Momentos de inadvertida felicidad
3/5
()
Información de este libro electrónico
Estás en la cola del supermercado, o parado en medio de un atasco, o esperas a que tu novia salga del probador de una tienda de ropa, en fin, que estás algo distraído, cuando, de repente, la realidad que te rodea parece confluir hacia un único punto y hace que éste resplandezca. Y entonces te das cuenta de que acabas de encontrarte con uno de esos momentos de inadvertida felicidad. A medio camino entre Me acuerdo de Perec y las implacables leyes de Murphy, Francesco Piccolo pone al desnudo con despiadado sentido del humor los placeres más inconfesables, los tics, las debilidades con las que todos, tarde o temprano, hemos de bregar. Porque sólo reduciendo a añicos la realidad se logra atrapar por la cola ?siquiera un instante? el sentido más profundo de la vida. «Leed este libro, es probable que a veces os parezca estar delante de un espejo. Y os entrarán ganas de reír. Tal vez con una punzada de amargura» (Stefano Clerici, La Repubblica).
Estás en la cola del supermercado, o parado en medio de un atasco, o esperas a que tu novia salga del probador de una tienda de ropa, en fin, que estás algo distraído, cuando, de repente, la realidad que te rodea parece confluir hacia un único punto y hace que éste resplandezca. Y entonces te das cuenta de que acabas de encontrarte con uno de esos momentos de inadvertida felicidad. A medio camino entre Me acuerdo de Perec y las implacables leyes de Murphy, Francesco Piccolo pone al desnudo con despiadado sentido del humor los placeres más inconfesables, los tics, las debilidades con las que todos, tarde o temprano, hemos de bregar. Porque sólo reduciendo a añicos la realidad se logra atrapar por la cola ?siquiera un instante? el sentido más profundo de la vida. «Leed este libro, es probable que a veces os parezca estar delante de un espejo. Y os entrarán ganas de reír. Tal vez con una punzada de amargura» (Stefano Clerici, La Repubblica). «Es un catálogo de lo cotidiano... Como todos los catálogos, los repertorios, las listas, es fascinante» (Chiara Valerio, l?Unità). «Tan inclasificable como sorprendente» (Francesco de Core, Il Mattino).
Francesco Piccolo
Francesco Piccolo (Caserta, 1964) vive en Roma. Ha publicado Escribir es un tic: los métodos y las manías de los escritores (Ariel, 2008), Storie di primogeniti e figli unici (Premios Giuseppe Berto y Piero Chiara), E se c'ero dormivo, Il tempo imperfetto, Allegro occidentale, L’Italia spensierata y La separazione del maschio. Es guionista, entre otras, de las películas Caos calmo de Antonello Grimaldi, y de El caimán y Habemus papam de Nanni Moretti. Momentos de inadvertida felicidad, su último libro, tuvo un extraordinario éxito en Italia con motivo de su publicación en 2010.
Relacionado con Momentos de inadvertida felicidad
Títulos en esta serie (100)
Pecados sin cuento Calificación: 4 de 5 estrellas4/5CeroCeroCero: Cómo la cocaína gobierna el mundo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Skagboys Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Todos los hombres del rey Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Limónov Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Ronda nocturna Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Una lectora nada común Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El regreso Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Te llevaré conmigo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Tres actos y dos partes Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Capital Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El horizonte Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Un adúltero americano Calificación: 1 de 5 estrellas1/5El sentido de un final Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Momentos de inadvertida felicidad Calificación: 3 de 5 estrellas3/5El regate Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa trama nupcial Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Hombres Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTrilogía de la Ocupación: El lugar de la estrella, La ronda nocturna, Los paseos de circunvalación Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Limbo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La ley del menor Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Vita Calificación: 4 de 5 estrellas4/514 Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El mundo después del cumpleaños Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El ocupante Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Un año ajetreado Calificación: 4 de 5 estrellas4/5¡La exclusiva! Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos privilegios Calificación: 3 de 5 estrellas3/5La pulsión de muerte Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Mentiras de verano Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Libros electrónicos relacionados
La fragilidad de todo esto Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa vida ausente Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Diálogo con mi sombra: Sobre el oficio de escritor Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cómo ser buenos Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Mudar de piel Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNo leer Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Momentos de inadvertida infelicidad Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El ejercicio de perder Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Un año ajetreado Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Niveles de vida Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Sánchez Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCuento de hadas en Nueva York Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDesde dentro Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHistoria de un chico: Edición Latinoamérica Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLuisiana, 1923 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSara Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Muchacho de oro, muchacha esmeralda Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAmor y morriña Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Madera de eucalipto quemada Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Madres y camioneros Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEn presencia de un payaso Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Hospital Posadas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl corazón de la fiesta Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUn par de cómicos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los ejércitos de la noche Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Las cosas que llevaban los hombres que lucharon Calificación: 4 de 5 estrellas4/5América Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Gordo de feria Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesFacsímil Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los hermanos Sisters Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Ficción literaria para usted
