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Universidad de Chile Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Antropología Topaín y Panire: Arquitectura y Patrones de Asentamiento en las Tierras Altas del Río Loa durante los Períodos Tardíos (900-1540 DC). Informe de práctica profesional Profesor guía: Mauricio Uribe Alumno: Simón Urbina Santiago, Enero 2007. 1 INTRODUCCIÓN Las ocupaciones humanas de la cuenca del río Loa constituyen un referente para comprender la historia regional de la vertiente occidental andina y zonas aledañas a la subárea circumpuneña (Schiappacasse et al. 1989; Tarragó 1989; Aldunate 1993, Uribe et al. 2002). A partir del siglo X DC, junto a la desintegración de Tiwanaku, se inicia el Período Intermedio Tardío (900-1450 DC) caracterizado por desarrollo de tradiciones culturales de índole regional que reconocemos en la formación grandes redes aldeanas dentro de amplios territorios como el sector cordillerano del Desierto de Atacama, el Noroeste argentino, el Altiplano Meridional boliviano y los Valles Occidentales (Núñez & Dillehay 1995[1978]). Precisamente en Atacama, el Período Intermedio Tardío es considerando como una época sensible de cambio, donde es posible de identificar tipos de asentamientos que sugieren la existencia de dos grandes tradiciones culturales, una altiplánica o de tierras altas y otra del desierto enraizada en los oasis piemontanos de Chiu-Chiu y Lasana, así como el los ayllus de San Pedro (Schiappacasse et al. 1989). No obstante, en la región arqueológica ubicada entre las cuencas del río Loa y el Salar de Atacama, el estudio interno o local de la época prehispánica tardía poseía evidentes desequilibrios y énfasis en otras clases de sitos, sobre todo funerarios, lo que influyó en una reconstrucción parcial de su historia (Uribe et al. 2002). Considerando este problema y al excelente estado de conservación superficial de los asentamientos prehispánicos tardíos, retomamos el estudio de dos sitios casi olvidados por la investigación actual, Topaín y Panire, con el objetivo de reevaluar a través de un estudio arquitectónico sistemático la dinámica ocupacional de las tierras altas del río Loa desde el siglo X en adelante. El panorama poblacional que discutimos en este trabajo considera la existencia de un sistema de movilidad/asentamiento e innovaciones constructivas promovidas por los grupos agroalfareros asentados en el perfil costa-altiplano en la región desde el Período Formativo (1400 AC y 900 DC) (Adán y Uribe 1995; Sinclaire 2004), que se combina con el ingreso de poblaciones provenientes del entorno circum Titicaca por la cuenca del río Salado, las que establecen un claro nexo con la vecina región de Lípez (Aldunate y Castro 1981; Castro y Martínez 1996). La visión aceptada de este encuentro, a partir del modelo de Murra (1972) y el trabajo efectuado en la aldea de Likán y en el Pucara de Turi, es que la presencia en pisos subpuneños de cerámica decorada negro sobre rojo (tipo Hedionda) y las instalación de chullpas o torreones de piedra de uso funerario, entierros en abrigos rocosos y extensos sistemas agrohidráulicos de canales, terrazas y camellones, respondía al descenso de colonias de origen altiplánico que, trasladando su cultura material, buscaban tierras maiceras más prosperas en las cabeceras de los ríos, controlando así los espacios ganaderos de altura y las mejores aguas para el riego que bajan desde los Andes (Aldunate 1993). Considerando que el problema étnico en el Norte Grande de Chile, será siempre materia de amplio debate, esta investigación1 se encuentra motivada por integrar y discutir las investigaciones precedentes a partir del trabajo de registro arquitectónico efectuado el año 2002 en los sitios de Topaín y Panire. Debido a que Topaín y Panire corresponden a dos asentamientos adscritos por analogía, a las tradiciones del desierto y altiplánica respectivamente (Pollard 1970; Castro et al. 1984; Alliende et al. 1993), esta práctica Esta práctica profesional deriva del proyecto FONDECYT 1000148: “Historia cultural y materialidad en la arqueología de los Períodos Intermedio Tardío y Tardío de San Pedro de Atacama y su relación con la cuenca del Loa. Santiago (2000). Dirigido por M. Uribe, L. Adán y C. Agüero. 1 2 profesional pretende presentar el estudio de localización, emplazamiento y organización del espacio edificado en los sitios trabajados con el fin de caracterizar y discutir el conjunto de elementos constructivos superficiales y las consecuencias culturales de su composición arquitectónica a fin de insertarlos en la historia regional prehispánica. CARACTERIZACIÓN DE LA ZONA DE ESTUDIO La región de estudio que hemos definido se denomina subregión río Salado (Aldunate et al. 1986), se eleva por sobre los 3000 msm y comprende las quebradas altas e intermedias que drenan desde las altas cumbres andinas hacia el curso del río Salado, hasta su encuentro con el río Loa. Estas dos ecozonas de quebradas integran un paisaje andino serrano (quechua) o de valles altos compuesto de cuatro pisos ecológicos subpuneños (Castro 2002). Se trata de la transición climática entre el desierto normal y el desierto marginal de altura donde se inicia nuevamente la vegetación arbustiva, lo que influye directamente en las adaptaciones bióticas y en la generación de asentamientos económicamente complementarios, por ejemplo, estancias y pueblos aglutinados (Op. cit.). El río Salado constituye el principal tributario del río Loa. Se origina a unos 4.200 metros de altura recogiendo aportes de aguadas frías y termales que nacen a los pies del volcán Tatio, y que derivan de aguas caídas en el lado oriental, mayormente en la estación de verano (Berenguer 2004). En su trayecto forma un gran valle orientado esteoeste, rodeado por imponentes volcanes nevados bajo los cuales domina una vegetación de tolar y pajonal junto a formaciones azonales como vegas y bofedales. Su recorrido finaliza cuando entrega sus aguas al río Loa, al sur del oasis de Chiu-Chiu. En la parte alta, este río toma el aspecto de una profunda quebrada con acantilados rocosos y taludes de distinta pendiente, que comienza a descender desde los Andes. No a poco andar se le une el río Toconce y luego el río Caspana; el primero, recoge también aguas de otro río, el Hojalar, mientras que el segundo lo hace del río Curte y el Talicuna. Aguas abajo, el río Salado capta las aguas estacionales de las quebradas de Panire y Cupo que se le unen 20 kilómetros después de pasar por el poblado de Ayquina. A la quebrada de Ayquina, por su parte, se dirigen las aguas de las importantes vegas de Huiculunche y la extensa vega de Turi. En términos productivos, durante el Intermedio Tardío se intensifica el uso disperso y variado de los espacios ecológicos de altura. Las quebradas intermedias sustentan un amplio y diverso potencial forrajero concentrado alrededor de la gran vega de Turi, donde se localiza el monumental pucara homónimo (Aldunate 1993). Por su parte, las quebradas altas -Cupo, Panire, Toconce y Caspana- ubicadas sobre los 3200 msm y tributarias del río Salado, corresponden a espacios de pastoreo estacional y donde también se aprovechan los taludes dejados por los cañones riolíticos para el emplazamiento de poblados permanentes y extensos sistemas agrohidráulicos (Aldunate y Castro 1981; Castro 1988; Alliende et al. 1993; Adán y Uribe 1995; Uribe y Adán 1995). Sobre los 4000 msm, las altas cumbres que tutelan la cuenca del río Salado, y que dan origen a las quebradas que drenan hacia el occidente, generan un imponente anfiteatro volcánico sacralizado por las poblaciones locales que habitan la región, señalándoles con el nombre de Mallkus. Junto a una evidente red de caminos y senderos entre las localidades mencionadas (Varela 1999), el espacio que delimita la subregión se comunica al oeste con los oasis de Chiu-Chiu, Lasana, y el resto de la cuenca del Loa 3 (p.e. Topater o Calama y Quillagua). En dirección sur lo hace con San Pedro de Atacama a través de la quebrada de Caspana y los ríos San Pedro y Vilama. Hacia el oriente se asciende a la región de Sud Lípez a través de numerosos portezuelos y abras localizados en la cordillera andina (p.e. Linzor). Por último, hacia el norte se encuentra el abra de Cupo que lleva hasta la cuenca del río San Pedro, permitiendo alcanzar localidades más lejanas como las vegas de Inacaliri cerca de la frontera con el altiplano o Santa Bárbara en Alto Loa (Figura 1). ANTECEDENTES La síntesis histórica del período para la región de estudio, señala la existencia de dos tradiciones de raigambre cultural distinta, una de tierras altas o altiplánica y otra del desierto para los oasis del Loa y San Pedro (Schiappacasse et al. 1989). La primera fue documentada a través de los estudios en el sitio de Likan en Toconce (Castro et al. 1979; Aldunate y Castro 1981; Berenguer et al. 1984), definiendo la tradición altiplánica como Fase Toconce (900-1300 DC) que además comprendía a Panire y Turi. Estos asentamientos evidenciaban el aporte de tierras altas por la presencia de cerámica de estilo post-Tiwanaku llamada Hedionda, el patrón constructivo tipo chullpa y sepulturas en abrigos rocosos en áreas acotadas de los poblados, lo que llevó a plantear un vínculo con los patrones arqueológicos de la vecina región de Lípez en el altiplano Meridional (Aldunate y Castro 1981; Arellano y Berberián 1981; Castro et al. 1984; Ayala 2000), estableciéndose una diferencia formal y espacial con los grupos locales de Atacama. En el Salar de Atacama, por el contrario, las investigaciones de Bittman y colaboradores (1978) apuntaron a la formación de una etnia atacameña hacia los momentos más clásicos del período, debido al uso de aldeas de barro dispersas en los oasis y pucaras en laderas de cerros, y aludiendo al predominio de cerámica roja violácea como indicador extensivo a toda la región. En su secuencia alfarera de contextos funerarios para San Pedro de Atacama, Tarragó (1989) formuló la Fase Yaye (950-1200 DC) con predominio de las escudillas Aiquina y Dupont; y luego la Fase Solor (1200-1470 DC) con cerámica rojo violácea, urnas Solcor-Solor y tipos foráneos como Tilcara,Yavi, Yura, Uruquilla y Hedionda. La misma alfarería, también llamada roja pintada fue considerada por Pollard (1970) como un importante indicador en la definición del Complejo Lasana para el Loa Medio, el cual durante su Fase II (800-1450 DC) estaría representada en los grandes asentamientos defensivos o pucaras de Lasana, Chiu-Chiu, Topaín y Turi (Cfr. Thomas 1978), acercando de esa forma los desarrollos de esta sección del Loa con los del Salar. De esta forma, mientras la historia cultural de la región del Loa Superior comenzó a construirse principalmente en base al patrón y sistema de asentamiento de los sitios habitacionales (Aldunate et al. 1986), las fases cronológicas para el Salar de Atacama fueron definidas a partir del estudio cerámico de contextos funerarios (Tarragó 1989). Paralelamente, se trataron sólo de manera nominal los asentamientos habitacionales como parte del modelo pueblos de paz y pueblos de guerra, cuestión que enfatizaba más que todo una visión reduccionista acerca de la presión externa ejercida por los reinos altiplánicos o aymaras sobre las culturas de Atacama (Latcham 1938; Le Paige 1958; 4 Montandón 1950; Mostny y González 1954; Bittman et al. 1978; Núñez 1992; Adán 2003; Uribe et al. 