Ética del deporte
Por Guillem Turró
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El universo deportivo es multiforme, ambivalente y presenta abundantes claroscuros. Demasiado a menudo es una forma de canalizar patologías, disfunciones y contravalores de nuestras sociedades posmodernas. Examinar sus miserias nos permitirá apreciar la brecha entre lo que es y lo que debería ser; y analizarlo desde la perspectiva moral nos permitirá identificar tanto sus problemas como sus potencialidades humanas.
Bien orientada, la praxis deportiva atesora un gran potencial formativo y axiológico. El auténtico homo deportivus encarna importantes valores morales. Gracias a ellos nos enriqueceremos como personas y avanzaremos en nuestro camino vital. En suma, se trata de explorar la dimensión moral del deporte y vindicar su grandeza humanista.
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Comentarios para Ética del deporte
1 clasificación1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5A partir de este libro uno puede comenzar a ver la otra cara del deporte. Dependerá mucho con qué presupuestos ve cada uno. Sin embargo, hoy por hoy, es un gran negocio. Pero, forzar al máximo el rendimiento físico de un deportista ¿es ético? He ahí el problema. Por abordar ese tipo de problemas, este libro me encantó.
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Ética del deporte - Guillem Turró
Guillem Turró Ortega
ÉTICA DEL DEPORTE
Una aproximación humanista
Herder
Diseño de la cubierta: Caroline Moore
Edición digital: José Toribio Barba
© 2015, Guillem Turró Ortega
© 2016, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN DIGITAL: 978-84-254-3785-4
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Herder
www.herdereditorial.com
CONSIDERACIONES PRELIMINARES
APROXIMACIÓN AL HOMO DEPORTIVUS POSMODERNO
LA AMBIVALENCIA MORAL DEL DEPORTE
LAS MISERIAS DEL DEPORTE
Mercantilización deportiva
Corrupción
Instrumentalización política
Alienación deportiva
Dopaje
Racismo y xenofobia
Discriminación sexista
Discriminación homófoba
EL ESPÍRITU COMPETITIVO
EL ETHOS DEPORTIVO
EL LEGADO DE COUBERTIN
COMPORTAMIENTOS EJEMPLARES
REFLEXIONES CONCLUSIVAS
BIBLIOGRAFÍA
A la meva mare,
pels seus valors morals,
per una vida exemplar,
per ser-hi sempre.
A la Belén,
una dona meravellosa
que m’ha mostrat el camí de la felicitat.
Sempre estaràs en el meu cor.
Son muchos los que siguen viendo en el deporte una muestra de barbarie, algo que debería ser relegado a la marginalidad teórica. De hecho, abundan los intelectuales renuentes a tratarlo en serio. Fácilmente podemos asociar el deporte a masas enardecidas por pasiones burdas. Esta podría ser una de las razones por las cuales ha sido subestimado en ámbitos académicos. Entre sus más conspicuos detractores se encuentran eminentes hombres de letras: todos ellos lo han asociado con la ramplonería social o el embrutecimiento moral. Así, por ejemplo, Oswald Spengler lo vinculó con la decadencia nihilista de los tiempos modernos. Los guardianes de la alta cultura tienden a referirse al deporte en términos apocalípticos, no entienden que pueda producir un interés ético o educativo. Todo ello está vinculado con una tradición filosófica —muy marcada por un dualismo espiritualista— que ha postergado y silenciado nuestra dimensión corporal.
Son pocos los pensadores que han valorado el deporte en su justa medida. José Ortega y Gasset fue uno de ellos. De hecho, el divorcio entre la teoría y el deporte ha sido uno de los distintivos de nuestra civilización. Con muchísima frecuencia ocurre que los estudiosos pasan de largo ante el deporte, al mismo tiempo que sus protagonistas no reflexionan sobre su actividad. La verdad es que no es fácil encontrar intelectuales en el mundo del deporte y deportistas entre los intelectuales. Como dijo Pasolini: «Los deportistas están poco cultivados, y los hombres cultivados son poco deportistas. Yo soy una excepción». Sin embargo, a pesar de todas las invectivas que pueda haber recibido, algunos nos declaramos deportófilos. De hecho, uno de mis ideales consiste en cultivar la mente y el cuerpo. Addison escribió: «Leer es para el cerebro lo que el ejercicio es para el cuerpo».
El punto de partida de mi relación filosófica con el deporte fue la Ética a Nicómaco. Tras leerlo, me percaté de que el deporte es una formidable metáfora de la vida. Aristóteles nos dice que vivir humanamente exige plantearnos una meta final, un télos. De un modo muy parecido al del arquero que apunta a determinado blanco, debemos proponernos un fin para así dirigir nuestra conducta. Esto significa que nuestra vida supone un esfuerzo permanente, algo muy similar a una noble disciplina deportiva que puede resumirse en el siguiente imperativo: «¡Hombres, sed buenos arqueros!».
