto – sobre los actos
vividos, sino su integración plena en la realidad total, más allá incluso de
la persona. Sería un grave error identificar esta experiencia con la
experiencia personal, dice Zubiri852; para él, la experiencia no personal se
halla integrada por la que le llega al hombre por su convivencia con los
demás, del mundo, de la época y del tiempo en que se vive.
La cuestión es que en cada instante de su vida intelectual, cada
individuo y cada época se hallan montados sobre el constitutivo riesgo de
avanzar por una vía muerta. Probablemente, la acción de Sócrates – dice
Zubiri – ha consistido en habernos echado a andar no por una vía muerta,
sino por la que lleva a lo que será el intelecto europeo entero,
suspendiendo el concepto tradicional de sabiduría y asentando a ésta en
algo más firme y asequible, en las cosas de la vida cotidiana. Frente a los
supuestos sobre las cosas de los que parten las ciencias y la política, la
sabiduría socrática penetra en la raíz misma de estos supuestos, y desde
ellos asiste a su constitución y expansión en las cosas. Solo así podremos
entender la realidad, o al menos intentarlo; de otra manera, nos
quedaremos en el mero conocimiento instrumental, a la puerta de la
realidad pero sin penetrar efectivamente en ella.
La palabra saber comparte su etimología latina con sabor; ambos
proceden de sapere, que a su vez parece provenir de la raíz indoerupea
sap-, que denota la idea de degustar y percibir; por tanto, identifica el
tener tanto inteligencia como buen gusto. Ortega 853 decía, en este sentido,
que la vida de una sociedad y más aún la de un pueblo dependen de que
sus individuos sepan distinguir entre los hombres y no confundan jamás al
tonto con el inteligente, al bueno con el malo. No es una mala definición
de sabiduría.
Pero no basta con saborear a los demás; el sabio lo es, sobre todo,
porque sabe saborearse a sí mismo, se conoce a sí mismo, tal como
aconsejaba el frontispicio del Oráculo de Delfos. Y no hay nada que
engañe más a una persona que su vanidad.
852 Xavier Zubiri. Sócrates y la sabiduría griega
853 José Ortega y Gasset. Ideas y creencias
En parecidos términos se expresaba en la Alejandría (Egipto) del siglo
XIII el maestro sufí Ahmad Ibn Ata’Illah 854 cuando afirmaba toma por
compañero a un ignorante, descontento de sí: ¡verás cómo para ti vale
más que un sabio satisfecho de sí! Sus consejos son muestra de una
sabiduría que trasciende los siglos y define la experiencia con la sencillez
de quien de verdad ha entendido lo que es: lo que has perdido de tu vida
es insustituible pero inestimable es lo que has ganado en ella. Ata’Illah
invita a no juzgar ninguna manifestación, propia o ajena, antes de conocer
qué es lo que ha conseguido: la nube no es deseada por la lluvia sino por
los frutos que nacen de ésta; de igual manera, las luces de los sabios que
proceden de sus palabras son el alimento de la inteligencia, pero sin
olvidar que las palabras solo dan lo que se toma de ellas.
Durante los últimos años se ha producido un notable incremento del
interés por precisar en términos científicos que es la sabiduría y cómo
evaluarla. Como muestra de ello, es interesante mencionar el estudio
realizado en la Universidad de California en San Diego (Estados Unidos),
dirigidos por Katherine Bangen855, que investigó el grado de superposición
entre las definiciones empíricas de sabiduría empleadas en la literatura
científica, identificando sus elementos constitutivos más habitualmente
citados.
Pues bien, a pesar de la diversidad observada entre las numerosas
definiciones revisadas, se encontró una significativa superposición de
componentes de la sabiduría, siendo los más citados el conocimiento de la
vida, los valores sociales, la autocomprensión, el reconocimiento de la
incertidumbre, el equilibrio emocional, la tolerancia, la apertura, la
espiritualidad y el sentido del humor.
Según los científicos, la sabiduría tiene una base neurobiológica; es
decir, han podido relacionar algunos de los atributos de la sabiduría con
determinados circuitos neurológicos y áreas cerebrales. Así, por ejemplo,
854 Ahmad Ibn Ata’Illah. El libro de la sabiduría (Kitab Al-Hikam)
855 Bangen KJ, Meeks TW, Jeste DV. Defining and assessing wisdom: A review of the
literature. Am J Geriatr Psychiatry. 2013; 21(12): 1254–66.
doi:10.1016/j.jagp.2012.11.020.
parece que el comportamiento altruista se asocia con la activación de la
corteza media prefrontal, mientras que la adopción de decisiones precisa la
acción combinada de varias áreas funcionales cerebrales, como la corteza
prefrontal dorsolateral (funciones racionales), la corteza prefrontal media
(actividades socio-emocionales) y la corteza cingulada anterior (detección
de conflictos).
También la corteza prefrontal del cerebro humano es activada con la
regulación emocional y la capacidad de relativizar; en particular, la zona
lateral de la corteza prefrontal facilita la toma de decisiones calculadas –
basadas en razonamientos lógicos – mientras que la zona media parece
estar directamente implicada en el mantenimiento del equilibrio emocional
y de las actitudes de carácter social, las cuales, a su vez, están
marcadamente afectadas por lo que se conoce como neurocircuito de la
recompensa, localizado en varios ganglios basales del cerebro (cuerpo
estriado ventral y núcleo accumbens).
En resumen, los datos neurobiológicos parecen sugerirnos que la
sabiduría implica un equilibrio óptimo entre las regiones del cerebro
evolutivamente más primitivas (sistema límbico) y las más nuevas
(corteza prefrontal).
¿Le ha aclarado a usted la neurociencia mejor que Sócrates qué es la
sabiduría? A mí no.
S AGRADO
Las definiciones básicas que podemos encontrar en las fuentes
documentales más comunes, relacionan lo sagrado con aquello que es
digno de veneración por su carácter divino o por estar relacionado con la
divinidad y, en consecuencia, es objeto de un particular respeto e incluso
de algún tipo de culto. A muchos, esta definición se nos queda bastante
corta; entre ellos a Mircea Eliade856, un reconocido historiador de las
religiones, para el que lo sagrado y lo profano constituyen dos
856 Mircea Eliade. Lo profano y lo sagrado
modalidades de estar en el mundo, dos situaciones existenciales, asumidas
por el hombre a lo largo de su historia.
Para Eliade, la experiencia religiosa implica la revelación de un
espacio sagrado que permite obtener un punto fijo, orientarse en la
homogeneidad caótica, fundar el mundo y vivir realmente; por su parte, la
experiencia profana mantiene la homogeneidad y, por consiguiente, la
relatividad del espacio, pero toda orientación verdadera desaparece y ya
no hay mundo sino tan solo fragmentos de un universo roto, la masa
amorfa de una infinidad de lugares más o menos neutros. Por todo ello,
Eliade considera que el deseo del hombre religioso de vivir en lo sagrado
equivale, de hecho, a su afán de situarse en la realidad objetiva, por no
dejarse paralizar por la realidad sin fin de las experiencias puramente
subjetivas, de vivir en un mundo real y eficiente, y no en una ilusión. Para
el hombre religioso, lo sobrenatural está indisolublemente ligado a lo
natural, porque la naturaleza expresa siempre algo que la trasciende. Solo
los fanáticos veneran a una piedra sagrada por el hecho de ser piedra; los
auténticos creyentes la veneran por ser sagrada.
La principal tesis acusadora del materialismo histórico, la alienación
de la mente de los creyentes, pretende justificar la insolvencia de la fe
religiosa. Sin embargo, como indica Eliade, el hombre profano, aunque no
quiera reconocerlo, conserva aún huellas del comportamiento del hombre
religioso; haga lo que haga, es un heredero de éste. De hecho, muchas
personas arreligiosas mantienen – sin ser conscientes de ello –
comportamientos típicamente religiosos.
Muchas, la mayoría, de las celebraciones – año nuevo, instalación en
una nueva casa, nacimiento de un hijo, promoción social, etc. – son
formas laicas que encubren antiguas tradiciones religiosas, aunque estén
desprovistas de tal figuración, y dejan entrever que la religión e incluso la
mitología se encuentran ocultas en las tinieblas de su inconsciente; de
igual manera, muchas de las celebraciones religiosas son simples
adaptaciones de rituales provenientes de otras religiones, como la
Navidad. Eliade afirma que Marx recoge y continúa uno de los grandes
mitos escatológicos del mundo asiano-mediterráneo, el del papel redentor
del Justo – el Elegido, el Ungido, el Inocente, el Mensajero – que en el
mundo moderno vendría representado por el Proletariado, cuyos
sufrimientos son llamados a cambiar el sentido del mundo. Marx incluso
enriqueció este mito entroncándolo con la tradición mesiánica judeocristiana: el papel profético y la misión salvadora que atribuye al
proletariado, y la lucha final entre el Bien y el Mal que desemboca en la
victoria decisiva del primero.
¿Hay algo que distinga la mente de un creyente de la de una persona
arreligiosa? El psicólogo Michael Gazzaniga 857 afirma que las personas
religiosas no tienen una estructura cerebral de la que carezcan los ateos o
los agnósticos, ni existe una única parte del cerebro que se utilice en el
pensamiento religioso. Lo que sí sabemos es que la mente humana es
capaz de buscar una explicación para cualquier fenómeno sobre el que no
tiene ninguna justificación previa; es decir, observa la realidad desde la
necesidad de encontrarla algún sentido.
Esta supremacía de los procesos interpretativos es considerada por
alguno como el origen de la creación de la idea de Dios y, como tal, puede
ser una hipótesis aceptable; aunque tendría que explicar por qué la
mayoría de los humanos han desarrollado esa particularidad. Algún
motivo habrá, porque nadie – que yo sepa – ha sentido sed si nunca ha
bebido antes.
También es posible que nuestro comportamiento mental dualista
colabore en la generación de la idea de Dios. Esta particularidad nos lleva
a la percepción intuitiva de que el cuerpo y la mente consciente están
separados. Platón estaba absolutamente convencido de ello y eso le llevó a
afirmar la transmigración de las almas y otras cosas por el estilo. De
hecho, tal forma de pensamiento ha estado en el eje de muchos sistemas
filosóficos y religiones empecinados en separar alma y cuerpo, hasta el
punto de identificar lo uno – el alma o el espíritu – con lo bueno, y lo otro
– el cuerpo, la materia – con lo malo.
Puede que esta percepción dualista llevase a nuestros antecesores a
querer trascender su existencia a la de sus propios cuerpos. El hombre de
857 Michael Gazzaniga. ¿Qué nos hace humanos?
Cromagnon enterraba a sus muertos de forma regular y elaborada hace
más de 40.000 años, sepultando con ellos objetos personales, lo que
sugiere que creían en la existencia de una vida después de la muerte, en la
que suponían que estos objetos podrían ser de utilidad, como indica Ian
Tattersall858.
En un experimento realizado con monjas católicas entre 23 y 64 años,
Mario Beauregard859 analizó mediante resonancia magnética nuclear
(RMN) su cerebro durante sus experiencias religiosas, encontrando un
incremento de la actividad en al menos 12 regiones cerebrales, entre ellas
áreas normalmente involucradas en el registro de las emociones y la
conciencia, en línea con lo afirmado por Gazzaniga.
Sin embargo, una cosa es que la activación o la desactivación de
determinadas áreas de la corteza cerebral puedan asociarse con la
experiencia de sentimientos religiosos y otra cosa es que Dios solo sea una
creación de nuestro cerebro. Lo que sí parece es que los valores sagrados
son procesados por regiones del cerebro que nada tienen que ver con los
circuitos cerebrales de recompensa. De hecho, un estudio dirigido por
Gregory Berns860 y realizado mediante técnicas de neuroimagen, reveló
que aquellos valores que las personas se resisten a rechazar – incluso
cuando se les ofrece dinero a cambio – son procesados de manera distinta
en el cerebro que los valores a los que se renuncia fácilmente.
Para Berns y colaboradores, el ámbito de lo sagrado entraña un
proceso cognitivo específico; sus valores son capaces de provocar una
mayor actividad en una región del cerebro relacionada con normas básicas
y procesos mentales sobre lo que es correcto o incorrecto; algo así como el
cerebro ético. En cambio, no potencian la actividad neuronal en regiones
858 Ian Tattersall. Hacia el ser humano: la singularidad del hombre y la evolución
859 Mario Beauregard. ¿El cerebro se comunica con Dios?
http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/science/newsid_5299000/5299428.stm (30 de
agosto de 2006)
860 Berns GS, Bell E, Capra CM, Prietula MJ, Moore S, Anderson B, Ginges J, Atran S.
The price of your soul: neural evidence for the non-utilitarian representation of sacred
values. Philos Trans R Lond B Biol Sci. 2012; 367 (1589): 754-62. doi:
10.1098/rstb.2011.0262.
cerebrales relacionadas con la consideración de simples costes y
beneficios. En concreto, se ha relacionado los valores sagrados con la
activación de sistemas neuronales ligados a la evaluación de lo correcto y
lo incorrecto en la unión temporoparietal izquierda, y con la recuperación
de normas semánticas en la corteza prefrontal ventrolateral izquierda.
Igualmente, es significativo que las personas que participan activamente
en organizaciones – iglesias, equipos deportivos, grupos musicales, etc. –
presentan una actividad mayor en las áreas del cerebro vinculadas a los
valores sagrados.
Los resultados obtenidos por Berns y su equipo pueden tener lecturas
múltiples e incluso complementarias, pero indican claramente que los
valores sagrados no son un simple mecanismo de autosatisfacción y de
escape de la realidad, como siempre han mantenido las posiciones más
reduccionistas del materialismo; por otro, implican que no se puede
convencer a nadie de que renuncie a sus creencias más profundas, ni
siquiera a cambio de incentivos poderosos.
Esto último debería hacer reflexionar a los sociobiólogos más
radicales sobre la importancia real de las convicciones éticas y su papel en
la evolución humana.
S ENSIBILIDAD
Quienes se empeñan en separar las sensaciones de la inteligencia
como si fueran los polos magnéticos de la mente humana, se estrellan
habitualmente contra la pétrea realidad. En ésta solo existen los matices,
los enlaces visibles e invisibles, muchas veces tenues, que ligan a todos
los seres y las cosas que en el universo son, han sido y serán. Pensar que
un razonamiento matemático está al margen de la sensibilidad de su autor
es como negar la propia existencia de su autor. Somos inteligentes porque
somos sensibles y nuestra sensibilidad es poliédrica gracias a nuestra
inteligencia. Alimentamos un bucle que no para de crecer y adquirir
nuevas forma de complejidad.
La sensibilidad humana se sirve de sus instintos – instintos humanos,
no simplemente animales – para optimizar las relaciones más básicas de
nuestro cuerpo y nuestra mente con un entorno que muchas veces se
muestra repetitivo. Necesitamos automatizar e incluso incorporar a nuestro
material genético una serie de respuestas específicas de la especie humana,
para optimizar el funcionamiento de nuestro sistema nervioso central y, en
general, de toda nuestra persona. Pero no debemos confundir un instinto
con un simple reflejo; como dice Juan José Sanguineti 861, el instinto
aparece como una forma de comportamiento intencional más rica que la
conducta basada simplemente en reflejos, que son más automáticos y
preferentemente vegetativos. El instinto humano se actualiza en cierto
ambiente y de cara a otros sujetos.
Sentimos hambre y sed igual que los animales; hay elementos en
nuestra fisiología que nos impulsan a la reproducción a través del sexo,
también como seres vivos. En cuanto a inclinaciones naturales o
fisiológicas, no nos diferenciamos excesivamente de cualquier primate; se
trata de impulsos importantes, incluso poderosos, pero con una importante
diferencia con el resto de los animales: somos capaces de atender
racionalmente al impulso y responder a él de forma controlada, lo cual no
quiere decir que siempre lo hagamos así. Aún más, somos capaces de
incorporar nuestros impulsos a nuestra personalidad; tenemos hambre
como un perro, pero no respondemos como un perro a esta necesidad
fisiológica, de forma ciega y automática. Podemos decidir cuándo, cómo,
dónde y qué comer, y podemos también no hacerlo. Al menos, en
potencia.
Como indica Zubiri862, la función de lo sensible no está en crearle
problemas a la inteligencia, sino más bien en convertirse en vía
fundamental de acceso a la realidad; gracias a su sensibilidad, el hombre
está inmerso en la realidad. Zubiri nos recuerda 863 que el cerebro humano
es un auténtico órgano sentiente que, por sus peculiaridades, responde
861 Juan José Sanguineti. Filosofía de la mente
862 Xavier Zubiri. Notas sobre la inteligencia humana
863 Xavier Zubiri. Inteligencia sentiente. Inteligencia y realidad
intelectualmente de forma adecuada y permanente, mediante su estado de
vigilia o conciencia. Los diversos estímulos sensitivos no se producen
secuencialmente, uno inmediatamente detrás de otro, sino que se solapan
entre sí, como manifestación de la complejidad de lo real.
Un ejemplo evidente de esto último es la visión. La red neuronal de la
imagen conecta con el cerebro temporal donde se halla la zona o módulo
de reconocimiento de la imagen – qué es o a qué corresponde una imagen
–, pero también se conecta con las zonas semánticas del lenguaje y las
zonas emocionales del sistema límbico. Además se conecta con el cerebro
parietal, lo que facilita el análisis tridimensional de la imagen como
espacio en el que se produce la acción del sujeto. En definitiva, se produce
una integración de las diversas vías y áreas neuronales, en conjunción con
las redes del sujeto psíquico que contempla la imagen, como indica Javier
Monserrat864.
Lo anterior nos lleva directamente al concepto de aprehensión, algo
que puede definirse como el acto de captación por el que la persona se
hace consciente de que está captando; es decir, aprehendemos las cosas
como realidades, en palabras de Zubiri. Este acto básico y exclusivo de la
inteligencia humana alcanza un valor especial cuando se produce de forma
direccional, con una orientación determinada, en hacia. En definitiva, la
inteligencia está en perfecta continuidad con el mero sentimiento, pero
dentro del ámbito de lo real y por ello forzada por las mismas cosas a ser
concebidas, a ser juzgadas, etc.
Es decir, la inteligencia no ve las cosas fríamente, sino que las siente.
S ENTIDO DE LA VIDA
Según Fernando Savater865, buscar el sentido de algo es pretender
acotar su orientación propia, su valor intrínseco y su significado vital para
864 Javier Monserrat. El enigma de la visión: ¿Está el mundo en mi cabeza?
http://www.tendencias21.net/El-enigma-de-la-vision-esta-el-mundo-en-micabeza_a1262.html (1 de diciembre de 2006)
865 Fernando Savater. El valor de educar
la comunidad humana. En la medida en que los seres humanos – de todas
las épocas, culturas y clases – han coincidido en mejorar y prolongar su
vida, en luchar contra todo lo que les amenaza y en tratar de aliviar los
sufrimientos, Juan José Sabreli866 considera que puede hablarse de un
predominio del ser sobre la nada, de la afirmación sobre la negación, de la
creencia en el sentido de la existencia sobre el absurdo.
Nuestra desvalorizada sociedad occidental, que ha transformado el
disfrute en simple diversión, pretende identificar el sentido de la vida con
la mera posesión de bienes materiales, hasta el punto de que las personas
cada vez más nos reconocemos en nuestras propiedades y en el prestigio
social que ellas nos proporcionan; pretendemos encontrar nuestra dicha no
solo en un automóvil, en una casa de campo o en la distancia recorrida
durante nuestras vacaciones, sino – por encima de todo – en la envidia que
todo ello puede provocar en nuestros vecinos.
Viktor Frankl, un psiquiatra austriaco que consiguió sobrevivir en un
campo de exterminio nazi – no así la mayor parte de su familia –,
establece tres caminos que llevan a dar sentido a la vida: cumpliendo un
deber o creando un trabajo, experimentando algo o encontrando a alguien,
o enfrentándonos a un destino que no podemos cambiar 867. El sentido de la
vida es el sentido concreto y particular que se presenta en cada situación
concreta ante una persona única e irrepetible868 y se constituye en las
preguntas sobre el porqué de la vida, el para qué de nuestra existencia, el
hacia dónde nos dirigimos, el cómo debemos establecernos aun sabiendo
que al final moriremos869.
Frankl habla de una triada trágica, representada por el sufrimiento, la
culpa y la muerte, cuyos componentes pueden ser transformados en algo
positivo: el sufrimiento, en servicio; la culpa, en cambio; la muerte, en
acicate para la acción responsable 870; el propio Frankl dijo encontrar el
866 Juan José Sabreli. Acoso a la modernidad
867 Viktor Frankl. El hombre en busca de sentido
868 Viktor Frankl. En el principio era el sentido
869 Viktor Frankl. Búsqueda de Dios y sentido de la vida
870 Viktor Frankl. El hombre doliente
sentido de su vida en ayudar a otros a encontrar el suyo propio. En
definitiva, según Frankl, el sentido de la vida no se crea ni se destruye,
solo se descubre y nos transforma.
La búsqueda de sentido requiere voluntad y ésta, a su vez, requiere
convicciones que den sentido a la realidad vivida, estableciendo un bucle
que se retroalimenta; unas convicciones que solo pueden surgir de la
búsqueda interior. Por eso, no parece razonable buscar fuera lo que
tenemos realmente a mano porque, como dice Anthony de Mello 871, tanto
aquello de lo que huyes como aquello por lo que suspiras está dentro de ti.
Laín Entralgo872 decía de la felicidad que es un estado de la vida del
hombre en que éste vive su existencia como plena posesión de sí mismo,
viviendo la vida como si su presente hubiera absorbido todo el pasado y
todo el futuro; un producto de nuestra vida que se alcanza a través de la
búsqueda – más que la consecución – de nuestras aspiraciones más
profundas y de hallar el sentido de nuestra vida. En realidad, decía Laín,
cada instante de la vida tiene sentido si se aprende de él; pero si en lugar
de hacerlo así, la persona se vuelca en ahondar en su malestar, acabará por
pensar que su destino es el sufrimiento y la infelicidad. Ese determinismo
fatalista acabará por condicionar su vida, porque la propia desesperación
por no encontrar sentido a la vida es la que priva, en ocasiones, de la
posibilidad de encontrarlo; y ello puede conducir a algunos al suicidio.
¿Por qué no nos suicidamos los demás? se preguntaba Laín.
Si todo el esfuerzo requerido para aprender de la derrota y del error lo
dedicamos a maldecir nuestra poca fortuna, a reprocharnos nuestras
incapacidades y profundizar en nuestra insatisfacción, nos agotaremos
inútilmente. Si nos centramos en la pena y en la incapacidad, nunca
encontraremos sentido a nuestra existencia. Por eso, María Jesús Álava
Reyes873 propone que el verdadero cambio consiste en pasar de la reacción
a la acción, porque lo bueno siempre es posible, aunque no podemos
esperar que sea permanente.
871 Anthony de Mello. La oración de la rana
872 Pedro Laín Entralgo. Creer, esperar, amar
873 María Jesús Álava Reyes. La inutilidad del sufrimiento
Wittgestein874 pensaba que más allá de los hechos del mundo y de las
proposiciones que los representan significativamente, ha de haber algo
más alto, algo que ya no puede expresarse mediante el lenguaje, pero que
deseamos expresar porque es lo más importante para la vida humana, algo
que está en la esfera de lo trascendente y que – según Wittgenstein –
coincide con Dios y con el sentido y la finalidad de la vida. El hombre lo
vivencia en cuanto hace éticamente buena la voluntad con que afronta los
hechos del mundo, puesto que voluntad buena y sentido de la vida están
ligados entre sí. Así pues, ética es búsqueda del sentido de la vida, de lo
que hace digna la vida, de la manera correcta de vivir. La ética es
sobrenatural, según Wittgenstein, puesto que trasciende todos los hechos
del mundo y no es ninguno de ellos. Por eso no puede enseñarse, sino sólo
testimoniarse.