2002; Uribe y Adán 2003). Al respecto, investigaciones más recientes plantean que a diferencia del potente Período Medio presente en San Pedro, la cuenca del Loa Superior adquiere importancia desde los inicios del Intermedio Tardío debido a la cantidad y diversidad de clases de asentamientos que revierten o “rompen” con la situación previa, donde se observa un escaso, pero continuo registro ocupacional asociado a Tradiciones Tempranas o Formativas, que portando un modo de vida pastoril en el ámbito de quebradas altas, incorporan lentamente las innovaciones de las sociedades agropastoriles (Adán y Uribe 1995; Uribe y Adán 1995; Sinclaire 2004). En tal sentido, la historia de ambas cuencas aunque ha sido tratada como parte de situaciones distintas o dispares, parece ser parte de un mismo proceso cultural, o al menos homólogo del punto de vista histórico, con particularidades y matices locales innegables (Uribe y Adán 2003); cuestión que es retomada a partir de las ideas de los pioneros de la arqueología como Boman (1992[1908]), Uhle (1913) y Latcham (1938), entre otros (p.e. Montandón 1950). Dentro del mismo problema, la sistematización del comportamiento alfarero en la región posterior al 900 DC, sugiere la existencia de una vajilla culinaria homogénea a todo este espacio, denominada componente Loa-San Pedro (Uribe 1996, 1997, 2002). El conjunto de piezas estudiadas indica que en términos estilísticos y tecnológicos, esta clase de artefactos estaría siendo compartida por las sociedades tardías del Desierto de Atacama, situación que en cierta medida se haría extensa a la industria textil (Agüero 2001). Por lo tanto, reevaluar el viejo problema de qué es lo atacameño en términos materiales, cobra nuevamente vigencia en el estudio de los período tardíos (Uribe et al. 2000), ya que su desarrollo social interno había sido considerado sólo a partir de unidades territoriales segregadas e interpretando las influencias foráneas como primer motor del cambio cultural. A pesar de la dicotomía conceptual que planteó la transición entre estas dos tradiciones culturales para entender el Intermedio Tardío y parte de su cultura material más diagnóstica (Castro et al. 1979), las investigaciones posteriores en las quebradas intermedias del río Salado permitieron sugerir un desarrollo más complejo posterior al 900 DC. Los estudios en el Pucara de Turi (Castro et al. 1993; Varela et al. 1993; Gallardo et al. 1995; Adán 1996; Cornejo 1999) dieron a conocer tres fases culturales, intentando homologar la secuencia manejada para San Pedro (Aldunate 1993). En un primer momento o Fase Turi I (900-1200 DC) el sitio habría funcionado como una estancia pastoril dispersa asociada a la gran vega aledaña, seguido de un crecimiento gradual del asentamiento durante la Fase Turi II (1200-1450 DC) hasta alcanzar la envergadura de una aldea aglutinada. Aquí, se apreciaría la existencia de dos patrones de diseño arquitectónico, uno altiplánico y otro incaico (Castro et al. 1993). Siguiendo esta línea, los trabajos que abordaron el sistema de asentamiento en las quebradas altas de la misma región, particularmente en la localidad de Caspana (Adán y Uribe 1995; Uribe y Adán 1995; Adán 1999; Uribe y Carrasco 1999; Adán y Uribe 2000), profundizaron y ampliaron esa visión, planteando que la identidad material del período integraba o “fundía” las influencias de tierras altas dentro de un marco cultural atacameño (Adán et al. 1995). Se plantea que los antiguos habitantes de Caspana habrían articulado un sistema de asentamiento entre sitios aglutinados como Talikuna y estancias de uso pastoril como Mulorojte, dentro del cual se reproducirían los dos 5 patrones arquitectónicos de la tradición del desierto y altiplánica, con predominio de una alfarería con fuertes nexos entre el Loa y San Pedro, así como también con el Noroeste Argentino y el Altiplano Meridional Boliviano, en menor medida. Considerando la presencia de ambas tradiciones representadas en los indicadores señalados, la conformación multicultural del Loa Superior durante el Período Intermedio Tardío se hizo evidente en los estudios posteriores, en los cuales la perspectiva del asentamiento y la variabilidad arquitectónica fue integrada como parte fundamental del análisis arqueológico para la comparación más sistemática de los sitios (Castro et al. 1993; Ayala 2000). La variedad tipológica y espacial para el patrón constructivo tipo chullpa a partir de los sitios de Talikuna, Likan, Turi y otros de la región de Lípez resulta ser, en esa medida, un importante indicador de esta situación, ya que este tipo de arquitectura aérea hacia el curso Medio del Loa no ha sido documentada2 (Thomas 1978; Sinclaire 1994; Ayala y Uribe 1995). En resumen, tanto el avance en las investigaciones como el uso de herramientas metodológicas más específicas para el tratamiento y comparación de los datos, permiten plantear que existe una plataforma sólida desde donde analizar la información arquitectónica y la evolución de los patrones de asentamiento en las tierras altas del río Loa y Atacama en general. De ésta manera, una aproximación a la arquitectura de esta región andina en particular, debe necesariamente considerar desde un comienzo que la variabilidad funcional y el aspecto final de los poblados denotan distintos momentos o fases dentro del proceso histórico micro regional, donde una intensa dinámica de integración y diferenciación que parece resultado de una interacción más compleja que la presencia de colonias producto de migraciones o grupos locales aculturados por influencias foráneas. FORMULACIÓN DEL PROBLEMA A pesar de los datos aportados por los estudios previos, la discusión sobre el escenario regional del Loa Superior sigue vigente, ya que se reconocen importantes vacíos, en lo que respecta al tratamiento de los sitios y sus relaciones espaciales durante el Período Intermedio Tardío y Tardío. En el caso de sitios, como Topaín 3 y Panire4, éstos todavía no poseen registro arqueológico sistemático, lo que plantea la tarea básica de insertarlos en el actual conocimiento histórico de la región. En segundo lugar, de los antecedentes se desprende que al contrario de existir sistemas de asentamiento independientes a cada tradición cultural, lo coherente sería verificar una diversificación y mixtura de los patrones arqueológicos, donde la red de localidades dentro del río Salado debiera tener una importante integración funcional y social (Adán 1999). A partir de este problema se hace latente la necesidad de analizar ambos sitios, para evaluar la clase y el rango del desarrollo habitacional y productivo del sector norte de la cuenca del río Salado muy próximo a las vegas de Turi. Nos referimos a la vega de 2 Este sesgo evidentemente ocurre por la falta de estudios arquitectónicos en el pucara de Lasana, más que por la ausencia de este tipo de estructuras (ver Ryden 1944; Montandón 1950) 3 La localidad de Topaín o Topayín y específicamente la arquitectura del poblado, cuenta con varias menciones descriptivas. Las más importantes son las de (Mostny 1948; Le Paige 1958; Pollard 1970). 4 La arquitectura de Panire o Paniri ha sido descrita en los trabajos de Aldunate y Castro (1981) y de Alliende y cols. (1993). 6 Pacaitato y la vega de Panire, en un radio no mayor a 10 kilómetros. Es importante considerar que aún se conservan rastros de estas antiguas relaciones, visibles en múltiples vías de circulación, senderos y caminos, que conectan estos sitios entre sí, con el pucara de Turi y el resto de la cuenca del río Salado hacia el sur u oriente, de igual manera que con la cuenca del río San Pedro al norte, a través del abra de Cupo (Varela 1999; Castro com. pers. 2004). Si consideramos la información etnográfica en referencia al patrón de asentamiento manejado por las poblaciones de tierras altas de Atacama, se reconoce claramente la continuidad de un modelo tradicional de origen prehispánico definido por un uso disperso del espacio y los recursos, articulando generalmente un núcleo aldeano central y varias localidades menores de uso agrícola y/o ganadero dependientes del primero (Castro y Martínez 1996: 74; Adán 1999). En esta dirección, es difícil sostener en términos analíticos que la organización social de las poblaciones de tierras altas, que cada aldea represente a una comunidad por sí sola, analogía asumida comúnmente en la arqueología andina (Cfr. Murra 1972; Yaeger y Canuto 2000). Las estancias se ubican generalmente en pisos ecológicos más altos y distantes y se encuentran dedicadas al pastoreo y/o la agricultura. A pesar de que la dispersión espacial es una de sus características en algunos sectores ecológicos privilegiados logran constituir verdaderos caseríos donde se intensifica la ocupación y la explotación de los recursos. Las aldeas o pueblos de mayor envergadura, presentan un importante grado de nucleamiento y se encuentran vinculadas principalmente a actividades agrícolas y de importancia ritual como senderos, adoratorios de altura y cementerios. Esta situación implica la ocupación de un amplio espacio productivo que permite el acceso a recursos diversificados y ubicados a una distancia relativamente corta (Castro y Martínez 1996; Adán 2003). En consecuencia, desde la perspectiva de la arqueología del asentamiento (Trigger 1967, 1968; Chang 1968), mediante la historia ocupacional que es posible inferir a través de la arquitectura de los sitios, nos proponemos abordar el planeamiento aldeano de Topaín y Panire al modo de un mapa social de la comunidad a la que pertenecen y otorgarle un valor funcional, cultural y cronológico a su configuraciones y vínculos espaciales. Para ello es de interés notar como el movimiento de diferentes posiciones, funciones y capacidades en una o más aldeas implica un transformación de la estructura social de sus habitantes o comunidad a la que pertenecen (Nielsen 1995). Finalmente, el problema central de esta práctica profesional será evaluar el desarrollo arquitectónico de los asentamientos señalados, buscando un acercamiento sistemático a las relaciones espaciales y sociales que las construcciones señalan durante los períodos tardíos, y de acuerdo a esto, como se integran o diferencian los poblados de acuerdo a la dinámica poblacional del Desierto de Atacama. OBJETIVOS DE ESTUDIO 1. Caracterizar cuantitativa y cualitativamente la variabilidad arquitectónica de los asentamientos habitacionales de Topaín y Panire a partir de la recolección sistemática de información arquitectónica en terreno. 2. Analizar la arquitectura de Topaín y Panire para establecer una secuencia arquitectónica comparada o historia ocupacional dentro de la Subregión del río 7 Salado, para realizar un estudio comparativo, homólogo al realizado en las localidades de Turi y Caspana. 3. Detallar, en Topaín y Panire, las características formales y funcionales de su arquitectura (Castro et al 1993; Adán 1996), patrón de asentamiento y unidades domésticas y otros atributos de diseño arquitectónico indicadores de organización social (Nielsen 1995). 