De la Arqueología de la mortadela a la Arqueología de la resistencia.
La democratización fallida de la Arqueología española
Jorge Morín de Pablos - Rafael Barroso Cabrera
AUDEMA S. A. Departamento de Arqueología, Paleontología y Recursos Culturales
Se nos pregunta desde la dirección de la revista: “Arqueología: Para qué, para quién,
cómo y por qué”. Cuatro preguntas que, en
principio, deberían obtener una fácil respuesta
en una disciplina centenaria como la arqueología.
puesto para nuestro mundo el desarrollo de Internet.
¿Cómo? La práctica arqueológica puede
ser desempeñada en el sector público o privado.
En lo público, en la universidad, museos o institutos de investigación como el CSIC; en el sector privado, en empresas de arqueología, fundaciones, etc. Pero tanto en uno como en otro caso
la práctica de nuestra disciplina debe ir siempre
ligada a la investigación.
¿Para qué? Para conocer mejor nuestro
pasado, para comprender el presente y diseñar
el futuro de nuestra sociedad. Un conocimiento
que viene dado a través del estudio de la cultura
material que han generado las distintas sociedades humanas y de la inserción de los objetos en
los yacimientos y de éstos en los paisajes culturales, superando la visión de la arqueología ceñida al objeto, algo que, por sorprendente que
aún pueda parecer, todavía sigue sin asimilarse
del todo en nuestro país.
En efecto, es la investigación científica la
que faculta el desarrollo de una práctica de la
disciplina de manera correcta, que sea realmente crítica y ética a la vez. En realidad, si no hay
investigación resulta difícil, diríamos imposible,
realizar una práctica de nuestra disciplina que
no esté anquilosada. No vamos a entrar en el
debate estéril de la existencia de una investigación ligada al mundo universitario, por un lado,
y otra “profesional” o de gestión, que se asocia
comúnmente a la práctica privada. En términos
generales, en los dos ámbitos, público o privado, resulta factible desarrollar el ejercicio de la
profesión, si bien en ambos casos también la
ausencia de una auténtica labor de investigación
viene siendo, por desgracia, una constante. No
descubrimos nada nuevo al afirmar que la arqueología en España es, en gran medida, ágrafa
y, lo que es aún peor, pueden contarse por miles
los ejemplos de ausencia absoluta de investigación. De hecho, no hay más que ver la escasa
influencia de la arqueología española –salvo las
¿Para quién? Obviamente el arqueólogo
trabaja por motivaciones puramente personales,
que van desde inquietudes personales a modas y
vanidades propias de la condición humana, pero
sin perder nunca de vista el hecho de que el
arqueólogo trabaja para la sociedad en su conjunto: desde las comunidades locales, donde
realiza su trabajo en un primer nivel, a los foros
científicos y la divulgación de los resultados de
sus estudios con destino a un entorno globalizado. Una labor de difusión que, a día de hoy,
resulta mucho más fácil de realizar para el arqueólogo y, sin duda, mucho más asequible al
gran público gracias a la revolución que ha su-
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raras excepciones personales que todos conocemos y que cada cual cree encarnar– en el
concierto internacional.
Para muchos de nosotros, la arqueología nació como una vocación temprana, cuyo impulso
nació en una etapa precoz de nuestra existencia,
posiblemente durante la juventud o, incluso, en
la misma niñez. Nuestra visión de la disciplina
lógicamente fue variando con el estudio y la
práctica de la misma, aunque, en nuestro caso
personal, siempre nos ha guiado el interés por el
conocimiento del pasado y el deseo de transmitir ese conocimiento a la sociedad en la que
vivimos y que, en no pocas ocasiones, es la
misma que nos paga. Somos conscientes que la
práctica de la disciplina arqueológica va ligada
a un comportamiento ético, que desgraciadamente muchas veces no existe o no se da en la
medida que debiera darse. Asimismo, somos
plenamente conscientes de que la sociedad generada por el capitalismo postmoderno, embarcada en la construcción de un utópico futuro de
felicidad y democracia completas, apenas tiene
memoria o la tiene de forma muy selectiva. Pero es precisamente por esta razón por la que
sigue intacta la necesidad de disciplinas como la
nuestra, cuyo ejercicio resulta todavía más necesario ya que, mucho mejor que cualquier otra,
sirve para reflejar el pasado tal como fue, con
sus errores y sus aciertos.
