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Entremeses
Entremeses
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Libro electrónico276 páginas3 horas

Entremeses

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Auténtico enamorado del teatro, como hombre de su época, Cervantes no es sólo el maestro inigualable de la novela, sino que también es un extraordinario dramaturgo, enormemente original e incansable experimentador. Obras teatrales cortas, de estética cómica, popular y costumbrista, los Entremeses representan el teatro de entretenimiento en su estado más puro: farsas y amoríos, chascarrillos y equívocos, adúlteras y bobos se mueven al servicio de una trama principalmente humorística. Y los Entremeses de Cervantes están considerados por la crítica moderna como modelos de verdad realista y dramática, donde el autor despliega toda su capacidad irónica y crítica a fin de censurar, entre burlas y veras, algunos de los principales vicios del ser humano, en su época y hoy en día: la incultura, la corrupción, el poder del dinero, la hipocresía social, todo un vasto retablo de la necedad humana. En definitiva, pequeñas obras maestras que ponen de manifiesto una nueva y penetrante actitud del artista ante la realidad y una voluntad de búsqueda y renovación de medios expresivos en el teatro de su época.
IdiomaEspañol
EditorialCASTALIA
Fecha de lanzamiento13 nov 2014
ISBN9788497406581
Entremeses
Autor

Miguel de Cervantes

Miguel de Cervantes was born on September 29, 1547, in Alcala de Henares, Spain. At twenty-three he enlisted in the Spanish militia and in 1571 fought against the Turks in the Battle of Lepanto, where a gunshot wound permanently crippled his left hand. He spent four more years at sea and then another five as a slave after being captured by Barbary pirates. Ransomed by his family, he returned to Madrid but his disability hampered him; it was in debtor's prison that he began to write Don Quixote. Cervantes wrote many other works, including poems and plays, but he remains best known as the author of Don Quixote. He died on April 23, 1616.

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    Entremeses - Miguel de Cervantes

    Entremeses

    MIGUEL DE CERVANTES

    ENTREMESES

    EDICIÓN DE

    MARÍA TERESA OTAL

    CAS

    En nuestra página web: www.castalia.es encontrará el catálogo completo de Edhasa comentado.

    es un sello editorial propiedad de

    Primera edición impresa: 2014

    Primera edición en e-book: febrero de 2016

    © de la edición literaria: Mª Teresa Otal

    © de la presente edición: Castalia Ediciones 2014, 2106

    Avda. Diagonal, 519-521

    08029 Barcelona

    Tel. 93 494 97 20

    España

    E-mail: info@castalia.es

    Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

    ISBN: 978-84-9740-658-1

    Depósito legal: B.27277-2015

    Composición digital: Newcomlab, S.L.

    Introducción

    1. La España de Cervantes

    La vida de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1617) discurre entre los reinados de los primeros Austrias: Carlos I, Felipe II y su hijo Felipe III. Es uno de los momentos más interesantes de la historia de España, en el que nuestro país alcanzó gran influencia en el panorama internacional. Sin embargo, y tras la apariencia de un gran imperio, se escondían síntomas de desgaste político, económico y social, que mentes preclaras como la de don Miguel supieron vislumbrar y reflejar en su obra literaria.

    Bajo el gobierno de Carlos I se completó la primera vuelta al mundo y la colonización de México y Perú. Su política exterior se centró en luchar contra los turcos y la herejía protestante; la interior en tratar de frenar el descontento de la nobleza peninsular –desbancada por los nuevos aristócratas flamencos que había traído el emperador– y de contener la indignación que su política despertaba en amplios sectores de la población, que se alzaron en armas contra el monarca (rebelión de las germanías y comuneros).

    Su hijo, Felipe II, también padeció sublevaciones en Aragón, y continuó la política militar de Carlos, aunque el éxito no siempre le acompañó. Se anexionó Portugal, pero el norte de los Países Bajos se independizó. Acometió varias campañas militares contra los musulmanes –de las cuales Lepanto, en la que participó Cervantes, fue la más famosa–, pero fracasó en su lucha contra el enemigo protestante en Francia y en Inglaterra (desastre de la Armada Invencible).

    Felipe III fue un monarca de escasa capacidad para gobernar, circunstancia que aprovechó el duque de Lerma, que asumió amplios poderes como «valido», que ni su abuelo ni su padre hubieran permitido. Y, aunque los comienzos de su reinado fueron más pacíficos que los de sus antecesores, pronto volvió a embarcarse nuestro país en una nueva empresa bélica, la guerra de los Treinta Años.

