La evaluación como garantía de calidad en educación preescolar
La evaluación como garantía de calidad
en educación preescolar
por Sonia RIVAS BORRELL, Ángel SOBRINO MORRÁS
y Felisa PERALTA LÓPEZ
Universidad de Navarra
1. Introducción
En cualquier caso, estas dos premisas
—legal y científica— ofrecen al educador
el respaldo teórico para que sus actuaciones tengan un claro sentido educativo
y no meramente asistencial. Más aún,
apostar por el sentido educativo de esta
etapa es un aspecto necesario pero no
suficiente, ya que es preciso además ase-
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Además de este respaldo legal que
otorga un sentido educativo a las actuaciones desarrolladas en esta etapa, también se aprecia el reconocimiento científico
de que los primeros tres años constituyen un momento óptimo para desarrollar
las capacidades del niño, sin que esto nos
lleve a mitificar los primeros años como
el momento único y más crítico para el
aprendizaje del niño (Bruer, 2000; Rivas,
2004).
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En poco más de treinta años se han
sucedido cuatro leyes orgánicas que han
ofrecido el respaldo legal a la
escolarización de los niños en sus tres
primeros años. La Ley General de Educación (LGE, 1970) otorgaba un único
sentido asistencial a este primer tramo;
la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE, 1990) consideró
que este período debía tener un sentido
educativo (LOGSE, 1990, preámbulo 7,
cap. 1, sec. I, art. 1.1), además de asistencial. Finalmente, la Ley Orgánica de
Calidad de la Educación (LOCE, 2002)
refrendó esta idea, aunque modificando
la denominación y la división de este período. Finalmente, después de un amplio
debate sobre las reformas necesarias en
materia educativa, el Gobierno ha aprobado, en una reunión de Consejos de ministros celebrada el 22 de julio de 2005,
el Proyecto de Ley Orgánica de Educación que sustituirá a la LOCE. El citado
proyecto se ha remitido al Congreso de
los diputados para su tramitación parla-
mentaria. De momento, y por lo que se
viene manifestando [1], la etapa de preescolar sigue manteniendo su carácter
educativo y asistencial, aunque poniendo
especial énfasis en el primer aspecto.
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gurar un nivel de calidad. Para tal fin, la
legislación contempla que la evaluación
sea la herramienta que garantice y asegure el cumplimiento del principio de calidad educativa, y sugiere que las
enseñanzas escolares sometan a análisis
todos los elementos presentes en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
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Sin embargo, la educación preescolar
no pertenece a las enseñanzas de régimen escolar, por lo que en sentido estricto no sería obligatorio llevar a cabo una
evaluación en esta primera etapa. No obstante, el R.D. 828/2003 (art. 5.2.) menciona que en la educación preescolar
existan controles para garantizar la calidad educativa, y que la Inspección de
Educación supervise los aspectos educativos. Desde este punto de vista, la realidad educativa de preescolar también debe
ser objeto de evaluación si se desea garantizar el principio de calidad en sus
actuaciones.
Precisamente estos dos van a ser los
aspectos que centren la discusión de este
artículo: en primer lugar, expondremos
las razones por las que tiene sentido evaluar las actuaciones educativas de preescolar, no sin antes apuntar brevemente
cuál es la concepción de evaluación educativa en la actualidad y qué significado
le damos al término evaluación. En segundo lugar, descendiendo a la realidad
educativa de la etapa de preescolar, describiremos los factores —generales y específicos— que se han relacionado con
una educación de calidad en esta primera etapa educativa, apuntando los beneficios que la calidad aporta al desarrollo
de las capacidades infantiles.
2. La evaluación como la herramienta al servicio de la educación
La aprobación de la LOGSE (1990)
abre el camino para que se evalúen todos
los componentes del sistema educativo,
puesto que ayudan a conocer «en qué medida los distintos elementos del sistema
educativo están contribuyendo a la consecución de los objetivos previamente establecidos» (LOGSE, 1990, 16).
La LOCE (2002, preámbulo) añade a
la consideración anterior que la evaluación del sistema educativo va a ser la
medida que garantice el principio de calidad en la enseñanza, dado que la mejora de la calidad va a estar vinculada a
la intensificación de los procesos de evaluación de los alumnos, de los profesores, de los centros y del sistema en su
conjunto.
Al igual que el objeto de evaluación
ha cambiado, el significado de evaluación
también ha variado a lo largo de los años
en función del énfasis que se ha otorgado
a los componentes que configuran la noción de evaluación: la recogida de información, necesaria para conocer el
fenómeno en sí; la valoración de los datos según unos criterios determinados; la
formulación de un juicio de valor ponderado a partir de la información obtenida;
y la toma de decisiones de mejora a la
que se llega tras ese juicio de valor. No
se trata de realizar un análisis en profundidad de este concepto, puesto que
nos alejaría del objeto de este artículo,
sino de señalar qué implica evaluar en
la etapa de preescolar y qué beneficios
aporta.