En realidad, a día de hoy el crédito de la arqueología española en el mundo académico
internacional es prácticamente inexistente. A
diferencia de otras disciplinas, como la historia
o la epigrafía, donde es fácil encontrar profesionales y estudios reconocidos en el ámbito
internacional, el papel de la arqueología española es prácticamente nulo y se limita a proporcionar datos que luego son procesados por investigadores extranjeros. Y eso en el mejor de
los casos, porque la realidad es, en demasiadas
ocasiones, la simple ignorancia de los trabajos
realizados en nuestro país. A ello ha contribuido
sin duda la regionalización de los estudios y la
falta de una dirección conjunta de los proyectos
de investigación, pero también, no cabe duda, la
desidia de los que se supone son profesionales
del sector.
¿Por qué? En un mundo postmoderno,
en el que parece que toda la información está en
la red, resultan cada vez más obvias las inmensas carencias que aquella presenta. A ello se
suma una peculiaridad excepcional del registro
arqueológico, a saber: sigue siendo una fuente
de información para la reconstrucción histórica
no sujeta a manipulación (al menos no en la
medida que presentan las fuentes documentales)
ni en el pasado ni en el presente (pues a nadie se
le ocurriría manipular nuestra “basura” para
desorientar a unos hipotéticos arqueólogos del
futuro). De hecho, si un arqueólogo del futuro
estudiara el “paisaje del boom económico” de la
últimas década, le resultaría fácil elaborar un
SIG con las infraestructuras diseñadas, el inmobiliario construido, etc. Un panorama ciertamente complejo, pero cuyo estudio podría abordarse de manera muy semejante a como un arqueólogo clásico afronta en la actualidad el estudio de la “crisis del III d.C.”.
A lo largo de estos años hemos tenido la fortuna de poder escribir más de medio centenar de
libros y alrededor de quinientos artículos en
diversas revistas o congresos. Obviamente
nuestro propósito ha sido siempre publicar dichos estudios en revistas científicas indexadas,
pero tampoco hemos tenido reparo en acudir a
publicaciones de ámbito local o de tipo generalista que acercaran la investigación al gran
público. Puede que esto último no sea del gusto
de los círculos académicos españoles, tan a menudo encerrados en una cómoda torre de marfil
bajo la fácil excusa de la investigación, pero
realmente a nivel personal, no cabe duda que ha
sido una experiencia ciertamente gratificante.
En la actualidad, sin embargo, nuestra labor de
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investigación sobrevive más gracias a la amistad de arqueólogos a los que mueven los mismos valores, que al interés de las instituciones
encargadas de la investigación arqueológica.
romano se excavaban los edificios de espectáculos, porque existían posibilidades de descubrir mejores y más vistosos materiales, al tiempo que se despreciaban otras áreas del yacimiento o los niveles contemporáneos, modernos, medievales e, incluso, los tardoantiguos.
Esta praxis produjo sin duda un atraso con respecto a las nuevas tendencias de la arqueología,
sobre todo a partir de mediados de la década de
los 60. A partir de esa fecha es cuando las carencias del sistema creado en la posguerra se
hicieron patentes y cuando debieron acometerse
reformas en el mismo destinadas a corregirlas.
Unas reformas que, sin embargo, no llegaron
nunca a efectuarse y que, de forma lamentable,
han perpetuado y extendido hasta la actualidad
los defectos del sistema como si de un tumor
maligno se tratara.
