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Mi Querida Ministra
Mi Querida Ministra
Mi Querida Ministra
Libro electrónico63 páginas52 minutos

Mi Querida Ministra

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Información de este libro electrónico

Un nostálgico cineasta rememora sus peripecias para encontrarse de nuevo con su primer amor de juventud; la hija de unos aristócratas que, como otros de su clase, veraneaban en los años sesenta en San Sebastián.
Durante la búsqueda, el protagonista nos descubrirá sus pasiones y describirá situaciones que nos harán pasar un rato divertido y a veces melancólico.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 ago 2020
ISBN9781005706364
Mi Querida Ministra
Autor

José Gurpegui Illarramendi

José Gurpegui Illarramendi (San Sebastián - Gipuzkoa) es un escritor independiente autor de numerosas novelas. Si bien sus actividades creativas, como el cine, la fotografía y la escritura narrativa comenzaron en su juventud, no es hasta comienzos de este siglo, cuando, sumándose al auge de los medios digitales de comunicación, publica sus trabajos literarios cuyo estilo satírico, se manifiesta plenamente a través de los protagonistas de sus novelas.

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    Mi Querida Ministra - José Gurpegui Illarramendi

    Mi Querida Ministra

    José Gurpegui Illarramendi

    Copyright © 2014, 2015, 2018 José Gurpegui Illarramendi

    Todos los derechos reservados

    Prólogo

    E

    n cierta ocasión encontré en una trapería, formando parte de un lote de libros viejos, un cuaderno de notas manuscritas casi ininteligibles. Al hojearlo comprobé que se trataba de una colección de apuntes de cabecera; esos pensamientos que algunos escriben antes de caer vencidos por el sueño.

    La única referencia cronológica explícita era la del 14 de agosto de 1962, fecha en la que el autor de aquellas notas mencionaba por primera vez a la mujer protagonista de todas la páginas de aquel viejo cuaderno, en cuya contraportada, ignoro si a modo de dedicatoria o comentario final, podía leerse la siguiente nota:

    «No sé si la conocí, dudo si existió, pero siempre ha estado en mi imaginación»

    En principio no le di demasiada importancia, pero a medida que iba descifrando aquel galimatías, escrito a lo largo de un periodo de tiempo de al menos medio siglo, pude apreciar a través de los comentarios sarcásticos, la amarga ironía con la que interpretaba sus pensamientos y el mordaz humor con el que trataba sus recuerdos.

    Quise saber algo más y dediqué un tiempo en averiguar quiénes pudieron ser los protagonistas de aquellos recuerdos, pero, sobre todo, quién era ella; porque poco a poco fue convirtiéndose en una obsesión también para mí.

    En cuanto al autor de aquellas notas, no encontré pista alguna que revelara su identidad, ni tan siquiera el menor indicio de ella. En cuanto a la mujer a la que dedicaba sus recuerdos, ocurrió lo mismo. Pensé, por tanto, que aquellos apuntes fueron inspirados por un amor platónico de juventud. La frase que fue escrita en el reverso del cuaderno puede darnos una idea acerca de la contradictoria personalidad del individuo que la escribió.

    Decidí escribir este relato sobre la idea de aquellas notas, advirtiendo al lector o lectora que los personajes, nombres, lugares y situaciones que describo responden a la ficción literaria, obviando, lógicamente, alguno de los nombres reales que aparecían en aquel cuaderno y aquellos datos que pudieran ayudar a su identificación. De tal manera que, de resultar alguna coincidencia con la realidad, deberá entenderse como totalmente involuntaria y fruto de la casualidad. Asimismo, he incluido algunas referencias, tanto históricas como literarias, incluso cinematográficas, para contextualizar la narración dentro del periodo de tiempo en que se desarrolla, pero no necesariamente corresponde a la temporalidad y cronología  deducidas tras la lectura del relato.

    El otro lado del río

    A

    cabo de comprar la prensa. En todos los periódicos se habla de ti. Las ediciones digitales se han hecho eco de la noticia y las redes sociales te mencionan profusamente, pero yo prefiero tenerte entre mis manos, aunque sea en papel, y por ello me he sentado a leer los diarios en el parque y en el mismo lugar recoleto que fue testigo de nuestras primeras cabriolas adolescentes.

    ¿Lo recuerdas? Fue en ese pequeño círculo de setos que rodean la estatua de la reina María Cristina, cuya expresión de militar prusiano parecía censurar nuestros inocentes escarceos amorosos. Nunca pasamos de aquellos cortos, torpes y castos besos mientras vigilábamos el entorno de reojo; sobre todo tú, que residías en uno de aquellos palacetes cercanos que formaban avenidas con nombres de infantas e infantes decimonónicos. En cambio, yo, vivía en ese barrio que está al otro lado del río, cuyas calles perpendiculares fueron bautizadas con nombres plebeyos. La distancia que separaba nuestras casas no era exagerada, pero socialmente resultaba enorme.

    En aquella época, la ciudad se enorgullecía nostálgicamente por haber sido un referente turístico internacional durante la Belle Epoque, pero también se resignaba por ser una de las residencias veraniegas del dictador. Todo venía en el mismo lote: incluso tú y tu distinguida familia que formabais parte del séquito de veraneantes madrileños que acompañaban aquel personaje, al que aconsejaron seguir las mismas costumbres de los reyes y reinas que le precedieron en el veraneo.

    De la misma manera que a los visitantes que formabais su corte aduladora, a ellos también se les veía por la ciudad. Ella, su esposa, mientras se proveía de zapatos, bolsos, collares y otras «baratijas» en los comercios de postín, él pescaba a bordo de un barco blanco con nombre de ave de rapiña, que buscaba refugio, como en una novela de piratas, fondeando al abrigo de una isla y frente a un lugar de nombre tan sugerente como el de «Pico del

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