Según Lledó, la flecha es la vida cuya andadura dibuja el sentido de una trayectoria. Lo importante es el impulso que mueve nuestra existencia, la orientación que perfila el recorrido y la energía que la constituye. Télos no significa tanto «finalidad» como «cumplimiento», «plenitud», «consumación», «madurez».¹ Aristóteles nos invita a trazar nuestro camino (homo viator) de acuerdo con un fin último o bien supremo (felicidad o eudaimonia). No en vano la vida humana es, en esencia, un proyecto dinámico (de dynamis, «fuerza», «poder» o «capacidad»).
Para disparar el arco debemos ser capaces de empuñarlo con una mano y tensarlo con la otra. Sin buen pulso y mucha fuerza nunca lo conseguiremos. Si no aplicamos potencia al disparo, malograremos nuestra misión. Claro está que debemos apuntar bien, fijando nuestra mirada en el blanco. Por supuesto, previamente tendremos que fijarnos un propósito para conseguir que nuestra existencia alcance su mejor versión. La única manera de realizarnos como personas es que nuestra vida tenga un sentido moral certero.
Es evidente que la sociedad en que vivimos no invita a la meditación filosófica. La inmensa mayoría están demasiado ocupados en sus quehaceres cotidianos como para detenerse y plantearse determinadas preguntas. Lamentablemente abundan las ideas equivocadas acerca del valor y el sentido de la filosofía. Con cierta frecuencia se asocia a tópicos desafortunados: improductiva, aburrida, etérea, rebuscada, desconcertante, intempestiva. Por otra parte, podemos asegurar que muchos de los que nos dedicamos al oficio filosófico alguna vez hemos sido inquiridos por la utilidad de nuestra profesión, y hemos compartido una sensación de incomodidad cuando alguien nos ha interpelado por la finalidad de nuestra ocupación. En muchos sentidos, no corren buenos tiempos para la filosofía.
Desde Sócrates sabemos que una de las grandes finalidades de la filosofía es sopesar con rigor nuestras creencias, clarificar los principios rectores de nuestro comportamiento. Muchos siglos después, Nagel escribía que la primera tarea de la filosofía es cuestionar y aclarar con detenimiento algunas ideas muy comunes que todos usamos sin razonar sobre ellas.² Por ejemplo, algunas nociones morales sin las cuales la vida no sería digna de ser vivida. Nos referimos a la felicidad, la libertad, la responsabilidad, la justicia, la solidaridad o el bien. La filosofía nos enseña a tomar conciencia del carácter problemático de la sociedad, a repensar el mundo donde desarrollamos nuestra vida. También consiste en mirar la realidad con una perspectiva radical y sinóptica, en preguntarnos por las cosas más allá de lo que se supone que son. Cuanto más vulgar es un ser humano, menos enigmático le resulta todo.
Los antiguos nos enseñaron que toda existencia genuinamente humana es bidimensional, que abraza la vita contemplativa y la vita activa. Nuestra actuación será apropiada gracias a una conciencia lúcida. La mejor forma de no errar es adoptar un distanciamiento crítico, una dilucidación sustentada en principios antropológicos y éticos. Desde sus orígenes griegos, la filosofía ha intentado revelar la senda de la vida buena. También nos ayuda a comprender el mundo donde vivimos, a tomar decisiones rectas, responsables y libres, a involucrarnos a favor de una sociedad más justa, solidaria y humana. Necesitamos razonar para saber cómo debemos vivir y convivir. El pensamiento filosófico es una invitación a mejorar nuestra existencia. Se trata de ser inteligentes ateniéndonos a la etimología de esta palabra: saber escoger entre diferentes opciones (inter-legere). Como dijo Aristóteles, el anthropos es una inteligencia deseosa que aspira a la felicidad.
En contra de una opinión muy difundida, lo idóneo es distinguir entre ética y moral. La primera es aquella rama de la filosofía que aborda la condición moral desde una perspectiva racional. Kant afirmó que uno de los grandes interrogantes filosóficos es «¿qué debo hacer?». Ser humano es mantenerse en la tensión entre el ser y el deber ser. Podemos entender la ética como una reflexión para evaluar por qué debemos actuar correctamente. También es un saber que ilumina los fines últimos de la vida, que nos guía en el camino de la justicia y la felicidad. Gracias a la ética nuestras acciones podrán estar de acuerdo con unos principios y valores loables. Su misión es dotarnos de puntos de referencia con el fin de dirigir nuestro comportamiento. Mientras que la moral estipula las reglas que debemos aplicar en un espacio social particular, la ética es una disciplina que explora los principios e ideas que estructuran, sistematizan y fundamentan la moral. El deber de la ética es determinar, desde un plano teórico, la bondad de nuestras acciones. Están en lo cierto aquellos que identifican la ética con la filosofía moral. En esta misma línea Aranguren estableció la distinción entre moral vivida y moral pensada.