Y es que, a pesar de la imagen idílica
que algunos puedan tener aún, resulta evidente
que la arqueología española no ha vivido una
auténtica democratización de sus estructuras. La
práctica de la arqueología en España sigue realizándose de forma jerarquizada y clientelar, lo
que impide en la mayoría de los casos un desarrollo de la disciplina con visión crítica. Ese es,
a nuestro juicio, uno de los muchos –quizás el
principal– problemas de la disciplina en la actualidad. El modelo desarrollado en el franquismo, que se empezó a fraguar inmediatamente después de la guerra civil, se ha perpetuado en el tiempo de una manera casi arqueológica. De hecho, la estructura del Estado
franquista se mantuvo sin apenas variación hasta los inicios de los años ochenta, por lo que
hasta entonces la práctica de la disciplina continuó ligada exclusivamente al mundo universitario y a los museos, instituciones que se encargaban de realizar las excavaciones en los diferentes yacimientos de nuestro país. Aunque
entonces se puso en marcha un programa anual
de publicación de memorias de excavaciones, el
modelo pronto entró en barrena, siendo la
práctica común la realización de campañas
anuales sin la publicación de las preceptivas
memorias y, lo que es aún peor, la inexistencia
de proyectos que planteasen a priori qué problemas históricos se pretendían estudiar en cada
campaña de excavación.
Esta mecánica no se justifica sólo por el aislamiento del país durante la dictadura, puesto
que en los años sesenta y setenta dicho aislamiento era ya cosa del pasado y además, como
decimos, se perpetuó después de la muerte de
Franco, sino por el modelo generado, que era
vertical e inmovilista. Es decir, porque se trataba de un modelo donde no se premiaba a los
mejores, sino a los más dóciles. Por increíble
que pueda parecer, todavía en nuestros días hay
directores de yacimientos del postfranquismo
que siguen “dirigiendo” yacimientos vitales
para procesos históricos sin haber publicado
jamás una Memoria de excavación ¿Cómo explicar esto en un país de la UE en pleno siglo
XXI? En nuestra opinión, esto sólo tiene su
explicación en la pervivencia del sistema clientelar en las instituciones encargadas de velar por
el desarrollo de la investigación. Esta responsabilidad atañe de forma muy especial –debido a
la forma como se ha gestado el modelo español
de investigación– al ámbito universitario.
El sistema fraguado en los años del franquismo se perpetuó, corregido y degenerado,
arrastrando los evidentes defectos del mismo y,
por el contrario, ninguna de sus ventajas (que
también las tuvo, todo hay que decirlo). La
práctica en general iba ligada a excavar y a publicar lo que se descubría. Así, en el mundo
Durante años se ha seguido con la
práctica de una disciplina anclada en una meto317
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cado por el resto de las Comunidades– en el que
se dejaba en manos de la iniciativa privada la
gestión de estas intervenciones. Ese es, a grandes rasgos, el modelo que ha pervivido en nuestro país en los últimos treinta años.
dología casi decimonónica. En la formación de
los estudiantes ha primado la visión teórica de
la disciplina, mientras que las escasas prácticas
ejecutadas en los yacimientos se realizaban a
cambio del alojamiento y manutención. En esos
años de transición era habitual recibir un bocadillo de mortadela sevillana, en corte fino, casi
traslúcido, a razón de tres o cuatro lonchas en
media pistola de pan, a cambio de mano de obra
barata y poco dispuesta a la rebelión. Esto puede dar una idea cabal del nivel de la práctica de
la disciplina arqueológica en nuestro país de
aquellos años de la década de los 80, ahora tan
celebrada. Uno de los que aquí suscribe todavía
recuerda el “shock” que le produjo su estancia
en la Universidad de Siena en el año 1987, no
sólo por la comida (que era excepcional), ni el
alojamiento (en un convento renacentista), sino
por contar con una cartografía sobre fotografía
aérea a escala 1:1000, un ordenador portátil,
etc. Y, lo que era más importante, la práctica de
una disciplina con una visión crítica que cuestionaba los modelos existentes y generaba unos
nuevos. Allí un alumno de segundo de carrera
podía discutir con el catedrático, ya que lo que
movía la investigación no era la perpetuación de
un modelo asumido, sino la crítica y el debate
continuo.
Con el desarrollo del modelo, pareció en un
primer momento que se generaban nuevos profesionales fuera de la universidad y del mundo
de los museos, y que con ello se iban a revitalizar definitivamente las estructuras de la anquilosada arqueología española. Sin embargo, pasada la euforia de los primeros momentos, a día
de hoy siguen sin percibirse en el horizonte
claras señales de transformación del sistema. Al
fin y al cabo, y como tantas veces ocurre en
España, la llamada “arqueología de gestión” fue
concebida como un parche provisional destinado a solucionar un problema que el sistema, por
su inmovilismo, era incapaz de afrontar. Con la
crisis, el parche saltó por los aires, y mientras se
desinflaban las burbujas inmobiliaria y viaria,
se desvanecía también el sueño de una arqueología de gestión al margen de las instituciones
oficiales.