    En este período España se sumió en una profunda crisis económica, reflejada en sucesivas bancarrotas (1575, 1596, 1607), que vinieron motivadas tanto por lo gravosas que resultaban las campañas militares (para cuyo gasto no eran suficientes el oro y plata traídos del Nuevo Mundo) como por la incapacidad española para potenciar la industria y el comercio, que no podían competir con el creciente poderío inglés y holandés. A ello hay que añadir que la clase nobiliaria española sentía poco aprecio por el trabajo y la actividad mercantil, y la burguesía tenía poco peso. También tuvieron que ver en esta recesión económica graves desequilibrios demográficos: la expulsión de los moriscos (1609) –que habían sido mano de obra barata para trabajar en labores agrícolas–, las bajas ocasionadas por las guerras, la creciente emigración a América, las epidemias y pestes que azotaron a la población española en este período, así como un importante éxodo rural, que hizo crecer desmesuradamente las ciudades, sin que éstas fueran capaces de proporcionar ocupación a toda la población que iba llegando. Las calles se llenarán de soldados lisiados y de mendigos, caldo de cultivo de la picaresca.

    Las ideas que forjaron los Estados modernos en Europa (el método inductivo de Bacon, el racionalismo de Descartes y las teorías científicas de Newton, Torricelli, Galileo o Boyle) apenas tienen cabida en España. En su lugar, la Contrarreforma católica, la preocupación por la limpieza de sangre o el honor personal sujeto a algo tan frágil como la opinión de los demás pesarán en exceso sobre los espíritus. La vida y la belleza siguen presentándose como algo deleitable, pero están lejanos los tiempos en que los renacentistas reafirmaban su fe en la naturaleza humana; por el contrario, el hombre barroco adopta una actitud escéptica y pesimista ante el mundo y la existencia: todo es caduco y fugaz, hay una abrumadora presencia de los claroscuros, de los contrastes y de la muerte.

    En todas las manifestaciones artísticas se observa que la sencillez y el equilibrio expresivos serán sustituidos progresivamente por la oscuridad, el movimiento, el exceso y una llamativa tendencia a mezclar contrarios (la belleza y la fealdad, el mal y el bien, la luz y la sombra, el idealismo y el realismo). En el ámbito literario, temas y motivos siguen siendo en esencia los mismos que en el período renacentista, pero las formas son cada vez más complicadas y los conceptos más condensados. Es lo que conocemos como culteranismo y conceptismo, movimientos ambos que son caras de una misma moneda: el culteranismo, que encubre la forma con su abuso de los recursos retóricos, y el conceptismo, que llega a oscurecer el fondo con su exceso de frases ingeniosas. Sin embargo, y como también ocurrió en las otras artes, esta es una época gloriosa para nuestra literatura, tanto que se considera como el Siglo de Oro de las letras españolas: se inventa la novela moderna (con Guzmán de Alfarache y Don Qui - jote), los poetas cultivan una poesía culta (su máximo exponente será Góngora), brillan los ingenios de Quevedo y Gracián, y, sobre todo, es la época en la que triunfa la comedia nueva con Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca.

    2. Miguel de Cervantes: vida y obra

    En 1547 nació Miguel de Cervantes Saavedra en Alcalá de Henares (Madrid). De familia numerosa y humilde, en su infancia supo lo que era pasar penalidades económicas. Aunque estudió en un colegio de jesuitas, nunca llegó a obtener un título universitario, a pesar de que con apenas veinte años publicó ya sus primeros versos. Muy joven se alistó como soldado y se fue a Italia. Participó en la batalla de Lepanto (1571), en la que fue herido y perdió la mano izquierda. De regreso a España, su nave fue asaltada por piratas turcos y Cervantes fue hecho prisionero. Trasladado como cautivo a Argel, intentó fugarse sin éxito varias veces, y, tras cinco años en poder de los berberiscos, fue rescatado por los frailes trinitarios y pudo volver a nuestro país en 1580.

    Después pasó años de penuria económica, en los que intentó sin éxito conseguir un empleo. Por entonces comenzó a escribir sus obras teatrales, que, aunque con escaso éxito, alguna de ellas llegó a representarse. También probó fortuna con la prosa, y escribió la novela pastoril La Galatea. Se casó con la joven Catalina de Salazar.

    En 1587 se trasladó a Sevilla como recaudador de impuestos. Este oficio le permitió recorrer buena parte de Andalucía y La Mancha, y conocer así sus gentes y costumbres. Sin embargo, poco duró en este empleo: su celo le llevó a confiscar trigo de la Iglesia, y acabó en la cárcel, acusado injustamente de fraude.

    En 1603 Cervantes vive en Valladolid, ciudad donde residía la corte. Dos años después ve publicada su obra maestra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que conoció seis impresiones en el mismo año. El éxito de la obra no se tradujo, sin embargo, en una mejora de su situación económica: se decía en la época, incluso, que sobrevivía gracias a que sus hermanas, sobrina e hija vendían su honor.

