FREUD SOBRE FAUSTO:
SUSTITUCIONES DE LA
OMNIPOTENCIA
ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura
CLXXXIII 723 enero-febrero (2007) 123-133 ISSN: 0210-1963
José Luis Villacañas Berlanga
Universidad de Murcia
ABSTRACT: In Freud’s works, literature has an undeniable significance
as well as a remarkable “hermeneutical” funtion, specially the great
literature of Classicism. Fictional figures such as Goethe’s Faust give
expression to general forces inside the subjectivity. This article argues
that there is a very influential Faustian-Universe that goes through
Freud’s visions and that psychoanalysis is in debt to some extent with
Goethe’s masterpiece, for instance, in its reevaluation of the idea of Bildung, that during the “Age of Enlightenment” had to do with an ethical
imperative of making one himself. The faustian adventure can be seen
like a seek towards that particular kind of “immortality” to be tasted
in-this-world that consists of an unending Will of Power (omnipotence)
followed by an incessant Wish for Pleasure. But Freud has an important
point in common with Goethe: Faust, finally, becomes so entranced by
one passing moment that he wishes that things will never change, and
this means not only that his life is forfeit to de Devil, but something
deeper, namely, that both his expectations for pleasure and wish for
omnipotence must stop and have to accept the human idea of Death.
KEY WORDS: Faust, Goethe and Freud, freedom and difference,
enlightenment, subjectivity and power.
1.
LITERATURA
Y VIDA
Sea cual sea la opinión que se tenga del fundador del psicoanálisis, nadie entre nosotros podrá ignorar este hecho
central: Freud hizo verosímil una intensa relación entre
literatura y vida. En este sentido, ultimó el programa emprendido por Nietzsche1. Ambos autores, como es sabido,
creyeron que un nuevo ser humano, con una nueva percepción acerca de sí mismo, se podría seguir de una nueva
capacidad de integrar en su vida héroes trágicos. Freud, sin
embargo, adoptó siempre un punto de vista más bien clásico, por lo que desde aquí podemos identificar una afinidad
superior entre él y la figura de Goethe. Si bien Nietzsche
demandaba una nueva tragedia, a la altura de un ser humano que estuviera más allá del hombre, Freud se atuvo
a la capacidad normativa del clasicismo. De esta manera,
dotó de eficacia la capacidad hermenéutica que acerca del
ser humano mostraba la literatura clásica. En este asunto
estaba en juego la concepción del genio creador. En la línea
RESUMEN: Freud puso en valor la capacidad hermenéutica de
la literatura, en especial la del clasicismo. Las figuras literarias
dan expresión a fuerzas subjetivas que operan en cada indivíduo,
como formaciones esenciales de la psique. La literatura es la huella de un proceso de humanización y autoconciencia. Este ensayo
analiza la deuda de Freud con Goethe, más específicamente, el
cosmos fáustico de Freud, a partir de la recuperación de la idea
ilustrada de Bildung o formación del sujeto en tanto trabajo de
sí mismo. Fausto es para Freud una fuerza ética representativa
del desplazamiento de un ideal de omnipotencia hacia la acción
intramundana. Esa mefistofélica versión de la inmortalidad que
formaban la pulsión de poder y las expectativas ilimitadas de placer cesa ante la diferencia y la libertad, ante el reconocimiento de
lo inalcanzable y la finitud. El gran descubrimiento freudiano en
Fausto pasa por la aceptación de la propia muerte, que reclama
también su propio goce.
PALABRAS CLAVE: Freud y Goethe, Fausto, ilustración y psicoanálisis, formación de la subjetividad, filosofía de la naturaleza, poder,
republicanismo, libertad y diferencia.
de Goethe, Freud siempre aceptó ciertas constantes de la
naturaleza humana y se sentía autorizado a despreciar
como un elemento propio del mito ario toda la retórica
aristocratizante de Nietzsshe. La fina ironía de Freud residía en acercar los modelos heroicos de la tradición a las
dimensiones de la subjetividad compartidas por todos los
seres humanos. Edipo no era el destino propio de un rey de
Tebas, sino la expresión de fuerzas básicas propias de todos
los infantes. Freud, así, democratizó la tragedia y entregó a
la vida humana más sencilla todos los rasgos de la percepción aristocrática del mundo. No aprecio aquí un elemento
de ironía. En cierto modo, Freud tomó al pie de la letra la
expresión de Nietzsche de que un alma aristocrática era
aquella capaz de aguantar profundos dolores. Freud nos
enseñó que todos los hombres sufrían y, además, que todos
los hombres sufrían más o menos lo mismo y por lo mismo.
Para identificar los componentes de ese sufrimiento sólo
teníamos que mirar las grandes figuras literarias: Edipo,
Hamlet, el rey Lear o Don Quijote.
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La antropología acostumbra a hablar acerca del ser humano
como aquel que tiene un parto prematuro y la mitología,
desde Prometeo a Cristo, nos enseña que el ser humano
sólo puede asegurar su futuro si tiene algo así como un segundo nacimiento, una segunda creación. Freud, de manera
convergente, ha mostrado los dolores de ese segundo parto,
el sufrimiento de convertirnos en seres humanos a partir
de manojos de pulsiones, de fuerzas psíquicas caóticas, de
angustias y deseos desordenados, del trabajo sin pautas del
recuerdo y del duro esfuerzo de organización psíquica. La
historia de la literatura es la huella más espléndida y consciente de este trabajo del psiquismo en el que los seres humanos se empeñan en alcanzar un fruto complicado, difícil,
sin garantías: la propia humanización. A partir de la obra de
Freud, las grandes figuras literarias no se presentaron como
meras creaciones objetivas del espíritu humano. Antes bien,
daban expresión a fuerzas subjetivas que seguían operando
en cada uno de nosotros, los lectores. La sustancia del clasicismo consistía en que esas pulsiones servían de base al
trabajo psíquico de cada generación, atada a esos temas, a
esos personajes, reclamando la repetición, la reencarnación
en cada nuevo caso, en cada nuevo cuerpo, en cada nueva
psique. La literatura era la huella de un proceso de humanización y de autoconciencia que había empezado mucho
tiempo atrás, pero que con los grandes clásicos alcanzaba
su plenitud formal.
Desde este punto de vista, el de Freud es un pensamiento
de la naturaleza2. Uno paradójico, mas no menos intenso.
