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La persona humana parte III. Núcleo personal y manifestaciones
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Libro electrónico421 páginas6 horas

La persona humana parte III. Núcleo personal y manifestaciones

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Información de este libro electrónico

Este volumen muestra la solución de problemas centrales planteados abordando los diversos radicales del ser personal (fundamento y destino, sentido de la vida, libertad, conocer, amor relaciones interpersonales, intimidad, apertura a la trascendencia, felicidad, etc). Toma para ello ocasión de las manifestaciones humanas (ética, lenguaje, trabajo, cultura, técnica, economía, familia, educación, sociedad, etc).
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ene 2014
ISBN9789581203406
La persona humana parte III. Núcleo personal y manifestaciones

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    La persona humana parte III. Núcleo personal y manifestaciones - Juan Fernando Sellés

    Sellés Dauder, Juan Fernando

    La persona humana: Parte III núcleo personal y manifestaciones / Juan Fernando Sellés Dauder. -- Chía: Universidad de La Sabana, 1998.

    288 p.

    3v.; cm. – (Colección Investigación - Docencia)

    Incluye bibliografías

    e-ISBN Obra completa: 978-958-12-0337-6

    e-ISBN Volumen 3: : 978-958-12-0340-6

    1. Antropología 2. Filosofía moderna 3. Cuerpo humano I. Sellés Dauder, Juan Fernando II. Universidad de La Sabana (Colombia) III. Tít.

    Reservados todos los derechos

    © Universidad de La Sabana

    © Juan Fernando Sellés

    LA PERSONA HUMANA - Parte III – Núcleo personal y manifestaciones

    Primera edición: 1998

    Primera reimpresión: 2014

    ISBN Volumen: 978-958-12-0340-6

    ISBN Obra completa: 978-958-12-0337-6

    Impreso y hecho en Colombia

    Dirección de publicaciones

    Coordinación editorial y de diseño

    e-pub X Publidisa

    Transcripción y conversión de textos

    Hecho el depósito legal

    Universidad de La Sabana

    Dirección de Publicaciones

    Campus del Puente del Común

    Km 7 Autopista Norte de Bogotá

    Chía, Cundinamarca, Colombia

    Tel. (57-1) 8615555 Ext. 45001

    http://publicaciones.unisabana.edu.co

    publicaciones@unisabana.edu.co

    Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en la ley, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos de reprografía y el tratamiento informativo, y la distribución de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

    El efecto propio del amor divino en el hombre parece ser que éste ame a Dios. Esto es lo primero en la intención del agente, que sea amado por el amado: a esto pues tiende principalmente el estudio del amante, a atraer a sí el amor del amado; y si esto no ocurre, conviene disolver el amor, Tomás deAquino, Suma Contra los Gentiles, Lili, c. 151, n. 2.

    PRÓLOGO

    El presente texto intenta ser expresión de lo que se puede alcanzar ejerciendo la libertad personal, no conclusión de demostración racional necesaria ninguna. Tómese, pues, lo que en él se ofrece a modo de propuesta. Y como toda propuesta, ésta sólo se puede aceptar libremente.

    Tras el estudio de la historia de la Antropología en la I Parte del Curso (volumen I), y de la naturaleza y esencia humanas en la II Parte (volumen II), conviene intuir el núcleo personal, pues conocer la historia de las ideas en torno al hombre y lo específicamente humano no conlleva necesariamente saber quien es la persona humana. Esto es, saber qué han dicho los que nos han precedido acerca del hombre y detener la mirada en la naturaleza humana no implica obligadamente saber acerca de lo radical humano, puesto que este saber sólo se logra si se ejerce.

    En el escrito se intenta, pues, la averiguación de lo radicalmente personal, de modo que lo aquí expuesto sirva de ayuda para que el saber acerca de la persona que se es se ejerza. Esta III Parte se centra, por tanto, en el nucleo personal; en la persona es en consecuencia consecuencia, la parte más importante del Curso, aquélla en función de la cual se han escrito las otras dos restantes, y la que alumbra de modo suficiente la comprensión de las demás, porque en la vida humana lo más bajo no se sostiene realmente ni cobra sentido sin lo más alto. Se intenta acceder a ese centro neurálgico desde diversas manifestaciones humanas.