Emile Cioran875 decía que si el mundo tuviese un sentido, hace tiempo
que lo hubiésemos descubierto. Yo, sin embargo, creo que el sentido de la
vida es la propia vida, aunque esto solo llega a comprenderse cuando
hemos transitado un trecho lo suficientemente grande como para poder
mirar atrás, y hacerlo sin ira ni otros sentimientos destructivos; nunca el
sentido de la vida se comprende mirando al futuro, éste solo es
posibilidad, una maraña de caminos posibles – y aún improbables e
incluso imposibles – por los que solo sabremos discurrir caminando paso a
paso, con la mochila a cuestas y la brújula de experiencia, convertida ya
en humilde sabiduría; sin buscar atajos, porque estos solo nos permiten
llegar más pronto a nuestro destino final – la muerte – sin experimentar la
gran tragicomedia vital.
Merece la pena disfrutar del panorama, andar hacia adelante con paso
firme – pero con humildad para rectificar el camino y retroceder un trecho,
si es necesario – y, si es posible, compartir nuestro viaje con amor para
hacer más ancho el camino y más gozoso el caminar, y acabar
descubriendo que lo importante no es el final sino el trayecto.
874 Ludwig Wittgenstein. Diarios secretos
875 Emile Michel Cioran. En las cimas de la desesperación
S IMETRÍA
El modelo estándar de la física de partículas y, en general,
prácticamente toda la ciencia moderna se ha construido sobre la premisa
de que los elementos constituyentes de la realidad observable – e incluso
de la no observable directamente – presentan una notable simetría.
Hablamos habitualmente de simetría para referirnos a una cierta
correspondencia de las partes de un todo, ya sea en cuanto a forma,
tamaño o posición. Cuando lo aplicamos a una figura, lo hacemos con
relación a un centro, a un eje o a un plano. Por ejemplo, cuando vemos el
horrible florero que nos regaló la tía Eduviges, comprobamos que aunque
le volvamos del revés, nos sigue pareciendo igual de espantoso; en ese
caso, podemos decir que el malhadado florero es simétricamente horrible
y que lo seguirá siendo por muchas vueltas que le demos. De la misma
forma, decimos que el cuerpo humano presenta simetrías, al comprobar
que si establecemos ciertos centros, ejes o planos, nuestros órganos,
extremidades, etc., se disponen ordenadamente de acuerdo con dichos
elementos de simetría.
Expresado en términos matemáticos, una simetría es una
transformación que, aplicada a las ecuaciones que describen una teoría o
un fenómeno, hace que sigan siendo iguales, es decir, invariantes. Por
poner un ejemplo, si usted tiene una baldosa blanca cuadrada y la hace
girar un cuarto de vuelta (90º) sobre su centro, comprobará que la baldosa
sigue ofreciendo el mismo aspecto. Por tanto, girar un cuarto de vuelta a
una baldosa blanca cuadrada es una transformación invariante gracias a
que la baldosa presenta ciertos elementos de simetría.
Cuando trasladamos el concepto de simetría al mundo de la física de
partículas, las cosas se complican bastante. El modelo estándar considera
las interacciones o fuerzas fuertes, débiles, electromagnéticas y hasta las
gravitatorias como una consecuencia de ciertas simetrías que, por algún
oscuro motivo, la naturaleza parece respetar. Sin embargo, no todo es tan
simétrico como parece. Para empezar, ¿por qué si hay partículas y
antipartículas, encontramos en nuestro universo observable prácticamente
solo partículas y muy excepcionalmente antipartículas, salvo que las
generemos ex profeso?
Si la hipótesis del Big Bang sobre el origen de nuestro universo es
correcta, en sus etapas más tempranas existían materia y antimateria en
proporciones prácticamente iguales. Se ha argumentado que, quizás,
existió al principio un minúsculo desequilibrio entre partículas y
antipartículas consistente es una partícula más de materia por cada diez
mil millones (1:1010) de parejas partícula-antipartícula. Este mínimo
desequilibrio habría sido suficiente como para que toda la antimateria
desapareciese prácticamente en la evolución inmediata, dejando libre el
camino a la materia. Expresado en términos coloquiales, aquella partícula
y los diez mil millones de fotones resultantes de la aniquilación de las
parejas partícula-antipartícula acabarían siendo responsables de la
formación de las estrellas y del resto de elementos del cosmos, y de la
radiación cósmica de fondo descubierta en los años sesenta del siglo
pasado.
Con el fin de resolver determinadas incoherencias observadas entre el
modelo estándar, Steven Weinberg y Abdus Salam incorporaron al modelo
estándar de la física lo que hoy conocemos como mecanismo de Higgs.
Estos físicos propusieron reconciliar la teoría – basada en una concepción
fuerte de la simetría – con la observación, que no encajaba del todo con
aquella. En concreto, propusieron que la simetría en realidad sí existe pero
no somos capaces de apreciarla. Para explicar todo esto propusieron la
existencia de un campo – campo de Higgs – que llenaría todo el espacio y
que en el vacío tomaría un valor distinto de cero, que es la expresión
rebuscada que utilizan los físicos para decir que algo existe realmente.
O sea, el vacío cuántico no está vacío, sino que en realidad está
bastante lleno. Sí, ya lo sé, en muchas ocasiones la lógica convencional y
la física se llevan bastante mal.
Sea como fuere y aparentemente como consecuencia de un
ocultamiento parcial de la simetría inicial, algunas partículas adquieren
masa, pero otras, como es el caso de los fotones – partículas transmisoras
de la fuerza electromagnética – carecen de ella, debido a que se mantienen
asociados a la parte aparente de la simetría original. En definitiva, las
excitaciones del campo de Higgs – que está por todas partes – o, lo que es
lo mismo, las excitaciones del vacío, generarían lo que se corresponde con
el bosón de Higgs.
No sabemos si fue en broma o en serio, pero el físico Leon Lederman
llamó al bosón de Higgs la partícula de Dios, probablemente por la
extraordinaria dificultad para demostrar su existencia. Afortunadamente, el
4 de julio de 2012 científicos del CERN876 anunciaron la observación de
una nueva partícula muy masiva – en torno a 126 GeV – que correspondía
al bosón más grande jamás hallado experimentalmente y al que todo
apuntaba que era el tímido y escurridizo bosón de Higgs… o al menos, sus
características eran congruentes con las predichas teóricamente por el
modelo estándar.
Si lo que habitualmente llamamos vacío estuviese realmente vacío,
cualquier partícula podría atravesar el espacio sin necesidad de ninguna
energía, algo que evidentemente no sucede. El campo de Higgs puede ser
visualizado como una especie de líquido viscoso que está llenando todo el
espacio. Al estar sumergidas en él, todas las partículas experimentan una
fricción que se opone a su movimiento, como si realmente poseyeran
masa. En esta analogía, las partículas de Higgs serían el equivalente a las
olas que aparecen al agitar un líquido y que limitan el movimiento de lo
que hay en él. En resumen, el campo de Higgs permitiría explicar la masa
de las partículas de la materia.
Sin duda, el concepto de simetría ha ayudado mucho a la hora de
entender qué sucede por ahí abajo, en lo más profundo de la materia. Pero,
como ya he indicado antes, es un presupuesto filosófico; un axioma, en
términos científicos. Muy bien podría ocurrir que existan asimetrías
fundamentales intrínsecas en las leyes de la naturaleza y que las simetrías
que creemos ver sean características solo aproximadas o artefactos
876 CERN (Organisation Européenne pour la Recherche Nucléaire; European
Organization for Nuclear Research). The Higgs boson. http://home.cern/topics/higgsboson.
construidos ad hoc para facilitar nuestra comprensión. Ya sabe que nuestro
cerebro está empeñado en encontrar pautas regulares y explicaciones
lógicas incluso cuando no las hay, como ocurre cuando recordamos los
sueños al despertar.
¿Acaso toda la ciencia podría ser víctima de nuestra manía de encajar
la realidad en el estrecho casillero mental que hemos construido para
nuestra comodidad? Quiero creer que no es así, pero, sinceramente, no lo
sé a ciencia cierta.
Es evidente que la ciencia es extremadamente útil para el
conocimiento e interpretación de la realidad profunda, pero algo en mi
interior me lleva a considerar a la simetría como un mecanismo mental
que nos permite comprender la realidad de una forma más asequible. Es
más fácil memorizar y estudiar algo si hallamos algo simétrico, sobre todo
porque nuestra memoria suele funcionar a base de asociar observación e
interpretación, y nuestras lógica solo funciona con procesos regulares, a
modo de saltos cuánticos. Es más practicable abstraer una idea general que
recordar todos los datos específicos; es metabólica y funcionalmente
mucho más eficiente acordarnos del concepto de árbol que recordar todos
los árboles que hemos visto a lo largo de toda nuestra vida.
En realidad, cuando analizamos en profundidad muchas de las cosas
que nos rodean, prácticamente nunca existe una simetría perfecta. Desde
el punto de vista antrópico, la supuesta simetría de nuestro cuerpo es solo
aparente; ningún elemento orgánico parejo – ojos, riñones, fosas nasales,
brazos, manos, piernas, pies, rodillas, testículos, ovarios, senos, oídos,
piezas dentales, hemisferios cerebrales, etc. – es idéntico a su pareja en
tamaño, peso o forma, y a veces ni siquiera en la función, como ocurre con
el cerebro o el corazón.
Esta asimetría es también funcional, ya que nos hace a los seres
humanos zurdos o diestros en proporciones muy diferentes – 11 vs 89% –
y más frecuentemente zurdos (13%) a los varones que a las mujeres (9%).
Una asimetría que nos haría morir de hambre en un mundo donde nuestras
fuentes de alimentación – vegetales o animales – solo contuvieran
aminoácidos dextrógiros (D), ya que nuestro organismo solo es capaz de
procesar y utilizar fisiológicamente los levógiros (L).
Ya sabe, si hace un viaje espacial para visitar algún nuevo planeta,
llévese la merienda de casa... por si la simetría le juega una mala pasada.
S OCIALIZACIÓN DE LA INTELIGENCIA
Las abejas y otros insectos a los que denominamos sociales son
capaces de establecer instintivamente un entendimiento entre los
individuos del mismo grupo, con el fin de llegar a formar una entidad
colectiva mucho más inteligente que lo que correspondería a la suma de la
inteligencia individual de cada uno de los miembros del grupo. Éste es un
claro ejemplo de complejidad emergente o, si usted lo prefiere, el
resultado del pensamiento procesado en paralelo, algo que la evolución
inventó hace millones de años. En el ámbito humano, gracias a ella no
tenemos que reinventar la rueda en cada generación, ya que nos
aprovechamos y compartimos de la inteligencia de nuestros antecesores.
Los individuos se juntan en sistemas sociales que poseen propiedades
que no tienen los individuos que los constituyen, para lograr fines que
serían inalcanzables en soledad. Permítame que agregue a esta reflexión
de Mario Bunge877 la mía propia: el resto de personas son nuestro alter
ego, sin el cual estaríamos incompletos. Si solo aceptásemos el papel de la
complejidad emergente, estaríamos reduciendo al ser humano a un ente
simple; sin embargo, en este caso, las propiedades emergentes de la
sociedad son incorporadas – retornan – al individuo, algo impensable en
los simples objetos inanimados o en los animales carentes de
autoconciencia y libertad. Por otro lado, ningún proyecto de felicidad
puede ser exclusivamente privado… salvo para los onanistas, claro.
Buena parte de esta colectivización de la inteligencia se debe a la
capacidad de construir modelos acerca de las posibles intenciones,
sentimientos y finalidades que pudieran tener otros individuos humanos e
877 Mario Bunge. Ser, saber, hacer
incluso también animales. A esta capacidad la conocemos como teoría de
la mente y es algo que no se elige; simplemente, se tiene y está
completamente desarrollada de forma automática en un niño,
habitualmente entre los 4 y 5 años de edad. De hecho, lo que mejor hace el
cerebro humano es pensar socialmente, ya que la evolución se encargó de
favorecer a los individuos que se agrupaban para facilitar la supervivencia
del grupo y, con la de éste, la de cada uno de sus individuos. Con ello se
inventó la educación, entendida como socialización; porque, como decía
José Antonio Marina878, educar quiere decir socializar, y al revés; ambas
cosas son una útil mezcla de conocimientos, creencias, sentimientos y
normas.
Michael Gazzaniga879 afirmaba que el tamaño de los grupos parece
estar relacionado en todos los simios, incluidos los humanos, con el
tamaño de la neocorteza cerebral, la zona del cerebro evolutivamente más
moderna, relacionada fundamentalmente con las capacidades cognitivas.
Considerando el tamaño de la neocorteza en los seres humanos actuales,
se puede calcular que el tamaño máximo de miembros de un clan humano
sería de 150, teniendo en cuenta que su corteza cerebral es tres veces
mayor que la de los chimpancés, que se agrupan en un máximo de 50
individuos. Curiosamente, es entre 150 y 200 el número de personas que
cada ser humano es capaz de controlar – en término medio – sin necesidad
de requerir sistemas u organizaciones jerarquizadas; es decir, el número
máximo de personas a las que un individuo puede seguir la pista, con las
que puede mantener una relación social y a las que estaría dispuesta a
hacer un favor.
Otro elemento importante que encaja en este modelo de inteligencia
compartida es que, en término medio, un ser humano pasa el 80% del
tiempo que está despierto en compañía de otras personas. Y, por si fuera
poco, la reciprocidad social alcanza cotas con los seres humanos inéditas
en el mundo animal, bien es cierto que es una reciprocidad que suele
mantener solo con aquellos en los que confiamos… y confiamos solo en
878 José Antonio Marina. Aprender a convivir
879 Michael Gazzaniga. ¿Qué nos hace humanos?
aquellos con quienes mantenemos una relación de reciprocidad, según
Gazzaniga.
La reciprocidad interesada a la que alude Gazzaniga contrasta, sin
embargo, con la realidad de mucha gente que actúa desinteresadamente,
sin esperar más recompensa que la satisfacción de haber ayudado a
alguien. Sé que algunos biólogos evolutivos tratan de justificar
genéticamente el comportamiento altruista, por el cual un individuo pone
en riesgo su vida para proteger o beneficiar a otros, afirmando que entre
los miembros de ese grupo ha de hallarse algún miembro que comparta
parte de sus mismos genes, como una forma de asegurar la continuidad de
su información genética.
Es evidente que esto no explica las conductas altruistas de aquellos
que se sacrifican a favor de otros individuos no emparentados – sin
relación genética – o que, incluso, ni siquiera conocen. Para intentar
cuadrar sus hipótesis, aunque sea a martillazos, algunos sociobiólogos han
sugerido que la conducta altruista permitiría al individuo esperar alguna
forma de recompensa, fundamentalmente en forma de aceptación o
integración social. Me cuesta creer que esos mismos científicos sean
capaces de creer en una interpretación tan pedestre.
Sin duda, el ágape o altruismo desinteresado sigue siendo un desafío
científico escandalosamente desatendido por los partidarios del
pensamiento reduccionista, incapaces de explicarlo a través del impulso de
los ególatras genes individuales para perpetuarse a sí mismos. Al fin y al
cabo, como les recuerda Francis Collins880 a los partidarios de las
explicaciones simples, la selección opera en el individuo, no en la
población.
La no reciprocidad es el alma del cristianismo y, a su modo, de la
filosofía kantiana: hacer el bien porque sí. Esto es algo que se le escurre
entre los dedos a los mecanicistas biólogos evolutivos y a la inteligencia
artificial; nunca habrá ninguna máquina que haga algo contra sus propios
intereses, salvo que reciba órdenes específicas en ese sentido. Que vida
evoluciona es algo que solo los más retrógrados creacionistas cuestionan,
880 Francis Collins. ¿Cómo habla Dios?
pero que la evolución solo sea explicable a través de mecanismos
estrictamente físico-químicos, esa es otra cuestión.
Steven Pinker881 critica lo que él denomina la tabla rasa, algo que se
ha convertido en la religión secular de la vida intelectual moderna y que se
fundamenta en la idea de que la mente humana carece de una estructura
inherente y que la sociedad y nosotros mismos podemos escribir en ella a
voluntad. Para Pinker, la idea romántica de que todo mal es un producto
de la sociedad ha justificado la puesta en libertad de psicópatas peligrosos
que de inmediato asesinaron a personas inocentes. Y la convicción de que
ciertos proyectos masivos de ingeniería social podrían remodelar la
humanidad, ha llevado a algunas de las mayores atrocidades de la historia.
En realidad, dice Pinker, nadie es los suficientemente listo para prever
la conducta de un solo ser humano, y no digamos la de millones de ellos
que interactúan en una sociedad. Por ello, debemos desconfiar de
cualquier fórmula para cambiar la sociedad de arriba a abajo, porque es
probable que conlleve unas consecuencias imprevistas que sean peores
que los problemas para cuya solución se diseñó. Por ello, Pinker apuesta
por minimizar el uso del dominio, que conduce a la violencia y al
despilfarro, y maximizar el uso de la reciprocidad, que conduce a
conseguir de los tratos unas ganancias que benefician a todos.
El desarrollo de la imaginación como capacidad cognitiva
exclusivamente humana nos permite reconstruir el mapa emotivo y
ejecutivo de otras personas; con ello, nos adelantamos y prevemos su
comportamiento, pudiendo ajustar el nuestro – si ese es nuestro deseo –
para interaccionar de la forma más eficaz y satisfactoria posible. Esta
capacidad no está igualmente distribuida entre todos los seres humanos y,
en ocasiones, nos lleva a cometer errores de gran importancia, por
sobrestimar el conocimiento de los demás.
La ausencia de una teoría de la mente es precisamente lo que ha
definido tradicionalmente al autismo, que provoca que las personas
afectadas sean incapaces o tengan grandes dificultades para comprender
que el resto de las personas tienen deseos, creencias, intenciones, etc.; es
881 Steven Pinker. La tabla rasa
decir, carecen de lo que popularmente conocemos como intuición social,
algo fundamental en la gestión personal. Sin embargo, en realidad, las
personas autistas sí parecen tener una teoría de la mente; lo que ocurre es
que el resto de las personas, las que nos consideramos normales o
neurotípicos, somos incapaces de comprender la forma en que expresan
sus emociones las personas autistas. Seguramente estará usted de acuerdo
conmigo en que casi todos carecemos en algún momento y para
determinadas cuestiones de nuestra vida de una teoría de la mente, de
empatía; nuestro vehemente egoísmo nos impide ver que otras personas
puedan tener sentimientos, necesidades y pensamientos sólidamente
asentados. Nuestra particular forma de autismo cultural, político, religioso,
etc., se estrella contra la realidad, a la que somos capaces – o, al menos,
eso creemos – de describir, pero no de comprender.
De una u otra manera, creo que todos ganaríamos mucho no solo
aproximándonos a los demás, sino socializándonos además en un sentido
diferente a la simple búsqueda de la reciprocidad personal: hacer el bien
porque sí, sin buscar más respuesta que la satisfacción de intentarlo. Eso
sí que genera inteligencia social; más aún, crea una sociedad
emocionalmente inteligente, una sociedad en auténtico progreso.
S OCIEDAD
Decía Zubiri882 que el yo es la actualidad de la persona humana
respecto de otras personas; yo soy absoluto, pero diversamente. Sin
embargo, una cosa es coexistir impersonalmente, es decir, compartir un
espacio y un tiempo, y otra muy diferente es que tal coexistencia implique
además una interacción – y una integración – con los demás, formando un
cuerpo heterogéneo pero ligado al que podemos denominar sociedad.
Un ser social requiere un cierto grado de comunión con los demás, de
fusión en cuanto a compartir algunas metas, aspiraciones y ensoñaciones.
Requiere además que las formas y métodos para ello estén en la misma
882 Xavier Zubiri. El hombre y Dios
línea de acción. Y que los valores morales sean razonablemente
homogéneas, aunque no necesariamente – ni incluso deseablemente –
idénticos.
Habitualmente, nos conformamos con identificar sociedad con una
relatividad cultural, comodidad en la convivencia y poco más. Sea como
fuere, en cualquier sociedad, en diferentes épocas y lugares, la mayoría de
las personas utilizan conceptos específicos referentes a qué creer y cómo
comportarnos, con el fin fundamental de evitar la desconfianza y la
impopularidad entre los restantes miembros de la sociedad. Muchas de
estas convenciones sociales son formuladas de forma explícita mediante
leyes y códigos, mientras que otras son guardadas de forma más intuitiva
en una conciencia colectiva de juicios morales y prácticos. A esto último
es lo que frecuentemente llamamos sentido común.
Ortega883 pensaba que la vida social o colectiva consiste en los usos,
por lo que esa vida no es humana, es algo intermedio entre la naturaleza y
el hombre, pero sin alma colectiva. Al imponer a presión un cierto
repertorio de acciones – de ideas, de normas, de técnicas – los usos
obligan al individuo a vivir a la altura de los tiempos e inyectar en él,
quiera o no, la herencia acumulada del pasado; gracias a la sociedad el
hombre es progreso e historia. Ortega tenía la consideración dual de que la
sociedad se nos impone pero también la sentimos como instancia a la que
recurrir y en la que ampararnos. Por eso, abogaba 884 por el Estado como
superación de toda sociedad natural, ya que originariamente el Estado
consiste en la mezcla de sangre y de lenguas; es mestizo y plurilingüe.
Algo que, en mi opinión, se enfrenta abiertamente al entender de los
nacionalistas, siempre aferrados a identidades homogéneas – que están a
medio camino entre ciertas realidades seleccionadas y la ficción más
burda – y a elementos distintivos que, tomados individualmente, nada
dicen de las personas. Por eso el nacionalismo quiere retroceder desde el
Estado a la Nación – siempre definida con tintes supremacistas – en vez
de superar una división artificialmente trazada.
883 José Ortega y Gasset. El hombre y la gente.
884 José Ortega y Gasset. La rebelión de las masas
En cada sociedad hay una mayoría de individuos que acepta de forma
implícita o explícita un conjunto de reglas; y a los que se niegan a vivir
según ellas la mayoría acaba calificándolos como desviados o marginales.
El grado de tolerancia – o de negligencia, en algunos casos – de la
comunidad y de sus leyes hacia esos individuos es un aspecto que también
diferencia a una sociedad de otra, porque también es cierto que la
desviación de las normas sociales a veces es un mecanismo para
incorporar a la sociedad nuevas ideas y propuestas, constituyendo una
fuerza innovadora. Una sociedad cuyos miembros se niegan a poner a
prueba sus ideas y proclaman que no se dejarán convencer es una
sociedad donde en cada esquina acecha el terror, dice Aurelio Arteta885.
El hombre está evolutivamente adaptado para vivir en comunidad. Si
no fuera así, su escasa especialización anatómica no le hubiera permitido
sobrevivir en entornos físicamente hostiles; ni siquiera su creciente
inteligencia relacional le hubiera salvado de la catástrofe. Si estamos aquí
es porque nuestros antecesores colaboraron estrechamente entre sí, y no
solo para sobrevivir, sino para vivir. Las sociedades modernas son el
resultado de complejos procesos de integración que, lejos de buscar la
uniformidad, han llegado a encontrar fórmulas de convivencia
mutuamente creativas… aunque no siempre el producto sea óptimo.
