LA TOMA DE LIMA
Con la destitución de Pedro Castillo caen las promesas de redistribución y las
expectativas de reformar una constitución redactada en beneficio de las elites
económicas. La gran movilización que tomó Lima es contra el viejo orden
fujimorista y contra una clase política alejada de las necesidades de las provincias y
de los sectores populares. Convoca el sur andino, protagonista clave del poder
territorial que se despliega en las calles. Ese pulso puede salir victorioso o derrotado
pero dejará su huella en la dinámica institucional peruana.
Por: Esteban De Gori
Las protestas en Perú no cesan. Comenzaron el 7 de diciembre de 2022 con la
destitución y detención por rebelión del ahora ex presidente Pedro Castillo y se
profundizaron desde el 17 de enero. Lo que sucede en las calles es más que un apoyo
al exmandatario. El sistema político y la misma Constitución redactada por el
fujimorismo en 1993, que tanto fue usada por el Parlamento para asediar al
Ejecutivo, están quebrados políticamente.
El recurso de vacancia del poder presidencial es constitucional y fue utilizado por
las oposiciones parlamentarias para limitar, presionar y dejar sin poder al jefe de
turno. El fujimorismo, desde su salida del Ejecutivo peruano, siempre intentó vetar
a los mandatorios que le siguieron. Pedro Castillo enfrentó tres mociones de
vacancia en su contra por incapacidad moral. El Congreso, durante años, rompió la
institución presidencial y toda confianza en la continuidad y potencia del primer
mandatario. El fujimorismo dejó un Perú con una constitucionalidad laberíntica
pensada para partidos mayoritarios que desde el Congreso negocien y presionen a la
autoridad presidencial. Inclusive la propia OEA advirtió sobre este conflicto cuando
el Parlamento no permitió viajar al Presidente a la toma de mando de Gustavo Petro
en Colombia. Una encuesta del Instituto de Estudios Peruanos muestra que el 85%
de la población desaprueba la labor del poder legislativo.
Pedro Castillo, detenido por un autogolpe, fue sustituido por su vicepresidenta. Dina
Boluarte es hoy el centro de todas las críticas y responsable de más de 50 muertos
por la represión en las calles. Pero en política, y menos cuando están en juego los
liderazgos, nada se reemplaza tan fácil, sobre todo, cuando en el propio Castillo se
habían depositado expectativas e identificaciones con el cambio y con la realización
de una nueva Constitución. No solo los partidos que llevaron al expresidente al poder
presionaban para un cambio constitucional sino líderes y lideresas regionales lo
esperaban y manifestaban.
El texto del 93 es sostenido hasta la actualidad por la clase política. Parte de ese
apoyo reside en que la mayoría de las 22 modificaciones que recibió dicha carta
magna benefician a la elite empresarial. Cambiarla coloca todo el statu quo del
mismo lado, defienden los vasos comunicantes construidos entre la Constitución y
el poder. Pero estos días la presión social es mayor, la novedad radica en su fuerza
nacional. Campesinos, campesinas, aymaras, quechuas, chankas y sectores mestizos
están en las calles. Resisten a la policía, al ejército y a los medios de comunicación.
Hay una rebelión andina en marcha. Cuando cae Castillo, para estos sectores no cae
un golpista, caen un conjunto de medidas políticas con cierto impulso redistributivo
y las expectativas que se habían establecido sobre su persona. Algo se rompió y eso
impulsó a la Sierra y a otras regiones a las calles. La “gestión en paz” de la
inestabilidad que provocó dicha Constitución terminó en las calles.
En el año y medio del gobierno de Castillo se produjeron 59 cambios ministeriales,
parte debido a la ineficacia de algunos ministros o ministras, otra parte significativa
por las presiones ejercidas por la oposición parlamentaria. Los presidentes en Perú
no tienen respiro. La oposición fue cruenta y obstruccionista. Más allá de la
fragmentación del voto surgido en las últimas elecciones, Pedro Castillo no contó
con mayorías en ningún momento y no pudo armar una coalición que le garantizara
estabilidad. La obstrucción fue permanente. Nunca le aprobaron un proyecto de ley.
