Otelo
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"Otelo", tragedia del maestro William Shakespeare, fue escrita hacia 1604 y probablemente representada el mismo año. "La historia original del moro de Venecia", de Gianbattista Giraldi Cinthio (1565), sirvió a William Shakespeare para crear "Otelo", la única de sus "grandes tragedias" basada en una obra de ficción que posee una fuerza y dramatismo que la hace inolvidable.
La obra se divide en cinco actos, el primero se desarrolla en Venecia y los otros cuatro, en Chipre.
William Shakespeare
William Shakespeare is the world's greatest ever playwright. Born in 1564, he split his time between Stratford-upon-Avon and London, where he worked as a playwright, poet and actor. In 1582 he married Anne Hathaway. Shakespeare died in 1616 at the age of fifty-two, leaving three children—Susanna, Hamnet and Judith. The rest is silence.
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Vista previa del libro
Otelo - William Shakespeare
OTELO
William Shakespeare
Dramatis personae
DRAMATIS PERSONAE [*]
O TELO, el moro [general al servicio de Venecia]
B RABANCIO, padre de Desdémona [senador de Venecia]
C ASIO, honrado teniente [de Otelo]
Y AGO, un malvado [alférez de Otelo]
R ODRIGO, un caballero engañado
El D UX de Venecia
S ENADORES [de Venecia]
M ONTANO, gobernador de Chipre
C ABALLEROS de Chipre
L UDOVICO, noble veneciano [pariente de Brabancio]
G RACIANO, noble veneciano [hermano de Brabancio]
M ARINEROS
El G RACIOSO, [criado de Otelo]
D ESDÉMONA, esposa de Otelo [e hija de Brabancio]
E MILIA, esposa de Yago
B IANCA, cortesana [amante de Casio]
[Mensajeros, guardias, heraldo, caballeros, músicos y acompañamiento]
ACTO PRIMERO - Escena I
Entran R ODRIGO y Y AGO.
R ODRIGO
¡Calla, no sigas! Me disgusta muchísimo
que tú, Yago, que manejas mi bolsa
como si fuera tuya, no me lo hayas dicho.
Y AGO
Voto a Dios, ¡si no me escuchas!
Aborréceme si yo he soñado
nada semejante.
R ODRIGO
Me decías que le odiabas.
Y AGO
Despréciame si es falso. Tres magnates
de Venecia se descubren ante él
y le piden que me nombre su teniente;
y te juro que menos no merezco,
que yo sé lo que valgo. Mas él, enamorado
de su propia majestad y de su verbo,
los evade con rodeos ampulosos
hinchados de términos marciales
y acaba denegándoles la súplica.
Les dice: «Ya he nombrado a mi oficial».
Y, ¿quién es él?
Pardiez, todo un matemático [1] ,
un tal Miguel Casio, un florentino,
ya casi condenado a mujercita,
que jamás puso una escuadra sobre el campo
ni sabe disponer un batallón
mejor que una hilandera…si no es con teoría
libresca, de la cual también saben hablar
los cónsules togados. Mera plática sin práctica
es toda su milicia. Mas le ha dado el puesto,
y a mí, a quien ha visto dar pruebas en Rodas,
en Chipre y en tierras cristianas y paganas,
me deja a la zaga y a la sombra
del debe y el haber. Y este sacacuentas
es, en buena hora, su teniente, y yo,
vaya por Dios, el alférez de Su Morería [2] .
R ODRIGO
¡El colmo! Yo antes sería su verdugo.
Y AGO
Pues ya lo ves. Son los gajes del soldado:
los ascensos se rigen por el libro y el afecto,
no según antigüedad, por la cual el segundo
siempre sucede al primero. Conque juzga
si tengo algún motivo para estar
a bien con el moro.
R ODRIGO
Yo no le serviría.
Y AGO
Pierde cuidado.
Le sirvo para servirme de él.
Ni todos podemos ser amos, ni a todos
los amos podemos fielmente servir.
Ahí tienes al criado humilde y reverente,
prendado de su propio servilismo,
que, como el burro de la casa, solo vive
para el pienso; y de viejo, lo licencian.
¡Qué lo cuelguen por honrado! Otros,
revestidos de aparente sumisión,
por dentro solo cuidan de sí mismos
y, dando muestras de servicio a sus señores,
medran a su costa; hecha su jugada,
se sirven a sí mismos. En estos sí que hay alma,
y yo me cuento entre ellos.
Pues, tan verdad como que tú eres Rodrigo,
si yo fuera el moro, no habría ningún Yago.
Sirviéndole a él, me sirvo a mí mismo.
Dios sabe que no actúo por afecto ni obediencia,
sino que aparento por mi propio interés.
Pues el día en que mis actos manifiesten
la índole y verdad de mi ánimo
en exterior correspondencia, ya verás
qué pronto llevo el corazón en la mano
para que piquen los bobos. Yo no soy el que soy [3] .
R ODRIGO
Si todo le sale bien,
¡vaya suerte la del Morros!