El origen de la palabra ética es el término griego ethos, cuyo primer significado remite al hábitat o lugar donde vivía una familia. De ahí derivó en carácter o costumbre, manera de ser o hábitos de una persona. El sitio habitual donde se desarrolla la vida se convierte en carácter; como personas, nuestro carácter está vinculado con el lugar donde hemos nacido y crecido. De hecho, aquello que es exterior nos forma interiormente, configurándonos y habituándonos en un sentido determinado.
El ser humano es un animal que deviene moral gracias también al ambiente en el cual se ha criado. Recordemos que morada sigue siendo el sitio donde se habita y que nuestro cometido moral consiste en la adquisición de una manera de ser. De hecho, la palabra moral proviene del latín mos/moris, que traducimos por «costumbre» y «carácter». Citemos a Cortina: «Labrarse un buen carácter, un buen ethos, es lo más inteligente que puede hacer una persona para aumentar sus posibilidades de llevar a cabo una vida buena, feliz».³
Nuestra condición estructural nos incita a devenir seres morales. Somos capaces de asumir como propias nuestras acciones. Depende del bien querer y del bien hacer que la vida humana se conduzca rectamente. El camino de la virtud pasa irremediablemente por la capacidad de preferir de modo correcto. Cuando lo conseguimos, provocamos los elogios de otros. Si fracasamos, merecemos su amonestación, vituperio o castigo. Aristóteles nos dijo que la misión de la ética es forjar el carácter o conjunto integrado de las virtudes. Como consecuencia de repetir actos en un mismo sentido adquiriremos hábitos buenos que sedimentarán en forma de personalidad moral. Está en nuestras manos apropiarnos de un carácter que nos permita obrar según la virtud. Recordemos la significación que el Estagirita otorgaba a esta noción: una tendencia a actuar de una forma determinada. Estos hábitos operativos buenos recibían el nombre de areté, vocablo griego que significa «excelencia», «perfección» o «mérito» y que los latinos tradujeron por virtus («valentía», «fortaleza», «fuerza», «virtud»). Muchos siglos más tarde, Spinoza identificará la virtud con la potencia (conatus).
La única manera de humanizarnos es encarnando virtudes y valores. Nadie nace solidario, alegre, perseverante, voluntarioso, paciente, disciplinado, valiente, cooperativo, humilde o generoso. Se trata de virtudes y valores que debemos infundir mediante la educación. Sin ellos no podríamos colmar nuestra humanidad y conformar nuestra entraña moral. Nuestra musculatura moral debe configurarse a lo largo de un proceso muy parecido a un entrenamiento deportivo. Citemos a Cortina:
Para ganar músculo ético es necesario quererlo y entrenarse, como el deportista que intenta día a día mantenerse en forma para intentar ganar limpiamente competiciones y anticiparse a los retos que estén por venir.⁴
Se debe tener en cuenta que la palabra inglesa training significa tanto «entrenamiento» como «educación». Como decía Aristóteles, nos hacemos justos, moderados y valientes practicando la justicia, la moderación y el coraje. Ejercer el oficio de ser hombre o mujer exige perseverar en un proceso de aprendizaje moral.
El binomio filosofía-deporte puede suscitar perplejidad. Podría pensarse que se trata de dos áreas sin ninguna conexión. Pero la ética del deporte es una rama de la filosofía moral y, particularmente, de la ética aplicada. Según López Frías, nace de un proceso mucho más amplio dentro de la filosofía del siglo XX: el surgimiento y desarrollo de las éticas aplicadas. Estas aparecieron debido a que la realidad social necesitaba la intervención de una filosofía práctica y hermenéutica.⁵ De hecho, debemos exigirle a la filosofía que preste atención a diversos problemas humanos. Esto supone la aplicación de ideas generales en las prácticas e instituciones sociales.
Son tres las funciones de la ética: 1) aclarar qué es la moral; 2) fundamentar la moral y 3) aplicar a los distintos ámbitos de la vida social los resultados de las dos primeras. La tercera función compete a las éticas aplicadas o éticas especiales, que deberán iluminar cuáles son los bienes internos que cada una de estas actividades debe proporcionar a la sociedad, qué metas deben perseguir y qué valores y hábitos necesitan incorporar para alcanzarlas.⁶
La filosofía no puede ser un divertimento especulativo que trata de desatar nudos gordianos. La filosofía debe ser mucho más que una divagación superflua en torno a asuntos inextricables. Tiene que aspirar a ser una reflexión de gran utilidad humana, social y profesional. Entre sus misiones está dotarnos de herramientas para resolver los interrogantes que plantea el mundo del deporte. También suministrar principios valorativos para abordar los problemas morales del deporte. Pensamos con el fin de obtener una concepción penetrante, consistente y equilibrada del deporte. Solamente si partimos de una crítica acertada podremos aspirar a una buena praxis deportiva.
