El Camarote De La Armadora
()
Información de este libro electrónico
Tras unos incidentes en el buque que navegaba como primer oficial, Nick Zarate desembarca en Ciudad del Cabo. Allí pasa unas semanas de vacaciones, durante las cuales conoce a una pareja de ingleses que siguen el rastro de un pirata antepasado suyo. Acepta acompañarlos y durante el viaje se producen ciertos acontecimientos que condicionan los planes, tanto de la pareja como del propio Nick.
José Gurpegui Illarramendi
José Gurpegui Illarramendi (San Sebastián - Gipuzkoa) es un escritor independiente autor de numerosas novelas. Si bien sus actividades creativas, como el cine, la fotografía y la escritura narrativa comenzaron en su juventud, no es hasta comienzos de este siglo, cuando, sumándose al auge de los medios digitales de comunicación, publica sus trabajos literarios cuyo estilo satírico, se manifiesta plenamente a través de los protagonistas de sus novelas.
Lee más de José Gurpegui Illarramendi
El Hotel De Las Salamandras Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVer París Y Morir Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Gafe De Embajadores Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMi Querida Ministra Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Muerto Del Faro Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Gata De Beirut Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Reliquia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El Ovillo De Ariadna Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesComplot En El Egeo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPortobelo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSecuencia Inversa Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMatalaspenas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNostalgia Derrochada Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Mayordomo De Mayfair Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Maldición Del Tumi Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Encanto De Nicasia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos Tres Periquitos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Barón Alquilado Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos Crímenes Del Servicio De Habitaciones Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEn Cuanto Llegues Escríbeme Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Clan De Oxford Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl "Negro" De La Pluma Blanca Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDelirio Fatuo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Relacionado con El Camarote De La Armadora
Libros electrónicos relacionados
La isla del tesoro Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDesde el Vientre de la Sirena. Avance Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa isla del doctor Moreau Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa isla del tesoro: Biblioteca de Grandes Escritores Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Isla del Tesoro (Ilustrado) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Dos años al pie del mástil Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa isla del Dr. Moreau Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesObras de Robert Louis Stevenson: Biblioteca de Grandes Escritores Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa posada de las dos brujas y otros relatos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLA ISLA DEL TESORO - Acción y aventura en alta mar Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesObras de Robert Louis Stevenson Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa isla del tesoro Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Encanto De Nicasia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLord Jim Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesColección de Robert Louis Stevenson: Clásicos de la literatura Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa posada de las dos brujas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl testamento de John Silver Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMoby Dick Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl lobo de mar Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesObras selectas de Robert Louis Stevenson Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Una noche robada Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCapaz que vuelvo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa caza del Snark Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Navegar tierra adentro Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El pirata Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Dieciséis años sin «Desperdicios» El Aventorero Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHilvanes y contrabando Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl aroma de la pólvora Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Chancellor Calificación: 5 de 5 estrellas5/5De sultán en sultán: Aventuras entre los masai (1892) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Ficción de acción y aventura para usted
Don Quijote de la Mancha Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Más allá del bien y del mal Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Las mil y una noches Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Así habló Zaratustra Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Viaje al centro de la Tierra: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El Sello de Salomón Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El retrato de Dorian Gray Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los Miserables - Edicion completa e ilustrada - Espanol Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Nocturna Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La Única Verdad: Trilogía de la única verdad, #1 Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Hojas de hierba & Selección de prosas Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Arsène Lupin. Caballero y ladrón Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El extranjero de Albert Camus (Guía de lectura): Resumen y análisis completo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El mago de Oz - Iustrado Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La Logia de San Juan Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Macbeth - En Espanol Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Moby Dick - Espanol Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Relatos de un peregrino ruso Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Frankenstein -Espanol Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El libro egipcio de los muertos Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Canto a mí mismo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Todos los cuentos de los hermanos Grimm (Ilustrado) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El sueño de una noche de verano Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El señor de las moscas de William Golding (Guía de lectura): Resumen y análisis completo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Humano demasiado humano Un libro para espíritus libres Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La máquina del tiempo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El trono de Dios Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Romeo y Julieta Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La Curandera Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El ejército de Dios Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Categorías relacionadas
Comentarios para El Camarote De La Armadora
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
El Camarote De La Armadora - José Gurpegui Illarramendi
El Camarote de la Armadora
José Gurpegui Illarramendi
Copyright © 2010 José Gurpegui Illarramendi
Todos los derechos reservados
Los personajes y nombres citados en esta novela corresponden a la ficción literaria. De existir coincidencias con la realidad, debe entenderse como fruto de la casualidad. Asimismo, las referencias históricas, literarias, cinematográficas o de cualquier otra índole, se han utilizado para contextualizar el relato dentro del periodo de tiempo en el que supuestamente se desarrolla.
