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Corazón, hígado y cerebro: Tres maneras de la vida
Corazón, hígado y cerebro: Tres maneras de la vida
Corazón, hígado y cerebro: Tres maneras de la vida
Libro electrónico287 páginas6 horas

Corazón, hígado y cerebro: Tres maneras de la vida

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Información de este libro electrónico

Los antiguos distinguían tres formas de la sabiduría: el saber intelectual, lo que se capta de lo que se dice (scire), el saber emocional, lo que se ha saboreado alguna vez (sapere) y el saber consolidado, que se ha experimentado (experire). Vemos allí las diferencias entre "explicar" (aunque no se pueda comprender o creer), "comprender" (aunque no se pueda creer o explicar) y "creer" (aunque no se pueda explicar o comprender). Son tres maneras que suelen ser simbolizadas por el cerebro, el corazón y el hígado, y que iluminan algunos desequilibrios de la inteligencia que constituyen trágicos puntos de urgencia de nuestra época. Identificamos al hombre "frío", que "no tiene corazón", al intelectual apasionado que "le faltan hígados" para afrontar la realidad, y al hombre de buen corazón, esforzado y confiable, que "tiene poca cabeza" y vive inmerso en innumerables problemas. Cuando un ser humano "suelta su corazón" y se enamora "sin usar la cabeza", es muy posible que no "le alcance el hígado" para lidiar con la realidad.


Shakespeare hace decir a su Próspero que estamos hechos de la sustancia de los sueños. Esa sustancia de la cual estamos hechos, la "cuota" de "psicología" que constituye nuestras vísceras, la materia de nuestros órganos que es alma sin dejar de ser materia, es un enorme reservorio de alma del cual nuestra conciencia sólo conoce una minimísima parte. Cuando el Prometeo de Esquilo dice: "Fui el primero en distinguir entre los sueños aquellos que han de convertirse en realidad", vemos, en cambio, el camino de los sueños que pugnan hacia su materialización. ¿Pero cómo distingue Prometeo los sueños que han de convertirse en realidad si no es a través de la importancia con que gravitan en su ánimo? Allí nos encontramos con la sabiduría de Pascal: "Hay razones del corazón que la razón ignora".
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 sept 2020
ISBN9789875992306
Corazón, hígado y cerebro: Tres maneras de la vida

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    Corazón, hígado y cerebro - Luis Chiozza

    Luis Chiozza

    Corazón, hígado

    y cerebro

    Tres maneras de la vida

    Diseño de tapa: Silvana Chiozza

    © Libros del Zorzal, 2009

    Buenos Aires, Argentina

    Printed in Argentina

    Hecho el depósito que previene la ley 11.723

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    Asimismo, puede consultar nuestra página web:

    Índice

    Prólogo y epílogo | 8

    Primera parte

    La conciencia del cuerpo y la conciencia del alma | 16

    Capítulo I

    El cuerpo y el alma | 17

    Dos aspectos de la vida | 17

    La relación entre los dos aspectos de la vida | 21

    Capítulo II

    Físico y psíquico como cualidades de un mismo organismo | 27

    La culminación de una postulación freudiana | 27

    Las desventuras del concepto especificidad | 31

    Las fantasías específicas, las metas pulsionales y las funciones fisiológicas | 36