Y AGO
Llama al padre. Al moro despiértalo,
acósalo, envenena su placer, denúncialo
en las calles, irrita a los parientes de ella,
y, si vive en un mundo delicioso,
inféstalo de moscas; si grande es su dicha,
inventa ocasiones de amargársela
y dejarla deslucida.
R ODRIGO
Aquí vive el padre. Voy a dar voces.
Y AGO
Tú grita en un tono de miedo y horror,
como cuando, en el descuido de la noche,
estalla un incendio en ciudad populosa.
R ODRIGO
¡Eh, Brabancio! ¡ Signor Brabancio, eh!
Y AGO
¡Despertad! ¡Eh, Brabancio! ¡Ladrones, ladrones!
¡Cuidad de vuestra casa, vuestra hija
y vuestras bolsas! ¡Ladrones, ladrones!
B RABANCIO [ se asoma] a una ventana.
B RABANCIO
¿A qué se deben esos gritos de espanto?
¿Qué os trae aquí?
R ODRIGO
Señor, ¿vuestra familia está en casa?
Y AGO
¿Y las puertas bien cerradas?
B RABANCIO
¿Por qué lo preguntáis?
Y AGO
¡Demonios, señor, que os roban! ¡Vamos, vestíos!
¡El corazón se os ha roto, se os ha partido el alma!
Ahora, ahora, ahora mismo un viejo carnero negro
está montando a vuestra blanca ovejita. ¡Arriba!
Despertad con la campana a los que roncan,
si no queréis que el diablo os haga abuelo.
¡Vamos, arriba!
B RABANCIO
¡Cómo! ¿Habéis perdido el juicio?
R ODRIGO
Honorable señor, ¿me conocéis por la voz?
B RABANCIO
No. ¿Quién sois?
R ODRIGO
Me llamo Rodrigo.
B RABANCIO
¡Mal hallado seas! Te he prohibido
que rondes mi casa; te he dicho
con toda claridad que para ti no es mi hija,
y ahora, frenético, lleno de comida
y bebidas embriagantes, vienes
de malévolo alboroto turbando mi reposo.
R ODRIGO
Señor, señor…
B RABANCIO
No te quepa duda
de que mi ánimo y mi puesto tienen fuerza
para hacerte pagar esto.
R ODRIGO
Calmaos, señor.
B RABANCIO
¿Qué me cuentas de robos? Estamos en Venecia;
yo no vivo en el campo.
R ODRIGO
Muy respetable Brabancio, acudo a vos
con lealtad y buena fe.
Y AGO
¡Voto al cielo! Sois de los que no sirven a Dios porque lo manda el diablo. Venimos a ayudaros y nos tratáis como salvajes. ¿Queréis que a vuestra hija la cubra un caballo bereber y vuestros nietos os relinchen? ¿Queréis tener jacos y rocines en lugar de allegados y parientes?
B RABANCIO
¿Y quién eres tú, desvergonzado?
Y AGO
Uno que viene a deciros que vuestra hija y el moro están jugando a la bestia de dos espaldas [4] .
B RABANCIO
¡Miserable!
Y AGO
Y vos, senador.
B RABANCIO
Rodrigo, de esto me responderás.
R ODRIGO
Y de cualquier cosa, señor. Mas atendedme:
si por vuestro deseo y sabia decisión,
como en parte lo parece, vuestra bella hija,
a esta hora soñolienta de la noche,
no es llevada, sin otra custodia
que la de un gondolero de alquiler,
a los brazos groseros de un moro lascivo…
Si todo esto lo sabéis y autorizáis,
llamadnos con razón atrevidos e insolentes.
Si no, faltáis a las buenas costumbres
con vuestra injusta condena. No penséis
que, adverso a las normas de cortesanía,
he venido a burlarme de Vuestra Excelencia.
Lo repito: vuestra hija, si no le disteis
permiso, se rebela contra vos entregando
belleza, obediencia, razón y ventura
a un extranjero errátil y sin patria.
Comprobadlo vos mismo:
si está en su aposento o en la casa,
caiga sobre mí toda la justicia
por haberos engañado.
B RABANCIO
¡Encended luces! ¡Traedme una vela!
¡Despertad a toda mi gente!
He soñado una desgracia como esta
y me angustia pensar que es real.
¡Luces! ¡Luces!
Sale.
Y AGO
Adiós, te dejo. En mi puesto
no es prudente ni oportuno ser llamado
a declarar contra el moro y, si me quedo,
habré de hacerlo. Sé que el Estado,
aunque por esto le lea la cartilla,
no puede despedirle: le han confiado
con muy clara razón la guerra de Chipre,
que ya es inminente, pues, si quieren salvarse,
de su calibre no tienen a nadie
capaz de llevarla. Por todo lo cual,
aunque le odio como a las penas del infierno,
las necesidades del momento me obligan
a mostrar la enseña y bandera del afecto,
que no es sino apariencia. Si quieres encontrarle,
lleva la cuadrilla al Sagitario [5] ,
que allí estaré con él. Adiós.
Sale.
Entran B RABANCIO y criados con antorchas.
B RABANCIO
La desgracia era cierta. No está,
y el resto de mi vida miserable
será una