Carisma-Institución

Una de las funciones fundamentales del Espíritu Santo es conservar y custodiar la frescura de los dones carismáticos y jerárquicos derramados en la Iglesia. Un gran fruto de la actividad del Espíritu Santo, como animador y dador de vida, es enriquecer la Iglesia desde la dimensión carismática. Esta dimensión incluye una constelación diversa de organizaciones, desde las Ordenes y Congregaciones religiosas más tradicionales hasta los «movimientos», «nuevas comunidades» y «nuevas formas de vida consagrada». Frente a visiones eclesiológicas que plantean un conflicto entre las antiguas y las nuevas realidades consideramos que todas estas formas de asociación carismáticas pueden ser consideradas en conjunto, pues tienen en común su origen en un fuerte carisma que las origina y les da identidad. Uno de los elementos que permite descubrir la pertinencia de esta mirada eclesiológica lo encontramos al articular una reflexión sobre los procesos de actualización y reforma que se generan hoy en las realidades carismáticas, tanto en las más antiguas como en las recientes.

Existe actualmente en la Iglesia Católica una admirable diversidad de formas de vida, que van más allá de la vida religiosa, la vida consagrada canónica: se trata de las "nuevas formas". En ellas se produce un fenómeno eclesial interesante: diversas formas estables de vida (ministerio ordenado, matrimonio, célibes) forman un instituto, una comunidad. A veces se dice que unos son consagrados y los otros "no·. ¿Cómo entender hoy, en nuestro tiempo, el concepto de consagración en clave teológica? Aquí se ofrece una propuesta: la consagración del Espíritu como Alianza a través de un "carisma colectivo" y "comunitario".

El carisma fundacional es la regla fundamental de fecundidad de una vocación religiosa y de todo instituto de vida consagrada. En el don divino del carisma creado de modo singular e intransferible, confiado a un fundador y, a través de él a un instituto, se encuentra un modo nuevo de vivir la sequela Christi. Adoptado y custodiado por la Iglesia, este carisma será la «piedra angular» y la norma normans que encauzará la vida de cada miembro del instituto, garantizando su santificación personal y la pervivencia del don divino hasta el fin de los siglos.

El término «carisma» ha evolucionado en su significación y ha tomado sentido particular luego de la apertura a la dimensión pneumatológica realizada por el Concilio Vaticano II (cf. LG 4). Esta evolución restituye en la Iglesia una conciencia de la acción carismática habitual del Espíritu Santo, que no sólo se realiza mediante los sacramentos, sino también mediante los carismas,  gracias especiales derramadas por el Espíritu para el desarrollo de la experiencia de fe y para la construcción y renovación de la Iglesia (cf. LG 12). Consecuentemente se distingue como fruto de la acción del Espíritu Santo las respuestas a una vocación personal o comunitaria en el seno de la Iglesia y se las identifica como «carismas».

El libro que reseñamos es una cuidadosa selección de artículos publicados por Luigino Bruni durante el año 2015 en el diario Avvenire [www.avvenire.it], periódico perteneciente a la Conferencia Episcopal Italiana. El autor continúa desarrollando la temática actualmente en publicaciones periódicas en el mismo diario (diciembre de 2017).

La publicación de la Carta Iuvenescit Ecclesia por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe brinda la oportunidad de analizar la relación entre la institución y los carismas en el seno de la comunidad eclesial. Una nueva oleada carismática, surgida en el siglo XX, recuerda la necesidad de esta reflexión para lograr una positiva vinculación entre elementos permanentes y estables (ministerio/dones jerárquicos) y elementos novedosos frutos del Espíritu Santo (carismas) en la Iglesia. El desarrollo y crecimiento de las nuevas realidades carismáticas, algunas de las cuales atraviesan situaciones críticas, señala la necesidad de analizar la dinámica entre el carisma y la institución hacia dentro de estas mismas organizaciones.