4. Discutir el modo de integración social de las localidades estudiadas en una red supra-doméstica e inter-comunitaria de asentamientos y población. METODOLOGÍA Para analizar el grado de integración de los poblados de Topaín y Panire en el sistema de asentamiento en las tierras altas del río Loa, hemos efectuado un registro acucioso de las formas de emplazamiento, localización, formas y rasgos constructivos superficiales, que alimentaron el análisis arquitectónico en términos de las tecnologías constructivas, la funcionalidad de los edificios y el desarrollo diacrónico que inferimos en el espacio construido en las localidades estudiadas. Lo anterior implicó un estudio sistemático y en profundidad de su arquitectura en distintos niveles y escalas (Objetivo 1 y 2). Particularmente, a través del análisis de la variabilidad morfo-funcional permitió un acercamiento a los sistemas sociales desde el espacio doméstico y áreas de actividad asociadas a los poblados. Se consideraron como primer paso, el estudio y revisión crítica de publicaciones (Objetivo 2) referentes a los asentamientos arqueológicos con arquitectura atacameña y de zonas aledañas circumpuneñas (Castro et al. 1993, Adán 1995, 1996, 1999; Nielsen 2001), incluyendo antecedentes etnográficos que permitieron una aproximación etnoarqueológica y conductual al funcionamiento del ayllu andino y las relaciones arquitectónicas y sociales que se puedan inferir desde la configuración de su sistema de asentamiento (Adán 1996; Castro y Martínez 1996; Uribe 1996). Posteriormente, se realizará el análisis de la información sobre la base del estudio de campo realizado en los asentamientos habitacionales de Topaín y Panire durante el año 2002. En aquella oportunidad se practicó el fichaje arquitectónico de la totalidad de las estructuras en los asentamientos, acompañado de un croquis sin escala de ambos sitios. El patrón de asentamiento fue abordado a partir de las características locacionales, espaciales y arquitectónicas de los asentamientos (Adán 2001b) a través de una ficha (Anexo 3) que consideró: 1) Localización: posicionamiento geográfico (GPS), distancia y orientación cardinal con respecto a otros sitios de la cuenca del Loa, 2) Emplazamiento: rasgo topográfico donde se instala el asentamiento o parte de él (valle, talud, meseta, etc.), 3) Altura, 4) Recurso Hídrico: características hidrológicas del entorno de los sitios o utilizados por estos (p.e. afluentes, quebradas, ríos, vertientes, etc.), 5) Número de recintos, 6) Superficie en hectáreas: límites del espacio edificado y con desechos en superficie, 7) Densidad: índice de aglutinamiento obtenido a partir de la división de la superficie por el número de estructuras (Há./N° E.) y 8) Material constructivo de las estructuras (p.e., barro, piedra, adobe, madera, paja, troncos). Para el análisis formal de los recintos se utilizó la ficha de registro arquitectónico (anexo 1) 8 propuesta para el Pucara de Turi por Castro y colaboradores con ligeras modificaciones (ver Castro et al. 1993: 86-87, e instructivo en anexo 2: 103-105). La aplicación de esta ficha de registro, junto la utilización de instrumentos de medición (brújula y huincha métrica), permitió el relevamiento de la totalidad de las estructuras de los dos sitios seleccionados (100%), a lo que se sumó la confección de un plano preliminar que señala la orgánica de los asentamientos y sobre el cual se descargaron los datos morfo-métricos a fin de obtener una representación visual de las distribuciones significativas de los tipos de arquitectura registrados. Cada ficha arquitectónica consigna la siguiente información: 1) Croquis: sin escala y a mano alzada. 2) Planta: forma, dimensiones y superficie (medidas en metros). 3) Paramentos: hilada, aparejo, aplomo, materiales. 4) Vanos: puertas, acceso, ventanas. 5) Estructuras y elementos complementarios y 6) observaciones generales (materiales en superficie, rasgos, etc.). Nuestra apuesta metodológica planteó que estos atributos debían ser integrados o cruzados en distintos niveles para definir comparativamente el posicionamiento y estructura jerárquica del sistema de asentamiento, que en el caso de esta práctica profesional quedó acotada a la subregión río Salado (Objetivo 3 y 4) aunque hemos extendido la mirada hasta aquellos asentamientos como Chiu-Chiu y Lasana. Los indicadores utilizados para evaluar los contrastes funcionales entre los asentamientos corresponden a elementos de diseño como las redes de circulación intra e inter sitios, dispositivos de defensa como muros perimetrales, aparición de áreas comunales y la distribución de estructuras con funciones específicas (p.e., domésticas, comunitarias o públicas), de tal manera que la configuración jerárquica del sistema pudo ser observada o interpretada tanto por la integración funcional como por los contraste entre tamaño, energía invertida, capacidad, densidad interna de los poblados y su distribución diferencial en el espacio geográfico y productivo. Estos datos fueron tratados sistemáticamente, primero en una base de datos en Microsoft Excel para cada sitio, con el propósito de poder abordar la descripción completa de los rasgos y atributos arquitectónicos relevados por la ficha. Además, se realizó la lectura de planos con objeto de enriquecer el análisis espacial y conductual de los asentamientos, en términos del trazado, planificación, distribución y disposición de las áreas de actividad y estructuras, descomponiendo el registro de campo y gabinete en sectores, conglomerados, recintos aislados y vías de circulación, entre otros. MARCO TEÓRICO Hasta hoy el avance sustantivo en el conocimiento de la historia arquitectónica de áreas aledañas a nuestra región de estudio, como la cuenca del Salar de Atacama (Adán 2003) o Lípez (Nielsen 2001, 2002), permiten manejar mayores antecedentes de juicio sobre el desarrollo regional que adquiere este espacio dentro de la subárea Circumpuneña. El marco teórico que se expone considera tres niveles de antecedentes y reflexión previos que profundizan las temáticas que han definido históricamente el estudio de los poblados del Intermedio Tardío en la región. Como primer paso, se aborda el potencial analítico que ha adquirido de la arquitectura como indicador histórico cultural dentro de la arqueología Atacameña, desde la década de 1940 en adelante. Del mismo modo, se 9 considera una revisión crítica de los aportes del modelo de complementariedad ecológica propuesto por Murra (1972) y su repercusión particular en los estudios de la subregión río Salado. Por último, retomamos perspectivas más recientes que cuestionan la visión clásica del modelo de verticalidad en la subárea circumpuneña, a partir de particularidades entre los diversos sistema de asentamiento generados a nivel regional durante el Período Intermedio Tardío. Arquitectura Atacameña Tardía Una retrospectiva de los antecedentes para la región, permite señalar que la arquitectura como indicador histórico cultural no adquirió relevancia para el estudio de la región Atacameña sino hasta fines de los años ochenta, debido principalmente a la importancia que se dio a los cementerios y los análisis alfareros derivados de estos (Adán 2001a; Cfr. Tarragó 1989). No obstante, los pioneros de la arqueología sistemática, en el caso del Loa y el Salar, no escatimaron esfuerzos en describir la variedad de sitios habitacionales y proponer un orden cronológico hipotético (Latcham 1938; Montandón 1950; Mostny 1949; Le Paige 1958). Esta perspectiva arquitectónica les permitió señalar las implicancias sociales y tecnológicas que suponía la arquitectura compleja de “ciudades atacameñas”, en torno a la cual se argumentó la formación y expresión de una fuerte unidad cultural en este espacio. Estos primeros esfuerzos intentaron clasificar la diversidad de asentamientos de la región atacameña. Latcham (1938) refiere a una primera fase, cerca del siglo X, donde aparecería por primera vez la arquitectura indígena atacameña, con habitaciones pequeñas de piedra, muros bajos y techos planos. Posteriormente, el segundo momento denominado época chicha-atacameña mostraría la introducción del adobe y techo a dos aguas, proliferando hacia momentos incaicos. Mostny (1949) señala, en tanto, tres tipos de ciudades atacameñas. Los pucaras con ubicación estratégica, muro de defensa y recintos aglomerados al interior, por ejemplo Turi, Lasana, Chiu-Chiu, Cupo (Topaín), Toconao y San Pedro de Atacama. Luego distingue el tipo pueblo viejo, representado en Zapar y Peine, cuyas construcciones se extenderían en áreas más grandes dejando espacios desocupados entre los recintos dada la ausencia de muros de defensa. Su tamaño sería menor que el de los pucaras y se ubicarían cerca de los campos de cultivo. Estos rasgos hacen suponer un vínculo en tiempos de peligro donde serían ocupados los sitios fortificados o cuando sus habitantes no tuvieran que trabajar en el campo. Por último, la autora señala los tambos ubicados a la vera del camino incaico, como Catarpe, destinados al aprovisionamiento y alojamiento de poblaciones. Sus características arquitectónicas serían casas o patios grandes, bodegas y cuartos, con una población permanente viviendo cerca. Por su parte, Le Paige (1958) asume la clasificación de Mostny y define entre varios tipos de sitios, dos tipos principales de ciudades atacameñas, los pucaras o grandes ciudades fortificadas y el pueblo viejo o abierto. Dos décadas más tarde, el esquema es mantenido por Bittman y colaboradores (1978), entre otros (Núñez y Dillehay 1995 [1978]), señalando que en los momentos tardíos prehispánicos la población habitó los pucaras, los cuales se caracterizarían por ser verdaderos ejemplos semiurbanizados con arquitectura defensiva. Éstos habrían estado dispuestos en todo el contorno del altiplano, Loa Medio y Superior, así como en los oasis de Atacama y la quebrada de Humahuaca en respuesta de la expansión Aymara desde el altiplano circum-Titicaca. De 10 esta forma, y con un fuerte énfasis geopolítico, se explicaba la presencia de poblaciones con chullpas en el Loa Superior, ya que estas estructuras serían comunes y originarias del altiplano (Aldunate y Castro 1981). Precisamente, los estudios en Toconce (Aldunate y Castro 1981) documentaron un patrón aldeano y ceremonial con tres áreas diferenciadas: poblado, chullpas y áreas de depósitos. De esta forma, las quebradas altas del Loa y su patrón arquitectónico comenzó a asumirse como el sector por donde penetrarían las influencias altiplánicas, cuestión que se hizo extensiva a Turi, donde se identificó éste patrón arquitectónico junto a otro incaico y uno local (Aldunate 1993; Castro et al. 1993; Gallardo et al. 1995). En Turi, el estudio arquitectónico y depositacional (Adán 1995, 1996) señaló la existencia de un patrón estanciero inicial con especialización ganadera o pastoril, el cual habría evolucionado de manera particular en esta localidad hacia un patrón aglutinado con arquitectura defensiva o pucara, adquiriendo e integrando funciones comunales o sagradas previas y durante la ocupación incaica (Aldunate 1993; Gallardo et al. 1995; Adán 2001b). Con la misma orientación, el análisis arquitectónico de los poblados locales del Intermedio Tardío en Caspana (Adán 1999) demostró la estrecha relación de complementariedad funcional, económica y social entre los asentamientos de la quebrada. Según la investigadora tal sistema de movilidad residencial articulaba distintas localidades cómo la aldea de Talicuna, un asentamiento aglutinado sin arquitectura defensiva, la estancia dispersa de uso pastoril de Mulorojte, la cual se ubica en un ambiente de vegas de altura, y probablemente las más lejana vega de Turi. De esta manera cobra importancia cultural el poder habitar los distintos