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Contra los galileos. Cartas y fragmentos. Testimonios. Leyes
Contra los galileos. Cartas y fragmentos. Testimonios. Leyes
Contra los galileos. Cartas y fragmentos. Testimonios. Leyes
Libro electrónico519 páginas3 horas

Contra los galileos. Cartas y fragmentos. Testimonios. Leyes

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La singular figura de Juliano el Apóstata ha sido evocada por autores contemporáneos como Ibsen y Gore Vidal.
El emperador romano Flavio Claudio Juliano (360-363 d.C.) fue apodado "el Apóstata" por haber abjurado de la fe cristiana. Educado en ella, se apasionó sin embargo por el clasicismo y los dioses paganos: completó su formación en Éfeso y Atenas, donde ahondó en el neoplatonismo. Una de las periódicas oleadas de matanzas entre aspirantes a César le reportó el mando de la Galia y Britania, y la muerte de Constancio le convirtió en emperador único. En esta capacidad proclamó su paganismo y la tolerancia religiosa general, no sin alguna persecución a los cristianos.
Juliano expresó su antipatía por los cristianos en Contra los galileos, del que el piadoso emperador Teodosio II ordenó destruir todas las copias y que habría desaparecido por completo de no ser por los muchos fragmentos que Cirilio de Alejandría citó en su réplica. El estado fragmentario en que nos ha llegado la obra no permite emitir un juicio de valor global sobre ella, pero sí conocer algunos de sus argumentos: critica la cosmogonía y la concepción exclusivista y antropomórfica del judaísmo, y al cristianismo por haber tergiversado al primero.
Este volumen se completa con una colección de cartas del emperador, tanto oficiales –órdenes militares, instrucciones a gobernadores y a ciudades– como privadas, y el conjunto de las leyes que promulgó una vez convertido en emperador único: decretos sobre la reapertura de los templos y la devolución de sus bienes, así como sobre impuestos y municipios, administración y ejército.
IdiomaEspañol
EditorialGredos
Fecha de lanzamiento5 ago 2016
ISBN9788424930721
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    Contra los galileos. Cartas y fragmentos. Testimonios. Leyes - Juliano

    BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 47

    Asesore para la sección griega: CARLOS GARCÍA GUAL .

    Según las normas de la B. C. G., las traducción de este volumen ha sido revisadas por LUIS ALBERTO DE CUENCA Y PRADO .

    © EDITORIAL GREDOS, S. A.

    López de Hoyos , 141,28002 Madrid..

    www.editorialgredos.com

    Los textos latinos del presente volumen, que comprenden algunas cartas, una gran parte de los testimonios y la casi totalidad de las leyes, así como el retrato final de Amiano Marcelino, han sido traducidos por Pilar Jiménez Gazapo; los textos griegos, por José García Blanco.

    PRIMERA EDICÓN , 1982.

    ISBN 9788424930721.

    CONTRA LOS GALILEOS

    INTRODUCCIÓN

    «Como el invierno hacía largas las noches, junto a otros muchos brillantes discursos, atacó los libros que hacen a ese hombre de Palestina dios e hijo de dios, y en una larga y dura polémica demostró que tales honores son pura irrisión y garrulería; en este tema se mostró más sabio que el viejo de Tiro» (es decir, Porfirio). Así nos presenta su amigo Libanio ¹ la lenta composición, a lo largo de los meses de invierno pasados en Antioquía, de este tratado de Juliano, del que sólo nos han llegado los fragmentos que tuvo a bien reproducir el obispo de Alejandría Cirilo, que escribió una larga refutación del mismo, En defensa de la santa religión cristiana contra los libros del impío Juliano , entre los años 433 y 441 ² .

    Conservamos los diez primeros libros del tratado de Cirilo, que responden al primero de Juliano, más algunos fragmentos de los libros 11-20, que responderían al segundo del emperador ³ . Basado en ello, Neumann supuso que Cirilo habría escrito 30 libros, diez por cada uno de Juliano, pero esta hipótesis es indemostrable y sólo hay seguridad de que escribió veinte. En su dedicatoria, dirigida al emperador Teodosio II, afirma Cirilo que Juliano escribió tres libros contra los galileos y nos da los motivos que le han impulsado a esta refutación: la elocuencia de Juliano, las abundantes citas de la escritura que utiliza, «aunque no sabe lo que dice», y el hecho de que muchos paganos dicen que los libros de Juliano nunca han sido refutados. Y es sorprendente, sin embargo, que Cirilo emprendiese tamaña tarea, puesto que tenemos la impresión de que el tratado de Juliano no debía de ser muy corriente ya en su época; en efecto, tanto en el decreto de 431, en que se condena a la hoguera el tratado de Porfirio contra los cristianos, como en la ley del 448 de Teodosio II, con el mismo objetivo, no aparece el nombre de Juliano ⁴ .

