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Del amor y otros embrollos
Del amor y otros embrollos
Del amor y otros embrollos
Libro electrónico184 páginas4 horas

Del amor y otros embrollos

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Información de este libro electrónico

Colección con cuatro historias eróticas y humorísticas.

En Enamorada de Valentín (Roos Hart) la enfermera de maternidad Merel se mete en problemas cuando se enamora de los encantos de Fabián, el papá del bebé Valentín.

Un bebé te derrite el corazón, un papá sexy lo hace palpitar con fuerza.

En La Tienda de los Deseos (Lily Frank) Valentina conoce a un cliente guapísimo en el negocio de lencería de su amiga. Por desgracia, él viene a elegir un conjunto de lencería para su novia… En una tienda puedes desearlo todo, pero el amor no está en venta.

A Iris todo se le complica en Volver a Empezar (Flore Zon) cuando, durante su separación con su ex Arturo, conoce al guapo Kelvin. ¿Es amor o simplemente deseo?

Un ordenador con problemas se puede reiniciar, ¿Pero qué pasa con el amor?

Finalmente, en Tiro al Blanco (Lily Frank) la nostalgia hace que el intercambio de la estudiante Rosa en Escocia, se haga bastante menos placentero. Entonces, conoce a Oliver, su sexy vecino escocés. Con él se siente como en casa, pero ¿qué pasa con la otra chica que está en la habitación de Oliver?

Cupido ha lanzado sus flechas, y ¡Cupido nunca falla!
 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 ene 2017
ISBN9781507139738
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    Vista previa del libro

    Del amor y otros embrollos - Lily Frank

    Del amor y otros embrollos

    La boutique de los Deseos – Lily Frank

    Enamorada de  Valentín – Roos Hart

    Volver a empezar – Flore Zon

    Tiro al  blanco – Viola Bos

    ♥ La boutique de los Deseos ♥

    Lily Frank

    Él sábado 13 de febrero, por la mañana, a Valentina la despierta su mejor amiga Tilly, que tiene una tienda de lencería. Tilly está muy enferma y no puede trabajar para el día de San Valentín. Le ruega a Val reemplazarla por un día.

    Valentina no está muy de acuerdo con eso, pero no tiene corazón para decirle que no. Entonces,  entra a la Tienda de los Deseos un cliente guapísimo. Sólo es una pena que viene a comprar un regalo muy sexy para su novia...

    En una tienda puedes anhelarlo todo, pero el amor no está en venta.

    ––––––––

    ♥ Para las víctimas de Charlie Hebdo. Make love, not war.♥

    ––––––––

    ♥ Quiero agradecer a las siguientes personas: ♥

    Olga, como siempre, mi fantástica redactora.

    Dana, por su mirada crítica. ¡Eres increíble! Un abrazo

    Marjon, mi increíble correctora.

    ¡Sois maravillosas! Gracias.

    ––––––––

    Cariños, Lilly

    ♥ 1. ♥

    -Val, tengo un problema enorme-. Bostecé y miré el reloj. Eran las siete, un sábado por la mañana. Tendría que pasar algo muy importante. Buenos días también para ti, Tilly... -¿Qué?- balbucee, y volví a bostezar.

    -Te lo dije, tengo un problema muy grande.

    Ya podía oír qué tipo de problema. Su voz sonaba nasal y no podía pronunciar bien todas las letras. Sonaba gomosa y ronca. –Estás resfriada- dije, completando su oración.

    -Casi-. En su voz se vislumbraba desesperación. –Estoy enfermísima. Estoy despierta hace media hora pero tengo mucho dolor de cabeza y descompostura. Ya he vomitado dos veces. ¡Así no puedo trabajar!

    Una persona normal se reportaría enferma. Llamaría al jefe, una explicación corta y estaba listo. Esto se dificultaba un poco si trabajabas por tu cuenta. Y aún más si no tenías personal. La tienda tenía que abrirse.

    -¿Sabes qué día es hoy, verdad?- se lamentó Tilly.