lugares productivos existentes, cuestión que cambia posteriormente con la arquitectura Tardía (Adán 1999). En Caspana, esta integración funcional también manifiesta diferencias si se considera a la aldea Likan o el mismo pucara de Turi, ya que las construcciones tipo chullpa se encuentran integradas al área residencial de la aldea y no en sectores acotados. Por esta razón, se sugiere una situación más diversa donde la influencia altiplánica debió estar mediatizada por agentes locales (Ayala 1997, 2000), cuestión también planteada a través de la cerámica (Uribe 1996, 2002). Desde el punto de vista del asentamiento, los sitios referidos corresponderían a la llamada tradición de Tierras Altas cuyo patrón arquitectónico refiere a aldeas aglutinadas emplazadas tanto en taludes como en mesetas y próximas a espacios agrícolas y/o ganaderos y (Aldunate y Castro 1981; Adán 1999, 2003). Se trata de una arquitectura en piedra que presenta una importante profusión de estructuras tipo chullpa, reproduciendo el patrón observado en la vecina región de Lípez y que le confiere una marcada identidad altiplánica. Además, esta arquitectura acusa la aplicación de tecnologías agrohidráulicas apropiadas a ambientes de quebradas, tanto en los complejos agrícolas como en la construcción de viviendas, y que junto a una organización social y un sistema de asentamiento ad hoc permitirían la autonomía de sus habitantes volviendo productivos espacios desestimados en períodos previos (Adán y Uribe 1995; Uribe y Adán 1995; Adán 2003). Si consideramos el caso de la arquitectura de la Zona Norte de Lípez, el análisis arquitectónico realizado en los asentamientos aglutinados ha documentado una notable continuidad cultural en los contextos habitacionales o domésticos donde las diferencias formales no serían del todo evidentes (Nielsen 2001). Según Nielsen (op. Cit) dicha 11 homogeneidad, anonimato o igualdad material de las viviendas, no responde a un reflejo pasivo de una organización sociopolítica igualitaria, sino a estrategias políticas diferenciales y combinadas basadas en la articulación de un sistema de asentamiento jerarquizado de acuerdo a una distribución desigual de espacios públicos y diferencias de envergadura de los sitios habitacionales (McGuire 1983; Nielsen 1995). Las diferencias operarían en consecuencia entre los asentamientos y no dentro de ellos, en tanto que en sentido diacrónico las formas de la habitaciones variarían desde plantas circulares en los comienzos del Período Intermedio Tardío (900-1200 DC), luego recintos elípticas con deflectores de aire durante el siglo XIII y XIV, hasta plantas rectangulares durante el Horizonte Tardío o Inca (Nielsen 2001). El patrón constructivo del Horizonte Tardío (1450-1540 DC) se definiría a partir de una jerarquía de rasgos arquitectónicos enunciados por Raffino (1981) para la región del Collasuyo, por ejemplo, el uso de piedra canteada, revoque, techo a dos aguas, red vial y rectángulo perimetral compuesto (R.P.C.). En Turi, esto es evidente a partir de la construcción de una Callanca con una Cancha asociada y un evidente tramo del Qapacñan ubicado fuera el muro perimetral dispuesto en todo el sector oriental del sitio; además de estructuras de adobe de planta rectangular de menores dimensiones ubicadas tanto al interior y exterior del sitio; estructuras rectangulares de piedra en el sector oriental; complejos de trazado ortogonal en el sector central del asentamiento a modo de barrios; y conjuntos de estructuras rectangulares y contiguas en hilera a modo de collcas (Castro et al. 1993). De la misma manera, en la localidad minera de Cerro Verde (Caspana) la presencia incaica está señalada por la construcción de un Ushno junto a grandes estructuras con forma de U o R.P.C. (Adán 1999, sensu Raffino 1981). Resumiendo, los antecedentes manejados en torno a las distintas expresiones arquitectónicas han acumulado, sitio por sitio, un importante registro de estilos y rasgos constructivos con validez cronológica y cultural para comprender los momentos tardíos de las tierras altas de Atacama. En tal sentido, los sitios habitacionales del Intermedio Tardío en esta región, han sido agrupados básicamente en tres categorías considerando su envergadura y funcionalidad: grandes aldeas, pueblos menores y estancias. La distribución espacial de estos asentamientos, la localización de recursos naturales (p.e. mineros, hídricos, vegetacionales, etc.), así como las vías de comunicación internas y hacia otras zonas, permiten pensar que durante este período se desarrolla una formación económico-social segmentada territorialmente (Sensu Albarracín-Jordán 1996), pero no centralizada en términos socio-políticos (Bittman et al. 1978; Núñez 1992). El énfasis económico de las unidades domésticas está dispuesto en la producción agro-ganadera y en menor medida la recolección. También existe un interés por la explotación minera y por el posicionamiento de los asentamientos en rutas de circulación y redes más amplias de interacción, como puede ser la movilidad generada por el tráfico caravanero a corta y larga distancia, todo lo cual presupone una intensificación de la producción agrícola asociada a un claro crecimiento demográfico (Schiappacasse et al. 1989; Aldunate et al. 1986; Aldunate 1993; Núñez 1999, Núñez et al. 2003; Uribe y Adán 2000, 2003). Por lo tanto, las tierras altas del río Loa deben ser vistas como una micro-región, diversa desde el punto de vista poblacional y sociocultural, con particularidades locales que se integran o complementan en un sistema mayor dentro de la cuenca y con probabilidad con el resto del territorio etnográficamente conocido como atacameño, tal como lo demuestran investigaciones recientes (Uribe y Adán 2003). Dentro de este trabajo, el escenario multicultural que se observa principalmente en el Loa apoya un tratamiento 12 más detallado de la variable arquitectónica ya que las variaciones detectadas en los sitios, podrían expresar, junto con el tipo de influencia o apropiación de estilos constructivos foráneos, diferencias funcionales, sociales y simbólicas inter e intralocales indicadoras del rango, jerarquía e identidad que asumirían las distintas clases de poblados y los grupos que los habitaron. El río Loa: indicadores de interacción y complementariedad ecológica Tradicionalmente, para entender a las sociedades del Intermedio Tardío, se ha manejado un modelo de organización social, al modo de reinos o señoríos étnicos (sociedades de rango) económicamente autosuficientes a través de la complementariedad ecológica y la interacción étnica (Núñez & Dillehay 1995[1978]). Las relaciones sociales de parentesco, reciprocidad y redistribución se entrecruzarían en redes diferenciales de acceso y circulación de objetos y recursos, dentro de la cual se observaría el predominio de elites políticas sobre el manejo y reproducción social de las asimetrías sociales inter o intra-comunitarias. La organización dual andina que se opone, pero se complementa, finalmente integraría niveles jerárquicos de complejidad creciente, permitiendo el manejo de la fuerza de trabajo sin la mediación de un aparato burocrático, cívico, religioso y/o militar (Schiappacasse et al. 1989). En el Área Centro-Sur Andina, el modelo de complementariedad ecológica repercutió desde los primeros planteamientos de Murra (1972), con respecto a su visión de las formaciones sociales circum lacustres, convirtiéndose casi en un ideal arqueológico para el resto del área (Martínez 1998, Uribe y Adán 2000). En lo concreto, estas sociedades organizaban su sistema de asentamiento bajo una o más cabeceras políticas en torno a las que se articulaban un sinnúmero de otras aldeas o colonias escalonadas en distintos pisos ecológicos, cuya vinculación con su núcleo de origen era no sólo de índole económica sino también social y religiosa. En el Loa Superior, este modelo permitió plantear que tales vínculos políticos se encontraban en las cabeceras del Altiplano Meridional, del cual se habrían descolgado sus poblaciones originarias como, por ejemplo, en Toconce (Castro et al. 1984; Aldunate 1993). De este modo, la organización vertical de la sociedad quedaba confirmada en la configuración de una serie de elementos en común con el complejo Mallku, definido para la región de Lípez (Aldunate y Castro 1981; Arellano y Berberián 1981). Atenuando las distancias geográficas y culturales que existen entre ambas regiones, dicha propuesta tomaba en consideración la configuración del registro arqueológico representado por las chullpas, la cerámica Hedionda y el patrón de asentamiento en ladera y sectores elevados. El problema territorial de lo local y lo foráneo remitía a la idea de que el avance altiplánico, en los inicios del período, buscaba nuevos espacios agrícolas en las quebradas altas del río Salado, a diferencia de una sociedad puneña como la atacameña que, dada su vocación eminentemente ganadera, buscaba el control de la gran vega de Turi (Aldunate 1993). En la misma lógica, esta visión también fue influenciada por el modelo de Murra (1972). En primer lugar, se le asignó a la tradición altiplánica un capacidad colonizadora, o mejor dicho de ocupación multi-ecológica, mayor al de las sociedades locales. Lo anterior, debido principalmente a la importancia que se derivaba de la alta visibilidad de las chullpas y los tipos cerámicos decorados (p.e., Hedionda). De hecho, Núñez y Dillehay (1995[1978]) en su “Movilidad Giratoria”, reiteran la sobrevaloración 13 de las poblaciones de tierras altas, debido a su papel como agentes caravaneros en la articulación del intercambio y la movilidad a nivel transandino. En la década de los noventa, los estudios arquitectónicos y cerámicos en Turi y Caspana discutieron esa propuesta ya que ante todo los elementos altiplánicos en el Loa Superior se reproducían dentro de un contexto cuyos componentes remitían mayoritariamente a tradiciones de índole local. En este escenario Uribe y Adán (1995: 36) señalan: “... parece haber funcionado en la interpretación arqueológica los límites geopolíticos como las barreras que los mismos arqueólogos nos hemos impuestos (la arqueología regional), separando excesivamente y radicalmente por mucho tiempo, entre una Tradición Altiplánica y otra del Desierto cuando en realidad la identidad del período tiende a configurarse combinando las dos. Ambas parecen ser parte de un mismo sistema que, por supuesto tiene sus variedades locales o que se traslada a otros territorios de manera diferencial, segregando sus elementos más identificatorios”. En respuesta a tal situación, la historia ocupacional de los asentamientos (Adán 1996) significó un avance en el tratamiento arquitectónico de los sitios como el pucara de Turi. Tal perspectiva enfatizó la variabilidad funcional y los distintos usos del espacio edificado, a diferencia de aquellos estudios que se concentraban en las implicancias culturales de la arquitectura sagrada o emblemática de las poblaciones altiplánicas como las chullpas (Aldunate y Castro 1981; Castro et al. 1984; Berenguer et al. 1984). En el mismo sentido, surgen propuestas que avalan la idea de que los componentes alfareros altiplánicos como Hedionda o Taltape, más allá de sugerir el evidente vínculo entre entidades a larga distancia, podrían estar señalando el grado de diferenciación social interna o jerarquización de los grupos propiamente atacameños, en el manejo de