    La desestructuración de los afectos | 38

    Capítulo III

    Hacia una definición de la conciencia | 41

    La conciencia del psiquismo inconciente | 41

    Acerca de la información y del significado | 43

    El desarrollo de una Biosemiótica | 47

    La noticia de un significado | 52

    Capítulo IV

    Acerca de los modos de ser de la conciencia | 57

    La comprensión de un mensaje | 57

    La evolución de la conciencia | 61

    Paradigmas de la biología celular | 65

    La estratificación de la conciencia | 69

    Acerca de las distintas formas de conciencia | 73

    Segunda parte

    El psicoanálisis que transcurre entre el cuerpo y el alma | 77

    Capítulo V

    Acerca del corazón | 78

    El significado del órgano | 78

    Acerca del recordar y el presentir | 80

    El ritmo marcapaso de la vida | 81

    La nobleza del corazón magnánimo | 85

    Los orígenes afectivos del valor | 86

    Capítulo VI

    El tiempo primordial | 91

    Identidad y oposición entre recuerdo y deseo | 91

    La nostalgia, el anhelo y la ansiedad | 95

    El tiempo desde una perspectiva revertida | 98

    Capítulo VII

    Acerca del hígado | 102

    La parte del alma que habita en torno al hígado | 102

    El proceso alimentario | 104

    El hígado como central endodérmica | 107

    Las fantasías hepáticas | 109

    Capítulo VIII

    La gesta prometeica | 112

    Acerca de sueños y de mitos | 112

    El fuego de los dioses | 114

    La materialización de las ideas | 116

    El ingreso a la vida extrauterina | 119

    La amargura de la envidia impotente | 121

    El destino de una pasión envenenada | 125

    El duelo por los ideales que no se materializan | 131

    En el fondo sólo queda la esperanza | 134

    Capítulo IX

    Acerca del cerebro | 137

    La culminación de un sistema | 137

    La actividad neuronal | 139

    El eje cerebroespinal | 145

    El tronco encefálico | 148

    El extremo cefálico | 151

    Los tres cerebros encefálicos | 154

    El cerebro intestinal | 156

    Capítulo X

    La organización de la conciencia | 161

    Las fantasías cerebrales | 161

    Sensación, percepción y evocación concientes | 165

    Acerca del pensar y del sentir | 169

    Las funciones de la conciencia | 176

    Las categorías que la conciencia humana establece | 177

    Tercera parte

    El corazón tiene razones que la razón ignora | 182

    Capítulo XI

    En el espacio imaginario del alma | 183

    La formación del afecto | 183

    Oscilando entre el cuerpo y el alma | 187

    El modo de ser (pático) de aquello que no es | 189

    El mundo pático | 191

    La inquietud del pentagrama pático | 195

    Capítulo XII

    Las razones del corazón | 201

    El contenido de la jaula pática | 201

    Los sistemas que gobiernan las emociones básicas | 203

    Hacia una clasificación psicoanalítica de los afectos | 207

    La angustia, la desolación y la descompostura | 211

    Los cuatro gigantes del alma | 214

    Cuarta parte

    Distinguir entre los sueños los que han de convertirse en realidad | 219

    Capítulo XIII

    Idea y materia | 220

    Crecimiento, procreación y sublimación | 220

    La realidad psíquica y la realidad material | 226

    La distinción entre forma y sustancia | 229

    El trecho del dicho al hecho | 232

    Capítulo XIV

    La doble polaridad de lo sagrado | 237

    El Superyó visual ideal | 237

    Angelical y demoníaco | 239

    Quinta parte

    Estamos hechos de la sustancia de los sueños | 245

    Capítulo XV

    El lugar de la representación simbólica | 246

    Operación del principio de la pars pro toto | 246

    Las tres manos de la conciencia humana | 249

    La función fundamental de la conciencia | 251

    La necesidad de una representación topográfica | 255

    La confluencia de las dos hipótesis fundamentales | 259

    Capítulo XVI

    Conocimientos y valores | 265

    La conciencia que conoce | 265

    Los dos significados de la palabra conciencia | 266