La evaluación como garantía de calidad en educación preescolar
A partir de las definiciones que distintos autores sugieren sobre el término
evaluación, se puede llegar al consenso
de que es el «proceso sistemático, planificado y dirigido a identificar, obtener y
analizar la información de cualquier acontecimiento educativo de una forma fiable
y válida tras una comparación con determinados parámetros de referencia. Dicha
información ha de servir de base para
emitir un juicio de valor que permita tomar decisiones que se dirijan hacia la
mejora y optimización de cualquier elemento del proceso de enseñanza-aprendizaje con carácter retroalimentador»
(Rivas, inédito). Por tanto, los componentes y relaciones que están presentes en
esta definición se recogen en el siguiente
Gráfico:
dificultades objetivas para llevarla a cabo;
el segundo, aún contando con estas dificultades, referido a la exigencia de su
ejecución si se desea garantizar el principio de calidad.
2.1. Evaluación como necesidad
El educador en la etapa de preescolar
posee la libertad de acción que le ofrece
el curriculum abierto, mientras que en
otros ámbitos debe acatar determinados
mínimos que le vienen prescritos por ley
(R.D. 113/2004). Esta dicotomía que, en
la teoría parece factible y fácil de conciliar, en la práctica acarrea muchos inconvenientes (Murillo, Cerdán y
Grañenas, 1999).
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Desde este sentido y significado del
término evaluación podemos referirnos a
varias razones que impulsan a acometer
una evaluación en la etapa de preescolar: la primera, la necesidad tras la
apuesta de la LOCE (2002) por la autonomía del profesor en esta etapa; la segunda, la obligación o exigencia para el
centro, de estudiar la adecuación de su
proceso de enseñanza-aprendizaje a los
objetivos propuestos, con el fin de garantizar su calidad educativa (LOCE, 2002;
R.D. 828/2003; R.D. 113/2003; R.D. 1318/
2004). Paralelamente a estas dos razones, podríamos aludir a otros dos aspectos que caracterizan el proceso evaluativo
de esta etapa: el primero, relativo a las
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GRÁFICO 1 : Elementos presentes en la definición de evaluación educativa (Rivas, inédito)
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El educador tiene autonomía en materia pedagógica, organizativa y de gestión: tiene libertad para aplicar la
metodología que considere más adecuada y para establecer los límites del aprendizaje de sus alumnos; puede tomar
decisiones constantes, tanto de su trabajo individual como del trabajo en equipo
con el resto de educadores; y puede participar en la gestión y en las decisiones
del centro educativo. Esta autonomía le
supone, por contrapartida, una mayor especialización en sus tareas, un mayor
tiempo dedicado a su formación y un mayor número de recursos que debe dominar.
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A pesar de esta autonomía del educador, al final de la etapa el alumno debe
haber alcanzado unos objetivos mínimos
que vienen expresados en capacidades, y
de los cuales va a ser evaluado. Por tanto, nos podríamos preguntar ¿dónde queda la autonomía, la libertad de acción
del profesor, si sigue habiendo una programación que se dice abierta, pero se
plantea una evaluación cerrada (R.D. 828/
2003)? A pesar de que se ceda a las administraciones locales la posibilidad de
concretar la programación y la planificación de actividades, y aunque luego se
habilite a las administraciones educativas y a los centros para desarrollar procedimientos de evaluación, el MECD se
reserva el derecho a evaluar los resultados (R.D. 113/2004). Asimismo, cabría
preguntarse: ¿Cómo se puede plantear la
evaluación de capacidades, siendo éstas
difícilmente aprehensibles, sin evaluar a
través de objetivos operativos? Ruiz
(1997, 88) realizó una crítica a este aspecto al mencionar: «En la práctica se
evidencia que aunque en la LOGSE [y
podríamos añadir, y en la LOCE] se
remarca muy claramente que son las capacidades lo que ha de evaluarse, todavía no se ha roto la dicotomía entre
capacidades y objetivos operativos». También Ruz (1997) mantiene la postura de
que nada ha cambiado en la práctica de
la evaluación. Al final la sensación es la
de volver a la antigua idea conductista
de que sólo han de evaluarse las conductas observables. Wilson (1992, 35) a este
respecto respondería que «las capacidades sí son indirectamente evaluables a
través de los oportunos indicadores, sin
embargo, son las capacidades y no las
conductas o el rendimiento, lo que debe
constituir objeto de la evaluación», a lo
que podríamos añadir: aunque, de hecho,
no lo constituyan.
En consecuencia, el único modo que
va a tener el profesor de verificar que su
proceso de enseñanza-aprendizaje ‘más o
menos autónomo’ ha sido eficaz (entendiendo por eficacia que los alumnos han
alcanzado los objetivos previstos) es, necesariamente, a través de una evaluación
de su proceso de enseñanza-aprendizaje.
Por tanto, la necesidad abriría paso al
ámbito de la obligatoriedad en la evaluación.
2.2. Evaluación como obligación
Si bien es una necesidad evaluar el
programa para conocer el grado de consecución de los objetivos, la legislación
sustenta que deben someterse a evaluación todos los elementos del proceso de
enseñanza-aprendizaje con el fin de garantizar un nivel de calidad educativa
aceptable. Por tanto, la evaluación tam-
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bién se puede contemplar como una exigencia u obligación.