cierta materialidad escasa, exótica o de prestigio (Uribe 1996, 2002). Lógica que también se piensa para las chullpas, mediante el cual ciertas personas o segmentos de la sociedad atacameña buscarían promoción apropiándose de esta imagen vinculada a las actividades rituales, sociales y económicas de los grupos de tierras altas (Ayala 1997 y 2000). Por otra parte, el enfoque intra-sitio en el Loa Superior se tradujo en que se formularan historias locales distintas, donde las relaciones sociales quedaban marginadas o supeditadas a la presencia o influencia de elementos o indicadores externos o foráneos. De ahí que la perspectiva del sistema de asentamiento sea plausible como una respuesta a los particularismos. En ese sentido, Adán (1999) sugiere desde su trabajo en Caspana que: “... no son sólo dos los asentamientos o las clases de sitios, así es probable que Talikuna desde otro nivel de observación haya constituido una estancia agrícola de Caspana. Ciertamente, faltan los datos arqueológicos y preguntas sobre aspectos de la organización social de estas poblaciones para respuestas más concluyentes; sin embargo, es de interés percibir los asentamientos particulares como formando una malla y la necesidad de considerar que las estrategias de este habitar se desarrollaron en diversos lugares”. Desde esta óptica el estudio de esta red de asentamientos tardíos debe considerar tanto las nuevas condiciones de concentración aldeana como el aumento de la interacción social intra-regional respecto del período Formativo Tardío (Sinclaire 2004). Una 14 particularidad del modo de ocupación del espacio durante el Intermedio Tardío, está señalada por el grado de conflicto interno que generaría entre las comunidades el control de recursos estratégicos, deviniendo en una progresiva segmentación social del territorio. Esto último parece ser factor gravitante en la aparición de sitios con arquitectura defensiva o fortificados controlando los principales cursos de ríos, tierras cultivables y concentraciones vegetacionales, dando paso a la posterior configuración de una organización inter-comunitaria de gran escala, sobre la base de un sistema agrícola excedentario y redistributivo (Schiappascasse et al. 1989; Uribe y Adán 2003). Según Uribe y Adán (2003: 13) esta situación que se materializaría hacia fines del siglo XIII: “... se trata de una nueva organización social y una nueva identidad cultural que potenció la producción agrícola excedentaria, convirtiéndola en una empresa más importante que el tráfico caravanero anterior (Cfr. Cases 2003), llevándola a una escala comunal como agregados de comunidades para resolver la competencia interna, mantener la autosuficiencia económica y la independencia política. Sin duda, esto es lo que reflejan los pucaras como los de Quitor o Turi, Chiuchiu y Lasana en el Loa, que más que asentamientos defensivos remiten a los núcleos de las formaciones económicosociales propuestas, en torno a los cuales se despliegan pueblos menores y estancias como pudieron ser Likan, Talikuna, Catarpe, Zápar, Peine y Mulorojte, entre muchos otros (Adán 1999)”. Se definen así las formaciones sociales centro-sur andinas características de este período constituyendo sistemas territorial y socialmente segmentados (Albarracín-Jordán 1996), pero dentro de un orden regional que integra o articula las particularidades locales o micro-identidades, respecto a las zonas de frontera o de bordes. Arquitectura, asentamiento y comunidades andinas Dentro de las unidades de análisis utilizadas en este estudio, el asentamiento es entendido como una ocupación humana y su evidencia material, que se proyectan sobre un determinado espacio y en un momento dado, como resultado de la interacción entre el hombre, su cultura y la naturaleza, formando una entidad discreta y específica a la sociedad a la que pertenece (Aldunate et al. 1986). Un sitio arqueológico puede incluir uno o más asentamientos sucesivos. Cuando se advierten en dos o más asentamientos sincrónicos ciertos atributos de recurrencia que son expresión de un orden interno que permiten inferir su pertenencia a una sociedad específica, nos referimos a un patrón de asentamiento. Esta categoría más compleja, es el reflejo de las formas como una sociedad explota los recursos que le ofrece el espacio que habita. Las reglas de la sociedad que gobiernan este orden interno reflejado en el patrón de asentamiento, constituyen el sistema de asentamiento. Este contiene la estructura de las relaciones sociales que da coherencia a la forma específica como una sociedad utiliza el medio natural y social que la rodea (Op. cit.). Respecto de las estructuras o unidades espaciales, sostenemos siguiendo a Nielsen (1995) que toda expresión arquitectónica contiene dentro de sus variaciones morfofuncionales y espaciales, ciertas cualidades de diseño insertas dentro del ámbito de las relaciones sociales de poder. Siguiendo a este autor, la arquitectura desde un punto de vista ideológico, tiene la cualidad de expresar mensajes de poder asociados al prestigio de los grupos sociales, donde se definen categorías como lo común, lo exótico, o lo reservado para ciertas construcciones particulares. En tanto artefacto constituye un 15 recurso de cierto valor, diferencialmente disponible para las personas, que otorga distintas capacidades de acción frente al resto de la comunidad, conformada por cada localidad o ayllu. Por ello, con relación al uso del espacio, su cualidad principal es el constituirse como un lugar privilegiado de interacción social. Asumiendo esta posición, al considerar posible la existencia de efectos arquitectónicos sobre la conducta espacial del entorno construido, éstos pueden ser evaluados arqueológicamente como un tipo de herramienta en el manejo y acceso de los individuos a los recursos como pueden ser la comida, protección, herramientas, ceremonias, decisiones y la acción de otras personas. Con todo, la habilidad de las estructuras arquitectónicas para producir relaciones sociales asimétricas o desiguales puede ser analizada en términos de múltiples atributos de diseño, donde la elección de atributos específicos debe responder a consideraciones utilitarias, tecnológicas o culturales específicas (Nielsen 1995). En el caso de las estructuras habitacionales o unidades domésticas, el análisis formal y conductual se considerará a partir de la información socio-cultural que entregan estas estructuras como indicadores poblacionales y del sistema de actividades cotidianas que sustentan (Stanish 1989; Aldenderfer y Stanish 1993; Adán 1996, 1999, 2003; Nielsen 2001). Para ello es necesario ponderar como atributo mensurable la concentración residencial o densidad de los poblados, la cual establece el tipo de relación entre distancia y la intensidad de la interacción social de las unidades residenciales. En el mismo sentido, se requiere abordar la capacidad de cada recinto, en cuento contenedores de alimentos, herramientas, animales o personas, información que se deriva por el tamaño de la estructura y las variaciones de superficies (m2) que describen los recintos dentro de una misma categoría funcional (rangos de tamaño). Se concluye, que el tejido edilicio o disposición espacial de los conjuntos arquitectónicos es un indicador del patrón de asentamiento manejado por las poblaciones que edificaron y habitaron los poblados, así como de su organización al nivel de la localidad. En tal dirección, la conformación de estancias, aldeas o pucaras puede ser rastreada a partir de la segmentación y diferenciación funcional, a través de muros, distancias, concentración de estructuras, así como otras barreras de acceso y visibilidad resultantes de la segmentación de las unidades sociales. Las propiedades como el acceso restringido o expedito puede regular la capacidad de las personas a alcanzar diversos recursos localizados en el espacio natural o construido. Los indicadores de este atributo están indicados por la construcción de defensas, muros, puertas, pasillos y elección del asentamiento. Y de la misma manera la visibilidad o modo de control arquitectónico sobre la visión operaría de forma similar a las restricciones de acceso. En este marco, una última mención merecen los recientes avances teóricos que tratan el tema de la economía política andina circumpuneña a partir del registro arqueológico (Nielsen 1995; Uribe 1996; Uribe y Adán 2000). En estos sistemas sociales la “homogeneidad material”, en un primer nivel de observación, resulta ser el producto de una sutil, pero efectiva estrategia de manipulación de la cultura material a través de los principios organizativos andinos: la reciprocidad y la redistribución. Éstos se constituyen en los mecanismos simbólicos más relevantes por los cuales son articuladas y establecidas las relaciones sociales, así como resueltos los conflictos y contradicciones socio-económicas de las comunidades en su devenir histórico. El manejo de ambos principios posibilita comprender, al modo de estrategias corporativas (Blanton et al. 1996), cómo el poder descansa y reproduce en el control de los medios de producción 16 locales mediante códigos cognitivos que enfatizan la solidaridad, la interdependencia entre unidades sociales y las obligaciones fijas e inherentes a todos los miembros del grupo o comunidad. La preeminencia se logra a través del énfasis en los rituales comunales, construcciones públicas, producción de alimentos, grandes obras y trabajos corporativos articulando a los segmentos sociales a través de amplios rituales integradores y significados ideológicos que suprimen la diferenciación económica. En este tipo de trama política la diferenciación social se objetiva, más que por la acumulación de bienes o maquinación de los medios de producción, por la capacidad de manejar la reciprocidad a nivel práctico como simbólico en instancias claves para la reproducción del orden social (p.e. trabajos colectivos, festividades comunales, etc.). Como resultado, esta forma de organización social se vincula tanto a un territorio habitado, a lazos de parentesco, así como a necesidades de complementariedad ecológica que se articulan a partir de un origen mítico de cada unidad familiar, dentro de escalas y jerarquías más amplias (Albarracín-Jordán 1996). De esta manera, el surgimiento del liderazgo y la autoridad dependen, en primer lugar, del poder que otorga la comunidad y luego, de la validación y preeminencia manejada por ciertos personajes a través del control y uso de una parafernalia material, gestual y estética que los acompaña y cobra sentido dentro de la dinámica social (Uribe 1996). En esta lógica, cada unidad doméstica se insertará dentro de esta trama de reciprocidades como engranajes del ayllu, permitiendo la conformación grupos ceremoniales y territoriales relacionados por parentesco sanguíneo o compadrazgo ritual, a corta y larga distancia (Martínez 1998). En este punto debemos destacar, la importancia crucial que asume la energía humana en la dinámica económica sugiriendo que la reproducción social del orden comunitario o ayllu se basa directamente en el manejo táctico de la cooperación, el parentesco y la complementariedad ecológica (Uribe 1996). Por lo tanto, en este estudio es posible pensar la estructura del asentamiento como el reflejo material de la estructura social y luego considerar que la constitución de posiciones centralizadas o distinciones materiales, dentro