    El ser de la persona, entendiendo por tal el núcleo de cada hombre, equivale a libertad, conocimiento, amor, irreductibilidad, dar, aceptar, subsistencia, coexistencia, novedad, intimidad, apertura, trasparencia, además, etc. Parangonando a los clásicos podríamos decir que "libertad, conocer, amor, etc., sunt idem in re", o sí sé quiere, in esse. Como el planeamiento puede resultar novedoso, intentamos abordar el núcleo personal desde alguna de sus manifestaciones, para que se vea de modo claro -lo más axiomático es el núcleo personal- que todas ellas son incomprensibles sin la debida comprensión de éste.

    Al núcleo de la libertad intentaremos acceder desde las manifestaciones de ella en la inteligencia y en la voluntad. A la irreductibilidad personal desde los diversos matices que traslucen las acciones de cada quien, desde la ética por tanto. A la persona como ser cognoscente desde una expresión del conocer humano que es el lenguaje. Al carácter de don de la persona humana desde una manifestación donante suya, el trabajo. A la subsistencia personal desde uno de sus aportes, la economía. Al ser amante personal desde la alusión a la familia. A la coexistencia personal con los demás desde las relaciones interpersonales. A cada quien como novedad radical e intimidad distinta desde las manifestaciones de la intimidad. A la personal apertura a Dios desde la sobreabundancia de la persona respecto de su naturaleza -en expresión de Polo, desde el carácter de además-.

    En cuanto a la exposición de esta III Parte y última, no puede decirse que sea ascendente, porque en el núcleo personal no hay unos asuntos más altos que otros, sencillamente porque no hay asuntos diversos. En efecto, todos se reducen a unidad. Cabe hablar aun mejor de cierta simplicidad. Sin embargo, a unos, más acordes con los planteamientos modernos, les resulta más fácil comprender ese núcleo personal como libertad', a otros, de buen corazón, como amor. Otros, tal vez más poéticos, lo ven como intimidad. Otros, más espirituales o divinos, como apertura a la trascendencia... Sea como fuere, en cualquier caso, si bien interesa expositivamente abordar por separado cada uno de estos radicales personales, conviene no perder de vista que son equivalentes, que se coimplican mutuamente, de tal manera que no cabe uno sin otro.

    Debo la inspiración de lo que especialmente en esta III Parte se recoge al magisterio del Profesor Polo. Dado que él se encuentra en pleno trabajo de elaboración del que puede pasar por ser su trabajo central, su Antropología Trascendental, bastante amplia por cierto, el presente escrito también puede servir, al menos en alguna medida, a los que esperan aquella obra, como una introducción a su pensamiento en torno a la persona humana.

    De modo parejo a los volúmenes I y II, se condensa en notas al pie de página en este III tomo una serie de referencias bibliográficas para quien desee ampliar conocimientos en torno a lo expuesto. Asimismo, se introduce una serie de notas explicativas de términos de vocabulario con significado filosófico que aparecen en el texto. Al final del volumen se presenta el elenco de la Bibliografía básica aconsejada sobre los temas tratados, así como un Indice de autores con la numeración del tema y epígrafe en el que cada uno de ellos aparece, y asimismo un Indice de nociones, cuyo significado de los términos se encuentra en el número de tema y cita a pie de página que allí se indica.

    Este III y último volumen de La persona humana, responde al mismo proyecto de investigación que el I y el II, promovido por la Universidad de La Sabana. Debo agradecimiento personal, por tanto, a aquellas personas mencionadas en la Presentación de los escritos precedentes y a dicho centro universitario.