    Sea como sea, sabemos que Teodoro de Mopsuesta y Felipe de Sido escribieron ya a principios del siglo V refutaciones de Juliano ⁵ , y Neumann señala que quizá fuera el deseo de corregir algunos puntos de vista heterodoxos del primero lo que llevó a Cirilo a la composición de su obra ⁶ . En la misma introducción dice el obispo de Alejandría que ha excluido las blasfemias de Juliano contra Cristo y que, dada la falta de orden de los argumentos aducidos, ha tratado de agrupar las ideas esparcidas aquí y allá. De estas afirmaciones pueden deducirse las limitaciones y dificultades de la reconstrucción que llevó a cabo Neumann.

    El Contra los galileos y la obra de Cirilo se sitúan en la línea de la polémica paganismo/cristianismo que comenzó en el siglo II . Dejando a un lado nombres menores, los representantes paganos más importantes de esta literatura de combate son Celso y Porfirio. Celso escribió su Discurso verdadero en el reinado del emperador Marco Aurelio (161-180) y, como en el caso presente, sólo nos han llegado los fragmentos contenidos en la refutación de otro cristiano, ahora Orígenes, que escribió el Contra Celso en el primer tercio del siglo III ⁷ . La obra de Celso, un platónico de amplia cultura y conocedor de las escrituras, estableció varias de las líneas maestras —e incluso de los motivos concretos— por las que habrían de discurrir los tratados de Porfirio y Juliano. Así, por ejemplo, el achacar a los cristianos haber abandonado su religión patria, el judaísmo, su fe ciega y excesivamente irracional, su carácter proletario y su afán de proselitismo; la crítica de las escrituras, tanto del Antiguo Testamento —especialmente del Génesis confrontado con el Timeo platónico— como del Nuevo, se centraba en la discusión de la cosmogonía, la doctrina del dios único o la comparación de Cristo con los grandes benefactores del mundo griego como Heracles, Dioniso, Asclepio, etcétera, o la invalidez de los milagros de Cristo para probar su divinidad ⁸ .

    En el último tercio del siglo III , Porfirio, el discípulo de Plotino, escribió sus quince libros Contra los cristianos ⁹ . Ya Constantino había ordenado la destrucción de su obra ¹⁰ . Dentro de lo escasos que son sus restos, cabe destacar que Porfirio utiliza varios de los argumentos de Celso, y su aportación personal es, fundamentalmente, la profundización de la crítica filológica e histórica de las escrituras. Con Porfirio queda centrada la pugna ideológica entre las dos grandes corrientes de pensamiento del final de la Antigüedad: neoplatonismo y cristianismo, que, sin embargo, se influyen mutuamente porque tienen puntos de contacto esenciales, de forma que sus relaciones fueron, como dice un crítico moderno, «una especie de desdichado amor» ¹¹ .

    Juliano conoció sin duda las obras de Celso y Porfirio y utilizó en abundancia sus argumentos, pero el lamentable estado en que nos han llegado estos fragmentos no permite sino asegurar la continuidad de la tradición apologética pagana, sin incurrir en juicios demasiado aventurados sobre el valor real de la obra del emperador ¹² . Así, en líneas generales, digamos que Juliano critica al judaísmo por su cosmogonía, su concepción exclusivista y excesivamente antropomórfica de dios, admitiendo que, por lo demás, su culto en nada se diferencia del de los paganos; el cristianismo es atacado por su traición gratuita al judaísmo, ya que nada hay en la doctrina de Moisés que anuncie esta nueva secta, por su carácter intransigente y revolucionario y por la vida corrompida de sus seguidores ¹³ .