De hecho, luego de triunfar en las elecciones presidenciales invitó a las demás
fuerzas opositoras a reunirse en el Palacio de Gobierno y Lopez Aliaga de
Renovación Popular justificó su ausencia indicando que “cómo voy a ir si estoy
pidiendo su renuncia o vacancia”. Keiko Fujimori (Fuerza Popular) tampoco asistió
sosteniendo que esa reunión estaba alejada de los problemas y necesidades del país.
En Castillo se habían depositado expectativas e identificaciones con el cambio
y con la realización de una nueva Constitución.
En el discurso que dio en el Congreso al cumplirse un año de gestión -en julio de
2022- entregó dos libros con proyectos que parecían imposibles en el futuro
inmediato. Aun así, se mantuvo un crecimiento económico de 3.5% en 2022 (el
mayor de la región). Se entregaron bonos a afectados y afectadas por el covid. Se
atendieron a más de 6 millones de personas en situación de vulnerabilidad
alimentaria. Se aumentó la inversión en minería y, por primera vez, se planteó una
política a largo plazo de minería artesanal. Petroperú ingresó a la explotación
petrolera en Amazonas. Se planteó una segunda reforma agraria rural y se persigue
la universalización del sistema de salud y un proyecto para ingreso libre a
universidades. Se amortiguó el proceso inflacionario post pandemia, se redujeron la
pobreza y la extrema pobreza. A su vez, se insistió en la creación de un Estado
intercultural. Se diseñaron un conjunto de políticas que buscaron beneficiar a las
diversas regiones y provincias, para romper el “cerco limeño” y cambiar la
percepción del 50% de la población que cree que Perú está gobernado solo por Lima
y que no se toma en cuenta a las demás regiones del país (Encuesta Nacional de
Percepción de Desigualdades ENADES 2022 elaborada por el Instituto de Estudios
Peruanos y Oxfam). Las encuestas advertían algo que el propio Castillo había leído
adecuadamente. El 70% de los encuestados y encuestadas estaba de acuerdo con que
el Estado peruano implemente políticas para reducir la desigualdad entre ricos y
pobres, seguido por el 68% que consideraba que el Estado debería ser el principal
responsable de proveer los servicios de salud. En su discurso, Castillo no sólo
legitimaba la presencia estatal en un país con un gran consenso neoliberal sino la
mirada de reparación de las provincias. Esas provincias están hoy en la calle.
El escenario peruano sigue tensionado por el bloqueo de rutas, la toma de la
Universidad Nacional de San Marcos (Lima) donde estudiantes y manifestantes de
la Sierra fueron brutalmente desalojados, los intentos de tomas de aeropuertos. A
esto se suma el paro de transportistas, sector que había logrado una buena
negociación con Castillo ante el aumento de los precios del petróleo como efecto de
la guerra en Europa. El malestar social y político cohesiona a sectores que en otras
coyunturas hubieran manifestado intereses disímiles.
La convocada “Toma de Lima”, la “marcha de los Cuatro Suyos”, o como cada actor
o actriz lo resignifique o denomine, es un ejercicio de presión social significativo,
nacional y unificado en sus reclamos como pocas veces visto en las últimas décadas
que pondrá a la actual presidenta, y a los sectores políticos que la sostienen, entre
las cuerdas. Recuerda al Aymarazo de 2011 en Juliaca, Puno, contra la concesión de
la minera Santa Ana a una empresa canadiense. Y a otra Marcha de los Cuatro Suyos,
en 2000, organizada contra el fraude del fujimorismo para acceder a su tercer
gobierno por diversos actores y actrices y quien luego sería presidente, Alejandro
Toledo,“el cholo”. Ahí empezó el desgaste de XX. Con las movilizaciones actuales
podría iniciarse también la erosión del pacto político-económico establecido, y
conocido ahora, entre Fujimori y Alan Garcia.