Debemos advertir de algunos peligros
que puede conllevar esta labor de evaluación: que esta herramienta se convierta exclusivamente en un «escaparate» de
cara a otras instancias educativas; que
se reduzca a un mero trámite burocrático más de control, de «rendir cuentas»; o
que sea la simple explicación del rendimiento de un alumno. Como mencionaba
Pérez Juste (1995, 77): «De la superación
de estos reduccionismos depende que la
evaluación alcance todo su potencial de
mejora del aprendizaje y de la enseñanza, o que se mantenga profundamente limitada en sus aportaciones».
2.3. Evaluación como dificultad
y reto
La justificación anterior sobre el sentido de evaluar quedaría descontextualizada si no se tiene en consideración la
dificultad que conlleva evaluar la realidad educativa y, más aún, si nos referimos a la etapa de preescolar. Éste será
precisamente el aspecto que se abordará
en el siguiente apartado.
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a) Objeto de estudio complejo
El «objeto» o agente principal sobre el
cual se han encaminado la mayoría de
evaluaciones en esta primera etapa ha
sido el niño, sobre todo porque hasta finales de la década de los ochenta no se
tuvo en cuenta que una intervención educativa está incardinada en una realidad
dinámica y compleja que modifica y explica los fenómenos. Por tanto, la evaluación debe recoger información del resto
de elementos que intervienen en el acto
didáctico de la enseñanza-aprendizaje.
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En este sentido, la evaluación en preescolar debería evitar a toda costa, a pesar de su obligatoriedad, desnaturalizarse, perder sus virtualidades como medio formativo (Nevo, 1988) de la labor
docente; como vía de análisis y valoración de todos los elementos que influyen
en el proceso educativo; y como medio o
instrumento para tomar decisiones de
mejora (Rivas, inédito). Precisamente,
para asegurar su verdadero sentido, Angulo (1990) sugiere que el valor de la evaluación se mida con referentes muy
precisos tales como: si se relaciona con el
servicio educativo que presta, con la riqueza de experiencias educativas a las
que da lugar o permite, con el desarrollo
profesional de los maestros que lo emplean y, finalmente, con las experiencias
educativas que contribuyen a desarrollarse en la escuela entre otros factores. Es
más, siendo más ambiciosos, la evaluación encaminada a mejorar la calidad, de-
bería conducir a la mejora de los educadores y de los educandos (Morales y
Morillas, 1997; Pérez Juste, 2000), e incluso, aspirando a lo óptimo, al logro de
la excelencia personal (García Hoz, 1952).
Estaríamos plenamente de acuerdo con
Pérez Juste y García Ramos (1989, 17),
al partir de un concepto de evaluación
que supone «una educación concebida
como un proceso de cambio perfectivo o
de mejora de la persona humana en pro
de su plenificación personal».
b) Problemas comunes a los de otras
etapas
García (1995, 50) afirmaba que «los
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modelos de evaluación en educación infantil son similares a los de cualquier otra
etapa educativa y los problemas de definición, operativización y estrategias
metodológicas utilizados en el marco general de la evaluación son transferibles
a este período».
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c) Nomenclatura genérica que impide
ser preciso en los resultados
El empleo de una nomenclatura tan
genérica como es la de evaluación de
programas en preescolar (Domènech y
Gómez, 1995), supone la falta de unanimidad respecto el modo de evaluar estas
intervenciones y de encontrar criterios e
indicadores a partir de los cuales emitir
un juicio de valor.
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d) Dificultad a la hora de atribuir los
resultados de la evaluación
Es muy difícil llegar con la evaluación a unas conclusiones que no distorsionen la realidad, porque se pueden
atribuir los cambios encontrados a los
efectos de la intervención, y no al desarrollo esperable de los agentes, y más
cuando la evaluación se realiza en el momento en que los cambios fisiológicos y
de aprendizaje en el alumno se producen
a mayor velocidad. Asimismo, la evaluación no debe desentenderse del contexto
de la evaluación, de todo aquello que pueda afectar al desarrollo del alumno
(Graue y Walsh, 1995).
e) Instrumentos o herramientas de
medición poco adecuados
Para llevar a cabo una evaluación válida y fiable se requieren pruebas y baterías de tests estandarizados específicos y
éstos son, en algunos casos, muy limitados (Aguado, 1993), circunscritos a una
determinada edad o baremados en una
población distinta a la que es objeto de
estudio (Domènech y Gómez, 1995). Se
corre el peligro de extraer conclusiones
equivocadas o imprecisas de las herramientas o instrumentos que se empleen
para obtener información sobre el programa educativo, y mucho más si éstos
no son los adecuados.
f) Falta de especificidad de las
variables
Es conocido que los fenómenos educativos son, por naturaleza, muy complejos
de definir y, por consiguiente, de cuantificar. Como Mertens y McLaughin señalan (1995, 121): «Uno de los problemas
que persisten en educación es la falta
de especificidad en la descripción de las
variables independientes, factores
contextuales, y características de los sujetos».
g) Realidad cambiante a la vez que se
evalúa
Existen otros tres problemas que afectan a la hora de generalizar los datos de
la evaluación: el primero se refiere a la
tendencia del programa a cambiar, a la
vez que está siendo evaluado; el segundo
versa sobre las distintas relaciones que
pueden establecerse entre evaluador/es y
personal del centro, que puedan sesgar
la marcha del programa. El tercero alude a que todo programa se enmarca en
un sistema sociopolítico concreto que puede reconducir, en un momento dado, la
evaluación que se realice sobre el mismo
(García, 1991).