    Nota sobre la numeración de párrafos

    Al editar NEUMANN el tratado Contra los galileos , acepta la numeración de SPANHEIM , pero cambia de lugar algunos párrafos, por lo que se advertirán algunos saltos en dicha numeración marginal.

    ¹ Or . XVIII 178. Cf. la carta 90 de Juliano a Fotino, obispo herético de Sirmium, en la que le anuncia la composición de este tratado.

    ² Cf. QUASTEN , Patrología , II, 140.

    ³ La obra de Cirilo en MIGNE , PG , 76, cols. 509-1064, y la reconstrucción de los fragmentos de Juliano en NEUMANN , Iuliani imp. librorum contra christianos quae supersunt , Leipzig, 1880.

    ⁴ Cf. WRIGHT en la introducción de su edición.

    ⁵ SÓCRATES , VII 27.

    ⁶ Neumann, sin embargo, rechaza como falsa la noticia que da SOZÓMENO (V 18) de que, poco después de la muerte de Juliano, Apolinar de Laodicea había escrito una refutación llamada Sobre la verdad .

    ⁷ Texto de Celso: R. BADER , Tüb. Beiträge z. Altertumswissenschaft , Heft 43, 1940; D. RUIZ BUENO ha traducido en la «B. A. C.» tanto el Contra Celso de Orígenes como los fragmentos de Celso en el tomo Padres apologistas griegos .

    ⁸ Cf. GIGON , La cultura antigua y el cristianismo , Madrid, 1970, págs. 146 y sigs.

    ⁹ Texto: HARNACK , «Porphyrios gegen die Christen», Abhd. Preuss. Akad. Phil.- hist. Kl . I (1916); JACOBY , FGrHist , 260F 33-61.

    ¹⁰ Cf. GIGON , La cultura antigua ..., pág. 168.

    ¹¹ GEFFCKEN , Zwei griechische Apologeten , Leipzig, 1914, pág. 296; en ese mismo libro, págs. 239-322, puede leerse un excelente resumen de las líneas y autores fundamentales de la apologética.

    ¹² Así, GEFFCKEN , Zwei griech. Apolog ., pág. 304, asegura que la obra de Juliano no aporta nada nuevo al género, mientras que GIGON , La cultura antigua ..., pág. 174, afirma que «los fragmentos de la obra de Juliano dejan vislumbrar una monumentalidad de proyecto que difícilmente podemos suponer en Celso y Porfirio».

    ¹³ Cf. REGAZZONI , «Il Contra Galileos dell’imperatore Giuliano e il Contra lulianum di S. Cirilo Alessandrino», Didaskaleion III (1928), 1-114, que parece más bien la continuación moderna de la refutación de Cirilo.

    CONTRA LOS GALILEOS

    Está bien, me parece, exponer a todos los hombres las [39A] causas por las que me convencí de que la maquinación de los galileos es la invención de unos hombres compuesta por maldad. Aunque no contiene nada divino, al utilizar sin embargo [39B] a fondo la parte del alma amiga de los mitos, infantil e irracional, condujo a un relato monstruoso a la fe de la verdad.

    Como es mi intención tratar sobre todos los llamados [41E] dogmas fundamentales, quiero decir en primer lugar que cualquiera que desee refutarme debe, como en un tribunal, no ocuparse de nada ajeno ni, como se dice, acusar por su parte hasta que haya hecho la defensa de sus propios puntos de vista. De esta forma será mejor y más claro tratar de un tema en [42A] particular cuando quieran refutar nuestras objeciones, mientras que cuando se defiendan de nuestras propias refutaciones no acusen por su parte.

    Merece la pena recordar brevemente de dónde y de qué [42E] manera se originó nuestra idea de dios; después, comparar las opiniones de los griegos y de los hebreos sobre la divinidad y, tras ello, pasar revista a los que no son ni griegos ni [43A] judíos, sino que pertenecen a la secta ¹ de los galileos, por qué eligieron sus creencias en lugar de las nuestras y, después, por qué no permanecen en sus propias creencias siquiera, sino que, abandonándolas ² , siguieron su propio camino. Aunque no están de acuerdo con ninguna de las bellas e importantes creencias ni de nosotros, los griegos, ni de los hebreos de Moisés ³ , sin embargo extraen las que son consideradas en estos pueblos calamidades, el ateísmo de la ligereza [43B] judía y una vida baja y negligente de nuestra indolencia y vulgaridad, y desean llamar a esto el más noble culto a la divinidad.