    TEMA 21

    RADICALES PERSONALES

    1. Tener y ser. Vida natural y vida personal

    Llegamos a la III Parte de este Curso, la neurálgica de la Asignatura. En este tema debemos intentar esbozar un elenco de los radicales personales{¹}, esto es, de esos rasgos que caracterizan el corazón humano, es decir, de lo distintivo de las personas como personas. Luego, en los siguientes temas, nos centraremos un poco más en cada uno de esos rasgos.

    Debemos abordar, pues, aquellas características nucleares de la persona humana interrelacionadas entre sí de tal modo que si falta una faltan todas; que sin una de ellas uno no es persona. Llegados a esta cumbre de la Antropología hay que sostener que si -como se verá- la persona es libertad, todo lo que a continuación se diga respecto de la persona (temas 21-30) son propuestas libres, y como tales sólo se pueden aceptar libremente, personal y responsablemente, por tanto{²}.

    Hasta el momento hemos estudiado lo natural en el hombre (la naturaleza) y las perfecciones con que cada quien puede enjoyar Su naturaleza (a lo cual se puede denominar esencia). Eg decir, se ha atendido a todo aquello que es lo propio de la especie humana, lo común a todos los hombres; y también se ha centrado la atención en el particular partido que cada quien saca de esa dotación natural con que cada persona cuenta de entrada y que es característica de los hombres. ¿Qué queda? Pues queda saber acerca de lo que es superior a la especie y, por eso, irreductible a lo específico: la persona{³}.

    Como es sabido, la más alta averiguación filosófica medieval, una de las más profundas de todos los tiempos, estriba en la distinción real entre esencia y acto de ser en la realidad creada. En Dios, sin embargo, no se admite tal distinción. Por esencia entienden el modo de ser de cada realidad, su forma de ser, o su composición real. Por acto de ser entienden el fundamento de toda realidad, aquél principio que hace ser a las realidades al unísono. Las diversas realidades no se reducen al ser, sino que son tal o cual realidad, de tal o cual índole. En cambio, en Dios, su modo de ser no es distinto realmente de su ser. Ser y esencia coinciden. Es el ser que consiste en ser. Esa averiguación tan importante, ha sido suficientemente puesta de relieve en el neotomismo, por ejemplo, pero no suficientemente esclarecida en antropología. ¿Qué es en el hombre del ámbito de su esencial, ¿qué del ámbito del serl Autores del s. XX, como Marcel, captan esa dualidad en la composición de lo real, e intentan ceñirla al hombre, pero la formulan con un lenguaje matizadamente diverso: tener y ser.

    Al atender a esa distinción real en lo humano según nuestro planteamiento surge una ampliación tripartita del descubrimiento clásico, porque si bien tenemos por un lado lo natural en el hombre y por otro lo personal, entre la naturaleza humana y la persona humana hay que dejar hueco para el crecimiento que de la naturaleza humana educe la persona. A lo primero conviene llamar naturaleza; a lo segundo ser personal', a lo tercero, esencia o perfeccionamiento de la naturaleza.

    La naturaleza humana (el cuerpo, las facultades, las tendencias, etc.) es del ámbito del tener, del disponer recibido como dotación creatural. La esencia es del ámbito del tener adquirido. Es el partido que se saca de la vida natural. La persona es del ámbito del ser recibido, aunque no clausurado, pues este ser puede lograr ser más ser. Es la vida personal. La esencia del hombre es incrementable indefinidamente (nociones de hábito y de virtud). Ningún hombre la puede saturar. Por tanto, ningún humano, ni tampoco la totalidad de ellos, coincide con la humanidad. Pero también, ningún hombre se reduce, o se subordina, a la humanidad, porque la esencia, aun perfecta, es inferior a la persona, al acto de ser que cada uno es.

    En la parte II del Curso hemos atendido tanto a la naturaleza humana como a la esencia o crecimiento irrestricto de la naturaleza. En lo sucesivo abordaremos el estudio del núcleo personal, es decir, del acto de ser humano, al que llamaremos sencillamente persona. Pero previamente debemos evitar unas posibles confusiones terminológicas derivadas del modo de enfocar esta realidad en la modernidad.

