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Otelo
Otelo
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Libro electrónico185 páginas2 horas

Otelo

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Información de este libro electrónico

Otelo, un noble moro al servicio de la República de Venecia, experimentado para la guerra y recientemente nombrado regidor en Chipre, se ve envuelto en medio de una intriga apasionante por el amor que éste profesa por su esposa Desdémona. Yago, alférez de Otelo, un hombre envidioso, malévolo y astuto, es el hilo conductor de esta tragedia y es el principal culpable de hacer que Otelo esté inmerso en dicha desbordante pasión y el gran causante de la tragedia que se avecina.

"Otelo", tragedia del maestro William Shakespeare, fue escrita hacia 1604 y probablemente representada el mismo año. "La historia original del moro de Venecia", de Gianbattista Giraldi Cinthio (1565), sirvió a William Shakespeare para crear "Otelo", la única de sus "grandes tragedias" basada en una obra de ficción que posee una fuerza y dramatismo que la hace inolvidable.
La obra se divide en cinco actos, el primero se desarrolla en Venecia y los otros cuatro, en Chipre.
IdiomaEspañol
EditorialE-BOOKARAMA
Fecha de lanzamiento8 feb 2024
ISBN9788834182482
Autor

William Shakespeare

William Shakespeare is the world's greatest ever playwright. Born in 1564, he split his time between Stratford-upon-Avon and London, where he worked as a playwright, poet and actor. In 1582 he married Anne Hathaway. Shakespeare died in 1616 at the age of fifty-two, leaving three children—Susanna, Hamnet and Judith. The rest is silence.

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    Otelo - William Shakespeare

    OTELO

    William Shakespeare

    Dramatis personae

    DRAMATIS PERSONAE [*]

    O TELO, el moro [general al servicio de Venecia]

    B RABANCIO, padre de Desdémona [senador de Venecia]

    C ASIO, honrado teniente [de Otelo]

    Y AGO, un malvado [alférez de Otelo]

    R ODRIGO, un caballero engañado

    El D UX de Venecia

    S ENADORES [de Venecia]

    M ONTANO, gobernador de Chipre

    C ABALLEROS de Chipre

    L UDOVICO, noble veneciano [pariente de Brabancio]

    G RACIANO, noble veneciano [hermano de Brabancio]

    M ARINEROS

    El G RACIOSO, [criado de Otelo]

    D ESDÉMONA, esposa de Otelo [e hija de Brabancio]

    E MILIA, esposa de Yago

    B IANCA, cortesana [amante de Casio]

    [Mensajeros, guardias, heraldo, caballeros, músicos y acompañamiento]

    ACTO PRIMERO - Escena I

    Entran R ODRIGO y Y AGO.

    R ODRIGO

    ¡Calla, no sigas! Me disgusta muchísimo

    que tú, Yago, que manejas mi bolsa

    como si fuera tuya, no me lo hayas dicho.

    Y AGO

    Voto a Dios, ¡si no me escuchas!

    Aborréceme si yo he soñado

    nada semejante.

    R ODRIGO

    Me decías que le odiabas.

    Y AGO

    Despréciame si es falso. Tres magnates

    de Venecia se descubren ante él

    y le piden que me nombre su teniente;

    y te juro que menos no merezco,

    que yo sé lo que valgo. Mas él, enamorado

    de su propia majestad y de su verbo,

    los evade con rodeos ampulosos

    hinchados de términos marciales

    y acaba denegándoles la súplica.

    Les dice: «Ya he nombrado a mi oficial».

    Y, ¿quién es él?

    Pardiez, todo un matemático [1] ,

    un tal Miguel Casio, un florentino,

    ya casi condenado a mujercita,

    que jamás puso una escuadra sobre el campo

    ni sabe disponer un batallón

    mejor que una hilandera…si no es con teoría

    libresca, de la cual también saben hablar

    los cónsules togados. Mera plática sin práctica

    es toda su milicia. Mas le ha dado el puesto,

    y a mí, a quien ha visto dar pruebas en Rodas,

    en Chipre y en tierras cristianas y paganas,

    me deja a la zaga y a la sombra

    del debe y el haber. Y este sacacuentas

    es, en buena hora, su teniente, y yo,

    vaya por Dios, el alférez de Su Morería [2] .

    R ODRIGO

    ¡El colmo! Yo antes sería su verdugo.

    Y AGO

    Pues ya lo ves. Son los gajes del soldado:

    los ascensos se rigen por el libro y el afecto,

    no según antigüedad, por la cual el segundo

    siempre sucede al primero. Conque juzga

    si tengo algún motivo para estar

    a bien con el moro.

    R ODRIGO

    Yo no le serviría.

    Y AGO

    Pierde cuidado.

    Le sirvo para servirme de él.

    Ni todos podemos ser amos, ni a todos

    los amos podemos fielmente servir.

    Ahí tienes al criado humilde y reverente,

    prendado de su propio servilismo,

    que, como el burro de la casa, solo vive

    para el pienso; y de viejo, lo licencian.

    ¡Qué lo cuelguen por honrado! Otros,

    revestidos de aparente sumisión,

    por dentro solo cuidan de sí mismos

    y, dando muestras de servicio a sus señores,

    medran a su costa; hecha su jugada,

    se sirven a sí mismos. En estos sí que hay alma,

    y yo me cuento entre ellos.

    Pues, tan verdad como que tú eres Rodrigo,

    si yo fuera el moro, no habría ningún Yago.

    Sirviéndole a él, me sirvo a mí mismo.

    Dios sabe que no actúo por afecto ni obediencia,

    sino que aparento por mi propio interés.

    Pues el día en que mis actos manifiesten

    la índole y verdad de mi ánimo

    en exterior correspondencia, ya verás

    qué pronto llevo el corazón en la mano

    para que piquen los bobos. Yo no soy el que soy [3] .