    [52B] De que el conocimiento de dios se da entre los hombres no por aprendizaje, sino por naturaleza ⁴ , válganos como primera prueba el celo común de todos los hombres, en privado y en público, individual y colectivamente, acerca de lo divino. En efecto, absolutamente todos sin aprendizaje creemos en una especie de divinidad acerca de la cual ni es fácil que todos la conozcan con exactitud, ni es posible que los que la conocen se lo comuniquen a todos...; sin duda junto a esta idea común a todos los hombres existe otra diferente. Pues todos dependemos de una forma tan natural del [52C] cielo y de los dioses que aparecen en él, que, aunque alguien pensase que existe otro dios junto a éstos, en cualquier caso le asignaría el cielo como morada, no por separarlo de la tierra, sino por colocar al rey de todas las cosas, por así decir, en el lugar más honorable de todos, suponiendo que desde allí vigila los asuntos de este mundo.

    ¿Para qué necesito llamar aquí testigos griegos y hebreos? [69B] No hay nadie que no extienda hacia el cielo sus manos cuando hace una súplica, y cuando jura por un dios o por los dioses, si tiene una noción general de lo divino, hacia ella se vuelve. Y no es extraño que sientan esto. En efecto, al ver que los cuerpos celestes ni aumentan, ni disminuyen, ni cambian en absoluto, ni soportan ningún influjo desordenado, sino que su movimiento está lleno de armonía, su orden es perfecto, la iluminación de la luna [69C] está regulada y que las salidas y puestas del sol están reguladas en estaciones eternamente reguladas, es natural que lo consideren un dios y trono de un dios. Pues lo que es así, ya que ni aumenta por ninguna añadidura ni disminuye por pérdida, situado fuera de todo cambio relativo a la alteración o mutabilidad, está purificado de la destrucción y generación, es inmortal por naturaleza e indestructible, libre de toda mancha; eterno y siempre en movimiento, como vemos, es llevado circularmente en tomo al gran creador por el alma superior y divina que habita en [69D] él, de la misma forma en mi opinión que nuestros cuerpos por el alma que hay en nosotros, o habiendo recibido su movimiento del propio dios rodea su círculo infinito en un movimiento incesante y eterno.

    Efectivamente, los griegos inventaron mitos sobre los [44A] dioses increíbles y prodigiosos. Así, afirmaron que Crono se tragó a sus hijos y después los vomitó; y también hablaron [44B] de uniones ilegales: por ejemplo, Zeus se unió a su madre y, tras procrear en ella, se casó con su propia hija, mejor dicho, ni siquiera se casó, sino que uniéndose simplemente a ella ⁵ se la entregó después a otro. O bien los desgarramientos de Dioniso y cómo se volvieron a pegar sus piernas; de cosas así nos hablan los mitos de los griegos. Compara con ellos [75A] la enseñanza judía y el jardín plantado por dios, y como él modeló a Adán y después a la que fue su mujer. Y dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo; démosle una ayuda semejante a él» ⁶ , que, sin embargo, no le ayudó en absoluto, sino que le engañó y fue, en parte, culpable para Adán y [75B] para ella misma de su caída fuera de la vida delicada del paraíso.

    Esto es completamente fabuloso, ya que ¿cómo va a ser razonable que dios desconociese que el ser que él creó como ayuda sería para quien lo recibió no motivo de bien, sino de [86A] desgracia? Y la siguiente ⁷ que conversó con Eva, ¿de qué lengua diremos que se sirvió? ¿Acaso de una lengua humana? ¿Y en qué se diferencian estas cosas de los mitos inventados [89A] por los griegos? Y que dios negase el discernimiento de lo bueno y de lo malo a los hombres creados por él, ¿no es excesivamente absurdo? ¿Qué cosa más estúpida podría existir que una persona incapaz de discernir el bien y la maldad? Pues es evidente que no rehuirá los unos, quiero decir los males, ni perseguirá los otros, quiero decir los bienes. Y lo más importante, dios negó al hombre el gusto de la inteligencia, por encima de la cual nada hay más honroso [89B] en el hombre. En efecto, que el discernimiento de lo bueno y de lo malo es un acto propio de la inteligencia resulta evidente sin duda incluso para los necios, de forma que la serpiente resulta ser un bienhechor y no una plaga del género [93D] humano. Además, ese dios debe ser llamado envidioso porque, cuando vio que el hombre participaba de la inteligencia, [93E] para que no gustara del árbol de la vida, según dice, lo expulsó del paraíso diciendo precisamente: «Mira, Adán se ha hecho como uno de nosotros al conocer el bien y el mal; y ahora que nunca extienda su mano y tome del árbol de la vida y coma y viva para siempre» ⁸ . Si el mito no contuviera [94A] una interpretación secreta, como yo creo ⁹ , cada uno de estos relatos estaría lleno de grandes blasfemias acerca de dios. Pues el desconocer que la mujer creada como ayuda será causa de la caída, y el negar el conocimiento del bien y del mal, que es lo único que parece sostener la inteligencia humana, y, además, el tener envidia de que el hombre tomando del árbol de la vida se convirtiera de mortal en inmortal, es un exceso de envidia y de celos.