de las redes sociales de reciprocidad y redistribución andinas, muchas veces tendrán una fuerte implicancia simbólica en el manejo y definición de la organización social vigente. En suma, se plantea a modo de hipótesis de trabajo, que a consecuencia del patrón de distribución espacial de estas comunidades andinas y su modo de ocupación del espacio, finalmente, se tornaría necesario crear las instancias o escenarios físicos y simbólicos de cohesión, congregación, competencia e interacción comunal y/o públicas, responsabilidad que las autoridades asumirían al organizar y dirigir los trabajos colectivos o diversas festividades ceremoniales realizados en torno a ellos. Lo anterior se apoya en que dichas instancias, principalmente en los pueblos que se van turnando a través del calendario ceremonial, son decisivas para la revitalización de los lazos económicos y sociales entre los grupos que permanecen en los pueblos y familias que se dispersan durante gran parte del año (Adán 1996; Castro y Martínez 1996; Uribe 1996). PRESENTACIÓN DE LOS RESULTADOS Topaín 17 Topaín se inserta en las quebradas intermedias de la subregión del río Salado, aproximadamente a 8 km. al norte del pucara de Turi y 5 km al sur-oeste de Panire. Se localiza sobre los 3.000 msm en una suave planicie aluvial de efusiones volcánicas surcada por la quebrada de Pacaitato e interfluvios estacionales que surgen al nor-este del sitio arqueológico y que drenan hacia las vegas de Turi (Sinclaire 1998Ms). Topaín es un poblado permanente compuesto por 162 recintos (Cuadro 1) organizados en al menos 20 conglomerados de estructuras que comparten muros. Posee un trazado de forma irregular debido a las características topográficas del espacio que ocupa y al crecimiento que sostuvo a través de su ocupación. De acuerdo a nuestro plano y a la información entregada por Pollard (1970), el sector aglutinado, en la parte altas del sitio, comprendería alrededor de 106 recintos sobre una superficie que bordea los 5.000 m/2, indicando una alta densidad superior a los 200 recintos por hectárea (Cuadro 1). En el asentamiento se reconocen tres sectores edificados y la ausencia de muro perimetral, mostrando un característico emplazamiento estratégico en altura (Le Paige 1958; Pollard 1970) (Gráfico 1 y 2). El primero corresponde al “sector bajo” en la porción nor-este el cual se acerca formalmente a las estancias pastoriles descritas para la región (Adán 1996). Se registran 36 recintos que forman 5 conglomerados distintas dimensiones, dispersos en el inicio de la ladera. Las plantas corresponden mayoritariamente a las de tipo subrectangular y rectangular, seguidos de otras de factura irregular y cuadrangular, con tamaños que oscilan entre 1.02 m/2 y 142.7 m/2, concentrándose entre los 10-40 m/2 y menores a 10 m/2, dejando sólo dos estructuras mayores a 80 m/2. Esto señala la asociación entre espacio habitacionales de distintas dimensiones, junto a depósitos semisubterráneos y otros aéreos de patrón constructivo tipo chullpa, espacios domésticos exteriores y patios o recintos parcialmente techados a modo de ramadas. Las 4 estructuras de grandes dimensiones pudieron servir de terrazas parcialmente techadas o corrales, como lo señalan la presencia de guano y, en algunos casos, pequeñas estructuras adosadas en su exterior como pueden ser chiqueros o cuyeras (op. cit.). Luego, sobre la pendiente y la meseta del cerro, se encuentran el “sector aglutinado” (Gráfico 1 y 2) con 106 estructuras con una amplia variabilidad de tamaños y plantas mayoritariamente subrectangular, irregular, rectangular y subcuadrangular formando conjuntos aglomerados que integran estructuras menores a modo de cistas y torreones de patrón constructivo tipo chullpa (Mostny 1949; Aldunate y Castro 1981, Ayala 2000). Los conjuntos se encuentran separados por vías de circulación y espacios entre recintos de distinta forma y tamaño, producidos por el crecimiento y proximidad de unidades domésticas y las áreas aterrazadas. Estos conglomerados se encuentran dispuestos en orientación O-E de acuerdo a una vía de circulación o calle interior central que asciende desde la ladera norte del cerro y que divide la parte alta del asentamiento en dos mitades. En esta meseta se reconocen conjuntos alineados o abigarrados de recintos, junto otros de mayores dimensiones, que destacan por su gran visibilidad y dominio de la orografía local. Por último, el tercer sector ceremonial, corresponde a los recintos ubicados en la cima del margen oeste del sitio Pollard (1970). En el extremo Oeste de este sector, el investigador identificó un conjunto de cinco “cajitas alineadas“ insertas en un recinto aislado del sector habitacional y orientadas hacia los cerro de Cupo (340° SW), reproduciendo el típico patrón constructivo del Loa (Sinclaire 1994, 1998 Ms.; 18 Berenguer 2004). Entre las “cajitas” y el sector aglutinado, se aprecia un conglomerado de recintos asociados a dos grandes espacios abiertos a modo de plazas que forman la antesala a las estructuras señaladas por Pollard (Op. cit.), y que en conjunto destacan por su gran dominio visual del entorno. La clasificación formal de la arquitectura de Topaín (Cuadro 2) señala el dominio de las plantas de forma rectangular y subrectangular con el 47% del total, comprometiendo una superficie total de 1.523,8m/2 y un promedio cercano a 20.3m/2 por recinto, lo que avala su probable función habitacional. En el mismo plano les siguen plantas irregulares con cerca del 20% y una superficie total de 616,1m/2 que promedian 18.6m/2 por recinto. Los recintos cuadrangulares y subcuadrangulares representan el 18% del conjunto y suman un total de 195,9m/2 ocupados de superficie, otorgando un promedio de 6.9m/2 por recinto, correspondiendo principalmente a estructuras de patrón constructivo tipo chullpa. Finalmente se presentan con bajas frecuencias plantas de forma subcircular, trapezoidal, ovoidal y triangular con casi el 15% de los recintos del sitio, los cuales ocupan cerca de 203,5m/2 y que promedian 7.8m/2 por estructura (Gráfico 1). El registro de superficies de los recintos (Cuadro 3), por su parte, muestra una gran variabilidad de tamaños entre menos de 1m/2 y 143m/2 aproximadamente. De acuerdo a esto cerca del 39% corresponde a recintos con menos de 5m/2, concentrándose más del 54% en estructuras entre 5.1m/2 y 40m/2, y, por último una importante presencia de recintos de grandes dimensiones, sobre los 40m/2 con el 7% de representación (Gráfico 2). Las características de los paramentos (Cuadro 4) señalan hiladas de tipo simple, aparejo rústico y a plomo, no obstante se registran en menor proporción muros con aparejos sedimentarios, celulares y desaplomados. En general el estado de conservación de los muros es regular con alturas que varían entre 0.04 y 2.6 mts y anchos entre 0.1 y 1.1 mts. El material utilizado en la construcción de la aldea esta compuesto por tobas locales en estado natural y ocasionalmente canteadas en el caso de las jambas, junto al uso de argamasa y pequeñas piedras en los intersticios de los muros a modo de cuñas. Con respecto a los vanos (Tabla 1), en el sitio se identificaron 126 unidades distribuidas en 98 recintos, correspondientes a puertas (71.4%), accesos (5.5%), ventanas (18.2%) y hornacinas (2.3%). Su distribución da cuenta de 75 recintos con presencia de un vano, 18 recintos con dos vanos y 5 recintos con tres vanos, que generalmente corresponden a puertas que se combinan con el resto de los cuatro tipos identificados. Tanto en los accesos como en las puertas se aprecia un claro dominio en los recintos de formas rectangulares, con un 45.5% y un 71.4% respectivamente; en tanto que las ventanas presentan un 47.8% de formas cuadradas o cúbicas. En todos los casos y de acuerdo al estado de conservación de cada recinto, se observa la presencia variable de jambas, alféizar y dinteles de piedra canteada o desbastada para dar forma a los umbrales. Las 63 estructuras con superficies menores a 5 m/2 se dispersan dentro de los tres sectores descritos para asentamiento. De ellas, 12 conservan ventanas correspondientes a “construcciones de patrón tipo chullpa” de muros simples (Tabla 3). La altura de los paramentos varía entre 0.18 y 1.99 metros demostrando un estado de conservación afecto a procesos post-ocupacionales, lo que no impide observar muros aplomados y mínimamente desaplomados. De igual forma, se documenta el uso de piedras, en gran 19 parte de los casos, unidas con argamasa cenicienta. Respecto a la orientación orográfica de los vanos, éstos se encuentran mirando preferentemente hacia los Cerros de Cupo, Abra Chica, Volcán Paniri y Echao; mientras un caso se orienta hacia la cima del cerro Topaín (SW), donde se encuentra el sector ceremonial del asentamiento. Algunos rasgos particulares de la arquitectura de Topaín están señalados por el uso de paramentos dispuestos sobre afloramientos rocosos en varios sectores aterrazados de la ladera Norte y Este. Mediante esta técnica el muro de contención puede elevarse por sobre los dos metros de altura. Por otra parte, dentro de los recintos propuestos como habitacionales o espacios de actividad doméstica (10-40 m/2) se aprecian varios rasgos interesantes. El primero refiere a la asociación con estructuras muy pequeñas, menores a 5 m/2. Éstas varían entre 1 y 3 unidades, tanto interiores como exteriores, que funcionalmente corresponden a pequeños fogones circunscritos piedras, “cajitas líticas” o waki fundacional, cistas y otras de patrón constructivo tipo chullpa (simples y dobles), que podrían corresponder a depósitos o áreas de conservación de alimentos (Adán 1996), adoratorios o mausoleos insertos en espacios habitacionales (Ayala 1997) o al interior de un recinto mayor a modo de pequeña plaza asociada (Adán 1999). Combinado con lo anterior, se documentó el uso de poyos o banquetas interiores, así como subdivisiones o tabiques y también deflectores de aire, todos ellos de baja altura. Lo último permite suponer la configuración de conglomerados con espacios domésticos que conjugan distintas funciones a modo de dormitorio-cocina, patios exteriores, a los que se suman otras para el almacenaje y/o ceremoniales. Con relación al acceso a éstos recintos se aprecia la utilización en algunos casos de “entrada vestibular” (Adán 1996, 2003) generados por muros, interiores (deflectores complejos?) o exteriores (depósitos?), que generan un pequeño pasillo o ambiente de acceso previo ingreso a un espacio mayor; en sectores muy aglutinados también existen pasillos exteriores o senderos que conectan recintos próximos, en tanto que la gran mayoría se conecta directamente con los espacios exteriores y vías de circulación (Cfr. Pollard 1970). Otra funcionalidad que es posible de inferir en esta clase de recintos, se relaciona con estructuras cuyos pisos están completamente limpios o presentan desechos de malaquita molida, como aquellos espacios habitacionales o “mochaderos” (Castro com. pers. 2004) utilizados etnográficamente con fines ceremoniales (Adán 1996). Estos se ubican tanto al Oeste del sector aglutinado como otros del sector ceremonial. Justo antes de que comiencen esta clase de recintos, en el sector aglutinado, se observa una inflexión en forma de U de la vía de circulación principal que divide al sitio. Esta parte del trazado circunda alrededor del único conjunto chullpario triple emplazado en unos de los sectores más altos y visibles que con seguridad hemos detectado en Topaín (Cfr. Mostny 1949; Sinclaire Ms. 1998). Lamentablemente, estas estructuras se encuentran en su mayor parte colapsadas. La forma en que se van aglutinando diacrónicamente estos conjuntos, principalmente en el segundo sector, también permite apreciar la aparición de espacios entre recintos irregulares que pudieron servir como vías de circulación aterrazadas y también como áreas de descarte provisorio o permanente de material cultural, provenientes de una unidad doméstica o de varias de ellas (Adán 1996). 