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h) Limitaciones que impiden la generalización de los resultados
Bernal y Velázquez (1989) señalan que
la evaluación en educación acarrea ciertas limitaciones que complican la generalización de los resultados: en primer
lugar, limitaciones de orden ambiental:
las variables que intervienen y que difieren de unos contextos a otros. En segundo lugar, de orden técnico: la inexactitud
y la imprecisión que existe en los instrumentos y las técnicas empleadas. En tercer lugar, de orden moral: se trata de
«sujetos de educación», y no de «objetos
de investigación» (Bernal y Velázquez,
1989, 46). En cuarto lugar, las limitaciones derivadas del propio objeto: son seres humanos, totalmente cambiantes y
en continua interacción con el entorno.
Teniendo en cuenta todo lo mencionado hasta el momento, pero descendiendo
a la realidad educativa de preescolar, convendrá saber los factores que se relacionan con una actuación educativa de
calidad en esta etapa.
3. El principio de la calidad en
preescolar
El hecho de que la búsqueda de la
calidad se haya impuesto y generalizado
en todas las actividades profesionales de
nuestra sociedad puede ser visto como
una moda, pero también como el intento
de responder a determinadas necesidades o demandas legítimas, planteadas por
la sociedad.
Hemos aludido anteriormente a que
la etapa de preescolar tiene un carácter
marcadamente educativo, aspecto igualmente importante es que se busque un
nivel de calidad. No vamos a entrar en
consideraciones sobre qué es calidad en
educación, por la complejidad del tema y
porque nos alejaría del objetivo de este
artículo. Sin embargo, sí podemos decir
que la calidad educativa es un atributo
que se relaciona con algo bueno y deseable, aunque el intento de definirlo y con-
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Hablar de una evaluación de programas en educación implica no sólo comprobar aisladamente si se ha adquirido o
no un determinado objetivo —el producto— sino también tener en cuenta otros
agentes (LOCE, 2002, Preámbulo), con
el fin de iluminar la realidad para tomar
decisiones de mejora pertinentes respecto al programa. La mayoría de las veces,
la pretensión que existe al evaluar es,
sobre todo, buscar la comprensión y ex-
Por tanto, se deberá contar con todas
las dificultades que se han apuntado
para, a pesar de ellas y con ellas, llevar a
cabo estudios rigurosos. En este sentido,
la evaluación puede ser vista también
como un reto.
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Si la exposición de este apartado concluyera en este punto, podríamos pensar
que tiene poco sentido evaluar las intervenciones educativas de preescolar, aún
siendo necesario y conveniente, cuando
es tan complejo realizar una valoración
de las intervenciones. Sin embargo, si se
advierte que la premisa principal de la
cual ha partido esta exposición es incompleta, tal vez cambie el enfoque.
plicación de los fenómenos, llegar a conocer y actuar de acuerdo con sus características, y no tanto medir o tasar las
variables.
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cretarlo resulta mucho más complejo que
reconocerlo en la realidad. Como menciona el MECD (2002): «La propia noción de
calidad educativa constituye un ejemplo
de concepto polifacético y polimórfico que,
adoptando una perspectiva analítica, se
manifiesta en una pluralidad de componentes o de factores de calidad: sin embargo, ninguno de ellos resulta suficiente
para aprehender el concepto». Precisamente, apostamos por calidad como un
concepto polifacético y complejo de definir y de estudiar. Dejando constancia de
antemano que consideramos que el estudio de la calidad debe ir más allá de la
búsqueda de indicadores y listas de control que evalúen su ausencia o presencia
de la misma, nos parece interesante
apuntar los principales beneficios que se
relacionan con las intervenciones educativas de calidad y los factores que, respaldados por la evidencia empírica, se
asocian con la calidad educativa de las
intervenciones en preescolar.
3.1. Beneficios asociados con la
calidad de las intervenciones
Kellaghan, Sloane, Álvarez y Bloom
(1993) afirman que es más fácil producir
los efectos en los programas que identificar los factores que contribuyen a lograr
su éxito. Por este motivo aludiremos a
los beneficios que se asocian con la calidad de las intervenciones, si bien apuntaremos algunos estudios que han tratado
de identificar dichos factores.
La mayoría de las evaluaciones se han
dirigido a estudiar la eficacia de las intervenciones para población infantil de
riesgo o con trastornos definidos. Sirva
como referencia el estudio de Simeonsson,
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Cooper y Scheiner (1982) o el más reciente de Blok, Fukkink, Gebhardt y
Leserman (2005). No obstante también
se han estudiado, aunque en menor medida, los beneficios que reportan los programas educativos de calidad a los niños
sin trastornos definidos ni de riesgo,
escolarizados en los tres primeros años.