    Respecto a lo que los judíos creyeron correctamente y a [96C] lo que nuestros padres nos transmitieron desde el principio, nuestro discurso sostiene que el creador persistente de este universo...; pues sobre los dioses que están por encima de este creador Moisés no ha dicho nada en absoluto, él que tampoco se atrevió a decir nada sobre la naturaleza de los [96D] ángeles. Pero que están al servicio de dios de muchas maneras y en muchos lugares lo dijo, pero si son engendrados e inengendrados, o generados por un dios y destinados al servicio de otro, o si es de alguna otra forma, no lo ha definido en ningún lugar; describe en cambio de qué forma fue ordenado el cielo, la tierra y lo que está contenido en ella. Y dice que dios ordenó que existiesen unas cosas, como la luz y el [96E] firmamento, y otras las creó, como el cielo y la tierra, el sol y la luna, y las que existían, pero estaban ocultas hasta entonces, las separó, como el agua según creo y la tierra seca. Aparte de esto, no se atrevió a hablar ni de la generación ni de la creación del espíritu, sino tan sólo: «Y el espíritu de dios se movía sobre la superficie del agua». Pero si es inengendrado o si ha sido engendrado no lo aclara en absoluto. [49A] En este punto comparemos, si os parece bien, las palabras de Platón ¹⁰ ; observa qué es lo que dice sobre el creador y qué palabras le atribuye en la generación del universo, para que confrontemos una con otra la generación del universo de Platón y de Moisés. Así se revelaría quién es superior y más digno del dios, si Platón, que rinde culto a las imágenes ¹¹ , [49B] o aquel de quien dice la escritura que dios le habló boca a boca ¹² . En el principio creó dios el cielo y la tierra. Y la tierra era invisible e informe y la oscuridad estaba encima del abismo y el espíritu de dios se movía sobre la superficie del agua. Y dijo dios: Nazca la luz, y la luz nació. Y vio dios que la luz era buena. Y separó dios por mitad la luz y por mitad la oscuridad. Y llamó dios a la luz día y a la oscuridad la llamó noche. Y nació la tarde y nació la mañana, un solo día. Y dijo dios: Nazca el firmamento en medio del [49C] agua. Y llamó dios al firmamento cielo. Y dijo dios: Reúnase el agua que hay bajo el cielo en un solo punto de reunión y que se vea la tierra seca; y así sucedió. Y dios dijo: Produzca la tierra hierba para pasto y árboles frutales. Y dijo dios: Nazcan luces en el firmamento del cielo para que sirvan de resplandor a la tierra. Y las colocó dios en el firmamento del cielo, de forma que gobernaran el día y la noche» ¹³ . En este relato Moisés no dice que el abismo haya [49D] sido creado por dios, ni el agua; sin embargo, era preciso, tras decir de la luz que nació al ordenarlo dios, hablar también de la noche, del abismo y del agua. Pero no dice nada de que no existiera en absoluto, aunque a menudo los menciona. Además, tampoco menciona el nacimiento o la creación de los ángeles, ni de qué forma fueron traídos a la vida, sino sólo los cuerpos celestes y terrestres, de forma que, según Moisés, dios no es creador de nada incorpóreo, sino ordenador [49E] de la materia preexistente. Pues las palabras «la tierra era invisible e informe» no hacen sino establecer lo húmedo y lo seco como materia real, e introducen a dios como su ordenador.