    La conciencia moral | 268

    Índice de autores citados | 272

    Prólogo y epílogo

    En 1980, en un trabajo titulado Corazón, hígado y cerebro. Introducción esquemática a la comprensión de un trilema. (publicado en el IV tomo de Luis Chiozza Obras Completas), abordaba un tema que después de la aparición, en 1997, del libro de Daniel Goleman Inteligencia emocional, alcanzó amplia difusión. Sostenía entonces que la inteligencia no es un producto simple de la operatividad del pensamiento racional, dado que en ella contribuyen de manera significativa el sentimiento y la voluntad. Allí decía que "Si lema es el título o epígrafe que resume o condensa el tema al cual se consagra o dedica el argumento, y dilema es la disyuntiva problemática que se crea ante la coexistencia de dos lemas en el norte de una vida, el he­cho de que sepamos de distinto modo con el hígado, con el corazón y con la cabeza, constituye cotidianamente nuestro más fundamental trilema. El trabajo comenzaba señalando que La existencia física y la función fisiológica del sistema nervioso llevan implícitas fantasías inconcientes específicas. El Proyecto de una psicología para neurólogos, es­crito por Freud, parece constituir, hasta ahora, el conjunto de ideas que más nos aproxima al descubrimiento de esas fantasías. Esas ideas, a pesar de lo que pudiera creerse teniendo en cuenta el tiempo transcurrido, no necesitan tanto ser reconsideradas a la luz de la neurología moderna, como necesitan ser sometidas a un examen cuidadoso con el fin de poder restituir a su lugar específico primordial la ‘cuota’ de ‘psicología’ que corresponde a las otras estructuras orgánicas, las que no forman parte del sistema nervioso, ni aun del que llamamos vegetativo, autónomo o visceral. Esta preocupación por la cuota de psicología" que corresponde a las otras estructuras orgánicas fue lo que guió nuestra vocación médica y nuestro trabajo desde sus inicios y es tal vez la parte más original y más discutida, que el lector encontrará en las páginas que componen este libro.

    Diez años antes, en 1970, sostenía que si tanto el proceso primario, mágico, como el proceso secundario, lógico, son modos de funcionamiento de la conciencia que intenta aprehender lo inconciente, los nuevos conocimientos de las ciencias y las artes, y la actual familiaridad con lo inconciente, nos hablan de un proceso de pensamiento terciario que se teje en la amalgama del primario y secundario y que marca un cambio intelectual en la cultura sólo comparable al que ocurrió cuando el ser humano progresó desde el predominio del pensamiento mágico hacia el predominio del pensamiento lógico. Durante el proceso terciario, agregaba, nuestro proceso primario salta, sin cuidarse de las leyes que fundamentan el juicio, de una línea de pensamiento a otra, y en varios puntos a la vez, en un modo aparentemente caprichoso que es travieso o lateral con respecto al camino del concepto. La metáfora, el símbolo, el pensamiento que llamamos creativo, nacen en esa amalgama de proceso primario y secundario que es la fuente del lenguaje, del teatro y del juego. Bateson, en Pasos hacia una ecología de la mente, sostiene que la inteligencia es algo más que racionalidad e incluye importancia y sentido. Escribe, por ejemplo, Las for­mas de animales y plantas son transformaciones de mensajes, La anato­mía debe contener una analogía de la gramática, porque toda anatomía es una transformación de un mensaje material, que debe ser contextualmente formado, "pensar en términos de historias (stories) debe ser comparti­do por todo psiquismo o psiquismos, tanto el nuestro como el del bosque de pinos o el de la anémona de mar, Contexto y pertinencia deben ser características no sólo de todo lo que llamamos conducta (esas historias que son proyectadas afuera en ‘acción’), sino también de todas aquellas historias internas, secuencias de la edificación de la anémona de mar. Su embriología debe ser algo así, hecho de la sustancia de las historias".