    2. «Yo», «sujeto», «persona»: ¿significan lo mismo?

    La respuesta al interrogante que encabeza este epígrafe es negativa. Conozco el yo, pero no quien soy. El yo es lo sabido, no el saber. Si fueran lo mismo cada quien se auntoconocería enteramente, asunto que no sucede, y no está en manos del hombre. La persona es más que el yo; no se reduce a él. Es más, es irreductible.

    El yo es, por así decir, la idea que uno se forma de sí. Pero si se cree que uno es la idea que uno tiene de sí, si uno se intenta identificar con el yo, acaece el mayor despropósito posible para una persona, porque el yo sencillamente no es persona. Con ello, uno no se encuentra como quien es en su yo y, por tanto, pierde su carácter personal. Si uno afirma cada vez más su yo (en el lenguaje de la calle a esa actitud se llama soberbia) se obtura como persona, se cierra a su intimidad. y también a la de los demás y a la trascendencia{⁴}.

    Ceder a la autoafirmación del yo es pactar con la peor ignorancia posible: una ignorancia no sobre temas o realidades, sino sobre la persona que uno es. En el yo, esa especie de macro-idea entronizada por la persona, no comparece la persona tal como ella vitalmente es. En efecto, uno no es una idea. Al no comparecer se empieza a sospechar que uno es incomprensible para sí mismo, y pierde también de vista la compresión de las demás personas como personas y de Dios como ser personal. Se produce el extrañamiento de la persona en su yo. Pero como el yo no es la persona, no es la libertad. Si uno se ata a él se esclaviza a ese despersonalizado y despersonalizante intruso. Por eso suele decirse con acierto que el mayor enemigo de uno está en uno mismo. ¿El mejor remedio? El olvido de sí, entendiendo por su yo.

    El yo lo forma la persona cuando ésta no se mantiene en su altura. Fosiliza un constructo que no es vida íntima personal. Por estos derroteros constructivistas ha deambulado demasiada gente, y también ha cedido a sus caminos buena parte de la filosofía moderna con la noción de sujeto. Sujeto no es persona, porque tiene una marcada connotación de fundamento; una especie de autoafirmación del hombre, es decir, una visión del hombre que lo concibe como independiente, separado, base de sus actuaciones, etc. Sin embargo, la persona no es así. La persona es apertura personal, co-existencia con. Es abierta personalmente a las demás personas. No es ni fundamento en propio ni fundante.

    Lo propio de considerarse sujeto parece ser vivir de acuerdo con una suficiencia vital; como si se fuera un ser en sí independiente. ¿Su manifestación neta? El subjetivismo. El sujeto quiere constituirse en fundamento absoluto de todo: de la verdad, del bien, etc. Sin embargo, de la persona no es correcto decir que subsiste, sino que es mejor decir que co-existe-con. La persona es el quien que no es posible ni comprensible en solitario, sino en apertura personal. En cambio, el sujeto no es ningún quien para ningún otro quien; no es ni fulano ni mengano, sino un fundamento tan cerrado como un sillar de piedra. El sujeto no es persona ninguna, sino un supuesto, una especie de base que se supone cerrada. No obstante, en esta concepción el castigo es interno a la propia culpa, y se llama soledad, aunque sea la soledad de dos egoístas en compañía...

    3. ¿Quién es la persona humana?

    Uno puede leer escritos con expresiones tales como ¿qué es ser persona?, e incluso libros titulados ¿Qué es el hombre?. Pues bien, son preguntas desenfocadas, porque la persona no es ningún que, sino, ante todo, un "quien.¿Cómo saber, pues, quien es la persona humana? Nosotros podemos conocer todo aquello que está en nuestras manos, todo lo externo perteneciente a la naturaleza del Universo, y todo aquello que forma parte de nuestras manifestaciones, a saber, actos, hábitos y virtudes, potencias, las ideas, los quereres, etc. Somos nosotros mismos, cada quien, el que conoce esto porque es suyo. Pero el quien del que conoce no aparece ante la mirada del que conoce al conocer esas realidades.