Hannah Arendt886 afirmaba que la política se basa en el hecho de la
pluralidad de los hombres; trata del estar juntos y los unos con los otros de
los diversos. Para Arendt, el punto central de la política es siempre la
preocupación por el mundo y no por el hombre, donde lo político
únicamente vale como medio para proteger la subsistencia de la sociedad
y la productividad del libre desarrollo social.
Sin embargo, la implicación activa del individuo humano en lo social,
en lo comunal, no es fácil. Asistimos a un continuo cambio en nuestro
mundo actual, caracterizado por la globalización, que nos impone un
entorno en permanente cambio y la correspondiente adaptación que nos
lleva a una fragmentación cultural en lugar de formar una cultura global
885 Aurelio Arteta. Tantos tontos tópicos
886 Hannah Arendt. ¿Qué es la política?
de carácter integrado. Al fin y al cabo, como indicaba Alasdair
MacIntyre887, toda moral está siempre en cierto grado vinculada a lo
socialmente singular y local; por eso, las aspiraciones de la moral de la
modernidad a una universalidad libre de toda particularidad son una
ilusión.
Para Marx888, la esencia humana no era algo abstracto e inmanente a
cada individuo; es, en realidad, el conjunto de las relaciones sociales.
Aunque esta consideración quizás supone una visión excesivamente
pesimista sobre el valor de la propia condición individual humana, no es
menos cierto que la autonomía e individualidad característica del ser
humano depende, paradójicamente, de la participación recíproca en las
vidas de las demás personas.
Es en el seno de las culturas y las sociedades donde los individuos
evolucionan mental, psicológica y afectivamente, afirmaba Edgar
Morin889. Vivir es convivir, decía Juan José Sanguineti 890. De hecho,
términos como identidad o autonomía individual no implican separación o
independencia, que solo tiene sentido dentro del discurso político, pero
que carecen de realidad sociológica, tecnológica o científica.
El problema de las sociedades industriales avanzadas es que parecen
aproximarse a un tipo de control del comportamiento dirigido más bien
por estímulos externos que por normas, tal como denunciaba Habermas 891.
La actividad de las personas en estas sociedades, incluso la ejercida
privadamente, tiende a estar tan regulada que se han desarrollado
automatismos psicológicos que suplantan a la propia conciencia personal.
Nada hay que sea independiente de nada; en la realidad todo es
respectivo de todo y en las sociedades humanas esto es evidente tanto en
las culturas más aisladas como en la sociedad globalizada. Fritjob Capra 892
887 Alasdair MacIntyre. Tras la virtud
888 Karl Marx. Tesis sobre Feuerbach
889 Edgar Morin. El método. La humanidad de la humanidad: la identidad humana
890 Juan José Sanguineti. Filosofía de la mente
891 Jürgen Habermas. Ciencia y técnica como ideología
892 Fritjob Capra. La trama de la vida
decía que si la comunidad llega a ser consciente de la interdependencia de
todos sus miembros, la diversidad enriquecerá todas las relaciones y, en
consecuencia, a la comunidad entera, así como a cada uno de sus
individuos.
Estoy de acuerdo con Capra; el problema es que muchos esos
miembros no son conscientes de su interdependencia.
S OLEDAD
Es frecuente utilizar como términos sinónimos soledad y aislamiento.
Mientras que este último implica una falta de contacto físico habitual con
otras personas, la soledad significa sentirse solo, no estar solo; la soledad
es sobre todo un sentimiento, aunque a veces puede llevarnos también al
aislamiento físico. En última instancia, siempre podremos hablar de
soledad sobrevenida y soledad buscada por nosotros mismos.
La soledad tiene un lado positivo, cuando no está determinada por la
tristeza. Justamente, cuando nos poseemos a nosotros mismos es cuando
podemos refugiarnos en nosotros mismos, decía Ortega893, buscando en
ocasiones una soledad en la que recuperar nuestras fuerzas y poner en
orden nuestra alacena ideológica. La soledad tiene algo de herrero
trascendente que compacta nuestra persona y la repuja, permitiendo que el
hombre consolide su destino individual.
Disfrutar ocasionalmente del silencio, de su sedoso tacto, de su
analgésico abrazo, es un lujo que cada vez resulta más caro. El ruido –
léase prensa, radio, conversaciones intrascendentes, etc. – lo invade todo,
incluso el ámbito del hogar. Nos bombardean con ruido mediático para
convencernos de que el silencio es negativo, porque es ausencia de
comunicación. Sin embargo, todo lo contrario, el silencio puede ser una
explosión de comunicación interior, lo que ocurre es que resulta altamente
peligroso para los líderes de una sociedad tecnológica que aspiran dominar
también el ámbito de la vida privada, hasta alcanzar el sitio más recóndito
893 José Ortega y Gasset. El espectador
y valioso de la persona, su propia intimidad personal, haciéndola abdicar
del ejercicio de su condición de ser inteligente.
Por si los medios de comunicación no fuesen suficientes, la sociedad
tecnológica inventa aparatos que desconectan a las personas de su propia
mente. Teléfonos móviles que – más allá de su utilidad convencional –
fomentan inútiles y estúpidas conversaciones cuyo destino es disimular el
vacío interior, aparatos reproductores de música que – lejos de facilitar la
experiencia sublime de la música – llevan a estar permanentemente
enchufados al ruido de fondo de la nada, acceso universal de acceso a
Internet en donde diluir homeopáticamente la personalidad. Quien se
afana en oír – otra cosa es escuchar – permanentemente, en realidad está
poniendo de manifiesto la ausencia de su propio diálogo interior.
Marcuse894 nos advertía hace décadas de que en el medio tecnológico,
la cultura, la política y la economía se unen en un sistema omnipresente
que devora o rechaza todas las alternativas, en el que la soledad, que es
una condición esencial que sostenía al individuo contra y más allá de la
realidad, se ha hecho técnicamente imposible.
Martin Buber895 decía que en el hielo de la soledad es cuando el
hombre, implacablemente, se siente como problema, se hace cuestión de sí
mismo, y como la cuestión se dirige y hace entrar en juego a lo más
recóndito de sí, el hombre llega a cobrar experiencia de sí mismo. La
creciente soledad es tan solo adormecida por el tráfago de las ocupaciones,
pero cuantas veces el hombre vuelve a su remanso, a la realidad genuina
de su vida, percibe de pronto la sima de su soledad y en ella experimenta,
al encararse con el fondo mismo de su existencia, toda la hondura de la
problemática humana; precisamente, la vida humana – dice Buber – toca
con lo Absoluto gracias a su carácter dialógico, pues a despecho de su
singularidad, nunca el hombre, aunque se sumerja en su propio fondo,
puede encontrar un ser que descanse del todo en sí mismo y, de este modo,
le haría rozar con lo Absoluto. El hombre no puede hacerse enteramente
hombre mediante su relación consigo mismo sino gracias a su relación con
894 Herbert Marcuse. El hombre unidimensional
895 Martin Buber. ¿Qué es el hombre?
otro mismo porque en la convivencia se experimenta lo ilimitado y lo
incondicionado.
Podríamos decir que esta forma de soledad es deseable, al menos
durante algún periodo, como expresión de la eliminación del ruido
ambiente que facilita la profundización de la persona en su interior, el
encuentro tranquilo con la conciencia. Pero no es algo completamente
exento de riesgos; Sartre896 decía que uno no puede prever los
inconvenientes de la soledad y Antonio Machado afirmaba que en su
soledad había visto cosas muy claras... que no eran verdad.
A veces, la soledad toma el aspecto de un castillo en el que creemos
sentirnos protegidos del mundo exterior, pero que nos amenaza con
engullirnos y convertirnos en un simple componente más de una masa
informe... cuando la soledad llevada a su extremo se transforma
patológicamente en tristeza o alucinación.
S UBJETIVIDAD
Frecuentemente, enfrentamos los términos objetividad y subjetividad
como antagónicos. En mi opinión, estos conceptos desbordan la antinomia
porque se refieren a campos diferentes y a fenómenos también diferentes.
Si aceptamos que la objetividad puede ser descrita como la capacidad para
conocer algo exclusivamente en función de las características propias de
ese algo, al margen de su impacto sobre el ser pensante, no cabe duda de
que es una quimera porque nadie es ajeno a la realidad sino que, al
contrario, todos formamos parte inseparable de ella. Cuando cada uno de
nosotros observa un fenómeno, es la realidad la que se está observando a
sí misma, lo que impide literalmente que el fenómeno observado sea solo
un objeto.
Antonio Damasio897 defiende la idea de que el cerebro levanta mapas
del mundo a su alrededor, así como de sus propias actividades,
896 Jean Paul Sartre. La náusea
897 Antonio Damasio. Y el cerebro creó al hombre
experimentándolos como imágenes en la mente humana, y a medida que
las experiencia vividas son reconstruidas y repetidas, son revaluadas e
inevitablemente reordenadas, en términos de su composición factual y
acompañamiento emocional. Se trata de una mente de la que no solo
somos conscientes, sino de la que nos sentimos propietarios. Ese
sentimiento de existencia – conciencia – carecería de sentido si no fuese
acompañado de otro no menos importante, la propiedad de la mente, es
decir, la autoconciencia o, si el lector lo prefiere, la subjetividad. En
definitiva, saber que somos; lo que a su vez implica saber que sabemos.
Las dos anteriores conducen a una tercera propiedad de la mente humana
que consiste en la capacidad para verse a sí misma como si fuera un ente
diferente, hasta el punto de ser capaces de dialogar con nosotros mismos.
Tal como afirmaba Habermas898, la estructura que configura la realidad
humana se compone de la conjugación de las relaciones del hombre con la
naturaleza y con los demás hombres; esto último lo hace interactuando
subjetivamente con los demás, de ahí que la razón tenga una estructura
social e intersubjetiva, nunca objetiva. Aún más, no todo es lenguaje ni se
puede reducir al lenguaje, dice Habermas899, sino que el lenguaje se apoya
en un trasfondo, lo que él denomina el mundo de la vida, del que depende
y al que trata de traducir y expresar pero sin conseguirlo nunca de forma
completa o definitiva. Esto implica la imposibilidad de una
fundamentación última, por lo que todo significado tiene un inevitable
componente subjetivo, presente en el participante en la acción
comunicativa, el saber propio de un mundo de vida, en el que únicamente
todo significado tiene validez y cobra sentido.
Lejos de la utópica objetividad, toda la realidad nos afecta como
observadores y la propia observación nos hace partícipes del fenómeno,
perturba nuestros sentimientos y cambia irreversiblemente nuestros
conocimientos: nunca somos la misma persona tras conocer algo; además,
somos inevitablemente contradictorios. Somos, afortunadamente,
subjetivos.
898 Jürgen Habermas. Conocimiento e interés
899 Jürgen Habermas. Teoría de la acción comunicativa
S UEÑOS
Si hay algo que intranquiliza a una mente racional son los sueños; algo
así como un trozo de irrealidad que se cuela en el mundo consciente,
sorprendiendo al individuo, amenazando su equilibrio intelectual y
emocional: los sueños nos asustan, desafían nuestro mundo lógico y lo
hacen intermitentemente, sin saber por qué y, ni mucho menos, para qué.
Conviene, en cualquier caso, distinguir entre los sueños, como
imágenes incontroladas producidas durante el sueño fisiológico y
recordadas parcial y caóticamente al despertar, las ensoñaciones que
representan la vivencia mental de una ilusión voluntaria, y las
alucinaciones que son el resultado de una mente alerta pero alterada.
Decimos que hemos tenido un sueño cuando, en realidad, solo
recordamos apenas unos pocos retazos de ideas, imágenes, impresiones y
sentimientos, mezclados de forma peculiar, casi siempre caótica, cuya
duración temporal – en términos de percepción personal – es imposible
determinar.
Allan Hobson900 define el sueño como la actividad mental que ocurre
en el sueño y se caracteriza por una imaginación sensomotora vivida que
se experimenta como si fuera la realidad despierta, a pesar de presentar
características cognitivas irracionales como la imposibilidad del tiempo,
del lugar, de las personas y de las acciones. Las emociones, especialmente
el miedo, el regocijo, y la ira, predominan sobre la tristeza, la vergüenza y
la culpabilidad y a veces alcanzan una fuerza suficiente para despertar al
durmiente; la memoria, incluso de los sueños más impactantes – muy
vividos – es tenue y tiende a desvanecerse rápidamente después de
despertarse.
La experiencia mental de los sueños se relaciona físicamente con una
serie de manifestaciones orgánicas. Tradicionalmente, el sueño se divide
en dos categorías fisiológicas, el llamado sueño REM (Rapid Eye
Movements, movimientos rápidos de los ojos), y, por antinomia, el sueño
900 John Allan Hobson. El cerebro soñador
no-REM o NREM, también llamado sueño lento, que es el primero en
aparecer y el de mayor duración en las personas adultas, ocupando más del
80% del tiempo total e incluso más en los ancianos. El perfil completo del
sueño consiste en una alternancia cíclica de los tipos de sueños NREM
con REM, predominando este último en la parte final. Entre ambas, se
producen periodos de despertar, generalmente tan breves que no suelen
son recordados.
El hecho de que el tipo predominante más próximo al final del sueño
sea el REM parece determinar, al menos en cierto grado, la actividad
fisiológica y metabólica sobre el tipo de vivencias oníricas. En este
sentido, los sueños que se producen en la fase REM suelen ser recordados
más fácilmente – no en balde esta fase predomina al final del sueño – y
contienen las imágenes más distorsionadas e impactantes para el individuo
y, al mismo tiempo, con mayor detalle. Son frecuentes las descripciones
de los sueños de la fase REM como cinematográficas y en color. Incluso
se ha llegado a sugerir que el rápido movimiento de los ojos características
de esta fase correspondería a un seguimiento físico de las imágenes
vividas en el sueño. Sin embargo, el contenido de los sueños tiene poca
relación con lo que pensamos o hacemos antes de dormir. Es decir,
nuestros sueños no son, al menos necesariamente, una prolongación de
nuestro pensamiento sentiente consciente, como tampoco son la
sustitución de una falta de actividad mental durante la vigilia.
Hobson901 ha sistematizado las principales características que aparecen
casi siempre en los sueños REM, y raramente en los sueños NREM. Entre
las más relevantes destacan la presencia de percepciones alucinatorias,
donde las imágenes cambian rápidamente y son raras y estrafalarias,
aunque también pueden referirse a nuestra vida cotidiana. En general, los
sueños son tan vívidos que a veces hacen dudar si se está dormido o
despierto. Por otro lado, la reflexión racional en los sueños puede llegar a
estar ausente o, más probablemente, adopta formas diferentes a las
acostumbradas por el individuo.
901 John Allan Hobson. Los sueños como delirio: cómo el cerebro pierde el juicio
Otra de las características de los sueños es que incrementan e
intensifican las emociones, especialmente el miedo y la ansiedad,
pudiendo incluso marcar la narrativa del sueño. También muestran una
incorporación incrementada de programas instintivos, especialmente los
relacionados con luchar o huir que pueden actuar también como
organizadores de la cognición en el sueño. El control voluntario está muy
atenuado; de hecho, el soñador raramente considera la posibilidad de
controlar realmente el flujo de los sucesos del sueño.
Una de las teorías más clásicas – aunque está muy lejos de tener una
aceptación general – que pretende explicar por qué soñamos es la de
Sigmund Freud, conocida como teoría de la satisfacción de los deseos
inconscientes, según la cual los sueños representarían ciertos deseos
inconscientes o disfrazados que el sujeto desea ver satisfechos. Pretende
explicar que soñamos con cosas que, en realidad, deseamos
inconscientemente; con ello, Freud pretendía establecer una relación
directa entre los sueños y los recuerdos, haciendo de estos últimos el
leitmotiv de nuestra motivación vital. Una más de las teorías psicológicas
que Freud se sacó de su muy ancha manga.
Por su parte, Martin Seligman – adalid de la psicología positiva –
consideraba que nuestro cerebro está tan entrenado para dar significado a
lo que percibe que no puede aceptar las percepciones sin orden ni sentido,
por lo que nuestro cerebro se ve forzado a dárselo y, para ello, utiliza los
sueños. De esta manera, los sueños serían una especie de elaboración
cognitiva que intenta dar coherencia a los estímulos caóticos que generan
las funciones fisiológicas.
Como no podría ser menos, Allan Hobson tiene su propia teoría,
conocida como de activación y síntesis, según la cual el cerebro produce
energía eléctrica aleatoria durante el sueño, estimulando – también
aleatoriamente – los recuerdos localizados en varias partes del cerebro. Y
ello justificaría los contenidos disparatados y discontinuos de los sueños.
Sin embargo, como el propio Hobson reconoce, estudiamos los sueños
para estudiar la conciencia, pero la conciencia cuando estamos despiertos
no es igual que la conciencia mientras soñamos. De ahí la incongruencia
de muchos de nuestros sueños, en los que la conciencia propia de la vigilia
desaparece y las leyes de la mente cambian; es decir, el cerebro que sueña
es distinto al cerebro durante la vigilia. Como indica Hobson, quizá
tengamos un número infinito de cerebros según los infinitos estados que el
cerebro tiene la capacidad de generar.
Signifiquen algo los sueños o no, la cuestión es que necesitamos el
sueño lo mismo que el agua o la comida; sin él, nuestro cerebro colapsa y
la mente cae en un pozo negro donde las ideas se pudren y los afectos se
secan. Como sabía por propia experiencia Emile Cioran 902, el vínculo que
existe entre el insomnio y a desesperación es indisoluble.
S UFRIMIENTO
El sufrimiento es una experiencia emocional que implica una doble
condición: desgaste e infelicidad. Desgaste, porque tiende a agotar la
capacidad de respuesta para enfrentarnos a la adversidad; infelicidad,
porque nos priva de la capacidad de ser dueños de nosotros mismos. Pero
el sufrimiento también puede ser contemplado desde perspectivas más
positivas, especialmente como sistema de alerta para prevenir un daño
mayor que el propio sufrimiento actual, y también como una forma de
adaptación al entorno o, al menos, facilitar este proceso. Todo dependerá,
en buena parte, de que el sufrimiento tenga un carácter temporal – agudo –
o se cronifique e incluso se identifique con la propia vida de la persona.
Para Juan José Sanguineti903, el sufrimiento supone una pasividad
vivida negativamente en el plano afectivo; un estado de la conciencia
afectiva que percibe dolorosamente un mal en la propia vida y que es
contrario a la voluntad o a los deseos, aunque algunos sufrimientos pueden
aceptarse en función de bienes mejores.
902 Emile Michel Cioran. En las cimas de la desesperación
903 Juan José Sanguineti. Dolor, en Fernández Labastida, Francisco – Mercado, Juan
Andrés (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line, URL:
http://www.philosophica.info/archivo/2017/voces/dolor/Dolor.html. Doi:
10.17421/2035_8326_2017_JJS_1-1
El dolor – entendido como mecanismo de alerta – no siempre consiste
en una percepción de un daño físico, más o menos localizado. El dolor
emocional se erige en una continua presencia cuando intuye la existencia
de una amenaza, real o ficticia, en forma de ansiedad patológica que
provoca un enorme desgaste metabólico y psicológico. Además de ésta,
hay otra experiencia emocional negativa directamente ligada al
sufrimiento; se trata de la frustración, el sentimiento de incapacidad para
enfrentarse a la ansiedad o a aquello que la provoca. Como decía Emile
Cioran904, los peldaños del sufrimiento no se suben, se descienden; no
conducen al cielo, sino al infierno.
En muchas ocasiones hemos oído que saber es sufrir. Sin embargo,
este aforismo tan solo refleja una percepción negativa y pobre de la
existencia. En realidad, el conocimiento no es causa del sufrimiento, antes
al contrario es la forma más eficaz de combatirlo porque sin conocimiento
no hay libertad y sin libertad no hay felicidad auténtica, tan solo anestesia.
La conquista de la felicidad – que comienza con el simple deseo de ser
feliz – lleva aparejada una lucha constante, un permanente estado de alerta
en un mundo donde todo y todos dependemos de todos y de todo.
El budismo es bien consciente de ello cuando asegura que el origen
del sufrimiento está en el apego a nuestras falsas posesiones – personas
incluidas – y nuestra separación o extrañamiento radical – alienación – de
lo que nos rodea. En esta línea de pensamiento, Matthieu Ricard 905
considera que el sufrimiento es el resultado de la ignorancia; por tanto,
hay que acabar con ésta. Para Ricard, el sufrimiento nace del deseo, del
apego, del odio, del orgullo, de los celos, de la falta de discernimiento y de
todos los factores mentales que perturban la mente y la sumen en un
estado de confusión e inseguridad; por eso, no desenmascarar la impostura
del yo es ignorancia: la incapacidad momentánea para reconocer la
verdadera naturaleza de las cosas.
Para algunos psicólogos, la mente humana presenta una inequívoca
tendencia a identificarse con los aspectos negativos – el lado oscuro – de
904 Emile Michel Cioran. En las cimas de la desesperación
905 François Revel; Matthieu Ricard. El monje y el filósofo
la realidad, el maldito vaso medio vacío. Una tendencia que conduce a una
conducta neurótica autodestructiva que aleja a la persona de sus valores
más queridos y de la consecución de sus objetivos vitales; una tendencia
que podría estar relacionada con una orientación cada vez más materialista
del entorno social, realimentada continuamente por algunos medios de
comunicación y de comercialización, que programa la mente para lo trivial
saturándola de mensajes tan fáciles e inmediatos como vacíos o
simplemente interesados. Son los sofistas de nuestro tiempo, que tratan de
inducir comportamientos compulsivos y automatizados, siempre lejos de
la reflexión inteligente y emocional.
Frente a esta visión negativa de la psicología tradicional ha surgido
con el nuevo mileno la psicología positiva, centrada en los aspectos más
favorables del hombre y en crear métodos para incrementar la calidad de
vida y prevenir el desarrollo de alteraciones mentales, a través de la
construcción de competencias y la prevención del daño psicológico, antes
de que éste pueda desarrollarse o crecer. En realidad, esta visión no es
nueva; Epicuro, dos mil trescientos años antes, lo había entendido muy
bien: es vana la palabra del filósofo que no alivie los sufrimientos
humanos; por ello, el mejor remedio para aliviar el sufrimiento de la
humanidad reside en el verdadero conocimiento de la naturaleza.
Sin embargo, yo estoy más próximo a Konrad Lorenz 906, para el que
pretender esquivar todo sufrimiento significa sustraerse de una parte
esencial de la vida humana. No acepto en absoluto que el sufrimiento sea
un valor en sí mismo; antes al contrario, lo considero una maldición, pero
valoro la capacidad para erguirnos contra él. Por eso, reconozco que el
sufrimiento es a veces el estímulo que algunas personas necesitan para
enfrentarse a una realidad adversa; en última instancia, todo dolor es una
demanda a la que debemos atender.
Con frecuencia, solo tomamos en consideración la existencia real del
mal y del sufrimiento cuando nos enfrentamos a ellos; nos sirven como
escala de medida de nuestra capacidad para afrontar el desafío de la
realidad y para valorar la consistencia y la coherencia de nuestros
906 Konrad Lorenz. Los ocho pecados capitales de la humanidad civilizada
principio éticos. Como decía Emile Cioran907, el sufrimiento no hace mejor
a nadie, solo sirve para abrir los ojos.
S UICIDIO
Una de las representaciones más características del romanticismo es el
suicidio, como supuesta expresión máxima del derecho a la libertad de
pensamiento y acción, dando prioridad absoluta a la expresión inmediata
de los sentimientos frente al sosiego y a la razón.
