El jardinero de estrellas
Por Roberto Gallego
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Su tío, el jardinero, quien vendrá a cuidar el jardín de su casa de Shambala, irá colocando de manera precisa las preguntas adecuadas para que tanto la pequeña como su padre, el prestigioso doctor Ramírez, encuentren por sí solos las respuestas. ¿Descubrirán de una vez por todas el paradero desconocido de la señora Clara? ¿El fogonazo de luz que desprenden las estrellas les indicará el camino hacia la felicidad?
Adivinanzas, misterio, ternura, alegría, paz, intuición… Una rosa es mucho más que una rosa. Una canción es mucho más que una canción. Y el amor, siempre el amor, lo es todo.
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El jardinero de estrellas - Roberto Gallego
En el verano previo al cambio de ciclo de Julietta, sucede una catarata de acontecimientos que hará que la gran incógnita que le persigue durante años logre esclarecerse de un modo inesperado.
Su tío, jardinero, quien deberá restaurar el jardín de su casa de Shambala, irá colocando de manera precisa las preguntas adecuadas para que tanto la pequeña como su padre, el prestigioso doctor Ramírez, encuentren por sí solos las respuestas. ¿Descubrirán de una vez por todas el paradero desconocido de la señora Clara? ¿El fogonazo de luz que desprenden las estrellas les indicará el camino hacia la felicidad?
Adivinanzas, misterio, ternura, alegría, paz, intuición… Una rosa es mucho más que una rosa. Una canción es mucho más que una canción. Y el amor, siempre el amor, lo es todo.
El jardinero de estrellas
Roberto Gallego
www.edicionesoblicuas.com
El jardinero de estrellas
© 2016, Roberto Gallego
© 2016, Ediciones Oblicuas
EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª
08870 Sitges (Barcelona)
info@edicionesoblicuas.com
ISBN edición ebook: 978-84-16627-54-7
ISBN edición papel: 978-84-16627-53-0
Primera edición: junio de 2016
Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales
Ilustración de cubierta: Héctor Gomila
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
www.edicionesoblicuas.com
Una parte de los beneficios de esta novela
va destinada a la ONG «Save the Children»
para apoyar su labor en la defensa y promoción
de los Derechos de la Infancia.
P
rólogo
... seguir soñando
sabiendo que se sueña.
F. Nietzsche
Era el catorce de enero de 2016, en el meridiano casi interminable de un ponzoñoso invierno al cual el sol y su calor le hacían baldío el esfuerzo de desvelarnos su invernal rostro. Invierno tardío al que se le estaba hurtando de su regular sino de, a través de cortos días y largas noches, hacer las vidas más frías, no menos apacibles, entrañables, hogareñas y, en consecuencia, más vueltas hacia uno mismo. No se habrá de extrañar el lector de que, puestos a confesar, llegué a pensar que esta impasible estación se hallaba allí donde van a parar todos los hurtos en este nuestro país. Y que entre Andorra y los Alpes, algunos la tenían escondida expectantes de que no nos percatásemos mientras nos enfrentamos entre nosotros en los intersticios de una crisis que no termina de terminar. Pero el invierno llegó, y, con él, el encuentro de mi amigo-escritor Roberto Gallego para, tan entusiasta como siempre, invitarme al lujoso privilegio de escribir un prólogo a esta magnifico hijo suyo que es su obra. No es menos cierto que el invierno proseguía presentándonos a través del plasma una realidad económica, social y política tosca, pesimista y contrahecha. Crisis aquí, guerra allá, refugiados sin refugio, desacuerdos por doquier…, no obstante ahora contrastaba con el primaveral frescor de una novela que, a fuerza de optimismo, me enseñaba, y les mostrará a ustedes, el lugar común y el horizonte propio desde el cual, no ya huir de este mundo, sino mirarlo de otro modo para construirlo y vivirlo de otro modo.
No se confundan, no es esta una novela de política ni un libro de autoayuda. Es solo una simple historia. Sin embargo, en ella, la simpleza no está reñida con una profundidad en el pensamiento y los afectos pues, nos traslada, inevitablemente, a la confrontación con nosotros mismos por el hecho de que, a fuerza de descuidarnos y descuidar a los demás, quizá hayamos olvidado algunas maravillosas cosas que aquí se nos presentan: la naturaleza, la educación, el amor, la confianza, la palabra y tantas otras cosas más.