Noches Blancas Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Orgullo y prejuicio: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Erótico y sexo - "Me encantan las historias eróticas": Historias eróticas Novela erótica Romance erótico sin censura español Calificación: 3 de 5 estrellas3/5El Viejo y El Mar (Spanish Edition) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Don Quijote de la Mancha Calificación: 5 de 5 estrellas5/5To Kill a Mockingbird \ Matar a un ruiseñor (Spanish edition) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La casa encantada y otros cuentos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Las gratitudes Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La máquina de follar Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El otro nombre . Septología I: Septología I Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El retrato de Dorian Gray: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Deseando por ti - Erotismo novela: Cuentos eróticos español sin censura historias eróticas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Trilogía Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El Idiota Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Tenemos que hablar de Kevin Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Lolita Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Desayuno en Tiffany's Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La caída de la Casa Usher Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cómo saber si estoy durmiendo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCrimen y Castigo: Clásicos de la literatura Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Lazarillo de Tormes: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El señor de las moscas de William Golding (Guía de lectura): Resumen y análisis completo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Nunca me abandones Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Seda Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La Zona de Interés Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El idiota: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Se busca una mujer Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Matar al director Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La metamorfosis: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Comentarios para Momentos de inadvertida felicidad
46 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
Momentos de inadvertida felicidad - Xavier González Rovira
Índice
Portada
Momentos de inadvertida felicidad
Créditos
Notas
A Camilla
Ya no soporto a la gente que me aburre,
por poquísimo que sea, y que me hace perder
aunque sólo sea un segundo de vida.
GOFFREDO PARISE
En las páginas locales del diario, los miércoles, o a veces incluso antes, veo el anuncio de una película que estaba esperando. Se lee: «a partir del viernes». Cierro el periódico sabiendo que a partir del viernes empezará un intervalo de tiempo durante el cual, pronto, una noche de ésas, iré a verla. Aún no sé dónde, cuándo. Pero iré.
Luego llega el viernes, y pasa. El primer fin de semana ni se habla del tema. De lo contrario el sabor mismo de la espera duraría poco; y además el primer fin de semana va todo el mundo.
Espero.
A partir de la semana siguiente, estudio cada día las salas y los horarios, el cine más cercano o el que más me gusta, valoro la sala pero también la calle y, para ser sinceros, hasta la acera donde a la salida le pediré a alguien un cigarrillo y me lo fumaré con un placer lento, pensando de nuevo en algunos diálogos de la película. Acabaré escogiendo también la acera donde dejaré la colilla de mi cigarrillo después de la película. Pienso que iré solo, a la primera sesión, o bien con alguien a las ocho y media de la tarde, o bien –mejorsaldré de casa después de cenar y le pediré a un amigo que lleguemos un poco antes y pasearemos dando una vuelta a la manzana y entraremos luego en la última sesión.
Y espero. Espero. Digo: iré la próxima semana.
Semana tras semana veo cómo cambian las salas, se van reduciendo; y sé que el próximo jueves voy a temblar porque a partir del día siguiente, tal vez ya no den la película. Y luego la siguen dando, por suerte, pero desplazada a una sala pequeña o periférica, como en una lenta agonía, que no se termina porque está esperándome a mí. Ahora resulta más difícil, más remoto, más complicado; más arduo encontrar a alguien que todavía no la haya visto.
Sólo en este momento empieza a seducirme una idea nueva, maliciosa, y en el instante en que la pienso, decido, conscientemente, ponerla en práctica sin titubear –algo insensato pero a lo que no sé resistirme.
No iré.
Brincaré impaciente el último día, un jueves, sabiendo que a partir del día siguiente desaparecerá, telefonearé a todos los que conozco diciendo que tal vez sería cuestión de ir, porque es el último día; pero teniendo una buen excusa para decir que no llegaré a tiempo, no vaya a ser que alguien esté realmente disponible.
Y luego dejo que se vaya esa película que quería ver de todas todas, no podía perdérmela y me la pierdo, y a partir de mañana diré que me la he perdido, que lo lamento. El viernes abro el periódico, repaso todas las salas y verdaderamente ya no está, ha desaparecido.
Y yo me siento, de modo incomprensible, aliviado.
El domingo por la mañana, más bien temprano, cuando la ciudad está vacía y silenciosa y hermosísima, salgo y doy una vuelta. Y siempre veo a dos, o a tres, en cierta ocasión hasta cinco. A veces, una sola. Nunca, ninguna.
Son mujeres de tez pálida y con el maquillaje estropeado, embutidas en elegantes vestidos y con tacones altos, con los rostros mañaneros de la noche casi insomne y la ropa del sábado por la noche. Además, algo brilla en el rostro, en el vestido o en el abrigo. Alguna vez tengo que pasear por muchos barrios, pero al final oigo ese ruido de tacones, o bien algún portón al abrirse, y una de ellas aparece guiñando los ojos contra la molestia de la mañana.