El ser humano manifestaba unas constantes a la hora
de dar forma a impulsos y anhelos libres. Caracterizado
inicialmente por una carencia de forma, procedente de
una prehistoria vital en la que los afectos, los deseos,
los anhelos y los sentimientos han operado mucho antes
de que los conozcamos y sean conscientes3, condenado a
tener que conocer esos tiempos prehistóricos e inconscientes mediante el duro ejercicio de la memoria, incapaz
de orientarse en ella de una manera propia, autónoma,
objetiva, inmediata; carente de todo sentido de la verdad
acerca de sí mismo, el ser humano se manifestaba ante
Freud como un actor torpe que, curiosamente, tropieza
casi siempre en las mismas trampas y se queda pegado a
los mismos dañinos placeres. La patología constante así
caracterizada, y la capacidad que el psicoanálisis mostraba
de inducir una cura, dos supuestos de toda literatura, permitían asegurar la existencia de una naturaleza humana
–quizá el tercer supuesto del clasicismo. Pues bien, este
pensamiento, que el ser humano tiene una naturaleza, y
que Freud estaba destinado a ser el científico que podía
llegar a descubrirla, es la deuda más básica que nuestro
autor tiene con Goethe4.
Freud daba un paso más allá, ejercía un segundo momento reflexivo, y elevaba todas aquellas obras a síntoma de
domesticación de las fuerzas humanas y de nuestra capacidad para reconocerlas y vivir con ellas, sin necesidad de
estar condenados a las tragedias. Tras la pulsión formadora
de mitos que había comenzado con los griegos, la obra
del psicoanálisis retornaba al ser humano aquellas lejanas
creaciones literarias. Lejos de ser expresión accidental de
un genio, las grandes figuras míticas eran formaciones
esenciales de la psique. Los genios literarios, sus autores,
lo eran sólo porque percibían con fuerza e intensidad esas
pulsiones, le daban forman, las dominaban y las introducían en las biografías de manera oportuna. Su dimensión
pedagógica consistía en que tornaban familiares esas
pulsiones de la humanidad y, tras esa domesticación, enseñaban a sobrellevarlas mejor. La ilustración, con todo su
componente democrático, ofrecía la posibilidad de interpretar nuestras propias existencias a partir de esas figuras
literarias en las que el drama de las pulsiones psíquicas se
hacía consciente, inocultable.
Lo paradójico de esta idea –una de las intuiciones más penetrantes de Freud– consistía en que la naturaleza parecía
presentar más bien la constancia de la patología, de un
actuar errado y fallido. Sin duda, esta tesis debía explicarse
sin echar mano de las metáforas míticas de la caída y del
pecado. Lo natural en el ser humano no sería tanto una
esencia que se pudiera descubrir y explicar, sino la inexorable tarea, sin garantías, de elaborar el difícil tránsito de
un manojo de pulsiones psíquicas informes e inconscientes
a lo que llamamos un ser humano. La única regla de este
tránsito la ofrecían ciertas figuras patológicas, sintomáticas, de las que nos habla la literatura. Carente de un ser
originario, de un modelo cerrado, lo que el ser humano
hacía de sí mismo era persistentemente frágil, problemático. Tanto era así que resultaba muy difícil trazar una
diferencia entre la salud y la enfermedad. El carácter construido de todo ser humano ofrece a nuestra vida adulta
una dimensión artificial y metafórica que no está exenta
de dimensiones patológicas, tan pronto resulta subrayado
o borrado uno de los elementos a tener en cuenta. En
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2. HIJOS
PREDILECTOS DE LA NATURALEZA
Ese conjunto de evidencias, aunque ya se está perdiendo
para las generaciones futuras, embarcadas en procesos de
construcción técnica masiva de la subjetividad, constituye
el legado de la época clásica burguesa, la época de la Bildung, que entregaba la formación del sujeto al trabajo de
sí6. Freud, tanto como el último Foucault, fue un egregio
representante de esta filosofía humanista de la Bildung,
que todavía concede su centralidad al logos y a la palabra,
no a la imagen y a los simulacros7. Como todos ellos, Freud
pensó que existía una intensa relación entre la Bildung y
la literatura y entre ambas cosas y el estatuto caótico del
ser humano previo al trabajo del espíritu. La acción de formarse, propia de cada sujeto, era en cierto modo el trabajo
de analizar la propia vida a partir de los personajes de la
literatura. Para esta época clásica no había posibilidad de
configurar un ethos sin interpretar la propia vida a la luz
de los modelos literarios en circulación8. En consecuencia,
para ellos no había posibilidad de dominar el dolor de los
seres humanos sin aproximarse a los personajes sufrientes de la literatura. En este orden de cosas, sabemos que
la literatura inglesa era la preferida de Freud, su deseo
favorito como lector. En este sentido, no habría un concepto apropiado de enfermedad psíquica sin referencia a
los traumas controlados y descritos por los escritores de
historias literarias.
Pero tampoco, y en contrapunto, un concepto de salud.
Hay suficientes pruebas de que esta visión de lo humano
procede de Goethe, a los ojos de Freud un hombre bastante armonioso. Ernst Jones nos recordó el pasaje en el
que Freud confesaba que “fue el hecho de haber oído el
hermoso ensayo de Goethe sobre la naturaleza [...], lo
que me decidió a comenzar el estudio de la medicina”9.
Este pasaje confirma todo lo dicho hasta ahora. Freud
siempre se sintió como uno de los hijos favoritos de la
naturaleza, uno de aquellos a los que ésta tenía el gusto
de revelar algunos de sus secretos. Él sabía que no sólo
en la enfermedad se abría ese libro y se le ofrecía una
comprensión. Supo apreciar algunos milagros de salud.
Ha llamado la atención de la crítica el hecho de que Freud
se empeñara en un estudio paralelo de dos personajes
fundamentales de la cultura europea: Leonardo y Goethe.
A los dos dedicó sendos trabajos acerca de sus recuerdos
infantiles y valoró sus vidas en términos de equilibrio de
pulsiones encontradas. Leonardo sucumbió en este proyecto y por eso conoció el dolor y la tragedia personal de
una vida truncada. Goethe alcanzó este equilibrio entre
la dimensión artística y su pulsión hacia la investigación.
Como es natural, Freud se veía a sí mismo en la línea de
Goethe. Por una parte, tenía la certeza de haber comprendido algo de los enigmas del mundo10. Por otra, estaba
seguro de que en ese esfuerzo había logrado cimas de
expresión artística literaria, al menos según la manera
en que una cultura tardía podía desplegarla: a través de
una obra crítica y de interpretación. Además, el literato
del clasicismo había conocido el amor y en sus cartas la
prosa de Goethe es algo más que un modelo11. En esa
síntesis, y contra la visión en exceso pesimista de Weber,
había aprendido estrategias y actitudes que Goethe había
explicado a través de su personaje Fausto.