Parece importante advertir de antemano que los estudios relativos a valorar la eficacia de los programas han sido
criticados por su deficiente calidad
metodológica: muestreo inadecuado, falta de grupo de control, técnicas estadísticas que disminuyen la fiabilidad de los
resultados (Bailey y Bricker, 1984), o medidas de observación parciales. Todo ello
impide poder replicar los estudios. De todos modos, con la prudencia que se necesita para hablar de los resultados que
conllevan estas intervenciones, podemos
mencionar algunos beneficios. Así, a pesar de la gran la variabilidad de las intervenciones educativas en niños (Bryant,
Clifford y Peisner, 1991), la investigación
sugiere que, en términos generales, la
alta calidad de las intervenciones se asocia con resultados positivos en las experiencias educativas (Ramey y Ramey,
1993), en su competencia social (Howes,
Phillips y Whitebrook, 1992), en los aspectos cognitivos a corto y a largo plazo
y en el lenguaje (Barnett, 1998). Además,
se ha señalado también que los programas evitan problemas posteriores de conducta (Lewis, Powers y Kelk, 2002),
aunque los datos varíen en grado en los
distintos estudios.
De todos modos, debemos advertir de
los numerosos beneficios indirectos que
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no han sido —ni pueden ser— medidos
en los estudios por la dificultad de
controlar la variable dependiente
(Simeonsson y cols., 1982) y por la riqueza de la realidad misma que debe ser
evaluada y que impide ser aprehendida
en todas sus facetas.
Como apuntan Lee y Walsh (2004), se
debe dar un nuevo paso en los estudios
referentes a la calidad, con el fin de no
reducir el sentido que tiene evaluar las
intervenciones. Evaluar las intervenciones debe suponer mucho más que encontrar indicadores o parámetros que sirvan
para juzgar calidad (entendidos éstos
para medir luego el resultado o el producto de la evaluación). De otro modo,
implicaría que evaluamos una realidad
estática y no una realidad interactiva y
cambiante. De todas formas, interesa conocer los factores que se han relacionado
con la calidad de los programas, no tanto
para quedarnos en ellos, sino para detectar la presencia o ausencia de la calidad
en los programas.
3.2. Factores relacionados con la
calidad de los programas
Determinar la calidad y lo que sea
adecuado para el niño sigue siendo una
tarea difícil, y más cuando se considera
que lo que se entiende por programa de
calidad cambia en función de los contextos culturales a los que nos refiramos
(Burchinal y Cryer, 2003).
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El National Center for Education
Statistics (2002) y Reaney y cols. (2001)
también muestran el beneficio que una
escolarización temprana produce al niño
en años posteriores, en su área cognitiva,
socioemocional y psicomotora. Similares
resultados ofrece el estudio realizado por
la asociación norteamericana Southern
Regional Education Board (VV.AA.,
2002), tras la evaluación de distintos programas norteamericanos de educación
temprana y de distintos pre-kindergarten de los estados norteamericanos de
De cualquier modo, el centro de interés se desplaza más bien a identificar y
encontrar las variables que determinan
dicha eficacia en los programas (Bandeira, 2001) y en establecer la mejor metodología para tal fin (Alter, 2001).
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En cualquier caso, La Paro y Pianta
(2000) han realizado un metaanálisis a
partir de setenta estudios longitudinales,
fechados entre 1985 y 1998, con niños
escolarizados en el preschool o Kindergarten. Los datos de este metaanálisis
reflejaron que la predicción de mejoras
en el área social y cognitiva del niño en
años posteriores era escasa (un 25% de
la varianza se predice en el dominio
cognitivo, y el 10% en el aspecto social),
si bien las habilidades sociales fueron
indicadores importantes de la competencia social. De todos modos, advirtieron
que estos resultados podían deberse a la
gran variabilidad de contextos donde se
tomaron los resultados, además de recordar la complejidad que existía en realizar mediciones de estos aspectos.
Florida, Georgia, Maryland, Carolina del
Sur y Texas.
A pesar de ello, han sido varios los
autores que han señalado los factores que
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presentan las intervenciones educativas
de calidad, individual y culturalmente
apropiadas para los niños en edad preescolar. Estos factores, si bien podrían ser
agrupados de formas muy diversas, partimos de una doble agrupación: como factores generales, y como factores específicos. Mientras que los primeros se refieren a elementos globales de los programas, los segundos aluden a aspectos
mucho más concretos del programa.
a) Factores generales
Entre los autores que se refieren a los
factores generales de los programas educativos de calidad destacan, entre otros,
Murillo y cols. (1999), Bandeira (2001) o
Moyer (2001). Todos ellos coinciden en
darles las siguientes notas identificativas:
1) Reconocen y aceptan las diferencias
individuales en el modo y grado de crecimiento de los niños, a través de unos objetivos realistas y apropiados a su nivel
de desarrollo. 2) Educan a la totalidad
del niño. 3) Responden a las necesidades
de los niños, como a su desarrollo, pensamiento individual, centrándose en el
proceso de pensamiento y no tanto en habilidades, contenidos y productos. 4) Proporcionan una multitud de oportunidades
para aprender, con materiales de distintos tipos. 5) Proporcionan materiales y
actividades que le llevan a descubrir y
aprender a través de los sentidos, animándoles a la participación, comunicación y al diálogo. 7) Ofrecen tiempo
suficiente para favorecer la interacción
padres-profesor-alumno. 8) Conciben el
juego como fundamental para el aprendizaje del niño.