    ¿Cómo olvidarlo? Ella había estado hablando sin parar sobre este momento. Hoy era trece de febrero. Para la gente normal el día de San Valentín. Pero si tenías un negocio de lencería, el día antes de San Valentín era el día más importante del año, más si era un sábado. ¿Y si el dueño estaba enfermo ese día? Esta era una miserable broma del destino.

    -De verdad, tienes un problema gigante- suspiré. Ya sentía hacia dónde se dirigía esto. La pregunta subsiguiente. En mi mente, abrí la agenda. ¿Qué habías planeado para hoy? Limpiar la casa. Necesitaba hacerlo urgentemente. Y las compras para la semana siguiente. Y las compras para la señora Falders. También importante. Pero en mi agenda no había ningún verdadero compromiso.

    -Por favor, Val. Te necesito. ¿Puedes reemplazarme hoy, please?

    -Pero no sé nada de lencería- me quejé. –No sabía ni cómo tomarle las medidas a alguien. O cuándo un sujetador queda bien o no.

    -Yo podría explicarte. Tengo que ir al negocio sí o sí para abrirlo y para desactivar la alarma. Por favor, Valentina. Si no lo haces, no sé a quién más puedo preguntarle. De verdad, compré muchísima mercadería para hoy. Perdería muchísimas ganancias. Para mí, hoy es el día más importante de este mes...

    Recordé los catálogos que me había restregado contra la nariz y que me había mostrado las mejores colecciones. Mismo yo, que normalmente era fanática de la ropa interior más simple y barata, me quedé encantada con los conjuntos bien formados, coloridos y de encaje. Ya me veía frente al espejo, enfundada en unos de esos preciosos conjuntos.

    Negué con la cabeza. Por el momento, la lencería bonita y lujosa no me servía para nada. ¿Quién usaba lencería excitante si no tenía nadie a quien mostrársela?

    Pensé en el catorce de este mes con acidez. Si Tilly no hubiera hecho semejante lío, lo habría negado completamente. No tenía ganas de escuchar a mis amigas, contando lo que su graciosa pareja había hecho o les había comprado para San Valentín, mientras yo nunca había tenido un verdadero San Valentín. Mi ex novio pensaba que San Valentín era una ridiculez y al anterior lo había perdido mucho antes de que empezara febrero. Al parecer, en la escuela tampoco tenía interés en el amor,

    A los quince años me entusiasmaba muchísimo la idea. Me imaginaba que el chico guapísimo del 2b estaba enamorado de mí en secreto, pero que no se animaba a decirlo. Que me enviaría una carta para el día de San Valentín con un código secreto, y que al descifrarlo iba a descubrir su identidad. A los dieciséis aún tenía esperanzas. A  los diecisiete, mi corazón desilusionado ya estaba cansado de esperar y, desde mis dieciocho,  declaré que el día de San Valentín era un disparate comercial.

    -Bueno, lo hago- dije, entre suspiros. –Espero que te des cuenta de cuánto te quiero y de cómo me dejo torturar.

    -¡Eres un tesoro! Te veo a las nueve.

    Y colgó el teléfono.

    Me dejé caer hacia atrás, en la cama. Esta no era la mejor manera de empezar el día. Puse el despertador a las ocho y me volví a dar vuelta, pero enseguida me di cuenta de que no podía volver a dormirme. Lo mejor sería levantarme.

    Me di una ducha extra larga, en compensación por el gran sacrificio que me tocaría después, y me paré frente al armario durante quince minutos, para elegir qué ropa usaría. Tenía que estar elegante y bien vestida, pero no demasiado, porque probablemente entrarían a la tienda hordas de hombres excitados para comprarles lencerías a sus novias, mujeres y amantes. Qué asco. Yo no quería verme como una cualquiera.

    Finalmente elegí una falda tipo sastre y una blusa rosa. Con unos zapatos de taco rosados completé el conjunto. Tuve el tiempo justo para comerme un bocadillo y una taza de café. Sí, café. No debíamos olvidarlo. Sin café no podía funcionar normalmente. Menos en mi sábado libre.