    Cuando los reyes regresan a Madrid, también lo hacen Cer - vantes y su familia. Corre el año 1606. Cervantes frecuenta reuniones literarias, arrecia su enemistad con poetas de éxito como Lope de Vega, publica sus Novelas ejemplares, el Viaje del Par - naso, la segunda parte del Quijote, las Ocho comedias y ocho entremeses y cuando le sorprende la muerte, el 22 de abril de 1616, estaba ultimando Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

    Así pues, Miguel de Cervantes, que hoy se considera el mayor de nuestros escritores, en vida no gozó ni de privilegios ni de fortuna, y aunque escribió la mayor de nuestras novelas, siempre ansió la suerte de aquellos que, como Lope de Vega, eran aplaudidos por el público en los corrales de comedias.

    Y es que nuestro autor fue un hombre que amaba profundamente el teatro y valoraba en su justa medida tanto el trabajo que hacían los comediantes como los creadores de las obras, a los que considera «necesarios en la república, como lo son las florestas, las alamedas y las vistas de recreación, y como lo son las cosas que honestamente recrean»¹. Quien así se expresa es Tomás Rodaja, protagonista de una de sus más célebres novelas ejemplares, El licenciado Vidriera, tras cuyas opiniones vemos siempre las ideas del propio Cervantes.

    3. La fiesta teatral barroca

    Para comprender mejor lo que suponen los entremeses cervantinos es necesario repasar el ambiente literario y teatral en el que surgieron:

    El teatro fue el género literario de mayor éxito popular en el siglo XVII, y un auténtico espectáculo de masas, comparable en la actualidad a los grandes eventos musicales y deportivos. Nun - ca, antes ni después, ha habido tal pasión en nuestro país por las representaciones dramáticas. Los dramaturgos-poetas componían sus obras a una velocidad de vértigo, y normalmente duraban en cartel tres o cuatro días, pues los espectadores siempre estaban ávidos de novedades; sólo las piezas de más éxito podían llegar a mantenerse durante una quincena.

    El espectáculo comenzaba entre las dos y las cuatro de la tarde (dependiendo de la estación del año) y era la suma de varias piezas: la principal (una comedia o auto sacramental, de unos tres mil versos, dividida en tres actos o jornadas) y, entre una jornada y otra se insertaban otras obras menores (de aproximadamente unos diez o quince minutos de duración cada una), de manera que en las cuatro horas más o menos que duraba toda la representación el escenario no estaba nunca vacío (en el barroco existía un auténtico horror vacui –horror al vacío– en la escena). Comenzaba todo con la música de guitarras, vihuelas o arpas, que servía para calmar el tumulto generado por el público y señalar el comienzo de la fiesta. Enseguida se recitaba una loa (composición dramática breve, que servía para introducir la comedia, alabar a algún personaje o captar la benevolencia del público). Le seguía la primera jornada de la comedia. En el descanso se interpretaba un entremés (pieza teatral jocosa de un solo acto). Tras la segunda jornada, había un baile (espectáculo dramático en que se representaba una acción por medio de la mímica y danzas). Luego se representaba la tercera jornada, y todo acababa con una mojiganga (obra teatral muy breve, pensada para divertir al público). La función completa finalizaba al anochecer.

    En ciudades y pueblos importantes las representaciones se realizaban en un principio en tablados desmontables, generalmente en las plazas o en los pórticos de las iglesias, pero a finales del siglo XVI se pasó a contar con unos lugares fijos, los corrales, que eran patios interiores de una manzana de casas, con un tablado para la actuación. La escenografía comenzó siendo muy sencilla (los diálogos de los actores y la imaginación de los espectadores suplían todas las deficiencias), aunque, poco a poco, tanto la tramoya como los accesorios escénicos y el vestuario de los actores se fueron enriqueciendo, ya que el género teatral se llegó a convertir en un negocio lucrativo para quienes lo ejercían, y eso contando con que parte de sus ganancias las dedicaban al mantenimiento de hospitales y a la beneficencia.

    Las personas que intervenían en el proceso dramático eran las siguientes:

    • Las piezas teatrales eran escritas por los poetas.

    • A los poetas les compraban sus obras (con todos los derechos incluidos) los autores de comedias –lo que hoy en día llamamos directores–, que eran quienes contrataban a los actores, y arrendaban los locales donde se realizaban las actuaciones.

    • Los actores, que estaban integrados en compañías, debían incluir –entre sus habilidades– dotes dramáticas y facultades para el canto y el baile; y, aunque envidiados en muchos casos por el resto de la población por lo vistoso de sus atuendos y su gran popularidad, no gozaban de excesiva reputación, lo cual perjudicaba su imagen moral.

