Pixy
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Pixy - Matthew Lipman
RDA
Contenido
Capítulo Primero
Capítulo Segundo
Capítulo Tercero
Capítulo Cuarto
Capítulo Quinto
Capítulo Sexto
Capítulo Séptimo
Capítulo Octavo
Capítulo Noveno
Capítulo Décimo
Capítulo Undécimo
CAPÍTULO PRIMERO
¡Ahora me toca a mí! ¡Tuve que esperar tanto tiempo para que los demás terminaran sus cuentos!
Voy a comenzar por decirte mi nombre. Me llamo Pixy. Bueno, Pixy no es mi nombre verdadero. Mi nombre verdadero es el que me pusieron mis papás. Pixy es un nombre que yo misma me puse.
¿Cuántos años tengo? Tengo la misma edad que tú.
Fíjate, puedo cruzar las piernas y caminar sobre mis rodillas. Según mi papá, parece que estuviera hecha de goma. ¡Anoche puse los pies detrás del cuello y caminé sobre mis manos!
¡No pues, claro que no se puede cruzar las piernas y ponerlas tras el cuello al mismo tiempo! ¡O haces una cosa o la otra, pero no las dos al mismo tiempo! ¿Qué quieres hacer, convertirte en un solo nudo?
Mi mamá dice que me porto como si fuera hecha de vinagre. No sé cómo es el vinagre. Debe ser algo rico, como el helado.
Mi cuento es bastante largo, así que ponte cómodo. (Soy mucho más paciente este año de lo que era el año pasado. El año pasado te hubiera dicho, –¡Quédate tranquilo! No voy a contarte nada hasta que la cortes. Tengo muchas cosas en las que puedo pensar mientras espero–). ¡Es curioso! ¡Ahora ya ni me gusta hablar así!
Lo único que quiero hacer es seguir con mi cuento.
✲ ✲ ✲
La razón por la cual inventé un cuento es que todos en mi curso tuvimos que inventar un cuento. Lo que quiero contarte ahora es el cuento de cómo se inventó mi cuento. Primero hay un cuento, luego hay un cuento de cómo ocurrió el cuento. Lo que quiero decir, es que primero tuvo que pasar lo que ocurre en el cuento y después se hizo el cuento. Así que este es el cuento de lo que sucedió primero. O sea, es el cuento de cómo llegó a hacerse el cuento.
No sabíamos que teníamos que inventar un cuento hasta que el Sr. Mendoza nos dijo que íbamos a hacer un paseo al zoológico.
El Sr. Mendoza es nuestro profesor. Es un poco orejón, igual que yo. Pero yo puedo mover mis orejas, y él no. (No pues, no quiero decir que él no puede mover mis orejas. Quiero decir que él no puede mover las suyas).
El Sr. Mendoza es muy viejo. ¡Imagínate, tiene una hija que va a tener una guagua! Tiene que tener sus añitos, ¿no? ¿Habrá conocido a Bernardo O’Higgins? (El año pasado le hubiera preguntado, pero ahora sé que es mejor no hacerlo).
Así que el Sr. Mendoza nos contó que íbamos a hacer un paseo al zoológico, y que después quería que cada uno de nosotros inventara un cuento acerca del paseo. Podía ser acerca de los animales que vimos, o de los lugares de donde vinieron los animales, o acerca de cómo los animales fueron capturados y traídos al zoológico.
–Sus cuentos pueden ser acerca de cualquier cosa que el zoológico les traiga a la mente –dijo el Sr. Mendoza.
Recuerdo muy claramente cuando nos dijo eso. Es por eso que cuando yo inventé mi cuento, no se trataba de un zoológico, sino de algo en lo que el zoológico me había hecho pensar.
✲ ✲ ✲
Cuando el Sr. Mendoza nos contó los planes para el paseo, todos gritamos –¡Hurra!– y –¡Viva!– y –¡Se pasó!–. Todos menos Nano.
–¿Para qué quieren ir a una porquería? –preguntó, haciendo muecas y apretándose la nariz con los dedos.
Eso me dio muchísima rabia. –¡Eres tan creído, Nano! –le dije–. ¿Cómo crees que olerías tú si tuvieras que estar encerrado en una jaula todo el día?
Lo único que fue capaz de hacer fue sacarme la lengua. Y yo, naturalmente, le hice una mueca con los dedos en las orejas y los ojos turnios.
Entonces me dijo que tenía chicle pegado en el pelo, y eso fue una pura mentira. ¡Estoy segura de que me lo había sacado todo!
¡Qué pesado!
✲ ✲ ✲
Justo antes del almuerzo, el Sr. Mendoza se echó para atrás en su silla y limpió sus anteojos. –Hay una cosa más que les quiero decir sobre el paseo del miércoles –dijo–. Quiero pedirles un favor a todos. Quiero que cada uno tenga un secreto, y que no se lo diga a nadie.
Yo le pregunté, –¿Ni a mi mejor amiga, Sr. Mendoza?
–Ni a tu mejor amiga –me respondió.
–¿Ni a usted?– preguntó Nano, y el Sr. Mendoza dijo –Ni a mí.
Entonces habló Isabel. De ella estaba hablando cuando dije eso de mi mejor amiga. Ella es mi mejor amiga. –¿Qué tipo de secreto, Sr. Mendoza? –dijo Isabel.
El profesor respondió, –Quiero que cada uno piense en algún animal, o en algún ave, o en algún reptil, que sea de sus favoritos. Y esa será su criatura misteriosa. Cuando vayan pasando por el zoológico con los demás del curso, estén atentos para descubrir sus criaturas misteriosas. Entonces, cuando las vean, piensen en cómo podrían incluirla en el cuento que van a escribir. El día después del paseo, cuando nuevamente estemos aquí en clase, cada uno contará el cuento de su criatura misteriosa a los demás.
¡Yo me entusiasmé tanto! Porque no tuve que pensar en cuál iba a ser mi criatura misteriosa; lo supe al tiro. Y estaba segurísima de que nadie más tendría la misma que yo. ¡No podía aguantarme las ganas de