    Puse agua en la cafetera y encendí el botón. Se prendió una lamparita roja. Mientras untaba un pan con mermelada, esperaba a que estuviera listo el café. Siempre lo tomaba con mucha leche y azúcar. No es de mujer de negocios, lo sé, pero es muy rico.

    Cuando me había terminado el sándwich, el café ya estaba listo. Me serví una taza generosa, le eché un chorro de leche y varias cucharadas de azúcar. Para despertarme, era lo que quería hacerme creer a mí misma.

    El líquido caliente me despertó de verdad. O, en realidad: me hizo revivir. El café, para mí, marcaba la diferencia entre deambular como un zombi o bailotear como una bailarina alegre. Ya me dirás.

    Con cierto pesar, miré mi tazón vacío y lo volví a poner sobre la mesada. Era tiempo de marcharme, sino llegaría muy tarde. Me puse el abrigo, agarré la cartera de la mesa y salí de mi casa. Mientras rebuscaba las llaves en la profundidad de mi bolsillo, del departamento de al lado oí un suave tintineo. Música de piano. No sabía demasiado sobre mi vecino, salvo que tocaba el piano en los horarios más extraños. A veces me preguntaba si sería un CD, ya que nunca lo había visto a él y tenía que vivir allí ya hacía medio año. Para mí, trabajaba mucho en su casa o tenía unos horarios laborales muy raros.

    Ya había sido suficiente con mis vacilaciones. Me di vuelta y bajé el primer escalón. Cuando se rompió el taco de mi zapato, me precipité escaleras abajo. Fantástico. Este sería un día maravilloso. No.

    ♥ 2. ♥

    La Tienda de los Deseos no estaba en la calle principal del centro de la ciudad. Allí se encontraban las cadenas famosas, que alquilaban o compraban un local, y eran casi iguales en casi todas las ciudades. El negocio de lencería estaba en una callecita serpenteante, que lindaba con la calle principal. Cada tanto la gente se topaba con uno de estos negocios exclusivos. La tienda de Tilly estaba rodeada de ese tipo de pequeños tesoros. A mí me encantaba esta callecita.

    Directamente al lado de la tienda de lencería había una tienda esotérica, en la que podías husmear durante horas y de la que era casi imposible salir sin haber comprado un producto. Del lado del frente había una bonita tienda de juguetes de madera, con juguetes de calidad, lindos y educativos. Dos puertas más allá había una confitería, en la que podías comprar los productos más frescos relacionados con la panadería, y también podías concurrir a talleres y dar fiestas para niños. Además, había algunas mesas con sillas, para descansar un momento con una taza de café o chocolate caliente, con torta casera o galletitas.

    Muchas de estas tiendas no tenían personal y los dueños se conocían entre sí. Eso me había dicho Tilly. –Quizás no tengo compañeros de trabajo directos- me había dicho esa noche – pero tengo buenos vecinos que, en algún sentido, son un poco mis colegas. En los días más tranquilos, a veces nos tomamos un café juntos, en la vereda. Es muy agradable ¿Verdad?-.

    Cuando llegué a la callecita, a las nueve menos cinco, noté que me varios ojos me observaban y me estudiaban. Alguno me saludaba con cuidado, pero la mayoría de los vecinos era un poco desconfiada. ¿Pensaban que los asaltaría o algo así? Yo esperaba que Tilly ya hubiera llegado; no tenía ganas de esperar afuera, con este ambiente.

    Por suerte. Cuando vi el negocio de lencería, reconocí inmediatamente el pelo rojo furia y la permanente de Tilly.  Por lo visto, se había enfundado en dos abrigos de invierno y, por un momento, me pregunté si el abrigo de lana rosa que llevaba encima sería de su madre, mujer algo robusta. Cuando me acerqué más vi que transpiraba pesadamente y la vez temblaba, como si hubiera comenzado una expedición al polo. Sí, estaba muy enferma.

    -Buenos días- la saludé.