3.
TRAS
LAS HUELLAS DE
JOSÉ LUIS VILLACAÑAS BERLANGA
este sentido, conocer al ser humano, para Freud, consistía
en ocuparse de la acción de forjarse a sí mismo y esto no
era algo diferente a ocuparse de la humanidad doliente,
sin duda. Desde este punto de vista, Freud compartía la
divisa básica de la ilustración: sin un esfuerzo especial por
mantener en su ser, el ser humano regresaba a un estado
infantil y de minoría de edad, que le incapacitaba para
hacerse cargo de su propia existencia5.
FAUSTO
Fue así como Freud interiorizó el famoso personaje de
Goethe desde el principio de su carrera y logró hacer de él
una fuerza ética de primer orden. Como dirá años después
en su Autobiografía, recordando la avidez de sus años de
juventud, se vio a sí mismo como un personaje fáustico12
que se dejaba llevar por las enseñanzas de Mefisto. “Es así
como se aprende cuánta verdad se encierra en la advertencia de Mefistófeles: ‘es inútil tu continuo vagar de una
a otra ciencia: cada hombre aprende sólo aquello que es
capaz de aprender’”. A pesar de todo, Freud interpretó esta
enseñanza de una manera bastante moderna. En lugar de
abandonar totalmente el gabinete de trabajo científico,
la renuncia al espíritu fáustico obtuvo aquí un sentido de
especialización científica, no el abandono de la fe en la
ciencia13. A pesar de todo, se trataba de una ciencia muy
especial. Tan especial que, en el universo de Fausto, formaba más bien parte del mundo del arte. En realidad, se
trataba de hacer una ciencia de lo que hasta ese momento
era un arte y sólo podía encontrar su camino expresado
en literatura.
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No es la influencia directa de Platón, aunque parte de una
evidencia platónica. El ser humano sólo puede ordenarse
seleccionando recuerdos, interpretándose. Esto, que fue la
tarea de la filosofía, y que caracterizó el talento de Freud14,
había sido entre tanto el trabajo que había llevado a
Goethe a escribir el Fausto. Al reproducir ese trabajo, Freud
culminó una obra de conocimiento, de arte y de ética, estructura que mantuvo toda su vida. Siempre ha admirado a
la crítica que el hombre sereno de Weimar mantuviera viva
la llama de su creación mientras mantuvo vivo el aliento
de su vida. Ambas realidades, la obra y la existencia, se
apagaron a la vez, como si cumplieran al pie de la letra
aquella exclamación, “¡detente, eres tan bello!”. El trabajo
de construcción artística del recuerdo y el trabajo de la
existencia humana se confundieron aquí y eso concede a
esta obra su estatuto de símbolo de una humanidad que ya
sabe que tiene que construirse a sí misma. En este sentido,
Freud no es un caso de menor fidelidad.
Cuando Freud recibió el premio Goethe, que sin embargo
no pudo recoger personalmente, ofreció un pequeño ensayo en el que con sencillez puso todo su trabajo analítico
bajo la advocación de los primeros versos de Fausto. En la
Zueignung goethiana a la edición final, vio Freud al descubierto la fuerza psíquica incomparable de los primeros
vínculos de la infancia. Aquellas palabras que dan inicio
al poema
“Ihr naht euch wieder, schwankende Gestalten,
Die früh sich einst dem trüben Blick gezeigt
Versuch’ich wohl, euch diesmal festzuhalten?
Fühl’ich mein Herz noch jenem Wahn geneigt”15
le parecían a Freud que podían ser repetidas por cualquiera
que se dispusiera al análisis. Como en el propio Goethe,
la percepción de Freud mostraba que la fijación a estas
sombras primeras de la infancia, una fijación perenne que
atravesaba la vida humana entera, era la inclinación más
patológica del ser humano, pero al mismo tiempo la única
que le daba consistencia a un ser que, de otra manera, no
la tendría. Lo que nos constituye es la enfermedad. Este
aspecto mixto de afecto y de rechazo, esa capacidad de
turbación, de amor y de dolor, de amistad y de queja16,
despertados una y otra vez mediante el recuerdo, ofrecen a la vida ese aspecto enfermizo que hace necesario
el análisis y la interpretación. En el ensayo de Freud se
citaba el pasaje de una composición poética de Goethe,
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la última versión de An den Mond. Allí se caracterizó a la
vida humana como el “Labyrinth der Brust”, el laberinto
del pecho. En los primeros versos de Fausto, Goethe repite
la metáfora en un verso formidable. Aquel caos de afectos
configura “des Lebens labyrinthisch irren Lauf”, el curso
laberíntico de la vida. En el pequeño poema dedicado a la
luna, sin embargo, este laberinto erraba en la noche y allí
forjaba aquello que los hombres no saben ni piensan de sí
mismos17. Freud insistió en que aquí se reunían dos precisas anticipaciones de otros tantos descubrimientos suyos:
que los sueños eran la consecución del trabajo del alma
tal y como se produce en la vigilia, y que ese trabajo tiene
su topos central en el inconsciente. Disolver el enigma de
ese trabajo del inconsciente era la gloria reservada a él
por la naturaleza.
En cierto modo, hacerse un carácter, construirse a sí mismo, era una experiencia de naturaleza fáustica e implicaba
conocer las fuerzas que llevan al ser humano a perder
la inocencia y le incitan al intento de controlarlas en su
seno18. Se trataba de fuerzas que podrían ser destructivas y
toda persona debía encontrar la manera de transformarlas
en constructivas. Era la vieja canción de los Fuegos Fatuos,
las luces erráticas [Irrlichter], que dice así: “Von dem Sumpfe kommen wir/woraus wir erst entstanden”19. En todo
caso, se trataba de fuerzas que emergían en la noche de
Walpurgis, el símbolo del desorden nocturno, laberíntico.
Esa noche, que de hecho es la sustancia misma de Fausto,
debía ser transformada en algo de luz, por mucho que
fuera una luz errática20. Esta era la enseñanza misma de
Mefisto, ese diablo menor, genio de la humanidad, que
siempre aspira a hacer el mal y que siempre acaba haciendo el bien. Por eso, cuando Mefisto se dispone a acompañar
a Fausto en la noche de Walpurgis, iluminados ambos por
la débil fuerza del fuego fatuo, en una atmósfera que es
una repetición de aquella de los primeros versos del poema,
dice el coro de los tres personajes.