Kagan (2001) añadiría a las caracte-
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rísticas anteriores que un programa de
calidad, en primer lugar, debe proporcionar atención a las necesidades físicas del
niño. En segundo lugar, la intervención
debe establecer nexos con la familia y
con la comunidad.
Existen también publicaciones oficiales donde se señalan otros factores generales cuya presencia se ha relacionado
con la calidad de los programas educativos (MEC, 1991; Wilson, 1992): la extensión de la educación, el tratamiento de la
diversidad, la autonomía escolar, el currículo/autonomía curricular, la participación de la comunidad educativa y
gestión de centros, la dirección escolar,
el profesorado, la evaluación y, finalmente, la innovación e investigación educativas.
b) Factores específicos
Podemos mencionar otros elementos
más concretos que se han relacionado con
la calidad de los programas. Es complejo
tratar de conocer los factores, las variables concretas o específicas que se asocian (y no que predicen) con la calidad de
las intervenciones en preescolar. Aunque
los resultados que se expondrán a continuación pueden parecer, aparentemente,
contradictorios en algunas ocasiones, se
tiene que tener en cuenta que los datos
proceden de estudios llevados a cabo con
poblaciones distintas, en circunstancias
diversas y bajo condiciones metodológicas
dispares.
Los autores clasifican estos factores
específicos de distinto modo. En primer
lugar, hay algunos que enfrentan las variables o factores estructurales a las va-
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riables procesuales (Howes y cols., 1992;
Cryer y cols., 1999; Phillips y cols., 2000).
Las primeras hacen referencia a aspectos como la ratio profesor/alumno, el tamaño del grupo, la preparación del
profesor, o el ambiente físico del aula. La
verificación de la ausencia o presencia
de estas variables puede ser hecha por el
personal del mismo centro educativo. En
cambio, ejemplo de las variables
procesuales, que se relacionan con el factor tiempo, son el comportamiento del
programa durante su implantación, o el
número de tareas ofrecidas al niño. Estas variables suponen una valoración más
compleja que la que se deriva de la observación directa.
— Tamaño de grupo y ratio de clase
Bryant y cols. (1991) sustentan que la
calidad de un programa no está asociada
ni con el tamaño del grupo, ni con la ratio
de la clase (al igual que Kontos y WilcoxHerzog, 1997), ni con el coste por alumno, ni con la experiencia docente, aunque
sí con las creencias que tiene el educador
sobre el desarrollo del niño. En cambio,
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Finalmente cabe decir que hay otros
autores que han agrupado las variables
de forma distinta. Este es el caso de Love,
Schochet y Meckstroth (1996), quienes
hacen referencia a la dinámica de clase,
la estructura, las características del personal, la administración y servicios de
apoyo y, finalmente, la participación de
los padres en el programa. También el
National Research Council (U. S.
Una vez expuestos estos modos diferentes de agrupar los factores, interesa
conocer la relación entre éstos y la calidad de las intervenciones. Para ello, centraremos la atención en tres aspectos
específicos cuya presencia o ausencia se
ha relacionado con un programa de calidad: tamaño de grupo y ratio de clase,
años de experiencia docente y formación
docente, y participación familiar.
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En segundo lugar, otros autores como
Phillipsen, Burchinal, Howes y Cryer
(1997) o Aytch, Cryer, Bailey y Selz
(1999) hacen una cuádruple clasificación.
Ellos aluden a variables contextuales,
procesuales, globales y dinámicas. A diferencia de los autores anteriores, éstos
hacen una distinción en función de los
elementos que están presentes antes (variables contextuales), durante (variables
procesuales y dinámicas) y después (variables globales) de la intervención educativa.
Department of Education, 2001) dictó un
elenco de factores que se han relacionado con intervenciones educativas de calidad: 1) El correcto desarrollo motor,
cognitivo y socio-emocional de los niños
se relaciona con la calidad de los programas; 2) La competencia social y el logro
del niño en la escuela se ve influido por
la calidad de la interacción niño-docente,
y por el modo en que el educador atienda
a cómo el niño se aproxima al aprendizaje; 3) El tamaño de la clase y la ratio
adulto-niño se correlacionan con los efectos positivos del programa; 4) Los niños
aprenden más, mejor y con programas
bien planificados, con objetivos claros y
con contenidos significativos; 5) La preparación in service del profesor, los años
de experiencia, así como el salario del
profesor y el control continuo se relaciona con la alta calidad de los programas.
521
Sonia RIVAS BORRELL, Ángel SOBRINO MORRÁS y Felisa PERALTA LÓPEZ
año LXIII, n.º 2 3 2 , septiembre-diciembre 2 0 0 5 , 5 1 1 -5 2 8
revista española de pedagogía
Frede (1995), que revisa en su trabajo
varias investigaciones diseñadas para
mejorar la calidad de distintos programas educativos, apunta que los programas de calidad presentan alguno de estos
elementos: un tamaño de clase y una ratio
pequeña entre profesor y alumno, un asesoramiento dirigido al docente para que
mejore su enseñanza, una intervención
intensa o duradera del programa, y una
comunicación fluida entre el centro y la
escuela, además del seguimiento de un
curriculum y de unas estrategias de
aprendizaje que sean similares a lo que
el niño se encontrará luego en la escuela.