Schopenhauer908 decía que el suicidio, muy lejos de ser negación de la
voluntad, supone una enérgica afirmación de la misma. Para Nietzsche, el
pensamiento del suicidio era un poderoso medio de consuelo: con él se
logra soportar más de una mala noche909, e incluso llegó a afirmar que el
suicidio es una acción próxima y natural, una victoria de la razón 910. Emile
Cioran911 decía que solo los que se suicidan no mienten y que el destino es
un aplazamiento continuo del suicidio. Otros muchos pensadores y
escritores han glosado la figura del suicida como paradigma de la
sabiduría y de la coherencia ética; sin embargo, otros tantos lo han hecho
desde la visión de la desesperación.
Personalmente, estoy muy alejado de esta visión romántica. El motivo
es que solo constituyen una pequeña minoría los suicidas que están en
condiciones de adoptar libre y reflexivamente una decisión tan radical:
nueve de cada diez personas que se suicidan presentan algún tipo de
trastorno psicológico o psiquiátrico. Por eso, me parece una frivolidad
construir frases grandilocuentes sobre una causa de muerte que está entre
las primeras 15 más comunes en todo el mundo, e incluso en algunos
países es la segunda entre las personas de 10 a 24 años de edad y la tercera
entre los de 15 y 44 años. Y lo es en mayor medida aún porque la
907 Emile Michel Cioran. Del inconveniente de haber nacido
908 Arthur Schopenhaeur. El mundo como voluntad y representación
909 Friedrich Nietzsche. Más allá del bien y del mal
910 Friedrich Nietzsche. Humano, demasiado humano
911 Emile Michel Cioran. Breviario de los vencidos
tendencia de esta mortalidad es ascendente: en el año 2020 los suicidios
consumados podrían superar la cifra de 1,5 millones en todo el mundo.
Muy pocas enfermedades orgánicas – infecciosas, oncológicas,
cardiovasculares, etc. – son capaces de provocar tal grado de mortandad912.
Según la Organización Mundial de la Salud 913, el suicidio es un acto
con resultado letal, deliberadamente iniciado y realizado por el sujeto,
sabiendo o esperando su resultado letal y a través del cual pretende
obtener los cambios deseados. Junto a este concepto cabe indicar otros
estrechamente relacionados, tales la ideación y la conducta suicidas. Así,
se define la ideación suicida como la existencia de deseos, pensamientos y
planes para cometer un acto suicida, mientras que la conducta suicida
supone un comportamiento potencialmente lesivo y autoinflingido, en el
que hay evidencia implícita o explícita de que la persona desea utilizar la
aparente intención de morir con alguna finalidad y presenta algún grado,
determinado o no, de intención de acabar con su vida.
En un punto intermedio entre la ideación y la conducta suicidas
podemos situar a la comunicación suicida, un acto interpersonal en el que
se transmiten – mediante formas de comunicación tanto verbales como no
verbales – pensamientos, deseos o intencionalidad de acabar con la propia
vida, bajo la forma de amenaza o de planes reales suicidas.
Se estima que solo el 10-15% de las personas que intentan suicidarse
llegan a consumarlo. El principal factor que se relaciona con la posibilidad
de suicidio es la existencia de una conducta suicida previa; de hecho,
durante los seis primeros meses e incluso durante el primer año después
del intento, el riesgo de suicidio es 20-30 veces mayor que el de la
población general. El mayor riesgo de suicidio consumado por tentativas
previas lo tienen los ancianos, debido a la mayor intencionalidad, métodos
más letales y menor probabilidad de sobrevivir a las secuelas del intento.
La violencia interpersonal ha sido constatada como un poderoso factor
912 Santiago Cuéllar. Prevención sociosanitaria del suicidio. Panorama Actual del
Medicamento 2017; 41 (400): 17-33
913 Organización Mundial de la Salud (OMS). Suicidio.
http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs398/es/ ; septiembre de 2016.
predisponente al suicidio; en este sentido, el riesgo de suicidio se duplica
entre las personas que han sufrido maltrato infantil, violencia de género,
acoso o violencia en la comunidad. El riesgo de muerte por suicidio se
multiplica por diez entre las víctimas jóvenes de violencia interpersonal.
Por cada mujer que se suicida, lo hacen entre 3 y 4 varones, a pesar de
que las mujeres suelen presentar tasas más altas de ideación suicida y de
intentos no consumados de suicidio. La tasa de intentos de suicidio entre
las personas transexuales oscila entre el 32% y el 50% en todos los países.
Los jóvenes menores de 20 años y los ancianos mayores de 80 son los que
más frecuentemente se suicidan. Desde el punto de vista social, el estrés
de la inmigración parece aumentar el riesgo de comportamientos suicidas,
especialmente para algunas poblaciones, siendo los principales factores
asociados la exposición a la discriminación, una menor identidad étnica,
un elevado grado de conflictos familiares y un bajo sentido de pertenencia
a la comunidad.
La conducta suicida es más frecuente en las personas que viven solas
– incluyendo solteros, divorciados y viudos – o que carecen de apoyo
social y familiar y, principalmente en los hombres, durante los primeros
meses tras la pérdida, así como la pérdida reciente del empleo, más que la
situación persistente de desempleo. Esto último puede incluirse en el
conjunto de experiencias recientes de hechos vitales de carácter
intensamente estresante, como la muerte de un ser querido, malos
resultados académicos, graves pérdidas económicas, etc.
Se ha afirmado que la práctica religiosa podría ejercer un cierto efecto
protector frente al suicidio, poniendo como ejemplo las altas tasas de
suicidio registradas en los países con prácticas religiosas prohibidas
durante largos periodos, como la antigua Unión Soviética y sus Estados
satélite; algo menores las tendrían las personas con creencias budistas e
hinduistas, las cuales se fundamentan en la reencarnación, mientras que
las tasas más bajas se dan entre los cristianos y musulmanes. En cualquier
caso, es muy difícil establecer la fiabilidad de estas estadísticas, dadas las
limitaciones del registro que se experimentan en muchos de los países. El
papel de la religión y, en general, de la espiritualidad como pretendido
factor protector frente a las ideaciones suicidas está lejos de haberse
aclarado.
Como decía al principio, se estima que hasta un 90% de las personas
que se suicidan presentan algún tipo de trastorno psicológico o
psiquiátrico. Los trastornos de la conducta alimentaria son los que poseen
las tasas más altas de mortalidad de las enfermedades mentales, ya sea
directamente por suicidio o por complicaciones metabólicas derivadas del
trastorno alimentario. Aunque tradicionalmente se le ha adjudicado a la
anorexia nervosa el mayor riesgo de suicidio entre este tipo de pacientes,
en realidad el riesgo es mayor entre aquellos con bulimia.
El suicidio es la causa más frecuente de muerte prematura entre los
pacientes con esquizofrenia, que presentan tasas de suicidio del 10-13% y
de intentos de suicidio del 25-50%, lo que supone un riesgo 30-40 veces
mayor que para la población general. Asimismo, el riesgo de suicidio es
del 10-15% entre los pacientes con depresión, aunque se estima que entre
un 65% y un 90% de todas las personas que han intentado suicidarse
tenían algún tipo de trastorno del estado de ánimo. El riesgo es también
muy elevado entre las personas con trastorno bipolar (trastorno maniacodepresivo), de las que una de cada cuatro intenta suicidarse y suponen
entre el 3% y el 14% de todas las muertes por suicidio.
Entre un 5% y un 15% de las personas alcohólicas se suicidan y se
considera que el alcoholismo está implicado de alguna manera en el 2550% de todos los suicidios; no es solo un factor de riesgo, sino también un
factor precipitante. El abuso de sustancias psicotrópicas también se
relaciona con un incremento del riesgo de suicidio, aunque generalmente
asociado a otros factores: aislamiento social, depresión, etc.
Alrededor del 20% de las personas con algún trastorno de ansiedad
realizan en algún momento intentos de suicidio, en especial cuando
además hay signos depresivos. Los más habitualmente relacionados con
este problema son el trastorno obsesivo compulsivo (TOC), la fobia social
y el trastorno de ansiedad generalizada; sin embargo, no está demostrado
si los trastornos de ansiedad representan factores de riesgo independientes.
Los trastornos de la personalidad, en particular los trastornos límite, el
trastorno antisocial, el histriónico y el narcisista, aumentan hasta seis
veces el riesgo de suicidio.
El dolor crónico, la pérdida de movilidad, la desfiguración, así como
otras formas de discapacidad o un mal pronóstico de la enfermedad
(cáncer, sida, etc.), se relacionan con mayor riesgo de suicidio. De hecho,
la enfermedad física está presente en el 25% de los suicidios en general, y
hasta en un 80% en ancianos, aunque el suicidio rara vez se produce por
una enfermedad física si ésta no está asociada con algún trastorno mental.
El estrés académico y profesional es un factor relevante en este sentido,
con una prevalencia general acumulada de ideas suicidas superior al 10%.
Desde el punto de vista bioquímico, los factores conocidos
actualmente que resultan más relevantes en relación con la conducta
suicida son aquellos que reducen la actividad de la serotonina en el
sistema nervioso central. Los antecedentes familiares de suicidio
aumentan el riesgo de conducta suicida, especialmente en el género
femenino y cuando el intento o el suicidio consumado se han producido en
un familiar de primer grado; la mayor concordancia se produce entre
gemelos monocigóticos.
Más allá de los condicionamientos patológicos y genéticos, no
pretendo considerar a cualquier suicida como víctima de un trastorno
mental. El suicida que es plenamente consciente de las consecuencias de
su decisión – personales, familiares y sociales – tiene una gran lucidez en
el momento de ejecutarla, una brutal coherencia. Este suicida sabe que es
dueño de su vida, y esa vida, precisamente, es la que le maltrata hasta el
hastío y la desesperación; por ello, entiendo el suicidio como una opción
libre y reflexiva ante casos específicos de sufrimiento atroz e irreversible.
Obviamente, esto no tiene nada que ver con los homicidas que utilizan su
propio suicidio como instrumento de odio hacia los demás.
Cualquier otra situación potencialmente inductora del suicidio puede y
debe ser evitada actuando sobre las causas subyacentes, porque en gran
parte representa la culminación de los efectos perversos de una mente
trastornada y de la inadaptación social y cultural. Lamentablemente, la
estigmatización social de los trastornos mentales y del suicidio hacen que
muchas personas con ideas o conductas suicidas se sientan incapaces de
pedir ayuda; a pesar de que numerosas muertes por suicidio son evitables
en personas afectadas por trastornos emocionales, raramente su
prevención tiene prioridad para los gobiernos y los parlamentos.
A los suicidas auténticamente conscientes y reflexivos, solo me cabe
respetarles su decisión desde una afectuosa comprensión.
T EOLOGÍA
La teología es la explicación organizada y – hasta cierto punto –
racional de la idea de Dios y de las creencias de una determinada religión.
En el caso concreto del cristianismo, un gran número de teólogos de muy
diversas tendencias y confesiones no han parado de contarnos su
interpretación de Dios y de cómo éste se relaciona con el hombre. Como
dice el teólogo católico González-Carvajal914, un teólogo es un hombre
que respuestas absolutamente precisas y claras a preguntas que nadie se
había hecho.
Emile Cioran915 afirmaba que la teología es la versión atea de la fe que
asegura a Dios una agonía duradera, de la que solo la mística le ha
reanimado de vez en cuando. De hecho, para Cioran, el mínimo balbuceo
místico está más cerca de Dios que la Summa Theologiae de Tomás de
Aquino. Bertrand Russell916 ironizaba sobre la teología cristiana,
afirmando que a los protestantes les gusta ser buenos y han inventado la
teología con el fin de serlo, mientras que a los católicos les gusta ser malos
y han inventado la teología con el fin de que sus vecinos sean buenos. Ya
se habrá dado cuenta que Russell – siempre autocomplaciente con sus
914 Luis González-Carvajal. Esta es nuestra fe
915 Emile Michel Cioran. De lágrimas y de santos
916 Bertrand Russell. ¿Por qué no soy cristiano?
propias ideas, hasta que la realidad ponía en su lugar a muchas de ellas 917 –
no le tenía mucho cariño a la Iglesia católica.
Sin embargo, para John Haught918 la religión y la moral – y con ellas,
la teología – han desempeñado una función adaptativa en el sentido
evolucionista de propiciar la supervivencia de los genes humanos, y al
mismo tiempo la religión y la moral existen a resultas de una discreta
invitación divina a toda conciencia personal a salir de sí hacia un
horizonte infinito de sentido, verdad, verdad, bondad y belleza. Ambas
explicaciones no son contradictorias – dice Haught – sino
complementarias; de hecho, en los últimos tiempos, la teología cristiana
ha ido recuperando, no sin algunos reveses, su originaria y más intrépida
fe en que Dios no debe ser buscado al margen del mundo material, la
corporeidad humana y las ambigüedades de la existencia histórica.
Dice Haught que la confrontación del ateísmo actual con la teología se
sitúa más o menos al mismo nivel de reflexión sobre la fe que la se puede
encontrar en la literatura creacionista y fundamentalista contemporánea;
los nuevos ateos parecen haber adquirido gran parte de su comprensión de
la fe religiosa de los creacionistas y los teístas defensores del diseño
inteligente. El resultado, en mi opinión, es una forma de ateísmo tan
insolvente y fundamentalista como el propio teísmo creacionista.
No soy teólogo – esto es obvio – ni tengo ninguna aspiración a serlo,
pero no por eso dejo de valorar la calidad del pensamiento y los
argumentos de algunas personas que se han esforzado en estudiar con
rigor metodológico el problema de Dios. Sin embargo...
¿Estudiar a Dios? ¿Aplicar un razonamiento lógico para el
conocimiento de un ente que nadie ha visto ni es susceptible de ser
descrito en términos reconocibles y manejables? ¿No será tan solo una
conjetura sobre algo que, en realidad, nadie puede llegar a saber nada en
términos de conocimiento positivo humano?
917 Bertrand Russell fue un admirador de la revolución bolchevique de 1917, hasta que
tuvo oportunidad de visitar la Unión Soviética y entrevistarse con Lenin. A partir de
entonces, cambió radicalmente su opinión sobre esta cuestión...
918 John F. Haught. Dios y el nuevo ateísmo
Emile Cioran919 decía que para no tener que resolverlas, había
transformado todas sus dificultades prácticas en dificultades teóricas.
Personalmente, creo que esto mismo podría aplicarse tanto al estudio de
Dios como al desarrollo de la teoría de cuerdas como propuesta
explicativa de la realidad física, y sobre la que se ha teorizado tanto como
sobre Dios… con resultados no muy diferentes.
Tanto para bien como para mal, el cristianismo fue uno de los
movimientos religiosos en los que más rápidamente fue desarrollado un
esqueleto filosófico. Sin embargo, el cristianismo no triunfó por su
fundamentación lógica, sino casi por todo lo contrario: por su profunda
sencillez. Los evangelios nada dicen acerca de discursos teológicos; el
mensaje de amor de Jesús, trasmitido inicialmente por personas sencillas a
otras igual de sencillas, es de una aplastante claridad. Se trata de una
profunda sencillez, no de una simple oscuridad.
Precisamente, la gran sencillez de su fundamentación – pese al
empeño de algunos teólogos – y su marcada preferencia por la acción,
permiten al cristianismo salir victorioso tras ser abordado por la filosofía;
por eso no huye de la racionalidad, porque apostar por el ser humano
significa, también, apostar por su evolución intelectual personal y social.
Solo cuando el cristianismo se retira del conocimiento integral de la
persona surge el espectro de uno de sus peores enemigos, el dogmatismo
infantilizante.
Las frecuentes, ruidosas y, en ocasiones, sangrientas broncas que han
mantenido históricamente los teólogos entre sí – y con los filósofos y con
los científicos y... – han versado sobre cuestiones tan diversas y peculiares
como el sexo que tienen los ángeles, la existencia de alma en las mujeres u
otras numerosas cuestiones absurdas, todas ellas al margen de lo que
significa el sentimiento de aproximación – religación: religión –a Dios.
¿Necesitamos reflexionar sobre la Trinidad para ayudar a alguien que
sufre? ¿Es necesario aceptar como irrefutable la transustanciación de las
especies – la fiduciaria trasformación del pan y el vino en cuerpo y sangre
de Cristo durante la eucaristía – para asegurar el comportamiento ético
919 Emile Michel Cioran. Del inconveniente de haber nacido
humano? ¿La salvación tiene que ver con algo ajeno a la vida humana?
¿Quién puede informarnos con garantías sobre la resurrección? ¿De
verdad necesita un creyente hacerse estas preguntas – e incluso otras
mucho más retóricas – para poder actuar como un auténtico cristiano? Yo
creo firmemente que no, pero puede que esté equivocado; lo que es seguro
es que la literatura teológica, donde abundan abstrusos argumentos
incomprensibles para la mayoría de los mortales, no me ha ayudado nada a
aclarar mis dudas. Permítame que le indique algunos ejemplos.
Dice Karl Rahner920 que en tanto la forma de darse Dios a nosotros
como Espíritu, Hijo y Padre no significa la misma forma de darse, por
cuanto en la manera de comunicarse a nosotros hay diferencias verdaderas
y reales, estas tres formas de darse a nosotros han de distinguirse
estrictamente. O sea, la Trinidad; a la que alguien podría definir como la
forma de buscar tres pies al gato o como la resultante del entrelazamiento
cuántico de las tres personas de Dios.
Queden en la paz de Dios los que especulan sobre la composición,
funciones e interrelaciones internas de la Trinidad, pero sospecho que el
debate va para largo y, ya puestos en esta tesitura, les invito a que se hagan
acompañar de los ansiosos buscadores de la definitiva teoría del todo.
Probablemente, las respuestas que buscan unos y otros las encontrarán al
otro lado del horizonte de sucesos.
El Dios que percibo en la acción de Jesús – único referente divino al
que puedo acceder como creyente cristiano – es el mismo que creo
encontrar en mi interior y que me habla por medio de la conciencia,
cuando consigo que ésta no esté anestesiada o amordazada por mis propios
errores y miserias; es también el mismo que percibo en la sonrisa
espontánea de alguien que se cruza en mi camino; es la acción que se
ejecuta a través del desconocido que me echa una mano
desinteresadamente para resolver un problema o el que comparte conmigo
su felicidad por haber llegado a conocer a su nieta.
920 Karl Rahner. Curso fundamental sobre la fe: introducción al concepto de
cristianismo
¿Qué decir del debate que durante siglos mantuvieron los teólogos
cristianos sobre el alma y cómo se incorpora ésta al hombre? Parece una
auténtica antología del disparate: hasta finales del siglo XIX la idea
predominante entre los teólogos era que el alma humana entraba en el feto
masculino alrededor del día 40 del embarazo, mientras que en el feto
femenino lo hacía en torno al 80; por eso, solo se excomulgaba antaño a
las madres por abortos voluntarios posteriores al día 80. La diferencia
entre los 40 días del varón y los 80 de la mujer proviene de un texto
bíblico921, que asegura que la mujer es impura hasta 40 días después del
nacimiento de un hijo y 80 después del de una hija. Seguro que a usted se
le ocurren comentarios muy interesantes al respecto.
Pasemos a la salvación. ¿Es la salvación una cosa de la otra vida?
Decía Rahner que el verdadero concepto teológico de salvación no
significa una situación futura que se precipita sorprendentemente sobre el
hombre desde fuera. Significa más bien el carácter definitivo de la
verdadera autointeligencia y de la verdadera acción propia del hombre con
libertad ante Dios.
Menos mal, parece que la salvación no consiste en dejar de ser
hombre, sino en todo lo contrario. ¿Y de que nos salva Dios? Desde luego,
no nos salva de nosotros mismos, como se empeñaron en convencernos
los teólogos católicos y – muy especialmente – los luteranos hasta hace no
muchos años. Pienso que si nosotros no nos salvamos desde nuestra
libertad, no hay salvación que valga; por eso solo puedo creer en un Dios
que nos ayuda a salvarnos de nuestra pereza, de nuestros miedos, de
nuestra empecinada estupidez para no afrontar el reto de ir más allá de lo
que cada uno somos en cada momento; que nos ayuda a atender la
demanda de los demás, no solo para socorrerles, sino también para
compartir su felicidad.
Esa es, para mí, la única salvación a la que aspiro, más allá de lo que
ocurra en el terreno de lo desconocido… porque si no me salvo en mi vida
actual, a la que conozco, en la que sé lo que busco y a lo que me enfrento,
no sé de qué me voy a salvar después, si es que es lícito razonar sobre un
921 Levítico 12, 2-5. http://www.vatican.va/archive/ESL0506/__P2X.HTM
después fuera de mi tiempo. Algo parecido les pasa a los físicos con el
antes del Big Bang.
La muerte ha sido uno de los protagonistas principales – por no decir
el más determinante – de la teología cristiana; en eso, los teólogos
católicos y protestantes han sido igualmente pesados e inconcluyentes. En
general, nos han proyectado la larga sombra de la muerte sobre nuestra
vida, a pesar de que nadie – incluyendo los teólogos – sabe nada de la
muerte. Para el hombre solo la vida es real, mientras que la muerte es una
certeza seguida de una indeterminación, porque el tiempo pierde su
significado en la muerte. Puede que el instante mismo de la muerte sea la
eternidad y, en lugar de acabar en la nada, convertidos en un cero
existencialista, acabemos por diluirnos – o quizá expandirnos – en el
especulativo infinito de Dios; un cambio multidimensional con el que
estarían sumamente felices los defensores de las diversas formulaciones de
la teoría de cuerdas. Para los cristianos, solo hay una humilde esperanza
metafísica que ofreció Jesucristo a todos.
Permítame que concluya con una reflexión de Joseph Ratzinger 922: la
teología no cumple su cometido cuando gira exclusivamente en torno a sí
misma y a su erudición, y fracasa todavía más cuando busca una doctrina
según sus gustos, y cuando en vez de pan ofrece piedras, cuando en vez de
la palabra de Dios ofrece la suya.
No seré yo quien le contradiga en esta cuestión.
T EORÍA
Podemos definir el concepto de teoría como cualquier conjunto
organizado de ideas deducidas a partir de la observación, la experiencia o
el razonamiento lógico o matemático, que buscan explicar un fenómeno;
algo así como el marco conceptual en el que se incardina la interpretación
personal o intersubjetiva de la realidad. Podríamos considerar, por tanto,
que una teoría es un modelo mediante el cual tratamos de representar
922 Joseph Ratzinger. Introducción al cristianismo
fielmente – y explicativamente – los fenómenos que percibimos como
reales, permitiéndonos anticipar – predecir – incluso otros aún no
observados, a través de la extrapolación. Cuando la reiteración de las
observaciones de los fenómenos predichos por la teoría no incluye ningún
resultado anómalo o imprevisto, la teoría acaba por convertirse en una ley
científica.
Los modelos son una herramienta de estudio muy útil para penetrar en
la realidad, pero siempre y cuando no olvidemos en ningún momento que
solo son una forma muy reducida de representarla; si cometemos la
simpleza de equiparar el valor de la realidad con la del modelo, estaremos
confundiendo el mapa con el territorio.
La verdad tiene múltiples caras y cada una de ellas solo refleja una
fracción de esa verdad: solo el conjunto de todas ellas tiene el sentido
último. La cuestión es que los modelos solo ofrecen una o un número muy
limitado de caras; representan la esfera de la realidad – cuyo número de
caras es infinito – mediante una simple proyección bidimensional o un
cubo. Incluso, aunque refinemos el modelo y sustituyamos las 6 caras del
cubo por las 62 de un rombicosidodecaedro – que puede llenar hasta el
93,3% de una esfera – seguirá siendo una forma descriptivamente
deficiente de la esfera; los 12 pentágonos, 30 cuadrados y 20 triángulos
que lo constituyen siguen siendo insuficientes, individual y
colectivamente, para describir la realidad esférica.