20 Los recintos grandes (>40 m/2) y muy grandes (>60 m/2) en Topaín se diferencian de acuerdo a los sectores definidos. En el sector bajo, se asocian a un típico sistema estanciero, pudiendo corresponder a corrales de muros continuos irregulares, rectangulares y subrectangulares que conservan sus puertas o se encuentran tapiados y que en sectores con leve pendiente requirieron del aterrazamiento de la superficie. En el sector aglutinado corresponden a algunas terrazas de la ladera norte que por sus dimensiones podrían corresponde a áreas de actividad exterior parcialmente techados o abiertas, como aquellos espacios de uso doméstico o comunal que requieren de luz y ventilación permanente (Castro et al 1993; Adán 1996). En algunos casos éstas se asocian a estructuras de patrón constructivo tipo chullpa y pequeñas vías de circulación. Finalmente, accediendo al sector ceremonial se observan dos estructuras colindantes, de grandes dimensiones (91 m/2 y 111 m/2) con pisos limpios, en un sector con amplio dominio orográfico del entorno. La de tamaño se asocia a un par de estructuras tipo chullpa adosadas, en tanto que la mayor presenta un pasillo interior mediante el cual se accede al resto del conjunto que finalmente queda integrado por otras estructuras menores, muchas de ellas sin material cultural en superficie. Sus características arquitectónicas posiblemente refieren a una plaza doble cercana a los 200 m/2., constituyendo un espacio público de gran capacidad, ubicado entre a las “cajitas” ceremoniales y a una distancia relativamente corta del sector aglutinado. Dentro de las cajas ceremoniales se observa el challado de malaquita y huevos de parina junto a fragmentos cerámicos. Es posible que la malaquita haya sido extraída de un socavón inserto en el recinto 114 dentro del sector aglutinado. Este último comprende un espacio amurallado de más de 10 m/2 que colinda con otras terrazas en la parte NW del sector aglutinado. Finalmente, un rasgo excepcional se registro dentro del recinto 84, donde se aprecian dos lajas que sobresalen del muro hacia el interior. Panire El poblado de Panire se localiza en el límite altitudinal entre las quebradas intermedias y de altas de la subregión río Salado a 3.200 msnm., en el sector de vegas que cubren los faldeos meridionales del volcán Paniri (Aldunate et al 1986). De acuerdo a Villagrán y Castro (1997: 288) la vega de Paniri, aunque más pequeña que la de Turi, cuenta con una diversidad de forrajes para los rebaños de llamas: tchampas de ribera de vertientes, un campo de tolar denso y diverso, y los pajonales del cerro. Además, su favorable micro clima permite el cultivo de una serie de frutales. Es un núcleo de estancias agroganaderas ocupado por gente de Ayquina y Cupo (Castro y Martínez 1996), donde a pesar de la baja altura relativa, existen sofisticados sistemas de tecnologías agrohidraúlicas, utilizados en tiempos prehispánicos y con claro origen altiplánico (Castro 1998). A lo que se suman prospecciones que postulan, de acuerdo ha ciertos recintos del poblado, una importante ocupación incaica que documentar en la localidad (Berenguer 2004) El asentamiento habitacional se emplaza en una meseta de suave pendiente, siguiendo la orientación de las quebradas que drenan a los faldeos del volcán Panire, hacia las vegas de Pacaitato (Topaín). A nivel de conjunto, corresponde un poblado estructurado compuesto por un conjunto de estancias aglutinadas construidas y utilizadas diacrónicamente desde el Período Intermedio Tardío hasta la actualidad (Aldunate y Castro 1981: 34; Alliende et al 1993). Los campos agrícolas o chacra muestran el manejo de tecnología agrohidráulicas que implican un importante despliegue de 21 terrazas, camellones o rumimokos, acueductos y canales para irrigar melgas y terrazas de cultivo. El siguiente sector hacia el Este, corresponde a un sector de chullpas y de sepulturas en abrigos rocosos, denominados Pan-2 y Pan-3 respectivamente (Aldunate & Castro 1981:111) Este patrón de asentamiento con áreas acotadas de habitación, chullpas y abrigos o sepulturas es característico de asentamientos como Toconce en la quebradas altas de la subregión, otorgándole un marcado carácter altiplánico (Castro et al 1984, Aldunate et al 1986). A nivel general, la arquitectura de Panire refiere a 283 (Cuadro 5) recintos distribuidos en tres sectores que de acuerdo a nuestro reconocimiento se concentran en el poblado formado por las estancias aglutinadas y vías de acceso (W), separado o dividido, por el lecho de una quebrada seca, del segundo sector correspondiente a áreas de chullpas junto a espacios agrícolas (E). El tercer sector lo constituye un conglomerado que pareciera corresponde a una estancia aislada o dispersa del sector de chullpas en las afueras del sitio. En este sentido, el interior y el exterior del sitio se encuentra señalado por un muro perimetral de doble hilada con relleno de 1.80 metros de largo y 1.5 de alto, que cierra el flanco Norte del sector de poblado. Presenta dos inflexiones en forma de almenas ortogonales exteriores entre las cuales e ubica el único acceso en esta dirección al sitio. Por el Oeste es posible acceder al lugar mediante un camino empedrado que salva las dificultades y restricciones de las altas paredes de la meseta entre quebradas donde se emplaza el sitio. Las formas de los recintos (Cuadro 6) se concentran principalmente en aquellas de trazado ortogonal, tales como rectangulares, subrectangulares, cuadrangulares y subcuadrangulares con el 58% del total. Les siguen con alta presencia, 20%, las formas irregulares y en menor medida subcirculares, trapezoidales, circulares, y ovoidales. La suave pendiente del sitio permitió una gran facilidad para recrear espacios aglomerados con ángulos rectos que se condicen con el ordenamiento espacial, ortogonalidad y orientación del reticulado agrícola que se aprecian en los campos de cultivo aledaños. Esta variabilidad formal esta complementada con una gran oscilación o variabilidad de tamaños de los recintos (0.52-153.3 m/2), que en conjunto reflejan la compleja y prolongada historia ocupacional del sitio. Al respecto (Cuadro 7), destaca una alta frecuencia de estructuras menores a 5 m/2, correspondientes a aquellas de patrón constructivo tipo chullpa junto a melgas de pequeñas dimensiones, depósitos interiores, áreas de conservación de alimentos, chiqueros y cuyeras (Adán 1996), alcanzando un 44% de representación total y que significativamente se concentran, en más de la mitad de los casos, en el sector de chullpas (n=70) (Gráfico 4). Luego, se distingue una distribución más o menos homogénea (decreciente) entre recintos pequeños (16%), pequeño/medianos (13%) y mediano/grandes (10%), sumando más de la mitad del conjunto total (54%). Este rango demuestra una fuerte presencia de espacios habitacionales techados, áreas de actividad exterior a los recintos, patios semi techados o ramadas, depósitos y entre-recintos (Castro et al 1993; Adán 1996). Finalmente, completan el conjunto aquellos recintos grandes y muy grandes que combinados suman más del 15% del sitio, delatando una relevante presencia de espacios abiertos o semi-techados como corrales, plazas o recintos de uso comunal. Las características de los paramentos (Cuadro 8) indican el uso de rocas locales, argamasa y en un caso adobe, donde sobresale la técnica de pircado o hilada simple 22 (62.9%), seguido por un importante 21.9% de muros dobles y en baja frecuencia muros doble con relleno cercanos al 4%. Asociado, aparece dominando el uso de aparejos rústicos (88.7%) por sobre los sedimentarios (1.7%) con directa relación a piedras semitrabajadas y canteadas preferentemente en vanos y grandes piedras esquineras exteriores de algunos recintos habitacionales rectangulares. Los muros pueden alcanzar alturas de más de 2.7 metros en la cornisa de algunos hastiales en recintos con techo a dos aguas y superar los 2.5 metros de ancho en estructuras tumulares alargadas o rumimokos. Por otra parte, se registraron 126 vanos en 106 recintos (Tabla 2), correspondientes a puertas (59.5%), ventanas (16.6%), accesos (14.2%) y hornacinas (5.5), variando entre 1 y 6 unidades por recinto. Los umbrales son en su mayoría rectangulares y cúbicos, sumando más del 40% del total de las formas, que conservan en varias ocasiones jambas, alféizar y dintel con evidencias de desbaste y canteo. En todos, las orientaciones dominantes privilegian hitos topográficos señalados por las cadenas de volcanes andinos y cerros como los de Caspana, Aiquina y Topaín, teniendo por NW-N desde los cerros de Cupo hasta el volcán Paniri como referencia. De acuerdo a esto, la mayor parte de las orientaciones orográficas se concentran al NE (28.5%), NW (26.1%), SE (19%) y SW (11.9%), que refieren a los cerros León, Toconce y Linzor en el primer grupo; Paniri y Cupo en el segundo, tercero los volcanes del Tatio y Cerros de Caspana, y por último Ayquina que demuestra el total dominio visual del paisaje que posee el sitio desde este sector de la cuenca. En el mismo sentido, se observa una tendencia semejante en las estructuras del sector de chullpas (Tabla 4). Aquí se registraron cerca de 73 recintos con superficies variables entre 0.65 y 6.99 m/2 y alturas que bordean los 15 metros construidos con hiladas de piedra, simple y doble, unidos con argamasa en al menos un muro de la estructura. Aunque la conservación no es buena, se distinguen diversas formas principalmente rectangulares y subrectangulares que suman más del 50% del total y en proporciones cercanas al 10% en los tipos irregulares, cuadrangulares y circulares. Los paramentos se observan aplomados y en algunos casos desaplomados. 12 recintos presentan ventanas características de las chullpas, que junto a algunos accesos a ras de piso y puertas que podrían constituir ventanas destruidas dirigen su orientación principalmente al NW (9.6%), al NE y SW ambos con un 5.4% y finalmente al N con un 2.7%, ratificando una distribución bastante variada de las direcciones cardinales de los vanos. De acuerdo a la división por sectores (Gráficos 3 y 4), cabe destacar una amplia variabilidad morfo-funcional al amparo de un patrón de conglomerados aglutinados de trazado ortogonal bastante homogéneo, junto a un importe número de recintos grandes y muy grandes que alcanzan casi el 25% de las estructuras del primer sector. Al contrario, en el sector de chullpas, sobresale la presencia de más de 70 recintos muy pequeños aislados, dobles y hasta cuádruples, insertos en espacios amurallados de mayores dimensiones como pueden ser plazas públicas a modo de recintos comunales de carácter ceremonial (Adán 1999, 1999) y que de igual modo podrían corresponder a pequeñas melgas, o bien depósitos para actividades de almacenaje y conservación de alimentos en espacios cercanos a los campos de cultivo. El tercer sector corresponde a un conglomerado que preliminarmente, por la combinación de sus formas y tamaños, se asemeja a una estancia o unidad doméstica aislada de carácter ganadero, ubicada próxima al lecho de la quebrada actualmente seca en el exterior N del sitio. 