Producción de conocimiento
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Vacunas, antibióticos, psicotrópicos, alimentos, transporte, energía, abrigo, agua potable, flujo de información, estadísticas, inteligencia artificial, empleo, industria, comercio, educación, medioambiente, seguridad, paz, democracia, en suma: la vida toda e incluso la muerte dependen, hoy, del conocimiento.
Sin embargo, no todo proceso de investigación engendra conocimiento funcional o útil para la vida humana. Gran parte de estos procesos, quizás la mayor parte, o bien nunca llega a producir conocimiento útil, o bien lo produce en sentidos y modos que no eran los previstos. De todas las formas de producción humana –salvo, quizás, el arte–, el conocimiento es la única en que el fin o el resultado se desconocen al momento de diseñar e implementar su producción.
¿En qué consiste la producción de conocimiento? ¿Qué desafíos plantea para su gestión política, económica y social?
Este libro propone una respuesta a estas preguntas a partir de un análisis de lo que hoy entendemos por investigación científica, por crecimiento económico y por vida humana.
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Producción de conocimiento - Juan Manuel Garrido Wainer
Registro de la Propiedad Intelectual Nº 297.019
ISBN Edición Impresa: 978-956-9843-77-8
ISBN Edición Digital: 978-956-9843-78-5
Imagen de portada: Iván Navarro, 2002. Te sientas, te mueres. Tubos fluorescentes, filtros transparentes, cables eléctricos, caja eléctrica, cordones de zapatos, papel impreso con la lista con todos los ejecutados en La silla eléctrica del Estado de Florida (EE.UU.) y energía eléctrica. Foto cortesía de Hueso Records.
Diseño de portada: Paula Lobiano
Corrección y diagramación: Antonio Leiva
© ediciones / metales pesados
© Juan Manuel Garrido Wainer
E-Mail: ediciones@metalespesados.cl
www.metalespesados.cl
Madrid 1998 - Santiago Centro
Teléfono: (56-2) 26328926
Santiago de Chile, noviembre de 2018
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
info@ebookspatagonia.com
Para Jean-Luc Nancy
No es casual que, en todo orden de cosas, un gobierno
burgués reaccionario o «tecnocrático» prefiera
conocimientos mediocres, y que, en cambio, la causa
revolucionaria esté siempre indisolublemente ligada al
conocimiento, es decir, a la ciencia.
Louis Althusser, «Problèmes étudiants»,
La Nouvelle Critique, n° 152, 1964, p. 94.
Índice
El conocimiento en la época del crecimiento
El crecimiento económico moderno
La disolución de los horizontes
El conocimiento útil
La vida como autoproducción
La producción de conocimiento
Poder y producción de conocimiento
Bibliografía
Agradecimientos
El conocimiento en la época del crecimiento
La sociedad se interesa por el conocimiento. Eso en parte se explica porque a todos –no solo a quienes se dedican a la investigación– nos gusta conocer. Actividades de divulgación cada vez más sofisticadas cautivan al profano; los medios difunden secretos que se destapan en el cielo de Atacama o en las profundidades invivibles del océano Pacífico; siempre hay espacio para novedades sobre el origen de nuestro planeta o sobre las formas de vida de los dinosaurios y de los primeros homínidos; la tecnología nueva o mejorada no da tregua a la ansiedad de quienes la consumen. El conocimiento ensancha a diario nuestra realidad y eso, parece, nos gusta.
Pero el conocimiento, que nos ha gustado siempre, hoy también nos preocupa. Nos interesa saber cómo se lo administra y financia. Actores del mundo científico y político animan debates apasionados sobre la institucionalidad de la ciencia. Empieza a ser raro que una candidata o candidato a la presidencia de la república eluda el tema por mucho tiempo y que no se vea en la obligación de fingir, por lo menos, que cuenta con un diagnóstico preciso, coherente y realista. Sorprendería que alguien criticara públicamente el aumento de presupuesto o el perfeccionamiento de instrumentos fiscales para la investigación. Los inversionistas están atentos a las oportunidades que se ofrecen. A pesar de las pellejerías por las que pasa la investigación nacional, nunca antes se habían destinado tantos recursos a producir conocimiento, y el ciudadano, que no confunde la investigación con los gremios de investigadores, quiere que esos recursos se inviertan en producir conocimiento.