Lo bueno de los modelos es que son fáciles de expresar y de entender;
son cómodos y podemos manejarlos en un papel o con un ordenador. Pero,
por ello, son también manipulables, adaptables a la conveniencia del
investigador; una tentación en la que acaban cayendo muchos. A veces,
aceptamos modelos construidos a partir de presupuestos confeccionados a
la medida, creamos medias verdades a base de promediar varias mentiras,
o adoptamos teorías sin meditarlas simplemente porque nos cae simpático
su autor, se adecuan a nuestros propios intereses o, simplemente, porque
nos resultan más fácil de entender que otras.
Cualquier hipótesis debería ser falsable – por utilizar la terminología
de Popper – para ser considerada científicamente rigurosa; es decir,
debería permitir su comprobación experimental hasta el punto de poder
demostrar que es falsa o no. De ahí que muchas de las teorías
fundamentales de la ciencia tengan, en realidad, más de metafísica que de
ciencia.
¿Por qué tenemos que describirlo todo con una única teoría, con único
conjunto de ecuaciones? A medida que el científico se adentra en campos
inabordables experimentalmente, como el cosmos profundo o las
micromagnitudes de Planck, tiende a basarse en intuiciones matemáticas
en la búsqueda obsesiva de la unificación definitiva en una teoría del todo,
donde los criterios estéticos parecen venir a ocupar el lugar de la
verificación. Como decía923 Leonard Susskind, no puede haber una
explicación universal de todo lo que existe, de la misma manera que
tampoco puede haber un teorema que afirme que la temperatura media de
un planeta es de 20º C; sería absurdo intentar demostrar un teorema
semejante, porque hay un sinnúmero de planetas con otra temperatura.
A mí me parece que cualquier intento de una teoría del todo es un
gesto de soberbia que desprecia irracionalmente la enorme magnitud de
nuestra ignorancia – despreciar lo que se ignora es una tradición
lamentablemente ubicua –, cubriéndola con la pintura opaca de un
conocimiento superficial, provisional, frecuentemente incoherente y más
interpretativo que descriptivo. Previa a cualquier otra condición necesaria
para hacer ciencia – y, en general, para pensar – es la humildad.
Somos responsables de nuestro conocimiento pero sobretodo lo somos
de nuestra ignorancia; por consiguiente, la vida humana es
intrínsecamente moral. De ahí que dimitir de nuestra inteligencia sea una
inmoralidad, porque dejamos la sociedad a disposición de los
manipuladores y eso, tal como nos recuerda Nassim Taleb 924, supone un
peligro extremo, porque la participación desproporcionada de un grupo
reducido en la influencia intelectual es aún más perturbadora que la
923 Peter Byrne. Los límites del conocimiento (entrevista con Leonard Susskind).
Investigación y ciencia, septiembre 2011; pp. 84-7.
924 Nassim Nicholas Taleb. El cisne negro
distribución desigual de la riqueza, ya que ninguna política social puede
eliminarla.
Permítame acabar con una frase de Chesterton 925 para afrontar este
reto con la debida humildad: las catástrofes que hemos sufrido no se
deben a la prosaica gente práctica que se supone que no sabe nada, sino,
casi invariablemente, a los teóricos, que creen que lo saben todo.
T IEMPO
Solemos referirnos al tiempo – cronológico – como una magnitud que
nos permite ordenar la secuencia de los fenómenos, dando lugar a un
pasado, un presente y un futuro. Aristóteles926 decía que el tiempo es la
medida del movimiento según el antes y el después, por lo que la
existencia del tiempo no es posible sin el cambio. Para Schopenhauer927 la
sucesión es la forma del principio de razón en el tiempo, constituye toda
su esencia y la causalidad le une con el espacio. También para Zubiri 928 la
sucesión de ahoras es el tiempo, es cómo el ahora va dejando de ser para
convertirse en otro ahora.
Hace ya más de un siglo, Albert Einstein revolucionó el concepto del
tiempo con su teoría de la relatividad: todas nuestras proposiciones en las
cuales desempeña algún papel el tiempo son siempre proposiciones que se
refieren a sucesos simultáneos; en lo que a la física concierne, el tiempo y
la simultaneidad deben ser considerados como equivalentes. Con ello,
Einstein quería decir que si un tren llega a la estación a las doce, en
realidad eso indica que la posición del tren y la posición de las manecillas
en el reloj de la estación marcando las doce, simplemente son sucesos
coincidentes... siempre que el observador esté en el mismo lugar de los
hechos; si el observador estuviese distanciado de uno o de ambos
fenómenos, la situación cambiaría por lo que, en palabras del propio
925 Gilbert Keith Chesterton. El hombre común
926 Aristóteles. Física
927 Arthur Schopenhaeur. El mundo como voluntad y representación
928 Xavier Zubiri. Espacio, tiempo, materia
Einstein, pasado, presente y futuro son solo ilusiones, aunque sean
pertinaces.
En definitiva, la simultaneidad va ligada al movimiento y a la posición
del observador de los fenómenos que éste pretende relacionar; es decir, es
relativa o, lo que es lo mismo, la duración de un proceso – es decir, la
relación entre dos fenómenos – depende del sistema de referencia del
observador. Y puesto que la simultaneidad es relativa, el tiempo también
lo es. En este sentido, la física relativista afirma que todo intervalo de
tiempo medido en un reloj en movimiento es siempre menor que el
correspondientemente medido en un reloj estático. A este fenómeno se le
conoce como dilatación – o contracción, según la posición del observador
– del tiempo.
Ha sido demostrado experimentalmente que la gravedad distorsiona el
tiempo o, al menos, nuestra medición del mismo. De hecho, los relojes
avanzan más rápidamente en el ático de una casa que en el sótano. Y aún
más en el espacio, con respecto a la Tierra, hasta el punto de obligar a
realizar ajustes a los diseñadores del sistema de localización global GPS.
Y en la superficie de una estrella de neutrones la gravedad es tan intensa
que el tiempo se retrasa en un 30% con respecto al de la Tierra; aún más,
en los agujeros negros se produce la máxima distorsión del tiempo,
deteniéndose éste por completo. ¿O es que desaparece el tiempo en el
sumidero cósmico?
Este universo debió comenzar en algún momento. Sí la propuesta del
Big Bang es correcta, el tiempo y el espacio tuvieron un inicio coincidente
con la gran expansión cósmica; es decir, antes del comienzo, no había
antes, no tiene ningún sentido el tiempo porque no había fenómenos – o,
al menos, no existe ninguna pista de que los hubiera – y,
consecuentemente, ninguna sucesión de ellos. Curiosamente, Agustín de
Hipona929 afirmaba hace ya 1.600 años que cualquier especulación acerca
del tiempo antes de la creación es absurda y que el universo no nació en el
tiempo, sino con el tiempo, que el tiempo y el universo surgieron a la vez.
929 Agustín de Hipona. Confesiones
¿Es reversible el tiempo? Lo que percibimos los seres humanos con
nuestros sentidos es que los estados más recientes del mundo que nos
rodea difieren de los estados previos que aún recordamos. Pero rememorar
el pasado y no el futuro no supone realmente que observemos el
transcurso del tiempo, sino tan solo que somos capaces de constatar la
existencia de una asimetría temporal. Cuando un observador contempla el
golpeo del taco sobre una bola de billar y el movimiento que inicia ésta,
percibe que ambos hechos están ligados entre sí por una secuencia en la
que el golpeo es previo al movimiento de la bola. Sin embargo, según la
teoría de la relatividad no hay, en principio, nada que impida la paradoja
de que el efecto anteceda a la causa, siempre que fuese un observador
diferente del anterior y situado en un sistema de coordenadas radicalmente
diferente.
Afortunadamente, la Segunda Ley de la Termodinámica parece venir
en ayuda de nuestro maltratado sentido común, al indicarnos que la
entropía de un sistema tiende a incrementarse con el tiempo, lo que
impone al mundo una asimetría entre las direcciones del eje del tiempo y
hacia el futuro, en especial en lo tocante a los procesos irreversibles; es
más, la entropía describe la irreversibilidad de los sistemas
termodinámicos. Esta magnitud – que significa evolución o
transformación, en griego – mide el orden y el estado dinámico de los
sistemas y, de acuerdo con lo anterior, el tiempo podría ser considerado
como la tendencia que tienen los sistemas en estados ordenados o de baja
entropía, a evolucionar hacia estados desordenados o de alta entropía.
Así pues, podríamos decir que el tiempo y la entropía van de la mano.
Secuencia y orden interno de los fenómenos. ¿No estaremos hablando de
lo mismo?
T OLERANCIA
La tolerancia se refiere al margen que excede a un valor
predeterminado de una magnitud relativa a un objeto o a un fenómeno. En
general, se aplica en términos de aceptación; por ello, hablamos de
tolerancia social como el respeto hacia las personas que profesan ideas,
comportamientos, preferencias estéticas o estilos de vida algo diferentes a
los nuestros. En un sentido físico, supone la capacidad de un sistema para
cumplir con sus cometidos u objetivos, a pesar de la existencia de
diferencias de medida, de deficiencias o de errores de pequeña magnitud;
es decir, el margen de error que estamos dispuestos a aceptar porque
confiamos o sabemos positivamente que no perturbará de forma relevante
el funcionamiento de algo.
También aplicamos el término tolerancia en fisiología y en
farmacología para describir la reducción paulatina de la magnitud de la
respuesta a un estímulo determinado repetido, tal como ocurre con muchos
fármacos como los ansiolíticos o los analgésicos opioides; incluso el
desarrollo de resistencia microbiana a diversos tipos de agentes puede
considerarse como una forma de tolerancia de ciertas bacterias, virus,
hongos, protozoos, etc. a tales agentes antiinfecciosos.
La tolerancia a las ideas y comportamientos ajenos representa una
forma de inteligencia emocional y social, entendida como el respeto inicial
a la persona que los detenta; una especie de invitación a la convivencia
pacífica que, según sea la respuesta, podrá consolidarse o no. Es decir, el
ejercicio real de la tolerancia personal y social requiere de un cierto grado
de reciprocidad que, si no equiparable, sí al menos debe guardar cierta
proporcionalidad.
En cualquier caso, lo que no deberíamos es confundir la tolerancia con
la ausencia voluntaria de respuesta o negligencia ante el tirano o ante la
exigencia innegociable del intolerante, ni tampoco con la aceptación
indiscriminada e incuestionada de cualquier práctica o idea ajena, que es a
donde nos lleva el relativismo.
La inteligencia social depende, entre otros factores, de la tolerancia de
cada uno de sus miembros y del comportamiento conjunto del colectivo.
Sin embargo, una tolerancia infinita hacia todas las ideas, incluyendo las
más intolerantes y excluyentes, puede llegar a convertirse en una trampa
mortal para la propia sociedad. Que todas las ideas puedan ser
contrastadas pacíficamente es un ideal que solo los intolerantes rechazan;
pero de ahí a pensar que todas las ideas valen lo mismo va un universo de
distancia.
Popper930 consideraba que deben existir límites para la actitud de
razonabilidad y de tolerancia, no aceptando sin alguna reserva el principio
de tolerar a todos los intolerantes. En otras palabras, Popper nos alecciona
para no permitir que se borre la distinción entre ataque y defensa, porque
si somos tolerantes con los tiranos y con los defensores de la tiranía,
estaremos cavando nuestra propia fosa; no solo acabarán con nuestra
libertad, contando con nuestro permiso, sino que nos rebajarán
intelectualmente hasta su propio entorno de estupidez social e individual.
Como decía Aurelio Arteta931, el ideal falsamente tolerante de muchos
estriba en la impúdica equidistancia que se cree ecuánime por tratar igual
a los desiguales, a los que argumentan y a los cerriles, a las víctimas y a
sus perseguidores.
Hay una forma adicional de falsa tolerancia que se refiere a la
ignorancia culpable, es decir, aquella que puede ser evitada o paliada,
porque el desprecio negligente del conocimiento nos hace tolerantes con
nuestra propia estupidez. Quien puede reducir su ignorancia con el
estudio, la convivencia y la reflexión crítica, y no lo hace, se convierte él
mismo en un intolerante, que desprecia el valor real del conocimiento y el
fondo ético de cada comportamiento; es decir, un tirano. Porque no solo
desde el plano de la justicia, sino desde la dignidad y desde la
consideración de ser autoconsciente, el tirano es un perfecto estúpido; un
estúpido que procura rodearse de estúpidos y de gentuza de similar talla
moral e intelectual. Las tiranías fomentan la estupidez, decía Jorge Luis
Borges y, mucho antes que él, Aristóteles.
Es habitual que los ciudadanos que vivimos en Estados formalmente
democráticos caigamos en la tentación de sentirnos cómodamente
asentados en una sociedad justa; un riesgo muy real y no menos peligroso,
porque la justicia surge de un difícil equilibrio entre una mayoría que vea
defendidos sus derechos, no sus privilegios, frente a una minoría que vea
930 Karl R. Popper. Utopía y violencia
931 Aurelio Arteta. Tantos tontos tópicos
mermados sus privilegios, no sus derechos. Y eso es algo que no siempre
ocurre, porque el funcionamiento de las sociedades reales implica la
coordinación de numerosos elementos, algunos de los cuales a veces se
escapan de la capacidad de manejo de las propias sociedades. Y, además,
porque corremos el riesgo de no ser conscientes de las consecuencias.
Hay quien identifica erróneamente la bondad con la estupidez, la
templanza con la pasividad o la tolerancia con el miedo… y no hay nada
que nos garantice que eso no nos va a ocurrir a cada uno de nosotros, al
menos en algún momento. Pero errar también forma parte de la esencia
humana y, como decía Rabindranath Tagore, si cierras la puerta a todos
los errores, dejarás fuera la verdad…
T OTALITARISMO
El totalitarismo es el fundamento de aquellos regímenes políticos y
sistemas ideológicos centrados en la restricción de la libertad individual de
las personas, con merma o incluso desaparición de la condición de
ciudadano, que pasa a convertirse en un simple súbdito. Un Estado
totalitario, por tanto, acumula omnímodamente todo el poder ejecutivo,
haciendo directamente dependiente de él el legislativo y el judicial.
En mi opinión, Hannah Arendt932 ha sido una de las pensadoras que
con más lucidez ha estudiado este concepto, tanto desde una perspectiva
teórica como práctica. Para empezar, Arendt considera que el totalitarismo
no es una forma política antigua, frente a lo que pudiera pensarse a partir
de un examen superficial de la historia: el totalitarismo es un fenómeno
político relativamente reciente y muy diferente de las formas
convencionales de gobierno. Para empezar, el totalitarismo – dice Arendt –
destruye el poder de la realidad y se instala sobre la masa humana,
condición a la que es reducida la sociedad civil; es precisamente la masa
el rasgo específico del totalitarismo, el número de personas absolutamente
932 Hannah Arendt. Los orígenes del totalitarismo
indiferenciadas que son movilizadas colectivamente, una masa formada
por individuos indiferenciados, carentes de identidad propia.
El totalitarismo pretende fundamentar su lógica política en la
aplicación a la especie humana de las supuestas leyes de la naturaleza o de
la historia, aboliendo con ello la separación entre lo privado y lo público.
Para ello, se sirve de la desacreditación de lo plural como sinónimo de lo
disfuncional, algo que se manifiesta particularmente en el carácter
totalitario de los nacionalismos: lo diverso dificulta la creación de una
identidad colectiva. Primero, se oculta, se falsea o se ridiculiza la historia
y la cultura de ciertos colectivos, luego se van limitando paulatinamente
sus derechos y espacios de expresión y educación, para provocar la
destrucción de la persona moral y corromper toda solidaridad humana.
Llegado el caso, se niega la identidad individual mediante la restricción de
la libertad o, incluso, el asesinato – real o virtual – de los disidentes.
Probablemente, el filósofo que con mayor énfasis ha defendido la
renuncia a la libertad individual en beneficio de una supuesta voluntad
general de la sociedad, ha sido Rousseau933, para el que nuestras
obligaciones con el Estado nacen supuestamente de un contrato social,
mediante el cual los grupos de individuos se transforman en una
comunidad política: un todo con su propia voluntad general, que no es
necesariamente la suma de las voluntades individuales. Obviamente, para
Rousseau, el término soberanía es sinónimo de voluntad general del
pueblo, lo único que es lícito convertir en ley. Por ello, para Rousseau,
actuar en conformidad con la voluntad general es la forma más importante
de libertad; es la libertad civil, en contraposición con la mera satisfacción
de los deseos que se permite fuera de la sociedad. La cuestión es que para
este filósofo la voluntad general no es divisible ni delegable en
representantes en un parlamento y, por ello, identifica la Soberanía con el
Estado, en tanto que éste se mantiene en el poder soberano.
Rousseau ha proporcionado a los gobiernos totalitarios un amplio
abanico de justificaciones para suprimir la libertad individual, en lugar de
procurar las condiciones para su disfrute. La cuestión es clara: nadie – ni
933 Jean Jacques Rousseau. El contrato social
siquiera el propio Rousseau – ha llegado a establecer qué es el bien común
o la voluntad general. Lo cual echa por tierra toda su romántica – y
extremadamente peligrosa – teoría.
A veces, el totalitarismo adopta formas particularmente insidiosas,
colándose en la sociedad a través de procedimientos aparentemente ajenos
a la política. Por ejemplo, los riesgos derivados de una dependencia
absoluta de la tecnología por parte de la sociedad han sido puestos de
manifiesto algunos sociólogos y filósofos. Entre estos últimos, quizás haya
sido Marcuse934 uno de los que más énfasis puso en esta cuestión, al
afirmar que la producción y la distribución de una cantidad cada vez
mayor de bienes y servicios hacen de la sumisión una actitud tecnológica
racional, hasta el punto de que las personas se reconocen en sus
pertenencias materiales, encontrando su alma en su automóvil o en su
casa. De ahí que, para Marcuse, el control social de la tecnología se haya
incrustado en las nuevas necesidades que la propia tecnología ha
producido, produciendo una cierta forma de conciencia feliz conformista.
El progreso técnico, cuando se convierte en un sistema coordinado de
dominación, es capaz de crear formas de poder que anulan toda protesta; y
todo ello, paradójicamente, bajo el argumento de una liberación. Por eso,
concluía Marcuse, la sociedad será racional y libre en la medida en que
esté organizada, sostenida y reproducida por un sujeto histórico
esencialmente nuevo: individuos que sean capaces de conocer y
comprender los hechos y de evaluar las alternativas; individuos liberados
de toda propaganda, adoctrinamiento o manipulación. Las tendencias
totalitarias de la sociedad unidimensional hacen ineficaces las formas y
los medios de protesta tradicionales, quizá incluso peligrosos, porque
preservan la ilusión de una soberanía popular.
934 Herbert Marcuse. El hombre unidimensional
T RASCENDENCIA
De la misma forma que nuestra mente tiende a interpretar cada
fenómeno que observamos o percibimos, muchas personas también
tenemos la tendencia a buscar un sentido a la trayectoria vital propia, más
allá de la simple sucesión de los hechos. Quizás mi interpretación sea muy
simple, pero si buscamos dicho sentido es porque esperamos que lo tenga;
no sabemos muy bien en qué consiste ni por qué la evolución de nuestra
especie nos ha llevado a eso, pero nuestra mente se ve abocada a tener
expectativas y no me refiero solo a una simple proyección temporal; es
algo más, es la superación de lo inmediato, es la trascendencia.
La trascendencia es una de las principales diferencias que percibo en
relación con el resto de los animales; ellos solo pretenden zanjar los
problemas inmediatos que les acucian y tratan de resolver sus vidas con
los impulsos de sus instintos biológicos inmediatos. Los hombres tenemos
una aspiración permanente de ir más allá de donde estamos, superando
incluso los momentos más críticos y difíciles. Tenemos esperanza.
La mente humana es mucho más que un sistema que relaciona datos
almacenados en la memoria; la propia memoria es mucho más que un
simple receptáculo de datos sin más objetivo que su almacenamiento. De
hecho, esta memoria viva y extraordinariamente dinámica tiene un papel
capital en el desarrollo de la personalidad humana; grabamos todo o casi
todo, pero lo almacenamos de forma inconsciente y, casi siempre, también
recuperamos la información a través de procedimientos no enteramente
conscientes. Incluso, en ocasiones, manipulamos nuestra memoria para
hacerla compatible con nuestros objetivos. Los hechos mueren, solo
sobreviven nuestras interpretaciones de ellos, y aun así manejamos a éstas
para consolidar nuestras aspiraciones conscientes y, en mayor medida aún,
las inconscientes.
No creo que sentirse trascendente sea lo mismo que levitar a dos
palmos del suelo. La trascendencia es un fenómeno común, muy terrenal,
es el pan nuestro de cada día; somos cotidianamente trascendentes. Como
indica Ramón Nogués935, la trascendencia la vivimos en las condiciones
habituales del funcionamiento de la mente, pero su perfil aparece más
claramente en sus manifestaciones más explicitas en el momento en que la
trascendencia toma contornos casi excesivos y la persona se siente como
fascinada por una realidad más allá de la realidad, por el enfrentamiento
con una perspectiva inabarcable, indecible, inefable y por una serie de
invitaciones a profundizar, ampliar y a poder percibir cualquier horizonte
que se nos plantea o presenta. Sin embargo, dice Nogués, es una
banalidad considerar la trascendencia como un simple engaño de nuestra
mente, cuando en realidad es una situación moral de la mente, expresada
en muchas experiencias de la vida diaria.
¿Cómo nos preparamos para buscar y encontrar lo previsible, lo nuevo
y lo deseado? Nuestra actitud de espera se fundamenta en la viabilidad e
importancia relativa de nuestras metas, la confianza en la potencia de
nuestras capacidades y las circunstancias previsibles que tienen tales
metas. ¿Y qué decir cuando ni siquiera somos plenamente conscientes de
cuáles son dichas metas, al menos en su totalidad, porque el futuro se está
– lo estamos – rediseñando continuamente?
Doy por hecho – espero que coincida en esto conmigo – que la
confianza en la viabilidad de nuestras metas – la esperanza – está sujeta a
una más que notable falibilidad. Por decirlo así, ni siquiera podemos
fiarnos plenamente de nosotros mismos para conseguir eso que, en un
momento determinado, constituye nuestro anhelo; a pesar de ello,
podemos transformar la espera razonable en un sentimiento de esperanza,
en la medida en que tal estado de confianza se sobreponga sobre el temor
de no alcanzar el objeto de nuestro anhelo.
Cuando alguien se dirige al pensamiento auténticamente pensado –
repensado, como diría Chesterton –, cuando apunta al espacio del
conocimiento y no solo a los objetos del conocimiento, a la trascendencia
y no solo a lo captado de manera espacio-temporal en esta trascendencia,
está en los inicios de llegar a ser un hombre religioso, según Karl
935 Ramón María Nogués. Cerebro y trascendencia
Rahner936. Aún más, el que se ha planteado alguna vez la cuestión de su
trascendencia, ya no puede dejar de buscar la respuesta, pues aunque
dijera que es una pregunta que no puede o no debe responderse, que ha de
dejarse de lado porque sobrecarga al hombre, estaría dando ya una primera
y provisional respuesta a esta pregunta.
