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Cuentos folclóricos Rusos
Cuentos folclóricos Rusos
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Libro electrónico92 páginas1 hora

Cuentos folclóricos Rusos

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La obra de Afanasiev consta de un total de 680 cuentos tradicionales rusos recogidos en ocho volumenes que realizo de 1855 a 1863, algunos tan conocidos como Basilisa la Hermosa, La leyenda de Marya Morevna o El soldado y la muerte.
IdiomaEspañol
EditorialAfanasiev
Fecha de lanzamiento20 ene 2017
ISBN9786050488838
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    Cuentos folclóricos Rusos - Afanasiev

    Cuentos folclóricos Rusos

    Alekandr Nikoalevich Afanasiev

    El pez de oro

    En una isla muy lejana, llamada isla Buián, había una cabaña pequeña y vieja que servía de albergue a un anciano y su mujer. Vivían en la mayor pobreza; todos sus bienes se reducían a la cabaña y a una red que el mismo marido había hecho, y con la que todos los días iba a pescar, como único medio de procurarse el sustento de ambos.

    Un día echó su red en el mar, empezó a tirar de ella y le pareció que pesaba extraordi-nariamente. Esperando una buena pesca se puso muy contento; pero cuando logró recoger la red vio que estaba vacía; tan sólo a fuerza de registrar bien encontró un pequeño pez. Al tratar de cogerlo quedó asombrado al ver que era un pez de oro; su asombro creció de punto al oír que el Pez, con voz humana, le suplicaba:

    -No me cojas, abuelito; déjame nadar li-bremente en el mar y te podré ser útil dándo-te todo lo que pidas.

    El anciano meditó un rato y le contestó:

    -No necesito nada de ti; vive en paz en el mar. ¡Anda!

    Y al decir esto echó el pez de oro al agua.

    Al volver a la cabaña, su mujer, que era muy ambiciosa y soberbia, le preguntó:

    -¿Qué tal ha sido la pesca?

    -Mala, mujer -contestó, quitándole impor-tancia a lo ocurrido-; sólo pude coger un pez de oro, tan pequeño que, al oír sus súplicas para que lo soltase, me dio lástima y lo dejé en libertad a cambio de la promesa de que me daría lo que le pidiese.

    -¡Oh viejo tonto! Has tenido entre tus manos una gran fortuna y no supiste conservar-la.

    Y se enfadó la mujer de tal modo que durante todo el día estuvo riñendo a su marido, no dejándolo en paz ni un solo instante.

    -Si al menos, ya que no pescaste nada, le hubieses pedido un poco de pan, tendrías algo que comer; pero ¿qué comerás ahora si no hay en casa ni una migaja?

    Al fin el marido, no pudiendo soportar más a su mujer, fue en busca del pez de oro; se acercó a la orilla del mar y exclamó:

    -¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí!

    El Pez se arrimó a la orilla y le dijo:

    -¿Qué quieres, buen viejo?

    -Se ha enfadado conmigo mi mujer por haberte soltado y me ha mandado que te pida pan.

    -Bien; vete a casa, que el pan no les falta-rá.

    El anciano volvió a casa y preguntó a su mujer:

    -¿Cómo van las cosas, mujer? ¿Tenemos bastante pan?

    -Pan hay de sobra, porque está el cajón lleno -dijo la mujer-; pero lo que nos hace falta es una artesa nueva, porque se ha hen-dido la madera de la que tenemos y no podemos lavar la ropa; ve y dile al pez de oro que nos dé una.

    El viejo se dirigió a la playa otra vez y llamó:

    -¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí!

    El Pez se arrimó a la orilla y le dijo:

    -¿Qué necesitas, buen viejo?

    -Mi mujer me mandó a pedirte una artesa nueva.

    -Bien; tendrás también una artesa nueva.

    De vuelta a su casa, cuando apenas había pisado el umbral, su mujer le salió al paso gritándole imperiosamente:

    -Vete en seguida a pedirle al pez de oro que nos regale una cabaña nueva; en la nuestra ya no se puede vivir, porque apenas se tiene de pie.

    Se fue el marido a la orilla del mar y gritó:

    -¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí!

    El Pez nadó hacia la orilla poniéndose con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia el anciano, y le preguntó:

    -¿Qué necesitas ahora, viejo?

    -Constrúyenos una nueva cabaña; mi mujer no me deja vivir en paz riñéndome conti-nuamente y diciéndome que no quiere vivir más en la vieja, porque amenaza hundirse de un día a otro.

    -No te entristezcas. Vuelve a tu casa y re-za, que todo estará hecho.

    Volvió el anciano a casa y vio con asombro que en el lugar de la cabaña vieja había otra nueva hecha de roble y con adornos de talla.

    Corrió a su encuentro su mujer no bien lo hubo visto, y riñéndolo e injuriándolo, más enfadada que nunca, le gritó:

    -¡Qué viejo más estúpido eres! No sabes aprovecharte de la suerte. Has conseguido tener una cabaña nueva y creerás que has hecho algo importante. ¡Imbécil! Ve otra vez al mar y dile al pez de oro que no quiero ser por más tiempo una campesina; quiero ser mujer de gobernador para que me obedezca la gente y me salude con reverencia.

    Se dirigió de nuevo el anciano a la orilla del mar y llamó en alta voz:

    -¡Pececito, pececito! ¡Ponte con la cola hacia el mar y con la cabeza hacia mí!

    Se arrimó el Pez a la orilla como otras veces y dijo:

    -¿Qué quieres, buen viejo?

    Éste le contestó:

    -No me deja en paz mi mujer; por fuerza se ha vuelto completamente loca; dice que no quiere ser más una campesina; que quiere ser una mujer de gobernador.

    -Bien; no te apures; vete a

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