No se sorprendan si en su lenguaje lleno de imágenes se sienten confinados. Como presos de una realidad extraña que extrañan por resultarles tan propia y ajena. No se turben si se les provoca con símiles de parejas imposibles para convertirlos en activos lectores. No se asombren si aprecian una excesiva personificación de algunos animales, pues allí late la tensión necesaria para que, en este nuestro mundo, dejemos de cosificar al hombre. Y, ante todo, no se sobrecojan si, tras la lectura, han dejado de ser los mismos a través de un peregrinaje por el imaginario de un poeta que escribe en prosa pero que siempre será poeta.
Prosa en la que resuenan armonías posmodernas de un autor que otrora fue aprendiz y que ahora es capaz de verter la quebrazón del hombre moderno combinando literatura y folclore y que, rozando los abismos del silencio, teje en un lenguaje sencillo y amable.
Una llave, una caja, un deseo. Si el invierno deja su blanca huella es porque «lo esencial es invisible a los ojos». Así, invisible se retira para que su ausencia se nos haga más presente y necesaria. Aquí, la pluma firme de Roberto, de este hombre de ninguna parte, recoge la temblorosa de aquel Antoine Saint-Exupéry que, el 14 de mayo de 1935, en el traqueteo de un tren que le llevaba desde su amada París hasta la Unión Soviética y, observando la cara dormitada de un niño lleno de adorables promesas, escribió algo esencial e invisible: «no hay jardineros para los hombres». Jardineros para los hombres y para las estrellas que no han de cuidarles sino enseñarles a cuidar de sí mismos y de los otros «como se cuida una rosa». A devolverles la ilusión en este inhóspito mundo y para «seguir soñando aunque se sepa que se sueña», dulcemente, como cae una hoja cuando el otoño se presenta.
Israel Quilón Sánchez
Doctor en Filosofía
Para todos aquellos
que creen firmemente en la magia
La historia que les voy a narrar a continuación, muy diferente a lo que es habitual en estos tiempo ficticios, donde la era del zapping provoca que ya no sea real ni la voz que recibe su propio eco, es una historia verídica, una historia tan auténtica y original como el fulgor de los rayos del sol o el brillo plateado de la luna. Aunque he de confesar que yo no soy muy habilidoso con las letras, me siento en la obligación de transmitiros los siguientes hechos por una imposición moral que no me veo capaz de contener. El mundo debe conocer cuanto antes tan increíbles acontecimientos, ya que, en los escasos ciento cuarenta caracteres de Twitter, solo me dejaron compartir: «¿contra el sabotaje emocional?, albercas, risas y libros»; y hay más, mucho más…
No interfiere que la labor diaria a la cual yo llevo dedicándome durante más de treinta años poco tenga que ver con las lujosas bibliotecas o las grandes crónicas de prensa, con los intelectuales de corbata o las enormes enciclopedias. Mi techo, cierto día, se pintó de azul celeste y mi suelo, desde aquella mañana, se cubrió con una verde hierba. ¿Lo adivinaron?
En efecto, soy pastor profesional desde que cumplí los dieciséis años, desde mi pronta y nerviosa juventud. Elegí ser un rehalero noble, un humilde lazarillo, y sustituí el crepitar de la chimenea por los campos abiertos, la protección del hogar por el viento puro, y modifiqué así, sin echar la vista atrás, la comodidad del sofá por la libertad de los prados.
A decir verdad, desde que tengo uso de razón, las cadenas montañosas siempre me han parecido más atractivas e interesantes que cualquier otra construcción realizada a base de cemento y de ladrillo, y jamás titubeé, ni por un instante, en que de mayor sería el mejor guardián que pudieran tener los bosques, los animales y los ríos.
Durante todo este tiempo de estudio y de aprendizaje campestre, con la infinidad de contrastes ante la desigualdad de las estaciones, he sido partícipe de numerosos y divinos amaneceres y de múltiples y zafias tormentas.
En el letargo de horas y horas sin nadie, de contemplación taciturna y hueca, he podido descifrar la caída exacta de la hoja en los meses otoñales, la solidificación de los charcos en las madrugadas del invierno y las grietas de la tierra yerma y seca del verano. Pero, sobre todo, y para mi sorpresa, lo que más me ha hechizado examinar durante estos largos períodos de observación silenciosa, ha sido el germen fértil y vivaz de la primavera que todo lo perfuma y bendice con su exquisito manto de colores alegres.
