Revista de la Facultad de Artes Y Humanidades
FOLIOS
MARTHA ENNA RODRÍGUEZ∗
Because the world is round it turns me on. Because the wínd is hig, it
blows my mind. Because the sky is b lue, it makes me cry.
(LENNON-MCCARTNEY).
Uno de los problemas de la musicología ha sido el de la determinación de su
objeto y métodos de estudio; aunque actualmente se puede pensar que está más
cerca el momento de ver alguna luz, lo que interesa para el presente artículo tiene
que ver con aquello que se articule con el trabajo del docente de Historia de la
Música.
Probablemente muchos coincidimos en que únicamente en sentido vulgar,
historia significa pasado; personalmente creo que si ello se aplica a la Historia de
la Música el absurdo es obvio. En ningún momento como en el siglo XX han tenido
vigencia las más diversas manifestaciones de lo musical y cada vez es más
evidente: los nuevos músicos están escuchando y estudiando géneros no
académicos, el interés por la música es más genuino entre los jóvenes y el
contraste que significaba incompatibilidad de géneros, para muchos ya no existe.
Cada vez más, la tendencia de la academia es la experimentación; los ejecutantes
son puestos frente a la necesidad de la improvisación, aquella que convierte al
intérprete en asociado del compositor en repertorios como el barroco, el jazz y la
música aleatoria, por ejemplo. Fluidez, dominio y versatilidad son los nuevos
objetivos de la profesionalización musical. A nivel mundial, conservatorios,
escuelas de música y universidades que no preparan a los estudiantes para
manejar nuevas tendencias, están produciendo músicos que nadie empleará.
La crisis de los años 60, con el surgimiento del rock, el drástico descenso de
ventas de grabaciones de música clásica y los mínimos niveles de asistencia a
conciertos, sacudió la tranquila placidez de la tradición musical.
Actualmente podemos decir que la sacudida no ha conmovido tanto como es
deseable y que algunos refugios han permanecido firmes, defendiendo la historia
como pasado y mostrando la música de ese pasado como la del futuro. Lo más
interesante es el papel preservador que tanto la musicología como la educación
musical tienen en este proceso.
∗
Profesora del Departamento de Bellas Artes de la Universidad Pedagógica Nacional.
Universidad Pedagógica Nacional
Segunda época, No. 3 – Segundo semestre de 1992
UNA HISTORIA SOBRE LA MUSICA
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En el principio era Forkel con su biografía aduladora de Johann Sebastian Bach
“Über Johann Sebastian Bach Leben” (1802); la aparición de esa obra marca el
momento en el que la música adquiere un nuevo sentido para su propia historia.
Desde Aristoxeno (siglo y a de J. C.) hasta comienzos del siglo XVIII los
escritos sobre música buscaban establecer la afinación de las escalas, su
organización en modos, los intrincados sistemas de flotación de la Edad Media, el
sonar simultáneo de voces del Renacimiento, consonancias y disonancias, los
acordes y su manera de relacionarlos. Pero incluso con el peso de la matemática,
la filosofía y otros conocimientos menos convencionales para nosotros, nunca la
teoría de la música se había aliado con estudios de tipo histórico.
Volvamos a Forkel; su biografía de Bach, homenaje póstumo basado en
testimonios de hijos y discípulos, promovió lo que Mendelssohn lograría completar,
la resurrección definitiva del cantor de Santo Tomás de Leipzig.
Ernst Theodor Wilhelm Hoffman (1776-1822) quien se cambió el tercer nombre
por el de Amadeus (en homenaje adivine el lector cuál compositor), encontró
nuevas justificaciones al naciente interés histórico, la primera de ellas, el novedoso
término “Estética” con el que se pretendía establecer una situación jerárquica de
las “artes”. Dentro de esa caracterización la música fue considerada como una
estructura autónoma de sonido con sus connotaciones de presentimiento de lo
sublime, conmovedor y agradable; de alguna manera, si el compositor escribía así
no era únicamente por su causa sino que respondía a fuerzas más grandes que él;
con la ayuda de John Locke, tal poder se denominó como “dictado trascendente”.
Hoffman encontró entonces en las obras de Haydn y Mo zart la cristalización de
un nuevo ideal estético y las catalogó como “románticas”, llegó a la convicción de
que la música instrumental autónoma podía penetrar en los dominios del espíritu”,
la esfera más alta de la significación humana. Más que las obras de Haydn y
Mo zart, fueron para Hoffman las sinfonías de Beethoven los ejemplos más
sublimes de esa sensación.
La música (instrumental autónoma) fue el arte paradigmático para los
románticos; libre y desvinculado de manifestaciones mundanas como la representación (pintura) o la denotación (literatura).
Todo lo anterior, que actualmente no tiene por qué parecernos novedoso
(muchos piensan así todavía), sirvió para conformar el panteón de glorias
inmortales al que estamos acostumbrados.
Un personaje del siglo XIX afirmó, y en ello fue vocero de muchos, que todas
las artes aspiran a la condición de la música. Por mucho que impacte la afirmación
sólo se refería a la música instrumental y no a aquella asociada a la danza, a la
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Eternidad: me pregunto cómo, sin perder la razón, he podido articular tantas
veces esa palab ra.
(E. M. CIORAN. Fluctuaciones).
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liturgia o
a textos dramáticos; es decir, a las sinfonías, no a los himnos, a los
valses o a las cantatas y óperas.
(SAN AGUSTÍN, Confesiones XXIV).