“In die Traum und Zaubersphäre
sind wir, scheint es, eingegangen”21.
Freud no citó estos versos en su escrito de gratitud por
la concesión del premio Goethe, desde luego. En realidad,
estos versos no implicaban un avance verdadero en la definición de los paralelismos entre sus intuiciones centrales
y las de Goethe. Mas, de haber relacionado la noche en la
que circula el inconsciente en sus laberintos con la noche
4.
RESISTENCIAS
A ABANDONAR LA OMNIPOTENCIA
A estas alturas podemos confesar la sospecha de que el
cosmos fáustico de Freud puede extenderse tanto cuanto
ampliemos la lectura del gran poema de Goethe. Desde luego, nuestro autor la realizó de forma muy cumplida. A veces,
sin embargo, utilizó formas literarias equivalentes al poema
de Goethe que a su parecen cumplían las mismas funciones. Tal fue Les tentations de Saint Antoine de Flaubert, que
comparó expresamente a la Walpurgisnacht26. Podríamos
invocar el placer pegajoso que ata a Fausto a su sueño, a la
imagen muerta de Margarita, a la melancolía del paraíso,
en esa magnífica expresión que sintetiza la relación del enfermo con la enfermedad psíquica, la forma de vivir de los
que habitan la casa del mal, “Welch eine Wonne! welch ein
Leiden!”27. Sin embargo, en este placer de la enfermedad no
está la clave del enigma que la naturaleza debía permitirle
conocer. Es muy curioso que Freud haya sido mucho más
explícito a la hora de asegurar que la solución del enigma le
estaba reservada a él, que a la hora de exponer con sencillez
dónde residía el enigma. Muchas veces se expresó en estos
términos y quizá esta cuestión permita muchas soluciones28.
Quizá la más extrema y conocida fue la que le hacía vincular
su persona a Edipo, no sólo en su dimensión del hombre que
padece el destino, sino del héroe poderoso que sabe descifrar
los famosos enigmas29. Desde luego, todo esto tenía que ver
con el descubrimiento de la sexualidad infantil. En cosas
como estas se suele colocar el valor de Freud: cada uno debe
identificar su enigma propio, la variación acerca del enigma
general de la humanidad que es la evolución del principio
de placer. Sin embargo, esta clave es demasiado irrelevante
cuando las cosas se miran desde el personaje de Fausto.
¿Dónde situar entonces el enigma? ¿Cuál fue la verdadera
relación de la Naturaleza con Freud y qué tiene que ver
Fausto con ella? Supongamos de entrada que la clave es-
tuviese en la voluntad de placer. El vacío de determinación
del que procede el ser humano se relacionaría con el hecho
de que el sentido del placer no viene determinado por
regla alguna. Sin embargo, en todos opera un principio de
placer que no conoce de entrada limitaciones, porque es
un a priori formal. Podemos invertir la frase de Nietzsche
y decir que el hombre prefiere el placer de la enfermedad
que el no-placer. El complejo de Edipo es relevante porque
con él emerge el trauma que significa poner límites al placer. Lo decisivo no es la componente sexual. Más bien, la
clave reside en que algo que había proliferado sin límites,
la plena disponibilidad de la madre a la hora de atender
nuestro placer, ahora los encuentra aunque sólo sea por un
instante. La limitación del principio del placer nos obliga
a dotarlo de forma, bien sea mediante fetiches, substitutivos alucinatorios, desplazamientos, aplazamientos, asociaciones histéricas, o bien mediante la difusa angustia
que acaba generando tabúes. El caos psíquico surge de
un principio de placer que no se resigna a la limitación. Y
esto es así porque en todo ser humano que viene al mundo,
el principio de placer supone lo que Schopenahuer llamó
el error innato de la idea omnipotencia, esa confusión
que hace de su voluntad la única voluntad existente y por
ello se cree con derecho absoluto. Hoy podemos decir que
el complejo de Edipo, lejos de tener como centro la vida
sexual, es más bien el desgarro por el cual se configura el
sistema dentro/fuera en la vida psíquica, la diferenciación
básica entre interior y exterior que escinde un mundo
unitario en el que el deseo no tiene barreras. Lo terrible
del ser humano es que este supuesto de omnipotencia es
fortalecido durante el tiempo de vida intrauterina, y luego
mediante la libre disposición del cuerpo de la madre y la
emergencia de la figura protectora del padre. Es lo de menos que este supuesto de omnipotencia sea compensatorio
de la verdadera condición de impotencia que caracteriza al
hombre. Alguien podría decir que sólo un afecto tan absoluto puede incitar a la vida a un ser tan precario como el
ser humano. Como Schopenhauer mantenía, sólo la ilusión
puede vincular a la vida a un ser al que sólo le espera sufrimiento. Sea como sea, la precariedad de la vida humana
–y no sólo en sus orígenes– resulta superada por el arrojo
de un ser que se siente protegido por representaciones de
omnipotencia. ¿Cómo atravesar de otra manera una vida
rodeada de peligros y precipicios?
JOSÉ LUIS VILLACAÑAS BERLANGA
de Walpurgis, Freud habría podido percibir que la metáfora
que domina el paso de los caminantes es “zu des Bösen
Haus”, hacia la casa del Mal22. Walpurgis es para siempre el
escenario de la locura23. Cuando Mefisto señala hacia esa
casa, dice Fausto: “Da muss sich manches Rätsel lösen”24.
La frase es exactamente la misma que Freud añadió a los
versos dedicados a la Luna: “Nur das Rätsel der Traumestellung findet dabei keine Auflösung”25.