La primavera, en su ciclo repetido, año tras año, ocasiona que todo comience una y otra vez de cero. Resuelve los mustios problemas con una brisa que silba serenatas y renueva con un clima floreado el paisaje y la ropa de la gente.
Como soy caminante de profesión, y mi negocio son las sendas y los montes, muchas son las personas que conozco y cuantiosas son las aldeas por las que cruzo. Mi jornada está compuesta por interminables paseos diarios, y eso condiciona que a mis oídos lleguen cada semana dimes y diretes de todo tipo, de toda clase y condición: los secretos inconfesables de vino y mujeres de aquellos que promulgan buen hacer a los demás, las riñas entre familias poderosas por la disputa de apetitosos terrenos o los repetitivos cotilleos juveniles sobre romances y desengaños. Enmarañadas y ocultas historias de toda índole que me abordan en mi incombustible andanza de caminos; unas alegres, otras penosas, pero ninguna semejante ni comparable a la que un día pude escuchar, que me dejó ensimismado, y que a continuación os narraré.
Lo acontecido es algo que ocurrió hace apenas dos años, a veinte meses no llega, y tan impresionante fue todo lo acaecido que actualmente se conoce esta prodigiosa aventura en los rincones más recónditos de centenares de ciudades.
De boca en boca, de pueblo en pueblo, como la pólvora, se fue extendiendo la enigmática hazaña de estos personajes que hoy yo, aparcando mi bastón de madera y mis botas de cuero, intentaré de la mejor manera posible que tengáis en conocimiento. Prometo ceñirme a la realidad y a la transparencia del suceso repitiendo, sin mover un punto ni una coma, los testimonios que conseguí recopilar; aunque ya saben lo que sucede con las transmisiones orales, cual mismísimo Cantar de Roncesvalles, se obvia lo que carece de interés y se convierten en medallas las heridas.
Pero no, yo seré fiel a la revelación primera, al origen de la gesta y sus trivialidades más mundanas sin tachones intencionados ni renglones torcidos. Comunicaré con una rigurosa objetividad gracias a la perspectiva que me dota el haber recibido copiosas y dispares versiones desde variados lugares y personas. Solo espero y deseo que de toda esta magnífica historia sepan apreciar su esencia y la positividad mágica de su mensaje. Solo aspiro y anhelo que disfruten y aprovechen su fabuloso embrujo de amor.
Todos tenemos momentos en nuestra vida en que nos vemos inmersos en un espeso y lánguido otoño, en un frío y tenebroso invierno o en un tórrido y asfixiante verano; pero la vida, al igual que sucede con la sabia naturaleza, nos recuerda que la primavera es capaz de impregnarlo todo con una dulce y relajante fragancia haciendo que reanudemos de nuevo el maravilloso acto del vivir separando las espinas de las rosas.
Hasta en la noche más oscura, siempre hay una luz que nos alumbra en mitad del universo, en mitad de la nada, y es desde allí, desde la distancia más remota, donde nos sirve de guía y nos ampara. Así que ya saben, pese a los relámpagos más bruscos y estridentes, y aunque os asole la incertidumbre más aciaga y cruel, nunca dejen de regar una flor, nunca dejen de sonreír al espejo.
Amigos, no prolongaré más la espera del inicio de este relato. ¿Están preparados para descifrar el misterioso y bello caso que sacudió la región de Shambala? ¿Cómo es posible aunar en una misma confesión medicina, partituras y estrellas?
Bienvenidos, lancen al mar los relojes y lean sin miedo. La historia la llevo tan dentro de mí que parece que la estuviera presenciando ahora mismo…
Dime de qué careces y te diré con qué sueñas
Le encanta mirar a los animales, le relaja, sobre todo le gusta curiosear a una vaca blanca muy joven que tiene una gran mancha negra sobre su lomo de piel de leche. A Julietta le divierte observar a Milka, así la bautizó en una tarde soleada de marzo, porque su andar no es como el resto, su respiración no es como el resto y hasta su cencerro, melódico y juguetón, también suena muy diferente al del resto. Parecería, si no fuera vertebradamente imposible, que su esqueleto estuviera formado por una suma de enormes huesos de algodón y que sus costillas, sus patas y sus dientes fueran una composición perfecta de hilos de seda y de nácar. Se podría suponer, si no fuera porque se encuentra en el pueblo de Shambala perdida entre lagunas y montes, que su alimentación diaria se basara en plantas amarillas y flores púrpuras de recónditas cordilleras suizas.
Y ella la observa embobada, en silencio, escapando del