Criticar consiste en ejercer nuestra capacidad de juzgar o discernir, de interpretar y aprehender el valor de las cosas a partir de criterios correctos. Mi propósito es que muchas de las ideas que contiene esta obra puedan plasmarse de manera concreta. Según Aristóteles, la prudencia (phronesis) es la virtud que nos da la capacidad de deliberar con rectitud. Solo así sabremos actuar convenientemente en una situación particular.
En nuestro país abundan los estudios que enfocan el deporte desde una perspectiva fisiológica y biomecánica. La ética del deporte es, por el contrario, una disciplina que sigue sin encontrar el tratamiento y el reconocimiento académico que merece. Son muchos los planes de estudio de las facultades españolas de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte (CAFE) de los cuales está exenta. Sigue tratándose de un sector intelectual inmerecidamente desatendido.
Es un craso error no tomar conciencia de la enjundia moral del deporte. Cualquier reflexión filosófica del deporte tiene que mostrar su relación con la condición humana. Entonces resultaría clara la razón por la cual el deporte interesa a tantas personas. Aranguren afirma que el deporte es una forma de acción y de comportamiento humano, por esta razón forma parte del ámbito de la ética.⁷ De hecho, esta es la materia más relevante de la filosofía del deporte; los problemas éticos son indisociables de la existencia y de la práctica del deporte, de una preocupación esencialmente filosófica.⁸
El deporte plantea un amplio espectro de problemas antropológicos, morales y sociales. Es necesario recordar que la moral y la praxis humana están enlazadas y que, por lo general, las actividades deportivas implican interacciones personales. En nuestra cotidianidad proliferan las conversaciones que giran en torno a debates de esta índole. Del mismo modo que ocurre con todas las prácticas sociales, el deporte presenta temas morales de gran interés. En contra de una opinión muy extendida, la dimensión moral del deporte no es un asunto baladí. Se trata de un campo social donde se mediatizan relevantes desencuentros éticos. En él se discuten las fronteras entre lo lícito y lo ilícito, lo aceptable y lo inaceptable. El deporte es algo más que un mero instrumento para obtener fama y fortuna o una actividad relativamente trivial para divertirnos. Como muestran los titulares periodísticos, el deporte plantea trascendentes disputas morales.⁹ Sin duda, el mundo del deporte contiene demasiadas conductas inmorales. Tenemos motivos de sobra para enjuiciar con severidad los derroteros que ha seguido una parte de nuestro sistema deportivo. A menudo existe un acusado trecho entre los valores declarados y la actuación de los agentes deportivos. A juzgar por los hechos, algunas de sus múltiples facetas merecen nuestra desaprobación moral. Por esta razón, valoramos positivamente la creación de un Observatori Crític de l’Esport por parte de la UAB.
Mi labor consiste en pensar el deporte a partir de un ideal moral. Esto implica analizar con mirada crítica aquellas formas deportivas que responden a causas reprochables. También se trata de discernir las condiciones que hacen del deporte una praxis humanizadora. Pretendo dilucidar qué es el buen deporte con el fin de que nos enriquezca moralmente. Su legitimidad social reposa en valores morales. Sófocles nos mostró —en su Antígona— que la legitimidad y la legalidad a veces no COInciden. Como bien sabemos, no pocas veces las leyes son injustas. Citemos a Attali:
El deporte jamás suscitó tantas dudas y tantas esperanzas, inspiró tantos despechos y ofreció tantas promesas. Jamás tampoco la afirmación de sus valores pareció tan fuerte. Nunca como ahora el análisis pareció tan necesario en un momento donde el discurso no proporciona otros argumentos que la única repetición de los eslóganes.¹⁰
Por este motivo, la filosofía debe trazar los límites éticos que todos los integrantes del mundo deportivo tienen que conocer y respetar. Su misión es dibujar el horizonte que guía nuestra praxis deportiva. En suma, se trata de aprender a vivir el deporte de forma inteligente.
Debemos reconocer que el deporte puede reportarnos lecciones magistrales, alimentando nuestro espíritu con savia moral. La filosofía del deporte plantea cuestiones que van más allá del deporte en sí mismo. Por ejemplo, recapacitar sobre el valor concedido al énfasis en ganar puede permitirnos esclarecer el sentido moral de la competitividad en