El azul sobrante
3.5/5
()
Información de este libro electrónico
Lee más de José Jiménez Lozano
Antologías Correspondencia (1967-1972) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Relacionado con El azul sobrante
Títulos en esta serie (40)
La última del cadalso: Introducción de Victoria Howell Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los niños del agua Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHeridas bajo la lluvia: Un relato de la Guerra de Cuba Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El último diario de Tony Flowers Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesOtra vez al paraíso Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMagdalena territorio de paz Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUn encuentro tardío con el enemigo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Rosa Krüger Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCartas desde el dolor Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa vida en México: Durante una residencia de dos años en ese país Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Misterio y maneras: Prosa ocasional, escogida y editada por Sally y Robert Fitzgerald Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Un año en el otro mundo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Doncella de Orleáns Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa roja insignia del valor Calificación: 3 de 5 estrellas3/5De la vida de un inútil Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Los elegidos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La piel de los tomates Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl zapato de raso: Versión completa Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos Tres Misterios: Introducción de Javier del Prado Biezma Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Mi nombre es Asher Lev Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El azul sobrante Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cartas sobre Narnia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Un pintor de Alejandría Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPerros perdidos sin collar Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Relatos Fantásticos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCaballo en el monte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa casa aislada y otros relatos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesJulio Ramón Ribeyro: una ilusión tentada por el fracaso Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUna llegada inesperada y otros relatos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCena para seis Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Libros electrónicos relacionados
Artículos selectos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl fantasma de la prima Águeda Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl granado de Lesbos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMomentos estelares de la humanidad Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa vuelta al mundo en 80 historias Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesRue de l'Odéon Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl cuarto de los sombreros Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDesde los bosques nevados Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTren a Samarcanda Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUn lugar inacabado: Espacio de memoria, monumento cárcel de mujeres de les Corts Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl exilio vasco: Estudios en homenaje al profesor José Ángel Ascunce Arrieta Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesProsas breves Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEntre el ruido y la furia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl orden del azar Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMis doce primeros años Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPárrocos, obispos y Opus Dei: Historia y entorno de la Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz en España Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesReseñas, artículos y narraciones Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesProyecto Barcelona: Ideas para impedir la decadencia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSociedad, literatura y educación: propuestas para el desarrollo de una juventud resiliente Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUna paz cruel Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Potosí: Narrativa Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La vida invisible: Memorias de transformación, música y superación Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVoltaire: La vida del filósofo que nos enseñó el camino de la libertad Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUnamuno contra Miguel Primo de Rivera: Un incesante desafío a la tiranía Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa corte de Isabel II y la revolución de 1854 en Madrid Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa piel de los tomates Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa España Moderna (1889-1914): Aproximaciones literarias y lingüísticas a una revista cultural Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDías de llamas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesArquitectura del disenso: Formas y prácticas alternativas del espacio urbano Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAdriático: Claves geopolíticas del pasado y el futuro de Europa Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Relatos cortos para usted
A las dos serán las tres Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Desayuno en Tiffany's Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El reino de los cielos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5EL GATO NEGRO Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Las cosas que perdimos en el fuego Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Las campanas no doblan por nadie Calificación: 3 de 5 estrellas3/5El profeta Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Periferia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuentos de Canterbury: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Perras de reserva Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El ruiseñor y la rosa Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuentos infantiles de ayer y de hoy Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Hechizos de pasión, amor y magia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Un lugar soleado para gente sombría Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El huésped y otros relatos siniestros Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuentos para niños (y no tan niños) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Las mujeres malas tienen mejor sexo - historias de Erótico calientes: Sexo y erotismo para mujeres y hombres. Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones¿Buscando sexo? - novela erótica: Historias de sexo español sin censura erotismo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Vamos a tener sexo juntos - Historias de sexo: Historias eróticas Novela erótica Romance erótico sin censura español Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Me encanta el sexo - mujeres hermosas y eroticas calientes: Kinky historias eróticas Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Los peligros de fumar en la cama Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El psicólogo en casa Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El césped Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Donantes de sueño Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Horacio Quiroga, sus mejores cuentos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa sombra sobre Innsmouth Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La Tumba del Niño Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los divagantes Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Mía para mantener: Mine to, #4 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMejores Cuentos de Isaac Asimov Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Categorías relacionadas
Comentarios para El azul sobrante
2 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5bellente more ellente more more ellente more ellente more ellente more
Vista previa del libro
El azul sobrante - José Jiménez Lozano
III)
La educación política
El piso era minúsculo, tenía tres habitaciones pequeñas: una cocina, un dormitorio y otro cuarto para estar, que era sobre el que se abría la puerta de la calle; pero a ella la sobraba casa, como la había sobrado siempre, y mucho más ahora que estaba sola, aunque muchos días la parecía que no lo estaba, y que su hijo estaba en el trabajo y volvería para la hora de la comida. No podía pensar que ya nunca volvería, aunque lo sabía perfectamente, y desde que se despertaba a las cinco de la mañana ya había rezado por él y luego había ido a misa de siete, y al salir de allí, pasaba algunos días a comprar un trozo de hueso de jamón para un caldo, que era lo que más le gustaba a su hijo, como había gustado a su padre, y ahora era la base de su dieta, juntamente con las naranjas y el queso.