Pero este no era el único problema que debía
la arqueología de gestión privada. Un punto
importante fue que la creación de los primeros
organismos autonómicos se nutrió de los elementos más inoperantes que el sistema clientelar no había sido capaz de asimilar en la universidad. Cierto es que con el paso del tiempo se
han ido incorporando arqueólogos que han ganado su plaza en una oposición pública, y de
cuya competencia no es posible dudar, pero en
la mayoría de los casos estos profesionales no
ocupan puestos de responsabilidad en el sistema, casi siempre copados por los “arqueólogos”
de la primera hornada. Si el sistema desarrollado hasta entonces era, por decirlo de alguna
forma, “feudal”, en algunas autonomías derivó
en un sistema cuasi-mafioso, donde los intereses particulares y económicos primaron sobre
El desarrollo del Estado de las Autonomías (diecisiete Comunidades Autónomas,
todas y cada una de ellas ansiosas de reescribir
su historia nacional, con sus respectivos héroes
y batallitas que dieran lustre al ente en cuestión)
supuso el traslado de las competencias en materia de arqueología desde el Estado a los diferentes gobiernos autonómicos. Más decisivo si
cabe fue el evidente desarrollo económico del
país, que generaba continuas intervenciones de
urgencia cuya gestión desbordó la capacidad de
las instituciones implicadas en el estudio arqueológico, principalmente universidades y museos. En ese momento la Comunidad de Madrid
generó un modelo –que posteriormente fue cal318
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rrar de un plumazo el ejercicio de la arqueología privada.
el conocimiento, la investigación y la salvaguarda del patrimonio. Es innumerable la lista
de Comunidades con responsables en el área de
arqueología que tenían empresas, bien ellos
directamente o a través de interposición de familiares que actuaban como testaferros. Esta
situación se puede apreciar con claridad en la
legislación de las últimas décadas. Sin excepción alguna, todas las Comunidades Autónomas
han desarrollado su propia legislación en materia de Patrimonio Arqueológico (en algún caso
incluso ya van por su tercera ley). Sin embargo,
son aún escasas las Autonomías que han dado a
luz los Reglamentos que permiten eliminar los
comportamientos arbitrarios. En estas condiciones, en la mayoría de los casos la práctica de la
arqueología de gestión se desarrolló dependiendo del criterio del técnico responsable de la
actuación, con los obvios los problemas que se
derivan de una situación así.
Nos podríamos extender cientos de
páginas sobre las situaciones que hemos vivido
en estos treinta años, pero sólo incidiremos en
dos: la investigación y la conservación. Se acusa a la arqueología de “gestión” de no investigar, pero ya hemos comentado con anterioridad
que esa carencia no es un problema exclusivo
de la práctica privada de la profesión, sino que
es un mal endémico en la arqueología española.