El Autor
Contents
Title Page
Copyright
Epigraph
CIUDAD DEL CABO
CENA DE AMIGOS
EL MEDALLON
LIBROS DE PIRATAS
CAPITAN A BORDO
PREPARATIVOS
STRUIS BAY
BARBACOA
EL BARCO DEL AMOR
¿QUÉ FUE DE TIMOTY TAYLOR?
TEMPESTAD
LA CRUZ DEL SUR
LOS TRES SALAZIES
CENA DE GALA
LA ISLA
CELEBRACIONES
CIUDAD DEL CABO
T
ras la guerra árabe-israelí, el canal de Suez fue cerrado en 1967. Los buques que se dirigían desde Europa hacia los puertos petroleros del golfo Pérsico debían dar la vuelta por Sudáfrica y navegar por el océano Índico hasta llegar al Golfo. Un viaje muy largo que a los marinos nos servía para acumular días de navegación, de una manera bastante rentable.
A principios de 1968, navegaba como primer oficial en un petrolero holandés. El ambiente de trabajo era agradable y dentro de lo razonable, procurábamos buscar algún entretenimiento para pasar los ratos libres: jugábamos a las cartas, organizábamos concursos, proyectábamos películas, e incluso llegamos a elaborar un periódico interno.
La tripulación, como se dice ahora, era multicultural. En general nos soportábamos, pero cierto día, estando próximos al cabo de Buena Esperanza, un camarero egipcio, que por más señas tenía un ojo de cristal, hizo un comentario despectivo hacia los israelitas, mientras atendía el comedor de oficiales y motivado por una noticia que en ese momento daban por televisión.
Un oficial de máquinas israelí que estaba cenando, montó en cólera y le amenazó con un tenedor prometiendo clavárselo en el ojo sano. El egipcio se retiró, pero pocos minutos después apareció de nuevo, ocultando uno de los cuchillos de la cocina. Se acercó sigilosamente al oficial por la espalda e intentó degollarlo. Nuestro cocinero no era demasiado hábil afilando sus herramientas y el cuchillo, a pesar del imponente aspecto de su hoja, no cortaba ni el agua. Afortunadamente el egipcio no lo pudo comprobar plenamente porque el maquinista pudo zafarse, propinándole además un puñetazo que hizo volar el ojo de cristal hasta la taza de arroz con leche, que en ese momento me estaba tomando.
Aquel suceso no tuvo ninguna gracia, pero apreciamos en él cierto paralelismo con la llamada Guerra de los Seis Días, y teniendo en cuenta que las tropas israelíes estaban mandadas por el general Moshé Dayán, que era tuerto, consideramos la bronca árabe-israelí de nuestro comedor, como una prolongación de la contienda, decidiendo rebautizarla como Guerra de las Prótesis Oculares.
El incidente tuvo consecuencias desagradables; el capitán, un holandés estúpido y engreído, me culpó de fomentar la indisciplina con mi actitud benevolente y no asumir mi responsabilidad como primer oficial. En realidad, fue una excusa para deshacerse de mí por una cuestión de celos. Viajaba con su esposa y según las malas lenguas, la obligaba a acompañarle porque desconfiaba de ella. Puedo asegurar que no le faltaba razón, porque en el trayecto entre Europa y Sudáfrica, se había tirado a un camarero italiano, al egipcio del ojo de cristal y a un alumno de máquinas.
Dos días después, entramos en Ciudad del Cabo para abastecernos. Después de las acusaciones con las que me obsequió el cornudo capitán, no tuve más remedio que pedir la cuenta. No quise imaginar cuántos tripulantes más, hasta llegar al golfo Pérsico, comprobarían el furor uterino de «La holandesa errante».