De igual manera que no podemos separar materia y espíritu en el
hombre, no todo todas las formas de pensamiento facilitan la percepción
de la trascendencia, ni todas las formas de trascendencia consisten en
aspirar a lo absoluto. Cualquier forma limitada o estereotipada de
pensamiento es capaz de frenar o desviar esa trascendencia, se sea
creyente o no. Lejos de ser un mecanismo alienante que aligere la carga
intelectual y emocional de las personas, la aspiración a lo absoluto, la fe
en la existencia e implicación de Dios en la vida personal, es un proceso
que puede complicar la propia existencia de cada creyente. Como decía
Manuel Fraijó937, nadie dijo que Dios sea cómodo de llevar, sino que es
más bien una sobrecarga.
Buscar la trascendencia significa afrontar la existencia y afrontar
significa actuar sobre la totalidad y no solo sobre una parte. Por ello, el
pensamiento analítico tiende a deformar la visión completa – holística – de
la realidad y, con ello, de la trascendencia. Seguramente, la experiencia
religiosa se siente más cómoda en el ámbito del pensamiento intuitivo; sin
embargo, la esperanza no puede ser una negación de la razón, sino su
inevitable alter ego, como la pareja inseparable de onda-corpúsculo de la
física cuántica.
Como decía Ernst Bloch, sin esperanza, no florece la razón; sin la
razón, permanece muda la esperanza.
936 Karl Rahner. Curso fundamental sobre la fe: introducción al concepto de
cristianismo
937 Manuel Fraijó. A vueltas con la religión
V ALORES
Frente a los que se agarran desesperada e irracionalmente en los
idearios, están los que asumen y defienden los valores. Si pudiéramos
separar en el hombre las facetas emocionales de las intelectuales, los
valores pertenecerían primordialmente a las primeras; mediante los
valores apreciamos las cualidades que armonizan con algo que llevamos
dentro, ellos nos permiten sintonizar con alguna de esas normas o metas,
biológicas o espirituales, que de alguna forma rigen nuestra vida. Como
dice Edmund Sinnott938, es como si hubiera una sensibilidad interna
arraigada en la vida misma que reconoce y valora por sí misma cualidades
tales como la honradez, la justicia, el valor, el altruismo, y otras cosas que
los hombres solemos considerar como virtudes.
Por tanto, los valores son convicciones profundas que determinan en
cada persona su manera de ser, su conducta, sus opiniones y sus
decisiones. Sin embargo, los valores no representan un conjunto informe
de principios morales o intereses materiales, sino más bien la forma en que
estos están organizados jerárquicamente, con un orden específico de
preferencia. Por eso, hablamos frecuentemente de escala de valores y la
ponemos en práctica cuando confrontamos en la vida real dos o más de
estos valores, obligándonos a dar prelación a uno sobre otro.
Consecuentemente, aquellos valores que figuran en los primeros lugares
de nuestra lista son los que soportan auténticamente nuestra identidad
personal – nuestra personeidad, según la terminología de Xavier Zubiri –
y orientan las decisiones fundamentales, algo claramente diferente de un
impulso espontáneo o un capricho.
La escala de valores personal es propia, no extrapolable a otras
personas, aunque ciertamente una parte significativa de nuestra lista
jerarquizada puede resultar similar a la de otras personas. Podemos, de
hecho, coincidir en muchos de los elementos de esa escala: sinceridad,
honestidad, valentía, solidaridad, respeto, etc., pero es el orden de esos
938 Edmund W. Sinnott. La biología del espíritu
elementos lo que hace prácticamente única a cada lista, a cada escala de
valores, a cada persona humana. Dice Fernando Savater 939 que la tarea de
valorar es el empeño humano por excelencia y la base de cualquier cultura
humana; mientras que en la naturaleza reina la indiferencia, en la cultura
lo hacen la diferenciación y los valores. El propio conocimiento está
íntimamente afectado por nuestra escala de valores; como indica
Habermas940, no hay saber acerca de ninguna realidad que no esté
atravesado por un ámbito de valores, por una opción preferencial.
La escala personal de valores cambia a lo largo de la propia vida, a
veces de forma radical, en función de las condiciones y circunstancias en
las que se desenvuelve cada persona. La edad es el primer condicionante,
porque nuestra inmadurez infantil determina una ignorancia experiencial
pero también una ausencia de prejuicios; las necesidades más perentorias
(hambre, desamparo, suciedad, etc.) configuran nuestras primera escala de
valores, que se va haciendo paulatinamente más compleja a medida que
vamos creciendo, aunque algunos valores se afianzan rápidamente – en
ciertas personas – en los lugares más altos, persistiendo ahí hasta el final
de la existencia.
En cualquier caso, como afirma Robert Spaemann 941, la captación de
los valores tiene la particularidad de que no es posible captar aisladamente
cada uno de ellos, sino tan solo en los actos de preferir o preterir.
El hecho de que los valores solo adquieran sentido cuando se
incardinan en una lista jerárquica hace que habitualmente entren en
conflicto entre ellos, pero son justamente los conflictos los que hacen
imprescindible la escala de valores, porque la solución de cualquier
conflicto pasa por conocer cuáles son sus elementos fundamentales para
ponderarlos y encajarlos debidamente. Solo cuando comparamos nuestros
valores entre sí en cada situación concreta es cuando somos capaces de
orientar libremente nuestra voluntad.
939 Fernando Savater. Las preguntas de la vida
940 Jürgen Habermas. Conocimiento e interés
941 Robert Spaemann. Ética. Cuestiones fundamentales
V EJEZ
Un aspecto peculiar de las nuevas sociedades es la consideración de
que la vejez es una enfermedad que puede ser paliada, retrasada o incluso
curada. La vejez causa ahora sufrimiento porque el anciano ha pasado de
ser una figura tradicionalmente respetada a convertirse actualmente en un
simple estorbo, inútil y costoso; de ahí que cualquier indicio de
envejecimiento sea evitado u ocultado por muchas personas, como si se
tratase de una lacra vergonzante. La naturaleza no parece tomarse en serio
a la vejez, decía Antonio Machado942; para Emile Cioran 943 la vejez era la
autocrítica de la Naturaleza.
Una sociedad como la occidental cada vez enseña menos a envejecer,
pese a que cada vez ayuda más a perdurar físicamente. Permite añadir
años a las personas, pero a costa de encerrarlas en centros asistenciales o
en su propia casa. Esta prolongación biológica ha provocado un cambio
social sustancial, ya que a la tercera edad, constituida por las personas
independientes que se ven libres de sus obligaciones familiares – como
padres – y laborales, le sigue actualmente en los países desarrollados una
cuarta edad, durante la que tal independencia desaparece.
Los que aún vemos lejos la ancianidad dependiente queremos creer,
con una mezcla de ceguera y de optimismo, que siempre tendremos
tiempo de meter aún más años de por medio hasta llegar esa etapa final.
De hecho, seguimos considerando jóvenes a personas con edades en las
que hace apenas medio siglo serían consideradas, en el mejor de los casos,
como maduras. Quizás no sea más que el miedo a ser tratados como
nosotros mismos tratamos a nuestros ancianos.
Conforme envejecemos, decía Juan Antonio Ribera 944, nos vamos
aburguesando; nos decantamos cada vez más, y casi sin darnos cuenta, por
la comodidad frente al placer y esto constituye un indicador fiable de
942 Antonio Machado. Juan de Mairena
943 Emile Michel Cioran. Del inconveniente de haber nacido
944 Juan Antonio Ribera. Lo que Sócrates diría a Woody Allen
envejecimiento, tanto mental como corporal. Sin embargo, en general, no
somos conscientes de que muy pocos seres vivos tienen el privilegio de
envejecer; de hecho, para la mayoría de los animales, incluyendo los
primates más evolucionados, el fin de la edad reproductiva suele constituir
el límite para la vida que la naturaleza marca.
¿Por qué vivimos tanto los seres humanos? La vejez responde, de
alguna manera no bien comprendida, al propio proceso evolutivo humano;
de hecho, para mí, la vejez es la auténtica culminación del desarrollo vital.
Ingmar Bergman945 decía que envejecer es como escalar una gran
montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más
libre, la vista más amplia y serena.
En términos biológicos, el envejecimiento es un proceso muy
complejo en el que se combinan factores genéticos y ambientales, con el
propio estilo de vida de cada persona. Sin embargo, el deterioro
fisiológico – el cerebral y el del resto del organismo – es solo una parte del
envejecimiento. Hay otras muchas implicaciones; por ejemplo, ser viejo
significa, en términos legales, haber llegado a una edad de jubilación
laboral, que es lo que más y mayores cambios provoca en la persona
mayor, al actuar drásticamente sobre su situación económica, su forma de
emplear el tiempo, su salud y la utilización que hace de la asistencia
sanitaria, amén de los cambios del papel del individuo mayor en la familia
y en el entorno social, y no solo con los relacionados con la necesidad de
ayuda, tanto la recibida como la prestada.
El sentimiento de aislamiento sobreviene ante la dificultad para
adaptarse a un régimen de vida en el que el trabajo ya no es el protagonista
principal de la jornada. Aquellas personas que han hecho de su trabajo el
eje fundamental de su existencia, aun a costa de arrinconar en su escala de
prioridades a otros elementos vitales, como la familia, los amigos, la
propia evolución personal, etc., se encuentran perdidos en un océano de
tiempo libre que experimentan como algo opresivo y demoledor. Si a ello
se añade la pérdida de capacidad adquisitiva, muchas veces se yugulan las
posibilidades de ocupación de este tiempo. Pero, además, la jubilación
945 Ingmar Bergman. Wikiquote. https://es.wikiquote.org/wiki/Ingmar_Bergman
laboral implica el abandono total o parcial de las relaciones entre
compañeros, muchas de ellas alimentadas a lo largo de varias décadas.
Todo este conjunto de elementos conducen a una situación de
desvinculación sobre el que se fundamenta la sensación de una soledad no
deseada.
¿Y cómo ven los no-viejos a los viejos? Sobre esta cuestión, Robert
Butler946 acuñó el término viejismo – ageism originalmente en inglés –
para referirse a un proceso que lleva a las generaciones de jóvenes a
considerar a las personas mayores como diferentes de ellos, hasta el
extremo de no identificar a los mayores como seres humanos. Es decir, la
actitud viejista – etarista, gerontofóbica – hace que los jóvenes vean a los
mayores de una manera diferente y mayoritariamente denigrante a como
se ven ellos mismos; es decir, no les encuadran en su misma categoría de
personas, por muy extraño que pueda parecer. Curiosamente, entre los más
viejistas están algunos viejos, que pretende negarse a sí mismos la realidad
de su propia condición.
Uno de los estereotipos más extendidos es el de que las personas
mayores constituyen un grupo homogéneo cuando, en realidad, es
justamente el grupo de edad que muestra mayor heterogeneidad y
diversidad.
V IVIR
En una primera aproximación sobre lo que significa vivir para el ser
humano, permítame empezar por afirmar mi convicción de que el sentido
humano de la vida consiste en el hallazgo permanentemente reactualizado
que hacemos de nosotros mismos y del mundo en el que estamos inmersos
y del que inexorablemente formamos parte. Esta definición nos puede
servir para introducirnos en la idea de que sentir y saber de nosotros
mismos nos hace considerarnos nuestros propios dueños, ser nuestra
946 Robert Neil Butler. Why Survive? Being Old in America
máxima autoridad; un sentimiento permanente que nos hace diferentes,
únicos.
Decía Ortega947 que vivir es una revelación, un no contentarse con ser
sino comprender o ver qué se es, un enterarse. Para Ortega948, la vida
humana, en sentido propio y originario, es la de cada cual vista desde ella
misma. Mi vida – dice Ortega – es constante e ineludible responsabilidad
ante mí mismo; por eso, es menester que lo que hago, lo que pienso, lo
que siento, lo que quiero, tenga sentido y buen sentido para mí. En
definitiva, el sentido de la vida pasa por la autoposesión y, como dice
Zubiri949, la vida como autoposesión es ejecución de la persistencia (el
hombre como agente de sus acciones), decisión de proyectos (como autor
de sus acciones) y aceptación del curso de la propia vida (como actor de la
vida).
Schopenhauer950 identificaba la permanente revelación que es vivir
con una especie de fuerza interior que ejerce una inexorable supremacía
sobre la razón, hasta el punto de poder distorsionarla, y que definió como
voluntad de vivir, el impulso inherente al ser humano de mantenerse vivo
y reproducirse.
Vida y mente son inseparables en el ser humano. Por un lado, la mente
humana puede ser considerada como la más elaborada y compleja
expresión de la capacidad de autorregulación biológica del mundo vivo.
Por otro, la mente no es algo que pueda considerarse como un mero
producto secundario del metabolismo de un órgano complejo como el
cerebro humano; de hecho, los orígenes primitivos de la mente están
implícitos en la actividad de toda célula viva, como enfatizaba Edmund
Sinnott951, porque cuando un organismo vivo responde a los influjos
exteriores realizando cambios estructurales en su propio organismo, estos
afectarán a su vez su futuro comportamiento. Mientras viva, un organismo
947 José Ortega y Gasset. Unas lecciones de metafísica
948 José Ortega y Gasset. El hombre y la gente
949 Xavier Zubiri. Sobre el hombre
950 Arthur Schopenhauer. El mundo como voluntad y representación
951 Edmund W. Sinnott. La biología del espíritu
se acoplará estructuralmente a su entorno interaccionando con él; de esta
manera, las interacciones del sistema vivo con su entorno son
interacciones cognitivas. Como decía Fritjob Capra 952, vivir es conocer. El
ser humano es un ser hiperviviente para Edgar Morin 953, un organismo
vivo que ha desarrollado de forma inaudita todo el potencial de la vida;
pero, al mismo tiempo, es un metaviviente porque, a partir de sus
capacidades organizadoras y cognitivas, ha sido capaz de crear nuevas
formas de vida, psíquicas, mentales y sociales: la vida del espíritu.
Desde el punto de vista estrictamente anatomo-fisiológico, el cuerpo
humano es un auténtico organismo genérico, susceptible de adaptarse de
forma muy diversa en función de su entorno y de sus necesidades vitales.
Realmente, el cuerpo humano no presenta grandes virtudes específicas; es
decir, no presenta una gran talla que lo convierta en un depredador temible
– al menos por ese motivo – ni tiene habilidades especiales para correr,
saltar, escalar, volar o nadar, ya que hay especies animales que ejecutan
cada una de estas acciones de forma mucho más eficiente. Pero,
justamente, esa cierta incapacidad relativa que le permite hacer mal o
ineficazmente todo lo indicado, es justamente lo que determina su máxima
ventaja competitiva: la no especialización anatómica. Disponemos de un
organismo capaz de hacer casi todo, aunque de forma muy rudimentaria;
pero somos capaces de aprender en poco tiempo prácticamente cualquier
procedimiento.
En términos del propio Morin, cada uno de nosotros llevamos en el
seno de nuestra singularidad no solo toda la humanidad, toda la vida, sino
casi todo el cosmos, incluido su misterio que yace en el fondo de nuestros
seres. Teilhard de Chardin954 decía que la consciencia asciende a través de
los seres vivientes; la vida, llegada a su estadio pensante, no puede ya
continuar sin exigir una ascensión progresiva. Teilhard estaba seguro de
que para el ser pensante el minuto más decisivo es en el que, tras caer las
vendas de sus ojos, descubre que no es un elemento perdido en las
952 Frtijob Capra. La trama de la vida
953 Edgar Morin. El método. La humanidad de la humanidad: la identidad humana
954 Pierre Teilhard de Chardin. El fenómeno humano
soledades cósmicas, sino que existe una voluntad de vivir universal que
converge y se concreta en él. Viktor Frankl955 decía – parafraseando el
principio de conservación de la energía – que el sentido de la vida no se
crea ni se destruye, solo se descubre y nos transforma.
Abraham Maslow956 no podía entender la vida humana sin tener en
cuenta sus aspiraciones más elevadas. Para él, el crecimiento, la
autorrealización, procurar la salud, buscar la identidad y la autonomía,
anhelar la grandeza y otras formas de expresar el esfuerzo de superación,
se deben aceptar sin dudar como una tendencia humana ampliamente
extendida y quizá universal. Nos movemos – decía Maslow – porque la
vida es un dinamismo de satisfacción de requerimientos para seguir
adelante.
Quizás, por eso, para Hortensia Cuéllar 957 la vida cotidiana es el mejor
camino – el camino recorrido todos los días – donde podemos encontrar
nuestra ruta y elegir nuestro destino para realizarnos plenamente y ser
felices; es en la vida cotidiana donde empezamos a forjarnos como
personas, donde podemos realizarnos de manera plena, en términos de
trabajo, producción y descanso, en la vida matrimonial y familiar, en la
vivencia del amor, la libertad y del reconocimiento al otro. Ciertamente, el
objetivo de la vida personal no consiste en huir de la vida cotidiana, sino
más bien en transformar a ésta en vida personal.
Para Ortega la meta principal era la propia vida, su desarrollo vital, en
el seno del cual se realiza su razón – raciovitalismo – porque la vida es por
encima de todo quehacer, proyecto, programa y aspiración, siendo su
finalidad el desarrollo de la existencia del yo, aunque nuca llegue a ser
completo. Precisamente por esto último, Sartre958 consideraba que la
muerte es absurda, porque arrebata lo que nos hace humanos: la capacidad
para proyectarnos en el futuro; Sartre pensaba que tras la muerte
955 Victor Frankl. Búsqueda de Dios y sentido de la vida
956 Abraham Harold Maslow. Motivación y personalidad
957 Hortensia Cuéllar. Hacia un nuevo humanismo: filosofía de la vida cotidiana; En-
claves del pensamiento, año III, núm. 5, junio 2009, pp. 11-34.
958 Jean Paul Sartre. El ser y la nada
únicamente podemos aspirar que nuestras acciones sean interpretadas y
adquieran sentido por medio de otras personas, pero que ya no seremos
nosotros mismos los responsables de ellas; quizá por eso, Sartre
consideraba que el ser humano es una pasión inútil. Fernando Savater 959
no comparte el pesimismo existencialista de Sartre porque, aunque
reconoce que la vida es transitoria, considera que quien ha vivido lo ha
hecho para siempre; esa existencia en la vida ya es irreversible.
Contemplar cada vida humana como una isla en el cosmos es como
considerar que la literatura es una simple sucesión de letras. Por ello,
Romano Guardini960 defendía la idea de que el hombre no tiene
consistencia cuando vive en sí mismo y para sí mismo, sino cuando se
halla abierto, cuando se arriesga a salir hacia lo otro, sobre todo hacia el
otro, por entregarse a algo que merece que uno se arriesgue a perderse a sí
mismo por ir en esa dirección.
Para Martin Buber961 la relación vital del hombre es triple: con el
mundo y las cosas, con los otros hombres, tanto individual como
pluralmente, y con el misterio del ser (que el filósofo denomina lo
Absoluto y el creyente Dios, pero que ni siquiera quien rechaza ambas
denominaciones es capaz de eliminarlo realmente de su situación), que
penetra en aquellas otras relaciones pero que las trasciende infinitamente.
Para Buber, el hombre no puede hacerse enteramente hombre mediante su
relación consigo mismo sino gracias a su relación con otro mismo; en la
convivencia se experimenta lo ilimitado y lo incondicionado.
Ningún valor, por mucha importancia que le atribuyamos, está por
encima de la propia vida, el valor máximo; la vida, de hecho, incluye a
todos los valores.
959 Fernando Savater. La vida eterna
960 Romano Guardini. Encuentro y formación
961 Martin Buber. ¿Qué es el hombre?
V IOLENCIA
El concepto de violencia está estrechamente relacionado con el poder
y con la fuerza; al fin y al cabo, deriva del adjetivo latino violens –
impetuoso, furioso – y éste, a su vez, del sustantivo vis, que significa
poder o fuerza. Por tanto, podemos hablar de la violencia como la
realización, consciente y no justificada por la propia defensa o
conservación, de un daño físico, psicológico o moral relevante a otra u
otras personas, así como a los animales; también puede calificarse como
violenta la actitud personal o el comportamiento institucional para
imponer un dominio o sometimiento no deseado – limitando su libertad y
su estilo de vida por debajo de un mínimo socialmente aceptado – a otras
personas, bajo la amenaza implícita o explícita del ejercicio de un daño de
naturaleza diversa.
Aunque a veces se utiliza la expresión de violencia accidental o
involuntaria, la verdadera violencia implica necesariamente un deseo de
dominio de la persona o institución violenta, que no es aceptado
voluntariamente por la víctima. El carácter voluntario de la violencia
presupone la inteligencia de un ser humano, la voluntad de éste para
perjudicar o a minusvalorar el daño infligido a alguien, con el fin de
conseguir un objetivo propio que de otra manera no sería capaz de
alcanzar o le resultaría mucho más trabajoso o difícil. Sin embargo, en
términos humanos, la violencia presupone la existencia de la compasión –
un sentimiento inteligente – sin la que la violencia humana perdería su
carácter moral perverso.
No podemos designar como violencia – al menos con parámetros
humanos – a los daños que profieren los animales, como los que infligen
los depredadores y los parásitos con otras especies o los habituales casos
de infanticidio, fratricidio o violación de miembros de la misma especie
que se aprecian en infinidad de casos, donde la mortalidad asociada a
peleas es mucho mayor que las tasas de homicidios de las zonas más
violentas del planeta.
Una investigación publicada en 2016 en la revista Nature parece
confirmar en cierta medida la idea de que, en realidad, los seres humanos
no somos tan violentos como nosotros mismos nos vemos, al menos si nos
comparamos con el resto de los animales. Un equipo de investigadores
liderado por José María Gómez962 comparó la incidencia de la violencia
letal cometida dentro de la especie humana – Homo sapiens – a lo largo de
su historia, con la que ejercen otros mamíferos entre sí. Para ello, recopiló
información sobre más de cuatro millones de muertes de individuos
pertenecientes a 1.024 especies de mamíferos – incluyendo, entre otras, a
ratones, caballos, murciélagos, conejos y monos – registradas en trabajos
arqueológicos y biológicos; por su parte, los datos humanos procedían de
alrededor de 600 estudios, que abarcaban épocas desde el Paleolítico hasta
la actualidad.
Los resultados del estudio mostraron que la proporción de muertes
humanas filogenéticamente predichas como causadas por la violencia
interpersonal se situó en el 2% en las primeras poblaciones humanas. Este
valor es similar al inferido filogenéticamente para el ancestro evolutivo de
primates y simios, lo que indica que un cierto nivel de violencia letal surge
debido a nuestra posición dentro de la filogenia de los mamíferos.
También era similar al porcentaje visto en las bandas y tribus
prehistóricas, lo que indica que éramos tan letalmente violentos como
predecía la historia evolutiva de los mamíferos comunes.
Afortunadamente, el nivel de violencia letal ha cambiado a lo largo de
la historia humana, lo que debe asociarse a los cambios producidos en la
organización sociopolítica de las poblaciones humanas. De hecho, las
tasas de homicidios en las sociedades modernas que tienen fuerzas del
orden, sistemas judiciales, prisiones y firmes actitudes culturales
contrarias a la violencia son de apenas un 0,01%; es decir, 200 veces
menos que la predicción filogenética antes mencionada. Parece que hemos
avanzado algo en la evolución humana.
962 Gómez JM, Verdú M, González Megías A, Méndez M. The phylogenetic roots of
human lethal violence. Nature. 2016 Oct 13; 538(7624): 233-237. doi:
10.1038/nature19758.