    El núcleo personal es incognoscible por la persona humana de modo directo, porque la intencionalidad cognoscitiva, es decir, la remitencia del conocer, versa siempre, en todo nivel, sobre lo inferior, no sobre sí misma ni sobre lo superior (recuérdese: el ver ve colores, pero no ve el ver ni lo superior al ver). De modo que sólo un cognoscente superior en relación conmigo. Dios, puede revelar al hombre quien es el mismo hombre. ¿Cabe otra posibilidad? Sí ¿Cuál? La ignorancia más o menos ilustrada. ¿Alguna otra? Obviamente no, porque ni uno, ni ninguna persona humana, ni la totalidad de ellas, pueden conocer de modo absoluto la persona que uno es. Uno puede dotar de sentido a aquello que uno hace, piensa o quiere, pero el sentido de la persona que hace, piensa o quiere, no está en su mano. Su vida personal, quien sea uno, están exclusivamente en manos de Aquel de quien la persona es: de Dios{⁵}.

    Sólo Dios revela -naturalmente- al hombre quien es el mismo hombre{⁶}. Por eso cuando se pierde el sentido de Dios, se pierde con él el sentido de cada hombre, y a esta pérdida va unida el olvido del sentido personal de las demás personas, y también el de la realidad, porque cada hombre es centro y fin de ella. Tal sentido es posible a todo hombre porque existe un diálogo natural entre Dios y el hombre. Dios siempre es más íntimo a uno que uno mismo, decía San Agustín{⁷}, no sólo en la elevación sobrenatural. Mientras vive, aunque el hombre reniegue del Dios personal, Dios no interrumpe la comunicación personal con él, pues interrumpirla significaría que esa persona humana dejaría de serlo.

    Sí, la persona humana es apertura, es dialógica. No se agota abriéndose a lo inferior a ella, ni a sí misma o a los demás humanos. Es capaz de más. Esa vida personal capaz de más sólo se conoce en su apertura a Dios. De lo contrario, si se optura su radical apertura desconoce lo nuclear de su persona. En efecto, viviendo como si Dios no existiera -nos recuerda Juan Pablo II-, el hombre pierde no sólo el misterio de Dios, sino también el del mundo y el de su propio ser{⁸}. Se trata del ateísmo práctico, es decir, de montarse la vida, el plan de cada día, al margen de Dios.

    El diálogo o trato con Dios no es externo, con palabras o con diversas acciones, sino lo que constituye al mismo ser del hombre. No se trata de que el hombre tenga, posea, relación con Dios. Eso, a pesar de ser verdad, es secundario. Se trata, más bien, de que el hombre es relación estrecha con Dios. Una persona no es un individuo{⁹} aislado, cerrado, no es individual o particular, ni nada que se parezca a la realidad física. Una persona aislada no sólo es absurda sino imposible, porque es apertura irrestricta, es co-existencia con personas constitutivamente. La dignidad humana estriba en el vínculo permanente de cada hombre con su Creador. Como ese vínculo es manifestación constante del ser divino y constituye al ser humano, se puede decir con verdad que en el hombre se refleja Dios mismo. Pero para ver eso uno debe afinar su vista.

    De modo que para conocemos a nosotros mismos hemos de conocer a Dios en nosotros mismos, y para conocernos a nosotros debemos conocer en Él quien somos y cuál es el sentido y destino de nuestra vida. Sí, Dios habita en el corazón humano. Por eso el hombre, también en estado de naturaleza, está endiosado, y el resplandor de Dios ilumina el rostro del hombre{¹⁰}. El sentido de la vida natural, vinculada indisolublemente a la persona humana refleja el mismo sentido, pues la vida del hombre proviene de Dios. Por eso la vida humana es sagrada siempre.