De alguna manera, esta gran movilización es contra el fujimorismo, su remodelación
institucional y social y contra una clase política alejada de las expectativas sociales
de las diversas provincias y de los sectores populares. Pero a diferencia de la Marcha
de los Cuatro Suyos del 2000 organizada desde Lima hacia las provincias, esta tiene
un recorrido inverso. Se pensó desde las provincias hacia Lima y quienes convocan
no son partidos políticos, sino actores y actrices del sur andino. Protagonistas claves
para entender la “consistencia” y el poder territorial que se despliega en las calles.
Las derechas y sectores conservadores, que intentan asociar a las manifestaciones
con el terrorismo, recurrieron al racismo, al antiprovincialismo y a una supuesta
ayuda de Bolivia para impugnar la protesta social. Ante el desalojo de la universidad
limeña, el dirigente fujimorista Ernesto Bustamente felicitó en Twitter a la policía
peruana y advirtió que “ahora falta incautar y quemar las banderas bolivianas y
wiphalas que ondean los terroristas en sus “marchas pacíficas”. Luego habrá que
patearlos hasta Puno y Bolivia”. Dos días después, en la misma red social, pidió al
Ejército que invada Bolivia para apropiarse de sus recursos naturales.
Dos mujeres, con trayectorias distintas, dan cuenta del fenómeno social que está en
las calles. La cantante folclórica Yarita Lizeth Yanarico cedió el bus que utiliza para
sus presentaciones musicales a un grupo de manifestantes de Juliaca para que lleguen
a Lima. En su cuenta de Twitter escribió que “la solidaridad es la ternura de los
pueblos” . El 22 de enero comenta a los periodistas: “soy una chica provinciana, soy
aimara, soy serrana, soy del pueblo, soy de mi tierra de Juliaca” “Somos personas
del pueblo que han venido a Lima a alzar su voz de protesta” “Estoy herida”. Esas
múltiples identidades que se articulan y juegan en las manifestaciones sufren por la
destitución de Castillo, por las promesas de cambio fraguadas y por la represión
policial. Por otro lado, la dirigenta feminista y campesina de la Federación Nacional
de Mujeres Campesinas, Artesanas, Indígenas, Nativas y Asalariadas del Perú
(FENMUCARINAP) Lourdes Huanca, con una gran capacidad de movilización,
explicaba en estos días que “El presidente era de provincia, campesino, agricultor,
profesor rural…. Nos estamos moviendo porque votar por Pedro Castillo nos hacía
sentirnos realizados, identificados, y representados”. “En Perú hay un racismo y una
discriminación fatal”. “Ellos nos ven y piensan: ‘Que hacen estos cholos acá,
váyanse a sus provincias”.
Pedro Castillo se parece bastante, por su trayectoria social, provincial e identitaria,
a muchos y muchas que están en las calles. Se parece a sus expectativas y esperanzas
sociales e inclusive a sus propias limitaciones frente al poder. Ese pulso puede salir
victorioso o derrotado en los próximos días pero dejará memorias fuertes de
movilización y de acción y una huella presente en la dinámica institucional.
La otra mujer que es parte de este drama social es la presidenta designada, quien
carga con los muertos por la represión de las fuerzas de seguridad, los detenidos y
con la consideración como traidora y usurpadora por parte de los manifestantes.
Quien acompañó al propio Castillo acepta ahora gobernar contra una protesta social
que la ha desbordado, con una denuncia por crímenes de lesa humanidad ante la
Corte Penal Internacional por parte de abogados de Arequipa y con la presión de
ciertos sectores políticos para que se mantenga en el poder y que pague los costos
políticos. La suerte de Dina está echada y será difícil que pueda doblegar la opinión
pública. Hace menos de un mes, el 71% de la población, según la Encuesta de
Opinión del Instituto de Estudios Peruanos está en desacuerdo con que haya asumido
como presidenta. El descontento es general y crece en las zonas rurales con el 77%.