Sin embargo es claro que a partir de los años
ochenta hasta la actualidad más del 80% de la
práctica arqueológica ha ido ligada al mundo
privado. Por paradójico que pueda resultar, los
arqueólogos que trabajan en el ámbito de la
arqueología privada no pueden optar a las ayudas nacionales o autonómicas para investigación, que se ciñen exclusivamente al mundo
universitario. No ha habido ninguna voluntad
por parte de las administraciones de generar
herramientas de conocimiento en el sector privado o en colaboración con el mismo. ¿Cómo
se le puede pedir a las empresas de arqueología
que investiguen sin dotar al sector de un mínimo de recursos? Los que hemos trabajado en la
arqueología privada sabemos que la excavación
de los yacimientos y los estudios que ella comporta han sido pagados por los clientes. Sin embargo, los gastos que se generaban en la investigación posterior hubieron de ser asumidos por
la misma empresa o, lo que es todavía peor, por
los propios arqueólogos. Esto es así incluso en
el coste de la divulgación/difusión de los resultados. En este punto resulta pertinente algo tan
caro a los políticos de este país como es la
comparación con los países de nuestro entorno
inmediato. Por poner un ejemplo, y sin ir muy
lejos, en Francia los trabajos arqueológicos privados se encuentran integrados en los organismos nacionales (CNRS), siendo allí habitual, y
hasta común, que los arqueólogos procedentes
Por otro lado, hay que ser también crítico
con los “arqueólogos” que llegaban a nutrir el
nuevo nicho del mercado arqueológico. “Arqueólogos” muchas veces pésimamente formados desde el punto de vista teórico y sin experiencia práctica alguna, totalmente ágrafos, que
pasaron a dirigir y a participar en “excavaciones” arqueológicas, que repitieron lo que el
modelo venía haciendo desde medio siglo antes,
pero ahora a gran escala. Llegados a este punto
se abre otro problema: ¿Son realmente los arqueólogos los únicos responsables de esta situación o también tiene una parte considerable de
responsabilidad una universidad que imparte un
título que faculta a alguien para ejercer la correspondiente profesión sin estar cualificado?
¿Qué cuota de responsabilidad les corresponde
a las diversas administraciones autonómicas que
tenían que haber controlado la calidad de los
trabajos? Como se ha dicho, para bien o para
mal, la crudeza de la crisis que vive nuestro país
ha puesto fin a esta dramática situación al bo-
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de la arqueología privada se integren en las estructuras estatales de investigación.
Aquí se aprovecha el anonimato de los evaluadores para liquidar asuntos pendientes que nada
tienen que ver con la investigación. Por el contrario, cuando se escribe para revistas extranjeras es fácil observar la diferencia de la evaluación: donde en España priman la descalificación
genérica y los asuntos personales pendientes (o,
dicho al cristiano modo, “el navajeo”), allí se
hace hincapié en la crítica honrada de los postulados científicos, es decir, en puntualizar sobre
las cuestiones tratadas y en matizar la argumentación empleada por los autores.
En el caso español, ese desinterés del Estado
y las Comunidades Autónomas por la investigación generada en la arqueología privada se advierte más claramente en la ausencia de series
para publicar las memorias de las respectivas
intervenciones: sólo una de ellas tiene un Noticiario más o menos actualizado y ninguna una
serie destinada a las Memorias de excavación.
En otras palabras, los arqueólogos que trabajan
en la gestión privada han tenido que investigar,
difundir y publicar sus intervenciones al margen
de cualquier respaldo oficial. Es comprensible,
aunque no justificable, que muchos de nuestros
colegas hayan optado por una actitud, que podríamos definir de unamuniana, que lo fía todo al
“¡Que investiguen ellos!”. Lo verdaderamente
triste es que “ellos”, es decir, los arqueólogos
“oficiales”, los funcionarios de la arqueología,
tampoco lo hacen. La prueba es que ninguna
universidad o institución española cuenta con
una serie prolongada de Memorias de excavación. La excepción que confirma la regla, y por
ello si cabe aún más digna de mención, es la
serie del Museo de Prehistoria de Valencia. No
debemos de olvidar que la Memoria de excavación es el documento que permite la revisión
crítica por parte de otros colegas de los trabajos
desarrollados en un yacimiento. En realidad, si
no hay Memoria la excavación resulta del todo
punto estéril, la excavación de un yacimiento
resulta totalmente inservible para la investigación.