No necesitaba más, salvo una bombona de gas de vez en cuando, que la servía para la cocina y para calefacción, aunque la encendía muy poco; primero porque tenía que ir con cuidado de no gastar demasiado, pero también porque tenía miedo de que un día, en algún descuido suyo, explotase, y con solo pensar que podía hacerlo y llevarse tantas vidas humanas por delante, se la pasaba el frío muchos días. Aunque en alguna ocasión no tenía más remedio que encenderla, como hoy porque tenía un aviso de que iban a ir a visitarla «los de la Tercera Edad» del Ayuntamiento, y ya era la segunda vez que venían este año.
De manera que a las nueve de la mañana ya estaba toda la casa y cada cosa que había en ella perfectamente limpias y relucientes incluso, como era el caso del frutero de cristal azul que tenía encima de un pañito sobre la camilla, o las tazas y las dos jarritas de china que estaban en el pequeño aparador, aunque faltaba una de las tazas, porque su hijo, cuando era muy pequeño, la había roto al tratar de cogerla aupado en una silla. Le había dado un par de azotes, pero luego, en este tiempo que él ya no estaba, ni se había atrevido al principio a poner allí el juego de café; aunque más tarde la parecía que el plato de la taza rota la consolaba, y puso sobre él un cabo de vela, que algunas noches encendía mientras se bebía el caldo o se tomaba un quesito como en compañía. Luego daba gracias a Dios por aquel sustento, le pedía que la llevase pronto a ella donde estaba su hijo, y eso también la consolaba. Pero, aunque esa mañana ya había sacado el juego de café de china para ponerle en el aparadorcillo, de repente decidió no poner allí el plato descabalado y solitario.
—¿A cuento de qué? Ellos vienen a lo que vienen, y no tengo por qué darles discuentos de mi vida —dijo en voz alta, como muchas veces la sucedía.
Pero esta vez, cuando alzó la cabeza se encontró con que estaba allí su vecino, el señor Andrés, que la pidió excusas por haber entrado sin que ella diese su permiso porque no había contestado, pero en vista de que había dejado la puerta abierta le extrañaba, y entró; pero que sólo quería saber si le podía prestar una bolsa de té para su mujer, a la que, nada más levantarse de la cama, se la había revuelto el estómago. Y luego dijo:
—¿Y a qué hora cree usted que vendrán los del Ayuntamiento a preguntarnos?
—Cuando les parezca. Ellos son los dueños y señores.
