Expulsado del paraíso de la seguridad espiritual, el artista que vive la crisis finisecular, a caballo entre un conflictivo siglo XIX que ya finaliza y un siglo XX que comienza sin ofrecer las respuestas necesarias, deberá lanzarse a la...
moreExpulsado del paraíso de la seguridad espiritual, el artista que vive la crisis finisecular, a caballo entre un conflictivo siglo XIX que ya finaliza y un siglo XX que comienza sin ofrecer las respuestas necesarias, deberá lanzarse a la búsqueda de un sueño consolador que le abra las puertas del edén perdido.
El exotismo podía conducir a los destinos más diversos; y no importaba tanto cuál fuera su ubicación ni la forma concreta de ese mundo distante, sino, sobre todo, su posibilidad de contradecir la vulgaridad y medianía del mundo propio. Para ello, se necesitaba de un lugar remoto, bien fuera en el tiempo o en el espacio, puesto que la distancia contribuía a hacer más improbable la decepción.
Y ese “lugar remoto” lo encontraron muchos de nuestros escritores, pintores y artistas del periodo en la fascinación orientalista. Viajeros incansables, o, por el contrario, evocadores de salón, las páginas de sus libros, las telas de sus lienzos, se llenarán pronto con las visiones del ensueño oriental. Y el Oriente que se invocaba desde el fin de siglo se componía de ingredientes variados, en su mayoría referentes culturales idealizados, lecturas literarias, proyección de deseos y plasmación de un intenso sentimiento de nostalgia. Ante una Europa agotada, de vida burguesa y poco o nada apasionante, el artista sensible y refinado, ávido de encontrar un nuevo sentido a la vida, vuelve su vista hacia ese sueño colectivo consolidado por el orientalismo.
Y ése será el caso, entre tantos otros, de un poeta almeriense, hoy casi olvidado, llamado José María Martínez Álvarez de Sotomayor, quien nace el 28 de septiembre de 1880 en la localidad almeriense de Cuevas del Almanzora, donde se desarrollará la mayor parte de su trayectoria vital.