Como indica Steven Pinker963, civilización significa ante todo una
negativa a infligir un dolor innecesario. De hecho, dice Pinker, la meta de
una sociedad pacífica y próspera es minimizar el uso del dominio, que
conduce a la violencia y al despilfarro, y maximizar el uso de la
reciprocidad, que conduce a conseguir de los tratos unas ganancias que
benefician a todos. Ciertamente, frente a las soflamas de los agoreros, la
realidad humana actual – incluso en las sociedades más violentas – es
mucho menos violenta que la existente hace pocos siglos. Se acusa a los
medios de comunicación y a la industria de la diversión de inducir a
comportamientos violentos cuando, en realidad, tienen poco o ningún
efecto sobre el comportamiento violento de las personas. Como hemos
visto, la gente era mucho más violenta en los siglos anteriores a la
invención del cine, y de la televisión; por otra parte, los niños son
violentos mucho antes de que dispongan de juguetes bélicos o estén
sometidos a estereotipos culturales.
Si, en general, los comportamientos humanos individuales han ido
reduciéndose a lo largo de la historia, es cierto que durante los dos últimos
siglos se han producido lo que podríamos definir como experimentos
totalitarios que ampliaron el uso de la violencia social – institucionalizada
o no – a una escala sin precedentes en la historia de la humanidad. En
cualquier sociedad organizada siempre ha existido un cierto grado de
violencia gubernamental o del Estado, así como la que surge como
respuesta a la anterior. Sin embargo, la violencia organizada en los dos
últimos siglos y, muy particularmente, en el siglo XX están relacionadas
directamente con la magnificación exponencial del poder destructivo
proporcionado por la tecnología.
Hannah Arandt964 ha estudiado la relación existente entre violencia y
política. Para Arendt, la violencia es siempre muda, lo que no implica
necesariamente que sea irracional; en cambio, la política, la acción
conjunta, es per se, lingüística, pues parte de la pluralidad y se establece
gracias al discurso. La violencia sigue la lógica de los medios-fines, por lo
963 Steven Pinker. La tabla rasa
964 Hannah Arendt. Sobre la violencia
que no es extraño que los medios acaben devorando al fin y que las
consecuencias de las acciones humanas escapen a su control. La violencia
no necesita el apoyo de la mayoría e incluso puede adoptar la forma de
uno contra todos. La violencia es instrumental por naturaleza; como todos
los medios, necesita siempre la guía y justificación por medio del fin que
persigue. No obstante, la violencia – concluye Arendt – aunque puede ser
justificada, nunca será legítima.
Nietzsche965 afirmaba que la lucha de las opiniones no es la que ha
hecho la historia tan violenta, sino más bien la lucha de la fe en las
opiniones, es decir, de las convicciones. Y en ello, las religiones, sin duda,
tienen un papel capital. René Girard 966 decía que solo la tradición
judeocristiana ha sido capaz de narrar y descubrir los mecanismos de
violencia que subyacen a toda sociedad y sus instituciones, incluida la
religión. Para Girard, los mitos afirman que la víctima es culpable,
mientras que los relatos bíblicos dicen una y otra vez que no, aunque a
primera vista ambos relatos sacralizadores de la violencia no difieran en
nada. Lo nuevo y decisivo es que la historia se va escribiendo desde el
punto de vista de los oprimidos.
Según Girard, el deseo va emparejado con la violencia, hasta el punto
de afirmar que el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 a los
Estados Unidos fue menos motivado por la defensa del derecho a la
diferencia cultural o para denunciar la arrogancia americana, que por el
deseo de los fanáticos de apropiarse las cualidades del enemigo, en este
caso, el poder de los Estados Unidos. Para Girard, son las instituciones y
la propia sociedad las llamadas a solucionar la violencia humana, hasta el
punto de que conformar una sociedad viene a significar el control de esta
violencia, a veces reconduciendo la de todos contra todos a una forma de
violencia de todos contra a uno solo: la estrategia del chivo expiatorio.
Centralizar las tendencias violentas compartidas de las personas en un
objetivo común ha sido históricamente una forma de control social muy
eficaz, ciertamente... aunque casi siempre muy injusto y alienante.
965 Friedrich Nietzsche. Humano, demasiado humano
966 René Girard. La violencia y lo sagrado
Hace 500 años, Francisco de Vitoria 967, considerado como padre del
derecho internacional y precoz precursor de lo que hoy se conoce como
derechos humanos, llamaba la atención sobre la tentación de justificar el
empleo de medios violentos para imponer una determinada fe religiosa o
cualquier otra creencia supuestamente beneficiosa, mediante el ejercicio
de la violencia, porque ello suponía la violación de la conciencia personal,
la intimidad más sagrada del ser humano. Vitoria aseguraba que la
violencia para imponer la fe es contraria al Evangelio y que la guerra no es
argumento en favor de la verdad de la fe cristiana; lo único que puede
llegar a conseguir es que las personas finjan creer en algo que, en realidad,
no creen; esto, en opinión de Vitoria, es abominable y sacrílego.
Podríamos, sin duda, extrapolar lo sostenido por Vitoria a cualquier
religión o ideario político, hace quinientos años o ahora mismo.
En definitiva, puede que Caín esté incrustado entre nuestros genes
más primitivos, pero no está solo: Abel también está presente y ha sido
capaz de neutralizar e incluso revertir las tendencias más violentas del ser
humano a lo largo de su evolución y de la historia, pese a algunos atroces
tropiezos.
V IRTUD
Creo que una persona virtuosa es aquella que, más que aptitudes
particulares elevadas, tiene una actitud especial para aprovechar todas sus
aptitudes innatas y adquiridas con el fin de construir la felicidad propia y
también la ajena.
Toda la ética de Sócrates gira en torno a su concepción de la virtud, en
cuyo seno se encuentra la felicidad. La identifica con el conocimiento y,
en consecuencia, el vicio aparece como consecuencia de la ignorancia; sin
embargo, ese conocimiento al que alude Sócrates y en que consiste la
virtud supera la concepción tradicional de descripción y comprensión de
los fenómenos, y lo extiende a lo que es el hombre y lo que es bueno y útil
967 Francisco de Vitoria. Relecciones teológicas
para él, la ética. Por eso, la razón debe siempre acompañar a la virtud,
pues para obrar bien es necesario saber qué es lo bueno; pero a quien
afirma saber qué es la virtud pero no la pone en práctica, Sócrates le
contesta que ese conocimiento es imperfecto porque le impide disfrutar de
su principal consecuencia: la felicidad.
Platón968 recopiló un total de cuatro virtudes principales o cardinales,
entre las que dio prevalencia a la justicia por considerarla la fundante y
preservante de las demás: prudencia, fortaleza y templanza.
Para Aristóteles969 las virtudes son rasgos del carácter propios de cada
persona, que predisponen a ésta a actuar de una determinada manera en
determinadas circunstancias. Es tan clásica como discutible la visión
aristotélica de la virtud como punto medio entre dos extremos: el valor,
entre la cobardía y la temeridad; el ingenio, entre la zafiedad y la
bufonería, etc. Frente a la máxima aristotélica, a veces la virtud alcanza su
mayor valoración moral justamente cuando se toca el extremo,
especialmente cuando es el resultado de poner el esfuerzo por encima de la
pereza, cuando por alcanzar un objetivo, el hombre se eleva sobre sí
mismo y doblega las dificultades. En este sentido, el propio Aristóteles
siente un especial interés por la acción más que por la simple conducta.
En épocas posteriores, el cristianismo asumió como propias las
virtudes cardinales platónicas, a las que consideró como hábitos
adquiridos por la persona que la predisponen a conocer en profundidad,
gracias la razón iluminada por la fe, y a actuar consecuentemente.
Además, incorporó otro grupo de virtudes a las que denominó teologales
(fe, esperanza y caridad), que son infundidas por Dios en la inteligencia y
voluntad humanas.
Un aspecto que se ha resaltado en todas las épocas es la relación
continua que exige la virtud entre el conocimiento y la acción. Frente a la
afirmación de Nietzsche de que toda virtud se inclina a la estupidez y toda
estupidez a la virtud970, contrapongo mi convicción de que un idiota no es
968 Platón. La república
969 Aristóteles. Ética a Nicómaco
970 Friedrich Nietzsche. Más allá del bien y del mal
un virtuoso, como tampoco lo es un vago; también el renacentista
Giordano Bruno971 afirmaba que los hombres no son virtuosos en la edad
de oro de la pereza, porque hay mucha diferencia entre no ser vicioso y ser
virtuoso.
Lo que diferencia fundamentalmente virtud y vicio es la
predominancia de la voluntad por encima de cualquier circunstancia; pero
de una voluntad con una dirección definida, la meta del bien. Entre la
pasión y la adicción al juego o a cualquier otra forma de dominación de
los sentidos, existe una diferencia de tipo cualitativo; no se trata de una
cuestión de intensidad ni de equidistancia. La pasión enaltece la condición
del ser humano, siempre que sea ejercida desde su voluntad libre;
cualquier forma de adicción secuestra la voluntad y condena al hombre a
vivir vegetativamente, como un animal.
Así pues, el esfuerzo personal es tenido como parte esencial de la
virtud, incluso cuando a él añadimos el de los demás, el trabajo en equipo.
Pero apreciar el trabajo, las acciones o las ideas ajenas no significa tener
que renunciar a lo propio, especialmente si se tiene la sincera convicción
de su valor, aunque sin atravesar la sutil – pero real – frontera del orgullo
y de la vanidad. Desde luego, no comparto la afirmación de Nietzsche 972
de que toda virtud debe ser la propia invención de uno, la íntima defensa
y necesidad de uno; en cualquier otro sentido, solo es un peligro.
Decía Séneca que el verdadero fruto de las obras rectas es haberlas
hecho y no hay ningún premio digno de las virtudes fuera de ellas
mismas973 y que la virtud se marchita sin adversario, solo se ve cuán
grande es y cuánto vale cuando demuestra qué es lo que puede aguantar;
por eso, Séneca considera que es propio de un servil y cobarde marchar
por lugares seguros: la virtud anda por la cumbres974.
En definitiva, la virtud – en el estoicismo – no tiene más remedio que
ser su propio fin, su propia recompensa y su propio motivo. Como
971 Giordano Bruno. Expulsión de la bestia triunfante. De los heroicos furores
972 Friedrich Nietzsche. El Anticristo
973 Lucio Anneo Séneca. De la virtud
974 Lucio Anneo Séneca. De la providencia
indicaba Alasdair MacIntyre975, para los estoicos es fundamental la
creencia de que existe un modelo único de virtud y que el mérito moral
descansa simplemente en su total acatamiento. Comenta MacIntyre que la
cultura de la Biblia, a diferencia de la aristotélica, ofrece una respuesta
adicional, la del perdón, que se muestra a través de la virtud de la caridad;
esta incorporación es muy relevante y altera radicalmente la visión
aristotélica el concepto del bien del hombre; la comunidad en la que tal
bien se alcanza ha de ser una comunidad de reconciliación. El Nuevo
Testamento no solo alaba virtudes – fe, esperanza, caridad – de las que
Aristóteles nada sabe, ni hace alusión a la virtud aristotélica crucial, la
phronesis (algo así como la sabiduría prudente), sino que eleva a la
categoría de virtud a la humildad, una cualidad que Aristóteles
consideraba un vicio opuesto a la magnanimidad.
La virtud no debe confundirse con la excelencia, porque la primera
tiene componentes morales de los que la excelencia carece. La virtud
ilumina a quien la realiza, mientras que una excelencia mal entendida
puede acabar en obsesión y en comportamientos paranoicos, que hacen
infelices al individuo y a quienes le rodean. Montaigne 976 afirmaba que
quienes dicen que nunca hay exceso en la virtud, no tienen en cuenta que
no hay virtud en el exceso.
YO
Edmund Sinnott977 afirmaba que mente y cerebro son una unidad
indivisible, dos aspectos de la tendencia creativa, autorreguladora y
finalista que todo cuanto vive manifiesta; el cuerpo es un producto
material; la mente, el proceder controlado que de él emana, y la
conciencia, la experiencia que del mismo tenemos. Juan José Sanguineti 978
también defiende un modelo basado en la mutua interacción entre la mente
975 Alasdair MacIntyre. Tras la virtud
976 Michel de Montaigne. Ensayos
977 Edmund W. Sinnott. La biología del espíritu
978 Juan José Sanguineti. Filosofía de la mente
y el cerebro, en el que nuestro pensamiento está vinculado al cerebro en la
medida en que se relaciona con la sensibilidad.
Esta relación es ascendente y descendente; la sensibilidad –
percepción, memoria, imaginación, emoción – ofrece estímulos, espacios
y orientaciones al pensamiento deliberativo, el cual, a su vez, guía
activamente, con la voluntad, el dinamismo de la sensibilidad en la
dirección comunicada por la intencionalidad personal. Este intercambio
normal entre inteligencia y voluntad, y la sensibilidad implica una
programación motora y una conducta externa; si no hay alteraciones, tal
intercambio está controlado por la libertad. En definitiva, Sanguineti
afirma que la sensibilidad superior participa intrínsecamente en la
espiritualidad, y esta última, a su vez, como inteligencia y voluntad, no
lleva a término su dinamismo si no conecta concretamente con la
sensibilidad, es decir, llegando a la experiencia inteligente de lo concreto
con las consiguientes reacciones emotivas.
Vivir es poseerse a sí mismo como realidad, estando con las cosas en
la realidad, afirmaba Zubiri979, una autoposesión que empieza en el Yo; sin
éste no hay persona, sin el Yo no hay autopercepción. El Yo no es ningún
sujeto lógico ni un sujeto metafísico, dice Zubiri, es la actualización
mundanal de su sustantividad personal, que en cada instante tiene una
forma determinada, la personalidad.
Decía Hannah Arendt980 que el hombre que piensa lo hace en la vida
solitaria, en un diálogo de dos en uno que tiene presente el mundo de los
otros seres humanos, representado en el yo con el que el yo dialoga; es
más, ese dos en uno del pensamiento necesita a los demás para convertirse
otra vez en uno. Por eso, dice Arendt que la soledad, a diferencia de la
vida solitaria, es la pérdida del yo que no ve confirmada su identidad.
979 Xavier Zubiri. El hombre y Dios
980 Hannah Arendt. La condición humana
Para Zubiri981, el Ser consiste en la realidad permanentemente
actualizada, en el aspecto de afirmarse continuamente a sí mismo frente a
las demás formas de realidad, por lo que el Yo sería el acto por el que cada
ser humano se afirma a sí mismo como realidad personal frente a toda otra
realidad, incluyendo las otras realidades humanas. Por este motivo, cada
ser humano se encuentra vertido desde sí mismo hacia los demás y, al
mismo tiempo, esta versión afecta constitutivamente a su forma de
realidad. Esta forma de cómo el yo es afectado por el modo de ser de los
demás es lo que Zubiri denomina dimensión, la forma en que cada hombre
está modulado por su versión a los demás y cada persona está
codeterminada por las demás.
Martin Buber982 afirmaba, en este mismo sentido, que hombre real es
el que dice yo y al que se le dice tú. Por eso, el individuo es un hecho de la
existencia en la medida en que entra en relaciones vivas con otros
individuos; la colectividad es un hecho de la existencia en la medida en
que se edifica con vivas unidades de relación: el hecho fundamental de la
existencia humana es el hombre con el hombre; algo en lo que coincide
Carlos Beorlegui983, para el que el ser humano solo llega a conformarse
como un yo maduro y bien estructurado – una persona autónoma – dentro
de un ámbito interpersonal que le suministra la cultura, el lenguaje, una
cosmovisión y hasta la forma concreta de percibirse como un yo suficiente
y diferenciado.
981 Xavier Zubiri. La dimensión histórica del ser humano. Realitas I, 1972-1973.
Seminario Xavier Zubiri; Madrid, 1973, pp. 11-69.
http://www.zubiri.org/works/spanishworks/Dimensionhistorica.htm
982 Martin Buber. ¿Qué es el hombre?
983 Carlos Beorlegui. Antropología filosófica
Índice temático
Abducción:
Abnegación:
Aborto:
Absoluto:
Abstracción:
Aburrimiento:
Adaptación:
Adoctrinamiento:
Adolescencia:
Adulto:
Agresividad:
Agujero de gusano:
Aislamiento:
Alegría:
Álgebra:
Alienación:
Alma:
Altruismo:
Alucinaciones:
Amargura:
Ambigüedad:
Amistad:
Amor:
Analfabetismo:
Análisis:
Analogía:
Ancianidad:
Angustia:
Ansiedad:
Antítesis:
Antropología:
Aprehensión:
Aprendizaje:
Arbitrariedad:
Aritmética:
Arte:
Ateísmo:
Atención:
Autismo:
Autobiografía:
Autoconsciencia:
Autodistanciamiento:
Autoengaño:
Autoestima:
Autonomía:
Autoorganización:
Autoposesión:
Autoridad:
Autoritarismo:
Autosuficiencia:
Axioma:
Azar:
Barrunto:
Belleza:
Beneficencia:
Bien:
Bienaventuranzas:
Bienestar (Estado):
Big Bang:
Bioética:
Biología evolutiva:
Bondad:
Bosón de Higgs:
Budismo:
Campana de Gauss:
Campo de Higgs:
Caos:
Capitalismo:
Capricho:
Caridad:
Castigo:
Categorización:
Causalidad:
Cerebro:
CERN:
Certidumbre:
China:
Chivo expiatorio:
Ciencia:
Cinismo:
Ciudadanía:
Civilización:
Clemencia:
Clonación humana:
Colonialismo:
Compasión:
Complejidad:
Complicidad:
Compromiso:
Comunicación:
Comunismo:
Concentración:
Conceptos:
Conciencia:
Conducta:
Confianza:
Conflicto de intereses:
Conmutativa, propiedad:
Conocimiento:
Consenso:
Constitución:
Consuelo:
Contrato social:
Convencionalismo:
Convicciones:
Convivencia:
Corrupción:
Costumbres:
Creacionismo:
Creatividad:
Creencias:
Cristianismo:
Criterio:
Crítica:
Culpa:
Cultura:
Curiosidad:
Decisión:
Deducción:
Definición:
Deliberación:
Demagogia:
Democracia:
Demostración:
Depresión:
Derecha (política):
Derecho:
Derechos humanos:
Deseo:
Desesperación:
Desesperanza:
Desviación:
Determinismo:
Deuda:
Dialéctica:
Dignidad:
Dios:
Discusión:
Disciplina:
Disfrute:
Diversidad:
Diversión:
Dogma:
Dogmatismo:
Dolor:
Drogadicción:
Dualismo:
Duda:
Economía:
Educación:
Efecto
Egoísmo:
Emociones:
Emotivismo:
Empatía:
Empirismo:
Enemigo:
Enseñanza:
Ensoñaciones:
Ente:
Entropía:
Envejecimiento:
Envolvimiento:
Eoanthropus dawsoni:
Epigenética:
Error:
Erudición:
Escepticismo:
Escritura:
Esencia:
Espacio:
Esperanza:
Espíritu:
Espiritualidad:
Esquizofrenia:
Estadística:
Estado:
Estética:
Estoicismo:
Estupidez:
Eternidad:
Ética:
Etnicidad:
Europa:
Evidencia:
Evolución:
Excelencia:
Existencia:
Existencialismo:
Experiencia:
Experimentación:
Facticidad:
Falsación:
Falsedad:
Familia:
Fanatismo:
Fascismo:
Fe:
Felicidad:
Fenomenología:
Fermat, principio:
Fidelidad:
Filosofía:
Finalidad:
Firmeza:
Física cuántica:
Formalización:
Fortaleza:
Fractales:
Fraude:
Fruición:
Frustración:
Fundamentalismo:
Futuro:
Genoma:
Geometría:
Gilgamesh:
Globalización:
Gobierno:
Grecia:
Grito:
Hábitos:
Hedonismo:
Heinsenberg, principio de
incertidumbre:
Hijos:
Hiperformalización:
Hiperrealidad:
Hipótesis:
Historia:
Hombre:
Humanidad:
Humildad:
Humor:
Idealismo:
Idearios:
Ideas:
Identidad:
Ideología:
Idolatría:
Iglesia:
Ignorancia:
Iluminación:
Imaginación:
Imitación:
Impaciencia:
Imperialismo:
Imprecisión:
Impredecibilidad:
Impresiones:
Incertidumbre:
Incertidumbre, principio de
(Heisenberg):
Incompletitud (indecibilidad),
teoremas:
Inconsciente:
Indemnidad, principio:
Independencia:
India:
Indicio:
Indeterminación:
Indiferencia:
Individualismo:
Inducción:
Infinito:
Inflación cósmica:
Información:
Injusticia:
Inmortalidad:
Inspiración:
Instinto:
Instrumentalismo:
Intelectualismo:
Inteligencia:
Inteligencia artificial:
Inteligencia sentiente:
Internet:
Intersubjetividad:
Intolerancia:
Intuición:
Invención:
Investigación:
Ira:
Irreversibilidad:
Islam:
Izquierda (política):
Jesús de Nazaret:
Jubilación:
Judaísmo:
Juego:
Juicio:
Justicia:
Kénosis:
Laicismo:
Lealtad:
Lectura:
Legitimidad:
Lenguaje:
Ley:
Ley (científica):
Leyendas:
Liberalismo:
Libertad:
Libre albedrío:
Literatura:
Llanto:
Locura:
Lógica:
Maestro:
Magnitud:
Mal:
Maldad:
Marxismo:
Masa:
Matemática:
Materia:
Materialismo:
Matrimonio:
Meditación:
Melancolía:
Memoria:
Mente:
Mentira:
Mercado:
Mestizaje:
Metafísica:
Metempsicosis:
Método:
Miedo:
Milagros:
Miseria:
Misericordia:
Misterio:
Mística:
Mitos:
Modelos:
Modestia:
Moral:
Multiverso:
Muerte:
Multiverso:
Música:
Nación:
Nacionalismo:
Navaja de Ockham:
Necedad:
Negligencia:
Neurociencia:
Neuronas:
Neuronas espejo:
Neurosis:
Normalidad:
Novela:
Números:
Objetividad:
Obligación:
Observación:
Obsesión:
Obviedad:
Ocio:
Odio:
Ontología:
Opinión:
Optimismo:
Orden:
Orgullo:
Paciencia:
Palabra:
Paleontología:
Pánico:
Paradigma:
Paralogismo:
Partículas:
Partidos:
Pasado:
Patriotismo:
Paz:
Pecado:
Pedantería:
Peligro:
Pensamiento:
Perdón:
Personalidad:
Personeidad:
Pesimismo:
Placer:
Plank, constante:
Plausibilidad:
Pluralismo:
Pobreza:
Poder:
Política:
Positivismo:
Predictibilidad:
Predisposición:
Prejuicios:
Prepotencia:
Presente:
Productividad:
Profano:
Progreso:
Provisionalidad:
Prudencia:
Psicología:
Psicosis:
Química:
Racionalidad:
Racionalismo:
Raciovitalismo:
Racismo:
Raza:
Razón:
Realidad:
Realismo:
Rebelión:
Reciprocidad:
Redes sociales:
Reduccionismo:
Reencarnación:
Reflexión:
Refutación:
Regularidad:
Relatividad:
Relatividad, teoría:
Relativismo:
Religión:
Renacimiento:
Rencor:
Reproducibilidad:
Resentimiento:
Resignación:
Resiliencia:
Respectividad:
Responsabilidad:
Resurrección:
Revelación:
Revolución:
Rezar:
Riesgo:
Riqueza:
Risa:
Sabiduría:
Sagrado:
Salvación:
Sectarismo:
Selección natural:
Semejanza:
Semiótica:
Sencillez:
Sensibilidad:
Sentido:
Sentido común:
Sentido de la vida:
Sentimientos:
Ser:
Serenidad:
Sermón de la Montaña:
Silencio:
Simetría:
Simpleza:
Simultaneidad:
Sincretismo:
Singularidad:
Siniestro:
Síntesis:
Soberanía:
Soberbia:
Sobrecogimiento:
Sobrenatural:
Sobresalto:
Sociabilidad:
Socialismo:
Socialización:
Sociedad:
Sociobiología:
Sofisma:
Sofistas:
Soledad:
Solidaridad:
Sonrisa:
Sostenibilidad:
Subjetividad:
Sueños:
Suerte:
Suficiencia constitucional:
Sufrimiento:
Suicidio:
Sustantividad:
Tabús:
Talento:
Taoísmo:
Tecnología:
Templanza:
Tendencias:
Teología:
Teoría:
Teoría cuántica de campos:
Teoría de la mente:
Teoría del Todo:
Tercermundismo:
Termodinámica:
Terrorismo:
Tesis:
Texto:
Tiempo:
Tiranía:
Tolerancia:
Tontos:
Tópicos:
Totalitarismo:
Trabajo:
Tradición:
Tranquilidad:
Transfinito:
Transitividad:
Transmigración (del alma):
Transposones:
Trascendencia:
Trinidad:
Tristeza:
Universo:
Vacío cuántico:
Valentía:
Valores:
Vandalismo:
Vanidad:
Vejez:
Veracidad:
Verdad:
Verificación:
Vicio:
Vida:
Violencia:
Virtud:
Visión:
Vista:
Vitalidad:
Voluntad:
Vulnerabilidad:
Yin/Yang:
Yo:
Índice
bibliográfico
Abarca, Ramón
Introducción a la lógica
Acuña, Carlos
La percepción visual. La verdad está ahí fuera
Adorno, Theodor (y Max Horkheimer)
La industria cultural. Iluminismo como
mistificación de masas
Afanasiev, Victor
Fundamentos de filosofía
Agustín de Hipona
Confesiones
La verdadera religión
Ahmad Ibn Ata’Illah
El libro de la sabiduría (Kitab Al-Hikam)
Álava Reyes, María Jesús
La inutilidad del sufrimiento
Aquino, Tomás de
Sententia super Metaphysicam (Comentario a
la "Metafísica" de Aristóteles)
Arendt, Hannah
La condición humana
La tradición oculta
Los orígenes del totalitarismo
¿Qué es la política?