    En el trabajo de 1980 continuaba diciendo que La inteligencia es una función que no puede ser concebida como un ejercicio separado del conjunto completo de la vida anímica. La inteligen­cia es un resultado del pensamiento racional, pero también necesita, para produ­cirse, que operen el sentimiento y la voluntad. El razonamiento establece diferencias y abstrae ideas, pero no hay inteligencia sin la posibilidad de otorgar importancias o valores, posibilidad que debemos asociar, en última instancia, al sentimiento y los afectos. Tampoco hay inteligencia si no existe la experiencia que se constituye en esa forma de saber que proviene de un haber-lo-realizado por haber-lo-querido, lo cual deriva de la volun­tad de concretar materialmente. Explicamos diferencias, o también las diferencias establecidas nos permiten explicar. Realizamos experiencias que a su vez nos permiten rea­lizar. Comprendemos importancias que nos permiten comprender. Podría­mos, esquematizando mucho, plantearlo de este modo: El pensamiento racional queda asociado con lo que llamamos ‘significado directo’ o idiomático, deducible de las leyes internas de las formas que estructuran un sistema, tal como ocurre con las palabras entendidas como parte de un código y con ese tipo de relación entre los signos que, por ser inequívoca, solemos denominar ‘matemática’. El sentimiento se vincula con el significado indirecto o ‘sentido’, que es también la significancia, la importancia, o el valor (y hasta la pertinencia) interpretable a partir de un contexto, tal como ocurre con la historia o las historias, y con las formas artísticas. La voluntad constituye las cosas, es decir establece los recortes del mundo perceptivo que queda así trabeculado en cosas (sustantivos), cualidades (adjetivos) y relaciones, por la fuerza de los actos que constituyen los motivos de las posteriores acciones. Así como el razonamiento define o nomina qué es lo que importa, y el sentimiento establece cómo (o cuánto) importa eso que es, la voluntad separa en el conjunto de lo existente los objetos de la necesidad, es decir, establece que sean para la física y para la técnica. El sentimiento, al ‘rellenar’ los objetos de importancia, ‘da peso’ al ocio del pensamiento tanto como al negocio de la voluntad.

    En el XXXI Simposio de nuestra Fundación, en enero de 2001, Gustavo Chiozza presentó el trabajo Volviendo a pensar sobre corazón, hígado y cerebro. Allí señala, muy atinadamente, que si bien el haber contemplado el componente emocional de la inteligencia enriqueció su comprensión, la importancia del haber incluido el componente hepático reside sobre todo en que se ha conformado de este modo un triángulo que permite observar desde un vértice las relaciones entre los otros dos. Así, señala Gustavo, las relaciones entre la razón y la emoción pueden ser contempladas desde la practicidad hepática, las relaciones entre las ideas y su concreción material, pueden ser contempladas desde la cordura cardíaca, y las relaciones entre lo importante y lo prácticamente útil, pueden ser contempladas desde la sensatez cerebral. La influencia que ejerce el vértice observador nos permitiría también comprender el hecho de que las relaciones entre los otros vértices se inclinen frecuentemente hacia el predominio de uno de los dos.

    Suele decirse que un hombre no tiene corazón, que tiene poca cabeza, o que le faltan hígados, pero esto no significa, obviamente, que cuando le sucede una de estas tres cosas simbolizadas por una supuesta carencia en la capacidad de uno de esos tres órganos, los otros dos funcionen con pareja suficiencia. Muy por el contrario, el hombre que se caracteriza por un corazón mezquino, suele tener más hígados que cerebro o viceversa, y así sucede en la inmensa mayoría de los casos con las demás combinaciones. Es necesario reconocer, sin embargo, que en los modos del lenguaje lo que siempre se subraya es la carencia de uno de los tres. Así, identificamos al hombre frío, de poco corazón, al intelectual apasionado, que carente de hígado, fracasa en su contacto con la realidad, y al hombre de buen corazón, esforzado y confiable, que por falta de cabeza vive inmerso en innumerables problemas. Podríamos continuar por este camino señalando numerosos ejemplos entre los que nos ofrece el contacto con nuestros semejantes. Así cuando una mujer que se acerca a un hombre usa la cabeza antes de soltar su corazón podrá probablemente internarse en el amor sin grandes sufrimientos, pero si suelta primero al corazón y se enamora sin usar la cabeza, es muy posible que no le alcance el hígado, para lidiar con la realidad. Si buscamos ejemplos en un nivel más complejo, podemos decir que, en el terreno de la religión, la manera cerebral ofrece el significado directo de una parábola en la lectura de los símbolos con los cuales se la comunica, la manera cardíaca otorga la responsabilidad y el sentido de lo trascendente a la metáfora contenida en el texto religioso, y la manera hepática se revela en la capacidad para realizar genuinamente el sacramento. Pero la manera cerebral aislada no ve la parábola, sólo ve en ella lo absurdo de una superstición, la manera cardíaca aislada otorga su fe impotente a una metáfora convertida en dogma inalcanzable, y la manera hepática aislada ejecuta con eficacia un sacramento transformado en rito vacío o en sacrificio inútil.