23 Respecto del sector de estancias aglutinadas o poblado, se distinguen al menos 20 conglomerados que comparten muros y que generalmente adquieren grandes proporciones a modo de barrios, especialmente cuando se trata de recintos colindantes o asociados a corrales o grande patios. Generalmente, los accesos se realizan a través de las vías irregulares dejadas por otras unidades o estancias que, sin embargo respetan la orientación general del sitio. Un rasgo interesante entre este sector y la meseta que contiene a las chullpas, es su conexión mediante un sólido acueducto que transportó agua a ambos sectores. Por ello, es significativa la presencia de rumimokos con muros de corrales y espacios domésticos adosados en el primer sector, ya que indica una fuerte reutilización del espacio agrícola que probablemente fue Panire en un comienzo. En esa dirección, otras evidencias de reutilización están señalados por el actual uso y mantenimiento de algunos corrales como de recintos a dos aguas parecen de factura inca-colonial, así como por la disposición de morteros agotados como parte de los paramentos de las estructuras. En el sector de chullpas como en el poblado, observamos algunos muros de recintos de tamaños medianos y abiertos que utilizan una técnica especial para edificar los paramentos. Ésta consiste en la disposición de pilares verticales de tamaño considerable, rellenos con piedras y cuñas de aspecto sedimentario. Otro rasgo de interés, en recintos habitacionales, refiere a muros de baja altura que cierran la entrada de estructuras de forma rectangular y a dos aguas, que van formando parapetos para el resguardo del viento y que pueden ser reconocidas como vestíbulos de acceso a los espacios techados. Por último, debemos mencionar a cerca de los espacios de mayor superficie, una importante reutilización a modo de corrales por parte de los actuales ocupantes del sitio. Panire, conserva un grupo muy reducidos de población permanente, que sin embargo ayuda a entender la dinámica o historia del sitio. De este modo, estos recintos prehispánicos y actuales demuestran una marcada actividad ganadera, pero también ceremonial que inferimos por numerosas estructuras que conservan sus pisos parcial o absolutamente limpios. Comentarios No hay dudas de que el río Salado se transforma en un activo escenario de ocupación durante e período. La evolución del sistema de asentamiento de las poblaciones que habitaron a partir del 900 DC este sector de tierras altas, manifestaría importantes cambios y diferencias de índole territorial y social debido al presencia de sociedades pastoriles que circularon dentro de este territorio desde momentos tempranos, el ingreso o “subida” de grupos atacameños hacia los sistemas de quebradas y el descuelgue de poblaciones originarias del Altiplano Meridional Boliviano (Aldunate & Castro 1981; Aldunate et al Op. cit.; Adán & Uribe 1995; Uribe & Adán 1995). Dicho proceso que arquitectónicamente implicaría la ocupación e innovación tanto habitacional como productiva de los sistemas de quebradas altas e intermedias de la región y que permitiría consolidar un escenario de integración jerarquizada de distintas localidades, como pucaras, aldeas y estancias, en una red supra-doméstica e intercomunitaria funcionalmente y espacialmente segmentada (Albarracín Jordán 1996; Cfr. Adán 1999, 2003). Desde este punto de vista nuestro esfuerzo debería estar abocado a caracterizar un proceso continuo de ocupación de las tierras altas del río Loa, centrándonos en las implicancias comunitarias de interacción social. 24 Frente a esto, existen varios indicadores de la arquitectura de Topaín y Panire, que señalan que más que dos fases culturales paralelas, Lasana II y Toconce, representan dos importantes procesos en la ocupación de la subregión río Salado. Así, en Topaín observamos un emplazamiento estratégicamente escogido en la punta oriental de un afloramiento rocoso que supera los 35 metros de altura (Pollard 1970), con excelente visibilidad entorno y que debido a su fuerte pendiente, requirió la construcción de terrazas y terraplenes que remiten a la tecnología habitacional y agrícola propia de las poblaciones que habitaron los sistemas de quebradas de la región atacameña durante el Período Intermedio Tardío (Mostny 1949; Schiappcasse et al 1989; Adán 1999, 2003). Probablemente tanto la expansión agrícola de Chiu-Chiu a Lasana (Pollard Op. cit.), como el funcionamiento de un sistema estanciero en Turi (Aldunate 1993; Adán 1996), permitan entender un momento temprano (800-1200 DC) de la secuencia cultural, caracterizada por la intensificación agroganadera y ocupacional de los asentamientos. En Topaín, esto podría estar representado en el sector bajo, estableciéndose un grupo reducido de estancias ganaderas que legitiman el amparo, como la explotación minera, del cerro, mediante espacios ceremoniales como las “cajitas” que remiten directamente a prácticas pastoras y caravaneras de las poblaciones loínas (Berenguer 2004). De igual manera parece que la ocupación del sitio, sin llegar a una gran envergadura, implicó el comienzo de obras de aterrazamiento en el sector norte de los conjuntos aglutinado, que hacen pensar en estadías más constantes y permanentes como se observa en el crecimiento de los espacios habitacionales y el ordenamiento de los conglomerados mediante vías de circulación y el surgimiento de espacios entre recintos. No es exagerado plantear entonces, que los conocimientos agrohidráulicos y las técnicas de aterrazamiento permitan habilitar paulatinamente las nueve hectáreas agrícolas que se conservan en ladera sur del cerro. Es significativo que el canal de regadío que alimento dichas terrazas se haya construido en base a anhidrita, similar al observado entre Lasana y Chiu-Chiu (Pollard Op. cit.; Berenguer 2004). En ese sentido la plenitud de Topaín se caracteriza por un marcado carácter agroganadero y una amplia variabilidad morfofuncional de su arquitectura con desarrollo intenso de actividades domésticas. Por su posición transicional entre los oasis del Loa y las quebradas altas del río Salado, esta situación hacen pensar en la importancia que adquiere la arquitectura en la ocupación y explotación de los espacios habitados y las circulación dentro de este territorio (Adán 1999). Por último, destaca la ausencia de cementerios en áreas aledañas al sitio. No obstante, esto confirma la extensión de los sistemas estancieros durante este momento y que en el caso de Topaín podría estar articulando y potenciando una red de localidades entre los pucaras del Loa y las vegas de Turi. Los espacios ceremoniales, de cualquier modo se tornan importantes para la población local, tanto por la aparición de construcciones de patrón tipo chullpa (p.e. conjunto triple o insertos y dispersos en espacios habitacionales), las conductas de limpiezas en recintos habitacionales (pisos despejados o limpios), como por el uso de recintos de grandes dimensiones cercanos a las cajitas ceremoniales, que permiten la presencia de audiencias mayores en contextos festivos de carácter calendárico como los que propicia el ciclo agrícola en las actuales comunidades que habitan la región (Uribe 1996). 25 La transición entre esto momento temprano, estaría documentada en la aparición de estructuras ceremoniales tipo chullpas o sepulcros abiertos dentro de los asentamientos habitacionales, en fechas cercanas al 1200 DC dentro de la Subárea Circumpuneña (Nielsen 2001, Uribe 2003, Berenguer 2004) De acuerdo e esto, puede que las escasas y mal conservadas estructuras de Topaín documenten el comienzo de un segundo momento en la cuenca, en que los sitio como Toconce y Panire muestran claras y profusas concentraciones de chullpas, sectorizadas o acotadas a lugares definido (Aldunate & Castro 1981). Tanto las chullpas mismas como su distribución en el espacio ha llevado a plantear una suerte de integración funcional y semántica que puede señalar practicas religiosas a modo de adoratorios, estructuras mortuorias de carácter secundario o posibles espacios para almacena y conservar alimentos (Castro y Martínez 1996; Adán 1999, Berenguer 2004). De acuerdo a lo anterior, Panire inicialmente pudo estar vinculado a la explotación de sectores privilegiados aledaños a la extensa vega de Turi al modo de las estancias señaladas. Pensamos que la ocupación temprana, tanto de la vega de Turi como de las vegas de Topaín, son señales elocuentes de una presencia previa en sectores más próximas a las quebradas altas. Sin que estos implique un juicio referente al origen de estas poblaciones, es la mixtura de los patrones habitacionales de carácter local (Conglomerados dispersos de plantas rectangulares e irregular), las tecnologías agrohidráulicas y la arquitectura sagrada altiplánica, lo que nos induce a pensar en una compleja transición cultural, demográfica y social posterior a al 1200 DC. Avala esta idea, el marcado aspecto tardío que presenta Panire. Tanto por la presencia de arquitectura perimetral para controlar la circulación de personas y animales tanto al interior como desde el exterior del sitio (Castro 1988), como por el predominio de un el trazado que respeta la ortogonalidad de las estructuras y que permite el crecimiento y segregación de las unidades domésticas en verdaderos barrios separados por vías de acceso dejadas entre los recintos; como por la disposición de un sector acotado y concentrado de estructuras chullparias próximas y en muchos casos sobre los campos de cultivo del sitio, es que podemos suponer una forma más ordenada e intensiva de explotación en estos sectores. Arquitectónicamente, destaca el énfasis puesto en la escala de las labores productivas, la inversión en obras de intensificación agrícola (Castro 1988; Alliende et al 1993)) y sobre todo en las funciones de almacenaje, que podrían remitir a un control permanente sobre la producción agrícola en estructuras pequeñas o depósitos, así como su consumo y redistribución a nivel doméstico y sobre todo comunal, como lo demuestran el aumento significativo de espacios amplios a modo de plazas y corrales para recuas y rebaños de camélidos. Finalmente, Panire documentaría también parte del Periodo Tardío o Inca (1450-1540 DC) apreciable en construcciones de doble muro con relleno, techos a dos aguas, conglomerados de planta ortogonal, posiblemente concentrados en el sector central de las estancias aglutinadas, cuestión que parece válida pensando en la abundante cerámica Tardía reconocida en el sitio (Uribe y Sanhueza Ms 2001) BIBLIOGRAFÍA ADÁN, L. 26 1995 Diversidad funcional y uso del espacio en el Pukara de Turi. Revista Hombre y Desierto, N° 9, Tomo II: 125-133. Instituto de Investigaciones Antropológicas, Universidad de Antofagasta, Antofagasta. 1996 Arqueología de lo cotidiano: sobre la diversidad funcional y uso del espacio en el Pukara de Turi. Memoria para optar al título profesional de arqueóloga. Universidad de Chile, Santiago. 1999 Aquellos antiguos edificios. Un acercamiento arqueológico a la arquitectura prehispánica tardía de Caspana. Estudios Atacameños, N 18: 13-34. 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