    R ODRIGO

    Si todo le sale bien,

    ¡vaya suerte la del Morros!

    Y AGO

    Llama al padre. Al moro despiértalo,

    acósalo, envenena su placer, denúncialo

    en las calles, irrita a los parientes de ella,

    y, si vive en un mundo delicioso,

    inféstalo de moscas; si grande es su dicha,

    inventa ocasiones de amargársela

    y dejarla deslucida.

    R ODRIGO

    Aquí vive el padre. Voy a dar voces.

    Y AGO

    Tú grita en un tono de miedo y horror,

    como cuando, en el descuido de la noche,

    estalla un incendio en ciudad populosa.

    R ODRIGO

    ¡Eh, Brabancio! ¡ Signor Brabancio, eh!

    Y AGO

    ¡Despertad! ¡Eh, Brabancio! ¡Ladrones, ladrones!

    ¡Cuidad de vuestra casa, vuestra hija

    y vuestras bolsas! ¡Ladrones, ladrones!

    B RABANCIO [ se asoma] a una ventana.

    B RABANCIO

    ¿A qué se deben esos gritos de espanto?

    ¿Qué os trae aquí?

    R ODRIGO

    Señor, ¿vuestra familia está en casa?

    Y AGO

    ¿Y las puertas bien cerradas?

    B RABANCIO

    ¿Por qué lo preguntáis?

    Y AGO

    ¡Demonios, señor, que os roban! ¡Vamos, vestíos!

    ¡El corazón se os ha roto, se os ha partido el alma!

    Ahora, ahora, ahora mismo un viejo carnero negro

    está montando a vuestra blanca ovejita. ¡Arriba!

    Despertad con la campana a los que roncan,

    si no queréis que el diablo os haga abuelo.

    ¡Vamos, arriba!

    B RABANCIO

    ¡Cómo! ¿Habéis perdido el juicio?

    R ODRIGO

    Honorable señor, ¿me conocéis por la voz?

    B RABANCIO

    No. ¿Quién sois?

    R ODRIGO

    Me llamo Rodrigo.

    B RABANCIO

    ¡Mal hallado seas! Te he prohibido

    que rondes mi casa; te he dicho

    con toda claridad que para ti no es mi hija,

    y ahora, frenético, lleno de comida

    y bebidas embriagantes, vienes

    de malévolo alboroto turbando mi reposo.

    R ODRIGO

    Señor, señor…

    B RABANCIO

    No te quepa duda

    de que mi ánimo y mi puesto tienen fuerza

    para hacerte pagar esto.

    R ODRIGO

    Calmaos, señor.

    B RABANCIO

    ¿Qué me cuentas de robos? Estamos en Venecia;

    yo no vivo en el campo.

    R ODRIGO

    Muy respetable Brabancio, acudo a vos

    con lealtad y buena fe.

    Y AGO

    ¡Voto al cielo! Sois de los que no sirven a Dios porque lo manda el diablo. Venimos a ayudaros y nos tratáis como salvajes. ¿Queréis que a vuestra hija la cubra un caballo bereber y vuestros nietos os relinchen? ¿Queréis tener jacos y rocines en lugar de allegados y parientes?

    B RABANCIO

    ¿Y quién eres tú, desvergonzado?

    Y AGO

    Uno que viene a deciros que vuestra hija y el moro están jugando a la bestia de dos espaldas [4] .

    B RABANCIO

    ¡Miserable!

    Y AGO

    Y vos, senador.

    B RABANCIO

    Rodrigo, de esto me responderás.

    R ODRIGO

    Y de cualquier cosa, señor. Mas atendedme:

    si por vuestro deseo y sabia decisión,

    como en parte lo parece, vuestra bella hija,

    a esta hora soñolienta de la noche,

    no es llevada, sin otra custodia

    que la de un gondolero de alquiler,

    a los brazos groseros de un moro lascivo…

    Si todo esto lo sabéis y autorizáis,

    llamadnos con razón atrevidos e insolentes.

    Si no, faltáis a las buenas costumbres

    con vuestra injusta condena. No penséis

    que, adverso a las normas de cortesanía,

    he venido a burlarme de Vuestra Excelencia.

    Lo repito: vuestra hija, si no le disteis

    permiso, se rebela contra vos entregando

    belleza, obediencia, razón y ventura

    a un extranjero errátil y sin patria.

    Comprobadlo vos mismo:

    si está en su aposento o en la casa,

    caiga sobre mí toda la justicia

    por haberos engañado.

    B RABANCIO

    ¡Encended luces! ¡Traedme una vela!

    ¡Despertad a toda mi gente!

    He soñado una desgracia como esta

    y me angustia pensar que es real.

    ¡Luces! ¡Luces!

    Sale.

    Y AGO

    Adiós, te dejo. En mi puesto

    no es prudente ni oportuno ser llamado

    a declarar contra el moro y, si me quedo,

    habré de hacerlo. Sé que el Estado,

    aunque por esto le lea la cartilla,

    no puede despedirle: le han confiado

    con muy clara razón la guerra de Chipre,

    que ya es inminente, pues, si quieren salvarse,

    de su calibre no tienen a nadie

    capaz de llevarla. Por todo lo cual,

    aunque le odio como a las penas del infierno,

    las necesidades del momento me obligan

    a mostrar la enseña y bandera del afecto,

    que no es sino apariencia. Si quieres encontrarle,

    lleva la cuadrilla al Sagitario [5] ,

    que allí estaré con él. Adiós.

    Sale.

    Entran B RABANCIO y criados con antorchas.

    B RABANCIO

    La desgracia era cierta. No está,

    y el resto de mi vida miserable

    será una

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