    Si tenemos en cuenta cuál es la función central de la inteligencia, así considerada, en una forma amplia que (como lo postulaba Bateson) constituye una actividad epistemológica inseparable de la vida que nos asombra con sus innumerables formas de saber cómo proceder, llegamos a la conclusión que (como lo expresamos en el subtítulo de este libro) corazón, hígado y cerebro (exponentes máximos de los desarrollos que derivan respectivamente del mesodermo, del endodermo y del ectodermo embrionarios) constituyen, más que los símbolos de tres lemas intelectuales distintos, los símbolos privilegiados de tres modos de proceder de la vida. Los antiguos distinguían entre tres formas de la sabiduría, lo que se sabe por lo que se dice (scire), que corresponde al saber intelectual, lo que se sabe por lo que se ha saboreado alguna vez (sapere), que corresponde al saber emocional, y lo que se sabe porque se lo ha experimentado muchas veces (experire), que corresponde al saber consolidado. No sólo vemos allí las diferencias entre lo que se explica (y a veces no se puede comprender o creer), lo que se comprende (y a veces no se puede creer o explicar) y lo que auténticamente se cree (y a veces no se puede explicar ni comprender), sino también las maneras simbolizadas por el cerebro, el corazón y el hígado, que pueden verse reflejadas en los tres cerebros encefálicos descritos por Mc Lean. También podemos encontrar una cierta correspondencia entre el corazón, el alma y el drama, entre el hígado, el cuerpo y el acto, y entre el cerebro, el espíritu y las metas trascendentes. Este modo del pensamiento, formando trípticos que mantienen correspondencias analógicas entre los elementos de una y otra trilogía, dado que sólo constituye una aproximación forzosamente inexacta, podría ser injustificada si no fuera porque arroja cierta luz sobre algunos desequilibrios y desarmonías de la inteligencia que constituyen trágicos puntos de urgencia de nuestra época.

    Shakespeare hace decir a su Próspero que estamos hechos de la sustancia de los sueños, y estas palabras que han dado varias vueltas por el mundo, no hubieran sido tan repetidas si no fuera porque nuestra intuición se conmueve ante su profunda verdad. A veces decimos esto no se me habría ocurrido ni en sueños, con lo cual reconocemos que es allí, en los sueños, donde las partes más recónditas de nuestra existencia anímica, emprenden la aventura de aflorar en nuestra conciencia. Son esas partes anímicas recónditas, la sustancia de la cual estamos hechos, la cuota de psicología que constituye nuestras vísceras, la materia de nuestros órganos que es alma sin dejar de ser materia. Un enorme reservorio de alma del cual nuestra conciencia sólo conoce una minimísima parte. Esquilo ha puesto en boca de su Prometeo palabras que también son esclarecedoras: Fui el primero en distinguir entre los sueños aquellos que han de convertirse en realidad. Vemos aquí el movimiento inverso, el camino de los sueños que pugnan hacia su materialización. Acude a nuestra memoria la famosísima sentencia de Calderón de la Barca, la vida es sueño, y los sueños sueños son" y lo que Paul Valéry (en Eupalinos o el Arquitecto) hace decir a su Sócrates he nacido siendo muchos y he muerto siendo uno solo. Se hace presente de este modo a nuestro espíritu que la mayor parte de nuestra vida transcurre impregnada de sueños que no se realizan. Cuando Fedra pregunta a Sócrates y qué se ha hecho de todos los otros, éste le responde Ideas. ¿Pero cómo distingue Prometeo los sueños que han de convertirse en realidad si no a través de la importancia con que gravitan en su ánimo? Y así llegamos por fin, a encontrarnos con la sabiduría de Pascal: Gracias a las razones del corazón que la razón ignora.