    Escucha, en cambio, lo que dice Platón del universo: [57B] «El cielo entero o el universo, o démosle cualquier otro [57C] nombre que pueda ser más aceptable, ¿existió siempre, sin contener ningún principio de nacimiento, o ha nacido y comenzado a partir de algún principio? Ha nacido, puesto que se puede ver, tocar y tiene cuerpo, y todas las cosas semejantes son sensibles, y las cosas sensibles, que son comprensibles por la opinión junto con la sensación, ya vimos que nacen y son generables...; así pues, de acuerdo con este razonamiento verosímil, hay que decir que este universo ha nacido como un ser vivo dotado de alma y de inteligencia [57D] en verdad gracias a la providencia de dios» ¹⁴ .

    [57E] Comparémoslos solamente punto por punto; ¿qué palabras y de qué tipo dice el dios de Moisés y de qué tipo el [58A] dios de Platón? «Y dijo dios: creemos al hombre a nuestra imagen y semejanza; y mande sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los rebaños y sobre la tierra y sobre todos los reptiles que reptan sobre la tierra. Y creó dios al hombre y lo creó a imagen de dios; y los hizo macho y hembra diciendo: creced y multiplicaos y llenad la tierra y [58B] sed dueños de ella; que manden sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo y sobre todos los rebaños y sobre toda la tierra» ¹⁵ .

    Escucha ahora las palabras que Platón atribuye al creador del universo: «Dioses de dioses, de cuyas obras creador y padre soy yo y que serán indisolubles mientras yo quiera. Todo lo que ha sido atado puede ser desatado, mientras que querer desatar lo que está bien trabado y está bien es propio de un ser malvado. Por ello, puesto que habéis nacido, no sois inmortales ni indisolubles en absoluto; sin embargo, no seréis disueltos ni os tocará el lote de la muerte, porque habéis obtenido mi voluntad, que es mayor y más soberana [58C] que las ataduras de aquellos que os ataron cuando nacisteis. Ahora aprended lo que os digo a las claras: quedan aún tres razas mortales sin nacer y hasta que no nazcan el cielo estará incompleto, pues sin ellas no tendrá en sí todas las razas de seres vivos; cuando gracias a mí hayan nacido y participen de la vida podrán ser iguales a los dioses. Así, para que sean mortales y este universo sea realmente universal, dedicaos según vuestra naturaleza a la creación de seres vivos, imitando el poder que yo mostré en vuestro nacimiento. Y la [58D] parte de ellos que conviene que tenga el mismo nombre de los inmortales, llamada divina y que dirige en ellos a los que quieren siempre seguir la justicia y a vosotros, yo, que la he sembrado y originado, os la entregaré. Por lo demás, vosotros, entretejiendo lo mortal con lo inmortal, fabricad seres vivos y engendradlos dándoles alimento, aumentadlos y, cuando mueran, recibidlos de nuevo» ¹⁶ .

    Pero para que no penséis que esto es sólo un sueño, [65A] aprended su significado. Platón llama dioses a los visibles, [65B] el sol y la luna, las estrellas y el cielo, pero éstos sólo son imágenes de los dioses invisibles; el sol que se muestra a nuestros ojos es la imagen del sol inteligible y que no se muestra y, a su vez, la luna que aparece a nuestros ojos y cada una de las estrellas son las imágenes de los inteligibles. Pues Platón conoce a esos dioses inteligibles e invisibles, inmanentes y coexistentes, que han sido engendrados y proceden [65C] del propio creador. Por ello naturalmente dice en Platón el creador «dioses» refiriéndose a los invisibles, y «de dioses», evidentemente los visibles. Él es el común creador de ambos, el que modeló el cielo, la tierra, el mar y las estrellas, y el que engendró en los inteligibles los arquetipos de este mundo.