Por tanto, parte de estos resultados referidos al tamaño del grupo parecería entrar en contradicción con las afirmaciones
de Bryant y cols. (1991).
522
Sin embargo, la puntualización que
Rimm-Kauffman y Pianta (1999) realizan respecto al tamaño del grupo aclara
esta divergencia de criterios. Ellos señalan que aunque el tamaño del grupo no
se relaciona directamente con la calidad,
sí que un tamaño mayor del grupo de
alumnos conlleva un clima instructivo
más bajo. Vandell (1996) añadiría que con
una ratio de alumnos pequeña y con un
tamaño del grupo reducido, el educador
puede ofrecer un cuidado mejor al niño.
Por tanto, se podría llegar a la conclusión de que la calidad positiva de la intervención educativa tiene más relación
con una ratio profesor/alumno baja que
con el tamaño del grupo pequeño. En consecuencia se podría aventurar que la ratio
profesor/alumno es probablemente un barómetro más efectivo de la frecuencia de
contactos entre los profesores y los niños
que un tamaño pequeño de clase.
Pianta y cols. (2002) son del mismo
parecer que los autores anteriores. Ellos,
tras estudiar doscientos veintitrés centros de educación infantil, llegaron a la
conclusión de que no es tanto el tamaño
del grupo lo que se asocia con la buena
calidad de los programas, sino más bien
una ratio pequeña entre profesor alumno; de igual modo que el clima instructivo es más bajo con una elevada ratio,
aspecto que conlleva una menor dedicación del profesional por niño, y por tanto,
una menor calidad en el programa.
— Años de experiencia docente. Formación docente
El factor años de experiencia del profesor ha sido estudiado por muchos autores como una variable asociada con la
calidad de los programas. Este factor,
como veremos, se diferencia de la formación docente. Así, Rimm-Kauffman y
Pianta (1999) aseguran que la calidad de
las interacciones en clase no se relaciona
con los años de experiencia del docente o
con su formación complementaria. En
cambio, los años de experiencia docente
sí correlacionan positivamente con el número de contactos que se establecen entre la escuela y la familia, aspecto que se
considera eficaz en las intervenciones.
Phillipsen y cols. (1997), quienes examinaron las relaciones que existían entre la calidad del ambiente educativo y
el programa a varios niveles (contextual,
global, estructural y dinámico), concluyeron que en educación preescolar el resultado positivo era superior en clases
con profesores con moderada experiencia
pero mejor remunerados económicamen-
La evaluación como garantía de calidad en educación preescolar
te. En cambio, en lo equivalente a la etapa de educación infantil había resultados más positivos en el niño con
profesores con mejor formación, con altos
salarios pero con una experiencia educativa más modesta que en el caso anterior. En esta misma línea, Phillips y cols.
(2000) aseguran que aunque la preparación del educador se haya señalado, en
algún momento, como un determinante
fundamental en la calidad de un programa (Nichd, 1999), su estudio muestra que
hay una mayor asociación con los salarios de los profesores, y con los honorarios de los padres.
LEYENDA : Factores asociados con la
calidad→ Factor no asociado con la
calidad˚ Factor indirectamente
asociado con la calidad
Bryant
revista española de pedagogía
Finalmente, Alkin (1992) hace una
breve síntesis de algunos de los factores
específicos a los que se han hecho alusión. Señala los componentes que están
presentes en las intervenciones de calidad: un curriculum que se adecue a las
necesidades del niño, que el personal
haya recibido formación especializada
para impartir esa enseñanza, que haya
supervisión del funcionamiento del programa por parte de expertos, que la ratio
— Participación familiar
El tercer factor fundamental que se
relaciona con la calidad de las intervenciones, y al que aluden los autores es la
participación familiar en el centro escolar. Algunos, incluso, aseguran que la colaboración entre el medio familiar y el
escolar puede ser la clave del éxito de las
intervenciones en algunas poblaciones
(Beckman y cols., 1994; Reynolds,
Mavrogenes, Bezruczko y Hagemann,
1996). Lo que no parece tan evidente es
que exista correlación entre el resultado
del programa y el grado de participación
de los padres en el mismo (Innocenti y
cols., 1993; Boyce, White y Kerr, 1993).
Aunque esta participación se manifieste
de distintas formas, se aconseja cautela
al afirmar que los padres deben participar lo máximo posible, porque se haya
mostrado que es positivo. En la siguiente
Tabla se refleja la relación que existe entre los factores generales y específicos expuestos y la calidad de las intervenciones
educativas.
año LXIII, n.º 2 3 2 , septiembre-diciembre 2 0 0 5 , 5 1 1 -5 2 8
Buysse, Wesley, Bryant y Gardner
(1999), en cambio, han subrayado que es
la experiencia del profesor, sus habilidades, su formación, y su nivel de
autovaloración del conocimiento, lo que
se asocia positivamente con la calidad de
un programa educativo. De la misma opinión es Blau (2000), quien ha verificado
que la buena calidad de un programa se
asocia, además de con una ratio pequeña
entre profesor y alumno, con la experiencia docente, con su nivel de formación, y
con un equipamiento material adecuado
del centro.
profesor/alumno sea pequeña, que el educador trabaje colaborativamente con los
padres, que los profesores sean sensibles
a las necesidades de los niños y que, finalmente, la evaluación realizada sobre
el programa se realice adecuadamente.
y cols. (1991)
Frede (1995) Rimm
(1999) Alkin (1992) Phillips y cols.