    Luis Chiozza

    Febrero 2009

    Primera parte

    La conciencia del cuerpo

    y la conciencia del alma

    Capítulo I

    El cuerpo y el alma

    Dos aspectos de la vida

    Cada uno de nosotros tiene, como una moneda, dos caras o, si se prefiere dos aspectos, dos apariencias. Uno, como la vida misma, puede contemplarse desde dos puntos de vista bien distintos. La vida, desde un vértice de observación, es algo que percibimos en algunas organizaciones naturales como un fenómeno particular, como una propiedad esencial que las caracteriza. Es una cualidad que los seres humanos compartimos con los representantes de otros reinos, como lo son, por ejemplo, los animales y los vegetales. Desde otro vértice la vida, nuestra vida, es algo que sentimos, hacemos y pensamos. De acuerdo con lo que sostiene Ortega y Gasset los griegos poseían dos palabras distintas para referirse a estas dos formas de la vida. A la primera la denominaban zoe, y a la segunda bíos. Tengo entendido que los alemanes, refiriéndose al cuerpo humano, hacen una distinción semejante cuando utilizan la palabra "Körper", para designar al cuerpo físico, que se percibe como un objeto en el espacio, y la palabra "Leib", para referirse al cuerpo que origina nuestras sensaciones.

    Si prestamos atención al primero de los dos puntos de vista comprobamos que uno se percibe con los cinco sentidos, como percibe a los otros seres vivos y el mundo inanimado, ya que comparte con ellos las características físicas que conforman el mundo objetivo que se suele llamar exterior. Uno ocupa inevitablemente un lugar en el espacio (que ningún otro cuerpo puede ocupar al mismo tiempo) y le ocurren los efectos de las causas antecedentes que operan sobre él. Debemos añadir a los cinco sentidos algunas sensaciones que suelen llamarse somáticas, como las que corresponden al registro de nuestra posición del cuerpo en el espacio, mediante el registro de la posición de nuestros músculos y articulaciones, o las sensaciones de dolor, temperatura y vibración. Este tipo de sensación (habitualmente llamada somática y también propioceptiva), vinculada a la posición del cuerpo y a su relación con el entorno, recorre un trayecto en el sistema nervioso, y llega a un lugar en el encéfalo, totalmente diferentes de los que corresponden a las sensaciones que se originan en las vísceras y que suelen llamarse interoceptivas. Puede sostenerse que las sensaciones somáticas propioceptivas derivan, como el gusto, el olfato, el oído y la vista, de la percepción táctil. Tal vez convendría decidirse a utilizar la palabra percepción únicamente para los casos en que el registro de las cualidades sensoriales queda ligado a la construcción mental de un objeto, que puede ser el propio cuerpo, y que se ubica en el mundo y en el espacio que llamamos físico, reservando el término sensación para los casos en que esta construcción espacial no se realiza. Aclaremos sin embargo que, como señala Ortega, pensar es exagerar, y que el esquema que proponemos se enturbia por el hecho de que las percepciones y las sensaciones se combinan en un mismo proceso dentro del cual predomina unas veces la conciencia perceptiva y otras veces la conciencia sensitiva.

    Desde el punto de vista constituido por las sensaciones interoceptivas se puede decir que, en rigor, uno no percibe su vida con los sentidos que constituyen la función de los órganos sensoriales clásicos, sino que solamente la siente, como un conjunto de sensaciones que constituyen, también inevitablemente, con mayor o con menor riqueza o plenitud, todos sus momentos de agrado o desagrado, de goce o sufrimiento, dotando cada instante de su vida con un estado de ánimo, con una distinta cualidad de humor que constituye lo sentido. A veces, enhebrando esos momentos de su vida en una serie cronológica, como si se tratara de las cuentas de un collar, uno reconstruye el significado de las historias que son fragmentos de una autobiografía que, concebida como una historia entera, es

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