    -Uen ía- pareció olfatear Tilly, resfriada. –Qué bueno que has podido venir tan temprano. Eres un verdadero ángel.

    No esperó mi respuesta, pero inmediatamente colocó la llave en la cerradura y empezó a abrir todos los cerrojos y desactivar la alarma. Finalmente, prendió las luces. Detrás de la tienda, comenzó a brillar una lucecita.

    -¿No tienes que prender el resto?- le pregunté, con cuidado.

    -No, abro recién a las nueve y media. Si ya prendo las luces, pensarán que está abierto.

    Eso sonaba lógico.

    -Bueno, ahora tenemos media hora para aprender todo-. Tilly se frotaba las manos. –Comencemos con la caja.

    Me arrastró hasta la caja y me mostró cómo podía marcar un artículo y conseguir un subtotal.

    -Si has vendido algo, cuelgas la percha aquí, separada- me señaló. Detrás de la caja había un estante con perchas vacías, en algunas aún estaba la tarjeta colgada. –De cada percha cuelga una tarjeta con las características del producto, para que yo sepa exactamente qué se ha vendido. Por eso, guárdalas bien-. Me señaló un lugar debajo de la caja. –Allí hay bolsas de plástico, pero también tengo bolsitas especiales de San Valentín. Mira, están aquí-. Me mostró un elegante bolsito blanco, que tenía estampado un gran corazón rojo y cuerdas blancas como manijas.

    Tilly se dio vuelta y miró la tienda rápidamente. –Si los clientes te preguntan si hay otras medidas, puedes decirles que no. En esta tienda, todo está colgado.

    -¿Y las medidas?- chillé, un poco desesperada. Eso era lo que más me preocupaba.

    -He hecho una lista para ti con las bedidas y una tabla de bedidas.

    Pestañé rápidamente. El resfrío hacía que su voz fuera ininteligible. Un momento después apoyó un papel sobre la mesa con las medidas y al lado una cinta métrica. ¡Yo podía hacer esto!

    -Aquí están las medidas más importantes- continuó Tilly. –Si las tomas bien y las lees correctamente, tiene que salir todo bien-. Se rascó el mentón. –Finalmente, los casos difíciles.

    -¿Casos difíciles?- repetí, con miedo. ¿Hablaba de clientes violentos o algo así?

    -Sí. Hombres que no saben la medida de su novia y dicen: tiene más o menos tu medida. O: entran justo en la palma de mis menos. Mira, son así de grandes. Esos son los más difíciles de ayudar.

    -Oh- le respondí aliviada. -¿Y qué hago en ese caso?

    -Si piensan que tiene más o menos tu medida, le preguntas si tiene tu figura o algo más rellenita o delgada, y lo mismo el busto. Dependiendo de tu respuesta, les das la misma medida o un poco más grande o más chica.

    Eso sonaba simple. Podía hacerlo, ¿verdad?

    -En el otro caso es más difícil. Yo sigo preguntando y hago una estimación, tranquilizándolos que siempre pueden cambiarlo si la medida es incorrecta.

    Una estimación. Tenía que logarlo, ¿sí? Si no les quedaba, podía arreglar mi error cambiándolo. No pasaba nada.

    -Ahora, otro tema importante. Si te roban...

    -¿Qué?- la interrumpí, aterrada. ¿La posibilidad era tan grande?

    Tilly puso los ojos en blanco. –Por suerte, nunca me ha pasado, pero oye bien. Si te roban, le das el contenido de la caja. Estoy asegurada y no quiero que te pase nada. No te hagas la héroe, no luches ni nada. Sólo presta atención a su apariencia física y cuando se hayan ido llama a la policía inmediatamente.

    Yo asentí. –Bueno, eso está claro.

    -También llama a la policía si descubres a alguien robando.

    -¿Alguna otra cosa?

    -Mmmmm...-. Tilly miró al horizonte, pensativa. –Te he explicado la caja, las medidas, las perchas y los robos... Oh sí. La tienda está cerrada de las

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