    Ahora bien, el hombre puede decir que no a esa apertura natural a Dios, y negar también a esa relación personal con él (soslayarla o querer ignorarla es otra manera de decir que no). Y entonces, al negar a Dios y vivir como si no existiera o no tuviera nada que ver con la vida humana de todos los días, se acaba fácilmente por negar el sentido de la persona humana y de su vida. Sin la apertura a Dios el hombre se vuelve absurdo para sí, carece de sentido su vida y la de los demás, porque sólo Dios manifiesta el sentido de ambas. Tras el rechazo de su relación constitutiva con Dios, el hombre se cree dueño de sí, arrogándose el derecho de decidir sobre su propia vida (suicidio, eutanasia, etc.) y la de los demás (aborto, homicidio, guerras, etc.). Sin embargo, la vida personal no está llamada a modificar o aniquilar la vida natural, sino a perfeccionarla. Cuando comete tal intromisión el perjuicio es inmanente en su propia vida.

    La vida personal no es, pues, la vida natural, sino superior y condición de posibilidad del perfeccionamiento de ésta. Se expone a continuación un elenco de radicales personales, es decir, de esos rasgos que son equivalentes a persona. Este elenco -como se ha anotado- se debe Leonardo Polo, que procede a una ampliación de los trascendentales clásicos (ser, verdad, bien, etc.), al descubrir esas perfecciones en el núcleo de la persona. Sirva, pues, este esbozo de introducción a una Antropología Trascendental{¹¹}.

    4. Subsistencia y co-existencia

    Una persona humana es distinta y con cierta independencia de las demás. Es subsistente hasta cierto punto, porque subsiste frente a todo lo inferior a ella, pero subsiste con subsistencia derivada. Nadie es un invento de sus manos, ni de sus padres, ni de la sociedad, cultura o historia, ni menos aun de la biología. La persona humana no es un absoluto. No goza de independencia radical{¹²}, porque no puede subsistir al margen de Dios, su creador. Subsistir eternamente no está en nuestras manos.

    Subsistír para la persona no indica sólo persistir, como para el resto del universo físico, es decir repulsa de una posible reducción a la nada, sino carencia de esfuerzo necesario para seguir existiendo, porque la persona es constante sobreañadidura en su existencia. La existencia de la persona no es del ámbito de la necesidad sino de la libertad. No es fija y opuesta al no ser, sino creciente y libremente abierta a ser más. Además, al contemplar a la persona como añadidura, debe evitarse en esta concepción la incomunicabilidad propia de las sustancias. La filosofía clásica señaló que a distinción los accidentes, a los que se les llamó sujetos de inhesión, porque inhieren en la sustancia, ésta es independiente y separada de las demás sustancias, y consecuentemente, dotada de cierta incomunicabilidad con aquéllas.

    Sin embargo, el planteamiento clásico puede ser rectificado en parte por doble motivo. En primer lugar, porque los accidentes no son un agregado superficial a la sustancia, pues la perfeccionan. En segundo lugar porque si la subsistencia de predica de la persona humana, no puede concebirse ésta como separada o aislada, pues si la inteligencia -según el decir de Aristóteles- se separa para ser todas la cosas, cuanto más la persona humana, que es superior a su inteligencia. Por eso es mejor decir de ella que es coexistencia con.

    La persona es co-existencia con. co-existencia designa al ser personal como acompañante{¹³}. Si no fuéramos intimidad no habría acompañamiento ninguno. Ese acompañamiento es interno. Cada quien se acompaña. No se trata directamente, pues, de la compañía de la comunidad o de las relaciones entre las personas, sino de la apertura de uno a su interior. Además, nuestro ser personal no es aislado, sino que es compañero inseparable de nuestra naturaleza. Es otorgante respecto de ella, pero es irreductible a ella. Sin embargo no co-existe con ella, porque ella no es persona.

    Por otra parte, co-existencia con indica que el ser personal co-existe con el ser del Universo, con el ser de las demás personas distintas{¹⁴}, y con Dios. La persona humana acompaña el ser del Universo, pero no se reduce a ser con él. Si el hombre se redujera a co-existir con el ser del Universo sería absurdo, porque éste es incapaz de responder, es decir, de co-existencia, de diálogo personal con el ser del hombre. El ser del Universo no es persona ninguna.