(1997) Phillipsen y cols (2000)
Buysse y cols. (1999)
Blau (2000)
cols. (2002)
Pianta y
523
Sonia RIVAS BORRELL, Ángel SOBRINO MORRÁS y Felisa PERALTA LÓPEZ
Tamaño de clase
Formación
Intervención intensa y duradera
Comunicación centro/padres
año LXIII, n.º 2 3 2 , septiembre-diciembre 2 0 0 5 , 5 1 1 -5 2 8
Interacción prof/niño
→
Tamaño del grupo
→
→
Ratio prof/alumno
→
→
Entrenamiento del profesor
Experiencia
˚
→
Coste por alumno
→
Creencia del educador
revista española de pedagogía
Salario
Colaboración con los padres
Equipamiento del centro
Adecuación a las necesidades del niño
→
TABLA 1 : Relación entre los factores generales/ específicos y calidad de las intervenciones
4. Conclusión
En este artículo hemos tratado poner
de manifiesto que la etapa de educación
preescolar es difícil de aprehender para
ser evaluada, si bien es el modo de garantizar la calidad de las intervenciones
en esta etapa.
A pesar de esta dificultad, hemos podido recoger distintas aportaciones de au-
524
(2000)
Evaluación adecuada
(1997)
Asesoramiento al docente
Rimm-Kaufman (1999)
Espacio físico
tores que han tratado de identificar los
aspectos que se relacionan con la calidad
de los programas educativos. Además de
las distintas clasificaciones señaladas por
ellos, creemos conveniente apuntar otra
categorización diferente, que se adecue y
refleje en mayor medida la naturaleza
dinámica de la educación preescolar y,
por ende, de su calidad. Nos parece necesario hablar de factores que reflejan la
La evaluación como garantía de calidad en educación preescolar
calidad tanto al inicio, durante como al
final del programa. Por este motivo, defendemos una triple diferenciación de factores: los que hacen referencia a los
aspectos contextuales de la intervención
—también llamados por otros autores
como variables de entrada o de contexto—; los que reflejan la dinámica de la
intervenciones; y, finalmente, los que hacen hincapié en el resultado de la intervención.
Dirección del autor : Sonia Rivas Borrell. Departamento
de Educ ac ión. Universidad de Navarra. 3 1 0 8 0
Pamplona (Navarra). E-mail: srivas@unav.es
Fecha de recepción de la versión definitiva de este artículo: 12-IX-2005
Notas
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En el primer grupo se incluirían todos los factores estáticos del programa,
elementos que hacen referencia al contexto material (tamaño de clase,
equipamiento del centro) y personal (ratio
profesor/alumno, tamaño de clase, grupo
de clase, preparación del profesor preservice, coste por alumno, salario del profesor, creencias o años de experiencia del
educador). Como hemos podido observar,
son muchos los autores que hacen un riguroso análisis de estas variables estáticas que, si bien están asociadas a la
calidad, no son suficientes para abarcar
la calidad de todo el programa. En el segundo grupo de factores englobaríamos
todos aquellos aspectos dinámicos y
cambiantes de las intervenciones, en el
que se encontraría la ejecución misma
de las intervenciones (temporalización,
secuenciación o flexibilidad) y al marco
dinámico donde éstas se llevan a cabo
(clima del centro, formación in service,
interacción profesor-niño, contacto profesor/padres, asesoramiento al docente, o
coherencia institucional). Finalmente, el
tercer grupo de elementos reflejarían la
calidad de la intervención educativa en
relación con la eficacia, la eficiencia y la
efectividad.
En cualquier caso, la puesta en marcha de la evaluación como medio para
garantizar la calidad pasa por el verdadero interés y formación de los educadores. Por tanto, prestar especial atención
a este aspecto puede ser un elemento fundamental para revalorizar la importancia que tiene la calidad en esta primera
etapa educativa.
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Resumen:
La evaluación como garantía de
calidad en educación preescolar
Este trabajo analiza la evaluación
como el modo que tiene el educador de la
etapa de preescolar de garantizar la calidad en sus intervenciones. Con este propósito, en primer lugar, en este artículo
se analizan las razones por las que tiene
sentido evaluar las intervenciones educativas en preescolar. En segundo lugar
se enuncian los beneficios que parecen
estar relacionados con la calidad de sus
intervenciones y los beneficios que le reporta al niño un programa educativo de
calidad.
Descriptores: calidad, educación preescolar, evaluación, indicadores.
Summary:
Assessment as a quality guarantee in
Infant Toddler centres
The purpose of this article is to
analyze the assessment is the only way
of guaranteeing quality in Infant Toddler
practices. For this reason, firstly, this
article develops the justification for
assessing Infant Toddler interventions.
Secondly, it enunciates the benefits
related apparently to the quality of
interventions and to what an early
childhood quality program produces in
children.
Key Words: Quality, Infant Toddler
education, assessment, indicators.