El continente africano me devolvió la sed de aventura; me quedé en Ciudad del Cabo unos días, que al final resultaron semanas. Me instalé en un hotel cerca del puerto, iba al cine con bastante frecuencia, hacía excursiones turísticas e incluso salía a pescar con una pequeña embarcación que alquilaba por horas.
La policía, habitualmente patrullaba controlando a los habitantes de color y no se distinguía precisamente por la amabilidad de trato hacia ellos. Llevaban una especie de bastones con los que azotaban a aquella pobre gente por cualquier tontería. En mi caso y para evitar que los policías me molestaran cuando visitaba algunos barrios poco recomendables, iba de uniforme. Mis galones dorados desconcertaban a las patrullas que no distinguían entre un marino de guerra y un marino mercante y si además llevaba la gorra puesta, aún les impresionaba más. En cualquier caso, procuraba esquivar los controles. El hecho de meter mi nariz en todas partes no se debía al tamaño de esta, sino a mi pertinaz curiosidad; lo mismo frecuentaba los guetos, que las zonas y lugares selectos de la ciudad, como, por ejemplo, el Royal Yatch Club donde almorzaba de vez en cuando y en el que se me permitía la entrada por cortesía, dada mi profesión y rango. Después de comer, acostumbraba a dar un paseo por la dársena deportiva; me gustaba hacerlo porque pensaba comprarme un pequeño barco para navegar en solitario durante unos años. Tenía alguna idea sobre el tipo de embarcación que necesitaba, pero no encontraba la que buscaba.
En uno de esos paseos, me llamó la atención un precioso velero de dos palos que intentaba amarrar a los muelles. La única tripulación que parecía llevar a bordo era una pareja, más o menos de mi edad. La chica iba a timón y él intentaba lanzar un cabo a tierra. La marea estaba baja y el bauprés del barco amenazaba con chocar con el muelle. Ella se esforzaba para evitarlo, maniobrando con dificultad mientras su acompañante, se disponía a saltar a tierra con un chicote en la mano. Entre el barco y el muelle, había una separación de más de cuatro metros; aquel tipo, si saltaba, corría el riesgo de dejar su dentadura en el canto del dique o al menos, no se libraría de darse un buen chapuzón. Cuando me di cuenta de la torpe maniobra que pensaba realizar, corrí hacia el barco e hice señas para que me lanzara el chicote y evitar aquella insensatez. Lo hizo, pero con tanta fuerza y lamentable puntería que me acertó de lleno en la cara, mi gorra cayó al agua y a punto estuve de correr la misma suerte.
Algo aturdido, amarré el cabo en el primer noray a mi alcance, la mujer maniobró con la máquina y el timón dando atrás para atravesar el barco y poder amarrar el largo de la popa. Cuando el barco quedó controlado, empuñó el bichero y recogió mi gorra del agua subiéndola a bordo. Su compañero extendió la pasarela hacia el muelle y rápidamente desembarcó, viniendo hacia mí:
—Lo siento, ¿le he hecho daño? —dijo visiblemente preocupado.
Intenté disimular, pero comencé a sangrar por la nariz.
—Suba a bordo, le curaremos.
Acepté la invitación; la mujer me hizo sentarme con la cabeza echada hacia atrás y así estuve un rato hasta que dejé de sangrar.
—Quédese a tomar el té con nosotros: vigilaremos esa hemorragia.
—No tiene importancia, estoy acostumbrado a estas cosas; son las desventajas de tener una nariz como la mía, pero les acepto la taza de té.
Los ingleses son del tipo de gente que no puede pasar desapercibida. Aquella pareja les delataba sus modales, los gestos comedidos y su manera de conversar. A primera vista parecían encantadores.
El barco también lo era: se llamaba Helen y tenía su base en Portsmouth. Un barco demasiado grande para tan pequeña tripulación, aunque mayores despropósitos se habían visto. No imaginaba aquella pareja, dominando la jarcia mientras cruzaban del Atlantico al Indico, bordeando el cabo de Agujas o internándose por el canal de Mozambique, dirigiéndose a las colonias británicas de la costa oriental africana, o tomando rumbo hacia el sur de Asia, porque con ese barco tan excelentemente equipado, a primera vista, no creí que fueran a tomar el sol a Lagoon Beach o a Robben Island.