Respecto a la conservación del patrimonio arqueológico en España, es admirable ver
que aún hoy día nuestra sociedad no sea realmente consciente de la ingente cantidad de yacimientos arqueológicos que se han destruido
sin que eso haya sido motivo que mueva a reflexión, ni siquiera a las administraciones competentes (universidades, museos y, por supuesto, profesionales de la arqueología) teóricamente encargadas de su custodia. El escenario resulta más desolador todavía si lo enmarcamos en la
praxis moderna de la disciplina, dirigida al estudio de los yacimientos desde la óptica de su
integración en el paisaje ¿Cuántos paisajes arqueológicos se conservan todavía inalterados en
nuestro país? En este campo, al igual que sucedía en el tema de la investigación, se les ha reprochado con frecuencia a los arqueólogos
“privados” su aparente docilidad ante dicha
situación. Ciertamente los arqueólogos “privados” han sido dóciles en este asunto… pero por
desgracia no lo fueron menos que las administraciones autonómicas y locales que en teoría
tenían el encargo expreso de proteger ese patrimonio; tampoco menos dóciles que el Estado
que consintió que aquellas no cumplieran con
su obligación y permitieran la destrucción sin
mover un solo dedo por ello, y, por último y
con no menos carga de culpabilidad, el mundo
universitario, que asistió callado y complaciente
a esa orgía de destrucción. Desde el Colegio de
Por otro lado, la perversidad intrínseca del
sistema español se puede apreciar en la lucha
despiadada que las diferentes facciones libran
en las publicaciones de sus respectivos organismos, donde la autocita suele ser una constante, así como en la frecuente utilización del sistema de evaluadores para eliminar a los oponentes sin atender al criterio de calidad del trabajo.
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so democratizador en el mundo universitario
que lo alejara del clientelismo endogámico que
ha subvertido su esencia misma. Una universidad reformada dónde los profesionales que
practiquen la disciplina pudiesen impartir y
desarrollar la docencia con un mínimo de rigor
científico. Y si, en un proceso paralelo, se originara un cambio legislativo en las Comunidades Autónomas que evitara el estado de indefinición actual, y que abriera definitivamente la
investigación a todos los arqueólogos, ya sean
“públicos” o “privados”. Por último, pero no
menos importante, todavía hay posibilidades de
una arqueología moderna si se desarrollara un
modelo de conservación a ultranza que garantice la protección del patrimonio arqueológico
para que éste, como bien finito que es, no siga
mermando a pasos agigantados.
Licenciados de Madrid y desde las Comisiones
Permanentes de los Colegios no recibimos apoyo alguno de las instituciones cuando protestamos por la destrucción de la Plaza de Oriente de
Madrid, el Paseo de la Independencia de Zaragoza o el Mercado del Born en Barcelona. Cierto es que en estos últimos dos casos se conservaron los espacios urbanos, pero la situación no
cambió en lo fundamental. Ni siquiera para espacios emblemáticos como la Vega Baja de
Toledo, que se pudieron salvar de su destrucción in extremis.
Lamentablemente estos últimos años de crisis no han servido para generar una oposición al
modelo que hizo posible que tales actuaciones
se produjeran, sino más bien al contrario, se
mantiene en pie el hispánico “sostenella y no
enmendalla”. Sirva como ejemplo paradigmático que la Comunidad de Madrid ha desarrollado
una nueva Ley de Patrimonio que choca frontalmente con la Ley Nacional sobre este tema,
así como con los tratados internacionales en
relación con la materia. ¡Y sólo ha recibido la
firme oposición del Colegio de Licenciados y
de algunos movimientos asociativos sin verdadera fuerza institucional! El resto del colectivo
asiste al espectáculo con absoluto pasmo amparado en la seguridad que les proporciona el burladero de su nómina, sin mojarse, ensimismado
en su propia inanidad.
A título personal, sin embargo, la única
salida que podemos vislumbrar es la práctica de
una arqueología de resistencia, siguiendo una
visión moderna de la misma, una conducta ética
que promueva la publicación de los resultados
obtenidos y su posterior difusión, así como la
huida de los grupos banderizos que pululan en
el mundo académico con la publicación de estudios exhaustivos y no excluyentes. Somos
conscientes que lo que más daño hace al vigente
sistema clientelar no es otra cosa que el conocimiento. Y, en este sentido, cada Memoria de
excavación, cada ponencia presentada en un
Congreso, cada conferencia pronunciada, cada
artículo publicado es un mazazo que ayudará a
derribar un sistema levantado sobre la ineptitud
y el nepotismo. Eso, y esperar al golpe de gracia
que lo hunda por completo.
No quisiéramos terminar estas reflexiones dejando en el lector un punto de amargura.
A pesar de la imagen negativa que sin duda
desprenden las líneas precedentes, somos de la
opinión que la arqueología española aún podría
tener futuro si se produjera un verdadero proce-
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