E.T.A. Hoffman mezcló para su estudio de la música de Beethoven, por un lado,
las fuentes que le proporcionó la metafísica de lo sublime, y por otro, las fuentes
técnicas de su unidad. Esto último quiere decir que en el análisis de cada obra
buscó la razón de la coherencia estética. ¿Cómo funcionaba la obra? Para saberlo
era preciso someterla a operaciones tales como descripciones, reducciones y
demostraciones técnicas. Todo el procedimiento fue realizado con la ayuda del
título: la teoría organicista. Tal hipótesis científica provenía de las ciencias
naturales (perdónenme si uso mal el término, pero soy especialista en otro tema) y
planteaba la íntima relación entre los elementos que constituían un organismo. La
coherencia del sistema precisaba de cada célula por insignificante que pareciera
su función.
Y como cada vez que en arte se pretende demostrar incontrovertiblemente
algo, se acude a la “ciencia”, y el concepto de lo “orgánico” se toma prestado para
demostrar la coherencia científica de las obras musicales. Hoffman encontró por
esa vía, cómo la Quinta Sinfonía de Beethoven es una obra que crece desde una
célula — motivo único (la muy celebrada “llamada del destino”) — y se constituye
en un organismo vivo, único, irrepetible y perfecto.
Hasta el año de 1899 el repertorio que se escuchaba incluía exclusivamente
composiciones de la época. Con E.T.A. Hoffman y después de él, se instauró la
veneración por Haydn, Mo zart y Beethoven, pero el modelo no se quedó ahí:
siguió creciendo. Reintegrados ellos al siglo XIX, resucitó triunfante, como ya
mencionamos, Johann Sebastian Bach; el proceso continuó y trajo a los
antecesores de Bach, Scheidt, Schütz y Bu ztehude.
Lo que sucedía a Hoffman con la Quinta Sinfonía pronto se aplicó a toda la
música. La gran música creció provista de un “caldo” genético y pronto Bach no
podía haber existido sin Schütz, ni Mo zart y Ha ydn sin Bach, Beethoven sin Mozart ni Ha ydn..., el “caldo” genético era de origen alemán (historicista, organicista y
nacionalista); por consiguiente “historia de la música alemana” se convirtió en el
sentido exacto en ‘‘historia de la música”; no sobra decir que el modelo de
evolución orgánica de la música permanece como dogma. El análisis de las obras
se convirtió en tarea del musicólogo, y “Teoría y análisis” se instauró como materia
obligatoria de los currículos de conservatorios y facultades de música.
Cuando después de Schubert, Mendelssohn y Schumann surgió el problema
de la autenticidad de las líneas representadas por Wagner y Brahms, el inpasse
fue resuelto por Schonberg quien definiò la cuestión a favor del segundo.
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Porque allí donde hallé la verdad, allí hallé a mi Dios, la misma verdad, la cual
no he olvidado desde que la aprendí.
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Cualquier producto, — incluso artístico — deb e crearse, distrib uirse y
comprarse.
Parece obvio por lo escrito, que la musicología se orienta al estudio de la
música occidental. Con el tiempo nuevos repertorios han sido incorporados al
análisis, pero digo deliberadamente (y quizás perversamente) nuevos repertorios y
no repertorios nuevos. Antes y después de la Primera Guerra Mundial los teóricos
atacaban el romanticismo; después de la Segunda terminó el antirromanticismo, y
los musicólogos se aplicaron a la polifonía medieval y a la música del siglo XIX;
también se convirtieron en unos dogmáticos antimodernistas, con lo cual se
planteó un panorama bastante desolador. Los musicólogos desentrañando un
pasado esotérico y los compositores construyendo un futuro igualmente esotérico,
porque nadie quiso ocuparse de sus obras. En honor a la ética académica debo
mencionar como caso valiente y ejemplar el seminario del filosofo Guido Adler,
maestro de Schonberg, Webern, Egon Wellez, Karl Weigl y Paul Pisk, dedicado a
la problemática de la composición contemporánea (de comienzos y mediados de
siglo).
Durante el siglo XX, a partir de la experiencia del modernismo (basado en el
dodecafonismo) de Schònherg) comenzó la composición de vanguardia. Pero, y
eso es lamentable — al menos yo lo lamento — esa tendencia inteligente sirvió
como orientación básica de la teoría tonal. El surgimiento de la teoría tonal sólo
ocurrió cuando los productos subyacentes a la música tonal parecían estar siendo
atacados. Las obras de H. Schenker en Viena y de D. Francis Tovey en Londres
fueron obviamente concebidas como una defensa del orden antiguo.
No es defendible la posición de las teorías tonales. Ellas no fueron concebidas
por amor a la teoría y con el análisis jugando el papel de validación teórica; lo
importante para tales teorías ha sido validar un cuerpo de composiciones
musicales, defender los valores de la música que los teóricos aprecian.
Tales teóricos han sido explícitos respecto a las virtudes musicales que
valorizan; Scheuker se detuvo ante Liszt y Wagner, la musicología norteamericana
de los años sesenta investigaba preferentemente sobre música medieval, barroca,
Haydn, Mo zart y. en ínfima medida, sobre autores como Debussy.
La crisis del modernismo convirtió a los musicólogos en conservadores y a los
teóricos en reaccionarios.
Además del interés erudito, la musicología ha asumido como función el
preservar la tradición, o al menos contribuir a ella. La repercusión de esta situación
en la industria editorial, de producción de discos, de programación de conciertos, y
en la formación del público y de profesionales y un efecto en muchos otros
campos no son tema de este artículo.
Bogotá, septiembre de 1991.
Universidad Pedagógica Nacional
Segunda época, No. 3 – Segundo semestre de 1992
(ABR AM CHASINS: “La música en la encrucijada”).