Responsabilidad y juicio
Sobre la revolución
Sobre la violencia
Argullol, Rafael
Visión desde el fondo del mar
Aristóteles
Del sentido y lo sensible. De la memoria y del
recuerdo
Ética a Eudemo
Ética a Nicómaco
Física
Organon
Arteta, Aurelio
Tantos tontos tópicos
Artigas, Mariano
Filosofía de la ciencia
Ayllón, José Ramón
Desfile de modelos. Análisis de la conducta
ética
Badiou, Alain
Elogio del amor
Ball, Philip:
Beyond the bond
Bangen, Katherine
Defining and assessing wisdom. A review of
the literature
Barbour, Ian
El encuentro entre ciencia y religión
Bargh, John A.
La mente inconsciente
Bauman, Zygmunt
Modernidad líquida
Beauregard, Mario
¿El cerebro se comunica con Dios?
Beauvoir, Simone de
El pensamiento político de la derecha
Beck, Ulrich
El normal caos del amor
La sociedad del riesgo hacia una nueva
modernidad:
Beorlegui, Carlos
Antropología filosófica
Benavente, Jacinto
Wikiquote
Berger, Peter
Risa redentora. La dimensión cómica de la
experiencia humana
Bergson, Henri
La risa
Bergua, Juan
Estampa socrática
Berns, Gregory (y cols.)
The price of your soul. Neural evidence for the
non-utilitarian representation of sacred
values:
Bertalanffy, Ludwig von
Robots, hombres y mentes. La psicología en
el mundo moderno
Boecio, Anicio Manlio Torcuato Severino
La consolación de la filosofía
Bohm, David
La totalidad y el orden implicado
Bonhoeffer, Dietrich
Resistencia y sumisión
Bossi, Laura
Historia natural del alma
Botton, Alain de
Religión para ateos
Bourdieu, Pierre
La distinción. Criterios y bases sociales del
gusto
Bouveresse, Jacques
¿Se puede no creer?
Bruno, Giordano
Expulsión de la bestia triunfante. De los
heroicos furores:
Buber, Martin
¿Qué es el hombre
Yo y tú
Bueno, Gustavo
¿Qué es la filosofía?
Bunge, Mario
La ciencia. Su método y su filosofía
Ser, saber, hacer
Butler, Robert Neil
Why Survive? Being Old in America
Capra, Fritjob
El tao de la física
La trama de la vida:
Caquot, André
El Judaísmo desde la cautividad de Babilonia
hasta la revuelta de Bar Kojba
Casaldáliga, Pedro
Espiritualidad de la liberación
Casona, Alejandro
La barca sin pescador
Castillo, José María
La humanización de Dios. Ensayo de
cristología
Certeau, Michel de
La invención de lo cotidiano
Chalmers, Alan
La ciencia y cómo se elabora
Chesterton, Gilbert Keith
El hombre común y otros ensayos sobre la
modernidad
Cicerón, Marco Tulio
Sobre el orador
Cioran, Emile Michel
Breviario de los vencidos
De lágrimas y de santos
Del inconveniente de haber nacido
Ejercicios de admiración
En las cimas de las desesperación
Collins, Francis
¿Cómo habla Dios?
Condorcet, Nicolás de
Archives parlamentaires
Coromines, Joan
Breve diccionario etimológico
Cortina, Adela
Ética civil y religión
Cotta, Sergio
La inocencia y el derecho
Cuéllar, Hortensia
Hacia un nuevo humanismo. Filosofía de la
vida cotidiana
Cuéllar, Santiago
Prevención sociosanitaria del suicidio
Damasio, Antonio
La sensación de lo que ocurre. Cuerpo y
emoción en la construcción de la conciencia:
Y el cerebro creó al hombre
Davies, Paul
Dios y la nueva física:
Dawkins, Richard
El gen egoísta
Dehaene, Stanislas (y cols)
Core knowledge of geometry in an amazonian
indigene group
Demolliens, Marie (y cols.)
• Social and asocial prefrontal cortex neurons: a
new look at social facilitation and the social
brain:
Derrida, Jacques
• ¡Palabra! Instantáneas filosóficas
Descartes, René
• Discurso del método
• Meditaciones filosóficas
Díaz, Guillermina
• Esbozo de una filosofía zubiriana de la
matemática
• Zubiri, Lakatos y la crisis godeliana del
fundamento matemático
Diener, Ed (y cols.)
• Personality, culture, and subjetive well-being.
Emotional and cognitive evaluation of live
Dou, Albert
• Fundamentos de la matemática
Eco, Umberto
• El nombre de la rosa
• ¿En qué creen los que no creen?
• La estructura ausente
Einstein, Albert
• Mis creencias
Eliade, Mircea
• Lo profano y lo sagrado
Ellacuría, Ignacio
• Filosofía de la realidad histórica
Epicuro de Samos
• Carta a Meneceo
Escohotado, Antonio
• Caos y orden
Éxodo (Antiguo Testamiento)
• Éxodo 21
Fahd, Toufic
• El Islam y las sectas islámicas
Feuerbach, Ludwig
• La esencia del cristianismo
Feyerabend, Paul
• Adiós a la razón
• Tratado contra el método
Feynman, Richard
• The Feynman lectures on physics
Fielding, Henry
• Tom Jones
Finkielkraut, Alain
• La derrota del pensamiento
Fraijó, Manuel
• A vueltas con la religión
Frankl, Viktor
• Búsqueda de Dios y sentido de la vida
• El hombre doliente
• El hombre en busca de sentido
• En el principio era el sentido
Franzen, Jonathan
• Más afuera
Fuster, Joaquín
• La memoria
Gadamer, Hans Georg
• Arte y verdad de la palabra
•
Verdad y método
Gage, Fred H. (y cols.)
• La singularidad de cada cerebro
Galbratih, John Kenneth
• Wikiquote
Galileo Galilei
• Diálogo sobre los dos sistemas máximos
Gandhi, Mahatma
• El evangelio de la no-violencia (Jean Marie
Müller)
García Norro, Juan José
• Relativismo moral
Gazzaniga, Michael
• ¿Qué nos hace humanos?
Giddens, Anthony
• Sociología
Girard, René
• La violencia y lo sagrado
Gleiser, Marcelo
• ¿Cuánto podemos saber?
Goleman, Daniel
• Inteligencia emocional
Gombrowicz, Witold
• Curso de filosofía en seis horas y cuarto
Gómez, José María (y cols.)
• The phylogenetic roots of human lethal
violence
González García, Moisés
• Introducción al pensamiento filosófico.
Filosofía y modernidad
González-Carvajal, Luis
• Ésta es nuestra fe
Gottlieb, Annie
• Do you believe in Magic? Bringing the sixties
back home
Gracia, Diego
• Problemas filosóficos en genética y
embriología
• Procedimientos de decisión en ética clínica
Gramsci, Antonio
• Indifferenti
Griffin, James
•
•
Henry, Michel
• Palabras de Cristo
Hobbes, Thomas
• Elementos de derecho natural y político
•
•
Teoría ética
Guardini, Romano
• Cartas sobre la formación de sí mismo
Encuentro y formación
Gubern, Román
• Metamorfosis de la lectura
Guitton, Jean
• Mi testamento filosófico
Gutiérrez, Claudio
• Conocimiento científico y sentido común
Nueve ensayos epistemológicos
Habermas, Jürgen
• Ciencia y técnica como ideología
•
•
•
•
•
•
•
Conocimiento e interés
Facticidad y validez
La psique «al termidor» y el renacimiento de la
subjetividad rebelde
Pensamiento postmetafísico
Perfiles filosófico-políticos
Sobre Nietzsche y otros ensayos
Teoría de la acción comunicativa
Haught, John F.
• Dios y el nuevo ateísmo
Hawking, Stephen (y Leonard Mlodinow)
• La escurridiza teoría del todo
Hayek, Friedrich
• Camino de servidumbre
•
El orden sensorial
Hegel, Georg Wilhelm Friedrich
• Fenomenología del espíritu
Heidegger, Martin
• Caminos del bosque
•
Ser y tiempo
Heisenberg, Werner
• Física y filosofía
Held, David
• Transformaciones globales. Política, economía
y cultura
•
Leviatán o la materia, forma y poder de una
república eclesiástica y civil
Hobsbawm, Eric
• Naciones y nacionalismo desde 1780
Hobson, John Allan
• El cerebro soñador
Los sueños como delirio. Cómo el cerebro
pierde el juicio
Horkheimer, Max
• Teoría crítica
Horkheimer, Max (y Theodor Adorno)
• La industria cultural. Iluminismo como
mistificación de masas
Hume, David
• Diálogos sobre la religión natural
•
•
Tratado de la naturaleza humana
Tratado del entendimiento humano
Ioannidis, John P.A.
• Una epidemia de falsos positivos:
Jares, Xesús
• Educación para la paz
Jaspers, Karl
• Filosofía
Jordan, Kerry
• The multisensory representation of number in
infancy
Juan (Evangelista)
• Evangelio según San Juan
Judt, Tony
• Algo va mal
Jung, Carl Gustav
• Psicología y religión
Kaku, Michio
• Física de lo imposible
Kant, Immanuel
• Cómo orientarse en el pensamiento
•
•
Crítica de la razón pura
•
•
Opere
Fundamentos para una metafísica de las
costumbres
Keynes. John Maynard
• Breve tratado sobre la reforma monetaria
Khalil Gibran, Gibran
• El Profeta
Kierkegaard, Soren
• O lo uno o lo otro
Temor y temblor
Koch, Christoph
• ¿Qué es la consciencia?
Koestler, Arthur
• En busca de la utopía
Kolakowski, Leszek
• Filosofía marxista y realidad nacional
Koyré, Alexandre
• Introducción a la lectura de Platón
Krugman, Paul
• ¡Acabad ya con esta crisis!
•
Fundamentos de economía
Kuhlmann, Meinhard
• ¿Qué es real?
Kuhn, Thomas
• La estructura de las revoluciones científicas
Kundera, Milan
• El telón
•
Los testamentos traicionados
Kurzweil, Ray
• La singularidad está cerca
Laín Entralgo, Pedro
• Creer, esperar, amar
Lersch, Philipp
• La estructura de la personalidad
Levinas, Emmanuel
• Totalidad e infinito
Levítico (Antiguo Testamento)
• Levítico 12, 2-5
Lewis, Clive Staples
• El problema del dolor
•
Los milagros
Leys, Simon
• La felicidad de los pececillos
Lipman, Matthew
• Pensamiento complejo y educación
Locke, John
• Ensayo sobre el entendimiento humano
•
Segundo tratado sobre el gobierno civil. Un
ensayo acerca del verdadero origen, alcance
y fin del gobierno civil
López Aranguren, José Luis
• De ética y de moral
Lorenz, Konrad
• Los ocho pecados mortales de la humanidad
civilizada
Lucas (evangelista)
• Evangelio según San Lucas
Machado, Antonio
• Campos de Castilla
•
Juan de Mairena
Machiavelli, Niccolò
• El príncipe
MacIntyre, Alasdair
• Tras la virtud
Marcel, Gabriel
• Diario metafísico
•
•
•
El misterio del ser
•
•
Ensayos sobre política y cultura
Los hombres contra lo humano
Ser y tener
Marcuse, Herbert
• El hombre unidimensional
Un ensayo sobre la liberación
Marina, José Antonio
• Anatomía del miedo. Un tratado sobre la
valentía
• Aprender a convivir
•
•
•
•
•
•
•
Elogio de la compasión
La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de
la estupidez
La pasión del poder. Teoría y práctica de la
dominación
Las arquitecturas del deseo
Los sueños de la razón
Pequeño tratado de los grandes vicios
¿Por qué soy cristiano? Teoría de la doble
verdad
Marx, Karl
• Tesis sobre Feuerbach
Marx, Karl (y Friedrich Engels)
• El manifiesto del partido comunista
Maslow, Abraham
• Motivación y personalidad
Mateo (evangelista)
• Evangelio según San Mateo
Mello, Anthony de
• Autoliberación interior
•
•
Despierta
La oración de la rana
Migot, André
• Caravana hacia el Buda
Miles, Robert
• Racism after “race relations”
Mill, John Stuart
• El utilitarismo
•
Sobre la libertad
Monserrat, Javier
• El cerebro. Una máquina de pensar
•
•
•
•
El enigma de la visión. ¿Está el mundo en mi
cabeza?
Engramas neuronales y teoría de la mente.
Pensamiento
Génesis evolutiva de la representación y del
conocimiento
Hacia un nuevo concilio
•
•
La ciencia orienta sobre la cuestión de Dios
La razón científico-filosófica nos deja en el
enigma
Montaigne, Michel de
• Ensayos
Moreno, Ricardo
• Panfleto antipedagógico
Morin, Edgar
• El método 3. El conocimiento del conocimiento
•
El método 5. La humanidad de la humanidad.
La identidad humana
• El paradigma perdido
Morón, Ciriaco
• Las humanidades en la era tecnológica
Moyer, Michael
• ¿Es digital el espacio?
Müller-Hill, Benno
• La ciencia del exterminio
National Commission for the Protection of
Human Subjects of Biomedical and
Behavioral Research
• The Belmont Report
Navascués. Miguel
• Teorías supracuánticas
Newman, John Henry
• Carta al duque de Norfolk
•
La fe y la razón
Nietzsche, Friedrich
• El Anticristo
•
•
•
•
•
•
El crepúsculo de los ídolos
El libro del filósofo
Humano, demasiado humano
La gaya ciencia
La genealogía de la moral
Más allá del bien y del mal
Nogués, Ramón María
• Cerebro y trascendencia
Oliver, Antonio
• Desde el hombre hacia Dios
Onfray, Michel
• Tratado de ateología
Ortega y Gasset, José
• El espectador
•
•
•
•
•
El hombre y la gente
Ideas y creencias
La rebelión de las masas
Unas lecciones de metafísica
Verdad y perspectiva
Ortiz, José Ramón
• El concepto de infinito
Pablo de Tarso
• Primera carta de los colosenses
Pagola, José Antonio
• Jesús. Aproximación histórica
Pániker, Salvador
• Ensayos retroprogresivos
Panikkar, Raimón
• El mundanal silencio
Pannenberg, Wolfhart
• La revelación como historia
Pardo, José Luis
• Estudios del malestar
•
La regla del juego
Pascal, Blaise
• Pensamientos
Peirce, Charles
• Collected papers
Penrose, Roger
• El camino de la realidad. Una guía completa
de las leyes del universo
• La nueva mente del emperador
Pérez de Laborda, Alfonso
• Estudios filosóficos de historia de la ciencia
Pinker, Steven
• La tabla rasa
Platón
• Apología de Sócrates
•
Critón
•
•
•
Gorgias
La república
Parménides
Poincaré, Henri
• El valor de la ciencia
•
Sobre la ciencia y su método
Politzer, George
• Principios elementales de filosofía
Popper, Karl R.
• Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del
conocimiento científico
• La crítica de Kant y la cosmología
•
•
•
La historia de nuestro tiempo. Una visión
optimista
La opinión pública y los principios liberales
Sobre las fuentes del conocimiento y de la
ignorancia
• Utopía y violencia
Potter, Van Rensselaer
• Bioethics. Bridge to the future
Provine, Robert
• Laughing, tickling, and the evolution of speech
and self
Puech, Henri-Charles
• Historia de las Religiones. Las religiones
antiguas (I)
Puerto Sarmiento, Francisco Javier
• Historia y memoria
Rahner, Karl
• Curso fundamental sobre la fe. Introducción al
concepto de cristianismo
Ratzinger, Joseph
• Introducción al cristianismo
•
Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los
participantes en la Asamblea General de la
Academia Pontificia para la Vida
Rawls, John
• Teoría de la justicia
Revel, Jean François
• El conocimiento inútil
•
El monje y el filósofo (+ Matthieu Ricard)
Revilla, Juan Carlos
• Los anclajes de la identidad personal
Reyes, Román
• Diccionario crítico de ciencias sociales
Ribera, Juan Antonio
• Lo que Sócrates diría a Woody Allen
Ricoeur, Paul
• El discurso de la acción
Rodríguez Luño, Ángel
• Ética general
Rodríguez Panizo, Pedro
• La herida esencial
Rosenblum, Bruce (y Fred Kuttner)
• El enigma cuántico
Rousseau, Jean Jacques
• El contrato social
Rouvroy, Claude-Henri de
• Le cathécisme des industriels
Rubia, Francisco J.
• El cerebro nos engaña
•
El fantasma de la libertad. Datos de la
revolución neurocientífica
• La revolución neurocientífica
Ruelle, David
• El cerebro de los matemáticos:
Russell, Bertrand
• Escritos básicos
•
•
•
La conquista de la felicidad
Los problemas de la filosofía
¿Por qué no soy cristiano?
Sabreli, Juan José
• El asedio a la modernidad
Sanbonmatsu, David M. (y cols.)
• Who multi-tasks and why? Multi-tasking ability,
perceived multi-tasking ability, impulsivity,
and sensation seeking
Sánchez Ferlosio, Rafael
• Vendrán más años malos y nos harán más
ciegos
Sánchez-Migallón, Sergio
• Fenomenología
Sanguineti, Juan José
• Dolor
•
Filosofía de la mente
Sartre, Jean Paul
• El existencialismo es un humanismo
•
•
El ser y la nada
•
•
•
•
Ética para Amador
•
•
•
•
•
De la clemencia al emperador Nerón
La náusea
Savater, Fernando
• El valor de educar
La vida eterna
Las preguntas de la vida
Sin pensamiento crítico (entrevistado por
Amelia Castillo)
• Voltaire contra los fanáticos
Scheler, Max
• El puesto del hombre en el cosmos
Schlott, Karin
• El despertar del pensamiento
Schopenhauer, Arthur
• El mundo como voluntad y representación
Schütz, Alfred
• El problema de la realidad social
Schweitzer, Albert
• El camino hacia ti mismo
Séneca, Lucio Anneo
• Consolación a Hevia
De la providencia
De la tranquilidad del ánimo
De la virtud
Sobre la prudencia
Sennett, Richard
• La corrosión del carácter
Sequeiros, Leandro
•
Hay que tender puentes entre ciencia, filosofía
y religión
Sesboüé, Bernard
• El hombre actual quiere un acto de fe que sea
inteligente
Shannon, Claude Elwood
• A mathematical theory of communication
Sinnott, Edmund
• La biología del espíritu
Smith, Adam
• La riqueza de las naciones
Smith, Christian
• Moral believing animals
Sontag, Susan
• Ante el dolor de los demás
Spaemann, Robert
• Ética. Cuestiones fundamentales
Spinoza, Baruch
• Ética
•
•
Tratado de la reforma del entendimiento
•
•
Las piedras hambrientas
Tratado teológico-político
Stein, Edith
• Naturaleza, libertad y gracia
Steiner, George
• Lecciones de los maestros
Stewart, Ian
• Historia de las matemáticas en los últimos diez
mil años
Susskind, Leonard
• Los límites del conocimiento (entrevistado por
Peter Byrne)
Tagore, Rabindranath
• La casa y el mundo
Ofrenda lírica
Taleb, Nissan Nicholas
• El cisne negro
Tattersall, Ian
• Hacia el ser humano. La singularidad del
hombre y la evolución
Teilhard de Chardin, Pierre
• El fenómeno humano
Torres Queiruga, Andrés
• Recuperar la creación. Por una religión
humanizadora
Trías, Eugenio
• Lo bello y lo siniestro
Udías, Agustín
• Ciencia y religión. Dos visiones del mundo
Unamuno, Miguel de
• Del sentimiento trágico de la vida
•
•
Diario íntimo
En torno al casticismo
Valderas, José María
• La cultura, nuevo genoma
Valk, Sofie (y cols.)
• Structural plasticity of the social brain.
Differential change after socio-affective and
cognitive mental training
Valois, Nicolás
• Los cinco libros. Libro II
Vargas Llosa, Mario
• La civilización del espectáculo
Vicente, José Miguel de
• Fundamentos biológicos del derecho natural
Vidal, César
• El problema del mal en la naturaleza y en la
vida del hombre
Vitoria, Francisco de
• Relecciones teológicas
Vitoria, María Ángeles
• Positivismo
Voltaire (François-Marie Arouet)
• Cartas filosóficas
Waismann, Friedrich
• Mi perspectiva de la filosofía
Watson, Peter
• Ideas. Historia intelectual de la humanidad
Weil, Simone
• Echar raíces
Wharton, Edith
• Una mirada atrás
Wittgenstein, Ludwig
• Investigaciones filosóficas
•
Tratado lógico-filosófico
Zaehner, Robert
• The convergent spirit. Towards a dialectic of
religion
Zambrano, María
• Claros del bosque
Zubiri, Xavier
• El hombre y Dios
•
El origen del hombre
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Espacio, tiempo, materia
Inteligencia sentiente. Inteligencia y razón
Inteligencia sentiente. Inteligencia y realidad
La dimensión histórica del ser humano
Notas sobre la inteligencia humana
Reflexiones filosóficas sobre lo estético
Sobre el sentimiento y la volición
Sobre la esencia
Sobre la realidad
Sócrates y la sabiduría griega
Tres dimensiones del ser humano individual,
social, histórica