La mayoría de ese mundo rural adhirió a la llegada de Pedro Castillo al poder y fue
consolidando ese apoyo ante los intentos del fujimorismo y otros partidos de
desalojarlo como jefe de Estado. Éste construyó, en su ejercicio presidencial, un
liderazgo ampliado. A diferencia de Yarita y Lourdes Huanca la ahora presidenta
cada día tiene menos futuro político. En las últimas horas, Dina Boluarte preparaba
un proyecto para adelantar las elecciones.
Pedro Castillo se parece bastante, por su trayectoria social, provincial e
identitaria, a muchos y muchas que están en las calles. Se parece a sus
expectativas y esperanzas sociales e inclusive a sus propias limitaciones frente
al poder.
La estabilidad económica, tan reconocida en Perú, no provocó “mecánicamente”
solidez política. Tal vez, la insistencia en esa estabilidad y en la Constitución que la
sostienen se llevó puesta la clase política. El férreo consenso económico transcurrió
mientras la clase política se canibalizaba y se judicializaba a sí misma. Tuvieron su
propia orgia de poder y un día todo estalló. Pese al crecimiento, y como consecuencia
de las políticas económicas, aumentaron las desigualdades en algunas regiones del
país, crecieron los conflictos medioambientales y se desgastó tanto la autoridad
presidencial que provocó hastío, malestar y apatía en muchos sectores.
La pregunta es si la clase política podrá metabolizar la protesta social y viabilizar
algunos de sus reclamos. Existen fuerzas no fujimoristas que hasta ahora prefieren
optar por mantener el texto constitucional y alejarse de cualquier expresión que
parezca de “izquierdas”. El sistema está trabado en su resolución y el conflicto puede
profundizarse. Por ahora, las propuestas de la actual presidenta no han morigerado
las protestas, sino todo lo contrario.
La Unión Europea, con la cual Perú firmó un tratado de libre comercio, condenó el
uso desproporcionado de la fuerza por parte de las autoridades contra los y las
manifestantes. El Papa Francisco reprobó la violencia y llamó al respeto de los
derechos humanos y al Estado de Derecho. Los presidentes Gabriel Boric de Chile
y Gustavo Petro de Colombia, como la presidenta de Honduras Xiomara Castro y el
Canciller de México, en la reunión de la CELAC, se expresaron en contra de la
represión y pidieron la liberación de Pedro Castillo. Inclusive el gobierno de Joe
Biden se manifestó preocupado por la represión del Estado. La presión internacional
va modulando salidas consensuadas, negociadas, que buscan poner fin a la violencia
institucional. Esto clausura, por lo menos en lo inmediato, cualquier intento de
salida autoritaria o cualquier imaginación que busque entregar el poder a alguna
fuerza armada. El adelantamiento electoral parece una salida posible. Ello podría,
para muchos actores y actrices políticas, “correr de la agenda” la propuesta de una
nueva Constitución.
El gran conflicto andino de 2019 que se produjo en Colombia, Ecuador y Chile no
había impactado con fuerza en Perú. En ese momento, el triunfo de Castillo parecía
morigerar las tensiones pero durante su gobierno éstas no se resolvieron, sino que se
profundizaron. El malestar democrático peruano, y sus formulaciones particulares,
están instaladas desde hace décadas. Debe cargar, según el Instituto de Estudios
Peruanos (Encuesta de Opinión, Dic 2022) con un 51% de la población a la que no
le interesa la política. El desenganche laboral, con más de 70% de informalidad, la
falta de respuestas a las necesidades sociales en los mundos urbanos y rurales, la
presión de las grandes empresas sobre el medioambiente y las comunidades, la apatía
de un gran sector de la sociedad y el obstruccionismo político dan cuenta de un
trabazón, que explotó en la calle y cobró visibilidad social. La democracia peruana
está a prueba, debe decidir si escucha lo que sucede en las calles o si seguirá
dispuesta a sostener un orden que erosiona la política.