La escena que da inicio al Fausto sugiere que la fuerza
psíquica de las experiencias infantiles procede de que en
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ellas vivimos anclados a una certeza de omnipotencia, ya
sea propia, ya sea transferida a los padres. Freud supo
teorizar, sin embargo, el supuesto básico de la dinámica
del gran auto de Goethe. Encontró que la psique cuenta
con un poderoso principio de inercia que hace muy difícil
separarse de lo que alguna vez produjo placer. Nada más
difícil entonces que desprenderse de la representación de
omnipotencia como condición de seguridad del placer. Este
supuesto es el que lleva a la desesperación de Fausto y a
su pacto con Mefisto. Si miramos el gabinete gótico en
el que Fausto, sin saberlo, espera la llegada del pequeño
diablo, descubrimos un hombre que hace memoria. Ante
nosotros confiesa que ya ha abandonado las viejas ofertas
que respondieron a la constante exigencia de omnipotencia. Como si esta exigencia viniera depositada en nosotros
por una promesa que tomamos perfectamente en serio,
no estamos en condiciones de entregarla a pesar de los
fracasos. Como una profecía del Apocalipsis, obtiene más
credibilidad cuanto más se incumple. Ante Fausto quedan,
abandonadas con melancolía, ineficaces, las opciones de
la religión cristiana antigua, de la magia medieval y de la
ciencia moderna, los tres caminos señeros hacia la deificación del hombre occidental. Desde el momento en que
Fausto pronuncia la nueva palabra, Handlung, acción, ha
firmado el pacto con Mefisto. La omnipotencia debida a la
propia acción, la capacidad de realizar por nosotros mismos toda la gama de acciones que nos impone el principio
de placer, reclama con necesidad la disponibilidad de la
totalidad del tiempo. Esa es la premisa. El desplazamiento
de la omnipotencia a la acción exige eliminar la muerte del
horizonte del hombre. El reinado completo del principio de
placer, la aspiración a no encontrar resistencia alguna al
deseo, cuando se desplaza a la acción del propio hombre,
exige un tiempo infinito, expresión elemental del automatismo de la repetición que luego Nietzsche elevará a
principio ontológico de eterno retorno.
Esta es la premisa del caso Fausto. Un desplazamiento intramundano de la aspiración de omnipotencia que, como
sugiere con fuerza el tránsito a la segunda parte de la obra
de Goethe, incluye el crimen y la inmersión orgiástica en
las aguas del río Leteo. Sin embargo, la aventura de Fausto,
sin duda una prueba de humanidad, no incluye el desenlace previsto en el pacto con Mefisto. Ni Fausto dispondrá de
todo el tiempo, ni su muerte le entregará a las garras del
Mal. Y es aquí, en la resolución imprevista de este dilema
–y no en el principio de placer ni de omnipotencia–, donde
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debemos ver la vinculación central de Freud con el personaje de Goethe y donde debemos identificar el hallazgo
central que la Naturaleza le quiso revelar a su último hijo
predilecto, Freud. En el fondo, la fabulación de Goethe
fue irreverente con el pobre Mefisto, cuya parte del pacto
jamás se le entregó. Sin duda, Goethe nos propone una
sátira radical de la vieja creencia en el diablo, muy propia
de la edad media. El pacto con el diablo se incumple, pues
el alma de Fausto es salvada y Mefisto burlado. Desde el
punto de vista de Freud, ese pacto nunca existió sino para
dar forma a ciertos deseos. Cuando estos quedan explícitos y reconocidos, el pacto se rompe como una ilusión y
entonces se abre paso la salud y la salvación.
Freud, que al final conectó el humor a la salud psíquica, llevó hasta el final esta sátira, que hace de ese pacto escrito
con sangre un papel mojado. Lo hizo en su mal conocido
ensayo dedicado a Una neurosis demoníaca en el siglo XVII,
donde estudia el caso de un pintor que, para potenciar su
arte y garantizar un éxito mundano, firma un pacto por el
cual se compromete a entregar su alma al diablo pasado
cierto tiempo. Freud era muy consciente de la cercanía
de este caso real con el problema Fausto y sorprende que
no haya puesto en relación ambos personajes de manera
más explícita30. A pesar de todo, el vienés reconoció que
el pacto con el diablo colma las expectativas del principio
de placer y propone al hombre el último desplazamiento
del ideal de omnipotencia31.
La agudeza de la sátira materialista de Freud, como la de
Goethe, no consiste tanto en revelar los descarnados deseos
que se ocultan tras el pacto, sino en poner de manifiesto
un megadeseo, el único que puede garantizar la sensación
de omnipotencia: el de recuperar al padre omnipotente32.
Que el pacto con el diablo tenga el sentido de una sustitución del padre amado y protector apenas describe algo
diferente de la entrega radical al mundo –atravesada por
la voluntad de omnipotencia– como sustitutivo del Dios
muerto33. Así, Fausto ya expresa en literatura todo lo que
Nietzsche expone en términos de metafísica. Freud se
encargaría de mostrar que tras estas visiones sublimadas
no hay sino “uno de aquellos tipos que conocemos como
‘eternos niños de pecho’, sujetos incapaces de arrancarse
de la dichosa situación del niño lactante [...]. De este modo
habría corrido nuestro héroe, en su historial patológico,
el camino que va desde el padre sustentador al demonio,
como sustituto paterno”34. Que esta leyenda de Fausto re-
Y sin embargo, Goethe, con su reelaboración de la fábula
medieval en la que el cristianismo anticipó su crisis, introdujo en su personaje algo todavía más fuerte que el principio de placer y su pulsión de omnipotencia. Ese algo nos
ofrece, lo repito, el secreto del descubrimiento científico
de Freud. Quizá Mefisto –un daìmon natural, más que un
demonio– contaba con ello cuando suscribió el pacto. El
caso es que, en el camino a través de la noche de Walpurgis
del mundo, iluminado por los instantáneos rayos de luz de
los fuegos fatuos de la ilustración, Fausto pudo encontrar
algo que le hizo pronunciar las palabras fatídicas. Fue algo
que, de repente, dejó atrás al ideal de omnipotencia como
voluntad de poder. Algo que ya no necesitó más tiempo,
algo que trajo al puro devenir la perfección de un instante.
Apreciemos ante todo el contenido de ese algo: “En pie, un
pueblo libre sobre una tierra libre”. El ideal republicano de
un pueblo libre sobre una tierra libre, desde cierto punto de
vista, desplaza la pulsión de omnipotencia humana, desde
luego; pero ahora no bajo la forma del poder y del placer,
sino bajo la forma de una completa sustitución inmanente
del reino de Dios en la Tierra. El ideal de la diferencia de
los seres humanos en libertad resulta algo completamente
diferente del poder y del placer, ese ideal que promete la
libertad sólo bajo la homogeneidad universal y el dominio de uno solo. La diferencia es un muro para el deseo
omnipotente. Diferencia es aquello de lo que no podemos
disponer. Lo que el fuego fatuo de la ilustración ilumina
en un instante es un mundo de seres humanos entre los
que rige la libertad, no el poder; el reconocimiento de la
diferencia, no el deseo omnipotente; la finitud recíproca,
no la expansión indefinida de la experiencia de uno.