    Es bueno para el hombre, por tanto, que exista otro ámbito de compañía: el de las personas entre sí. El hombre co-existe con las demás personas. La irreductibilidad de la persona no es aislante: no es separación, sino apertura personal{¹⁵}. Apertura indica respuesta. Cada quien responde. Las demás personas también responden, pero ni uno ni los demás pueden responder enteramente a la pregunta: ¿quién somos? Saber quién soy y saber quién es cada una de las demás personas apunta al saber que constituye a cada cuál en la respuesta que cada cuál es.

    La persona es también, y ante todo, co-existencia con Dios, porque sólo Dios da el ser que uno es y sólo Él sabe enteramente quien somos. Si Dios sabe quien somos, cada uno somos una imagen del unitario saber divino. El Universo no es imagen de Dios porque no es persona, y como tal, no hay en él una apelación personal de DÍOS. Somos imagen de Dios, pero no perfecta imagen. No ser por parte del hombre perfecta imagen divina conlleva la posibilidad de que se den muchas imágenes divinas, es decir, muchas personas humanas. Por eso la relación que uno dice a Dios es semejante a la que dicen los demás. Somos en eso semejantes, no radicalmente distintos.

    5. Libertad y carácter de además

    Ningún ser es libre sino sólo las personas, cada quien. La persona humana no sólo posee libertad, sino que -como se verá- es libertad{¹⁶}. Más aun, la posee en sus potencias (razón y voluntad) porque éstas manifiestan el impulso que reciben de la persona. La libertad es personal. La libertad es irrestricta, pero no alocada, porque está transida de luz, de conocer. Tampoco es segre- gacionista, sino que esa apertura reúne, congrega, a los demás, e integra las diversas facetas que abre{¹⁷}. La persona es co-existencia, decíamos; pero si la persona es libertad, la libertad humana es co- existencial.

    Apertura irrestricta indica que no sólo nos abrimos a lo que está en nuestras manos y es inferior a nosotros, con todas sus, también irrestrictas, posibilidades, ni sólo apertura a nosotros mismos o a los demás hombres, sino apertura también a las personas superiores al hombre, en especial a Aquél en cuyas manos está nuestro ser. Esta última vinculación es el núcleo de la libertad; y el término de la misma no puede ser sino el mismo Ser, también personal y libre. Si Dios no fuera personal, la vida humana sería un absurdo, pues habría perdido la posibilidad de diálogo con Aquél que es el único que le puede referir la verdad, el sentido completo, de la propia vida personal de cada hombre. Por eso si la libertad reniega de sí misma, es decir si reniega de su verdad, se auto- destruye y destruye la de los demás.

    Además es un adverbio que designa bien a la persona{¹⁸}. Por ello, es mejor decir de ella -como señaló Eckhart-, que es adverbio, porque no es comprensible sin su relación con el Verbo. Además indica añadidura sin coto. El tema al que apunta ese constante añadirse no puede ser sino la inabarcabilidad, pero una inabarcabilidad de cuño personal, ya que el además a que ella apunta es persona. El acto de ser humano dice relación al Acto del ser divino. El hombre es el ser que no se limita a ser, sino que es además; que es añadiéndose; que es añadidura de ser.

    El ser humano es inagotable. Visto desde la libertad, la persona humana es la libertad irrestricta. Desde el conocer, el conocer sin límite, es decir, un conocer hecho para que en él se vuelque el infinito conocer divino. Desde el amor, el amor que no se gasta amando. Por eso la única medida que admite el amor personal es amar sin medida. Visto desde el dar la persona Humana es unofrecimiento ofrecimiento personal sin restricción: una entrega enteriza y sin compensaciones. Desde el aceptar, una aceptación sin barreras ni fondo de saco. Desde la belleza, un resplandor de hermosura personal divina. Somos además

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