Sucede que el empleo, la industria, el comercio, la educación, la salud, el medio ambiente, la seguridad, la defensa, la paz, la democracia, en suma: la vida toda e incluso la muerte dependen, hoy, del conocimiento. El conocimiento determina nuestras formas de trabajar, de comer, de amar, de pelear, de dialogar, de nacer, de curar, de mejorar, de envejecer, de morir. Esperamos del conocimiento lo que en otras épocas y circunstancias habríamos esperado, quizás, de los dioses: la posibilidad misma del presente y del porvenir. Hoy se hace patente que no es en realidad el ser humano quien produce conocimiento, sino el conocimiento el que produce al ser humano.
Algunos querrán reconocer la madurez de una civilización por fin emancipada de la teología y de la religión; una civilización que se sabe responsable de sí misma y de su futuro. Se aplaudirá quizás el éxito de la educación primaria y secundaria masificadas o de los programas que buscan acercar la ciencia a la sociedad. Nada de eso sería desacertado. Pero se correría el riesgo de confundir el efecto con la causa y de pasar por alto esta evidencia simple, básica, llana: que la posibilidad del presente y del porvenir está en manos del crecimiento económico.
Hoy la vida humana se interpreta a sí misma como crecimiento económico. Apropiándome de una expresión que usara Sartre en los años cincuenta para referirse al comunismo, diría que el crecimiento económico se ha convertido en el horizonte insuperable de nuestro tiempo, si no fuera porque no es, justamente, y según veremos más adelante, un horizonte. Y habría que añadir que el conocimiento se ha convertido en el instrumento indispensable del crecimiento económico, si no fuera, como también veremos, porque no es un instrumento. La reivindicación de otras formas de sentido, la realización personal y colectiva, la belleza y el amor, el estudio y la creación, son los adornos pueriles o las promesas difusas de una vida que hoy se produce al ritmo de la innovación y del crecimiento. Poner en cuestión esta evidencia constituiría quizás un gesto políticamente correcto y esperable, aunque vano y vacío, éticamente censurable, incluso, si no se lo confina a un ámbito estéril e inofensivo, como para muchos puede serlo el pensamiento.
Siempre hemos tenido claro que el conocimiento juega un papel central en la historia de la vida humana; que con él se produjo una mutación mayor: lo universal mismo y la posibilidad de comprender la historia como horizonte de sentido se hicieron lugar en el mundo. En una conferencia dictada en los años treinta, Edmund Husserl destaca que junto con la posibilidad de manipular objetos ideales –como los objetos de la geometría–, la ciencia y la filosofía griegas habían hecho irrumpir, en todo el ámbito de la cultura y no solo en el científico, horizontes infinitos de sentido para la teoría y la acción. «La cultura científica (…) implicó una revolución de toda la cultura, una revolución de la manera misma en que la humanidad produce su cultura. Implicó también una revolución de la historicidad, que es ahora la historia de la extinción de la humanidad finita y su transformación en una humanidad de tareas infinitas»¹. Pero en la época del crecimiento –una época que ya era la de Husserl, aunque no siempre la de su filosofía–, la operatividad y la eficacia de las ciencias y de la técnica parecen recubrir todo horizonte y diluir toda idea de época, de humanidad, de mundo y de historia. Hoy entendemos que el aporte del conocimiento no era tanto lo universal como la productividad; que su motivación no era la verdad sino el hambre, el hambre infinita de vivir. Y eso vuelve aun más sorprendente la aporía que el presente ensayo desea poner de manifiesto: la producción de conocimiento, supuestamente una herramienta del crecimiento económico, es con toda seguridad la actividad productiva humana más ajena a la racionalidad instrumental. De todas