    • Los espectadores pertenecían a todos los estamentos sociales (nobles, clérigos, incipiente burguesía, pueblo llano, población marginal) y acudían en masa al teatro tanto en pueblos como en ciudades, todos ellos ansiosos de ver acciones y pasiones sobre la escena. Sin embargo, aunque juntos en un mismo local, nunca estaban revueltos: cada uno –según su posición social, su condición o el dinero que pagaba por la entrada– disfrutaba del espectáculo desde lugares diferentes. Los nobles (e in - cluso el propio rey) desde las «celdas», los burgueses desde la «galería», las mujeres desde la «cazuela», y los hombres veían las representaciones desde el «patio», unos sentados y otros –los que pagaban menos, e incluso llegaban a colarse en el espectácu lode pie y junto a la puerta. Especialmente famosos eran los «mosqueteros», que acudían al espectáculo provistos de carracas, pitos y otros objetos ruidosos, y podían con sus gritos hacer triunfar o fracasar una obra; y, en una época en la que las rencillas entre los poetas estaban a la orden del día, no era extraño que un escritor pagara a estos hombres para hacer fracasar la obra de un rival. Por tanto, el teatro barroco fue un espectáculo de masas, en el que –además de los «apretadores», que debían hacer hueco para que cupiera cuanto mayor número de público mejor– debían también intervenir a menudo los «mantenedores del Orden» ya que, como sucede en ocasiones en la actualidad, también eran frecuentes los incidentes y altercados.

    Este es el contexto en el que se desenvolvía el género del entremés en vida de Cervantes, género que, desde el punto de vista artístico, es el más importante de los que integran el llamado «teatro breve del Siglo de Oro» (loas, jácaras, bailes y mojigangas), y una parte tan esencial del espectáculo teatral, que –según testimonios de la época– de la calidad del entremés representado dependía muchas veces el éxito o el fracaso de una «tarde de teatro».

    4. El entremés

    Según el diccionario etimológico de Joan Corominas, la palabra entremés procede del catalán o del francés antiguo (entremès), y tiene históricamente una doble acepción: la gastronómica («manjar entre dos platos principales») y la literaria («entretenimiento intercalado en un acto público»). Parece que, en origen, ambas estuvieron muy ligadas: «poner algo entre dos cosas».

    Se sabe que a lo largo del siglo XV durante las fiestas y banquetes de algunas cortes palaciegas europeas ligadas con la casa de Austria se representaban ciertas piezas cómicas o mimos, y también hay documentación (1439) de que el Consell Municipal de Barcelona poseía una casa, en el llamado «carrer dels Entremesos», donde se guardaban las marionetas y otros títeres que servían para divertir a la gente. Sea como fuere, en 1565 Joan Timoneda utilizó el término entremés para referirse a unas piezas dramáticas breves, de carácter cómico, que se intercalaban entre obras mayores (comedias o autos). Este vocablo desplazó definitivamente a las otras denominaciones que habían tenido estas obras menores a lo largo del siglo XVI («pasos», «momos», «autos», «farsas», «entremedios»...).

    Por tanto, el entremés es un subgénero dramático menor, una pieza en un solo acto, que posee carácter cómico, que recrea un ambiente y costumbres populares. No es privativo de una época determinada –aunque la barroca sea la de su esplendor– y en cada momento ha tenido diferente denomi - nación.

    Su origen hay que buscarlo en el teatro humorístico de finales del siglo XV y de todo el XVI, en las obras de Juan del Encina, Lucas Fernández, Diego Sánchez de Badajoz, Gil Vicente, Sebastián de Horozco, Joan Timoneda… Éstos escriben pequeñas piezas dramáticas, generalmente en prosa, que serán el germen del entremés áureo. En ellas suelen abusar del humor burdo y exagerado (con cierta propensión a la «sal gorda»), y poseen un carácter casi mímico. Algunos de ellos representan una acción no exenta de la principal, es decir, están intercalados en las propias comedias (se los llamará posteriormente «entremeses embutidos», como, por ejemplo, el que aparece en la Comedia Florista de Avendaño, de 1551).

    Merecen especial atención los «pasos» de Lope de Rueda, a quien Lope de Vega consideraba un maestro. Son sus obras de tema popular, y es creador de una serie de personajes cotidianos que tendrán larga vida en el teatro del XVII, como recuerda el propio Cervantes, en el prólogo a sus Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, cuando dice que los tipos más frecuentes en estas piezas son: «ya de negra, ya de rufián, ya de bobo y ya de vizcaíno, que todas estas cuatro figuras y otras muchas hacía el tal Lope con la mayor excelencia». Su paso más conocido es Las aceitunas.

    Sin embargo, el entremés alcanza su madurez artística en el siglo XVII. Los de Cervantes, pese a no haber sido representados en vida del escritor, son los que con el tiempo han conseguido más fama y los que han sido representados más veces en el ámbito del teatro profesional posterior a esta época. Casi todos los dramaturgos barrocos

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