Ella se retiró al interior del barco para preparar el té y él se sentó frente a mí en uno de los sillones de mimbre. Me ofreció un cigarrillo; se lo acepté porque era de la marca inglesa que yo solía fumar y que me costaba encontrar. Se lo hice saber y él me ofreció cubrir esa necesidad, cediéndome algunos paquetes de los que llevaba a bordo, ofrecimiento que decliné con la mayor delicadeza. Después se interesó por mi profesión y por el supuesto barco que, según mis distintivos, capitaneaba.
—He estado navegando como primer oficial hasta hace unas semanas en un petrolero neerlandés —le aclaré.
—Doy por hecho que no es usted británico, ¿es afrikáner tal vez?
— Soy de Bilbao.
—Conocemos Bilbao.
—Nunca lo hubiese dudado —bromeé.
—Cuando veníamos desde Portsmouth y debido al estado de la mar, fondeamos allí tres días.
Me estaba temiendo que pasaría una hora de té y galletas soportando a la típica pareja de ingleses recién casados, forrados de dinero, enseñándome las fotos de su audaz viaje y las de sus caniches que, seguramente, en ese momento los estaría cuidando en Londres una Au pair española.
—No nos hemos presentado —propuse.
—Es cierto, discúlpeme. Mi nombre es James Taylor.
—Encantado de conocerte. Yo me llamo Nicasio Zárate.
James hizo esfuerzos para pronunciarlo, logrando emitir únicamente una especie de quejido afeminado, pero desde el interior del barco sonó mi nombre completo pronunciado con cierto acento que me sorprendió: era su pareja que en esos momentos subía a la cubierta con la tetera y unas tazas.
—Me llamo Helen —continuó—, pasé una temporada en Panamá y allí aprendí español.
—Debió ser una temporada larga, porque lo hablas perfectamente.
—Fueron varios años. Tú también te desenvuelves magníficamente con el inglés.
—Es lógico, teniendo en cuenta mi profesión y, sobre todo, porque estudié en Dublín.
James nos miraba sin entender nada, por lo que tuvimos que continuar en inglés.
—Podéis llamarme Nick, os resultará más fácil.
—Es un alivio, los nombres españoles me resultan difíciles de pronunciar —aclaró James.
Aunque la conversación era aburrida, la soporté gracias a la presencia de aquella mujer de ojos verdes y sensuales que tenía sentada frente a mí. ¡Qué lástima que estuviera casada!
La charla siguió surcando los mares de la estupidez y alargándose hasta cerca de las siete de la tarde, pero hubo suerte: no sacaron el álbum de fotos. Mientras hablábamos, observaba a Helen y ella hacía lo propio conmigo. Era como el juego de los ojos del águila: intentaba aguantar su mirada, pero no era capaz de resistirla. Cuando ella intuía que iba a derrotarme, me sonreía con una dulzura que aturdía todavía más. Me sentía incómodo por la situación, no sabía lo que podía estar pensando su marido, pero por otro lado no me preocupaba demasiado: estaba entretenido con sus prismáticos mirando en dirección al club y a una chica morena con un vestido muy corto, que enseñaba sus piernas generosamente mientras leía en la terraza. Quise prolongar la compañía de Helen unas horas más y se me ocurrió invitarles a cenar en el mismo Club. Aceptaron encantados. Quedamos en que pasaría a recogerles a las ocho y media; me daba tiempo de ir al hotel y darme una ducha fría: la necesitaba.
CENA DE AMIGOS
T
elefoneé al maître del restaurante del club y reservé una mesa para tres. Me vestí con una americana cruzada, azul marino con botones dorados, que había comprado en Róterdam. La combiné con los pantalones y la camisa del uniforme blanco. El toque marinero lo conseguí con la gorra y el de la elegancia con una corbata del Athletic Club de Bilbao. Tenía un aire a Jean Gabin en la película, Le Baron de l'écluse, aunque mucho más delgado y sin monóculo.
No fui demasiado original con mi atuendo: James y Helen vestían de igual manera, aunque con ligeros toques de distinción. Él llevaba una corbata con el emblema de Eton College y ella,