Ha pasado la noche en casa de alguien y ahora está buscando un bar, que no sabe dónde se encuentra, para tomarse un cappuccino antes de regresar a su casa.
Está fuera de lugar; pertenece al día de antes y no tiene nada que ver con el domingo por la mañana; y pese a ello es guapísima, está pálida y confundida, aturdida por el cansancio. Agotada. Pero con esa felicidad sutil que se oculta bajo ese aspecto confuso, como debajo de una alfombra. La sigo deprisa hasta el bar, yo también me tomo un cappuccino, un poco alejado pero pudiendo mirarla, sin hablar, sin ninguna intención de dirigirle la palabra, sólo siguiendo cada uno de sus movimientos, esa forma de remover la cucharilla con lentitud, observando continuamente un punto en el vacío, bostezando, a veces olvidándose de pagar. Hasta que se dirige a la salida, el ruido de los tacones en el silencio. Abre la puerta del bar y se va. Y ése es el momento justo en que de verdad ayer por la noche ha terminado.
Entro en una zapatería porque he visto en el escaparate unos zapatos que me gustan. Se los señalo a la dependienta, le digo mi número, el 46. Ella vuelve y me dice: lo siento, pero no tenemos de su número.
Luego añade siempre: tenemos el 41.
Y me mira, en silencio, porque quiere una respuesta.
Y a mí, al menos una vez, me gustaría decirle: vale, de acuerdo, deme el 41.
El ruido de los manteles cuando los camareros los sacuden descuidadamente en el lavabo.
Los gestos automáticos y rápidos de los farmacéuticos cuando envuelven los medicamentos.
Reservo un asiento en el tren, con tiempo. Al llegar a la estación, no me subo de inmediato. Espero. Miro todas las revistas expuestas en el kiosco, compro una botella de agua en el expendedor automático. Luego, poco antes de que salga el tren, dos o tres minutos antes, me subo a mi vagón. Y me acerco, esperanzado, a mi asiento. A veces puedo atisbarlo incluso desde lejos. Si está libre, coloco la maleta arriba y ocupo mi asiento.
Decepcionado.
Porque me encanta encontrar a alguien que se haya sentado en mi sitio, con la esperanza de que yo no llegue.
Sé que ha mirado su reloj un montón de veces, sé que cada vez que se acercaba alguien temía que fuera el que iba a reclamar su asiento; sé que en todas esas ocasiones ha soltado un suspiro lleno de esperanza. Y sé que ahora, un par de minutos antes de la salida, cree que lo ha conseguido.
Y en ese momento llego yo.
Con mi inalienable derecho a hacer que se levante. Yo, que hasta hace unos pocos años tenía miedo de encontrarme con alguien sentado en mi sitio porque me daba vergüenza hacer que se levantara, me desagradaba. Ahora me he convertido en un capullo y me gusta.
«Perdone, pero me parece que este asiento está ocupado.» Y enseño el billete. Digo «me parece» para darle la oportunidad de mantener un poquito la esperanza de que yo diga: pero da igual, no importa.
Y, por el contrario, no me muevo. Y él, humillado, se va, huye, casi, en busca de otro asiento.
El encuadre en plano general de la proa de la nave, con esos cuatro pingüinos que han nacido y vivido en el zoo de Nueva York, y que han conseguido alcanzar la Antártida por primera vez en sus vidas, y la miran, en silencio.
Al final, uno de ellos dice: «pero qué asco».
Y entonces deciden irse a Madagascar.
El día en que tiene que ajustarse la hora legal, o la solar.
Porque uno nunca acaba de entender si esta vez toca pasar de la hora legal a la solar o de la solar a la legal. Y si esta noche vamos a dormir una hora más o una menos: esto es motivo de agotadoras discusiones que se prolongan hasta pasada ya la hora del cambio de las agujas, convirtiendo así en inútil la eventual hora de sueño añadida. Porque siempre hay alguien que, aunque le hayas hecho unos dibujitos en un papel, no está convencido, y dice que en su opinión es lo contrario: que dormiremos una hora más y no una hora menos, como estáis diciendo todos (o una hora menos y no una más).
Cuando bostezas, o dices que tienes hambre, o sueño, siempre hay alguien que te recuerda que es lógico, porque son las diez pero es como si fueran las once; son las dos pero es como si fuera la una. Y luego, cuando a las siete de la tarde el sol todavía está en lo alto y te emocionas porque ahora sí percibes ya que ha llegado la primavera, y dices «qué hermoso, los días se han alargado», te dicen que no es exactamente así, porque es verdad que son las siete, pero es como si fueran las seis, y sólo por eso el sol está todavía alto.
De manera que vuelves a estar triste.
Pero