Fausto se disuelve en este pueblo de seres libres como
uno más y así recupera la condición humana. Cuando
pensamos el estatuto de este algo que hace irrelevante
mi inmortalidad, nos damos cuenta de su condición de
mero suceso psíquico. Se trata de una visión y pasa veloz
por la mente de Fausto, como una iluminación anticipatoria. Sin embargo, no es una de esas alucinaciones que a
veces permite que el principio de placer triunfe. Es desde
luego algo parecido a una alucinación. Se trata de fuegos
fatuos del psiquismo. Pero en el éxtasis que produce en
él esta visión, Fausto ha pronunciado dos palabras igualmente significativas. “Detente, eres tan bello”. Ha pedido
al tiempo que se detenga y lo hace en virtud de la belleza
del instante. Frente al Nietzsche que sólo se aproximará a
la muerte en el éxtasis dionisiaco y disolvente, Goethe ha
dejado que su personaje desprecie la muerte justo en el
éxtasis apolíneo, cuando la visión de un pueblo libre sobre
una tierra libre hace crecer las diferencias humanas impidiendo la formación de un poder representativo y supremo
que disponga de ellas.
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aparezca en la primera crisis moderna del cristianismo no
sería entonces un azar. La melancolía moderna implicaría
una pérdida no aceptada respecto a ese Dios padre bondadoso y omnipotente. Para que la sustitución opere, por
supuesto, la promesa de eternidad del Dios cristiano tiene
que transformarse en promesa de plena disponibilidad del
tiempo indefinido en el que acumular poder y placer. Y eso
es el diablo. Los malos espíritus, dice Freud, deben sustituir
a los “göttliche Mächte”, pero sólo porque la muerte como
principio no ha sido aceptada.
Deberíamos sin embargo reparar en esto: Freud no pensó
jamás que en el instante de la belleza, de la irrupción
misma de la obra de arte en la vida psíquica, se despreciara a la muerte. Desde cierto punto de vista, así es, pues
Mefisto hace acto de presencia para reclamar su parte del
pacto. Si recordamos los elementos del contrato, descubrimos el compromiso de Fausto: no debía pronunciar jamás
las palabras “estoy satisfecho”. El ideal de omnipotencia
forjado por el principio de placer no reconoce sentido alguno a estas palabras ni acto final al tiempo inmanente.
De ahí que el Fausto, temporalmente dominado por esta
disposición psíquica del principio de placer, crea firmar
un pacto que jamás se cumplirá por su parte. En efecto,
tal principio no conoce final. Sin embargo, hablar de la
muerte en términos de desprecio es sólo pensarla desde el
principio de placer. Fausto, el ignorante de sí, cree que no
hay nada en su aparato psíquico que le lleve a pronunciar
aquellas palabras que hasta los Patriarcas, los que vivían
en presencia de Dios, debían pronunciar.
Y sin embargo, las pronunciará. Vendrán mediadas por la
belleza de la visión, pero dispararán un goce que responde a otro principio diferente del de placer. Lo que lleva a
Fausto a renunciar a la promesa mundana de inmortalidad,
como sustitutivo de la promesa cristiana de eternidad, es
el descubrimiento en sí, hijo predilecto de la naturaleza,
del daìmon de la muerte, el instinto de muerte, con su
gozo estético. Al hacerlo no sólo ha establecido de una
forma rotunda la función de la belleza, y sobre todo de la
literatura dentro del trabajo del duelo, de la despedida de
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la vida con gozo, sino que ha logrado describir el principio
de la salud humana: que la única verdadera sustitución de
la omnipotencia es la renuncia a la omnipotencia. Sólo se
alcanza perfección por la renuncia a la perfección, como
sabía Sócrates y los teóricos de la docta ignorancia. Esta es
la tarea de la belleza, pues en ella se nos ofrece una omnipotencia formal que se niega a sí misma como realidad, la
de la visión extática en la obra de arte que es consciente
de su dimensión alucinatoria, ficcional, irreal. Ella detiene
el tiempo y nos ofrece el esquema de lo que sería una vida
aceptable que reclama el momento de la muerte a través
de los pasos contados que se entregan a su fin, como un
fuego fatuo que hubiera dejado en al aire suspendida la
visión de una luz que llena la perfección de un instante.
Que existe un instinto de muerte que reclama también su
goce: este es el descubrimiento que Freud persiguió en el
personaje Fausto. Que la única sustitución verdadera de
la omnipotencia es la aceptación del principio de muerte:
ahí se nos ofrece el dualismo básico de la vida psíquica.
Que en este goce esté implícito la idea de belleza, de
relato, de unidad, de finitud, de forma, todo esto parece
claro. Pero no hay que olvidar las dimensiones éticas y
políticas vinculadas a este bello fuego fatuo de la ilustración. Hay una extraña, y todavía no analizada relación,
entre la aceptación de la diferencia y la identificación
del instinto de muerte. Por mi parte, creo que sólo una
adecuada interpretación del imperativo categórico, como
imperativo de encontrar el fin en sí, podría abordar este
problema. El trabajo del duelo como trabajo estético, que
ha sido de nuevo puesto en circulación por el Foucault
del cuidado de sí como obra de arte, no puede olvidar
que implica la reducción de la voluntad de omnipotencia,
efecto específico de potencias éticas de reconocimiento
de la diferencia y de la limitación de la dominación. No
hay trabajo del duelo ni goce relacionado con el instinto
de muerte sin este organismo estético, ético y político:
esa es la tesis final de Freud, la que hace de él un ilus-
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trado resistente por igual a la decepción y al cinismo, un
teórico de la finitud en la línea de Kant. El sueño de la
salud mental no es la salud mental. Pero quizá el final de
la voluntad de poder pase por interpretar correctamente
los sueños, no por realizarlos.
En todo caso, volvamos al principio. Una vez, en 1912,
en un momento de dificultad, en una agria discusión con
miembros de su escuela, Freud, en pleno debate, cayó al
suelo, desmayado. Jung lo llevó a un sofá ante la inquietud de todos. Jones lo cuenta como sigue. “Sus primeras
palabras, cuando comenzó a volver en sí, fueron bien
extrañas: ‘¡que bello debe ser morir!’... un indicio más de
que la ida de morir tenía para él un cierto sentido oculto”.
Este indicio lo había perseguido en la literatura, como en
aquellos versos de W. Scott, en Bride of Lammermoor que
bien mirados son un resumen antifáustico35, en los que
se recomienda no ceder a la omnipotencia del deseo para
acabar con esta sentencia:
Easy live and happy die
Such shall be the destiny
y que Freud mismo tradujo, no sin ironías que preservaba
en el anonimato, como
“Stille leb und stirb in Frieden
Dies wird Dir als Loos beschieden”36.