Él contestó que no dijera eso, que ahora estábamos en una democracia, y ya se sabía que no era verdad que todos éramos iguales, pero que era lo que había que decir y buena gana había de singularizarse. Y ella, que ya volvía con la bolsita de té, sólo comentó que enseguida pasaría a ver lo que la ocurría a su mujer, que no sería nada, y que el té, efectivamente, sentaba muy bien. Y lo cierto fue que a ella la dio tiempo de ir a ver a la mujer del señor Andrés, a la que ya se la había pasado el malandrín, de volver y estar un rato de parleta con un vendedor de libros que quería que ella le comprase a toda costa un libro de cocina tradicional o moderna, y luego una parleta más corta con dos mormones, que ella creyó, al abrir la puerta, que eran como de una funeraria, aunque se extrañó un poco de que llevasen cada uno de ellos como un libro de misa bajo el brazo; o también podían ser los de algún Banco o del Ayuntamiento mismo, porque ahora todos ellos vestían como de boda o funeral, o a lo mejor ése sería el uniforme de empleados de los que mandaban.
Pero «los de la Tercera Edad» se presentaron más tarde, cuando ella ya había acabado de comer en la cocina, fregado, y acomodado los platos y la cazuelilla en los vasares, aunque de todos modos, cerró la puerta para que no se viese la cocina desde donde se sentarían, y salió a abrir la del piso en cuanto llamaron. Y eran dos, un hombre y una mujer como de media edad pero tirando a jóvenes, y se presentaron, él como funcionario del Área Social y ella como psicóloga.
—¿Y saben ustedes lo primero que preguntaron? —contó ella luego—. Pues me preguntaron si era feliz.
Y había sido lo primero y lo último, porque todo había ido por un igual; preguntas y más preguntas sobre la salud, los ingresos, si leía, cómo pasaba los ratos de ocio, qué pensión cobraba, si dormía bien o tenía ansiedades y sabe Dios qué más; y ella les dijo lo que se la vino a la boca en cada caso, y en paz. Pero, cuando empezaron con lo de la calidad de vida, de si tenía televisión y, sobre todo al final, con lo de si participaba en los servicios que tenía el Ayuntamiento para la Tercera Edad, como viajar, ir de vacaciones, o a los espectáculos y reuniones de amistad o talleres culturales que se celebraban, ella se había dicho que ya estaba bien, y había contestado que, agradeciéndoselo mucho al Ayuntamiento, no necesitaba nada de todo eso.
—¿Y no la parece que no es vida estar aquí encerrada entre cuatro paredes?
Ella no contestó, y entonces la psicóloga la preguntó que si no la gustaría mucho más vivir en un piso moderno con jardines, cenadores, y piscina y todo; y a esto respondió que sí, y que con mucho menos se conformaba, pero que eso estaba fuera de sus posibilidades.
—Pues el Ayuntamiento —dijo el señor de lo Social— ya ha pensado en esa posibilidad para usted.
Pero ella no le dejó continuar, sino que le interrumpió diciendo que ella se suponía muy bien lo que había pensado el Ayuntamiento, y era que ellos, los de esta casa vieja del centro, se fueran y luego acudieran a un sorteo entre cuatro mil o más como ella, a ver si les tocaba un piso nuevo en donde Cristo dio las tres voces y nadie le oyó, y que además, mucho o poco, tenían que pagárselo.
—¿Y a usted quién la ha dicho esas tonterías? Usted no tiene educación política ciudadana, y no puede entender. Nuestro partido cumple lo que dice.
—¡Pues será así, como ustedes me cuentan, y yo me alegro de ello! —contestó ella.
Pero ya se cerró en banda, y viendo ellos que ni hablaba, ni parecía escuchar, y que no sólo se negó a firmar para lo de la Tercera Edad, sino que les dijo que ella estaba ya en la Cuarta Edad y, por lo tanto, no la correspondía, se enfadaron bastante y se marcharon, asegurando que con ella era imposible hablar, pero que todos los mayores entre los demás vecinos habían firmado.
—Nosotros sí firmamos —dijo luego el señor Andrés—. Nos pusieron la cabeza como un bombo, y firmamos. ¿Y ahora qué va ser de nosotros?
—Pues lo mismo que de mí: nada. Nos echarán y nos llevarán donde quieran, o a las residencias, y ya está. O no nos echarán si no les conviene, y vendrán otra vez con otra embajada, porque ahora, como estamos en la democracia, recibimos más embajadores y embajadas que los reyes mismos, señor