    Observa, pues, que lo que sigue también está bien dicho, pues dice: «quedan aún tres razas mortales», evidentemente la de los hombres, la de los animales y la de las plantas; cada una de ellas ha sido definida de forma particular, y dice: «Si cada una de ellas existiese gracias a mí, sería totalmente [65D] necesario que fuese inmortal». Pues para los dioses inteligibles y para el mundo aparente no hay ninguna otra causa de inmortalidad que no sea el existir por obra del creador. Y cuando dice: «Todo cuanto es inmortal es necesario que a esos seres se lo haya dado el creador», se refiere al alma racional. «En lo demás —dice— vosotros tejéis lo mortal con [65E] lo inmortal»: es evidente que los dioses creadores, tomando de su padre su capacidad creadora, engendraron sobre la tierra los seres vivos mortales. Pues si no hubiera ninguna diferencia entre el cielo y el hombre y, por Zeus, los animales y, finalmente, entre los animales terrestres y los pececillos que nadan en el mar, hubiera sido necesario que el creador de todo hubiese sido uno y el mismo. Pero si existe un gran espacio intermedio entre los inmortales y los mortales, que no es mayor por ningún añadido, ni disminuye por pérdida, [66A] ni se mezcla con lo mortal y perecedero, conviene que la causa de unos seres sean unos dioses y de los otros seres otros dioses. Por tanto, ya que parece que Moisés no ha tratado [99E] totalmente sobre el creador permanente de este universo, comparemos una con otra la opinión de los hebreos y la de nuestros padres sobre estos pueblos.

    Moisés dice que el creador del universo eligió al pueblo hebreo, y a él sólo hace caso y en él piensa y de él sólo tiene cuidado. De los demás pueblos, de qué manera o por qué dioses son regidos, no hace la más mínima mención, a menos que alguien admita que les asignó el sol y la luna ¹⁷ . Pero [100A] sobre este tema volveré un poco más adelante. Sólo mostraré que él es el dios de Israel sólo y de Judea, y que los hebreos son su pueblo elegido lo afirma el propio Moisés y los profetas posteriores, y Jesús el Nazareno, y también el más extraordinario mago y embaucador que jamás haya existido en lugar alguno, Pablo ¹⁸ . Escuchad sus palabras y, en primer lugar, las de Moisés: «Tú dirás al faraón: Israel es mi hijo primogénito. Y dije: Deja marchar a mi pueblo para que me [100B] rinda culto. Pero tú no quisiste dejarlo marchar» ¹⁹ . Y poco después: «Y le dicen: El dios de los hebreos nos ha convocado. Caminaremos hacia el desierto durante tres días para sacrificar al señor dios nuestro» ²⁰ . Y poco después de nuevo de la misma forma: «El señor dios de los hebreos me ha enviado a ti diciéndome: Deja marchar a mi pueblo para que me rinda culto en el desierto» ²¹ .

    Pero que sólo de los judíos se preocupó dios desde el [106A] principio y que este pueblo fue elegido como su lote, no sólo lo dicen Moisés y Jesús, sino que también parece haberlo [106B] dicho Pablo, aunque lo de Pablo es digno de admiración. En efecto, según las circunstancias, cambió sus opiniones respecto a dios igual que los pólipos cambian de color según las rocas ²² , unas veces manteniendo que sólo los judíos son el lote de dios, mientras que, por otro lado, intenta atraerse a los griegos a su partida diciendo: «No sólo es el dios de los judíos, sino también el de los gentiles, sí, también el de los gentiles» ²³ . Es justo, pues, preguntar a Pablo, [106C] si dios no lo es sólo de los judíos, sino también de los gentiles, ¿por qué envió a los judíos la gracia profética en abundancia, Moisés, la unción y los profetas, y la ley, y las paradojas y portentos de sus mitos? Pues puedes oírles gritar: «El hombre comió pan de los ángeles» ²⁴ . Y finalmente también les envió a Jesús; en cambio a nosotros ni profetas, ni unción, ni maestro, ni heraldo que anunciase su amor a la humanidad que algún día, sin duda, también recaería sobre [106D] nosotros. En cambio, despreció durante miríadas, o si preferís miles de años, mientras rendían culto en tal ignorancia a los ídolos, como los llamáis, a los hombres que habitan desde la salida a la puesta del sol y desde la Osa hasta mediodía, excepto a una pequeña tribu que hace menos de dos mil años se estableció en una parte de Palestina. Pero si es el dios de todos nosotros y, asimismo, el creador de todo, ¿por qué nos [106C] despreció? ²⁵ . Conviene, pues, creer que el dios de los hebreos no es el creador de todo el universo y que no ejerce su autoridad sobre todas las cosas, sino que más

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