Quizás tras estas consideraciones no debamos considerar
un azar que, cuando en noviembre de 1915, la sociedad
goethiana de Berlín le invitase a colaborar en un volumen que debía aparece con el título Das Land Goethes,
el trabajo que enviase se centrase en el tema “Sobre lo
perecedero”, la base misma del trabajo del duelo, la experiencia que hace de la literatura la respuesta a una pulsión
humana central, el secreto de la naturaleza, el principio
de muerte.
NOTAS
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Recibido: 30 de noviembre de 2006
Aceptado: 15 de diciembre de 2006
1 Programa que partía de la máxima de
Nietzsche: “El propio ser es algo que
a uno mismo se le oculta: de todos
los tesoros ocultos el de sí mismo es
el último en ser desenterrado”. Jones,
Freud, Home SAE, Paidós, Barcelona,
3 vols. Aqui vol. I, pág. 334.
2 Jones nos recuerda que Freud, influido por Goethe, pasó por un breve período de Naturphilosophie panteísta.
Cf. Ob. cit., pág. 54. Si vemos cómo
describe Jones este movimiento, nos
daremos cuenta de que en el fondo
está caracterizando las intuiciones
más básicas que del ser humano tiene
Freud. “El universo, la naturaleza, es
un solo y vasto organismo compuesto
en última instancia de energías, actividades, creaciones, excrecencias,
organizado bajo la forma de eternos
conflictos básicos, en forma de polaridad; y la razón, la vida consciente,
la psique, no son más que el reflejo, la
emanación, de este torbellino inconsciente”. Esta descripción hace de la
naturaleza un gran sujeto semejante
en todo al pequeño sujeto, un macrocosmos parecido al microcosmos.
En una ocasión, Freud contó a Jones
lo siguiente: “Mi vida tuvo una sola
finalidad: inferir o intuir cómo está
construido el aparato psíquico y cuáles son las fuerzas que en él operan
y reaccionan unas sobre otras”. Jones,
ob. cit., pág. 56.
3 Como dijeron los sabios españoles
del barroco, como Saavedra: “Nace
con nosotros los afectos y la razón
llega después de muchos años”. Esta
naturaleza tardía de la razón apenas
puede emprender efectos constituyentes. Constituyente sólo la pasión,
con sus “tempestades furiosas de
afectos”. Cf. mi trabajo “Saavedra
Fajardo y el final de la edad media”,
en el II.º Congreso de Pensamiento
político hispánico. Murcia, noviembre
de 2006. En presa.
En este sentido, Freud siempre pensó
con Goethe que “la condición primera
y la última de todo genio es el amor a
la verdad”. Jones, ob. cit., pág. 332.
Una vez expresó que afán trataba de
mostrar “el origen y la naturaleza del
hombre, de cómo llegaron los seres
humanos a ser lo que son, y qué eran
en realidad”. En cierto modo pudo
decir que su objetivo primero era la
filosofía. Jones, o. c., pág. 306-7.
Esta época ha pasado ya. Para un
análisis histórico conceptual de esta
estructura puede verse R. Koselleck,
“On the Anthropological and Semantic
Structure of Bildung”, en The Practice
of Conceptual History, Timing history,
spacing concepts, Stanford U. P. California, 2002, págs. 170-208.
Aunque estos eran aspectos mucho
más relacionados de lo que se cree.
Para la relación entre el deseo y la
imagen puede verse mi trabajo “Simulacro y decadencia: una teoría
de la comunicación”, en Jesus Baca,
Simulacros. Sevilla, 2006, en prensa.
Y fundamental, Michela Cometa,
Descripcione e desiderio, I quadri viventi di E. T. A. Hoffmann, Universali
Meltemi, Roma, 2005.
En su juventud llegó a decir que “la
teoría en sí misma no es otra cosa
que el género de psicología utilizada
por los poetas”. Jones, ob. cit. pág.
265. Esta tesis depende de esta otra:
que los filósofos no habían hecho
nada decisivo para abrir el camino
a la psicología. Cf. Jones, ob. cit.,
pág. 281.
Jones, I, ob. cit., pág. 39.
Jones, ob. cit., págs. 39-42.
“Este conjunto de cartas podría
representar una contribución nada
despreciable a la literatura amorosa
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mundial. El estilo trae a ratos reminiscencias de Goethe”. Jonas, 110.
Era la misión que siempre se vio destinado a cumplir, como en la canción
de Heine al profesor, que no es sino
variación fáustica: “Mit seinem
Nachtmützen und Schlafrockfetzen/
Stopft er die Lücken des Weltenhaus, Heine, Die Heimkehr: ‘Con sus
bonetes y batas de cama, calafatea
los agujeros del universo’”. Jones, ob.
cit., pág. 206. Freud siempre se vio
a sí mismo como un anciano, como
un viejo que hubiera perdido el árbol
de la vida.
Jones, ob. cit., pág. 51.
“Tengo talento para la interpretación”, dijo una vez. Jones, ob. cit.,
pág. 138.
Los tres primeros versos del Poema.
Cito por Hamburguer Ausgabe, vol.
3, pág. 9, versos 1-3. Una traducción
literal podría ser esta: “De nuevo
os acercáis a nosotros, fluctuantes
figuras/que una temprana vez se
mostraron a mis turbados ojos. ¿Intentaré esta vez de verdad reteneros?
¿Siento mi corazón inclinado todavía
a la locura aquella?”
Las contraposiciones de Goethe
son muy precisas: erste Lieb und
Freundschaft, por un lado, frente
a Schmerz y Klage por otro. Cf. los
versos 13 y 14.
“Was von Menschen nicht gewusst/
oder nicht bedacht/ Durch das Labyrinth der Brust/ Wandelt in der
Nacht”. Citado en Goethe-Preis, Vol.
X, Studienausgabe, WbG, pág. 293.
Como dijo una vez a su novia, el 27
de enero de 1886. Cf. Jones, ob. cit.,
pág. 135.
Fausto, ob. cit., pág. 136, versos 43754377. trad.: “del pantano venimos/de
donde surgimos”.
De hecho, Mefisto pide al fuego
fatuo que ilumine en la noche de
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Walpurgis. Fausto, ob. cit., pág. 122,
v. 3866-3870. La ilustración sería
como este fuego fatuo, del que no
conviene ser demasiado exigente,
como dice el personaje.
Fausto, ob. cit., pág. 122, vv. 3872-3.
Fausto, verso 3980.
“Es ist zu toll, sogar für meinesgleichen”, dice Mefisto, en Fausto, ob.
cit., pág. 126, v. 4026.
Fausto, ob. cit., pág. 4040.
Freud, Studienausgabe, vol. X, pág.
293. Por lo demás, Freud no se
sentía en modo alguno a la altura
de Goethe. Como él mismo dijo a
Ferenczi, que insistía en el parecido de Freud y Goethe: “pienso que
realmente me hace usted demasiado
honor, y la idea, por lo tanto, no
me produce ningún placer. [...] Soy
bastante devoto de la verdad –o
digamos más bien de la objetividad–
como para dejar de lado aquella virtud. [...] Permítame que admita que
he encontrado en mí mismo un solo
atributo de primera calidad: una especie de coraje que no se deja afectar
por las convenciones”. Luego no dejó
de bromear que en lo único que se
parecía realmente a Goethe era en
su admiración por Schiller. Disentía
en la admiración al tabaco, “la única
disculpa para la fechoría cometida
por Colón”. La frase acababa de la
manera más ejemplar: “De todos
modos, no me siento bajo el peso
de sentimiento alguno de grandeza”.
Jones, Ob. cit., pág. 197.
Jones lo cuenta así: “Su lectura
la realizó en parte en el viaje a
Gmunden, en compañía de Breuer,
para terminarla al día siguiente. ‘Yo
estaba hondamente conmovido por
el espléndido panorama, cuando para
colmo vino este libro, que en la forma más condensada y con vivacidad
insuperable arroja sobre nosotros toda
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la hez del mundo: no sólo pone sobre
el tapete, el efecto, el problema del
conocimiento, sino los verdaderos
enigmas de la vida, todos los conflictos nacidos del sentimiento y del
impulso; y fortalece en nuestro ánimo la sensación de perplejidad ante
el misterio que reina por doquier. Es
cierto que estos problemas siempre
están ahí, y deberíamos pensar constantemente en ellos. Lo que hacemos,
empero, es restringirnos a una limitada finalidad de cada hora, de cada
día, acostumbrándonos a la idea de
que ocuparnos de esos problemas es
la tarea de una hora especialmente,
como si creyéramos que sólo en esa
hora especial existen. Pero de pronto,
una mañana nos asaltan y nos roban
la tranquilidad y la alegría.’ Viene luego una extensa y vívida descripción
del contenido del libro que compara a
la Walpurgisnacht, para terminar con
esta observación: ‘Lo que por encima
de todo nos impresiona es lo vivido de
las alucinaciones, la forma en que las
impresiones sensoriales se encrespan,
se transforman, y de pronto desaparecen.’ Y en seguida, en brusco contraste: ‘Uno lo comprende mejor cuando
recuerda que Flaubert era epiléptico y
proclive él mismo a las alucinaciones”.
Jones, ob. cit., pág. 186.
27 Fausto, ob. cit., pág. 131, verso 4201.
Ciertamente, Fausto antes ha vinculado su sueño al de Adán y ha llegado
a los extremos del trabajo onírico tal
y como luego lo entenderá el surrealismo, al invocar que de la boca de
la muchacha sale un ratón. Todavía
más surrealista es el momento en
que se extraña del hermoso cuello
de la sombra de Margarita y dice de
él que debe adornar un collar rojo
“no más ancho que el tajo de un
cuchillo”. Cf. el verso 4206. Goethe
pone entonces en la boca de Mefisto
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neurótico esta entrega al demonio,
nuestro interés se orientará, en primer término, hacia la motivación de
la misma, íntimamente enlazada a
su causa ocasional. ¿Por qué vende
alguien su alma al diablo? El doctor
Fausto pregunta despectivamente:
‘¿Qué puedes tú dar, pobre diablo?’
Pero no tiene razón. El diablo puede procurar, como precio del alma
inmortal, muchas cosas que los
hombres estiman grandemente; riqueza, seguridad contra los peligros,
poder sobre los hombres y sobre las
fuerzas de la naturaleza, artes mágicas y sobre todo, placer, el placer
dispensado por hermosas mujeres”.
Ob. cit., pág. 294. Sin ninguna duda,
toda la gama del principio de placer
ahora centrado en la idea de poder.
Las visiones del neurótico vinculan de
forma explícita el principio del placer a su forma moderna como poder.
“Hambriento de goces”, así describe
Freud a este pintor fáustico. Freud
citó escenas paralelas del Fausto,
pág. 294.
32 “El pacto, antes incomprensible,
presenta ya así un perfecto sentido,
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consistente en que eel diablo se
obliga a sustituir, cerca del pintor
y durante nueve años, al padre
que el mismo había perdido”, dice
Freud. “Si logra hallar un sustituto
del padre, espera recobrar lo perdido”. Una neurosis, ob. cit., pág. 296.
De esta manera, espera recuperar la
potencia creadora de su arte y salir
adelante en la vida.
“Dios es un sustituto del padre, o
mejor dicho, un padre ensalzado, o
todavía de otro modo, una copia del
padre tal y como hubo de ser visto y
vivido en la infancia: en la infancia
individual por cada sujeto y por la
Humanidad, en su época primitiva,
como padre de la horda primordial”.
Una neurosis, ob. cit., pág. 300. Con
toda claridad, Dios es el padre omnipotente en la figura expresa de la
omnipotencia.
Una neurosis, ob. cit., pág. 318.
“Look thou not on beauty’s charming,/ keep thee still when Kings
are arming,/ Speak not where the
people listen,/ from the red gold
keep the finger;....
Jones, I, ob. cit., págs. 183-4.
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la clave de la enfermedad, el placer
de la locura, Lust zum Wahn!”. Verso
4209 de la pág. 132. El colmo de las
coincidencias es que Mefisto entonces exclama que “esto es tan divertido como el Prater”. Aquí se trataba
de la “sekundärer Krankheitsgewinn”,
del beneficio secundario de la enfermedad. Cf. Jones, ob. cit., pág. 295.
Hablando con Fliess, Freud le expresó
la gratitud por abrirle “los enigmas
del mundo y de la vida”. Jones, ob.
cit., pág. 310.
Ese fue su sueño y esa fue la divisa
que se escribió al pie de su busto en
la universidad en 1955. Cf. la historia
completa en Jones, II, ob. cit., pág. 24.
Sólo dice de pasada acerca del informante que “la relación de este contenido con la leyenda de Fausto despertó
su interés y le movió a escribir un
penetrante estudio sobre el caso”. Una
neurosis demoníaca en el siglo XVII,
Studienausgabe, vol. VII, págs. 283323. Cap. I. “Die geschichte des Malers
Christoph Haitzmann”, pág. 288.
En el párrafo inicial del segundo cap.
de Una neurosis dice: “Si consideramos como un historial patológico
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